SITIO DE CARTAGENA DE 1815 VII se vio sentado … · Apenas Fernando VII se vio sentado nuevamente...

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SITIO DE CARTAGENA DE 1815 Apenas Fernando VII se vio sentado nuevamente so- bre el trono de sus mayores, libre de los temores que inspiraba a las testas coronadas de Europa el poder co- losal de Bonaparte, y de las trabas que la constitución de las cortes de Cádiz había opuesto al despotismo de los monarcas españoles, cuando quiso reducir nueva- mente a su obediencia las provincias de la América del Sur, que se habían declarado independientes. Para esto tenía un hermoso ejército que formó la guerra de la península en cien combates contra los franceses, y pe- leando también al lado de las tropas inglesas sus alia- das, con excelentes oficiales que le mandasen. Decretó, pues, una expedición de diez mil hombres de desem- barco que debía seguir contra las provincias indepen- dientes del virreinato de Buenos Aires o del Río de la Plata. El mariscal de campo don Pablo Morillo, que en la guerra de la península había hecho una fortuna muy rápida, subiendo en nueve años desde sargento a general, fue escogido para mandar en jefe la expedición. Morillo tenía valor, firmeza de alma, algunos talentos y experiencia militar. El brigadier de la armada espa- ñola, don Pascual Enrile, natural de La Habana, debía mandar la escuadra, y ser el segundo jefe de la expedi- ción. El ministerio tuvo que vencer graves dificultades

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SITIO DE CARTAGENA DE 1815

Apenas Fernando VII se vio sentado nuevamente so-bre el trono de sus mayores, libre de los temores queinspiraba a las testas coronadas de Europa el poder co-losal de Bonaparte, y de las trabas que la constituciónde las cortes de Cádiz había opuesto al despotismo delos monarcas españoles, cuando quiso reducir nueva-mente a su obediencia las provincias de la América delSur, que se habían declarado independientes. Para estotenía un hermoso ejército que formó la guerra de lapenínsula en cien combates contra los franceses, y pe-leando también al lado de las tropas inglesas sus alia-das, con excelentes oficiales que le mandasen. Decretó,pues, una expedición de diez mil hombres de desem-barco que debía seguir contra las provincias indepen-dientes del virreinato de Buenos Aires o del Río de laPlata. El mariscal de campo don Pablo Morillo, queen la guerra de la península había hecho una fortunamuy rápida, subiendo en nueve años desde sargento ageneral, fue escogido para mandar en jefe la expedición.Morillo tenía valor, firmeza de alma, algunos talentosy experiencia militar. El brigadier de la armada espa-ñola, don Pascual Enrile, natural de La Habana, debíamandar la escuadra, y ser el segundo jefe de la expedi-ción. El ministerio tuvo que vencer graves dificultades

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para proporcionar los recursos necesarios en el estadode debilidad y miseria en que se hallaba el erario espa-ñol; mas fueron superadas principalmente con los auxi-lios del comercio de Cádiz, que viendo iba a escapár-sele el lucrativo monopolio que hacía en la Américaespañola si ésta consolidaba su independencia, hizo losmayores esfuerzos y proporcionó al rey todo cuandofaltaba para la expedición. Antes de que se hallara pron-ta a seguir a su destino, se supo en Madrid la ocupaciónde Montevideo por las armas de Buenos Aires; esto, uni-do a que ya era muy avanzada la estación, al estado enque se hallaban las provincias de Venezuela y a la im-portancia de asegurar el istmo de Panamá, que debíaser como el centro y el apoyo del poder español en laAmérica del Sur, obligó a variar el destino del ejércitoy escuadra: se mandó pues, que ésta y aquél se diri-gieran primeramente a la antigua capitanía general deVenezuela, y que restablecido allí el gobierno real, si-guiesen contra la plaza de Cartagena con el objeto detomarla y pacificar después el Nuevo Reino de Gra-nada.

La expedición, según las órdenes comunicadas al ge-neral Morillo, debía hacerse a la vela en Cádiz el día r,"de diciembre; mas no lo pudo verificar hasta el 24 deenero próximo. Vientos contrarios la obligaron a regre-sar al puerto, y zarpó nuevamente a la mitad de febrero,navegando hacia Canarias, donde se reunió en los últi-mos días de aquel mes: de allí dirigió su rumbo a lacosta firme.

La expedición llegó felizmente a las costas orientalesde Cumaná en los primeros días de abril, y allí enconotró al ejército realista, que, bajo el mando del feroz y

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sanguinario Boves, había destruído a los republicanosen varios reñidos combates.

Habiendo hecho el general Morillo todos sus prepa-rativos para la expedición contra Cartagena y guarnecí-

do a Margarita con ochocientos hombres, a Caracas yLa Guaira con mil, a Cumaná y Barcelona con ocho-cientos, destacado ochocientos a los Llanos y dejadotrescientos en Puerto Cabello, siguió a esta ciudad paraembarcarse. Antes envió el regimiento de Extremaduray alguna caballería con la fuerza de mil setecientos hom-bres al istmo de Panamá para seguir a Lima, y a PuertoRico un batallón de Cazadores.

Pudo hacer tan grandes esfuerzos auxiliado por el ejér-cito que halló en Venezuela al mando del coronel Mo-rales, del que embarcó cerca de cuatro mil hombres,fusilando a muchos que no querían dejar su tierra nataly tratándolos a bordo con indecible dureza, lo queaumentó el descontento de los criollos. La expediciónse componía de siete a ocho mil hombres que venían encincuenta y seis buques, algunos de guerra y los demástransportes. Fondeó la escuadra en Cabo de la Vela, yde allí envió Morillo a saber noticias de Santa Marta,puerto adonde se dirigía, y a que se hicieran los pre-parativos para el recibimiento de la expedición: éstaarribó felizmente a su destino el 23 de julio, e inmediata-mente desembarcó para reponerse de las fatigas del viaje.

Morillo, desde su llegada a Santa Marta, no habíaperdido un instante; ayudado muy activamente por lapoblación de esta provincia, que conservaba un profun-do resentimiento contra la de Cartagena, por la guerraque se habían hecho, reunió buques menores y lo de-más necesario para el bloqueo, e hizo salir por tierra la

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vanguardia de su ejército, compuesta de tres mil qui-nientos hombres de tropas venezolanas, la mayor partede pardos, acostumbrados a sufrir el calor y la hume-dad de la costa firme, que hacen tántos estragos en losblancos, especialmente en los europeos o en los quehan nacido en los climas frias y templados de los Andes.Mandaba aquellas tropas formadas en la .escuela deBoves, el coronel don Francisco Tomás Morales, aquien Morillo dio el epíteto de terror de los malvados,'es decir, de los inocentes americanos que se habíanatrevido a reclamar los derechos concedidos al hombrepor el Soberano Autor de la Naturaleza, y que soste-nían sus reclamaciones con el valor propio de hombreslibres. Morales pasó el do Magdalena por Sitionuevo aSabana larga. La columna republicana que estaba enaquella parte era de setecientos hombres y ocupaba aSanto Tomás, posición que se vio obligada a abandonara la llegada de tropas enemigas tan superiores. Tantoesta columna como todas las demás partidas que exis-tían en diferentes puntos de la provincia, inclusos losrestos del general Palacios, recibieron órdenes de reple-garse a la plaza conduciendo los ganados y todos losvíveres que fuera posible.

