Sorda es la noche sin luna

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el artista como significado

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El Resultado De Las Horas

Hace unos años, algunos más de los que lleva Boskeff viviendo en el pueblo y justo por el tiempo en que se celebraron unas elecciones libres, la situación económica no era la mejor para decidir volver a la montaña, en pleno invierno y sin dinero. O quizás, como la situación económica empeoraba, decidieron, él y su familia -si podemos decir que fue una decisión conjunta-, que era precisamente lo único que podían hacer. Una carta de su madre animaba a Ronna a volver a la casa familiar, y en la naturaleza de esa carta estaba también plasmada el anhelo de doña Clarissa por conocer a su nieta. Además de eso, había una vacante para maestra en la escuela primaria y esa plaza sería para Ronna si su llegada se producía en un plazo relativamente corto de tiempo. Así que cogió sus cosas, y a su niña, y le dijo a Boskeff que estaría bien y que esperaba que él pudiera reencontrarse con ellas lo más

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pronto posible, y partió. Si la naturaleza nos hipnotiza con su dureza y con la belleza de su despiadada crueldad, y los humanos aceptamos unirnos a ella corriendo el riesgo de dejarnos devorar por las condiciones de vida más extremas, entonces, la fuerza de la imaginación del hombre seguirá imponiéndose. La despedida sonó sin reproches, ya lo habían hablado suficiente, las razones habían sido expuestas y también en eso se pusieron de acuerdo. Ella siempre pensó que la había compensado casarse con un artista, un auténtico artista, y no uno de sus compañeros de clase en la escuela superior de arte. Y lo pensaba a pesar de que él no era reconocido por la sociedad de su tiempo como tal, y aunque recibía algunos encargos de parte de familias burguesas para realizar retratos de doctores y jueces, o de familias enteras, o de fallecidos recientes -costumbre esta que se puso de moda durante un tiempo como un último acto de afecto hacía el familiar malogrado-, lo cierto era que la subsistencia en una gran ciudad no resultaba fácil. Boskeff no aceptó más encargos, y se dispuso a terminar los que tenía empezados para poder seguir a su mujer a su pueblo natal, entre nieve y montañas. Pero un cuadro no es algo que uno pueda rematar con las razones abruptas de un mal carpintero o un ineficiente albañil, un cuadro debe ser medido de acuerdo a sus necesidades, y cada paso debe ser dado de modo que nada se escape al necesario control del artista, es un proceso interminable si se profundiza en él y se sigue añadiendo y añadiendo cosas. La vuelta fue en carreta, aunque no había tanto que llevar, una maletas y una cómoda en la guardaba libros y papeles, el respeto por su pasado y un alivio por su independencia. Hacía un frío helado imposible de eludir: a Sheyla la visitó con algunas capas de ropa y sobre todo ellos una manta que la cubría por completo desde su cabeza, apenas podía verle los ojos. No había sosiego en un viaje tan duro, pero era la esperanza inspiradora de un nuevo tiempo, mejor organizado y más próspero. lo que la empujaba seguir sin desánimo; cualquier otro hubiese sucumbido al azote del invierno. El cochero las miraba incrédulo, pero comprendió su fortaleza cuando apenas quedaban unos kilómetros para cubrir la mitad de su travesía, fue entonces cuando comprendió que las dos, la madre y la hija, era muy fuertes, más de lo que aparentaban sus cuerpos frágiles, y que ya no le iban a pedir que diera la vuelta. Con cierto resentimiento hacia la ciudad que dejaba atrás por no haberle concedido ni una oportunidad, se despidió de su marido mientras el carretero les metía prisa, “vamos señora, el viaje es largo y sería bueno llegar antes de que anochezca,” con la rudeza propia de los que han vivido siempre en condiciones de lucha y vida extremas. El testimonio de su amor se plasmaba en momentos parecidos, momentos en los que ni la prisa más acuciante podía nada, se desearon todo tipo de paciencia y empezaron a pensar desde aquel mismo instante en el momento de volver a reunirse. Ella no lloró, y esperó mientras Boskeff se dirigió a Sheyla para despedirse de ella, de nuevo volvieron a desearse lo mejor y uno le dijo al otro que se cuidara. “Estaremos bien” bien decía Ronna mirando al suelo, y luego levantando la cabeza, “ya verás como te va a gustar vivir allí.” Esta situación duró aún unos minutos, en los que el cochero se iba poniendo más y más inquieto, refunfuñando su malestar entre dientes sin conseguir ser escuchado. Aquel hombre estaba pensando en hacer el viaje de ida y vuelta sin parar a descansar,

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y al llegar a su destino aún tendría que descargar aquella “maldita cómoda” con los cajones llenos de libros y ropa. Quizá aquella mujer no fuera tan frágil después de todo, y la suerte la acompañaba pues el cielo estaba despejado y no parecía que fuera a llover, pero viendo la escena de la despedida se inquietaba, era de ese tipo de gente que pensaba que demasiada felicidad atrae las desgracias, y aquellos jóvenes parecían amarse sinceramente, y eso no podía traer nada bueno. Después de mediodía, miró a la mujer y a la niña y se conformó pensando que no estaba siendo un viaje tan incómodo, apenas protestaban, y en un par de ocasiones la señora había intentado darle conversación, aunque no parecía que tuvieran nada especialmente interesante de que hablar. Podríamos pasar hablando el resto de nuestras vidas acerca de si la decisión fue la adecuada en los momentos que les tocaba vivir. Supongamos que la situación hubiese cambiado para ellos, y todo hubiese empezado a ir un poco mejor, que de pronto y sin saber por qué, los cuadros empezaran a ser un artículo bien pagado, y hasta que formaran parte de una nueva moda o corriente que convirtiera en vulgar a cualquier miembro de la nueva burguesía que no aceptara hacerse un retrato en el mejor cuarto de su casa, sinceramente creo que eso los hubiese llevado a vivir algún tiempo más en la gran ciudad, pero finalmente Boskeff hubiese sido incapaz de retener a su mujer y ella hubiese planteado su irrefrenable deseo de volver al lugar donde había nacido, sin esperar que él la acompañase si no deseaba hacerlo, ese era su temperamento. El hecho en si mismo de mostrar su fortaleza tenía que ver con su naturaleza rural y libre, siempre dispuesta a un nuevo reto, apoyándose en su juventud y desprendiendo la vitalidad que, al contrario de lo que se pudiera suponer, su maternidad había acentuado. Pero Boskeff había intentado contrariarla en alguna ocasión, se había enfrentado abiertamente a ella, y había descubierto que era inútil, cuando tomaba una decisión si todas las leyes terrestres o celestiales, podían pararla. Y puestos a pensar, no llegaremos con dificultad a la conclusión de que nunca se sintió cómoda e la ciudad porque nunca pensó en quedarse; había ido allí a terminar sus estudios, no a buscar marido, así que podía calificar su matrimonio y haber tenido una niña, como un mero accidente, si así lo deseaba. No había más que hablar, nada iba como había esperado, con prosperidad o sin ella, deseaba volver a la casa familiar y eso hacía. Al igual que en otras ocasiones, la decisión de su respuesta ante la mudanza, eliminaba cualquier sombra de duda o pereza, para ella era una cuestión de fuerza, y saberse capaz empequeñecía el tiempo. Desde el momento en el que había decidido volver a casa de su madre, hasta que la carreta aparcó justo delante de la puerta, todo sucedió de forma vertiginosa, como si en realidad el tiempo no existiera, y, aunque se lo había pasado mayormente sentada en un duro banco de madera abrazada a su hija, le había dado la impresión de que no había parado de hacer cosas. La imagen de la casa vista desde la última curva la hubiese conmovido, si no estuviera ocupada en mantener a su hija firmemente abrazada y abrigada, luchando contra la derrota por el cansancio y adormecida como había sido de esperar que sucediera. En cuanto se detuvieron delante de la casa, la puerta se abrió y todo le pareció mucho más fácil, dos vecinos ayudaron a descargar el equipaje y no le permitieron hacer otra cosa que instalarse en su habitación y atender a la niña a la que no costó hacer entrar en calor.

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La mañana siguiente a su llegada pasó muy rápido, durmieron hasta muy tarde debido al cansancio que las tuvo atadas a la cama sin que pudieran sentir que extrañaban ninguna cosa, o que algo no fuera como habían esperado. Todos en la casa se guardaron de hacer ruido para dejarlas dormir conformes con el descanso, porque era una señal de que las dos gozaban de buena salud y eso les complacía. Clarisa mantuvo la cocina encendida hasta muy tarde y después de desayunar dejó lo que habitualmente hacía por hablar con su nieta, estaba realmente emocionada de poder compartir con ella aquellos primeros momentos. Todo parecía propicio para desaparecer y hacer una primera incursión en el pueblo, y por eso Ronna se vistió poniendo especial cuidado en que no le faltara un detalle, se miraba en el espejo una y otra vez cuando oyó a puerta y todo cambió. Se trataba de su hermana menor, que aún no se había casado y salía con frecuencia para ver a su novio, a la que echaba de menos y con la que estaba deseando compartir algunas cosas. Así que dejó su excursión al pueblo por la tarde, y entre charla y charla, llegó el mediodía. La representación que se había hecho de su llegada había sido más o menos como había resultado, tenía devoción por los vecinos de pueblo y estar entre ellos la tranquilizaba. Por eso, cuanto esperaba encontrar y sentir una vez allí no se veía defraudado, la respuesta a su curiosidad pronto se vería satisfecha y todos los pormenores de su nueva situación irían abriéndose, en conversaciones con su madre, su hermana y los otros miembros de la familia. Las cosas eran como eran y no iban a cambiar por unas horas más o menos, por aplazar todas las cuestiones que le venían a la mente.

Entender La Propia Insensatez De Gusano

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En la primera semana de soledad para Boskeff, todo le parecía ridículo, sin sentido, que su vida había perdido valor, así que la dedicó a trabajar sin descanso, intentando adelantar la entrega de sus encargos. Como en los peores momentos de su matrimonio en la ciudad, observó que empezar su trabajo en otro sitio no iba a ser fácil, ni contraía por asumirlo la seguridad de mejores resultados, para él instalarse lejos de lo que conocía suponía un sacrificio que nadie, ni siquiera su mujer, había calculado. Ser el único consciente de sus propias necesidades y no tener el derecho a la réplica era un fracaso añadido, ser el receptor del conflicto interno, el agrio resumen del desagrado por su degradación, lo hizo concebir no acudir nunca a su cita entre las montañas. En eso estaba, debatiéndose entre cumplir con sus obligaciones como marido, o alcanzar de nuevo la libertad del artista, pensando en alcanzar nuevas

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metas, nuevos disturbios en la imparcialidad de sus decisiones, lo que resultaría mucho más fácil para él, o continuar el camino iniciado y permitir que el arte, que hasta entonces lo había mantenido con vida, se fuera por el desagüe. El inconsciente juega en nuestra contra cuando minimiza y oculta todo lo que nos importa a diario para dar rienda suelta al deseo inmediato. Sobre todo por ser nuestro inconsciente nuestro mejor aliado en los momentos que crean los más profundos recuerdos, aunque sean remordimientos, debemos aceptar el rol que juega en los acontecimientos de nuestra vida; y debo decir, que los artistas andan bien de de inconsciencia, aunque no tan bien de remordimientos. Al contrario que muchos de sus amigos, Boskeff era capaz de dejarse llevar por el deseo sin que supusiera un impedimento para seguir adelante con su vida como si nada hubiera sucedido, claro está, si no era descubierto. Y, ¿cuándo se manifestaba ese inconsciente con fuerza decisoria? Justo en momentos parecidos a los que vivía entonces, momentos en que todo perdía sentido, en los que se sentía relegado, que dejaba de perder el control y en los que, además, se presentía necesitado de dejar rodar los acontecimientos para que se definieran por sí mismos. Ya no podía atestiguar acerca de su cordura, había perdido la inmediatez de sus imágenes familiares y no deseaba seguir torturándose. Por haber necesitado algo que no encontraba en su soledad empezó a salir de casa a horas en las que debía estar durmiendo, al menos conforme con sus horarios. Todo empezaba a cambiar, su vida no podía seguir en los mismos términos, porque nada era igual, y debía intentar sobrellevarlo. Ese fue el motivo de su rechazo al descanso, de caminar horas por las calles vacías, de reencontrarse con viejas caras que ya no recordaba, de frecuentar barrios que había olvidado, y de volver de sus excursiones cuando los primeros kioskos empezaban a abrir sus puertas. Tal vez tenía un deber que cumplir, y debería pasar las horas en blanco pensando en ello, introducir en su intimidad el frente del olvido, la guerra a la superficialidad. No podía combatir su abandono recordando las caras de las dos mujeres de su vida, así que se convenció de que si ponía un poco de su parte, a pesar del arte, en un par de meses podría terminar sus encargos, pero hasta entonces tendría que desconectarse de toda responsabilidad con las horas. En un momento de realidades dispersas, intentamos dar luz a nuestros deseos más íntimos para comprender, y una vez comprendidos, infructuosamente solemos intentar que no interfieran en nuestra cotidianidad. Le resultaba perturbador el abandono al que se sometía intentado comprender qué realidad era la verdadera. Asumía nuevas fuerzas para intentar razonar y no dejaba de pensar en ello sin demasiado éxito, sin conclusiones ni precisión. Así lo indicaban los signos de dejadez en que se iba instalando su vivienda, la suciedad y el desorden que empezaba a crecer, sin que tuviera interés por poner una solución. Entre los razonamientos recurrentes que llenaban sus horas, uno de ellos volvía con insistencia, y era el que trataba de discernir sobre su realidad. De un lado estaba el momento que le tocaba vivir, dejándose sobresaltar y sorprender por cada novedad, despertando a nuevas necesidades que la soledad establecía, de otro la realidad personal que se imponía con la fuerza de un compromiso: terminar su tarea sin demoras para reunirse con su familia. Era un juego perturbador sin tratamiento posible. La razón artística propone vivir el

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momento que nos toca con atención, no con la premeditación de experimentarlo para aprender, pero sí hacerlo dejándonos sobresaltar. Así lo concebía desde su falta de modestia, él, el artista, no rechaza el vino que la vida le ofrecía por mucha amargura que le produjera. Desde que intentaba reinventar su forma de sobrevivir como un solitario, ya no se dejaba acompañar ni por los vagabundos que se le acercaban en el silencio de la noche o en los bares, iba dejando un rastro evidente de equilibrio separatista, pues no quería formar parte de la legión de desamparados con la que se cruzaba. Puesto que su condición, según creía era más elevada, la suya era una soledad inconclusa, temporal y no del todo desesperanzada. Se encontraba atrapado en una situación de la que no renegaba, porque sus propias decisiones le llevaran hasta allí y porque volvería sobre sus pasos en algún momento para intentar salvar lo que quedara del destierro. Con cierta precaución volvía a casa una de las noches en que no podía dormir. Se había hecho de día mientras caminaba y decidió pasar por lugares que no resultaban habituales en sus paseos, posiblemente dando un rodeo o dejando que el tiempo no se permitiera manifestarse en el nuevo recorrido. Eran casas viejas muy pegadas, apenas cabría cuatro personas de pared a pared, si se decidieran a caminar juntas por aquel empedrado estrecho, que más se parecía a un callejón que a una vía de paso, de hecho era posible que poca gente que no viviera allí mismo, utilizara aquella calle para pasar por ella en dirección alguna. Ya que no tenía prisa, y a pesar del cansancio, decidió pararse a observar los primeros movimientos de la mañana en aquel lugar sombrío, en el que la condición para que los primeros rayos de sol hubiesen podido penetrar habría tenido que ver con que las casas tuvieran menos altura y la calle hubiese sido de anchura suficiente, pero no era así, todo lo contrario, un tubo entre tendales, humedad y la sombra perenne de los dos muros a punto de precipitarse el uno sombre el otro, ventana sobre ventana. Se le había pasado la hora del desayuno, y comenzaba la vida como si el espectáculo del amanecer fuera insignificante. Un hombre sacaba las contras de madera del frontal de una tienda de ultramarinos, otros dos hombres caminaban apurados hacia el trabajo portando maletas diminutas con el almuerzo, y se pronto, al pasar delante de una de las puertas, una mujer que limpiaba portales baldeó con fuerza hacia la calle el resto de su caldero, justo en el momento en que Boskeff se encontraba mirando hacia el interior, y le salpicó de agua y espuma negra el pantalón y los zapatos. Cuando se hubo recuperado de la sorpresa descubrió a una mujer de mediana edad que salía corriendo para excusarse por su torpeza. Era hermosa, funcionalmente armada para cualquier imprevisto, y con un carácter decidido. Se ofreció a limpiarle el pantalón y le mostró un trapo limpio con un gesto de decidida desesperanza; él rechazó la propuesta apartándose un poco. Entre las cosas que le pasaban por la cabeza en ese momento, ninguna lo llevaba a ocuparse de los bajos húmedos de los pantalones, no podía dejar de mirarla, se estaba tomando la confianza del desconocido que toma algo de alguien sin permiso al recrearse de aquella manera, y ella seguía sonriendo como si no le importara que la estudiasen con tal descaro. La reconoció como una belleza natural, y la animalidad de sus movimientos se manifestó al aproximarse a ella y apenas dejar distancia entre los dos para hacerle una propuesta a la que no pudo renunciar. Necesitaba que alguien pasara

