EVALUACIÓN DE METAS Guillermo Becerril Lozada. EVALUACIÓN DE METAS.
SIETE METAS PARA ALCANZAR MAS AMOR; Una...
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SIETE METAS PARA ALCANZAR MAS AMOR;
Una Relectura del Padrenuestro hoy.
Germán Alberto Méndez Cortés
Asesor Espiritual
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A MANERA DE PRESENTACIÓN Los Encuentros van dirigidos a cualquier joven con inquietud de búsqueda y
deseos de superación personal, no es elitista. En este sentido la familia emproista ha de
proyectar toda su acción evangelizadora a soñar con los jóvenes inquietos su presente y
su futuro, una mejor sociedad.
El principal desafío de esta acción por tanto será “permanecer vigentes y al
servicio de la Iglesia, en todas las agrupaciones y movimientos juveniles en forma
abierta, para la promoción de los jóvenes a una vida cristiana comprometida”1.
En la reunión del XIII Encuentro Internacional celebrado en Tlaxcala, México en
el año 2010, se insistió en el desafío de atender con mayor entrega el Postencuentro, y los
diferentes procesos de formación como son: los Preimenta, cursos de guías,
postencuentros, reuniones de compromiso, seguimiento, reuniones Amén, encuentro
talleres, profundización, acoplamiento, etc. En cada realidad asume diferentes nombres y
características. El Manual de los Encuentros recuerda que este proceso formativo es tarea
de cada equipo promotor por ser definido como un equipo de servicio.
El objeto de la formación progresiva es llegar desde la pluralidad de las personas
y situaciones hasta la unidad en el amor. Las metas del Encuentro han de promover
vivencialmente este deseo de la Iglesia también a través de un diálogo generacional.
Sin embargo, la evangelización en el Movimiento ha de llevar a cada grupo al
cuidado de nuestro método propio. El manual de Encuentros recuerda a este respecto: “Si
los apóstoles no hubieran sabido pescar no habría habido pesca milagrosa... Dicen que
el estilo es el hombre. Y el estilo también en una obra. Si en los Encuentros no se
respetara lo fundamental de sus objetivos, de su método y estructura, éstos perderían su
identidad. Habría que cambiarles el nombre”2.
A este método con sus metas, lenguaje, proceso, dinámica, estructura doctrinal,
objetivos, actividades, y desde luego las personas que lo hacen posible es lo que se llama
espiritualidad3. La asistencia y acción del Espíritu Santo exige cuidar un método decía el
1 José María Pujadas. Encuentros de Promoción Juvenil. Guía para la organización de encuentros de
promoción juvenil y grupos juveniles cristianos. Herder, 1986. pág. 341.
2 Manual de Encuentros, Pág. 344.
3 “En la II Reunión Internacional, que se celebró en Colombia el año 1977, con las delegaciones que
asistieron se estudió el tema: «En busca del carisma de los Encuentros de Promoción Juvenil». Al terminar
se redactó entre todos la siguiente conclusión: Los Encuentros de Promoción Juvenil tienen sus propios
objetivos o metas. En función de sus metas los Encuentros se definen como movimiento de Iglesia, que
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P. José María Pujadas. Por ello libertad y creatividad propias de cada grupo y cultura han
de valorarse, sin detrimento del patrimonio heredado. Recuerdese también que la “unidad
de método tampoco significa uniformidad o unicidad, sino armonía en la diversidad”4.
“Lo que no crece se ha hecho viejo” esta frase del Manual fue el lema del XII Encuentro
Internacional celebrado en Medellín, que quizo ser más un taller de espiritualidad juvenil
en donde se recordó en todo momento la necesidad de no obstaculizar la libertad del
Espíritu Santo en las nuevas formas que el emproismo adquiere con la evolución de las
diferentes culturas juveniles. El Sr. Luis Enrrique Ruiz, cofundador de la obra, primer
coordinador de un EPJ, amigo entrañable del P. José María recordó en esa oportunidad
que: “La Iglesia de los jóvenes camina siempre en el terreno de lo provisional”, y que por
tanto un equipo promotor no debía asustarse de las nuevas formas sin despreciar lo que
nos une.
El objetivo del Encuentro es la promoción del joven por el joven, permitiendo en
este empeño que cada persona descubra y acepte su vocación integral, como expresión de
su fe; realizando y potenciando valores desde el marco de la comunidad donde realiza su
vida. Toda esta dinámica ha de realizarse desde un encuentro profundo y reposado de la
Palabra de Dios y la eucaristía, bases en que descansa la vida cristiana. La bitácora del
camino exige este doble encuentro.
La formación del postencuentro hace parte de la evangelización personal cada
persona que ha asistido a un EPJ, muchas de estas experiencias se realizan en grupo, pero
también pueden llegar a vivirse en un ambiente personal de oración y de crecimiento
responsable. También en el Manual se dice que la formación es una tarea de la
evangelización y que “evangelizar es transformar la vida desde dentro, y desde dentro
transformar el mundo. La causa principal por la que los jóvenes fallan después del
Encuentro es por la falta de vida interior y de gracia. Por falta de aceite se apagaron las
lámparas de las «vírgenes fatuas»”5.
La siguiente herramienta quiere proporcionar una ayuda en esta tarea de la
evangelización juvenil, y se dirige a los grupos, pero también a las personas en particular
que buscan un camino espiritual para su crecimiento en el Hombre nuevo. Al final de este
recorrido cada joven podrá programar, tener un «plan de vida», para podérselo exigir,
promociona al joven a su ser auténtico, a ser hombre nuevo según la imagen de Cristo; a la creación y
promoción de grupos evangelizadores y evangelizados, bajo la fuerza del Espíritu Santo, hacia la implanta-ción del reino en la juventud”. Manual de Encuentros, pág. 356-357
4 Manual de Encuentros. Pág. 344.
5 Manual de Encuentros. Pág. 354
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facilita que en el proceso de este camino se cuente con la ayuda del director espiritual, el
asesor.
A esta herramienta se le ha querido llamar siete metas para ir al Padre. Se refiere
desde luego a cada una de las metas que el Movimiento de Encuentros persigue, a saber:
Aspirar a que cada joven se realice con autenticidad, mediante el encuentro de su propia
vocación. Aspirar a ser una juventud cristiana creativa, con iniciativa y liderazgo, con
sentido y destino en la Historia. Aspirar a la formación de hombres nuevos, según la
imagen de Jesús de Nazaret, muerto y resucitado. Aspirar a una promoción juvenil con la
familia y en diálogo de generaciones. Aspirar a cubrir los ambientes de grupos juveniles
cristianos, evangelizados y evangelizadores. Aspirar a vivir la experiencia y manifestar
la fuerza del poder del Espíritu Santo. Y finalmente, aspirar a construir el Reino de Dios
en el mundo y con trascendencia en la eternidad (cf. Manual de Encuentros, pág 361).
Cada una de estas metas se encuentran contenidas en la oración de Jesús con sus
amigos, es por ello que el camino que se sigue a continuación se expresa a través de esta
enseñanza tan entrañable para todos:
Padre nuestro,
que estas en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu Reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy nuestro pan de cad día,
perdona nuestras ofenzas,
así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación,
y líbramos del mál.
Durante estos días la oración de Jesús puede llegar a ser la nuestra, habrá que
reservar un espacio par Él, y para nosotros mismos.
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1. PADRE NUESTRO “Le dice Felipe:
„Señor, muéstranos al Padre y nos basta.‟
le dice Jesús:
„¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe?
El que ha visto a mí ha visto al Padre”.
(Jn 14,8-9).
1.1. Dios, padre y madre de todos:
Las experiencias religiosas más antiguas formularon la relación del hombre con
Dios en términos de parentesco, de tal forma que gran parte de sus dioses llevaron el
título de Padre y así fueron aclamados en plegarias y ritos. Lo mismo puede afirmarse de
Egipto donde Amón es Padre de dioses y hombres. Padre es igualmente el Zeus griego y
el Júpiter romano. Padre, en fin, es aquel nombre que reciben muchos dioses en Asia y en
América, en África y las islas de Oceanía6.
Vamos a adentrarnos estos días a una experiencia bien conocida: muchos pueblos
han visto a Dios como a su mismo Padre. Padre es el punto de partida, todo lo primigenio
de donde surge la existencia. Del Padre creador, surgimos y vivimos. En este plano la
imagen del padre y de la madre no se encuentran todavía separadas. Por eso podremos
llamar a Dios como padre y madre a la vez, pues lo paterno y lo materno están unidos en
Él, y en su aspecto creador de la los hombres nos hallamos sustentados7.
Así la imagen de Dios de la que se parte es como la proyección de la experiencia
familiar donde padre y madre constituyen la fuente misma de la vida8. Esta experiencia 6 Xavier Pikaza, El Dios cristiano, pág 1003-1021. en: “G. SCHRENK, Pater, TWNT V, 951 ss.; W.
MARCHEL, Abba 29-41. En perspectiva africana resulta iluminador y sorprendente el conjunto de
testimonios que ofrece MASSON, Père, con amplia bibliografía”.
7 CH. Duquoc, Dios diferente, Sígueme, Salamanca 1978, 76-100”.
8 Juan Pablo II. Catequesis dada el 20 de enero de 1999, en la audiencia general de los miércoles. “Una
paternidad tan divina y al mismo tiempo tan «humana» por los modos en que se expresa, resume en sí
también las características que de ordinario se atribuyen al amor materno. Las imágenes del Antiguo
Testamento en las que se compara a Dios con una madre, aunque sean escasas, son muy significativas. Por
ejemplo, se lee en el libro de Isaías: „Dice Sión: „el Señor me ha abandonado, el Señor me ha olvidado‟.
¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque una
de ellas llegara a olvidarse, yo no te olvido‟ (Is 49, 14-15). Y también: „Como uno a quien su madre
consuela, así yo os consolaré‟ (Is 66, 13). Así, la actitud divina hacia Israel se manifiesta también con
rasgos maternales, que expresan su ternura y condescendencia (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n.
239). Este amor, que Dios derrama con tanta abundancia sobre su pueblo, hace exultar al anciano Tobías
y le impulsa a proclamar: „Confesadlo, hijos de Israel, ante todas las gentes, porque él os dispersó entre
ellas y aquí os ha mostrado su grandeza. Exaltadlo ante todos los vivientes, porque él es nuestro Dios y
Señor, nuestro Padre por todos los siglos‟.” (Tb 13, 3-4).
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desde el principio referida a una familia de hijos y por tanto de hermanos, ofrece una
ventaja: concibe los espacios de la vida en palabras y experiencias que podemos entender
y profundizar, como es la familia, por ello la primera experiencia que se puede hacer de
Dios es la que origina nuestro ser para crecer en la dimensión del amor y de la familia.
Padre es también la forma como se llama a Dios en la oración de los guías cada
Día: Padre, que nos has llamado a la gran tarea de construir tu Reino. Se trata de la
misma expresión que se profundiza en la reflexión espiritual del tercer día: Jesús portador
de la Buena Nueva. Esa buena noticia es la experiencia de ser Hijo del Padre.
1.2. Encontrarse en la imagen de Dios:
Al partir de la imagen de Dios que cada uno experimenta se pretende profundizar
en el momento de la vida y la relación profunda que se tiene del autor de la vida, o de la
causa del desespero y de la crisis que se vive. Imagen en hebreo equivale a estatua, y se
encuentra en profunda relación con un modelo representado. La vida espiritual de las
personas muchas veces no avanza, no da fruto, no es una experiencia gozosa por
encontrarse sujeta a modelos representados y fijos, pero ajenos y externos a nosotros
mismos.
Sin embargo al abordar la imagen que se tiene de Dios no se pretende con ello
encontrar una relación de semejanza, pues la relación con Él excluye la identidad. El
descubrimiento de la pareja del génesis en el primer libro de la Biblia es que aun
queriendo ser como dioses y rompiendo con las reglas del paraíso dado, el intento sólo les
sirvió para descubrirse desnudos ante la voz de Dios, cuando se acerca. La serpiente les
había dicho que serían como Dios, pero nunca les dijo que no llegarían a ser dioses. El
camino privilegiado para conocer a Dios es la toma de conciencia de ser hechos a su
imagen, es decir, descubrir, aceptar y posesionarse del bien preexistente en cada uno,
pues el hombre no sólo es bueno, sino muy bueno, por tanto capaz de hacer el bien como
el mismo Dios lo haría. Decía Santa Catalina: "Nosotros somos imagen de tu divinidad y
Tú eres imagen de nuestra humanidad”.
La imagen de Dios en la persona marca la historia del hombre y lo identifica
delante de las criaturas9. En el relato de la creación Dios crea al hombre en presencia de
todas las criaturas celestes y terrestres, dice el texto: "Hagamos...". Así el hombre en
cuanto imagen de Dios es la fisonomía más semejante a lo divino que jamás se haya
ofrecido al universo, por eso Israel rechaza toda imagen de Dios, porque entendió que
9 “La afirmación inicial de la paternidad divina “desaparece” durante largo tiempo, antes de retornar. Dios
se presenta como “héroe liberador” que da la ley y se da un nombre; que no es el “padre”, sino “el que es”
(Ex 3,13-15). (Obsérvese, de paso aunque no lo haga notar Ricoeur, que nos hallamos aquí ante algo que
contradice toda la expectación freudiana: Dios remite no a la fantasía, sino a la historia efectiva, al
“principio de realidad”). Andrés Torres Queiruga. Creo en Dos Padre. El Dios de Jesús como afirmación
plena del hombre. Sal Terrae. 1982. Pág 103.
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Dios se revela y está presente siempre en la vida del hombre, y aunque su rostro se
encuentre deformado, el hombre es y será su imagen única.
En diferentes ambientes empresariales hoy mas que nunca se habla de
“humanizar”, es decir, hacer más conciencia de la identidad de hombres en sentido
estricto. Cuando el hombre se empeña en esta tarea descubre que su identidad es más y
más un reflejo de Dios en él mismo. Así la humanidad toda es imagen de Dios en cuanto
hombre o mujer, la verdadera efigie de Dios, la más cercana estatua viva de Dios, es la
persona humana en la plenitud: masculino-femenino, con sus cualidades creadoras,
fecundas por poseer en sí mismas, y por dar la vida, don gratuito recibido de la vida de
Dios.
Para representar a Dios es necesario lo femenino, no bastan los puntos de vista del
ser humano varón. El matrimonio, la relación esponsal capaz de generar vida es la
imagen de Dios hecha carne en la persona; las “obras” son el símbolo de la obra creadora
de Dios y son por tanto el instrumento para el desarrollo de la historia de la salvación. Por
eso Dios se presenta en la Biblia con rasgos y rostro masculino y femenino. Conocer a
Dios no es un don exclusivo de varones, ni excluyente, tan importante es el hombre como
la mujer porque ambos son su espejo. Este es el esplendor y la experiencia matrimonial
cantada en la Biblia, en los profetas y en textos como el Cantar de los Cantares.
Finalmente, una criatura doble en su estructura pero única en su misión y su
dignidad recibe de Dios una investidura regia de dominar todo lo creado, no trata aquí de
una autonomía absoluta y total, sino del llamado a la administración de la vida y de las
cosas confiadas. Al final del primer capítulo del génesis el autor se encuentra tan seguro
de la dignidad del hombre que plantea, de inmediato, el descanso de Dios.
1.3. Cuando recen digan: ¡Papá! (Lc 11,2):
¿Qué ha querido expresar Jesús al llamar a Dios en su oración: Abbá? El término
traduce una intimidad única. La relación entre Jesús y Dios aparece, sin embargo,
envuelta de una intimidad mucho mayor y profunda, que nos permite hablar incluso de
comunión total, de unidad de vida entre ambos.
El mensaje cristiano contenido en la oración y el encuentro personal con Cristo y
con su Buena Noticia exige dejar que Él penetre en nosotros para transformarnos en
Hombres y Mujeres Nuevos, y así poder construir un mundo Nuevo. Cuando los
cristianos confiesen formalmente que Jesús es el Hijo único de Dios, no habrá sino que
explicar el mensaje contenido en la sencilla expresión: Abbá, Padre.
Un elemento de esa Buena Noticia es que Dios es Padre. Así lo enseña Jesús
cuando invita a llamar a Dios Padre Nuestro. Partir de esta imagen de Dios al inicio de la
reflexión de Dios exige también dejar a un lado otras imágenes deformadas de Dios,
como policía (que todo lo observa), juez (que todo lo castiga), distante (a quien no le
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interesan las pequeñeces de la vida), enojado (que deja de amar por cualquier cosa y nos
abandona a nuestra suerte), etc. es claro que éste no es el Padre de Jesús.
La parábola del Hijo Pródigo, del Padre Misericordioso, muestra cómo es el Dios
Padre de Jesús: se trata de un papá dispuesto a perdonar, lleno de bondad, cariño,
comprensión, que acoge y cubre al hombre de abrazos y besos; así es Dios. En la tarde en
que se presentan los mensajes del hombre viejo y el hombre nuevo la reflexión del EPJ
centra su atención precisamente en esta imagen de Jesús, precisamente porque contiene la
riqueza más grande que puede recuperar a una persona: la riqueza del amor.
Cuando el hombre pensaba que no había vida, que se habían agotado las
oportunidades, Jesús predica a un Dios que en cambio es el creador de donde todo
procede, Él es quien da la vida, quien acompaña a lo largo de los días, y quien quiere
entregarse cada vez más a cada uno hasta hacerse plenamente en la persona, hasta
acomodarse en cada uno con amor, en esto consiste la esperanza cristiana, en darse
cuenta de que Dios habita en cada persona, que está en cada acontecimiento, y que no
abandona a nadie a su suerte.
La utilización del término Abbá es un signo de confianza, de amor filial. Como
un niño se vuelve a su padre o a su madre al tropezar con la más pequeña dificultad, el
que dice a Dios Abbá está viendo en él a alguien siempre presente y dispuesto a
acompañarle y ayudarle a avanzar, en particular en los momentos más difíciles. Esta
confianza es una inimaginable fuente de libertad: Jesús vive en la certeza de que “el
Padre ha puesto todo en sus manos” (Jn 3, 35; Mt 11, 27a). El para qué de esta toma de
conciencia de la presencia de Dios en la persona es muy importante, pues por la oración y
los ejercicios repetidos del amor de Dios, Él mismo quiere que se le ame en todos los
hombres, de la misma manera como Él ama; se trata de un amor corresponsable, y
correspondido. Porque somos sus hijos.
