Sobre Tarteso y La Colonizacion Oriental-libre

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    NUEVAS PERSPECTIVAS PARA EL ESTUDIO DE LA CERMICA A MANO CON DECORACIN

    SOBRE TARTESO Y LA COLONIZACIN ORIENTAL.REFLEXIONES A PARTIR DE LAS NUEVASINTERVENCIONES EN EL CARAMBOLO

    LVAROFERNNDEZFLORES

    RESUMEN: A travs del presente artculo se plantea la inconsistencia de los argumentos arqueol-gicos que llevaban a considerar a Tarteso como una cultura autctona anterior a la colonizacin fenicia.Frente a dicho planteamiento presentamos un panorama de la cultura material del suroeste andaluz ala llegada de los navegantes helenos que nos sirve de argumento para plantear, por una parte, que estetrmino fue el cornimo con el que los griegos denieron el mundo de tradicin prximo-oriental delsuroeste andaluz a nes del siglo VII a.C. y, por otra, que las referencias griegas ms antiguas coincidencon el inicio de un periodo de cambio o transicin en la cultura material que va a dar lugar en esta zonaa una serie de manifestaciones regionales que pervivirn hasta la conquista romana.

    ABSTRACT: This article questions the consistency of the arguments which consider Tartessos as alocal culture. Instead of this approach, we present an hypothesis which proposes this name as a toponymused by the Greek World to designate the andalusian SW, which had an oriental-colonial past inherited.On the other hand, it considers the Oriental Colonization and its development to be the origin and thedecline of the some cultural expressions traditionally believed to be part of the Tartessic Culture.

    Palabras Clave: Tarteso, colonizacin prximo-oriental, El Carambolo, Bronce Atlntico

    Key words: Tartessos, near-eastern colonization, El Carambolo, Atlantic Bronze Age.

    1. Sobre el topnimo Tartessos y qu realidad dene

    En sus primeras menciones, el topnimo o cornimo Tartessos hace referencia a una

    realidad inscrita en un territorio de lmites imprecisos que la investigacin actual ubica enel suroeste andaluz1. El trmino, con la acepcin de lugar o territorio que nos ocupa, sedocumenta en autores cuya obra puede ser fechada entre un momento avanzado del siglo

    . A partir de las referencias geogrcas de los primeros autores griegos arcaicos y de la posterioridenticacin de las fuentes griegas y latinas de Tarteso con ciudades o cauces ubicados en el actual su-roeste andaluz, se acept, de forma ms o menos generalizada, una ubicacin del territorio tartsico delas fuentes griegas en este entorno geogrco. Para Domnguez Monedero (2007: 227) Con el nombreTarteso [Tartessos] los griegos se reeren a un territorio ubicado en el suroeste de la Pennsula Ibrica ya un ro del mismo nombre que atravesara dicho territorio. Se trata de un territorio que los griegos han

    conocido de forma directa como demuestra su mencin en algunos poetas del trnsito de los siglos VIIal VI y del propio siglo VI a.C., as como las referencias a los viajes griegos a la zona.

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    VI a.C.2y el nal del siglo V a.C., aunque, en el caso de Herdoto (484-430/424 a. C.), loshechos descritos se datan entre nes del siglo VII y mediados del VI a.C. (Gangutia 998:238-249). Por otro lado, el signicado tnico de tartesios, trmino que aparece por primera

    vez en el autor citado y en un contexto de similar cronologa3

    , parece extenderse a partir delsiglo V a.C. vinculado a poblaciones de tradicin cultural fenicio-pnica (lvarez 2009).El etnnimo sealado resultara una acepcin distinta, la griega, para aquellos mismos pue-blos que las fuentes grecolatinas citan como turdetanos a partir de la conquista romana delsur de la Pennsula Ibrica (Garca Fernndez 2003). En esta misma lnea, si el Tarteso delos hechos datados entre los siglos VII y VI a.C., es un trmino asociado a un territorio y alos habitantes del mismo, dene una realidad que no hara referencia exclusivamente a laspoblaciones autctonas, sino que habra de identicar a las distintas poblaciones que en esemomento residen en el territorio, y entre ellas se encuentran sin duda comunidades de origenprximo-oriental que seran un referente inexcusable para los comerciantes griegos (lvarez

    2005: 233; 2009).

    Atendiendo a esta reexin, y sin nimo de denir grupos tnicos desde la arqueologa,cabe preguntarse sobre los elementos materiales que deniran o seran ms relevantes en elpaisaje del suroeste andaluz, y sobre la vinculacin cultural de los mismos a nes del sigloVII a.C e inicios del VI a. C. Respecto a dicha cuestin, la investigacin arqueolgica nosofrece un panorama que, aunque incompleto, puede resultar signicativo respecto a los restosmateriales que podemos datar en este momento: un notable nmero de yacimientos que seextienden tanto por las costas como por el interior de los valles, que obedecen a un patrn deasentamiento y arquitectura con claros paralelos en Prximo Oriente (Pellicer et alii 973:

    27-220, Aubet 994: 265-268, Dis 200: 89-7) y un repertorio mueble heredero, en mu-chas de sus formas e iconografa, del mismo origen y realizado con una tecnologa asimismovinculada a los aportes tcnicos que tradicionalmente se han asociado a la presencia colonialen el territorio (Aubet 98-982: 278-279, Ruiz y Vallejo 2002: 206-207, Jimnez 2005:08-2, Ferrer y Garca 2008: 202)4. A esta serie de testigos materiales hay que sumar

