Síntesis del pensamiento falangista

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Miguel Núñez Caballero.

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SÍNTESIS DEL PENSAMIENTO FALANGISTA

SÍNTESIS DEL PENSAMIENTO FALANGISTA

Miguel Núñez Caballero

Cuadernillos de Divulgación Política N.° 3

Edita:

Jefatura Territorial de Galicia. La Falange

Apartado Correos 47

15080 La Coruña

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SÍNTESIS DEL PENSAMIENTO FALANGISTA

I. QUÉ ES LA FALANGE. SU HISTORIA.

La Falange es el movimiento político fundado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera Su nombre inicial fue Falange Española. Posteriormente, en marzo de 1934, se unificaría con las J.O.N.S. (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) que habían sido creadas en 1931 por Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo, pasando a denominarse Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (F.E. de las J.O.N.S.)

El Nacionalsindicalismo es la doctrina política de la Falange. Fue impulsado, inicialmente, por el propio Ramiro Ledesma, quien dotó a este pensamiento (como gran propagandista que era) de algunos de sus símbolos, lemas y términos esenciales.

Posteriormente (sobre todo a partir de la unificación) fue el propio José Antonio el que llenó este pensamiento (el nacionalsindicalista) de contenido y el que acabó por convertirse en líder indiscutible del movimiento político (La Falange).

José Antonio era hijo de Don Miguel Primo de Rivera, que había protagonizado la Dictadura, que, bajo el reinado de Alfonso XIII, gobernó España entre 1923 y 1930. Al caer la Dictadura y ante los ataques que Don Miguel y su obra empiezan a recibir, José Antonio decide sacrificar una buena parte de su vida profesional (era un abogado profundamente vocacional) y de su comodidad para saltar a la política en defensa de la memoria de su padre.

Desde entonces y hasta su fusilamiento (en la madrugada del 20 de noviembre de 1936) experimenta una evolución ideológica que le lleva a perfeccionar y profundizar un pensamiento que ya está presente en sus primeras apariciones públicas.

Desde el principio entendió que la Dictadura de su padre, a pesar de su carácter militar y de orden, no había sido un gobierno de los privilegiados y para los privilegiados, sino que se había preocupado, de manera bien efectiva, por los más desfavorecidos y, en definitiva, por el llamado problema social.

De hecho, en la España de aquellos años, el hambre y la miseria eran realidades cotidianas que afectaban a millones de personas. Por eso, José Antonio fue dándole cada vez más importancia a este problema social, entendiendo que para salvar los grandes principios de la civilización (Patria, Religión....) era imprescindible dar justicia y pan a los pobres.

Al principio (en los tiempos dela fundación de la Falange) simpatiza con el fascismo italiano (nunca con el nacionalsocialismo alemán, por su carácter eminentemente racista) y sobre todo con la personalidad de Benito Mussolini. Pero poco se va dando cuenta de que el fascismo no es trasladable a España; y no sólo por el simple hecho de ser una ideología extranjera, sino por algo mucho más profundo: dice que los fascistas han tratado de buscar el alma de Italia; y que los falangistas, como españoles, han de buscar el alma española, donde a la larga encuentran unos principios pos que integran la verdadera tradición española) muy distintos de los propiamente fascistas.

Así, su doctrina se vuelve cada vez más original, más personal y española

En los últimos meses de su vida, se produce en España una situación de violencia generalizada que conduce a la Guerra Civil y que le lleva a él mismo a la muerte, siendo fusilado por un pelotón de izquierdistas el 20 de noviembre de 1936 en la cárcel de Alicante.

I.1. La Falange después de José Antonio

Al morir José Antonio, ya en plena Guerra Civil, la Falange queda descabezada. Asume el mando una Junta Provisional en cuyo seno se suceden graves incidentes y enfrentamientos. Al final, se elige como II Jefe Nacional a Manuel Hedilla. Pero su

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nombramiento dura unas pocas horas, ya que cuando se produce, Franco tiene decidida la unificación dela Falange con los tradicionalistas (cuyos líderes naturales llevaban varios meses negociándola sin haber llegado a un acuerdo definitivo) y la lleva a efecto mediante el famoso Decreto de Unificación. Entonces nace F.E.T.-J.O.N.S. (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista).

La Falange incorpora al Estado nacido del 18 de julio un fuerte contenido social y revolucionario. Es mucho lo que se hace en este sentido... y también mucho lo que queda por hacer. La nueva situación nacida del final de la Segunda Guerra Mundial (con un dominio absoluto de la ideología liberal y capitalista en el mundo occidental) y la progresiva claudicación de sectores cada vez más influyentes del Régimen, hacen que la revolución sea incompleta.

Por eso, cuando muere Franco, los diversos grupos falangistas nacidos al amparo del nuevo sistema de partidos, empiezan a vivir discrepancias que llevan al actual estado de fragmentación de la comunidad falangista. Cada uno de esos grupos tiene su propia lectura del pasado y sus propios planes para el futuro.

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II LAS LINEAS FUNDAMENTALES

El nacionalsindicalismo es una doctrina política que parte de dos afirmaciones esenciales:

1. La dignidad del hombre como portador de valores eternos. 2. El ser de España como unidad misional en función de universalidad y en clave de defensa y propagación de sus valores espirituales. Es decir:

a. como entidad histórica protagonista de una misión.

b. con una misión espiritual.

c. con aspiración de universalidad.

Estas tres notas se resumen a la perfección en la definición que José Antonio hace de España como una unidad de destino en lo universal.

Como consecuencia lógica del principio de dignidad del hombre y como presupuesto para la eficaz configuración y expresión de la idea nacional, el nacionalsindicalismo centra sus mayores preocupaciones políticas en la creación de un sistema económico justo. Sistema que, comenzando por la desarticulación del capitalismo, como mecanismo de producción y distribución de los bienes y como sistema de valores invertidos y esencialmente injustos, se basa en la alternativa sindical, que atribuye a la comunidad de productores, organizados en sindicatos, tanto el impulso y gestión de la actividad económica, como el rendimiento de su actividad y la propiedad efectiva -en formas individuales, familiares o comunales- de los medios de producción.