Cartagena, acaso la plaza más fuerte de la Américadel Sur, está situada en una península arenosa, que for-mando un paso estrecho al suroeste, tiene comunica-ción con la parte llamada «Tierra bomba» , que se ex-tiende hasta Bocachica. Está dividida en dos partes: laciudad propiamente dicha, y el arrabal de «Getsemaní»,que contenía cerca de diez y ocho mil habitantes. U namuralla gruesa y elevada circunvala la ciudad: cGetse·manís tiene forma de semicírculo y está fortificado al

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frente por otra muralla: por la parte del este de la plazaestá unido a ella por medio de un puente de maderaque se halla sobre un foso: los dos lados del arrabal decGetsemaní» están guarnecidos con estacadas que unensus muros con los de la ciudad. Al este de «Getsemanh,y a trescientas veinticinco toesas de distancia de laciudad, se halla en una colina el fuerte o castillo de"San Felipe», que domina con sus fuegos tanto el an a-bal como la ciudad. Tiene de altura perpendicular cer-ca de veintiuna toesas, y está unido a otros variosmontecillos que corren en dirección oriental y terminanen el más elevado que llaman de "La Popa», de ochen-ta y cuatro toesas de altura, y en cuya cima había unconvento de agustinos descalzos y un vigía. Los fuegosde «La Popa» dominan el cerro de «San Felipe», d is -tante cerca de mil varas, y protegen las inmediacionesde Cartagena. Al norte de "La Popas está la laguna de«Tese a» , de una legua de circunferencia, la cual cornu-nica con la bahía y foso de Cartagena por el caño de•Juan Angolas , y por el norte con el mar, por el puntollamado «La Boquilla». La hahía, formada por la costade Bocagrande, la de Bocachica, la isla de Barú y lacosta de Pasacaballos, es de las mejores que se cono-cen. Tiene dos leguas y media de norte a sur, bastan-te profundidad, buen anclaje y es muy tranquila; co-munica con el mar por Bocagrande, cerrada por elgobierno español con gastos crecidos, de modo queahora sólo pueden entrar por ella buques pequeños, Loscastillos de «San Fernando», «San José» y "El Angel»defienden a Bocachica, hoy la entrada principal a labahía. Esta comunica también con el mar por el cañodel «Esteros o Pasacaballos. El clima de Cartagena es

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cálido en extremo; llueve mucho, y el vómito prietohace grandes estragos en los forasteros.

Entre tanto, el gobierno y los jefes militares de Car-tagena no se descuidaban para poner la plaza en estadocompleto de defensa. En las murallas de «Santo Do-mingos y: «Santa Catalina» se montaron sesenta y seiscañones, se abrieron fosos, se fortificó y coronó la grue-sa artillería en el cerro de «La Popa», y el general Cas-tillo, de acuerdo con el gobierno político, publicó la leymarcial, sujetando a todo hombre a la autoridad militar;por ella ordenó a los pueblos, bajo la pena capital, queal acercarse el enemigo abandonaran sus habitacionesy se retiraran a los bosques, hostilizando a los españo-les por cuantos medios estuvieran a su alcance. Si loshabitantes de las poblaciones exteriores hubieran estadotan decididos por su independencia como los de la pla-za, esta medida podría haber producido efectos saluda-bles; pero de nada sirvió con pueblos cansados de laguerra y que deseaban ya el antiguo reposo de la escla-vitud, a cuyas cadenas estaban acostumbrados. Se creótambién una comisión militar; se enviaron emisarios alas Antillas y a los Estados Unidos para adquirir vive-res, otorgando a los introductores privilegios bastantespara incitarlos. Con el aislamiento general que se hizode todos los hombres capaces de tomar las armas enCartagena, desde diez y seis hasta cincuenta años, sereunieron tres mil seiscientos. De éstos sólo dos milseiscientos cincuenta eran de tropa veterana. Se distri-buyeron éstos en los puntos principales, dándose la co-mandancia a oficiales de conocido valor e inteligencia.Por renuncia de Palacios, el general Bermúdez tomó elmando de los restos de su división, y cuatrocientos

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hombres fueron encargados del cerro de .La Popa •. Enel de .San Felipe. mandaba el coronel Luis Ríeux conquinientos. El coronel Cortés Campomanes estaba en-cargado de la muralla y puerta de .Santa Catalina •• Dela de eSanto Domingos, el teniente coronel Narváez, yHerrera, de la parte que mira a la bahía. En los castillosde .Bocachica. se pusieron doscientos hombres, ade-más de los vecinos del pueblo que también se agrega-ron a las fortalezas. El caño de Pasacaballos debía de-fenderse por bongos armados. Las fuerzas sutiles seaumentaron en .La Boquilla», laguna de .Tesca. y enla bahía. eBocagrande» estaba defendida por un buquede porte, bien asegurado y tripulado. El brigadier Es-lava tenía el mando de las fuerzas marítimas, que con-sistían en la corbeta eDardo», que de nada sirvió, ensiete goletas y balandras, la mayor parte corsarios, conalgunos bongos y lanchas cañoneras, Bajo sus órdenesmandaba una división el teniente de navío Luis Aury.La comandancia general de armas la tenía Castillo, y asus órdenes era mayor general el coronel MarianoMontilla.

Entre las providencias que se dictaron en Cartagenapara quitar al enemigo los recursos y comodidades quepudiera hallar en Turbaco, fue mandar quemar estahermosa población. Los vecinos se opusieron al incen-dio de sus casas, y mataron al teniente de caballeríaPastor, con parte del piquete que conducía; fue precisoque el capitán Martín llevara un refuerzo para comple-tar la obra. Ningún otro lugar fue destruído por el fue-go de los patriotas. El célebre Garcia Toledo quemóvoluntariamente sus haciendas de «Guayepo» y «Barra-gán«, para que no sirvieran a los enemigos de su patria.

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En la ciudad de Cartagena, sus habitantes ofrecierontodo cuanto tenían para pagar y animar las tropas. Lasmujeres se desprendieron de sus joyas, y hasta seechó mano de la plata de las iglesias, presentada vo-luntariamente por las comunidades religiosas.

