Siempre Me Aterraron Los Libros de Las Bibliotecas y Los Libros Usados

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Una nueva página ¿Puede el Kindle mejorar realmente al libro? Por Nicholson Baker Me encargué un Kindle 2 en Amazon. ¿Cómo podría no haberlo hecho? Había publicidades laterales sobre él en toda la Web. Cada vez que iba al sitio de Amazon, me recomendaban comprar uno. “Decile hola al Kindle 2”, decía, en letras grandes en la página principal. Si buscaba algún escritor particular en Amazon –Mary Higgins Clark, por ejemplo- y luego llegaba a la página de su atrapante novela Pálida como la luna, en la línea superior de la página decía: “esta novela y más de 270.000 otras están disponibles para el Kindle de Amazon – el nuevo dispositivo de lectura sin cable de Amazon. Infórmese: “Comience a leer “Pálida como la luna” en tu Kindle en un minuto. ¿No tienes un Kindle? Consigue el tuyo aquí.” Si yo iba a la p{agina de Kindle para bajar digitalmente “Pálida como la luna” ($6.39) no se me ofrecía un link a la versión impresa. Me estaban manejando. Todo el mujn do estaba diciendo que el nuevo Kindle era terriblemente importante –que era una especie de llamado de diana de la revalorización post-gutenberg. En el Wall Street Journal, el crítico cultural Steven Johnson escribió que estaba solo en un restaurante en Austin, Texas, cuando le entraron unas ganas terribles de leer una novela. En unos minutos, gracias al Kindle, con la conexión a redes 3G sin cable- ellos lo llaman “red de susurros”- él se hallaba sumergido en el primer capítulo de la novela de Zadie Smith “Sobre la belleza” ($9.99 por el e-book, $10.20 por la versión impresa). Escribir y publicar, para él, no iba a volver a ser lo mismo. En Newsweek, Jacob Weisberg, el editor jefe del grupo Slate, reveló que durante semanas él había estado haciendo sus lecturas recreativas en el Kindle 2, y declaró que le ofrecía una “experiencias fundamentalmente mejor” que la del papel y la tinta. “Jeff Bezos” – el fundador de Amazon y su CEO- “ha construido una máquina que marca una revolución cultural,” dijo Wiesberg. “Los libros impresos, el artefacto más importante de la civilización humana, van a unirse a los diarios y revistas en su camino a la obsolencia.” 1

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Una nueva página¿Puede el Kindle mejorar realmente al libro?Por Nicholson Baker

Me encargué un Kindle 2 en Amazon. ¿Cómo podría no haberlo hecho? Había publicidades laterales sobre él en toda la Web. Cada vez que iba al sitio de Amazon, me recomendaban comprar uno. “Decile hola al Kindle 2”, decía, en letras grandes en la página principal. Si buscaba algún escritor particular en Amazon –Mary Higgins Clark, por ejemplo- y luego llegaba a la página de su atrapante novela Pálida como la luna, en la línea superior de la página decía: “esta novela y más de 270.000 otras están disponibles para el Kindle de Amazon – el nuevo dispositivo de lectura sin cable de Amazon. Infórmese: “Comience a leer “Pálida como la luna” en tu Kindle en un minuto. ¿No tienes un Kindle? Consigue el tuyo aquí.” Si yo iba a la p{agina de Kindle para bajar digitalmente “Pálida como la luna” ($6.39) no se me ofrecía un link a la versión impresa. Me estaban manejando.Todo el mujn do estaba diciendo que el nuevo Kindle era terriblemente importante –que era una especie de llamado de diana de la revalorización post-gutenberg. En el Wall Street Journal, el crítico cultural Steven Johnson escribió que estaba solo en un restaurante en Austin, Texas, cuando le entraron unas ganas terribles de leer una novela. En unos minutos, gracias al Kindle, con la conexión a redes 3G sin cable- ellos lo llaman “red de susurros”- él se hallaba sumergido en el primer capítulo de la novela de Zadie Smith “Sobre la belleza” ($9.99 por el e-book, $10.20 por la versión impresa). Escribir y publicar, para él, no iba a volver a ser lo mismo. En Newsweek, Jacob Weisberg, el editor jefe del grupo Slate, reveló que durante semanas él había estado haciendo sus lecturas recreativas en el Kindle 2, y declaró que le ofrecía una “experiencias fundamentalmente mejor” que la del papel y la tinta. “Jeff Bezos” – el fundador de Amazon y su CEO- “ha construido una máquina que marca una revolución cultural,” dijo Wiesberg. “Los libros impresos, el artefacto más importante de la civilización humana, van a unirse a los diarios y revistas en su camino a la obsolencia.”Un montón de gente común estaba excitada por el Kindle 2, además había casi 1500 calificaciones de cinco estrellas hechas por clientes en la tienda de Kindle que decían “amo mi Kindle” una y otra vez, y menos de cien calificaciones con amargas cien estrellas. Los libros Kindle eran limpios “siempre me aterraron los libros de las bibliotecas y los libros usados”, una visitante, Christine Ring, escribió en el sitio Web de Amazon. “Nunca sabes dónde han estado”, “Ha revigorizado mi interés en la lectura,” dice otro comentador. “Estoy enganchado” dice otro “si se me cayera el Kindle a las cloacas, me compraría otro inmediatamente.”