    2. El primer uso del que se deriva un signicado coronmico aparece en Anacreonte (570 a.C.-iniciosV a.C.) ni ser rey de Tarteso (Gangutia 998: 24-27). Con anterioridad se documenta el uso deTarteso como hidrnimo en Estescoro (632/629-556/553 a.C.) (Gangutia 998: 9) y de forma prc -ticamente coetnea a Anacronte, y como cornimo, en Hecateo (560-480 a.C.): Elibirge: ciudad de

    Tarteso (Gangutia 998: 45).3. En Herdoto para M. lvarez, el contenido geogrco-poltico dependiente del espectador griegoes ms fuerte que el posible reejo de un etnnimo obtenido de la realidad del sur peninsular. Se tra -tara, en este caso, de un etnnimo exgeno otorgado por un espectador ajeno a ese mundo y que noreeja necesariamente una identidad tnica compartida por sus gentes. Ser con Herodoro (segundamitad del s. V), cuando adquiera un verdadero signicado tnico aunque Se trata de un caso muy clarode la reconstruccin, a travs de un lenguaje tnico griego, de un paisaje humano indgena, que porotra parte no sabemos en que medida responde a una realidad concreta, ni en que momento ubicarlo.(lvarez 2009: ).4. Con patrn de asentamiento hacemos referencia al modelo de distribucin espacial de los distintoselementos que conforman el asentamiento y a la vertebracin espacial de los mismos (poblado, necr-

    polis, santuarios, urbanismo); informacin complementaria sobre la ubicacin de las necrpolis (Pelli-

    cer 2005). Al referirnos a la arquitectura hacemos referencia tanto a las plantas como a los materiales y

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    otros aspectos, an ms relevantes si cabe, como la constatacin de ritos, prcticas cultualese iconografas religiosas con paralelos en el rea sirio-palestina (Marn y Beln 2005: 448-458), que carecen de antecedentes en el suroeste con anterioridad a la presencia prximo-

    oriental, entre los que podemos destacar los enterramientos (Beln et alii 99: 250-252),los espacios de culto y determinadas representaciones religiosas (Escacena 2000: 37-47).Estos elementos, indudablemente, van a diferir en mayor o menor medida de los del reade origen, puesto que han evolucionado de forma independiente tanto en Prximo Orientecomo en la pennsula desde el asentamiento de las primeras colonias (Fernndez y Rodrguez2007a: 3-7, 253-27) y porque son deudores de la fusin, en algunos casos evidente, conelementos que de forma previa s se registran en el territorio peninsular5.

    As pues, y en lnea con los trabajos de M. lvarez (2003: 28), si Tarteso como cornimoy etnnimo se reere al territorio y poblacin del suroeste andaluz a la llegada de los griegos

    a la Pennsula Ibrica entre nes del siglo VII e inicios del VI d.C., desde la arqueologa sepuede plantear que Tarteso sea el trmino que stos emplearon para denir el mbito colo-nial del suroeste andaluz ocupado por poblaciones con una tradicin cultural enraizada enprximo-oriente, un mundo que presenta aportes y nuevas expresiones materiales surgidasde la propia evolucin de las comunidades prximo-orientales y de los contactos con otraspoblaciones desde los inicios de la colonizacin6.

    El planteamiento expuesto en el prrafo anterior no conlleva el presuponer que los habi -tantes de este rea fuesen una poblacin tnicamente homognea ni que hubiesen llegado a lavez. Como veremos mas adelante, entre el siglo IX a.C. y el VII a.C., los colonos prximo-orientales no tuvieron probablemente una nica procedencia y se puede constatar la presencia

    de elementos materiales vinculados al Bronce Final Atlntico y otros horizontes culturales,que podran indicar el movimiento de diferentes grupos de gentes hacia estas zonas desde elinterior peninsular a lo largo de este lapso de tiempo y/o la presencia de poblaciones estable-cidas en este territorio a la llegada de los fenicios.

    tcnicas constructivas; informacin complementaria en Des 995. Con las formas y esttica nos referi-mos a aquellas caractersticas que desde los inicios del trmino orientalizante, cuando este naci ligadoa la historia del arte, dena a los objetos muebles, entre los que podemos incluir las cermicas, marles

    y torutica. Con tecnologa aludimos al empleo del torno, el hierro y tcnicas de orfebrera, destacandola proporcin de cermicas a torno en este momento y la presencia de elementos realizados en hierro.La mayora de esta serie de manifestaciones materiales se han englobado desde hace algunas dcadasbajo la denominacin de arquitectura u objetos orientalizantes partiendo del presupuesto de la adopcinde las poblaciones residentes anteriores a la colonizacin de elementos propios del mundo colonial.5. Por ejemplo la tecnologa atlntica en la orfebrera.6. Para M. lvarez No se trata ya de defender la mayor o menor presencia de fenicios en Tarteso, en-tendiendo esto ltimo como el mundo indgena del suroeste peninsular, sino de considerar que es preci-samente a las comunidades de origen fenicio de las costas andaluzas, a su territorio y a su organizacinpoltica, a las que las fuentes literarias griegas y latinas se reeren con el nombre de Tarteso. Creemosque la tradicional asociacin del etnnimo tartesio con el mundo indgena y con su cultura material

    puede ser reconsiderada. (lvarez 2003: 28). Una aproximacin a la identidad de los fenicios deOccidente en este sentido en: lvarez y Albelda, e.p.

    ojo: lvarez y Ferrer o Albelda

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    2. Sobre quin habitaba en el suroeste andaluz antes de la colonizacinfenicia

    En este punto, cabra preguntarnos por aquellas poblaciones residentes en el suroeste a

    la llegada de los primeros contingentes de colonizadores, cuestin que nos lleva a afrontarel denominado Bronce Final III (Almagro-Gorbea y Ruiz Zapatero 992: 47; Ruiz Glvez998: g. 60)y sus posibles manifestaciones materiales: por un lado aquellas consideradasautctonas o tartsicas precoloniales y, por otro, aquellas relacionadas o inuidas por elBronce Atlntico.

