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sinmanosy otras proezas de la infancia

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© De los textos: Raúl Jiménez Muñoz© De las ilustraciones: Rodrigo García Llorca© De la presente edición : Bang ediciones, SLTodos los derechos reservados para todos los paises

ISBN : 9788416114337

Depósito legal : DL B 10145-2015

Imprime : INO, Spain, UE

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sinmanosTextos: Raúl JiménezIlustraciones: Rodrigo García

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a Lucía.

Rodrigo

a Begoña, Marc y Néstor.

Raúl

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Estos grandes histriones pueden erizarse como un animal o arroparse con la suavidad humilde de una planta; jamás divulgan los oscuros ritos de su religión. Apenas sabemos que ésta exige astucias, víctimas, juicios sumarios, espan-tos, suplicios, sacrificios humanos. Los detalles permanecen en la sombra y los fieles poseen un idioma que impediría comprenderles si por casualidad se les oyera sin ser vistos.

J E A N COC T E AU. “Les Enfants Terribles”.

De pequeño frente a un calendario pregunté: “En diciembre, el 31, ¿se acabará el mundo?” Todos se rieron, yo no sabía por qué. “Algo más”, oí, “nos queda un poco más”. No me convenció y fui hasta el reloj de la pared. Si no le doy cuerda, entiendo, lograré parar el tiempo. Se lo comenté a mi hermano y él, mirándome, “¿Para qué?”, me dijo, “¿para qué?”.

NAC HO V EG A S . “Detener el tiempo”.

Cuando el rey le preguntó: “Colombino, ¿qué quieres ser?”, Colombino respondió: –¿Y qué se puede ser?

PE T ER BIC H SEL . “América no existe”.

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A los ocho nos llevaron de excursión al museo de miniaturas de El Castell de Guadalest. Un lugar fascinante, lleno de tesoros diminutos.La Estatua de la Libertad dentro del ojo de una aguja, el Guernica de Picasso pintado en una semilla, un elefante modelado en los ojos de un mosquito, Los fusilamientos de Goya dentro de un grano de arroz, ...Aquellas piezas nos parecieron asombrosas. ¡Locas! Todo el museo en realidad era un sinsentido maravilloso.El viaje de vuelta lo pasamos improvisando razones absurdas que justificaran la creación de los absurdos milagros que habíamos contemplado.No hemos abandonado nunca ese juego, así que supongo que aquella excursión está en el principio de esta aventura.

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Una noche, robé a mi hermano la moneda que le había dejado el Ratoncito Pérez bajo la almohada.Desde entonces duermo bocabajo.

I

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Como no teníamos mascota, nos portábamos mal a propósito para que papá nos encerrara en el sótano.–¡Con los ratones! –gritaba.El pobre nunca entendió la alegría con que bajábamos la escalera.

II

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Mi hermano y yo lo compartíamos todo. Los juguetes, las chuches, la habitación. Mamá nos había enseñado que eso era lo correcto, y nosotros nos lo tomábamos muy en serio. Cargábamos siempre con un metro y un cronómetro para medir adecuadamente cada cosa y poder así dividir con exactitud su disfrute en dos partes iguales. No había cabida para la generosidad ni la empatía en esos repartos. Era una labor fría, matemática e implacable.

III

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El fantasma de mi abuela se nos apareció entre el primer y el segundo plato.Mamá se levantó de un salto. Agarró a la abuela por una punta, y con una rápida sacudida la agitó primero y la plegó después. Planchó luego con la palma el borde y corrió a guardarla en la cómoda.Así era ella. Por nada del mundo iba a permitir que le arruinaran la cena de Nochebuena.

IV

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Está de sobra demostrado. La velocidad de la luz es al lado de la velocidad del miedo dema-siado lenta.Cuando la linterna asoma bajo la cama, el monstruo está ya en el armario.

V

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Hay que hablar a las plantas, decía el abuelo. Necesitan que se les dé conversación. Lo necesitan para crecer fuertes y sanas.Anda, diles alguna cosa. Yo me veía entonces obligado a piropearlas. Aunque al hacerlo, me sentía como un idiota. Un día, sin embargo, reuní el valor para negarme. Basta ya, abuelo. Las plantas no nos entienden. Ni siquiera nos oyen. ¿Es que no ves que no tienen orejas?El abuelo bajó la cabeza. Creo que se sintió ridículo. Cuando el domingo siguiente, fuimos a verle, había sustituido los geranios por una enre-dadera de plástico.¿Dónde están las macetas?, me atreví a preguntarle.Pero él no respondió. Fue, me parece, durante esa comida, cuando empezó a llorar como un niño chico, sin venir la cosa a cuento. En el trayecto de vuelta a casa, mamá dijo que habría ya que ir pensando en buscar una residencia para el abuelo. Esa casa es muy grande para él. Tiene que sentirse sólo. Además, apenas si baja a la calle. Apuesto a que pasa días enteros sin hablar con nadie.