El instrumento político de esta idea es el movimiento falangista, auténtica milicia que, tomando al hombre como eje de toda acción, se propone antes su transformación interior y' la configuración de un estilo, que la mutación jurídico-política del sistema.

Por último, para la adecuada interpretación y para el correcto entendimiento del universo moral e ideológico del falangismo, debemos sentar cinco líneas fundamentales de aproximación a lo que constituyen su sustancia específica:

1. Concepción filosófica: Es la propia de la interpretación católica de la vida. Parte, como se dijo anteriormente, del hombre como portador de valores eternos, como poseedor de un alma inmortal que confiere a su existencia, individual y colectiva, un sentido absoluto y trascendente, y que le dota de un dignidad suprema e inviolable

2. Actitud intelectual: Razón frente a exaltación romanticista de la subjetividad. Racionalismo heterónomo (o sea: basado no sólo en el propio pensamiento de cada individuo, sino también en las ideas recibidas en la historia a través de la tradición), que contempla lo justo y lo verdadero como categorías permanentes de la razón, y no como productos caprichosos de la voluntad suprema del soberano absoluto o del consenso social aparente de las democracias liberales. Justicia y verdad, también, como contenidos adecuados a la razón, no como conceptos de legitimación formal en función de su origen; es decir, lo justo y lo verdadero lo son porque lo son, no porque alguien (un gobernante o la mayoría de un pueblo) lo decidan. Un firmamento, por tanto, de absolutividades racionales - y no de justificación jurídica formal- para el ejercicio de la soberanía. Esto permite interpelar al poder arbitrario constituido, acerca de la legitimidad de su autoridad.

3. Aspiración suprema: Unidad de los hombres, de las clases y de las tierras de España. Unidad, también, del género humano, en aspiración mística de universalidad.

4. Base fáctica: El individuo. No es concebible, desde los presupuestos del nacionalsindicalismo, un dogmatismo pseudorreligioso en las articulaciones de los diferentes sistemas (político, jurídico, económico). El individuo, en integración orgánica con su comunidad, es la base de dota consideración, de toda acción y de toda construcción. El

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individuo como protagonista de su destino; el individuo como sagrario inviolable de dignidad.

El Estado es instrumento a su servicio, frente al panestatismo fascista o comunista, que subordina de forma absoluta todos los aspectos de lo individual a lo estatal.

Y el individuo adquiere las connotaciones propias de su condición en función del servicio que presta en la comunidad, frente al individualismo salvaje y mal entendido del liberalismo, garante del poder omnímodo de los más fuertes.

5. Identidad histórica: Tradición como proceso perfectivo. Realización explícita, plena, de los valores germinales de la Tradición histórica española. Proyección revolucionaria de lo permanente de tales valores hacia el futuro. Abrogación terminante de las formas caducas.

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III. FUNDAMENTOS La Falange es una organización política, no un grupo religioso o una escuela filosófica.

Pretende, por tanto, la transformación de la sociedad con armas políticas. Para ello, debe comprometerse en lo concreto y ofrecer soluciones a los problemas específicos del hombre de hoy.

Y sin embargo, su visión del mundo es coherente. Parte de unos fundamentos filosóficos y tiene un entendimiento preciso de la historia

La visión del hombre subyacente a los postulados políticos del nacionalsindicalismo está dibujada en clave de principios absolutos. Y estos tienen, irremediablemente, connotaciones de carácter teológico, al asentarse sobre un Absoluto fundamental. Pero, además, no es éste el vago motor primero del teísmo iluminista, sino que es el Dios personal de la cosmovisión católica.

¿Implica todo esto que exista una especie de ligazón necesaria entre la Falange y la creencia metafísica personal en el credo cristiano católico?

José Antonio afirma, sin mudanza, que la interpretación católica de la vida es la verdadera, y reivindica la esencial orientación católica del ser de España. Defiende posturas radicales en materias morales como el divorcio y afirma, con acierto profético que le costará más de un disgusto con la derecha clerical (masonería blanca y maridaje de sacristías y masones llega él a calificarla), la necesaria distinción de potestades entre el Estado y la Iglesia

Además, sus postreras palabras como hombre libre (pronunciadas el 14 de marzo de 1.936) son para sostener su visión espiritual, occidental, cristiana y española de la vida frente al materialismo ruso.

Las claves de su pensamiento más profundo son las siguientes:

1. Los postulados absolutos -dignidad de la persona o justicia social- derivan de principios absolutos; estos principios habitan en la órbita de lo metafísico y se refieren a una realidad última, trascendente, que dota de inmortalidad al alma humana y hace al ser humano portador de valores eternos. Es la expresión filosófica de la teología católica y tomista.

2. Derivación de la condición de criatura, es la libertad; y, sobre todo, la libertad de las conciencias. Y por tanto, a nadie -ya sea en la órbita del Estado o en la interna de la Falange- puede obligársele a ser creyente. Esta es una cuestión que debe desenvolverse en el templo sagrado de la intimidad personal, y las instituciones públicas lo único que podrán hacer -y, en rigor, estarán obligadas a hacer- al respecto, será mantener (por mor de su propia y específica misión) el mayor grado posible de temperatura moral en la sociedad política.

Otra cosa es que el falangista no creyente haya de afrontar un riesgo evidente de incoherencia y que el mantenimiento de un orden social conforme a los indudables fundamentos católicos del pensamiento falangista sea posible al margen de esa creencia religiosa específica.