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para poner un poco de orden en su estudio, y era de esperar que ella rechazara el ofrecimiento, pero no fue así. Uno de esos días, tal vez el día antes, o el día después, también conoció a Marcello Giani, un agente que se tomó la molestia de visitarlo para hacerle un ofrecimiento. Se trataba de un nuevo trabajo, un gran cuadro de familia que sólo sería posible a tamaño natural, y del que el intermediario se llevaría una cantidad sobre el acuerdo final. Perseverante como era, en ocasiones testarudo, no tardó en plantarse en casa de la familia para acordar los términos en materia de trabajo, y afirmar que si por él fuera, se pasaría todas las tardes un par de horas para hacer prosperar las primeras lineas, las formas más determinantes, y los encuadres, pero no pudo ser así, porque le pusieron otras condiciones, y las visitas iban a ser muy restringidas (tan sólo tres días a la semana). No resultaba nada fácil centrarse e su trabajo sin poder dedicarle una atención diaria, y además, le resultaría imposible terminar semejante obra en menos de tres meses, y eso si desatendía por completo otros encargos y compromisos que había contraído con anterioridad. Cabe decir, que en su ánimo no estaba alargar su partida, pero su trabajo debía ser lo primero y sin duda su mujer lo entendería. No debemos pasar por alto que no andaban bien de dinero, y cuando entregara los encargos que debía terminar sin demora, sus ahorros tendrían una fuerte “inyección de confianza” o al menos, así lo decía su nuevo amigo Marcello Giani, lo que afirmaba con un eufórico optimismo.

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Manifiesto De Formalidad

“Si no se habla de la muerte no se habla de nada” observó Giácomo Modeo sentado en sobre el brazo de uno de los sillones del Pub del pueblo, sus amigos lo escuchaban mientras se calentaban muy pegados a la chimenea, algunos sentados en otros sillones, otros de pie. Por la propia concepción de su discurso hacía ver que había escogido todo aquello que les pudiera parecer fascinante a aquellos a quienes fuera dirigido, a los que tampoco importaba demasiado si aquello que recibían con respeto eclesiástico tendría un significado posterior. Siempre el conformismo es un aspecto del escritor que aprecian sus vecinos, y Giácomo nunca había salido de su pueblo, nunca había recibido estudios superiores y nunca se había planteado el éxito editorial como una finalidad para alejarse de aquellas calles que tan bien conocía. La cuestión del paso del tiempo no desvirtuaba sus sesiones de café, al contrario, cuando encontraba una nueva idea sobre la que profundizar, no tenía reparos en compartirla con los vecinos como si todos y cada uno de aquellos artesanos y labradores fueran

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en realidad sesudos intelectuales o críticos de alguna revista literaria de la capital. Lo de hablar de la muerte como un tema esencial en sus obras, parecía una consecuencia lógica de hablar con anterioridad de la vejez, y encontrándose en el dilema imposible de esclarecer de cual de las dos cosas era más importante. Afirmar, como lo había hacho unos años antes, de que no se nacía para morir sino para envejecer, retenía el nuevo discurso que quería plantear, aún más cuando ahora encontraba que el drama de la muerte necesitaba una preparación superior que la vejez proporcionaba, y que tal vez erróneamente había concedido a la vejez un estatus que no le pertenecía, y no se trataba de una finalidad en sí misma. Ronna por fin pudo salir aquella tarde a pasear e inspeccionar cada uno de los nuevos callejones, esquinas, parques y monumentos del pueblo de su infancia, al que no volvía desde hacía algunos años, el tiempo de terminar su carera, de casarse y de tener una niña a la que llevaba de la mano. Se sentía feliz de estar allí, como si por fin recuperara una parte de su vida que le resultaba esencial para poder respirar sin ponerse freno -cuando eso era todo lo contrario que le sucedía a otros habitantes de aquel lugar, que se sentían atados a él sin poder hacer nada por evitar un destino que había sido escrito desde antes de que nacieran-. Simultáneamente, un hombre la miraba pasar a través de la ventana de un pub mientras realizaba un discurso encendido, la reconoció al instante, se excusó por la interrupción y salió a su encuentro. La impresión que le causó la imagen de la amiga perdida podría haber causado el efecto contrario, es decir, darle la espalda a la ventana e intentar hacer parecer que nada acababa de suceder, pero lo cierto era que estaba nervioso y que era incapaz de controlar la excitación. A ella no la inquietó en absoluto reconocer a Giácomo, sencillamente se detuvo y se giro hacia él, esperando el encuentro, la representación de una amistad de infancia consistente y testimonial, se manifestaba alegremente, porque las amistadas fundadas sobre la razón de la infancia terminan por estrecharse en lazos casi familiares.

-No lo puedo creer. ¿Cuándo has llegado?

-Ayer, un viaje terrible. No recordaba que el camino fuera tan largo y las horas tan llenas de minutos.

-Te encuentro muy... ¿cómo decirlo?, ¿desenvuelta? -ella rió porque a nadie más se le hubiese ocurrido una palabra parecida.

-Pues yo me veo igual.

-Debe ser el efecto que la gran ciudad causa en las chicas de provincias. Porque debemos reconocerlo, nunca has dejado de pertenecer a este lugar.

-Eso parece, tampoco nunca pretendí haber nacido en ningún otro lugar -hubo algo de desconfiado resentimiento en su tono.

-Bien, la vida continúa. ¿Te quedarás mucho tiempo con nosotros?

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-Vengo a instalarme -a Giácomo se le iluminaron los ojos y se le agrandaron las pupilas.

-Eso aún está mejor. Todo será más animado en adelante. Este pueblo nos tiene secuestrados, pero nadie se iría de aquí sin más. Me dijeron que te casaste y que tuviste una hija; aquí se sabe todo por muy lejos que te vayas. Ya sabes como son estas cosas.

-Sí, ya sé. Me he pasado toda la mañana poniéndome al día -se rió moderadamente, porque exactamente eso era lo que había hecho nada más llegar, escuchar a los que le contaban todas las cosas, todas las novedades, las desgracias, las anécdotas de pura risa, las muertes, los nacimientos, los matrimonios, las escapadas amorosas que algunos intentaban mantener a escondidas, las costumbres olvidadas, las tradiciones y las enfermedades, todo debía de ser dicho y una mañana no era suficiente.

Un sistema político basado en la reproducción de sus habitantes era lo que convertía al pueblo en un sistema imperecedero según sus gobernantes. El testimonio de máxima comunión de los ciudadanos con sus vecinos era ayudar a formar nuevas y esforzadas generaciones, y por eso el retorno del viajero, sobre todo lo hacía con sus hijos, era considerado un triunfo digno de ser celebrado y reconocido sin excepción. El impulso de las nuevas generaciones, que habían salido para buscar trabajo o estudiar lejos de aquellas calles heladas, se esperaba a su regreso, y todos daban por hecho que así habría de ser, aunque era un argumento que no se sostenía. La vuelta de Ronna había respondido a una necesidad material, y no al romanticismo idealizado de aquellos que no podían resistir vivir lejos del lugar en el que habían nacido. Lo que daba su carácter a una mujer como ella era tener exactamente claro lo que debía hacer en cada momento, como era el caso de acudir al ayuntamiento el día siguiente a su llegada para inscribirse en el padrón y figurar a todos los efectos como una ciudadana más. El propósito de ser escrupulosa con el cumplimiento de su deber obedecía también al sentido práctico, no se trataba unicamente de un orden moral: La promesa de un puesto de profesora vacante, y la proximidad de las primeras elecciones libres (en las que deseaba expresar su voto), compartían su fuerza con el resto, y eran ese tipo de cosas bien conjugadas las que le daban la fuerza y la empujaban a hacer lo correcto. Al mismo tiempo, intentaba conjugar esa parte de su forma de ser con su sincero interés por el arte, si “hacer en todo momento lo que se debe hacer” tiene algo que ver con la pasión necesaria e inherente a los artistas. No podría separar la parte que la llevaba a enfrentarse a su deseo de estudiante en una escuela de arte, del sentido de inmediatez que le producía echar de menos las costumbres más arraigadas en sus recuerdos. Así había ocurrido todo, y no podía decir que hubiese sido un error, no podía renegar de cada una de sus fases, pero si de ser destronada de la afección a las propias costumbres, en las que una vez en su adolescencia coronada musa de la primavera, había significado algo. Si haber vuelto con la gente a la que se sentía más próxima la hacía sentir cierta

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confianza en el futuro, también se producía el fenómeno del cambio de residencia, y aún reconociendo sus viejos lugares con facilidad el desasosiego de volver a empezar estaba presente. Sus temores estaban someramente reprimidos y controlados, pero no habían desaparecido del todo. Una mujer como ella siempre dispuesta a cambios en busca de su sentido del mundo y como encajaba en él, de ningún modo iba a traducir el fracaso por causa de la crisis como una excusa, su fortaleza física y psíquica no se lo permitía. La tarde pasaba entre visitas a instituciones, formularios e inscripciones, y estaba satisfecha con todo. Salió del ayuntamiento en dirección a la escuela para hacer las últimas gestiones y conocer por si misma la nueva escuela y a las otras profesoras. De camino se percató de que era viernes al ver llegar por la calle principal y procedentes de la montaña una hilera de unos cien mineros que marchaban cubiertos de carbón y sudor. Estuvo un momento parada mirándolos pasar, sin apenas moverse, sonriente, se trataba de un símbolo de prosperidad como ninguna otra cosa en el pueblo. Hay cosas que suceden que representan en sí mismas una forma de vida, a una sociedad, a un colectivo, o a un pueblo, mejor que cualquier bandera, y los mineros desfilando volviendo del trabajo, sucios y esforzados, era un espectáculo emocionante. Una de las cosas que había estado pensando esos últimos días tenía que ver con recuperar el olor a carbón quemado de su infancia, la posibilidad que consistía, como entonces, en separarse de los muros de las casas para poder ver las chimeneas humeantes. Pero ahora estaba segura, no era el carbón de las cocinas lo que la debilitaba de melancolía, sino en la pátina de polvo negro que cubría los tejados, las calles, los brazos desnudos de los hombres a pesar del frío, sus rostros tan sólo distinguibles por sus enormes ojos y sus dientes surgiendo de puro blanco con aquella expresión grotesca entre feliz y derrotada. Intentó distinguir entre ellos a algunos de sus amigos de infancia, compañeros de secundaria que desde que habían nacido tenían destinado un sitio en la mina, como un destino inexcusable y aceptado desde entonces. Resultaba imposible, aquellas caras negras no se dejaban interpretar, y ninguno de ellos se fijo en aquella joven sonriente que los miraba al pie de la carretera. Marchaban cantando o simplemente haciendo ruido con los pies, como el paso de un tambor que marcaba el regreso después de una semana de trabajo intenso, volvían con sus familias, ese honor no era gratuito. El desastre económico afectaba a todos por igual. Imagínense que de pronto notan la escasez, la falta de sonrisas y que hasta las conversaciones son menos fluidas, ¿cómo habrían de ignorar que hay dramas instalados en otras personas?, alrededor, nunca ocultos del todo. No se muestran rotos por pudor, pero van perdiendo el aire y la vida. Con todo, el pueblo se mantendría en pie por la mina, por el carbón, resistiría el poder devastador de la falta de trabajo en las grandes ciudades, no llegaría hasta allí, no lo sentirían más que en una contención salarial, en lo que directamente les afectaba. La fisonomía del pueblo, sin embargo, iba a cambiar en los tiempos venideros, eso era un hecho, el abandono político había empezado a producirse, y el cambio de modelo económico había sido anunciado. Los signos de otros abandonos se manifestarían en la vida corriente, y a pesar de vivir alejados de las grandes ciudades los ecos de inestabilidad estarían presentes. Nadie podía escapar del todo a un fenómeno que se manifestaba hasta en el rodar de los carros, las carreteras

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abandonadas, y en el abandono de las ruedas rotas en la cunetas. Del mismo modo que ya no se sentía la misma jovencita que había abandonado el pueblo para terminar sus estudios de arte en una gran capital, en el instante en que estuvo de regreso, aquel primer día de su vuelta se sintió correspondida y reconocida hasta el extremo de (en pocas horas de aquel primer día caminando por calles de nuevo conocidas) sentir que su vida se reconducía y un nuevo cambio se operaba en ella. En los días siguientes, no dejó de encajar sus nuevas actividades, de convertir la que había sido su habitación de infancia en su nuevo hogar y de soñar con tener su propia casa en un futuro no muy lejano. Por todo lo que había vivido, y por todo lo que aún aprendía, modificaba sus posiciones y sus aspiraciones pero no por ello dejaba de calcular todas las posibilidades de felicidad que la vida aún le otorgaba. Uno de aquellos días volvió a ver a Giácomo, quedaron para pasear muy cerca del río. En tal ocasión él le presentó a su novia Cristalys y ella fue acompañada por su hija. Fue una tarde, desde el punto de vista de la paz que produce la naturaleza, de una placentera tranquilidad en la que ninguno tenía prisa por dar por terminad aquel hilo de comunicación. El nacimiento de Sheyla había representado un compromiso añadido, se trató de un acto premeditado -el amor hacia su marido ya estaba consolidado y determinado a salir adelante a pesar de todas las dificultades-, así que no se trató de una sorpresa. En realidad, la equivocación de nuestros actos también nace de su reconocimiento, y ese es el punto de no retorno. Desde su forma de pensar, firme y ordenada, mientras paseaba aquella tarde, no dejaba de pensar en el momento del reencuentro con su marido y que de alguna forma tendría que establecer un orden en todas las cosas nuevas que le iban sucediendo y que deseaba contarle.

-¿Cómo está todo por la capital? -preguntó Giácomo por sorpresa-, politicamente me refiero.

-Todo tranquilo, sí, todo tranquilo. No hay algaradas, parece que se acepta el cambio propuesto, aunque no se observa optimismo.

-¿Y tú? ¿Qué piensas de todo lo que acontece, te parece sincero el cambio?

-La política nunca me gustó, mucho menos aquí; un gobierno que se dijo de transición y que dura ya diez años no parece muy de fiar. La mentira, es el arma de los políticos. Mentir es una forma de justificar el poder injustificable -hablaba con un sentido y resultaba convincente-. Los que mienten es porque no se atreven a dar un golpe de Estado, pero ese sería el lugar en el que estarían cómodos, sin justificarse.

-Me voy a presentar en las elecciones, y espero no tener que mentir -espetó él sonriendo-, no creo que sea tan difícil gobernar un pueblo pequeño como este.