    Respecto a las primeras, el repertorio cermico adscrito a partir de la excavacin de ElCarambolo Alto a las poblaciones residentes en el momento de la colonizacin oriental -lo que se ha venido conociendo como Tartessos precolonial, Bronce Final Precolonial oBronce Final III- ha quedado invalidado como representativo de este perodo en tanto que

    la reciente intervencin en el fondo de cabaa excavado por Carriazo ha permitido rein-terpretar este elemento como una fosa ritual y fecharlo dentro del periodo colonial 7. Estadatacin se fundamenta en criterios estratigrcos, en la cronologa aportada por los mate-riales cermicos y en la datacin de los carbones recuperados en los estratos inferiores quecolmataban dicha fosa. En primer lugar, la fosa cortaba un muro de adobes que presentabalos mismos materiales, conglomerantes y edilicia que otros paramentos documentados a lolargo de la intervencin y pertenecientes al santuario colonial. En segundo lugar, como yaobserv el propio Carriazo y posteriormente conrmaron algunos investigadores (Carriazo969: 35-36; Carriazo 973: 234; Amores 995: 67), desde los estratos inferiores se do -cumenta la presencia de cermica a torno, pudiendo datarse el estrato inferior en cronologasconvencionales en torno a la primera mitad del siglo VII a.C. En tercer lugar, el anlisis deCarbono 4 realizado a una muestra de carbn recuperada en el estrato inferior aporta unacronologa entre 79-506 A.C8. al 93,3%, fecha mucho ms moderna que la obtenida parala construccin del santuario ms antiguo documentado hasta el momento, tanto a partir delmaterial cermico como de las muestras de carbones analizadas (020- 80 A.C. al 95,4%;980-830 A.C. al 68,2 %) (Fernndez y Rodrguez 2007a: 4-49; 2005: 28-29).

    A partir de estas observaciones, resulta evidente que el repertorio cermico que sirvi defsil gua para la identicacin de determinados estratos y yacimientos como precoloniales,y por tanto como indgenas, queda invalidado. Es necesario tener en cuenta que el estudio de-

    tallado de las estratigrafas y excavaciones realizadas desde los aos 70 del siglo XX muestraque, directa o indirectamente, haban tomado como referente las cermicas de los estratosinferiores del fondo de cabaa, y que ninguna de ellas revela una secuencia en la que sepueda armar con seguridad una cronologa inmediatamente anterior a la que actualmente semaneja para el inicio de la colonizacin oriental (Fernndez 2005, Fernndez y Rodrguez

    7. La fosa corresponde a un santuario que estara bajo la advocacin de Astart y probablemente Baal.A la misma iran a parar las ofrendas del sacricio y elementos litrgicos inservibles. Otras fosas sehan documentado en el mbito IV, caracterizndose los materiales recuperados por su singularidad

    (Escacena, Fernndez y Rodrguez 2007).8. Todas las fechas A.C. se ofrecen calibradas.

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    2007a: 58-78). Esta cuestin ya fue abordada por algunos investigadores de forma previa alas ltimas intervenciones arqueolgicas llevadas a cabo en El Carambolo (Escacena y Beln99, Beln y Escacena 992, Escacena 995), reduciendo drsticamente el nmero de yaci-

    mientos supuestamente precoloniales. No obstante, y como indicamos supra, la revisin delas estratigrafas que han servido de gua para la caracterizacin de este horizonte cronolgi -co nos lleva a plantear la imposibilidad de enmarcar a ningn yacimiento en el denominadoBronce Final, aunque s algunos dentro de un Bronce datado entre 400-00 a.C. tambinregistrado en El Carambolo (Fernndez y Rodrguez, e.p.)9. En mi opinin, es quizs en laevolucin de este repertorio donde debamos buscar una posible continuidad como hiptesisalternativa al hiato poblacional planteado hace tiempo por algunos investigadores (Beln yEscacena 992).

    Pero no slo hay que poner en tela de juicio la adscripcin del repertorio cermico de

    El Carambolo a un supuesto mundo indgena precolonial. La consideracin misma de estassociedades residentes, o autctonas segn la terminologa tradicional, inconscientementeheredera de presupuestos esencialistas, como sociedades de carcter agropastoril, aunqueconocedoras de la metalurgia, queda sin justicar a partir de la reexcavacin del supuestofondo de cabaa de Carriazo.