3. Iglesia y Estado han de distinguir y concordar sus respectivos ámbitos de soberanía.

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José Antonio tiene, también, una visión cíclica de la historia. Para él, la historia tiene:

- Edades medias, que son aquellas en las que se forman y asientan concepciones sólidas de la vida. Hay en ellas una ascensión hacia la unidad de creencias.

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- Edades clásicas, en las que el mundo vive en la plenitud de unas convicciones unitarias y consolidadas.

- Edades intermedias, de paso, en las que la decadencia del mundo clásico ha conducido a un desastre (lo que él llama la invasión de los bárbaros) volviendo a iniciarse todo el proceso.

Entiende, de esta forma, que la vida europea es, entre los siglos XIII y XVI, una vida de plenitud basada en la unidad metafísica en torno a las grandes creencias del universo católico. La máxima expresión de esa unidad católica es, por otra parte, el imperio español que arranca de los Reyes Católicos y llega a su apogeo con los Austrias Mayores. Después, tres grandes convulsiones vienen a fracturar la armonía de esta última edad clásica: primero, la reforma protestante, que conduce a la hipertrofia de la subjetividad; luego, la revolución francesa, con la entronización de la soberanía popular como base de toda razón y con los consecuentes fenómenos que se derivan de la apoteosis del poder de la burguesía: industrialización, mercantilización de todas las parcelas de la vida, proletarización y miseria de los más débiles; y precisamente por todo ello, surge la última gran ruptura: el socialismo, alumbra en la mente de Carlos Marx una bnrtalidad histórica cuyas consecuencias nos son hoy bien conocidas y que José Antonio identifica con la nueva invasión de los bárbaros.

Y de aquí pasa a su presente: a la coyuntura revolucionaria de su tiempo. Hay una edad y una concepción de las cosas que se mueren. De alguna fonna, la civilización cristiana se ha negado a sí misma - faltando a sus fidelidades básicas- al identificarse con el capitalismo liberal. Y llegada la muerte anunciada de este paradigma injusto y deshumanizado, sólo cabe rendirse a la marea roja o bien reconducir los ímpetus revolucionarios de la hora histórica a un impulso de refundación de los valores de la tradición, que, lejos de suponer una defensa cobarde y una vuelta imposible al pasado, son la base para el establecimiento de un orden nuevo sobre la sublimación de lo que fue y es la civilización occidental, española y cristiana y, sobre todo, sobre la exploración novedosa de sus aspectos más genuinos e inéditos.

Desde estos presupuestos básicos juzga José Antonio todos los fenómenos políticos que observa. Diagnostica, por ejemplo, la decadencia indudable de la nación española en clave de pérdida de misión después de la embriaguez incomparable de dominio de sus siglos más altos.

De ahí extraemos también dos conceptos básicos en el credo falangista:

1. Imperio; no se trata del predominio militar de otros tiempos; ahora se trata de reivindicar una nueva supremacía de España y del mundo hispánico en las empresas universales del espíritu.

2. Revolución. La Falange llega a su convicción revolucionaria por una doble vía:

a) La comprensión de una realidad inevitable. Las revoluciones son, en principio, algo negativo y destructor.

Pero cuando una revolución llama a las puertas, no es posible volverle la espalda, sino que hay que hacerle frente con un impulso igual de regeneración; entre otras cosas porque las revoluciones suelen nacer con una parte nada despreciable de razón que no cabe ignorar.

b) La convicción de la necesidad de transformar un mundo injusto.

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IV. HOMBRE, ESTADO Y SOCIEDAD.

El nacionalsindicalismo es, ante todo, afirmación del hombre frente a la máquina de gobernar de que hablara José Antonio. No importan tanto los sistemas como la acción del hombre dignificado en la educación y en la fe colectiva en los fundamentos de su trascendencia.

Por eso, el inicio de toda transformación social, política o económica, debe situarse en el hombre y en la orientación libremente adoptada por éste desde su conciencia recta, formada e informada.

El hombre, como portador de valores eternos, es titular de unos atributos inviolables: su dignidad, integridad y libertad. Mas estos atributos humanos:

a) Van indisolublemente ligados a la idea de servicio. El hombre sólo adquiere su plena condición política en tanto en cuanto preste un servicio a la comunidad

b) Han de conciliarse con las ideas de autoridad, jerarquía y orden. Han de realizarse, por tanto, en un Estado fuerte, puesto a su servicio y totalitario, en el sentido de ser de todos y para todos (no en el tradicional sentido fascista de pretender regular exhaustivamente todos los aspectos de la vida, incluso los más íntimos).

La esencial dignidad del hombre nos lleva a la defensa:

- de la vida, como valor genninal sagrado. Por eso rechazamos frontalmente el aborto.

- de la igualdad de esencia y valor de todos los seres humanos, sin perjuicio de que la jerarquía y el mérito sean elementos determinantes de su organización en sociedad.

- de la justicia, como presupuesto para el decoroso desarrollo de su existencia.

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Los falangistas tenemos, también, una idea precisa de la organización de la sociedad y del Estado.

José Antonio analiza en diversos textos el concepto de soberanía. La conclusión es invariable: es falso y perturbador el criterio que cifra la legitimidad de las normas y de las acciones políticas en la instancia o persona de quien proceden (la voluntad divina del rey en la monarquía absoluta o la voluntad popular en el liberalismo), y no en su contenido y en su adecuación a las categorías permanentes de la razón.

Por tanto, lo importante de un sistema político no sería cómo funciona jurídicamente o cómo se articula en sus detalles más precisos, sino qué hace y para qué sirve.

Las instituciones políticas justifican su existencia y valor en función de sus actos, de su contenido, y no de una especie de rigorismo jurídico que puede encubrir bajo el manto de un respeto exquisito a los procedimientos- grandes barbaridades.