-¿Por qué partido te presentas?

-Por el Partido Institucional, ha sido una buena oferta. ¿Me votarás?

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-La política no es lo mío.

-¿Pero me votarás? -insistió.

-No lo sé, si voto lo haré en conciencia -al decir esto, Giácomo la miró fijamente, y una sombra de desagrado pareció cubrir sus ojos por un instante.

Se encontraba ante un viejo amigo, podía recordarlo en cada una de sus evoluciones pasadas, en sus fases, en los momentos de su vida, los que había compartido, pero por otra parte, lo veía tan cambiado, que sospechaba que se trataba de otra persona, un ser nuevo nacido de situaciones que ella desconocía, y que a pesar de sus esfuerzos por confraternizar y eliminar distancias, no le era menos extraño que otros amigos o vecinos de los que no sabía nada, de otros de vidas ausentes que no compartirían. No extrañarse con aquella novedad era demasiado para ella, tan inquieta y confiada, aprendía a madurar y lo estaba haciendo, todo estaba cambiando también su forma de pensar. No podía aferrarse a la confianza juvenil que la había caracterizado durante los años pasados, y se descubrió siendo crítica con la información que acababa de recibir, era una mujer que cuestionaba y eso no estaba tan mal. El partido Institucional vendría a ser una continuación de lo ya establecido, pero Giácomo intentaba hacer ver lo contrario, ella no le creyó. No era peor por eso, su fallo no podía estar en dudar de sus amigos, en adentrarse en el terreno de la desconfianza, que siempre había rechazado por considerar que le permitía avanzar con libertad, era la misma persona, con el misma inclinación bondadosa que había defendido. Su hija la miraba mientras realizaban su paseo, y a pesar de llevarla bien abrigada, y que había salido un día de sol incontenible, se enfrió y tuvo que permanecer unos días de reposo en cama, lo que retrasó su vuelta al colegio. No era tan extraño que la niña se refriara, y no le dio mayor importancia.

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La Debilidad De Los Minutos

Marcello Giani fue de gran utilidad, y resultó ser un agente convencido de su trabajo y de la capacidad de los artistas a los que escogía para representar. Al igual que le sucede a otros hombres con enfermedades incurables, era incapaz de separar su trabajo de su curación, e intentaba cumplir con los consejos médicos sin quejarse, sin

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embargo, para él reducirse a una convalecencia y abandonar la actividad en el arte que había conducido su vida, eso sería enterrarse en vida. Durante ese periodo la creatividad de Boskeff fue en aumento, y el dinero extra que le proporcionó el incremento de sus trabajos lo dotó también de una cierta tranquilidad, que le hizo aplazar su partida una y otra vez, hasta creer que de seguir las cosas así, tendría que replantearse algunas cosas. Marilia había empezado a resolver algunos de los pequeños problemas que representaba para un hombre vivir solo, en su intento por crear una atmósfera adecuada para el desarrollo de la vida, tal y como ella la concebía, se atrevía sin que él se atreviera a contrariarla, a poner floreros con aromáticas flores, a ventilar, a mudar la cama, y a tener el suelo conveniente fregado. Pero todos sus esfuerzos no significaron nada, hasta el día en que él le pidió y consiguió que posara casi desnuda para uno de sus cuadros, fue entonces cuando todo empezó a tomar un sentido más íntimo y el concepto inicial de ayuda -adecuadamente remunerada, si tenemos en cuenta que todo empezaba a marchar mejor económicamente- se sintetizó y ella se trasladó para vivir a su lado y que pudiera dedicarse con total entrega a su trabajo. Se terminaron las salidas nocturnas, las inquietudes y los insomnios, todo parecía cobrar sentido y la vida de pronto, tomar la cómoda apariencia de la normalidad. La asociación, debo llamarlo así, entre Boskeff y Marilia se iba convirtiendo en dependencia, y la expresión de sus contradicciones partía de actuar sin entrar a analizar sus condiciones personales. Tímidamente empezaron a relacionarse, pero con el paso del tiempo, se fueron fundiendo en noches de pasión que ninguno de ellos podía controlar, y de esa relación Boskeff fue capaz de pintar algunos cuadros que suponían un nuevo reto apasionado en su carrera. De este modo vivieron, entre la sencillez de apenas conocerse, el orden y la limpieza que ella establecía, las visitas de Giani y la producción de cuadros que se iban amontonando apoyados en las paredes. Todo le parecía normal a Boskeff, incluso las cartas que no demoraba en escribir a su mujer, excusándose por su tardanza, explicando que todo parecía marchar un poco mejor, y enviándole dinero para acompañar con ese peso necesario, sus justificaciones. Es cierto que tanto él como su mujer necesitaban aquel tiempo de separación para templar el resultado de su sufrimiento, que había sido provocado por la crisis social, por la crisis política y por sus propias crisis personales, y como sucedía en el relato de esas cartas, todo podía mejorar en el futuro porque las cosas eran tal y como él se las contaba. Ahondaba en un mundo de fantasía y se entretenía escribiendo como si se tratara de un juego, sin nunca mencionar que en realidad no había sacrificio, soledad, o desamparo, en prolongar su estancia en la capital. Mientras, ella esperaba con ansia el momento de que acudiera a su encuentro y por fin pudieran reunirse y empezar una nueva vida en el pueblo. Para superar sus diferencias debían entenderse, eso era algo que tenía que ver con lo que cada uno quería pero por separado, sus ambiciones y expectativas, superar el combate de ver la vida con ojos grandes y compartir la mirada. Los dos creyeron en algún momento, antes de que naciera su hija, que se sobreentendía que llevaban un desarrollo paralelo, sin que les costara que así fuera en aquel entonces. Era indudable que algo había cambiado, aunque no parecían dispuestos a reconocerlo, y luchaban contra esos cambios en defensa de la propuesta en la que juntos se habían embarcado

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al casarse; y además se querían. El pueblo, ir o no ir a vivir definitivamente a aquel lugar, empezaba a ser la gran diferencia, y Boskeff no comprendía que no era cosa de progreso, no se trataba tanto de eso, si había de seguirla, tendría que asumir que era un sentimiento interior lo que a ella la ataba a aquel lugar, y el deseo que la inducía a instalarse en él. La noche es sorda, no sabe ni de prolongarse, ni de compadecerse de los amantes. No aspira a ser cómplice de la atrocidad del deseo, y, sin embargo, a ella siempre le toca una parte. Por eso, cuando se perpetra la masacra del amor cierra los ojos, los cierra siempre, ya los cierra antes de que los amantes se encuentren. Es un procedimiento matemáticamente demostrado el que dos cuerpos se encuentren y se amen, por eso no da tregua y cierra los ojos, antes incluso de que los dos seres destinados a amarse se conozcan. Y al cerrar los ojos la noche nos deja a oscuras, y los que no queremos oír el ruidos de la cisterna ahogando las penas después de medianoche, dormimos y soñamos bellezas intangibles. Boskeff pasó su mano por la espalda de Marilia, la había estado pintando toda la tarde y no se tapaba más que con una cortina, un visillo totalmente transparente, que él le había pedido que se pusiera por encima, y que le daba el aspecto de una diosa de la naturaleza. La mordió en los pechos, el los labios, en los dedos, y a continuación la llevó a a recostarse en para comenzar un rito de persuasión innecesario, porque ella estaba dispuesta a ceder en todo, y sus pezones se erizaban buscándolo. Entre jadeos escucharon que alguien golpeaba débilmente con los nudillos en la puerta, se trataba de Marcello Giani, que en noches parecidas arrastraba su enfermedad en busca de un poco de compañía. Siguieron amándose e ignoraron el crujir de la puerta, mientras el agente daba ya la vuelta encogiéndose de hombros y bajando la escalera con dificultad porque la absenta todo lo nubla. La indudable estrechez de la muerte nos hace a todos más democráticos, pero es más cierta la enfermedad, o la vejez con lo que tiene de incurable, si hemos de aprender de un cuerpo que sufre un sufrimiento prolongado. También añadió a Marilia en uno de esos cuadros que mostraban una anciana, casi esqueleto, un alma a punto de expirar, el aspecto del cadáver que aún palpita, las manos débiles y los ojos en blanco, se abren al afecto de un ser querido que la abraza en su lecho. Su hija o su nieta, a la que da forma y expresión el rostro desolado de la amante, mientras Boskeff da agresivos golpes de pincel sobre el lienzo. No era el arte el que había perdido la fe en la solidez de los moribundos, eran que los artistas se ocupaban en salones de baile y escenas campestres. La idea de la joven asistiendo día a día al deterioro del cuerpo envejecido, abrazándolo, amándolo con ternura de hija a un cadáver que se perpetua en la enfermedad había que extraerla de la imagen, del contraste de la belleza joven y como el afecto resiste a pesar de la putrefacción de la carne que estrecha contra sí. La matemática de la noche se hacía cómplice de sus jadeos, y Boskeff se exprimía hasta quedar exhausto, hasta caer agotado y dormido después de haber perdido la noción del tiempo. Por la mañana no recordaba nada de los sucedido, y se levantó de mal humor, mientras, Marilia tomaba un café moviendo las piernas y canturreando una vieja canción de orquesta de baile.

-Cuando hay objetos por medio del cuadro, en ese terreno, por ahí es por donde

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mejor me desenvuelvo, entre tazas, sillas, zapatos sucios y ropa de cama. Objetos cotidianos con los que nos relacionamos como si formaran parte de una gran familia de seres inanimados dispuestos a soportar todos nuestros malestares. Sobre este panorama de la tarde en la que me pongo a imaginar nuevas formas y colores, coloco el motivo principal, que en este momento es Marilia y su cuerpo desnudo. Siento no poder ser más explícito, es lo que puedo decir acerca de mis cuadros más apreciados, querido Marcello. Los trabajos de familia en casas ajenas no son del todo míos, pido consejo, pregunto como desean que se realice, si hay cosas con las que estén encariñados que desean que también salgan en el cuadro, hasta permito que sean ellos los que escojan el lugar de la casa en el que desean posar, siempre que se trate un cuarto bien iluminado.

Marilia los miraba hablar sin intervenir, y Boskeff tenía una expresión sombría, de no poder concentrarse en el presente. Nadie hubiese adivinado entonces que una parte suya había empezado a preocuparse por lo que consideraba parte de él y no podía ver a diario, del mismo modo que se miraba en los reflejos de los cristales o en los espejos. No se encontraba del todo en lo que vivía, en las conversaciones o con aquellos con quienes compartía algunos de sus mejores momentos, la tristeza era inmanente a la ausencia, y la cordialidad necesaria por su creciente falta de interés por el mundo real. La conversación cambió de signo, y Marcello enlazó un accidente callejero (un carro había arrollado a una señora que vendía flores) con las desgracias de aquellos enfermos que nunca se recuperan, y conviven con su enfermedad de forma natural.

-No es grato estar enfermo. Hay gente que ni siquiera es consciente del dolor que eso supone para su familia. Mi mujer estuvo durante años tendida una una cama, y sin perder el humor. No la puedo olvidar, era positiva, y nos animaba a todos con sus recuerdos, siempre divertidos. Apenas le quedaban unos días de vida, y ella seguía comunicando todo lo positivo, y toda la energía que era capaz de acumular. Sólo tengo buenos recuerdos -hablaba de su mujer enferma olvidando que él también lo estaba de gravedad, poniéndose en la situación en que los sanos hablan de los que no lo están, tal vez en la creencia de que eso lo lleva por un minuto al terreno y dimensión de la salud, porque todos creemos en nuestra salud y adoptamos esa postura de superioridad del que se encuentra lleno de confianza, pero nadie conoce la verdad de su tiempo de vida, ni lo valora, sencillamente nos dedicamos a creerlo infinito.

Una primera impresión llevaba a Boskeff a no creer que Marcelo hablara de la enfermedad de otros como si fuera algo que a él nunca le afectara, la diferencia evidente de juzgarse a sí mismo y sus posibilidades, distaba mucho del drama que sí encontraba en los recuerdos. Unicamente aquellos momentos de reflexión podían llevarlos a ser amigos, más allá de sus relaciones comerciales o del interés por conocerse como parte de un negocio. Pero no había ni sombra de estrategia en ninguno de los dos, no eran de ese tipo de personas que lo calculan todo en base a un futuro inmediato al que les interesa adherirse y que nunca confesarán.

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La Extracción Del Mineral

Experimentaba sensaciones que no podía ordenar inmediatamente, aunque su madre y su hermana eran de mucha ayuda en todo. Algunas cosas se iban arreglando, como lo de empezar a trabajar en la escuela o lo de conseguir algún espacio extra en la casa de sus padres, si bien, ya había decidido tener su casa propia. La ceremonia del asentamiento se iba produciendo adecuadamente, sin dificultades ni retrasos, pero además de todos los recuerdos melancólicos que le producía la luz, el aire y los recuerdos infinitos. Estaba inquieta, en ocasiones no lo podía disimular y eso no era normal en ella. Los hombres sometidos a un sufrimiento superior se conocen a sí mismos, saben cuánto valen, y descubren que por evitar el sufrimiento no es tan difícil vender la propia dignidad. Las cartas que Boskeff iba enviando a Ronna, estaban llenas de excusas, en ellas existían razones imprecisas que una y otra vez aplazaban el momento de reencontrarse. Resultaban de un optimismo poco creíble y proponían que mientras las cosas siguieran prósperas y las propuestas de trabajo siguieran apareciendo, él debería seguir aprovechando el momento y posponer cualquier viaje. Si hablamos de enfrentarnos al mundo, todo se acaba refiriendo a las fuerzas necesaria, a nuestras propias fuerzas. Renunciar a lo dispuesto por nuestros deseos puede tratarse de una imposición, porque la acumulación de energías nos puede ayudar a resistir un crudo invierno, una crisis o un largo viaje en condiciones penosas. Para ella, en las circunstancias de un reciente cambio -lo que parecía afrontado de forma radical y definitiva-, desde el primer momento, desde el instante posterior a la llegada a la casa de su madre, todo se reducía a ir acumulando esa energía necesaria, sin prisa, sin obsesionarse, pero sin ceder un minuto a las casualidades o a la distracción. A partir del momento de instalarse en la casa de su familia, se dispuso con determinación a recuperar, lo que ella consideraba, un estatus perdido, y podría haberse descrito sin rubor, podría haber intentado demostrar que cualquier esfuerzo por descomunal que pareciera, en poco tiempo estaría a su alcance. En sus años de juventud ya había estado orientada a tanto sacrificarse, esa era su naturaleza, y ahora, la acumulación de fuerzas entroncaba, sin miramientos, con el deseo de no dejarse llevar por la adversidad de los peores tiempos que había conocido. Se puso de acuerdo con los miembros de la familia para que estableciendo turnos cuidaran a Sheyla que se recuperaba de su resfriado, hasta el abuelo estuvo de

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acuerdo en colaborar, lo que resultaba sorprendente porque apenas se movía de su sillón en todo el día. Mientras, ella debía seguir con sus visitas y sus gestiones, lo que le resultaba incómodo por la forma en la que se había organizado, abriendo demasiados frentes y compromisos en un mismo día, pero aceptando que eso aceleraría su proceso para instalarse. Llevó los documentos que le habían pedido en el ayuntamiento para establecer la dirección en la que vivía como residencia habitual, aunque eso tendría que cambiarlo más adelante, estuvo en una reunión de la asociación del colegio, a la que no pertenecía pero como le dijeron que sería conveniente que fuera, allí estuvo. se pasó también por la tienda del pueblo, que también era de una vieja amiga que le había heredado de sus padres, quería poner unas cortinas nuevas en la habitación y después de saludarse y contarse las últimas novedades allí estuvieron ñas dos escogiendo las telas un buen rato. Todo lo que sucedía aquellos primeros días, nada tenían que ver con con su deseo de avanzar, se movía sin resuello, pero era consciente de que todo tenía su propio ritmo, y que por mucho que lo intentara debía esperar los plazos previstos para que las cosas sucedieran. De camino para la tienda en la que se encontraba, vio a Giácomo Modeo rodeado a gente del pueblo, esta vez estaba en la calle y no dentro del pub, no la vio. Pero lo que me parece sobresaliente resaltar no es que estuviera de nuevo rodeado de amigos, sino que esta vez hablaba de política y no de arte, ella pudo escucharlo y comprendió que se trataba de un discurso en contra de los extranjeros, y de aquellos que pretendían instalarse en el pueblo para beneficiarse de su prosperidad. Nada nuevo, o que ya no hubiese escuchado en la ciudad, Giácomo argumentaba sobre la falta de trabajo debido a la crisis, y la estabilidad que debían proteger, y que les proporcionaba la mina de carbón, y a continuación hablaba de enfermedades y de muerte con tanta naturalidad que daba miedo. Acusar de los extranjeros, de traer enfermedades, ideas catastróficas, plagas bíblicas y causar el desmoronamiento de una sociedad era un discurso que sólo podía tener cabida entre gente muy ignorante, o inocente, si se prefiere, y la educación era fenómeno que el Partido Oficialista se había encargado de desprestigiar y entorpecer durante años. Entonces él no sabía que los costes de transporte provocarían que se deprimieran también los salarios de los mineros, y que la depresión les alcanzaría aislándolos aún más del mundo. Se tomó aquellas palabras como una ofensa que no deseaba tenerle en cuenta, pero empezó a pensar en la necesidad de un candidato que se opusiera a las ideas de desprecio que Giácomo vertía hacia los extranjeros. Lo comentó con su amiga de la tienda y obtuvo la respuesta que esperaba, nadie quería presentarse porque los cambios en la política podían no ser definitivos y representaba un compromiso demasiado grande.