    La interpretacin de una de las fosas rituales del santuario como un hbitat de plantacircular y el anlisis de los restos faunsticos y metlicos recuperados, dio lugar a que, yaen 960, Carriazo caracterizase a las sociedades indgenas como grupos con un patrn deasentamiento determinado por la ocupacin de altozanos, que vivan en cabaas redondas desuelos rehundidos0y que practicaban la agricultura, la ganadera y la metalurgia de algunos

    minerales (Carriazo 992: 23-25; Torres 2002: 97 y ss.). Esta serie de deducciones fueron, deforma indirecta, puestas en tela de juicio por distintos investigadores en tanto que stos rein -

    9. Se ha agotado la estratigrafa en una extensin superior a los 000 m2en distintos puntos del enclave,documentndose niveles e infraestructuras correspondientes exclusivamente al perodo Calcoltico ypuntualmente a un Bronce Tardo-Final, datado por Carbono 4 al 95,3 % de posibilidades entre 40A.C. y 3 A.C. Respecto al material cermico correspondiente a este momento, si comparamos loshorizontes datados con cronologas radiocarbnicas en yacimientos del mismo entorno geogrco ycultural, podemos apreciar cmo los repertorios cermicos de El Carambolo guardan las mismas ca-ractersticas morfolgicas, tipolgicas y de tratamiento supercial. Es el caso de los estratos IIIa y

    IIIb del Llanete de los Moros (Montoro, Crdoba) y el nivel 3 del Castillo de Monturque (Crdoba)(Fernndez y Rodrguez, e.p.).0. La utilizacin de los fondos de cabaa circulares como indicador tnico (Izquierdo 998) hallevado a la catalogacin de numerosos yacimientos como indgenas, cuando en la inmensa mayorade los casos no existe fundamento para considerar estas fosas como base de una cabaa tanto por sutamao como por la falta de otras evidencias que acompaen esta interpretacin. De hecho, no se sueletener en cuenta la falta de niveles de pavimento o uso, huellas de postes o cimientos, hogares, etc. Sinnegar la existencia de estos fondos de cabaa gran parte de los mismos puede interpretarse como infra-estructuras. Ahora bien, plantas circulares rehundidas idnticas se encuentran en el registro arqueol-gico desde la Protohistoria a nuestros das, con funcionalidades de lo ms dispar; desde fosas spticasa simples basureros, fosas de extraccin de materiales, silos e incluso bases de chozos que no tienen

    por qu adscribirse a grupos tnicamente distintos, si no a diferencias econmicas y/o funcionales delasentamiento.

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    terpretaron el supuesto fondo de cabaa como un lugar de culto (Blanco 989: 95-96), y msrecientemente como una fosa ritual perteneciente a un santuario (Beln y Escacena 997:4; Beln 2000: 72)11. Las intervenciones arqueolgicas llevadas a cabo entre 2002 y 2005

    en la cima del cerro han conrmado las hiptesis de estos autores, pues durante las mismas seha hallado un conjunto cultual cuya ubicacin, orientacin, materiales, edilicia, planta, insta-laciones y elementos muebles muestran claros paralelos en Prximo Oriente, fechndose laconstruccin ms antigua documentada hasta ahora en 020-80 A.C12. Este edicio sufrirabundantes reformas que pueden agruparse en cinco fases bsicas, amplindose progresi-vamente hasta su amortizacin a nes del VII a.C. o principios del VI a.C., aunque, tras elabandono del mismo, se siguen documentando actividades en el entorno. El complejo cultualocupara todo el conjunto del cerro. Mientras en la cima se ubica el promontorio sagrado ylas dependencias necesarias para el culto, sacricio y preparacin de ofrendas, en la laderanoroeste, en la que se ubica el denominado Carambolo Bajo, encontraramos una serie de

    dependencias anexas destinadas a actividades asociadas al templo, sin excluir la posibilidadde la presencia de capillas auxiliares en esta rea (Fernndez y Rodrguez 2005: -38;Fernndez y Rodrguez 2007a: 246-25).

    En cuanto a aquellas manifestaciones supuestamente precoloniales citadas al inicio delpresente apartado, las estelas de guerrero y los depsitos de armas vinculados al BronceAtlntico13, son los elementos que, junto con el repertorio cermico anterior, mejor deni -ran a las poblaciones del suroeste andaluz previas a la colonizacin (Torres 2002: 27-37,26-264). La directa vinculacin de las estelas con el mundo septentrional y su escasa pre-sencia en el suroeste andaluz4plantean seras dicultades para mantener la hiptesis que las

    considera como producciones indgenas precoloniales propias del mundo tartsico. Pa-ralelamente, hay que tener en cuenta que, a falta de contextos estratigrcos primarios, lacronologa que puede derivarse del estudio formal de los objetos representados en las estelas

    . Antonio Blanco Freijeiro consider que el fondo de cabaa de El Carambolo pudo ser un lugar deculto similar a los del Egeo en poca geomtrica y orientalizante momentos en los que los templos eranedicios muy rudimentarios, de planta rectangular u ovalada y que slo por la singularidad de sus ajua-res se distinguan de las casas. Por su parte, M. Beln y J.L. Escacena, en funcin de los datos dispo -nibles en aquellos momentos, planteaban la posibilidad de que el santuario se ubicase en el CaramboloBajo. Este ltimo investigador, tras las recientes excavaciones, aboga porque en esa zona se ubicasen

    estancias auxiliares, aunque pudiesen incorporar capillas de culto.2. La cronologa que aportan los materiales cermicos recuperados podra llevarnos a mediados delsiglo VIII a.C. o nes del siglo IX a.C., si admitimos que la presencia de materiales a torno est enrelacin con la presencia de colonos fenicios. En cualquier caso, la utilizacin de las cronotipologastradicionales resulta incoherente en tanto que la reexcavacin del fondo de cabaa hace que sea nece -saria una completa revisin de los repertorios cermicos.3. No abordaremos las estelas con escritura del suroeste, en primer lugar porque la grafa es deudorade la fenicia, datndose entre los siglos VII y V a.C. de forma mayoritaria y, bsicamente, porque surea de dispersin se centra en el suroeste portugus con algunos ejemplares aislados en el Bajo Gua -dalquivir y Extremadura, tratndose de un fenmeno perifrico incluso dentro del mbito tartsico peroindudablemente ligado a la presencia fenicia (Domnguez 2007 96-298).