Esto, sin embargo, no quiere decir que las formas y los sistemas de configuración del Estado no sean importantes; se pueden tener las ideas más elevadas acerca de la vida, del hombre y de la comunidad, pero si estas ideas no se traducen en la creación de instituciones adecuadas para el gobierno de un pueblo, no tendrán virtualidad política. Por otro lado, los limites entre lo que es contenido y lo que es forma son, a menudo, imprecisos; evidentemente, un Estado que esté asentado, en sus procedimientos, sobre la tiranía, estará evidenciando, en tales prácticas, una sustancia repugnante.

Por eso, los falangistas definimos claramente nuestras posturas en torno a la cuestión del sistema político.

Por un lado afirmamos que las grades verdades -ya sean metafisicas o históricas- no deben estar sujetas a la voluntad variable de los tiempos y de las mayorías. Y ello no sólo por su propia naturaleza inviolable y eterna, sino por otra razón mucho más práctica:

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observamos cómo la articulación de las mayorías - sobre todo en los actuales regímenes demoliberales- descansa en un conjunto de falacias, manipulaciones y procedimientos publicitarios de deformación de las conciencias, que convierte a esas supuestas mayorías en una base bien endeble para la decisión de las grandes cosas.

Pero por otro lado, denunciamos con energía los déficits participativos de nuestras sociedades.

Por eso, el nacional-sindicalismo propone más participación en y a través de los ámbitos naturales de convivencia, sin la intermediación de ese verdadero secuestro de la voluntad popular que se esconde tras la práctica corrupta, escandalosa, cínica y liberticida de los partidos políticos.

Por tanto, el sistema que proponemos se resolvería en una coexistencia de dos niveles:

1. El de los principios últimos, básicos, -abstracto constituyente de cualquier sociedad articulada, que es derivación directa de la naturaleza, de la razón humana y del proceso histórico de consolidación del corpus de la Tradición-, que debe estar sustraído a la acción de las mayorías formales.

2. El de la vida diaria de gestión y administración de las sociedades humanas, en el que debe prevalecer el principio participativo y orgánico.

En cuanto a esta representación orgánica, hay que decir que constituye, históricamente, el nervio indiscutible de toda la construcción. José Antonio -y, con él, los demás líderes de la primer Falange- afirman que la representación ha de canalizarse no a través de los partidos políticos, sino a través de las unidades naturales de convivencia: Familia, Municipio y Sindicato.

Se trata de un sistema con honda raigambre en nuestro pasado más glorioso; y tiende al establecimiento de una sociedad viva, articulada, donde el hombre no se sienta extraviado entre una afirmación extrema -y profundamente falsa- de su individualidad y la lejanía de un poder político que vive al margen y por encima del propio entramado social. Este poder político debería, muy al contrario, enramarse en los ámbitos más próximos al individuo, como son el familiar, el profesional o el municipal.

En todo caso, la representación orgánica se resolvería en una estructura piramidal, en la que los ciudadanos elegirían a sus representantes en sus ámbitos naturales de convivencia para luego éstos elegir a otros superiores en los niveles sucesivos: local, provincial, regional y por último, para la constitución de Cortes, nacional.

Además, los cauces de representación serían dos: el político, a través de corporaciones y organizaciones ciudadanas, y el sindical, que consolidaría en su máximo nivel y por ramas de producción, los grandes sindicatos de productores como organismo supremos de dirección de la economía nacional dentro del marco legal.

Interesa aclarar, volviendo a los principios, que un sistema así sólo sería nacional-sindicalista en tanto en cuanto sus normas supremas, con penetración efectiva en todos los ámbitos de la vida, estuviesen inspiradas en los principios permanentes de orientación cristiana, nacional y social que describimos en otros apartados. La encarnación de dichos principios en engranajes jurídicos y políticos es importantísima, pero podrían alumbrar -de igual forma- instituciones diferentes y siempre mudables y contingentes.

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V. LA PATRIA. La pretendida desaparición de los grandes patriotismos europeos y su sustitución por

un cúmulo de micro nacionalismos tribales en el marco de una transnacionalización creciente (representada tanto por el proceso de unión europea como por el imperialismo yankee), es aspiración disolvente y, en gran parte, fenómeno proverbial de nuestros días; cosa que a casi nadie parece importarle.

Pero hablando de Falange y de nacionalsindicalismo, hemos de decir que si en su doctrina la llamada cuestión social es lo distintivo y original y la consideración del hombre como portador de valores eternos (con todas las implicaciones metafísicas que ello conlleva) es lo sustancial heredado, la proclamación patriótico/española constituye lo permanente y emblemático.

Y sin embargo, los falangistas, en nuestra doble condición de hombres contemporáneos -fieles a nuestro tiempo- y de creyentes en los valores de lo universal, tenemos a veces serias dificultades para explicarnos y para explicar el por qué de nuestro patriotismo y para justificar la persistencia de la Patria como categoría fecunda en los umbrales de un nuevo milenio.

El tiempo que nos ha tocado vivir se caracteriza, efectivamente, por un fenómeno dual -hecho de transnacionalismo y de micronacionalismo- en el que la antítesis entre dos polos aparentemente irreconciliables, confunde a los entendimientos más simples. Por un lado, es cierto, se tiende a la integración de los pueblos en grandes unidades supranacionales como la Unión Europea; por el otro, asistimos a un rebrote virulento de los pequeños nacionalismo localistas que amenaza con convertir el mapa de Europa en un rompecabezas sin solución posible.

Y, sin embargo, el modelo es sobradamente conocido en la historia. No otra cosa fue el feudalismo: presuponía un poder global formidable, monolítico, alejado y ajeno a los individuos, sin rivales ni articulaciones sociales intermedias que pudieran hacerle sombra, y se traducía, en lo inmediato, en pequeños poderes feudales que permitían a los señores territoriales campar por sus respetos imponiendo su fuerza y disponiendo de bienes y personas a su libre antojo.

