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Si yo te contara

Mayte Pascual

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1.ª edición: julio, 2017 © 2017 by Mayte Pascual© Ediciones B, S. A., 2017Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-592-0

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Para ti, mamá.Qué razón tenías…

Solo puedo decirque ahora lo entiendo todo.

Una razón máspara recordarte

lo mucho que te quiero.

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Contenido

Portadilla Créditos Dedicatoria

Capítulo I Capítulo II Capítulo III Capítulo IV Capítulo V Capítulo VI Capítulo VII Capítulo VIII Capítulo IX Capítulo X Capítulo XI Capítulo XII Capítulo XIII Capítulo XIV Capítulo XV Capítulo XVI Epílogo Agradecimientos Promoción

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CAPÍTULO I

«Voy a vomitar, voy a vomitar, voy a vomitar…».—¿Te encuentras bien, Nel?Alejo me saca de mis ensoñaciones desquiciadas. Trago saliva e intento enfocarlo

con un gesto de fingida profesionalidad.—¿¿¿Yooo??? Perfectamente.—Vale. Lo que tú digas.—¿Han llegado ya?—Aún no, pero no te preocupes. He hablado con Pedro y nos avisará cuando

entren.«¿¿Quién??».Alejo adivina mis pensamientos.—El guardia de seguridad, Pedro.—Perfecto. Avísame, por favor.En cuanto Alejo sale de mi despacho, me hundo en la silla. Estoy en un tris de

meterme debajo de la mesa y no hacer acto de presencia hasta mañana, pero estoydecidida a mantener el tipo como pueda. Rebusco en el primer cajón de la mesa yencuentro las pastillas que compré el año pasado cuando tenía una gripe horrible quedebería haber pasado en cama. No hay ni rastro del ibuprofeno, así que tendrán queservir. Me tomo dos con un trago de Coca-Cola helada y noto cada una de lasburbujas como cristales clavándose en mi garganta.

No había otro día. No había días en la semana, en el mes, en el año. Solo podía serel día después de la cena de Navidad de la empresa el elegido por los socios delbufete para convocarnos a una reunión de grupo y tratar los objetivos del próximoaño.

—¡Ya están aquí! ¡Están en el ascensor!Alejo entra como un loco en el despacho y estoy a punto de tirarme toda la Coca-

Cola encima.—¡¡Joderrrrr!!—Lo siento, lo siento, lo siento… —Se acerca a mí como una moto y comienza a

revisarme el jersey que, cómo no, hoy he decidido que sea blanco—. No, no hay nigota, no te preocupes. —Me observa frunciendo el ceño—. ¿Seguro que estás bien?

—Mira, Alejo, cariño… —Intento hablar calmadamente y no perder los nervios—.Si vuelves a preguntarme eso, te juro que el que no estará bien serás tú.

—Vale, vale, estás genial, lo pillo. —Alejo resopla y su flequillo se mueve

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teatralmente—. Espero que estés tan genial con los jefes y no con esa mala leche quete gastas, hija.

—No te preocupes. Igual cuando acabe la reunión no me tienes que aguantar más yme voy a mi casita a vivir del Estado…

—Dices unas tonterías, nena…Justo cuando Alejo está haciendo el mono en medio del despacho, la puerta se abre

sin avisar.—Buenos días, Penélope. —Marcos nos mira sin mostrar ninguna expresión. Echa

un vistazo a mi compañero y lo saluda con un gesto casi imperceptible—. Alejo.Cuando queráis pasamos a la sala de juntas.

—Claro que sí, ahora mismo vamos. —Cojo todos los documentos que teníapreparados y voy hacia la puerta, aprovechando el camino para darle un empujón aAlejo, que se ha quedado petrificado. Me encantaría arrancarle la cabeza ahí mismo,pero me limito a lanzarle una mirada de grado diez, que recibe con gesto de pánico.Correteamos por el pasillo detrás de Marcos como sus perritos falderos y entramos enla sala de juntas los últimos. Cómo no.

—Buenos días a todos. —Marcos espera a que Alejo y yo estemos sentadosmientras los demás nos miran disimuladamente. Y yo me siento la más gilipollas delmundo. Sé positivamente que es muy probable que tenga los mismos coloretes queHeidi—. En primer lugar, nos queremos disculpar por no haber podido asistir anochea la cena anual, pero acabamos de volver de Bruselas.

Miro a Jacques y a Beltrán, pero los dos tienen la misma expresión que Marcos:ninguna. No sé si va con el puesto o si cuando tienes tanta pasta te da un aire y teconviertes en un muñeco de cera, pero jamás he visto tres caras tan inexpresivas.

—Por otro lado, hemos estado analizando todos los expedientes de este año y,aunque no podemos negar que los resultados han sido muy buenos, queremos que lospróximos doce meses sean, cuanto menos, excelentes.

No puedo evitar mirar de reojo a María, que no hace más que carraspear y tomarsorbos de su botella de agua. A pesar de sus cincuenta y cuatro años, anoche se quedócon los más jóvenes hasta que no quedó ninguno. Juraría que la última vez que la teníalocalizada estaba bailando una canción de JLo con una pajita como micrófono.Cuando nuestras miradas se cruzan, no hace falta nada más. Ya es oficial. Somos dosmiembros exclusivos del selecto club de la resaca.

—Omar, María, Penélope. Nos gustaría hablar con vosotros cuando acabemos lareunión.

Nos miramos con cara de terror. Ya está. Se acabó. Mañana mismo empiezo aactualizar el currículo y a buscar trabajo. O quizá podría montarme mi propio bufeteen casa, organizarme a mi ritmo, ir a clases de yoga y darme un tiempo para mí…

—Penélope…

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—¡Sí! —Estoy a punto de saltar de la silla. Alejo me da en la espinilla con el tacónde su zapato y veo las estrellas.

—¿Has traído la sentencia Franklin?—Por supuesto. —Me levanto con paso vacilante y se la entrego. Por un momento,

creo atisbar en su rostro de cera un gesto burlón que apenas dura un microsegundo.—Gracias. Debo felicitarte por este caso en concreto. Fue un éxito rotundo.Sonrío discretamente, sintiendo que todo el mundo me está mirando.—Muchas gracias, Marcos. Ha sido uno de los casos más interesantes de mi

carrera.Alejo se atraganta intentando aguantar la risa, y anoto mentalmente asesinarlo en

cuanto estemos fuera de la reunión.—Por nuestra parte, no hay mucho más que decir. Únicamente felicitaros las fiestas

y desearos un feliz Año Nuevo, ya que no sé aún si tendremos oportunidad de vernosantes.

—Igualmente —soltamos al unísono, como alumnos bien educados respondiendo alprofesor.

En cuanto ellos tres se levantan, todo el mundo sale por la puerta lo más rápido quepuede. Alejo me aprieta el hombro dándome ánimos y sale el último, cerrando lapuerta a su paso.

—Bien, chicos. —Siento la tensión en el aire y no es solo la mía—. Nos gustaríaaprovechar la ocasión de nuestra visita para hablar con vosotros seriamente.

Oigo una exclamación ahogada. Omar se sujeta la cabeza con las dos manos y séque está a punto de darle un infarto. En eso, María y yo tenemos cierta ventaja: nossentimos tan mal físicamente que este varapalo no nos hará tanto daño.

—Nos gustaría agradeceros los años y el esfuerzo que habéis dedicado a estaempresa… —Sí, blablabla, blablabla, blablabla… Ya está: se acabó. Vámonos acasita—… Y ofreceros puestos de mayor responsabilidad, que en un futuro muycercano derive en ser socios de la empresa.

«¡¡¡¿¿¿Queeeeeeeé???!!!».Los tres nos quedamos congelados, sin habla y absolutamente anonadados.—¿Qué habíais pensado? —consigo articular intentando romper el hielo.—Bueno, lo tenemos bastante claro: María, laboral; Omar, penal, y tú, el resto,

Penélope, con especial interés en tema fiscal.Vaya por Dios. Me acaba de caer el marrón más grande de toda mi carrera

profesional. Ahora mismo, el despido no sonaba tan feo.—Por supuesto, iría acompañado de una subida sustancial del sueldo.—Cuenta conmigo. —Sé que María está emocionada. Es la mejor abogada

laboralista que conozco y va a disfrutar de lo lindo con este trabajo.

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—Yo acepto encantado, por supuesto.—¿Penélope?—Claro, claro que sí. —Aún estoy algo abrumada. Y aún tengo ganas de salir

corriendo al baño y vomitar—. Estaré encantada.Marcos echa hacia atrás la silla y se levanta a cámara lenta.—Solo quería pediros un poco de discreción hasta que pasen estas fechas y

podamos daros esos puestos de manera oficial.—No hay problema.—Bien, chicos, buen trabajo, a por ellos.Cuando estamos saliendo, aún absorta en la decisión que he tomado, Marcos me

detiene.—Penélope, espera. Soy muy consciente de que lo que te hemos encomendado a ti

supera con creces el trabajo de tus compañeros…No digo nada, ya lo está diciendo todo él.—Pero quiero que sepas que tendrás toda la ayuda que necesites. Dime de quien

necesitas disponer y lo organizaremos.—Gracias, Marcos. Y muchas gracias por esta oportunidad.—A ti, eres muy valiosa para esta empresa.Me voy de la sala de juntas con paso firme y profesional a pesar de que me

flaquean las rodillas. Definitivamente, cada vez aumentan más las probabilidades deque acabe vomitando.

***

—Y bien, ¿estamos en la calle?—Ale, te juro que como vuelvas a entrar así, un día te encontrarás con una

sorpresa. —Me mira impertérrito. Definitivamente he perdido mi autoridad porcompleto. Me rindo e intento no fruncir el ceño—. No, no estamos despedidos.

—Ufff, menos mal.—No te alegres tanto, chaval.Le cuento a grandes rasgos los planes de la empresa para nosotros y aplaude

encantado.—¿Te das cuenta de que vas a ser socia, Nel? SO-CI-A.—Bueno, eso está por ver.—Que sí, tonta. Solo quiero que me prometas una cosa.

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—¿El qué?—No. Tienes que decir: «lo prometo». —Alejo pestañea suplicante.—Está bien… —Suspiro agotada—. Lo prometo. ¿Estás contento?—Prométeme que no te convertirás en un zombi, o un extraterrestre, o lo que quiera

que sea eso.—¿De qué hablas, tarado?—¿No te has dado cuenta? —me suelta como si fuese lo más obvio—. El trío

calavera son en realidad tres zombis, por eso no se mueven, no gesticulan, no sonríenni gritan. ¿Bruselas? Y una mierda. Estos han estado comiendo una cantidad ingentede cerebros para parecer humanos.

Y se queda tan campante. Si me diesen dinero por cada tontería que oigo al día,ahora mismo sería rica.

—Ale, en serio, ¿qué te tomaste ayer?—Lo mismo debería decir yo…—No me lo recuerdes. —Bebo el último sorbo de la Coca-Cola que tengo encima

de la mesa, que ya está como un jarabe—. Estoy deseando meterme en la cama.Atisbo una leve elevación de cejas.—Sola, por supuesto.—¿No te vienes a tomar una cerveza? Si es viernes…—Como si es el último día del calendario maya. Me largo a casa. Estoy

destrozada.Por mucho que insiste, Alejo no puede convencerme esta vez. Cojo mi portátil y

consigo parar un taxi en la puerta. En cuanto le doy la dirección, al taxista se leiluminan los ojos. Es muy probable que esté a punto de hacer la mejor carrera del día,así que me siento menos culpable por ser esta la tercera vez en menos de veinticuatrohoras que me gasto un pastizal en taxi. Es una de las pegas de vivir en las afueras. Unade las muchas, debería decir.

El calorcito de la calefacción de mi casa me recibe como una invitación al relax.Me da mucha pereza ducharme, así que enciendo la tele y escucho las noticiasmientras masajeo mis doloridos pies. El móvil vibra encima de la mesa.

«Recordar: cena con Cloe 21.00 hs.».Mierda. No me acordaba de lo de mañana. Había planeado mentalmente lo poco

que iba a hacer durante el fin de semana. Y ahora no podré.Marco el número de Cloe.—¡Hola, loca! —Me descuelga risueña.—Que te den. ¿Qué haces?—Nada en especial. Estoy en casa.—¿Con Caleb?

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—No, hoy tenía la cena de empresa, así que estoy aquí vagueando y pensando enver una peli. ¿Y tú?

—De resaca.—¡Es verdad! Tenías la cena ayer, ¿no?—Mmmm… —bufo sin ganas.—¿Qué pasó?—¿Por qué tiene que haber pasado algo?—Nel, por favor, te conozco mejor que tu madre.Suspiro rendida. En eso tiene razón. No hay manera de engañar a esta chica.—Ay, Cloe, fue una cagada.—¿Te liaste con tu jefe?—¿Tú de qué vas? Claro que no.—Bueno, yo que sé. Pues suéltalo, no puede ser tan horrible.—Me lié con un plasta del trabajo.—No puede ser tan malo.—Lo es. Te lo digo en serio…Y las palabras me salen a borbotones como si me hubiesen dado cuerda. A medida

que se lo cuento, me voy acordando de más detalles: cómo Alejo y yo probamos unchupito nuevo de un licor que nos encantó pero resultó ser letal, cómo a partir deaquel momento perdí la cuenta de los que nos bebimos. Y cómo, cantando a voz engrito una canción de SIA, me dio un mareo y me agarré al primero que tenía a mano,Jero. Y a partir de ahí, sin poder pararlo, todo fue a peor.

—No sé qué me pasó, Cloe, pero se me cruzó un cable o algo así.—No es la primera vez, bonita…—Ja, ja, ja, graciosa.—No te enfades conmigo, Nelita… —dice sin parar de reírse—. ¿Qué pasó? ¿Os

enrollasteis delante de todos?—Pues no, lista, pero no tengo ni idea de por qué acabamos en un taxi y nos fuimos

a su casa.—Bueno, habría sido peor en el baño…—Cloe, de verdad, no estás siendo de mucha ayuda.—Vale, vale, sigue. Prometo no decir nada.Resoplo, intentando acordarme qué pasó.—Resumiendo: me fui a su casa, no me preguntes dónde, me lié con él y me escapé

como pude.—Bueno… —Responde cauta—. No lo veo tan mal, la verdad.—Tú no lo entiendes. Fue un pelmazo. En vez de disfrutar y tratarme como a un

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rollo, me acariciaba, me daba besos; me trató con dulzura…—¿Y eso es tan malo?—En serio, Cloe, desde que estás con Caleb eres insoportable.—A ver, Nel… Es que no es tan malo estar con un tío educado, que te trate bien y

te diga cosas bonitas. Los tíos malos están sobrevalorados.—Yo no digo eso, pero es un soso, vamos.Aún sigo sin entender cómo me marché con él, pero lo que está claro es que no

volveré a probar ese licor nunca más en lo que me queda de vida.—Bueno, ¿y qué? ¿Lo has visto hoy?—No, gracias a Dios. Como es el contable de la empresa, no viene todos los días.—¡¿El contable?! ¡Qué sexi!—Muy graciosa. Ahí tienes material para otra novela.Después de aguantar las risas de Cloe durante varios minutos, me doy por vencida.

En el fondo, si le hubiese pasado a ella, no habría perdido la oportunidad de reírme.Hablamos un rato más, tomándonos el pelo, y consigue cambiarme un poco el humor.

—Bueno, nos vemos mañana entonces, ¿no?—Si no hay más remedio…—A ver si la plasta aguafiestas vas a ser tú ahora, bonita. —Le hago una

pedorreta por teléfono, y suelta una carcajada—. Prométeme que vendrás.—Mmmm…. Vale, hecho.Definitivamente soy una blanda.—Hasta mañana, cariñín, que sueñes con los dulces contables…—Serás… —Lo último que oigo son las risas de Cloe mientras cuelgo.Aún mantengo la sonrisa en la cara cuando me arrastro hasta la cocina. Es posible

que con un poco de suerte haya algo mínimamente comestible en el frigorífico quepueda apetecerme. Miro con desgana las bolsas de ensalada y los tomates, una salsade pesto que no sé cuánto tiempo lleva allí y un par de yogures bajos en calorías.Entre los congelados tampoco hay nada lo suficientemente interesante para hacer elesfuerzo de meterlo en el microondas, así que echo mano del menú del chino cercano.No hay más opciones. Ni siquiera puedo pedir una pizza decente porque nadie me latrae hasta aquí. Otro gran inconveniente que añadir a la larga lista de vivir en unatranquila urbanización de las afueras.

Mientras llega mi pedido, hago un tremendo esfuerzo y me ducho lo más rápidoposible. Siento las gotas de agua como agujas que se clavan en mi cabeza, así que melavo el pelo y descarto usar mascarilla para no alargar más la tortura. El reflejo delespejo me devuelve una imagen de lo más lamentable. Esta vez creo que no voy apoder escapar de la gripe.

Cuando por fin llega mi comida, entrego el dinero a un chaval que me mira con cara

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de cachondeo y me llama «señora» para mi total disgusto. Me entran unas ganas locasde quitarle la propina que acabo de darle, pero me contengo. Sé que con el pijamaviejo y la toalla en la cabeza no luzco precisamente mi mejor aspecto, pero a lamierda. Total, es muy posible que la próxima vez que pida comida allí ni siquieravenga él, así que, francamente, por mí puede reírse todo lo que quiera.

La comida es de lo peorcito que he probado, la verdad, pero no estoy endisposición de elegir y, por lo menos, aún está caliente. Engullo los tallarines congambas sin pensármelo, y lo mismo ocurre con el kubak y el pollo al limón. Cuandocreo que si como un poco más voy a vomitar, paro en seco y me tomo medio litro deagua con un jarabe que me he encontrado por la cocina y que es posible que llevecaducado algún tiempo.

Hago zapping por más de doscientos canales. Es increíble. Cuando quiero ver algo,no hay nada mínimamente interesante. Veo unos minutos de una serie que estánreponiendo, como si fuese una zombi. La recordaba divertida, o eso me habíancontado, porque, aunque al principio grabé varios capítulos, jamás tuve tiempo paraverla. Y, posiblemente, con la que se me viene encima, tampoco tendré más tiempolibre en el próximo año. Me tumbo en el sofá, acurrucándome bajo una manta de pelo.Qué bien me vendría ahora un vaso de leche calentita. Si alguien me lo trajera,claro…

Consigo abrir el ojo derecho con mucho esfuerzo. En la tele están haciendo unademostración de un cacharro de cocina milagroso que, al parecer, todos deberíamostener en nuestras casas. Estiro la mano para coger mi móvil. Son las seis de lamañana. Me quedé dormida hace ocho horas y creo que es el día que más he dormidoen los últimos cinco años. Señal inequívoca de que estoy realmente enferma. Aunquees posible que me arrepienta mañana cuando intente ponerme en pie, me niego alevantarme y subir hasta mi cama.

—¡Estoy listo, estoy listo, estoy listo!Un Bob Esponja enloquecido me despierta desde la pantalla de la televisión, tres

horas después. Genial. Como me imaginaba, mi espalda me recuerda la mala idea quetuve de quedarme en el sofá. Me estiro como puedo y pongo las noticias. Esinevitable, tengo que levantarme. Necesito ir al baño con urgencia. Cuando al fin medecido a ponerme en pie, a excepción de un pequeño mareo, noto que me encuentrobastante mejor. Aparte de alguna molestia en la espalda, parece que el globo de micabeza ha desaparecido en su mayoría.

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Me hago un café de cápsula y me lo llevo al sofá, que aún está calentito de toda lanoche. Me vuelvo a tapar con la manta, aunque la temperatura de la casa está perfecta.Veo un programa repetido de música mientras reviso mi correo electrónico, y suspiroencantada. Hace muchos meses que no me quedo en casa sin hacer nada un sábado porla mañana. Concretamente desde mayo, cuando decidí que sería buena idea apuntarmea un gimnasio que está relativamente cerca. No es que sea una obsesiva del ejercicio,pero sé que con los años y mi inadecuada forma de comer, si no hago algo, en unosaños estaré irreconocible. Pero hoy no hay gimnasio. Me lo he prohibido.

Cuando decido ponerme en marcha, me horrorizo al mirarme al espejo. Mi pelo esun auténtico desastre. Como ayer no llegué a secármelo con secador, las puntas estándobladas y secas, y el flequillo me sale disparado por todos los lados. Suspiro,tomando una decisión. No es que me apetezca demasiado, pero tengo que ir a lapeluquería. No puedo ir así a la cena de esta noche, y lo que menos me apetece espasarme horas con la plancha y el secador cuando me duelen hasta las pestañas. Miroel reloj. Si me doy prisa, es muy posible que a la hora de comer ya haya terminado yquizá me pueda echar una siesta o leer un rato. Hay una peluquería en el centrocomercial y con un poco de suerte quizá no haya demasiada gente. Me visto en dossegundos, cojo las llaves, el móvil y el bolso y salgo disparada al coche, sin poderevitar mirar de reojo mi maravilloso y calentito sofá.

Mala idea. Mala idea. Mala idea.Estoy tan fuera de onda que no he recordado en qué fechas estamos. Solo queda una

semana para Navidad y parece que la gente ha enloquecido. La cola para entrar en elcentro comercial llega casi hasta mi garaje y ahora es tarde para escaparme. Hago detripas corazón y decido entretenerme con la radio. Al menos estoy tranquila y relajadagracias a las horas que he dormido.

Bueno, vamos a matizar. Estaba tranquila. Mi móvil interrumpe una canción deLady Gaga con la que lo estaba dando todo.

—Hola, mamá.—Hola, cariño, ¿qué haces?—Estoy en el coche, voy al centro comercial.Mi madre se parte de risa.—Habrás pillado mucho atasco.—Un poco, la verdad… Y tú, ¿cómo estás?—Bien, terminando la comida. —Pongo los ojos en blanco—. He quedado con las

chicas para jugar al pádel.—Pues sí que te ha dado fuerte.

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—¡¿Qué quieres, hija?! ¡Tenemos que entrenar!Me río en silencio, intentando que mi madre no oiga nada o se enfadará. Pero es

que me hace mucha gracia que llame entrenar a eso que hace con sus amigas, queapenas pueden correr hasta la pelota y, menos aún, darle con la raqueta.

—¿Y qué vas a comprar?—¿Comprar? Nada. Voy a la pelu. Esta noche he quedado con Cloe y los demás.—Dale besos de mi parte. ¿Cómo está?—Como loca con Caleb.—Ya imagino, como para no estarlo. —Se quedó encantada cuando Cloe se lo

presentó. Sé lo que viene a continuación—. Hija, ya podías encontrar tú a uno comoél… Pero con un nombre menos raro si es posible.

—Ya, mamá, como si creciesen en los árboles.—Seguro que tiene algún amigo majo. —Me empiezo a impacientar. Esta

conversación me la sé de memoria—. ¿Y dónde vais a ir?—A un restaurante nuevo, no recuerdo cómo se llama.—Ya puedes tener cuidado con el coche. Sabes que no me gusta que salgas por la

noche y luego tengas que volver sola hasta tan lejos.—Ya lo sé, mamá…—¿Por qué no te vienes a dormir? Así no tendrás que volver tan tarde…—No te preocupes, mamá, no me quedaré hasta tarde. —Parece que la entrada del

centro comercial se va despejando—. Además, lo más seguro es que me vaya conSofía.

—Bueno, bueno, luego te llamo para ver qué tal te han dejado. ¡Besitos, cariño!Mi madre corta la llamada y me deja con la palabra en la boca. Típico de ella. Me

suelta el rollo de siempre y se larga tan contenta a entrenar. Ten madre para esto.Cuando consigo encontrar una plaza de parking, estoy completamente arrepentida

de haber venido. Es abrumadora la cantidad de gente que hay aquí. Consigo sortearfamilias con niños, adolescentes aburridos y parejas discutiendo, y subo las escaleras,evitando los abarrotados ascensores. Llego a la puerta de la peluquería sin que melleven las hordas de gente enloquecida con las compras, y suspiro aliviada. Al menosno hay cola aquí y se respira un ambiente de paz y tranquilidad que me relaja alinstante.

—Hola. —Un hombre enorme, con un brazo completamente tatuado, me saludadesde el fondo del local—. Enseguida te atienden.

Se asoma a la puerta del almacén y, tras varias frases ininteligibles, una chicajoven sale apresuradamente a mi encuentro.

—Buenos días. Si me das tu abrigo…Espera pacientemente que me descuelgue el bolso y le entregue el plumas, que

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cuelga en una percha del armario que hay detrás del mostrador. Saca una bata azulperfectamente doblada de un estante y me ayuda a ponérmela.

—¿Te vas a teñir?—Pues… —Ahora mismo estoy indecisa. En un principio venía solo a peinarme,

pero ya que estoy aquí…—. Teñir, cortar y peinar. Si no voy a tardar mucho, claro.—No hay problema. Por aquí, por favor.Me guía hacia uno de los sillones. Antes de sentarme ya ha puesto frente a mí un

montón de revistas.—Y dime, ¿qué color habías pensado?—Pues verás… —Me miro al espejo y me desespero—. No tengo idea de un color

concreto, pero me gustaría algo más alegre, no sé, con más brillo…—Espera un momento.Enseguida aparece el hombre que me saludó nada más entrar. Me sonríe de oreja a

oreja a través del espejo.—¿Puedo? —Señala mi cabeza. Asiento, y comienza a separar mechones de mi

coronilla—. ¿Quieres un tono más claro o algo más arriesgado?Sonrío sin poder evitarlo.—Ojalá pudiera. Pero me temo que tiene que ser algo un poquito más convencional

o perderé profesionalidad en el trabajo.—¿A qué te dedicas?—Soy abogada.—Pues, sinceramente, una abogada con un look arriesgado sería un puntazo.—Eso díselo a mi jefe.Sigue inspeccionando mi pelo, separando mechones y alborotando mi melena.—Creo que lo mejor serán unos reflejos y subir un poco el tono, sin que sea tan

rojizo. ¿Te vas a cortar también?—Sí, me gustaría cortarme las puntas y hacerme unas capas.—¿Y qué tal un Bob largo?Entre los dos conseguimos definir un estilo que pueda ir acorde a mi vida diaria.

Estoy más de media hora leyendo una revista. El tiempo se me pasa volando con esatranquilidad. Enseguida me guía hacia el lavabo, donde la chica me da un masajemaravilloso en el cuero cabelludo que hace que me quede prácticamente dormida.Después del último aclarado con agua fría, me voy de nuevo al sillón frente al espejo.

—Por cierto, me llamo Jorge. —Se para detrás de mí con un estuche de peluqueríaprofesional que despliega en un mueble con ruedas—. Y creo que somos vecinos.¿Las Dalias veintisiete?

—Sí, esa es mi casa. Y tú, ¿dónde vives?—En el veintiséis. Te he visto alguna vez pasar con el coche cuando paseo a Thor.

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—¿Tú eres el dueño del setter?—Ajá.Vale. Acabo de conocer a la única persona que he visto ir a pie por mi calle.—Yo soy Penélope, pero puedes llamarme Nel.Jorge esboza una sonrisa de oreja a oreja.—Pues encantado, Nel, eres la primera vecina a la que tengo el placer de cambiar

de look, así que espero que salgas encantada.—Más te vale, y no te animes mucho cortando, que los peluqueros me dais un

miedo…Otra sonrisa encantadora. Este hombretón no para de sonreír, pero me mantengo

alerta. El primer mechón que me corta hace que salte del sillón.—Tranquila, que aún tiene arreglo.—¡Ay, por Dios!—¿Pero a qué clase de peluquerías has ido tú? Prometo cortarte lo mínimo, no seas

tan desconfiada.—Por tu bien, espero que así sea…Mantengo la respiración mientras me corta el resto de la melena. Mis pulsaciones

suben a mil por hora mientras oigo una y otra vez el maldito chasqueo de las tijeras.Odio las peluquerías. La mayoría de las veces salgo con ganas de llorar y matar aalguien, pero aunque juro y perjuro no volver a pisar una, al final tengo que claudicarsi no quiero parecer una bruja.

—Ya está, mujer, no seas dramática.Atusa mi melena, mezclando los mechones con aire profesional. La chica se acerca,

pero Jorge niega con la mano.—No te preocupes, Sara, ya lo termino yo. Esta clienta es muy especial.Me guiña un ojo y me animo un poco. No sé cuál será el resultado, pero es una

persona agradable que me ha hablado en mi idioma y parece que no ha hecho nada porlo que tenga que cometer un crimen.

Media hora después me atrevo a mirar por encima de mi revista. Jorge estáterminando. Agradezco que en todo este tiempo no me haya intentado darconversación. Odio cómo, en otros sitios, el personal parece obligado por contrato acomentar cada página de la revista que lees, cotilleando por encima de tu hombro.

—Esto ya está. ¿Qué te parece?Echa mi cabeza hacia atrás y revuelve estudiadamente mi pelo.—Pues… Qué quieres que te diga… —Me giro frente al espejo hacia ambos lados,

moviendo mi melena—. Me has dejado sorprendida. —Parece que me haya ido unosdías de vacaciones. El tono que eligió es bastante más claro de lo que me esperaba,pero le da luz a mis ojos. Me hace la nariz más pequeña, los labios más carnosos y las

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cejas más definidas—. Me gusta mucho, de verdad.—Uffff… Menos mal, me lo has hecho pasar fatal, chica.Le sonrío encantada mientras me levanto y lo acompaño hasta la caja. Él mismo me

ayuda a ponerme el abrigo. Una clienta entra en ese momento y Sara le ayuda comohizo conmigo.

—Bueno, Nel, me ha encantado conocerte. —Me da dos besos—. Ya sabes que sinecesitas algo solo tienes que cruzar la calle.

—Lo mismo digo, Jorge. Me has dejado estupenda, de verdad.Se despide de mí fugazmente, dándole unas últimas indicaciones a Sara, que me

cobra un precio irrisorio para la maravilla que ha conseguido.

***

—No insistas, pesada, te recojo en casa.—Pero, Nel…—Escúchame, por favor. Voy a coger el coche sí o sí, así que me da lo mismo. Os

paso a buscar y vamos juntos…—Antonio no va. —Percibo en Sofía un tono alegre—. Mi madre no puede

quedarse con los niños, y ha preferido quedarse en casa.—Qué bien te lo montas… —No puedo evitar una carcajada.—¡Oye, que los niños son de los dos! Y para un día que salimos… —Baja la voz

varios tonos—. Además, así es mejor.—Te entiendo.La última vez que salimos todos a cenar, Sofía estuvo taciturna toda la noche.

Antonio es un buen hombre, pero no puede decirse que tenga grandes habilidadessociales, y su presencia influyó para que Sofía no fuese la de siempre.

—Estaré en tu casa a las ocho.—Vale, pesada. Tú ganas. Pero a la vuelta conduzco yo.—Bueno, luego lo hablamos. Te dejo, guapa, tengo que empezar a arreglarme.Pongo el teléfono a cargar y me sorprendo del estado del salón. Mi casa, siempre

impoluta y algo fría, se ha convertido en un desastre, aunque parece algo másacogedora. En la mesa de cristal hay una bandeja con dos latas de Coca-Cola y unafuente de palomitas, ahora vacía. En el sofá aún está la manta con la que he dormido ybajo la que me he refugiado nada más comer, y sobre ella, libros, el mando a distanciay un par de cajas de antigripales y analgésicos.

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Estoy bastante mejor. La hamburguesa que compré en el centro comercial me sentóde maravilla y las palomitas fueron el postre ideal. Y es que no hay nada mejor parala resaca que la comida basura, y en grandes dosis si es posible.

Pongo algo de música para animarme. Aún no sé cómo voy a vestirme, pero laverdad es que Jorge me ha dejado tan guapa que me siento en uno de esos escasosdías en que todo me sienta bien. Elijo unos vaqueros rotos y una blusa negra de tul queaún no he estrenado y me miro al espejo, dando enseguida mi visto bueno. No es quesean los pantalones más cómodos del mundo para sentarse a cenar pero, aunque estámal que yo lo diga, me quedan de cine, y la blusa, tan oscura, destaca mi nuevo colorde pelo. Busco mis botines de ante negro, que me hacen sentir vértigo en cuanto melos pongo. Señal inequívoca de que casi no podré andar, pero estaré de infarto.

***

Cuando llego a casa de Sofía la veo salir corriendo del portal, embutida en unabrigo negro que le queda algo estrecho.

—Parece que acabas de escaparte.—Es que hace un frío en la calle…—Me mira la blusa frunciendo el ceño—. Tú no

tienes frío, supongo.—No seas exagerada, por Dios. Y no me digas que vienes con cuello alto porque te

asarás en el restaurante.Sofía se ríe y se abre el abrigo para dejar entrever un vestido negro de corte

sencillo que le favorece mucho.—¡Guau, chica! ¿Es nuevo?—Me lo dejó mi hermana. Le parece demasiado soso para ella.Me cuenta cómo sigue Elsa, su hermana mayor, que iba al colegio con nosotros.

Siempre ha sido todo un carácter y parece que el tiempo no la ha cambiado.—Es aquí.Freno bruscamente en la entrada, lo que provoca un pitazo del coche que va detrás.

Estudio la calle en busca de un sitio libre. Sé que hay aparcacoches, pero no piensodejarle mi coche nuevo a un extraño. Conduzco hasta la siguiente bocacalle y veo unsitio hacia la mitad. Cuando me aseguro de que no viene nadie, me meto marcha atrássin dudarlo.

—Pero ¿qué haces? —Sofía me mira aterrorizada.—Es dirección prohibida. No querrás que entre de frente y me pongan una multa

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por ir en dirección contraria, ¿no?Sé que Sofía está poniendo los ojos en blanco, y eso me hace sonreír

maliciosamente. Aparco de una sola maniobra y me pongo la cazadora de cuero antesde salir del coche. Ella niega con la cabeza como una posesa.

—Te vas a congelar.Y tiene razón. En el breve camino del coche a la entrada del restaurante, el frío se

me mete en el cuerpo como un rayo y llego tiritando. Anäis y su marido ya hanllegado, y también están allí Robert y Annie, que es la primera vez que salen sin laniña. Nos abrazamos cariñosamente. Una chica con el pelo azul nos conduce a unapequeña sala con mesas altas y taburetes. Robert nos enseña un álbum completo de lapequeña Cloe, que es una preciosidad.

—¡Ya estáis aquí! Perdonadnos por el retraso, somos lo peor.Cloe corre a darme un beso y me examina el pelo, sorprendida.—Estás preciosa, Nel. La próxima vez que vayas te acompaño, a ver si me animo a

arreglarme un poco.Miro su enorme sonrisa y le hago una mueca burlona.—¿Qué tú… qué? —Pongo los ojos en blanco y resoplo indignada—. Das asco, tía.Me da un empujón cariñoso y pasa a saludar a Robert y Annie. Sabe que se lo digo

de broma, pero cuando la veo moverse entre todos, tan sonriente, tan encantadora ysociable, no puedo evitar sentir un poco de envidia. Irradia felicidad por todos losporos de su piel, y con eso no hace falta peluquería. Es el mejor de los trucos debelleza.

—Nelita bonita… —canturrea el responsable de tanta felicidad a mis espaldas.—Caleb ya suelta otra memez. —Sé que es un juego estúpido, pero hace dos meses

que a Caleb y a mí nos dio por decirnos rimas bobas cada vez que nos vemos.Me saca la lengua y me da un abrazo de oso.—Ven, Nel, voy a presentarte a unos amigos.Tres tíos en vaqueros y camisa, como si fueran de uniforme, esperan algo alejados

de donde estamos. Creo que nuestro grupo los ha dejado algo cortados.—Samuel, Alejandro, Sergio, ella es Nel.Beso a los tres por turno y se nos acaba la conversación.—Son compañeros de trabajo y amigos desde la facultad.Sonrío educadamente, aunque tengo unas ganas locas de largarme de aquí cuanto

antes. Sé que a Caleb le ha entrado la secreta obsesión de intentar liarme con algúnconocido.

—Hemos oído hablar mucho de ti —contesta uno de ellos, imagino que porcompromiso.

Oh, por Dios. Menudos tres muermos. Sonrío forzada, intento buscar las palabras

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más delicadas que puedo y… Y nada. A la mierda. Paso de ellos y de Caleb, que séque me va a matar, pero me doy la vuelta y me voy tan campante junto a Sofía.

Suspiro aliviada cuando me entero de que la cena consistirá en un cóctel. Al menosasí no me veré obligada a sentarme junto a ellos. Sofía, tan previsora como siempre,ya me ha pedido una cerveza cuando llego a su lado.

—No sé si… —Ahora que estoy decente, no quiero que me suba todo el alcohol deayer—. Creo que voy a pedir una sin alcohol.

Sofía me mira como si fuese marciana, pero se encoge de hombros y se bebe micerveza.

—¿Y bien? ¿Alguno que valga la pena?—Son monos, pero paso.—Ahora sí que estoy sorprendida. —Mira hacia donde están los amigos de Caleb

sin cortarse—. La verdad es que no están nada mal.—Estás desatada, guapa. A ver si me voy a tener que chivar a Antonio.Una sonrisa indescifrable cruza su rostro. Cuando estoy a punto de preguntarle si

hay algo que me haya perdido, Robert viene con Caleb, Robert, Anäis y Annie.—¿Qué andáis marujeando? —Anäis me pasa un brazo por lo hombros.—Estaba poniendo verde a un sinvergüenza al que solo se le ocurren encerronas

para emparejarme.Caleb me guiña un ojo y besa a Cloe sin cortarse un pelo.—Y me tendré que ir a hacerles compañía, porque parece que no te he

deslumbrado.Cloe lo sigue con la mirada, con una sonrisa bobalicona en su semblante.—Estáis un poco plastas, ¿no?—¡¿Por?! —me dice ausente.—Pues además de haberos convertido en dos seres pegajosos que no hacéis más

que regalarnos escenas de lo más tórrido, por no hacer más que presentarme a tíos queno me interesan. ¿Es que estáis haciendo un casting o qué?

Cloe pone cara de no haber roto un plato.—No sé de qué me hablas. Son amigos de Caleb…—Venga, Cloe, que parecéis adolescentes.Cloe bebe de su copa sin dejar de sonreír.—Pensé que te caerían bien, pero, claro, no contaba yo con tus nuevas conquistas.Pongo cara de asco, y se ríe con ganas.—¿Qué nuevas conquistas son esas? —Sofía me mira expectante, pero yo me quedo

callada—. Anda, que te lo tenías calladito…—¡¡¡Chicos, chicos!!… ¿Me podéis escuchar un momento?No nos damos cuenta de que Robert ha desaparecido. Ahora está subido a una silla

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en el lado opuesto de la sala. Todos comienzan a bajar la voz. Cloe me mirainterrogante y le respondo encogiéndome de hombros.

—Annie, ¿podrías pasarme una copa? —Cuando ya la tiene en la mano, Annie lepasa también una cucharilla, con la que hace tintinear el cristal. Los pocos que aúnestán hablando callan de golpe—. Lo siento, pero lo he visto en tantas películas queno he podido resistir la tentación. —Le tiende la cucharilla de nuevo a Annie ycarraspea nervioso—. Quiero hacer un brindis con todos vosotros. Este año queacaba ha sido mi gran año. Cuando empezó, sabía que no habría mejor acontecimientoen él que el nacimiento de mi preciosa niña y debo decir que ha sido aún másmaravilloso de lo que esperaba. —Se agacha un poco para besar a Annie, que lo miraencantada—. Ciertamente, no ha habido nada comparable a eso en todo el año. Perono voy a hacer el brindis por mi hija, no quiero aburriros. Quiero hacerlo por alguienque hoy no está aquí. Por Alice.

Sofía está a punto de atragantarse. A Cloe le ha cambiado la cara y ya está abriendola boca para gritarle algo a Robert. Le pongo una mano en el hombro y oigo comoresopla.

—Sí, Cloe, sé que tienes ganas de matarme, pero déjame hablar. Quizá es el primery último brindis que haga en su honor en toda mi vida, porque es una persona a la queno quiero cerca. Pero brindo por ella porque, sin quererlo, ha conseguido quecomience una historia mágica que no habría sido posible sin el reencuentro que ellaorganizó. —Mira a Cloe sonriente y veo como los dos tienen lágrimas en los ojos—.A lo largo de los años he visto cómo la que ha sido una hermana para mí ha sufridopor el amor, el desamor y la soledad. Ahora te miro y veo una felicidad desmedida.No sé cómo va a acabar esto —mira teatralmente a Caleb—, aunque por tu propiaseguridad, espero que bien. Pero lo que sí sé es que por fin se han ido tus miedos aquerer y sentirte querida, y eso, cariño, merece todos los brindis de la noche. Así que,si me lo permitís, brindo por Alice y todos los lazos irrompibles que ha creadoinvoluntariamente.

Todos levantamos nuestras copas con Robert. Cloe se seca discretamente laslágrimas y va hacia él, que se baja de la silla y la abraza. En el lugar de Robert, subeun decidido Caleb.

—Vale, no os esperéis que brinde por Alice. —Unas risas se oyen de fondo—.Pero quería responder a mi buen amigo Robert. —Él levanta la copa en señal deaceptación—. No puedo dejar de pensar en que casi no voy a aquel fin de semana…Lo que me habría perdido… Me estaría todavía arrepintiendo. —Mira a Cloefijamente, que se ha quedado inmóvil a unos pasos de nosotras—. Solo han pasadosiete meses desde que nos decidimos a firmar esa tregua… Solo siete. Y en ellos te heredescubierto, me he ido tres veces de viaje a sitios insospechados, he presentado ami madre a una chica, por fin, y he ganado un montón de valiosos amigos que jamás

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pensé que tendría. —Me mira y me guiña un ojo—. Pero no es suficiente. No para mí.No puedo volver cada dos días a mi casa fingiendo que necesito camisas limpias paradarte espacio. —Aunque Cloe se mantiene de espaldas a mí, a unos pasos dedistancia, puedo distinguir como comienza a temblar—. En estos siete meses, tambiénhe descubierto algo que me aterra. —Se baja de la silla y va acercándose a Cloe—.Quiero levantarme todos los días contigo y cenar todos los días contigo, aunque alfinal no cenemos. Quiero tener suficientes camisas limpias en tu armario y todos mistrastos por medio. No quiero mandar mensajes de buenas noches, prefiero decírtelosal oído. No me apetece llamarte todas las mañanas para preguntarte qué tal hasdormido, prefiero estar seguro de que has pasado una buena noche… conmigo. —Seoyen risitas de fondo. Caleb ya está frente a Cloe y sonríe nervioso—. Sé que quizáno soy tan elocuente como los protagonistas de tus novelas, pero quiero intentarlo.Hace siete meses me contaste la fórmula secreta para convertir experienciasmaravillosas en recuerdos y poder atesorarlos por siempre en el corazón. Yo quierotener al menos uno de esos todos los días y quiero que estés presente en todos ellos.—Coge a Cloe de la mano y sonríe, visiblemente emocionado—. Quiero tener unaporción de tu corazón para mí solo.

—Ya lo tienes. —Por la voz de mi amiga, sé que está a punto de llorar. No laculpo. Caleb sonríe con lágrimas en los ojos y se arrodilla frente a Cloe. El resto solocontenemos la respiración.

—Quiero que guardes para siempre las llaves de mi corazón. —Del bolsillo sacauna llave dorada de cuento de hadas y la deposita en su mano—. ¿Te gustaríaguardarla en un sitio seguro el resto de nuestras vidas?

No sé de dónde ha salido, pero frente a Cloe se abre una caja de terciopelo moradoy, aunque desde mi posición no puedo verlo bien, sé a ciencia cierta que se trata de unanillo.

—Caleb… —emite ella de manera casi inaudible—. Claro que quiero.Caleb se levanta rápidamente y la besa. Y es la primera vez en mi vida que, siendo

la simple espectadora de un beso, el tiempo se detiene para mí. Es como si en estosmomentos fuésemos figuritas dentro de esas bolas de cristal en las que nieva si lasvuelcas. Caleb acaba de cerrar la última puerta de su propio universo de felicidad. Yen ese universo, aunque siempre estemos invitados, tendremos que salir al cabo de unrato.

Me descubro llorando en medio de los aplausos del grupo. Ellos siguen besándosesin importarles todo lo demás.

—Ha sido precioso. —Anäis y Sofía, de las que me he olvidado completamente,hablan a mi espalda—. No me lo esperaba para nada.

Robert y Annie se acercan. Sin mediar palabra, él me abraza con cariño.—Dime que no sabías nada de esto o te mataré por no habérmelo contado.

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—No tenía ni idea, lo juro. —Me separo de él y sé al segundo que es verdad. Tienecara de no dar crédito—. Me he quedado en shock.

—Ya te digo…Caleb y Cloe se dejan de besar y los miro. Son como un par de niños la mañana de

Navidad. El anillo ya está en su dedo y lo mira extasiada. Y no es para menos.—Cuando quieras lo compartes, ¿eh?Sale aturdida de su nube y, en cuanto nos localiza, viene hacia nosotros, corriendo,

y nos da un abrazo en grupo. Enseña torpemente el anillo, que es una preciosidad, sinpoder parar de llorar.

—¿Eso significa que ya no te dan pánico los compromisos?—Con él, no. —Cuando me mira a los ojos, sé que mi amiga está hablando con el

corazón—. Creo que nunca he sido más feliz, Nel.Volvemos a abrazarnos, pero esta vez la monopolizo un poco.—No sabes lo que me alegro por ti, amiga.—Lo sé, Nel, lo sé. —Me da un beso y vuelve a abrazarme—. Me alegro de que

Caleb haya decidido compartir esto con vosotros, aun hace ese momento másespecial.

Sonrío hasta que me duelen las mandíbulas. Somos testigos de cómo Cloe llama asus padres y su madre casi se queda afónica de la emoción. De vez en cuando palpa suanillo como si se quisiese asegurarse de que es real y sigue allí.

Comemos y bebemos encantados, bromeando unos con otros, brindando por cadauno de nosotros. La comida es exquisita y los dueños del local nos invitan con variasbotellas de cava. Y empiezo a temer que tal vez Sofía y yo acabemos volviendo entaxi.

—Nelita bonita. —Caleb se acerca y coge mi mano—. Quizá debería haberlohecho antes, pero me gustaría llevarme tu bendición.

—Mira, rico… —Lo miro y no puedo evitar sonreír—. De momento la tienes, perono te relajes ni un segundo. Si me entero de que sufre, no es feliz o llora, aunque seacortando cebolla…

—Te pone los huevos de corbata. Y yo la ayudo. —Robert aparece a nuestro lado,intentando mantener el semblante serio.

—Lo tendré en cuenta. —Caleb abre los brazos y nos achucha a los dos fuerte—. Sillora, será solo de risa, lo juro.

—¿Cómo no nos lo contaste?—Pues veréis, la verdad es que ha sido una decisión de última hora… —Ríe al ver

la cara de alucinado de Robert—. En serio, chaval. Ayer por la noche estuvepensándolo seriamente. Quería pedírselo en el viaje que haremos en fin de año, perome di cuenta de que, por muy especial que fuese hacerlo en una playa desierta, jamás

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sería nada comparado con celebrarlo junto a sus mejores amigos.—Y nosotros te lo agradecemos.Veo como Caleb aún tiene los ojos brillantes de tantas emociones. Busca con la

mirada a Cloe y sonríe embelesado al encontrarla.—Si me disculpáis… —Abraza de nuevo a Robert y me da un beso en la mejilla—.

Tengo que afanarme en que a mi amada no le falte de nada.