-Giácomo se ha convertido en una persona importante en estos años. Convocarán elecciones libres, pero los de siempre siguen, en cada pueblo tienen un candidato bien pagado -dijo Sarita, la dueña de la tienda, a la que tampoco le gustaba el discurso de, “los nuestros primero.”

Siempre existe una distorsión entre humanos que apela a la convivencia como única salida a la desigualdad. La necesidad de un concierto de amables acogidas para que

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nadie se sienta desprotegido o desamparado. Del mismo modo que su familia la había recibido sin reservas en aquel momento difícil, había un sentimiento de confraternidad en ella que tenía que ver con las simpatías y bondades de la gente accesible, por vecindad o por una dimensión superior de piedad, lo que casi nunca iba unido a la religión nacionalista que se practicaba. Tenía suerte de ser reconocida, sus rasgos no habían cambiado tanto, y de que todos comentaran sobre sus intenciones, aunque no tuvieran ni idea de cuales eran sus planes. Se había estado paseando por todo el pueblo sin reparo, favorecida por la decisión de no dejarse intimidar por el hecho, de que su regreso se debiera a un fracaso que arrastraba desde otro lugar. La saludaban, algunos la apreciaban, como en otro tiempo había sido, se prolongaban los más notables momentos de su vida, pero el reconocimiento era con su apellido, con su familia, con sus abuelos y con aquellos que en otro tiempo también se habían relacionado y con otros habían construido todo lo que hoy parecía estar allí desde siempre. Por eso, en lo que se refería a no sentirse rechazada, la hacía sentirse optimista, pero de no haber sido así, hubiese estado dispuesta a luchar sin tregua, por hacerse un lugar en el mundo. En las charlas que Giácomo Modeo daba para sus vecinos, no dejaba de repetir los mismos argumentos aburridos que algunos preferían evitar, cambiando de acera, o dándose media vuelta si celebraba sus reuniones en la calle, y resultaba imposible pasar sin escuchar alguna de sus sentencias pesimistas acerca del futuro, incluso para una mujer como Ronna, capaz de descubrir un engaño en cuanto lo viera, intentar no juzgarlo por una posible fidelidad a la antigua amistad era tarea ardua. La llegada de una comisión de trabajo del partido, sirvió de apoyo a Giácomo, iban juntos a todas partes, y nadie, ni los más confiados podían suponer que se trataba de establecer las lineas más duras de actuación en todo el País, nadie supo relacionar aquella llagada con la entereza de nuevos discursos cada vez más duros y radicales. Ya no perseguían convencer a un número mayoritario de ciudadanos para que los votaran, se trataba de expandir aquellas ideas en contra del desorden obrero, del peligro de los extranjeros o de la inconveniencia de la modernidad. Y esto último era sorprendente, porque la modernidad parecía cuestionar algunas de sus consignas, y creían poder sobrevivir oponiéndose a todo progreso, lo que no era del todo un error, al menos en Valrovia. Sólo una falta completa de esperanzas paralelas podían parar aquel impetuoso ataque contra la razón, todos sabían lo que quería decir que les prestaran tanta atención y que los grupos de trabajo se estuvieran moviendo con rapidez y sin esconderse por todas partes. Para los inmigrantes se trataba de la noticia de una persecución y algunos apenas salían a la calle, incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos. Los cambios prometidos se iban a dar un baño de democracia, del mismo modo que los camaleones cambian de color según convenga a sus necesidades, pero los planteamientos y propuestas no habían cambiado, como no cambia la raíz del árbol con el cambio de estación. Ronna lo tenía claro, y ella misma se hubiese presentado como opositora a Giácomo por algún partido de los que buscaban implantarse en el pueblo, si no fuera porque debía centrarse en sus propias necesidades. Se concedió un minuto para volver a las cortinas, no tenía mucho tiempo, y no

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debía dedicárselo a Giácomo. ¿De dónde había salido aquella impresión, aquel inesperado interés por la política? Así se iban disponiendo las cosas, sin haberlo planeado, y mucho menos haberlo deseado, en su vida entraban nuevos planteamientos, nuevos intereses, nuevas inquietudes, todos sus inamovibles principios empezaban a moverse y debía pensar en ello, porque sus prioridades también iban a cambiar. Todo el mundo de principios, alguna vez en su vida, tiene que tomar a una decisión que lo enfrenta con su propio orgullo y hace que se tambalee la opinión que tiene de si mismo. Tener principios es una disciplina, y en ocasiones la vida nos pone a prueba al respecto, haciéndonos ver que se trata de algo absurdo porque la voluntad natural funciona sin reglas, aunque, aparentemente pueda parecer lo contrario. Poco tardó Ronna, después de empezar a trabajar en la escuela, unos meses después de su llegada, y cuando empezaba a confiar en que todo empezara a ir mejor, en enterarse de que Boskeff vivía con otra mujer, y que aquellas cartas que le enviaba a las que acompañaba algunos billetes, no tenían el menor sentido. Tuvo entonces que buscar una sustituta para que los niños quedaran atendidos y pagarle generosamente, los días que estaría fuera, porque su decisión fue partir de inmediato en busca de su marido. De alguna forma se las arregló para explicar a la directora su inexcusable falta y convencerla de su seriedad a pesar de todo -lo que no era fácil, porque apenas la conocía y uno no empieza en su trabajo con problemas y ausencias desde los primeros días-. Su madre estuvo de su parte en todo, y la apoyó cuando le dijo que partiría para comprobar por sí misma el chisme que algún viajero había traído, y que se había propagado sin descanso hasta llegar a sus oídos. Sheyla había superado su resfriado y el cansancio del viaje y el cambio de costumbres, todo parecía ir mucho mejor para ella y quedó felizmente al cuidado de su abuela. Ni siquiera tuvo conocimiento directo de esa primera delación, así perdió la confianza que depositaba en él. Como un hombre parece tener clara intención de no someter del todo su fidelidad para siempre -así lo entendió-, la decepción no se limitó a círculo familiar, sino que empezó a sospechar de las malas intenciones de todos los hombres, de las que hasta entonces, por alguna extraña razón, había estado protegida. No se había sentido acosada, y si alguna vez sus ojos se habían cruzado con otros ojos que la buscaran para conducirla al deseo y comprometerla, lo había olvidado con rapidez, y no le había dado mayor importancia. Nunca se había sentido tan humillada. El tramposo que movió semejante noticia dejaba en el aire alguna esperanza, porque tenía que ser un tramposo el que se dedicaba a difundir la amargura sin ningún reparo. Pero ella seguía triste, de nada le servía buscar excusas o posibles errores, se lamentaba sin dejar de verse en la escena que se produciría en unos días, un reencuentro frío, calculado y sin concesiones.

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La Pasión Nefanda Del Delator De Sueños

Por fin, levantándose del catre, tuvo tiempo Boskeff de mirarse en un espejo. Si Dios existía, en su infinita bondad, había otorgado al hombre los espejos para sacarlos de lo subjetivo de la vida, de su error de creerse a salvo de todo lo malo que veía en otros, de mirar siempre hacia afuera. Si su aspecto era tan lamentable se debía principalmente a su falta de previsión y al ceder el estupor lo invadió el miedo. Entonces empezó a reconocer que la soledad lo convertía en un animal huraño, insociable, sin gana, desnudo ante el espejo e intentando entender qué le había pasado, para creer que podría pasar del mundo y vivir unicamente pensando en la pintura. Tal vez, en esa misma habitación, en otro tiempo, albergó un sentimiento de ternura hacia su país, su gente y su familia, pero ahora lo había olvidado, no había esperanza. Sólo un iluso hubiese creído que había solución para sí mismo sin contar con otros, dejando que Marilia lo abandonara poco después de la recaída de Giani, devolviéndolo a la realidad. !Qué poco duró su amistad! El tiempo de quererse y unos posados, que no fue mucho. Por fortuna, había terminado los cuadros que le hizo a su sirena, unas veces con cola de pescado, otras con alas de ángel. Con un absurdo comentario acerca su imagen y lo grotesco que le parecía, Boskeff dio media vuelta y arrastró un taburete bruscamente, parecía cansado, y su imagen le respondió con un silencio abismal; entonces se recriminó por haber sabido desde el principio que no le hubiese pedido a Marilia que se quedara demasiado tiempo. Allí con los brazos sobre una mesa sucia intentó corresponder sus aspiraciones y su falta de sueños, se estaba apagando sin remedio su alegría. Las pequeñas maldades y dramas con los que la vida nos trata tienen la indecorosa exactitud de lo improrrogable. Ahí estaba de nuevo, oyendo la exigencia atronadora de una puerta golpeada por una mano reconocible. ¿Era posible que aquella forma de llamar fuera la de Ronna? Llegó sin previo aviso, con la desgana propia de un fraude y sin demasiada confianza en las razones que la habían movido a dar aquel paso. Posiblemente, lo que evitó que su matrimonio se fuera por el desagüe fue que Marilia había desaparecido, y que Ronna no la encontró en el piso a su llegada, además, aquel sentido caótico de la existencia, el desorden y la suciedad no dejaban ver que él viviera en una agradable fiesta permanente, sino todo lo contrario. Punto por punto exigió conocer los aspectos de aquel cambio, de lo que se significaba y si se encaminaba a alguna parte o sólo se dejaba llevar por el abandono, él, dócil, se dejaba de nuevo llevar sin que le pesara. Pocos hombres sabrían dejarse llevar por el ímpetu de la persona que amaban como él lo hacía, y eso también jugaba a su favor. Y muy pocos, rehacerse de sus cenizas y salir airosos de las situaciones más difíciles, de la forma en que él lo hacía.

-He venido porque todos comentan lo de esa mujer -entonces vio los cuadros-, ¿es ella?

-Sí, es ella.

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-No quiero saber nada. Nunca la menciones, olvídala, como si no hubiese existido. Aún no sé como afrontaré lo que nos quede, pero sé que si me hablas de ella alguna vez, y se me hace presente como una condición no deseada en mi vida, entonces tendrás que irte. Lo siguiente es recoger, que plantes todo lo que tengas en marcha, cualquier cosa que hallas empezado, y mañana que partas conmigo hacia Valrovia, ¿estás de acuerdo? -lo desafió.

-Si, pero tengo un amigo enfermo, al que me gustaría visitar antes de salir.

Sufría por lo que estaba sucediendo, no podía prestar mucha atención a sus razonamientos, sufría como una luz que se agotaba crujiendo y no lo escuchaba, pero aquella tarde lo acompañó a casa de Giani. Lo miró con la abyecta sensación de no conocerlo, con aceptar la traición de un extraño, pero con el convencimiento de que no podía hacer otra cosa. No le contó nada de como iba todo, de que había empezado a trabajar de maestra, y aunque él se lo pidió, se negó a contarle nada de Sheyla y de como se desenvolvía en casa de sus abuelos, se limitó a un lacónico “se encuentra bien” y de nuevo el silencio entre los dos. Una amistad creada alrededor del interés por el arte empezaba a consolidarse, se decía a menudo Giani mientras alimentaba la idea de conseguir trabajos y críticas de prensa para su amigo. Aceptaba las crisis de su enfermedad con paciencia, aprovechando para releer viejos libros y prestar atención a sus asuntos domésticos. Así pasaba las horas cuando recibió la visita de Boskeff, estaba recostado y las mantas bien prendidas y cogidas con ambas manos sobre el pecho. A Ronna la saludó con desgana, adivinando algún tipo de conflicto y observando que ella tampoco deseaba entablar ninguna conversación, como si acompañara a su marido por compromiso. Dentro de la habitación no parecían dispuestos a tener una reunión agradable, pero era espaciosa y las cortinas estaban abiertas, lo que hacía posible que ella se hiciera la distraída viendo hacia la calle y moviéndose hasta dejar espacio a los dos amigos. Nada hacía predecir al enfermo un buen resultado de la visita, no había sensaciones agradables, estaban tensos, y Boskeff le dio la noticia de su partida sin alargarlo demasiado. En aquella casa había de todo, era un mundo diferente al transitaban habitualmente, aunque Boskeff, por su trabajo había visitado lugares a los que ningún hombre trabajador tenía acceso, jardines de ensueño, moradas principescas habitadas por hombres del más alto rango, religiosos, militares, políticos o banqueros. Mientras Ronna inspeccionaba con disimulo todo aquel derroche, desde los muebles en maderas repujadas con dibujos detallados, los espejos grandiosos, las cortinas amplias, pesadas y tupidas y todos los objetos artísticos que adornaban las vitrinas y los anaqueles, Boskeff, hacía entrega a su amigo de los cuadros que le había hecho a Marilia, apoyándolos contra la cama y señalando que a él le parecían muy buenos y que le haría muy feliz que una persona que apreciaba los tuviera. En Ocasiones, en el reconocimiento que se tienen los hombres, hay una evidencia de justicia, de poner las cosas en su sitio, y de alcanzar uno mismo su propia medida. Una imprevista convulsión, seguida de ataque de tos agudo hizo que la mucama se acudiera a toda prisa para darle su medicamento, y ese fue el momento que marcó la