La petición que puede animar este día de oración es: Dios Padre, dame la gracia
de sentirte como mi Padre, que me amas y te interesas por mí, que me quieres y aceptas
tal y como soy. Será el ejercicio que ubique a cada uno en la posición adecuada para la
oración, y para el encuentro personal y profundo de estos días. Al final quizá se tenga la
conciencia de estar en paz, calmado, y en presencia de Alguien que te conoce, pero
también a la espera de algo que transforma.
Tomar uno de los textos propuestos y leerlo con calma, deteniéndose en donde
más gusto encuentro para comenzar diferentes momentos de oración puede ayudar;
repetir, imaginar lo que dice, puede ayudar también, hasta poder revisar (tal vez) la
imagen de Dios que se tiene, pidiendo que a su vez esta experiencia pueda sirva para
acercarse a la verdadera imagen del Padre, la misma que Jesús tuvo. Si consideramos
ahora la paternidad divina a partir de nuestra propia experiencia personal, observaremos
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2. QUE ESTÁS EN EL CIELO. “Padre,
los que tú me has dado,
quiero que donde yo esté estén también conmigo,
para que contemplen mi gloria,
la que me has dado,
porque me has amado antes de la creación del mundo”
(Jn 17,24).
2.1. Un Dios y Padre al alcance del hombre:
Aunque la invocación original del Padrenuestro llama a Dios Padre, permite
distinguir entre el padre terreno, e incluso Abrahám (nuestro padre en la fe: Mt 3,9; Lc
3,8; 16, 24.30) y el Padre celestial a fin de evitar toda ambigüedad. Y aunque usar el
nombre de Padre fuera una manera para evitar pronunciar el nombre de Dios, según la
costumbre judía, el termino designa una realidad muy profunda, una relación determinada
por el dar vida y recibir vida de otro. Dios se acerca al hombre cuando el hombre lo llama
“Padre”, pero más que una cercanía, la relación remite al origen de la vida, es decir que
Dios crea al hombre cuando el hombre se siente hijo en la relación de oración. más aun
cuando el hombre invoca a Dios, como un hijo que se confía en su Padre, el cielo entero,
la casa donde habita el Dios innombrable se vuelca entero hasta la dimensión del hombre.
Así por ejemplo, en el texto de Mt 5, 12, el escenario más desafortunado de la
historia del hombre. Lo que puede hacer bienaventurado al más desdichado que confía en
Dios es la recompensa por no perder su confianza en Dios: “Vuestra recompensa será
grande en los cielos”; se podría traducir como: “Dios será su recompensa” o bien “Dios le
recompensará”. El encuentro con Dios quiere resaltar su trascendencia como Padre
celestial, que sin perder su lugar se vuelca sobre el hombre para darle vida una y otra vez,
siempre que le busca.
La expresión "Padre nuestro" de Jesús al buscar a Dios en su vida, y al enseñar a
sus discípulos a orar, renueva, evoca y subraya el amor, la bondad, la solicitud del Padre
con los hombres, para que sus discípulos perciban mejor su rostro.
Pero llamar a Dios Padre es a su vez una expresión que debe ser ubicada en un
espacio y en un tiempo. Dios no surge de la nada. El lugar de Dios es el cielo, su cielo,
del que el hombre quiere participar. En los evangelios, la expresión cielo, va con
frecuencia unida a la dinámica del perdón (cf. Mc 11, 25; Mt 18, 35). El Padre del cielo,
ciertamente es un Dios compasivo, pero al mismo tiempo es juez severo con los hijos
que, abusando de su misericordia, incluso habiendo experimentado su perdón, rechazan
conceder el perdón a sus hermanos. Poder decir a Dios Padre es declarar que Jesús nos
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ha hecho entrar en una relación completamente nueva con Dios, y expresar esta relación
con la apalabra que Jesús nos ha enseñado.
2.2. El lugar de Dios es el cielo:
Con la expresión “Padre que estás en el cielo” termina la catequesis de Jesús
sobre la oración confiada (cf. Mt 7, 7-11; Lc 11, 9-13). El Maestro anima a los discípulos
a una confianza incondicional fundada en la incomparable bondad del Padre que está en
el cielo para con sus hijos. Lo que sobresale en cualquier caso es la imagen de un Dios
compasivo y misericordioso, dispuesto a escuchar las súplicas de los hijos, pero a la vez
extremadamente exigente en lo que se refiere al perdón.
La misma expresión “Padre nuestro del cielo” se encuentra en el sermón de la
montaña cuando el hombre de Nazaret exhorta a los discípulos a abandonarse a la
providencia (cf. Mt 6, 26, 32). “Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de
todo eso”. El cielo, pues, está al corriente de lo que pasa en la tierra. Las cosas de la
tierra, que son además las cosas de los hijos, interesan al Padre celestial.
El gesto de Jesús, elevar los ojos al cielo, que los evangelios subrayan por
ejemplo antes de la multiplicación de los panes (cf. Mc 6, 41), de la resurrección de
Lázaro (cf. Jn 11, 41), durante la cena de despedida al introducir la oración sacerdotal (cf.
Jn 17, 1), parece presentar la figura de Jesús en un contexto de oración. Levantar los ojos
al cielo significa desplegar, dirigirse a Dios cara a cara, descubrir que el espacio infinito
de Dios está al alcance por puro don, que podemos atravesar las puertas del castillo
divino, que es posible lo imposible. Pero indica también el compromiso del Padre en los
asuntos de la tierra, en las necesidades de sus hijos.
En el relato de Babel (cf. Gn 11,5) el Padre tenía interés en bajar a ver la ciudad,
la construcción del hombre. Con ello se expresa la posibilidad de comunicarse con Él.
Mas adelante dirá el Señor: “¿Cómo voy a ocultarle a Abrahám lo que pienso hacer? Lo
he escogido para que enseñe a sus hijos y a su familia a mantenerse en el camino del
Señor... voy a bajar... y Abrahám se acercó al Señor para decirle...” (Gn 18, 17-23).
Los textos expresan una postura fundamental del creyente que al orar, quiere
poner a Dios sobre todas las cosas, sobre todas sus preocupaciones, pensamientos,
intereses inmediatos. Saber que Dios “está en el cielo” y que su presencia en ese lugar no
es indiferencia a los asuntos de la tierra; supone entonces una respuesta a tales asuntos,
desde el cielo llueve su misericordia y sigue enviando su Palabra que empapa y fecunda
la tierra. Y seguirá haciendo salir el sol sobre buenos y malos para demostrar que la
fragilidad humana, la injusticia, y el pecado no le hace dejar de ser bueno y cariñoso con
todos.
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En definitiva, un Padre que está en el cielo es el referente de los que estamos en la
tierra, y está allí para que miremos arriba y descubramos que lo nuestro es subir, crecer,
volar, soñar. Hoy la oración os invita a realizar este movimiento fundamental y exigente,
capaz de reenamorarnos de Dios. Él está en el cielo para que desde cualquier sitio el
hombre pueda mirar y saber que está esperando lo mejor de cada uno cada día, y que está
esperando para subir al hombre en el día de su Ascensión, para sentarlo a su lado. La
debilidad no es la excusa para separarse de este amor infinito, la imagen de Sansón en el
libro de los jueces es reveladora: cogió las hojas de las puertas de la ciudad en la que
estaba preso con sus dos jambas, las arrancó junto con el cerrojo, se las cargó al hombro
y las subió hasta la cumbre del monte (Jue 16, 1-3). El gesto de la oración le permite al
creyente llegar con todas sus pequeñeces y estorbos hasta el encuentro de Dios.
Sin embargo, no se puede olvidar que Dios habita en el templo de carne que es el
hombre. “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a
él, y haremos morada en él” (Jn 14, 23). La oración es también un dejarse habitar por
Dios, ser “el cielo de Dios”. Porque desde que “la Palabra de Dios se hizo carne y puso
su tienda entre nosotros” (Jn 1,), nos hemos enterado de que la Tienda del Encuentro es
el hombre, el otro, y también yo mismo.
2.3. El Dios Padre de todos:
Jesús ha llamado en su oración a Dios: Padre; pero con el pronombre posesivo
nuestro. En el relato de la caída de los hermanos que narra el génesis dice que Caín oye
que el Señor le hace una pregunta inquietante: “-¿Dónde está Abel, tu hermano?” (Gn
4,9). Él quiere evadirse con una respuesta un tanto descarada: “No lo sé, ¿soy acaso el
guardián de mi hermano?” Cada uno, le guste o no, no puede escapar a esta pregunta:
¿Dónde está tu hermano? Si no lo sabemos, si rechazamos dar cuentas de él, no sabremos
nunca dónde está el Padre. No se llega a Dios aislándose del hermano, separándose de él.
Rechazar la comunión con los otros significa separarse de la comunión con el Padre. Dios
no se deja encontrar por quien no se deja encontrar por el hermano. Dios no responde a
quien no responde al hermano.
Lo primero que pregunta Dios al comenzar la oración es eso precisamente:
¿Dónde está tu hermano? Claro, un Padre siempre está preocupado por todos sus hijos,
sobre todo por aquellos que lo pasan peor. Y habrá que preguntarse y compartir con Él
por los que no tienen el pan de cada día, ni la salud, ni la paz, ni la serenidad interior, ni
una vida con sentido, ni tantas cosas, actitudes, y situaciones deseadas para los hijos.
Así pues, las envidias, rivalidades, personalismos, polémicas hirientes,
denigraciones, acusaciones, los celos, protagonismos, sectarismos, mezquindades,
disputas ridículas, fanatismos, reivindicación de los propios méritos, negación de los
ajenos,etc., no son precisamente los cantos de bendición y alabanza que el Padre quiere.
Habrá que romper con la tentación individualista, y hacer la experiencia en plural: Padre,
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nuestro; Padre de todos, Padre de quienes nos entendemos en todo momento y a su vez de
quienes tenemos más dificultad a la hora de relacionarnos.
A un Padre de todos se le puede orar diciendo: ten piedad de las tontas
competiciones, de las absurdas batallas, de las mezquindades, de las cerrazones, de la
incapacidad para tomar distancia, como Él, que ve desde el cielo sin indiferencia. Ten
piedad del tiempo que se pierde peleando por los motivos tan simples, en vez de ocuparse
de las cosas que realmente interesan. Ten piedad cuando lo ponemos de parte nuestra,
para conseguir la aprobación, para prevalecer sobre el grupo y sus intereses. Padre de
todos, ten piedad, al pretender ser hijos, y no aprender todavía el oficio de hermanos.
En la oración al Padre de todos nosotros se pide una mirada buena, un corazón
menos pequeño, una mentalidad menos mezquina, capaz de misericordia, comprensión,
paz, unidad, perdón, amistad, colaboración. Se pide la capacidad de alegrarse por la luz,
brille donde brille. De complacerse con la verdad, allá donde aparezca. De apreciar el
bien, allí donde se manifieste. Que al decir Padre nuestro se pueda conocer la dirección
de la mirada y no ver las barreras que protegen, excluyen y aíslan del contacto con los
hermanos, y, por el contrario, que se comprenda que la unidad no se construye con las
uñas.
La parábola del Padre misericordioso recuerda aquel hijo ejemplar que toda una
vida la dedicó a la casa y al trabajo, o sea, un excelente trabajador y ejecutor de órdenes,
“jamás dejé de cumplir una orden tuya”, insiste el texto, pero que se ha detenido en la
entrada de la casa paterna y se niega a entrar (Lc 15, 28). Cuando el Padre sale para
suplicarle, reclama el hermano mayor, “Ese hijo tuyo, que ha devorado su hacienda con
prostitutas”...“Ese hermano tuyo que estaba muerto, y ha vuelto a la vida; que estaba
perdido y ha sido hallado”, corrige el Padre. Es decir, que el hijo ejemplar, irreprensible,
impecable, no había aun reconocido, ni aceptado a su hermano equivocado. Lo rechaza,
pero el padre se lo regresa, no como hijo suyo, sino como hermano que hay que acoger
con alegría y perdón. Como diciendo: si éste no es tu hermano, yo no puedo ser tu padre.
Orar a Dios, Padre nuestro, es a la vez reconocerse hijo de Dios y miembro de una
misma familia, de la comunidad nueva formada por todos los que se abren a la
predicación de Jesús y a la acción salvadora de Dios. Convertidos en hermanos de Jesús
por la fe, somos los hijos adoptivos de Dios (Jn 1,12; Rm 8, 14-17; Gál, 1,5; 4, 4-7). En el
hijo y por el Hijo, llegamos a ser hijos de Dios. Por su muerte y resurrección, Cristo nos
hace participar en su relación con Dios “para ser primogénito entre muchos hermanos”
(Rm 8, 29). Nos hace partícipes enviando su espíritu a nuestro corazones, Espíritu que
clama en nosotros: “¡Abba, Padre!”.
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3. SANTIFICADO SEA TU NOMBRE
“Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo:
„Padre ha llegado la hora; glorifica a tu hijo,
para que tu hijo te glorifique a Ti.
Y que según el poder que le has dado sobre toda carne,
dé también vida eterna a todos lo que Tú le has dado.
Esta es la vida eterna:
que te conozcan a Ti,
el único Dios verdadero,
y al que tú has enviado:
Jesucristo‟.”
(Jn17, 1-3)
3.1. El Antiguo Testamento como crisis por el Padre:
La figura de Dios en Israel no parte de la imagen de un Dios creador, a la manera
de un Padre. Dios no es el origen de la vida y los hombres, no es el centro al que debemos
retornar. Dios es ante todo voluntad liberadora que ha elegido un pueblo y le ha llamado
a la existencia en el mar Rojo (éxodo); es el amigo que establece con el pueblo un pacto
de amistad, y le protege en el camino por la respuesta de confianza y el cumplimiento de
la ley (alianza); es, finalmente, la llamada que convierte a los creyentes en peregrinos que
buscan el futuro de la vida, el reino de la auténtica existencia (promesa).
En el A.T. se alude a Dios como padre en pocos momentos: La primera alusión
aparece en un contexto profético, Dios elige al hombre, y éste a su vez responde a tal
llamado (Os 11, 3.8). Jeremías habla de los hijos de Israel que se han negado a llamar a
Dios “su padre”: no han querido obedecer su voluntad y se han perdido (Jer 3, 4, 19;
31,9). También el canto de Moisés ha interpretado la caída y los pecados de Israel como
abandono de Dios Padre (Dt 32, 6). En un transfondo semejante se sitúan otros textos
posteriores de Is 63, 15-16; 64,7; Mal 1,6; 2,10; Tob 13,4.
La segunda alusión forma parte de la teología del rey. En principio, Israel rechazó
esa manera de entender la religión: Dios se encuentra unido a todo el pueblo, a través de
la experiencia del éxodo y de la alianza. Sin embargo, en un momento dado, David
termina apareciendo como rey sacral, de forma que su trono garantiza la presencia y
protección de Dios sobre el conjunto de su pueblo. Por eso se dirá que Dios le trata como
un Padre (cf. 2 Sam 7, 14; I Cró 17, 13; 22, 10; 28, 6). Los salmos reales (cf. Sal 68, 6;
89, 27; 2, 7) destacaban de manera especial esa unidad de Dios con el monarca,
presentándola como paternidad adoptiva.
15
Finalmente, la tercera alusión, en contexto de piedad judeo-helenista. Hay un
grupo de textos que presentan a Dios como Padre de los creyentes, tomados ya en sentido
individual. Eclo 23, 1.4 en donde se invoca a Dios como “Señor, Padre y dueño de mi
vida”. También en Sab 14, 3 alude directamente a la sabiduría de Dios Padre. Estos son,
al parecer, los únicos pasajes del AT donde un individuo creyente ruega a Dios utilizando
el símbolo de Padre10.
En conclusión, Dios no es Padre porque engendre en forma física sino porque
llama a los hijos de Israel para que sean pueblo de hombres libres; es Padre porque ama y
porque elige en medio de la tierra a un pueblo, porque guía su camino por la ley, porque
le lleva hacia un futuro de verdad y autonomía. De esta forma, sin usar casi el término de
Padre, Israel ha comenzado a realizar eso que podríamos llamar la gran revolución del
símbolo paterno. Dejarse mover por el plan de Dios será darle gloria.
Y, en este sentido, podemos decir que todo el AT está salpicado por la afirmación
de la santidad de ese Dios: “Yo, el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lv 19, 2); “Soy Dios
y no hombre; soy el Santo en medio de ti” (Os 11, 9); “Yo soy el Señor tu Dios, el Santo
de Israel, tu salvador” (Is 43, 3). El verbo “santificar” en hebreo significa literalmente
distinguir, separar, y también, consagrar. Para muchos es sinónimo de glorificar. Quien
afirma que Dios es santo reconoce su trascendencia, que pertenece a otra realidad, que no
es comparable con nada ni con nadie de lo que conocemos: “No hay santo como el
Señor” (1Sam 2,2), “¿Quién hay como tú entre los dioses, Señor?” (Ex 15, 11); mucho
más tarde el N.T. dirá de Dios “que habita en una luz inaccesible” (1Tim 6, 16), el cielo.
En Jesús el cielo de Dios se vuelca sobre el hombre, por su encarnación, que es más que
una presencia histórica, Dios se acerca para transformar el corazón de los que creen en Él
humanizando sus vidas y santificando su nombre. Aquí la expresión santificar tiene un
doble movimiento.
3.2. Jesús se encarna para santificar el nombre de Dios en la historia de los hombres:
Los teólogos medievales explican por qué el Padrenuestro comienza por la
petición “santificado sea tu nombre”. La plegaria comienza nombrando a Dios de la
forma como él se ha comunicado a los hombres: como Padre.
Se trata de una petición (expresada con el subjuntivo sea). De esta forma se
expresa el deseo y la esperanza de quien ora y busca el deseo de Dios en su vida. La
experiencia del Padre en la vida del creyente hace efectivo en él mismo las implicaciones
del nombre de Dios, es decir, que realiza el significado de su nombre santo en la persona.
Así el que santifica a Dios se santifica en el mismo movimiento11.