***

Por segunda noche consecutiva mi sofá sirve de cama improvisada, aunque esta vezno es para mí. A la vuelta de la cena, en la que decidí no beber más y por una vezmantuve mi palabra, Sofía me pide un favor.

—¿Te importaría que me quedase unas horas en tu casa? —me dice mirando por laventanilla—. Si no es mucho problema, claro.

—¿Y eso?Resopla tocándose las sienes.—Necesito descansar antes de llegar a casa.La miro interrogante.—¿Tienes algún problema con Antonio?—No, no es eso. —Me mira negando con la cabeza—. Es que antes de las ocho los

niños se despertarán y empezarán a montar el lío, tengo que poner un montón delavadoras, planchar… Mis suegros vienen a comer y no tengo nada preparado… —Seencoge de hombros con desgana—. Que estoy agotada, vamos.

—Ya me imagino —acierto a decir. Aunque, sinceramente, aquellas cosas meresultan totalmente ajenas—. Claro que puedes quedarte.

—Gracias, Nel.Cuando llegamos a casa no quiere ni oír hablar de habitaciones. Se tira en el sofá,

se quita los zapatos y, tras comentar como dos colegialas lo sucedido aquella noche,cae exhausta. Le echo una manta por encima y decido hacer lo mismo.

Ahora, viéndola aún dormida, acurrucada entre los almohadones, tengoremordimientos. Debí haber indagado más en la razón por la que no regresó a su casa.Debí haberla obligado a llamar a Antonio y no mandarle un simple mensaje, pero yono valgo para esas cosas.

Hago café y unas tostadas y desayuno en la cocina, con la televisión encendida a unvolumen discreto. Reviso mi correo electrónico y suspiro. A pesar de ser domingo,

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debería dedicar unas horas esta tarde para avanzar algo de trabajo o no podrétomarme unos días libres como pensaba.

—Buenos días. —Una ojerosa Sofía entra en la cocina, descalza, y se deja caer enuna de las sillas frente a mí—. ¿Llevas mucho tiempo despierta?

—Solo un rato. —Sin preguntarle siquiera, pongo frente a ella una taza de café ytostadas—. ¿Has podido descansar?

—Perfectamente…—Se estira encantada.—Me da cosa que hayas dormido en el sofá. Podías haber subido…—He dormido como una niña pequeña, Nel. —Da un sorbo a su café y cierra los

ojos, sonriente—. Sin nadie que ronque a mi lado, despertándome de forma natural,sin gritos…

Me sirvo otra taza de café.—¿En serio está todo bien en casa?—Claro que sí.Levanto una ceja y la miro sin creerme ni una palabra.—Ay, Nel, no me mires así. Está todo bien, es solo que… —Suspira y mira las

tostadas—. Esto que estoy haciendo ahora mismo puede que a ti te parezca la cosamás tonta del mundo, pero para mí es el paraíso. —Sonríe con un deje de tristeza—.No es problema de Antonio ni de los niños. Es solo mío.

—Yo no sé de estas cosas, Sofía, pero a lo mejor, si hablas con Antonio, osorganizáis, y así tienes un rato de tranquilidad.

Sofía suelta una carcajada.—Lo he intentado, chica, pero casi es peor. En cuanto Antonio intenta estar con

ellos para que yo haga mis cosas, se ponen todos a discutir, a pegar gritos y adestrozar todo. Las pocas veces que me he ido a la peluquería o a dar una vuelta,cuando he vuelto he tenido que recoger el doble. Así que paso.

—¿Y no habéis pensado en un internado?Sofía vuelve a reír.—Pues mira, si fuesen más baratos…Terminamos de desayunar mientras hablamos de nuestros respectivos trabajos. No

vuelve a nombrar a su familia, pero me cuenta los pormenores de su puesto en unagestoría, del que se siente muy orgullosa. Al menos esa parcela de su vida, quedesconocía totalmente, parece estar en orden.

—Bueno, creo que debería pensar en marcharme. —Mira el reloj y pone cara dedolor—. Tengo una hora y media para inventarme una comida de domingo que no hagavomitar a mis suegros.

Llevo a Sofía hasta su casa. Por el camino recibe varias llamadas de Antonio quese niega a coger.

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—Sé que me estás mirando de reojo, pero no pienses que por no cogerlo tengoalgún problema en casa. Es simplemente que si han hecho alguna barbaridad, prefieroenterarme cuando llegue y no amargarme antes de tiempo.

—No digo nada.Cuando va a abrir la puerta, la detengo.—Espera, Sofía… No sé si te pasa algo o no, pero ya sabes dónde estoy si

necesitas lo que sea… En serio, no tengo ningún problema en dejarte mi sofá lasveces que te haga falta. Con o sin problemas.

—Gracias, Nel.—Te llamo esta semana, ¿vale?Sonríe de nuevo y corre hacia el portal. Todo lo que he dicho lo dije en serio, pero

ella me mira con una expresión extraña, como si pensase que lo hago por cumplir. Escierto que tanto Anäis como ella han tenido siempre más relación con Cloe queconmigo, pero eso no significa que no me preocupe por ellas. Anoto en la agenda delmóvil «llamar a Sofía». No es que se me vaya a olvidar, pero lo dejo escrito para quesea un plan en firme, tan importante como cualquier llamada de trabajo.

De camino a casa decido parar a comprar algo de comida, que devoro viendo lasnoticias, sin tener que preocuparme de suegros, niños o maridos que se quedancalvos.

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CAPÍTULO II

—Cuéntamelo otra vez, porfa.Saco la mirada de la pantalla del ordenador y suspiro por milésima vez en toda la

mañana.—En serio, Alejo, estamos trabajando.—Ya lo sé, bonita, ¿crees que me estoy haciendo la manicura? —Señala los

montones de carpetas tirados en el suelo de mi despacho—. Yo archivo, tú haces loque se suponga que estás haciendo y me lo cuentas otra vez. Que siendo mujer podráshacer dos cosas simultáneamente, digo yo.

Bebo un sorbo del café, que se me ha quedado helado, y pongo los ojos en blanco.—Le dio una llave y le soltó todo eso de guardarla toda la vida. Y luego llegó el

anillo impresionante. —Vuelvo a mirar el correo electrónico que estoy escribiendo,pero ya no sé lo que quería poner—. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

—Hija, eres menos romántica que una chancla de los chinos.Mi móvil suena y lo cojo sin mirar para librarme de Alejo.—¿Dónde comes hoy?—Vaya, estábamos hablando de ti. —No me da tiempo a decir nada más. Alejo

comienza a pegar gritos de éxtasis, y me veo obligada a darle el teléfono o mearrancará la oreja. Espero pacientemente y, tras toda clase de adjetivos de lo máscursi, me devuelve el móvil a regañadientes.

—Lo siento, cometí el error de contárselo.Oigo como Cloe se ríe a carcajadas.—No te preocupes, Nel, es un encanto. ¿Qué me dices, comemos juntas?Miro el reloj en la pantalla del ordenador. Aún tengo muchas cosas que hacer, pero

necesito salir un rato.—¿A las dos? Pero no puedo tardar demasiado.—Hecho. ¿Te paso a buscar?—Quedamos mejor abajo. —Miro con el rabillo del ojo a Alejo, que está poniendo

la antena disimuladamente—. Si subes, Alejo te matará a achuchones.Reservo en un restaurante de comida mejicano que está cerca de la oficina.—Yo también quiero ir…—Ni hablar. —Miro a mi alrededor. Me va a dar un ataque si sigo con el despacho

así—. Si quieres irte a tu hora, ya puedes darte prisa. Esto hay que acabarlo hoy…—… Dijo la madrastra a Cenicienta.Pongo los ojos en blanco y cuento hasta diez para no decirle nada. Alejo se ríe solo

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de su propio chiste y sigue archivando en las estanterías, aunque juraría que canturreapor lo bajo una de las canciones del clásico de Disney.

Cuando llego al restaurante, Cloe ya está sentada ante una mesa cerca de la ventana.Sonríe al verme, y me deshago en disculpas mientras me quito el abrigo.

—Vale, vale, Nel, no pasa nada, me imagino que tendréis mucho trabajo.—Ufff… —pido una Coca-Cola y me recuesto en la silla—. No te imaginas en qué

lío me han metido.Le cuento todo lo del nuevo puesto y me da la enhorabuena encantada.—Pero ¡eso es estupendo, Nel! ¿No era lo que tú querías?—Ya, pero… Con sinceridad, Cloe, no sé si voy a estar a la altura.—No digas tonterías. Tú puedes con todo eso y con más. Además, tienes a Alejo,

¿no?—Si dejase de decir tonterías todo el día, seguro que su tiempo sería mucho más

útil, la verdad.—¡No seas viejuna, Nel! Es mucho más ameno trabajar con alguien divertido como

él que con un soso, por muy bien que trabaje. Dale tiempo. El chico es joven, perotiene ingenio. Hacéis una pareja muy curiosa, tienes que admitirlo.

No puedo evitar darle la razón. Le cuento cómo he tenido que dar mil rodeos hastaque me lo he podido quitar de encima, porque estaba empeñado en venir a comer connosotras.

—Bueno, y tú, ¿qué?—¿Yo?—¿Aún de resaca romántica?—Ay… No seas tonta, Nel. —Veo que se ruboriza al instante—. La verdad es que

estoy como una tonta desde el sábado.—No es para menos, hija. —Cojo su mano y miro con más detenimiento el anillo,

que luce más bonito, si es posible, con luz natural—. Debo reconocer que se lo curró.—Desde luego… —Sonríe ensoñadora.—¿Y ya te has puesto a mirar vestidos?—Bueno, bueno… Con calma. Tampoco esto significa que nos vayamos a casar

inmediatamente…—Anda la otra… ¿Y entonces qué significa?—Pues un compromiso, Nel, un compromiso. Lo de la boda ya se irá viendo.—No te estarás arrepintiendo, ¿no?Cloe se ríe y bebe de su vaso.—Que no, Nel, no es eso. Es solamente… —Veo que duda—. Si te cuento una

cosa, ¿prometes no salir corriendo?—Ay, madre… —Me tapo los oídos temiendo su secreto.

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—De verdad, Nel, no hagas tonterías o no te lo cuento.—Venga, dispara.—Pues verás, no es nada grave… Pero he estado pensando mucho y creo que antes

de organizar la boda deberíamos pensar en tener un hijo.No escupo la Coca-Cola que estoy bebiendo en su cara de milagro.—¡¡¿¿Queeeeeeé??!!—Mira, Nel, tenemos ya una edad que… No digo que seamos viejas, pero ponte a

pensar que no me quedo embarazada enseguida… Mientras lo consigo o no loconsigo, casi habrá pasado un año, y lógicamente no me pienso casar embarazada, asíque…

—¿A ti se te ha ido la cabeza o qué, tía?—¿Tan raro te parece?Estudio con detenimiento la expresión de Cloe en busca de cualquier pista que me

haga entender que me está tomando el pelo. Pero nada. No hay nada. Alucino.—Pues qué quieres que te diga, sí que me parece raro. —Bebo lo queda en mi vaso

y pido dos cafés y la cuenta—. En serio, Cloe, entiende que me parezca extraño queno te emocione pensar en la boda con Caleb, pero sí en quedarte embarazada… Y máscuando nunca te he oído hablar de bebés ni de nada que se le parezca en toda mi vida.

Nos ponemos los abrigos y salimos a tomarnos el café a la mesa que hay en lacalle. Enciendo un cigarro y le ofrezco uno a Cloe, que duda un momento.

—Vamos, hombre, no me digas ahora que lo has dejado para tener un bebé, que meda algo.

Cloe suelta una carcajada y lo acepta.—Vaaaaaaleee… Tienes razón, déjame en paz. —Aspira con fuerza la primera

calada del cigarro y suelta una enorme bocanada, mezcla de humo y vaho—. No sé loque me pasa, la verdad. Debe de ser la edad.

—O tu pánico al compromiso…—No es eso, en serio. —Da pequeños saltitos de un lado al otro, intentando entrar

en calor—. No me imagino la vida sin Caleb, Nel.—¿Entonces?—¿Sabes lo que se dice de los escritores?—Ilumíname.—Que cuando más desamor, mejor calidad en las novelas, sobre todo en el género

de romántica. —La miro sin entender y suspira—. Pues que no me sale nada, ni unasola palabra.

Quizá porque la conozco desde los cuatro años, sé que esto es muchísimo másgrave que la locura de tener un hijo.

—Es normal que te sientas rara, Cloe. Al fin y al cabo, han cambiado muchas cosas

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en tu vida. Quizá es solo una cuestión de tiempo.—Espero que tengas razón, o tendré que buscarme un trabajo de verdad, como

decían mis padres. —Mira la hora en el móvil—. Creo que tienes que irte.—No me cambies de tema.—No te cambio de nada, listilla. Son ya las cuatro.—¡¿Qué dices?! —Corroboro la hora en mi reloj y se me revuelve el estómago—.

Dios… La de cosas que tengo que hacer… —Le doy un beso fugaz a Cloe en lamejilla—. ¿Hablamos luego?

—Te llamo.Corro hacia el trabajo sin dejar de pensar en lo que me ha dicho Cloe. Si deja de

escribir, es muy posible que tengan más de un problema de pareja.

***

—Esto ya está. —Alejo se deja caer en el sofá del despacho—. Como vuelvas adescuadrar el archivo, firmo la baja voluntaria.

—Mira que eres exagerado. —El reloj marca las ocho, pero parece que fueran lasdoce de la noche—. ¿Te vas a casa?

—A casa dice… —Alejo renace de entre sus cenizas y se alisa la camisa—. Deprimeras, una cervecita. ¿Te apuntas?

—Me queda al menos una hora —digo sin levantar la vista de mis papeles.—Te espero en el bar de abajo. No me falles, ¿eh?Una hora y cuarto después, recojo mi mesa y voy al baño. Estoy cansadísima, me

duele la cabeza y los zapatos me están matando, pero es una cuestión de orgullo. Sivuelvo a negarme a tomar al menos una caña, Alejo constatará automáticamente quesoy poco menos que una señora mayor con bastón, así que me peino, me retoco elrímel y entro en el bar con mi mejor sonrisa. Hasta que veo que Alejo estáacompañado.

—Ya pensaba que no venías, monina. —Alejo se ríe, dando golpecitos teatreros enel reloj.

—He tenido que recuperar todo el tiempo que me haces perder cuando me distraes.El camarero pone delante de mí un doble de cerveza bien frío y le doy un buen

sorbo.—Estábamos hablando de las vacaciones. —Mario, el abogado especializado en

menores, se acerca a nosotros con su copa en la mano—. ¿Te vas a algún sitio?

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—Qué va. Que no venga en unos días no significa que no tenga trabajo. —Señalo lacartera de piel que está llena a rebosar de papeles—. Me traslado al salón de mi casa.

—Nosotros nos vamos con los niños a una casa rural. —Por la cara que poneMario, parece que sería más feliz quedándose a dormir en la oficina—. Con primos,abuelos, tíos y todo.

—Qué planazo.—Ya te digo. —Se bebe de un trago su cerveza solo de pensarlo—. Y tú, ¿vas a

algún sitio?Jero, que hasta entonces ha estado callado, apoyado en la barra, asiente.—Me voy a esquiar unos días.—Mira, ese sí que es buen plan. —Alejo sonríe—. Yo, lo único que voy a hacer es

olvidarme de todo y salir todos los días.Pasamos unos segundos en un incómodo silencio. Mario y Jero se miran sonrientes.—¿Y cuándo te vas? —suelta Alejo, intentando seguir con la conversación.—Después de Nochebuena. Cenaré antes con la familia.—Ahh… ¿Te vas solo?—No, con unos amigos. Una vez al mes nos hacemos una escapada a la naturaleza.—Yo debería hacer alguna de esa…Me río interiormente pensando en Alejo en medio del campo. Es lo menos rural que

uno se pueda imaginar y hasta dudo de que tenga un calzado más informal que loscastellanos que lleva. Apuro mi cerveza y miro el reloj. Ya he cumplido mi cometidoy, sinceramente, no me apetece nada seguir con estos dos, mientras Alejo me mira dereojo.

—Pues yo voy a hacer una escapada a casa. —Saco algo de suelto y lo dejo encimade la barra.

—¿Te vas ya? Pero si acabas de llegar…—He tenido un día muy largo.—Espérate y nos vamos juntos. —Alejo mira de nuevo el reloj—. Solo media hora

—me dice suplicante.Soy muy facilita de convencer. Antes de que me dé cuenta, tengo otra cerveza en la

mano y ganas de arrancarme los pies, pero sonrío jovialmente como una idiota. Se nosunen María y Carlota, y la conversación se anima un poco.

—Al menos no tendremos jefes hasta mediados de enero. —Carlota, secretaria dedirección, sabe los pormenores de la agenda de los jefes—. Ya he reservado vuelospara los dos. Se van mañana.

—¿Por eso no te coges vacaciones?—No me las cojo por mis hijos. Mientras no tengan cole, prefiero escaparme

varias horas cada día que estar en medio de esa guerra. —Sus hijos, gemelos de ocho

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años, son verdaderos terremotos—. Le toca a su padre disfrutarlos.Cuando consigo salir del bar y arrastrar conmigo a Alejo, son casi las once.—Diossssss… Mañana voy a dormir hasta la hora de comer. —Me paro frente al

coche—. ¿Te llevo a algún sitio?—A casa. Igual salgo más tarde, pero tendré que darme una ducha y cambiarme. —

Me mira sorprendido, como si no me enterase de nada—. ¿Y tú, qué vas a hacer?—Me voy a tirar en el sofá un buen rato.—Vieja.—Idiota.—¿No has pensado en aprender calceta? Parece tu estilo.—Mira, rico. —Lo miro de arriba abajo—. Cuando tengas mi edad, a ver si tienes

los huevos de seguir saliendo tanto. —Nos subimos al coche y arranco en dirección asu casa—. Llevo una rachita de salir que no paro. Así de cansada estoy todos los días.

—Pues ya puedes descansar para la vuelta. —Antes de que me dé tiempo acontestar, Alejo ha cambiado de tema—. Por cierto, Jero no te quitaba ojo.

—Anda ya. —No me interesa lo más mínimo la conversación, pero Alejo no serinde fácilmente.

—No me digas que no te has dado cuenta. —Me mira interrogante y me encojo dehombros con desgana—. Cuando has ido al baño, te ha mirado el culo.

—Pues que le aproveche.—¿No te gusta ni un poquito? Porque la verdad es que no está nada mal. Un poco

seco, pero no tiene mal cuerpo.—Ay, Alejo, no insistas. No me vas a vender la moto con Jero. Me importa un pito

lo que haga, la verdad.—Eres una mujer cruel. —Ríe—. Eres la viuda negra, coges a los hombres y los

utilizas…—Claro, él estaba enamorado de mí, ¿no? —La verdad es que me ha dado un poco

de corte estar con Jero en el bar, pero no se lo voy a reconocer a Alejo—. Si lomismo ni se acuerda.

—¿Cómo no se va a acordar? Te apuesto lo que quieras a que en algún momento sete insinúa. Dale tiempo.

—Anda, anda, déjate de tonterías. —Aparco en doble fila y pongo las luces deemergencia—. Ya ha llegado usted, señorito.

Alejo me da un abrazo y me besa.—Pasa unas bonitas fiestas, abuelita.—Lo mismo digo, idiota. —Se ríe encantado—. Igual te llamo algún día para tomar

una cerveza.—Si no es una copa, ni te molestes. No me gusta mezclar. —Sale del coche y se da

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la vuelta, con la puerta aún abierta—. Si necesitas ayuda con algo, llámame, aunquesea solo para quejarte.

—Disfruta de tus vacaciones, ya te explotaré cuando vuelvas.—Siempre a su servicio, jefa.Lo veo entrar en el portal haciendo el payaso y arranco hacia mi casa. Sé que Alejo

me conoce lo suficiente como para saber que esta noche no estaba bien. Le agradezcoque haya bromeado y que no me haya preguntado qué me pasaba, porque ni yo mismalo sé. Lo único que sé es que estoy destrozada, que no tengo ganas de nada, y menosde las fiestas de Navidad. Y sí. Lo reconozco. Me ha desinflado un poco el tema deJero. No sé qué me esperaba, y desde luego no que se tirase a mis pies y reconociesesu amor por mí, pero no sé… Algo. Al menos una sonrisa, una insinuación, un guiño…Algo, joder. Lo mínimo que esperas cuando tienes algo tan arriesgado como un lío conalguien del trabajo es que al menos haya un tonteo, previo o posterior, o algúnjueguecito de miradas. Y no digo con esto que tenga ganas de volver a liarme con él,que ni la más mínima, pero habría sido interesante un tira y afloja. Pero nada, que no,ni mi paseíllo tan estudiado al baño ha dado sus frutos por mucho que diga Alejo…La culpa la tengo yo por liarme con un sieso.

Dos casas antes de la mía veo a Jorge, el peluquero, con su inseparable Thor. Dudounos segundos, pero al final paro el coche y le pongo las luces. Tras un brevemomento de despiste, me saluda con la mano y llega a mi altura.

—¿Qué pasa, vecinita?—Aquí, volviendo de mi trabajo de esclava.—A mí no me lo digas, acabo de llegar. —Suelta la correa de Thor, que corre

encantado calle abajo—. ¿No tienes vacaciones?—Pues sí, justamente ahora mismo empiezan.Se ríe irónicamente.—Eso me pasa por preguntar.—Si te sirve de consuelo, trabajaré desde casa.—Pues pásate un día por el centro comercial y nos tomamos algo.—Hecho.Sin previo aviso, silba a Thor, dándome un susto de muerte. Thor vuelve al segundo

y se deja poner la correa dócilmente.—¿Ningún vecino se ha quejado de tus silbidos?—Es parte del encanto de vivir aquí. De todas formas, solo te conozco a ti…—Normal, deben de estar cagados dentro de sus casas…Jorge ríe con ganas y se apoya en el coche.—¿Haces algo ahora?Lo debo de mirar con una cara un tanto extraña, porque suelta una carcajada.

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—Tranquila, no me estoy insinuando. Solo te quería invitar a una cerveza.—¿En casa?—No tengo fuerzas para más.—Estamos igual.—¿Te vienes entonces?—Vale. Déjame meter el coche y cambiarme de zapatos. ¿Quieres que lleve algo?—Nada, nada. Tú solo vente. —Cruza hacia su casa y da la vuelta antes de llegar a

la puerta—. Te dejo abierto.No sé cómo con tan poca cosa ha cambiado tanto la noche, pero entro en casa con

una sonrisa en la cara. Jorge es de esas personas que da buen rollo instantáneo, y laverdad es que me apetece tomar algo con él. Aunque en principio solo me iba acambiar los zapatos, me animo a ponerme unos vaqueros y un jersey de cuello alto.Descarto las botas y me pongo mis viejas zapatillas de deporte, que siempre me danla sensación de ir descalza.

La casa de Jorge es lo que yo llamo un caos organizado. A pesar de estarexageradamente desordenada para mi gusto, se nota que tanto el mobiliario como loscuadros han sido elegidos por alguien con buen gusto. Y dinero. Thor me da labienvenida con lametones y saltos, y está a punto de tirarme al suelo.

—¡Thor, fuera de aquí, hombre!Jorge le abre la cristalera que da al jardín y el animal sale dando saltos como una

cabra.—Ahora entenderás por qué no tenemos muchas visitas.—Me hago una idea…—Pasa, pasa… —Me tiende una cerveza y me guía hacia la zona del salón. Medio

enterrado entre almohadones, descubro a un adolescente enfrascado en su portátil.—Es Víctor, mi sobrino.El chaval levanta un segundo la vista de la pantalla y me hace un gesto con la

barbilla que se parece lejanamente a un saludo.—¿Estás de canguro?—Permanente. —Mira a Víctor con el ceño fruncido—. Se ha venido a vivir

conmigo una temporada.—Ah. —No insisto. Me da corte preguntar sobre el tema teniéndolo tan cerca—.

¿Vivís los dos solos?—Con Thor. Es nuestro guardián. —Sonríe mirando al jardín—. ¿Y tú?—Solo yo. Nadie me dejaría de canguro voluntariamente.Jorge se ríe.—A mí tampoco. No soy lo que se dice el mejor ejemplo. Pero, chica, cuando las

cosas se tuercen… —Adivina mis pensamientos y le quita importancia con una mano

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—. Tranquila. Aunque lo pongas verde, no se enterará. Cuando está delante de lapantalla entra en trance inmediato.

Observo como Víctor no mueve ni un músculo de la cara.—¿No tienes pareja?—Vale…, muy directo.—Tranquila, no me interesas si es lo que te preocupa.—Pues lo que acabas de decir me preocupa aún más. —Bebo un trago de la

cerveza—. Últimamente, la cantidad de tíos desinteresados es alarmante.—Hace tiempo que dejaron de interesarme las parejas de cualquier tipo, no te lo

tomes como un insulto.—Te entiendo. —Es extraño estar en esa casa, con un tío desconocido y un chaval

desconectado del mundo. Pero el caso es que, precisamente por eso, por una vez, meapetece hablar de mí con alguien neutral, como si estuviese en un confesionario.

—A mí me pasa igual. No es que me haya dejado de interesar tener pareja, pero enel fondo soy carne de soltería. Me encanta estar sola, soy demasiado egoísta paratener que preocuparme por otra persona. Y lo peor de todo es que me gusta.

—Pues vaya dos que nos hemos juntado… ¿Algún trauma o desamor?—Simplemente, demasiado trabajo.—Ufff… No me hables de trabajo… —Me inspecciona de arriba abajo—. ¿Qué tal

el corte?—Un éxito… Es la primera vez que me lavo el pelo después de ir a la peluquería y

no me convierto en un ewok.—Es lo más bonito que me han dicho en mucho tiempo.Me tiende otra cerveza helada y, sin saber cómo, me veo hablando de toda mi vida,

desgranando cada relación que he tenido desde que salí del colegio. Incluso le hablode Cloe y Caleb, de su increíble historia, y de todo lo que nos pasó aquel fin desemana.

—Vaya… Me lo has contado tan bien que tengo ganas de conocer el final.—Quién sabe… Solo espero que sean felices a su manera o como quieran. —

Pienso en Cloe, quien, por cierto, no me ha llamado, y tengo un encontronazo desentimientos—. En el fondo, tengo que reconocer que les tengo envidia.

—¿Envidia sana?—Eso no existe. La envidia, o es envidia a lo grande o no es nada. —Noto que el

alcohol me está subiendo porque ya comienzo con mis frases lapidarias—. Sé que tehe dicho que me gusta estar sola, pero… Joder, tiene una suerte que flipas. No es queno se lo merezca, porque te aseguro que la adoro, pero… Es como si todas lashistorias de amor que ha escrito se hubiesen fundido en una sola y crease al perfectode Caleb.

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—Joder, hija, me suena todo como a cuento de princesas.—Pues en el fondo no lo es. Son dos personas fuertes, tercas y algo orgullosas,

pero se mueren el uno por el otro. —Intento describir a mis amigos, pero no encuentrolas palabras adecuadas—. Son la definición de la palabra inevitable.

—Pufff… Demasiado intenso para mi gusto.—Y para el mío, no te creas… Me estresaría con un tío como Caleb en dos

minutos. Pero para ella es el complemento perfecto.Víctor cierra el portátil y se levanta. Le da un beso a Jorge y se despide de mí

dándome las buenas noches.—Pues está bien educado…—Es complicado, supongo que como cualquier adolescente.—¿Qué pasó? Si no te importa que te pregunte, claro…—No pasa nada. —Abre otra cerveza y me ofrece una más, que acepto, aunque es

posible que vuelva a mi casa a gatas—. Mi hermana se divorció hace dos años y apartir de entonces, Víctor se volvió imposible. No se entiende para nada con ella. Haintentado cambiarlo de colegio, ponerle un tutor, llevarlo a un psicólogo… Pero nada.—Mira inconscientemente hacia la escalera y suspira—. Ya no podía más con él y mepresenté voluntario para que viniese a vivir aquí.

—¿Y cómo os va?—Soy el tío guay, así que tenía la mitad del camino ganado. Y la verdad es que no

me quejo. Lleva dos meses aquí y no hemos tenido ningún disgusto. Además —selevanta y va hacia la puerta del jardín—, Thor y él se adoran, así que ya tiene unvínculo aquí que valora, que ya es algo. —El incansable animal entra en el salóndando saltos y, tras darme un lametón a modo de despedida, también desapareceescaleras arriba—. Como verás, a este también lo tengo muy bien educado.

—Eres un padrazo.Le doy otro sorbo a mi cerveza, que se ha quedado algo caliente.—¿Te puedo preguntar algo?Jorge asiente sonriente.—Si no es muy difícil…—¿Eres gay?—Vaya, nena, me acusas de directo a mí…—Lo siento. —Me entra la risa, pero más por el alcohol que porque me haga

gracia.—Yo sí que lo siento, sé que con lo que te voy a contar te voy a romper un

prototipo… Pero no soy gay, señorita.—Lo siento si me meto donde no me llaman. No quería dar a entender que todos los

peluqueros lo fueran.

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—Pues igual hay más en este sector que en otros, qué quieres que te diga, peromuchas veces se confunde la sensibilidad con la tendencia sexual.

—No me entiendas mal, no es de mi incumbencia con quién te acuestas…—Pues con nadie, hija. —Se ríe tontamente. Parece que no soy la única que tiene el

puntillo—. Supongo que me pasa lo que a ti, que en el fondo estoy mejor solo…—Estar solo y acostarse con alguien no está reñido…—Tú eres un poquito suelta, ¿no?Seguimos hablando entre risas, de tonterías y anécdotas de nuestra vida. Cuando me

levanto para ir al baño, me doy cuenta de que ha llegado la hora de la retirada.—Qué pena… No te vayas aún, amiguita…—¿Tú no trabajas mañana?—Puff… Eres una mujer cruel. —Se pone de pie pesadamente y me acompaña

hacia la puerta.—No salgas, está helando.Me coge del brazo y abre la puerta sin pensárselo dos veces. El frío nos da una

bofetada en la cara.—Venga, te acompaño, no vaya a ser que te rapten. —Cuando nos paramos en mi

puerta, me abraza sin previo aviso.—Gracias, Nel, has hecho esta noche pre navideña mucho más llevadera. —Espera

que abra con la llave y me da dos besos—. ¿Nos vemos estos días?—No lo dudes. Me debes una visita y prometo tener un cargamento de cervezas.

***

Decido empezar fuerte las vacaciones y quedo al día siguiente con mi madre para irde compras. Aún con resaca espesa y cabezona, espero en la puerta del centrocomercial.

—¿Llevas mucho esperando?Baja del autobús y me da un abrazo.—Solo desde la hora que habíamos quedado —refunfuño.—No seas quejica, hija, que te pones muy fea. —Entramos y el calor nos abruma.

Me quito el abrigo antes de empezar a sudar—. ¿Por dónde empezamos?Supongo que es una pregunta retórica porque, antes de darme tiempo a contestar, ya

estamos subiendo por la escalera mecánica. Empezamos por la planta joven, aunqueme hace gracia comprar allí todavía. El día que me vea obligada a comprar en la

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planta de señoras me entrará una depresión de época, pero aún tengo esperanzaporque, si la genética no es demasiado cruel conmigo, todavía dispongo de unos años,ya que acabo de ver a mi madre elegir unos vaqueros para ella.

Mamá no me atosiga. Me deja pasear entre la ropa mesándola, tocándola yprobándome todo por encima. Quien crea que una madre no es quien mejor te conoce,está equivocado. Incluso cuando te saca de quicio, es completamente consciente deque lo va a conseguir. Pero en esta ocasión, es la madre paciente que recuerdo de laadolescencia, la envidia de todas mis amigas, porque nunca le importó confiar en micriterio y que fuese capaz de encontrar mi personalidad con la ropa. Con unos límites,claro.

—¿Qué te parece esto? —Saca, de un perchero abarrotado, una especie de abrigolargo.

—A ver… —Me lo pongo encima de mi ropa y voy hasta el espejo. Quedaverdaderamente bien, tiene una caída extraordinaria y un cuello que realza mi corte depelo—. ¿Qué tal lo ves?

—Muy bien, pero quizá una talla menos…—Mamá, me va a quedar muy ajustado, que si luego me pongo un jersey gordo…Me mira de arriba abajo sin parpadear.—¿Desde cuándo llevas tú jerséis gordos? Si siempre vas en coche… —Me quito

el abrigo, me lo arranca de las manos y se va hacia una dependienta—. Te quedarámejor si es más ceñido de la cintura.

Y qué razón tiene. La talla anterior se ajusta perfectamente a mi silueta y me hacemás alta.

—Nos lo llevamos. —De camino a la caja, me paro a mirar unas pulseras ytambién las coge a pesar de mis protestas—. Déjame que te mime un poco, hija.

Me veo transportada a cuando, con el pretexto de ir a hacer la compra semanal, meregalaba algún capricho que lucía al día siguiente encantada. En momentos como esteme pregunto para qué me fui de casa de mis padres, con lo cuidadita que estaba.

—Vamos a ver lo de los chicos.Compramos los regalos de mi padre y mis hermanos y, a pesar de las protestas, me

niego a irme sin comprarle a mi madre su perfume favorito y un bolso muy mono ymuy poco útil que engancho por el camino. Cuando por fin nos sentamos en unacafetería cercana, me acuerdo de por qué siempre iba a comprar con calzado plano.

—Bueno, pues hemos tenido suerte, ¿no? Al final tenemos solucionados todos losregalos. —Sonríe feliz mientras dejamos todas las bolsas bajo la mesa—. ¿Quéquieres tomar?

Hacemos nuestro pedido al camarero y mi madre me mira extrañada.—¿No le vas a comprar nada a Cloe?

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—Miraré algo, sí, pero no hay prisa. No vuelve hasta después de reyes.—¿Dónde se han ido?—A Hawái.—¡Madre mía! ¿No había un sitio más cerca?—Ya ves, hay a gente que no le vale con Ibiza. —Me encojo de hombros y

disimulo mi envidia. No me importaría para nada estar ahora mismo en una playaparadisíaca—. La verdad es que Cloe siempre ha querido ir, así que le encantaráseguro.

—Por cierto, me he acabado El que faltaba.—Ah… ¿Y qué tal? ¿Te ha gustado?—digo con ligereza. Mi madre es una fan

absoluta de Cloe y compra sus libros en cuanto salen.—Pues me ha encantado, y mira que no es el mismo estilo de sus novelas

anteriores, pero tiene su gracia. —Bebe un trago de su cerveza y me lanza una miradaextraña—. ¿Con quién te enrollaste aquel fin de semana?

Lo sabía. Mataré a Cloe.—Mamá, a ver, no te lo tomes todo al pie de la letra.—¿No es la historia de amor de Cloe y Caleb?—Sí, pero…—¿No es la historia de un grupo de amigas que se reencuentra con los compañeros

de curso?—Sí, mamá, es eso, pero es una novela de ficción.—Claro, y por eso la mejor amiga de la protagonista es una fiscal comprometida

con su trabajo, algo sarcástica y muy buena amiga, que se lía la primera noche con unamigo de la infancia con quien, por cierto, ya había tenido algo… ¡Con catorce años!

—Por Dios, mamá, ni que fuera una niña…—Precisamente porque no lo eres te estoy preguntando… ¿Quién es?—Un amigo de Caleb. —Suspiro, dándome por vencida.—Hasta ahí llego, cariño. ¿Cómo se llama? ¿Lo conozco?—Se llama Julen.—¿Aquél rubio con pecas?Maldigo la buena memoria de mi madre.—¿Pero ese no era amigo de tu hermano?—Sí, pero repitió…—Dos veces.—Ay, mamá, no tengo ni idea de cuantas veces repitió, por Dios… Han pasado

muchos años…Come un poco de las tapas que nos han traído y me mira fijamente. Esto no acaba

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así, lo sé.—¿Y lo has vuelto a ver?Suspiro indecisa. Si le cuento lo que pasó, tendrá tema para sacarlo cuando quiera.

Si no se lo cuento, se lo preguntará a mi hermano, y esa versión puede ser aún peor.—Julen está divorciado y tiene dos hijos. Y sí, nos volvimos a ver en verano varias

veces, pero solo somos amigos, relájate.—Sí, sí, amigos con derecho a cocina…—¡¿Pero dónde has aprendido a decir esas cosas?! —pregunto escandalizada.—Hija, los amigos no se acuestan juntos.—A veces sí.—Pero entonces no son solo amigos, sino rolletes o líos de una noche.—¡¡¡¡Mamá!!!!—Déjate de historias, hija. —Pide otra cerveza y la cuenta mientras yo devoro todo

lo que queda de picar—. ¿A ti te gusta?—Pues sí, mamá, me gusta. Pero no lo suficiente.—¡¿Y entonces para qué te lías con él?!No me parece apropiada la conversación. ¿Qué le digo a mi madre? ¿Que me siento

sola? ¿Que si un tío como Julen, que no es nada peligroso, me pide que cene con él novoy encantada? Claro que Julen me gusta. Estoy a gusto con él. Disfrutamos juntos,nos reímos y nos acostamos. 8 sobre 10. Pero Julen quiere más. Quiere una novia conquien salir los domingos, que se vaya a vivir con él y lo acompañe al súper. Quiereuna chica a la que no le importe pasarse el fin de semana en el McDonalds o en unparque de bolas porque le toca estar con sus dos hijos. Que haga planes con él ycuadre sus vacaciones para irse de camping con dos niños que pasarán quince díasextrañando a su madre y preguntándose quién es esa intrusa.

Yo no soy esa chica. A duras penas puedo saber a qué hora llegaré a casa unmartes, menos aún podré tener la cena lista cuando llegue a casa. ¡¿Y los niños?! Esetema simplemente lo omito.

—Por eso no me he vuelto a acostar con él —miento como una bellaca.Ella paga la cuenta sin dejarme poner ni un duro, y con cada gesto como ese me

siento más cerca de la adolescencia.Cuando vamos a buscar el coche, me doy cuenta de que se me ha olvidado pagar la

última hora. El papelito de la multa ya está perfectamente pillado bajo el parabrisas.Maldigo mil veces. Tengo que escuchar de fondo esa cosa extraña de las madres, queñoñean en bajito mientras niegan como unas posesas con la cabeza.

—¡¿Qué es lo que pasa ahora?! —digo cuando veo que lleva diez minutosportándose así—. Que no es un sacrilegio, que es una multa de nada.

—Si no te hubieses ido a la Conchinchina a vivir, te podrías evitar tanto coche,

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pero claro…—Ahora me dirás que es igual de cómodo volver en autobús que te lleven a casa.—Pues sí, mira, pero porque voy contigo. Y si no, me cojo el autobús, que me deja

de puerta a puerta, o un taxi…—Vale, mamá. —Doy por zanjada la conversación porque me está sacando de

quicio—. ¿Cuándo viene Diego?—Ay, hija, vete tú a saber. Se supone que mañana a las cinco y media, pero la

última vez nos comimos tres horas de retraso.—¿Voy a buscarlo yo o va papá? O a lo mejor prefieres ir tú a buscarlo en metro…

—añado maliciosa.—Estás muy graciosilla tú, ¿no? —Sonríe de pronto—. Si puedes ir tú, sería mejor,

ya sabes cómo está papá de liado… —Asiento, conforme—. Además, ya que estás, tepuedes quedar a dormir en casa…

—Bueno, bueno, ya veremos. Igual Diego prefiere quedarse en mi casa.La pillo de reojo frunciendo el ceño como una niña pequeña. Aunque lo niegue,

Diego es su ojito derecho y cuando vuelve a España intenta monopolizarlo, a lo quemi hermano no se opone en absoluto.

—Ya veremos, ya veremos.Me río bajito mientras enfilo la avenida donde viven mis padres.—¿Te quedas tú con los regalos?—Como quieras.—Sí, mejor. Así no me cotillean por los armarios…Recuerdo la terrible manía que teníamos mis hermanos y yo de registrar toda la

casa, hasta bien mayores, en busca de los regalos de Navidad. Pobres, pensábamos,inocentes, que nadie se daría cuenta de nuestra búsqueda del tesoro.

—¿No te quedas? —dice cuando tiene medio cuerpo fuera del coche.—No, mamá, tengo que trabajar un poquillo… Así estos días me puedo olvidar.—Vaya vacaciones que tienes tú.Me da un enorme beso, abrazándome.—Queda con tu hermano. Y haz el favor de traerlo a casa derechito.Me río todo el camino recordando. El año pasado, cuando salimos del aeropuerto,

decidimos tomarnos algo antes de llevarlo con mi madre. Y ese algo implicó perderel coche por las calles de Malasaña, volver en taxi y aguantar la risa mientras mimadre nos acusaba de estar piripis, cuando en realidad llevábamos un pedo como unsaco.

En cuanto abro la puerta, voy directa al baño. Yo y mi manía de no ir nunca en losbares. Consigo llegar de milagro entre saltitos y maldiciones. Me arrepiento entoncesde haber dejado los regalos en el coche y vuelvo al garaje, colgándome las bolsas en

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los dos brazos como una posesa. Cuando por fin estoy instalada delante del portátil,me doy cuenta de que no me apetece ni lo más mínimo trabajar. Medio día libre y yahe perdido el ritmo. Compruebo los emails y suspiro al ver que la mayoría sonfelicitaciones electrónicas de Navidad. Los contesto todos con una foto de un paisajenevado de Laponia y huyo de allí antes de encontrarme con algún marrón. Me voy alvestidor y cojo una colección de jeans de diferentes tonos, unos leggins, algunasblusas y ropa interior. Lo meto todo en mi maleta de cabina y organizo mi bolsa deaseo. Mañana, cuando pase a recoger a Diego, me quedaré en casa de mis padreshasta después de Nochebuena. No le he querido decir nada a mi madre por si mearrepiento a última hora, aunque sé de sobra que ya me ha preparado una cama. Poreso no ha insistido más para que me quedase hoy. En eso debo reconocer que actúacon inteligencia.

Cuando ya he preparado todo, incluido un vestido de coctel precioso para la cenade Nochebuena, me suena un pitido en el móvil. Cloe ha mandado al grupo una foto dela playa en la que están. Qué asco de vida. Si fuese mala pensaría que lo hace paradarnos envidia, aunque sé que solo está compartiendo su felicidad con nosotras.Menuda guarra. Veo como las chicas piensan igual que yo, y una retahíla deemoticonos con caras estreñidas inunda el chat.

Cumpliendo mi promesa, doy un toque a Sofía, pero hablamos brevemente. Tiene alos niños enfermos y un concierto de toses de fondo.

—Llámame y quedamos cuando quieras. —Casi grito para que me escuche.—Espero que no les dure esto mucho. Todas las Navidades malos es demasiado

incluso para mí.Conversaciones como esta son las que no me hacen replantearme mi vida. Sofía,

con sus dos hijos, su marido, su trabajo y ella misma podrá ser muy feliz, o no, peropuede con ello y con más. Yo no sé si sería lo bastante fuerte y lo bastante generosapara regalar tantas horas de mis días. Por mucho que los quisiera.

Me preparo la cena y me la llevo en una bandeja hasta el sofá. Ya va siendo horade saber lo que ha escrito Cloe sobre mí…

***

Voy a buscar a Diego catatónica. Aparco en una plaza cerca del acceso a peatonesy, como aún me sobra algo de tiempo, me tomo un café doble. Desperté a las seis dela mañana hecha un cuatro en el sofá. De lo último que me acuerdo es de cómo se mecerraban los ojos y me daban calambres en las piernas del sueño que tenía. Y, aun así,

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no había podido parar de leer. Era como sí, a pesar de cambiar los nombres y algunosdatos, volviese a vivir la historia de aquel fin de semana, convirtiéndome por unashoras en Cloe, con toda su maleta de sentimientos. Aún me parece extraño vermedescrita a través de los ojos de otra persona. Y eso sin contar todas las escenastórridas. Vaya con mi madre… ¿Y ese título? ¿El que faltaba? Estaba tanacostumbrada a sus novelas al más puro estilo Orgullo y Perjuicio que me sorprendióno poder parar de reír e incluso emocionarme durante la trama. ¡Pero si me sabía elfinal! Cuando solo me quedaban cuatro páginas, me vi obligada a ir a la puerta deembarque. No las tenía todas conmigo en que Diego llegase puntual, pero daría unvoto de confianza a la aerolínea. A la hora indicada para la llegada, el temerosomensaje de vuelo retrasado saltó en la pantalla. Mierda. Una hora al menos. Y casi sinquererlo, llamé a Julen. Después de tenerlo tan presente en la lectura del libro, erabastante previsible que pasase. Al menos así podría echarle la culpa a Cloe.

—¡Hey! ¿Qué haces?—Pues aquí, ¿tú qué tal, guapa?Así de romanticones somos. Me cuenta que la Nochebuena la celebrará con su

familia y sus hijos, y en Año Nuevo intentará planear algo con amigos, porque loschicos se quedan con su ex.

—¿Te apuntas?—Ya veremos. Te llamo y te cuento.Lo que le he dicho a mi madre no es del todo verdad. Si bien es cierto que Julen y

yo no somos una pareja seria, realmente nos hemos visto bastante más de lo que hereconocido. Previamente, y a las bravas, dejamos claro todo lo que habría de pormedio. Nunca se sabe lo que puede pasar entre dos personas cuando hay sexo casual amenudo, pero Julen y yo aceptamos el acuerdo a las mil maravillas. Nos llevamosbien, nos reímos juntos y nunca hay numeritos entre nosotros. Ninguno de los dos tienepareja fija, así que me parece de lo más natural. En varias ocasiones he anulado citascon él y al contrario, y ninguno de los dos se ha sentido molesto ni mucho menos. Porsi las moscas y ante la presión de emparejarnos que recibiríamos si alguien seenterara, ni siquiera Cloe y Caleb saben que nos vemos a menudo. Muy posiblementelo llamaré para poder quedar en Nochevieja, si no me sale un plan mejor, claro. Cosaque parece bastante improbable.

Cuelgo sin poder evitar una sonrisa. Así es Julen. Un soplo de aire fresco por elque no me tengo que preocupar porque nunca me falla y que siempre está dispuesto apasarlo bien.

Por fin veo salir a los ocupantes del vuelo de mi hermano y me levanto para poderdivisarlo cuanto antes. Lástima de cartel de bienvenida. Habría sido impagable suexpresión haciendo el ridículo.

—¿Qué pasa, enana? —Diego me da un abrazo de oso, levantándome del suelo—.

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¿Cómo te va la vida, hermanita?Hago una mueca burlona. Después de las dos horas de retraso del vuelo, lo único

que me apetece es irme a dormir. Pero mi hermano y sus modales de leñador siempreme sacan una sonrisa.

—Casi me quedo frita esperando. ¿Siempre tienes que llegar tarde, hasta en avión?—Me separo un poco de él y me percato de que no está solo. A su lado, sin estarcasualmente esperando a otra persona, hay una chica menuda y morena, con gesto depánico escondido tras una forzada sonrisa. Miro a Diego con sorpresa y me guiña unojo.

—Ella es Carol, mi novia.Se le llena la boca diciendo esa palabra que jamás le había escuchado, y sonríe a

Carol con cariño.—Encantada, Carol. —Le doy los dos besos de rigor—. Soy Penélope.—Lo sé, tu hermano no para de hablar de ti.—¿Eres española?—Sí, soy de aquí.—Pues acabas de ganar cien puntos extra. A mi madre siempre le ha dado pánico

que Diego se enamorase de alguna americana en Chicago. Ya se sabe que la familiade la mujer tira mucho.