    4. La gran mayora de los ejemplares se recuperan en Extremadura y solo algunos en la zona norte delas provincias de Sevilla y Crdoba.

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    localizadas en el suroeste peninsular, slo permiten datar estas manifestaciones de formacoetnea a los inicios de la colonizacin oriental e incluso a lo largo de la misma (Celestino200: 309, Domnguez 2007: 275-276, Escacena, e.p.)5.

    En referencia a los depsitos de armas6, la cronologa aportada por los anlisis de Carbo-no 4 de algunos de los elementos recuperados en la ra de Huelva, en comparacin con lasdataciones obtenidas en yacimientos de cronologa claramente colonial como El Caramboloo Huelva (Torres 2002: 446-447, Mederos y Ruiz 2006: 4-50), nos permiten plan-tear que algunas de las armas recuperadas pudiesen ser anteriores a la presencia colonial7,pudindose armar asimismo que otros ejemplares pueden ser coetneos a los inicios de lacolonizacin, sin olvidar que existen objetos en el depsito con una datacin muy tarda.No obstante, hay que sealar que los valores medios de las dataciones obtenidas sitan lasmuestras analizadas en el siglo X (997-925 A.C.), frente a los mrgenes cronolgicos de los

    niveles coloniales, que pueden establecerse a principios de ese mismo siglo (96-904 A. C.)(Mederos y Ruiz 2006 44 y 46), por lo que podramos suponer la presencia de una pobla-cin portadora de esta tecnologa en un momento inmediatamente anterior a la colonizacin,aunque sin cubrir el vaco de documentacin que va del 200-000 A.C. en el rea que nosocupa8.

    5. Para Domnguez Monedero (2007: 275-276) La cronologa de estas manifestaciones slo puedeestablecerse, a falta de otros contextos, a partir de los objetos representados en ellas, que son el nicotrmino able (al menos ad quem opost quem); por ello, unas fechas entre los siglos IX y VIII parecenrazonables. Quiz puedan ampliarse algo en el tiempo, incluyendo parte del siglo X a.C. y, tal vez,

    algunas puedan bajarse hasta incluir los primeros decenios del siglo VII pero, en general, ese marcocronolgico les viene bien; ello debera llevar a replantearse el calicativo de precoloniales que algu-nos autores les otorgan, puesto que, al menos en mi opinin, no son ms que una consecuencia, lejanay remota si se quiere, pero consecuencia al n, de la presencia fenicia en las reas onubense y del BajoGuadalquivir.6. Partimos de la interpretacin de los depsitos de armas como resultado de unas prcticas funerariascaracterizadas por la deposicin de los cadveres y sus ajuares en los ros, siendo ste el rito propiode grupos de raigambre atlntica (Ruiz Glvez 998: 263). La recuperacin en los cauces uvialesde objetos de cronologas claramente coloniales e incluso tan tardas como el siglo V a.C. vendra aconrmar la pervivencia de estos rituales y, por tanto, la presencia de gentes con dichas prcticas enmomentos posteriores.7. Para Mederos y Ruiz la cronologa de las armas analizadas sera colonial en funcin de los distintos

    horizontes cronoculturales, correlacionados con Tiro, que se han diferenciado en base a los materialesrecuperados en Mndez Nez/Plaza de las Monjas, y las cronologas medias ms probables de lasmuestras de la ra. A este respecto, las excepcionales condiciones en que se recuperaron los materialesy el hecho de agruparlos en distintos horizontes aposteriorisuponen un fundamento poco slido parasostener esta hiptesis (Mederos y Ruiz 2006: 46-50). M. Casado (2007: 248-249) se ha ocupadorecientemente de la problemtica sobre la cronologa de los depsitos de espadas y el Bronce Final delsuroeste de la Pennsula apuntando una posible coetaneidad en la llegada al suroeste de poblacionesprximo-orientales y poblaciones de tradicin atlntica.8. Es necesario prestar atencin a los amplios mrgenes (400-350 aos) que ofrecen las fechas calibra-das de las muestras procedentes de la ra de Huelva (255-90 A.C. la mas antigua y 206-80 A.C. lamas moderna), y a que parte de su arco cronolgico se superpone con las dataciones de Huelva ciudad

    (998-834 A.C. la mas antigua y 968-827 A.C. la mas moderna) o Carambolo (020-80 A.C.), lo quehace que tengamos que ser prudentes a la hora de tomar en consideracin la cronologa precolonial de

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    Por tanto, y de acuerdo a los datos expuestos en los apartados anteriores, carecemos deargumentos para explicar las distintas manifestaciones materiales que hemos tratado comoresultado de la presencia de una poblacin autctona en el suroeste andaluz, residente desde

    el Bronce Final I (250/200 a.C.), e inuida por el Bronce Atlntico, que recibira el impac-to de la colonizacin oriental.

