Sintesis teoríaliteraria
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Vanessa Martínez EscobarLicenciatura en lengua y literatura.Problemas actuales de la teoría literaria. Profesora: Lucía Stecher.
Síntesis primera unidad Postestructuralismo y Deconstrucción.
El postestructuralismo aparece a fines de los años 60 en Francia, a raíz de un sin
número de acontecimientos sociales y culturales que llevaron a una serie de pensadores
a plantear una crítica y un cuestionamiento a las teorías estructuralistas imperantes.
Bajo este contexto aparecen figuras como la de Jacques Derrida, Roland Barthes y
Michel Foucault, que van a dar cuenta y objetar las nociones tanto de estructura, como
las de obra, literatura, escritura, autor y discurso principalmente.
El primer concepto a revisar será el de estructura a partir del texto La estructura, el
signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas, de Jaques Derrida. Este plantea,
en primer lugar, que la estructura o la “estructuralidad de la estructura” como él la
denomina ha sido pensada como un centro fijo, reducido y estático. Esto no sólo con el
fin de organizar y orientar dicha estructura (ya que ésta no puede estar desorganizada),
sino con la función “de hacer que el principio de organización de la estructura limitase
lo que podríamos llamar el juego de la estructura” (Derrida, 383). Con esto se refiere
principalmente a que a lo largo de la historia se han construido una serie de estructuras
para explicar y entender el mundo intentando dar con un sentido último. Estas
estructuras siempre se han pensado alrededor de un centro que detendría el sentido, por
lo tanto después de ese centro ya no habría ninguna significación más posible.
Con respecto a lo anterior Derrida plantea que tanto el concepto de estructura como
de centro serían funcionales, actuarían de manera practica; “el concepto de estructura
centrada es, efectivamente, el concepto de un juego fundado, constituido a partir de una
inmovilidad fundadora y de una certeza tranquilizadora, que por su parte se sustrae al
juego” (Derrida, 384). Estos centros se van permutando, transformando, sustituyéndose
de centro a centro “en un encadenamiento de determinaciones”, en las cuales éste va
recibiendo diferentes nombres. Por lo tanto esta estructura centrada funcionaría como un
intento por generar una historia del sentido. Derrida no sostiene que estos centros deban
ser derribados, sino más bien solo quiere dar cuenta de esta detención del juego del que
la estructura centrada es causante. Por lo tanto, como ya mencionamos, la estructura
funciona como un fin práctico hay que entenderla como una necesidad humana pero
que no posee una categoría de verdad univoca.
En este punto es que Derrida introduce al lenguaje como el elemento fundamental de
esta producción de sentidos, ya que es mediante el lenguaje que se articulan discursos
en función de un centro u otro; “el lenguaje invade el campo problemático universal;
este es entonces el momento en que, en ausencia de centro o de origen, todo se convierte
en discurso”. Pero el lenguaje ya no solo actúa en ese sentido, sino que al ser ya
concientes de que estos centros no poseen nada que los preexista, no son entes estáticos
sino mas bien una función, el lenguaje actúa como reflexión del propio lenguaje y este
es capaz de generar su propia crítica. Esta crítica se ha realizado de dos maneras: la
primera por medio de un cuestionamiento sistemático de los conceptos y la segunda
conservando los antiguos conceptos pero poniendo en cuestión tanto sus límites como
su valor de verdad, que sería el caso de Levi- Strauss. Por lo tanto lo que Derrida
plantea es una crítica en la cual se de cuenta del descentramiento, de estas estructuras y
centros. La ruptura está no en negar los centros, sino en plantear que sí son necesarios
pero no verdaderos, por lo tanto no intenta instalar un nuevo centro.
Roland Barthes va a reflexionar acerca de las nociones de obra, autor, literatura,
poniendo en su lugar los conceptos de texto, escritor, lector y escritura respectivamente.
Sin embargo, para acercarnos a estos conceptos es importante tener en cuenta lo
planteado por Barthes, en un texto de su etapa preestructuralista llamado El grado cero
de la escritura. En este ensayo sostiene que lo que pertenece específicamente a la
literatura es la forma, y no lo comunicado o el mensaje. Intenta establecer qué es la
escritura propiamente tal y para ello hace una distinción en tres niveles: lenguaje, estilo
y escritura. Va a decir entonces que tanto el lenguaje como el estilo, son anteriores a la
escritura, ya que ambos elementos no son controlados por el escritor. El lenguaje es algo
externo al sujeto, lo antecede, éste es rodeado por el lenguaje de su época y su cultura.
El estilo también estaría fuera de su voluntad, es parte de su personalidad, su historia,
del inconciente. Por lo tanto para Barthes es en el nivel de la escritura en donde el
escritor plasma su voluntad y su compromiso, ya que es en la forma donde él puede
establecer una real elección. Es así como Barthes opone el concepto de escritura al de
literatura, ya que éste concibe a la literatura como una institución asimilada al poder.