Sin embargo, Castillo no tuvo en aquellos momentoscríticos bastante vigor para tomar la única medida queacaso hubiera salvado la plaza, el arrojar fuera de ellatodas las bocas inútiles para el servicio de las armas.Por una compasión extemporánea, o más bien por el te-mor de alguna conmoción interna que habrían hecho lospadres, deudos y parientes, dejó que se encerraran den-tro de las murallas, no sólo sus primitivos habitantes,sino también muchas familias comprometidas que vi-nieron de los campos a refugiarse en Cartagena. Elconsumo de víveres debía ser rápido y muy grande.

Cuando Morillo consideró que estaría próxima a Car-tagena la división de vanguardia, embarcó todas las

tropas españolas y algunas milicias de Santa Marta, abordo de su escuadra, y se hizo a la vela para aquellaplaza. Le acompañaban su segundo, el brigadier En-rile; el capitán general del Nuevo Reino de Granada,don Francisco de Montalvo, y los dos inquisidores deCartagena, don José Oderis y don Prudencio Castro,sin duda para alucinar a los pueblos fanáticos, persua-diéndoles que con la inquisición iban a restablecer lareligión de Jesucristo. El 18 de agosto se presentó a lavista de la plaza, y a los dos días desembarcó a barlo-vento en el puerto de Arroyogrande, cerca de Punta-canoa, sin oposición ni impedimento alguno. Hechoel desembarco, quedó establecido por tierra el bloqueo,fijándose primeramente el cuartel general en cPalen.

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quillos , y después en la hacienda de Torrecilla, acuatro leguas de Cartagena, teniendo consigo a su es-tado mayor y la reserva. Ocho días después de la lle-gada de Morillo delante de la plaza, arribó por tierra ladivisión de Morales, que había desplegado su fierezacon todos aquellos que se opusieron a su marcha, espe-cialmente sobre el desgraciado pueblo de Malambo,que tuvo la osadía de resistir a fuerzas superiores, yque pagó bien caro su atrevimiento. Morales, al pre-sentarse en el pueblo de Pasacaballos, tomó por sor-presa una lancha y dos bongos. Al mismo tiempo laescuadra española se situó, parte enfrente de Boca-chica y parte en Puntacanoa, impidiendo así que laplaza recibiese víveres por mar.

Todo el círculo de la bahía fue ocupado por la divi-sión de vanguardia, y Morales estableció su cuartelgeneral en la hacienda del Mamona/. El quiso formaruna batería en Pasacaballos para apoyar sus opera-ciones contra la bahía; pero la división marítima deCartagena, posesionada de la boca interior del Estero,se lo impidió todas las veces que intentó realizar suempresa. En la isla de Barú y Santa Ana, de que seapoderó inmediatamente, puso fuertes destacamentoscon el objeto de adelantar sus operaciones sobre el Es-tero, del que era muy importante a los sitiadores elapoderarse para conducir los víveres necesarios a todael ala izquierda de sus puestos; al mismo tiempo quelas ensenadas que allí hay le servían para carenar lasembarcaciones de alta mar y poner en estado de obrara sus fuerzas sutiles, que tripularon con los vecinos deBarú y Santa Ana. El centro y la derecha de la líneaespañola eran ocupados por el cuartel general de Torre-

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cilla y por ,destacamentos o columnas que había enTernera, la Bayunca, Santa Rosa, Arenal y Barragán.En este último puesto existía una fuerte columna dezapadores t de las compañías ligeras del ejército expe-dicionario y un piquete de húsares de Fernando VII,que servía para reconocimientos y escoltas de víveresy enfermos que desembarcaban por Puntacanoa y GUll-

yepo. Morillo colocó sus hospitales a la espalda de sulínea en Turbaco, en donde hizo chozas y barracas, enSabanalarga y Arjona. Con estas operaciones se cerra-ron también las avenidas de la plaza por tierra, que-dando Carta gen a rigurosamente bloqueada. Morillo,que conocía su fortaleza, no intentaba otra cosa quetomarla por hambre.

El bloqueo se estrechó sin que hubiera salido para elinterior ninguno de los fusiles, arribados de Europa,que hubo tiempo de enviar por el Atrato, al menos enparte. Tampoco había entrado en la plaza el dineroque desde julio remitió el gobierno general. El comi-sionado, teniente coronel Feliciano Otero, no aceleró susmarchas como debía; falta que pagó bien caramente (1).Así privó a los sitiados del numerario que tánto nece-sitaban para comprar víveres en las Antillas. El go-bierno de la plaza tenía comisionados en diferentespuntos; pero sin crédito y sin numerario, muy pocosauxilios podían remitir. Estas dos circunstancias influ-yeron poderosamente en que la Nueva Granada per-diera su independencia y libertad.

(1) Muri6 después del combate de Ghimá, en el paraje en que más al in-

terior de «Montería» fue tomado el gran caudal por las tropas españolas. Otero,

natural de la provincia del Socorro, mandó la escolta que custodió en noviem-

bre de 1810, en Bocachica, al brigadier don José Dávila, y fue quien denun-

ció la contrarrevolución del regimiento «Fijo» el 4. de febrero de 1811, al doc-

tor Garda de Toledo.

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Al mismo tiempo que el general Morillo se hizo a lavela de Santa Marta, salió el brigadier don Pedro Ruizde Porras con una división de mil hombres a situarse enMompós, para obrar sobre el alto Magdalena y sobre lassabanas de Coroza/o Debía ponerse en cumunicación conla quinta división expedicionaria, que, según las órdenesde Morillo, había de ocupar los valles de Cúcuta y laciudad de Ocaña, avanzando desde Barinas, en dondela organizaba el coronel don Sebastián de la Calzada,en número de dos mil hombres. Inmediatamente quePorras llegó a su destino, marchó el capitán de húsa-res de Fernando VII don Vicente Sánchez Lima, condirección a las sabanas, llevando ciento cincuenta in-fantes y cincuenta húsares. Del cuartel general de To-rrecilla salieron también los tenientes coroneles Arce yMachado y el capitán don Julián Bayer, con el objeto deocupar a Tolú, el Zapote y toda la costa de sotavento,de donde podían venir algunas provisiones a Carta-gena. Bayer encontró y atacó en Chimá una columnarepublicana de quinientos hombres que mandaban losoficiales Martín Amador y Pantaleón Ribón, y que ibacustodiando el dinero que el gobierno general habíaremitido en auxilio de Cartagena. Con fuerzas menoresconsiguió dispersar la columna, causándole una pérdidaconsiderable. Los jefes principales de los independien-tes, con intereses que conducían, pudieron escaparsepor el río Sinú arriba, con dirección al Chocó; pero alos tres días fueron aprehendidos en Montería por lacolumna de Sánchez Lima, que dispersó, mató e hizoprisioneros a los fugitivos. Allí pereció el teniente co-ronel Otero con los capitanes Jugo, Madrid y otros demenor graduación, quedando prisioneros Ribón, Ama-

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dar y diez y seis oficiales más con algunos soldados,todos los que fueron conducidos presos al cuartel gene-ral. Lo más importante fue la toma de ochenta milpesos en dinero sellado y alhajas, que tánto deseabanlos españoles, Los oficiales y soldados aprehensoressustrajeron una gran parte; mas averiguado el fraude,todos los intereses se recuperaron y entraron en la cajamilitar de Morillo.