Y la unidad se vendía: en abril, lo blogs de tecnología manejaban rumores de que trescientos mil Kindle 2 habían sido despachados desde su presentación el 24 de febrero. Bezos le escribió una carta a los accionistas: “Las ventas del Kindle han excedido nuestras expectativas más optimistas”. Y siguió en “The Daily Show” y se rió. (Ver el video de Youtube llamado “Jeff Bezos Laughing Freakishly Loud on The Daily Show with Jon Stewart.”)

La página de Amazon mostraba una mujer con anteojos de sol, sentada en la playa con el Kindle sobre su rodilla. Debajo de eso había videos testimoniales hehcos por escritores de renombre como Michael Lewis y Toni Morrison, reciclados del ágape del Kindle original, en otoño de 2007. James Patterson, la fuerza detrás de la lista de los número uno más vendidos del Times, dijo que disfrutó leyendo fuera, donde tenía, confió, “un maravilloso parque, una linda pileta y todo eso”. Patterson estaba complacido de descubrir, mientras leía el Kindle al lado de la pileta, que el viento no

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hacía que las páginas del libro se pasaran. “Solo existe una única página”, explicó. Neil Gaiman cambió de ser un escéptico a un “absoluto creyente”.

¡Bien, bien! Comencé a tener ese mediano sentimiento de euforia que sientes después de ver una propaganda por diez minutos. Seguramente, el Kindle era caro, pero el precio es una manera de comprar el compromiso total. Esto podría cambiar para siempre mi manera de leer. Nunca fui un lector veloz. Soy caprichoso, nunca termino los libros que empiezo; dejo de leer los libros por cinco, diez años y luego los agarro otra vez. Quizás, pensé, si yo ordenara este Kindle 2 sin cable, sería empujado a un mundo de consumición compulsiva y demónica de libros, como Pippin que mira fijo la piedra de Orthanc. Quizás podría atorarme con Rebecca West, o Jack Vance, o Dawn Powell. Quizás el Kindle era el gimnasio hogareño de la librariedad: algo caro que, cuando te comprometés con él, te obliga a hacer más de aquello que vos creas que es necesario que hagas más.

En verdad, el nombre del producto no era muy impactante. ¿Kindle? Era simpático y siniestro al mismo tiempo –peor que Edsel, o Probe, o el Bob de Microsoft. Pero uno perdona un mal nombre. Uno incluso puede llegar a adorar un mal nombre, si el producto es en si mismo delicioso.

Me llegó vía UPS, en una gran caja de cartón. Dentro de la caja había una bolsa de plástico con claras burbujas de aire, un envoltorio angosto con un “$359” en él, y otra caja de cartón. Esta decía, en letras separadas y minúsculas, “kindle”. En un lado de la caja había una cinta de plástico entrelazada al cartón, debías tirar de ella para abrir el envoltorio limpiamente. Sobre ella estaban las palabras “Había una vez”. Tiré de ella y abrí.

Dentro había otra caja, más bonita que la primera. El cartón negro estaba impreso con un cisne de letras negras brillantes, y en el centro estaba, otra vez, la palabra “kindle”. Había otra cinta para tirar en el costado que decía, otra vez, “Había una vez”. Entré en un mundo de envoltorios de relatos insertados a la manera de Italo Calvino. (Por cierto, los relatos italianos de Calvino no están disponibles en la tienda de Kindle aún). Tiré otra vez y abrí.

Dentro, de frente en su armazón de línea blanca, estaba el artefacto en sí mismo. Era pálido, del tamaño aproximado de una novela de tapa dura, pero mucho más delgado, y tenía una pequeña pantalla y un teclado QWERTY en la parte inferior hecho de pequeñas teclas redondas que resistían la presión. Miré asombrado las teclas un momento y pensé en un acordeón restaurado.

El enchufe, que estaba combinado con el conector USB, estaba extremadamente bien diseñado, en el mejor estilo post-Apple. Era un muy, muy buen enchufe. Prendí el Kindle y toqué la tecla Home. Home te da la lista de lo que tienes en tu Kindle. Había algunos libros esperandome de los que yo había ordenado –eso era agradable- y había también una carta de saludos de Jeff Bezos. “¡Kindle es un tipo de artefacto enteramente nuevo, y nos complace tenerlo como uno de los primeros clientes!” escribió Bezos. Leí la carta y algo de “El dragón de su majestad” (una fantasía de dragones escrita por Naomi Novick que ocurre durante las guerras napoleónicas, venía de regalo), “Los viajes de Gulliver”, y “Manos suaves”, una novela gratuita de la serie de Arlequín de Leslie Kelly. Cambié el tamaño de la letra. Busqué una lista de textos. Me debatí con un sentido de anticlímax.

El problema no era que la pantalla estuviera en blanco y negro, si realmente hubiera estado en blanco y negro, eso habría estado bien. El problema era que la pantalla era gris. Y no era simplemente gris, era un gris verdoso, enfermo. Un gris postmortem. El tipo de letra, Monotype Caecilia, de tamaño variable, aparecía de un

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gris más oscuro. Gris oscuro sobre gris más claro y verdoso era la paleta del Kindle de Amazon.

¿Esto es a lo que le llaman papel digital? ¿Esta ventana de cuatro por cinco a una tarde nublada? ¿Dónde quedó el papel blanco o papel crema? Olvídense de los colores primarios o los colores de la impresora. ¿Dónde estaban las afiladas letras negras desparramadas como palitos de comer laqueados sobre un mantel limpio?