Posteriormente, Barthes va a sostener en su ensayo De la obra al texto, que, frente a
pensamientos como el marxismo, freudismo y el propio estructuralismo, la literatura se
ve obligada a relativizar las relaciones del escritor, del lector y del crítico, ante la obra
que ha sido una noción tradicional que ha perdurado mucho tiempo y que aún
permanece de una u otra forma. Por lo tanto surge la necesidad de; “un objeto nuevo,
obtenido por deslizamiento o derribo de las categorías anteriores”, este nuevo objeto
sería el texto. De esta forma, Barthes desarrolla una oposición y separación entre obra
(concepto tradicional) y texto (nuevo objeto), afirma entonces que es necesario
desplazar a la obra porque ésta ha sido concebida siempre como un elemento estático ,
tangible y unitario, por lo tanto categorizable. La obra está estrechamente relacionada al
concepto de autor y a la figura del crítico. El primero actúa como un padre que crea
sentido y da unidad a la obra, y el segundo como el exégeta que va en busca de develar
ese sentido.
Por el contrario, el texto se plantea no como “un objeto computable”, no es algo
tangible o que pueda mostrarse. Barthes, sostiene que el texto se demuestra, que
pertenece a un campo metodológico. El texto no es tomado como parte de una jerarquía,
ni “un recortado de los géneros”, ya que se constituye en su fuerza de subversión frente
a las categorías antiguas. Por lo tanto, no debe reducirse sólo a “la buena literatura”,
este siempre es planteado en los límites. Es a su vez múltiple, se constituye y se
caracteriza por ello, en oposición a la obra que se cierra en un único significado, el
texto por el contrario no constituye nunca un sentido último y cerrado, está siempre en
el plano “infinito” del significante, está en constante movimiento y construyendo
nuevos sentidos por lo tanto es plural. El texto, dice Barthes, es un tejido, una red en la
cual se entrecruzan otros textos, es una cadena infinita de citas en el cual no hay un
origen (aparece el concepto de intertextualidad planteado por Julia Kristeva).
Por otra parte, Barthes plantea que la obra ha sido un objeto de consumo en que es la
“calidad” de ésta la que supone una apreciación del gusto y no la lectura. Por el
contrario, el texto supone un trabajo, una producción, una práctica, que estarían dados
en el proceso de lectura. Por lo tanto se requiere una actitud activa del lector rompiendo
de esta forma con la relación netamente de consumo del que es objeto la obra. De esta
forma el texto se hace, se construye y se reconstruye en el proceso de lectura ya que el
lector es quien debe reescribir y reproducir ese texto, se rompe de está manera la
separación entre obra-autor y lector. Y en este último punto Barthes sostiene que el
texto esta ligado al placer, al goce, porque el texto participaría de cierta manera de una
utopía social, en donde se lleva a cabo a través del texto la transparencia en las
relaciones al menos en lo que se refiere al lenguaje.
En relación a este último punto es que Barthes va a desarrollar en su texto La muerte
del autor, una reflexión en torno al concepto tradicional de autor contraponiendo en su
lugar el de escritor. Sosteniendo que para que la figura del lector aparezca en relación
al texto es necesario que el concepto de autor desaparezca. Para ello sostiene que “la
escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen” , donde la identidad del
autor se pierde. ¿Cuándo pierde origen esa voz?, cuando el autor deja de tener un
rol preponderante. Cuando un texto no tiene como finalidad “actuar directamente
sobre lo real”, sino que su función principal es “el propio ejercicio de símbolo”,
el texto en si mismo. En ese momento “el autor entra en su propia muerte, comienza
la escritura”.
La figura del autor es un personaje creado por la sociedad moderna. Esto, en el
sentido de la importancia que adquiere en la humanidad la noción de individuo.
Por lo mismo, Barthes lo asocia con el capitalismo (y con el positivismo,
filosofía que se relaciona a dicha ideología). En el tiempo en que Barthes
escribe este texto, da cuenta de una situación que ya venia cuestionándose, está es que,
aún la figura del autor ocupa un rol fundamental a la hora de hacer un análisis
literario. Se cree que el sentido de la obra depende de la vida y personalidad
del autor. Como si siempre éste a través de sus obras nos estuviera contando sus
confidencias. A pesar de que la nueva crítica ha consolidado la autoridad del
autor, hay figuras que han planteado lo contrario. Según dichas posturas, el
lenguaje es el que prima y ya no el autor. Se suprime al autor para darle
preferencia a la escritura, lo que también influye en el lector. Algunas contribuciones
a la desacralización de la figura del autor se observan en: Mallarmé, Proust, en el
movimiento surrealista y en la lingüística.
