Sobre el horizonte

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narrativa Axel Taméz Sobre el horizonte

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n a r r a t i v a

Axel Taméz

Sobre el h o r i z o n t e

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Sobre el horizonte

Axel Taméz

Centro de CreaCión LiterariateCnoLógiCo de Monterrey

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© Centro de CreaCión Literaria teCnoLógiCo de Monterrey FeLipe Montes, direCtor

© axeL taMéz, 2013

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todos Los dereChos reservados ConForMe a La Ley

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Cuando abrí los ojos, vi que ya se asomaba un rayo de luz por la orilla de la ventana, tan resplandeciente y brillan-te, anunciando que la vida ya había reanudado su curso desde hacía ya un rato, tan fuerte y a la vez tan fugaz se veía, imponiendo su presencia en mi cuarto oscuro. Me giré hacia un lado y extendí mi brazo para alcanzar mi celular… eran las 10:03 am, martes, mi día ya había empezado tarde, comencé a contemplar si debía levan-tarme y pretender que aún podía llegar a tiempo a mi trabajo, pero los camiones de basura salen de la estación a las 6:00, ¿a qué voy?, ¿a aparentar que me importa mi labor?, recoger la basura no es bonito, pero es un trabajo que se tiene que hacer; imaginen todas las familias que ya comenzaron su rutina y al salir de su casa ven que su basura sigue allí, inerte, pudriéndose.

Soy el responsable de que muchas personas comien-cen hoy mal su día y, cuando regresen a sus casas, esa basura ya pútrida y mal oliente los estará esperando de vuelta, será lo primero que vean al regresar y al salir de su casa al día siguiente.

Un trabajo sucio, pero clave para el funcionamiento de nuestra sociedad, igual de importante que cualquier otro, aunque su remuneración no es equivalente al im-pacto que tiene, son las 10:22 am y sigo acostado, acom-pañado por ese rayo de luz que me ve y me juzga.

¿Por qué termine como conductor de un camión de basura? ¡Ah, sí!, no muchos quieren a un exconvicto de trabajador, ellos no saben que asesiné a alguien para proteger el honor de mi hija, nadie sabe lo que tuve que hacer para sobrevivir en la cárcel, nadie sabe lo que es

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ser un padre amoroso y ver cómo alguien profana lo que más quieres, lo que más amas, enfrente de tus ojos, tuve todo y ahora no tengo nada.

Para ellos soy un pedazo de mierda, escoria de la so-ciedad, un exconvicto. ¿Y que otro trabajo podría hacer un pedazo de mierda?

Simple, levantarse a las 4:00 para estar listo a las 6:00 am, en mi uniforme, pitando en cada esquina que voy y recoger la mierda que alguien más genera, basura recoge a basura.

Son las 11:01 a.m., tal vez deba de ir a visitar a mi hija, debería de aprovechar este día, si ya no fui a tra-bajar debería aprovecharlo de otro modo, y qué mejor que pasar el tiempo con mi familia y tal vez dedicar un tiempo para mí.

Me dirijo al baño y mirando hacia el espejo veo a alguien, pero no soy yo, veo a alguien con una barba lar-ga, el pelo hecho nudos y oscuridad en sus ojos, negros y tristes, vacíos, sin vida. Después de bañarme y vestirme decidí visitar a mi viejo amigo Rodrigo, tiene una pelu-quería de las tradicionales que, por 40 pesos, te cortan el pelo y te afeitan, servicio del bueno y no como esos lugares donde te cobran $100 o $200 por lavarte el pelo y perfumarlo.

En mi camino hacia la peluquería vi que las calles estaban muy tranquilas, a lo lejos escucho una alarma de un carro y una sirena de una patrulla que se desvane-ce conforme se aleja. Llegué a la peluquería pero estaba cerrada, ¿en martes?, no es día festivo que yo recuerde, no le di mucha importancia, aunque sí me preocupaba que mi hija me fuera a ver en estas condiciones; decidí seguir mi camino, pues ya me había levantado y estaba a unas cuadras de mi destino.

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Cuando llegué con mi hija comencé a tener dudas, hu-biera comprado unas flores, mejor no hubiera venido, ¿qué pensaría de mí al verme todo descuidado?, pero ya estaba aquí, lo demás ya no importaba; no me sorpren-dió que el lugar estuviese vacío, no muchas personas vienen por aquí.

—Hola, m’ija, soy tu papá, vine a darte una vuelta porque hace mucho que no platicábamos, espero que no estés enojada porque no haya venido antes y, discúlpa-me que haya venido en estas fachas, era lo que tenía al alcance, pero bueno, no hay excusas…

—No... no sé qué más decir, que estúpido, vas a de-cir, años de no visitarte y ya que estoy aquí no sé de qué hablar, ah, mmm, ¡ah! ya sé, ¿adivina qué me paso?, no vas a creer que me quede dormido y no fui a... no, sabes que, hablar de mi no es lo más apropiado, después de tanto tiempo, qué te parece si mejor me siento por aquí, no me tienes que decir nada, mira, aquí sentadito me quedo y nos ponemos a ver el panorama.

Hacía 10 años que mi hija había muerto en aquel su-ceso que quisiera no recordar, tal vez esa fue la misma causa por la cual me negaba a venir, porque me trae re-cuerdos de cómo fue... de que… bueno, no tiene caso. Lo importante es que aquí estoy con ella y ella aquí conmigo.