Se lo mostré a mi esposa. “Qué pena que no tenga un soporte,” dijo. “Podrías colocarlo parado como un espejo y leer mientras comés.” Mi hijo dio vueltas en una edición Kindle de las novelas sobre la antigua Britania de Bernard Cornwell. “No está tan mal”, dijo, “el mapa está bueno. Algunos de los nombres no son legibles. Preferiría estar leyendo eso” –señalando su versión en papel de Cornwell, que estaba boca abajo por ahí- “pero definitivamente puedo leer esto.”

Sí, definitivamente podés leer cosas en el Kindle. Y lo hice. Montones de cosas al principio. Leí algunas de las “Confesiones” de De Quincey, algo de “El amor conquista todo” de Robert Benchley, y algunas de las varias versiones de “El libro de la selva” de Kipling. Sin embargo, no extraje ninguna nueva alegría de estos grandes libros. Los dibujos de Gluyas Williams no estaban en el libro de Benchley, e incluso el pasaje de la avispa en “¿Piensan los insectos?” simplemente no era lo mismo en el gris de Kindle- Hice un experimento. Encontré una edición impresa del libro “El amor lo conquista todo” y leí el mismo pasaje de la avispa. Me reí: ja, ja. Después fui de nuevo al Kindle 2 y leí el pasaje de la avispa otra vez. No me reí. Por supuesto, para ese momento había leído el pasaje tres veces, y ya no era más cómico. Pero el punto es que no había sido gracioso la primera vez que lo encontré, cuando estaba en la pantalla del Kindle. La Monotype Caecilia era severa y calvinista, tiene una manera de reducir todo a una cadena arbitraria de palabras.

Mientras leía algo de “Max”, una novela de James Patterson, probé con el dispositivo de texto leído. La voz lectora tenía una entonación educada y pausada de Europa central, como Ton Hanks en “La terminal”, y en ocasiones se confundía con las oraciones. En una ocasión creyó que “miss” (pérdida”) era una abreviatura del nombre de un estado: “El amaba la persecución, la caza, el segundo en que se cruzaban las habilidades y la suerte que le permitía ejercitar su perfección, su inhabilidad para Mississippi. Apagué la máquina.

Aún así, saben, mucha gente lo ama. Para ser justos con Kindle, tenía que leerme por lo menos un libro entero. Jeff Bezos llama a esto “forma larga” de lectura. Tuve cierto éxito una mañana cuando con mi Kindle me sumergí en las profundidades de “Guía completa para idiotas para escribir una novela erótica”, de Alison Kent. Hay, según aprendía, cuatro niveles distintos de intensidad en la industria de la novela erótica: dulce, húmedo, ardiente y abrasador. Esta parecía ser información pertinente, considerando que los lectores de este tipo de novelas son en su mayoría usuarios de Kindle. “El éxito del libro electrónico se alimenta del mercado de la novela romántica y la erótica,” Peter Smith, de ITworld, declaró. Smith cita a la actriz y entusiasta del Kindle Felicia Day, de “Buffy la cazavampiros”, quien se estuvo dando atracones de lebros de asuntos paranormales como “Deseos oscuros en el borde de la noche”. “Leí como 6 libros esta semana y ordené 10 más”, escribió en su Blog. “Es el tipo de material que jamás habría revisado en Barnes y Noble, porque el reluciente y aceitoso pecho del hombre de la tapa me habría hecho sonrojar demasiado.”

Las novelas románticas digitales no explican completamente el éxito del Kindle –ni la clase de devoción que inspira. Para averiguar más, fui a Freeport, en Maine, para hablar con Eileen Messina, la gerente del negocio de importaciones británicas, justo

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enfrente de L.L. Bean. Messina, una mujer pensante e inteligente, de unos treinta años, tenía toda clase de cosas en su Kindle, incluidos “Anna Karenina”, “Kafka en la orilla” de Murakami, libros de Dan Simmons y de Abraham Verghese, y la novela gráfica “Orgullo, prejuicio y zombies”. Estaba tan feliz con él que se había ofrecido como voluntaria, junto con otras cien personas, para mostrarselo a posibles compradores, como parte de la promoción de Amazon “Conoce un Kindle en tu ciudad”. Su Kindle estaba en su catera, le había tejido a crochet un envoltorio verde. En el pasado, decía, ella solía sacar libros de la biblioteca, pero algunos de ellos olían a humo –un libro Kindle es un mundo libre de humo. Le agradecí y compré algunas galletitas digestivas y una tetera, y después me fui al lado, a la librería Sherman. Le pedí a Josh Christie, que trabajaba ahí, que me recomendara la novela de suspenso más inmunda- Iba a hacer una comparación entre la versión en papel y la del Kindle 2. Christie sugirió “La identidad Borune” y un libro de Michael Connelly, “El abogado de Lincoln” –uno de sus colegas en el negocio ponía las manos en el fuego por él. Me compré los dos.

Afuera, me senté en un banco cerca de L.L. Bean, y mientras comía un helado, traté de encargar “La identidad Bourne”, sin ningún tipo de conexión, a la tienda de Kindle. Pero no, no hay una versión para Kindle de “La identidad Bourne”. ¿Qué?