Así hoy, los Estados nacionales se ven sobrepasados en su naturaleza y funciones por instituciones supranacionales que toman sus decisiones con desprecio olímpico de la opinión popular y se ven, al tiempo, disgregados por mor del mencionado rebrote de los nacionalismos diminutos y gazmoños que se alimentan de la exaltación de lo inmediato e instintivo. Con todo ello, el debilitamiento de las estructuras sólidas de los Estados tradicionales europeos, deja el campo libre para la acción omnímoda de los poderes financieros mundiales.

España, a través de un largo proceso histórico, consolida los tres elementos inescindibles de su ser nacional: la vocación misional irrenunciable, la aspiración de universalidad y la entraña católica.

Y, sin embargo, en tiempos de decadencia evidente, ¿cómo justificar nuestra condición de patriotas en un mundo en el que la apoteosis de los nuevos nacionalismos está conduciendo a comunidades humanas amplísimas 'a una vida hecha de odio y de violencia salvaje? ¿Qué le opondremos desde la emoción folklórica de lo español a otras emociones mucho más inmediatas, mucho más apegadas al terruño que arrancan del fondo de las personas sentimientos viscerales de exaltación de lo propio? ¿Cómo convencer a vascos, catalanes, gallegos, valencianos o -muy pronto- a andaluces, de que ser español, en una España que pierde alma, identidad y autogobierno en el marco de las instituciones burocráticas europeas, es algo que merece la pena de cara al siglo XXI? ¿Y cómo, en fin, insuflar la idea y la afirmación de lo nacional en esas amplísimas capas de la población que

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no caben en el sistema injusto que tenemos montado para el disfrute exclusivo de los más aptos o de los más afortunados?

La doctrina de José Antonio fue, en este punto, tan imaginativa, tan compleja, tan exacta, que hoy no sólo es que tenga vigencia, sino que sigue esperando a encontrar una vigencia nueva y definitiva en nuestras construcciones mentales y en nuestros hábitos.

Esa doctrina -magistral y poéticamente expresada en multitud de escritos y discursos- tiene, al menos cuatro ejes que se resuelven en cuatro contrastes: Patria frente a territorio, metafísica intangible frente a apariencia deleznable, razón frente a sentimiento y Patria de todos frente a Patria de unos pocos privilegiados.

1.- Patria frente a territorio. El concepto gramatical y -hoy también- jurídico-constitucional de nación es minimalista por definición. Se hace estribar su esencia en características eminentemente fisicas y sentimentales: el paisaje, la lengua, el clima, el folklore, el culto a lo familiar y a los antepasados. Se convierte, por tanto, el nacionalismo en una exaltación colectiva del individualismo.

En este terreno, dice José Antonio con justísima razón, los patriotas tenemos muy poco que oponer a los nacionalistas. Sentimiento contra sentimiento, el de lo inmediato es siempre más fuerte. Por otro lado, situar nuestro combate dialéctico en el terreno pantanoso del llamado hecho diferencial, es darlo por perdido de antemano: negar la existencia de una lengua catalana o de unas instituciones forales vasco-navarras supone realizar un inútil ejercicio de ignorancia que deslegitimará, por débiles, nuestras posiciones.

La diferencia está, pues, en el concepto. La esencia de la Patria española radica, precisamente, en que supo asimilar y trascender lo particular y proyectarlo hacia lo universal; recoger los materiales imprecisos de lo tribal e introducirlos -unidos en diversidad riquisima y admirable- en la historia; así, el vasco, el catalán o asturiano mientras vivieron, trabajaron y murieron en sus lares, al entrar en la historia, sólo supieron y quisieron hacerlo como españoles, dando a la Humanidad en su ejercicio -metafísico y heroico- de españolidad, algunas de sus jornadas más memorables.

Esta es la riqueza incomparable del concepto de Patria: el marco colectivo de inmersión fecunda de los destinos individuales en la corriente formidable de la historia concebida como proceso espiritual perfectivo.

2.- Metafísica frente a realidad aparente. ¿Qué tenía ante sus ojos un español de los años treinta? Postración, conciencia de una derrota humillante, abandono, desgana, apatía, casticismo y folklorismo de la peor especie. ¿Y hoy? ¿Quién podría afirmar hoy el orgullo legítimo de ser español ante el presente espectáculo de modorra colectiva y de abdicación entreguista de nuestra mejor alma?

El silencio de España es como el silencio de Dios: curte los músculos de nuestras convicciones más profundas. Aspirar los aromas sensuales de lo regional es fácil: supone, tan sólo, sucumbir a la exaltación egocéntrica y soberbia de lo que somos y de lo que significamos como individuos de una especie animal sofisticada. Lo patriótico exige, por contraste, una fe metafísica en algo -el genio y la entraña nacional- que sabemos que está ahí, agazapado en lo más profundo de una existencia deleznable, pero que no vemos. Es, en definitiva, exigencia y convicción metafísica.

3. Razón frente a sentimiento. El nacionalismo nace -en pleno siglo XIX- de la exaltación romanticista de los sentimientos más elementales de pertenencia

El patriotismo, por el contrario, es en José Antonio categoría clásica y racional. Tiene la exactitud y la precisión de las verdades matemáticas. Atesora toda la sabiduría sedimentaria de las afirmaciones superiores. Confiere a la existencia humana -al contrario de lo que sucede con esos regionalismos que, contradichos, pueden desencadenar tragedias sangrientas que el fundador de la Falange predijo y que nosotros constatamos hoy- el equilibrio apacible y profundo de lo ecuánime y de lo consolidado por el tiempo histórico.

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4. Patriotismo popular frente a patriotismo de los privilegiados. ¡Qué difiicil es hablarles de patriotismo a los desheredados del sistema! En un Estado que sólo nos quiere para producir, para consumir y para pagar impuestos confiscatorios -como otro día nos quiso para ser carne de cañón de sus aventuras militares- la expresión de lo patriótico es un sarcasmo y una abstracción inútil.