VI

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Mamá es una fresca, la pillé besando a mi padre. Se dieron un beso con lengua. Al verlos, ni siquiera pude gritar. Me quedé bajo el marco de la puerta.Ellos se giraron hacia mi, como si nada.–Anda, pasa a tomarte la leche –dijo mi madre, arreglándose el vestido. Y el canalla de papá tuvo aún el descaro de desordenarme el pelo al salir de la cocina.Me senté delante del tazón, di un sorbo, despacio, pero cuando mamá levantó el paquete de cereales para pasar el paño y limpiar unas gotas de leche, ya no pude contenerme más. –¡Dijiste que me querías! ¡Dijiste que siempre me querrías! –grité.–¿Qué?–Has besado a papá –dije–. ¡Os he visto!Ella entonces se echó a reír. Una risa nerviosa. –Hemos hecho las paces –dijo.Bajé la vista, apartándola de la suya. Aquello era de una crueldad infinita.–¿Vais a casaros? –pregunté. Las mejillas me quemaban la cara. –No, cariño, tranquilo. –Se había agachado junto a mí, y con la mano me acariciaba el pelo–. ¿Cómo vamos a casarnos?, ¿de dónde te sacas eso?–Pero os queréis.–Tesoro, mírame a la cara. Escucha, las cosas son más complicadas. No es culpa de nadie. Y, sobre todo, no es culpa tuya.–¿Pero qué os pasa a todos? –grité–. ¡Todos los mayores sois iguales! Los padres de Felipe también se quieren, ¿sabes? Y los de Dani se casaron el domingo–. Mis lágrimas salían disparadas, gordas como garbanzos. Mamá me sujetó de las orejas, besándome en los mofletes y los ojos. Yo me deshice de sus besos.–¿Y Manuel? –le pregunté–. ¿Qué pasa con Manuel? ¿Y Yolanda? ¿Va a abandonar papá a Yolanda?Mamá había empezado también a llorar.–No lo sé, cariño. No sé todavía que vamos a hacer. Pero quiero que sepas que, ocurra lo que ocurra, Yolanda seguirá siendo siempre la secretaria de tu padre, y Manuel tu monitor de kárate.

VII

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Recuerdo que cuando me compraban un cucurucho, yo me preguntaba qué habían hecho con el resto del rinoceronte.

VIII

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Serían las tres de la mañana, cuando nos despertó el grito de nuestra hija. –¡Un monstruo! –dijo–. Se ha metido en el armario.Como tenemos plena confianza en la niña, cogimos lo indispensable y salimos de la casa. Era la cuarta que abandonábamos.

IX

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Lo único malo de mi abuela son los pellizcos.Si le cortaran los dedos sería perfecta.

X

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El abuelo se sentaba en el porche, con un bocadillo de sobrasada, y entre mordisco y mor-disco, nos leía sus viejos libros. Asomaban entonces por su barba de vez en cuando pequeños barcos de pesca, desafiando el oleaje de su mandíbula. Pero la ballena oscura que salía de la boca del abuelo se llevaba consigo siempre esas embarcaciones, arrastrándolas a su húmeda madriguera.

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XII

Tampoco papá debe fiarse de él. La camita que le ha traído está rodeada por una reja.

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Me enamoré de mi profesora de quinto. Durante todo un trimestre, estuve borrándole la pizarra. Dejé de hacerlo en enero, cuando la encontré en el centro comercial de la mano de otro niño.–Es mi hijo –dijo ella.Pero yo nunca me tragué esa patraña.

XIII

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Como no teníamos mascota, nos portábamos mal a propósito

para que papá nos encerrara en el sótano.

–¡Con los ratones! –gritaba.

El pobre nunca entendió la alegría con que bajábamos la escalera.

Rodrigo García Llorca nace en 1980, sin ninguna experiencia previa, pero pronto se vuelve un adicto del Tente, los plastidecores y los nísperos. Al entrar en la adolescencia, lee en una pintada que es el momento de experimentar, y decide probarlo todo: el acné, la natación, la guitarra, incluso compra unos pantalones de cuadros blancos y negros. Mientras tanto, continúa dibujando monigotes y zapatillas a un ritmo frenético y en un arrebato de pragmatismo, ingresa en la facultad de Bellas Artes, huyendo de la poesía y la bohemia de las carreras científicas.A día de hoy, finge con relativa solvencia que ha madurado y trabaja como diseñador gráfico e ilustrador. En un futuro próximo, espera sacar adelante junto a Noel Lang la segunda entrega del cómic Downtown y sobrevivir a la mudanza que tiene entre manos.

Raúl Jiménez Muñoz fue en su infancia bombero, capitán de barco y astronauta. Luego se dio a la escritura, abandonándose por completo. No obstante, encuentra a los trece años el sentido de la vida y lo canjea por una revista para adultos. Al descubrirse su especial interés por los senos, sus padres lo apuntan a un curso de trigonometría. Dejará sin embargo esta noble disciplina para esconderse detrás de una cámara de video, trabajando para distintas productoras y medios de comunicación.En la actualidad, toca el timbre y el matasuegras, es padre de dos hijos y participa en la tertulia de Los Innuendistas. Entre sus proyectos está el de seguir insistiendo en la ficción literaria, quitar el gotelé de su casa y fabricar una nave.

9 788416 114337

PRECIO : 20 eurosISBN : 9788416114337

Sin manos es un entramado de microhistorias que giran alrededor de la familia. Es un libro sobre niños astronauta, padres imaginarios y superhéroes con ciática. Sin manos parece un libro, pero es en realidad un pasadizo que te lleva de vuelta a la infancia. El primer amor, los primeros miedos, la complicidad y los celos entre hermanos.

Sus personajes son algo locos e imprevisibles, pero muy divertidos y fascinantes, y todas las historias están contadas con la inocencia y el desparpajo que solo tienen hoy los niños y los viejos.

Revive en estas páginas la espontaneidad, la fiebre, las luces y las sombras de la niñez.

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sin manos

Raúl Jiménez + Rodrigo García

y otras proezas de la infancia