—Pues mira, me alegro de tener algo de ventaja, porque odio las presentacionesoficiales.

Carol me cae bien al momento. A pesar de su timidez inicial, es aguda y tiene unsentido del humor parecido al mío. Cuando llegamos a la plaza donde tengo aparcadoel coche, Diego está harto de nosotras.

—No sé si ha sido una buena idea…—Y tú, qué calladito te lo tenías, ¿no?—Y qué tranquilitos estábamos, la verdad. —Suspira y se deja caer en el asiento

del copiloto.—De eso nada, monada. Déjame con Carol. Así puedes aprovechar el viaje para

pensar qué le vas a decir a mamá.Diego protesta, pero no le hacemos ni caso. Carol y yo nos ponemos al día y me

cuenta de qué zona de Madrid es y cómo conoció a Diego.—Así que tú eres su jefa, ¿no?—No exactamente.—Tú, calla. —Lo miro por el retrovisor y se cruza de brazos ceñudo, fingiendo que

está enfadado.—¿Cuánto tiempo lleváis juntos?—Casi un año. —Veo cómo Carol se sonroja. Echa una mano hacia atrás, que mi

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hermano coge al segundo. Vaya con los tortolitos—. Hace dos meses que vivimosjuntos.

—Pues enhorabuena, chicos. —Diego sonríe de oreja a oreja. Intento tirar dememoria, pero no recuerdo haberlo visto nunca así de tontorrón—. ¿Tenéis planes devolver?

—Nel, no seas plasta…—Considéralo un calentamiento para lo que os espera —lo reprendo.—Déjala, Diego, tiene razón. Son preguntas obvias. Además, estoy acostumbrada.

Mi madre no hace más que repetírmelo. —Suspira sonoramente, levantando suflequillo de Cleopatra—. Mi padre también es médico, así que me gustaríaaprovechar que venimos para hablar con él de las opciones que tenemos. Creo quecomo muy tarde podríamos volver en un año o así.

—Le vas a encantar a mi madre.—Deja de ponerla nerviosa, si lo llego a saber…—No la estoy poniendo nerviosa, al contrario. Mamá la va a adorar. No solo es

española y guapa, encima, no sé cómo, parece que te aguanta y va a traer a su ojitoderecho de vuelta… No podías haber elegido mejor, hermanito.

Diego pone los ojos en blanco y ella ríe cantarina.—Ya le tocará ponerse a él nervioso, ya.—¿Tus padres lo saben?—En realidad no saben ni que estoy en España. Es una sorpresa.Me cuenta que sus hermanos también viven en el extranjero y que han quedado para

llegar a cuentagotas a casa.—Vaya, qué bonito. Sois como el anuncio del Almendro: «Vuelve a casa,

vuelve…».—Solo que yo llegaré en Nochevieja.Hablamos de otras cosas de su vida, de su apartamento en Chicago y del frío de

muerte que hace allí.Cuando por fin consigo aparcar en casa de mis padres, ya son casi las nueve.

Mamá, milagrosamente, no nos ha llamado. Ayudo a llevar el equipaje y nos metemosen el ascensor.

—¿Preparado para el interrogatorio, hermanito?Por el espejo del ascensor lo veo haciéndome gestos obscenos.—Vete a la mierda, enana.En cuanto rozo el timbre con el dedo, oigo a alguien correr hacia la puerta. Diego

intenta coger a Carol de la mano, pero ella le da un beso fugaz y lo empuja hacia laentrada. Chica lista. Mamá abre como si hubiese fuego en la casa y se lanza al cuellode Diego sin mirar a nadie más.

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—¡¡Mi niño!! Cielo, ¡ya estás aquí!Su voz queda amortiguada con el pelo de Diego.—Déjame verte… —Se separa y sujeta su cara con ambas manos—. Qué guapo

estás, por Dios, con ese pelo…Es entonces cuando ve a Carol y, aunque sigue sonriendo, mira interrogante a mi

hermano. Empieza la función. Me parece oír tragar a Diego desde mi posición.—Mamá, ella es Carol. —Ella se acerca casi imperceptiblemente a mi hermano,

pero Diego, valiente, coge su mano y la aprieta fuerte—. Es mi novia.Durante una milésima de segundo, no sé cómo va a reaccionar mi madre. No me

extrañaría que tirase del brazo de mi hermano y cerrase la puerta de golpe delante denuestras narices, gimiendo «mi tesoro». Pero la veo sonreír mientras va hacia Carol,la abraza cariñosamente y le da dos sonoros besos.

—Encantada, cariño. Me alegro de que hayas venido. —Carol le sonríetímidamente—. Adelante, pasad, pasad, no os quedéis ahí.

Me da un beso cuando paso junto a ella, seguido de un «por qué no me hasavisado» tan bajito que me parece habérmelo imaginado.

Con mi padre y Carlos, mi hermano menor, es todo mucho más fluido. A ellos lesparece estupendo que Diego tenga por fin novia y le dan el visto bueno en cuanto laven.

—Prepararé algo de cena, seguro que estáis hambrientos. —Me levanto a ayudarla—. ¿Te quedas, hija?

—Sí, mamá. De hecho pensaba quedarme estos días a dormir aquí.—Claro que sí, cariño. —La sigo a la cocina—. Anda, ayuda a tu hermano a

instalarse, a ver si tienen suficiente espacio en su habitación.—No te preocupes, mamá, se apañarán.—¿No sería mejor que Carol durmiese contigo? No sé si…—No digas tonterías, mamá, ya son mayorcitos.Veo como comienza a negar con la cabeza.—¿Y ahora qué hago yo de cena? Pregúntale qué le gusta, o si no pedimos algo…—Mamá, mamá, relájate. —La cojo de los hombros y sonrío con ternura—. Es una

chica muy maja y muy normal. Te va a encantar, ya verás. Tú haz lo que quieras decena y yo la ayudaré a instalarse.

—Ay, hija, gracias. —Me da un beso en la mejilla y comienza a cortar las tortillasde patata que ya tenía preparadas.

—Gracias. —Me susurra Carol cuando la llevo hacia la habitación de mi hermano—. Si te quedas tú, me da menos corte, la verdad.

—¿Y perderme esto? —Le guiño un ojo, y ella sonríe—. Iba a quedarme de todasformas, pero te entiendo. —Abro la puerta de la habitación y la ayudo con la maleta

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—. Espera, pondremos la cama nido al lado de esta.Cuando terminamos, la habitación está mucho más agradable. Suspira aliviada

cuando ve que tiene baño propio.—Ya te he dicho que Diego es el ojito derecho de mi madre.—¡Menos mal! Soy capaz de no ir al baño, aunque me lo haga encima si tengo que

salir al pasillo en plena noche —comenta risueña—. Oye, ¿qué tal tu madre?—Más nerviosa que tú.—¡Ufff! La verdad es que sois una familia muy agradable. Temía este momento, no

creas.—No te preocupes. Si ves que te agobias, os venís a mi casa y listo.—Ya me lo dijo Diego, pero no quiero hacer un feo a tu madre.—Chica valiente. Pero me temo que no os dejará marchar nunca.—Por eso quería que estuvieses aquí, para que nos raptes si hace falta. —Sonríe

afectada.Volvemos al salón. Diego y Carlos se ríen de algo que están viendo en el móvil, y

mi padre está absorto con las noticias. Hago un gesto a Carol para que me siga, y voyhacia la cocina.

—¿Ya os habéis instalado? ¿Necesitas algo, Carol?—No, muchas gracias, Blanca, está todo perfecto. ¿Podemos ayudarte?Veo lo bien que se apaña Carol con mi madre. Después de negarse a quedarse

sentada en el salón porque, como dice mi madre, es la invitada, consigue que le dé elmantel y las servilletas.

—Vosotros no hagáis nada, ¿eh? —increpo a mis hermanos y mi padre—. No vayaa ser que os estreséis…

Me ignoran profundamente. Carol se ríe y me da una palmada en el hombro.—Tranquila, yo también tengo hermanos.Y entonces mi madre hace algo insólito hasta ahora. Llega como una loca de la

cocina dando las típicas palmadas enérgicas de madre que siempre pensé quesustituían a las bofetadas que en realidad tenía ganas de darnos.

—A ver, haced el favor, que está Carol poniendo la mesa… —La miran sinentender. Para variar—. Levantad a ayudar, ¡venga! Que tenga que hacerlo nuestrainvitada…

Cuando Diego pasa junto a mamá, ella le pega una colleja mítica en mi casa, ysuelto una carcajada. Esas collejas son toda una institución en mi familia y mi madresiempre ha tenido una facilidad especial para darlas sin que sepas de donde vienen.Carol y yo nos vamos sentando a la mesa mientras los chicos traen lo que falta.

—¿Qué quieres beber?—Coca-Cola, por favor, si puede ser. No me quiero quedar dormida encima del

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plato.Mamá llega y admira encantada como reímos juntas. De nuevo vuelvo a escuchar,

mientras cenamos, cómo se conocieron, lo bien que les va en el trabajo y el tiempoque llevan juntos, por lo que Diego recibe una segunda colleja.

—¡Y no nos dices nada!—Vale, para que veas que os digo algo… —Busca con la mirada la aprobación de

Carol, que le sonríe dándole ánimos—. Hace dos meses que vivimos juntos.A mamá se le atraganta el vino con gaseosa.—¡Pero bueno…! ¡Pues sí que vais en serio!—No os dijimos nada ni a vosotros ni a mis padres… Queríamos estar seguros

antes.—¿Tus padres aún no lo saben? —Creo que es la primera vez que oigo hablar a mi

padre en toda la noche—. ¿Cuándo se lo dirás?Carol, con mucha paciencia, vuelve a narrar la historia de su familia y de sus

hermanos esparcidos por diferentes partes del mundo. Soy testigo de cómo mi madresonríe sin disimulo cuando se entera de que ella también es de Madrid y que tienenpensado volver.

—Eso sería maravilloso… —Aprieta el brazo de mi hermano con lágrimas en losojos—. Hijo, con lo que te echamos de menos…

Carlos y yo nos morimos de risa. Da igual los años que tenga, Diego seguirá siendosiempre el osito de peluche de mamá. Cuando empieza a hablar de nietos y demáscosas de madre, desconecto. Es mejor pasar desapercibida.

—¿Y por qué no le dices eso a los nietos de Nel? —se defiende Diego, como buenhermano, atacando.

—¿Y por qué no te vas a la mierda un ratito?—Oye, hija, ¡haz el favor! ¡Menuda lengua! —Mira a Carol con cara de disculpa

—. Por cierto, Nel, ¿le has dicho a tu hermano lo de Julen?—¿Qué Julen?Yo mato a mi madre.—Julen, tu amigo. El del equipo de fútbol, hombre.—¡¡Ahhhhh!! —Diego pone la misma cara de bobalicón que cuando tenía trece

años—. ¿Qué pasa con él?—Tu hermana, que se ha… —De repente se acuerda de la presencia de mi padre y

suaviza el tono—: Que ha salido con él por ahí hace poco.—¡No jodas! ¡¿En serio?!—Diego me mira como si acabase de darse cuenta de que

soy una mujer—. ¿Pero no está casado?Veo que mi padre, a pesar de no decir nada, pone cara de terror.—Está divorciado desde hace dos años. Y no he salido con él.

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—Bueno, llámalo cuando quieras… —Diego no puede seguir porque de repente leda la risa.

—Pero ¿no os liasteis en el cole?Cómo no. Le tocaba hablar al otro idiota.—¿Qué sabrás tú, enano?—Porque leía tu diario. —Sin que le dé tiempo a pensar, le suelto a Carlos una

colleja sonora que provoca las carcajadas de los demás. Soy la digna heredera de mimadre.

—Eso, por gilipollas.—Deja a tu hermano, haz el favor. —Mi madre, como siempre, defendiendo a los

hombres de la casa—. Y cuida esa lengua.—Está todo muy bueno, Blanca.Decididamente, me encanta esta chica. Le dirijo una sonrisa de agradecimiento por

intentar cambiar de tema. Ella levanta las cejas, sonriendo levemente.—Gracias, hija, me alegro de que te guste, si llego a saber que vienes…Pasamos una sobremesa llena de risas y de peleas entre nosotros. Carol abre la

boca varias veces seguidas.—Bueno, creo que me voy a ir a dormir… —Me levanto y le hago un guiño. Es lo

menos que puedo hacer después de que me haya echado una mano en la cena.—Yo también me voy a la cama si no os molesta.—Espera, voy contigo.—No, quédate, Diego, tendréis mucho de lo que hablar… —Sonríe turbada cuando

mi hermano le da un beso delante de todos—. Buenas noches.—Buenas noches, hija.Sé que mis padres esperarán a oír cerrarse las puertas para empezar a sonsacar a

mi hermano.—Si necesitas algo, ya sabes dónde estoy —digo antes de ir hacia mi habitación.—Creo que entraré en coma en cuanto mi cabeza roce la almohada, pero gracias.

Buenas noches, Nel.—Buenas noches, espero que puedas descansar.Al tumbarme en la cama, me doy cuenta realmente de lo agotada que estoy, y eso

que no he hecho nada en todo el día. Me tapo con el edredón de plumas de oca ysuspiro, echando secretamente de menos mi manta de patchwork, la misma que mehizo compañía toda mi adolescencia. Nunca la he usado en mi propia casa, perodormir con mis padres va totalmente ligado a sentir el olor y el peso de aquella mantainolvidable.

Oigo risas en el salón y me imagino cómo Carlos y mis padres están tomándole elpelo a Diego, como siempre. Mi hermano, algo aturdido y constantemente estudiando,

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siempre fue un pardillo con las chicas, así que no creo que nadie se imaginase que ibaa volver con novia, y menos con alguien como Carol. Se le nota bastante cambiado,más maduro y resuelto, como si el irse al extranjero se hubiese convertido en unaespecie de servicio militar en el que se hubiese curtido. Un hombre mi hermano… Loque hay que aguantar. Me acurruco de lado y, agarrada a la almohada, me voyadormilando, disfrutando de la serenidad de saber que no tendré que estar toda lanoche inconscientemente en guardia. Porque esta noche estoy con mamá.

***

Levantarse con un terrible dolor de cabeza no es nada agradable, pero levantarsecon una horrible migraña en casa de mis padres da ganas de echar a correr. Si medecido a salir de la habitación es únicamente porque no tengo a mano ninguna pastillapara el dolor. Y porque tengo que ir al baño con urgencia. Cuando salgo, todos lossonidos posibles se magnifican en mis oídos y un pinchazo me taladra la cabeza.

Mi padre está encerrado en su despacho oyendo un duelo furioso de banjos, unamúsica que parece recién salida del infierno. Jamás ha dejado la puerta ni siquiera unpoco entornada. En el salón, alguien ha decidido que da buen ambiente dejar un canalde deportes, y de la cocina sale el ruido inconfundible de los platos al ser sacados dellavavajillas y lo que parece un canal de noticias. Apago la tele del salón y voy a porun café.

—Buenos días, cariño, siéntate. ¿Has dormido bien? —Mamá me lleva a rastras ala mesa y, antes de sentarme, ya tengo delante un café y dos tostadas con jamón.

—Mmmm…—Es lo único que soy capaz de responder.—¿Qué planes tienes para hoy?No puedo. No puedo con eso. Odio cuando mi madre me pregunta qué voy a hacer

antes incluso de que despierte mi cerebro.—Pensaba decidirlo después del café, pero estoy por volverme a la cama.Mamá me mira preocupada y corre a tocarme la frente.—¿Estás bien? ¿Te duele algo?—No, es solo que estoy un poco revuelta. —La verdad es que estoy cansadísima,

pero no quiero alertarla.—Hija, si es que estás agotada con tanto trabajo… ¿Por qué no te tumbas un rato

más? Así esta noche estarás bien.Me da un escalofrío de pensar en esta noche. Lo que menos me apetece ahora

mismo es pensar en vestirme, peinarme y cenar junto a padre, hermanos, tíos y

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primos… Pobre Carol, la que le ha caído encima.Vuelvo a la habitación y mamá me arropa, metiéndome la sábana hasta que no

puedo moverme, como hacía cuando éramos pequeños.—¿Quieres que te traiga algo?—No, mamá. Despiértame en un rato.—Tú descansa, cariño.

***

Cloe:¡¡¡Feliz año!!!¿Cómo van tus vacaciones?Nel:Estupendamente…Más de 10 días en la cama.Cloe:¡Uohhh!¿Quién es el afortunado?Nel:El señor ibuprofeno y el señor paracetamol.Llevo desde Nochebuena malaDe hecho, no es del todo verdad. El día de Nochebuena únicamente me dolía la

cabeza, pero aproveché esa tesitura para echarle un poco de cuento y hacer el vagotoda la mañana. A mi madre, más que importarle, pareció encantarle que necesitase desus cuidados y mimos y se desvivió por mí. Aunque más tarde pagué lasconsecuencias con creces, aguantando esas miradas que las madres te echan cuandoponen en funcionamiento su sexto sentido de «a esta niña le pasa algo».

El 28 de diciembre, como inocentada, Diego trató de convencer a Julen para queviniese a comer a casa y dar una sorpresa a todos, pero por suerte él me escribióantes para saber si me venía bien. Aun así, quedamos, pero convencí a Diego, Carlosy Carol para vernos en el Cats.

—Con la ilusión que le hacía a mamá verlo… —se quejó Diego, a quien le sentóbastante mal que descubriese el pastel.

—Vete a la mierda. Bastante es que accedo a quedar.

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Después de unas cervezas, la tensión fue aflojando. Diego y Julen bromearon sobrecosas del pasado, y Carol, Carlos y yo nos dedicamos a bailar como descosidoséxitos de los noventa. Pero cuando Carlos se fue porque había quedado con susamigos, el ambiente cambió. Carol y Diego se acaramelaron de repente, bailandocada vez más juntos y regalándose besos a diestro y siniestro. Julen y yo nosquedamos en la barra hablando.

—¿Qué tal la Nochebuena?—Ya sabes, lo de siempre. Familia, jaleo y preguntas incómodas sobre mi soltería

—resoplé, sonriendo—. ¿Y la tuya?—De todo menos Nochebuena. Lorena se empeñó en juntar a las dos familias como

si no pasase nada, y parecía que los que se habían divorciado eran ellos. —Bebió untrago de su cerveza y se acercó un poco más a mí—. ¿Te has pensado lo deNochevieja?

—Pufff… —No supe qué decirle—. Debería cenar con mis padres y mis tíos.Diego no estará y no quiero que tengan dos ausencias.

—Yo también cenaré con mis padres. Saldremos luego, como en los viejostiempos.

Me dio pena decirle que estaba harta de los viejos tiempos. Había estado muy bieneso de reencontrarnos, pasar unos días como si fuésemos adolescentes y todo eso.Pero tenía que quedarse todo ahí. A pesar de que siempre existiría el pasado conellos, Cloe, Caleb, Robert, Anaïs, Sofía y Julen también eran mi presente, y esperabaque parte de mi futuro. Los adolescentes que habíamos sido ya no existían, gracias aDios. Y no quería seguir viviendo de recuerdos, porque en ese momento, apoyados enla barra, estábamos la Nel y el Julen adultos que sabían lo que hacían, y no los dosadolescentes que se dirigían dos palabras y ya estaban saliendo.

Y entonces fue cuando lo besé. Tenía muy claro que él no lo haría delante deDiego, pero a mí eso no me importaba porque era también parte del pasado. Yo ya noera —y nunca lo había sido, para desgracia de mi hermano— una niña inocente a laque tuviese que defender de las garras de un quinceañero salido. Yo podía besar y serbesada sin tener que pedir permiso ni el visto bueno de nadie.

Noté la sorpresa de Julen en su actitud. Se quedó rígido y turbado, mirándome entresorprendido y maravillado.

—¿No me dirás ahora que tienes miedo a Diego?—No es eso, pero… —Miró hacia donde estaba mi hermano, que bailaba distraído

con Carol. Ella, percatándose de la situación, lo había llevado hacia un rincón en elque no podía ver nada—. A la mierda con tu hermano.

Nos besamos, tonteamos y bailamos juntos. Quizá no éramos adolescentes, perodurante unas horas nos comportamos como veinteañeros. Hasta fui al baño a cotillearcon Carol, a la que le cayó muy bien Julen. Volvimos los cuatro juntos en taxi, y dada

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la cantidad de cerveza disfrutada, decidimos que Julen se quedara en el cuarto deCarlos. Fue impagable la cara de mi madre cuando lo vio a la mañana siguiente en lacocina.

En Nochevieja, y a pesar de que estaba bastante tocada, quedé con Julen y unosamigos a tomar unas copas, pero a última hora me rajé. Me dolía todo el cuerpo y loque menos me apetecía era arreglarme, salir, congelarme y pasarme tres horas paraconseguir una copa. Ni de coña. Mi madre tuvo una confusión de sentimientos. Poruna parte, estaba feliz de verme allí, pero por otra, su preocupación fue aumentando.

—¿Seguro que estás bien?—me preguntó insegura.—No, mamá, tengo un gripazo de no te menees. Y estoy mayor para estas cosas.Y cansada. Muy cansada. El primer día del año lo pasé entre el baño y la cama,

vomitando y teniendo unos dolores de estómago horribles. Mi padre, siempre tantranquilo, llegó a insinuar que si seguía así, lo mejor era ir a urgencias, pero cuandola regla se puso de por medio, decidió dejar de opinar. Me instalaron la tele de lacocina en mi antigua habitación y me pasé la mayor parte del día oyendo de fondo larepetición de los programas de variedades de la noche anterior.

Y aquí estoy ahora. Después de tres días, he logrado volver a mi casa a pesar delas protestas de mi madre. Por primera vez desde que lo contraté, le estoy sacandopartido a Netflix.

Nel:¿Cuándo volvéis?Cloe:Por mí, nunca…El sábado… sniff…¿Quedamos la semana que viene?Tengo tu regalo en la maleta.El regalo… Cloe y yo llevamos casi veinte años haciéndonos un regalo por reyes.

Es posible que nos hayamos regalado prácticamente de todo, pero, aun así, norecuerdo ningún año en el que no nos hayamos sorprendido mutuamente. Tendré quepensar algo pronto, aunque tengo una idea bastante clara de lo que le voy a regalar.

La noche de reyes vuelvo a casa de mis padres. De repente, mi casa se me antojamuy triste sin ningún adorno navideño. Juego a la Play con Carlos y veo la cabalgatacomiendo pipas con mi madre. Diego también vuelve después de pasar unos días encasa de la familia de Carol.

—¿Te han aceptado en la familia?—Pues sí, pero no lo había pasado tan mal desde hacía mucho tiempo… Parecía un

interrogatorio de la Gestapo.Diego nos cuenta cómo es la familia de Carol y cómo, al ser la única chica de la

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familia, todos estuvieron haciéndole el tercer grado.—Parece que he aprobado. Me han invitado a pasar las vacaciones de verano con

ellos…

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CAPÍTULO III

Las Navidades están sobrevaloradas. Cuando vuelvo al trabajo, todos enseñan susnuevas adquisiciones, traídas por los Reyes Magos de Oriente. Por fin vuelvocompletamente a mi casa y a mi vida, y aunque me ha venido bien pasar tiempo con mifamilia, estoy deseando volver a la rutina. Las fiestas hacen que se te olviden, en unosminutos, horarios, obligaciones y edad. Y, por supuesto, una dieta saludable. Aquellamañana, cuando me he puesto mi falda de tubo favorita, descubrí con horror queapenas me cerraba la cremallera. Me tuve que conformar con un vestido de punto queantes me quedaba holgado, pero compensé la ganancia de kilos con unas botas altasde ante que me hacían parecer más esbelta.

Con verdadero pánico, enciendo el portátil y abro el correo electrónico. Apenas hetrabajado en vacaciones por la enfermedad y la vaguería, y ahora pagaré lasconsecuencias. Noventa y siete mensajes sin leer son suficientes para que decidatomarme un trago de café hirviendo con una aspirina. Adiós, blanca Navidad.

—¡Buenos días! —Como siempre, Alejo entra en mi despacho sin llamar. Escurioso como un chico, que a priori parece tan educado y sumamente delicado, seconvierta en cuestión de segundos en el demonio de Tasmania, alborotando todo a supaso como si fuese un huracán.

—La puerta, por favor.Cierra demasiado fuerte y se desperdiga en la silla de enfrente.—¿Qué tal las Navidades?—Por lo que parece, demasiado largas. Tengo trabajo atrasado para dos semanas.A mi lado tengo un montón de carpetas que me han dado nada más llegar.—No me llamaste.—No he hecho nada ningún día. Y te recuerdo que tú tampoco has dado señales de

vida.Es lo que pasa siempre. Haces planes para vacaciones como si te fuese la vida en

ello, cuando sabes que en realidad te pasarás los días comiendo, comprando ydiscutiendo. Elijo una carpeta del montón y se la entrego a Alejo.

—Revísalo, por favor, estoy segura de que hay algo incorrecto —miento. Si asípuedo tenerlo ocupado toda la mañana, valdrá la pena—. Cuando esté revisado,pásamelo para firmarlo.

—¿Hay algo para el fax?Señalo el cajetín del fax, que está a punto de rebosar.—Qué bonito volver al trabajo… —resopla Alejo indignado—. ¿Alguien ha hecho

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algo cuando no estábamos?Sin tener que decirle nada, coge todos los documentos para mandar por fax y se va

dando un portazo. Parece que la vuelta a la realidad no le ha encantado precisamente.Paso dos horas relativamente tranquilas, revisando y contestando a todos los

correos electrónicos. Cuando me encuentro uno con el título: «Feliz Año, MissGlamour», no puedo evitar sonreír como una boba.

Para: [email protected]: [email protected]: Feliz Año, Miss GlamourQuerida Miss Glamour,Espero que esté pasando usted unos días dichosos junto a su familia y seres

queridos. Únicamente quería informarle de que hacia mediados de enero tendré quedesplazarme a Madrid por negocios. Estaré encantado de compartir mi tiempo y unaelegante cena con usted si me permite ese privilegio.

Sin otro particular, la saluda atentamente,Rafael MorgadeLeo y releo el correo unas cien veces, sin poder quitar la cara de tonta que se me ha

puesto. Rafael. El hombre más atractivo que he conocido. El tío al que todas lasmujeres arrancarían el traje a bocados. Decir que estoy enamorada de Rafa quizá esexagerado, pero… Joder, cómo me pone. La primera vez que lo vi, cuando meadjudicaron el famoso caso Franklin, fui consciente de que sería mi única debilidaden el proceso. Su forma de hablar, grave y sensual, la forma en que la camisa se leajustaba a su cuerpo, sus labios sensuales, aquel cabello estudiadamentedespeinado… Me volví loca. Cuando llevábamos dos meses con el proceso, seabalanzó sobre mí en una reunión que mantuvimos en la sala de juntas. No puderesistirme. Me quitó la carpeta que apretaba contra mi pecho, pidiéndomesilenciosamente permiso. Mis piernas flojearon. Tocó mis pechos a través de lacamisa, abarcándolos con sus estilizadas manos. Cuando me senté en la mesa y mepegué a su cuerpo, subiendo la falda para dejar que se pegara por completo a mí, sentíque me deshacía. Nunca he sentido aquella debilidad por un hombre y aunque habíacierto tonteo por su parte, ni en mis mejores sueños me habría imaginado que estopudiera pasar. Nos besamos como si de eso dependiera nuestra supervivencia, y sentíque me faltaba el aire. Se apretó junto a mí y supe con seguridad que me deseaba tantocomo yo a él.

—¿Quieres pasar la noche conmigo, Penélope Glamour?De ahí venía el mote. Salimos atropelladamente del bufete, como si hubiera un

incendio. Afortunadamente, todo el personal se había marchado ya. Nos tocamos en elascensor, en el taxi, en la puerta de la habitación del hotel. Era como si, una vez que

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empezamos, no pudiésemos parar. Aquella fue una noche memorable, pero acabó tanpronto como me vi desnuda junto a él a la mañana siguiente. Aquello no debía haberpasado, era el abogado de la parte contraria, y mi ética profesional debería haberestado por encima de todo eso. Pero todo eso… Era demasiado.

No hemos hablado de nada personal desde entonces. Aunque hemos intercambiadovarios correos con aspectos importantes del caso, en ningún momento volvimos ainsinuar nada de lo que ha pasado. Estoy segura de que le molestó lo abrupto de mimarcha, pero tenía que hacerlo o acabaría enganchada a él más de lo que ya lo estaba.Pero ahora, con el caso cerrado, las cosas cambian notablemente.

—¿Qué es lo que te pasa?Como de costumbre, no oigo entrar a Alejo.—Que estoy hasta arriba de trabajo, ¿por?—Porque tienes cara de estar viendo una peli porno.Intento con todas mis fuerzas resistirme, pero me muero de ganas de contárselo a

alguien.—Me ha escrito el señor Morgade.Alejo cierra la puerta y se sienta corriendo frente a mí.—Cuenta.—No es nada… Vendrá en unos días a Madrid.—¡¡¡¿¿¿YYYY…???!!!—Y me ha invitado a cenar.—A cenar, dice… —Alejo me mira con los ojos como platos—. Vas a tener una

cita con el tío más forrado y más guapo del mundo y me dices… «vamos a cenar»…¿con cara de niña remilgada?

—Me interesa todo. La cena también.Alejo resopla, abriendo mucho los ojos.—Puede ser el principio de algo.—No digas tonterías.Pero yo también lo he pensado. He pensado tantas veces en volverlo a ver que

imagino cien versiones diferentes de lo que podría ser nuestra historia. No me engaño.Puede que cuando lo conozca más íntimamente me resulte aburrido, previsible eincluso insulso. Pero de eso solo hay un 2% de probabilidades. Si el sexo vuelve aser tan bueno como la otra vez, habrá ganado tantos puntos extra que será difícil queotra cosa empañe la situación.

Una llamada interrumpe mis ensoñaciones. Alejo la coge de mala manera.—Sí, vale. Ahora va. Estamos reunidos. Espera cinco minutos. Sí, sí, ciao.—¿Quién era?Pone una cara de interesante que no hay quien lo aguante.

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—Jero está revisando las cuentas del año pasado y te necesita.—Joderrr… —Lo odio, lo odio, lo odio. La revisión de cuentas anual es uno de los

momentos que más temo en el año. Alejo saca la carpeta de las facturas y me latiende.

—Toma. Él tiene copias de todo, pero llévatela por si acaso.Resoplo molesta. Suficiente trabajo tengo ya como para que encima me entretengan

con esto.Voy a la sala de reuniones. Como Jero no es empleado a tiempo completo, no tiene

ni siquiera una mesa ni despacho en el que poder recibirnos. Llamo a la puerta y entrosin esperar respuesta.

—Pasa, Penélope. Siéntate, por favor.Me siento dos sillas alejada de él. Es casi imposible apoyar la carpeta en la mesa

con los montones de papeles que hay encima.—Por favor, si puedes ser breve… Tengo muchísimo trabajo.—Sí, yo también como puedes ver —dice secamente, abriendo los brazos para

abarcar a su alrededor.—Tú dirás.—Verás, he estado revisando los gastos del último trimestre y faltan algunas

facturas.—Eso es imposible. Alejo se encargó de todo.—Lo sé, él mismo me entregó el Excel y todas las copias, pero faltan facturas de

los últimos gastos, concretamente de taxi.Oh, mierda. La mayoría de las veces tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para

pedir un ticket en mis viajes en taxi. Siempre llego con tanta prisa que me supone unengorro y un retraso esperar que el taxista haga una factura del trayecto.

—Revisaré de nuevo los papeles, pero puedes pedírselo a la compañía. Si quiereste facilito mi número de cliente.

—Ese es el problema, Penélope, los últimos gastos son difíciles de justificar.—¿A qué te refieres?—Digamos que percibo cierto abuso en la forma en que utilizas este servicio.Intento mantenerme callada y no soltar lo primero que estoy pensando, porque muy

probablemente voy a tardar poquito en mandarlo a la mierda.—Déjate de rodeos y dime lo que quieras decir.—Está bien. En el último mes y medio del año pasado, he percibido un mayor

número de recorridos cargados a la cuenta de la empresa, algunos de ellos de unimporte demasiado elevado. —Se aclara la garganta—. Créeme si te digo que esto noes plato de gusto para mí, pero es mi trabajo detectar este tipo de movimientos.

—¿Qué tipo de movimientos…? —Tranquila, tranquila, respira, Nel—. Mira, Jero,

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sí, es cierto, voy en taxi casi cada vez que tengo que salir. Voy con el tiempo justopara coger uno y llegar al juzgado a tiempo. También voy cargada con mil documentosy la cabeza como un bombo porque en la mayoría de las ocasiones tengo varias causasen diferentes horarios. Luego debo volver con todos esos documentos y alguno más aldespacho y dejarlos a buen recaudo. ¿Qué pretendes? ¿Qué vaya en metro?

—No es eso, Penélope, creo que no me has entendido.—Sí es eso, y más, claro que sé por dónde vas. Cuando vuelvo al despacho, la

mayoría de los días me quedo hasta las nueve de la noche y luego tengo que volver acasa. Y sí, cargo a la cuenta de la empresa el trayecto hasta allí, que no está aquí allado, por cierto.

—También tienes asignada una plaza de parking.—Y estoy muy agradecida por ello, pero no todos los días traigo el coche.Jero suspira en silencio. Sí que está perdiendo la paciencia, pero me da

completamente igual.—Debes comprender que hay que controlar los gastos.—Por supuesto, lo comprendo… De hecho, podría meter muchos más gastos en mi

cuenta, gastos que me pago de mi bolsillo.—No se trata de eso…—¿Ah, no? —Estoy tan cabreada que decido ponerlo al límite—. Pues entonces

déjame añadir algunas facturas. Tengo en casa una muy interesante de un trayecto de tucasa a la mía…

Veo como la cara de Jero enrojece por momentos y me cruzo de brazos, satisfecha.—No seas niña. Si quieres mezclar las cosas…—¿Mezclar las cosas? —Subo el tono de voz, y Jero frunce el ceño—. Creo que

no. Al fin y al cabo, eres un compañero de trabajo, es una simple cuestión laboral…—Me levanto de golpe y le suelto la carpeta, que me ha dado Alejo, en su regazo—.Aquí tienes todos los originales de las facturas. Si necesitas más datos, pídeselos aAlejo.

—¿Es realmente necesario que acabemos así?—De acabar, nada, guapo. Que yo sepa, aún no hemos empezado nada. No puedo

perder más el tiempo, discúlpame.Me voy furiosa. Me he quedado con las ganas de tirarle la carpeta a la cabeza. El

muy gilipollas.

—¿Qué tal ha ido?Alejo llega a mi mesa con dos cafés y se sienta frente a mí.—Ese tío es un imbécil. Dice que falta justificar algunos datos.

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—¿Qué dice? Está todo, te lo juro. Lo revisé hasta tres veces.—Ni puto caso, que le jodan.Alejo da un sorbo al café, con mirada conspiradora.—¿No será una excusa para hablar contigo?Niego con la cabeza, sorprendida por las conclusiones de Alejo.—Pues si es así de enrevesado, créeme que se ha equivocado de persona. —Bebo

un trago de café y me quemo los labios—. Nunca he tenido una gran opinión de él,pero ahora ya me ha acabado de confirmar que es un imbécil.

—Percibo una tensión no resuelta…—Pues no percibas tanto, listillo… —Tengo un enfado que dudo que se me pase

pronto—. ¿Pero quién coño se cree que es?El teléfono vuelve a interrumpirnos. Alejo habla con Carlota, la secretaria de

dirección.—Sí, yo se lo digo… No hay de qué, adiós, guapa.Cuelga despacio y me lanza una mirada indescifrable.—¿Y ahora qué pasa?—Marcos vuelve en media hora y quiere que te reúnas con él en cuanto llegue.¿No tendrá que ver…? No, rechazo la idea de inmediato. Jero es idiota, pero no

creo que nuestra discusión haya trascendido de este modo.—Qué alegría volver al trabajo… —Reviso mi carpeta de recientes en el portátil

—. Alejo, necesito que me hagas un resumen de los juicios que tenemos ya con fechay que me imprimas el Excel de la agenda de enero.

—Eso está hecho, jefa. —Se levanta con aire eficiente y va hacia la puerta—.Estaré aquí fuera, llámame si me necesitas.

Me paso la siguiente media hora de trabajo hasta arriba, preparando la reunión conMarcos, a pesar de no saber qué quiere contarme. El café se me queda helado en lamesa, pero, aun así, me lo bebo de un trago, sintiendo náuseas por tomármelo a esatemperatura.

Cuando salgo del despacho para encontrarme con Marcos, Alejo me tiende unportafolio.

—Toma, aquí está toda la información que me has pedido.—Gracias.—Ánimo. —Sé que Alejo está visiblemente preocupado por el encuentro. Aunque

no haya dicho ni palabra, por su cara juraría que ha pensado lo mismo que yo y queesto es cosa de Jero.

Carlota me hace esperar unos minutos antes de hacerme pasar al despacho deMarcos.

—Buenos días, Nel. —Marcos me da dos besos al aire y me señala la silla situada

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frente a su mesa—. Siéntate, por favor.Cuando él se sienta, mis nervios están a flor de piel, aunque no sé bien por qué.—¿Cómo has pasado las fiestas?—Muy bien, gracias… Intentando descansar.—Espero que te encuentres mejor.—La verdad es que sí, muchas gracias por preguntar.No me esperaba esto y me pone nerviosa hablar de temas personales con Marcos.—Te he pedido que vengas porque me gustaría que hablásemos de tu nuevo puesto.

En dos semanas estarán aquí Jacques y Beltrán y quiero que esté todo organizado paralos nombramientos. —Mi alivio es notable. Veo, por mi reflejo en el cristal de laventana, como se suaviza mi expresión—. Como te dije el día en que nos reunimos,soy plenamente consciente de que tu cargo conllevará mucho más trabajo que losotros, por lo que me gustaría saber qué necesitas. Es obvio que tendremos que crearun equipo de trabajo.

—Estoy totalmente de acuerdo. Ya había pensado en eso, pero quería consultarlocon vosotros. —Saco la agenda y hojeo las notas que tomé en casa—. Verás, creo quecon Alejo a mi lado, Mara de administración y Marta para casos rápidos, estaríatotalmente cubierta.

Marcos me mira con su expresión inexpresiva.—Mara y Marta me parecen las más idóneas, pero, ¿Alejo? Yo más bien había

pensado en Jaime.Frunzo el ceño, confusa.—¿Por qué Jaime? No tiene ninguna formación en laboral.—Eso es cierto, pero es un chico despierto y le veo en un futuro en la empresa.

Creo que estar a tu lado sería una experiencia que exprimiría al máximo.Pienso en Jaime, del que todo el mundo sabe que es demasiado trepa, y no me

imagino ni un minuto trabajando con él.—Discúlpame, Marcos, pero no lo veo. Necesito a Alejo.—Nel, Alejo es un becario. Si sigue en tu equipo, habrá que cambiarle el

contrato…—Hazlo. Se lo merece.Marcos se mantiene impasible.—No es cuestión de si se lo merece. Con Jaime, el cambio es más fácil y práctico

para todos…—Ya, pero yo quiero a Alejo.—Si hacemos a Alejo fijo, también habrá que cambiarle el sueldo…—Pues creo que ya es hora. —La de noches que se ha quedado Alejo conmigo

hasta las tantas ayudándome—. Te puedo asegurar que el cambio va a ser beneficioso

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para todos. Es una persona muy válida.—Pensaré en ello.Intuyo que la reunión se ha acabado, por lo que me levanto de la silla y recojo el

portafolios. Pero algo me dice que este tema no puede quedarse en pensaré en ello otendré todas las de perder.

—Marcos, por favor, sé que la decisión final de ese puesto es únicamente vuestra,pero quiero que tengas esto en cuenta: sé que esto es un trabajo, nada personal, peromi labor conlleva estar en contacto directo y constante con mi ayudante. Sé que no soyuna persona sencilla, pero Alejo ha trabajado el suficiente tiempo conmigo para saberqué necesito y cómo lo quiero en cada momento, sin prácticamente tener que darleindicaciones. Eso no solo hace que no pierda un tiempo precioso, sino que crea unvínculo entre nosotros que sería difícil encontrar en otra persona. Para que mi equiposea perfecto, necesitamos a Alejo, créeme. Gran parte de los éxitos del pasado añohan sido directamente obra suya y de su gran efectividad. —Marcos permanece con elrostro imperturbable, pero sé que está tomando nota mental de todo—. Sé que valdrála pena este cambio.

—Gracias, Nel, tendré muy en cuenta todo esto. —Me da dos besos y va conmigohasta la puerta.

—Me gustaría saber vuestra decisión lo antes posible, Marcos. Si hay algúncambio en el organigrama de mi equipo, tendré que pensar cómo enfocarlo…

—Por supuesto, Nel. —Cierra la puerta de su despacho y le dice a Carlota que seva a comer. Ella trae diligentemente su abrigo y se lo tiende—. Mañana a primerahora te digo algo.

—Perfecto —contesto con una sonrisa. No, no es perfecto, pero creo que he dejadomuy clara mi postura y algo ha cambiado en su decisión. O al menos así lo espero.

Cuando nos estamos despidiendo, Jero aparece a nuestro lado como por arte demagia.

—Buenos días, Jero.—Marcos, buenos días, ya tengo todo lo que me pediste. —Me mira directamente,

y no puedo olvidar mi enfado de esta mañana—. Necesito hablar contigo, Penélope.—Me voy a comer, Jero. Hablamos cuando vuelva si aún estás por aquí.—Imposible, tengo una reunión a las cuatro. ¿Comemos juntos? Seré breve.Me hierve la sangre. Si no fuese porque me parece de ser muy mal pensada, creería

que Jero ha buscado justo este momento, en presencia de Marcos, para hacerme unaencerrona y que no pueda negarme. Marcos nos mira a los dos y se pone el abrigo.

—Jero, déjale toda la documentación a Carlota, debo irme.—De acuerdo, ahora mismo se lo envío. —Seguimos con la mirada a Marcos, que

va hacia el ascensor—. ¿Qué me dices, te espero abajo? —dice Jero lo bastante alto

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para que lo oiga Marcos.—De acuerdo. Dame cinco minutos. Recojo mis cosas y nos vemos ahora.Cuando voy a buscar el abrigo y el bolso, Alejo ya no está allí. Ha quedado con

unos amigos para comer en el bar de la esquina, o eso me contó esta mañana. Mequedo con ganas de desahogarme con él, pero me meto en el ascensor y voy haciaabajo con más humos que la pipa de un indio.

—¿Dónde te apetece comer?—Es igual, cualquier cosa —digo sin ganas.—De acuerdo —contesta Jero con cara de pocos amigos, y comienza a andar por la

acera—. Vamos a la Toga, ¿te parece?—Vale —le respondo secamente.Caminamos juntos hasta el restaurante. Es un sitio agradable y poco bullicioso,

ideal para hablar y degustar un menú sencillo pero muy sabroso. El camarero nosindica una mesa al fondo del comedor, junto a un gran ventanal que da directamente ala calle. Sin pensarlo dos veces, pedimos dos menús completos del día; Jero, unabotella de agua y yo, una Coca-Cola.

—¿Va a querer el segundo para llevar? —me pregunta.—Si, por favor, para llevar.—No hay problema, lo preparamos.Cuando se va con la comanda, Jero me mira interrogante.—Como aquí muchos días, me conocen.—¿Por qué no pides medio menú?Estoy reacia a hablar con él, pero me encojo de hombros y le contesto.—Porque así, cuando llego a casa después de una larga jornada de trabajo, no

tengo que preocuparme por la cena.Jero carraspea. Se le nota incómodo.—Mira, Penélope, solo quiero que sepas…—Llámame Nel, por favor —digo sin saber por qué.—De acuerdo, Nel… —El camarero viene con la bebida y Jero espera a que se

vaya para seguir hablando—: Solo quiero que entiendas que lo que ha pasado estamañana es únicamente trabajo. No es nada personal.

—Nadie ha dicho que sea personal.—Lo has dejado caer cuando has metido a colación el tema del taxi desde mi casa.Me mira fijamente. Se echa agua en la copa y le da un trago.—Ha sido poco profesional, discúlpame. —Hago lo mismo con mi bebida y le doy

un sorbo helado.—Tampoco voy a fingir que no ha pasado.—Vaya, pues muchas gracias por el detalle. —No sé qué decir. Estoy muy molesta

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por tener que compartir mesa con él y parece que, por su actitud, a él le pasa lomismo. No sé qué esperaba.

—No me has entendido. Tú eres la que has sacado el tema y no creo que fuese elmomento, pero…

—Para, Jero.Nos traen los primeros platos y el olor a pasta inunda la mesa.—No quiero hablar de este tema. Está zanjado.Me pongo la servilleta en el regazo y revuelvo los tallarines.—Yo no creo que esté zanjado a juzgar por tu actitud.—¿Mi actitud? Hablemos de la tuya si quieres. O de por qué has tenido que

pedirme que comamos juntos delante de Marcos para que no pudiese negarme. No megustan los jueguecitos, Jero.

—¿Acaso habrías accedido a comer conmigo de otra manera?—No.—Pues eso.Comemos unos minutos en silencio, sin ni siquiera mirarnos. Siento lástima por

esos tallarines, que están estupendos, pero que no estoy disfrutando en absoluto.Cuando voy por la mitad del plato, Jero ya ha devorado el suyo y el camarero le traeel segundo sin que tenga que pedírselo.

—¿De qué querías hablarme? —Intento romper el hielo.Lo pillo con la boca llena y traga con dificultad.—Marcos me ha contado lo de tu nuevo cargo. —Bebe un poco de agua y esboza

una sonrisa forzada—. Enhorabuena.—Gracias. —Intento sonreír, pero estoy demasiado incómoda. «¿Eso era todo?».Debo de estar poniendo una cara muy rara, porque Jero suelta los cubiertos y

suspira, aclarándose la garganta.—A ver, no solo quería darte la enhorabuena. Cuando esta mañana te he pedido una

explicación de los gastos, ya lo sabía. Marcos me ha pedido un informe exhaustivo delos gastos de tus gastos, los de Omar y los de María. Con el nuevo cargo, ha pensadoen subiros el límite de la tarjeta, pero antes quiere estar seguro de que en ningúnmomento habéis abusado de la cuenta de la empresa.

—Yo no he abusado nunca —me defiendo.—No te estoy culpando de ello, solo quiero ayudarte. Si paso todos los gastos que

has tenido en el último trimestre sin más detalles, estoy convencido de que tecongelará el límite y le crearás desconfianza.

Vaya, qué buen tío. Solo quería ayudarme. Ja. Y una mierda.En cuanto Jero termina el segundo plato, nos traen el postre. Estoy sorprendida con

su manera de engullir. Yo apenas he logrado terminarme la mitad de los tallarines y él

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ha dejado los platos limpios. Me como el helado en silencio, intentando recordar si enlos últimos meses he pasado gastos tan elevados. Estoy segura de que no hay unadiferencia notable con el resto del año, pero no quiero hablar antes de revisarlo conAlejo. Cuando nos traen los cafés, Jero mira el reloj con gesto ausente.

—Revisaré los gastos con Alejo esta misma tarde. Al final del día te mando cadagasto detallado.

—De acuerdo. Gracias.Me tomo el café de un trago y Jero me mira sorprendido. Cuando el camarero me

trae la bolsa con mi comida, le entrego la tarjeta de empresa y una propina enefectivo, sin dar tiempo a Jero a reaccionar. Intenta hablar, pero levanto mi mano y sequeda callado.