10 Cf. J. Jeremías, Abba, 19-23.
11 OLIVIER BOULNOIS, en Selecciones de Teología, n. 135, pág. 222).
16
Jesús se dirige al Padre con toda confianza, sintiéndolo Padre suyo, más aun,
Padre de todos. Por la obediencia extrema (cf. Hb 4, 14-16; 5, 7-9), san Pablo nos hace
pensar que Dios es para Jesús alguien mucho más grande, e impide pensar que la relación
con el Padre pueda ser manejada en esquemas particulares e interesados, en definiciones
y conceptos meramente racionales; incluso en el contexto de la predicación de Jesús
sorprende y es motivo de escándalo para muchos esta forma de dirigirse a Él. Podríamos
decir con Santa Teresa de Jesús cuando hablaba de su experiencia: “Quedar encantados
de que tan gran Rey esté pendiente de este pobre siervo, y que se haya dignado hacerme
su hijo”. Así, Jesús, quien siendo Dios se hizo siervo y obediente hasta la muerte, Dios le
devuelve su dignidad de Dios (cf. Fil 2, 6-11).
3.3. Santificar el nombre de Dios por el espíritu de Jesús:
Por el bautismo los creyentes viven el espíritu de Jesucristo, según las
motivaciones y objetivos que determinaron su vida coherente hasta la cruz: el bautizado
se reviste de Cristo. Recibe un modo nuevo de ser, nace de nuevo (Jn 3, 3-6). Animados y
transformados por el Espíritu, formamos un solo cuerpo y somos sarmientos de una sola
vid, participamos de su única vida (Jn 15, 1-5).
El espíritu de Jesús, que santifica la vida de los discípulos, es aquella fuerza que
animó la existencia, gestos y palabras del Mesías; la motivación que le inspiró y le
apasionó para realizar de una forma peculiar su vida y para enfrentarse con valentía y
amor a la muerte.
El punto de partida de su existencia fue sin duda la intimidad con Dios, su Padre.
De esta relación surge la incondicionalidad al amor gratuito; la cercanía benevolente
también incondicional a las personas, especialmente a los marginados. El proyecto de
Jesús en esta doble relación se define en que “todos tengan vida en abundancia” (Jn
10,10). El cántico de María hablará de un cambio de paradigmas y valores cuando dice
que la presencia de Jesús en ella baja de sus tronos a los arrogantes para convertirse en
defensor de los pobres (cf. Lc 1,52). La justicia en este sentido llega inspirada por la
compasión. Se trata de la misma justicia del Padre que se derrite cuando vuelve a casa el
pródigo (cf. Lc 15;11,ss); la misma justicia de aquel amo de la viña que paga el jornal
completo al obrero que llegó tarde a la viña (Mt 20,1-16); la misma justicia
desconcertante tantas veces para nuestra lógica.
En todas las actividades y gestos, en sus silencios y palabras, Jesús, manifiesta esa
intimidad con Dios, y el compromiso histórico por realizar su proyecto en favor de los
seres humanos. En el evangelio de Juan se resume esta manera apasionada de actuar de
Jesús diciendo: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4, 34). La
relación afectiva con el Padre y el empeño por realizar su voluntad, hizo de Jesús un
contemplativo sobre la historia.
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Jesús es también un apasionado por el Reino de Dios. La expresión es un símbolo
de la nueva humanidad y del mundo nuevo. La parábola del banquete es la mejor imagen
de esta línea de santificación del nombre de Dios en su vida: que todos sin
discriminaciones se sienten como hermanos a compartir la misma mesa (cf. Lc 14, 15-
24).
Pero el Reino de Dios, la comunidad fraterna, se logra si hay un cambio que
rehabilita a los pobres, Esta es la condición que introduce Jesús en la en la comunidad,
que deja sitio en la mesa común a los echados fuera por las injusticias sociales. Esta
opción de Jesús por la causa de los pobres fue una nota permanente y esencial de su
conducta histórica. No sólo defendió su causa con palabras, sino con gestos; se sentó en
la misma mesa con ellos para compartir el pan. Las comidas de Jesús con los pobres
declaran que Dios no abandona a nadie a su suerte y que la salvación es para ellos por el
gesto de la solidaridad. Y aunque le acusan de "comilón, borracho, amigo de publicanos
y pecadores" (cf. Mt 11,19), Jesús no renuncia ni se esconde.
Estos tres aspectos: tener a Dios como Padre de todos que no quiere la muerte de
nadie, el compromiso histórico para que llegue la comunidad fraterna, y el empeño para
que los pobres alcancen su dignidad como personas, se apoyan en la espiritualidad de
Jesús, en la voluntad del Padre que ama de verdad a todos y es defensor de los pobres.
Parece importante señalar la convicción del Hombre de Nazaret de que la
salvación, el reinado de Dios, ya está presente, y transforma el mundo. Así lo dan a
entender las parábolas del grano de trigo sembrado en la tierra, que crece de día y de
noche (cf. Mt 13, 3-9; 24-30); el reino de Dios va creciendo como la fuerza de la levadura
fermentada que una mujer pone en la masa de donde sale el pan (cf. Mt 13,33). La
convicción de Jesús es que en cada situación personal, social, de nuestra fraternidad y del
mundo, se está realizando la voluntad de Dios en favor de todos los seres humanos.
De esta convicción surge otra dimensión de la vida de Jesús: es un contemplativo.
En el texto del sermón del monte dirá Jesús que los lirios del campo y en los pajarillos
providencialmente alimentados disfrutan de la intervención gratuita de Dios (cf. Mt 6,25-
34). Es como decir hoy que en los más pequeños, en los enfermos y desvalidos Jesús
descubriría la presencia del Padre que reclama misericordia y liberación para sus hijos.
La cuestión hoy está en que Jesús no huye de los conflictos del mundo, sino que se
prepara para afrontarlos por la oración y la decisión.
La conversión de Jesús al Padre, al Reino y a los pobres, le obliga a permanecer
libre de idolatrías. Jesús no habla de sí mismo, no se preocupa por su seguridad física, ni
por su prestigio social. Lo que le apasiona es realizar la voluntad del Padre, es decir, que
en este mundo los hombres vivan como hermanos. En ese anhelo por la llegada del Reino
aprendió a salir de sí mismo y de sus intereses, enseñó que en la renuncia a todas las
seguridades se abre continuamente la mirada al corazón a los otros. Los discípulos
18
entendieron muy bien esto y en el evangelio lo simbolizaron muy bien en el relato de las
tentaciones (cf. Mt 4, 1-7 y par).
El facilismo no hizo parte de la vida de Jesús, no pretendió solucionar los
problemas de nadie haciendo milagros, convirtiendo las piedras en panes, por ejemplo.
Sabía que por muchos recursos que la humanidad tenga, si falta el reconocimiento de
Dios Padre de todos y el amor consiguiente hacia los otros, las muchas riquezas se
volverán contra la misma humanidad.
Jesús tuvo que superar, también, la tentación del "prestigio social". Si se hubiera
tirado del alero del templo y hubiera flotado en el aire, todos le admirarían y creerían en
él; pero aceptó el camino de la oscuridad y de la entrega incondicional a Dios en la
confianza.
En la tentación del poder, todavía más sutil, Jesús se enfrenta a la pregunta sobre
un reino de Dios que llega imponiéndose, o por la decisión de un amor gratuito en favor
de los otros que exige tiempo, paciencia, desvelo. Jesús escogió el camino de ese amor, y
marcó la salvación auténtica como garantía para la llegada del Reino.
Frente a la lógica de la dominación, Jesús combatió las fuerzas del mal: la
avaricia, la soberbia, el prestigio social, todos estos ídolos, y las fuerzas que matan y
dividen la comunidad. El combate de Jesús contra las fuerzas del mal expresa la llegada
del Reinado de Dios: "Si por el espíritu de Dios expulso yo a los demonios, es que ha
llegado a vosotros el reino de Dios" (Mt 12,28). En una sola frase, Jesús pasó por el
mundo haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo.
En la pasión por Dios y por los hombres Jesús fue coherente, se mantuvo firme
hasta la muerte. Así lo reconocen sus mismos adversarios cuando le quieren poner a
prueba: "Maestro, sabemos que eres sincero, y nada te importa lo que pueda decir la
gente, pues no haces discriminación entre las personas" (Mt 22,16). Jesús no dijo una
cosa pero en la práctica hizo otra, en él no hubo engaños ni ambigüedad. No rehuyó
conflictos, aceptó calumnias, incomprensiones y abandonos. Su responsabilidad fue tal
que asumió el conflicto, y sufrió el martirio como consecuencia de la pretensión que
había manifestado con su conducta, sus gestos y palabras.
A primera vista, la muerte de Jesús fue un fracaso, y se puede pensar que aquel
hombre era un iluso, pero Dios lo resucitó, acreditando que su pretensión no era vana y su
muerte no caía en el vacío. ¿Por qué?, porque confió totalmente en Dios y en la prueba se
mantuvo fiel. Así la comunidad cristiana que confiesa a Jesús como "iniciador y
consumador de la fe, primogénito de todos los creyentes" (Hb 12, 1-2).
3.4. Jesús ora al Padre en quien tiene su fundamento:
19
Si se preguntara por el secreto y fundamento de aquella esperanza inquebrantable de
Jesús la respuesta ineludiblemente volvería al Padre: “En verdad, en verdad os digo: el
que crea en mí, hará el también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo
voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo” (Jn 14, 12-13).
Las convicciones más profundas de la vida de Jesús estaban fundadas en la
experiencia del Padre, por ello no huye del conflicto, sino que mas bien estaba
convencido que todos los seres humanos y sus historias progresan en los brazos de su
Creador, cuya presencia se descubre y celebra en todas las situaciones. Pero a Jesús este
talante contemplativo no le resultó fácil mantenerlo, especialmente cuando llegaron los
momentos duros de crisis. Aquí tuvo también que convertirse, y encontrarle un sentido a
la oración.
Jesús nació en el seno de una familia que vivía la tradición religiosa marcada en la
esperanza de que Dios tenía que venir a este mundo para transformarlo. En aquella
comunidad de Nazaret recibió su formación. Los evangelistas presentan a Jesús
comentando el texto bíblico en la sinagoga de su pueblo (cf. Lc 4, 16-19). Como los
demás judíos piadosos hacía oración tres veces al día, pagaba el impuesto para mantener
el templo, y celebraba la pascua; precisamente en esta celebración, y con las oraciones
empleadas en la misma, Jesús encontró un sentido a su entrega en la Cruz que advirtió y
asumió cerca de sus discípulos (cf. Mt 26, 26-29).
Quizá sea la seriedad con que vivió su fe lo que le llevó, en una línea profética, a
denunciar las prácticas de oración opuestas a la experiencia que él tenía de Dios. En la
parábola del fariseo y el publicano, Jesús contrapone dos actitudes de los que suben al
templo a orar (cf. Lc 18, 9-14). La oración del fariseo no vale, dice, porque en vez de
salir de sí mismo trata de asegurarse con una vida obsesionada en una salvación
individual, mientras desprecia con orgullo al pobre publicano. A su vez éste, es
presentado por Jesús, como modelo de verdadera oración, porque manifiesta su confianza
incondicional en los brazos de Dios. La oración no es auténtica si los seres humanos sólo
buscan su falsa seguridad y prestigio: "Cuando oréis no seáis como los hipócritas, que
buscan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien sentados para ser
vistos de los hombres; y en verdad os digo que ya reciben su paga" (Mt 6,5).
La oración tampoco es cuestión de muchas palabras para que la divinidad despierte y
se sienta obligada: "No charléis mucho como los gentiles, que se figuran que por
palabrería van a ser escuchados; no seáis como ellos, porque vuestro Padre ya sabe lo
que necesitáis antes de que se lo pidáis" (Mt 6,7). Más bien debe ser insistente: "Pedid y
se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá" (Lc 11,9). Lo que cuestiona no es la
oración, sino la intencionalidad de la misma: Jesús no quiere manipular a Dios, quiere
sentirse pobre, necesitado de Él, y confiado en sus manos.
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Por ello insiste en la oración como un camino de compromiso: "No todo el que diga
"Señor, Señor" entrará en el reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre"
(Mt 7,21), para "que todos tengan vida en abundancia" (Jn 10,10). Jesús conoce muy
bien al hombre. Sabe, por ejemplo, la capacidad de las personas para justificarse y
encubrirse, por eso dirá: "Guardaos de los escribas que gustan de pasear con amplio
ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros puestos en los banquetes, y que
devoran la hacienda de las viudas so pretexto de largas oraciones" (Mc 12, 39-40). Su
denuncia señala el colmo de la deformación, es decir, pretender hablar con el Padre de
todos, mientras se ahoga impunemente a sus hijos indefensos.
Jesús acudió muchas veces a la oración, para vivir continuamente la intimidad con el
Padre, y para mantener su talante y clima contemplativo: “se retiraba a lugares solitarios
para orar" (Lc 5,16). La realidad y el contexto donde vivió su vida le exigía
discernimiento para renovarse en actitudes solidarias y en el empeño por anunciar la
llegada del Reino. No se trata de huir de los conflictos, sino de tomar decisiones. El N.T.
presenta a Jesús en oración al recibir su bautismo, era el momento clave para elegir el
camino que debía seguir de ahora en adelante; también en la elección de los discípulos,
sus amigos; antes de hablar de Dios y enseñar a otros su experiencia de Él (el
Padrenuestro, la multiplicación de los panes), aun en medio de la crisis cuando los
discípulos dudan y prefieren regresar a su vida anterior, Jesús ora diciendo: “Te bendigo,
Padre del cielo y de la tierra, porque has ocultado esas cosas a sabios e inteligentes y se
las has revelado a pequeños; sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11,25).
La crisis definitiva en la vida de Jesús llegó con la cruz. Ahí es cuando se ve con todo
realismo la agonía de Jesús. Él que había vivido con sinceridad y verdad, inocente de
todo crimen e intención torcida, experimenta con dolor la cerrazón de su pueblo y sufre el
abandono de todos. Se pregunta por qué tiene que morir. Es el momento decisivo en su
existencia y trata de buscar la voluntad de Dios orando así: "¡Abba, Padre!, todo es
posible para ti, aparta de mí esta copa, que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras
tú". En ese discernimiento Jesús elige la verdad de Dios, al fin y al cabo Él es el Padre. El
amor se torna incomprensible y desconcertante, aun sintiendo su cercanía. Entonces la
oración le sirve para no huir del problema, decide entregarse, consciente de que le van a
matar: "LLegó la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los
pecadores. ¡Levantaos! ¡vámonos! Ya llega el que me va a entregar" (Mc 14, 32-42).
3.5. Jesús vive porque dice: „Santificado sea tu nombre‟:
Evidentemente no se pide que su nombre sea santo, como si no lo hubiera sido desde
siempre, sino que sea santificado en nosotros; dejarse santificar por la acción de Dios. El
verbo en voz pasiva equivale a decir: Que tu nombre sea manifestado como santo por ti,
Dios. El profeta Ezequiel habla de la santidad del nombre de Dios; si se toma nota de los
verbos que Dios se atribuye para hacer que su nombre sea santificado, es decir
reconocido, podemos quedar sorprendidos del rico contenido que se esconde tras esta
petición que dirigimos al Padre: “Os recogeré, reuniré, llevaré, purificaré, rociaré, daré
21
un corazón nuevo, infundiré un espíritu nuevo, arrancaré el corazón de piedra, haré que
caminéis según mis preceptos, habitaréis la tierra que di a vuestros padres, seréis mi
pueblo, os libraré de vuestras inmundicias, no os dejaré pasar hambre, las ruinas se
reconstruirán, reedifico lo destruido y planto lo arrasado” (Ez 36, 16-38; 38, 18-23).
Después de pedir al Padre que santifique su nombre no hace falta pedir nada más.
Cuando Dios santifica su Nombre, a nosotros sólo nos queda la adoración, la
alabanza, y la gratitud, poniéndolo todo en sus manos. “Al ver lo que he hecho en medio
de ellos, santificarán mi nombre, temblarán ante el Dios de Israel” (Is 29, 23).
“Entonces mi pueblo sabrá cuál es mi nombre, sabrá que soy aquel que afirma: Heme
aquí” (Is 52, 6). Se explica que Jesús, al llegar su „hora‟ pida al Padre que glorifique a su
Hijo. Una petición que revela algo del interior de Jesús en aquellos momentos difíciles.
Cuando el Espíritu de Dios haya transformado totalmente desde dentro el corazón del
hombre es cuando se revela definitivamente la santidad de Dios (cf. Ez 36, 25-27; Ef 1,
3-14).
La invocación „Santificado sea tu nombre‟ se comprende si la se relaciona con los
verbos „magnificar‟ y „alabar‟ de la tradición bíblica. Santificar el nombre de Dios
significa reconocer su grandeza, las cosas maravillosas que realiza y, por consiguiente, se
abre paso a la alabanza y a la bendición. Con las mismas palabras María reconoce las
proezas que el Señor hace en favor de su pueblo al comprobar en su propia historia que
“su Nombre es Santo”; se trata del canto de alegría, porque el grande y poderoso ha
fijado su mirada en la pequeñez y en la humillación de su Pueblo.
22
4. VENGA A NOSOTROS TU REINO.
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.
Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta,
y todo el que da fruto lo limpia, para que dé más fruto.
Vosotros estáis ya limpios gracias a la palabra que os he anunciado”.
(Jn 15, 1-3)
4.1. La esperanza mesiánica:
Sobre un fondo de pobreza y muerte, allí donde la ley israelita parecía fracasada,
entre publicanos y prostitutas, entre enfermos y marginados, Jesús ofrece a los hombres
el futuro del Reino, llevando hasta el final la esperanza que iniciaron los profetas. Pues
bien, esa actitud tiene sentido y es posible porque él ha descubierto a Dios de un modo
nuevo: como Padre.
El anuncio de Jesús presenta a Dios como Señor del Reino. Desde esta
perspectiva se comprende la unidad de su vida y espiritualidad: Reino, Padre, pobres (cf.
Lc 11, 2). Jesús proclama que el Reino es culmen del amor creador, pero ello implica la
superación del pecado del mundo y ofrece la libertad para los hombres. La actitud para
recibir este don de Dios es también fundamental: “quien no reciba el reino como un niño
no entrará en él” (Mc 10, 15 y par.), así pide volver a nacer, abandonar los cálculos y
méritos del mundo, dejando que Dios mismo se revele ante nosotros (en nosotros), como
Padre.
