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XLIII Juegos Florales del Campo de Cartagena en La Palma
LÁGRIMAS DE SANGRE
Lema: Asíntona
Lágrimas de sangre,
llora lágrimas de sangre por la herida,
amargo despertar, fría amanecida;
la madre, de pie, en el umbral,
con los ojos rojos de tanto llorar,
se encomienda a un dios callado
como último recurso, ha vaciado
sus lágrimas hasta cansar su corazón,
se agota su pensamiento y su razón,
envuelve a los más pequeños
y les miente por su bien, por ellos,
para que no sepan nada de lo que teme,
para que la dureza de la verdad no queme
sus lindos cabellos, porque la vida sigue
en otros seres, no se detiene, y le aflige
la ausencia sin motivo, la carencia
de su hija, y le remuerde la conciencia
y la culpa porque siente que ha fallado
a su hija, fatalmente, por haber dejado
que volviera de noche del trabajo,
pero la miseria no afloja, y además el tajo
se hace necesario y está la pobreza,
y hay que subsistir, pagar la pieza
donde se esconde la humanidad
y su hija es la única que por edad
puede ir a la fábrica a trabajar,
así que nada más hay que hablar,
casa sin hombres, cuerpos de mujer,
ella sabe lo que acostumbra a suceder,
pero el miedo no paga las facturas,
el miedo es un lujo y una gran locura,
la vida no se detiene, el hambre avanza
y la miseria es cara y la plata no alcanza,
así que han de lanzarse a la aventura,
porque la vida allí es, ella lo sabe, dura,
y no cabe la derrota de antemano,
y no cabe el temor, así que espera en vano,
ella lo sabe, que llegue la policía,
y no queda más que una alegría,
que sólo haya sido el instrumento
de unos jóvenes, triste contentamiento,
pero así es la vida de las mujeres,
delito de serlo, por eso se muere
allí, en Ciudad Juárez, por el sexo,
y también por la miseria, por eso
además, por la tristeza y el poder.
Y las lágrimas de sangre de la mujer
ya apenas le duelen al despertar
completo del día, hay que durar,
en eso piensa y no quiere sentir
la dureza ni la amargura sufrir.
Cuando vaya la policía a su chabola
ni quiere pensar en lo sola
que se debió sentir su niña, su nena,
asustada y sin madre, la luna llena
por testigo sin poder besar a su tierna
madre, esclava de la noche, ya eterna
criatura casi del olvido si no fuera
por sus hermanos, su madre, y su amor,
el joven que se quedará en el dolor,
el joven que no podrá volver a amar
a ninguna chica como a ella,
herida y muerta, sincera y bella,
perdida para siempre en la juventud,
hecha de memoria y gratitud, de luz.
Y no habría más lunas ni guiños
y ya no existirá el primer niño
o el vestido de la novia ni boda,
ni lugar de poca esperanza o toda;
tampoco caricias furtivas al alba,
promesas de futuro en el alma;
lo sintió al escuchar música estridente
de los coches, y fue pronto consciente
del dolor y la posibilidad de la muerte,
se acordó de sus hermanos pequeños
en la chabola, felices en el sueño,
y una sonrisa de fortuna en su cara
brilló, y luego su voz se hizo rara
cuando vio sus rostros de violencia
sin sentimientos, con la conciencia
de impunidad, sabiendo que el dolor
es la antesala de la muerte,
que ellos eran mucho más fuertes
que aquella muchacha linda y bella,
que sólo sueña al mirar las estrellas.
No puede pensar en nada que no sea
el cierto aroma de la dulce marea,
ni en nada más que en los cabellos
de los niños, su madre y todos aquellos
a los que ha amado en la vida,
y no puede sentir las heridas
bajo el calor sofocante ni siente
el sudor y la sangre de su frente,
su cuerpo se encoge y estremece
pues el dolor no mengua y crece
con cada golpe certero, al pecho,
que ya no dará de mamar, es un hecho,
y por eso le duele, por eso llora,
por lo que se borra y no atesora,
la esperanza de un sueño de amor,
la promesa de una vida mejor.
Pronto, se consuela: ya moriré,
y no habrá espanto, así que rezaré
por los que me pierden, por mi pía
madre que me dio el don de la alegría,
que me hizo ver la verdad en lo sagrado,
que siempre tuvo un beso enamorado.
Estoy llegando al final, mamá, pochola,
ya no dolerá, siento dejarte tan sola
pero es mi hora, o lo parece,
pero no temas, sólo mi cuerpo fenece,
te tengo aquí conmigo, en la hora
de la muerte, donde el dios mora,
recuerda que el cuerpo que veas
no es más que una piel, una idea,
yo nací para el gozo y la gloria,
consérvame así, joven, en memoria,
risueña, consagrada a servir a la vida,
ahora, ahora que es inminente mi partida.
Lágrimas de sangre,
llora lágrimas de sangre, abatida,
el cuerpo es liviano ante la muerte,
el cuerpo flota y ya no siente,
alza los ojos hacia el cielo,
espera, nada más espera que consuelo
del padre eterno, alguna sincera
señal del cielo, algo que supusiera
una brizna de alegría al caminar,
pero sólo queda pensar, llorar
en la penumbra, la noche esperar,
cuando los niños duerman, aguardar
para llorar lágrimas de sangre.
Los pocos vestidos, la cama revuelta,
todo queda aguardando su vuelta,
su maquillaje, su calzado, las fotos
de la familia, los sueños rotos
de una niña casi mujer, de un ser
que murió sólo por ser mujer.