—No te preocupes, lo bueno de decirme lo de la comida delante de Marcos es queeste gasto estará plenamente justificado, ¿no?

Comienzo a coger el bolso y el abrigo, los guantes y la bufanda. No me voy a irdejándole ahí plantado, pero quiero meterle prisa para irme cuanto antes.

—Nel, quería hablarte de otra cosa, ahora que estás más calmada…Alucino.—No le digas a una persona «ahora que estás más calmada» o conseguirás que toda

su mala leche se multiplique por dos.Jero se ríe pensando que es una broma. Este aún no me conoce.—Sé que me has dicho que el tema está zanjado, y así será cuando nos levantemos

de esta mesa. Pero no quiero que esto interfiera en nuestro trabajo. Me gustaría quetuviésemos una relación laboral correcta y que sepas…

—No te preocupes, por lo que a mí respecta, nunca ha ocurrido.—Nel, no quiero decir eso…—Pero yo sí.—Nel…—Me voy. Tengo que revisar unas cuentas.Salgo del restaurante lo más deprisa que puedo. Jero me llama, pero no me doy la

vuelta.—¡Espera! —Me agarra del brazo sin previo aviso. No me imaginaba que tuviese

tanta fuerza, pero consigo zafarme de su mano y lo miro furiosa.—¡¿Qué quieres ahora?!—Te dejas esto. —Me tiende la bufanda y los guantes amablemente, y ese gesto, en

lugar de ablandarme, me molesta aún más.—Vale. Gracias. ¿Algo más?El gesto de Jero se tensa. Que se joda. Al menos ya no soy yo la única cabreada.—Sí. Entrégame la información lo antes posible o tendré que enviar los datos como

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los tengo, y serán Marcos y los otros socios los que tomen sus propias conclusiones.¿Me está amenazando este capullo? Sin darme tiempo a decir nada, da la vuelta y

comienza a andar calle abajo. Tengo unas ganas locas de correr detrás de él ymontarle un numerito, pero me contengo como puedo. ¿En qué momento se me ocurrióa mí complicarme la vida con semejante gilipollas?

Cuando llego al despacho, encargo a Alejo revisar todos los gastos y añadirdetalles a cada uno de ellos, como el expediente al que pertenecen y, en el caso de lostaxis, el trayecto recorrido. Alejo se larga corriendo con toda la información, y sé desobra que no le veré el pelo hasta bien entrada la tarde. Suspiro aliviada. Tengotiempo de que se me pase el enfado, evitándome tener que contarle toda la movida.

Me pongo otro café y comienzo a preparar un nuevo caso, pero apenas me puedoconcentrar. Mi mente está demasiado ocupada tratando de encontrar el momento deaquella cena de Navidad en el que decidí que Jero me gustaba. ¿Fue él? ¿Fui yo? Nopuedo acordarme de la razón por la que empezamos a hablar y comienzo aatormentarme. Generalmente soy de esas personas que recuerdan hasta el más mínimodetalle de todo, aunque previamente me haya bebido toda la destilería de Escocia.Esto es algo nuevo para mí. No puedo recordar nada de lo que se supone que hicimosantes de, como un par de posesos, meternos en un taxi y comenzar a besarnos ymeternos mano. ¿En serio sentí en ese momento que era una buena idea? Jamás me heliado con nadie del trabajo, precisamente por lo que está pasando ahora con Jero.Esas cosas lo cambian todo, influyen en la gente convirtiéndola en personasdesconcertadas, vergonzosas y absolutamente turbadas cuando se cruzan con el sujetoen cuestión. Yo no puedo permitirme todo esto. Estoy en mi mejor momentoprofesional y ningún tío, y menos este, va a nublar mi éxito.

Alejo vuelve con el informe pasadas las siete. Se lo ve cansado. Ha superado concreces su hora de salida, como siempre, pero eso nadie parece tenerlo en cuenta.

—Lo tengo. —Me tiende un portafolios con varias páginas de Excel—. He añadidofechas y horarios a pesar de que en la mayoría de las facturas ya aparecen estos datos.Nombres y direcciones de restaurantes, trayecto de taxis y todo desglosado en losjuicios a los que corresponden. —Toma aire un momento y me mira con carainterrogante—. No falta ninguna factura, y sí, los gastos son mayores que los deltercer trimestre, pero es ese solo, llevamos tres expedientes y en el cuarto, siete. Heaquí la diferencia —concluye agotado.

—Muchas gracias, Alejo, has hecho un gran trabajo.—Te lo he enviado por mail para que tengas una copia. Si quieres, revísalo.—No, estoy segura de que está todo correcto. ¿Quieres que te acerque a casa?—No, gracias, Nel. He quedado con unos amigos aquí al lado. —Se da la vuelta

para marcharse, pero para a mitad de camino—. ¿Necesitas algo más?—No, para nada, puedes irte tranquilo.

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—¿Seguro? Mira que no me importa…—Que síiii… Lárgate, pesado —le suelto, riendo.—Está bien, hasta mañana. No te quedes hasta muy tarde.Y no pienso hacerlo. Cuando estoy a punto de enviar el informe a Jero, me

arrepiento. No quiero que lo tenga tan pronto. Llamémosle ganas de joder o malaleche embotellada, pero no le voy a dar el gusto. Decido irme a casa y mandárselodesde allí, digamos después de cenar. En mi experiencia laboral, he llegado a laconclusión de que no hay nada peor que entregar las cosas con rapidez. Eso hacepensar al que lo recibe:

Que era más fácil de lo que parecía.Que eres una vaga por no hacerlo antes.Que te sobra el tiempo y debería darte más trabajo.Así que decido darme un poco más de importancia, cojo el portátil y todos mis

trastos y me voy al coche. Jero me llama al menos cinco veces, con sus consiguientesmensajes, durante el trayecto a casa, que, por supuesto, no contesto. Cuando a lasdoce menos diez de la noche doy a enviar al mail de Jero, me siento secretamentesatisfecha.

El día de la comunicación oficial de nuestros nuevos puestos es un día agridulce.Tanto María como Omar, a pesar de estar contentos como yo, están ojerosos yvisiblemente nerviosos. Esas nuevas obligaciones significan el todo o la nada, y lostres lo tenemos muy claro. Sabemos lo que se nos viene encima, y el más mínimodetalle en los últimos meses puede hacer que nos convirtieran en socios o que nosdejen de patitas en la calle.

Mi organismo está sufriendo las consecuencias de todo esto. Apenas he comido enlos últimos días y un fuerte dolor en la boca del estómago me indica que a partir deahora tendré que tomar antiácidos a diario.

Por suerte, el informe de Alejo pasa el visto bueno de Jero y mis peticiones sonescuchadas: Alejo seguirá siendo mi ayudante y, a pesar de no conseguir el sueldo quecreía que se merecía, está encantado de poder decir que es mileurista. El contratoindefinido tampoco es poco logro para lo mal que pintaban las cosas.

Cuando por fin logramos escaparnos a comer, Alejo sonríe mirando el comedor deLa Toga encantado.

—¿Esto es parte de mi nuevo cargo?—No te pases. Hoy es un día especial, por eso te invito.—Vaya… Aún tendré que pasar años a base de tuppers, ¿no?—Si tú supieras… —Recuerdo los años que he cargado con la bolsa de comida—.

Depende de lo bien que te lo curres, chaval.

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CAPÍTULO IV

Estoy nerviosa. Muy nerviosa. No puedo dejar de mirar el reloj. Es curioso cómo,cuando quieres que pase el tiempo rápido, cinco minutos se hacen insoportablementeinterminables. Llevo cambiándome de ropa varias horas, aunque parece que por fin heencontrado el conjunto ideal. Busco mis botines negros y por fin mi look apruebafrente al espejo. Es posible que no pueda caminar ni diez pasos con este calzado, perovale la pena ponérselos por cómo estilizan mi figura.

Cloe pasa la mañana en casa, aprobando conjuntos y bebiendo botellines. Amediodía, Jorge saca un rato para peinarme, y es un flechazo a primera vista. Los dosse cean fenomenal al momento, compartiendo bromas como si se conociesen de todala vida. Y, qué duda cabe, el blanco de sus bromas soy yo.

—Nunca has realizado tanto despliegue por un ligue —me suelta Cloe, revisandomi vestidor y aprovechando para probarse mis zapatos.

—Espero que de verdad valga la pena.—Desde luego, vas a ir hecha un pivonazo, así que si no sale bien, es que no tiene

ojos en la cara.—Hace mucho que no nos vemos. Solo quiero estar bien, eso es todo.—Tampoco te he visto nunca tan edulcoradita con un tío. A ver si ahora te vas a

convertir en una moñas.—Mira, guapa… —Así llevan un rato, tomándome el pelo y tratando de sacar

información de Rafa.Mientras Jorge me pasa la plancha por el pelo, Cloe busca información de Rafa en

Google.—Está bastante bien el tío, pero ¿no es demasiado pijo?—Habló la que está con un hombre que no puede salir a la calle sin algún logo en

la ropa.—Eso es diferente. —Se ríe ante la cara de alucine que pongo—. Ya sabíamos de

antes que Caleb era así, pero ¿este? Tiene pinta de haber salido de casa con servicioy chófer en la puerta.

Cloe se entera de toda la vida y milagros de Rafael Morgade. Veo un leve mohín ensus labios cuando está leyendo parte de su biografía.

—¿Este tío nunca defiende a nadie inocente?Tardo en contestar, haciendo como que no la oigo. Me sé de memoria la vida

profesional de Rafael, y debo reconocer que yo también me fijé en ese detalle.—Fraudes en el gobierno, estafas en grandes empresas, desfalco, desvío de

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fondos… —continúa picándome.—Así es el trabajo de abogado. No consiste en que tu cliente sea culpable o

inocente, sino en el derecho que toda persona tiene a ser defendida y a un juicio justo.—Ya. —Sigue leyendo en la pantalla del móvil con gesto adusto—. Pero no me

negarás que este tío es experto en este tipo de casos. Y no se le da nada mal.Yo gané el caso que tanta y tan repentinamente fama me dio el año pasado, pero a

pesar de todo, Rafael consiguió para su cliente que, si bien no se librase de sucondena, esta fuese reducida considerablemente.

—Pues qué quieres que te diga, si no fuera porque tiene el título en derecho y unmontón de másteres y especialidades, te diría que trabaja para la mafia…

Jorge termina de pasarme la plancha de pelo y sonrío encantada frente al espejo.Parece magia. Aún no me puedo creer la suerte que he tenido de conocerlo y que seami peluquero de cabecera, además de alguien que espero que pueda ser mi amigo.Sacudo la melena y observo encantada como brilla.

—Oye, Jorge… —Veo que también Cloe se fija en la obra de arte que ha hecho enunos minutos—. ¿Tú podrías asesorarme? Me gustaría cambiar de look. Algo que nosea muy radical, o a Caleb le dará un ataque, pero no sé… ¿Tú qué dices?

Jorge mira con aire profesional a Cloe. Se levanta y mesa su impresionante melena,que ha dejado crecer hasta la cintura. Siempre ha llevado un aspecto parecido, peroes un aspecto tan Cloe, tan de siempre y a la vez tan de ahora, que me da un poco depena que lo cambie. Jorge recoge su pelo y estudia sus facciones, dando vueltas a sualrededor.

—Sé que voy a traicionar a todo mi gremio diciendo esto, pero ¿por qué quierescambiar? Tienes un pelo precioso, de una calidad extraordinaria. —Suelta su melena,que cae alrededor de Cloe en una cascada cobriza—. Quizá te vendría bien un colordiferente, innovador, y unas capas que enmarcasen tu rostro y le den fuerza a lasfacciones… Déjame que piense en ello. Un degradado, unas mechas de un colorimpactante… —Me río al ver la cara de terror de Cloe—. Confía en mí y dame unosdías. Me gustaría encontrar el tono ideal. Pero te prometo que primero te mostraré unaprueba.

—Hecho. —Cloe vuelve a hacerse la trenza a un lado y me mira preocupada—.Nel, ¿estás bien? Te veo muy pálida…

Me miro al espejo y me doy cuenta de que Cloe tiene razón. Hoy me he levantadocon una debilidad inusual en mí, pero imagino que con la cantidad de trabajo que hetenido esta semana y el poco tiempo que he dormido, a mi cuerpo le ha resultadoextraño dormir más de seis horas seguidas.

—No es nada, estoy algo cansada…—Mira, Nel, no quiero regañarte como si fuese tu madre, pero quizá no deberías

trabajar tanto…

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—Hablando de trabajo, me voy, chicas. Hoy abrimos por la tarde y quierotumbarme un ratito antes de volver.

Nos da un abrazo a cada una y se marcha corriendo, con la promesa de que pensaráen el cambio de Cloe. Oímos cómo Thor celebra su regreso haciéndole una fiesta deladridos.

Cloe mira el reloj y suspira.—Yo también me voy a marchar, Nel. ¿Estás segura de que te encuentras bien?Asiento con firmeza, sacando energías renovadas. Me levanto y comienzo a colgar

las prendas que me he probado.—Claro que estoy bien —digo sin mirarla—. ¿Viene a buscarte Caleb?—No, hemos quedado en casa de sus padres. —Suspira y pone lo ojos en blanco

—. Mi querida suegra quiere hablar conmigo de los detalles de la boda.—Ah, pero ¿ya tenéis fecha y sitio? —pregunto confundida.—Qué va, hija, ni siquiera sabemos lo que queremos. El problema es que creo que

ella sí lo tiene muy claro.—No te dejes condicionar.—¿Me has visto tú cara de loca? —Me pongo bizca, y se ríe—. Mejor no me

contestes. Ángela es un encanto de mujer, pero cuando se le mete algo entre ceja yceja… Yo creo que está preparando una boda mental como la de Lady Di.

Vamos a la planta baja y revisa su móvil.—El taxi estará aquí en diez minutos. —Me mira y me coloca un pelo invisible que

me cae sobre los ojos—. En serio, Nel, si quieres me quedo contigo. Podemos pediralgo de comer y así descansas…

—Anda, anda, anda… Estoy bien, en serio. Solo necesito hacer nido en el sofá ydormir una siesta.

—¿A qué hora has quedado?—A las nueve.Cloe se pone el abrigo y se cuelga el bolso, echando una ojeada a su cara en el

espejo del recibidor. Saca un rímel y se repasa las pestañas, abriendo mucho los ojos.Veo con envidia que, salvo la máscara de pestañas, no lleva más maquillaje, y su caraluce perfecta y luminosa. Me da un abrazo y le digo que espere. Me pongo lo primeroque pillo y salgo a acompañarla a la puerta. Al final de la calle, un taxi recorredespacio los números que para frente a nosotras.

—¿Cloe?—Sí, soy yo. —Me da un fuerte abrazo y un beso en la mejilla—. ¿Hablamos

luego?—Claro, no te vas a librar de que te bombardee a mensajes sobre lo que está

pasando.

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—Eso espero, me alegrarás la tarde… —dice, poniendo cara de circunstancias.Se sube al taxi corriendo y me despide con la mano. En cuanto arrancan, me refugio

de nuevo en casa, dando pequeños saltos para entrar en calor. Si sigue haciendo estefrío, me parece que no va a ser muy agradable dar un paseo a la luz de la luna estanoche…

***

—Estás preciosa, Nel. —Rafael me abraza en cuanto salgo del taxi.Lo he visto desde lejos esperándome en la puerta del restaurante y me ha dado un

vuelco al corazón. Aspiro su aroma a perfume y no puedo evitar cerrar los ojosencantada.

—Gracias —musito, algo cortada.—Entremos. Hace un frío espantoso.Me ayuda a quitarme el abrigo y se lo tiende, junto al suyo, a la encargada del

guardarropa, que le sonríe encantada. En cuanto encuentran nuestra reserva, nosconducen a una mesa en el piso superior, frente a un balcón desde el que se puedendisfrutar de unas vistas maravillosas de Madrid. El maître nos trae las cartas y seretira en silencio.

—Te he traído algo. —Saca un pequeño paquete del bolsillo de su chaqueta y lodesliza frente a mí por la mesa—. Para celebrar tu ascenso.

—Muchas gracias, no era necesario…—No todos los días se reciben buenas noticias como esa. Te lo mereces, Nel.Abro el paquete algo turbada y descubro unos pendientes largos, algo ostentosos

pero preciosos.—Son… una maravilla, muchas gracias. —Me siento mal al imaginar el dinero que

se ha gastado. Me levanto y le doy un beso en los labios sin pensármelo dos veces.—Vaya… Esto sí que es un buen agradecimiento. —Sonríe, dándome otro beso que

hace que me tambalee—. ¿Pedimos vino?La cena resulta amena y relajada. Aunque al principio nos cuesta hablar de algo que

no se refiera al trabajo, enseguida encontramos otros temas de conversación. Rafa mehabla de su afición a los deportes extremos y me río al darme cuenta de que parecetener bastantes cosas en común con Caleb.

Apenas pruebo bocado. La comida es deliciosa, pero aún tengo el estómagorevuelto. Antes de salir de casa, recordé tomar un antiácido y algo para el dolor de

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cabeza, pero apenas he comido a mediodía. Revuelvo la comida en mi plato mientrasRafael da buena cuenta de su solomillo. Cuando llegan los postres, pedimos unabotella de champagne. Me obligo a tomar la tarta de chocolate. Si no ingiero algo,saldré del restaurante haciendo eses. Rafa choca su copa con la mía, haciéndome unguiño. Esa copa de champagne no es algo casual. Es el preámbulo a una noche quecomenzará en cuanto salgamos del restaurante. Sonrío nerviosa y bebo un tragomínimo que me cae en el estómago como una piedra.

—¿Te apetece café o lo tomamos en otro sitio?—En otro sitio, ¿no? Quizá podríamos buscar algún lugar especial…Necesito ganar tiempo y que me dé el aire. Ya he ido dos veces al aseo y una

tercera me parece excesiva. No quiero que piense que tengo un problema deincontinencia, aunque en realidad en las dos ocasiones he ido solo a refrescarme. Loque al principio de la noche me ha parecido una temperatura cálida y agradable, ahorame agobia a pesar de llevar un ligero vestido de manga francesa. Estoy acalorada yalgo mareada por el vino. Quizá un corto paseo me recomponga.

Rafa paga con tarjeta la sustanciosa cuenta sin pestañear, igual de sustanciosa quela propina que deja. Me siento incómoda al ser testigo de la transacción. Consideroque, con la cantidad abonada por la cena y el regalo, quizá tiene unas expectativasdemasiado altas de la noche, y no sé si podré estar a la altura.

Caminamos rápido por la calle. A los dos minutos de estar fuera, tengo los piescongelados y la nariz goteando. Pasamos junto a un pub irlandés que tiene buena pintay nos metemos sin dudarlo.

—Creo que los paseítos los tendremos que dejar para otro día. —Rafa se ríe,tiritando—. ¿Algo calentito, un chocolate?

Pedimos dos cafés irlandeses y nos sentamos en una mesa del fondo, con bancos demadera y unos paneles que nos hacen prácticamente invisibles al resto del local. Aúnes pronto y en el bar solo hay dos o tres clientes, así que disfrutamos de latranquilidad inusual en un negocio como ese. El café irlandés me quema en lagarganta, pero parece que el frío de la calle me ha hecho bien. Aunque aún tengo elestómago delicado, me encuentro mucho mejor en general. Rafa observa cómo metomo la nata con la cuchara antes de mezclarla y da un sorbo a su pajita sin desviar lamirada.

—Te quedan preciosos. —Se levanta y se sienta a mi lado, pone mi pelo tras laoreja y roza con los dedos los pendientes que me ha regalado. Me acaricia el cuello ynoto un cosquilleo—. Por fin estamos juntos…

Ha significado una odisea poder quedar al fin. Tuvimos que postergar nuestraprimera cita porque aquel fin de semana se anuló la reunión que tenía en Madrid.Cuando intentamos quedar de nuevo, unas veces por culpa de mi trabajo y otras por elsuyo, nos fue imposible poner fecha. Estábamos ya en el último fin de semana de

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febrero. Jamás ha sido tan difícil y tan deseado quedar con alguien.Me besa sin ningún pudor, acariciando mi cuello, haciendo que mi pelo pasase por

sus dedos. Cierro los ojos y me dejo llevar, sintiendo unos deseos locos de subirmeencima de él. Discretamente, me acaricia el pecho, deslizando la mano lateralmentehasta llegar a la cintura.

—¿Qué te parece si nos vamos?—me susurra al oído, haciéndome cosquillas consus labios.

Tardamos al menos veinte minutos en encontrar un taxi libre. A pesar de las bajastemperaturas, Rafa me abraza, haciendo que el termostato suba hasta temperaturastropicales. Seguimos besándonos en el taxi, aunque esta vez somos más comedidosque la primera que sucedió. Me acaricia la pierna y siento cómo todo el cansancio dela semana me cae de golpe encima. Bostezo disimuladamente, aunque Rafa lo percibey sonríe encantador.

—No te preocupes, ahora mismo te voy a entretener para que no te aburras…Entramos como locos en el hotel, deseando llegar a la habitación. Mientras nos

desnudamos, no paramos de besarnos. Rafa cambia la luz del techo por unas lámparasque inundan la habitación de un ambiente agradable y sensual.

Y lo que empieza tan caliente… Poco a poco se va enfriando en mí. Supongo queeso suele pasar cuando el recuerdo de algo se idealiza al máximo, haciendo que loque ocurra después acabe decepcionando de algún modo. A pesar de que Rafa es tanatractivo como lo recordaba, en un momento dado me parece que todo está demasiadoteatralizado, como si sus movimientos, sus gestos e incluso sus jadeos fuesen parte deuna coreografía muy bien estudiada y practicada. Por primera vez en mi vida, me doycuenta de que no estoy disfrutando en absoluto y decido fingir para que todo terminecuanto antes.

Cuando por fin Rafa se queda dormido, me voy de puntillas al baño. Estoytotalmente demacrada. Mis ojeras son espantosas y tengo los ojos enrojecidos, sincontar con las tremendas ganas que tengo de vomitar. Sé que no debo hacerlo, pero alsalir del baño me visto sin hacer ruido y me marcho del hotel lo más rápido quepuedo. De camino a casa, le mando un mensaje disculpándome por marcharme,poniendo como excusa un problema familiar. Prometo llamarlo mañana, pero no sé silo haré. Tengo miedo de que quiera verme antes de volver a Barcelona o de que mepida explicaciones del problema familiar que he tenido, porque no le quiero mentirmás. En cuanto llego a casa, voy directamente al baño y vomito lo poco que hetomado esta noche. Aunque no consigo encontrarme mejor. Empiezo a plantearmeseriamente ir al médico si continúo así de floja. Como puedo, me deshago de mi ropapor segunda vez en unas horas y me pongo un pijama de invierno. Con escalofríos y elcuerpo como si me hubieran dado una paliza, me meto en la cama y me quedo dormidaal instante.

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A la mañana siguiente no amanezco mucho mejor. Voy al baño a vomitar, pero soloconsigo hacerme daño en la garganta y que se me revuelva aún más el estómago. Mevuelvo a tumbar en la cama y siento como el mareo se vuelve más intenso. Cierro losojos e intento dormir y, a pesar de los pinchazos del estómago, consigo descansar unahora más.

Me levanto un poco más animada y consigo bajar a la cocina sin tener quearrastrarme. Preparo café y un sándwich de jamón y me siento a la mesa a comerlodespacio, intentando que mi estómago vuelva a ser el mismo. Me tomo un antiácidocon el resto del café y suspiro. Tengo más de tres mensajes de Rafa preguntando quéha pasado y si me puede ayudar. A pesar de ser mensajes breves, finalizados conbesos, percibo cierta frialdad en él. Si tan preocupado estuviera por mí, al menos mehabría llamado, pero se ha limitado a enviarme unos tristes mensajes y a esperar quele conteste. El teléfono suena, pero es Cloe la que llama.

—¡Hola, guapa! ¿Te pillo en mal momento?—Para nada. —Suspiro—. Estoy en casa.—¡¡¿¿Qué??!! —Puedo imaginar la cara de sorpresa de Cloe—. ¿Qué haces allí tan

pronto?—Pues ya ves… —Me armo de paciencia y trato de contarle todo lo más abreviado

posible.—¡¿Me estás diciendo que has dejado tirado al tío por el que más colgada has

estado en los últimos años?! —Se queda en silencio un momento, y sé perfectamenteque ahora mismo estará negando con la cabeza como suele hacer mi madre—. Pues oél es horrible en la cama o tú estás realmente enferma. Voy para allá.

—Ya estoy mejor, Cloe. —La verdad es que, aunque de momento no he vomitadoel desayuno, no me encuentro nada bien; me laten las sienes y tengo el pulsoacelerado.

—No digas tonterías, en media hora estoy allí.Sé que debería negarme y obligarla a quedarse con Caleb, pero aunque intente

hacerme la fuerte, no me apetece nada estar sola.—Está bien… Prepararé más café.

Cloe llega cargada con un montón de comida que huele muy bien. La mirointerrogante y frunce el ceño.

—¿Qué quieres? Aquí es imposible que te traigan comida decente.Suelta todas las bolsas de comida en la mesa de la cocina y se quita el abrigo.

Sirvo dos tazas de café y nos vamos al salón, donde me acurruco en el sofá. Cloe cogeuna manta y, a pesar de mis protestas, me tapa entera.

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—Que estoy bien, de verdad…—Mira, guapa, a mí no me engañas. Tienes una cara que parece que te vas a

desmayar. —En el fondo tiene razón. Antes de que llegase me he sentido bastante malde nuevo—. ¿Qué te duele?

—Nada… —Cloe me mira enfadada y me rindo—. Y todo.Suspira y me pasa la taza de café, que aún está ardiendo.—¿Has ido al médico?—Cloe, que es solo gripe. He estado mala todas las Navidades y seguramente no

me he acabado de curar… —Me viene una arcada y tengo que dejar de hablar.—Pues precisamente por eso, guapa, que estamos casi en marzo. No creo que

ningún virus dure tanto.Resoplo agotada. Cloe es casi peor que mi madre.—¿Y qué te pasó ayer? Al final no me escribiste ningún mensajito.Me da vergüenza el solo hecho de pensar en Rafael. No solo he hecho totalmente el

ridículo, sino que encima le he mentido.—Pues la verdad es que fue bien… Hasta que me puse malísima.—¿No será algo que comisteis?—Lo dudo. Apenas probé bocado.—¿Y qué te dijo? Después del tiempo que lleváis intentando quedar…—Me fui cuando estaba dormido.—¡¡¡¿¿¿Queeeeé???!!! —Cloe pone los ojos como platos en un gesto que me

recuerda mucho al grito de Munch.—Que me largué, me escapé, después de… ya sabes…Cloe me mira atónita.—Tú sí que estás mala, no me mientas, chica… Para que no me des detalles…—¡Oh, Cloe, fue horrible! —Me cubro la cabeza con la manta—. No quiero hablar

de eso.—Mira, monina… —Me arranca la manta, riéndose esta vez—. ¿Recuerdas lo

pesadita que te pusiste cuando me lié con Caleb? Pues hala, me ha llegado la hora dela venganza. Quiero detalles.

Resoplo sin saber dónde esconderme.—¿Tan horrible fue?—Pufff… No es eso… —Intento encontrar las palabras adecuadas—. No estuvo

mal, pero no era mi día, hija. Él estuvo atento y amable, cenamos en un sitio precioso,me regaló unos pendientes…

—¡¿Qué te regaló unos pendientes?! —Me corta Cloe—. ¡¡Enséñamelos!!—Están arriba, encima de la cómoda.

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Cloe corre escaleras arriba. La oigo trotar en el piso superior y un «¡¡ohh!!» deadmiración. Baja como si estuviera flotando.

—Pero, Nel… Son una maravilla… ¿Son de oro blanco?—Ni idea, la verdad.—¿Ni idea, la verdad? Cada vez estás peor, chica.Coloca los pendientes con delicadeza en la mesita de centro y los admira,

maravillada.—Diosss… Son una preciosidad.—¿Me dejas terminar? —De pronto me siento como una niña pequeña, salvo que la

atención no me la ha robado mi hermanito, sino unos pendientes que me importan bienpoco.

—Perdona, perdona… —Se obliga a mirarme—. ¿Y entonces, qué pasó?—Nada, no pasó nada, Cloe. Solo que… Ay, yo que sé. Me encontraba mejor y

empezamos a tontear. La verdad es que yo tenía muchas ganas de verlo, ya lo sabes. Yseguimos muy a gusto hasta que llegamos al hotel.

—No entiendo nada, Nel.—Yo tampoco, créeme… La primera vez que me lié con él fue… Peligroso, sexi,

atrevido… Ayer me parecía estar en medio de una peli porno con tanta posturita ytantas tonterías.

Cloe me mira sin dar crédito.—Vamos, que no te gustó nada en absoluto.—Pues no demasiado. —Soy incapaz de mentir a Cloe—. Creo que estaba todo

demasiado planificado. Se acabó el morbo. —Me tapo la cara con las dos manos—.Es la primera vez que me pasa, Cloe. Cuanto más se esforzaba él, más estabadeseando yo que acabase. Yo creo que se esforzaba más por él mismo que por mí.

—Por primera vez en mi vida, me has dejado sin palabras.—Me cogí un taxi y llegué aquí con un pañuelo tapándome la boca para intentar no

vomitar en el coche.Cloe abre mucho los ojos. Y la boca. Y sin previo aviso, le entra un ataque de risa

y acaba llorando y revolcándose por el sofá. No puedo evitar sonreír. En el fondo, aquien se lo cuente, no me cree.

—Vale… Vale ya… —Se enjuga las lágrimas como puede—. Lo… Lo siento, Nel,pero…

—Eres tonta, de verdad.—Que no, en serio… Perdóname, Nel. —Se seca las lágrimas, y sé que está

haciendo un esfuerzo sobrehumano por no volver a reírse—. Ha debido de flipar estamañana.

—Yo que sé, chica… Pues no va y me manda unos mensajitos de nada… —Le paso

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el móvil para que los lea ella misma—. ¿A ti qué te parecen?Mientras Cloe los lee, aprovecho para ir al baño. No sé si intentar vomitar o

simplemente encerrarme aquí un ratito…—¿Nel? ¿Estás bien?Cloe está tras la puerta. Me equivocaba. Es infinitamente peor que mi madre.—¡Sí, hija! ¡Estoy meando!—Mira que eres ordinaria…Salgo del baño y me voy sin ganas al salón.—Y bien, ¿qué piensas de los mensajes?—Que está enfadado contigo. Posiblemente es la primera vez que le pasa algo

parecido.No digo nada. Realmente, conmigo, es la segunda.—Este tío no te gusta, Nel.—¿Por qué no me va a gustar? Lo que pasa es que… —Me quedo en blanco un

momento. Cloe me mira perpleja—. Dios, no tengo ni idea de qué me pasa.Me tapo de nuevo la cabeza con la manta. No es que me dé vergüenza que Cloe me

vea, es que me doy vergüenza a mí misma.—Vamos a hacer una cosa… —Noto como Cloe se sienta junto a mí y me acaricia

la cabeza por encima de la manta—. Pondré una peli, nos tumbaremos en tu estupendosofá a atiborrarnos de algo y tú descansas.

Me pilla a traición. En cuanto veo las primeras escenas, la miro de reojo.—No te atreverás…—Que sí, mujer, que nunca la has visto entera…En eso tiene razón. Cloe es fan absoluta de las películas clásicas, sobre todo de las

de Audrey Hepburn. Yo no sé qué tiene esa mujer, pero es verla y se me cierran losojos.

—No tienes ni idea, es una película preciosa.Efectivamente, no tengo ni idea, porque antes de que pasen cinco minutos, noto

como los ojos se me cierran. Y no hago nada por impedirlo.

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CAPÍTULO V

Trabajo, trabajo y más trabajo. En eso se resume mi vida desde hace unas semanas.Estoy tan agotada que ni siquiera puedo dormir. Me despierto en mitad de la noche,como una loca, pensando que el teléfono suena sin parar o que olvidé mandar un mailde vital importancia. Apenas paro unos minutos para encargar comida a Alejo ymalcomer delante de la pantalla del ordenador. Cuando llego a casa, me doy unaducha, como de las sobras del mediodía y sigo trabajando, revisando la agenda deldía siguiente, repasando expedientes en busca de algún dato que se me haya escapado,redactando correos para enviarlos a primera hora del día siguiente. No veo latelevisión, no sigo las noticias, no sé nada de nadie. Si en algún momento se acaba elmundo, espero que me manden un correo informativo que no caiga por error en micarpeta de spam.

Tengo un aspecto lamentable. Las ojeras me llegan hasta el suelo, tengo un bonitocolor de piel grisáceo-vampírico y mis ojos son los de la hija de Nosferatu. Al menosel pelo aún me luce impecable. Jorge ha pasado por casa un par de veces pararepasarme las puntas y darme un retoque al tinte mientras trabajo frente al ordenador,imparable. Jorge. Esto debe de ser cosa de Cloe. Desde aquel día que vino acuidarme, extrañamente me encuentro a Jorge todos los días, vuelva a la hora quevuelva. Estoy convencida de que tiene un pacto secreto con Cloe para vigilarme y deque le da partes diarios de mi estado de salud. Cuando enfilo la calle, pasadas lasdiez de la noche, lo veo junto a mi puerta, casualmente, paseando a Thor. Paro en laentrada del garaje y bajo la ventanilla, intentando poner mi mejor sonrisa, aunqueestoy segura de que solo me sale una mueca extraña. Thor se pone a dos patas y metesu enorme cabeza en el coche, ingeniándoselas para que sea el blanco de suslametones.

—¡Thor, baja de ahí!—Déjalo, es un amor. —Acaricio sus orejas y me gano un puñado de babas. Jorge

se acerca al coche, ataviado con su habitual look en negro. A pesar del frío que hace,solo lleva una sudadera con capucha.

—¿Te vienes a tomar una cerveza?—Mmmm… —Quiero inventarme una excusa convincente, pero tengo la cabeza tan

llena de cosas que no se me ocurre nada—. Tengo que trabajar.—Anda, qué novedad… —Se quita la gorra y se atusa el pelo—. Mi sobrino no

está. Sé buena, por favor, y hazme un rato compañía.Sopeso la posibilidad de arrancar y meterme en el garaje sin que le dé tiempo a

detenerme, pero algo me dice que me quedaría sin peluquero y sin amigo. Percibo

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cierta hostilidad en Jorge y no entiendo qué pasa.—Dame un segundo.Aparco el coche y salgo por la puerta del garaje. Thor está a punto de tirarme al

suelo cuando me pilla en la rampa.—¡Thor!—Dame, anda. —Le pongo la correa y vamos a casa de Jorge entre los saltos del

perro, que es un amor, pero cada vez está más como una cabra.Un golpe de calor nos da de lleno en cuanto entramos en la casa. A pesar de salir

solo con una sudadera, en casa parece ser un friolero incurable, y cuando lo visito, meacuerdo siempre de llevar ropa liviana. Sin embargo, hoy, que me he pasado todo eldía destemplada, agradezco este inmenso calor a pesar de llevar un jersey de cuelloalto.

—¿Qué quieres beber?—¿No habíamos quedado en una cerveza?—Sí, pero la tengo negra, Corona, con limón…—Por favor… —Me aprieto las sienes exageradamente—. ¿No puede ser una

cerveza normalita?Lo oigo refunfuñar en la cocina y sonrío. Me quito los zapatos y los escondo bajo la

mesita de centro. Froto mis pies doloridos en la alfombra de pelo y siento como merelajo al instante.

—Al final te la voy a regalar. —Jorge me tiende un botellín helado.—Mmmm… Es tan relajante…Continúo frotando mis pies en la alfombra. Jorge sonríe, pone las noticias y las

vemos en silencio.—¿Qué tal en la peluquería?—Como siempre, ya sabes. —Pega un trago a su cerveza y me mira—. He hecho

una reforma completa del local y me he quedado con la tienda de al lado.—¿En serio? ¿Cuándo?—No lo he hecho. Solo te estaba vacilando.Lo miro atónita, pero él no quita la vista de la televisión.—¿Se puede saber qué te pasa?—¿A mí? —Se encoje de hombros, haciendo una mueca—. Nada.Ya estamos. Odio a la gente que deja patente con su actitud que tiene un cabreo

monumental y lo disimula tan mal. Y encima, con esa coletilla de «¿A mí? Nada», queme recuerda tanto a mis hermanos en la adolescencia.

—Mira, bonito, que ya tenemos una edad…—Tienes razón, Nel. —Deja la cerveza en la mesa y apoya los codos en las

rodillas, echando para adelante el cuerpo, en actitud intimidatoria—. Y tú te estás

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comportando como una cría.—Cómo no, la culpable soy yo.—Solo estamos preocupados por ti, y parece que te da igual.—Ah, es eso. Me lo tendría que haber imaginado.Jorge niega con la cabeza y se bebe el resto de la cerveza de un trago.—Sé que no me vas a hacer ni puto caso, pero creo que deberías bajar un poco el

ritmo.—Es curioso que utilices las mismas palabras que Cloe. ¿En qué momento habéis

firmado esta alianza? ¿Ahora le mandarás el parte? Porque os habéis vuelto muyamiguitos…

—No entiendo qué problema le ves a que tus amigos se preocupen por ti.Suspiro agotada. No sé cómo explicar de una vez por todas, para que me entiendan,

que no necesito una niñera.—Cloe me pidió que te echara un vistazo porque está preocupada, y es evidente

que todo este trabajo no te viene nada bien.—Solo por curiosidad, ¿en qué momento os habéis hecho inseparables?—No somos tan amigos. Simplemente me pidió un favor.—Y por eso estás haciendo de niñera.—No estoy haciendo de niñera. Aunque ella no me lo hubiese pedido, me habría

acercado a ver qué tal estás.—Y te lo agradezco, de verdad… —Intento encontrar las palabras adecuadas—.

No me conoces de nada, Jorge.Jorge se levanta y va a la cocina. Oigo cómo abre otra cerveza y la chapa rebota en

la encimera. Trae otra para mí, pero yo apenas he dado un trago de la primera.—Sé que no te conozco, pero me caes bien. Yo también vivía solo y sé que a veces

es difícil pedir ayuda…—Jorge, vamos a ver. —Me levanto del sofá. Ha llegado la hora de marcharme—.

Agradezco que te preocupes, pero el problema es que a mí no me pasa nada. Estrabajo, nada más. Es solo una época.

—Vale.No dice nada más. Me da cosa dejarlo así, pero sé que esto solo va a ir a peor si

continúo.—Tengo que irme.—A trabajar. Sí. Lo sé.—Jorge, de verdad…—Déjalo, Nel. Llámame cuando quieras.Recojo mi abrigo y voy hacia la puerta. Sé que nadie me entiende, pero es algo que

tengo que hacer. Que quiero hacer. Me doy la vuelta para decir adiós. Jorge está con

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la mirada fija en la televisión de nuevo, acariciando la cabeza de Thor. Parece comosi el animal hubiese hecho un pacto con el dueño y se negase a despedirme.

Cruzo la calle corriendo, huyendo del frío que cae como sables. Antes de cerrar lapuerta de mi casa, ya me está sonando el teléfono.

—Dime.—¿Cómo que «dime»? —La voz de Cloe me taladra el oído—. ¿Dónde estás?—Me imagino que tu amiguito ya te lo habrá contado.—Ay, Nel, de verdad, te comportas como una cría.—En serio, Cloe, no tengo tiempo para todos estos jueguecitos.—Mira, Nel, déjate de tiempos. Somos amigas desde siempre y sé que algo no va

bien.—Deberías empezar a escribir novela de misterio.—No tiene gracia, Nel.—No lo pretendía.—Así que es eso, ¿no? Has encendido el piloto automático de Nel la sarcástica,

¿verdad?—Es cierto, me conoces muy bien. —Me quito como puedo el abrigo y lo tiro

encima del sofá.—Nel, por favor, ¿quedamos este viernes? Podríamos ir a comer…—Sabes que no puedo.—¿Cómo que no puedes? Algo tendrás que comer. Alejo me ha dicho…Siento como una ola de ira me atraviesa el cuerpo como un rayo.—Pero tú, Cloe, ¿de qué vas? ¿Qué pasa, que me has puesto un detective en todos

los sitios a los que voy? ¿Tengo cámaras ocultas en casa? Es por saberlo, vaya.—Eres imbécil, Nel.Cuelgo el teléfono. No puedo más de la indignación. ¿Qué se supone que está

pasando? Ahora resulta que soy una especie de niña problemática que todo el mundotiene que vigilar. Es increíble que tenga que aguantar esto. No sé en qué momentoCloe ha decidido ser mi segunda madre. No lo entiendo. Se ha convertido en una tíacontroladora que toma decisiones en mi vida sin contar conmigo.

Joder. Joder. Joder. Tengo varias llamadas perdidas de la oficina y un correo deMarcos diciendo que no ha podido localizarme. Hago una rellamada, pero no me locoge nadie. Y Marcos tampoco contesta. Le escribo un mail desde el móvil, aunqueno sé si lo que he puesto es una locura. Enciendo la calefacción y subo al dormitorio.Tiro toda la ropa al suelo y me meto en la ducha para intentar relajarme. Me lavo el

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pelo y me echo mascarilla, pero comienzo a tener frío y no aguanto el tiempo que hayque mantenerla en el pelo.

La casa está helada, la cama está sin hacer y creo que no tengo nada en la cocinapara cenar. Este mediodía solo he comido un trozo de chocolate y tres cafés, así queni siquiera tengo sobras. Miro el reloj. A estas horas ya es imposible que me traigannada de ningún sitio.

Me pongo unos leggins de algodón gordos y varias capas de camisetas y jerséisencima, pero hace ya un rato que he empezado a tiritar. Y en la cocina no encuentronada que me apetezca. Decido probar suerte y llamar a una pizzería que estárelativamente cercana. Después de un tira y afloja con el chico de los pedidos, al finalaccede a traerme una triste pizza, solo porque le queda de camino a casa. Suspiro. Esmuy posible que cuando llegue ya no tenga ni hambre, pero al menos me quedaré conla conciencia tranquila por haber intentado cenar. Me siento en el sofá y para hacertiempo, paso por todos los canales de televisión, sin que nada me atraiga lo másmínimo. Pienso en encender el portátil, pero lo dejé junto a la entrada y no me apetecenada levantarme. Me tumbaría un rato, pero sé que si lo hago me quedaré dormida ynunca más volverán a traerme una pizza. Vuelvo a llamar a Marcos, pero el teléfonoestá apagado, así que dejo un mensaje de disculpa en el contestador, aunque sé aciencia cierta que no recibiré respuesta.

Y entonces sucede. En un segundo me siento como si me hubiesen colgado de lospies y todos los órganos se me hubiesen descolocado. Es una sensación extraña, casidelirante. La cabeza me va a estallar y mi vista se nubla. Me duele el pecho y unatremenda arcada me sube desde las entrañas. Intento levantarme del sofá, pero memareo y tropiezo. Tengo que llegar al baño, pero es como si todo mi cuerpo sehubiese quedado agarrotado y se negase a moverse. Me deslizo contra la pared ycalculo mentalmente el esfuerzo que me costaría llegar hasta el teléfono. Y me doycuenta, horrorizada, de que no seré capaz. Es entonces cuando suena el timbre.

Solo recuerdo un grito indescifrable.Después, todo se vuelve rojo.

***

Notar la sensación de que estás en una cama calentita, tapada hasta las orejas yabrazada a una almohada blandita, sin que ningún despertador interrumpa un sueñomaravilloso, siempre ha sido mi momento favorito en la vida. Así voy saliendolentamente de un sueño bonito, aunque algo perturbador, en el que paseo sola por un

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parque bajo una lluvia fina apenas imperceptible, que se posa en mi pelo con ligereza.El aire huele a tierra mojada, a plantas en floración, a una naturaleza que no veo ni delejos desde hace años.

Por supuesto, el despertador se permite el lujo de abrirse paso en ese sueño sinestruendos, alejándome del sonido de las pisadas sobre la tierra compacta. Libero mibrazo de debajo de la sábana, buscando a tientas el móvil en mi mesilla, pero mimano solo baila en el vacío. Allí no hay mesilla, ni móvil, ni tampoco es ese el sonidode mi despertador.

—Ya está despertando.Escucho la voz de Cloe lejanamente, como si sufriera interferencias con un sueño

paralelo.—Voy a avisar a alguien.Jorge también está allí, invadiendo el espacio de mi mente, que se niega a volver a

la realidad.Hago un esfuerzo sobrehumano por abrir los ojos. No estoy en mi habitación, pero

no puedo reconocer la estancia en la que nos encontramos. En la penumbra, distingo lafigura de Cloe tecleando en el móvil. Pruebo suerte de nuevo en busca de la mesilla,pero en los lados de la cama no parece haber nada.

—Cloe…—Shhh… Calla… —Ella se acerca sigilosa, como si temiese despertar a alguien

—. Enseguida viene el médico.¿El médico? Pero ¿qué…?Intento levantarme, pero Cloe me lo impide.—¿Qué te ha pasado?Cloe suspira y cierra los ojos.—Estamos en el hospital, Nel. Perdiste el conocimiento.Recuerdo vagamente el dolor, las arcadas, mi lucha perdida por llegar al baño. Y

aquel sueño en rojo, donde nada permanecía en su sitio, lanzándose sobre mí.—Buenos días.Un individuo de bata blanca al que no conozco entra por la puerta, llenando de luz

la habitación. Al segundo aterrizo en una realidad surrealista que no conozco, pero enla que todos parecen conocerse. Una enfermera se abre paso hasta mi brazo ydescubro que no solo estoy monitorizada, sino que una vía recorre mi brazo izquierdo.Después de unas comprobaciones rápidas e impersonales, realizadas con una destrezay suavidad increíbles, se echa a un lado, anotando en una carpeta que luego entrega almédico. Él hojea las anotaciones y asiente con la cabeza en silencio.

—Buenos días, Penélope. ¿Cómo se encuentra?Titubeo antes de encontrar una respuesta adecuada.

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—No lo sé.—Entiendo. —Sin más dilación, saca el fonendo y hace sus comprobaciones—.

¿Siente sensación de ardor, ganas de vomitar, mareos…?—No, de momento, no.La enfermera apunta sin pausa en su inseparable carpeta.—¿Qué me pasa?—Ha sufrido un ataque de ansiedad. Su amigo la encontró en el suelo y había

perdido usted el conocimiento.—¿Quién?—Yo. —Jorge se acerca a la cama con gesto de preocupación—. Oí gritar al chico

de la pizzería y fui a ver qué pasaba. Y como no abrías, utilicé la llave de repuestoque me diste.

—La pizza…—¿Recuerda usted algo? —me pregunta el médico mientras me hace mirar una

pequeña linterna.—Estaba esperando una pizza… Me encontré mal y fui al baño…—No llegaste al baño, Nel. Te encontré en el pasillo, a la entrada del salón.—Penélope, ¿ha sufrido usted últimamente de estrés o ha tenido alguna situación

fuera de lo normal que haya podido alterarla?—Lo normal, supongo…—Nel, por Dios… Tómatelo en serio. —El enfado está patente en la cara de Cloe

—. Claro que ha tenido situaciones que han podido alterarla…Su vida entera esestresante. Tiene, desde hace unos meses, un nuevo cargo en la empresa, no come, noduerme…

—Cloe, vale ya… —Jorge intenta calmarla y me mira inquisitivamente.—Es cierto que últimamente tengo algo más de estrés de lo habitual…—Penélope, le seré sincero: presenta usted un cuadro de ansiedad severo y es

posible que haya sufrido un ataque de pánico. —Me mira cansado, como si viese estotodos los días un millón de veces—. Si no baja el ritmo y se cuida un poco, podríasufrir consecuencias más graves. —La enfermera se acerca con una bandeja que dejasobre la cama—. Le vamos a realizar un análisis de sangre para descartar una posibleanemia.