Una presa tan fácil e importante aumentó la codi-cia, el valor y las esperanzas de las tropas que se lla-maban pacificadoras y expedicionarias, y desde entonoces anhelaban por nuevos combates para enriquecersecon el botín. Los pueblos, cansados con las discordiasciviles, recibían a los españoles con mucho entusiasmoy con repiques de campana. Estos quedaron, pues, enpacífica posesión de toda la provincia de Cartagena,menos la capital. con abundantes víveres, caballos ydemás recursos para continuar el asedio. Los lugaresocupados juraron nuevamente al rey, y sólo estabanpor los independientes Majagual y Nechí, sobre elCauca.

Entre las ventajas que consiguió Morillo cuando sustropas ocuparon el fuerte del Zapote, en la embocaduradel río Sinú, fue hacer prisionero al ciudadano José Ma-ría Portocarrero, comerciante de Santafé, quien traía plie-gas del gobierno de Cartagena para el de la Unión. Sucontenido era de la mayor importancia para los realistas,pues el general Castillo, en oficio de siete de septiembre,hada al secretario del gobierno supremo la pintura mástriste del estado de la plaza, y decía: cque a pesar delos grandes sacrificios del gobierno y de los particula-res, ya no había recursos para pagar las tropas; que

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en cuanto a víveres, era peor su situación; no existíadepósito alguno, ni menos almacenes generales; no sehallaba un grano de maíz, ni había en la ciudad másque quinientas reses, de suerte que aun contando conlos pocos caballos, mulas, burros y perros, apenaspodían prometerse víveres para cuarenta días. Yaun-que se enviaron algunos buques ligeros a las Antillas abuscar provisiones, como no había crédito ni dinero,y como, por otra parte, se corría gran riesgo en pene-trar por medio de la escuadra que bloqueaba riguro-samente el puerto en todas direcciones, bloqueo quehabía sido reconocido por el almirantazgo de jamaica,era muy dificil recibir socorro. En fin, que el númerode las tropas de línea disponibles no pasaba de milhombres, y las fuerzas sutiles eran muy inferiores a lasespañolas», Morillo publicó inmediatamente un cua-dro tan funesto para los patriotas, terminando el bole-tín con una proclama a los americanos, persuadién-doles de que sus gobernantes los engañaban, Castillo, enlos boletines publicados por su mayor general al prin-cipio del bloqueo, había asegurado, para inspirar con-fianza al pueblo, que tenía ocho mil hombres y víverespara un año, Estas noticias, divulgadas en lo interior,inspiraron a los pueblos una seguridad mal fundada deque no se perdía Cartagena, y dieron motivo al generalespañol para calumniar a los patriotas.

A pesar de las lisonjeras esperanzas que este ofi-cio hacía concebir a Morillo de un triunfo casi seguro,la escuadra padecía mucho por el largo crucero y porlos vientos, de tal suerte que la fragata Ifigenia, decuarenta y cuatro, se vio precisada a buscar un anclajeal abrigo de la isla de Barú, Los sitiados determina-

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ron abordarla, en circunstancia de que los otros buquesenemigos, fondeados a barlovento a distancia de tresleguas y media, no podían favorecerla en las calmasperiódicas de la mañana, El general Castillo dispusose embarcasen cuatrocientos hombres escogidos y par-te de su estado mayor a bordo de los buques que sehabían calculado necesarios para la empresa, los quemandaba el capitán de navío Aury. Este, que era deun partido contrario a Castillo, suscitó dificultades parael ataque de la fragata, contravino a las órdenes e hizoun desembarco en la isla de Barú sobre Santa Ana,bajo pretexto de apoderarse de aquel punto y apoyarel abordaje de la Ifigenia. Verificado el desembarcoen desorden y sin precaución, se encaminó la infan-teria al pueblo de Santa Ana con parte de las tripula-ciones de los buques. Cuando menos lo esperaban fue-ron los republicanos atacados por las fuerzas españo-las que mandaba el teniente coronel de ingenieros JuanCamacho, dispersándose la columna, que perdió vein-ticinco muertos, treinta y cinco heridos y ciento treintafusiles, reembarcándose el resto precipitadamente. Asíabortó el plan primitivo, pues los oficiales extranjerosque mandaban los corsarios promovieron competenciasy desobedecieron las órdenes del general Castillo, quientuvo que regresar a la plaza.

Al mismo tiempo que se atacaba a Barú se resolvióen la plaza que el capitán Sanarrusia saliera hacia sota-vento con un barco y algunas canoas armadas a buscarvíveres y adquirir noticias. La división consiguió burlarla vigilancia de las tropas espaflolas que guardaban aPasacaballos. Evacuada su comisión, Sanarrusía regre-saba con rocas víveres; pero los españoles, que esta-

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ban preparados, le obstruyeron el caño del Estero y lepusieron emboscadas, de que no pudo escapar ni retroce-der. Después de combatir valerosamente, Sanarrusia semató de un pistoletazo por no caer en manos del ene-migo. El capitán murió peleando. Cayeron en poder delos realistas un bongo de guerra, cinco canoas armadas,un bote y ochenta hombres con algunas proclamas ypapeles.

Hacía algunos días que una facción trabajaba sorda-mente en Cartagena para deponer a Castillo; a su frentese hallaban los oficiales de las tropas venezolanas queexistían en la plaza; altamente indignados por los acae-cimientos de la última guerra civil, le atribuyeron pocaactividad y energía en sus operaciones de defensa, ysólo aguardaban un suceso desgraciado como los deSanta Ana y el Estero.

El nuevo jefe de las armadas, Bermúdez, luégo quetomó el mando, dictó providencias fuertes para inves-tigar el paradero de algunos víveres que se decía estarocultos. Los comisionados nada más pudieron conse-guir, después de un escrutinio riguroso, que recogerel resto de los acopios que habían hecho los particu-lares, y cometer algunos excesos dolorosos para estosmismos.