No hay patriotismo sin justicia, como no hay comunidad fecunda sin fraternidad. La Patria es -debe ser- el escenario perfecto de la justicia distributiva y la proyección de una misión hacia el exterior.

***

Nos referíamos antes al ser de España y lo caracterizábamos por tres notas inseparables que se retroalimentan en simbiosis perfecta: sentido misional, orientación católica y proyección de universalidad.

España, como ser histórico, no supo ni pude ser para un simple estar. Sólo pudo entenderse a sí misma en clave dinámica de misión. De hecho, como también veíamos antes, cada vez que flojeó en la ejecución de esa misión superior, cada vez que sufrió una derrota, surgió de su seno una tendencia escisionista irrefrenable que actuaba -y actúa hoy de forma evidentísima- como una maldición. Ese es el sentido del imperamos o languidecemos de José Antonio.

Decía Menéndez Pelayo: `Donde no se conserva piadosamente la herencia del pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original ni una idea dominadora. Un pueblo nuevo puede improvisarlo todo menos la cultura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil'.

Y los falangistas tenemos la profunda convicción de que los valores históricos españoles coinciden de una forma asombrosa con esas pautas de existencia que el mundo busca, desesperada y erráticamente, en este nuevo milenio.

Esa aspiración del mundo nuevo puede resumirse en un ramillete de afirmaciones: más humanidad; vida más arraigada en el entorno; recuperación de los sabores entrañables de la existencia en un mundo más austero y más solidario; más vida espiritual, en definitiva.

Y esos son valores profundamente aposentados en el ser genuino de España y que brotan a su superficie cuando dicho ser se atreve a expresarse a sí mismo sin coacciones.

***

España es misión y sentido; conjunto de pueblos que no se reúnen, simplemente, para estar, sino para ser con sentido profundo en la historia y en el mundo. Si España traiciona a su misión y deja de ser ella misma, su existencia carecerá de razón, y las regiones que la componen volverán a lo particular y a lo excluyente. La Historia lo demuestra: cada vez que España fue derrotada cayó en la dejadez de sí, la fragmentación y escisión de alguno de sus miembros fue inevitable.

Por todo ello, los separatismos de hoy -ya existentes en tiempos del filósofo- son la voz de la conciencia nacional que pronuncia, tomando la forma de las regiones vasca y catalana, una condena fulminante: renegaste de ti misma.

Ese es el carácter de nuestros separatismos actuales. Su existencia rampante es síntoma inequívoco de una profunda crisis de lo nacional. Su superación sería corolario seguro de una recuperación del rumbo español.

La Patria es producto de una voluntad histórica. Y -no nos alejaremos tampoco en este punto de un racionalismo exquisito como toda realidad perteneciente al orden de lo tangible, puede desaparecer como consecuencia de la consolidación de una voluntad distinta, como podría también desaparecer como consecuencia de una catástrofe geológica. Pero nunca antes de haber defendido en todo su vigor la razón poderosísima

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que le asiste, muy superior a las veleidades momentáneas de minorías influyentes y conformadoras -en su petulancia consentida- de mayorías precarias.

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VI. JUSTICIA SOCIAL

El desafío intelectual que supone la doctrina social falangista, que combina sabiamente las aspiraciones más profundas de justicia social con un respeto inmaculado a la libertad, a la propiedad -en su auténtica dimensión- y a los demás pilares de la civilización cristiana, es de primer orden.

La Falange rechaza el modelo liberal de organización de la economía por basarse en un concepto falso de la libertad: al declarar libres e iguales a todos los hombres, deja a los más débiles en situación de inferioridad; les concede, en definitiva, el derecho de trabajar o no trabajar o el de hacerlo en las condiciones que libremente estipulen entre sí, olvidando que con ello lo que realmente se consagra es el derecho de los menos astutos, o de los menos listos a morirse de hambre en medio de su maravillosa libertad.

Por eso, la Falange cree que el Estado no puede permanecer al margen de las luchas económicas entre los hombres; debe ser un Estado activo que imponga en cada caso los imperativos de la Norma Justa en la libertad, en principio respetable, del mercado.

Sin embargo, el nacionalsindicalismo, participando en gran medida de las aspiraciones justas del socialismo histórico, se aparte de éste por tres razones:

1. Por su visión materialista del mundo y por su carencia de principios últimos que sitúen los anhelos de justicia sobre bases sólidas que les confieran carácter absoluto.

2. Por su estatalismo radical. Por su negación de lo individual y por la absorción de lo humano en la maquinaria fría y distante de lo colectivo. A pesar de que el socialismo ha utilizado, en su práctica invariable consistente en echar mano de todo aquello que le pudiese conferir legitimidad retórica, los conceptos de libertad y hasta, en algún sentido, de autodeterminación individual, lo cierto es que sus recetas económicas y políticas han abundado en esta dirección, sobre todo cuando han sido puestas en práctica.

3. Por su igualitarismo a ultranza, que le ha llevado a obviar - seguro que conscientemente- la fina pero evidente distinción intelectual que debe establecerse entre lo que supone una afirmación rotunda de la igualdad de dignidad, derechos y oportunidades entre todos los hombres, y esa otra igualdad aritmética que convierte lo que es apariencia de justicia suma en la más profunda de las injusticias que puedan concebirse.

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En el terreno de las aspiraciones lo principal es, para nosotros, la afirmación de la dignidad humana. Es exigencia de esta dignidad que todo hombre, por el mero hecho de serlo, disfrute de una dotación material suficiente para el honesto desarrollo de su existencia.

Y todo esto, que no deja de ser una bonita declaración de principios asumible por cualquier movimiento político, se desarrolla en la Falange en forma de una actitud moral, un talante sociopolítico y una decisión finalista que paso a exponer:

a) Actitud moral: Recordaba Ramiro Ledesma cómo el signo de la economía contemporánea es el deseo de enriquecimiento; deseo que ha crecido vertiginosamente en las sociedades y en los individuos porque unas y otros han visto con sus propios ojos cómo dicho enriquecimiento ha dejado de ser una quimera improbable para pasar a convertirse en una posibilidad nada desdeñable.