—¿Me puedo marchar ya?—Me gustaría esperar a que lleguen los resultados. —Supongo que mi cara es un

poema, porque el gesto del médico se relaja y casi sonríe—. Sé que es difícil, perotómeselo con calma. Descanse mientras tanto. Prometo venir cuanto antes.

Cuando el médico y la enfermera se retiran de la habitación, Cloe corre de nuevohacia la cama, y por un momento creo que me va a soltar una bofetada.

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—Eres una idiota, Nel. —Se sienta y casi se tumba encima de mí, abrazándomemuy fuerte—. ¿Tú sabes el susto que me has dado? Menos mal que Jorge se diocuenta, sino, tienen que sacarte los GEOS.

—Lástima, para un momento que van a mi casa y me lo habría perdido…—¡No seas tonta! —Me acaricia la cara y me besa, tal y como habría hecho mi

madre—. ¿Te encuentras mejor, en serio?—Bastante mejor, sí. —Aparte de algún pinchazo en el estómago, parece que mi

cuerpo responde. Veo que Jorge se ha retraído a un rincón de la habitación. Le tiendola mano para que se acerque—. Gracias, tío, de verdad.

Jorge aprieta mi mano, aliviado.—No me vuelvas a dar un susto así, joder, o tendremos que venir los dos en

ambulancia.—¿Quieres que llame a tus padres, Nel?—Ni se te ocurra, Cloe, en serio.Me mira con el ceño fruncido.—Entonces te vienes con nosotros. Llamaré a Caleb.—Cloe, para, por favor. Cuando salga de aquí, lo único que quiero es irme a mi

casa.—No te vas a ir a casa sola, ¿me entiendes? —Niega con la cabeza, molesta—. No

en estas condiciones y siendo tan irresponsable como lo has sido.—Te recuerdo que no eres mi madre…—¿Quieres que la llame? Porque se pondrá muy contenta de saber lo que estás

haciendo.—¡Chicas, chicas! —Jorge pone una mano en el hombro de Cloe, intentando

calmarla—. No es el momento, de verdad… Yo la puedo llevar a casa. Me quedarécon ella.

—El problema es que ella no te lo permitirá… —Coge el bolso y el móvil—.Salgo un momento, ahora vuelvo.

Antes de salir de la habitación, me lanza una mirada furibunda.Cierro los ojos, agotada. No me puedo creer que esté aquí perdiendo el tiempo,

intentando dar argumentos absurdos para que me dejen tranquila.A pesar de estar con los ojos cerrados, sé que Jorge me está mirando. Le aprieto la

mano, que aún coge con fuerza la mía.—Sé que piensas lo mismo que ella.—No tienes ni idea de lo que pienso.—Cloe cree que me estoy volviendo loca.Jorge aprieta más mi mano.—No soy quién para decidir si lo estás.

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Respiro hondo, intentando tranquilizarme. El dolor baja desde la boca de miestómago hasta el vientre y me produce calambres en las piernas. Mi frente se crispaante el espasmo.

—¿Te encuentras bien?—Todo lo bien que puedo estar si he acabado en el hospital.Abro los ojos e intento sonreírle, pero solo me sale una mueca de medio lado.—Tranquila, enseguida nos iremos. ¿Quieres que te pida algo para el dolor?Niego con la cabeza, cerrando de nuevo los ojos.—Estoy tan cansada…Quiero dormir, pero se me hace imposible. Obligo a Jorge a salir de la habitación

para que se tome un café y me mantengo con los ojos cerrados, intentando dejar lamente en blanco. No hay manera. Los expedientes pasan por mis ojos como si fuese lapresentación de una novela, desdibujando los rostros de los acusados. Son tantas lascosas que tengo que hacer, tantas llamadas que no he hecho…

Despierto agotada, como si me hubiese caído por unas escaleras. Alguien haapagado la luz de la habitación. No sé qué hora es. Me debieron quitar el reloj alllegar. Jorge duerme en un sillón de aspecto incómodo y Cloe, sentada en una sillacerca del baño, teclea en su portátil.

Intento incorporarme, pero la cabeza me da vueltas. Cloe se percata de que estoydespierta y se acerca, sigilosa, a la cama.

—¿Qué haces? No te levantes…—Tengo que ir al baño.—Espera, llamaré a alguien…Sin darme tiempo a contestar, abre la puerta y sale al pasillo. Vuelve con la misma

enfermera que me hizo el análisis, que enciende la luz sin importarle que Jorge estédormido.

—¿Cómo se encuentra?—Bien, pero necesito ir al baño.—Tranquila, llamaré para que vengan a ponerle una cuña.Jorge se despereza, mirando alrededor algo confuso.—No voy a mear en una cuña, perdóneme. Si pudiese quitarme todo esto se lo

agradecería…—Yo no puedo quitarle nada. Hay que esperar que vengan los análisis.—Quiero ir al baño.—Quítaselo, Marta, no hay problema.—El médico entra con un portafolios.

Mientras la tal Marta me quita todas las vías, anota unos datos en lo que creo que esmi historial. Cuando por fin soy libre, me ayudan a incorporarme.

—Puedo sola, gracias.

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Siento un leve mareo en el breve camino al baño, pero intento disimularlo. Meencierro a pesar de las protestas de la enfermera y cometo el error de mirarme alespejo. Tengo un aspecto lamentable. Pelo enredado, ojeras hasta el suelo, piel resecay amarillenta, ojos enrojecidos…

Y dentro de unas horas debería estar disponible para ir a trabajar. Me lavo la caray me peino como puedo, con mis dedos, mi deslucida melena.

Cuando salgo, el médico sigue allí.—Siéntese, Penélope…Hago caso y me siento en la cama, esperando mientras me hace el chequeo de rigor.

Me siento extraña y desnuda con la bata del hospital, tan fuera de lugar mientras losdemás están tan vestidos.

—Han llegado los resultados de los análisis.—¿Todo bien?—Me gustaría hablar con usted a solas.Observo cómo Cloe y Jorge se van de la habitación silenciosamente. Me gustaría

decirles que se quedaran, que lo que tengan que decirme también lo pueden oír ellos,pero algo en la expresión de gravedad del médico me paraliza. Cuando la puerta secierra, me armo de valor y lo miro.

—¿Qué es lo que pasa?—Penélope… Ha sufrido usted un ataque de pánico, como ya le he dicho antes.Asiento sin decir una palabra.—Los análisis demuestran una alarmante falta de hierro y bajos niveles de glucosa.

—Me mira directamente a los ojos, inspeccionándome—. ¿Come usted bien?Medito bien mi respuesta.—Últimamente no.—Ya.—Tengo mucho estrés, demasiado trabajo y poco tiempo…—Es muy común.—Lo sé, pero creo que me he olvidado de mí misma estos meses.El médico carraspea, sin dejar de hacer anotaciones. Cuando deja de escribir, me

mira, cerrando el portafolio.—Mire, Penélope, hay casos como el suyo cada día aquí. Y no solo pacientes,

también he tenido que atender a alguno de mis colegas… Sé que es difícildesconectar, bajar el ritmo. Pero en su caso es absolutamente necesario.

Me tiende varios papeles que ni miro.—Aquí tiene varias recetas para su aporte extra de hierro y unas vitaminas que

deberá tomar durante tres meses.Asiento, hojeando las recetas con desgana.

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—Deberá pedir cita con su médico de cabecera en cuanto sea posible, para quepueda realizar un seguimiento. —Me tiende otros documentos, que dejo sobre lacama.

—¿Me darán el alta ahora?—Sí, ya la he tramitado. Enseguida se la traerán.Suspiro, aliviada. No quiero quedarme ni un minuto más aquí.—Hay otra cosa, Penélope.—Dígame —consigo balbucir con voz trémula.—¿Hace mucho que no se hace análisis?—No podría decirle cuánto.El médico frunce el ceño.—En los resultados de los análisis hemos observado otro motivo por el que los

niveles de hierro pueden estar bajos. Está usted embarazada.El tiempo se detiene. Parece que hayan puesto una mampara invisible entre esta

habitación de hospital y el resto del mundo. Dejo de oír el ruido del exterior. Y esesilencio, que se hace casi sólido, me oprime el pecho y la cabeza.

—¿Está usted bien?—No lo sabía.—Lo imaginé. —La expresión de pesar del médico me deja descolocada—. Por

eso prefería hablar de esto en privado.—Pero ¿es seguro?—Sí.—¿Cien por cien fiable?—Sí, totalmente.No sé qué decir. Por fin he conseguido tener la mente en blanco, pero nunca pensé

que sería por este motivo.—Penélope, veo que la noticia la ha pillado por sorpresa, pero, por favor, cuídese.

Ahora más que nunca debe poner especial atención a su dieta si no quiere tener undisgusto mayor.

Asiento con un gesto de la cabeza.—Si necesita cualquier cosa, llámeme.Cuando ya está saliendo por la puerta, me atrevo a preguntar.—¿De cuánto estoy?Se da la vuelta y me mira con expresión indescifrable.—Eso no se lo puedo decir. Los análisis solo indican el positivo de embarazo.

Deberá pedir hora con su ginecólogo.Me mira con expresión de pesar, pero yo no lo tengo claro.

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—Pero no puede ser…—Ya le he dicho que los análisis son claros al respecto.—Mire —estoy muy molesta por tener que explicarme tan específicamente —, debe

de haber algún error. Yo no puedo estar embarazada. Tomo la píldora desde haceaños y… He tenido la regla hace poco.

La expresión del médico cambia de pronto y le noto cierta alarma.—¿Cómo que le ha venido la regla? ¿Cuándo tuvo la última?—Pues… —Intento recordar, pero sin mi móvil soy una persona sin datos—. Creo

que el mes pasado. Si pudiesen darme un calendario…—Espere aquí.El médico sale y me quedo sola. A pesar de la noticia, me sorprende descubrir que

estoy muy tranquila. Esto es surrealista. Debe de tratarse de un error. Quizá tenganiveles elevados de vete a saber qué que han hecho que se confundan. Y existe elfalso positivo. Eso siempre es una posibilidad.

La enfermera entra de nuevo con el médico, empujando una silla de ruedas.—Acompáñenos, la llevaremos a la planta de ginecología.Cuando salgo sentada en la silla de ruedas, Cloe y Jorge se levantan de un salto,

alarmados.—¿Ya te han dado el alta?—Aún tenemos que hacerle unas pruebas —dice la enfermera, empujando de nuevo

la silla.—Quiero que me acompañen.Veo como el médico duda.—De acuerdo, pero deberán quedarse fuera.—No.—Está bien.Cruzamos el hospital de norte a sur, hasta llegar a los ascensores de personal.

Nadie dice nada. Cloe y Jorge se miran interrogantes. Tengo ganas de contarles lo quevan a presenciar a continuación, pero no quiero decir nada que pueda molestar almédico.

Cloe es la primera que se percata de hacia dónde nos dirigimos.—¿Qué pasa, Nel? —susurra a mi oído, agachándose.No puedo hablar. Cloe lo intuye y me coge de la mano, apretándome muy fuerte,

como hacía yo cuando en el colegio la defendía de Caleb. Y es entonces cuando medoy cuenta de que ella tiene más miedo que yo. Y entiendo que se ha vuelto una plastaporque yo misma me lo he buscado. Entramos en una sala de obstetricia. Me ayudan asubir a la camilla. Jorge se aleja. No sabe dónde meterse.

—Enseguida vienen a reconocerte.

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—Os espero fuera.Cloe y yo vemos como se marcha. En cuanto cierra la puerta, noto como me

derrumbo. Cierro los ojos e intento no llorar. Cloe, que en ningún momento me hasoltado la mano, me aprieta aún más fuerte.

—¿Qué es lo que pasa, Nel?—Son los análisis.—¡¿Qué?! No me asustes, por favor…—Sale positivo.Entra una mujer a la que no conozco.—Penélope, buenos días. —Me da una mano, congelada—. Soy Rebeca.Cloe se presenta brevemente y Rebeca nos sonríe a las dos, tranquilizadora.—Penélope, ahora voy a hacerte una pequeña exploración, ¿de acuerdo?Asiento con la cabeza. Rebeca me sube la bata y me siento totalmente expuesta.—Túmbate más arriba, por favor.Hago lo que me dice sin protestar. Ella coge el ecógrafo y lo impregna de un gel

transparente.—Te aviso, esto está muy frío…Doy un respingo cuando entra en contacto con mi vientre. Rebeca desliza el aparato

por mi cuerpo mientras fija la mirada en la pantalla.—Veamos… —Frunce el ceño, acercándose más al ordenador—. ¿Dices que te

vino la menstruación el mes pasado?—Sí.Teclea rápidamente unos parámetros. Por el rabillo del ojo veo como la imagen

cambia y hace un zoom.—¿Pasa algo? —pregunto incómoda.Cloe también está mirando la pantalla. Me aprieta fuertemente la mano.Rebeca me mira con una expresión indescifrable.—Penélope, me temo que lo que creíste que era la menstruación, en realidad no lo

era.—¡¿Cómo?!Carraspea, y la noto nerviosa. Da la vuelta a la pantalla del ordenador para que

pueda verla mejor, mientras sigue deslizando el ecógrafo por mi vientre. Me señala laparte central de la pantalla, donde aparece una imagen en escala de grises.

Con la otra mano, Rebeca corrige la imagen con una rueda que lleva incorporado elteclado. Cuando la imagen se hace totalmente nítida, Cloe suelta una exclamaciónahogada.

—Nel, Dios mío…

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—Penélope, el embarazo es completamente normal. Este es el bebé… La cabeza…El cuerpo…

—A ver, a ver… Esto es absurdo. ¿Qué pasa con la menstruación? ¿Estoyembarazada y tengo la regla? No entiendo nada, de verdad.

Rebeca para de mover el ecógrafo y me mira con expresión de pesar.—Penélope, lo que has sufrido no es la menstruación. Probablemente ahora no lo

puedas decirlo con exactitud, pero no tuvo ni la misma duración ni la mismaintensidad…

Intento recordarlo, pero no tengo ni idea de esos datos.—¿Y entonces?—Has sufrido lo que se llama sangrado de implantación. —Le da a un botón y

aparecen impresas varias ecografías.—¿Eso es grave?—En principio no tiene por qué serlo, pero me gustaría hacerte una exploración y

asegurarnos de que todo está bien.No sé qué decir. Tenía la firme convicción de que era imposible. Estoy atónita.—Tomo la píldora.—No es cien por cien fiable, Penélope. Es muy posible que algún día no la

tomases, que estuvieses enferma y algún medicamento interfiriese.Me acerca las ecografías, que cojo, sin saber qué hacer con ellas.—Por el perímetro craneal es un embarazo de trece semanas de gestación.—¡¿Qué?! —exclama Cloe sin poder contenerse—. Pero, Nel…Me encojo de hombros. No puedo ni pensar. Cloe me arranca las ecografías de la

mano y comienza a estudiarlas.—Debes de pedir cita con el médico de cabecera y te derivará a un obstetra. —

Rebeca garabatea una receta—. Compra esto. Es ácido fólico. Es necesario para unbuen crecimiento del feto.

Cloe también me coge la receta y me mira con lágrimas en los ojos.—Ay, Nel…—Me gustaría hacerte una exploración.—Claro —consigo balbucir.Rebeca se levanta y saca varias cosas de un armario. En la misma camilla en la que

estaba hace un momento, extiende otra sábana limpia.—Vuelve a tumbarte, por favor.—¿Quieres que salga, Nel?—No, por favor, quédate—digo mientras miro con ojos suplicantes a la doctora.

Ella asiente con la cabeza, y Cloe vuelve a cogerme la mano en actitud protectora,mientras Rebeca me coloca los pies en los estribos.

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Cuando la doctora termina con la exploración, tengo el estómago totalmenterevuelto.

—Creo que te han mandado hierro.—Sí.—Deberás tomar también un complejo vitamínico. Ahora tienes que cuidarte el

doble.—De acuerdo.Todos los papeles pasan inmediatamente a manos de Cloe.—Penélope, sé que ya te habrán hablado de esto, pero… Tienes que bajar el ritmo.

Es indispensable para que el bebé crezca y se desarrolle sano, y para que tú estéstambién en óptimas condiciones.

—Lo sé.No sé por qué, pero solo miro al frente. Tengo la mirada perdida en la ventana del

fondo. Por fin he conseguido tener la mente en blanco.—Tranquila, cuidaremos de ella. Gracias por todo.—Un placer. —Rebeca le da la mano a Cloe. Sé que ahora me tocaría hacer a mí lo

mismo, pero por una extraña razón que desconozco, no puedo mover el cuerpo. Cloe yRebeca hacen gestos entre ellas.

—¿Estás bien, Nel?—Sssiiií, estoy bien. Vámonos.En cuanto salimos de la consulta de obstetricia, nos encontramos con un

preocupado Jorge, que se acerca a nosotros.—¿Nos puedes llevar a casa, Jorge?—Claro que sí. —No pregunta nada y echa a andar hacia el ascensor—. He dejado

el coche en el parking.Hacemos el trayecto hasta casa en completo silencio. Voy en el asiento de atrás,

perfectamente recta y bien oprimida por el cinturón que Cloe ha tenido que ponerme.Algún día será una buena madre, de esas que optan por los silencios en vez de gritar yque dan bastante más miedo que las otras. Me entretengo mirando por la ventanilla,con aire nostálgico, como hacía cuando era adolescente, imaginando que formabaparte de un videoclip de una balada inexistente.

—Ya hemos llegado.Cloe me abre la puerta y me deja libre. Ya se han encargado ellos de encontrar las

llaves de mi casa. Jorge entra con nosotras, llevando de manera notablementeincómoda mi bolso colgado del brazo.

—Toma, Cloe. —Me mira, intentando no poner ninguna expresión—. Voy a dar unpaseo a Thor. Debe de estar desesperado.

—Gracias, Jorge. Vuelve luego si quieres.

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Cloe lo acompaña. Los oigo cuchichear. Cuando la puerta se cierra, sé que ahoraviene lo peor.

Oigo los pasos de Cloe amortiguados por la alfombra del salón. Tengo la vista fijaen la televisión, aunque continúa apagada.

—Nel… —Noto como el sofá se hunde a mi lado derecho por el peso de Cloe alsentarse—. ¿Estás bien?

—Sí.—¿No vas a decir nada?—No tengo ni puta idea de qué decir.La oigo suspirar. Sé que su paciencia se está agotando, pero, francamente, me

importa bien poco.—Deberías hablar de esto con tu madre.Por primera vez desde que salimos del hospital, me atrevo a mirarla a la cara.—No voy a hablar con mi madre. No somos adolescentes desde hace algunos años

ya, Cloe, aunque no nos hayamos dado cuenta.—Pero, Nel, cariño… Tarde o temprano se va a enterar, ¿no te das cuenta? No

quiero ni imaginar lo dolida que se sentirá si no confías en ella en estos momentos…—¿Y qué se supone que tengo que contarle? Dime. —La miro con expresión

crispada—. «Mami, tengo un problema: me he quedado embarazada y no sé quién esel padre…».

—¡¡¿¿Queeeeé??!! —Cloe salta del sofá exaltada—. ¡¡¿¿Cómo que no sabes quiénes el padre??!!

Me dan ganas de reírme a carcajadas y mandarla a tomar vientos, pero sería lasegunda vez en menos de veinticuatro horas y nuestra amistad se acabaría resintiendo.

—¿Le ves por aquí? —pregunto sarcástica.—Oh, por Dios, Nel, no me lo puedo creer…—¿El qué no te puedes creer? Parece mentira que no me conozcas, Cloe…—¡Claro que te conozco! O al menos creía que sí. Pero eso de hacerlo sin

protección…—Venga ya, bonita, que ahora va a ser que tú eres una monja.—Yo no soy una monja, pero tú ya eres mayorcita para conocer las consecuencias

de tus actos.—Mira, así puedo ir a dar una charla al colegio para que las niñas no se queden

preñadas.—Oh… Joder… —Cloe sale corriendo hacia el baño.Cuando vuelve, algo más calmada, me quita el mando de la mano y silencia la

televisión.—¿Qué es lo que vas a hacer?

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—¿No lo ves? Ver la tele un rato.—Nel, por favor…—De momento, quedarme aquí donde estoy. No tengo otra opción.Acabo de enterarme, por un sinfín de mensajes de un Alejo al borde del pánico, de

que tengo una baja médica de al menos tres días en los que tengo que estar en reposo.—Pediré algo de comer.—No te preocupes, no tengo hambre.—No te he preguntado, Nel.La oigo revolver en la cocina y al rato me llega un olor muy agradable. Cloe no es

una gran cocinera, pero siempre ha sido una superviviente en una cocina desiertacomo la mía.

A pesar de mi negativa a comer nada, me termino todo el plato de pasta que me traeen una bandeja. Vemos un programa de viajes, en silencio, solo roto por el incesantetecleo de Cloe en el portátil.

—Deberías irte a tu casa.Me mira de soslayo y sigue tecleando. Sé que su mente está al noventa y nueve por

ciento en el texto que está redactando.—Ni hablar. Me quedaré aquí contigo.Duermo la siesta de forma algo intranquila. Cuando despierto, fuera ya ha

oscurecido. Alguien me ha tapado con una manta. Oigo como Cloe cuchichea en lacocina y me acerco sigilosamente para espiarla.

—¿Qué tal has dormido?—¿Con quién hablabas? —Me asalta el pánico en cuanto una idea se me pasa por

la mente—. No has hablado con mi madre, ¿no?—Eso te lo dejo a ti. —Suspira y me abraza—. Pero deberías hacerlo cuanto antes.—Lo sé. —Ahora que estoy más tranquila, soy capaz de entender a Cloe—. Pero

tengo que hacerme a la idea antes, sopesar las opciones…—¿Qué opciones?—Ya sabes…—No, no sé. —Se sienta en una silla y se frota los ojos, cansada.—Mírame, Cloe. Soy una tía solitaria, egoísta e incapaz de mantener el frigorífico

con algo comestible. Solo pienso en mi trabajo, tengo un caos de vida y, según tú, nosé ni cuidar de mí misma. —Cloe me mira muy seria—. ¿Tú crees que estoypreparada para esto?

—ESTO, como tú dices, es un bebé, Nel. Llámalo por su nombre.—Lo llamo como quieras, Cloe, pero sigue siendo un problema.—¿Un problema? —Se levanta de un salto, visiblemente enfadada—. Tienes treinta

y cuatro años, Nel, un trabajo, dinero, familia y amigos. ¿Esto es en serio un

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problema?—Cloe…—El problema es que no lo hayas pensado antes. —Me corta, cada vez más

alborotada—. ¡Despierta, Nel, es un ser vivo! ¡Es tu hijo!Siento como mis ojos se llenan de lágrimas. Lo último que necesito es que Cloe me

diga lo mala persona que soy.En cuanto se percata de mi expresión, baja el tono.—Nel, cariño… —Se acerca y me abraza de nuevo—. Perdóname, por favor, pero

no puedo entender que quieras tomar esta decisión. —Suspiro y siento cómo laslágrimas resbalan por mis mejillas—. Ahora no pienses en nada, lo solucionaremosjuntas.

Pasamos lo que me parece una eternidad abrazadas, yo llorando como nunca lo hehecho hasta ahora y Cloe sosteniendo mi mundo en un abrazo, intentando que no sedesmorone del todo y para siempre.

Cuando ya solo se oyen mis suspiros y mi hipo, Cloe me da un beso en la cabeza yse despega poco a poco de mí.

—Amiga, tenemos que pensar en todo esto con tranquilidad, ¿vale?Asiento con la cabeza, secándome las lágrimas.—¿Quieres una tila?—¿No puede ser un café?—Claro. —Cloe sonríe de nuevo—. Pero a partir de ahora descafeinado, bonita.Saca de uno de los muebles un paquete de cápsulas y enciende la cafetera.—¿De dónde ha salido eso?—¿El qué?Me acerco intrigada al mueble de la cocina. Al abrirlo, me encuentro con toda

clase de comestibles, tanto de primera necesidad como caprichos. Lo mismo ocurreen el frigorífico, que está lleno a rebosar.

—¿Has hecho la compra?—Parece mentira que no me conozcas. No puedo estar en un sitio donde no hay

nada para picar.—Te has pasado, no era necesario…—Sí que lo era. No tenías ni un mísero alimento comestible.De repente me entran ganas de reír.—¿Y ahora, qué pasa?—Creo que es la primera vez, desde que compré la casa, que está casi casi

habitable.Cloe niega con la cabeza, sonriendo. Sé que sigue enfadada conmigo, pero no será

por mucho tiempo. Oigo unos ladridos en el exterior y me acuerdo de algo.

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—¿Se lo has dicho a Jorge?Cloe pone dos cafés en una bandeja que no sabía que tenía y nos sentamos a la

mesa de la cocina.—No ha hecho falta, se lo ha imaginado. —Bebe un sorbo de café—. El chico no

es tonto.Me siento avergonzada. En realidad no conozco de nada a Jorge, y ahora, de

repente, está presente en algo tan íntimo.—Ha venido cuando estabas dormida. Quería saber qué tal estabas y si necesitabas

algo.—Qué vergüenza.—Es un buen tío, Nel. Hiciste bien en darle unas llaves por si acaso.—Ya…Me imagino la escena que se debió de encontrar cuando entró, alertado por el

repartidor de pizzas. Me tomo el café casi de un trago, abrasándome la boca, y melevanto.

—¿Dónde vas?—Voy a ver si está. Quiero darle las gracias.Me pongo el plumas que tengo en la entrada y salgo en calcetines. Hace un frío

horrible y no lo veo, pero oigo a Thor ladrar no muy lejos.—¿Jorge? —grito en medio de la calle, como nunca pensé que haría. Aparece por

la esquina. Thor se le adelanta y a punto está de tirarme. Se pone a dos patas y melame la cara a traición.

—¡¡¡Thor!!! ¡¡¡Baja ahora mismo!!!Jorge se acerca corriendo. Al oír su voz, Thor se sienta en la acera y mira al suelo

como si no fuese con él la cosa.—¿Estás bien? Perdóname, se me escapó.—No pasa nada, en serio.—Este perro un día va a matar a alguien y voy a tener un problema…—¿Cómo? ¿A lametones?Jorge se ríe nervioso.—Quería darte las gracias por todo lo que has hecho.—No tienes que darlas.—Sí, en serio. Menos mal que te di unas llaves.—Para eso están los amigos, tonta.Se agacha para poner la correa a Thor y me mira sonriente, sin decir nada.—¿Quieres pasar a tomarte una cerveza?—No te preocupes, no quiero molestar.

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—Me molesta más estar en medio de la calle, descalza y sin saber qué decir.Se percata de mis calcetines y suelta una carcajada.—Anda, entra, así haces compañía a Cloe, que ya está harta de mí…Cuando llegamos a la cocina, Cloe le suelta una de esas sonrisas suyas que parece

un día de sol. Y claro, cómo no, Jorge le responde con otra sonrisa espléndida, algoruborizado. Otro que ha caído de cabeza al club de fans de Cloe.

—¿Quieres un café?—Prefiero cerveza.Cloe le abre la botella y se la pasa. Me siento una extraña en mi propia casa. Voy

de nuevo a mi sitio en la mesa y veo como cotorrean sobre el trabajo. Cuando al fin sesientan junto a mí, estoy más que harta de ellos dos y sus tonterías.

—Bueno, Jorge, me ha dicho Cloe que lo sabes.Está a punto de escupir el trago de cerveza que se está bebiendo.—Tía, de verdad, que siempre eres de un bestia para decir las cosas…—No quería sacar el tema…—Ya lo saco yo. —Jorge tiene cara de querer salir corriendo—. ¿Qué opinas tú de

eso?—¡¿Yo?! No tengo ninguna opinión.—Alguna tendrás.Bebe otro trago de cerveza, rehuyendo mi mirada.—Nel, déjalo, anda…—Solo quiero saber su punto de vista…—Te lo doy si eso es lo que quieres.—Por favor.—Pues verás: no tengo ni idea de qué es lo que quieres hacer tú ni si te gustan los

niños o los odias, pero tengo cuatro años más que tú y, sinceramente, no me lopensaría. Me tiraría de cabeza y lo tendría. Al fin y al cabo, no eres ya una niña ni levas a dar un disgusto a tus padres.

—¡¿Ves?! —me recrimina Cloe, contenta de que Jorge le dé la razón.—Pero esa es mi opinión —aclara—. Tengo un perro que es más que un hijo y un

sobrino silencioso a mi cargo, así que mis circunstancias son otras. —Me mira,pensativo—. Mi hermana tuvo a Víctor con dieciocho años y, según mi padre, sejodió la vida por completo. Pero ella tenía un marido cabrón y vago que no se dio nicuenta. Y, a pesar de los problemas, de la cantidad de trabajos que ha tenido querechazar por Víctor y de todo lo que no pudo estudiar ni vivir cuando decidió tenerlo,para ella es la persona más importante del mundo. Es una cuestión de cada uno.

—Ya.Imaginarme con un bebé ya me parece más que imposible, pero con un niño

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problemático entrando en la adolescencia… Suena el timbre y Cloe corre a abrir.Jorge me mira interrogante.

—Caleb.Efectivamente, los dos aparecen abrazados en la cocina, con cara de haberse dado

un repaso nada más verse. Cloe le presenta a Jorge y ambos se dan la mano. No puedoevitar sonreír al ver cómo se miran, sopesando quien es el de enfrente.

—Ven aquí, cabezota… —Caleb se acerca a mí y me abraza. Me da miedo volver allorar—. Como nos vuelvas a dar un susto así, te mato.

—Tonto, si estoy bien… —Me aprieta las manos, sin decir nada—. Anda, tómatealgo.

Desde que llega Caleb, la tarde cambia sustancialmente. Dejamos de hablar delmaldito tema y, entre unas cuantas cervezas a las que yo tengo prohibido acercarme, laparejita nos cuenta los pormenores de la organización de la boda que, al parecer, estásiendo un espanto: no encuentran el sitio ideal, Cloe no tiene claro lo de las flores, lasfuturas consuegras no hacen más que dar ideas…

—¿Y por qué no os casáis en el hotel ese donde os reencontrasteis? —aporta Jorgecomo quien no quiere la cosa.

Cloe lo mira extrañada.—Pues oye, no es tan mala idea… —Caleb mira a Cloe esperando su aprobación.—No, la verdad que no…—No es por romperos el espejismo, pero creo que el dueño es amigo del padre de

Alice, así que si queréis una boda tranquila…—¡Es cierto! —Cloe pone cara de decepción.—¿Quién es Alice? —Jorge está confundidísimo.Los tres lo miramos con cara de extrañeza, hasta que nos percatamos de que él no

la conoce.—¿Te acuerdas de cuando te conté lo del fin de semana? —Jorge asiente—. La

bruja del oeste.—Ostia…—A ver, a ver…—Caleb pone cara de conspiración y empieza a teclear en su

móvil—. Todo es cuestión de investigar…—¿De verdad os casaríais allí?Caleb y Cloe se miran y sonríen como tontos. Jorge me mira levantando las cejas, y

yo pongo los ojos en blanco.—Vale, vale, por favor, no rememoréis momentos calientes, que se os nota

demasiado.—¿A ti no te gustaría volver? A lo mejor sigue allí Rubén.—No estoy yo para mucho Rubén…

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Todos se quedan cortados cuando recuerdan la verdadera razón de nuestra reuniónimprovisada.

—Lo siento, Nel, cariño.—Déjate de lo siento, a ver si ahora vas a tener que medir tus palabras para hablar

conmigo.Jorge mira el reloj y da el último trago a su cerveza.—Chicos, os dejo, voy a echar un vistazo a Víctor, a ver si ha terminado los

deberes… —Se levanta y sonríe a Caleb, que le da la mano—. Nos vemos, tío.—Nos vemos, chaval. Yo también me voy. ¿Necesitáis algo?—¡¡¿¿Qué??!! No, ni hablar.—Claro que sí, yo me quedo, Nel, no se hable más.—No, no, no. Tú te vas con tu novio, que te aguante él.—Nel, déjate cuidar, por Dios.—Que no, hombre, que estoy bien. Márchate, anda.—Cloe, cariño, quizá tenga razón. Puede que necesite estar sola…—¡¿Hola?! Que sigo aquí, ¿eh?—Chicos, chicos… —Jorge, que ya se iba, los corta—. Tengo una idea a medio

camino. ¿Te vienes a cenar, Nel?—No, a ver, dejad de molestaros por mí.—No es ninguna molestia, en serio.—Que no, de verdad…Veo como Cloe frunce el ceño y sopeso las posibilidades. El mal menor quizá es ir

a casa de Jorge.—Yo me quedo.—No, Cloe. Iré a cenar con Jorge. Pero luego me vengo a casa.Cloe me mira con cara de no creerse nada. Caleb la coge cariñosamente,

guiñándome un ojo.—Déjala, Cloe, ya es mayorcita.—Tranquis, que yo controlo a esta loca.Jorge me rodea los hombros con su brazo súper tatuado, y de pronto me siento

pequeñita y vulnerable como no me ha pasado nunca. Y no me gusta. Pero el gestoparece tranquilizar a Cloe, que relaja los músculos faciales y le da la mano a Caleb,como unos padres orgullosos.

—Pero me tienes que jurar que me llamarás cuando vuelvas a casa, antes de irte adormir.

—Sí, mamá.—En serio, Nel, nada de mensajitos ni de historias. Quiero oír tu voz.

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—Me voy a poner celoso, cariño… Caleb tira de su brazo y le da un beso de losque te dejan con la boca abierta.

—¡¡¡Wowww!!! —Jorge me aprieta, impresionado—. ¿Son siempre así?—Peor… Pueden llegar a ser mucho peor, créeme.Jorge se ríe, pero ni con esas la parejita deja de besarse.—¿Me ayudas a recogerle las cosas a Cloe? Son de un pegajoso que empalaga.Vamos hacia el salón y los oigo reírse cómplices. Recojo el ordenador y todos los

papeles y notas que Cloe ha desperdigado por el salón. Ya no me acordaba del caosque organizaba mi amiga cuando está en pleno éxtasis de inspiración.

Cuando aparecen por el salón, Cloe está visiblemente turbada y sonríe como unatonta. Caleb tampoco se queda atrás, mirándola fijamente como si fuese a comérselaenterita.

—Toma, bonita, anda. Y daros una ducha fría, por favor, que vais a tener unaccidente de vuelta.

—Si tú supieras…Jorge me mira y levanta las cejas, alucinado.

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CAPÍTULO VI

Aparco en la calle de al lado de casa de mis padres, y por primera vez desde queme saqué el carnet de conducir, me tiemblan las piernas. El coche se me ha caladodos veces en dos semáforos distintos, así que, oficialmente, estoy de los nervios. Hasido Cloe la que me ha convencido de esto. O quizá debería decir que ha sido Cloe,Caleb y Jorge. Los tres, cada uno a su manera, han ido dejando caer, en estos dosúltimos días, que estoy tardando en contárselo a mi madre. Sé que tienen razón, peroes que no sé ni cómo empezar. Me siento como una chica de dieciséis años a punto dedarle un disgustazo. Un asco de día, vamos.

Como con mis padres y mi hermano pequeño y vemos un rato la tele, aunque soyincapaz de concentrarme en nada de lo que están diciendo. No veo el momento en quemi padre se vaya a trabajar y mi hermano se encierre en la habitación, pero, claro,basta que quieras algo…

Aprovecho el momento en que mi madre se va a recoger la cocina y me voy detrásde ella.

—¿Quieres llevarte comida, Nel? Además de la carne que ha sobrado, te podíasllevar algo de verdura y un poco de lasaña…

—Mamá…—Ya, sé que no quieres llevarte comida, que luego la tienes que tirar porque no te

la comes… —Me mira de arriba abajo, con gesto preocupado—. Estás muy delgada,hija, te tienes que cuidar más.

—Mamá. —Trago saliva dolorosamente—. Tengo que contarte algo.—¿El qué?—Prefiero hacerlo cuando se vaya papá.—Nel… —Se acerca y me coge la cara, estudiado mi expresión—. No me asustes.—No es nada, mamá, no te preocupes.Me mira intranquila y sigue recogiendo la cocina en silencio. Se me hacen eternos

los quince minutos que tarda mi padre en anunciar que se va de nuevo a trabajar. Encuanto mi madre lo despide en la puerta, vuelve a la cocina y me sienta a la mesa.

—Cuéntamelo.—Mamá…—Hija, cuéntamelo de una vez, confía en mí.Sin saber cómo, de repente me veo llorando a lágrima viva. Mi madre arrima su

silla a la mía y me abraza contra su pecho. Me paso una eternidad enganchada a ella,sin poder soltarme, como me pasó con Cloe. Pero mi madre está desesperada porque

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me ha visto así.—¿Cariño? ¿Qué es lo que te pasa, por Dios?—Mamá…—Mi amor, puedes contarme lo que sea, por favor…—Mamá. —Sé que estoy a punto de transformarme en otra persona para ella—.

Mamá, estoy embarazada.Me mira con lágrimas en los ojos y vuelve a abrazarme, esta vez más fuerte. Sé que

está llorando, y la abrazo yo a ella también. Recuerdo cuando era pequeña y mamátuvo que decirme que la abuela se había ido para siempre. También lloré durantehoras en su regazo, sintiendo como ella intentaba contener sus lágrimas, sin éxito.Cuando noto que mi respiración se normaliza, me separo un poco y me seco laslágrimas. Ella se levanta y trae dos vasos de agua y dos cafés con hielo. Me seca laslágrimas con un pañuelo y se sienta frente a mí, con semblante serio.

—¿De quién es?Buena pregunta. De todas las que podía hacerme, es la que menos me apetecía

contestar.—Eso da igual.—Te dará igual a ti, pero a mí no.—Él no lo sabe.Mamá suspira ruidosamente y cierra los ojos.—¿Tienes una relación con él?—Ay, mamá… —De nuevo siento cómo comienzan a aflorar las lágrimas—. No,

nada de eso.—¿Me quieres contar todo desde el principio, por favor, sin tener que sonsacarte?Cierro los ojos y me masajeo las sienes, intentando relajarme.—Hace unos días me desmayé en casa y mi vecino tuvo que llevarme al hospital.—¡Hija, por Dios!—Pensé que era por el estrés y la falta de apetito, y como acababa de pasar por una

gripe…—Y te lo dijeron.—Sí. Cloe me acompañó. La llamó Jorge, mi vecino.—¿Y se puede saber por qué no nos llamaste?—Mamá, no quería preocuparos…—Señor, señor… —Sigue negando con la cabeza, aunque su gesto de pena se va

transformando en indignación—. ¿Y qué es lo que pasa con el padre? Y quiero laverdad, Nel.

—No hay padre.—Penélope, haz el favor de no mentirme. ¿Qué es entonces, inseminación? Porque

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no te creeré, lo siento.—No, no es inseminación, mamá. Es un error.A mi madre le saltan chispas por los ojos y sé que se está conteniendo para no

gritarme.—Mira, Nel, sé que tienes un disgusto tremendo, que no lo tenías pensado, pero haz

el favor de no llamarlo error, porque en algún momento será mi nieto o nieta y no tevoy a permitir que hables así.

—Mamá, sinceramente, no sé lo que voy a hacer.Ella bebe un trago de su café y me mira fijamente.—De momento, estar tranquila y cuidarte. —Mira mi café como si se arrepintiese

de habérmelo dado—. No te vienen bien estos disgustos.—Mamá, no me has entendido…Veo en sus ojos una expresión que jamás vi antes, una mezcla de pena y odio a

partes iguales.—Te he entendido perfectamente.—Yo no puedo ocuparme de un bebé, mamá, ni siquiera me gustan demasiado…—Para. Sé lo que vas a decir. Y no quiero escucharlo.Está empezando a sacarme de mis casillas.—Mamá, ya soy mayorcita para decidir…—¡Claro que eres mayorcita! —Pega un golpe en la mesa y las tazas saltan en la

bandeja, tintineando—. Eres mayorcita para tener cuidado con tus relaciones, paradejar de hacer el pendón por ahí y buscarte un novio en condiciones. Y también eresmayorcita para apechugar con las consecuencias de lo que has hecho.

Me levanto de la silla, pero mi madre me agarra del brazo y me obliga a sentarmede nuevo.

—Ahora me vas a escuchar todo lo que no me has escuchado nunca.No digo nada. Apenas reconozco a esa mujer que está frente a mí.—Cuando eras adolescente, pensé que lo mejor era dejarte margen para tomar tus

propias decisiones, para equivocarte y forjar tu carácter… Y no me equivoquécontigo. Jamás temí que te metieses en drogas, que nadie te obligase a hacer nada encontra de tu voluntad ni que te metieses en una relación destructiva. Te habíasconvertido en una guerrera, como lo habías sido de pequeña, peleando por lo tuyo,siempre tan valiente. —Me suelta la mano y me mira con tristeza—. Y ahora me doycuenta de que fue la peor decisión que pude tomar. Te has intentado hacer tan fuerteque te has puesto capas y capas de armaduras que esconden tu corazón. Te hasconvertido en una persona perdida en el sarcasmo, en una mujer amargada, en alguienque no está contento con nada, en una egoísta sin ningún plan de futuro. Y esa no erestú.

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Se levanta a coger otro pañuelo y se seca las lágrimas.—Mamá, es mi vida.—¡Por eso te estoy diciendo todo esto, joder! —Me sorprendo al oír hablar a mi

madre así—. Si fueses una desconocida, ni me molestaría. Pero tú, Nel… ¿De verdadcrees que tienes que hacer eso? ¿Cuándo te has vuelto tan cobarde? No creas que vasa ser joven siempre… —Niega con la cabeza, con lágrimas en los ojos—. ¿Crees queno te vas a acordar de esto? Nadie sabe si después tendrás la oportunidad de tener unhijo.

—¡Mamá! ¡No lo entiendes! ¡Esto destrozará mi vida!Mi madre suelta una carcajada envenenada—Tu vida, dices… ¿Qué vida, hija? Solo trabajas y trabajas, no sales con nadie, te

aferras a un amor de adolescencia y cambios de ligue cuando te aburres… ¡Mira a tusamigas! ¡Ellas sí tienen una vida! ¿En serio vas a poner por delante un trabajo que teestá destrozando y una casa vacía? Prioriza, hija, prioriza.

Me levanto de la silla sin decir ni una palabra. No voy a discutir con ella. Noahora.

Cojo el abrigo y el bolso y le doy un beso a Carlos. Sé que lo he escuchado todo,pero agradezco que no me diga nada. Cuando voy a salir, me asomo a la cocina, peromamá no me mira. Está en el mismo sitio que la dejé, de espaldas a la puerta, con lamirada fija en los dos cafés que hemos dejado intactos.

Cloe me obliga a pedir cita con el ginecólogo. Al principio me niego, pero ellamisma me hace ver que para tomar una decisión tendré que consultar a un especialista.Hasta que veo allí a mi madre, esperándonos en la puerta de la consulta.

—Cloe, no te lo voy a perdonar…Ella no dice nada, solo me aprieta la mano y me lleva hasta que estoy frente a mi

madre.—Yo os espero aquí —dice Cloe, rebuscando en su bolso.—No, por favor, entra con nosotras. —La miro suplicante. Mi madre también

asiente con la cabeza—. Quiero que nos acompañes.Hablamos con la ginecóloga de los datos de rigor, pero esta vez estoy mucho más

entera.—Mire, el padre aún no sabe nada. Ni siquiera mantengo una relación seria con él.

—En la cara de mi madre no se mueve ni un músculo, pero sé que en su interior seestá muriendo de vergüenza—. Me gustaría saber qué opciones alternativas hay. Aúnno estoy segura de qué hacer.

—Pues tendrá que decidirse pronto. En dos semanas habrá pasado usted el límite

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permitido para realizar un aborto. —Sé que estas palabras se le están clavando a mimadre en el alma—. Pero le aconsejo que pida cita con nuestra consulta depsicología. —No sé qué cara estaré poniendo, pero la ginecóloga sonríedisculpándose—. No me entienda mal, no es una consulta de psicología al uso. Allí leexplicarán cómo es el proceso, la duración y las repercusiones psicológicas queconlleva, que en la mayoría de los casos, es el mayor problema o daño colateral deeste tipo de intervenciones.

—Por Dios… —susurra mi madre sin poder contenerse.—Gracias, lo consultaré.—¿Tiene alguna otra pregunta o pasamos al reconocimiento?—No, ninguna.—Pues vamos allá.Me tumba en la camilla y me levanto la camiseta, desabrochando también el

pantalón. La doctora prepara el ecógrafo. Veo por el rabillo del ojo cómo mi madre leda la mano a Cloe y esta a mí, como si ella pudiese actuar de aparato transmisor.

Cuando empiezan a salir las primeras imágenes, aunque borrosas, Cloe me aprietala mano. Oigo como mi madre boquea, emocionada.

—Parece que todo está en orden. —Imprime unas cuantas ecografías y me lasentrega, pero, como la vez anterior, es Cloe quien las coge, aunque esta vez se laspasa a mi madre.

—Ya hemos terminado. Puede vestirse.Me incorporo y vamos de nuevo hacia su mesa.—Le daré una nueva cita para el mes que viene. Decida lo que decida sería

conveniente que la vea de nuevo.—De acuerdo.Recojo el papel de la nueva cita y nos despedimos de ella. Cuando salimos, mi

madre se disculpa con Cloe y camina hacia el baño.—¿Qué se supone que estáis haciendo?Me encojo de hombros, agotada. Sé que mi madre está destrozada con todo lo que

ha oído ahí dentro, con las imágenes que ha podido ver.—Nel, haz el favor de ir a hablar con ella.—No puedo, Cloe.Me mira. Sé que está enfadada. Y dolida. Y triste. Pero yo no puedo hacer nada

para cambiarlo.Cuando ella misma se harta y va hacia la puerta del baño en busca de mi madre,

aprovecho para alejarme de ellas y voy hacia la salida.

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***

Tengo varias llamadas perdidas de Cloe, seguidas de varios mensajes en los quedeja clara su opinión. Más que clara, diría yo. Llamadas de mi madre: 0. Cagadamonumental para Nel. Esta vez lo he conseguido. Hasta Carlos me manda un mensajepreocupado. Solo puedo responderle que estoy en casa y que necesito estar sola.

Carlos:OkPero deberías llamar a mamá.Lo sé. Debería hacer tantas cosas… Tiro el móvil en el sofá y me tumbo de

cualquier manera, sin preocuparme en coger el mando de la tele. Tengo el estómagorevuelto y no me apetece hacer nada. Mañana tengo que ir a trabajar. Debo poner denuevo mi vida en orden. Al menos la parte fácil.

Alejo me ha llamado quinientas veces, pero no he querido coger el teléfono. No séqué contarle. Sé que por el tono de voz va a adivinar que algo no va bien, pero noquiero contarle nada de momento. Porque no sé si hay algo que contar aún.

Alguien llama al timbre y después a la puerta con los nudillos. Abro un ojo ydescubro sorprendida que se ha hecho de noche. Me he quedado dormida en el sofá.Miro el reloj. Son las nueve, así que he dormido… ¿Desde las dos de la tarde?