¿Qué más faltaba? De regreso en casa, me pasé una hora parado frente a los estantes de novelas mirando los títulos. No hay versión para el Kindle de Amazon de “La joya en la corona”.No hay Kindle de Jean Stafford, ni Vladimir Nabokov, ni “El loro de Flaubert”, ni “Lo que queda del día”, ni “Perfume” de Patrick Suskind, ni Bharati Mukherjee, ni Margaret Drabble, ni Graham Greene, excepto un guión de radio, ni David Leavitt, ni “En el campo” de Bobbie Ann Mason, ni Pynchon, ni Tim O’Brien, ni “La biblioteca de la piscina”, ni Barbara Pym, ni Saul Bellow, ni Frederyck Exley, ni “El mundo según Garp”, ni “Trampa-22”, ni “Desayuno en Tiffany”, ni “El mal del Portnoy”, ni “Henry y Clara”, ni Lorrie Moore, ni “Edwin Mullhouse”, ni “La naranja mecánica”.

Por supuesto, la lista de títulos va a crecer. Va a crecer porque ninguna fuerza sutil presionará a los publicistas y escritores. Debajo de la descripción de cada libro que no está disponible para Kindle en Amazon, hay un recuadro que dice: “¡Decile al publicista!, Me gustaría leer este libro en Kindle. Si hacés click sobre el recuadro, Amazon despliega una página de agradecimiento: “Pasaremos tu pedido específico al publicista”.

Pero digamos que efectivamente encontrás el libro que estás buscando en la tienda de Kindle. Lo comprás. ¿Conseguís lo que se describe en la copia del catálogo? Sí y no. Conseguís las palabras, sí, y algunas imágenes, de cierta manera. Fotografías, cuadros, diagramas, letras extranjeras y tablas no salen muy bien en la pequeña pantalla gris. Los números de página no están, así que los índices a veces no funcionan. Las notas al pie de página son difíciles de manejar. Si querés citar de un libro que compraste, tenés que citar por el rango de localización –por ejemplo, la frase “Ella estaba en vísperas de la madre de todos los orgasmos” se encuentra en el rango de localización 1596-1605 en la novela erótica “La verdad del tequila” de Mari Carr.

Cuando comprás la edición Kindle de “Los anillos del Rey Salomón” de Konrad Lorenz en vez de la edición en papel, te ahorrás tres dólares y cincuenta y ocho centavos, pero las logradas ilustraciones de Lorenz de una pato común y sus patitos saliendo del centro del párrafo hacia el margen del texto están separadas del texto –los espacios marginales han sido marginalizados. La tienda de Kindle ofrece “El libro de cocina y la guía para los amantes del queso”, de Simon & Schuster. “La imagen de los panqueques de ricota con banana, nueces y dulce puede inspirarte lo suficiente como para ser la primera receta que quieras intentar”, escribe un feliz comentador de Amazon.

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Se refiere a la receta de la edición impresa, cuya descripción es reutilizada en la tienda de Kindle –no hay imágenes de panqueques en la versión para Kindle.

Sí, podés ahorrar nueve dólares si comprás la edición Kindle de “La belleza algorítmica de las algas marinas, las esponjas y los corales”de Jaap A. Kaandorp y otros –te costará $85.40 entregado sin conexión de cable contra los $94.89 del texto impreso. New Scientist sostiene que el libro de Kaandorp “está bellamente, en ocasiones excéntricamente, ilustrado con fotografías, dibujos y simulaciones digitales”. Las ilustraciones están allí en la versión Kindle, pero son excesivamente difíciles de discernir, incluso apliándolas con el botón de cinco posiciones, o “control pezón”, como lo llamó un fanático de Kindle. Un libro de medicina ganador de un premio, llamado “Imágenes en oncología” (segunda edición) se vende en la tiende de Kindle por $287.96. Las imágenes están distorsionadas. El código de color –amarillo para malignidad, azul para tejido sano –se ha perdido. Las flechas que señalan los tumores sombras se vuelven invisibles en gris. En realidad, desaparecen los mismísimos tumores.

Otro ejemplo caro. La edición Kindle de “Materiales nucleares seleccionados e ingeniería de sistemas”, un libro digital para gente que diseñas plantas nucleares de energía, vendido por más de ochocientos dólarfes. La figura 2 es un gráfico elaborado del un esquema de reacción, con muchas llamadas y ecuaciones químicas. Es totalmente ilegible. “Te ahorrás $1,607.80 (%)” dice la página de Kindle. “No voy a comprar este libro hasta que el precio baje”, escribió un severo usuario de Amazon.

Esto es lo que comprás cuando comprás un libro Kindle. Comprás el derecho de disponer un grupo de palabras en frente de tus ojos para tu uso privado con la ayuda de un dispositivo con pantalla electrónica aprobado por Amazon. La compañía usa un formato de código llamado “Topaz” (“Topaz” es también el nombre de una novela de Leon Uris, no está disponible en la tienda de Kindle). Hay otros softwares de formato para los libros digitales –Adobe Acrobat, por ejemplo, y Microsoft Reader, y un formato abierto llamado ePub- pero Amazon recorrió su propio camino. Ninguno otro hardware puede decodificar Topaz sin el permiso de Amazon. Eso significa que no podés leer tus libros Kindle en tu computadore, o en un lector de libros digitales que compita con Kindle. (Sin embargo, si podés leer libros Kindle en el I-Pod Touch y en el iPhone –más adelante me referiré a esto- porque Amazon decidió que es parte de su interés dejar que lo hagas). ¿Quizás escuchaste del lector Sony? Los controles para cambiar de página del lector Sony están mejor diseñados que los controles del Kinlde, u el lector salió un año antes de que lo hiciera el Kindle; además, su pantalla es ligeramente menos gris, y su tipo de letra es mejor, y además acepta documentos ePub y PDF sin necesidad de convertirlos, pero olvidate de esto. No puedes leer un libro Kindle en tu máquina Sony, o en la Ectaco jetBook, ni la BeBook, ni la iRex iLiad, ni Cybook, ni la Hanlin V2, o el Foxit eSclick. Los libros Kindle no son transmisibles. No podés darlos ni prestarlos ni venderlos. No podés imprimirlos. Son grupos cerrados de código digital que solo un comprador puede poseer. Una copia de un libro Kindle muere con su posesor.