Luego de un rato de estar aquí veo que aún sigue la foto de ella, dentro de una jaulita, junto con una vela-dora rota, que parecía llevar años, gastada por todo el tiempo que ha estado expuesta a la intemperie, pero la foto de mi hija sigue intacta.

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—Sabes, a pesar de que nunca conociste a tu mamá, yo sí la veía todos los días, cada vez que te despedía an-tes de irte a la escuela, la veía a ella en ti, el mismo cabello ondulado y castaño, y esos lindos y redondos ojos que si los mirabas por unos segundos, sentías como te acariciaban el alma. Eras su viva imagen.

Platicando con mi hija se me fue el tiempo, me di cuenta que ya era tarde cuando vi que el sol ya se esta-ba escondiendo y, mientras apreciaba junto con mi hija cómo se ocultaba, vi la figura de aquel hombre parado a lo lejos, con la postura algo curveada.

—Bueno hija creo que me tengo que ir, sabes, creo que deberías de estar en un lugar más cálido y cómodo, así que te llevaré conmigo, así podremos platicar todos los días. Saqué su foto del marco y me la guardé en el bolsillo de mi chaqueta.

Al caminar hacia la salida del cementerio vi que aquel hombre seguía allí, de pie, como si estuviera espe-rando a alguien. Me dirigí hacia él.

—Buenas tardes, bueno, casi noches, ¿está espe...No pude terminar mi frase pues al acercarme al

hombre vi que tenía el rostro golpeado, ensangrentado, estaba pálido y con pedazos de piel colgando de su pe-cho, como si alguien lo hubiese atropellado. Volteó hacia mí completamente y gimiendo intento golpearme torpe-mente con su brazo derecho.

—Eh, ¿qué le pasa?, ¿qué pretende?Al mirar hacia la puerta vi que una mujer camina-

ba erráticamente, con el tobillo completamente roto y el hombro dislocado, gimiendo. Al virar mi atención hacia la mujer, aquel hombre se abalanzó agresivamente, con sus brazos extendidos hacia mí. Como reflejo, lo tomé por su brazo derecho, lo jalé hacia un lado, fuera de mí para que perdiera el balance, lo pateé en la rodilla fuer-temente, quebrándola, y antes de que cayera al suelo por el trauma, le di un puñetazo en la cara.

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Aquel hombre cayó al suelo, pero parecía como si no le hubiera hecho nada, intentó pararse de nuevo, pero sólo veía cómo caía de nuevo cada vez que lo intenta-ba, gimiendo fuertemente, haciendo que su pierna estu-viera en una posición totalmente anormal. Comenzó a arrastrarse hacia mí mientras que la mujer que estaba en la puerta, ahora se encontraba a algunos metros de mí, mirándome fijamente, comenzó a gritar, desquicia-damente.

—¿Qué está pasando aquí?, ¿qué sucede?, ¿qué le pasó a estas personas?

Era tan irreal lo que estaba viendo… les saqué la vuelta y corrí desesperadamente hacia la calle, esperan-do encontrar a alguien que me ayudara, que me expli-cara qué estaba pasando. Pero una vez en la calle, solo vi a otros dos sujetos caminando erróneamente; voltea-ron a verme y lanzaron un grito ensordecedor y comen-zaron a acelerar el paso hacia mí.

Corrí de prisa hacia mi casa, sin mirar atrás, a mi paso vi que todos los establecimientos estaban cerrados, algunos tenían las puertas derribadas pero no me quise detener a pedir ayuda en alguna casa, lo que había visto hacía unos momentos fue suficiente para saber que algo muy malo estaba sucediendo y, al parecer, era el último en enterarme.

Llegue a mi casa, busqué las llaves en mi bolsillo, con las manos sudorosas y temblando, intentando torpe-mente colocar la llave dentro de la cerradura. Conseguí abrir la puerta y desesperadamente la cerré detrás de mí, le puse llave, coloque el pasador y aun así me sentía inseguro. Fui deprisa por sillas, mesas, cualquier cosa grande y pesada que pudiera colocar detrás de la puer-ta. En mi frenesí por atrincherarme dentro de mi casa, rompí platos, lámparas y cualquier cosa que estuviese a mi paso.

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Un silencio ensordecedor llenaba el vacío de mi casa que se encontraba a oscuras, podía escuchar mi respira-ción acelerada, podía escuchar los rápidos latidos de mi corazón, tan rápidos, que pensé que me iba a estallar. Podía sentir el sudor fluyendo desde mi sien hasta mi cuello, ¿y yo?; seguía mirando la puerta, esperando que, de pronto, algo intentase entrar y, sin mayor esfuerzo, destruyera la barricada de cosas que había colocado en la puerta, como si no fuera gran cosa. Pero nada sucede, el silencio me consume y el sonido del tic tac del reloj que está en la cocina me está sacando de quicio.

—¿Qué pasa contigo hombre?, relájate, okei; ¿qué fue lo que vi?, ¿qué paso?, trata de poner algo de sentido en lo que viste.

Mientras recapitulaba, paso a paso desde mi salida de mi casa, hasta el cementerio y de regreso, seguía sin encontrar explicación a lo sucedido.

Prendí la televisión, ya eran las 12:42 am y solo es-taban esos infomerciales en la televisión, me tranquilicé un poco porque quería decir que todo seguía en orden, tal vez aluciné, debido a la resaca, no he comido nada en todo el día, tal vez sea eso. Tal vez deba llamarle a Rodrigo, si me contesta, quiere decir que todo está bien, todo esto pueda ser mera psicosis mía.