—Nel, ¿estás ahí? Soy Jorge.Salgo corriendo a abrir. Después del susto que le di el otro día, no me extrañaría

que viniese acompañado de los bomberos en menos de dos minutos.—Perdona, me he quedado dormida.Jorge se rasca la cabeza, sin saber bien qué decir.—Había pensado… No sé qué te parece, pero quizá te apetezca cenar con nosotros.Me mira con timidez y me entra la risa floja.—Que no muerdo, ¿eh?—Ya. —Me mira con cara de no haber roto un plato—. Es que no quiero que me

mandes a la mierda porque me preocupo por ti… Solo quiero invitarte a cenar.—¿Es una cita?—De eso nada, monada.—Entonces me parece estupendo.Jorge sonríe y me tiende el brazo.—Señorita, es un honor…—¡Espera! Voy en zapatillas.—Eso no es problema…

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Antes de darme cuenta, Jorge me ha cogido en brazos con una facilidad que me dejapasmada. Cierra la puerta tras él y cruza la calle rápidamente. Cuando llegamos a sucasa, nos estamos riendo a carcajadas. Un alucinado Víctor nos mira desde el salón.

—Es que voy en zapatillas de casa.Le debe de impactar mucho la información, porque levanta una ceja con cara de

alucine. Y es lo más expresivo que le he visto hacer por ahora.En cuanto me deja en el suelo, un enloquecido Thor me lame, huele y juguetea

alrededor de mí.—Este perro…—Déjalo, es un amor…Veo que la mesa ya está preparada. Sobre ella, con el mantel ya puesto, descansan

dos pizzas que da gusto verlas.—¿Las has hecho tú?—En realidad las ha hecho Víctor. Yo solo le he ayudado. —El chico, sin quitar

los ojos de la pantalla de su móvil, se sonroja—. Ha sido idea suya lo de invitarte.—Pues es un honor, Víctor. Me encantará probarlas. —Él sonríe de medio lado,

aunque no se atreve a mirarme.La cena es divertida. Jamás había pensado que Víctor supiese decir tantas palabras

seguidas, pero, en cuanto le digo que las pizzas están deliciosas, cosa que estotalmente cierta, se lanza a contarme los ingredientes que lleva y el tiempo y latemperatura ideal para dejarlo en el horno.

—El truco es poner las anchoas cinco minutos antes de que la pizza esté lista. Asíno se extiende el sabor.

—Veo que te gusta mucho la cocina. —Se encoge de hombros y baja la mirada, aúnsonriente—. ¿A tu tío también le gusta?

—A mi tío lo que le gusta es comer.Suelto una carcajada y Jorge me sigue.—Es que soy un tío grande, tengo que alimentarme.En cuanto terminamos de cenar, Víctor vuelve a ser el chico de siempre y se

sumerge en su mundo digital, aunque esta vez elige la consola. Sin embargo, meparece que un resquicio de esa sonrisa todavía brilla en su cara. Media hora después,sin que nadie le diga nada, apaga su juego y se despide de nosotros.

—Repasa el último tema de historia, anda, que aún lo tienes flojo.Asiente con la cabeza. Con un silbido, Thor se acerca y sube con él la escalera.—Es un encanto.—Qué te voy a decir yo, que es mi sobrino preferido. —Suspira y sonríe—. Creo

que, después de todo, lo estamos llevando bastante bien.—A mí me parece que lo estás haciendo genial.

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Jorge mira hacia arriba y sonríe.—¿Podría pedirte un favor?—Claro, te debo una, ¿recuerdas?—La semana que viene es el cumpleaños de Víctor. Me gustaría hacer algo

especial para él. Creo que va a venir mi hermana y hasta mi ex cuñado… No sé, quizápodrías ayudarme.

—No hay problema. ¿Has pensado ya en algo?—Bueno, lo típico, una fiesta sorpresa… —Jorge me mira y sonríe—. Me gustaría

invitar a algún amigo suyo, pero creo que aquí aún no tiene muchas amistades.—A lo mejor Caleb nos puede ayudar. —Es entonces cuando me doy cuenta de que

he olvidado el móvil en casa—. Déjame que hable con él. Esto se le da de maravilla,se dedica a ello.

—Vale. Me pongo en tus manos.Me acabo el café, descafeinado, por supuesto, y miro la hora.—Me voy a casa.—La llevo, señorita.Vuelve a cogerme como si fuese un peso pluma y me entra la risa.—Es que si te constipas, me matan.—En eso tienes razón.Llegamos a la puerta de mi casa y me deja en el suelo.—Gracias, Jorge, la verdad es que da gusto tener vecinos así.—Para nosotros es un placer. Somos tres lobos solitarios.Abro la puerta y veo que sigue ahí.—¿Quieres pasar?—No, gracias, es muy tarde. Otro día. —Me mira con expresión indescifrable—.

No te he preguntado, soy muy malo para esto, pero ¿qué tal te encuentras?Suspiro y cierro los ojos. Me acaba de devolver de una sola estocada a la cruda y

complicada realidad.—Lo mejor que puedo, la verdad.Sonríe con tristeza y me da un apretón torpe en el hombro.—Si algún día necesitas hablar o lo que sea…—Lo sé. Muchas gracias.—Me voy. Si mañana te animas, daré un paseo a Thor a primera hora.—Mañana me voy a trabajar.—¿Tan pronto?—Ya es hora de ser yo misma.Se encoje de hombros y, por un momento, me recuerda a Víctor.

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—No trabajes demasiado.—Lo mismo digo.Sonríe de medio lado, resoplando.—Creo que en eso no voy a tener suerte.

***

Como era de esperar, cuando recupero mi móvil, veo que tengo un montón dellamadas y mensajes. Mi madre también ha llamado. Dejo lo demás para luego ydecido hablar con ella.

—Hola, mamá.—Nel, ¿dónde estabas? Cloe me ha llamado preocupada.—He ido a cenar a casa de los vecinos.—¡Ah! Estupendo.Se hace un silencio incómodo.—Mamá… No me gusta estar así contigo.Oigo como suspira y, sin poder evitarlo, me la imagino negando con la cabeza.—A mí tampoco, Nel… Pero todo esto me pone muy triste.—Lo sé… —Intento medir mis palabras para no herirla—. Mamá, ya sé que no

estás de acuerdo con lo que estoy haciendo, pero… Quiero estar segura. Eso es todo.Oigo más suspiros al otro lado del teléfono.—Mañana pido el alta, mamá. Tengo que ir a trabajar.—Es demasiado pronto.—Necesito estar activa.—Necesitas estar tranquila, es lo más importante ahora.—Mamá, por favor… No quiero discutir.—Está bien, cariño. Pero llámame cuando salgas del médico.—Lo haré. Y… mamá…—¿Sí?—Te quiero.Se hace el silencio al otro lado de la línea.—Cariño… Yo también te quiero, lo sabes… Te quiero muchísimo, mi niña.—Lo sé, mamá. Mañana hablamos, ¿vale?—Vale, mi amor, descansa.

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Me río yo sola mientras intento contener las lágrimas. No recuerdo haber estadonunca tan tonta y sensible. Va a ser verdad todo eso de las hormonas que nunca mehabía creído. Mando un breve mensaje a Cloe contándole que estoy bien, pero norecibo respuesta. Sé que está preocupada y enfadada, pero yo tengo demasiadas cosasen la cabeza para preocuparme por sus sentimientos. Soy la misma egoísta desiempre. Al menos hay algo que todavía conservo de mi esencia.

Me armo de valor y decido buscar información. Pero cuando tecleo en el portátilinterrupción del embarazo, de repente me veo superada. Hay cien mil entradasdiferentes, mil consejos extraños, trucos caseros de cómo hacerlo en casa, que meresultan alarmantes, y una variedad de burradas de ese calibre. Apago el ordenador ysaco la tarjeta que me ha dado la ginecóloga. Mañana mismo pido cita.

—¡Nel! —Alejo corre a abrazarme en cuanto me ve entrar por la puerta—. ¿Cómote encuentras? ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado? ¡¿Se puede saber por qué no me hasllamado?!

—Vale, vale, vale… —Me zafo como puedo y respiro profundamente. Acabo dellegar y ya me ha agotado—. Déjame que me quite las cosas al menos.

Me mira de arriba abajo mientras me quito el abrigo y suelto el bolso y el portátil.—¿Y bien? —pregunta impaciente.—Ufff… Alejo… Mira que eres cansino… Me encuentro bien, me han dado el alta,

solo fue el estrés, pero ya he descansado. Y no, no te llamé porque Cloe y mi madreme prohibieron hablar de nada relacionado con el trabajo.

—Lo sé, Cloe me llamó. Al menos ella se preocupó en contármelo.—Es que Cloe es muy buena… —Sinceramente, estoy un poco hasta las narices de

la perfectita de Cloe—. Bueno, vamos al lío… ¿Qué me he perdido?Alejo sale del despacho y va hacia su mesa. Vuelve con una agenda y un montón de

post it.—Estas son todas las llamadas. —Las notas se desperdigan de cualquier manera

sobre la mesa. Pongo los ojos en blanco y respiro profundamente—. Tenemos quecambiar toda la agenda de principios de abril y revisar todo lo que vence el plazoantes de que cierren los juzgados en Semana Santa.

—Muy bien. ¿Algo más?—Los jefes quieren una reunión la semana que viene. ¿Qué les digo?—Claro, mira las opciones y me dices algo. Menos en día de juicio, el que quieran.

Mejor después.—Vale. —Alejo se levanta y se queda de pie frente a la mesa—. ¿Algo más? —

Niego con la cabeza—. Voy a tomar un café. ¿Te traigo algo?

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—Tráeme uno, por favor.Cuando se va, me pongo a revisar las llamadas sin más retraso. Sé que tengo

trabajo atrasado, que tengo que contestar todos los mails que tengo sin abrir. PorDios… Necesito otras vacaciones.

Alejo vuelve con el café y se sienta frente a mí.—Jero ha llamado varias veces.No entiendo cómo siempre tiene ese don de la oportunidad. Estoy a punto de

tirarme todo el café encima.—¿Qué quería?—No me lo dijo. Quizá deberías llamarlo tú. —Levanta las cejas, haciéndose el

interesante.—Muy importante no será si no ha dejado mensaje.—Oh, por Dios, Nel, hay que dártelo todo mascadito, guapa… —Veo cómo Alejo

se desespera—. Quizá se trata de algo personal.Alejo suspira ruidosamente y se va hacia la puerta.—Intuyo que no estás de muy buen humor… Ni de ninguno. Avísame cuando se te

pase, rica.Cierra la puerta ruidosamente y respiro, intentando relajarme. Precisamente, la

primera conversación de la mañana tenía que ser Jero. No había otro. Reviso todaslas llamadas que me ha pasado Alejo y allí los encuentro. Nada menos que cincollamadas en un día. No puedo fingir que no tenga cierta curiosidad por saber quéquiere, pero me contengo. Si quiere algo, ya volverá.

Me concentro en contestar todos los mails que tengo retrasados. Cuando llevo casiuna hora trabajando sin descanso, me doy cuenta de que tengo un hambre horrible,algo inusual en mí últimamente. Sobre todo, porque solo son las 11.30 de la mañana.

Media hora después, estoy que me como hasta los post it. Decido salir un momentoa tomarme algo. Alejo teclea como un poseso en el ordenador y no se percata de quehe salido del despacho. O me está ignorando claramente.

—Salgo un momento.—Vale.—¿Quieres algo?—No, gracias.Pues vale. La verdad es que me quedo sorprendida de la falta de locuacidad de

Alejo. No estoy acostumbrada a esa escasez de palabras, aunque esté indignado.Cuando salgo a la calle, vago durante unos minutos hasta que llego a la cafetería de

la esquina y me dejo llevar por un olor maravilloso. Pero en cuanto entro, el olor afritanga hace que sienta una arcada. Sigo la calle hasta que llego a una pequeñapanadería que hasta ahora me había pasado desapercibida. Cuando entro, una mujer

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mayor sale de la típica trastienda de ultramarinos.—Buenos días.—Buenos días, hija, ¿qué te pongo?Dudo un instante entre todas las cosas que veo en el mostrador. Además de un

montón de barras de pan de las de antes, hay bollos recubiertos de chocolate,chucherías y un sinfín de bolsas de snacks. Es como si me transportase a la tienda deal lado del colegio.

—Mmmm… La verdad es que ahora no lo sé. —Sonrío nerviosa a la señora, queme mira amablemente—. Pero tengo hambre.

—No hay prisa, bonita. Además de todo esto, también te puedo hacer un bocadillosi te apetece más.

Dios. Se me hace la boca agua. Pido un bocadillo de jamón y una Coca-Cola. Laamable señora me trae al minuto media barra de pan llena de jamón.

—Madre mía… Hacía tiempo que no veía un bocadillo tan grande…—¡Es que eso no son bocadillos! Todas esas cosas que llaman bocadillos, con un

pan de cartón y quesos innombrables…Suelto una carcajada ante el comentario de la mujer.—Pues va a tener usted razón.Pago el bocadillo y me voy tan contenta con mi bolsa. Y cuando llego de nuevo a

mi despacho solo me queda el final. Me acabo de convertir oficialmente en unapiraña. Me como el resto con la mitad del bote de Coca-Cola y me sientodivinamente. Tan divinamente que no me apetece nada seguir trabajando y medormiría una siestecita…

—Jero está esperando fuera. Quiere hablar contigo.—LLAMA-A-LA-PUERTA.—Perdón, perdón. —Cierra la puerta tras él y se acerca como un loco—. ¿Se

puede saber qué has estado haciendo? —Me mira horrorizado y sacude mi jersey y elpelo, del que se desprenden cantidades ingentes de migas.

—¿Me quieres dejar en paz? —Miro la mesa y recojo un poco—. ¿Qué quiereahora?

—No lo sé, no suelta prenda —dice expectante—. ¿Qué hago, lo dejo pasar?Lo miro como si se hubiese convertido en un extraterrestre.—Claro, dile que pase.Alejo corre a la puerta y se para antes de llegar, abriendo lo más dignamente que le

permite su atracción por el marujeo.—Jero, pasa, por favor.—¿En qué te puedo ayudar? —digo cuando Alejo cierra finalmente la puerta,

después de hacer una serie de payasadas sin que Jero lo vea.

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—Pues verás… Te llamé el otro día.—Lo sé, Alejo me ha pasado los mensajes.—Ya.—Pero no dijiste qué querías.Se rasca la cara nervioso.—Quería saber qué tal estabas, me dijeron que habías cogido una baja…—No ha sido nada, solo una recaída de la gripe.—Bueno, pues espero que te encuentres mejor.Se hace el silencio. Y es aún más incómodo de lo que esperaba.—Pues gracias.Jero se levanta y vuelve a sentarse.—Me gustaría que quedásemos algún día… Ya sabes…No puedo decir ni palabra. No me esperaba esto ni por asomo.—…Para decidir cómo haremos con esto de los gastos, para que no haya

malentendidos…Cómo no. Debí haberlo imaginado.—… Y había pensado que podíamos quedar un día a cenar y así hablamos de los

pormenores.Hala. Toma ya. Y se ha quedado tan a gusto.—¡¿Hola?! ¿Nel?—Ehh… Sí, perdona. ¿A cenar, dices?—Bueno, había pensado… En un ambiente más distendido, quizá podamos tratar

estos asuntos con más tranquilidad y conocernos mejor.—Ehhh… Ya. Bueno, déjame que lo piense.—Vale. —Se levanta de un salto y me mira de arriba abajo—. No te entretengo

más. Avísame cuando lo hayas pensado.—Vale, muy bien.No hacen falta ni dos minutos para que Alejo esté sentado en el mismo sitio que

ocupaba Jero.—¿Y bien?—Quiere ir a cenar.—¡Uooohhhh!—Para hablar de trabajo, no te emociones.Alejo suelta una carcajada que resuena por todo el despacho.—¡Claro! ¡Es lo más normal! ¿Para qué vais a hablar de trabajo en el lugar de

trabajo si podéis hacerlo en una cena? Es más listo de lo que creía… Y yo teníarazón.

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—De momento, lo dudo.—¿Y cuándo habéis quedado?—Le he dicho que me lo pensaría.Alejo se tapa la cara con las manos, desesperado.—¿Y se puede saber por qué le has dicho eso?—No pretenderías que le dijese que sí…—Pero ¿tú quieres ir?Pienso en ello seriamente. He estado a punto de decirle que sí directamente. No es

que me encante Jero, pero hay algo en él que activa mi curiosidad.—Pues quizá sí.—¿Y entonces?—Pues, ¿sabes? Que no me daba la gana decirle que sí tal cual.Alejo niega con la cabeza. Estoy cada vez más segura de que le encantaría conocer

a mi madre.Paso de sus comentarios y abro el correo electrónico.Para: [email protected]: [email protected]: ReuniónCreo que tienes razón. Sería beneficioso para nuestra relación profesional tratar los

temas comunes fuera de este ambiente de tensión.SaludosPenélopeJero tarda menos de cinco minutos en contestar.Para: [email protected]: [email protected]: Reunión¿Viernes, a las 9.30?La MachiattaJPara: [email protected]: [email protected]: ReuniónMe parece bien.P

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—Ya está. Hecho.Alejo se queda alucinado.—Hija, qué rapidita eres cuando quieres…

***

Cuando llego a la entrada de La Machiatta, ya son las diez menos cuarto. El taxistase ha perdido en la entrada de la urbanización y he tenido que ir a buscarlo a pie.Maravilloso comienzo de la noche.

Jero me está esperando en la mesa, bebiendo una copa de vino. Juguetea con elmóvil, pero, cuando me ve llegar, lo apaga con rapidez y se levanta para saludarme.

—Perdóname, he llegado tarde, he tenido un problemilla…—No pasa nada, tranquila.Llama al camarero y me mira interrogante.—¿Qué quieres tomar?—Cerveza sin alcohol, gracias.Estoy un tanto torpe en su presencia. Cuando me siento frente a él, no tengo ni idea

de qué decirle. Jero, que parece igual de turbado que yo, manosea su copa.—Y dime, ¿ya estás recuperada del todo?—Bueno… Yo creo que sí. Pero todo este trabajo no ayuda a recuperar fuerzas.El camarero trae mi cerveza, y le doy un pequeño sorbo mientras hojeo la carta.—¿Quieres que pidamos vino?—No, gracias, con esto está bien. Prefiero agua después.Hacemos el pedido de la comida. Elijo una pasta que no tiene pinta de ser

demasiado sabrosa, pero, al menos, no hará estragos en mi estómago. Jero me sonríe yvuelvo a beber. Su copa está prácticamente vacía, pero solo da tragos imaginarios,nervioso.

—Quería saber…—Dime.—¿Por qué al final has aceptado venir?Lo miro sin saber qué decir.—¿Creías que te iba a decir que no?—Sí.—Tengo curiosidad.Veo un brillo en los ojos de Jero y me apresuro en corregirme.

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—No sé de qué va todo esto, me gustaría saber qué tramas.—Yo no tramo nada. Solo quería hablar.—¿De trabajo?—También, pero… Quiero llevarme bien contigo. Si hay posibilidad, claro.—Posibilidades siempre hay.—No lo tengo muy claro.Nos traen los platos. Como imaginé, la pasta es bastante insípida, pero está en su

punto y parece que no crea ninguna sensación extraña.—¿Por qué pasó eso entre nosotros?Jero aún no ha tocado su plato.—¿A qué te refieres?—Vamos, Nel…Al ver que no continúo, se aclara la garganta.—… A lo que pasó en la cama.—Me imagino que el culpable fue el alcohol.—¿Solo?—¿Cómo solo?—Eso, que… Si antes lo habías pensado…—La verdad es que no.—Ya.Corta su pizza en porciones y comienza a comérsela con cuchillo y tenedor.—¿Eso es lo que querías saber?—Tenía curiosidad.Me río. Parece haber entrado en mi juego. Y, la verdad, no lo creía capaz.—No sé por qué lo hice si quieres que te diga la verdad, y lo siento si te sientes

ofendido, pero no tengo ni idea de qué desencadenó todo esto.—Te tropezaste.—Eso lo sé, pero después…—Te besé.—¡¿Qué?!—Yo… Te besé.Lo miro sin dar crédito. Hasta este mismo momento, había pensado que fui yo la

que me lancé.—Me miraste de un modo que… Tuve que hacerlo.—Ya.—Me apetecía mucho hacerlo.—Ya.

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Me entra la risa floja. Es una situación muy surrealista.—¿Por qué estamos hablando de esto?—Curiosidad, me imagino.Continuamos cenando en silencio. Cuando llegamos a los postres, soy incapaz de

mirarlo y no reírme.—Veo que al menos te lo pasas bien.—Perdóname, pero es que no sé qué decir.—Mira, Nel… Me gustaría que nos llevásemos bien. Me gustas. De un modo…

Extraño. No entiendo tu carácter, y hay veces que me das mucho miedo, pero poralguna extraña razón, aquella noche estabas distinta.

—Estaba borracha.—Yo no. Me acuerdo de todo. —Siento cómo enrojezco sin poder evitarlo—. Sé

que no fue mi mejor noche, pero, la verdad, no me lo podía ni creer. Que tú vinieses ami casa y me pasase todo eso…

Mil imágenes pasan a toda velocidad por mi mente. No recuerdo prácticamentenada de esos momentos, pero todo me pareció demasiado… Fuera de lugar.

Cuando nos traen la cuenta, Jero la paga sin pestañear.—¿Tomamos una copa en algún sitio?—No bebo. —Me mira curioso y sonrío—. Ya no.—No estoy tratando de emborracharte.—Hoy no, de verdad, Jero. —Nos levantamos y vamos hacia la salida—. Ha sido

una noche agradable, en serio, pero estoy cansada.—Vale. —Me mira sin decir nada—. Al menos, ¿podría llevarte a casa?—Vivo muy lejos, no quiero que des tanta vuelta…—Insisto.—Vale, bueno, vamos.Me subo al coche de Jero sin muchas ganas. No esperaba estar aquí con él, ni

mucho menos, y me parece demasiado íntimo estar con él en un sitio tan pequeño. JeroPone la radio en un intento de distender el ambiente.

—¿Qué música te gusta?—Ehhh… Pues, de todo, creo.—¿De todo?—Sí, no tengo música preferida. ¿Y a ti?—Bueno, yo también escucho más o menos de todo, pero me gusta mucho el heavy.Lo miro sorprendida. Él ríe al ver mi expresión.—No me mires así. En mis tiempos llevaba el pelo largo y vestía con pitillos.—¿Cuántos años tienes?

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—Treinta y cinco.—Pues tus tiempos eran casi los míos. Yo tengo uno menos que tú.—Lo sé. Tengo acceso a las fichas de personal, ¿no recuerdas quién te hace las

nóminas?—Ah, muy bien, así que has estado cotilleando.—Algo así.—¿Y cuántos años tienen los jefes?—Eso no puedo decírtelo. —Me guiña un ojo, sonriendo—. Tendría que matarte.—Solo era curiosidad.Pasamos un rato hablando de la gente del trabajo, y me sorprende saber que casi

todos los hombres de la empresa juegan en un equipo de fútbol los sábados por lamañana. Jero tiene bastante más contacto con ellos de lo que lo tengo yo, y me cuentaanécdotas graciosas de los partidos.

—Nunca lo habría imaginado.—Incluso Marcos se apuntó una temporada… Y se lesionó en el primer partido.Le doy las últimas indicaciones para llegar a mi calle.—Qué maravilla vivir aquí, qué tranquilidad…Debo de poner una cara muy rara porque me mira extrañado.—¿No te gusta?—Digamos que cuando lo compré… No tuve muy en cuenta que me encanta el

centro. Esto es demasiado tranquilo para mí. Pero era una buena oportunidad y ni melo pensé.

Para donde le indico y mira la puerta, curioso.—Pues tiene buena pinta.—Bueno, no está mal. No es la vivienda de lujo que prometían, pero es bonita.—Ya.Se hace un silencio incómodo. Sé que Jero quiere que lo invite a pasar, pero no me

siento cómoda haciéndolo. Parece que, después de todo, me estoy volviendoresponsable.

—Gracias por traerme, Jero.—Es un placer.Le doy los dos besos de rigor, pero en el segundo, tuerce la cabeza y me da un beso

en los labios.—Jero…—Perdóname, pero pensé que…—Lo siento, de verdad. Lo he pasado bien contigo, pero…—Ya. No te preocupes.

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Veo como clava la vista en la calle oscura.—Estoy hecha un lío, Jero.—¿Por qué?—Porque… —Ahora no sé por dónde salir, pero la expresión de derrota de Jero

me ablanda—. No me esperaba esto, la verdad. Después de las discusiones quehemos tenido, estoy un poco confusa.

—Nel, eso es solo trabajo. Y quizá… Bueno, también era una excusa para verte,aunque no salió como pensaba. —Se ríe, nervioso—. Me gustas desde hace tiempo,Nel. Cuando pasó lo de Navidad, yo… No me lo podía creer.

La que no me lo puedo creer soy yo.—Pues ya lo sabes. Soy así de tonto, sí.No sé por qué, algo en él me enternece. Cojo su rostro entre las manos y le doy un

suave beso en los labios. Jero Se queda sorprendido e intenta darme otro beso, perolo detengo.

—Espera… Mira: tengo una habilidad muy particular a estropear este tipo desituaciones, así que me gustaría volver a quedar otro día. Si quieres, claro.

La expresión de Jero se anima.—Claro que quiero.—Pues, entonces… Que pases buena noche. Gracias por traerme.Abro la puerta del coche, pero, antes de darme cuenta, él está a mi lado.—Tranquila, solo quiero acompañarte hasta la puerta. Así me aseguro de que llegas

sana y salva.Me río para mis adentros. Hace unos meses lo habría mandado a la mierda antes de

salir del restaurante. Quien me ha visto y quién me ve.Abro torpemente la puerta y quito la alarma.—Gracias por acompañarme.—Gracias por esta noche, Nel. Te llamaré.Me da un beso en la mejilla y desaparece en el coche. Al otro lado de la calle, veo

que las luces de la casa de Jorge están encendidas. Y, por alguna extraña razón, rezopara que no haya visto nada porque me da verdadera vergüenza.

***

Cloe me está esperando en la entrada del hospital, fumando como una carretera.—¡Nel! Llegas muy tarde.

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—Ya voy, ya voy… ¿Quieres apagar eso? No lo soporto…—Tiene narices ahora la niña… Pero si tú has sido siempre una chimenea…Suspiro, intentando tener paciencia. Cloe tiene razón, pero últimamente no soporto

el olor a tabaco. Corremos por pasillos interminables siguiendo las indicaciones quenos han dado en información, y nos pasamos dos veces de largo antes de localizar elsitio. Llamo con los nudillos y entramos antes de obtener respuesta.

—Pasad, por favor.Nos sentamos frente a una mesa en la que hay una mujer de mediana edad tecleando

en su ordenador.—Perdonadme. —Se quita las gafas y nos da la mano a las dos—. Tenía que

apuntar la cita en tu historial.—No hay problema.—Penélope… Dime en qué te puedo ayudar. Sé que estás embarazada de diez

semanas, ¿verdad?—Así es. —Carraspeo, intentando encontrar las palabras adecuadas—. Mire, me

quedé embarazada sin buscarlo y no estoy muy segura de lo que quiero hacer. Notengo pareja y no me veo preparada para tener un hijo ahora mismo.

—Entiendo…—Quiero saber qué otras alternativas hay posibles. No sé, estoy hecha un lío…—

Cloe me aprieta la mano, dándome fuerzas—. No tengo ni idea de qué debo hacer.—Bueno, vamos a ver. Lo primero que quiero saber es la opción que habías

pensado.—Aborto. —Suelto de golpe, porque si no voy a ser incapaz de decirlo.—Es normal que hayas pensado eso, sobre todo por lo que me dices de no tener

pareja, ¿estoy en lo cierto?—Sí. Yo… Siento pensar así, pero no es un embarazo deseado, fue una relación

esporádica y él ni siquiera lo sabe…Cloe me mira con expresión indescifrable.—Penélope, sé que te parece la solución más sencilla, pero debo decirte que no es

fácil en absoluto. Hay factores a tener en cuenta, ¿lo has pensado? La mayoría de lasmujeres que se someten a una interrupción del embarazo lo recuerdan toda la vida. Seacuerdan del día, piensan cómo sería ese niño si hubiese nacido, calculan la edad quetendría de haber nacido, si se parecería a alguien… Y también debes de tener encuenta tu edad. ¿Quieres tener hijos en un futuro?

—Pues la verdad es que nunca he sido muy maternal.—Te lo voy a preguntar de otra manera: Imagínate que te enamoras, que te das

cuenta de que es la persona ideal y tenéis una vida juntos. ¿No crees que en algúnmomento quizá penséis que es buena idea tener un hijo?

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—Quizá.—Uno de los riesgos que correrás si te realizan un aborto es que cabe la

posibilidad, aunque muy reducida, de que no puedas volver a quedarte embarazada.Sobre todo, teniendo en cuenta la edad que tienes.

—Ya.—¿No has pensado en otras opciones? La adopción, por ejemplo.—La verdad es que no.Durante la siguiente media hora, la psicóloga nos habla de todas las opciones que

puedo tener, incluida la de adopción o abandono hospitalario. Escucho atentamente,pero no puedo evitar que se me encoja el corazón al oír aquellas explicaciones.

Cuando salimos de la consulta, Cloe se echa a llorar.—No puedo creer que vayas a ser capaz de hacer algo así.—Aún no sé lo que voy a hacer, Cloe.—Ha sido horrible.—Lo sé. —Intento hacerme la fuerte, pero en realidad tengo tantas ganas de llorar

como ella—. Me voy a casa.—Espera… —Me coge las manos, con los ojos llenos de lágrimas—. Por favor,

Nel, sé que necesitas estar sola, pero me gustaría que lo pensases muy bien antes de…Bueno, de lo que decidas. Pero, Nel, si decides no ser madre, quizá podrías…

—¿El qué, Cloe?—Yo estaría dispuesta a adoptarlo. Caleb y yo. Sé que es una solución rara, pero

no sé, piénsatelo…—Cloe, yo no…—Ya. Lo sé. No digas nada, por favor. Solo piénsalo, aunque sea como última

opción.Asiento con la cabeza, sin saber bien qué decir. No sé si Cloe se ha vuelto loca o la

que me he vuelto loca soy yo por querer librarme de mi propio hijo. Me voy a casasintiéndome una mierda, y por primera vez en mi vida me doy cuenta de que quizá sisoy tan fría como la gente cree que soy. Y no sé si me gusta.

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CAPÍTULO VII

—Nel, Carlota ha llamado. Ya van hacia la sala de juntas.—Gracias. Ya voy.Cojo todas las carpetas que tengo en la mesa y el móvil y salgo del despacho con

rapidez.—¡Vamos! ¡¿Qué haces ahí?! ¡Corre, que llegaremos tarde, como siempre!—¡Ah! Que yo también voy…—No, si quieres te quedas aquí y te pones una peli, ¿qué te parece?Alejo se levanta frunciendo el ceño.—De verdad, hija, mira que eres maja…Me quita las carpetas de las manos y las carga de mala gana.—Hala, venga, las brujas primero.Esbozo una sonrisa y le doy un empujón cariñoso. No puedo con Alejo cuando se

enfada. No sé por qué, me hace mucha gracia. Y claro, más se enfada él.Cuando llegamos a la sala de juntas nos damos cuenta, cómo no, deque somos los

últimos en llegar, a falta de los jefes.Nos sentamos algo alejados de donde se sentarán los socios. A Alejo le pone muy

nervioso estar cerca del trío y no quiero que meta la pata, o se pensarán de nuevo sitiene que estar aquí.

En cuanto empieza la reunión, por aquello de la ley de Murphy, me empiezo aencontrar fatal. Alejo se da cuenta y me pasa una botella de agua, pero el primersorbo que tomo me da una acidez terrible. Me abanico como puedo y, cuando nos tocael turno, hablo a toda velocidad, intentando acabar cuanto antes. Por suerte, Marcostiene que tomar un vuelo y nos pide que le mandemos por mail toda la informaciónque hemos puesto en común en la reunión.

—¿Se puede saber qué te pasa? —Me susurra Alejo cuando todos empiezan a salir.—Disimula, por favor, consulta algún papel o algo.Alejo toma una de las carpetas y comienza a pasar páginas, mientras yo hago que

consulto algún dato. Cuando solo quedamos nosotros dos, intento abanicarme con laprimera cosa que pillo, pero noto cómo me baja la tensión por momentos. Alejo mearranca la carpeta de las manos.

—¿Qué te pasa, Nel? Me estás asustando.—Necesito que me ayudes a levantarme.—¿Pero qué te pasa?—¡Tú hazlo, por favor! Enseguida te lo cuento.

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En cuanto Alejo consigue ponerme de pie, noto un pinchazo en el bajo vientre.—Date prisa, por favor.Consigo llegar al baño sin llamar demasiado la atención y me encierro en uno de

los cubículos como puedo. Cuando me doy cuenta de lo que está pasando, ahogo unaexclamación.

—¿Nel? ¿Estás bien? —Alejo está al otro lado de la puerta, al borde del infarto.—¿Sabes conducir?—Pues… En teoría, sí, pero… ¿Por qué me lo preguntas?—Coge mi bolso y mi abrigo. Y vuelve a buscarme.—Pero, Nel…—Haz lo que te digo, por favor… Y rápido, Alejo.Cuando oigo la puerta del baño, pierdo el equilibrio y me caigo al suelo. Alejo me

recoge como puede cuando llega, aunque sé que está a punto de desmayarse de laimpresión.

—No es grave, de verdad. —Le miento como puedo—. Pero tenemos que irnoscuanto antes.

Aún no sé cómo soy capaz de llegar hasta el ascensor sin desmayarme. Allí,consigo localizar las llaves y se las doy a Alejo.

—Es automático.—¡¡No sé conducir automáticos!!—¡¡Por Dios, Alejo!! Un coche automático lo puede conducir un niño de cinco

años, por favor, así que no entres en pánico. Te necesito, de verdad.No sé cuál es mi tono de voz, o si Alejo se da cuenta de que todo esto es de vital

importancia, pero de repente lo veo totalmente decidido.—Tranquila, tú solo dime a qué hospital hay que ir.Alejo conduce saltándose todas las normas de tráfico que conozco, mientras yo

saco como puedo un pañuelo blanco por la ventanilla. Intento llamar a mi madre, perome salta el contestador, así que decido hacerlo cuando esté más tranquila.

—¿Dónde está la entrada de urgencias?—¡Más abajo! Déjame en la puerta y tú aparcas luego cuando puedas. ¡¡Rápido,

por favor!!Salgo disparada del coche y explico brevemente lo que me pasa. Me asusto cuando

veo que no me hacen esperar y directamente un celador, acompañado de unaenfermera, me sientan en una silla de ruedas y me llevan a uno de los boxes vacíos.

—Tranquilícese, por favor, y súbase a la camilla.—He dejado a un amigo con el coche, si después alguien le puede decir dónde

estoy… Está muy preocupado…—Tranquila, se lo diremos.

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Cuando el celador se marcha, la enfermera me ayuda a quitarme los pantalones yme cubre con una sábana.

—Tranquila, enseguida viene el médico.Media hora después, por fin puedo respirar normalmente. Aún tengo pinchazos,

pero son menos intensos.—Está todo perfectamente, no tienes de qué preocuparte. —La ginecóloga retira el

ecógrafo y me limpia el vientre—. Por esta vez.—Gracias por todo.—No es nada, pero, por favor, cuídate. Esto ha sido un aviso. Y de los serios.—Lo sé. —Las lágrimas se me escapan por más que intento contenerme.—Tienes que guardar reposo tres días. Reposo absoluto, ¿comprendes? Nada de

moverte de la cama. Solo para ir al baño.—Lo comprendo.—Y nada de trabajo. Reposo absoluto también mental, por favor.—De acuerdo.—¿Has venido con alguien?—Sí. Se llama Alejo. Es un amigo. Debería estar fuera.—Lo llamaremos. ¿Quieres que pase a buscarte?—Sí, por favor.—De acuerdo.Cuando traen a Alejo, tiene la cara desencajada. Corre a abrazarme y prácticamente

se tira encima de mí.—¿Estás bien?—Ahora sí, si no me aplastas…—Ay, perdona, Nel… —Me mira de arriba abajo, asegurándose de que no me falte

ninguna parte del cuerpo—. ¿Qué es lo que ha pasado?—Alejo…—Ni Alejo ni leches. Me has pegado el susto de mi vida, me lo debes.—Estoy embarazada.Él no dice nada, esperando a que continúe.—He tenido un susto, eso es todo. Cuando he llegado al baño… Me he asustado al

ver tanta sangre.—Y… ¿Está todo bien?—Sí.—Nel, por Dios…—Lo sé. Por favor, Alejo, no digas nada. Solo lo sabe Cloe.—¿Y quién…? —pregunta con voz trémula.

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—Es más que probable que sea Jero.—Madre mía, Nel… ¿Él lo sabe?—No tiene ni idea.Me incorporo de la camilla y Alejo me ayuda a bajar. Siento algo de mareo, pero

no digo nada.—Vámonos, por favor.A pesar de mis protestas, Alejo llama a Cloe de camino a mi casa, así que cuando

llegamos, el comité de bienvenida al completo nos está esperando en la acera. Alejono hace ni el amago de meter el coche en el garaje, y se lo agradezco en silencio. Meha bastado con el camino a casa para darme cuenta del error que he cometidoconfiándole un vehículo.

Cloe abre rápidamente la puerta del copiloto y me tiende la mano para ayudarme asalir.

—Ven, cógete a mí.Esta vez no me opongo. Saco las llaves de casa y todos me acompañan dentro.—Espera, Cloe. —Caleb despeja el sofá de almohadones y me coge del otro brazo.

Casi en volandas, llego al sofá, donde me recuesto, algo dolorida aún. Cloe me abrazacon lágrimas en los ojos.

—¿Cómo te encuentras?—No muy bien.—¿Quieres comer algo?—No. Estoy algo revuelta.—¿Necesitas algo? ¿Ir al baño? —Me fijo en su mirada preocupada—. ¿Te

preparo la cama?—Llama a mi madre, Cloe. Necesito que venga.Su mirada de comprensión lo dice todo. Nunca hemos necesitado explicarnos

demasiado de lo que sentimos, y hoy por hoy las cosas no han cambiado. Entre todosme entretienen un rato. Veo a Alejo ligando abiertamente con Jorge y a Calebhaciendo bromas, sentado junto a mí en el sofá.

Robert y Annie me llaman al rato, hablando atropelladamente con el manos libres.Los tranquilizo como puedo y prometo llamarlos mañana en cuanto haya descansado.

Cuando por fin llegan mis padres con mi hermano Carlos, todos se retiran a lacocina a beber algo, mientras me llevo a mi madre a la habitación. Me sientopesadamente en la cama, y ella cierra la puerta cuidadosamente.

—Cariño… Ven aquí. —Me abraza sin esperar más tiempo y, como era de esperar,me pongo a llorar al segundo.

—Mamá… Tenías razón… No puedo con esto…—¿A qué te refieres, cariño?—Veo en sus ojos un rayo de esperanza.

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—Esta mañana, cuando creí que todo había acabado… No me sentí aliviada enabsoluto. Tengo un nudo aquí. —Me toco a la altura del corazón, intentando contenerlas lágrimas—. Desde que vi toda esa sangre…

—Cielo…—Mamá, voy a necesitar ayuda. Mucha ayuda. No sé cómo lo vamos a hacer…Mamá se sienta en la cama y vuelve a abrazarme, visiblemente emocionada.—Eso ahora da igual, cariño. Puedes contar con nosotros para lo que quieras…

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CAPÍTULO VIII

5 de abrilQuerido Diario,Por alguna estúpida y disparatada razón que aún desconozco, mi ginecóloga me ha

sugerido que escriba un diario, lo más asiduamente que pueda, para dar rienda sueltaa todo el torrente de emociones que asegura que tendré en los próximos meses. Asíque aquí estoy yo, haciendo lo que ni siquiera hice cuando era una adolescente. Notengo ni la menor idea de cómo narices se escribe un diario, así que comenzaré porintentar describir cómo me siento en estos momentos. Es una mezcla de torturageneralizada y asco por casi todos los alimentos que se me ocurren. Resumiendo: mesiento como una mierda. Tengo el estómago como si hubiese estado tres días dejuerga, los pies hinchados y doloridos y unas ganas locas de mandar a todo el mundo ala mierda. Y por si eso no fuera poco he decidido que hoy era un día ideal paracomprarme ropa nueva. Más que nada porque, si no, dentro de unos días solo podré iren pijama. Pero claro, no esperaba yo que el maravilloso mundo de la maternidadfuese así. Así de moñas, confuso y poco atractivo, al menos para mí. Y muy muy muycaro. Después de varias tiendas en las que he encontrado modelitos que no se losponía ni mi madre en los ochenta, me he decantado por el estilo madre veinteañerarockera. He comprado unos vaqueros con cinturilla especial de embarazada que mehacen culo de oso panda, y cuatro camisetas negras que me marcan hasta el ombligo.En total me he gastado más en esa ropa que en un traje de firma, así que estoycontentísima, vamos.

Mañana, por si hoy no hubiera tenido suficiente, decidí hablar con Marcos delasunto en cuestión. Es eso o esperar a que me echen, y no sé por qué, últimamente esono me parece tan lejano. Me da vergüenza. Sé que es una tontería, pero no me apetecehablar de todo esto con nadie. Después de años considerándome la más liberal delmundo, no sé qué cara poner cuando me preguntan por el padre. Pero sé que me voy aquitar un peso de encima cuando se lo diga. Y al menos pararán todos esos cuchicheosque escucho cuando paso. Sé que todo el mundo comenta que me estoy poniendo comouna vaca. Así tendrán de lo que hablar. Y para rato.

6 de abrilVale. Ya está. Ya lo he hecho. Al final he tenido que soltar la bomba al finalizar

una reunión, o Marcos se me escapaba. Hacía tiempo que no tenía esa sensación denervios que hace que te suba toda la sangre a la cabeza y te latan las sienes. Pero hatenido su recompensa: la cara impagable de Marcos. Ja, ja, ja, ja. Si normalmente

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parece que se ha tragado un palo, hoy lo llevaba con escoba y recogedor incluidos.Total, que al final se ha quedado tan pillado que me ha dado las gracias porcontárselo y todo. Alucino.

***

Ya sabía yo que esto no iba a quedarse aquí. Son más de las diez de la nochecuando recibo una llamada de Marcos. Pues sí que ha tardado en reaccionar.

—Buenas noches, Nel, perdona que te moleste, pero me gustaría hablar contigode… Bueno, ya sabes… Tu situación personal.

—Ya lo imaginaba.—Verás, yo… No me lo esperaba, Nel, para nada.—Ya lo sé. —He estado a punto de decir «yo tampoco», pero creo que no me va a

sonar demasiado profesional.—No sé, yo… Me gustaría saber qué tienes pensado hacer.—No sé a qué te refieres.Oigo como Marcos suspira al otro lado del teléfono. Sin duda es la conversación

más incómoda que ha tenido en su vida.—Me refiero… Mira, Nel, necesito saber si voy a tener que prescindir de ti unos

meses, si estás bien, si vas a coger la baja pronto…—Lo sé. —Ahora es cuando vienen los inconvenientes—. Como ya te he dicho

antes, estoy bien, pero tendré que bajar el ritmo o si no me obligarán a coger la baja.—Ya. —Sé que no es la respuesta que quería, pero es lo que hay—. Mira, me

parece bien, me gustaría que fueses a la consulta de la mutua…—Claro, no hay problema.—Y, Nel… Lo siento. Sé que en este momento no tendrías que preocuparte de

estos temas, pero… Tengo que organizarme, entiéndelo.Y lo peor de todo es que lo entiendo. Y no sé por qué, me temo que no me va a

gustar la solución.

***

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Cloe:¿Estarás a las 14.00?Si quieres puedo pasar a buscarte.Nel:¿Por qué quedáis tan pronto?Por Dios.Sofía:Porque hemos quedado a comer, guapita…Anaïs:Yo llegaré un poco tarde.No puedo salir antes, sorry.Nel:¿Ves? Podemos quedar a las 15.00Así le da tiempoSofía:La esperamos tomando unas cañitas…Cloe:Ja, ja, ja, ja, ja.Nel:Graciosa.Sofía:¿Qué he dicho?Anaïs:Estáis todas más locas…Me río sola por la casa. Cloe ha conseguido reunirnos a todas para que les cuente

la noticia. Sé que van a alucinar, probablemente igual que lo hicieron Robert y Annie.Contra todo pronóstico, Annie, la dulce mujer de Robert y súper amiga de Cloe, se haconvertido en mi mayor apoyo. Cuando supo todas mis dudas antes de tomar ladecisión, hizo algo impropio de una madre al uso: me contó lo poco que dormía; quesu embarazo, aunque no fue de los peores, fue, cuanto menos, incómodo; me describióla impotencia de no poder ni siquiera ir al baño con tranquilidad, y cómo llevó el díaen que se miró al espejo y vio que tenía el pelo hecho un asco y ni siquiera seacordaba de cuando era la última vez que se lo había lavado. De lo demás, no dijo nipalabra. Tampoco hizo falta. Solo con ver cómo miraba a la pequeña Cloe supe quetenía que descubrir cuál era ese secreto que hacía que todas esas cosas valieran la

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pena.Ahora hablamos casi todos los días, casi siempre por mensaje, y me da trucos

insólitos para sobrellevar casi todo. Y si no hay trucos, que me dé un capricho. Y asíestoy. Todo el día comiendo caprichos.

Cuando llego al restaurante, agradezco mentalmente a Cloe la elección. Aunquesiempre vamos a nuevos sitios que ofrecen platos con combinaciones insólitas, estavez ha elegido una pizzería de toda la vida disfrazada de trattoría al estilo pijo. Loque a mí me va que ni pintado, porque aumentan las posibilidades de que pueda comercomo una cerda sin vomitar todo a continuación. Respiro y me decido a entrar. Cloeme ha avisado de que ya están todas, así que el plan va a la perfección. Así, cuandome vean, después del shock inicial, solo tendré que contar la historia una sola vez, yeso es de agradecer, dada la cantidad de explicaciones que estoy dando gratuitamentemás a menudo de lo que quisiera.

Las chicas están en la barra, cada una con un botellín en la mano, de espaldas a lapuerta. Una chica muy joven me pregunta si tengo reserva, pero yo simplemente sonríoy señalo a la barra.

La primera en verme es Sofía. Se dispone a lanzarme una broma, pero cuando memira de cuerpo entero, solo puede quedarse allí plantada sin decir nada.

—Ya, a mí me ha pasado lo mismo esta mañana frente al espejo.—Pero… Tía… —Se acerca a mí, sin quitarme la vista de encima—. No me lo

puedo creer.Anäis también se acerca, atónita.—¿Se puede saber de cuánto estás? —Sin esperar mi respuesta, me da un abrazo de

oso—. Eres idiota, seguro que soy la última en enterarse, como siempre.Cloe me rapta y vamos hacia la mesa que ha reservado. Sofía y Anïs van detrás de

nosotras, agarrándose del brazo, como si del shock temieran caerse. En cuanto nossentamos, pido una Coca-Cola a pesar de la mirada de Cloe.