Por aquel tiempo era ya muy triste la situación delos habitantes de Cartagena; sólo tres pequeñas gole-tas cargadas de carne y harina y dos corsarios con po-cos víveres, habían podido burlar la vigilancia de loscruceros enemigos, y aliviado algún tanto la miseria dela plaza. Mas a pesar de una rigurosa economía, a fin deoctubre el hambre hada estragos espantosos. Habla yacomenzado la peste especialmente en los viejos y en

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los niños, y se perdieron en un temporal tres buquesmenores que salieron de Jamaica con víveres remitidospor los comisionados del gobierno. Oran parte de lapoblación se alimentaba ya con caballos, burros,perros, gatos y hasta con ratas. Sin embargo, ningunohablaba de rendirse a los españoles, todos sufrían conmucho valor y resignación las mayores privaciones. Te-nían siempre la esperanza de que llegarían provisionesde un momento a otro; o de que un fuerte cuerpo detropas venidas del interior atacara a Morillo por la es-palda y rompiera su línea. Este, para vencer. según de-cía, la obstinación de los sitiados, cuyo estado cono damuy bien, hizo bombardear la plaza varias veces. Destruírvarias casas y matar algunas mujeres y niños descui-dados e inocentes, fue la única ventaja que consiguió deaquella horrible medida. En el momento que princi-piaba el bombardeo, los habitantes de Cartagena queno estaban sobre las armas se refugiaban a las bóve-das de Santa Catalina. Morillo quiso también pormedio de proclamas ganar a los franceses y a los sol-dados que habían sido de Bolívar; pero sus promesasfueron despreciadas.

En tales apuros, el gobernador de Cartagena reunióextraordinariamente la legislatura de la provincia. Des-pués de manifestar en un discurso enérgico el verda-dero estado de los negocios, propuso que para salvar alos habitantes de los horrores con que los amenazabaun enemigo cruel e irritado, se pusiese la provincia bajola protección y dirección de la Gran Bretaña, Deter-minóse consultar a los principales jefes militares reuni-dos en junta de guerra, y considerando en ella la abso-luta falta de provisiones, la poca probabilidad que ha-

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bía de recibirlas por mar o por tierra, y la imposibilidadde desalojar de sus posiciones a un enemigo tan supe-rior, se resolvió autorizar al gobernador, y se le auto-rizó en efecto, para tomar cuantas medidas juzgaseconvenientes a la salvación de la ciudad, excepto la decapitular con los españoles o volver a su dominación.Se nombró, en consecuencia, a los doctores Ignacio Ca-vero y Henrique Rodríguez de comisionados para quesiguieran a Jamaica y propusiesen a su gobernador, elduque de Mánchester, que tomase posesión de la ciu-dad y provincia de Cartagena a nombre de su majes-tad británica. Mas aquel jefe se denegó a verificarlo,pOI carecer de instrucciones de su gobierno para unaoperación tan delicada.Sin embargo de las ventajas conseguidas por MOli-

110,tampoco era buena la situación del ejército real.La disentería y las fiebres se habían introducido en lastropas. Diariamente morían muchos soldados, y loshospitales existentes en Turbaco, Arjona y Sabana-larga tenían más de tres mil seiscientos enfermos. Laestación de las lluvias era muy nociva, y la escuadrase deterioraba por la frecuencia de los temporales quereinan sobre la costa en los meses de agosto, septiem-bre y octubre. Sin los socorros abundantes de harina yde varios otros artículos que recibieron los sitiadores dela isla de Cuba y de la de Jamaica, suministrados losúltimos por la casa de Bcgles y Scott, o con que hubieraexistido algún cuerpo de tropas que incomodara suespalda, la empresa de Morillo no habría sido coro-nada con buen suceso.

Este, para dominar las cercanías de la plaza y poderintroducir la artillería y demás elementos necesarios

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para estrechar el asedio, había proyectado forzar laBoquilla y apoderarse de la laguna de Tesca; pero elcapitan de fragata Rafael Tono, con su división debongos se opuso vigorosamente a dos ataques de másque dieron sobre aquel punto, que había cerrado conestacadas. El enemigo conoció la imposibilidad de suempresa y se decidió a variar su plan de operacioneshacia sotavento. Morales, que había reunido en el Es·tero las fuerzas sutiles de barcas cañoneras que trajola escuadra española, las que se tripularon en Barú, yotros buques armados venidos del Magdalena y SantaMarta, consiguió forzar la boca interior del Estero e in-tr oducirse en la bahía. Esto provino de haberse debili-tado la división republicana que sostenía aquella posiciónimportante, sacando buques para otra empresa que semeditaba sobre algunas embarcaciones de la escuadrasitiadora, y de no haberse echado a pique en su bocaun bergantín que estaba señalado para este objeto.

En estas circunstancias, y debilitados considera ble-mente los defensores de Cartagena, Morillo, para estre-char el bloqueo resolvió un ataque simultáneo sobre elcerro de La Popa y sobre Tierrabomba, punto quesuministraba algunos comestibles a la plaza, y que lamantenía en posesión de 1':1 pesca de la bahía. Con esteobjeto determinó construír una batería en el lugar lla-mado Cocosolo, apoyada por seis bongos de los quehabían llegado del Magdalena, o habían tomado a losindependientes. Al mismo tiempo, cuatro barcas de-bían estar prontas en el Tejadillo, para ocurrir en casonecesario adonde lo exigiese la necesidad. Ochocien-tos hombres fueron destinados al ataque de La Popa,bajo el mando del coronel Villavicencio. A las dos

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de la mañana se pusieron en movimiento, y el capitándon José Maortúa mandaba la columna que debía es-calar los parapetos, Se hallaba ya debajo de ellos cuan-do fue descubierta, y un fuego horroroso de los repu-blicanos, así de La Popa, como del castillo de SanFelipe, puso a los espanales en precipitada fuga, des -pués de haber repetido varios ataques, y continuaronen ella hasta incorporarse con la reserva de caballeríaque mandaba Villavicencio. Quedó tendido en el cam-po Maortúa con dos oficiales más y treinta soldados,teniendo veinticinco heridos. Perdieron también cin-cuenta fusiles y ocho escalas. El teniente coronel Sou-blette mandaba La Popa, y tenía sólo ciento treintasoldados disponibles. Se distinguieron el teniente co-ronel Stuart con el mayor Piñango, Mas era talla mi-seria en Cartagena, que en recompensa de acción tangloriosa, sólo pudo darse a aquellos valientes unapequeña gratificación en plata, que de nada podiaservirles, veinte cueros para alimentarse y dos pipasde vino. El ataque de Tierrabomba se hizo bajo lasórdenes de Morales con los seis bongos y tres barcasde guerra; pero hallaron también preparadas las fuer.zas sutiles y goletas armadas que los independientesmantenían en la bahía, que después de un obstinadocombate, en que murió el capitán Tomás Pacheco, na-tural de Santa Marta, y que había causado muchos da-nos a la libertad de su patria, los buques del rey tuvie-ron que acoderarse en el cano del Loro sin que losrepublicanos pudieran abordarles. Al día siguiente con-tinuó el fuego, y al tercero, reforzados los realistas conotras seis barcas y algunos botes de abordaje, los inde-pendientes levaron anclas y se retiraron a lo interior de

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la bahía, causándoles varios daños la batería de Coco-solo. El enemigo construyó inmediatamente otra bate-ría en Tierrabomba, cuyos fuegos se cruzaban con laprimera, obstruyendo así la entrada o salida de cual.quier embarcación, y aislando a los castillos de Boca-chica, que no podían ya comunicarse con la plaza.