Y frente a ese fenómeno, no queda más remedio que definirse. Nosotros, los falangistas, aunando -casi sin quererlo- lo que constituye la moral evangélica de exaltación de la pobreza y un concepto eminentemente político y filosófico de las cosas, denunciamos la idolatría nueva del dios-dinero, que hace a los hombres egoístas, individualistas y que los sume en la infelicidad.

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Los bienes de la naturaleza han de servir para la satisfacción suficiente de las necesidades del hombre.

Por eso, no sólo aceptamos sino que exaltamos los valores tradicionales de la propiedad y el trabajo. Tan sólo afirmamos que estas realidades -como todas- expresadas en sus términos justos son fuente de felicidad y orden fecundo para los hombres; pero mal entendidas y mal practicadas, pueden alumbrar estructuras terroríficas de infelicidad para ellos.

Así, nadie debe ser esclavo del trabajo; y no debe serlo, naturalmente, para el beneficio ajeno; pero tampoco para el propio. Y en la misma línea, nadie debe sufrir los efectos negativos de una mala distribución y acumulación de la propiedad. Nadie debe vivir en la indigencia y nadie debe, ni puede, alegar un derecho natural al enriquecimiento mientras exista un solo ser humano que pase necesidad.

Las posibilidades de enriquecimiento deberán mantenerse siempre entre los límites de lo que cada ser puede producir y abarcar con su trabajo y respetar las exigencias de la justicia distributiva y de la salud medioambiental, tema esta último especialmente importante, ya que los actuales esquemas de la producción y el consumo no abundan, tan sólo, en la injusticia, sino que son manifiestamente incompatibles con la conservación razonable de los recursos ecológicos.

b) Talante socio-político: Lo dicho hasta ahora tendría poco valor si no siguiésemos avanzando en consideraciones más concretas.

Al hablar del talante socio-político del nacional-sindicalismo nos referíamos a la noción concreta, que anima todas nuestras acciones y propuestas, de lo irrenunciable: afirmamos que los niveles mínimos de subsistencia digna, que exigen un trabajo para todo ser humano que esté en disposición de desempeñarlo, una remuneración adecuada y una protección social suficiente para los inermes, deben ser asegurados por el Estado de forma total, inmediata y directa, extrayendo para ello riqueza de donde la haya e imponiendo las contrataciones que tenga que imponer sin consideraciones.

Incluso cuando desde los paradigmas de una economía de libre mercado se nos oponga a ello la parálisis empobrecedora -puede que cierta- que para un sistema de ese tipo se deriva de un intervencionismo excesivo, seguiremos afirmando esta aspiración básica nuestra sobre cimientos morales categóricos e irrenunciables que nos llevan a preferir una austeridad compartida a una prosperidad esencialmente injusta.

c) Decisión finalista: Nos referimos con ella al designio de abolición del sistema capitalista de organización de la economía y su sustitución por un modelo de tipo sindicalista.

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Entramos ahora, siguiendo con nuestro lento descenso desde lo abstracto hacia lo concreto, en el terreno de los conceptos fundamentales de la política económica nacional-sindicalista.

Centraremos nuestro estudio en tres aspectos esenciales: el del trabajo, el de la propiedad y el de la configuración propiamente sindicalista de la empresa y del Estado.

Podemos decir que la concepción falangista del trabajo se halla magistralmente recogida en la obra de Adolfo Muñoz Alonso, 'Un pensador para un pueblo'. Sintéticamente, esta concepción es la propia del humanismo cristiano: trabajo como expresión de la facultad creadora del hombre, proyección sobre las cosas de su máxima categoría espiritual y fuente y origen de su dignidad y valor. Con el trabajo, entendido de esta manera, el hombre transforma su entorno; en la concepción antagónica del marxismo, es el hombre el que resulta producto transformado por la fuerza ciega del trabajo; el trabajo -igual, curiosamente, que sucede en la concepción implícita de la práctica capitalista- es, de algún modo, el rey de la creación, y no el instrumento de la humanidad para su dignificación y para el perfeccionamiento de su entorno.

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La idea del trabajo en el nacional-sindicalismo nos ayuda de forma decisiva en la comprensión de la realidad mismísima del hombre y de sus relaciones con lo social.

Hablaremos ahora de la propiedad.

José Antonio repite hasta la extenuación que el capitalismo no sólo no implica afirmación o exaltación de la propiedad, sino que supone, cabalmente, su negación.

Y es cierto: observamos en las acumulaciones de propiedad propias del capitalismo vigente, fenómenos tan insólitos como que una persona multimillonaria pueda no disponer, en un momento determinado, de dinero efectivo o de bienes o valores inmediatamente realizables: hasta tal punto esta propiedad desnaturalizada vive alejada de la entraña de lo humano.

Y, digámoslo de forma inmediata: a sensu contrario, el nacionalsindicalismo no sólo no niega, sino que afirma con entusiasmo enfático, la propiedad privada de los bienes de consumo y producción. Lo que ataca son las grandes concentraciones de medios productivos en pocas manos. Entiende que, de algún modo, la propiedad no debe extenderse más allá de lo que sería un imaginario círculo de dominio del hombre sobre las cosas. Nadie debería -en esa realidad deseable- poseer más de lo que necesita o - muy importante- más de lo que puede obtener con su trabajo productivo y no especulativo.

Así, postula como ideal la desaparición de la propiedad capitalista y monopolística de los bienes de producción y la vuelta a formas de propiedad individual, familiar y comunal o municipal.

Pero la clave de todo el sistema socio-económico es la noción de sindicalismo.

