Sigfrido Mártín Begué- La Seducción de La Inteligencia-Obituario

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Sigfrido Mártín Begué, la seducción de la inteligencia · ELPAÍS.com http://www.elpais.com/articulo/Necrologicas/Sigfrido/Martin/Begue/s... 1 de 2 04/01/2011 9:34 Imprimir Versión para imprimir OBITUARIO: IN MEMÓRIAM Sigfrido Mártín Begué, la seducción de la inteligencia BORIS IZAGUIRRE 04/01/2011 Eugenia Suñer me presentó a Sigfrido Martín Begué a mediados de los años noventa en Madrid, cuando Sigfrido era uno de los artistas más cotizados del panorama plástico. Estaba entusiasmado de conocer a alguien que se llamaba Sigfrido, y era joven, bastante guapo. Eugenia Suñer me presentó a Sigfrido Martín Begué a mediados de los años noventa en Madrid, cuando Sigfrido era uno de los artistas más cotizados del panorama plástico. Estaba entusiasmado de conocer a alguien que se llamaba Sigfrido, y era joven, bastante guapo. Y hablador. Su madre, que fue una galerista estupenda del Madrid de los años sesenta, es muy melómana y de allí el nombre, por el héroe wagneriano. Yo me llamo Boris por Boris Godunov y creo que eso hizo el clic completo en nosotros. De inmediato me hipnotizó su manera de hablar, rapidísima, pasando de un tema a otro con la sola hilación de una cultura que abarcaba todo, del pop a la ópera y de la música al ballet, la publicidad, los cotilleos, las películas de Almodóvar y de Bergman; era una catarata de ideas y mezclas que te hacían sentir la persona más culta del mundo si conseguías seguir su andanada. Y, confieso ahora, muy, muy seductor. La seducción de la inteligencia. También me fijé mucho en su forma de vestir, como un arquitecto disparatado, capaz de encontrar diseño en corbatas equivocadas y relanzar el uso de los calcetines con rayas, porque entendí que lo empleaba como lenguaje visual. Desde entonces, siempre que nos encontrábamos, repetíamos jugada: arrancábamos en un tema y siempre tenía que ser yo el que se rendía. "Sigfrido, ¡tengo que volver a casa!". Y cuando le decía "¡estoy casado!", farfullaba entre dientes: "¡Burgués!". La última vez, que no sabíamos sería la última [ha muerto el 31 de diciembre en Madrid, donde nació hace 51 años], estaba entusiasmado con un montaje en el Real de Una vuelta de tuerca, la opera de Benjamin Britten sobre la mítica historia corta de Henry James. La unión de esos datos: Britten, James, la propia historia de fantasmas y amores peligrosos, y la nueva programación del Real, bajo la dirección de Mortier, lo encendió de forma rotunda. Un personaje de Madrid Decidimos esa noche que Britten iba a ser redescubierto en este siglo de deudas y países quebrados y que su elegancia musical y filosófica iba a salvarnos del horror. "Britten es más allá de todo", proclamábamos y nos estremecíamos de nuestra nueva fe. Lo increíble era el sitio donde gritábamos y predecíamos la Corriente Britten: un discobar detrás de la Gran Vía, hacia las cuatro de la mañana, después de celebrar y libar muy mucho los 25 años de el Cock, el centro neurálgico e hipnótico del Madrid que vio a Sigfrido convertirse en uno de sus personajes más interesantes. De vez en vez me giraba para ver la fauna que asistía a nuestra desaforada dialéctica, en ese discobar insomne: hombres raros, medio o mal vestidos, borrachos o en un coloque histórico. Y pensaba: "¡Solo con Sigfrido te pasa esto!". Por eso le quería, y muchísimo. Otra vez, en el cumpleaños de Bibiana Fernández, Sigfrido llegó con Bernardo Bonezzi, otro de los héroes de la Movida, y de inmediato empezamos con nuestra vaina de hilar nombres y temas y divertirnos reescribiendo el siglo XX. En una mesa vecina me advirtieron que a Sigfrido también se le conocía como el hombre que "acabó con la Movida, junto con Massiel, por no parar de hablar". Pero mi opinión, y ahora mi despedida, es la contraria: él supo mejor que nadie entender que la mejor herencia de la posmodernidad, la madre absoluta de la Movida, era esa fascinación por mezclar lo que nos gustaba, inquietaba, enseñaba y asustaba. Y convertirlo en juego, el juego de la inteligencia banal pero irremediablemente entretenida. Y que acumular información es un signo de nuestro tiempo, a lo mejor, incluso, nuestro auténtico legado. Sigfrido Martín Begué pintaba cuadros que encerraban otros cuadros y mezclaban estilos, acaso siguiendo esta forma de pensar. [También fue un gran catedrático y excelente figurinista, que colaboraba con el Teatro de Bolonia]. Ayer, en el tanatorio donde acudimos a honrarle, su padre nos sorprendió a todos... ¡hablando exactamente igual que Sigfrido! Mezclando ideas, entrelazando lo imposible, con ese ritmo metralleta. Olvido Gara, Alaska, afectada ante la ida de un gran amigo, lo sintetizó genial: "¿Cómo habrán sido los almuerzos en esa casa? Padre e hijo viajando por la cultura occidental sin mirar el tiempo."