—¡¡¿¿Qué??!! Por Dios, Cloe, que es una Coca-Cola, no veneno en botella.—Yo no digo nada.—A ver, a ver… Así que tú lo sabías.—Sí. —Cloe mira a Sofía encogiéndose de hombros—. Pero vamos, que no ha sido

fácil si te sirve de consuelo…—¿Viniendo de Nel? Lo raro sería que lo fuera.—Ya te digo…—¡Oye, eh, eh! Que estoy aquí, ¿eh?—Pues venga, soy toda oídos.Por millonésima vez cuento la historia de cómo tuve la suerte de quedarme

embarazada casi con rozarme. La suerte de contárselo a tus amigas es que se pueden

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intercalar tacos, insultos y demás lindezas para hacerlo todo un poco más entretenidoy menos dramático.

—Y ya está.—Ni más ni menos.—Vamos, que ahora me tomaba yo un chupito de algo bien fuerte para digerir todo

esto —dice Anäis, que todavía está atónita.—Tómate otro a mi salud.—Mira la graciosa. —Sofía se ríe, bebiendo de su cerveza—. ¿Y cuándo piensas

decírselo al padre?—Pufff…—No, ni pufff ni pafff. Tendrás que decírselo, digo yo.—Ya, ya, ya lo sé, pero no encuentro el momento.—Pues, hija, como esperes más, se lo presentas en persona. —Sofía mira mi

barriga frunciendo el ceño.—Es que no va a ser fácil.—¡Anda, mira ésta! No es fácil ni decírselo a tu marido, con que imagínate.—¿Y quién es?—Buena pregunta. —Cloe me mira frunciendo el ceño—. Eso me gustaría a mí

saber.Suspiro, agotada del tema.—Es más que seguro que se trate de un compañero de trabajo con el que me lie en

la cena de empresa.—¿El soso? —Sofía abre mucho los ojos, alucinada—. Pero ¿estás segura?—Al cien por cien no, pero en esos meses solo tuve relaciones con él y con otra

persona, y con el otro utilicé preservativo además de tomar la píldora, así que es muyprobable que sea él.

—Wow, vaya movida. —Anäis no da crédito—. Deberías hablar con él lo antesposible.

—Ya se lo he dicho yo.—¿Crees que querrá hacerse cargo?—Pues… No tengo ni idea, no lo conozco demasiado. Pero, sinceramente, no es lo

que más me preocupa. El caso es que no sé cómo decírselo ni si debo hacerlo.—¡¿Cómo que si debes hacerlo?! ¡Claro que debes! —Cloe está visiblemente

molesta—. Nel, este bebé es de los dos. Tiene derecho a saberlo, tanto si luegodecide hacerse cargo como si no.

—Bueno, recuerda que no es seguro todavía.—Una compañera del trabajo se hizo una prueba de paternidad durante su

embarazo. —Sofía me mira dudando—. Si tienes dudas, quizá deberíais hacerla para

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quedaros más tranquilos.—¿Y quién es el otro poco posible padre?—Julen.Anäis se atraganta con su pizza y se lleva la servilleta a la boca.—Joder, guapa, vaya marrón que tienes encima.—Ni que lo digas.Comemos en silencio un buen rato. Sé que el tema se ha terminado, o que no

quieren indagar más por el momento.—Y tú, ¿cómo vas con la boda? —pregunto a Cloe para cambiar de tema.—Pufff… Una pesadilla.—¿Caleb?—No. Más bien… La mamá de Caleb.—Suegras… Ni pregunto. —Sofía pone los ojos en blanco y sonríe.Cloe la mira negando con la cabeza.—Esta no es una suegra cualquiera. Es… La Señora Suegra por excelencia. —

Levanta las manos, harta—. Si un día me la encuentro durmiendo con nosotros,créeme que no me sorprenderá.

—¿Es para tanto?—Y para más. Un atosigamiento continuo. Y lo peor es que ya sabéis cómo son los

hijos con su madre, que todo lo que digo le parece una exageración.—Sí, algo sé del tema. —Sofía pone los ojos en blanco—. ¿Cuántas veces llama a

su hijo al día?—Unas cuatrocientas. Y todo para gilipolleces que tienen que ver siempre, aunque

sea de lejos, conmigo. Pero si yo hablo por teléfono con mi madre diez minutos sesorprende de que tengamos algo que decirnos.

—Córtale las alas cuanto antes. Será duro, pero si no, se convertirá en unapesadilla.

Cloe suspira y se retira el pelo de la cara.—¿Sabéis lo que me hizo? La invité a mirar vestidos con mi madre y con mi

hermana. Se pasó toda la tarde haciendo ruiditos inconformistas y dándome a entenderque no solo no tenía gusto, sino que ya me podía poner a dieta si quería estar decentecon algún vestido.

—¿Y tu madre no la mató? —No conozco a la madre de Caleb, pero Teresa, la deCloe, defiende a sus hijas como una leona.

—A punto estuvo. Menos mal que en la tienda no hacían más que darnos champagney estaba bastante tranquila. —Nos reímos de su cara de desesperación—. ¿Sabéis lomejor de la tarde? La pedazo de… dijo que iba al baño y, cuando volvió, se habíaprobado un vestido de novia muy parecido al que más me gustaba a mí. Y le parecía

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buena idea comprárselo de vestido de madrina. Hasta los de la tienda alucinaron.—¡Dios! —Anäis alucina—. Está para que la encierren.—Resulta que su color preferido es el marfil y quiere encargar un vestido de ese

color. Os juro que como siga así… Se casa ella con su hijo.Cloe nos sigue contando cosas sobre los preparativos de su boda. A pesar de su

mala suegra, se la ve encantada con Caleb. Cada vez que habla de él su cara seilumina como la de una niña ilusionada. Y siento envidia. Me siento desplazada, sinpoder evitarlo, por mi mejor amiga, que, aunque trate de disimularlo, tiene una vidaperfecta y una relación perfecta junto al perfecto Caleb.

Llego a casa agotada. Me duele la cabeza de tanto oír hablar de flores y encajes.Tengo dos llamadas perdidas de mi madre para que vaya el fin de semana a comer acasa, pero le mando un mensaje y decido llamarla más tarde. Me pongo morada apalomitas, Coca-Cola y chuches, y veo una comedia romántica que al menos me hacepasar un buen rato. Y poco más puedo hacer. Pienso seriamente en llamar a Jero, perono sé si está muerto de vergüenza por lo que pasó o simplemente está esperando a quedé yo el primer paso. Oigo en la calle los ladridos de Thor y estoy tentada a salir parahablar un rato con Jorge, pero no estoy de humor. Y no me puedo levantar del sofá.Como siga así, en unos meses voy a necesitar una grúa.

Pienso en lo que hablé con Marcos. No sé aún cómo tratar el tema. En teoría, ysegún mi ginecóloga, lo ideal sería coger una baja desde ya, dado el estrés al queestoy sometida en el trabajo. Todo eso suena muy bien, pero solo para ella. No meimagino pasar casi cinco meses, más la baja maternal que me corresponde, sin tenernada de lo que ocuparme. Bueno, a ver. Claro que tengo de lo que ocuparme. Peroestoy acostumbrada a tener la cabeza llena de información y hacer mil cosas a la vez,y relajarme es nuevo para mí. Y me aburro. Además está la empresa. Está claro queno podré realizar todo mi trabajo en estos momentos, pero no puedo renunciar a micargo. Llevo trabajando para esto toda mi vida y ahora no lo puedo dejar de golpe. Esimposible. No sé qué respuesta espera Marcos que le dé, pero, sinceramente, no veouna solución que agrade a todos.

***

Marcos aparece en mi despacho para hablar conmigo. No lo esperaba en absoluto,ya que no es propio de él mantener una reunión si no es en su mesa, y menos aún meesperaba el humor con el que vino.

—¿Podemos hablar de tu trabajo un momento? Me urge solucionar esto, Nel.

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—Claro, siéntate, por favor.Me mira de arriba abajo con gesto adusto.—Esto no está funcionando, Nel. He leído todos los mails que me has mandado y

hay un retraso notable en tu trabajo que me parece impropio de ti.—Lo siento, Marcos. Los días que me tuve que ausentar no fueron los más

oportunos, pero enseguida volveré al ritmo normal.—No me estás entendiendo. En esta empresa, la inmediatez es parte muy importante

de nuestro éxito. Nuestros clientes tienen que estar asesorados y en contacto connosotros para cualquier duda, por mínima que sea, en cualquier momento.

—Eso ya lo sé. —Lo miro sorprendida por su aparente disgusto—. ¿Se ha quejadoalgún cliente?

—No… Pero no es cuestión de eso, Nel.—Ya. Esa no es la cuestión. —Estoy empezando a estar muy molesta por su tono—.

¿Entonces cuál es?Marcos se remueve incómodo en la silla.—Necesito que rindas igual o más que antes.—Eso es imposible ahora mismo. Así que dime qué quieres hacer. Sin rodeos ni

excusas, por favor.—Nel, no son excusas. Si tienes el puesto que tienes ahora es porque dabas el

doscientos por cien. Si no puedes dar todo eso, no vas a estar a la altura de nuestrasexpectativas.

Me río amargamente.—En el fondo me lo esperaba, no te creas que no.—No quiero hacerlo, pero estoy en la obligación…—Seamos claros. No me puedes echar, lo sabes, ¿no?Marcos carraspea nervioso.—Aún no me has dicho lo que quieres hacer.—Pues, sinceramente, vista tu reacción, ahora mismo no me apetece hacer nada. —

Siento cómo la rabia invade mi cuerpo—. Lo que debería hacer es pasar de todo estoy cogerme una baja de cinco meses. Y, ¿sabes qué? Que te la comerías con patatas sinpoder hacer nada.

—Nel, vamos a tratar…—Ni vamos a tratar ni nada. —Me levanto y hago un tremendo esfuerzo por no

tirarle nada a la cabeza—. Me habría gustado llegar a un acuerdo y seguir trabajandodesde mi casa, pero no voy a poner en riesgo mi salud cuando vosotros no dais unduro por mí.

—Nel, sé perfectamente cuál es tu valía…—Y, ¿qué pasa? ¿Qué me he convertido en una incompetente de la noche a la

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mañana?Marcos no contesta.—Mañana tengo cita con la Mutua, como tú querías. No pienso convencerlos de

que debo seguir trabajando. Y te puedo asegurar que, con los informes de mi médico,no tendrán ninguna duda de que debo salir de aquí cuanto antes.

Me vuelvo a sentar, algo más tranquila. Marcos me mira con la misma actitudimpasible de costumbre. Se levanta tranquilamente.

—Tráeme el informe de la Mutua mañana.—Así lo haré.Sale del despacho con aire solemne, tan digno como siempre. Y yo me quedo con

ganas de llorar y de romper cosas. Me pongo el abrigo, me cuelgo el bolso y salgocorriendo a la calle.

Voy directa a la tienda de los bocadillos. La amable señora que me atendió la vezanterior está subida en una escalera, colocando género en un estante.

—¡Hola, bonita! Dame un minuto, ahora te atiendo.Coloca dos cajas más y se baja de la escalera. En cuanto ve mi cara me reconoce.—Bocadillo de jamón con Coca-Cola zero.—Desde luego. Y algo de chocolate.Observa con más atención mi expresión y se acerca cautelosa.—¿Te encuentras bien?—Todavía no, pero el chocolate lo mejorará.Me da un apretón en el brazo y va hacia la trastienda a preparar el bocadillo. No sé

por qué, al fijarme en las palmeras de chocolate, que tanto me recuerdan a miinfancia, se me llenan los ojos de lágrimas.

—Aquí lo tienes… ¡Pero bueno! ¿Te encuentras bien, niña?Niego con la cabeza, incapaz de hablar. Noto cómo las lágrimas se deslizan por

mis mejillas y me apoyo en el mostrador para no perder el equilibrio.—Ven aquí, anda, siéntate un rato.Me sorprende el vigor con el que me agarra del brazo y me lleva delicadamente a

la trastienda. Allí, me sienta en una silla plegable.—Espera aquí un momento.Me trae el bocadillo y la Coca-Cola. Abro como puedo la lata y bebo un sorbo,

intentando tranquilizarme.—¿Me quieres contar qué te pasa?—Ufff… Es demasiado.La mujer sonríe tiernamente.—Cierro a las ocho y media, así que tengo tiempo. —Me aprieta la mano, cariñosa

—. ¿Mejor?

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—Un poco.—Me llamo Ana.—Yo, Penélope.—Bonito nombre. ¿Por qué lloras, cariño?Me seco las lágrimas con la manga del abrigo y suspiro.—Mi vida es un auténtico caos.—¿Y cuál no lo es?—Estoy embarazada. El padre no lo sabe y, además, ni siquiera tengo con él una

relación. Me quieren echar del trabajo. Y me estoy convirtiendo en una vaca.Ana me acaricia la mano, mirándome tiernamente.—¿Y qué es lo que más te preocupa?—Que no sé qué hacer con nada.Ana abre el papel del bocadillo y me lo acerca.—De momento, comer algo.—Gracias.Me como parte del bocadillo mientras Ana atiende a algunos clientes y trastea por

la tienda. Sorprendentemente, me siento segura allí con esa desconocida, como sifuera un escondite secreto en el que puedo protegerme del mundo exterior. CuandoAna vuelve, yo ya estoy mucho más tranquila.

—Toma, tu chocolate. —Me deja sobre la mesa una de las deliciosas palmeras dechocolate que he admirado antes.

—Si como algo más exploto.Coge una bolsa de plástico y mete en ella la palmera y el resto del bocadillo.—Después seguro que te apetece.—Gracias. —Saco la cartera para pagar, pero ella niega firmemente con la cabeza.—Invita la casa.—No, ni hablar.—Quita, quita… Con que vuelvas otro día sonriendo me basta. —Me seca las

lágrimas con los dedos y me sonríe cariñosa—. Y piensa que siempre hay unasolución para todo. Y que todo se soluciona hablando.

—Ojalá… Fuera así.—Lo es. Hazme caso, que soy muy vieja.Me levanto de la silla y aprieto sus manos, agradecida.—Muchas gracias. Yo… Soy una tonta.—Ay, hija, qué va… Me he pasado tres embarazos llorando. Te entiendo

perfectamente.Me voy de la tienda dándole un abrazo en la puerta. Me siento como una boba

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llorando por las esquinas, pero es que no lo puedo evitar. Estoy tentada de volver a laoficina, aunque sea para recoger el portátil, pero al final desisto. Le envío un mensajea Alejo disculpándome y pidiéndole que me cubra porque no iré en todo el día. Memarcho a casa, con ganas de dormir dos días seguidos.

15 de abrilYa está. Al final se lió. Y eso que queríamos la mejor solución para todos… En el

fondo, no sé de qué me sorprendo. Hasta en el despacho hemos tenido casos como elmío, en el que eres perfecta cuando te matas a trabajar por encima de tusobligaciones, pero en un momento dado, ante algo natural como la maternidad, todo sevuelve un problema y te conviertes en persona non grata. Supongo que a todos nospasa lo mismo. Siempre que he conocido situaciones así he pensado que no vaconmigo, que algo habrán hecho mal para que los traten así, que a mí no me pasaría lomismo. Y cuando menos te lo esperas, te conviertes en una más para engrosar susfilas, te bajan de tu pedestal de trabajadora perfecta de la peor manera posible y tehacen ver que les da igual que hayas hipotecado tu vida para realizar este trabajo,porque todo lo que antes eran éxitos ahora será puesto en duda. Y lo peor de todo esque, aunque intente sobreponerme, me ha hecho sentir poco más que una mierda, unairresponsable que solo piensa en sí misma como si todo esto fuese un capricho. Y esoes difícil de digerir. Y mucho más de perdonar.

17 de abrilPrimer día de baja.Como era de esperar, en la Mutua tuvieron muy claro que el nivel de estrés que

soporto en mi puesto pone en riesgo mi embarazo, dados los informes previos que lesfacilité. En cuanto salí de la consulta, mi único objetivo fue estamparle el informe aMarcos en la cara.

Estoy harta de todos. No he visto a Jero en el trabajo estos días y tengo que quedarcon él para hablar de todo esto. Esta mañana le he mandado un mensaje tipo«¿Quedamos?», pero aún no me ha contestado. Así que las perspectivas de que mecabree con él si me llama aumentan por momentos.

Me aburro mucho. Y solo llevo unas horas en casa. Puede que vaya a ver a Jorge ala peluquería y quizá me haga unos retoques… O simplemente aproveche el lavado decabeza para echarme una siesta.

***

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Cuando suena el timbre, pego un bote involuntario en el sofá. Reviso el salón de unvistazo y acepto que me he vuelto una cerda sin solución.

—Hola, Nel.—Hola. —Me quedo como un pasmarote en la puerta—. Pasa.—He traído sushi. Como me dijiste que te gustaba…Me río para mis adentros. Muy oportuno, sí, señor.—¿Quieres beber algo?—¿Tienes cerveza?—Claro. Pasa y siéntate.Me voy con un ataque de nervios a la cocina. Ha llegado el momento que me temía

y tengo que enfrentarlo de una vez por todas. Como sea. Asco de vida.—Gracias. —Coge la cerveza que le tiendo, sin acercarse demasiado—. Es muy

bonita.—Cuando está ordenada lo es más. Perdona por el desastre.—Está claro que no has visto mi casa…—No tuve tiempo de fijarme, la verdad.Nos reímos nerviosos. Oigo el latido de mi corazón en estéreo. Estoy al borde del

colapso.—Me alegro mucho de que me hayas invitado. Estoy muy sorprendido.«Y más que te vas a quedar…». Lo miro y me da pena por él.—La verdad es que… Creí que era mejor que quedásemos aquí, tranquilos…—A mí me parece estupendo, la verdad.Me siento en el sofá y Jero se sienta a mi lado, inseguro. Da tragos pequeños y

nerviosos a su cerveza, jugando con la botella.—Jero, tengo que contarte una cosa…Me mira sonriente, pero, al ver mi expresión, noto cómo su sonrisa pierde fuerza.—Adelante, ¿de qué se trata?Intento mirarlo a los ojos, me retuerzo las manos y agarro un almohadón como

escudo.—Esto no es nada fácil…—Dime lo que sea, de verdad.—Pues… Bueno… Quería contarte la razón por la que estoy de baja… —Jero me

mira extrañado, pero asiente, dándome ánimos para que continúe—. El caso es que…Estoy embarazada.

Jero se queda inmóvil, mirándome atónito.—De cuatro meses.—Ya.

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—Y creo que es tuyo.Jero se toca la cara, nervioso.—Di algo, por favor.—No sé qué decir.—Lo entiendo, pero…Jero se levanta y termina la cerveza de un trago.—Tenía que decírtelo.—Has hecho bien… —Suspira y pasea por la casa—. Pero necesito un momento.Me voy a la cocina con el estómago encogido. Ya está. Lo he soltado. No me siento

mucho mejor, pero al menos me lo he quitado de encima y supongo que luego tendré laconciencia tranquila. Cuando estoy tomándome un vaso de agua, Jero aparece por lapuerta.

—Lo siento, Nel, estaba intentando digerirlo.—Lo entiendo, créeme.—Dios… No sé qué decir. No me había dado cuenta.Le miro incrédula mientras él tiene la vista fija en la parte intermedia de mi cuerpo.—No utilizamos nada.—Lo sé. Yo te pregunté, pero me dijiste…—Sí. Que estaba tomando la píldora.—Sí.—Pero al parecer también tiene un margen de error. Lo estoy comprobando en

primera persona.—¿Por qué no me lo has dicho antes? ¿Desde cuándo lo sabes?—El otro día, cuando quedamos a cenar… Quise decírtelo, pero no sabía cómo.—¿Por eso estabas hecha un lío?—Por eso y por todo. —Me río nerviosa y veo cómo se relaja un poco—. Pero es

una razón de peso, sí.Se rasca la cara repetidamente, sonriendo tímido.—Desde luego que lo es…—Mira, Jero, antes de nada, me gustaría decirte algo más: sé que la noticia te ha

pillado de sorpresa, pero el caso es que es una realidad, y tenemos que hablar decosas prácticas. —Aprovecho que Jero me está escuchando atentamente para seguirantes de acobardarme—. No te voy a mentir: estuve con otro hombre un poco antes,pero con él tomé todas las precauciones.

—Ya.—Y me gustaría saber qué piensas de todo esto.—No tengo ni idea, la verdad. Yo… Estoy un poco abrumado.

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Me siento a la mesa de la cocina, intentando encontrar las palabras adecuadas.—No necesito que me contestes ahora, pero me gustaría que nos hiciésemos una

prueba de paternidad para estar seguros.Me mira sorprendido.—Si es lo que tú quieres…—Sí. Es lo que yo quiero. Para no tener dudas. Para que ninguno de los dos

tengamos dudas.Jero solo me mira, y me está poniendo nerviosa.—Sé que esto no dice mucho de mi reputación, pero no quiero cargarte con algo de

lo que no estoy segura. Solo quiero saber con toda seguridad que tú eres el padre.—Es un detalle, gracias.—Perdona, pero no entiendo por qué te has molestado.—No me he molestado, es solo que… Esto es surrealista.Me levanto y le doy otra cerveza, de la que se bebe la mitad de un trago.—Qué quieres que te diga, creí que el momento en que me dijesen que iba a ser

padre sería diferente… —Lanza una mirada de tristeza a ninguna parte—. Me haré laprueba, solo dime cuándo quieres que vayamos.

—No tengo ni idea. Me han contado que se puede realizar, pero ni siquiera sédónde la hacen. Espera. —Cojo el móvil y le mando un mensaje a Sofía para que lepregunte a su compañera—. Ya está. Espero que me pueda contestar pronto.

—Vale. Yo… No sé. —No se atreve a mirarme a los ojos, y yo cada vez estoy másincómoda—. Perdóname, Nel, no sé qué hacer ahora mismo.

Niego con la cabeza, incapaz de hablar. Las malditas lágrimas ya están amenazandode nuevo con desbordarse. No sé qué me esperaba, la verdad. Lo entiendoperfectamente, pero para mí no es fácil ver que una decisión que me ha costado tantorecibe una respuesta tan fría.

—Perdóname, ahora vuelvo.Me encierro en el baño de abajo y me harto a llorar, tapándome la boca con la

toalla para que Jero no pueda oírme. No me reconozco. Todos estos sentimientosencontrados son tan brutales que me están rompiendo por dentro. ¿De verdad creíaque podría con esto? Me miro al espejo y me doy pena a mí misma: mi cuerpo es unextraño al que no reconozco ni de lejos, y mi cara… Dicen que es el espejo del alma,¿no? Pues eso.

—¿¿Nel??Me sobresalto cuando oigo a Jero al otro lado de la puerta.—¿Si?—¿Estás bien?Abro la puerta, evitando mirarlo a los ojos. Y, por primera vez desde que le di la

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noticia, me mira fijamente, intentando que lo mire yo a él.—Ven aquí, anda…Me envuelve con sus brazos y me dejo hacer. Estoy agotada y vuelvo a llorar. Jero

no dice nada, solo me abraza más fuerte, acariciando mi espalda.No sé cuánto tiempo estamos así, pero en un momento dado, Jero se separa una

distancia mínima y me mira.—¿Mejor?Asiento con la cabeza, intentando sonreír.—Deberíamos cenar algo, aunque imagino que el sushi no es lo mejor para ti.

¿Pedimos unas pizzas?Me entra un ataque de risa. Jero me mira sorprendido, hasta que le cuento el

incidente con el repartidor.—Vale, descartada la pizza. Vamos a ver qué tienes por ahí.Jero se las ingenia para encontrar cosas comestibles y rápidas que hacer. Sentada a

la mesa de la cocina, con mi vaso de agua, lo veo trastear los armarios buscandoplatos, sartenes y cubiertos. Desconozco al Jero hogareño y al Jero deportista. Inclusoal Jero profesional tampoco lo conozco muy bien.

—¿Cenamos aquí?—Prefiero en el salón si no te importa.Llevamos nuestro picnic improvisado a la mesa baja del salón. Mientras Jero come

el sushi, yo me pongo ciega a perritos calientes y huevos revueltos. Conseguimoshablar como dos personas normales, e incluso me río de algunas anécdotas de sufamilia. Y antes de terminar la cena estamos completamente relajados, como si laconversación anterior no hubiese existido nunca. Llevamos los platos a la cocina y seempeña en meterlos él mismo en el lavavajillas.

—Ya está, todo limpio de nuevo.Me quedo maravillada de lo ordenado que es.—Vaya, qué apañadito.—Cosas de vivir solo. —Carraspea sin saber qué decir—. Quizá… Debería irme.

Es tarde. Tendrás que descansar…—No te vayas—me apresuro a decir—. No me apetece estar sola. Por favor.—Está bien.—¿Una película?—Hecho. Pero elijo yo.

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CAPÍTULO IX

21 de junioEstoy como una foca. Literal. No sé qué pensaba que sería esto, pero me imaginaba

más como esas chicas a las que solo les crece la tripa como un globo y por detrássiguen teniendo tipazo. Pero no. Para qué. Formo parte de ese grupo de embarazadasque les engorda todo menos la tripa. Tengo los muslos enormes, brazos de marinero yel pecho de Pamela Anderson. Hasta los pies me han crecido, y ahora me entero deque no es tan extraño. Total, los secretos del embarazo que nadie se atreve a confesarporque si no se congelaría la natalidad.

En las últimas ecografías nos han dicho que es una niña casi seguro, lo cual noencaja con los planes que tenía. No sé, pero yo me imaginaba más con un niño locopor el fútbol que con una princesita cursi, pero, ya ves, caprichos del destino,supongo.

Y… Sí. Jero es el padre biológico de la criatura. Nos hicimos la prueba depaternidad dos semanas después de contárselo. Noventa y nueve por ciento decoincidencia. Vamos. Que no te dan el cien por cien por si hay un mínimo resquiciopor donde pillarse los dedos, como un hermano gemelo maligno o un clon, supongo.Desde entonces, la actitud de Jero ha cambiado bastante. Se lo ha contado a suspadres, que se acercaron el fin de semana a conocerme y estaban más que encantadoscon la noticia. Vale que ya no somos unos niños y hay que apechugar con lo que sehace, pero de ahí a a dar saltos de alegría porque tu hijo deje embarazada a una casidesconocida va un paso, digo yo. Hasta hablaron de quedar un día para comer con mispadres, aunque gracias a Dios no vieron la cara de alarma que debí de poner.

Jero ha estado viniendo a casa de manera regular y, aunque no puede decirse queseamos novios y que estemos completamente enamorados, no puedo negar que esagradable tener a alguien que te cuide y se preocupe por lo que necesitas.Normalmente, viene después del trabajo, me obliga a dar un paseo o hacer algún planpara salir de casa y se preocupa porque cene algo, a ser posible, sano y aburrido.

El problema es que tengo otras necesidades. Y, más que un problema, es unproblemón. En una situación normal, esto lo habría solucionado inmediatamente, peroesta no es una situación normal. Ni mucho menos. El caso es que hasta me davergüenza reconocerlo, pero… Estoy obsesionada con el sexo. A todas horas. Melevanto y me apetece. A media mañana me apetece y a mediodía me apetece. Cuandollega Jero, me apetece aún más, y mientras me habla, paseamos o picamos algo en lacocina, no puedo dejar de pensar en eso. Hasta le he preguntado a Annie, a Sofía y aAnaïs si eso es normal. Al margen del cachondeo que se ha generado por el maldito

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temita, cada una tiene una experiencia completamente distinta, aunque al parecer esperfectamente normal lo que me está pasando. Y eso estaría muy bien en el caso detener un marido-novio solícito que estuviera más que encantado de satisfacer minecesidad en todos los momentos que se lo pidiese. Pero en el caso de Jero no estoytan segura.

***

—He traído un pollo asado. —Cuando abro la puerta, un Jero visiblemente cansadome sonríe y va directo a la cocina—. Si quieres, damos una vuelta rápida y localentamos.

—¿Mucho curro? —digo, fingiendo desinterés. Tenemos un pacto para no hablar dela empresa, pero yo estoy loca por saber lo que está pasando.

—Pues ya sabes, lo de siempre. —Le tiendo una cerveza bien fría y me lo agradececon un beso en la majilla.

—¿Por qué no nos quedamos y vemos una peli? Tengo los pies súper hinchados yno me apetece mucho salir.

—Vale, me parece bien. —En el fondo, creo que le he hecho un favor—. Espera,llevaré bebida y algo para picar.

Jero me deja elegir la película, pero a mí me da igual, porque estoy pensando enotras cosas. En la cosa en cuestión. No soy capaz de saber cómo reaccionará sirealizo un aproximamiento, pero yo ya no puedo esperar más.

A mitad de película comienzo a removerme inquieta en mi sitio. Estiro las piernas,intentando buscar una postura más cómoda.

—¿Quieres tumbarte? —Jero me ofrece su sitio.—No, no te preocupes. —Sin pensarlo dos veces, me siento todo lo cerca de él que

puedo—. ¿Te importa que me apoye?—No, claro que no.Apoyo la cabeza en su hombro y me recuesto sobre él. Pero a los diez minutos, al

ver que no hace amago de tocarme, empiezo a moverme de nuevo.—¿Estás cómoda?—Ufff…—¿Quieres que te traiga algo?—Mmmm… No.Cuando gira la cabeza hacia mí, no puedo esperar más. Lo beso en los labios

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suavemente y al ver que no opone resistencia, abro su boca y comienzo a mover milengua. No puedo evitar que se me escape un gemido.

—Nel… —Jero se aparta, sorprendido—. Creo que sería mejor que…—Shhh… —Lo beso de nuevo y noto cómo su cuerpo cada vez opone menos

resistencia. Me animo a besarlo por el cuello y noto cómo su respiración se acelera.Comienza a acariciarme la espalda, abrazándome contra él. Sin perder ni un momento,me siento sobre él y pego mi cuerpo contra el suyo.

—Nel, quizá esto no sea lo mejor…—Por favor, Jero… —susurro. Siento hasta escalofríos y ahora no voy a poder

parar—. Lo necesito…Me mira a los ojos y sé que siente el mismo deseo que yo, pero, en lugar de seguir

donde lo habíamos dejado, me levanta y me toma de la mano.—Vamos a la habitación. Estarás más cómoda.Es increíble cómo un puñado de palabras puede cambiar tanto las cosas de un

segundo a otro. El deseo se me va de un plumazo, y lo sigo solo porque sientocuriosidad por saber qué va a pasar a continuación.

Cuando llegamos a la habitación, Jero me posa delicadamente sobre la cama y secoloca junto a mí. Comienza a darme besos por el cuello, enredando sus dedos en mipelo… Pero ya no es lo mismo. Yo no quería esto. Es muy bonito, muy romántico y…Muy frío. Yo quiero sexo. Caliente. Del espontáneo. Del de toda la vida. Sincontemplaciones. Un aquí te pillo aquí te mato, de esos que te dejan con ganas derepetir en un rato.

Me niego y decido ser yo misma quien tome las riendas de la situación. Comopuedo, lo obligo a tumbarse boca arriba y me subo sobre él a horcajadas, abriéndolela camisa y dándole besos en mi recorrido.

—Nel… ¿Estás cómoda?—Calla, por favor.Consigo desnudarlo y prácticamente me arranco la ropa al ver que no hace nada. Se

ha quedado mudo y solo me mira. Cojo sus manos y las pongo sobre mis pechos. Alsegundo mis pezones se endurecen y siento una descarga por todo mi cuerpo.

—Tócame, por favor.Jero hace todo lo que le pido y, aunque noto que lo hace casi mecánicamente, me

encierro en mis propios deseos y paso de él. Con los ojos cerrados, me restriego, lomuerdo y lo beso por todo el cuerpo, hasta que al final parece que reacciona y toma elcontrol. Me tumba bajo su cuerpo y se desliza dentro de mí, y yo a estas alturas estoytan enloquecida que le dejo entrar, adelantando mis caderas, sintiendo con cada porode mi piel.

Enseguida acaba todo. Jero se desploma sobre mí, resoplando, agotado. Me da

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vergüenza pedirle que siga, quizá unos minutos más, quizá dos noches seguidas. Mebesa la frente y se derrumba a mi lado.

—Oh, Nel, ha sido…Pone su brazo sobre mi cuerpo y me abraza, dándome besos tiernos en el hombro.

Y yo me quedo con ganas de más caricias. Pero pasados los minutos, siento como surespiración se acompasa y Jero se queda dormido, dejándome incompleta y frustrada.

***

Nel:¿Qué haces?Julen:Hola, guapa.Terminando de currar.¿Y tú?Nel:Poniéndome cada vez más gorda.Julen:Mami sexi querrás decir…No puedo evitar reírme. He quedado dos veces con Julen desde que estoy de baja,

solo para tomar un café, pero han sido las dos tardes más entretenidas que he tenidodesde hace tiempo. Cuando me vio la primera vez, sonrió de oreja a oreja y me dijoque estaba preciosa, como si solo me sobraran unos kilitos de más.

Nel:¿Quieres ver lo sexi que estoy?Julen:Claro.¿A las 7?Nel:Sí.Seré la de minifalda y tacones.Sé que quizá estoy siendo un poco injusta con Jero, pero a decir verdad no puedo

preocuparme por él ahora. Me trata genial, me cuida y se preocupa por mí, pero desde

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aquella noche no ha hecho amago de tocarme. No sé si ya no le atraigo o el tema delembarazo lo paraliza, pero, sinceramente, no hay manera de hacer que se acerque a mícon sucias intenciones. Y los mimos, las cenas y la compañía están muy bien, pero loque yo necesito urgentemente son otras cosas. Y cuanto más picantes, mejor.

—Wow… Menuda tía buena…—Julen me da un abrazo que me deja temblando—.Estás increíble, Nel.

—¿Increíble como un globo estático?—Ja, ja, ja. Yo más bien estaba pensando increíble como una mujer preciosa.Me coge de la cintura y pasamos al local. Siempre quedamos en el mismo sitio,

cerca de mi casa, pero lo suficientemente aislado para que nadie nos conozca aninguno de los dos.

—¿Café?—Cerveza sin alcohol.—Uhhh, hoy le damos duro, ¿eh?Me subo como puedo a un taburete, y él se queda de pie junto a mí, poniendo su

mano en mi muslo mientras me habla de sus anécdotas de la semana. Esa es ladiferencia entre Julen y Jero: mientras uno no deja de tocarme, el otro no tiene ni lamenor idea de cómo hacerlo.

—¿Y a ti, cómo te va todo?—¿Te refieres al dolor de espalda, los pies hinchados y todo este peso que llevo?

Genial, muchas gracias.—Dile a tu novio que te de un masaje.—Hoy estás graciosillo, ¿no?—¡¿Yooo?! No sé de qué me hablas…—A mí sí que no me hables del tema…—¿Tan mal os va?—No es eso, es… —Julen me suelta una mirada picarona—. Ay, no sé, creo que

necesito otra cosa.—Dale una oportunidad, Nel. El chico debe de estar abrumado con todo esto.—Y yo, pero… —Dudo un momento, pero al final me lanzo—. ¿Tu mujer tenía

muchas ganas de hacerlo durante los embarazos?—Pues el caso es que ninguna, y es una pena. No me habría importado en absoluto

aliviar esas necesidades en lugar de tener que hacer excursiones nocturnas paraconseguir algo imposible.

—Ya.Julen suelta una carcajada.—Vamos, que a ti te pasa todo lo contrario.—Pues sí.

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—No sé ni por qué me extraña…Ríe a carcajadas. Le doy un empujón cariñoso en el hombro y estoy a punto de

caerme del taburete.—¿Tan terrible es?—Más que eso. Terribilísimo.—¿Y qué pasa, que a él le da cosa?—No lo sé. —Noto como me sonrojo—. El caso es que no me toca ni de lejos, así

que imagino que sí.—Él se lo pierde. —Julen mira sin ningún pudor mi pecho, que ha crecido

considerablemente.—¡Oye! —me quejo, aunque en realidad estoy encantada.—Perdona, perdona, es que estás… Muy muy apetecible. No entiendo a ese tío, la

verdad.Me río nerviosa y, cuando miro la hora, me pongo todavía más.—Me tengo que ir en breve.—¿Ya?—He quedado con Cloe y Caleb. ¿Por qué no te vienes?—No, no, no, deja, deja. Paso de sus rollos pre-boda. —Resopla y se ríe—. La

última vez que quedé con ellos acabé saturado para varios años. No, gracias.—La verdad es que están bastante pesaditos con el tema. —En unas semanas, el

Instagram de Cloe se ha convertido en un catálogo de flores, tartas y vestidos—.¿Tienen fecha al fin?

—Ese día, desde luego, no tenían ni fecha ni idea de dónde iban a celebrarlo. Teaseguro yo que, como sigan así, la boda va a ser un auténtico desastre. Y lo digo porexperiencia.

Me cuenta lo terroríficamente recargada que fue su boda porque su mujer no seacababa de decidir y prácticamente puso todo lo que le gustaba, con el consiguiente ydesorbitado precio que pagaron por ello.

—No te cases nunca. Es un consejo impagable.—Ja, ja, ja. Vale. Tomo nota.Julen paga las consumiciones y salimos al exterior, donde hace una temperatura

muy agradable. Prácticamente al segundo comienzo a sudar exageradamente. Otra delas grandes maravillas del embarazo.

—¿Quedamos la semana que viene? Podríamos cenar y…—¿Me está seduciendo, señorita?—¿No lo hice hace ya tiempo?—Ja, ja, ja. Tienes razón. Ya me tienes ganado.—¿Hecho entonces?

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—Claro, te doy un toque y quedamos.Me abraza de nuevo y, no sé si son imaginaciones mías o es que estoy obsesionada,

pero creo que se acerca más de lo normal.

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CAPÍTULO X

15 de julioYa no soy una foca. Eso es lo bueno. Lo malo es que ahora me parezco más a una

ballena varada en la playa. No me puedo ni mover un poquito sin que todo mi cuerpose queje o se hinche. Todos mis amigos y mi familia hacen turnos para sacarme decasa casi a rastras. Sé que tengo que moverme, que es imprescindible para elembarazo, pero… Qué sé yo. Hace mucho calor. Demasiado. Dicen que es uno de losveranos más calurosos de los últimos diez años. Como el verano pasado. Pero ladiferencia es que este verano tengo una tripa enorme que arrastrar a todas partes y noestá resultando nada cómodo. Y aún queda casi un mes y medio.

Lo bueno, dentro del horror, es que también he perdido las ganas de comer, aunquelo poco que como me engorda como veinte menús del McDonalds. También heperdido las ganas de sexo, no sé si por un bajón de hormonas o porque apenas soycapaz de ir al baño sin agotarme. Ahora veo a Jero algo más relajado en mi presencia,y se ha soltado tanto que casi diría que me cae bien y le tengo bastante cariño. Perosolo casi.

El bebé se mueve constantemente. Parece haber encontrado una postura perfecta,con la cabeza ya prácticamente encajada y los pies pegando patadas a mis costillasizquierdas. Un tocapelotas, vamos. Quizá no me salga una princesa después de todo.

***

Jero llega tarde. Muy tarde. Estoy vestida desde hace media hora y tengo ganas dearrancarme la ropa. He apagado el aire acondicionado porque me dolía la garganta,pero ahora estoy sudando de nuevo, así que no descarto ponerme mala por cuarta vezeste mes. Le mando un mensaje, el quinto en los últimos diez minutos, e intentomantener la calma. No tengo ni idea de dónde se ha metido, pero vamos a llegar tardea la primera clase de preparación al parto. A la mierda. Cojo las chanclas que meregaló Cloe, el bolso y las llaves del coche y salgo a entrada. No hay ni rastro de Jeroy ni siquiera ha leído los mensajes, así que desisto. Le aviso de que me voy y cierrola puerta de un portazo.

Jorge me saluda desde el otro lado de la calle. Está sentado, tomando una cerveza,en una mecedora bajo el porche. Solo le falta el banjo para acabar de salir de una

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película del oeste. Lo saludo con la mano, sonriente, y cruzo la calle.—¿Qué? ¿Al fresco?—Ah, pero eso, ¿existe? —Me hace la ficha mirándome de arriba abajo—. ¿Dónde

vas tan vestida a estas horas?—A la clase de preparación al parto.—Qué planazo, ¿no?—Ya te digo… —Me abanico con una mano, asfixiada—. Sobre todo cuando has

quedado con alguien para ir y no aparece.—Déjame que lo adivine… El padre de la criatura.—Exacto.—¿Y vas a ir sola?—A ver qué remedio… Si lo ves, por favor, dile que me voy para allá, por si le da

tiempo a llegar.Lo saludo con la mano y voy hacia el garaje.—¡Espera, Nel!Jorge entra en casa y sale enseguida.—Yo te acompaño.—No te preocupes, de verdad. A lo mejor Jero va allí directamente…—Si está, os esperaré fuera. —No sé qué cara estoy poniendo, pero Jorge se parte

de risa delante de mí—. En serio, Nel, tengo experiencia. Fui a unas cuantas con mihermana y, créeme, si vas sola te vas a sentir fuera de lugar.

—La verdad es que no es tan mala idea. Si no te importa… Sobre todo si túconduces.

—Hecho.Le tiro las llaves del coche y vamos hacia el garaje.Mientras mueve el asiento para estar más cómodo y arranca, recibo un mensaje de

Jero. Está en una reunión y ha tenido que apagar el móvil. Y no sabe si le va a dartiempo a llegar y bla, bla, bla…

Nel:No te preocupes, ya me acompañan.—Pues parece que no te vas a quedar en la puerta.—¿Dónde se ha metido?—Está reunido. Menos mal que estabas en casa.Jorge sonríe de medio lado.—Yo encantado de acompañarte, pero Jero debería tomarse esto más en serio.Lo miro de reojo. A pesar de estar mirando al frente, noto cómo frunce el ceño.—¿Te puedo hacer una pregunta?

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—Claro.—¿Por qué no te gusta Jero?—Yo no he dicho que no me guste.—Listillo… Que nos conocemos.Jorge ríe bajito, sin quitar la vista de la carretera.—Y, ¿qué? ¿Me lo vas a contar?—¿El qué?—Venga, hombre…—Nooo… Son cosas mías.—Pues puedes compartirlas conmigo. No se las voy a contar a nadie.Paramos en un semáforo y gira la cabeza para mirarme.—No es que no me guste. El tío es majo y parece buena persona. Es solo que…—¿Quieres soltarlo de una vez? —Como premio a levantar la voz, recibo una

patada en las costillas que me hace ver las estrellas.—Que no es nada malo, mujer… Es solo que me parece insulso, qué quieres que te

diga.—¡¡¿¿Insulso??!!—Síiii… Soso, un pelma, un plasta sin gracia… Como quieras llamarlo, vaya.Suelto una carcajada, y él me mira sorprendido.—¿Tú no deberías defenderlo?—Tampoco lo has insultado.—Ni he dicho nada bueno de tu novio, bonita.—Eso te lo estás inventando ahora mismo.—¿El qué?—Lo de novio, guapito.—¿Jero no es tu novio? —Me mira sorprendido, y a mí me da por reír de nuevo—.

Pues no entiendo nada, guapa.—No te creas, hay veces que no lo entiendo ni yo.—Pero estáis juntos…—No exactamente… —Intento aclararme las ideas para conseguir explicárselo—.

El caso es que aunque nos comportamos como una pareja, compartimos las mismascosas que una pareja y vamos a tener un hijo… No somos exactamente una pareja.

—Vale, me ha quedado clarito, cariño. Vamos, que una vez lo hicisteis y disteis enla diana.

—Lo has pillao, crack.Nos reímos los dos como tontos hasta que llegamos al centro donde se imparten

clases.

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—Ya verás lo que te vas a reír ahí dentro…Y no sé si es por esa amenaza o porque tengo la risa floja, pero me paso la clase

entera aguantando la risa y las ganas de ir al baño. La profesora resulta ser una mujermuy mística, y cada respiración, cada exclamación y cada gesto de ella es imitado porJorge. Eso, unido a la torpeza que demostramos para hacer todas las posturas que nospide, nos erige automáticamente como la pareja más popular de la clase.

—…Y no olvidéis practicar estas posturas en casa. Con diez minutos al díaconseguiréis mucha elasticidad, mamis… ¡Ánimo, que el momento ya se acerca! —Aún no tengo claro de dónde ha salido esta—. Y recordad: inspiración, expiración…

—La madre que la parió… —susurra Jorge a mi lado—. Vamos, bonita, que estascosas se pegan.

Salimos riéndonos a carcajadas. Cuando subimos de nuevo al coche, Jorge estállorando de la risa.

—En serio, esta mujer, ¿qué se fuma?—No lo sé, pero yo creo que para el parto me dé un poco.Nos pasamos el camino de vuelta comentando cada cosa de la clase. Jorge me

cuenta que cuando iba con su hermana, no eran tan divertidas.—Claro, que nos tocó la señorita Rotermeier en lugar de Janis Joplin.Cuando aparca en la puerta del garaje, vemos el coche de Jero al otro lado de la

calle.—Mira, ha llegado tu no-novio.—Pues a buenas horas.—Te quedan clases todavía.—Si te digo la verdad, me alegro un montón de haber ido contigo.—Pues cuando quieras. Estoy a tu disposición.—Gracias por todo, guapo.—Abro con el mando la puerta del garaje—. ¿Podrías

ser bueno y aparcar el coche dentro?—¿Y el chaval? —Señala a Jero, que viene hacia nosotros.—Que se espere. Bastante he esperado yo antes.Jorge baja rápidamente por la rampa. Y yo, porque soy muy puñetera, porque me lo

estoy pasando genial y porque estoy hartísima de la actitud de Jero, vuelvo a dar almando y cierro tras nosotros.

—Bueno, pues ya está. —Salimos del coche y va hacia la puerta—. ¿Me abres?—¿Sales por arriba mejor?Jorge me mira, negando con la cabeza.—Eres una mujer cruel… No ha sido tan malo contigo, hija.—Pero es un soso. Así espabila.—En eso te doy la razón.

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***

23 de julioJero lleva dos días sin venir. Concretamente, desde la tarde de la clase de

preparación al parto. Parece ser que sí es verdad que soy una mujer cruel que no tieneen cuenta sus sentimientos. Jero se sintió indignado y muy herido por haber ido conJorge. Muy herido, dice. Tiene narices cómo la gente enseguida se indigna con lo quehacen los demás, pero no piensan que ha desencadenado esos actos.

Total, que de la indignación pasó al cabreo más absoluto y se marchó de mi casacasi al minuto de llegar. Eso sí, explicaciones de por qué no pudo asistir a la clase opor qué huevos no me contestó a ningún mensaje… De eso ni palabra, por supuesto.

Esta mañana he ido con mi madre al ginecólogo. He estado a punto de llamar a Jeropor si quería venir, y quizá soy muy mala por no hacerlo, pero sabe todas mis citas yno ha dado señales de vida. Aun así, para aplacar la culpa, le he escrito un mensajerecordándoselo. Así la culpabilidad se pasa de uno a otro.

La verdad es que se ha perdido una noticia asombrosa. O debería decir que misexto sentido estaba en lo cierto desde el principio. Resulta que la princesita no lo estanto. ¡Es un chico! Al parecer, en algunos casos y a pesar de que los ecógrafos soncada vez más avanzados, el bebé tarda más de lo normal en desarrollar los órganosgenitales. Pero parece que por fin le han dado ganas de enseñárselo al mundo. Seguroque a otras madres la noticia les trastocaría la vida entera y tendrían que cambiar todala ropa y pintar de nuevo la habitación del bebé. Pero yo, que por no tener no tengoaún ni cuna porque me he negado, he sentido que por fin algo en mi mundo se ponía ensu sitio.