El alejamiento de la primacía del autor transforma el texto moderno. Cambia el
tiempo, ya que el autor no es el pasado de su libro (no es anterior a su
creación). Ya hay una relación jerárquica padre e hijo en la que se establece un
tiempo, un antes y un después. El texto y el autor nacen de manera simultánea:
“(…) no existe otro tiempo que el de la enunciación, y todo texto está escrito
eternamente aquí y ahora”. Por está razón es que el texto ya no posee un sentido
unívoco, exclusivamente relacionado con la pretensión del autor. Por el contrario,
es múltiple y en el “se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la
original: el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la
cultura”. Esta idea se relaciona al concepto de intertextualidad, desarrollado en De
la obra al texto que es tomado de Julia Kristeva. La intertextualidad tratada aquí
tiene que ver con que uno llega a un lenguaje, un sistema de signos que ya está
dado. En el texto no hay una fuente inicial ni tampoco un relación de
dependencia con el autor. Hay cosas externas a quien escribe, como el lenguaje
mismo y la cultura, lo que se relaciona con lo propuesto en el Grado cero de la
escritura.
De esta manera Barthes pasa del concepto de autor al de escritor, ya que el
autor cierra la lectura del texto, dando un significado único y cerrado del texto. Lo
que generaría una critica que solo intenta “descifrar” y “explicar” el texto como si este
escondiera un secreto. Por el contrario la noción de escritura relacionada al escritor
utilizada por Barthes, se plantea múltiple no hay un único sentido, el sentido se va
evaporando por lo tanto se debe “desenredar no descifrar”. La escritura esta conformada
por nudos, niveles que se recorren, por lo tanto al no otorgarle un sentido último, es
revolucionaria porque no busca ser totalitaria. Constituye una actividad contra
teológica – revolucionaria, que reniega la existencia de un “secreto”, y “rehúsa la
detención del sentido”. En este sentido es que Barthes se refiere al rol del lector
como un lugar preponderante, y que debe surgir necesariamente de la “muerte del
autor”. Es el lector quien interpreta el texto, sus múltiples y variadas escrituras, es
el quien puede darle un sentido al texto. Este es un lector “sin historia, sin
biografía, sin psicología” es el recipiente donde se unen las huellas que forman el
escrito. El lector es el lugar donde se recoge toda la multiplicidad, por lo tanto la unidad
del texto no está dada en el origen (autor) sino más bien en el destino (lector) por lo
tanto es este quien finalmente dota de sentido al texto.
Michel Foucault en su texto El orden del discurso, plantea que los discursos no solo
funcionan con el fin de comunicarnos o de dilucidar temas, sino más bien que estos
actúan como una forma de ejercer poder y como objeto de deseo; “el discurso no es
simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello
por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que uno quiere adueñarse”.
A la vez Foucault afirma que por esta razón en todas las sociedades “la producción del
discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida”. Por lo tanto los
discursos estarían mediados por una serie de procedimientos de exclusión y control.
Dentro de estos procedimientos de coacción y control distingue dos grupos los
procedimientos externos y los procedimientos internos. Esto es entendiendo el discurso
como un tejido de otros discursos que están operando tanto a nivel externo e interno
como mecanismos de regulación.
Dentro de los procedimientos externos distingue tres puntos importantes. La
prohibición o el tabú, que se sería el control de lo que se dice acerca de temas polémicos
y en los que no existe un acuerdo, ya que según Foucault no se tiene derecho a hablarlo
todo, a decirlo todo, en cualquier circunstancia o lugar. Plantea que hoy en día dos de
las regiones en donde más apretado esta este control son los discursos de la sexualidad y
la política. El segundo procedimiento es la relación razón- locura, afirmando que el
discurso de la razón anula y deja sin valor al discurso del loco, este es tomado como un
discurso sin importancia y que no tiene circulación. Foucault plantea que esta relación
de exclusión siempre ha estado pero su forma ha dependido del contexto y situación
histórica. El tercer procedimiento externo que distingue es la voluntad de verdad, que
estaría relacionada estrechamente con la voluntad de saber. Esta voluntad de verdad ha
a nivel del discurso se ha planteado a lo largo de la historia en relación a lo verdadero y
lo falso. Foucualt dice que desde la aparición de Platón se dio un giro desde la
enunciación al enunciado. La veracidad de un discurso ya no esta dado por la autoridad
de quien lo enuncia (sentido ritual), sino que esta dado en el discurso mismo, se busca
en “su sentido, en su forma, su objeto, su relación con su referencia”. Es esta separación
la que a dado origen a la voluntad de saber, pero sin embargo esta a lo largo de la
historia se ha ido desplazando. Esto significa que la voluntad de verdad se va ajustando
en relación a la época y contexto histórico, en que ciertas verdades y saberes han sido
validados o rechazados, por ejemplo la aparición de las ciencias empíricas, el
positivismo, etc.