Perdida Tierrabomba, Morales quiso tomar por asal-to el castillo de El Angel, uno de los de Bocachica, enque mandaba el teniente coronel Sata, y fue rechaza-do con pérdidas considerables; pero los españoles con-siguieron dominar con sus fuerzas sutiles casi toda labahía, perdiendo los sitiados el escaso auxilio de lapesca con algunas raíces y verduras que sacaban deaquella isla. Las desgracias de los infelices habitan-tes de Cartagena llegaron entonces a su colmo. Elbarril de harina, mientras la hubo, se vendió hastaciento cincuenta pesos, los huevos a cuatro pesos cadauno y las gallinas a diez y seis. Ya se habían comidotodos los caballos, mulas, burros, perros, gatos y cue-ros que había en la plaza, lo mismo que cuantas yerbaspodían haber a las manos, por insalubres que fueran.Sólo cinco pequeños buques habían podido entrar conalgunos víveres después de cerrado el bloqueo, pueshasta los vientos les eran contrarios; auxilio demasiadopequeño para una población tan numerosa. El hambre,y su compañera inseparable la peste, se llevaban dia-riamente al sepulcro gran número de personas, y portodas partes no se vela otra cosa que hombres páli-dos, mujeres extenuadas y seres expirantes. cMuchasveces al recorrer las guardias, los oficiales encontra-ban los centinelas que hablan expirado en su puesto»:El terror estaba pintado sobre todos los semblantes. La

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cuchilla y la venganza española les hacía temer por suexistencia si caían en poder de Morillo, si no se presen-taba algún socorro que les libertara del hambre des-tructora. Sin embargo, la esperanza de recibir víveresde las colonias extranjeras en un bergantín goleta quese había dejado ver y desaparecido de nuevo, prolongóla defensa algunos días.Desde el principio del bloqueo, el Gobierno por un

bando había incitado a las personas incapaces de llevarlas armas a que saliesen de la plaza; sin embargo, nin-gún efecto produjo, pues todos temieron ponerse a dis-creción de los españoles, En los últimos días de no-viembre se repitió el mismo bando, y eran ya tan espan-tosos los efectos del hambre, que sólo dos mil perso-nas se resignaron a abandonar las murallas en diferen-tes direcciones que se encaminaban hacia el camporealista. Era un lastimoso espectáculo ver a la madreabandonar a sus hijos, y al anciano moribundo marchardesfallecido a morir acaso en los bosques. Más de lasdos terceras partes de aquella emigración perecieronen los alrededores de la plaza, y pocos pudieron arri-bar a los puestos enemigos en donde no fueron maltra-tados. El cuatro de diciembre llegó a trescientos el nú-mero de las personas que de hambre murieron en lascalles. Todas las guarniciones de los fuertes y baluartesestaban ya disminuídas en extremo. Los hospitales amon-tonados de hombres semivivos, sin más esperanza quela muerte, hallándose cada familia en igual estado. Masa pesar de tan formidable azote, no desmayaba la cons-tancia de los sitiados, prefiriendo morir a depender deMorillo.

MedltacloneS-12

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A la vista de un cuadro tan lamentable, el gobiernode la plaza que había recaído en el Teniente Goberna-dor doctor Elías López, a consecuencia de enfermedadverdadera o aparente de Amador, determinó, después deconsultar a una junta de jefes militares y vecinos nota-bles, no capitular con el General español, sino evacuar laplaza al día siguiente y embarcarse con dirección a Ja-maica o a los Cayos de San Luis. Algunos buques, entreellos la fragata Dardo, con todas las armas que tenía aa bordo, habían conseguido burlarse de la vigilancia de loscruceros enemigos y salir del puerto, lo que daba espe-ranza de un éxito feliz. El Gobierno, de antemano, habíacomunicado órdenes muy precisas al Comandante de laescuadr illa Aury para que pusiera en los buques aguadasuficiente, y para que diese una noticia exacta del nú-mero de personas que podían caber en cada uno de ellos.También había nombrado algunos ciudadanos respetablesde los menos comprometidos para con el gobierno espa-ñol, a fin de que conservasen el orden, y si era posible hi-ciesen que tuvieran cumplimiento las proposiciones queel General Morillo había pasado a la mitad de noviem-bre, en que ofrecía respetar a los que se sometieran ala dominación española, Dada la orden para estarprontos todos los que debían embarcarse, se reunieronlos restos miserables de los constantes defensores deCartagena. Se hallaban tan disminuidos que, de qui-nientos hombres que al principio del bloqueo tenía elcastillo de San Felipe, sólo existían treinta y siete, y asíen los demás puntos.

Al anochecer deis de diciembre se principió la eva-cuación en un silencio y orden admirables. La escena nopodía ser más patética ni inspirar sentimientos más pro-

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fundos de dolor. El padre, el esposo y el hermano de-jaban en el lecho de la muerte a los objetos más queri-dos de su corazón y se iban a entregar sin víveres ycon pequeñas fuerzas a una muerte casi segura, aleján-dose acaso para siempre de su país natal por huír de latiranía española, Al mismo tiempo veían frustrados to-dos sus esfuerzos, perdiendo todos los sacrificios de seisarios y las esperanzas que habían concebido de serlibres e independientes. Sin embargo, una gran partede los que se pudieron levantar de su lecho ocurrieron aembarcarse. Claváronse los cañones de las murallas, losde La Popa y de San Felipe, y a la mariana del siguien-te día los buques tenían a su bordo la emigración, com-puesta de más de dos mil personas de todos sexos yedades. La escuadrilla, que sólo constaba de trece em-barcaciones menores, entre ellas siete goletas mal arma-das y las otras mercantes, era incapaz de contener có-modamente tánta gente, hallándose, además, despro-vista de aguada por la ineptitud del Comandante Aury,que no cumplió las órdenes del Gobierno.

A las tres y media de la tarde se hizo a la vela de-jando Aury abandonada en la bahía a una porción desoldados, sin más arbitrio que caer en manos de Mora-les, para recibir una muerte cruel, como efectivamentesucedió. El enemigo, que observaba los movimierstosde los buques republicanos, había establecido cuatrobaterías de una y otra parte de la bahía, con piezas degrueso calibre que cruzaban sus fuegos; fuera de estoveintidós lanchas bombarderas con cañones de igual ca-libre se formaron en el canal para estorbar la salida.Mas, animada la emigración por fuertes sentimientos, yconduciendo a sus mujeres, a sus hijos y lo más precio-

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so que tenía, resolvió vencer o morir; así continuaronlos patriotas su rumbo, rechazando a las fuerzas sutilesenemigas que pretendían abordar algunos buques decuyo intento desistieron, viendo la determinación conque se les atacaba, hasta obligarlas a refugiarse bajo losfuegos de sus baterías. Estas fueron igualmente flanquea-das, aunque con varios daños de los buques y algunosemigrados muertos y heridos.