    Estas conclusiones no conllevan el armar que exista un vaco poblacional en el periodocitado en el suroeste andaluz, slo intentamos poner de maniesto que, con los datos dispo -nibles en este momento, no podemos realizar una caracterizacin arqueolgica fundamentadade las poblaciones residentes en este territorio en el periodo indicado, ni siquiera armar lapresencia de las mismas.

    3. Sobre quin habitaba en el suroeste andaluz en el periodo colonial y cmo

    se organizabanEn vista de lo anteriormente expuesto, pocos son los datos de los que disponemos para

    caracterizar el perodo inmediatamente anterior a la colonizacin oriental en el suroeste de laPennsula Ibrica y, concretamente, en el rea ocupada por las actuales provincias de Huelva,Cdiz y Sevilla. Por el contrario, a partir de nes del siglo IX a.C. y a lo largo de los siglosVIII y VII a.C. la arqueologa muestra una eclosin de yacimientos de distinta extensin yfuncionalidad caracterizados por un patrn de asentamiento, cultura material, tecnologa ycreencias vinculados directamente con el mundo prximo-oriental y, por tanto, con el fen -meno colonizador.

    Hasta el presente, y con contadas excepciones, las variaciones en la cultura material do-cumentada en el rea tartsica haban sido explicadas como resultado de la obra de artcesindgenas19. No obstante, algunos investigadores, ya en la dcada de los ochenta del pasadosiglo, plantearon con base en los materiales recuperados en distintas intervenciones arqueo-lgicas, la posibilidad de que respondiese a la presencia de una poblacin heterognea deprocedencia prximo-oriental (Chaves y Bandera 992: 49-89; Beln y Escacena 995: 69),hiptesis hoy aceptada y fundamentada en los trabajos de Lipinski, Alvar, Garbini y Mederosentre otros (lvarez y Ferrer, e.p.).

    Para nosotros, la variabilidad del registro arqueolgico exhumado en la pennsula res-

    pecto a Prximo Oriente tiene una explicacin bsica: la evolucin del mismo a lo largo delperodo colonial por la adaptacin de los grupos humanos migrados al nuevo medio en que sedesenvuelven. Los cambios en la cultura material producidos a lo largo de este perodo van a

    las primeras muestras en tanto no tengamos nuevos datos. A este aspecto hay que sumar que el arcotemporal de valores mas probables (68,2%) aportado por los anlisis realizados a las armas de la rade Huelva sita stas entre 30-890 la ms antigua y 020-830 la mas moderna, mientras que la delCarambolo ofrece una cronologa 980-830 en este mismo rango.9. A. Blanco Freijeiro plante que algunas producciones metalrgicas fueran producto de los talleresfenicios del Medioda y sugiri la hiptesis de que la cultura tartsica, en sus ltimos momentos, pudie-

    ra caracterizarse por la mezcla de elementos orientales e indgenas, sin desdear otras inuencias comola etrusca (Blanco 956: 50-5).

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    responder a las caractersticas y distribucin de los recursos que ofrece el medio, al sistemade explotacin vinculado al modelo colonial implantado y a la variedad intrnseca de losdistintos contingentes poblacionales que pueden convivir en el territorio, ya sean de origen

    prximo-oriental, procedentes de otros enclaves mediterrneos o procedentes del interior dela pennsula.

    En conclusin, y asumiendo los datos expuestos en los apartados precedentes, los indica-dores tnicos y la caracterizacin de las formaciones econmico-sociales precoloniales ex-trapolados de las excavaciones de El Carambolo Alto y Bajo realizadas por Carriazo quedansin fundamento, al igual que la construccin histrica que hace de las sociedades indgenasla base de Tartessos. La excavacin de El Carambolo llevada a cabo a mediados del siglopasado supuso la materializacin de un Tartessos autctono, continuador de las corrientesesencialistas perladas desde el siglo XVI y consolidadas durante el franquismo, que fue

    adoptado con sumo inters por los nacionalistas de la Espaa de las autonomas (lvarez2005; Garca y Belln 2008). Sin embargo, las nuevas intervenciones arqueolgicas hanplanteado la necesidad de revisar esta visin tradicional, poniendo de maniesto, en primerlugar, la inconsistencia de la caracterizacin arqueolgica actual de las posibles poblacionesresidentes en el suroeste andaluz entre los siglos XII y IX a. C. y, en segundo, que se debeplantear que el cornimo Tartessos, si fue acuado para denir el territorio que nos ocupaentre nes del VII y mediados del VI a.C., debi de identicar al territorio de tradicin colo-nial20del suroeste andaluz en esos momentos.

    4. Sobre el abandono de los santuarios y el n del periodo colonialDistintos autores se han ocupado de la denominada crisis del siglo VI a.C. en el suroes-

    te andaluz, incidiendo en la relacin de sta con el nal de Tartessos. Este momento de cam-bio21, que por otro lado afecta igualmente a otras zonas coloniales como la costa malaguea(Martn 2007: 48-54), se ha denido atendiendo a la secuencia estratigrca, extensiny funcin econmica de los asentamientos. A partir de estos parmetros la mayora de losinvestigadores concluyen que, en torno a mediados del siglo VI a.C. se produce una reorde -