Busqué el teléfono en mi chaqueta, pero no lo en-cuentré; recordé que probablemente lo perdí mientras peleaba con aquella persona y al momento de recordar su rostro, sentí cómo se descargaba adrenalina por mi cuerpo y ésta recorría todo mi torrente sanguíneo. Eso que vi no pudo haber sido idea mía, sé lo que vi y me es ajeno a cualquier cosa que haya visto antes.

En la cárcel vi los rostros de gente que fue asesinada a golpes, a base de palos, apuñalados. Recuerdo cómo podías ver sus expresiones de sufrimiento y dolor aún

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después de muertos, pues fue lo último que experimen-taron mientras estaban vivos. Recuerdo sus miradas agonizantes, podías sentir su dolor al mirarlos a los ojos, si es que quedaba algo de ellos. Era la misma mirada de aquel sujeto.

Fui a la cocina, abrí una lata de atún y saqué una cerveza del refrigerador, ya era muy tarde para cenar, pero debía comer algo. Abrí mi cerveza, tomé un trago y escuché cómo se rompían unos vidrios, probablemente los de alguna casa cercana. Rápidamente apagué la luz de la cocina y me pegué a la pared que corría perpen-dicular al pasillo que da a la puerta principal; me quedé escuchando.

Se oía que tiraban cosas y arrastraban objetos, algo como lo que hice yo hace algunas horas, pero esta no era una persona, eran varias, ya que se oían muy distantes los ruidos unos de otros para ser una sola persona. Tomé un cuchillo de la cocina, fui a mi cuarto y, lentamente, tomé mi bate de baseball que tenía en mi clóset y regre-sé al pasillo que daba a la cocina para seguir escuchando lo que sucedía, pero ya no se oía nada, más que varios pasos.

—¿Seguro que esta casa tenía las luces encendidas?—Sí, las vi encendidas cuando entramos a la otra

casa.—No parece haber alguien.Vi por la ventana que estaba en el pasillo que eran

unas cuatro personas que se encontraban afuera e in-tentaban abrir la puerta.

—Esta tiene protectores, no podemos entrar por la ventana —dijo un sujeto

Tomé el bate con las dos manos, esperando a que abrieran la puerta en cualquier momento.

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Comenzaron a forzar la cerradura mientras golpea-ban la puerta fuertemente para poder entrar. Cuando uno de ellos dijo desesperado

—Ahí vienen tres.Dejaron de golpear la puerta y comenzaron a correr,

después de unos segundos volví a escuchar otro grupo de personas corriendo y gimiendo, justo igual que el sujeto del cementerio. No necesitaba más prueba para confir-mar lo que vi en la mañana, algo está sucediendo y no soy el único en saberlo.

Me asomé por la ventana, para verificar que nadie estuviera fuera de mi casa, había plena oscuridad, solo la calle se mantenía iluminada cada 50 metros, por los postes de luz que había en la orilla de la banqueta, como si la calle fuera un río y los círculos de luz que formaban los postes fueran las piedras en el río que te ayudarían a cruzar del otro lado.

Dentro del silencio que había, escuché un llanto, provenía de la casa que fue asediada por aquellos tipos, miré detenidamente a la izquierda, desde ahí escuché que se acercaban las personas que quisieron entrar a mi casa, pero no lograba ver nada. Caminé muy despa-cio hacia la ventana que estaba del otro lado del pasillo para ver más de cerca, abrí con cuidado la ventana, lo suficiente para poder escuchar con más claridad.

Inferí que era a unas dos casas de la mía, del otro lado de la calle por la distancia a la que se escuchaba el llanto.

—¿Ahora qué?, ¿piensas ir a ayudar a esa persona?, ¿qué tal si alguien sigue por ahí?, lo dudo, había algo del silencio antes de que escuchara el llanto, probablemente era de una mujer.

—Si es una mujer, probablemente no podrías hacer nada, recuerda que eres pésimo cuando se trata de eso.

—¿Y qué?, ¿la ignoro?

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Mientras estaba en mi conflicto interno de decidir qué hacer, vi que una persona caminaba lentamente rumbo a donde salía el llanto… lenta, torpe y errática-mente; es uno de ellos. Comencé a quitar todas las cosas que había colocado detrás de la puerta de manera de-senfrenada, tardé unos diez segundos en abrirme paso, pero sentí como si hubiera pasado una eternidad, tomé mi bate y salí corriendo deprisa hacia donde ese errante se dirigía.

El errante se detuvo, giró hacia mí, lancé un fuerte grito, puse mi pie izquierdo frente a mí, alcé mi bate ha-cia arriba y de un fuerte movimiento de cintura, conecté un golpe en la cabeza de aquel errante. Solo escuché un knock mientras vi cómo majestuosamente se desfigura-ba el rostro de aquel sujeto, sus ojos se desorbitaron de su cráneo y cayó al suelo.

Vi que en las escaleras estaba aquella mujer, golpea-da, con sangre sobre su rostro, pero aún tenía su ropa puesta. Ya no se encontraba llorando, pero me estaba mirando fijamente a los ojos.

—Guarde silencio, no estamos seguros aquí afuera.Miré a todos lados para ver si alguien más se acer-

caba.—¿Puede caminar?, ¿tiene algo roto?Vi cómo comenzaba a desmayarse. Coloqué mi bate

sobre ella, cuando me agaché para tomarla con mis bra-zos vi que había otros dos cuerpos a la entrada de la casa y debajo de ellos un charco de sangre. La cargué y corrí de prisa a mi casa. Entré, cerré la puerta, fui a mi cuarto y la dejé caer sobre mi cama, me olvidé de gentilezas en aquel momento. Comencé a colocar de nuevo todo detrás de la puerta.