Ese Padre no es objeto de razón o esfuerzo: es principio de amor, es poder que
libera del pecado en un mundo visto por Juan el Bautista con mucha lucidez (cf. Mt 3, 7-
12). Para hablar de este Dios se exige entonces nacer nuevamente, acoger y desplegar la
fuerza de su Reino. Por eso, Jesús le presenta como Padre, porque no se encuentra
controlado por mandatos que distinguen a buenos de malos; o por encima de la religión y
la ley de su tiempo; más bien Jesús presenta un gesto nuevo de en Dios: el amor creador
que cura, anima, alienta, hace esperar donde existía solamente el miedo de la muerte.
Para Jesús la paternidad de Dios implica un nuevo nacimiento para el Reino.
Como decir que el tiempo del pacto y de su ley terminó, para ofrecer de ahora en adelante
a todos los perdidos el perdón y vida nueva de Dios Padre. La antigua ley ya no es
medida de las cosas, la función del templo también se agota en la visión del Reino (cf.
Mc 11, 15-19 y par.), lo que queda es la relación de hijos en el Hijo y con el Padre (cf.
Hb, Cristo mediador).
4.2. El Reino de Dios esta cerca:
Jesús comienza su predicación anunciando la llegada del Reino, reinado, realeza
de Dios. El Reino evoca también un espacio (un lugar) en donde el rey ejerce su poder, su
23
soberanía, su tiempo, su aquí y ahora. Sin embargo, Jesús nunca define este término. En
el A.T., por ejemplo, se habla más que de Reino, de Señorío; esta distinción parece
importante al acercarse al mensaje de Jesús, pues él no habló del Señorío de Dios, sino de
su Paternidad. Dios es Rey porque es Padre, Dios afirma su realeza manifestándose como
Padre, su dominio por tanto supone otra relación: la misericordia, el perdón. Así, cuando
Dios ejerce sus derechos reales: ama a sus criaturas, los invita de los últimos a los
primeros puestos del banquete (cf. Mt 20,16), busca a la oveja perdida (cf. Lc 15,4-7)
acoge a los pecadores (Mc 2,15-17), e incluso evita el linchamiento de la adúltera (cf. Jn
8,1-11).
Israel vivió la dinámica de su esperanza religiosa en la visión del futuro Israel. En
esa visión la realeza de Dios, su llegada victoriosa como rey se expresa como una
liquidación de cuentas especialmente con sus enemigos. Los profetas, por ejemplo,
hablan de esa realeza de Dios con la imagen del día de Yavhé, en el cual Él mismo
ejercerá el juicio sobre todas las naciones (Jer 25, 15s; Ez 39; Is 24) acabando con todas
las rebeldías; o también, reuniendo en Sión a todos los pueblos en un solo pueblo (Miq 4,
1-7; Is 2, 2-4; Jr 16,19; Is 25; 52,7; 66, 19-21, etc). Dios es el Pastor (Jer 23, 1-4; Ez 34) y
su Reino será un mundo de paz y felicidad (Is 9, 6-9; 35, 1-10). También hay otros textos
proféticos que hablan de la venida de Dios (Is 35, 4; 40, 9-10; 59, 19-20; 66, 15.18; Mal
3, 1-2; Zac 14,5). Ténganse en cuenta también los salmos reales: Sal 93, 1; 96, 10; 97, 1;
99, 17; 47, 8-9; 98, 6.9 etc.
Entre los profetas, se había anunciado la venida del Reino (cf. Is 61,1-6) a través
de la figura de un Enviado. Se trata de alguien encargado de dar buenas noticias a los
pobres, de curar las heridas de los corazones rotos, de traer un mensaje de liberación, de
consolar a los afligidos, de dar a todos los infortunados una corona, de hacer entonar un
cántico de alabanza a los que tienen corazón entristecido, de promulgar el año de
misericordia del Señor. Se trata del sueño de la humanidad que quiere que Dios
intervenga la historia de sufrimientos y luchas tantas veces innecesarias.
4.3. El Reino de Dios es Jesús:
La vida entera de Jesús, sus palabras y acciones demuestran de forma concreta
que el Reino ha llegado a través de su persona. La pregunta de Juan el Bautista y la
respuesta de Jesús dará nuevas posibilidades a su existencia, estando ya en la cárcel: “los
ciegos ven, los cojos andan, los leprosos están limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan, a los infelices se les anuncia la buena noticia” (cf. Mt 11, 5). Los signos que
Jesús realiza son la señal de que algo nuevo ha comenzado, además, invitan a participar
de él. El mundo será de otra forma, en la medida en que se asuma el espíritu del Reino, el
espíritu de sus enseñanzas, el espíritu de sus signos a favor de los más pequeños: El
espíritu de Jesús.
24
Las palabras de Jesús en el Sermón del Monte12
se convierten en una clave para
acceder a éste espíritu: “Dichosos vosotros, los pobres, porque vuestro es el Reino de
Dios” (Lc 6, 20). “En verdad os digo: el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no
entrará en él” (Mc 10, 15). Ser pobre y/o pequeño son las cualidades esenciales que dan
acceso al Reino. Las grandezas y pretensiones humanas parecen contradecir frontalmente
la visión de Dios. En este sentido se dice que Dios toma partido y se inclina del lado de
los más pequeños y necesitados. Saber que uno es pobre, reconocerse pobre y hacerse
pobre a fuerza de compartir, es aprender a depender de Otro, con mayúscula, y de otros
en una relación donde las decisiones del camino se toman en común, y ya no de forma
individual.
El modelo que se propone para estar disponibles a esta nueva relación es un niño,
por la disponibilidad, por la ausencia de complicaciones, por la confianza ilimitada en sus
padres. Los niños entran felizmente en el Reino porque no tienen nada que presentar, no
tienen obras que puedan competir con otras obras, no tienen nada de qué presumir, no
tienen ninguna pretensión, no buscan conseguir nada por la fuerza, ni tienen posiciones
que conservar, o prestigio que mantener, o privilegios que defender. Los niños son libres,
dispuestos a responder a las llamadas, sin la prudencia muchas veces interesada de los
adultos.
La enseñanza de Jesús es que: “El reino de los cielos sufre violencia (o hace
violencia) y los violentos se apoderan de él” (Mt 11, 12). Los violentos son aquellos que
tienen el coraje de tomar incluso la decisión más costosa por el Reino, los que saben
hacer las opciones más desgarradoras. El Reino se extiende y crece cuando los hombres
hacen caer las barreras que dividen, siempre que superan los prejuicios, siempre que
expulsan las injusticias y la opresión de sus relaciones cotidianas.
Otra clave que Jesús da para acceder a ese Reino: “No el que dice “Señor,
Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace...” (Mt 7, 21). El verbo decir
no expresa de la mejor manera la llegada del Reino, en cambio el verbo hacer tiene una
fuerza mucho mayor: hacer, del verbo fatigarse. Incluso, y aunque el verbo decir se
aplique a oraciones del tipo que sean, al final nos dirán nos dirán «no os conozco».
Dice Jesús: “A vosotros os da Dios a conocer el secreto de su reino” (Mc 4, 11).
No se trata aquí de un conocimiento para intelectuales, pues los expertos te explican el
Reino, te lo ilustran con citas del A.T. y del N.T., pero el conocimiento del Reino exige
una relación particular, su información parte más del corazón, porque «el Reino está
dentro de vosotros» (Lc 17,21), y no en la cabeza precisamente.
12 Recuérdese que todo el mensaje del Hombre Nuevo gira en la estructura de las bienaventuranzas.
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La búsqueda y permanencia en la visión del Reino de Dios tiene sus antagonistas;
la enseñanza de Jesús señala principalmente el dinero. Más aún dirá que ambas, búsqueda
del Reino y riquezas son incompatibles: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,
24).
En conclusión, todo el Sermón del Monte es la descripción que hace Jesús de una
nueva manera de ver el mundo y las relaciones entre las personas. Por eso los primeros
cristianos cambiaron el anuncio del Reino por la proclamación de Jesús, para ellos Jesús
y el Reino se identifican definitivamente, la donación de su vida confirma sus palabras,
su resurrección y presencia es prueba del poder del Padre en la historia de los hombres.
4.4. Orar para pedir el Reino:
Rezar para que venga el Reino de Dios equivale a pedir que Dios reine. Las
primeras peticiones del padrenuestro están ligadas. Santificar el nombre de Dios es
equivalente a decir que su Reino venga a nosotros. Si el mundo muchas veces se
encuentra en oposición a Dios, la oración por el Reino enfrenta las fuerzas del mal, las
mismas que se enfrentó Jesús (cf. Lc 11,20).
Al orar y pedir el Reino se implora la soberanía de Dios, es decir, se pide aprender
a ser obedientes como hijos dóciles, esto es también la destrucción del poder de Satanás,
así como la salvación (liberación) de todos los hombres. Este deseo no depende de lo que
nosotros hagamos. En cualquier caso el Reino es don de Dios (cf. Mc 13,32). Lo único
que se puede hacer es esperarlo y desear ardientemente su venida, preparándose para
acogerlo. Pedir al Padre que apresure la llegada del Reino es la oración de este día, pues
las personas no podemos vivir sin su amor, sin su justicia, sin su paz. La llegada del
Reino mostrará la visión de una tierra más habitable, de unas relaciones entre las
personas más humanas. En la eucaristía se recuerda a diario esta oración: Tuyo es el
Reino, tuyo es el poder, tuya es la gloria... se trata de una añoranza de la llegada de Dios
al mundo y a cada uno. Así mismo cuando se dice: «ven, Señor Jesús» se pide la llegada
del Reino, y aunque no dependa de nosotros, sí se pude ser colaboradores dóciles
siguiendo las pautas de las Bienaventuranzas.
Pedir que “venga a nosotros su Reino”, exige hacer una pausa contemplativa,
como si Dios respondiera: ¡ya voy, pero hay que empezar por ti mismo!. El terreno del
corazón es el campo de prueba donde Dios se hace fuerte. En realidad la petición por el
Reino de Dios es el avance de la gracia de Dios en la persona, y hace frente a todo lo que
se opone a su proyecto de vida.
Pero la llegada de este Reino y su instauración en la historia de los hombres no es
un acto de violencia o de autoridad, tal y como Jesús responde al gobernador romano, no
se trata de un reino según los criterios de este mundo (cf. Jn 18,36). Antes que
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acomodarse a un esquema se manifiesta en la universalidad, es como un árbol que crece
hasta cobijar a todos los pájaros del cielo (cf. Lc 13, 19), o una red que recoge peces de
todas clases (cf. Mt 13,47), o un banquete abierto al que son invitados incluso los pobres
y disminuidos (cf. Lc 14, 13. 21); resumiendo el Reino es como una oportunidad abierta
a todos.
Para Jesús la llegada del Reino expresa una ardiente espera, una realidad futura
(cf. Mt 25,13; Lc 21,31), pero a la vez una realidad que espera a la puerta (cf. Mc 1,15) y,
en cierta forma, que da comienzo a la venida de Jesús. Lo dice Jesús cuando cuenta la
parábola de la pequeña semilla que se convierte en un inmenso árbol, o de la pequeña
medida de levadura que fermenta toda la masa (cf. Mt 13, 31-33). Jesús anuncia el Reino
como una realidad que actúa en presente, aunque sea de forma oculta y misteriosa. Si
bien no puede ser constatada mediante indicaciones exteriores (cf. Lc 17,20-21), exige
por ello un compromiso radical, una conversión de corazón. El Reino es en definitiva
para los que tienen ojos para ver y oídos para oír el presente de Dios en su vida.
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5. HÁGASE TU VOLUNTAD.
“Os he dicho esto para que no os escandalicéis.
Os expulsarán de las sinagogas,
e incluso llegará la hora en que todo el que os mate
piense que da culto a Dios”.
(Jn 16,1-2)
Meditación de la Pasión de Jesucristo: Jesús está entrando en la noche. Tiene que orar, porque se le hunde todo, se le
oscurece todo. Y le sale del alma decir: ¡Padre!. Lo que pasa es que hace frío, la oración
es seca y nadie responde. Grita al Padre por espacio de tres horas, con clamor y lágrimas.
La limitación humana pone al hombre en la inseguridad. Cuando la tensión vital se
convierte en contradicción, es decir, cuando vivo la angustia entre lo que soy y lo que
querría ser; entre lo que hago y lo que debería hacer ... Como dice San Pablo: "hago el
mal que no quiero, y dejo de hacer el bien que quiero”.
En este momento Cristo se lo está jugando todo: El no o el sí, la vida o la muerte,
su vida o la de los demás, su voluntad o la del Padre, el yo o el Tú con mayúsculas.
„No, no puedes pedir esto en lo mejor de mi vida, retrásalo un poco más. Me
quedan aún tantas cosas por hacer. Mis discípulos están tan inmaduros. No me hagas
caso, sí lo voy a beber, aunque tenga que morir así. Hacer tu voluntad es toda mi vida,
aunque tenga que morir la peor de las muertes. No hacer tu voluntad sería mi infierno,
aunque viviera eternamente‟. Una oración durísima hecha de obediencia seca.
Los discípulos también están entrando en la noche, pero no se dan cuenta,
prefieren dormir. Jesús les recomienda la oración, porque les esperan momentos difíciles.
“¿Ni siquiera habéis podido velar una hora?”. A Jesús le parecía poco una hora, a
nosotros una eternidad, porque hay tanto que hacer. ¡En la oración más!.
Se apoderó de Cristo la tristeza, la angustia, el terror... cada vez que ponía delante
lo que se le viene encima. Llora y lo rechaza. En esos momentos, ¡qué bien tener a
alguien al lado! Aunque no digan nada, para sentir su calor, su comprensión. Pero los
encuentra de nuevo dormidos. Siempre dormidos. Los despierta y no saben qué
contestarle, cómo ayudarle. No sabían más que dormir. Jesús se encuentra terriblemente
solo. Suele ser así: las opciones decisivas de la vida se toman a solas.
Cristo por los suelos. Cristo gritando al cielo, suplicando y llorando al Padre. No
es propio de un Mesías... pero cuánto bien hace. Ahora sabemos que la tristeza y el miedo
no son pecado. Sabemos que llorar y sentir miedo puede ser muy humano. Sabemos que
todas las tristezas y angustias pueden ser fuente de gracia. Basta unirlas a las de Cristo en
Getsemaní. El huerto se ha hecho fértil gracias a sus lágrimas, a su debilidad, y desde
entonces está florecido.
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Getsemaní es el momento en que Cristo Nuestro Señor padece la necesidad de
probarse en la voluntad del Padre, es el momento en que Cristo queda “machacado por
nuestros delitos” (Is 53,5), y que en esta meditación de la oración en el huerto se pueden
considerar. Se trata de los mismos sentimientos de Cristo.
Cristo pasa por la tristeza; lo invade. Muchas veces esta desolación no tiene una
causa conocida, son esos días en que nos levantamos tristes, sin ganas de vivir, sin ganas
de nada. Dice Jesús en el huerto lleno de tristeza y de angustia: "mi alma está triste hasta
el punto de morir" (Mt 26,38).
En segundo lugar, el miedo. Experimenta el miedo ante algo que todavía no ha
llegado pero que sabía iba a llegar. Jesús parece no poder hacer nada frente al temor,
simplemente esperar. Se trata del miedo ante el futuro, ante la posibilidad (la
probabilidad) de perder la salud, la vida; de perder a los demás. En Getsemaní, Jesús pasa
por este miedo. Vendrá después la Pasión, será llevado a los tribunales y entonces, tendrá
que reaccionar, tendrá que responder en el Sanedrín; tendrá que hablar con Pilato. Pero
ahora, en el huerto, Cristo simplemente espera. Espera eso que le viene encima y frente a
lo cual no puede hacer nada sino temer, tener miedo.
El hastío es esa terrible sensación que quita a las personas el gusto por vivir: esos
días en que nos levantamos y nos vemos perdidos, en que se ha perdido el sentido de la
vida, en donde todo parece repetirse. En el huerto de Getsemaní Cristo se ve sometido a
esta prueba, cuando la Pasión se le viene encima siente el hastío por la ansiedad de pensar
: "Y todo esto ... ¿ para qué ?"
Cristo Jesús, nos dicen los evangelios, experimenta el asco, la repugnancia, casi
de manera física. Siente la necesidad del rechazo frente a ese mal que viene y que no se
puede controlar. Pregunta pero no vale de nada, puede negarse la realidad, pero no se
miente.
Hay una última sensación. Jesús pasa el trago de sentir la ausencia de Dios:
"Puesto en agonía, oraba con más intensidad... " (Lc 22,44). En esa oración entre el
cansancio, la sequedad, los intentos sin respuesta, en esa oración solo le queda gritar:
"aparta de mí este cáliz" (Mc 14,36), y fue dicho de corazón por el Señor. Pero al mismo
tiempo: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Es la mayor síntesis del perder la
vida.
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6. HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA.
“Si fuerais del mundo,
el mundo amaría lo suyo:
pero como no sois del mundo,
porque yo al elegiros os he sacado del mundo,
por eso os odia el mundo”
(Jn 15,19).
6.1. La voluntad de Dios en la tierra de Israel:
¿Para qué releer la oración de Jesús en grupo o personalmente? Para poner los
pies en la tierra, ante todo. Así los autores de la Biblia, todos ellos tienen muy bien los
pies en la tierra, más cuando hablan de la guía de Dios y de los caminos que hay que
seguir para escucharlo o volver el corazón a Él. Esta nueva vida llevados de la mano por
Jesús es para andar, pero de un modo natural, el seguimiento no puede convertirse en una
marcha forzada.
El ejemplo del libro del Génesis puede iluminar este momento: el primer
patriarca, Abrám, oyó la voz de Dios: “Yo soy el Dios poderoso. Anda en mi presencia y
sé perfecto. Yo establezco mi alianza entre nosotros dos, y te multiplicaré sobremanera”
(Gn 17, 1-2). Apoyado en esta promesa, Abraham envía a un siervo a la búsqueda de una
mujer para su hijo. Y le dice: “El Señor, en cuya presencia he andado, enviará su Ángel
contigo, y dará éxito a tu viaje, y así tomarás mujer para mi hijo de mi parentela y de la
casa de mi padre” (Gn 24, 40).
Cuando Jacob bendice a José entre sus hermanos, le dice: “El Dios en cuya
presencia anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que ha sido mi pastor desde
que existo hasta el presente día, el Ángel que me ha rescatado de todo mal, bendiga a
estos muchachos” (Gn 48, 15-16).