    20. No entramos a debatir sobre el origen de las distintas poblaciones que residiran en el rea en cues-tin sino que exponemos la tradicin cultural de sus manifestaciones materiales. Por norma general,

    el trmino Orientalizantedene el proceso por el cual poblaciones residentes o migradas hacia unterritorio adquieren la tecnologa, arquitectura, esttica, etc., propias del mundo colonial oriental, pu-diendo hacerse extensivo al perodo cronolgico en que perviven estas inuencias. En cualquier caso,siempre nos referiremos a poblaciones con una cultura previa al fenmeno colonizador, denida desdela Arqueologa, en las que sea demostrable un cambio a partir de la adquisicin o adicin de elementosprximo-orientales. En el caso del suroeste andaluz no podemos hablar de Orientalizante como pro -ceso si no es para referirnos a las manifestaciones materiales vinculadas al Bronce Atlntico en que semuestran inuencias de la tradicin cultural prximo-oriental, ante la falta de denicin de una culturaarqueolgica perteneciente a unas posibles poblaciones residentes anteriores al periodo colonial.2. Emplearemos el trmino crisis en su acepcin de momento o periodo de tiempo caracterizado poruna serie de cambios o evolucin ms o menos rpido en el tiempo, en contraste con los periodos que

    le anteceden y le preceden de menor dinamismo y, por tanto, sin valoraciones ticas o catastrcas alrespecto arraigadas en otras tradiciones historiogrcas.

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    nacin del poblamiento en el sur peninsular22. Este fenmeno se caracteriza por el abandonode algunos enclaves y la contraccin de otros, aunque un nmero signicativo de los mismoscontinen con una secuencia estratigrca ininterrumpida en la II Edad del Hierro (Escacena

    993: 85-205)23

    . En esta lnea, E. Ferrer (2007: 203) ha sealado recientemente que, en estemomento crtico, resulta signicativo el abandono de determinados santuarios; evidencia quecontrasta con la continuidad de los poblados asociados a los enclaves sacros.

    Respecto a El Carambolo, vinculamos su fundacin, junto con el santuario de Caura, ala colonia de Spal(Escacena 200: 92). Este enclave estara conformado por distintos asen-tamientos interrelacionados, destacando la ciudad propiamente dicha en la paleodesemboca-dura del Guadalquivir, bajo la zona ms alta del actual casco histrico de Sevilla y frente aEl Carambolo, eIlipa, la actual Alcal del Ro, como punto fuerte hacia el interior del Valle.Estos asentamientos se complementaran con otros de menor rango y tal vez distinta funcio -

    nalidad, como el Cerro de la Cabeza o Cerro Macareno (Fernndez y Rodrguez 2007a: 272-274; 2007b: 69-92). En este punto tenemos que sealar que el santuario de El Carambolo semantendr hasta nes del siglo VII, correspondiendo los niveles de amortizacin a mediadosdel VI a.C.24; cronologa que tambin ofrecen las ltimas construcciones documentadas enel santuario de Coria25. Sin embargo, aunque estos enclaves sacros desaparecen, los pobla-dos del entorno (Spal,Ilipa, Cerro de la Cabeza y Cerro Macareno) muestran una secuenciacronocultural ininterrumpida hasta el perodo romano-republicano, aunque en algn casopueda plantearse una cierta reorganizacin de los yacimientos, materializada en una menor

    22. Tradicionalmente se han puesto estos hechos en relacin con la toma de Tiro y el declive del trcode mercancas desde el Prximo Oriente, aunque en la actualidad algunos investigadores como M.Botto dan escasa importancia a los acontecimientos que se estn dando en estos momentos en Prximo-Oriente en relacin con las transformaciones del VI a.C.23. Estos cambios son paralelos a la ausencia en el registro estratigrco de determinados materialescermicos distintivos del perodo anterior y una evolucin, aunque sin rupturas, del repertorio cermicode la etapa precedente, que caracterizar al mundo turdetano (Jimnez y Garca 2006: 25-44, Ferrery Garca 2007: 03-30).24. Es necesario destacar que sobre los restos del ltimo edicio, y en parte reutilizando algunos murosde la ltima fase (Carambolo I), se ha exhumado una serie de hornos destinados a la fundicin de meta-les. Este hecho, para J.L. Escacena, podra estar en relacin con el expolio de los bienes del santuario a

    partir de un enfrentamiento que habra llevado al abandono rpido o violento del mismo. La ocultacindel propio tesoro de El Carambolo, y el hecho de que ste nunca se recuperase, podran apoyar dichahiptesis. A estas observaciones hay que sumar el amurallamiento del cerro en un momento probable-mente tardo de su evolucin mediante un sistema defensivo con paralelos en Prximo Oriente y enlos asentamientos coloniales peninsulares. Tras el perodo protohistrico, no se detectan restos en elenclave hasta la ocupacin francesa (Fernndez y Rodrguez, e.p.). La aparicin de puntas de echa detipologa oriental en el tramo medio y alto del Guadalquivir y valle del Genil evidencian, para E. Ferrer,la inestabilidad de mediados del siglo VI a.C. (Ferrer 2007: 204). El amurallamiento de yacimientos(Escacena 200) y la ocultacin de tesoros como el de El Carambolo podran corroborar la existenciade un clima blico en estos momentos.25. Tras la destruccin de las edicaciones se constata una actividad marginal materializada en la pre-

    sencia de hogares y depsitos de cronologa turdetana, no documentndose nuevas construcciones hastael siglo IV a.C. (Escacena e Izquierdo 200).

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    extensin de los mismos (Escacena 993: 93-96; Fernndez y Rodrguez 2007b: 76; Ferrery Garca 2007: 202-203).

    En fechas similares, mediados del siglo VI a.C., se abandona denitivamente el santuario

    de Montemoln; no obstante, el poblado correspondiente a este asentamiento, Vico, man-tendr su actividad hasta poca romana (Bandera y Ferrer 2002: 44; Chaves y otros 2003:29-30).