—No se mueva, escuche detrás de mí.—No se altere, le dije, no voy a lastimarla, la traje

a mi casa porque la suya tenía la puerta destrozada, yo no fui quien la lastimó, solo intento ayudarla. Esa cosa

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la iba a terminar de matar si no hubiera llegado, yo la salvé y sé que lo sabe porque usted me vio. Ella seguía ahí de pie sin decir nada.

—Me llamo Gabriel.—Me llamo Diana —dijo ella. Me volteé para poder verla y vi cómo había lágri-

mas en sus ojos mientras sostenía mi bate con las dos manos, y en su cara veía desesperanza, se veía tan frá-gil que parecía que pudiera derrumbarse en cualquier momento.

—Esos idiotas.... mis hijos —decía con voz quebrada.—Diana, usted está segura aquí, ha pasado por mu-

cho en este momento, no tiene que decirme nada más, déjeme tratar sus heridas. La guié a mi cuarto de nuevo mientras la sostenía del brazo. Fui al baño por el boti-quín y traté de hacer lo mejor que pude con sus heridas mientras ella estaba recostada sobre mi cama, hasta que se quedó dormida. Supongo que por el cansancio y la golpiza que recibió no pudo mantenerse más tiempo despierta.

Dejé la puerta del cuarto abierta para cuando se despertara no fuera a asustarse. Tomé una silla de la cocina, agarré mi bate y me senté enfrente de la puerta de la casa. Ya eran las 4:00 am, solo faltaban unas cuan-tas horas para que amaneciera y pudiera reevaluar la situación en la que estamos, digo estamos porque ahora somos dos, pareciera que el mundo se fue a la mierda en un día y aún no sé qué fue lo que causó todo este desmadre.

Este pueblo, que de por sí ya era pequeño y tran-quilo, pareciera como si todos hubieran desaparecido en menos de 24 horas, bueno, no todos desaparecieron.

Comenzó a amanecer y los rayos de luz entraban por las ventanas, pero esta vez se veían grises, decadentes, anunciado que hoy iba a ser un amanecer completamen-te distinto al de los demás.

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Mi estómago gruñía, me dirigí al cuarto, para ver si Diana estaba bien. Se encontraba sentada en la orilla de la cama, cabizbaja, con lágrimas en los ojos, llorando en voz muy baja, como si quisiera contener esa tristeza y desesperación que la abrumaba debido a la muerte de sus hijos.

—Yo la entiendo completamente, Diana, y digo que la entiendo porque he pasado por lo mismo, vi como vio-laban y luego mataron, enfrente de mí, en mi propia casa, a mi hija. Diana volteó a verme a los ojos.

—Un muchacho que resultó ser compañero de escue-la de mi hija entró a mi casa, de alguna manera. No sé si ya estaba ahí dentro cuando llegó mi hija, o si la venía siguiendo, eso lo desconozco, lo que sí sé es que una vez que ella estaba dentro, él la comenzó a violar en su cuar-to, mientras colocaba un cuchillo en su garganta; cuan-do yo llegué, me extrañó haber encontrado la puerta sin seguro, cuando abrí la puerta escuché los gritos y llantos de mi hija, como si le estuvieran tapando la boca, y escu-chaba los gemidos de placer de aquel sujeto. No me tomó más de un segundo para que instintivamente subiera corriendo al cuarto. Lo vi a él encima de ella y vi cómo mi hija volteó sus ojos hacia mí, pidiéndome ayuda; al mismo tiempo él volteo y me vio, y de un solo movimien-to degolló a mi hija. No me advirtió de acercarme, no me amenazó, sin preguntar ni decir nada la degolló. Se lo quité de encima y lo comencé a golpear en la cara hasta que dejó de moverse. Miré a mi hija y ya estaba muy pálida, perdió sangre rápidamente, semidesnuda, con la garganta abierta sobre su cama, empapada de sangre. Tomé su pulso con la esperanza de que aún estuviera viva, pero su corazón ya no latía. Llamé a emergencias y les dije que habían asesinado a mi hija, en mi casa, les di mi nombre y cuando me pidieron la dirección, vi que el muchacho comenzó a moverse de nuevo, solté el teléfono y me lancé sobre él. Lo agarré a golpes y escuchaba cómo

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me pedía que me detuviese, pero sólo me incitaba a con-tinuar lanzando golpe tras golpe. No sé cuánto tiempo lo estuve golpeando, porque para cuando llegó la policía me encontraron golpeando un charco de sangre y algo que se asemejaba a una cabeza, pero que ya no lo era. Ese muchacho era Alberto Díaz, hijo de Esteban Díaz, no los conocía, lo único que supe después de ellos, es que tenían mucho dinero, su papa encontró la forma de que me culparan de lo que había sucedido. Me encarcelaron bajo el delito de doble homicidio. Dijeron que cuando lle-gué a mi casa y encontré a mi hija y al muchacho tenien-do relaciones me enfurecí y fuera de quicio los maté a los dos. Dure diez años en prisión hasta que un juez retomó el caso y, usando de evidencia el cuchillo, me liberaron de mis cargos y me dijeron “usted disculpe”. Entonces, créame, sé cómo se siente la tristeza, la impotencia, el odio, la ira, todo me es familiar. Pero aprendí a vivir con ello, aprendí a perdonarme y a seguir adelante. No es un proceso de un día para otro, pero Diana, ahorita están pasando cosas, cosas que no pueden explicarse, y si no aceptamos lo que está sucediendo probablemente no sobrevivamos para el día siguiente.