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OBITUARIO: IN MEMÓRIAM

Sigfrido Mártín Begué, la seducción de la inteligenciaBORIS IZAGUIRRE 04/01/2011

Eugenia Suñer me presentó a Sigfrido Martín Begué a mediados de los años noventa en Madrid, cuandoSigfrido era uno de los artistas más cotizados del panorama plástico. Estaba entusiasmado de conocer aalguien que se llamaba Sigfrido, y era joven, bastante guapo.

Eugenia Suñer me presentó a Sigfrido Martín Begué a mediados de los años noventa en Madrid, cuandoSigfrido era uno de los artistas más cotizados del panorama plástico. Estaba entusiasmado de conocer aalguien que se llamaba Sigfrido, y era joven, bastante guapo. Y hablador. Su madre, que fue una galerista estupenda del Madrid de los años sesenta, es muy melómana y de allí el nombre, por el héroe wagneriano. Yome llamo Boris por Boris Godunov y creo que eso hizo el clic completo en nosotros.

De inmediato me hipnotizó su manera de hablar, rapidísima, pasando de un tema a otro con la sola hilaciónde una cultura que abarcaba todo, del pop a la ópera y de la música al ballet, la publicidad, los cotilleos, laspelículas de Almodóvar y de Bergman; era una catarata de ideas y mezclas que te hacían sentir la persona másculta del mundo si conseguías seguir su andanada. Y, confieso ahora, muy, muy seductor. La seducción de lainteligencia. También me fijé mucho en su forma de vestir, como un arquitecto disparatado, capaz deencontrar diseño en corbatas equivocadas y relanzar el uso de los calcetines con rayas, porque entendí que loempleaba como lenguaje visual. Desde entonces, siempre que nos encontrábamos, repetíamos jugada:arrancábamos en un tema y siempre tenía que ser yo el que se rendía. "Sigfrido, ¡tengo que volver a casa!". Ycuando le decía "¡estoy casado!", farfullaba entre dientes: "¡Burgués!".

La última vez, que no sabíamos sería la última [ha muerto el 31 de diciembre en Madrid, donde nació hace 51años], estaba entusiasmado con un montaje en el Real de Una vuelta de tuerca, la opera de Benjamin Britten sobre la mítica historia corta de Henry James. La unión de esos datos: Britten, James, la propia historia defantasmas y amores peligrosos, y la nueva programación del Real, bajo la dirección de Mortier, lo encendió deforma rotunda.

Un personaje de Madrid

Decidimos esa noche que Britten iba a ser redescubierto en este siglo de deudas y países quebrados y que suelegancia musical y filosófica iba a salvarnos del horror. "Britten es más allá de todo", proclamábamos y nosestremecíamos de nuestra nueva fe. Lo increíble era el sitio donde gritábamos y predecíamos la CorrienteBritten: un discobar detrás de la Gran Vía, hacia las cuatro de la mañana, después de celebrar y libar muymucho los 25 años de el Cock, el centro neurálgico e hipnótico del Madrid que vio a Sigfrido convertirse enuno de sus personajes más interesantes. De vez en vez me giraba para ver la fauna que asistía a nuestradesaforada dialéctica, en ese discobar insomne: hombres raros, medio o mal vestidos, borrachos o en uncoloque histórico. Y pensaba: "¡Solo con Sigfrido te pasa esto!". Por eso le quería, y muchísimo.

Otra vez, en el cumpleaños de Bibiana Fernández, Sigfrido llegó con Bernardo Bonezzi, otro de los héroes dela Movida, y de inmediato empezamos con nuestra vaina de hilar nombres y temas y divertirnos reescribiendo el siglo XX. En una mesa vecina me advirtieron que a Sigfrido también se le conocía como elhombre que "acabó con la Movida, junto con Massiel, por no parar de hablar". Pero mi opinión, y ahora midespedida, es la contraria: él supo mejor que nadie entender que la mejor herencia de la posmodernidad, lamadre absoluta de la Movida, era esa fascinación por mezclar lo que nos gustaba, inquietaba, enseñaba yasustaba. Y convertirlo en juego, el juego de la inteligencia banal pero irremediablemente entretenida. Y que acumular información es un signo de nuestro tiempo, a lo mejor, incluso, nuestro auténtico legado.

Sigfrido Martín Begué pintaba cuadros que encerraban otros cuadros y mezclaban estilos, acaso siguiendoesta forma de pensar. [También fue un gran catedrático y excelente figurinista, que colaboraba con el Teatrode Bolonia]. Ayer, en el tanatorio donde acudimos a honrarle, su padre nos sorprendió a todos... ¡hablandoexactamente igual que Sigfrido! Mezclando ideas, entrelazando lo imposible, con ese ritmo metralleta. Olvido Gara, Alaska, afectada ante la ida de un gran amigo, lo sintetizó genial: "¿Cómo habrán sido los almuerzos enesa casa? Padre e hijo viajando por la cultura occidental sin mirar el tiempo."