El Estado sindicalista es mucho más que la organización de las fuerzas productivas en instrumentos colectivos de autogestión: es toda una concepción de la política y de la organización dinámica de la comunidad estatal que se traduce en un tejido de cauces de participación directa bajo un principio moral y racional imperativo y -apartando la hojarasca de las connotaciones despectivas del término- autoritario.

En lo económico, los sindicatos se ven elevados, por los teóricos falangistas a la categoría de órganos del Estado que gestionan, planifican y ejecutan la política económica y cuya estructura y organización se rige por los principios más elementales de la participación orgánica.

Integran los sindicatos nacional-sindicalistas los productores agrupados por ramas de producción. El concepto de productor sustituye a los términos duales del mundo capitalista -empresario y trabajador- ya que según se deduce de los principios anteriormente expuestos, es tendencia innata del falangismo el establecimiento de una relación directa entre los factores productivos, dando preferencia entre todos ellos al elemento trabajo, cuyos agentes han de detentar -como regia- la titularidad de los medios de producción y percibir, en todo caso, la plusvalía de su trabajo.

Al hablar en nacional-sindicalismo de la preeminencia del factor productivo trabajo, no se excluye -en modo alguno y en consonancia con el indudable sentido jerárquico de la Falange- que ese trabajo pueda responder a distintas categorías y cualificaciones y que pueda dar lugar a niveles diferentes de retribución en función de factores tales como la cualificación y preparación, el riesgo, la responsabilidad directiva o la eficiencia.

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VII. ESTILO

La Falange no es, tan sólo, una organización política. Respondiendo, como se dijo, a una visión coherente de la vida y procurando la transformación de la sociedad partiendo del hombre (que es, para ella, lo fundamental) tiene su estilo y su talante.

Estilo -que exige a sus propios militantes y desea inculcar a todos los españoles- que se define muy bien en las palabras de José Antonio en las que habla de un ideal religioso y militar de vida.

Como manifestación del estilo religioso nos imponemos la ascesis, el sacrificio, la austeridad, la visión espiritual de la vida, la compasión con todos (sobre todo con los más débiles), la moderación en las costumbres, la fidelidad a la palabra dada y la honestidad en todas las parcelas de nuestra vida.

Lo militar nos presta el espíritu de abnegación, de entrega, la disciplina y el ánimo dispuesto siempre al servicio, aún a costa de los mayores esfuerzos.

¿Y qué tiene que ver con nuestro estilo la violencia?

Ni por sus postulados filosóficos ni por su historia podemos definir a la Falange como una organización violenta.

La Falange -como toda doctrina política y a caso con un mayor nivel de legitimidad histórica- admite la violencia como mal menor, en casos extremos de ataque a realidades y valores justos y dentro de los limites estrictos de lo que sería una doctrina católica de la violencia justa, establecida firmemente por Santo Tomás y conservada en vigencia plena hasta nuestros días.

La Falange no se recrea en la violencia. Las llamadas de José Antonio a la mesura, y hasta al heroísmo cristiano, en la utilización de la violencia defensiva son constantes y salpican toda su trayectoria de una forma que fácilmente se puede comprobar acudiendo a sus textos.

Históricamente, fueron bastantes los muertos que la Falange tuvo que sufrir entre sus filas -a manos de violencia izquierdista- antes de empezar a dar respuesta a esas agresiones. No hay historiador de la Segunda República que pueda mantener lo contrario. La actitud, mesurada hasta el exceso, de los mandos falangistas -con José Antonio a la cabeza- en esta cuestión, le mereció al movimiento sarcasmos crueles en la prensa derechista, que se mofó de los falangistas -llamándoles frailangistas- y del propio José Antonio, a quien apodó Juan Simón `el enterrador', por la paciencia franciscana con la que enterraba a sus muertos llamando a sus seguidores a la paciencia y al perdón.

La respuesta, cuando se produjo, fue limitada y siempre justificada. Y estuvo, sobre todo, presidida por un talante de repugnancia --en el Jefe Nacional y en sus seguidores más fieles hacia esa fuerza a la que las dolorosas circunstancias del momento les habían obligado.

Nada impidió, naturalmente, que en los tiempos convulsos de la Guerra Civil, las pasiones se desatasen en uno y otro bando y que entonces, va sin cuartel, muchos españoles que se vistieron camisa azul cuando los falangistas de la primera hora estaban, casi en su totalidad, en la cárcel o ante el pelotón de fusilamiento, llevasen a cabo actos de violencia que -más o menos justificados dentro de la brutalidad general de la hora histórica- en nada superaban a los del otro bando.

Aún hay más: nuestra actual actitud ante la retahíla permanente de infundios, difamaciones e insultos con que se nos obsequia desde los medios de comunicación sin que se nos conceda -tan siquiera- un elemental derecho de réplica, es de un heroísmo dificil de comprender por quienes no sufren en sus carnes tales ofensas a la dignidad propia. Pero ese es el camino de la Falange.

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A MODO DE RESUMEN: ¿QUÉ ES, ENTONCES, LA FALANGE?

Es un intento de síntesis transformadora de la realidad política, social y moral de España (con proyección de universalidad), en la que se combinan en paradoja fecunda los conceptos de Tradición (entendida como proceso y adivinación) y Revolución. En la que, en palabras de Ramiro Ledesma Ramos, `la nueva juventud asimila los frutos antiguos'; que, teniendo aptitud y voluntad de concreción revaloriza, según Onésimo Redondo, 'el factor humano, la confianza en el hombre, frente a la servidumbre de las fórmulas'; y que, en definitiva y como dijo José Antonio Primo de Rivera, 'aspira a implantar una justicia social profunda para que sobre esta base los pueblos vuelvan a la supremacía de lo espiritual'.

Es, además, un estilo personal, una ética y una visión moral que pretende cambiar la estructura externa de España y el modo de ser de los españoles.

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