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despedida. Hubo entonces un silencio y cuando parecía que ya se iban a dar la vuelta para abandonar la habitación, Boskeff le dijo que le escribiría, y que ojalá algún día pudieran volver a verse. Cómo había sucedido todo aquellos meses hasta llegar al punto de haber perdido dominio sobre sus decisiones, era algo que el pintor no terminaba de entender. No era capaz de interpretar qué tipo de sustancia se había colado entre su sangre, el tacto de sus dedos, las ilusiones o las interpretaciones que hasta entonces hacía de cualquier cosa. Por muchas vueltas que le diera jamás entendería qué lo había llevado a despojarse de cualquier responsabilidad o juicio, y decidir que ninguna tenía un valor censurable más allá de no luchar por sobrevivir aún cuando lo creas todo perdido. Ya sólo podía tener presente que dejarse llevar era lo que estaba haciendo, no desde que aceptara dejar la ciudad y su trabajo atrás, sino desde mucho antes, desde que no tenía voluntad. No le hacía falta un espejo para este viaje, en lugar de recordar debería pasarse por imágenes recientes, la impresión de su propio cuerpo desnudo para un autorretrato deba la expresión de sus sus últimos miedos. Esta forma de actuar tan desordenada como inesperada nunca antes se había manifestado: la definición de un hombre no se altera por perderse, y a veces andamos perdidos. La llegada de nuevos amigos añadió confusión pero también le había dado el respiro que necesitaba, todo estaba bien hasta ahí; el distanciamiento con Ronna pudiera parecer un agravio en el que sólo él tenía parte, pero lo cierto es que tarde o temprano ese distanciamiento termina por suceder. Se dejaba llevar por la única persona que podía enfrentar con autoridad a las contradicciones surgidas de aquellos días; contradicciones que no se iban a resolver por poner tierra por medio, porque nada resolvía la idea de un arte que debe sacrificarlo todo. Absurdamente dispuesto al sacrificio, en el viaje de paisajes inesperados, respiró un aire que no recordaba y eso lo despejó, dejó de encogerse y se planteó buenos propósitos. Esta facilidad para cambiar de posición lo hacía confiar cada vez menos en sus propios deseos, detestar conocerse tanto y tener que reprimir sus emociones. Debía marcar las líneas de conducta que encajaran en el mundo que ella diseñaba, no para él, ella lo hacía por tener una familia, lo que era una elección personal. Pero no una familia cualquiera, había unos límites de compromiso y por eso la idea de aquel viaje fue dejarlo claro. La miraba y no podía dejar de admitir que luchaba por lo que quería, y que hubiese ido y venido por aquel mismo las veces que hubiese hecho falta si una pequeña solución a los problemas se adivinara detrás de tanto sacrificio. Y después estaba el silencio, la desgana, no querer hablar con él porque no tenía nada que decirle, esa forma de interiorizar que se alargaría en el tiempo como se alarga la desgracia después de cada derrota. El silencia era más que incómodo, era doloroso, y tendría que asumirlo. Bajo ese punto de vista no resultaba extraña la ambición y la sed de batallas por ganar que otros esgrimían, resultaba muy probable que estuviera equivocado y que todo el mundo estuvieran en los cierto. Este es un mundo para los que están dispuestos a ir a la guerra, a librar batallas, a fracasar, pero sobre todo a ganar, tendría que aceptarlo muy a pesar suyo. Sacó un pitillo y se lo puso entre los labios. Todo el mundo parecía fumar en aquellos tiempos, y él había empezado a hacerlo también. Todo el mundo fumaba, o

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había empezado a fumar, miró al carretero que tiraba de las riendas mientras exhalaba una nube de humo al momento extinguida. Dicen que existe una relación directa entre entre el tabaco y la ansiedad, la obsesión de los que son capaces de sentir que mueren tan lentamente como envejecen. Podía ser también su caso, una forma de enfrentarse a la pérdida de facultades y la inutilidad de cualquier forma de vivir, también la inutilidad del arte. Los artistas, y Boskeff lo era profundamente, son inconscientes e incorregibles, mucho de ellos nace de la espontaneidad y la intuición, debemos reconocerle todas las características propias del talento. De pronto encontrarnos con un artista hasta sus últimas consecuencias, debería exigir de nosotros un trato reverencial, y un consentimiento desigual. Si nos encontráramos ante un ser corriente, no sería necesario, pero..., ¿cómo tratar a un hombre que sufre, goza y percibe la vida hasta empaparse? El riesgo emocional no es menor, y sus reacciones tampoco son predecibles. La mayoría de sus amigos, clientes, familiares, admiradores y críticos, no son conscientes de la cualidad que los artistas tienen para percibir la vida abiertos de carnes, y los tratan quitando importancia a su presencia casi mítica, o por el contrario intentan un respeto tan poco natural como el que se le tiene a un obispo. Por eso, casi nunca están cómodos en ningún ambiente que no sea bohemio y pecador. Por su parte Boskeff, había cometido -bienintencionadamente-, el error de desear una familia, lo que para un ser de esta índole estaba necesariamente llamado al fracaso. El camino estaba lleno de agujeros enormes, y apenas hacían nada por evitarlos, se movían de un lado a otro o dando saltos, con una violencia inesperada en tramos de cuestas pronunciadas. La conocía bien, ella no protestaría por mucho que el carretero se empeñara en llevarlos por el peor de los sitios. La primavera iba sin freno, y no sintieron frío en ningún momento, eso al menos era una avance, pero las lluvias del invierno habían arrastrado tanta tierra y tantas piedras que el suelo parecía un campo levantado para la siembra. Enfrente estaba un nuevo reto, y se acercaban con un movimiento incesante, eso era lo que debía importarle. De acuerdo, nada iba a ser fácil, pero nada iba a ser imposible, de una forma o de otra, algún sitio habría para él en aquel lugar retirado del mundo.

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Las Pérdidas Asumidas

Desde la angustia todo sucede en ocasiones con una fragante corrección. Toda la cultura, la familiaridad de la poesía y las palabras condescendientes, nos llegan

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precedidas de faltas, de pureza y de verdad. Se sobreentendía su estancia en aquella casa, pisando con cuidado por lo que tuviera de falsa firmeza, recortando el final de las frases porque le parecían demasiado largas. Era la suya, la implícita estructura osea de una voz desconocida, pero la reconocía si llegaba a escucharse con atención. Se constituye la convivencia sin apenas referentes, más allá de ser algo de alguien, pariente o amigo, da igual; si al final cualquier movimiento termina por estar confinado, retenido, poco natural, preso de inmodestia, el conocimiento del otro se va apretando, constriñendo hasta el desmayo. Por este deambular de sensaciones incómodas de seres extraños en casas ajenas es por lo que siempre se termina por avanzar en la precisión de una ruptura, que con Boskeff no podía ser de otro modo que amistosa. Por esta sucesión predestinada de los acontecimientos, he llegado a pensar si de algún modo podría su amada mujer haberlo presentido. No había pretendido que todo sucediera así, pero algo inconsciente la llevaba a rescatarlo de su vida, de sus pecados, y al llevarlo al pueblo demostrar que existía, que no era una invención de madre soltera, y que aunque no pasaran por su mejor momento, se habían amado hasta la extenuación. En poco tiempo Boskeff estará extenuado de llevar una vida que no comprende, todos intentan ser amables, sin embargo, una barrera infranqueable de no decir lo que se siente realmente se alzará entre él y el resto de los ocupantes de la casa. Después llegarán los silencios y no superará los reproches de su mujer, los que con miradas le haga, porque apenas se hablarán. Ella lo sabe, sabe que sucederá, que no aguantará la presión, y que los abandonará. Ha pasado un tiempo desde su llegada, nada ha sido casual, está contento de ver de nuevo a su hija y ha empezado a trabajar en la mina. Como no podía ofrecer todo lo que se esperaba de él, mediante una aparente animosidad, se aproximaba el día de poner las cartas boca arriba y decidir si prolongar la situación, que por artificial no menos incómoda. Esa inseguridad tendida desde el primer momento, y precedida del ultimatum de Ronna, del viaje que ella hizo para poner las cosas claras y de su propia convicción para poder afrontar su pobreza, ponía delante de sí la necesidad de un esclarecimiento, de la definición de su forma de estar y de vivir en su nueva casa: y cuanto más lo pensaba más fuera de lugar se encontraba. A medida que pasaban los días, sin poder culpar a nadie por ello más que a sí mismo, más convencido estaba de que debía abandonar a su familia, y eso era una decisión que lo ponía al borde del abismo. Había llegado el momento definitivo, se había situado en el límite, el lugar que buscan los artistas, el borde del precipicio por el que discurrir en equilibrio sin caerse, y se trataba de un paso más, el punto acápite de su matrimonio. Durante el tiempo que vivió en la casa de los padres de Ronna, estuvo sufriendo de indecisión, y en un momento preciso supo que iba a ser siempre así. Fue entonces cuando una revelación le llegó en medio de su vida desorganizada, y esa era, “amaba a su mujer y a su hija, y debía permanecer lo más cerca posible de ellas, pero no era capaz de guardar el mismo techo, de seguir en la misma casa, sin temor a morir en el intento.” Y así, convencido de que su revelación era una señal verdadera, convencido de sus motivos habló con Ronna y descubrió que ella no pondría ningún impedimento a un hecho de tanta transcendencia, y que tenía ya los tintes de lo irreversible entre sus costuras. Fue

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entonces cuando tuvo la sensación de haber cumplido un deber superior al acompañarla aún sin la convicción de hacerlo, y de que ella se había planteado en primer término, como un compromiso de ciudadanía, mostrar en el pueblo al padre de su hija, al hombre con el que estaba casada, y el resultado de unos años de fiel compromiso: lo que sucediera en adelante, si se amaban o no, si superaban sus diferencias, o si decían separarse, eso ya no tenía la misma importancia. De haber sido engañado, éste se habría producido con una dulzura exquisita que habría sido rozado sin apenas enterarse, o eso, o que todo diera igual, su decisión no era importante, que hiciera lo que quisiera, parecía extraer de las respuestas insensibles, casi indiferentes, de su mujer. ¿Habría ella estado deseando en secreto que diera ese paso? Nunca lo sabría. Llegado a este punto, ya nada lo ataba más allá del afecto por su hija, y se buscó una habitación en el pueblo, a la que volvía los fines de semana, después de haber picado y extraído de la roca, cargado en arquetas de hierro y empujado sobre vías férreas, el carbón que empezaba a teñir su piel hasta igualar sus pretensiones artísticas a cualesquiera otras que sus compañeros tuvieran. La mañana que abandonó la casa para siempre lo hizo sin más que una bolsa con algunos objetos personales, la misma bolsa que arrastró desde que abandonó la universidad para entregarse por completo a la pintura, y la misma bolsa que aportó a su matrimonio el día que se casó con su mujer. El silencio era total, todos dormían y se condujo con sigilo; a pesar de su intento por pasar desapercibido Ronna abrió los ojos y lo observó decidido pero débil, dejando sobre la mesilla de noche una carta que ella debía leer más tarde, y en la que le exponía sus razones para dejarlo todo. La conversación que se produjo entre los dos en ese instante fue muy corta. Ella no consigue desperezarse del todo y se apoya en el cabezal, habla muy bajo, y pregunta, “¿entonces has decidido irte?,” a lo que el responde que sí. En ningún momento existe por parte de ninguno la intención de hacer pensar al otro en los mismos términos.

-¿Vendrás a ver a la niña?, ¿Vuelves a la ciudad?

-Vendré a verla siempre que pueda. Seguiré en la mina. He alquilado una habitación, estaré bien – después la besa, besa la cabeza de su hija que duerme en su cuna, y sale procurando no hacer ruido. Todo ha terminado.

Tan esclarecido quedaba el horizonte, a partir del ejercicio de la libertad forzada a la que se enfrentaba, o más bien a la libertad a la que se arrojaba sin remedio, que el tiempo que tenía libre lo dedica a deambular por el pueblo sin timidez. Extrañado de la respuesta de los ciudadanos a los discursos del candidato -al que ya conocía porque había oído hablar de él en la casa de sus suegros-, del sostén de los aplausos que lo mantenía en una enfervorizada categoría de desdén hacia el drama de los desposeídos. La muerte acudía al mensaje entre líneas como única finalidad, “morirse en el pueblo de sus ancestros sin que nadie cambiara sus costumbres antes de que ese momento llegara,” parecía justificación suficiente, para proclamarse símbolo de un sentir que parecía conocer sobradamente. La sofocante aproximación de las elecciones creaba la falsa expectativa de libertad,

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que por la reacción de los ciudadanos parecía sincera, todo resultaba difícil de explicar en esos términos. Todo resultaba tan artificial a medida que se aproximaba la fecha de acudir a depositar la papeleta en la urna, que nadie hubiese dudado de la buena voluntad de los gobernantes de llevar a cabo el cambio democrático prometido. Insinuar que en realidad nada iba a cambiar le hubiese generado algunas enemistades en el pueblo a Boskeff, sin embargo, en el seno del movimiento sindical clandestino que aún se movía en la mina, existía el descreimiento de todo lo que desde la oficialidad les llegara. La creación de un partido paralelo al Partido Institucional, fue la última creación de los hombres que visitaban a Giacomo con la intención de que todo tuviese una apariencia más legal. Aquellos hombres no reparaban en gastos, y llegaban hasta el pueblo más pequeño, todo respondía a un plan perfectamente elaborado y consentido. Si tomamos en cuenta, la buena voluntad de la población, el deseo de una transición pacífica y el deseo de llevar vidas sacrificadas, pero sin sobresaltos, no es difícil de entender que el día de las elecciones todos fueran a votar vestidos con sus mejores galas; Boskeff también lo hizo y lo hizo delante de Ronna que estaba sentada identificando los nombres de la documentación que los votantes le facilitaban, sobre una lista que le habían proporcionado a tal efecto. Apenas la miró, deseaba acabar pronto, se saludaron, y eso fue todo. Es posible que detrás del procedimiento político haya siempre una necesidad de contentar a todos que nunca termina de ser satisfecha, y que por eso debe complementarse con la justicia. Esta necesidad de pedir justicia, más allá de donde los poderes democráticos pueden llegar, tampoco estaba suficientemente bien esclarecida o desarrollada en las nuevas propuestas del estado, y el descontento en la mina era creciente. Las situaciones de desamparo creadas a los efectos de nuevos turnos -turnos que se habían implantado sin negociación previa, y que prolongaban la permanencia bajo tierra-, provocaban una excitación latente de la que no se podía culpar a instigadores llegados de fuera, o a órdenes políticas y sindicales que pretendieran confundir las nuevas expectativas del proceso, que se decía democrático, en el que estaban envueltos. En todo caso, una nueva situación de descontento iba de la mano, con las nuevas promesas de libertad y el uso que de estas expectativas hacía La Compañía del Carbón. Nada podía justificar algunos episodios de sabotaje quede folk aguardentosa empezaron a sucederse cobre todo en máquinas y herramienta, pero eso era una señal de que el conflicto tenía una gravedad creciente. Detengámonos un momento en el transcurso inmoral de la vida al margen de los conflictos y los dramas laborales, aceptemos que los ciudadanos deben seguir con sus vidas presionados por la naturaleza de su salud mental, de evitar una depresión continuada, porque de otra forma no le podemos llamar a aquello, lo que los lleva a esconderse de las malas noticias. Tal vez sea injusto trazar una linea tan gruesa sobre la inmoralidad de querer conservar todo el poder en las costumbres propias, pero los comentarios acerca de los extranjeros, a los que algunos acusaban de llegar para apoderarse del trabajo de los nativos, resultaba inaceptable. Detenernos en que la vida continúa para darle la espalda a otras inquietudes, nos lleva a los últimos acontecimientos sociales, inauguraciones, matrimonios y paternidades de personajes públicos, exposiciones culturales, inversiones en plazas y paseos y el tema de

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actualidad, la proximidad de unas elecciones, todo ello noticia repetida en los periódicos locales. Y que, sin embargo, coherentes con la divergencia oficial, jamás publicarían las desavenencias y devastaciones en el noviazgo del principal candidato. Cristalys rompió con Giácomo cuando faltaban apenas unas semanas para el día de las elecciones, nada tan artificial como les habría parecido a los periodistas si se hubiese tratado de un personaje principal en la marcha del equilibrio nacional, pero no era así, la importancia de Giácomo no estaba ni iba a estar más allá de los límites de su pueblo. Una inesperada reacción llegó desde el exiguo lenguaje licoroso de Cristalys -de la que todos conocían su pasado como vocalista principal de una banda de folk aguardentosa-, lanzando como insulto hacia su novio a grito “pelado” desde una de las ventanas de su propia casa todo tipo de críticas, cuando hasta aquel momento de desencuentro se había comportado con una timidez que ahora resultaba extraña. Aunque también puede sacarse de este suceso una doble interpretación, la huida por despecho al cerciorarse de que sus sueños de un matrimonio y una vida corriente se venían abajo, o también, la posibilidad de que hubiese descubierto algún aspecto del juego sucio político, lo que suele tener lugar en este tipo de enfrentamientos, y que de todo ello descubriera una parte de Giácomo que nunca antes había visto y que le resultaba muy falsa y desagradable. Y fue Boskeff en uno de sus paseos rutinarios el testigo de aquellos gritos exhalados por una mujer casi desnuda desde una ventana, y le sirvió para terminar de identificar una de las realidades a las que la vida nos somete, la conjunción de un número necesario de casualidades, para que la conciencia despierte a realidades que, hasta ese momento, tercamente habían permanecido ocultas. En cuestión de minutos, había pasado de retirarse de uno de los mítines callejeros de aquel hombre que empezaba a resultarle insoportable, a toparse con su novia dando un discurso muy diferente por su parte, el único discurso de su vida, rudo, altanero y desorientado, pero muy eficaz. Y algunos días después cuando vio a Ronna sentada en la mesa electoral, y a aquel hombre no tan lejos de ella, conversando con sus amigos, ya no pudo evitar relacionar que las rupturas de las dos parejas se produjeran en tan corto espacio de tiempo. Esta imperiosa necesidad de conocerse llevó a muchos en el pasado a ser atraídos en la dirección de sus problemas, actitud perfectamente aceptada y asumida por la moral tradicional, aún en el convencimiento de que algunas uniones eran una bomba de relojería. Con la convicción de su recién estrenada libertad, Boskeff se quedó parado como un idiota, viendo a Cristalys evolucionar con todo su encanto natural, exponiendo medio cuerpo más allá de los límites de la ventada de su habitación.