Se limpió las lágrimas y me dijo:—Lamento su pérdida, y entiendo lo que me dice,

pero nada me va a devolver a mis hijos; si Carlos, mi esposo, hubiera estado en la casa, probablemente no hu-biera pasado nada.

—¿Dónde está él? —le pregunté.—No lo sé, fue a trabajar y ya no regresó, sólo me

marcó por teléfono y me dijo que no saliera de la casa, que me encerrara con los niños, eso fue antier en la no-che. Escuche varias sirenas, algunos disparos y carros pasando a gran velocidad por la noche, intenté marcarle de vuelta, pero ya no me contestó. En la televisión solo se ven las noticias de la capital, y mencionaban que no saliéramos de nuestras casas, vi que había disturbios,

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edificios en llamas y gente peleando con otras personas salvajemente y de pronto se cortó la transmisión, más tarde solo había infomerciales. Por la mañana vi que muchos vecinos ya no estaban en sus casas, las calles estaban vacías, como si nadie hubiera estado aquí antes. Vi una señora que caminaba encorvada, le pregunté que si sabía algo de lo que había pasado y cuando volteó a mirarme tenía la cara desfigurada, comenzó a gritar y empezó a acercarse hacia mí, me asusté mucho y corrí como loca hacia mi casa, cerré la puerta. Ya por la no-che… pues ya sabe qué fue lo que pasó, llegaron esos ti-pos, me golpearon, mis hijos de 12 y 10 años les lanzaron cosas a estas personas, ellos se enojaron y los mataron a cuchilladas sin dudarlo. Tomaron lo que pudieron y me dejaron tirada sobre la entrada de mi casa.

—Lamento mucho lo que le pasó, Diana, pero lo im-portante ahorita es que estamos bien, dentro de lo que cabe, parece que estamos en un estado de emergencia, hay que asegurar la casa, no tengo mucha comida por aquí, pero necesitamos ver cuánto tenemos y cuánto nos puede durar, necesitamos buscar ayuda también. Aho-ra, usted no está en condiciones de salir, necesitará un par de días más para poder recuperarse parcialmente de sus heridas.

—No necesito tanto tiempo, mañana por la mañana estaré mejor, pero tampoco puedo quedarme sentada, ¿qué tal si vuelven esas personas? Mire, mi esposo tiene una pistola, está pegada por debajo de la cama que está en nuestro cuarto. Entrando subiendo las escaleras, el primer cuarto a la derecha, ese es. La cocina está en el primer piso al fondo. Tal vez quede alguna lata de frijo-les o de verduras por ahí.

—Muy bien, me llevaré el bate conmigo, en la coci-na hay cuchillos, tome uno o dos, cuando salga, ponga cualquier cosa que pueda detrás de la puerta. Cuando regrese le diré mi nombre para que sepa que soy yo, no

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se asome por las ventanas, si llega a pasar algo, encié-rrese en el cuarto y ponga la cama detrás de la puerta, ¿entendió?

—Sí, váyase con cuidado.—Coma, en la cocina debe de haber algo por lo me-

nos, ya vuelvo.

Salí de la casa y no me fui hasta que escuché que Diana terminó de colocar algunas cosas detrás de la puerta. Me fui caminando en cuclillas hacia la casa de Diana; al entrar, al pie de la puerta, vi los cadáveres de sus hijos, sentí un nudo en la garganta pero no me podía detener, subí al segundo piso, entré al cuarto y tomé la pistola que estaba debajo de la cama, abrí el ropero y saqué ropa de mujer al azar y la coloque en una bolsa, abrí un cajón y saqué algo de ropa interior, me sentía incómodo tocando la ropa de la mujer de alguien más, empecé a hacerme ideas en la cabeza.

—Basta, no seas pendejo, hay cosas más importan-tes, me dije.

Bajé a la cocina, estaba hecho todo un desorden, encontré una bolsa de arroz, una lata de elotes, en el refrigerador encontré dos manzanas, un litro de leche a medias y un tomate, lo puse todo dentro de otra bolsa para alistarme y salir; entonces escuché ruidos en la calle.

Había tres errantes, uno en trayectoria directa a mi casa, otro a dos casas a la derecha y uno más que esta-ba mirando fijamente a la puerta. Comenzó a subir la escalera de la entrada, lanzó un grito ensordecedor y co-menzó a correr hacia mí, lo empujé con mi pierna hacia atrás, cayó al suelo, solté las cosas y tomé el bate con las dos manos, el errante trató de ponerse de pie, pero antes de que lo lograra lo golpeé en la cabeza.

Tome las cosas, salí de la casa y los otros dos erran-tes comenzaron a caminar torpemente hacia donde yo

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estaba. No esperé a que ellos tomaran la iniciativa, corrí hacia mi casa y con el bate en una mano, golpeé al se-gundo errante.

—¡Diana, soy Gabriel, abra la puerta!Escuché cómo ella estaba quitando las cosas de la

puerta, volteé a ver al errante que quedaba para saber qué tan cerca estaba; lo tenía a unos pasos de mí, no alcancé a tomar el bate con las dos manos cuando se me lanzó encima; estaba forcejeando con él y veía cómo intentaba morderme.