A las cinco y media de la tarde llegó la escuadrillaindependiente a Bocachica. El resto del día y parte dela noche se empleó en poner a bordo los víveres queexistían en el castillo de San Fernando, que su Coman-dante Ducoudray no había querido partir con la plaza,enclavar la artillería, en embarcar las municiones y enpermitir a los vecinos del sitio de Bocachica que deja-sen a sus familias ocultas en los bosques de la costa,volviendo después de haberlo ejecutado a seguir conresignación la suerte de sus compatriotas. A media no-che, habiendo refrescado el viento, la escuadrilla se hizoa la vela sin concierto alguno, pues el ComandanteAury no fijó a ningún buque un plan de señales parasu reconocimiento. As\. atravesó por en medio de la es-cuadra española, mucha parte de la cual se había reuni-do ya en barlovento de las islas del Rosario. Entre lastres y cuatro de la mañana se levantó un temporal quehizo tomar a cada buque diferente rumbo, según lascircunstancias de su marcha y el estado de su aparejo,quedando sólo tres reunidos con la goleta Constituciónen que iba el Estado Mayor y algunos Magistrados prin-cipales de la ciudad.

En la misma noche que se embarcó la emigración, ycuando aún se hallaba en la bahía cerca de Bocagran-

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de, un bergantín goleta americano ancló frente a la pla-ya de Santo Domingo, y era el mismo que se había vis-to los días anteriores con dirección ala plaza. El Te-niente Coronel Guerrero, que estaba de servicio enaquel punto, y que no había querido seguir la 'suertede la emigración, le hizo la señal convenida y le engañópara que se pusiera bajo los fuegos del baluarte. En lamañana siguiente este buque, que conducia mil barrilesde harina, ochocientos de carne y otros articulas, sevio atacado por la artillería de las murallas y por algu-nas embarcaciones enemigas, de modo que sin embar-go de haber ocurrido a su defensa varios emigrados quese desembarcaron por la playa que se extiende haciaBocagrande, fue imposible salvarle. Si llega un díaantes se hubiera prolongado la defensa y el General es-pañol se ve acaso obligado a levantar el asedio según lollegó a pensar. La escuadra ya no podía tener el mar,y el ejército de tierra estaba casi todo en los hospitaleso había muerto, pues en el bloqueo perdió Morillo cer-ca de tres mil quinientos hombres. Así fue que, cuan-do entraron las tropas españolas en Cartagena, habíapocos soldados sanos.El Teniente Coronel español don Antonio Galluzo (1)

que estaba prisionero en Cartagena, y el de igual gradodon Pedro Guillín al servicio de la República, partie-ron para el cuartel general de Torrecilla, enviados porel Mariscal de Campo Domingo Esquiaqui, quien tomóel mando, a avisar a Morillo de la evacuación de laplaza la misma noche del cinco.

(1) Elite Jefe. cartageue ro y partidario del Gobierno español, cay6 peíetoaero

en la batalla de Boyaeá, y fue fusilado con 38 más, en la plaza principal de Bo-

gotá, el 11 de octubre de 1819.

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Morillo estaba en Cospique, y por su ausencia Mental-va envió inmediatamente al Brigadier Cano con el regi-miento de León, para que ocupara la ciudad; lo que severificó el seis de diciembre, a los ciento ocho días deprincipiar el bloqueo en 20 de agosto. A pesar de labárbara fiereza que han desplegado los españoles en laguerra con sus antiguas colonias de América, Morillo ysus satélites suspendieron por algunos días su innatacrueldad para con los infelices habitantes de Cartagena.Cadáveres en las casas y en las calles, mujeres y hom-bres moribundos o esqueletos ambulantes fue la pobla-ción que hallaron en Cartagena. Esta parecía un vastocementerio de un aire corrompido y pestilente. Duranteel asedio perdió Cartagena por el hambre más de seismil personas, o la tercia parte de su población. Enlos primeros días, y luégo que se restableció la abun-dancia, creció el número de los muertos por los excesosque se cometen en tales circunstancias, y a que no pue-den resistir los cuerpos débiles. Aun los duros corazo-nes de Morillo y de Montalvo, para quienes los insur-gentes no merecían compasión alguna, parece que nopudieron menos de ablandarse al ver la desolación deCartagena. En los partes que dieron a la Corte de Ma-drid sobre su toma, al paso que nos llenan de horrorcon sus pormenores, nos inspiran sentimientos de admi-ración hacia aquellos hombres magnánimos que hicie-ron por conservar su libertad cuanto les era dado en suposición. Morillo confiesa que en todo el tiempo queestuvo situado delante de Cartagena, no pudo hacer lamenor impresión ni en sus puestos avanzados ni en lasmurallas de la plaza, y que había sido rechazado encada ataque, sacrificando sus mejores tropas. Al siguien-

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te día de la ocupación de Cartagena Morales fue desti-nado a tomar posesión de los castillos de Bocachica, loque verificó. Hizo luégo publicar un bando ofreciendoseguridad y amnistía a todos los vecinos de Bocachica,y confiados en sus promesas se presentaron hombressexagenarios, mujeres y niños, pescadores infelices queninguna parte podían tener en las ocurrencias políticas.A todos los mandó degollar en las orillas del mar esebárbaro azote de la humanidad, hasta el número de cua-trocientas personas, incluyendo cuatro oficiales patrio.tas que se habían quedado ocultos, entre ellos el MayorLea. Aquel jefe, durante el bloqueo, había mandadoincendiar también y destruir por el fuego los edificiosdel hospital de San Lázaro, construido en Caño deLoro sobre la bahía, con las familias que en él vivían.Ni los lazarinos atacados de una enfermedad de las másterribles pudieron escapar del furor de Morales, sedien-to de sangre humana. Es voz común que en el silenciodel crimen sacrificó después muchas otras víctimas enCartagena, en su cuartel del convento de la Merced.Alli las hacía poner en cepos, y sus soldados las asesi-naban a palos o hincándoles clavos en la cabeza, Sinembargo, este hombre ha sido premiado por Morillo yfavorecido por la Corte de Madrid,

Por un descuido de los republicanos al emigrar, Mo-rillo cogió el sistema de señales que tenían en la plaza,y dejando enarbolado el pabellón tricolor y sus buquesde guerra en la misma posición que ocupaban duranteel bloqueo, engañó a todas las embarcaciones que con-ducían víveres y otros auxilios para los independientes.piel; bergantines y goletas con más de siete mil barrilesde harina, carnes y otras provisiones cayeron sucesiva-

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mente en el lazo, y tuvieron que rendirse bajo el cañónde las murallas.