En tiempos del Éxodo, Dios se convierte en el guía de su pueblo: “El Señor iba al
frente de ellos, De día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en
columna de fuego para alumbrarlos” (Ex 13, 21).
Moisés precisa hasta el detalle el itinerario fijado por Dios: “Luego nos volvimos
y partimos hacia el desierto por el camino del mar de Suf, como el Señor nos había
mandado. Durante muchos días anduvimos rodeando la montaña de Seír” (Dt 2, 1).
El Señor marcha como guerrero con el ejército de su pueblo para defenderlo:
“Porque el Señor vuestro Dios marcha con vosotros, para pelear en favor vuestro contra
vuestros enemigos y salvaros” (Dt 20, 4).
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El camino de Dios es una vía espiritual. Dice Moisés: “Acuérdate de todo el
camino que el Señor tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el
desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón” (Dt 8, 2).
La guía de Dios respeta la libertad de los hombres: el camino de Israel se
encuentra ante una encrucijada. Es la hora de elegir, y Dios dirige a su pueblo una
solemne advertencia: “Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si
escuchas los mandamientos del Señor tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas al Señor
tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás
y te multiplicarás; el Señor tu Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para
tomarla en posesión” (Dt 30, 15-16).
Pero Dios conoce la debilidad del corazón del hombre: la infidelidad de su pueblo
es siempre posible. “Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar a
postrarte ante otros dioses y a darles culto, yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio
y que no viviréis muchos días en el suelo que vas a tomar en posesión al pasar el Jordán.
Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante vida o
muerte, bendición o maldición. Escoge la vida” (Dt 30, 17-19).
De hecho se manifestará la infidelidad de Israel por el camino del éxodo: “Pero
tampoco a sus jueces los escuchaban. Se prostituyeron siguiendo a otros dioses, y se
postraron ante ellos. Se desviaron muy pronto del camino que habían seguido sus
padres, que atendían a los mandamientos del Señor; no los imitaron” (Jue 2, 17).
También Jeremías, en una circunstancia más particular, emplea el símbolo de la
encrucijada de caminos. Es en el momento en que Dios decide no combatir más en favor
de su pueblo, al que va a castigar: le da la orden de abandonar Jerusalén, asediada por
Nabucodonosor. La ciudad es condenada, sólo la huida de sus habitantes les salvará la
vida: “Así dice el Señor: Mirad que yo os propongo el camino de la vida y el camino de
la muerte. Quien se quede en esta ciudad, morirá de espada, de hambre y de peste. El
que salga y caiga en manos de los caldeos, que os cercan, vivirá, y eso saldrá ganando”
(Jr 21, 8-9).
Los libros sapienciales retoman la imagen de la encrucijada para advertir al joven
que se deja arrastrar al adulterio. Al tomar el mal camino, no se da cuenta de que está en
peligro de muerte y puede incurrir en la condenación formulada en el libro del Levítico
(20,10). También puede ser víctima de la venganza del marido escarnecido. En
consecuencia, dice el padre a su hijo: “No se desvíe tu corazón hacia esos caminos, no te
descarríes por sus senderos” (Pro 7, 25).
Hay un camino de la paz y un camino de guerra. El camino del mal es tortuoso,
peligroso: es la vía de la discordia y del conflicto: “Camino de paz no conocen, y derecho
31
no hay en sus pasos. Tuercen sus caminos para provecho propio, ninguno de los que por
ello pasan conoce la paz” (Is 59, 8; Rm 3, 17).
Al nacer Juan Bautista, su padre entona un cántico: El Mesías que viene es el
único Sol, el único que puede mostrar el camino de la paz. Si bien Juan Bautista tiene
como misión preparar los caminos del Salvador (cf. Lc 1, 76), es Jesucristo quien
ilumina a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guía nuestros pasos por el
camino de la paz (cf. Lc 1, 79).
Hay un Salmo que insiste en el aspecto misterioso del camino de Dios. Sólo el
Señor es capaz de abrir una ruta en ese elemento inaprensible que es el agua: “Por el mar
iba tu camino, por las muchas aguas tu sendero, y no se descubrieron tus pisadas” (Sal
77, 20)13.
Un proverbio muestra que la creación está algo así como cifrada por las huellas de
Dios. En la mente del sabio esta evocación de lo desconocido remite al hombre hacia el
profundo secreto del Dios oculto, incognoscible: “Tres cosas hay que me desbordan, y
cuatro que no conozco: el camino del águila en el cielo, el camino de la serpiente por la
roca, el camino del navío en alta mar, el camino del hombre en la doncella” (Pro 30, 18-
19).
Tras la deportación en Babilonia, el camino que trae a los exiliados a su patria
adquiere un gran valor simbólico. Este regreso significa asimismo la conversión del
pueblo a su Señor. Isaías invita a Israel a preparar esta partida, a quitar todos los
obstáculos, visibles e invisibles, que pudieran oponerse a esta liberación. “Una voz
clama: „En el desierto abrid un camino al Señor, trazad en la estepa una calzada recta a
nuestro Dios. Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado‟.” (Is 40,3-4;
57,14).
Los repatriados del exilio deben atravesar un desierto. El camino del retorno
adquiere los aires de un nuevo éxodo: “Sí, pongo en el desierto un camino, ríos en el
páramo. Las bestias del campo me darán gloria, los chacales y las avestruces, pues
pondré agua en el desierto (y ríos en la soledad) para dar de beber a mi pueblo elegido.
El pueblo que no me he formado contará mis alabanzas” (Is 43, 19.21).
Isaías describe aún este camino como una vía real, como un dique elevado encima
de una llanura bien regada. Esta ruta es la de un pueblo purificado: “Habrá allí una
senda y un camino, vía sacra se la llamará; no pasará el impuro por ella, ni los necios
vagarán por ella, ni por ella subirá bestia salvaje, no se encontrará en ella; los
13 Salmo 76,20. “Tu te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas, y no quedaba
rastro de tus huellas”. Lit. Horas: laudes, miércoles II.
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rescatados la recorrerán. Los redimidos del Señor volverán, entrarán en Sión entre
aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas” (Is 35, 8-10).
Jeremías invita a Israel a que haga una pausa en su camino y reflexione: “Así dice
el Señor: Paraos en los caminos y mirad, y preguntad por los senderos antiguos, cuál es
el camino bueno, y andad por él, y encontraréis sosiego para vuestras almas” (Jr 6,16).
Pero el pecado siempre puede hacer tropezar al pueblo en el camino que debe
conducirle hacia su Señor. Dice Dios: “Pues bien, mi pueblo me ha olvidado. A la nada
inciensan. Han tropezado en sus caminos, aquellos senderos de siempre, para irse de
trochas, por camino no trillado. Es para trocar su tierra en desolación, en eterna
rechifla: todo el que pase se asombrará de ella y meneará la cabeza” (Jr 18, 15-16).
Los salmos y Proverbios describen el buen camino, el que conduce a Dios: “Me
enseñarás el camino de la vida” (Sal 16, 11)14. “Mi pie se mantiene en el camino recto”
(Sal 26, 12)15. “Mira no haya en mí camino de dolor, y llévame por el camino eterno”
(Sal 139, 24)16. “Así irás tranquilo por tu camino y no tropezará tu pie” (Pro 3, 23).
Dos caminos se oponen: “La senda de los justos es como la luz del alba, que va
en aumento hasta llegar al pleno día. Pero el camino de los malos es como tinieblas, no
saben dónde han tropezado” (Pro 4, 18-19).
Dios puede poner obstáculos y tender lazos en el camino de los pecadores. El
hombre, bajo el efecto de su cólera divina, exclama: “Ha cercado mis caminos con
piedras sillares, ha torcido mis senderos. Oso en acecho ha sido para mí, león en
escondite. Intrincando mis caminos, me ha desgarrado, me ha dejado hecho un horror”
(Lm 3, 9-11).
6.2. Jesús realiza la voluntad del Padre entre nosotros:
En el N.T., Jesús camina mucho. En el camino encuentra a la Samaritana (cf. Jn
4, 1-42), cura al ciego que mendigaba sentado al borde del camino (cf. Lc 18, 35). En la
parábola, el buen Samaritano presenta como modelo a quien no desvía sus pasos del
camino de la misericordia (cf. Lc 10, 29-37).
14 Salmo 15,11. “Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría
perpetua a tu derecha”. Lit. Horas: I vísperas, domingo II.
15 Salmo 25. Lit. Horas: Media, viernes I.
16 Salmo 138. “Mira si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno”. Lit. Horas: vísperas, miércoles
IV.
33
A Tomás que pregunta a dónde va y, cómo ir hacia el Padre, le responde: “Yo soy
el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Y cuando Felipe le pide a Jesús que le muestre
el camino que lleva Padre, Jesús responde: “¿No crees que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí?” (Jn 14, 10). De este modo revela que se trata de un camino
completamente interior. De este modo, Jesús, invita al seguimiento a sus discípulos; la
llamada a los pescadores de Galilea, y la respuesta inmediata y radical los convertirá en
sus apóstoles (cf. Mc 1, 17-18), más adelante, y a quienes le respondieron de esa manera,
Jesús les pedirá una entrega total: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8, 34).
El caso de Pablo en el camino de Damasco ilustra de mejor manera el camino y el
Encuentro con Jesús (cf. Act 9, 1-9), El que era ciego se da cuenta de su ceguera y se
confía al único que puede salvarlo, preguntando: ¿qué debo hacer ahora? Ver significa
empezar a caminar con otros ojos, con otra visión de las cosas. El camino consiste en
aprender a ser discípulo de Jesús.
El libro de los Hechos de los apóstoles describe la vida cristiana como un camino.
Cuando Saulo parte camino de Damasco pide a los jefes de los Sumos sacerdotes cartas
para perseguir a los que siguen el Camino, es decir a los cristianos. Curiosamente en el
mismo camino encontrará el Camino del Señor.
La carta a los Hebreos describe admirablemente el camino de la fe de Abrahám y
de los patriarcas: “Por la fe, Abrahám, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el
lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe, peregrinó
por la Tierra Prometida como en tierra extraña, habitando en tiendas, lo mismo que
Isaac y Jacob, coheredero de las mismas promesas. Pues esperaba la ciudad asentada
sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hb 11, 8-10).
Caminar en la fe es la característica del discípulo y del creyente. Creer en el
camino que se ha elegido, discernir las diferentes posibilidades y apostar por el camino
del Señor, el que lleva a la vida, el que conduce hasta su pueblo; de muchas formas el
mismo vía crucis del Señor. Este destino de la cruz no es un error, sino la marcha
continua tras la Estrella que guía, la misma que no permite el regreso a la ciudad que
mata los profetas: “En la fe murieron todos ellos, sin haber conseguido el objeto de las
promesas: viéndolas y saludándolas desde lejos y confesándose extraños y forasteros
sobre la tierra. Los que tal dicen, claramente dan a entender que van en busca de una
patria; pues si hubiesen pensado en la tierra de la que habían salido, habrían tenido
ocasión de retornar a ella. Más bien aspiraban a una mejor, a la celestial. Por eso Dios
no se avergüenza de ellos, de ser llamado Dios suyo, pues les tiene preparada una
ciudad” (Hb 11, 13-16).
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7. HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO.
“Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí:
„Qué es eso que nos dice:
dentro de poco ya no me veréis
y dentro de otro poco me volveréis a ver
y, me voy al Padre?
Y decían:
¿Qué es ese poco?”
(Jn16, 17-18)
7.1. El Reino de Dios es el cielo hecho historia de salvación:
En la lectura guiada de la historia de salvación se puede constatar que Dios llama a
cada uno por nombre, que conoce sus historias, el momento histórico de cada uno: Es más,
Dios tiene un proyecto sobre la historia de cada persona17.
El problema es no permanecer sordos, ciegos a sus llamados, a los signos evidentes
de su presencia en la historia personal. Esta meditación exige estar atentos y generosos para
escuchar, ver, sentir y saber responder.
Las diferentes llamadas de Jesús, como por ejemplo a los discípulos en la barca (cf.
Lc 5,1-11), a Zaqueo en la sala de su casa (cf. Lc 19,1-10), con sus consecuentes exigencias
(cf. Lc 9,57-62; Mc 10,17-22), tienen una serie de aspectos que es importante considerar
en cada historia particular:
Jesús es solidario con los hombres, especialmente con los más pobres y necesitados,
y propone su plan de salvación y verdadera liberación por el anuncio del Reino de Dios.
Además se presenta ante el hombre con esta propuesta: llama a otros para con ellos
construir ese Reino de Dios. Invita para seguirlo; aún después de su muerte, estando en
Jerusalén encerrados y con miedo de los judíos tras la muerte del maestro, los discípulos
sienten su presencia real que atraviesa las paredes del lugar en que se encuentran (cf. Jn
20,19-29). La promesa que le hace a los discípulos de la pascua fue estar con ellos hasta el
fin del mundo (cf. Mt 28, 16-20). Es como decir que Jesús estará con sus discípulos
siempre compartiendo con ellos sus alegrías, tristezas, esperanzas y dolores.
Jesús llama a diferentes personas, la respuesta generosa de cada uno, es decir, las
respuestas hechas con juicio y razón, corazón, sin reservas para el servicio del Reino, por el
17 El camino pedagógico del EPJ es poder llevar al joven a salir de sí, esto es a entender que la mejor forma
de transformar el mundo es poder vencer su egoísmo por la capacidad de entrega y servicio que los jóvenes
pueden desplegar. Esto mismo lo hizo Jesús para mostrar el gran amor transformador que salva a la
humanidad.
35
mismo camino que Jesús indica, comprometen al discípulo a seguirle e imitarle en todo
momento, en lo fácil y en lo difícil, cuando hay abundancia y cuando hay escasez, cuando
se vive en calma, o cuando las relaciones revelan más persecución.
Informa el evangelio de Mateo que Jesús "Iba proclamando la Buena Nueva del
Reino y curando toda enfermedad y dolencia en el pueblo" (Mt. 4,25), esta es la actividad
masiva de Jesús y realiza la petición del Padrenuestro: "Venga a nosotros tu Reino". Pero el
anuncio de Jesús va mucho más allá de sus palabras; por la respuesta de los discípulos sus
palabras y acciones irrumpen en la realidad de Dios. Cuando los hombres apuestan con un
sí a sus llamados, Dios se hace presente, su Reino anunciado se hace posible y real.
Recuérdense las palabras de Jesús al explicar el porqué de su manera de actuar frente al
mal: “pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios es que ha llegado a vosotros
el Reino de Dios” (Mt. 12,28).
Jesús resucitado sigue trabajando por su Reino en cada llamada que hace a hombres
y mujeres, y en cada respuesta de ellos, sus discípulos. Así es como Dios llega a ser Rey;
cuando triunfan los valores de las Bienaventuranzas en las personas: justicia, paz,
solidaridad, libertad para cada uno y para todos, especialmente para los pobres. Eso quiere
decir que el Reino está dentro de cada uno, cuando comprometidos por el amor los
discípulos de Jesús expulsan sus propios demonios que impiden amar y servir.
En la historia de los diferentes llamados hechos por Dios hay un contraste: por
una parte la realidad del mal, del dolor, de la injusticia existente en el mundo, por otra, la
realidad de Dios como Padre, como amor que afirma la vida y que quiere la felicidad de
todos. Cuando se toma en serio a Dios como Padre de todos los hombres, de la misma
forma como Jesús lo hizo, se cae en la cuenta de que su realidad es negada en el mundo y
su soberanía no aceptada. Por eso, Jesús reclama la presencia de Dios y llama a la
conversión, al cambio personal y colectivo. San Pablo de la Cruz, fundador de los
pasionistas entendió que el olvido de la Pasión de Jesús, que el olvido del gran amor de
Dios, es la causa de los males de su tiempo, y propone como remedio a tanto sufrimiento
hacer memoria de su amor.
La revelación de Dios en la historia se realiza siempre a través de hechos y
palabras. En el camino de Jesús se ha llamado a esta manera de actuar: signos del Reino
de Dios. No se trata de un nuevo éxodo a la manera de Moisés y el pueblo de Israel, ni de
hacer milagros para probar a los incrédulos algún tipo de poder, ni tampoco pretende
Jesús convencer a quienes dudan y facilitar de esta manera su tarea mesiánica, todo esto
sería más bien como una tentación.
Los signos del Reino de Dios presentan un lógica diferente; liberan, devuelven la
dignidad, restituyen la integridad, comunican vida. Todo esto no es la salvación. Cada
uno de estos caminos están abiertos para el hombre como propuesta, y para que a su vez
pueda decir: “Dios visita a su pueblo” (Lc 7,16).
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7.2. Un camino de enseñanzas simples:
Un primer camino son las enseñanzas de Jesús a través de parábolas con las que
introdujo un fuerte conflicto entre la idea de Dios predominante y su experiencia de Dios
Padre. Por ejemplo: Dios busca la oveja perdida (cf. Lc 15,4-7): se trata de la imagen de
Dios que arriesga todo por encontrar aquel que se ha pedido del grupo y cuando lo
encuentra festeja sin medida.
Jesús habla de Dios utilizando una nueva imagen de Él, a la que no estaban
acostumbrados a recurrir. Cada una de estas narraciones sencillas, extraídas de la vida
cotidiana, presentan elementos sorprendentes que dan que pensar. Así es Dios, como en
cada una de las narraciones sencillas, tan cotidiano y a la vez tan profético. A los escribas
y fariseos que murmuraban diciendo “éste acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc
15,2), Jesús les cuenta la parábola del amor del Padre. Lo que se descubre es la imagen
de un Papá que para hacer su voluntad prefiere ponerse a los pies de sus hijos, pero sobre
todo cuando ellos necesitan más de su amor (cf. Lc 15,11-31); se describe un
comportamiento inaudito de parte del papá de la narración, quien se derrite en la puerta a
la espera del hijo, que corre al verlo, que no le permite hablar para explicar nada, que
manda traer el mejor traje, un anillo, zapatos, y hacer una fiesta para él por su retorno.
Que además sale a la puerta para rogarle a su otro hijo que entre para celebrar la vida del
hermano. Así es Dios, nos dirá Jesús.
Las relaciones que establece este Dios de Jesús se basan en un amor
misericordioso, gratuito e inquebrantable. Las nuevas relaciones que se desprenden de
esta relación no son para contabilizar. En el mismo capítulo de Lucas se narran dos
parábolas mas: la oveja perdida (cf. Lc 15,4-7) y la moneda perdida (cf. Lc 15, 8-10).