-¿Y tú, qué miras? -le desafió. Boskeff se encogió de hombros sonriendo y siguió su camino.

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8

El Encanto De La Descomposición

Llegados a este punto, en el que un artista -así considerado por su inconsciente-, nunca antes bregado en trabajos que exigieran de él una fortaleza de cuerpo y una rudeza de carácter que no tenía, debía empezar a considerar cualquier aspecto extraño que hasta entonces lo envolviera delicadamente y lo protegiera del mundo. Debía sobreponerse, aceptar su destino y poner todos los medios a su alcance para no sucumbir en el intento. Él se veía débil, en inferioridad de condiciones, nunca antes instruido en trabajos parecidos, y poco apoyado por sus compañeros a los que apenas conocía, sin embargo, dispuesto al sacrificio. Esa iniciación inconsciente, era lo que los mineros llamaban “la prueba”, y que no era superada antes de un año por casi ningún neófito, tiempo en el cual, aquellos que pretendieran dedicarse a aquel oficio deberían decidir si era eso lo que realmente querían hacer, si estaban preparados para ello y si su salud se lo permitiría. La absoluta convicción de Boskeff, le hacía enfrentarse a cualquiera que pusiera en duda su capacidad, y así se fue ganando, uno a uno, el respeto de sus compañeros, sin necesidad por ello de duplicarse, competir a la carrera, o hacer parecer que podía ser cualquier cosa diferente a lo que era: Lo que había era lo que había, y no iba a necesitar más. Utilizó todos sus recursos para congraciarse con aquella rudeza que no le concedía ni un respiro, sacó fuerzas de sus carnes delgadas, de su mínima fisonomía, y no dejó lugar a posibles dudas sobre sus posibilidades. El interés por la política le llegaría después de haber encontrado una cierta estabilidad e integración en su puesto de trabajo. Lo que lo atrajo en primer lugar, fue el discurso y la desenvoltura de los oradores sindicales, que una y otra vez les repetían que el obrero debe hacerse respetar, y que los que se vendían aceptando favores, en realidad, los vendían a todos. A él, como a tantos otros, los folletos sindicales les abrieron un apetito voraz por textos más densos y complicados acerca de la acción revolucionaria. No lo planeó, de hecho, nunca pensó que pudiera suceder así, nunca había pensado en ello, pero al verse inmerso en un mundo de derechos vulnerados durante más de una centuria, cada nueva injusticia que llegaba a su conocimiento, provocaba la náusea que lo animaba a seguir leyendo y aprendiendo. Superó “la prueba” poco antes de cumplir el año, y lo supo porque notaba la confianza que todos depositaban en él, y eso le produjo una gran satisfacción. Si hubiese tenido suficientes años para apreciar en su totalidad la marcha de su vida, no estaría tan feliz, al contrario, posiblemente hubiese llorado. Hubiese sentido la amargura de sus fracasos sin retorno, el punzante reproche de presentirse inútil para el mundo, incapaz de sobresalir. Reflexionar acerca de la marcha de las cosas no era

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lo que solía hacer, así que no llegaría a reprocharse nada, al menos mientras las fuerzas no le fallaran y su corazón aún albergara algún sueño de aventuras y nuevos desafíos. Contemplar en su caso el valor de las casualidades empezaba a resultar más que conveniente. Él y Cristalys no eran lo que se podría decir, “una pareja afín”, no resultaban creíbles porque ella era sofisticada y el se había convertid en el transcurso de aquel año, en un incansable trabajador. No se trató de un intercambio de parejas con carácter definitivo, si bien todo encajaba mejor, había más confianza entre ellos y la parte que se refiere a Ronna y el nuevo alcalde, se superó con éxito cuando ella se fue a vivir, también con su hija, a la bonita casa amurallada que Gácomo tenía en el centro mismo de la Villa. Creo que mucho del descontento interior que finalmente, tal vez en nuestra vejez aflora, tiene que ver con hacer lo que nos conviene en cada momento, aún sabiendo que escapar a determinados sacrificios puede ir en contra de nuestra conciencia. En su caso, Ronna dejó de ver a Giácomo como un racista, de pronto al saber que ya no estaba con Cristalys, y al sentirse cortejada, atendida y llena de lisonjas gratuitas, empezó a sopesar que se había equivocado con él, y que posiblemente no era tan malo como en la distancia le había parecido. El viejo amigo de infancia del que tenía tan buenos recuerdos se manifestaba de nuevo, y en poco tiempo estuvieron viviendo juntos. Boskeff, trabajaba toda la semana y dormía en los barracones de la compañía, en la montaña, con el resto de mineros. Los fines de semana bajaba al pueblo y pasaba tres días con Crystalis en un piso que compartían como si se tratara de dos recientes enamorados, al menos eso pensaban todos. La distorsión de amores tan diferentes y distanciados se adecuaba, sin embargo, a las necesidades del momento. Los fracasos anteriores rebajaba cualquier exigencia, y resultaba poco creíble que una chica como Cristalys, que en unos meses aspirara a ser la mujer de uno de los hombres más influyentes de la comunidad, de pronto, en un giro retorcido en la torsión flexible de su pasado inconfesable y la asunción de su realidad más precaria, fuera capaz de acomodarse a compartir un pequeño piso con un hombre que no tenía nada que ofrecer. El espacio que marcaba su diferencia no era inocuo, le dolía la profundidad de la nueva vida de Ronna, y a la vez la superficialidad de la suya. Los veía pasar como una familia feliz, desenvolverse con todo lo necesario para una vida nueva y fructífera. De alguna manera estaba emparentado con el cacique del pueblo, y eso no le justaba, pero no iba a renunciar a su arraigo, al sentimiento que le hacía recoger a su hija y pasar horas con ella intentando comparar la calidad de sus minutos con otros que le pudieran dar. Conversar, eso era todo lo que necesitaba para ir metiendo en aquella cabecita la necesidad de no renunciar nunca a su padre verdadero. Le aterrorizaba la idea de que en algún momento también su hija pudiera rechazarlo, pero desde luego no se lo estaban poniendo nada fácil. Entre inciertos pensamientos había días de sosiego en los que Boskeff intentaba dormir pegándose a Cristalys, se trataba de un viaje fantástico en el sueño del que recogía los despojos de sus esperanzas y los prolongaba hasta el amanecer. Esos mismos sueños concertaban los nuevos cuadros a los que se dedicaba, los que iba haciendo en horas muertas, las horas que nadie quería y que habían sido abandonadas antes de morir. Había una

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ausencia de rigor, al intentar sobreponerse a todas las nuevas condiciones que la vida exigía, pero iba cerrando colores sobre telas que amontonaban en las esquinas polvorientas, y que Cristalys no se atrevía a tocar. La huelga general llegó de la mano de algunas medidas políticas que estrechaban el cerco sobre la protesta, encarcelando de manera preventiva a algunos líderes sindicales y custodiando algunas fábricas con soldados. Aparentemente estos movimientos de represión y disuasión, entraban dentro de las condiciones del nuevo sistema político, que en su afán por ser reconocido internacionalmente dentro de derecho, proponía a las fuerzas del orden que se contuvieran en la represión. Las primeras noticias de cargas y las referencias al descontento llegaron desde viajeros que contaban lo que habían visto, las grandes manifestaciones, los choques, los muertos. Cada uno de los relatos coincidía con el anterior, y la prensa silenciaba. La huelga minera se unió a la huelga general, que tenía carácter indefinido, y el pueblo se llenó de soldados y policía. La fase ambigua de las reuniones sin acuerdo iba pasando a la historia, todos los discursos, las ideas más encendidas y la indignación, iban acotando el plazo que se habían dado hasta sumarse a los desórdenes. Ninguno se habría opuesto después de conocer que en realidad no había existido cambio político alguno, y que la extensión represora del nuevo gobierno empleaba contra los obreros, la misma policía secreta y torturadora del antiguo régimen. El descontento en aumento hacía surgir nuevos grupos en la gran ciudad, grupos de resistencia desconocidos desde muchos otros lugares donde también había manifestaciones. En realidad todos querían lo mismo, un cambio real hacia una libertad que pudieran sentir en sus vidas cotidianas, y eso los fundía a pesar de sus diferencias, en un crisol de asociaciones, en una amalgama conectada aunque difícil de identificar. Conocían los pormenores de otras revueltas semejantes que habían llevado a otros países con exigencias similares, hasta nuevas formas de gobierno sobre libertades desconocidas hasta entonces. No había sido fácil; nunca es fácil enfrentarse a poderes represores, y los costes terminan por ser heroicos. En el momento crucial, avanzado ya el compromiso, una palabra empieza sonar con naturalidad, una palabra que nadie se había atrevido a mencionar porque representaba algo demasiado grande, y no sabían si la naturaleza del descontento llegaba hasta ahí: esa palabra era “Revolución”. Conocían, al menos, cuanto los reunía en cada asamblea, la queja conjunta y compartida de años bajo tierra, no se trataba, al principio, de la influencia extranjera de viejos libros censurados. Después en la proximidad de ideas clandestinas fueron dándole forma al sentido de la justicia al que debían acogerse. Eran asambleas de temperamento, sin medias exposiciones ni timideces, unos a otros se encendían y terminaban por decirse cosas bastante radicales y violentas. El pueblo acogió a los mineros como un espectáculo al principio. Picos y palas los acompañaban en una marcha solidaria, el reflejo de otras marchas en otros lugares del país, nada que ver con la llegada alegre del fin del trabajo, la celebración del fin de semana de otros tiempos. La misma gente que votó la continuidad del régimen, los recibía como hijos predilectos, aunque saben que están allí, esta vez, no para festejar. En el momento en que la policía a caballo bloqueaba la calle muchos ciudadanos decidían volver a sus casas, otros, los menos, se unían al grueso de los manifestantes.

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Ya decididos al choque, los mineros seguían avanzando, y de una calle lateral surgían policías y militares como una fuerza de intimidación que en realidad, se iba a ver necesitada de más fuerza e iban a tener que intervenir con dureza. Las consignas funcionaban como un despliegue de convicción, e iban directos a la policía montada. Un estruendo se produce, una polvareda dejaba cuerpos por el suelo, la sangre brota de algunas cabezas heridas de gravedad. El dolor de la lucha incomprendida es superado por el dolor de la represión. Todo quedaría grabado en sus ojos para siempre: nadie olvidaría, la grieta del conformismo se abría hasta dejar la huella de los que deciden enfrentarse al poder superior e invencible de lo militar, y, sin embargo, aunque no lo supieran en aquel momento, acababan de condenar a los verdugos a pasar a la historia como vencidos por la razón de los que se dejan masacrar. Los golpes sobre cuerpos debatiéndose por la vida entre los cascos de los caballos, con la boca en la tierra, entre el convulso cuerpo incapaz de vomitar más sangre sin ahogarse, devolvía una realidad ineludible, ningún gobierno se mantiene haciendo desaparecer la parte más incómoda de sus súbditos. A partir de tales acontecimientos, el estados de cosas que pretendía gobernar a la gente se volvía sórdido, poco hábil y en ocasiones demasiado forzado para que los ciudadanos lo aceptaran con normalidad. No, ya nada era normal; de hecho, nunca lo había sido, pero el general se había ido y con él todos los esfuerzos por hacer que todo pareciera dormido.

9

Aunque Ella Lo Amaba Con Abandono

Cuando Boskeff acudía a buscar a su hija para pasar unas horas con ella, Ronna estaba en casa de su madre, escuchaba como golpeaba la puerta, con una rudeza que no le conocía, y, en ocasiones, le pedía a su madre que lo atendiera porque no le apetecía verlo. Doña Clarissa aceptaba el papel de intermediaria y se soltaba a hablar con Boskeff con una familiaridad que a Ronna no le gustaba, pero desde su separación, que ya se había convertido en divorcio, había aprendido que iba a tener que convivir con muchas contradicciones e incomodidades. Al principio encontró que la distancia que quería establecer con Boskeff estaba más que justificada, pero pronto se percató que le iba a resultar muy difícil cumplir algunos de sus deseos. Muchos aspectos de su vida se estaban empezando a convertir en una repetición, y estaba aceptando demasiadas cosas, la vida ya no se le abría como en sus años de

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estudiante en los que todo se trataba de escoger. Ahora todo había tomado forma definida, fruto de las decisiones alcanzadas: seguir escogiendo no era posible sin deshacerse de otras decisiones previas y reconocer que antes se había equivocado. Además de esto, debemos imaginar que en esos años no dejó de aprender de la vida, de conocer a las personas, sus pasiones, sus intereses y sus reacciones, y sobre todo a conocer a otras mujeres, que también llegaron, después de que que Cristalys lo abandonó. Se abría con facilidad a la vida social, era condescendiente, buen conversador, amable y alegre, y de pronto cuando empezaba a intimar con alguna mujer, se volvía a cerrar y se centraba en su trabajo. Cortaba entonces lo conseguido, cualquier relación que tuviera posibilidades de prosperar, porque, en realidad no deseaba que todo se complicara tanto que tuviera que modificar su forma de vida. Todo avanzaba así, en un programa que no dependía de él, y en el que no hubiera podido encajar su punto de vista sin dejar de referirse a lo que no le había ido bien, sin pronunciarse como objetor de sus errores. La vida sucede, imposible ponerle condiciones; la amargura es inesperada y, en ocasiones, el dolor se vuelve crónico, pero en los márgenes, vamos respirando, y lo hacemos con placer infinito. Los finales, poética establecidos tienen algo de resumen, y fue en el momento que Cristalys decidió volver a la ciudad para continuar con su carrera en los clubs de variedades, cuando Hablaron de algo serio por primera vez. Ella no lo esperaba, tampoco lo entendió mu bien.

-Tengo un billete para la capital. He reunido lo suficiente.

-Lo comprendo -respondió él, sin prestarle demasiada atención. -No avanzamos -hablaba tranquilamente, sin hacer un drama de la ruptura. Al menos en eso parecían estar de acuerdo.

-¿Sabes? Yo tenía mis sueños. Durante los años que empezaba a pintar, creí que podría comerme el mundo. No sé por qué quería hacer eso.

-Comerse el mundo es para cogerse una indigestión. No es mi caso -replicó Cristalys-, es sólo que no soy feliz. No quiero decir que no lo haya sido a tu lado estos años. Entiéndeme, siento que hemos llegado a un callejón sin salida.

-Sí, suele suceder. No lo decía por eso. Es sólo que noto que mis sueños se han relajado, nada más.