Por otra parte, no hay amontonamiento, ni pilas de papeles al lado de la almohada. Un libro Kindle llega sin conexión de cable: es intocable, existe en un plano más alto y puro. También es eco-amigable, se supone. Sí, está hecho de materiales exóticos que son enviados en barco por todos los océanos del mundo; sí, requiere electricidad para funcionar y torres de servidores con aire acondicionado; sí, es frágil y duplica lo que hacen otras máquinas; sí, es difícil de reciclar; sí, probablemente dará un paseo en un último bote a las tierras nigerianas en cinco años. Pero no se talan bosques para hacer un libro Kindle, no se encienden las imprentas, no se desparrama tinta.

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En lugar de tinta en papel, hay algo llamado Vizplex. Vizplex es la marca de una sustancia de varias capas que forma la pantalla del Kindle –esto es, el rectángulo diagonal de seis pulgadas del cual leés. Es una maravilla de microesferas biestable (pincipio-fin), y se necesitó montones de trabajo y más de ciento cincuenta millones de dólares para desarrollarla, pero todavía está en su fase de prototipo. Vizplex, en forma líquida, es realizado en Cambridge, Massachusetts, por una compañía llamada E Ink (tinta digital). E Ink la coloca sobre un film, o laminado con sistema frontplane (plano anterior), en una planta en el oeste de Massachusetts, y luego envía los laminados a Taiwan, donde su compañía hermana, P.V.I (que son las siglas de Prime View International, ella misma una subsidiaria de una compañía mucho más grande de papel), que la une a una red electrónica o plano posterior. La red electrónica o backplane le dice al frontplane qué hacer.

La idea de Vizplex apareción por primera vez en la mente de un científico, Joseph Jacobson, que ahora trabaja en el laboratorio informático de MIT y evita las entrevistas sobre el material del papel digital. En algún momento mediados los noventas, según un colega, Jacobson estaba sentado en una playa leyendo. Terminó su libro. ¿Y después qué? No quería irse de la playa para conseguir otro libro, y no quería quedarse en la playa cavando pozos húmedos con los pies, pensando en la belleza algorítmica de las algas. Lo que quería era apretar un pequeño botón que cambiara las palabras del libro que él sostenía por las palabras de algún otro libro en otro lugar. Quería que el libro que sostenía fuera infinitamente reescribible –que fuera, en realidad, el ultimísimo libro que tuviera que poseer. Él lo llamó “el último libro”. Para hacer “el último libro”, tendría que inventar una nueva clase de papel: RadioPaper.

En el MIT, Jacobson y un grupo de estudiantes universitarios hicieron una lista de requerimientos, métodos y materiales. Uno de sus postulados era: RadioPaper debía reflejar, como el papel real. No debía emitir. No podía basarse en algún tipo mejorado de pantalla de cristal líquido, no importaba cuán alta fuera su resolución, no importaba cuán brillantes como joyas fueran sus colores, no importaban cuán imperceptiblemente rápido fuera el parpadeo, porque los cristales líquidos son retroiluminados, y la retroiluminación, creía, es instrínsecamente mala porque perjudica la vista. RadioPaper también debía ser flexible, pensaban, y tenía que durar hasta ser reciclada in situ. Debería mantener la imagen aun cuando no tuviera corriente, del mismo modo que lo hace el papel. ¿Cómo hacer eso? A un estudiante se le ocurrió la idea de una pieza con pequeñas pelotitas blancas entintadas con colores. Para hacer la letyra ‘A’, por ejemplo, pequeñas descargas de electricidad agarrarían algunas de las microbolitas y las meterían en su cápsula, donde se empaparían de tinta; de ese modo esas cápsulas y las vecinas se oscurecerían y permanecerían oscuras hasta que más electricidad fluyera en un segundo, un día o una semana. Esta era la electroforesis mágica.En 1997, Jacobson y sus compañeros se unieron con Russ Wilcox, un empresario de la Escuela de Negocios de Hardvard, para crear E Ink. “Cuando nos involucramos con esto por primera vez, la gente decía cosas como ‘Oh, estás tratando de matar el libro’”, dijo Wilcox recientemente por teléfono. “Y nosotros contestábamos, ‘No, nosotros amamos los libros’. Desafortunadamente tememos por su futuro, porque la gente tiene muchas expectativas de los medios digitales estos días. Las presiones económicas son inmensas.”

La industria del diario, se imaginó Wilcox, era un negocio de ciento ocho millones de dólares al año, a la publicación de libros tenía un adicional de ocho millones. La mitad de eso correspondía a la producción de papel, la mezcla de tinta, impresión, transporte, inventario y el almacenamiento de los bienes físicos. “Así que se puede ahorrar un millón trescientos mil dólares al año si intercambiás la información

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digitalmente,” me dijo, “hay un montón de fuerzas oscuras trabajando que combinan sus esfuerzos en esta suerte de ola gigantesca que se viene.”