    En el caso de Carmo, el conjunto cultual de Marqus de Saltillo (mbito 6) se abandonaasimismo en la primera mitad del VI a.C. (Beln y otros 997: 87-88). En cualquier caso,la ciudad muestra una secuencia ininterrumpida hasta poca romana, si bien con una probablereorganizacin en el momento de abandono del santuario (Escacena 993: 9-92)26.

    Otro caso signicativo podra localizarse en Lebrija. En el Hierro Antiguo se abandonael santuario correspondiente a este asentamiento que, segn nuestra opinin, podra ubicarse

    en el paraje denominado Higueras del Pintado, cerca de Huerto Pimentel, donde aparecie-ron los thymiateriade Lebrija (Almagro 964: 7, Tomassetti 997: 249; Perea et alii 2003:99-00)27interpretados hoy como posibles betilos (Perea et alii 2003: 2-3). Este em -plazamiento contrastara con el hecho de que la secuencia de la calle Alcazaba muestra unaocupacin ininterrumpida, aunque con un probable nivel de destruccin en torno a mediadosdel VI a.C. (Escacena 993: 97), por lo que puede relacionarse con el poblado tartsico.

    El abandono de esta serie de santuarios ubicados en el Bajo Guadalquivir contrasta conla pervivencia y apogeo de lugares de culto costeros de la franja sur como Cdiz, la Algaidao Gorham (Beln 2000: 77-78), de la misma forma que resulta signicativo el hecho de que,

    a partir de mediados del VI a. C., en esta ltima zona se sigan detectando rituales de ente-rramiento y manifestaciones religiosas mientras desaparecen en zonas interiores (Escacena989: 468)28.

    En cuanto al mbito del Bajo Guadalquivir y la Campia, si tenemos en cuenta las mlti-ples funciones de los santuarios en la tradicin prximo-oriental y el mundo colonial (Aubet994: 42 y 239-24, Ruiz de Arbulo 2000), el abandono de los lugares de culto sealadoshabra de ser minuciosamente valorado, en tanto que las actividades que se ejercen en estosenclaves, tras su desaparicin, o bien han dejado de ejecutarse o bien han sido asumidas porotras instituciones que no necesitan espacios consagrados similares a los constatados durante

    los siglos precedentes. Creemos que este aspecto ha de ser tenido en cuenta, junto con elconjunto de transformaciones o pervivencias que se dan a partir del siglo VI a. C., a la horade afrontar el nal del periodo colonial (ntimamente ligado a estos enclaves sacros) y al

    26. Tal vez la reocupacin del espacio ocupado por Saltillo, al igual que Caura, se deba a su carcter desantuarios insertos en un ncleo urbano.27. Consideramos esta posibilidad a falta de restos fechables en este periodo en la tambin cercana cimadel Cerro del Castillo. Agradecemos a Agustina Quirs, arqueloga municipal de Lebrija, la informa-cin facilitada sobre las intervenciones realizadas en el castillo de la localidad.28. En este mismo sentido, otros aspectos de la cultura material de los dos mbitos sealados, aunque

    heredera en ambos caso del mundo prximo-oriental, muestran una diferenciacin regional en el reaturdetana y pnico-gaditana.

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    establecer los procesos histricos (Arteaga 200: 242 y ss; Ferrer 2007: 204-205) que van adar lugar a la conguracin del mundo turdetano y su realidad material.

    En sntesis, la crisis del siglo VI a.C. en el suroeste peninsular slo puede ser compren-

    dida como resultado de la evolucin de las poblaciones humanas asentadas en esta regin almenos desde los inicios de la colonizacin; evolucin en la que es necesario tener en cuentatanto los agentes endgenos como los exgenos, y entre stos, aunque sin sobrevalorar losacontecimientos que se desarrollan en el Mediterrneo.

    5. Una reexin nal

    Las primeras menciones al trmino Tarteso corresponden a un territorio de lmites im-precisos ubicado en el suroeste andaluz, coincidiendo con el inicio y desarrollo del perodode gran dinamismo al que hacamos referencia en el apartado anterior (nales del siglo VIIa.C.). Este espacio geopoltico est ocupado en este momento por poblaciones con una cul-tura material e ideolgica heredera de la tradicin prximo-oriental. No obstante, es a partirde nes de este siglo y durante la primera mitad del VI a.C., cuando se observa una serie decambios notables en el registro estratigrco que parece implicar un menor contacto e in-uencias con el Prximo Orientey una profunda regionalizacin, aunque la cultura materialsiga siendo heredera de la tradicin colonial. Este hecho nos lleva a plantear la necesidad dereexionar sobre los datos extrapolados de las fuentes griegas y latinas referentes a Tartesoya que, excepto la ms antiguas o aquellas que puedan ser enmarcadas al inicio de este mo-mento de trasformacin, haran referencia a hechos o poblaciones correspondientes a un mo-

    mento avanzado de la transicin hacia el horizonte postcolonial y a la formacin del mundoque las fuentes posteriores a la conquista romana nos transmitirn como turdetano (Garca2003, lvarez 2008), y no al mundo colonial datado entre los siglos IX y nes/mediados delVI a.C.29.

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    griega coincide (y no sabemos si hay relacin entre ambos fenmenos) con el ya mencionado procesode reestructuracin del mundo fenicio peninsular (2007: 307-308).

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