Diana abrió la puerta y con el cuchillo que tenía en la mano se lo clavó en la espalda, vi cómo lo perforó por completo, vi la punta del cuchillo salir por su pecho, pero esto no lo detuvo.

—¡En la bolsa está la pistola!Ella se agachó, sacó la pistola, jaló el martillo del

revólver y le disparó en la cabeza. El errante se desplo-mo sobre mí y solo sentí una sensación de alivio aunque me encontraba cubierto en sangre. Diana me ayudó a quitármelo de encima.

—¿Sabes disparar?—Mi esposo me enseñó, en caso de que se necesita-

ra, aunque nunca me gustaron las pistolas, me aterro-rizan, me hacen recordar que algo malo puede pasar. Si no hubiera sido tan estúpida sobre eso, tal vez mis hijos no estuvieran muertos.

Mientras me ponía de pie, le dije.—Diana, tú no mataste a tus hijos, tú no pusiste un

cuchillo en sus vientres, hiciste lo que pudiste como ma-dre. Esos sujetos estaban decididos a conseguir lo que querían, si te hubieran visto armada, probablemente los hubieran matado a los tres.

No creí ninguna palabra de lo que le dije, si hubiera estado armada, hubiera ahuyentado a aquellas perso-nas; pero no era el momento para hacerla sentir peor. Tomé las bolsas y mi bate, miré hacia el horizonte y

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había muchos de ellos, errantes, caminando en direc-ción hacia nosotros, probablemente el disparo atrajo su atención.

—Hay que encerrarnos, Diana, ¡pronto!

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—¿Qué era eso?, fue igual al que golpeaste ayer en la noche, igual que la señora que vi ayer en la mañana.

—Un errante.—¿Errante?—Sí, así les digo, parecen ser personas, pero a la

vez no lo son, como si estuvieran poseídas o algo así. He visto siete en dos días. Pareciera como si el dolor no les importase, vi a unos con piernas y brazos rotos, otros casi destripados y seguían de pie. No hablan, solo gritan o gimen y la mayoría son agresivos. Al menos los que he visto. Generalmente los vi caminando torpemente antes de que me atacaran, por eso les digo errantes.

—¿Y de dónde salieron?—No lo sé, lo que sé es que hay que mantenernos

lejos de ellos y de las personas, en estos momentos no se puede confiar en nadie… bueno, en mí puedes confiar, así como yo confío en ti, pero tendremos que cuidarnos de los demás.

—Hay que hacer lo que habíamos acordado; no po-drán entrar por las ventanas porque tienen protectores, pero hay que taparlas para que no puedan ver hacia adentro, usemos las sabanas y cualquier cosa que pueda cubrirlas.

Son las 4:12 pm. Una vez que terminamos de tapar las ventanas y asegurar bien la puerta decidimos ver qué íbamos a comer.

—Traje unas cosas de tu casa, comida y ropa, de se-guro no quieres estar en esa ropa sucia y ensangrentada siempre, perdón por no haberlo mencionado antes.

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—Sí, la vi cuando saqué la pistola de la bolsa, pero también lo olvidé por estar apresurada tapando las ventanas.

—Puedes usar la regadera si es que quieres bañarte, no sé cuánto tiempo más podremos gozar de agua y luz. No te preocupes, no voy a intentar nada, creo que eso ya quedó claro; puedes tomar mi bate o un cuchillo contigo por si aún no te sientes segura, yo lo entiendo. Veré por mientras qué podemos comer de entre lo que tenemos.

Puse medio kilo de arroz a hervir, dentro de lo que hay, es mejor preservar la comida enlatada y consumir lo que pueda perecer más pronto. La leche que traje esta pasada, así que sólo será arroz esta vez. Tal vez lo acom-pañe con tomate.

—Diana ya lleva media hora ahí dentro, tal vez deba preguntar si todo está bien… mmm, ¿lo consideras pro-pio?, no sé, tal vez no supo cuál es el agua caliente y cuál es la fría, iré solo a preguntar si todo está bien. Escucha-ba el agua corriendo detrás de la puerta y toqué.

—Diana, ¿supo cuál era el agua caliente y cuál la llave de agua fría?

Pude escuchar que estaba llorando.—Diana, ¿está bien?Seguía sin obtener respuesta, solo escuchaba sus

llantos.—Diana, ¿se encuentra bien?Intenté abrir la puerta pero estaba con seguro.—Diana, voy a entrar.Pateé la puerta dos veces, hasta que rompí la cerra-

dura. Estaba Diana sentada en el suelo con una cortada que sangraba en una de las muñecas, el cuchillo con el que entro al baño estaba por un lado.

—Ah, puta madre…Corrí al cuarto por la cosas del botiquín que había

dejado anoche. Regresé al baño, tomé su brazo y comen-cé a vendarle la muñeca, la herida no se veía muy pro-

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funda, si se hubiese cortado la vena hubiera estado gri-tando de dolor y la hemorragia hubiera sido mayor. Lo sé porque me tocó ver personas que se suicidaban en la cárcel y los médicos no alcanzaban en algunas ocasiones a intervenirlos y salvarlos. Aunque, quien hubiera que-rido ser salvado de escapar de la cárcel.