Por lo tanto Foucualt plantea que dentro de estos procedimientos de exclusión es la
voluntad de verdad, la que intenta absorber y recuperar a los dos procedimientos
anteriores, que cada vez se han vuelto más frágiles. Pero que al ser atravesados por esta
voluntad de saber esta no cesa de reforzarse y volverse mas profunda. Por otra parte
estos procedimientos de control y exclusión siempre se intentan sostenerse o afirmarse
en alguna base institucional. Ya que si bien existe un sin fin de discursos que circulan,
los discursos que ejercen poder no son las conversaciones del día a día. Son discursos
que toman fuerza en medida que se apoyan en algún soporte institucional, ya sea las
ciencias, la técnica, la pedagogía, los medios de comunicación, etc.
En relación a los procedimientos internos, dice que los discursos mismos ejercen su
propio control, tanto a nivel del orden, la producción y la distrubición. Estos serían el
comentario, el autor y los sujetos que hablan. En el plano del comentario sostiene que
los discursos se hacen sobre discursos ya dichos, se hacen discursos a partir de otros
discursos por lo tanto aparece el comentario, este siempre buscaría una verdad que
estaría oculta. Sin embargo el comentario siempre circula mientras este se atiene al
mismo texto. En este sentido el texto controla las posibles interpretaciones, ya que se
necesita fijar un punto para que no se diga cualquier cosa y así impedir la proliferación
azarosa. En cuanto al segundo procedimiento interno Foucault plantea que este
procedimiento es complementario del primero, este seria el autor, pero no visto como el
individuo que escribe y produce un texto, sino como quien actúa como principio de
unificación y agrupación del discurso. El autor visto como quien le da origen y sentido a
las significaciones de ese discurso, por lo tanto actúa como foco de coherencia.
Intentando que este a través de su figura revele o manifieste un sentido oculto en el
texto. Esto al igual que el comentario limitaría el azar “por el juego que tiene la forma
de la individualidad y el yo”. Finalmente en cuanto al tercer procedimiento interno
Foucault dice, que este actúa en la medida que intenta determinar las condiciones en
que se utiliza el discurso y de imponer a quienes emiten estos discursos un cierto
número de reglas. De esta forma no se permite el acceso de todo el mundo a estos
discursos; “nadie entrará en el orden del discurso sino satisface ciertas exigencias o si
no está, de entrada, calificado para hacerlo”.
En La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica, Walter Benjamin,
comienza diciendo que la obra de arte es susceptible de ser reproducida y menciona las
diferentes técnicas de reproducción del arte a través de la historia, afirmando que este
fenómeno ocurre a escala mundial. Sin embargo Benjamin destaca dos hitos importantes
como los que marcaran fuertemente el carácter reproductivo de la obra de arte, estos
son la fotografía y el cine.
A partir de esto Benjamin sostendrá que con la aparición de medios de reproducción
masivos como el cine, la obra de arte a perdido su aura, es decir con la reproductibilidad
se pierde el aquí y ahora del original, la autenticidad de la obra. El carácter auratico de
la obra artística tiene que ver con que esta es una “manifestación irrepetible de una
lejanía” que por lo tanto está ligada al culto, lo mágico- religioso. En este sentido la
obra de arte auratica se presenta como un ente cerrado, que debe ser contemplado con
cierta distancia. Por lo tanto esta obra solo posee un único y este no está hecho para ser
recibido por todos. Sin embargo Benjamin da cuenta de que con la reproductibilidad del
arte, este sentido auratico cerrado y univoco se desmonta. La reproducción al contrario
del aura, genera un afán por la cercanía, por poseer el objeto, por lo tanto esto genera
una nueva relación del espectador con la obra artística, una nueva percepción.
Lo que hay debajo de esta nueva relación con la obra de arte es el intento por romper
con el canon artístico, que estaría caracterizado por esta unicidad y sentido ritualizado
de esta. Esto con el fin de encontrar medios que vayan en contra del fascismo quien se
ha servido del arte para estetizar la guerra a través del Futurismo. Es así que elementos
como el cine y la fotografía no solo producen un cambio en la relación arte espectador
en cuanto a la cercanía con la obra, sino que permiten que se desacralice el carácter
ritual de la obra y de sentido único, para dar paso a la multiplicidad de sentidos que el
espectador recoge de la obra reproducida. De esta forma se puede generar una obra
artística masiva, que se accesible a todos y que no posea el carácter auratico que permita
difundir ideas totalitarias.