Todas las revueltas fueron aplastadas en nombre de la democracia. Redujeron la tonalidad del Estado, pero le llamaban democracia, y así se mantuvo. Los mineros heridos fueron trasladados a hospitales penitenciarios y tardaron mucho en volver a sus casas. Al final, el aparato del Estado seguía funcionando basándose en la imposición de libertades muy limitadas. Los que participaron en la Huelga, fueron sometidos a persecución, sufrimientos posteriores les fueron infringidos, controlados y maltratados, pero también sirvió; muchos interiorizaran una conciencia de clase que

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hasta ese momento no tenían. Los trabajadores aprendieron a vivir con la frustración de no haber conseguido el cambio deseado, pero el descontento seguía manifestándose clandestinamente, por lo tanto nadie podía decir que los poderes del Estado hubiesen conseguido su objetivo plenamente. Seguramente Boskeff aprendió mucho de todo aquello, los libros prohibidos que leyó a escondidos y que resultaba peligroso poseer, la visión de la violencia y la sangre derramada en manifestaciones, todo le sirvió en la formación de su conciencia. Además, en su caso particular, el propósito de su rencor tenía una doble medida, la de todos sus compañeros de fatigas por un lado, pero también que el padrastro de su hija fuera alcalde y principal animador para que las fuerzas de seguridad se emplearan con desmedida brutalidad. Considerando que nunca se le pasó por la cabeza la premeditación de semejante aprendizaje de resentimiento y maduración del dolor, no puedo llegar a imaginar de qué manera incorporó esa experiencia de lucha obrera a sus obras, pero lo cierto es que se le iban cayendo sus musas desnudas, y las imágenes de choques asamblearios, y violencia policial iban tiñendo sus cuadros de rojo oscuro. Intentar manejar el inconsciente no les está permitido a los artistas, deben dejarse llevar por sus experiencias de vida, dejarlo fluir como reflejo de lo que han ido buscando al aceptar tal o cual propuesta, y las sensaciones que les han devuelto sus experiencia. Pero muchos hombres de éxito (así le sucedía a Giácomo, al que por otra parte, mucho eran los que despreciaban sin pudor), al parecer hacen elogios del autocontrol. Y así pues, al ser el artista un ser temperamental deja fluir sus pasiones, y tal vez eso, se condena a la infelicidad, pero también a la transcendencia. Las dudas de Ronna acerca de su nuevo estatus se disipaban cada vez que Sheyla necesitaba algo y Giácomo ponía a su alcance cualquier cosa que necesitara sin reparar en gastos. Cualquier consideración de naturaleza diferente a las necesidades cubiertas, a la seguridad y confianza que le inspiraba, sólo podían ser menospreciadas. Sin embargo, la opinión general de la que ella también había participado durante un tiempo, pesaba en la ambigüedad interesada de su posición. Esta nueva mujer creada desde su primer fracaso, se había vuelto práctica e insondable, hasta el extremo de no aceptar razonamientos de carácter general. Ella formaba parte de una sociedad que debía blindarse contra cualquier agresión extranjera, y la en prosperidad de sus gentes se basaba en esa forma de ver las cosas. Ya no le parecía una ideología sectaria, ahora se trataba de lo que era mejor para todos. Para otras personas que los veían desde afuera, podía resultar sorprendente que su unión con aquel hombre que hablaba de muerte en sus discursos, que avisaba en contra de los extranjeros y que ponía los medios necesario para garantizar el orden, aunque eso supusiera romper algunas cabezas de obreros, hubiese durado tanto. Su segundo matrimonio mantenía su estabilidad a pesar del discurso autoritario y fascista de Giácomo. Pese a toda la manifiesta prosperidad que demostraban en su innegable estilo de vida de influencia centroeuropea, Ronna también tenía momentos de debilidad, momentos en los que necesitaba desahogarse, estar sola y llorar, pero formaba parte de su naturaleza aparentar firmeza también en los peores momentos, así que nunca lo reconocería. Todos en el pueblo deberían haberlo supuesto, no era posible cambiar tanto sin sufrir, pero nadie se percató de la tensión a la que se

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sometía, porque asumía su carga e intentaba ser amable con todos, hasta con la dueña de la mercería, la que en algún momento en el pasado, cuando no era más que una recién llegada, se había congraciado por compartir su punto de vista en contra de los discursos racistas, del que ahora era su marido. Todo era posible en este nuevo estado de cosas, las contradicciones eran asumidas. A otras personas les podía suceder que, en los cambios de sus vida, en los giros inesperados del destino, sintieran la necesidad en ocasiones de repensarse y echar de menos algo de lo que han dejado atrás; algo en su forma de ser y de ver el mundo, pero no a ella. Se sentía afortunada después de todo, asumía los principios teóricos que planteaba su marido el alcalde, y la ideología que esgrimía, protección primaria de la parte social más acomodada, ella la asumía sin rubor hasta el punto de afirmar que su vida hasta anterior, todo lo que vivió el momento de conocerlo había sido un fracaso (la única excepción era su hija a la que amaba profundamente). De algunos comentarios que hacía se desprendía ese rechazo por su pasado, y nadie mejor que ella podía saber exactamente a los que se refería, pero para todos era obvio que intentaba cerrar definitivamente aquel ciclo con afirmaciones como, “No sé como pude tener una hija con un hombre así”. Pero no hubiese ofendido a Boskeff de haberlo escuchado, por él nunca le reprocharía nada, parecía incapaz de reprocharle nada a nadie, tal vez porque no se creía lo suficientemente bueno hacerlo. Él se había puesto en el papel de los que no se esfuerzan para sobresalir, y de esa manera no poder exigir nada de los demás. Si necesitaba algo de alguien, tendría que pedirlo humildemente, no exigirlo, y eso le parecía lo más apropiado. Desde luego, estaba vencido delante de su ex-mujer de antemano en cualquier cosa que ella le planteara. Por tal causa ella sabía que tenía la convicción de que no pondría problemas a un nuevo cambio en su vida, y que venía impuesto por el ascenso de su marido a un puesto de responsabilidad política dentro del partido, y eso pasaba por ir a vivir a la capital con su hija. La vida del padre de su hija estaba limitada a las importantes decisiones de otros a las que no debía interponerse, hasta ella podía comprender tal extremo. Habló con Boskeff y todo resultó tan fácil como había imaginado; tan sólo quedaba un pequeño detalle, le daría su dirección y lo recibiría sin problemas cuando decidiera desplazarse para hacerle una visita. Así como lo aceptaba todo sin rechistar, así era su vida, no tenía la menor dignidad, era un perdedor y no podía entender, como alguna vez lo había amado. “Hay gente que pasa por la vida sin la más mínima autoridad”, se decía concentrándose en admirar la forma en que, por ejemplo, ella había salido adelante con tanto éxito. Todo formaba parte de la nueva ideología que abrazaba y todo, desde el momento que lo hiciera, parecía marchar mucho mejor. Le ilusionaba volver a la gran ciudad, esta vez para disfrutar allí de una posición elevada.

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El Hábito Seduce Al Artista

De la importancia de cualquier rumbo se desprende una forma cualquiera de mantenerse, de no dejarse caer, sin embargo, en su mente hasta esa estancia de mínimos empezaba a complicarse. Volvía a estar solo, todos se iban de nuevo, nadie a quien recurrir después de su jornada laboral. Al menos en eso sí había cambiado, ya no se trataba de deambular por una las noches de una gran ciudad muerta, tal y como le había sucedido la primera vez que Ronna cogió a su hija y lo abandonó, eso sí, con la promesa de un reencuentro. Ahora ya no existía ninguna promesa, ninguna expectativa que lo hiciese aguantar en espera de un desenlace. Se trataba de él y del mundo, y de nada más. La soledad total no tiende a confundirnos, se trata de todo lo contrario de aquellos momentos de confusión en que las ideas se enredan y no nos permiten pensar con claridad, por lo tanto, el recorrido que lo había llevado hasta allí le proporcionaba una solución hacía la que no se había orientado voluntariamente. De repente no hallaba ninguna alarma en quedarse solo, como si estuviera acostumbrado a torturas mayores, como si fuera una cuestión de costumbre, un reto que podría afrontar y que también le habría la posibilidad de volver a a pintar con la intensidad del novicio al que todo lo sorprende y saca de sí sin remedio. La soledad total, al menos, no tiene conflictos. En esos pequeños momentos que dedicaba a evadirse del duro trabajo en la mina, iba construyendo un mundo de expresiones artísticas en las que estaban plasmados todos sus aconteceres, su fracaso, su disidencia, pero también esta nueva sensación de descanso sobre la que había instalado cada nueva idea para empezar un nuevo cuadro. Se acordaba de los tiempos pasados, sobre todo de su hija, de como la había ido viendo crecer en los ratos que salían para un paseo. Ahora debía ser ya na mujercita, y posiblemente empezaría a ser ella, en no mucho tiempo, la que lo visitaría cada vez que volviera para unos días, o unas vacaciones en la casa de su abuela. Esa idea lo hacía temblar, se aferraba a no moverse, a dejar que todo discurriera y que pudiera contar con ella sin renunciar a su vida, sin necesitar empezar de nuevo, sería demasiado, sus fuerzas habían empezado a remitir. En su nueva etapa hacía crujir los pinceles con una audacia desconocida hasta entonces, siempre había creído que los tonos que lo definían no deberían diferir sustancialmente de aquellos que había ido eligiendo en sus años de juventud, “nadie cambia tanto”, se decía con seriedad. Ni una sola de sus obras había experimentado tantos cambios en tantos años como ahora, repentinamente, en que todo se acumulaba: se trataba de poner en práctica todo lo aprendido, as pequeñas lecciones acumuladas en la densidad de una naturaleza paciente y absorbente. Ninguna extrañeza puso fin a los nuevos experimentos pictóricos, se trataba de un conclusión

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de lógicos resultados. En aquellos años de revolución social, de trabajo en la mina y asentamiento, le sirvieron para enfrentar el sufrimiento a cualquier frustración. Era consciente de que hacía progresos en la parte artística de su vida, se colmaba de inocencia cada ve que se ponía a pintar y nada se salía de la norma, que en aquel momento era lo que más seguridad le proporcionaba. Un tiempo antes de su separación había tenido noticias de la muerte de Giani, su amigo crítico de arte, agente y burgués, todo lo mejor que se podía ser. Ni una sola vez había estado en desacuerdo con él o habían tenido una discusión, si bien era cierto que su amistad había sido estrecha durante unos meses y después no se habían vuelto a ver. Desde entonces había guardado un buen recuerdo de él, y por su parte Giani debió sentir lo mismo, porque dejó establecido que yo, el dueño de una galería importante -eso creo-, colocara en exposiciones colectivas algunos de sus cuadros. Esto suponía que llegaba de vez en cuando para llevarse algunos de sus cuadros, le entregaba el dinero de los que había vendido y el resto se los devolvía. Era terrible para él observarme escogiendo entre la marea de cuadros de su estudio, tres o cuatro de los que más le gustaban, porque a Boskeff no le agradaba desprenderse de ellos, aunque, el dinero que iba recibiendo por los cuadros vendidos era por su parte muy bien recibido. Era inútil no pasarlo mal en aquel momento de la elección, en el que debía desprenderse de una de sus obras, pero comprendía que así debía ser. En una ocasión, en que me se fijé en un cuadro de Cristalys desnuda, mostrando la belleza de su cuerpo exuberante, sin más complementos que un casco y un pico de minero, Boskeff se negó rotundamente a que aquel cuadro siguiera el destino del resto, y lo guardó para que nunca más nadie lo viera o sintiera la tentación de venderlo. Pasaron unos meses antes de mi segunda visita, me resultaba muy agradable cumplir con el encargo de Giani, que era amigo, pero además había dejado pagado el servicio en la galería de arte, es decir que algunas exposiciones alguien tiene que pagarlas, y si no lo hace el propio artistas, tal vez su representante. Quisiera poder decir, que conocí a Bokeff atraído por su obra, pero nunca ningún cuadro me movió a tanto, y el viaje no era corto, pero de forma completamente honesta, debo admitir que la frecuencia de mis visitas terminó por instalarme en un piso del pueblo, como si se tratara de un destino de vacaciones. Disfrutaba con estos viajes, disfrutaba del pueblo, del buen carácter de Boskeff y porque no decirlo, había empezado a valorar sus pinturas en su justa medida. Tengo la impresión de que en esta parte de su vida Boskeff estaba tan desengañado de sus posibilidades y de los sueños que había compartido con el mundo, que tenía la determinación de ir encerrándose en el pueblo, en su casa, y en una forma de sobrevivir mínima, la más insignificante que encontrara. Durante aquellos últimos años, había hecho algunas visitas a su hija, se había desplazado a la ciudad para eso, y se había tomado todo tipo de molestias para pasar allí unos días inolvidables con ella, pero ya no lo hacía, había renunciado también a la felicidad que eso le suponía y también sacrificaba esas alegrías porque no quería moverse de su guarida. Tiempo después de que yo me estableciera también en el pueblo -lo que a él le extrañó bastante, y a mí aún me extraña en ocasiones-, empecé a visitarlo con cierta frecuencia, y yo diría que nos hicimos amigos, y me baso en esta afirmación en el

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hecho de que ponía cierta confianza en mí al relatarme algunas anécdotas de su vida pasado, como si la vida de cada persona fuera lo más relevante. A veces vivimos acontecimientos que reducen nuestras propias vivencias, pero Boskef estaba convencido de que cualquier cosa que nos rodea es meramente tangencial si nos afecta directamente y penetra en nuestra alma hasta dolernos. Por eso cuando en el pasado, oyera a Giovani hablar de la muerte en sus discursos políticos no había podido reprimir cierta náusea. Me sentí tan respaldado por el arte que me apresuré a instalarme en el pueblo, y desde que algunos embajadores del partido institucional se habían ido a buscar mejores oportunidades políticas en la capital, el rechazo a los extranjeros tampoco era lo que había sido. Mientras los juicios a antiguas y escasas ideologías iba disminuyendo, yo me disponía a trascender en el mundo del arte apoyado en el único verdadero artista al que alguna vez había conocido, y había conocido a muchos que no lo eran. No puedo negarme a escribir lo que escribo, a estar en el lugar que habito, Valrovia, y a compartir tantas horas con él, conociendo los pormenores de su vida, que en lo que a mi respecta parten de nuestro nexo, el desaparecido Marcello Giani. Me atosiga la ansiedad, quiero tener suficientes datos para poder contar acerca de qué lo retuvo aquí una vez que su mujer y su hija se fueron, quiero saber que hay en sus cuadros que penetran en personas que apenas lo conocemos y nos llevan a acercarnos a él, como si se tratara de una figura histórica incontestable, y también me resulta insoportable desconocer como sintió a sus mujeres para acercarme y entender su forma de amarlas, todo lo que lo rodea me interesa y me inquieta hasta el punto de llegar a pensar que si se muriera ahora -Dios no lo quiera-, mi trabajo, por mínimo que parezca, quedaría incompleto. Contrariamente a lo que esperaba de él, en una ocasión me invitó a acompañarle a una reunión del partido; nuestra amistad no había llegado a tanto como para eso y fue como si él decidiera que se podía dar un paso más porque había pasado suficiente tiempo y nos conocíamos mejor. Difícilmente pude contener la emoción, primero porque no lo esperaba y también porque se trataba de una reunión especial ya que por fin después de una transición injusta y de un país convulsionado, la oposición al gobierno de continuidad había conseguido derrotarlo en unas elecciones y se preparaba una cambio tan esperado como aplazado había sido. Como había imaginado, estuvo mucho más elocuente que de costumbre, ese día no se trataba de hablar de pintura y eso lo hacía todo más fácil y se mostraba generoso con su discurso, lo que yo aprovechaba para intentar saber más y más cosas de su vida, que ya me estaba resultando mágica por como había conseguido domar las contrariedades para seguir haciendo lo que le apasionaba. Fue muy útil hablar también de política y de como los mineros habían sido aplastados en la última huelga general, pero por fortuna todos habían sido puestos en libertad en aquellos tiempos convulsos del pasado y se habían reincorporado a sus puestos de trabajo. Tenía entre manos una historia a la que le daba vueltas sin poder reprimir la tentación de contar intimidades a las que le debía un somero respeto, y eso me avergonzaba, porque sabía que si contaba su vida debía hacerlo en los aspectos más delicados también. Me había introducido en su historia y conocía sus fracasos y sus dolores, y el más grandes tenía