Ambas tienen exageraciones sorprendentes que no es fácil explicar. Por ejemplo, no se
entiende que un hombre que cuida cien ovejas organice una reunión por lo alto para
celebrar que encontró la oveja perdida, cuando antes había puesto en riesgo noventa y
nueve ovejas dejándolas a su suerte mientras la búsqueda; tampoco se entiende que una
mujer que pierde una moneda vuelque su casa hasta encontrar la monedita y termine
haciendo una reunión junto con sus amigas para celebrar que encontró la moneda perdida.
Lo cotidiano que se convierte extraordinario revela una nueva imagen de Dios. Así es
Dios, dirá Jesús.
Hay otra parábola que merece ser considerada: el siervo inútil (cf. Lc 17,7-10). Se
trata de un ataque frontal de Jesús contra la espiritualidad de quien funda su vida en el
cumplimiento de la ley. Recurre a la imagen de un siervo, que realiza su vida haciendo lo
que tiene que hacer; no espera una recompensa. El valor de la enseñanza de Jesús está en
que el siervo obediente, es ante todo obediente a sí mismo, .
Otra parábola profundiza aun más esta nueva imagen de Dios en la que Jesús
decide vivir: El funcionario que no quiso perdonar (cf. Mt 18,23-34). La desproporción
37
de quien había recibido el perdón de una gran deuda, y que en adelante debiera ser
fundamento de su comportamiento con el prójimo; resulta escandaloso cuando en la
misma situación su comportamiento dice literalmente lo contrario, cuando, en la misma
situación, es incapaz de perdonar una pequeñez, y en su reclamación incluso llega a
quitarle la dignidad a un padre de familia (equivalente a quitarle el manto). Las palabras
del rey, “Yo te perdoné toda aquella deuda...¿no debías también tú compadecerte de tu
compañero del mismo modo que yo me compadecí de ti?” (Mt 18,32-33) son reveladoras,
y describen lo insoportable del comportamiento de Dios, que es generoso sin límites,
frente al comportamiento mezquino del hombre, que al final se queda sin nada de lo
ganado por preferir el otro camino que no es el del Padre y sus ejemplos.
Pero Jesús anuncia el Reino en categorías dinámicas. Por ejemplo habla del
crecimiento silencioso del amor de Dios en la persona (cf. Mt 13, 33); del gran valor
definitivo, que no se impone, sino que es propuesta gratuita por la que se relativiza otros
valores (cf. Mt 13, 44); de lo pequeño capaz de convertirse en la casa de muchos (cf.
Mt13, 31-32). Descubrir a este Dios oculto es una experiencia que llena de una alegría
indescriptible y que cambia toda la vida: “Es como un tesoro escondido en un campo,
que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a enterrar y, por la alegría que le da, va, vende
todo lo que tiene y compra el campo aquel” (Mt 13,44-56). En contraste con el riesgo que
supone esta apuesta total por Dios, señala Jesús: “No podéis servir a dos señores” (Lc
16,13), “Buscad el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por
añadidura” (Mt 6,33; Lc 12,31). Es como decir que la experiencia del Dios de Jesús
unifica.
Jesús invita a sus discípulos a creer en esta nueva imagen del amor de Dios. Se
trata de una realidad escondida, que al ser descubierta se convierte entonces en una
realidad plena: “Dios sea todo en todas las cosas” (1Cor 15,28).
7.3. El camino de un Dios que toma partido:
Jesús cambia con la imagen de un Dios opresor; la visión religiosa que él tiene y
enseña a sus discípulos es la de un encuentro personal, en la que toda la iniciativa parte
del amor de Dios. Pero Jesús no elimina la Ley de Moisés, la lleva a plenitud, es por eso
que dice: “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para sábado” (Mc 2,27).
En todas las controversias Jesús, antepone al hombre, lo ubica en el centro de las
cuestiones importantes y pregunta cual es el mayor bien (cf. Mc 3,3-4). En el fondo,
recupera el sentido de la Ley: ser instrumento de liberación y de la felicidad del hombre.
Aferrarse a la Ley es la coartada por la que las personas anhelan la seguridad,
pero Jesús le quita las falsas seguridades al hombre, y lo invita a leer su historia como
lugar de la realización de la voluntad de Dios.
Mateo presenta la escena del juicio final (cf. Mt 25). Allí Jesús afirma que Dios se
identifica con los pobres y necesitados: “Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos
38
más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). El pobre y necesitado es el lugar de
encuentro con Dios en la historia y la caridad es el idioma que nos pone en relación con
ese Dios oculto. El llamado del amor al prójimo se encuentra en muchas religiones, sin
embargo lo original de Jesús es que en el servicio generoso al pobre se establece una
íntima vinculación más profunda Dios. Para encontrar al Dios de Jesús hay que abrir el
corazón, salir de sí mismo, mantenerse alerta ante la realidad, y descubrir su voluntad
cada día.
7.4. El camino de Dios es la vida y no la muerte del hombre:
En la postura radical de Jesús por purificar la falsa imagen de Dios, el hombre
piadoso es quien corre más peligro de hacerse un Dios a su imagen. Denuncia, por
ejemplo, que la religiosidad es una forma de ceguera y la oración, hipocresía (cf. Mt 6,5);
fuente de explotación (cf. Mc 12,40); pues usan a Dios como excusa para no hacer el bien
debido al prójimo (cf. Mc 7,9-13); que ponen a la Ley por delante del hombre (cf. Mc
2,23-28), que utilizan el templo para legitimar la injusticia (cf. Mc 11,15-17); que
encubren bajo capa de religiosidad mezquindades y pecados (cf. Mt 23,27); que se
vanaglorian de su integridad religiosa para despreciar a los demás (cf. Lc 18,9-14); que se
preocupan de los diezmos más insignificantes y se olvidan de la fe, de la misericordia y la
justicia (cf. Lc 11,42).
Dios no está ni en el templo ni en las oraciones ni en el cumplimiento de la Ley ni
en las virtudes cuando el mensaje del Reino no es acogido, cuando las exigencias de la
vida diaria no son cumplidas. Allí no está Dios. La denuncia de Jesús no es un arrebato
de espiritualismo, es el llamado de atención a quienes teniéndose por buenos se confían a
un ídolo (cf. Jn 7,28.30; 8,19-20. 54-55. 59), y se dirige a los presuntos conocedores del
verdadero Dios.
Conocer a Dios es practicar la justicia: “Todo el que ama es nacido de Dios y a
Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1Jn 4,7-8). Para
Juan el amor se identifica con la práctica de la justicia: “Todo el que ama es nacido de
Dios” (1Jn 4,7), es decir, “Si sabéis que Él es justo, sabed también que todo el que
practica la justicia es nacido de Él” (1Jn 2,29). Al final, la cruz será la resultante de una
imagen de Dios vivida en medio de una religión machista y dominante.
39
8. DANOS EL PAN DE CADA DÍA
“Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo;
el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.
Entonces le dijeron:
„Señor danos siempre de ese pan‟.
Jesús les dijo:
„Yo soy el pan de la vida‟.”
(Jn 6,32-34)
8.1. Un Padre que da el pan de cada día:
La petición del Padrenuestro es escueta: “nuestro pan cotidiano dánosle hoy” (Mt
6,11), “danos cada día nuestro pan cotidiano” (Lc 11,3). ¿A que pan se refiere? Se le
pide pan para la subsistencia. El pan es necesario para la vida, el pan, el alimento que se
necesita para la vida. No se excluye que también pueda ser el pan de la Palabra de Dios,
recuérdese las palabra de Jesús en el relato de las tentaciones cuando el tentador le ofrece
convertir las piedras en pan: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que
sale de la boca de Dios” (Lc 4,4). Es interesante el dinamismo de la petición: Pedir pan
a Dios, trabajar por el pan; compartir el pan, celebrar la fiesta del Pan; cada una de las
acciones hace parte, involucra, y compromete el verdadero alimento y la vida de una
comunidad.
Pedir el pan, recibir el pan, es traer a Dios a la casa, es ser conscientes de que Él
interviene en la vida de cada día, y que tiene que ver con la historia de cada uno. En la
enseñanza de Jesús y de las comunidades cristianas, nadie puede dispensarse del trabajo
(cf. 2Tes 3,10), es necesario ganarse la vida; sería más fácil evitar el sudor, pero la
petición recuerda que a Dios le interesa todo lo que forma parte de la existencia. Dios es
solidario de los problemas, las preocupaciones, y por consiguiente de los trabajos.
La petición, „danos el pan de cada día‟, tiene que ver con un llamado a la
hospitalidad, y encuentra su expresión en la acogida que se presta, en el servicio de la
caridad. No basta pedir el pan para todos, también es necesario trabajarlo, compartirlo, y
reconocer la providencia de Dios en quien: “Los ojos de todos están puestos..., esperando
que les des la comida a su tiempo... Abres tú la mano y sacias el deseo de todos los
vivientes” (Sal 104)18.
La recomendación de Jesús invita a una confianza total en la bondad del Padre:
“No andéis preocupados por la vida pensando qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con
qué os vestiréis... pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso”
(Mt 6, 25-34). Lo único que se necesita saber es que: “ya sabe vuestro Padre...”. El Padre
18 Salmo 103. De la litúrgia de la horas
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sabe de cada uno tiene dibujado sobre la palma de su mano, como un tatuaje imborrable,
su rostro (cf. Is 49,16)19.
En la enseñanza de Jesús se llama al pan, “nuestro pan”, no dice: 'Dame mi pan
cada día', se trata de la oferta de un pan abundante y suficiente para todos; se trata
también del pan de la justicia, lo escandaloso de la petición es el contraste entre quienes
mueren de hambre por falta de pan frente a quienes mueren de indigestión. Unos
preocupados por la falta de pan, y otros por el exceso de colesterol. El pan que da el
Padre no es propiedad privada, es decir, algo de lo que privamos a los demás.
Las palabras de Jesús son reveladoras cuando dice a los discípulos tentados de
encerrarse para comer sin el recurso de la solidaridad: “dadles vosotros de comer” (cf.
Mc 6,35-37). Comprender estas palabras y tomarlas como un proyecto de vida dio origen
a la solidaridad en la comunidad de Jesús. Las palabras anticipan su enseñanza del fin, de
lo que no hay que olvidar en cualquier caso: “Tuve hambre y me disteis de comer...” (Mt
25,). La lección de la historia de Israel es hermosa e ilustra esta relación del hombre con
el pan Dios alimenta a su pueblo, pero con la condición de que no almacene más que lo
que necesita para cada día (cf. Ex 16): “Que nadie guarde para mañana” (Ex 16,19),
sería como no confiar lo suficiente en Dios.
8.2. Recibir el pan que viene del Padre:
El evangelio de Juan informa que una gran muchedumbre sigue a Jesús hasta un
lugar desierto, una montaña situada en la otra orilla del lago, lejos de la ciudad. El relato
del milagro, hecho con cinco panes, habla de un alimento material, sin embargo las
alusiones al Sinaí y la proximidad de la Pascua, remiten a otra realidad. Jesús dice:
“Obrad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para la vida
eterna, el que os dará le Hijo del Hombre” (Jn 6, 27). Es cuando Jesús se identifica con
el maná, el pan venido de Dios para dar la vida al mundo: “Si no coméis la carne del Hijo
del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6, 53). En la
resurrección los discípulos comprendieron estas palabras. Jesús hablaba de su vida
ofrecida en la cruz pero resucitada en la Eucaristía, en la comunión con el Cuerpo
entregado y en esa Sangre derramada. Así, el pan remite a otra realidad en donde Dios es
fuente de vida: es Padre en el Hijo que da origen a la comunidad. La comunión con ese
pan, la confianza en el que se entrega como alimento, da lugar a una nueva relación con
Jesús, y por tanto con el Padre.
Es interesante resaltar que en el texto de Juan el don del pan ocurre en el desierto.
Es en la necesidad donde el hombre es capaz de acoger todo como un regalo de Dios,
19 La reflexión espiritual Jesús nuestro héroe señala que la actitud más hermosa de Jesús es poder sentir el
dolor de los que sufren, hasta el punto de hacerlo suyo. Podemos decir que Jesús sentía el dolor de los
marginados de su tiempo, y de la misma manera los emproístas queremos continuar haciendo nuestra esta
actitud de Jesús, por ellos nos sentimos enviados.
41
mientras, que si la situación fuera de excesiva facilidad se perdería fácilmente lo esencial.
La lógica de las bienaventuranzas, “Bienaventurados los que tenéis hambre de justicia,
porque seréis saciados”. (Mt 5,6), es también la lógica de la Eucaristía y de la entrega, de
la pobreza y el trabajo, del pan y la solidaridad.
En la última cena Jesús define el sentido de toda su existencia, como servicio: "Yo
estoy en medio de vosotros como quien sirve" (Lc 22,27). El servicio define la lógica de
la revelación, se contrapone a la lógica humana: la donación de la vida es la Revelación
del misterio, pues la encarnación de Cristo es ya absoluta y total donación del Padre que
realiza su acción en el mundo entregando y derramando su ser en el Hijo y después a
través del Espíritu. En la locura de la cruz (cf. 1Cor 1,18-25) la lógica de la encarnación
alcanza la mayor expresión del amor del Padre (cf. Jn 3,16; 1Jn 4,9; Rm 8,32; Flp 2,6-8;
2Cor 8,9). He aquí la alianza nueva y eterna, núcleo central de la fe de los discípulos y de
la espiritualidad de comunión, en especial aquella comunión de la VR.
La comunión en Cristo Jesús establece el principio fundamental de la lógica del
seguidor, donde el dar - darse es ganarse, mientras que el reservarse es perderse (cf. Mt
16,25; Mc 8,35; Lc 9,24; Jn 12,25). Más que un comportamiento describe las
características propias del ser y del actuar de Dios. Jesús describe esta identidad con una
imagen agricola, pero llena de contenido: "si el grano de trigo que cae en la tierra y
muere, produce mucho fruto" (Jn 12,24), de lo contrario queda infecundo.
Jesús, con su entrega, da origen a una comunidad abierta (cf. Mt 22,1-10), de ahí
la imagen del banquete con los pobres y los pecadores (cf. Mc 2,15-17) que, rompiendo
los moldes exige una comunidad nueva. Según San Pablo esta comunión es participación
del cuerpo de Cristo: "el ser muchos un solo cuerpo, ya que todos participamos de un
único pan" (1Cor 10,16-17).
8.3. El Hijo es el pan venido del cielo que da vida al discípulo:
El N.T. compara la llegada del Reino con un banquete de bodas (cf. Mc 2,18-22;
Mt 22, 1-14; 25,1-12; Lc 12, 35-38; 14, 7-11). El libro del Apocalipsis menciona el
banquete de bodas del Cordero, al que afluyen los invitados y que coincide con la
plenitud del Reino de Dios (cf. Ap 19, 6-9): “He aquí que estoy a la puerta y llamo; si
alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré y cenaré con él y él conmigo” (Ap
3,20).
La imagen esponsal puede ser referida de manera especial al estilo de la Vida
Religiosa. El Concilio Vaticano II establece una estrecha relación entre la dimensión
esponsal del consagrado y la promesa de la castidad, por la que se evoca ante el mundo
aquel admirable desposorio, establecido por Dios, y que ha de revelarse plenamente en
el siglo futuro, por el que la Iglesia tiene a Cristo por único esposo (PC 12). Esta
sabiduría es el eje de la espiritualidad de la consagración, El N.T. concentra deferentes
imágenes que reflejan la absoluta confianza en la misma providencia de Dios (cf. 1Cor
42
1,24; Mt 7,28; Col 2,3; Rm 11,33); sabiduría superior a la de Salomón (cf. Mt 12,42);
inaudita para la lógica humana, e incapaz de comprender esta Sabiduría escondida (cf.
1Cor 1,19-2,8), y que se justifica por sus obras (cf. Mt 11, 18-19). También una sabiduría
que desenmascara al hombre, haciéndole caer en la cuenta de su pecado (cf. Lc 7, 40-50;
Lc 22, 21s), pero esta sabiduría también le ofrece el perdón (cf. Lc 19, 6-9). El evangelio
de Juan la presenta como la Palabra o como la Luz.
La expresión: “denles ustedes de comer” (Mt 14,16) se equipara a la expresión:
"Haced esto es memoria mía" (Lc 22,19). Pues ambas destacan la mesa de la palabra y la
mesa del banquete; la mesa del encuentro.
Desde sus inicios, la comunidad cristiana se fue construyendo en torno a la
presencia del Señor en el banquete eucarístico y a la memoria de sus palabras y sus
gestos. La pregunta de Jesús a los Hijos de Zebedeo es reveladora: "¿podéis beber el
cáliz que yo he de beber?" (Mc 10,38). La comunión del cáliz es participación no sólo en
la sangre del Cristo sino también en su suerte y destino, en aquel camino que llega hasta
la entrega total de sí mismo (cf. Mc 10, 45; 14, 26). Ante la respuesta positiva de los
discípulos el Señor cumple su promesa de darles a beber su propio cáliz en la última
cena. El sacrificio de sí mismos, la plena entrega a semejanza de Jesús que, cumpliendo
la voluntad del Padre y, asumiendo la forma de siervo, aprendió sufriendo a obedecer (cf.
Flp 2,7; Hb 5,8), coincide más adelante con la entrega y la donación sacrificial de los
discípulos.
En consecuencia, la eucaristía, memorial de la obediencia del Señor, debe ayudar
a vivir la obediencia al Padre, la confianza y entrega filial a su amor. Por su carácter
dialogal esta obediencia es una confianza basada en el amor, pues sólo a aquél al que se
ama profundamente puede decírsele: "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42; Jn
4, 34).
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9. PERDONA NUESTRAS OFENSAS.
“En verdad,
en verdad os digo:
lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre.
Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre.
Pedid y recibiréis,
para que vuestro gozo sea colmado”
(Jn16, 23-24).