E Ink se encontró con algunos problemas después del 2000, cuando había menor capital de riesgo circulando. La dirección de la compañía cambió levemente. No haría “el último libro”, pero vendería algunos productores los medios para hacerlo. El modelo de compañía era el de Coca-Cola –que creció enormemente al vender el jarabe dejando que otros lo envasaran –y NutraSweet. “Imaginá que sos NutraSweet,” dijo Wilcox. “La industria de la cola está en orden y funcionando. No hay forma de que hagas tu propia bebida cola dietética y compitas cabeza co cabeza. Así que, ¿qué hacer? Vender el ingrediente.”

El primer cliente grande, visible de E Ink era Sony. Sony compró un montón de prototipos de pantallas Vizplex para su Reader, el PRS-500, que Howard Stringer, el CEO de Sony, presentó en el Show de Consumidores Electrónicos en Las Vegas en enero de 2006, parado delante de una fotografía de la versión electroforética de “El código Da Vinci” de Dan Brown.” Sony colocó una tienda online y vendió sus maquinas en Borders Books y en la tienda Sony, y, después, en Target, Costco, Staples y Walmart. Sony es, por supuesto, un diseño manual y para diestros. Su Reader era muy bueno, dadas las limitaciones del medio Vizplex, pero le faltaba la operación sin conexión –debía usar el cable USB conectado a una computadora para cargarle un libro – y además Sony no obtenía ganancias por la venta minorista de libros. Se vendieron millones de Sony Readers –y ahora podés leer 5 millones de libros de dominio público en Google Books en formato ePub- pero, extrañamente, la gente lo ignora.

Además de Sony, varias compañías distintas se apresuraron a desarrollar sus dispositivos basados en Vizplex. Amazon era uno de ellas. Desde el 2000, Amazon ha estado ofreciendo varias clases de libros digitales (para ser leídos en pantallas de computadoras), sin éxito. “Nadie compra los libros digitales”, le dijo Jeff Bezos a Charlie Rose en noviembre de 2007, en el lanzamiento del Kinlde 1. El cambio hacia la página digital no había ocurrido. ¿Por qué ocurría eso? Porque los libros son tan buenos,” según Bezos. Y son buenos, explicó Bezos, porque desaparecen cuando los leés: “Te metés en un estado de flujo”. Bezos quería diseñar una máquina que ayudara al lector a conseguir el mismo flujo –y también (aunque no dijera esto) vendida como Premium, que ayudara a resitir la invasión de Sony en el negocio de los libros, y atar los compradores de Amazon para siempre.

Para esto, los ingenieros de Bezos –incluido Gregg Zehr, que previamente había trabajado para Palm y Apple- se aventuraron a diseñar una pieza de hardware. “Esta es la cosa más importante que jamás hemos hecho,” dijo Bezos a Newsweek en esa época. “Es muy ambicioso tomar algo tan altamente desarrollado como un libro y mejorarlo.”

Pero el Kindle 1 no era una mejoría. El cambio de página era lento, y estaba acompañado por un flash oscuro que distraía mientras las microesferas se sumergían en los nódulos llenos de aceite antes de formar un nuevo texto. “La primera cosa para señalar es que la pantalla no es como leer en papel verdadero”, escribió Joseph Weisenthal en painContent.org- “No es tan brillante y hay resplandores si la luz es muy directa.”

El problema no era únicamente la pantalla Vizplex- El diseño del Kindle 1 era una pieza retro de bizarría –una bandeja de fontina, de plástico, inmanejable y asimétrica. Tenía un teclado compuesto de muchas teclas rectangulares que estaban encajadas como autos en un estacionamiento, y un gran botón de “página siguiente” que, de acuerdo a la queja de cientos de clientes, provocaba que pasaras las páginas por accidente cuando lo llevabas por ahí. “Honestamente, el dispositivo es feo,” dijo un comentarista llamado KenC en el Silicon Alley Insider: “Llamron los tempranos

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noventas y quieren su dispositivo de vuelta”. Los comentarios en Engadget.com fueron especialmente puntuales. “Parece un cronómetro Sinclair pegado a la parte de arriba de un dispositivo Palm agrandado,” escribió Marcus. “Eso es una porquería horrible,” acordó Johan. “¿Esta cosa maldita fue diseñada por una banda de duendes borrachos?” preguntó Jerome. CB resumió: “En realidad es un culo feo. Wow. Feo.”Sin inmutarse, los amigos de Amazon le dieron al Kindle 1 una explosión de marketing a finales de 2007. Y tuvieron un cambio de suerte. Oprah, que se había colado en una pre-lanzamiento del Kindle, anunció que estaba obsesionada con él. “Es, absolutamente, mi nueva cosa más favorita del mundo”, dijo. “Me cambió la vida”. Para contrarrestar esa amenaza, Sony reforzó sus publicidades del PRS-500, pero no pudo competir. Amazon vendió todos sus Kindles antes de la navidad de 2007.

Leer las críticas de una estrella de este producto, que se acumularon durante el 2008, debe haber sido una experiencia dolorosa para los ingenieros de productos de Amazon. Aun así se esforzaron, preparando la versión revisada –suavizando los bordes y ajustando los desperfectos físicos más obvios. Hicieron que la página pasara más rápido, así el flash oscuro era menos distractor, e hicieron que la pantalla presentara 16 tipos de grises, no cuatro, un refinamiento que ayudaba en algo a las fotografías.

A pesar de su diseño más suave, en el Kindle 2 es, algunos dirían, más difícil leer que en el Kindle 1. “Noté inmediatamente que el contraste era peor en el Kindle 2 que en mi Kindle 1,” escribió un crítico llamado T. Ford. Una usuaria de Kindle inició una petición online para pedir a Amazon que ajustara el contraste. “Es como leer papel de diario mojado”, según Louise Potter, una firmante de la petición.