—Diana, sé que tiene varias razones aparentes para querer matarse, pero esa no es la salida, se lo digo yo que estuve encarcelado por diez años, razones me sobra-ban, pero sabía que si mi hija supiera que me suicidé, que escogí el camino fácil, se hubiera sentido avergonza-da de mí, qué ejemplo le hubiera estado dando. Ahora, sé que sus hijos ya no están, y no sabemos qué ha sido de su esposo, pero no puede hacer esto, solo deshonraría la memoria de sus hijos, recuerde que ellos intentaron salvarla del peligro, y suicidándose solo estaría tirando a la basura lo que ellos hicieron por usted, le dieron la oportunidad de seguir viva, no lo desperdicie.

Me abrazó fuertemente y continuó llorando por un rato, hasta que se tranquilizó.

—Vamos, vamos a comer algo.La hice que me acompañara a la cocina porque no

me sentía seguro dejándola sola, si ya intentó suicidarse una vez, era probable que lo intentara de nuevo, no creo que lo haga con lo que le acabo de decir, pero no puedo arriesgarme. Al llegar a la cocina me encontré con los res-tos carbonizados del arroz que había dejado hirviendo.

—Bueno, no tenía muchas ganas de arroz, el atún tiene más proteína y sabe mejor que solo arroz plano.

—Discúlpeme, Gabriel, no… no sé qué me pasó por la cabeza, me sentí muy desesperada, agobiada, la pre-sión era tan fuerte, que me pareció la sali…

—No tiene nada de qué disculparse conmigo, he es-tado en su lugar y he pasado por lo mismo, dejemos eso a un lado y sigamos adelante. Otra cosa, no tiene que hablarme de usted.

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Sólo asintió con la cabeza.—De igual modo.—Tengo un plan, la central de los camiones de ba-

sura no está muy lejos de aquí, trabajo o, más bien, tra-bajaba como chofer de un camión de basura y no dejé las llaves del camión la última vez que fui. Podemos ir, tomar el camión y salir de aquí.

—¿Y a dónde iríamos?, no tengo familiares fuera de aquí, ¿usted tiene alguno?

—No, pero no creo que quedarnos sea una opción. La estación de policía está a unos diez minutos de la central, si no hay nadie, Santa Teresa está a unos 50 km de aquí.

—¿Y qué tal si en Santa Teresa esta igual que aquí?—Hay un cuartel militar a unos 20 km de Santa Te-

resa, si algo pasó allí, estoy seguro que recibieron ayuda inmediata de los militares, si no, podremos ir directo al cuartel, ellos tiene todo para defender la base.

—¿Y sí llega el camión hasta allá, no creo que esté diseñado para aguantar la carretera?

—No, sí llega, y en la central hay diesel, aparte el camión no está cargado, por lo que no debería ser un problema llegar.

—Bien, ¿y qué?, ¿nos iremos caminando hasta la central?

—¿Tiene una mejor idea?, estoy abierto a opciones.—¿Y si nos quedamos?—No podemos, vi una gran cantidad de errantes vi-

niendo para acá, si nos quedamos más tiempo aquí, es-taremos rodeados, sin comida podríamos vivir un mes a lo mucho porque agua todavía tenemos. Pero estaríamos muy débiles para poder hacer otra cosa más que esperar a la muerte.

—E irnos, no sería lo mismo, solo prolongar un día más o dos para finalmente morir.

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—Hay maneras más dignas de morir, esperar senta-dos no es una opción, además tengo fe en que podemos salir de esta, tenemos una oportunidad muy clara de sa-lir de aquí y créeme, después de esto, vivir un día más, será una experiencia completamente distinta.

—Tenemos que aprovechar que aún hay luz, será más fácil evitar peligros aunque de igual modo somos más visibles, así que tenemos que ser muy cautelosos. Hay que alistarnos, hay que viajar solo con cosas bási-cas, tengo una mochila en el clóset, pongamos el resto de la comida, lo que queda del botiquín, un cambio de ropa y artículos de higiene personal.

Son las 6:40 pm, todavía hay luz y nos quedan máxi-mo dos horas más, aunque eso suena muy optimista. Ya alistamos todo para salir a la central basurera, con suer-te todo va a salir bien, estamos a unos 40 minutos a pie, probablemente para las ocho ya estemos en el camión.

—¿Estás lista?—Sí.—Yo llevaré el bate y la mochila, tú llevarás el arma;

nos quedan cinco balas, recuerda usarlas si es muy nece-sario, ya que no tenemos munición extra, y los disparos atraerán la atención de errantes y de otras personas que no querremos toparnos con ellas.

—Entendido.Quitamos las cosas de la puerta, ambos suspiramos

antes de salir, sabiendo a qué nos exponíamos, pero el riesgo valía la pena. Salimos y no parecía haber proble-mas. A nuestro paso había algunos errantes distantes, pero no lográbamos atraer su atención.

El pueblo parecía estar embrujado, no había nadie en sus casas, ni en los locales, encontramos algunos au-tos abandonados, pudimos tal vez detenernos a revisar si podíamos encontrar algo de utilidad, pero no podía-mos arriesgarnos, cada minuto que pudiéramos perder nos exponía más al peligro.

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Nos topamos con algunos errantes en el camino.—Calma, no dispares, me encargaré de ellos.Le daba mi mochila a Diana, para poder moverme

mejor, en lo que mataba a los errantes cada vez que nos los topábamos en el camino. Me estaba volviendo cada vez más experto en cómo matarlos con el menor esfuerzo posible y sin exponerme tanto. Al parecer no son muy conscientes de sus alrededores, entonces llegar por de-trás es la manera más fácil de eliminarlos.

Ya estábamos a unas cuadras de la central y ya no parecía haber más errantes en el camino.