9.1. El perdón que viene de Dios:
La parábola del siervo que no quiso perdonar define la situación del hombre ante
Dios (cf. Mt 18 24), refleja el estado de pecador. La petición que se hace es: perdónanos
o ponnos en paz. Sobre el perdón, Jesús enseña en el evangelio de Mateo: "En efecto, si
vosotros perdonáis a los hombres sus faltas, también os perdonará vuestro Padre
celestial; pero si no perdonáis a los hombres, vuestro Padre tampoco os perdonará
vuestras faltas" (Mt 6, 14-15); y, más adelante: “Cuando os pongáis a rezar, si tenéis
algo contra alguien, perdonádselo, para que también vuestro Padre que está en los
cielos perdone vuestros pecados” (Mt 11, 25).
No se pide a Dios actuar el perdón a la manera de los hombres, pues el amor de
Dios no tiene condiciones. En las parábolas del hijo, la oveja y la moneda perdida de Lc
15, el perdón se ofrece sin ninguna condición, y se subraya, incluso, que la razón del
regreso del hijo no es su arrepentimiento, sino el hambre que pasa. Tampoco la oveja
tenía más cualidades para que la fueran a buscar. Lo que queda manifiesto es lo gratuito e
incondicional del amor de Dios.
Otros textos subrayan el perdón del Padre condicionado al perdón entre las
personas de la comunidad, de la familia. Se trata de un solo mandamiento, no de dos (cf.
Mt 22,34-40). La enseñanza de Jesús relaciona la oración y el perdón como experiencias
inseparables, como decir que la búsqueda de Dios exige la búsqueda del hermano. Se
impone la pregunta de Dios en el paraíso: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4, 9). En
consecuencia, no podemos pedirle a Dios que perdone si antes no se ha perdonado a los
deudores, lo cual implica soportar injusticias y renunciar a toda venganza: “Yo os digo
que no opongáis resistencia al malvado... Amad a vuestros enemigos, rezad por los que
os persiguen...” (Mt 5, 38-47).
Las palabras de Jesús son reveladoras cuando exigen con respecto al culto: “Si
vas a presentar tu ofrenda, y te acuerdas de que tu hermano tiene queja de ti...” (Mt 5,
23-24). No importa quien tenga la culpa, si un hermano está dolido contigo habrá que
hacer todo lo que esté al alcance para restaurar la relación. Esta exigencia está por
encima, incluso, de la ofrenda del culto. Como decir que la reconciliación no se puede
retrasar, aunque sí el culto. La comunión con Dios exige la reconciliación con el prójimo:
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“Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; pues si no ama al
hermano suyo a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,20).
Los capítulos 18 y 19 del evangelio de Mateo destacan el perdón en la dinámica
de la comunidad. Por ejemplo, insiste en lo ilimitado del perdón, no hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete (cf. Mt 18,22). Junto a la parábola del siervo sin entrañas se
puede concluir que: “Así os tratará mi Padre celestial, si cada uno no perdona a su
hermano de todo corazón” (Mt 18,35). El ejemplo de esta manera de actuar, en cualquier
caso, es Dios.
Pedir el perdón es, entonces, saber dar el perdón. Es pedirle a Dios que se porte
con cada uno de la misma manera con que cada quien se porta con el prójimo. De esta
manera la medida del perdón es la persona, no tanto su debilidad, ni el deber de las cosas,
sino la persona y la generosidad al aceptarla tal cual es. No es que con nuestro perdón se
merezca el perdón de Dios; se trata más bien de la condición que hace posible y facilita la
toma de conciencia del amor de Dios.
El perdón de Dios es el perdón del Padre, es decir, la apertura a su amor acogedor
e incluso escandaloso. Los siervos se relacionan de una manera, los amigos de otra (cf. Jn
15,15), pero los hijos son capaces de reaccionar, sentir, pensar y actuar de otra manera:
como el Padre:“el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9)20.
Tomar conciencia de la condición pecadora ayuda en el proceso de búsqueda de la
voluntad de Dios, pero darse cuenta de la misericordia que Dios tiene funda la
comunidad. Por el perdón se profundiza la fe y el criterio de discernimiento: "Con la
medida con que tratéis a los demás, seréis tratados vosotros" (Mt 7,2).
9.2. Vivir desde la pedagogía del perdón:
Jesús comienza su predicación invitando a la conversión. El perdón no puede ser
dado sino por Dios, pero se necesita que alguien lo reciba. Y la conversión no es sino la
aceptación de esa oferta de Dios; pero el perdón es una gracia, y la conversión es la
concreción, la acogida de esa gracia. Los profetas predicaron la conversión para
prepararse al perdón. Ésta fue la misión del Bautista, y éste es uno de los aspectos de la
misión de Jesús: “A esta generación no se le dará otro signo más que el de Jonás” (Mt
12, 39). Mc resume la predicación inicial de Jesús así: “Se ha cumplido el tiempo; ya
llega el reino de Dios, convertíos (Mc 1, 14-15). Esta conversión es la parte del hombre
en su propio y verdadero perdón.
20 Los consagrados, “su existencia da testimonio de amor a Cristo cuando se encaminan al seguimiento
como viene propuesto en el Evangelio y, con íntimo gozo, asumen el mismo estilo de vida que Él eligió
para Sí. Esta loable fidelidad, aun no buscando otra aprobación que la del Señor, se convierte en memoria
viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los
hermanos”. Caminar desde Cristo, N.5.
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En los evangelios sinópticos hay una historia que revela de forma singular la
manera como Jesús anuncia el perdón: le traen un paralítico para que lo cure, pero Él dice
en cambio: “Tus pecados te son perdonados” (Lc 5,20 y par). No dice „yo te perdono tus
pecados‟, es decir, le hace caer en la cuenta de que quien perdona es Dios.
A diario en laudes recordamos el texto del Benedictus (cf. Lc 1,67-79), en el que
se define la misión de Juan Bautista: “Y tú niño, irás delante del Altísimo”. No dice que
Juan da el perdón, sino que conoce la salvación que da el perdón de los pecados. También
el texto de la anunciación de Juan el Bautista a Zacarías (cf. Lc 1,17) dice que Juan debía
venir para “reconciliar a los padres con los hijos” (Mal 3, 24). Ésta es la finalidad del
bautismo de conversión del que Lucas habla en Actas de los apóstoles (cf. Act. 13, 24;
19,1). Pero lo más importante se encuentra en que Juan cumpla su misión; “La gente
venía a Juan y le decía: ¿qué debemos hacer?”, a lo que Juan responde: “quien tenga
dos túnicas, dé una a quien no tiene; que quien tenga qué comer comparta”. De nuevo
centra la respuesta en actos de amor al prójimo (cf. Lc 3,12).
El texto del paralítico orienta la enseñanza de Jesús (cf. Mc 2,1-12), unos hombres
traen en una camilla a un hombre que estaba paralizado. Intentan llevarlo hasta Jesús.
Por la cantidad de gente lo suben a la terraza y separando las tejas lo bajan ante Él. Jesús
ve la fe del grupo, y la del paralítico: “Viendo su fe, Jesús le dice: Hombre, tus pecados
te son perdonados” Pero los presentes exclaman: “¿Quién es éste que dice tales
blasfemias? ¿Quién puede quitar los pecados fuera de Dios?” Tienen razón, pues el
pecado es una ofensa a Dios, por tanto sólo Él puede perdonarlo. El fallo está en no poder
analizar la situación para ver que Jesús es quien trae el perdón de Dios. La respuesta de
Jesús va más allá al darse cuenta de cómo razonan: “Pues para que veáis que el hijo del
hombre está autorizado para perdonar los pecados en la tierra... Jesús dice al paralítico:
Escucha, tú, ponte en pie, carga con tu camilla y márchate a tu casa”. Obsérvese que al
inicio Jesús dice: Dios te perdona, pero al final quien obra con poder es Él mismo.
Entonces todos dicen: “Hoy hemos visto cosas increíbles”.
La comida en casa de uno de los fariseos es una de las catequesis más hermosas
sobre el perdón (Lc 7,36-50). Jesús, que acababa de definirse como el amigo de los
pecadores y publicanos, se presenta como el auténtico profeta que todos esperan. Es
cuando el fariseo invita a Jesús a comer a su casa; también llega la mujer, conocida
pecadora. Ella se ha dado cuenta de su pecado, ha entendido el amor de Dios, y se acerca
para expresar su arrepentimiento delante de aquel profeta, y del pueblo reunido, Trae un
perfume, seca los pies del maestro con sus cabellos: signo de amor y de humildad. En
otro lugar el fariseo piensa para sus adentros: “Si éste fuera profeta sabría quién es esta
mujer que le toca y que es una pecadora”. Jesús le conoce le cuenta una historia: “un
acreedor tenía dos deudores...” Pero al final, Jesús hace una pregunta situada desde otro
punto: “¿Quién de los dos amará más?” Todos saben que el gesto de la mujer es una
expresión de amor, un amor que brota del perdón: ¿Quién le amará? Aquel a quien más
46
se le ha perdonado. Ha amado mucho porque se le ha perdonado mucho. Sí, la respuesta
realmente es esa. Las palabras de Jesús son aun más fuertes: “Tus numerosos pecados te
son perdonados”. Así es Dios.
También la respuesta de Zaqueo cuando recibe a Jesús puede servir para
considerar el perdón de Dios y la pedagogía del amor: “Mira, la mitad de mis bienes,
Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien le he sacado dinero, se lo restituiré cuatro
veces” (Lc 19,8). La exclamación de Jesús es también contundente: “Hoy ha llegado la
salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahám. Porque el Hijo del hombre ha
venido a buscar lo que estaba perdido y a salvarlo” (Lc 19,9).
9.3. A manera de conclusión: el perdón como don y liberación del hombre:
El perdón es, entonces, la acogida comprensiva y bondadosa que Dios hace. A
Dios se le conoce porque es: “lento a la cólera, rico en piedad y leal” (Ex 34, 6),
“misericordioso y compasivo, que perdona los pecados y salva” (Eclo 2,11). Lo cual es
motivo de sorpresa y gratitud: “¡Qué grande es la misericordia de Dios y su perdón para
los que a él se convierten!” (Eclo 17,29).
El perdón es obra de Dios: “Él nos eligió para que estuviéramos delante de él sin
falta por el amor” (Ef 1,4); “todos pecaron, pero graciosamente van siendo
rehabilitados por la generosidad de Dios” (Rm 3,24); “os digo, hijos, que vuestros
pecados están cancelados por obra suya” (1Jn 2,12).
Ese perdón lo concede Cristo, en quien “obtenemos la redención de los pecados”
(Col 1,14; Ef 1,7); “el que cree en él obtiene el perdón de los pecados” (Act 10,43);
mediante la confianza en Jesús, que es el abogado junto al Padre (cf. 1Jn 2,1); mediante
la confianza en Dios cuando la conciencia acusa, (cf. 1Jn 3,20); y mediante el
reconocimiento humilde de los pecados (cf. 1Jn 1,9).
El perdón de Dios da fuerza para aceptarse a sí mismo, los miedos y debilidades.
Y para poder perdonar a los demás: “El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo
mismo” (Col 1,13); “perdonaos mutuamente como Dios os perdonó por Cristo” (Ef
4,32); para poder decir así: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los
que nos ofenden” (Mt 6,12).
Y así la reconciliación del hombre con Dios se realiza por la iniciativa de Dios en
Cristo (cf. 2Cor 5,18). “El Padre manifestó su misericordia reconciliando consigo el
universo, lo terrestre y lo celeste” (Col 1,20). Desde siempre Dios tomó la iniciativa de
reconciliar a los hombres y al mundo (cf. 2Mac 1,5; 5,20), pero últimamente lo ha
realizado a través de Cristo Jesús: él reconcilió a los hombres con Dios por medio de la
cruz (cf. Ef 2,16). Reconciliar significa, por tanto, que Dios, por libre iniciativa suya,
pone fin a la enemistad en que se encontraba el hombre en relación con él (cf. 2Cor 5,19).
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10. COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN.
“Os he dicho esto,
para que mi gozo esté en vosotros,
y así vuestro gozo sea colmado.
Éste es el mandamiento mío:
que os améis los unos a los otros
como yo os he amado”
(Jn15,11-12).
Meditación para alcanzar mas amor.
En el capítulo 21, el evangelio de Juan presenta la ultima de las apariciones de
Jesús a sus discípulos. Se refiere ya, a un contexto eclesial del grupo de discípulos. Es
decir, se trata de una comunidad constituida y con una experiencia hecha a partir de la
experiencia de la resurrección. Tanto el contexto de la barca como el de la pesca son la
mejor imagen de lo que es una comunidad, pues en la imagen los discípulos tienen que
aprender a trabajar en equipo. Subir a la barca es tomar la responsabilidad de ascender,
como Jesús al monte, o a Jerusalén, o a la cruz, o después, en Galilea, al Padre. Los
discípulos tuvieron que aprender a seguir al maestro, y el proceso lo hicieron después de
su muerte, y después de su resurrección.
El primer aprendizaje que debían hacer era pescar al amanecer, no en la noche. El
discípulo de Jesús es un hombre de luz, no de tinieblas. La comunidad de los resucitados
nace en la mañana de la resurrección, cuando la noche oscura de la muerte deja de tener
sentido y de causar terror, cuando a la luz de los trabajos del día, el grupo se convierte en
la tarea permanente. Se trata de todo un nuevo aprendizaje. “Muchachos, ¿no han
pescado nada? … Echen la red a la derecha”. Aprender en la escuela de Jesús exige
desaprender; se trata de dejarse guiar por las enseñanzas del maestro. En realidad los
discípulos, hasta ese momento, no habían entendido la escritura, quizá ni siquiera habían
entendido a Jesús nunca. Lo habían escuchado, pero debían aprender a ser un equipo, una
comunidad; el cuerpo del resucitado en el mundo, un organismo vivo.
Al final del encuentro, el diálogo entre Jesús y Pedro alcanza su culmen, Jesús
pregunta por aquello que en realidad hay que aprender: a dar la vida. La pregunta de
Jesús a Pedro con tanta insistencia: “me amas?”, no representa la desconfianza del
maestro, sino el tema principal del diálogo de los discípulos con Jesús: se trata de la
acción más repetida de un discípulo de la pascua; se trata de la misión que han de vivir
durante su vida de ahí en adelante: confirmar la fe de los hermanos con la propia vida.
Volver a Galilea, regresar al mismo lugar donde habían dejado las redes antes, es volver
al amor primero: ésta es la mayoría de edad de los discípulos: dejar de huir de la
violencia, del conflicto, de la desilusión. Pero, ahora sin el maestro, ellos lo experimentan
en la misión, que es un ponerse a prueba. Las palabras de Jesús indican el camino:
“sígueme”.
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11. NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN
“Yo ya no estoy en el mundo,
pero ellos sí están en el mundo,
y yo voy a ti.
Padre santo cuida en tu nombre a los que tú me has dado,
para que sean uno como nosotros”.
(Jn 17, 11)
11.1. Una experiencia de la vida: la tentación:
¿Qué se entiende por tentación, y quien tienta a quien? ¿Puede el hombre tentar a
Dios? En la historia de Israel frecuentemente el pueblo se detenía para murmurar contra
de Dios y su manera de conducir la historia: “Nos habéis hecho salir a este desierto para
hacer que muera de hambre toda esta multitud” (Ex 16, 23). La tentación contra Moisés
en este caso es la misma tentación contra Dios. Igual cuando experimentan la sed en el
desierto y no hay agua a la vista (cf. Ex 17, 1-7). En el salmo invitatorio se recuerda cada
día esta tentación constante en la vida del pueblo; Massá es sinónimo de tentación y
Meribbá parece ser la realización de la tentación a manera de protesta y de murmuración
(cf. Salmo 95, 8-9)21.
Se trata de la narración de la fe inmadura del pueblo, que espera siempre a que
Dios resuelva todas las dificultades, incluso a manera de exigencia: “¿Está o no está el
Señor en medio de nosotros?” se pregunta. Y comenta Yahveh: “Todos estos hombres
que han visto mi gloria y los prodigios realizados por mí en Egipto y en el desierto, y sin
embargo 'me han puesto a prueba' ya diez veces y no han obedecido mi voz, no verán
ciertamente el país que he jurado dar a sus padres” (Nm 14, 22-23).
Tentar a Dios es equivalente a dudar de su amor, de su presencia en la historia, y
por tanto, de su salvación. La tentación no está en las dificultades, sino en la exigencia
que se hace para que Dios se manifieste cuando el hombre lo ordena. El hombre desafía a
Dios para que realice signos extraordinarios, y para que demuestre su amor y
preocupación.
Una fe que se alimenta del milagrismo, de lo extraordinario, de lo sensacional,
que no sabe leer en la vida los signos del paso de Dios, más que creer, es tentar. El libro
de la sabiduría dirá: “Él se deja encontrar por los que no le tientan, se muestra a los que
no se niegan a creer en él” (Sb 1, 1-2).
21 “No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Massá en el desierto”. Salmo 94.
Invitatorio en la Lit.. de las Horas.
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Pero también se encuentra la posibilidad de que sea Dios quien tiente al hombre
por medio de pruebas, por ejemplo en el A.T.. Se dice que Dios "excita" al hombre a
pecar (cf. 1Sm 26,19; 2Sm 24,1), o bien que le envía un espíritu malo (cf. Jue 9, 23; 1Sm
18, 10-11) que lo conducirá al pecado. Una tentación se encuentra en la interpretación de
la progresiva revelación de Dios, que hace pensar al pueblo que Dios los pone a prueba
para ver hasta dónde llega su fidelidad (cf. Gn 22,1; Ex 15, 25; Dt 8, 2-3). Y aunque Dios
no empuja al pueblo a la prueba, cada una de las situaciones es la oportunidad para dar
testimonio de la fe.
¿Cuál es la visión que el hombre de fe tiene en la prueba? Primero, es una
oportunidad para medir la calidad de la fe, la fidelidad, la resistencia y el aguante en la
confianza a Dios. El ángel de Dios le explica a Tobías: “Yo he sido enviado para probar
tu fe” (Tob 12, 13). En segundo lugar, la crisis, la tentación, saca afuera las motivaciones
internas. En la historia de Abraham Dios le da aquella orden al patriarca no para tentarlo,
sino para que él manifieste su fe: “Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te
hizo recorrer en estos cuarenta años por el desierto, para humillarte y ponerte a prueba,
para saber lo que tenías en el corazón, y si ibas a observar o no sus mandamientos” (Dt
8, 2). Es decir, que la tentación es la oportunidad para tomar una decisión. Y, por último
la tentación sirve al creyente de camino de purificación: “Dios los probó y los encontró
dignos de él; los purificó como al oro en el crisol y los aceptó como un holocausto” (Sab
3, 5-6). “El crisol es para la plata y el horno para el oro, pero el que prueba los
corazones es el Señor” (Prov 17, 3). “Escudríñame, Señor, y ponme a prueba, purifica
con el fuego mi corazón y mi mente” (Sal 26, 2).