Había otro problema con el Kindle revisado –el desvanecimiento. Algunos dueños (yo no, sin embargo) notaron que cuando leían al sol, las letras comenzaban a desaparecer. Los lectores debían presionar Alt-G varias veces para hacer que aparecieran otra vez. “Hoy es el primer día que tuvimos un día de sol brillantes, así que saqué mi Kindle al sol y estaba consternado de ver que el texto (particularmente cerca del centro de la pantalla) se desvanecía en segundos,” escribió un dueño, Woody. Otro dueño, Mark, dijo, “Pasé por cuatro Kindles antes de encontrar uno bueno que no se desvaneciera con el sol. Fue una molestia pero Amazon tiene un gran servicio de atención al cliente.Amazon está completamente comprometida con la electroforesis. “Creemos que leer es una actividad lo suficientemente importante como para merecer un producto construido con ese propósito,” le dijo Bezos a un analista de stock en abril. Envalentonados por la prensa del Kindle 2, Amazon introdujo, a mediados de junio, una máquina más grande: el Kindle DX, rompedor de pulgares del tamaño de una televisión de pequeña. El DXp puede acomodar la imagen cuando la girás a los lados, como el iPod Touch (aunque su sensible sistema de guía de movimiento a veces te pone la página de costado aunque no quieras), en él puedes ver –pero no hacer zoom o recorrerlo rápidamente- archivos PDF sin convertir. Algún ingeniero, atascado con el diseño del teclado, cayó otra vez en una salida retro-futurista divina: el resultado es una variedad aplastada de teclas con forma de píldoras que combina la fila de números con la clásica fila QWERTY en un banquete para nada ergonómico. Se crearon programas pilotos en varias universidades, incluida Princeton, para probar el potencial del Kindle DX como reemplazante de los libros de textos y los apuntes de los cursos. El programa de Princeton es financiado parcialmente por la Fundación High Meadows, en nombre de la sostenibilidad del medio ambiente; para Amazon también es una manera de meterse en el rico mercado del mundo estudiantil, junto con Barnes&Noble, Kinko, y una compañía llamada XanEdu.

El verdadero aluvión por el nuevo DX, sin embargo, tiene que ver con el destino de los diarios- El DX ofrece más del doble de Viplex del Kindle 2 –más o menos la

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mitad de un papel tamaño carta- suficiente, aseguran algunos, para reacostumbrar a los lectores Web a pagar por sus ediciones digitales de, digamos, el Times, por lo tanto, se rescataría a la prensa diaria impresa de la ruina financiera. “Con la pantalla más grande del Kindle DX, leer los diarios es más disfrutable que nunca,” según el sitio de Amazon.

Es disfrutable si te gusta leer las impresiones sin imágenes. El Times de kindle ($13.99 por mes) carece de la mayoría de las soberbias fotos de la edición impresa –y sus volantas, sus llamadas al pie, sus avances, su tipografía izada, elegante y variada, su navegabilidad, los links de sus sitio Web, los nombres listados de sus periodistas, y casi cada tabla al pie, diagrama, mapa del clima, palabras cruzadas, el resumen de los resultados deportivos, la información financiera, y, por supuesto, los avisos, de joyas, de trajes de baños, de destinos vacacionales, y de rescate de firmas de inversión. Una centuria y media de belleza desarrollada y expresividad informativa se borra absolutamente en esta reductio digital.

Algunas veces, artículos enteros y editoriales de contribuyentes faltan. Tres textos del 8 de julio de 2009, de la edición impresa del Times –el de Adam Nagourney sobre la renuncia de Sara Palin, el de Alessandra Stanley sobre el funeral de Michael Jackson, y el de David Johnston sobre los derechos civiles de los detenidos- se perdieron en la edición del Kindle, o al menos yo no pude encontrarlos (estaban disponibles gratis en el sitio Web del Times); el 9 de julio a la versión Kindle le faltaba el informe sobre las mezclas interraciales en los dormitorios universitarios y las tasas de inefectividad de las píldoras abortivas. Revisé otra vez el 20 de julio y el 21: la apreciación de Verlyn Klinkenborg sobre Walter Cronkite faltaba, al igual que un largo trabajo sobre el shamanismo mongol.

El Kindle DX ($489) no salva a los diarios, los censura y corta –mata su alegría. Los transforma en blogs más serios pero absolutamente dispensables.

Amazon, con sus listados de listas, sus recomendaciones a veces inspiradas, sus reseñas innumerablemente fantásticas, es muy bueno vendiendo cosas. No es muy bueno, para señalar aluna, haciendo cosas. Pero, safortunadamente, si querés leer libros electrónicos, hay otros lugares adonde ir. Esto es l oque podés hacer. Comprás un ipod Touch (cuesta setenta dólares menos que el Kindle 2, aún, incluso, cuando el precio del Kindle fue rebajado reicentemente), o comprá un IPhone, y cargale gratis la aplicación “Kindle para iPod”. Entonces, cuando te despiertes a las 3 AM i necesites un discurso grande, triste y bien armado para caer lentamente en las profundidades de tu mente, y no querés despertar a la persona que está en la cama con vos, podés meter la mano debajo de la almohada y sacar la suave máquina de Apple y prenderlo. Es completamente silenciosa. Mantenla a unos centímetros de tu cara, con las palabras alargadas y la barra lateral de brillo deslizada hacia el nivel mínimo, y leé por diez o quince minutos. Cada vez que necesites pasar las páginas, simplemente pasá el pulgar por encima, como si estuvieras preparado para repartir las cartas; cuando lo hagas, la página se desvanecerá a un lado y aparecerá una nueva. Después de un momento, tus pensamientos partirán al inusual costado donde están las hierbas altas y viejas, y las cadenas de palabras sinuosas tararearán una melodía quejumbrosa que te hará dormir. Girarás hasta detenerte. Un momento después, despertarás y decubrirás que todavía estás sosteniendo tu máquina pero esta se ha apagado sola. Colocala nuevamente bajo la almohada. Duerme.