—¿Falta mucho?—No, estamos a dos cuadras de la central. No aga-

rres confianza, sé cautelosa con cualquier cosa que veas.Llegamos a la central, pero la reja estaba cerrada.

El camión estaba ahí, pero con las puertas abiertas.Le ayudé a Diana a brincar la reja, en lo que lancé

la mochila y el bate del otro lado llegaron de pronto dos errantes que seguramente estaban a la vuelta de la es-quina y los habíamos ignorado.

Comencé a subir la reja, pero mis pies no entraban por las rendijas, ya que la reja estaba hecha de malla. Los errantes se estaban acercando peligrosamente, Dia-na lanzó el bate de regreso, llegaron dos errantes más del otro lado de la calle.

Tomé el bate y golpeé con fuerza al primer errante, el segundo me tacleó y caí al suelo, perdiendo el bate de mis mano. Diana les disparó en la cabeza. Corrí a tomar el bate de nuevo, pero ya estaban muy cerca los otros dos, me agaché a tomar el bate y Diana de tres rápidos disparos, mató a los otros dos.

—¡Puta!, estuvo demasiado cerca, muchas gracias, Diana. Lancé el bate del otro lado y brinqué la reja des-pués de unos segundos, me costó trabajo, pero lo logré.

Volteé a ver hacia la calle y pude ver cómo venían más errantes, los disparos los atrajeron.

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Revisé el camión, intenté encenderlo pero no dio marcha, cuando abres la puerta se enciende el foco del techo y, como estaban abiertas, de seguro se descargó la batería.

—Espérame aquí, dime si ves algo en lo que voy a buscar al taller a ver si hay alguna batería para el ca-mión. Alguien debe de estar aquí, no tiene mucho senti-do que el camión esté abierto y la reja cerrada.

—Ok, yo espero.La reja corrediza del taller tenía candado, así que

fui a la oficina que estaba en el segundo piso para sacar la llave. Subí las escaleras de caracol que estaban por fuera; la puerta estaba cerrada por lo que tuve que rom-per la cerradura.

—¿Está todo bien, Gabriel?—Sí, necesito la llave del taller.Entré a la oficina, la llaves estaba donde siempre,

en el cajón del escritorio. Bajé al taller, abrí el candado y cuando levanté la reja vi a mis compañeros de trabajo, de pie, formando un semicírculo y entre ellos un cadáver al cual todos estaban viendo, voltearon todos a verme al mismo tiempo.

—Gabriel, los errantes están muy cerca, me gritó Diana.

Se me echaron encima, pero antes de que pudieran tocarme, solté la reja y cayó encima de uno de ellos. Los demás metieron sus manos debajo intentando levantar de nuevo la reja, los golpeé en las manos, pero no parecía detenerlos.

Miré hacia la reja de la entrada donde estaba Diana y los errantes ya estaban allí, intentando tumbarla.

—¡Corre al segundo piso!Subimos las escaleras, entramos a la oficina y co-

locamos todo lo que hubiera detrás de la puerta. Por la ventana vimos que los errantes comenzaban a derribar la malla.

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La puerta era la única forma de entrar y salir de la oficina, la ventana estaba al lado de la puerta, así que no teníamos muchas opciones. Abrí mi mochila, saqué la lata de verduras y frijoles que quedaba y las abrí.

—Bueno, Diana, te fallé, tenía un plan para salir de aquí, pero pues las cosas no siempre salen como uno las planea.

Diana, con una sonrisa en la cara, me dijo:—Sí, no siempre salen las cosas como uno quiere. Tú

no me fallaste, Gabriel, hiciste todo lo que podías para sacarnos de aquí, y a pesar de mis acciones, supiste sa-carme adelante en los momentos que más lo necesite… gracias.

8:15 pm, empezamos a comer lo que iba a ser nuestra última cena, nunca me habían sabido tan bien los frijo-les y las verduras frías. A pesar de la situación en la que nos encontrábamos y que nuestro final ya estaba escrito, nos encontrábamos muy serenos.

Conforme pasaban los minutos, los errante seguían golpeando la puerta, abriéndola cada vez un poco más, parecían no cansarse, y aunque se cansaran, había de-masiados allí fuera para continuar asediándonos.

Ya habían pasado más de 30 minutos y parecía que ya están a punto de abrirse paso.

—Diana… ¿queda una bala en el revólver, verdad?—Sí, creo que sí.Diana abre el revólver.—En efecto, queda una bala —me dijo mientras me

sonreía.—Solo tenemos una, ¿cómo lo haremos?—Son las 8:52 pm del miércoles 27 de marzo del 2013,

espero que esta grabación te ayude a saber qué hacer si llegas a encontrarla, te narramos nuestra historia para que te sirva de guía en caso de que pases por la misma situación que nosotros. Mi nombre es Gabriel Báez.

—Mi nombre es Diana Domínguez.

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—Manténganse juntos, sean precavidos.—Adiós.—No mueran.Abracé fuertemente a Diana y ella me abrazó a

mí.—Fue un gusto conocerte, Gabriel.—El gusto fue mío, Diana.Un errante tenía la mitad de su cuerpo dentro

de la oficina y luchaba desesperadamente por en-trar. Pegué mi cabeza junto a la de Diana, coloqué el revólver sobre mi sien y jale el gati…

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La edición de Sorbre el horizonte, de Axel Taméz, se realizó en noviembre de 2013 por AZUL

Casa Editorial del Tecnológico de Monterrey en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México.

Se usó tipografía Century Schoolbook.

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