Al inicio de los evangelios se cuenta que fue el Espíritu quien condujo a Jesús
hasta el desierto para tentarlo. Obsérvese que la imagen de la tentación no resalta de esta
manera, la tentación misma como en la respuesta que da Jesús al tentador, es donde se
encuentra la fuerza del relato.
La tentación-prueba toma diversas formas: sufrimientos, contrariedades,
persecuciones, ausencia de Dios, triunfo aparente de las fuerzas del mal, desilusión ante
el fracaso, el dolor del inocente, los escándalos dentro del mismo pueblo de Dios. La
historia de Israel puede leerse como una tentación. Por ejemplo, con los cuarenta años por
el desierto: Dios quería ver si su pueblo es capaz de confiar en Él: “El Señor vuestro Dios
os pone a prueba para saber si amáis al Señor vuestro Dios con todo el corazón y toda el
alma” (Dt 13, 4). Lo mismo: “Hijo, si te presentas para servir al Señor, prepárate para
la tentación” (Eclo 2, 1). Y, “El que ha viajado conoce muchas cosas, el que tiene
mucha experiencia hablará con inteligencia. El que no ha tenido pruebas, poco sabe”
(Eclo 34. 9-10).
En la carta de Santiago se afirma que es preciso alegrarse cuando llega la
tentación: “Considerad como perfecta alegría, hermanos míos, el que sufráis toda clase
de pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce la paciencia” (St 1, 2-3). Y
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también: “Dichoso el hombre que soporta la tentación, porque una vez superada la
prueba recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo aman” (St 1,
12).
Pablo, al despedirse de los ancianos de Mileto les recuerda: “Serví al Señor con
toda humildad, en medio de lágrimas y pruebas” (Act 20, 19). Y Pedro explica: “Estad
llenos de gozo, aunque ahora tengáis que veros afligidos por diversas pruebas para que,
el valor de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, que a pesar de estar destinado a
perder, se prueba a fuego, ceda en alabanza vuestra” (1Pe 1, 6-7). Y también:
“Queridos, que no os sorprenda el incendio de la persecución que se ha encendido en
medio de vosotros para probaros, como si os ocurriese algo extraño. Sino que, en la
medida en que participáis de los sufrimientos de Cristo, os alegréis de que en la
revelación de su gloria podáis gozar y exultar” (1Pe 4, 12-13).
Al final, las palabras de Jesús: “Vosotros sois los que perseverasteis conmigo en
las pruebas; y yo preparo para vosotros un reino... para que podáis comer y beber a mi
mesa” (Lc 22, 28-30).
11.2. Vuestro enemigo el diablo que ronda (1Pe 5,8-9):
Pero el mal que rodea la vida muchas veces es personificado, se trata de la
constatación de que en el mundo hay una fuerza que se opone al proyecto de Dios, y que
tiende a separar al hombre de la voluntad de su Señor (cf. Gn 3, 19). Dice la segunda
carta a los Corintios: “La serpiente en su malicia sedujo a Eva” (2Cor 11, 3). Este es el
discernimiento que hay que hacer tras la elección, ya no se trata de decir que Dios tienta
al hombre: “Nadie en la tentación diga que Dios le tienta, pues Dios no tienta a nadie”
(St 1,13). El relato de las tentaciones presenta a Jesús sometido a la prueba, sien embargo
el acento de los textos se encuentra en la respuesta de Jesús, más que es la tentación como
tal. Él define su voluntad ante Dios por la respuesta que da.
En el evangelio el que vence es Jesús, y lo hace por la fuerza de su palabra. Es
decir porque se mantiene consecuente con lo que dice, sus obras son expresión de su
fidelidad. La palabra en la carta del apóstol san Pablo es la espada del Espíritu. (cf. Ef. 6).
En el relato de las tentaciones, el tentador intenta separar a Jesús del proyecto del
Padre, es decir, de su decisión, que en la cruz se expresa por el camino de la humillación,
del rechazo, por un camino más fácil, el del éxito, la facilidad y el poder (cf. Lc 8,13;
18,8; Ap 3,10).
Pero la oración que se dirige a Dios en cualquier caso es no caer en la tentación.
En esta oración Dios tiene un papel importante: impide que el discípulo consienta la
tentación ¿de qué manera puede suceder esto?. Si se acepta que „entrar en la tentación‟
es lo contrario a „entrar en el reino,‟ en la vida, en la felicidad buscada y anhelada. La
petición es mucho más seria, pues se trata de confiar a Dios cualquier proyecto y
51
propósito de la vida que busque el encuentro con Dios y que exija el encuentro con los
hermanos. Pedir a Dios que libre de la tentación es buscar los medios para no volver a
mirar atrás, a las situaciones dejadas, confiando en la nuevas situaciones (cf. Mt 26,41;
1Cor 10, 13).
Es ilógico pedirle a Dios que evite la tentación sin la participación activa de cada
uno. Las tentaciones son y tienen fuerza; se personifican en la medida que se les permite
actuar en una persona y que no se hace nada para evitarlas. Así, Dios permite cada una de
las situaciones que son realmente tentaciones. Por ello pedir a Dios que nos libre de la
tentación es la ratificación del deseo de ser sólo de Él, y la decisión de perseverar en el
camino y proyecto emprendido. Éste es el momento de realizar esta acción con decisión.
Si Cristo enseña a orar de este modo es porque quiere que sus discípulos sean sólo
para él, y porque sabe que se puede afrontar la tentación teniendo confianza en la acción
amorosa de Dios. La pregunta que cabe no es: ¿Dónde está Dios cuando se es tentado?,
pues aquí no es tan importante una respuesta racional y lógica, pues Él actúa con
indiferencia y silencio (como en el calvario). Es mejor considerar si durante el camino se
tiene la confianza en Dios.
Emprender el camino de cara a la misión de cada día con esta oración en los
labios es la prueba de no haber perdido el tiempo dedicado a Dios. Es decir, se pide la
confianza en las palabras que se han escuchado a través de la oración para el proyecto de
vida. Por ejemplo en los relatos de la Pasión se puede decir que la fe de los discípulos
estaba a prueba. El evangelio de Lucas lo presenta de esta manera: “Simón, Simón,
Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que no
pierdas la fe” (Lc 22, 31-32).También: “El que crea que está en pie, tenga cuidado de no
caer” (1Cor 10, 12). O, “Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados por encima de
vuestras fuerzas; pero con la tentación os dará también la solución y la fuerza para
soportarla” (1Cor 10, 13). En todos los casos la invitación de Jesús es un llamado a la
confianza: “Velad y orad para que no entréis en la tentación” (Mc 14, 38), es decir, a no
se separarse de la voluntad del Padre, incluso en los momentos más conflictivos.
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12. LÍBRANOS DEL MAL.
“No te pido que los quites del mundo,
sino que los guardes del maligno”
(Jn 17, 15).
12.1. Decir „líbranos del mal‟, es como decir „necesitamos de ti‟:
Desde la iglesia primitiva, y en la enseñanza de Jesús, se aprendió a decir:
“Líbranos del Maligno”. La expresión quiere afirmar el deseo de permanecer lejos de
todo aquello que no sea Dios, lejos del mal. En diversos pasajes la oración y enseñanza
de Jesús quiere mantener a sus discípulos lejos de la experiencia del maligno: “Sea
vuestro lenguaje sí, sí, no, no; lo que pase de ahí procede del Maligno” (Mt 5,37). “Si
uno escucha el discurso sobre el Reino, y no lo entiende, viene el Maligno y le arranca lo
sembrado en su mente” (Mt13,19). “No pido que los saques del mundo, sino que los
libres del Maligno” (Jn 17,15). San Pablo también hace la misma advertencia: “Para
todo, embrazad el escudo de la fe, en el que se apagarán las flechas incendiarias del
Maligno‟ ( Ef 6, 16); “El Señor, que es fiel, os fortalecerá y protegerá del Maligno”
(2Tes 3,3). También San Juan: “Os escribo, jóvenes, que sois fuertes, conserváis el
mensaje de Dios y habéis vencido al Maligno” (1Jn 2, 13-14); “El engendrado por Dios
lo protege para que el Maligno no lo toque” (1Jn 5, 18-19).
Según los anteriores textos el objetivo del maligno es: Primero, apartar de su
vocación y de su misión al discípulo, hasta privarlo de Dios, que lo ha consagrado.
Segundo, no permitir que la Palabra produzca sus frutos deseados. Tercero, busca que el
seguidor de Jesús se impregne de la mentalidad del mundo. Cuarto, quiere que el
discípulo se olvide de la consagración que hizo, hasta que deje de estar al servicio de
Dios, y desee servir a otros señores: a los ídolos, tan habitualmente rechazados por toda
la Escritura . Finalmente, que renuncie a su fe y confianza en Dios, y caiga en las manos
del señor de este mundo.
Hay que recordar que la actividad de Jesús se presenta muchas veces como una
lucha contra Satanás, vale la pena en este momento considerar algunos exorcismos (cf.
Mc 1, 21-28; 4, 35-41; 5, 1-20; Mc 3,20-30).
San Pablo asegura: “El Señor es fiel, él os robustecerá y os guardará del
Maligno” (2Tes 3, 3). La carta a los Tesalonicenses recuerda que ser hijos y que andar
expuestos a diversos peligros hace al seguidor un hombre a menudo amenazado de
sucumbir en cada uno de estos males que le rodean. Marcharse de la casa del Padre y no
saber si volver o no, exige la intervención del Padre que es quien puede recuperar sus
hijos; su familia. Sólo Dios puede devolver la condición de hijos a quienes vuelven hasta
su puerta y se dejan tratar como hijos, no como jornaleros. Es decir, sentirse en casa, y
bajo su techo.
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Confesar la propia debilidad, reconocer la vulnerabilidad: “Entonces gritamos al
Señor, Dios de nuestros padres, vio nuestra humillación, nuestra miseria y opresión: el
Señor nos hizo salir de Egipto con mano poderosa y brazo fuerte” (Dt 26, 7-8). Es
cuando Israel reconoce la imagen del Dios libertador, el Dios del Éxodo.
La imagen que mejor ayuda a comprender esta oración es el texto de Pedro:
“Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar:
resistidle firmes en la fe” (1Pe 5, 8). La maldad, que ha echado profundas raíces en el
corazón, no puede ser extirpada sino por la persona misma. La enseñanza de Jesús en este
campo pide hacerse como niños y pedir ayuda al único que puede lograrlo. Por eso es que
se debe orar al Padre diciendo: Líbranos del Maligno.
A través de la petición se le insiste a Dios que no deje a sus hijos en una situación
amenazadora y que, en cambio, los arranque del poder del Mal que se desata sobre el
mundo. Es algo muy similar a esa otra petición de Jesús por sus discípulos, en vísperas de
su muerte: “No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del Maligno” (Jn
17,15). De este modo, incluso en la última petición del padrenuestro, se asume con
responsabilidad la misma súplica que Cristo dirigió y sigue dirigiendo al Padre por todos;
se asume la propia necesidad del Padre.
12.2. ¿Cómo comprender la voluntad de Dios? A manera de conclusión.
El recorrido por las palabras de Jesús es el mismo camino por la voluntad de Dios,
teniendo presente que ésta se manifiesta principalmente a través de la comunidad. No se
escoge cristianamente pensando solamente en sí mismo, pues las buenas opciones se
realizan en el marco de la Iglesia, cuerpo de Jesús en la historia.
La enseñanza de Jesús a sus discípulos es entonces conducida al conocimiento de
la voluntad de Dios, y el conocimiento de dicha voluntad conlleva la realización de la
vocación y el correspondiente discernimiento. No se trata de una misma cosa, aunque se
hallan estrechamente unidas.
Pedir estar lejos del mal, es pedir estar más cerca de Dios, más ceñidos a su
voluntad. Es decir, considerar la salvación, el plan de Dios en la propia vida; que es la
manera como Dios, buen Padre de familia, dispone las cosas en la historia y en el mundo.
El capítulo primero de la carta a los Efesios sintetiza toda esta idea de manera
muy profunda: “Él ha derramado abundantemente sobre nosotros esta gracia para
realizarla en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza” (Ef
1). Se trata de purificar ideas equivocadas acerca de la voluntad de Dios, pues, no son un
libro ya escrito, se trata más bien de captar la fuerza del amor que nos atrae, por ejemplo,
a una comunidad o a una familia; es el amor de Dios en Cristo el que atrae hacia una
determinada manera de ser personas en el mundo y en la Iglesia.
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En el evangelio de Juan, en el contexto de los anuncios de la Pasión, Jesús dice de
sí mismo: “cuando sea elevado en lo alto, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12,32). Es decir
que Jesús desde la cruz, desde la Eucaristía, atrae hacia sí mismo, configura, no sólo
como personas, sino también como comunidad, como Iglesia, como humanidad. Dirigirse
a Dios, lejos del maligno es alcanzar la estatura moral, humana, en Cristo por el Espíritu
Santo.
Alimentar el dinamismo de la búsqueda auténtica de la voluntad de Dios es la
tarea del discípulo. La oración, la lectio divina, el sacramento de la Penitencia y de la
Eucaristía, el compromiso en el servicio, son mecanismos permanentes propuestos e
implícitos en el estilo religioso. Aunque también habrá que dar importancia a algunos
signos, no sueños, que se manifiestan en la historia de cada quien, para discernir esa
dirección al amor de Dios. En este punto quizá sea útil leer la parábola de las minas (cf.
Lc 19, 11-27), precisamente porque allí, en las cosas confiadas a cada uno a manera de
misión - vocación, hay mucho de historia de salvación, o mucho de resistencia al amor.
Hay acogida al plan de Dios que libra del mal camino, o a su vez hay obstáculo al
proyecto de Dios que nos quiere definitivamente para sí.
¿Cuál es el trabajo personal al que se orienta un nuevo ejercicio permanente a
partir de este momento? escuchar los movimientos interiores. Sintonizar con la voluntad
de Dios en todo momento, saber encontrar dentro de cada uno las palabras y los gestos
adecuados que apoyen las decisiones tomadas y, que defiendan de las perturbaciones de
la vida.
La pregunta por la voluntad de Dios busca centrar la persona en su historia
particular, y aunque se responde no siempre sobre designio conocidos, el esfuerzo ha de
dirigirse en cualquier caso a su plan de amor. Este crecer en el amor, acción del Espíritu,
mueve a orar constantemente, y al discernimiento del querer del Señor. Escribe San
Pablo: “Sabemos que todo concurre al bien de los que aman a Dios, que han sido
llamados según su designio” (Rom. 8,28). Quien crece en este amor, busca las
motivaciones de la vocación con sinceridad y sin temor a equivocarse. Por tanto, la regla
fundamental del discernimiento está en dar espacio al Espíritu de Dios que habita en cada
uno, a fin de que ore en nosotros, y guíe el camino que se pretende recorrer. Las palabras
de Jesús a Pedro sirven de guía permanente: “Pedro, ¿me amas?”. Es la pregunta
antropológica decisiva para comprender la naturaleza profunda del hombre.
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ÍNDICE A MANERA DE PRESENTACIÓN ............... 2
1. PADRE NUESTRO ....................................... 5
1.1. Dios, padre y madre de todos: ..................... 5
1.2. Encontrarse en la imagen de Dios: ............. 6
1.3. Cuando recen digan: ¡Papá! (Lc 11,2): ..... 7
2. QUE ESTÁS EN EL CIELO. ........................ 9
2.1. Un Dios y Padre al alcance del hombre: .... 9
2.2. El lugar de Dios es el cielo: ...................... 10
2.3. El Dios Padre de todos: ............................. 11
3. SANTIFICADO SEA TU NOMBRE .......... 13
3.1. El Antiguo Testamento como crisis por el
Padre: .......................................................... 13
3.2. Jesús se encarna para santificar el nombre
de Dios en la historia de los hombres: ......... 14
3.3. Santificar el nombre de Dios por el espíritu
de Jesús: ....................................................... 15
3.4. Jesús ora al Padre en quien tiene su
fundamento: ................................................. 17
3.5. Jesús vive porque dice: „Santificado sea tu
nombre‟: ....................................................... 19
4. VENGA A NOSOTROS TU REINO. ....... 21
4.1. La esperanza mesiánica: ........................... 21
4.2. El Reino de Dios esta cerca: ..................... 21
4.3. El Reino de Dios es Jesús: ......................... 22
4.4. Orar para pedir el Reino: ........................... 24
5. HÁGASE TU VOLUNTAD. ....................... 25
6. HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA.
..................................................................... 27
6.1. La voluntad de Dios en la tierra de Israel: 27
6.2. Jesús realiza la voluntad del Padre entre
nosotros: ....................................................... 30
7. HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA
COMO EN EL CIELO. ...............................32
7.1. El Reino de Dios es el cielo hecho historia de
salvación: .....................................................32
7.2. Un camino de enseñanzas simples: ...........33
7.3. El camino de un Dios que toma partido: ...35
7.4. El camino de Dios es la vida y no la muerte
del hombre:...................................................36
8. DANOS EL PAN DE CADA DÍA ...............37
8.1. Un Padre que da el pan de cada día: ........37
8.2. Recibir el pan que viene del Padre: ...........38
8.3. El Hijo es el pan venido del cielo que da
vida al discípulo: ..........................................39
9. PERDONA NUESTRAS OFENSAS. .........41
9.1. El perdón que viene de Dios: .....................41
9.2. Vivir desde la pedagogía del perdón: ........42
9.3. A manera de conclusión: el perdón como
10. COMO NOSOTROS PERDONAMOS A
LOS QUE NOS OFENDEN. ......................45
11. NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN
......................................................................46
11.1. Una experiencia de la vida: la tentación: 46
11.2. Vuestro enemigo el diablo que ronda (1Pe
5,8-9): ...........................................................48
12. LÍBRANOS DEL MAL. .............................50
12.1. Decir „líbranos del mal‟, es como decir
„necesitamos de ti‟: ......................................50
12.2. ¿Cómo comprender la voluntad de Dios? A
manera de conclusión...................................51
don y liberación del hombre: ............................44