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que ver con la separación de su familia pero sobre eso, aún no estaba todo dicho. Me sentía muy satisfecho por aquella tarde de política en la que me presentó algunos de sus amigos y compañeros, por descubrirse tal y como era, sin falsificaciones, y porque eso me daba la oportunidad de ver su mundo bajo un prisma diferente, el que el afecto concede al interpretar las historias que no son propias. A menudo tendemos a creer que las cosas están peor de lo que están en realidad, y a pesar de no haber estado especialmente locuaz conmigo desde mi llegada, de pronto parecía aceptar que podía confiar y aceptaba que yo dejara de ser un intruso. Cuanto más reflexionaba sobre las cosas que podían haber influido en su pintura, con mayor convicción me instalaba en la idea de que no siempre lo que pasaba a su alrededor podía definir el carácter el artista. En un principio creí que su relación con sus amantes había sido determinante en su decisión de continuar pintando, pero ahora no creo que haya sido así. Después creí que la política, los libros que había leído, las reuniones del sindicato y del partido, habían hecho crecer en él una nueva dimensión que humanizaba su obra, y también sobre eso tengo mis dudas. Estoy barruntando la idea de que la vigorosa facultad que el artista tiene de apasionarse con su trabajo, es confirmada por su necesidad de despegarse del mundo. Tal vez, algunos hechos sobresalientes que se cruzan en su vida influyen estéticamente, pero la profundidad de la obra tiene que ver con decisiones de desprendimiento, de colocarse al margen de otras vidas cotidianas y centrarse en esa necesidad que es búsqueda, y ahí empezaba a entender que aceptara sin oponerse a que Ronna se llevara a su hija a la capital y Boskeff decidiera ya no moverse más, le pertenecía a su taller, eso empezaba a ser lo primero aunque sea cruel decirlo. Recuerdo que la primera vez que hice este análisis acepté el glosario de difícil interpretación de mis propias notas, y asumí que debería avanzar aún, si quería entenderlo.

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Lo Que La Esencia Exige: Existencia y Libertad (por doloroso que sea)

Conocí a Sheyla sin estar espiritualmente preparado para ello, y me sentí empequeñecido porque la hija del artista tenía una personalidad pronunciada y mantenía algo del talento del padre. Del mismo modo que había intentado ver al artista bajo otros prismas, esta vez me tocaba repensar lo que su familia había supuesto en su forma de acercarse al arte. En este caso parecía que todo se había confabulado en mi favor, y debía aprovechar la oportunidad que se me brindaba. Como si la situación hubiese sido especialmente creada para mí, en el momento y

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lugar idóneos, el comportamiento de la historia que intentaba contar se volvió más inteligente, la detuve y esperé por todo lo que ella tuviera que decir. El tiempo no pasa porque sí, todo lo mueve, nos afecta, y cuando dejamos de reaccionar por las pocas fuerzas que nos queden, nos habrá debilitado. Ronna había ido viendo como su marido iba perdiendo todas las oportunidades, una tras otra, y como lo iban relegando y apartando de la carrera política. La decadencia se produjo en unos, tampoco demasiados, inducida por errores cometidos, y por qué no decirlo, también por la imagen asumida del antiguo régimen, de la que ahora el partido necesitaba pasar. El discurso legionario de que todo era muerte, y de que había que entregar la vida por una causa superior de unidad nacional, no resultaba de cara a las elecciones libres que exigía la comunidad internacional, así que Giácomo quedaba definitivamente apeado de cualquier posibilidad de mantenerse en ese juego. La situación creada después de intentar algunas aventuras empresariales sin éxito, se volvía delicada por momentos, y el ritmo de vida que hasta entonces habían llevado iba en la recesión de un obvio fracaso. La construcción de la distancia en la que Ronna se había aplicado para diferenciarse de un pasado que pretendía enterrar, pasó durante los años de bonanza por mandar a Sheyla a los mejores colegios y convertirla en una señorita que terminara por ver al padre minero como un extraño. Se trataba de un plan simple y apenas necesitaba de una gran reflexión, ellas pertenecían entonces a un mundo diferente y debían aprender a comportarse en él. El desempeño fundamental de todo lo aprendido, al contrario de lo esperado, llevaba a Sheyla a valorar al artista como un hombre de otro mundo, dispuesto al sacrificio, que no pedía ni esperaba nada del destino y que era el único ser verdaderamente digno de admiración. Sheyla huyó de la casa materna cuando las cosas allí anunciaban tormenta, aunque no fuera la tormenta anunciada la razón principal. El fracaso de Giácomo como político -donde se encontraba a gusto era en la política del antiguo régimen y que en la nueva política de libertades no tenía ni una posibilidad-, derivó en el fracaso personal, en la tensión emocional y en el derrumbe moral. Los años mantenían a Boskeff en una apacible soledad e intentaba comprender y asumir, que los años que le quedaran de vida debían vivirse con pasión por la vida, mientras que Ronna se había vuelto una persona tensa, irritable y sin rastro de felicidad. Entre la fortaleza de su madre y la visión artística de su padre, la última se había pronunciado como dominante en la formación humana de de Sheyla. Rona había sido la mujer capaz de salir adelante en la peor de las situaciones, asumir la visión humana y política de su segundo marido porque eso era lo que debía hacer, y el deber era para ella lo primero, a pesar de conocer que eso iba contra todo en lo que había creído. Pero Bokeff había llegado a un momento de sosiego que basculaba cualquier antiguo resentimiento para convertirlo en lo que hoy se llama “un tipo con suerte”. Se podía percibir que el paso del tiempo lo había llenado a él de experiencia y orden, mientras que nadie podía dejar de entender la tensión de los músculos en la cara de Ronna, los arrebatos de mal humor, y el sentimiento de fracaso que la embargaba. Conocí a la hija del artista cuando empezaba a creer que lo que más había influido en el dolor que reflejaba en su trabajo, había sido la ausencia familiar. Una tarde apareció por el taller y se instaló en él para quedarse, nadie consiguió convencerla de

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que cogiera una habitación en el hotel. Fue todo muy atropellado, y llegó sin avisar, pero resultaba evidente de que el artista estaba encantado de tenerla tan cerca, y como iba cada día a trabajar en sus cuadros le parecía una bendición poder verla sin tener que avisar a Ronna previamente. “Esto también va a influir en sus cuadros”, pensé mientras imaginaba una nueva etapa creativa más luminosa. El primer día apenas pude hablar con ella, me deslumbró con su elocuencia y espontáneas reacciones. Si no podía entender que hacía mucho que no se veían y que querrían contarse muchas cosas, tampoco podría entender que, momentos así, convierten a los invitados en intrusos, así que me volví a mi piso y traté de no pensar en la joven que acababa de conocer; fue imposible. Valiéndome de todos los recursos que mi inteligencia me proporcionaba, me propuse acercarme a la hija de Boskeff, pegarme a ella con el descaro necesario, y con la excusa de mi amistad con su padre, intentar sacarle toda la información necesaria. No tarde mucho en descubrir que la voz afable, la sonrisa oportuna, la confraternidad dispuesta y la amabilidad ofrecida, escondían una inocencia rota, y que, al menos por eso, no necesitaba yo andarme con demasiados remilgos o con miedo a ofensas injustificadas. Además, haberse convertido en una mujer vivida a pesar de su edad facilitaba que, en su independencia, casi todo resultara mucho más accesible. Parecía seductora, pero yo no me sentía seducido, al contrario, cualquier amabilidad me ofrecía nuevas oportunidades para establecer los puentes de la confianza que me ofrecieran los pormenores de la historia familiar que yo tanto ansiaba conocer. A veces, después de haber le estado haciendo preguntas, me recriminaba a mí mismo por mi falta de tacto con Sheyla, entonces me daba cuenta de que en la vida no todo es trabajo y me ofrecía para acompañarla a dar un paseo por el campo; la animaba a ello, intentaba convencerla de los beneficios que la naturaleza obran sobre la salud y el buen carácter, y no paraba hasta que conseguía su conformidad. Tampoco le quedaba mucho más que hacer en le pueblo que visitar a su tía y a sus primas, pero ni eso lo hacía con frecuencia, no parecía sentirse cómoda en algunas situaciones. En ocasiones sucede, que cuando uno cree conocer a una persona, pasa algo que cuestiona todo lo conocido hasta ese momento, y tiene que volver a empezar de cero. Estaba claro que Sheyla había sido enviada a los mejores colegios de la capital, que se había relacionado con las mejores familias y que la educación dentro del partido exigía a sus militantes una moral intachable -aunque eso no era más que una pantalla; suele suceder-, pero lo que no sabía, era que ella siempre se había rebelado contra todo eso. Un día al entrar en el estudio, la encontré posando para Boskeff, estaba desnuda, y leía una revista en una postura previamente pactada, pero que no le impedía la lectura. Cuando me vio, con toda naturalidad, sin prisa, se levantó y se cubrió con un bata de raso. En esa ocasión pude contemplar su cuerpo en todo su esplendor, sus muslos firmes, sus glúteos abundantes, y su pecho lleno y carnoso coronado por dos amplios y abultado pezones. No porque mis condiciones personales fueran las de un hombre que recula, las del que se retira para mayor sosiego, podía permanecer ajeno a la oportunidad que la vida me presentaba, como si hubiese estado esperando muchos años para hacerlo. Los cuadros de Boskeff se vendían cada vez mejor, hasta el punto de inventar el término

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popularidad, que en ese tiempo apenas se usaba. Pero sus cuadros iban adquiriendo la fuerza que conlleva lo trascendente, hasta el punto de que las mejores familias de la capital no podían considerarse nada si en una de las principales habitaciones de su casa no había colgado un Boskeff. La seriedad de mis decisiones, las convicciones bien encajadas y el cotidiano y desenvuelto compartir de aquellos años con el resto de aldeanos -a los que yo intentaba parecerme sin terminar de imitarlos-, me había conferido la seguridad del hombre apreciado y respetado que tanto ansié y tanto me costó conseguir. No resulta fácil para un extraño ser aceptado en comunidades tan cerradas y los recelos son comunes y las desconfianzas utilizadas interesadamente para impedirte un desarrollo que no le ha sido consultado al resto. A pesar de todo el mundo avanza y las historias se escriben, y mi historia empezó a planear la relación que de pronto se convirtió en planes de matrimonio, porque yo ya no podía dejar pasar la vida como hasta entonces lo había hecho, sin pensar en el futuro. Todo fue muy rápido, debo decirlo, ninguna otra mujer hubiese sido capaz de turbarme hasta hacerme considerar el matrimonio, aunque, yo sabía que ella me rechazaría en ese extremo. Lo que me atrajo de ella hasta el punto de hacerme perder la tranquilidad, fue que sólo la recuperaba cuando escuchaba su voz, cuando sentía modular cada tono ofreciéndome una comprensión que sólo algunos interlocutores, muy pocos, consiguen. Su naturaleza tenía la fuerza de una educación disciplinada -la que había vulnerado siempre que había podido-, y por otro lado el sesgo artístico de quien busca lo sensible en lo inanimado. De ninguna otra forma, más que con su naturalidad, que dejaba entrever ese dificultoso y enrevesado modo de existir, hubiese producido en mí un efecto semejante. Con mi ya delatado interés la pregunta que surgió más adelante no fue tanto, ¿qué era lo que ella tenía que me producía este efecto desconocido?, como... ¿qué tenía yo que ofrecer a un ser tan especial? Pero no hizo falta seguir dándole vueltas a mis posibilidades, todo ocurrió de forma natural, y nuestros paseos se fueron haciendo cada vez más íntimos y consentidores. Acepté la vida tal y como se desarrollaba, tenía algo de espiritual tal y como había sucedido todo. En realidad, eso todos los sabemos, cuando uno decide seguir los pasos de un artista hasta el punto de relacionarse con él y vivir el día a día tan cerca como yo lo hacía, asume que algo místico tiene que terminar por pasar. En ocasiones sentía que en la vida de aquel ser extraordinario había algo más que el resultado de un trabajo concienzudo, algo mágico imposible de interpretar y que nunca es lo suficientemente valorado. De tal forma, había pasado por la vida sigilosamente y apeado de la vida de otros que no lo habían sabido valorar en su justa medida, o que no lo habían sabido hacer encajar en sus planes. Sheyla tuvo nuestro primer hijo muy pronto y Ronna vino para conocerlo, a mi apenas me presto atención, no me consideraba digno de ser la pareja de su hija, y eso era una incomodidad con la que iba a tener que luchar siempre. Su marido se quedó en la gran ciudad, era un hombre fracasado, apeado de la política y apestado para los negocios por sus deudas. No se llevaban bien, pero intentaban sobrevivir a pesar de todas sus amarguras. La visita apenas duró unas horas, en las que las dos mujeres tuvieron una entrevista reservaba; más tarde Sheyla me confesó que su madre le pidió, le rogó, que volviera con ella y con el niño a vivir a su gran casa en la capital.

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A una mujer así es imposible tratarla, así que le ahorré la despedida y desaparecí durante un par de horas cuando anunció que un auto llegaría para recogerla. Se engañaba a sí misma, resultaba evidente que con el paso de los años se había creado un mundo de digna superioridad que no ayudaba. En algún momento en el futuro debería enfrentarse a sus equivocaciones, y no iba a tener a nadie a su lado que pudiera ayudarla. Su vida se había reducido a una conciencia ética y estética que podía avergonzarla si no disponía del tiempo necesario y salía a la calle sin arreglarse hasta el punto de impresionar, pero incapaz de asumir errores ajenos más allá de sus visitas a la iglesia, a la que también se había aficionado. Los cuadros de Boskeff alcanzaron en el mercado un precio desorbitado, ni siquiera yo podía entenderlo. Dí las instrucciones necesarias a los chicos que organizaban todo en la galería para que no se deshicieran de ninguno de los cuadros y su precio fue subiendo. Se lo dije a Boskeff, y no me prestó ninguna atención. Para él, que sus cuadros se vendieran a uno u otro precio era algo que no influía en absoluto en el transcurso de su vida; le daba exactamente igual. A un hombre así no puedes hablarle en las claves que todos conocemos, es necesario comprender su visión de la vida y lo que quedaba de ésta, ponerte a su altura y hablarle en su propio lenguaje. No, nada era igual de importante para él que para el resto, y rechazaba algunas conversaciones. Recibía un regalo de la vida cada vez que la interpretaba y disfrutaba su consciencia. Por su forma de vestir, por su abandono de las formas tradicionales, y por su mirada y respuestas, algunos lo consideraban un loco con el que no se podía hablar, pero yo podía entenderme con él a pesar de la vejez senil y la falta de memoria que lo acosaba. Murió de un ataque cardíaco en su taller, trabajando en nuevos cuadros, en nuevas aventuras, y sin llamar la atención. Al final de su vida, creo que de alguna forma, conseguimos hacer una familia para él, y durante unos años pintó a Russe, mi hijo, y también hizo un cuadro de familia como los que solía hacer en su juventud a familias burguesas que los colgaban en el salón como signo de poder económico. Sheyla lucía un vaporoso vestido de primavera, yo na camiseta un bañador y una zapatillas de deporte, y Russe se abrazaba a un flotador con aspecto de delfín. Nada ha vuelto a ser lo mismo sin él, la vida ha perdido toda su importancia. Los artistas le dan sentido a nuestras vidas, sin ellos nada vale la pena.

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