Hice esto con el libro de Joseph Mitchell “La base del puerto” ($13.80 para Kindle, $17.25 en papel) y con “La piedra lunar” de Wilkie Collins. La resolución de la pantalla del iPod, de ciento sesenta y tres pixeles por pulgada, es bastante alta. (Podría ser mucho más alta, sin embargo. Un pantalla de gran densidad de pixeles y no una reflectante es, he llegado a creer, lo que la gente precisa cuando leen dispositivos electrónicos). Hay otras formas de leer libros en el iPod, además. Mi favorita es la

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aplicación Eucalyptus, por un desarrollador de Software escocés llamado James Montgomerie: por $9.99 accedes a más de veinte mil libros de dominio público cuyas páginas pasan con una gracia voluptuosa- También existe el lector Iceberg, de ScrollMotion, con un número de páginas fijas y una aplicación muy popular llamada Stanza. En Stanza podés elegir el color de las palabras y de las páginas, y podés ajustar el brillo con una perilla vertical para el pulgar mientras leés. Stanza te permite ingresar en Impresos Harlequin, la Tienda de Libros Fictionwise, los libros electrónicos O’Reilly, Feedbooks y una gran cantidad de catálogos. Un millón de personas se bajaron Stanza. (De hecho, Stanza es tan bueno que Amazon ha comprado Lexcycle, que hace el software; mientras tanto Fictionwise fue comprada por una preocupada Bernes & Noble)-

Catorce millones de iPod Touches e eiPhones están en circulación, y la mayoría de las personas no leen libros en ellos. Pero algunos lo hacen. Lo bueno de esta máquina es a) es hermosa y b) no intenta imitar nada. No intenta ser tinta en papel. Sirve para una lectura nocturna, esto no lo puede hacer el Kindle que carece de luz. Y el pasaje de las avispas en “¿Piensan los insectos?” es gracioso otra vez en el iPod.

La edición en papel de “El abogado de Lincoln” ($7.99 en Sherman) tiene una tapa verde brillante con un foto borrosa de un auto. Dice “Michael Connelly” en letras enormes de un púrpura metálico, y tiene una banda púrpura en el lomo: “Nº1 Bestseller según el New York Times”. En la contratapa dice: “un argumento que se mueve como un trago de Red Bull”. Es brillante y nuevo y el diseño está bien, y tiene la potencia atractiva de la celulosa y el pegamento. Cuando leés el libro, su abismo se abre frente a tus ojos y sientes que estás en él. Impreso, “El abogado de Lincoln” me atrapó. A la noche, localicé la versión de libro electrónico en mi iPod ($7.99 en la tienda de Kindle), así podía leerlo en la oscuridad. Comencé a pasar las pequeñas páginas del iPod cada vez más rápido.

Después, obligado por el sentido del deber, me forcé a leer el libro en mi auténtico Kindle 2. Fue como cambiar un Mini Cooper por un Impala blanco de 1982 con problemas de aceleración. Pero no importa: en ese punto, estaba atrapado en el argumento y no importaba. Zas, el Kindle desapareció, justo como Jeff Bezos había prometido que ocurriría. Comencé a caminar el camino de entrada a casa de un lado a otro, leyendo al sol. Tres cortadoras de pasto lejanas estaban prendidas. Alguien con una remera de color salmón estaba extendiendo una manguera a través de la calle. Pero yo estaba en la sala de audiencias, escuchando el testimonio del asesino. Sentí la primitiva presión de querer saber cómo ocurrirían los hechos.

Comencé a presionar el botón de “página siguiente” cada vez con mayor ansiedad, tan ansiosamente que mi hábito de pasar páginas, aprendido de años de lectura –que consiste en alcanzar la esquina de la página un poco antes, para preparar el movimiento- se activó inconscientemente. Apretaba “página siguiente” cuando llegaba al principio de la última línea, y la página se desvanecía a negro y cambiaba antes de que yo la hubiera leído completamente. Trataba de apurar al Kindle. No tenés que apurar a un Kindle. Pero, al demonio, no me importaba. La barra de progreso, en la parte inferior anunciaba que ya había leído el noventa y uno por ciento. Estaba en la locación 7547. Estaba volando sobre las páginas. El gris es un buen color, pensé. Finalmente estaba en la última parte. Se llamaba “Una postal de Cuba”. Respiré una inmensa bocanada de alivio. Leí los agradecimientos y los párrafos de “Acerca del autor” –Michael Connelly vive en Florida. Buen hombre. El pequeño indicador del progreso indicaba noventa y nueve por ciento. Hice click en el botón de “página siguiente”. Me mostró otra vez la portada del libro. Apreté otra vez “página siguiente”, pero no había página siguiente. Había concluido mi primera novela entregada al Kindle.

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