Morillo trató duramente, así a los extranjeros quepudo" atrapar con este ardid, como a los que existíanen la ciudad; conducta que llamó la atención del Go-bierno de los Estados Unidos y del Gobernador de Ja-maica, los que reclamaron enérgicamente por los súb-ditos de sus respectivos países; y Morillo, mal de sugrado, hubo de ponerlos en libertad. También consi-guió desclavar la artillería, porque dejaron intacta lamayor parte o hicieron mal la operación aquellos a quie-nes el gobierno republicano la había encargado. Asífue que muy pronto el vencedor tuvo la plaza en estadocompleto de defensa, y a pesar de que era un esqueletosu población, sacó de ella más de cien mil pesos de con-tribución forzosa y vestuarios para el ejército, apode-rándose de los almacenes de mercaderías que tenían losparticulares. Morillo al mismo tiempo formó un tribu-nal militar con el título de Consejo permanente de gue-rra, compuesto de oficiales por lo común españoles, paraque juzgaran a todos los que hubieran tenido parte enla revolución. Muy pronto veremos los terribles efec-tos y los asesinatos jurídicos de esta institución horrible,que unida a la Inquisición restablecida inmediatamente,era también calculada para satisfacer la saña del Paci-ficador, para destruír hasta el germen de las luces en laNueva Granada, y para cubrir de sangre, de lágrimas yde luto hasta la última de sus provincias. Halló Morilloen Cartagena trescientos sesenta y seis cañones de dife-rentes calibres con sus municiones correspondientes, másde nueve mil bombas de catorce a siete pulgadas, tresmil trescientos ochenta y ocho fusiles, cien carabinas,

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seiscientos ochenta sables, algunas pistolas y lanzas, tresmil cuatrocientos cuarenta quintales de pólvora en barrí- .les, cuatro. mil setecientos veintisiete cartuchos de cañónde varios calibres, ciento treinta y cinco mil ochocien-tos de fusil y doscientas mil piedras de chispa. He aqulel fin que tuvieron el armamento, la pólvora y muni-ciones que no se quisieron dar al General Bolivar paradefender la Patria, como habría sucedido probable-mente. Cartagena no se salvó, y las armas y municio-nes que encerraban sus mural/as sirvieron al vencedorpara remachar las cadenas de la Nueva Granada.

Los habitantes de Cartagena que habi 10 abandonadosu patria, huyendo del furor españot, dispersos por latempestad, sufrían a bordo males de todas clases. Ha-cinados doscientos o trescientos en aquellos buques pe-queños y en climas tan ardientes como los de los trópi-cos. Sujetos a mil peligros y miserias, debidos unos a loselementos, y la mayor parte a la ignorancia, al caprichoy mala fe de los Capitanes de los barcos, que eran ex-tranjeros y casi todos corsarios, los que trataban de sa-car provecho de las víctimas sometidas a su albedrío,moribundos, sin agua, sin víveres y expuestos a los fu-rores del océano, muchos perecieron a palos que les ha-cían dar los capitanes, porque pedían algún socorrocon qué refrigerar la sed y apaciguar el hambre.

Un falucho en que iba el Teniente Coronel SantiagoStuart, cayó en poder de los españoles sobre las islas delRosario.

La goleta Estrella y otros buques recalaron a las cosotas del Darién, y encontrándose con los hermanos Fer-nando y Miguel Carabaño que venían a Cartagena enel corsario Federico, éstos supieron la evacuación de I~

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ciudad, y con doscientos de los emigrados de diferentesbuques resolvieron penetrar por el Atrato al Chocó enla lancha cañonera Concepción, que también había saolido de la plaza; pero ésta varó en la embocadura delAtrato, muchos de los emigrados perecieron y cincuentacayeron poco tiempo después en manos de los españo-les. Otro buque americano fue apresado en la boca delrío Caimito, costa de Veragua, por el corsario españolLa Flecha, viniendo al poder de sus fieros enemigos enestos diferentes puntos los doctores Garda de Toledo,Ayos, Granados y otros que fueron remitidos a Morillopara expirar en un patíbulo. El corsario Cometa, man-dado por el infame Michel, arribó a la isla de Providen-cia, donde quiso asesinar al ciudado Juan de Dios Ama-dor, que había sido su bienhechor, al doctor Revollo,al Teniente Coronel Narváez ya otros que se oculta-ron en los bosques, y a quienes robó cuanto poseían.En seguida pasó con algunos soldados y Oficiales patrio-tas a la isla de San Andrés, que tomaron degollando alGobernador y a la pequeña guarnición española que allíexistía.

Otro barcó recaló a la isla de Cuba, y de ciento no-venta emigrados que llevaba a bordo sólo pudo ofreceral rigor y a las cárceles de las autoridades españolasocho personas. Los demás se habían muerto de hambrey de miseria.

Las goletas Constitución y Sultana llegaron a Saba-na, en la mar de Jamaica, cuyos Magistrados y habitan-tes ofrecieron a los emigrados hospitalidad y socorrosgenerosos. Mas, pasando al puerto de Kingston, sólose permitió a estos buques permanecer pocos días, y ala mayor parte de los emigrados se les impidió el desem-

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barcar. De allí siguieron a los Cayos de San Luis, adonde había arribado el resto de la emigración, quehalló hospitalidad generosa en Petión, el Presidente deHaití. Apenas seiscientas personas se salvaron en lasislas de Jamaica y de Santo Domingo, de las que por lomenos doscientas murieron de resultas de la miseria, delas enfermedades y de las fatigas de su largo viaje. Sinembargo, fieles los cartageneros a la causa de la liber-tad, una parte de ellos corrió de nuevo a las armas pocotiempo después, cuando el General Bolívar formó lacélebre expedición de los Cayos, que puso las bases dela República; otros fueron con el General Mina a com-batir por la libertad de Méjico.Tal fue la suerte de los desgraciados defensores y ha-

bitantes de Cartagena. Su constancia y sufrimiento lle-garon a un grado heroico. Pereciendo diariamente porcentenares, sin víveres y con muy pocas esperanzas deconseguirlos, comiendo hasta los animales más inmun-dos, jamás hubo quien propusiera rendirse ni hacer lapaz con los tiranos, origen de todos sus males. Losque sufrió Cartagena pueden compararse a los padeci-mientos de los sitios más célebres que recuerda la his-toria; ésta en sus fastos no puede menos de dar un lu-gar distinguido a los patriotas de Cartagena que tántohicieron por conseguir su libertad e independencia.