***

Cloe:Así que al final es un pequeñillo, ¿eh?Qué escondido lo tenía.Nel:Si es que es tímido, pobre.Sofía:

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No sé si darte la enhorabuena o el pésame.Prepárate para el monstruito.Anaïs:¡¡Pobre!! Si es monísimo.Nel:¿¿Dónde ves tú el monísimo??Si parece un alien.Sofía:Por favor, mala madre.No llames alien a tu bebé.Cloe:De pésame, nada.Menos mal que es un niño.Es un rayo de esperanza.Imaginaos otra como la madre.Sofía:Ja, ja, ja, ja, ja.Anaïs:Ji, ji, ji, ji, ji.Nel:Gi gi gi gi gilipollas que sois…Esto me pasa por mandar una ecografía al grupo. Mientras continúan escribiendo

más de dos mensajes por segundo, conecto el móvil al cargador y me voy a dar unaducha. Parece que hoy las hormonas me han dado un descanso y me encuentro muchomás activa. Me dejo el pelo mojado y suelto, y salgo al jardín. Últimamente me heaficionado a leer a la sombra y, aunque no es la playa, por lo menos me da un poco elaire. Cuando llevo unos minutos leyendo, oigo unos gritos que vienen de la calle. Enla puerta, Jorge y Víctor gritan mi nombre como si no hubiese mañana.

—¿Qué pasa?—¿Cómo que qué pasa?—Jorge tiene la cara desencajada—. Llevamos aquí media

hora llamando a la puerta y al móvil y no contestabas.—Estaba en el jardín leyendo.—¿Y el móvil?—Cargando.Jorge pone los ojos en blanco ante la sonrisa de Víctor.—Pensábamos que te había pasado algo.

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—Sois unos pesados… Que estoy bien…—¿Qué haces?—Intentar leer. Antes de que me derriben la puerta de casa a hachazos.Jorge mira a Víctor y los dos sonríen pícaros.—¿Qué pasa?—Tenemos una sorpresa para ti.—No me gustan las sorpresas.—Esta te va a gustar.—No me fío de vosotros un pelo….—Eh, menos protestar… —Jorge se pone detrás de mí y me tapa los ojos—. Eres

una plasta.—Oye, oye…—Confía en nosotros, anda…—Me dais un miedo…Jorge me conduce, con los ojos tapados, fuera de mi casa. Creo que cruzamos la

calle y pasamos a la suya.—Me estáis poniendo de los nervios…—Tranquila, que ya terminamos… —Noto las patas de Thor en mis piernas, pero

enseguida desparecen—. ¡¡¡¡Tacháaaaaaan!!!Jorge me quita la mano de los ojos. Me cuesta ver algo con todo el reflejo del sol,

pero en cuanto fijo la mirada en un Víctor inusualmente sonriente y lo que hay detrás,no puedo parar de reír.

—Vosotros estáis… ¡¡¡Chalados!!! Pero ¿cómo habéis hecho esto?—Pues no te creas, que nuestro trabajo nos ha costado.En el jardín de atrás, calcado al mío, han instalado una piscina portátil,

tremendamente grande. Es casi tan alta como yo y tiene hasta escalerilla y todo. Allado, unas tumbonas con sombrilla y una mesa con bebidas completan el cuadro.

—Es… —Jorge y Víctor me miran expectantes—. ¡¡Es genial!!Sus caras se relajan y ríen conmigo. Thor, que no entiende nada pero le encantan

las juergas, se une a nosotros dando saltos.—Pensamos que te vendría bien para sobrellevar el calor. Ya que no te podemos

llevar a la playa…—Es fantástica, de verdad… Y vosotros también lo sois.Abrazo a Víctor sin pensarlo dos veces. En cuanto se separa de mí, noto que se ha

sonrojado. Sonríe tímidamente y, agachando la mirada, se mete en la casa.—Lo que le faltaba al chaval. Encima que está enamoradito de ti…—Pues pobrecito, ya podía haber elegido una mejor.

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—Adolescentes, ya sabes.Abrazo a Jorge cariñosamente. Jamás pensé que tendría algo parecido a una familia

enfrente de mi casa.—Me voy.—¿Y ya está? —Jorge me mira alucinado—. Pues sí que te ha hecho ilusión, hija.—Voy a ponerme un bikini, listillo. —Le pego un empujón cariñoso—. O algo que

encuentre en mi casa y me valga para darme un chapuzón.

7 de agostoLa vida es mucho más sencilla para una ballena como yo si estoy en el agua. Desde

que Jorge instaló la piscina, prácticamente me he mudado a la casa de enfrente. Víctory yo nos hemos hecho amigos y pasamos el día bañándonos y viendo películas desuperhéroes. Cuando entra en estado de hibernación digital, yo lo acompaño leyendoen el silencio más absoluto. Jorge está mucho más tranquilo con él, porque temía queuna larga temporada encerrado solo en casa y sin nada que hacer pudiese sacar alVíctor rebelde que era antes. Pero nada más lejos de la realidad. Entre los dos,preparamos comidas extrañas, tomamos ingentes raciones de palomitas y discutimospor cosas como si es mejor Lobezno o Batman.

Jero se ha pasado por aquí un par de veces. Tengo la intuición de que elsentimiento es mutuo y a él no le cae bien Jorge. Y si a eso le añadimos su alergia alos perros, no creo que se encuentre muy bien en esta casa. Thor no se acerca a élnunca, pero lo mira con cara de malas pulgas. Y yo… No entiendo nada. No entiendolo que quiere, lo que espera de mí o qué hará cuando nazca Noah.

Sí. Será Noah. Porque no puede ser de otro modo. Porque Noah significa confortar,consolar, aliviar, descansar… Y cuando siento que me derrumbo, cuando no sé quéestoy haciendo con mi vida y por qué lo he dejado todo, este bebé, que un día quisealejar, me da una patada y me recuerda porqué estoy haciendo todo esto. Y eso mereconforta. Jero no ha puesto impedimento alguno, no sé si porque le parece bien oporque no le importa lo más mínimo.

He vuelto todas las semanas a las clases de preparación al parto. Tengo lista deespera para acompañarme a esas clases locas en las que nos morimos de risa. Aunquedebo decir que ningún día me he reído tanto como la primera vez con Jorge. Cloe meha acompañado dos veces y ha empezado a escribir en su blog sobre la experiencia deser madre contada desde mi punto de vista. Parece que está siendo un éxito rotundo, ymuchas mujeres celebran el punto de vista sarcástico y nada edulcorado que utiliza suamiga N. Ha recuperado su inspiración, aunque espero que el próximo libro no seasobre mi vida porque, sinceramente, poco tendrá que contar.

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Me aburro mucho. Aún echo de menos el trabajo a todas horas y mi ritmo de vidaagobiante porque, de una manera casi sádica, me hacía sentirme viva, más yo. Ahorasoy una versión light de Nel, tanto que últimamente ni siquiera utilizo el sarcasmo.Alejo me ha llamado un par de veces incumpliendo las estrictas normas que tiene deno contarme algo del trabajo. Ya tengo sustituto, por supuesto. Jaime, el candidato aocupar el puesto de Alejo, es ahora el que manda y trae a mi pobre amigo por la callede la amargura. Ya se han quejado varios clientes y es muy probable que pierda casosque estaban prácticamente cerrados. Una pena. Así es el karma.

***

Me encuentro a Jero cuando estoy a punto de cruzar a casa de Jorge.—No te esperaba.—Ya me imagino. —Me mira con una expresión extraña, de arriba abajo—. ¿A la

piscina?—No tengo nada mejor que hacer.—Me gustaría que hablásemos si puede ser.—Claro, pasa, por favor.Jero pasa directamente al salón y se sienta en el sofá, apartando como puede libros,

cargadores y mandos varios.—Perdona por el desorden.—No importa.Me siento en la otra punta del sofá y estiro las piernas.—¿Cómo te encuentras?—Gorda. —Recorro con mis manos el increíble perímetro de mi tripa, que está

cada día más dura—. Y muy cansada, la verdad.—Se acerca el día, es normal.—Lo sé. No me lo recuerdes.—Yo… Lo siento por haber estado tan alejado.Lo miro incrédula. Después de estos días no espero demasiado de él.—Todavía no entiendo qué ha pasado para que lo estés.Jero suspira y se toca la cara, nervioso.—Es… Todo esto… Es nuevo para mí.—Vaya… ¿No me digas?—Mírate, Nel. Tú no me necesitas. —Me mira con tristeza—. Yo no soy del grupo

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de tus amigos… Ni lo seré nunca. No encajo con ellos ni contigo. Tienes demasiadasparcelas en tu vida que no me incluyen a mí.

—¿Lo dices por Jorge y Víctor?—Lo digo por todo. Los tienes a ellos, a Cloe y a Caleb y a las chicas. Tienes a tu

familia, a tu amigo Alejo, a Robert, a Julen. ¿Dónde estoy yo?—Puede que yo no te necesite, pero tu hijo sí. Al menos en eso sí pensarás, ¿no?—Por supuesto que pienso en ello, a todas horas. Pero creo… Nel, creo que quiero

más de lo que me puedes dar.—Jero, yo ahora mismo no le puedo dar nada a nadie. Solo a Noah.—¡¿Ves?! A eso me refiero, por ejemplo.—¿Qué quieres decir?—Ni siquiera me diste la oportunidad de decidir si me gusta ese nombre.—Te pregunté.—Sí. Me preguntaste. A tu manera. Que es lo mismo que imponer.Veo cómo Jero va sacando el rencor que lleva dentro.—¡¿Y qué nombre te gustaba a ti?!—¡Ni siquiera pude pensarlo! Ya estabas tú decidiendo. Y ahora tiene que ser

Noah… Porque ya es Noah para todos.—Mira, Jero…—¿Crees que no me molesta que quedes con tu amiguito ese de la infancia, con el

que tonteas a todas horas?—Julen es mi amigo.—¿Jorge también?—No, Jorge es como mi familia.—Claro. Siempre tienes una excusa para todos, menos para mí.—¿Se puede saber qué te pasa?Jero se levanta y da vueltas por el salón.—Todo el mundo es más importante para ti que yo. —No digo nada. Porque

realmente no sé qué decir—. Exceptuando aquella noche en que te lanzaste como unaloca, no me haces ni el menor caso.

—Sinceramente, Jero, es que no sé qué pensar de ti.—¿Es tan difícil para ti tener una relación normal?—Teniendo en cuenta que no sé a qué te refieres con lo de relación normal, es

posible que no.—Relación normal: Pareja que comparte su tiempo, que cena, come, vive en la

misma casa, habla de sus cosas y se quiere.—Jero…

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—Ya. Ya lo sé. Tú no me quieres.—¿Y tú a mí sí?Cuando me mira, sé que he metido la pata hasta el fondo.—¿Tan raro te parece?—No me conoces en absoluto.—Desde luego que no. Pero eso no quita que te quiera.Me siento mal. No puedo decirle nada para hacerlo sentir mejor ni para que las

cosas cambien.—¿No vas a decir nada?—No quiero empeorar las cosas.—Te puedo asegurar que no se me ocurre una manera de que empeoren más.Se deja caer en el sofá, derrotado.—Lo siento, Jero, de verdad. Me encantaría decirte que te quiero, pero no te quiero

mentir. A veces creo que no quiero a nadie, y jamás lo he dicho en alto.—Intentotocarlo, pero aparta la mano—. Me encantaría que las cosas funcionasen entrenosotros, pero no puede ser. Eres genial, y siempre vas a estar unido a mí. A nosotros.

—Ya.—No eres mi tipo. Y te puedo asegurar que yo no soy el tuyo. Necesitas a alguien

que se preocupe por ti, que comparta todas las cosas que te gustan y que se tome lavida con calma. Yo no puedo hacer nada de eso. Me como la vida a bocados, necesitoexperiencias límite, sensaciones intensas y relaciones arriesgadas. Y soy tan egoístaque no puedo hacer feliz a alguien que se preocupe por mí, porque necesito hacermefeliz a mí primero.

—Toda una declaración de intenciones.—Es la verdad, Jero.—¿Y todo eso te lo hace sentir Julen?—En otro momento, en parte, pero ahora no lo hace nadie. Ese es el problema. No

eres tú. Es que yo no siento lo que tengo que sentir, y eso me mata toda la pasión queyo le pueda poner a una relación.

Jero se levanta y va hacia la puerta.—Espera, Jero, no te vayas…—Lo siento, debo hacerlo.Por su tono de voz, intuyo que está a punto de llorar.Cruzo la calle a toda velocidad y entro sin llamar. Hace ya tiempo que tengo las

llaves de casa de Jorge, al igual que él tiene las mías.—¿Jorge?Thor se acerca sigiloso y me chupa los dedos de los pies. Paso al jardín. Víctor

está con los cascos puestos, tomando el sol. Me tumbo en la tumbona de al lado,

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intentando no ponerme a llorar. Víctor intuye mi presencia y abre los ojos.—No hagas eso.—¿El qué?—Entrar sigilosamente y sentarte a mi lado sin decirme nada. Da miedo.—No veo que te hayas inmutado.—Me he quedado paralizado. —Se incorpora y me mira interrogante—. ¿Qué te

pasa?—¿Versión larga o versión corta?—Corta, por favor. Me quiero dar un baño.—Está bien. —Suspiro, cerrando los ojos—. Jero me ha dicho que me quiere y yo

lo he rechazado.—Es un capullo.—No, no lo es, Víctor. No digas eso de Jero. Es el padre de mi hijo.—Tu hijo tendrá un padre capullo.—¿Siempre eres tan sensible o es que hoy es un día especial?Me siento en la tumbona y lo miro extrañada.—Créeme. Sé distinguir a los capullos. Mi madre ha salido con unos cuantos.—Vaya… —El tono de voz de Víctor se ha vuelto frío y rencoroso.—Esos tíos siempre serán amables y atentos de una manera sosa y sin ganas. Pero

el día en que las cosas no salen como ellos quieren, desaparecen sin dejar rastro.—¿Estás hablando de Jero o lo dices en general?—Lo digo en general… Pero tengo experiencia. Mi padre también es un capullo y

mira cómo nos ha ido con él.—La gente comete errores, Víctor.—Puede. Pero tantos seguidos es difícil.Noah me da patadas y reprimo un grito de dolor.—¿Quieres tocarlo? Se está moviendo.—No sé… —Me mira indeciso y algo cortado, pero yo no me inmuto. Tomo su

mano y la coloco justo donde siento las patadas.—¡¡¡Wooowww!!! Madre mía… Da cosa.—No seas miedica.Noah suelta otra patada y Víctor quita la mano, impresionado.—¡Vaya patadón!—Claro, has llamado capullo a su padre…Víctor me mira arrepentido.—Perdona, Nel.—No pasa nada, pero deberías pensar que a lo mejor eres injusto con él.

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—Puede.—Además, tú serás el encargado de enseñar a Noah cómo no ser un capullo ni nada

que se le parezca.Víctor se ríe involuntariamente.—¿Te parece bien?—Se hará lo que se pueda. —Aparta su móvil y me mira de arriba abajo—. ¿Un

baño?Cuando llega Jorge de trabajar, casi hay más agua fuera de la piscina que dentro de

ella. Víctor y yo hemos tenido la feliz idea de meter a Thor en el agua y, aunque alprincipio se ha resistido y se lo veía más que perdido, poco después ha comenzado anadar en círculos, jaleado por los dos. Jorge se une a nosotros tirándose a bomba, ylos cuatro pasamos un buen rato a remojo.

—Me voy a salir. Se me están arrugando hasta las pestañas.—¿Te quedas a cenar? Podríamos hacer una barbacoa.—He quedado con Cloe en una hora.—Dile que se venga. Cuantos más mejor.En cinco minutos organizamos una barbacoa improvisada. Cloe vendrá con Caleb y

también he llamado a Robert y Annie. Estoy deseando verla, porque estos días noshemos reído mucho comentando los pormenores del embarazo.

***

—… Y había pensado que fuesen todos color lavanda.—¿Me estás hablando en serio? No sé qué te has fumado, pero conmigo no cuentes.—Nel, hija… Me estaba acostumbrando a tu dulzura de últimamente.—Sabías que no duraría.—Cierto, pero pensé que en mi boda cederías un poco.—Mira, bonita. —Miro a Cloe de reojo y sé que se está riendo—. Lo de los

vestidos color lavanda lo has hecho para provocarme. Si quieres llevar una piña en lacabeza, allá tú, disfruta de tu día, pero a los demás no nos jodas.

—Esa boquita, linda.Noah se mueve y me da una patada que me provoca náuseas.—¿Ves? —Annie adivina lo que me pasa—. Hasta tu niño está de acuerdo

conmigo.—Ufff… —Me encojo como puedo de dolor—. Me he enterado, desde luego.

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La barbacoa termina muy tarde. Se está genial por la noche, hay muy buenatemperatura y lo bueno de estas casas es que no molestamos a nadie. Cuando losdemás se marchan, me levanto para ayudar a Jorge a recoger.

—No, no, no, tú quédate sentadita.—Ni hablar, déjame que por lo menos te ayude a llevar las cosas a la cocina.Otro patadón hace que vea las estrellas. El niño parece que se ha movido y se clava

en mi vientre.—Haz el favor de sentarte y descansar, anda.Jorge me agarra del brazo para ayudarme, pero cuando voy hacia las sillas, noto

algo deslizando por mis piernas. Thor se acerca de inmediato y se pone a ladrar.—¡Calla, Thor! ¿Estás loco? ¡Vete a dormir!—Jorge… Thor es muy listo… Mira… —Miro hacia el suelo, y él hace lo mismo.

Allí, entre mis pies y bajando por mis piernas, hay un pequeño charco de algoparecido al agua.

—Joder, joder, joder… —Jorge me agarra más fuerte, no sé si para sujetarme a mío para no caerse él de la impresión. Noto una presión inusual entre las piernas y medoblo dolorida—. No, no, no… Espera, Nel, tienes que esperar. Nos vamos ahoramismo.

Jorge llama a gritos a Víctor. Como puedo, le explico dónde tengo la bolsa para elhospital y el bolso con todas mis cosas. Víctor agarra mis llaves y corre a buscartodo.

—Vale, vale, vale… —Jorge coge algunas cosas de camino hacia la puerta y lasmete en una bolsa de deporte—. Nos vamos al coche.

—Dame una toalla, porfa. Te pondré todo perdido.—Me da igual. Tú ahora no te preocupes por nada.Aprovechamos un momento en que no tengo contracciones para llegar hasta el

coche. Víctor viene corriendo con todo lo que le he pedido.—Tú te quedas con Thor.—De eso nada, voy con vosotros. —Está visiblemente impresionado. Evita

mirarme, pero sube a la casa, dice algo y cierra la puerta—. Le he dejado comida yagua y la puerta del jardín abierta. Vámonos ya.

El camino al hospital es un verdadero tormento. No sé en qué postura ponerme.Jorge y Víctor me cuentan tonterías para que me olvide durante un rato, pero cada vezque me río, me duele.

—Recuerda, mami, inspiración, expiración…—Ja, ja, ja. —Otro pinchazo en el vientre—. Creo que voy a necesitar algo más

fuerte que las respiraciones.Me muero del dolor. Y al segundo siguiente se me pasa. Es como una montaña rusa

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horrible. Jorge pilla un bache y veo las estrellas.—¡¡¡Lo siento, lo siento, lo siento!!! Joder… ¿Estás bien, Nel?—¡¡¡Noooo!!! ¡¡¡Está saliendo la cabeza!!!La cara de pánico de Jorge es todo un poema.—Es broma, listillo.Víctor se parte de risa en el asiento de atrás.—No vuelvas a hacer eso.—No he podido evitarlo. —Entre la risa y el dolor se me saltan las lágrimas.—Esa te la guardo, graciosilla. —Su cara está recuperando el color—. Mira, ya

estamos llegando.Jorge deja el coche en la puerta de urgencias.—Víctor, sal con ella. Yo aparco y vengo enseguida.Hago los papeles de ingreso alucinada. Ahora mismo estoy genial, pero no me

puedo imaginar rellenar todos estos papelotes justo cuando me van a trasladar en sillade ruedas a una habitación.

—Veniros, por favor —los animo, viendo que los dos se han quedado parados.—¿Qué te han dicho?—Me ha visto el doctor de guardia y dice que no he dilatado mucho.—¿Has pedido la epidural?—Ya he firmado los papeles, pero dicen que es demasiado pronto para ponérmela.Afortunadamente y gracias al seguro médico, me llevan a una habitación individual

y me monitorizan.—¿Cómo te encuentras? —La matrona viene a verme veinte minutos después.—Bueno, dadas las circunstancias… Bastante bien, la verdad.—Déjame verte… —Se asoma y mira con atención—. ¿A qué hora has roto la

bolsa?—A las 12.30 aproximadamente.La matrona mira su reloj y frunce el ceño.—Te pondremos algo de oxitocina.Me añaden un nuevo goteo. Debo de estar encantadora con todos estos chismes y el

bonito camisón color rosa desteñido de la clínica.Pasamos más de una hora entre contracciones bastante ligeras y tiempo muerto.

Víctor se va a la puerta a esperar a mis padres.—¿Cómo estás?—No pensaba que se iba a hacer tanto de rogar. —Intento sonreír, pero no puedo

—. Estoy muerta de miedo, Jorge.—Yo también. —Jorge sonríe y me coge la mano. Observo sus brazos tatuados con

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interés.—¿Tienen historias todos estos tatuajes?—Sí. Todos y cada uno de ellos.—¿Cuál fue el primero?—Este. —Jorge pone la palma de la mano hacia arriba y me enseña una brújula

como de cuento dibujada en su antebrazo.—¿Qué significa? ¿Por qué te la hiciste?—Es una historia muy larga.—Creo que tenemos tiempo. Si no tienes otra cosa que hacer…Como si se tratase de un cuentacuentos, Jorge me cuenta la historia de un

adolescente triste y poco sociable, que tanto me recuerda a Víctor. Aquel adolescentecambió de la noche a la mañana y, para hacerse notar, se convirtió en un rebelde sincausa y con muchos vicios.

—Tenía que encontrar el norte, y me costó mucho esfuerzo. Cuando logré encauzarmi vida, decidí llevar la brújula siempre conmigo, para que me recordase donde estáel camino.

—Es preciosa. —Admiro todos sus detalles. Esa brújula enlaza con un tótem. Loseñalo, y Jorge asiente.

—Mis monstruos. Prefiero mirarlos a la cara a que me asusten por la espalda.Voy señalando uno a uno los tatuajes y Jorge me va contando la historia que hay

detrás de ellos. Todos se enlazan unos con otros. Unas camelias en recuerdo de susabuelos, las alianzas de sus padres como símbolo de amor eterno, las coordenadas delsitio exacto donde nació su sobrino, las palabras fiero frattello (orgulloso hermano).Un cuervo, por su poema preferido, un retrato de Thor… A medida que subo por subrazo, Jorge se levanta la manga.

—¿Y esta rama enredada? —Sigo su camino. La rama se pierde por su camisetahacia la clavícula. Sé que recorre parte de su espalda y va hacia el otro brazo. Me fijéen la piscina.

—Es un símbolo de lo complicada que es la vida. —Mi mirada recae en unapalabra que no entiendo—. Significa:«Ante todo, vive». Está escrito en sanscrito.

—Muy bonito.—No te creas. Esconde una historia que no lo es.Cuando estoy a punto de preguntar, la matrona entra en la habitación acompañada

de unas enfermeras.—Veo que ya vas mucho mejor. ¿Te duele?—La verdad es que ahora no.—Mejor así. Veo que eres un buen acompañante. Distraerla en estos momentos es

lo mejor. Llamaré para que vayan preparando la epidural. Estás dilatando muy bien.

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Sigue así.Recordarme el tema del dolor y empezar a dolerme es todo en uno. No sé si es

porque me toquetean o por qué, pero el caso es que empiezo a sentir un dolorinsoportable. Jorge me coge las manos en cada contracción y me da ánimos,calmándome. Estoy a punto de llorar. Siento como me rompo en dos con cada ola dedolor, pero me contengo para no gritar.

—Así, muy bien, ya está bajando.Cuando me calmo de nuevo, Jorge revisa los mensajes de su móvil.—Ya están aquí tus padres. ¿Quieres que avise a tu madre?—No, por favor. Espera un rato. Se pondrá muy nerviosa. —Intento regular la

respiración, pero estoy sudando y con todos los pelos en la cara.—Espera, te ayudo. —Jorge me levanta hábilmente la cabeza y me hace una coleta

alta—. Esto es lo bueno de tener un peluquero aquí, vas a parir divina.—Ja, ja, ja, gracioso. —Siento temblores y frío y calor—. ¿Has avisado a Jero?—Sí, lo llamé, pero no me lo cogió. Le he mandado un mensaje. —Mira de nuevo

el móvil con el ceño fruncido—. Dice que viene de camino, pero está bastante lejos.Tardará un rato.

—Bien.Cuando vienen a ponerme la epidural, le piden a Jorge que salga.—Voy a avisar a tu madre para hacer el relevo, ¿te parece?—Sí, será lo mejor. —Me coge de la mano y me da un beso en la frente—. ¿Te

quedarás?—Claro, no me pierdo yo a Noah por nada del mundo. Estaré fuera.Mientras preparan la epidural, intentan distraerme un rato. Me siento ridícula así

sentada, medio desnuda y de espaldas al anestesista. Parezco un toro al que van arejonear.

—¿Es el papá?—No, es un amigo.—Pues tienes mucha suerte. No todos los acompañantes son tan tranquilos y

obedientes. —Me fijo en la cara que pone. Sin duda tendrán que aguantar historiasinverosímiles—. Ahora vas a notar un poco de presión, pero no te preocupes. Tehemos puesto anestesia y no te dolerá.

Tenemos que esperar a que pase una contracción muy dolorosa hasta que finalmenteme la ponen.

—Ya está. —A pesar de la presión que me habían avisado, la verdad es que hasido mejor de lo que me pensaba.

—En quince minutos, máximo, te hará efecto. Notarás una clara diferencia.El anestesista sale por la puerta y entra mi madre totalmente angustiada. En cuanto

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me ve, corre a abrazarme, al borde de las lágrimas.—Mamá, mamá, que me destrozas el estilismo.—¡Ay, hija…! Menos mal que estabas con Jorge… —Me mira sonriente y

emocionada—. ¿Y Jero?—Dice que viene de camino.—En cuanto venga, saldré.—Bueno, ya veremos si llega. —Noto una contracción, pero ya no es ni de lejos el

dolor que sentía antes. Mamá se sienta a mi lado y se ríe.—Si esto hubiera existido antes… Qué buena cara tienes, hija…—Tengo las piernas de cartón piedra.Me doy puñetazos en el muslo, alucinada. Igual mañana estoy llena de moratones,

pero no sé por qué me hace mucha gracia y me pongo a reír.—Bueno… Madre mía… Qué fiesta tenemos aquí montada…La matrona viene a controlar todo.—¿Cómo estás, Penélope? ¿Tienes ganas de empujar?—Pues la verdad es que no.Mira el reloj y frunce el ceño.—Te dejaré un ratillo más, pero enseguida vendremos. Has roto la bolsa hace ya

tiempo y el bebé no puede estar mucho tiempo así.En cuanto se marcha, mamá me mira preocupada.—Tienes que empujar, cariño. A ver si al final te van a hacer una cesárea…Con lo tranquilita que estaba yo con Jorge… Se me ponen los pelos como escarpias

solo de pensar que acabará siendo cesárea. En cuanto veo en el monitor que llega otracontracción, intento empujar, pero no siento nada.

—Cariño. —Mamá mira el móvil—. Jero ya ha llegado. Voy a salir para que paseél.

—No, mamá, no quiero que te vayas… Prefiero que seas tú la que estés conmigo.—Mi amor… —Mamá me abraza y me llena de besos—. Él tiene que estar aquí.

También es su hijo y no se puede perder esto.—Mamá…—No pongas esa cara, hija. Tú eres una valiente y no me necesitas. —Me da un

abrazo de nuevo y sostiene mi mano—. Saca a mi nieto pronto, ¿eh? Estoy deseandoverle la cara.

En cuanto mi madre se va, me concentro más en lo que está pasando. Digo, sin notarla parte inferior de mi cuerpo, pero empujo todo lo que puedo. Intento recordar lasclases de preparación al parto y practico las respiraciones para relajarme.

—Nel…Jero viene deprisa y nervioso. Se para a mi lado sin saber qué hacer.

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—Es el padre —le digo a la matrona, que lo mira sorprendida cuando entraacompañada de dos chicos jóvenes.

—Pues nada, papá, llegas muy a tiempo. —Se sienta frente a mí y me echa unvistazo—. A ver, cariño, ahora sí que viene lo bueno.

Entre todos me doblan las piernas y las colocan en los estribos.—Cuando te diga que empujes, tienes que hacerlo con todas tus fuerzas, Penélope.

¿De acuerdo?—Sí.Mira a Jero.—Si quieres, puedes estar con ella a su lado, pero necesita tranquilidad.Al segundo comienza una contracción y me concentro en hacer lo que me dicen.—Muy bien, muy bien, para un poco y respira. —El ceño de la matrona se frunce

—. Tienes que empujar más fuerte esta vez, ¿vale? —Asiento con la cabeza, exhausta—. Vamos allá… ¡Dale, dale!

Esta vez sí noto una ligera presión en el vientre, como si algo se deslizase dentrode mí…

—Fenomenal, cariño, ¡ya se ve la cabecita! —La matrona está que no cabe defelicidad.

Dos empujones después, estoy destrozada. La cosa no parece mejorar.—Penélope. Esta es la definitiva. El niño tiene que salir ya, así que te vamos a

ayudar. —Los chicos que han venido con ella se colocan a los dos lados, junto a mispiernas—. Cuando te diga, empuja de nuevo con todas tus fuerzas, como tú sabes.¡Vamos allá!

Mientras empujo, esas dos personas casi se tiran encima de mí. Empujan mi tripahacia abajo, hasta que casi desaparece, ejerciendo una gran presión. No noto nada,pero siento como si mi cuerpo, de repente, fuese más ligero.

—¡Ya está, ya está! —Ellos paran de empujar—. ¡Cariño, levanta, coge a tu niño!Al principio, no comprendo lo que me dice, pero al ver las manos de la matrona

entre mis piernas, instintivamente sé qué hacer. Me incorporo como puedo y alargolos brazos hacia ella.

Todo ocurre en décimas de segundo, y cuando después trato de explicarlo, noencuentro las palabras. En cuanto quiero darme cuenta, tengo a Noah sobre mi pechodesnudo.

Es… Lo más extraño, maravilloso e increíble que me ha pasado en la vida. Aquelpequeño y precioso bebé es ese ser que me daba patadas en las costillas. Y ahora estáahí, respirando contra mi piel, buscando alimento, emitiendo pequeños ruiditos decachorro. Me dejan con él unos minutos mientras lo miro embelesada.

—A ver, mami… —Una enfermera se acerca, hablándome cariñosamente—. Te lo

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vamos a robar un momentito para lavarlo y ver que está perfecto, y ahora mismo te lodevolvemos.

En cuanto lo despegan de mi piel, Noah suelta un alarido que nos deja helados ycomienza a llorar desconsoladamente.

—¡Vaya pulmones, hombrecito! —Veo como lo limpian, lo pesan y le ponen unpañal, una camisita y un gorrito.

—Es…precioso… —Jero, de quien me había olvidado hasta ahora, murmura a milado, como en shock. Le cojo una mano y la aprieto, dándole ánimos. Parece que losnecesita más que yo—. Gracias, Nel, gracias por todo.

No sé a lo que se refiere, pero le sonrío de todos modos. De repente estoy en pazcon todo el mundo y no quiero que nada me rompa la magia del momento. Pero encuanto trae a Noah de nuevo, siento que eso es imposible. Todos mis sentidos estáncon él. Puedo oírlo, sentir latir su corazón, tocar su piel tan suave… Las lágrimas mecaen sin que pueda evitarlo.

—Enhorabuena, mami. Es una preciosidad de niño. —La matrona acaricia sucabecita y me aprieta la mano—. Ya está. No ha sido tan grave, ¿no?

—Gracias por todo, de verdad. —Estoy absolutamente anulada por este cúmulo desentimientos. Ella me sonríe encantada.

—Lo has hecho genial. Enhorabuena, papi.La matrona se va y son las enfermeras las que siguen trajinando por la sala de

partos.—Te vamos a llevar a la habitación. —Entre dos, me pasan a una camilla.Al llegar a la habitación, pido a Jero que llame a mis padres. Y en cuanto veo la

cara de mi madre, iluminada por la belleza de mi hijo, entiendo qué me pasa; ella meha perdonado, y yo, por fin, me he perdonado también.

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CAPÍTULO XI

17 de septiembreNoah descansa en su cuna, tapado con una ligera muselina azul pastel. Y yo no

puedo dejar de admirarlo. Observo como cierra sus manitas y levanta los puños porencima de su cabeza, como si se estuviese estirando, mimoso. Está para comérselo.Sus labios están apretados en morritos, y esos mofletes… Tengo miedo de despertarlosi lo toco, así que hago acopio de toda mi fuerza de voluntad y me separo de la cuna.Acaba de terminar su toma y es muy posible que hasta dentro de dos horas no désignos de existencia. Es un bebé buenísimo. Apenas llora y, cuando lo hace, en cuantoescucha mi voz, se calma al segundo. Parece que no quiera disgustarme por si mearrepiento. Pero no se va a librar de mí tan fácilmente.

Estoy agotada. Todo esto está siendo demasiado intenso para mí a pesar de estarencantada con Noah.

Cuando bajo a la cocina, me encuentro con un Jero ojeroso, tomando un café de pie.—¿Cómo está?—Dormidito. Hasta las seis podemos descansar.—Ojalá pudiese. —Mira el reloj, molesto—. Me tengo que marchar, tengo una

reunión a las cinco. ¿Quieres que traiga algo?—Pañales. Y algo para cenar. Intentaré pedir la compra para que nos la traigan esta

tarde o mañana.—Vale. Entonces me voy ya. —Me da un beso en la mejilla—. Te llamo cuando

vuelva por si se te ocurre algo más.En cuanto oigo la puerta de la calle, me relajo por completo. Jero es un encanto y

me está ayudando en todo lo que puede, pero aún no me siento completamente cómodacon él aquí. Fui yo la que insistió para que se quedase, al menos una temporada, en lahabitación de invitados, pero ahora no sé si fue buena idea. Sé que para él está siendodifícil separar a Noah de mí, de la no relación que tuvimos, y me da miedo que sehaga ilusiones.

Yo estaba equivocada. Por supuesto que lo quiero, pero no como él pretende. Loquiero porque es un padre estupendo, porque se preocupa a todas horas por su hijo ypor mi descanso y porque sabe que Noah es especial. Y con eso me vale. Pero no lodeseo, no quiero ser su pareja y no quiero que un día las cosas se confundan. Porquepodría pasar.

Recibo un mensaje de Jorge. Quieren pasar a vernos y pregunta si es buenmomento. Me río por la ocurrencia. No le voy a decir nada, pero sé que han estado

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espiando y saben que Jero no está en casa.Nel:Claro que podéis venir.Cuando queráis.Jorge:Yujuuuu… Allá vamos.Los veo venir acompañados de Thor. Desde que nació Noah, Thor se ha

proclamado su protector oficial y si lo dejan en casa para venir a verme, no hace másque ladrar hasta que van a buscarlo.

En cuanto entran, lo veo subir por las escaleras. En breve estará bajo la cuna,vigilando quién se acerca.

—¿Qué tal, chicos?—Beso a Jorge y el doy un achuchón a Víctor, que intentazafarse—. ¿Qué tal el instituto?

—Buah, como siempre.Sé que, aunque intente disimularlo, últimamente le apetece más estar allí, porque le

gusta una chica que me ha desbancado como su favorita, según me cuenta Jorge.—¿Seguro que no te molestamos?—Que no, plasta, pasad, anda.Se sientan en el sofá algo cortados.—¿Puedo subir a ver a Noah?—Claro, Víctor. Me vendría bien que estuvieses arriba por si se despierta.—Genial.Se sube con su tablet, y Jorge saca de una bolsa dos cafés enormes.—El tuyo descafeinado, pero con todo lo demás.Últimamente, a falta de las cervezas que aún no me puedo tomar, Jorge trae todo

tipo de cosas, desde cafés a zumos de lo más curiosos.—Mmmm… Qué rico, muchas gracias.—¿Cómo lo llevas?—Bien. —No puedo evitar sonreír—. Estupendamente, la verdad. Noah es

maravilloso.—No me refiero a Noah, ya sé que es estupendo.—Lo voy llevando.Bebemos en silencio. Sé que Jorge no se atreve a preguntar más.—No estoy cómoda.—Se te nota.—Ay, Jorge… —Suspiro, agotada—. Tengo que medir todas las palabras por

miedo a que se las tome por donde no es… Y ya sabes que a mí eso no se me da bien.

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—Habla con él.—Está todo más que hablado, créeme.—¿No tiene ni siquiera una posibilidad?—Para nada. Pero me corta que esté aquí. Ni siquiera puedo hablar con mis amigas

con total libertad.Jorge me mira pensativo.—Quizá lo que deberías hacer es simplemente seguir con tu vida. Sal por ahí con

las chicas y déjale con Noah. Él se sentirá bien porque tienes confianza para dejárseloy tú te podrás desahogar a gusto.

—No es tan fácil. Cada dos horas, Noah me necesita, estoy cansadísima y…Mírame, estoy que doy pena.

—Yo te veo bien.—No seas mentiroso.—En serio. Obviamente no estás como antes del embarazo, pero lo estarás. Te

estás recuperando fenomenal.En eso tiene razón. Ha pasado solo un mes y ya casi no tengo tripa. Casi me vale la

ropa que usaba antes del embarazo, aunque claro, este no parar de cuidar, limpiar,lavar y descansar poco al menos tiene su recompensa.

—Solo tienes que arreglarte un poco y salir… Sobre todo animada.—Si tú lo dices…—Y arreglarte un poco ese pelo, que no recuerdo la última vez que viniste a verme.—En eso tienes toda la razón, pero es que no encuentro el momento.—Mira… ¿Qué te parece el lunes? No suelo tener demasiada gente a principio de

semana. Así no tendrás que esperar y te dejaré fantástica de nuevo.—Vale, de acuerdo. —Jorge tiene razón. Tengo que empezar a hacer las cosas que

hacía antes.Oímos en el piso de arriba a Noah. Cuando subimos, no puedo parar de reír ante la

estampa. Thor está a dos patas asomado a la cuna y en el otro lado, Víctor canta unacanción al bebé.

—Siempre puedes dejarlo con ellos, menudos dos canguros están hechos.Noah se ha vuelto a dormir, aunque no le queda demasiado para la siguiente toma.

Acaricio la cabeza de Thor, que cierra los ojos, mimoso, pegándose a mí.—Tengo que irme a trabajar… Hoy me toca cierre… —Jorge pone los ojos en

blanco y suspira—. Vamos, chicos, os dejaré algo de merienda.—¿Por qué no se quedan aquí? Así me hacen compañía.—No sé… —Jorge me mira dudando—. ¿No te darán mucha lata?—¡Qué dices! ¡Tú sí que eres una lata! —Me siento junto a Víctor en la cama—.

¿Tú te quieres quedar? Podemos hacer maratón de X-Men.

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Víctor me mira de reojo, sonriendo de lado.—Puedes irte tranquilo, tío. Yo cuidaré de ellos.A Jorge se le escapa la risa y le revuelve el pelo.—Vaya cuatro que os habéis juntado…

***

27 de octubreParece que hoy, finalmente, podré volver a tener el pelo como es debido. En varias

ocasiones he estado a punto de ir a ver a Jorge, pero la Ley de Murphy nuncadefrauda. Unas veces por Noah y otras por diferentes situaciones, como que a Jero leda miedo quedarse solo con el niño, me he tenido que quedar en casa con el pelocomo un estropajo. Al final he tenido que recurrir a lo que nunca falla: mi madre havenido a casa y se ha quedado tan contenta con Noah. Es la primera vez que lo dejocon alguien y no podría haber elegido mejor.

Aprovechando que acababa de comer, mamá lo duerme en sus brazos.—Déjalo en la cuna si quieres, mamá. Te puedes poner la tele en mi habitación si

te da cosa dejarlo solo arriba.—Sí, hombre. Para un día que lo tengo para mí solita lo voy a dejar en la cuna…—Es por si te cansas…—¿Cansarme? Anda, anda, vete tranquila, que nosotros estaremos fenomenal.—Vale, vale, ya me voy…Reviso de nuevo el cargamento de biberones que le dejo a mi madre. Me ha

costado Dios y ayuda utilizar el sacaleches, y eso que ya había hecho un ensayoprevio. Gracias a Dios, solo lo tengo que hacer en ocasiones especiales como ésta,porque es una sensación tan horrible que no pienso repetirla a menos que seaimprescindible.

Me vuelvo a despedir de los dos y estoy tentada de comerme a mi niño a besos,pero ella lo protege como una leona y no me atrevo.

En el coche, sufro una sensación extraña, como de pérdida. Hace tiempo que no mesiento tan libre, sin cochecito, sin bolsa llena de toallitas y pañales, sin bebé a bordo.

Instintivamente, miro el retrovisor especial del bebé y me emociono al ver que noestá. Es increíble cómo, en tan poco tiempo, soy incapaz de separarme de él sin soltaruna lagrimita. Estoy tentada de anular de nuevo la cita, pero me contengo y dejo atrásmi casa y mi adorado Noah enjugándome las lágrimas.

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En el centro comercial ya me encuentro mucho mejor. Estoy mentalizándome de queeste poco tiempo separados será bueno para mí y para Noah, pues tendrá una madrerelajada y guapísima en un ratito.

—Menos mal… Pensaba que no ibas a venir…Me sorprendo al entrar en la peluquería de Jorge. Me había dicho que le iba muy

bien y que estaba ampliando el negocio, pero no me podía imaginar que había tantocambio.

—Wowww… Estás hecho todo un estilista.Puedo contar a cuatro personas que no conozco, no solo peinando, sino también

haciendo manicuras y pedicuras.—Lo próximo será la depilación. Y los tatuajes.—¿Tatuajes?—Sí. Mi amigo Santi, el artista que me decoró los brazos, va a abrir un local aquí

al lado y nos vamos a asociar.—¡Lo que te faltaba! Teniéndolo tan cerca, no vas a tener ni un milímetro de piel

sin tatuar…Se ríe a carcajadas.—Para eso me tienen que pasar cosas importantes, recuerda.Me presenta a sus nuevos colaboradores, como él los llama. Todos parecen

encantados de trabajar aquí. Al igual que Jorge, ninguno lleva una imagenconvencional de peluquería de centro comercial: una lleva rastas; otro, una crestaroja, e incluso una de las chicas lleva el pelo degradado con los colores del arco iris.

—Pasa al lavabo.Sara, la chica que conocí la primera vez que fui, está allí colocando las toallas. Se

queda detrás de mí, pero Jorge le hace un gesto con la mano.—Ya la lavo yo, Sara, no te preocupes.—¿Me va a atender el jefe? Qué honor.—Tú relájate y disfruta de tu tiempo libre.Y vaya si lo disfruto. Jorge me lava el pelo con la temperatura del agua ideal y

ejerciendo la presión exacta. Mis músculos se relajan y estoy a punto de dormirme.—A ver, marmota, te voy a poner una mascarilla revitalizante. En diez minutos

vuelvo y te la aclaro, ¿vale? —Asiento como puedo con la cabeza, sin abrir los ojos—. Así me gusta, quédate relajadita.

No sé si pasan diez minutos o dos horas, pero el caso es que cuando siento denuevo el agua, me parece que he dormido una siesta reparadora.

—¿Así está bien?—Perfecta.—¿Quieres un masaje craneal?

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—¿En serio lo preguntas?Jorge se ríe y empieza a ejercer más presión en mi nuca. Y no sé ni por qué ni

cuándo, mi cuerpo experimenta efectos que creía olvidados. En lugar de relajarme, elmasaje, cada vez más adictivo, se convierte en algo tremendamente sensual. Se meeriza la piel. Cruzo las piernas, nerviosa. Ahogo un jadeo y abro los ojos.

—Para, para, para.—¿No te gusta?No puedo ver la cara de Jorge, pero juraría que noto un deje festivo en su voz.—Ufff… No sé si me está relajando demasiado.Intento levantar la cabeza, pero Jorge me sujeta de los hombros.—Espera, espera, te empaparás. Déjame que te aclare, anda.Cuando cruzo la mirada con Jorge, ya sentada en un sillón delante del espejo, me

quiero morir. Como imaginaba, tiene un gesto algo burlón mientras me seca el pelocon una toalla.

Qué le voy a hacer. Hace tanto tiempo que un hombre no me toca, y menos de esamanera, que se me ha ido la cabeza totalmente. Intento serenarme y pensar que solo esJorge, mi confesor, mi amigo de penas, el tío de Víctor. Pero cuando me fijo mejor enaquellos brazos completamente tatuados y en aquellas manos grandes que se hanapoderado de mi cabeza y de mi mente, un escalofrío me recorre la espalda.

—¡Nel! ¡¿Oye?! ¿Me estás escuchando?Jorge me hace señas en el espejo.—Sí, perdona, me he quedado un poco amodorrada.—Ya, suele pasar. —No se me escapa que, mientras coge el cepillo, sonríe de

medio lado. Comienza a peinarme como si nada, evitando mi mirada—. ¿Qué quieresque te haga?

¡¡¿¿En serio??!! No sé si esto es un jueguecito y la frase va con segundas, pero, derepente, la antigua Nel se ha despertado de su letargo.

—¿Que qué quiero que hagas? —Me muerdo el labio inferior, pensativa—. Medejo hacer lo que quieras.

Veo cómo Jorge levanta una ceja.—¿En serio? Mmmm… Interesante…Me coge la cabeza delicadamente y la echa para atrás, estudiando mi melena. Luego

de sitúa delante de mí y, con mi rostro entre sus manos, me mira detenidamente desdetodos los ángulos, como si estuviese estudiando mis rasgos.

—Sin duda tendré que hacerte muchas cosas… ¿Te dejarás?Trago saliva y no puedo evitar ruborizarme.—Ya te he dicho que me puedes hacer lo que quieras.Jorge me mira fijamente, haciendo que aparte la mirada.

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—Está bien. Tú lo has querido. Relájate… Y disfruta, Nel.Intento concentrarme en el montón de revistas que me han dejado, pero apenas miro

las fotografías y paso las páginas rápidamente. No puedo evitar echar alguna que otramiradita a Jorge, pero él no parece darse cuenta. Corta, repasa, peina y marea mi pelode un lado al otro, mirándolo pensativo. En cuanto parece que ha terminado con elcorte, me seca el pelo por encima y me pone una capa para el tiente.

—¿Ahora me vas a teñir? Pensaba que siempre se hacía antes de lavar el pelo.—Para el efecto que quiero conseguir yo, no.Me paso una hora más entre tintes y lavados, aunque esta vez me lava Sara, de una

forma más común que como lo hizo Jorge. En el fondo y ante mi sorpresa, me da penaque el juego se haya acabado.

Sara me seca también el pelo. Empiezo a intuir lo que Jorge ha hecho para mí y mequedo muy sorprendida. Es un estilo diferente, algo más loco de lo que estoyacostumbrada a llevar y que me hace bastante más joven de lo que soy.

—Ya sigo yo, Sara.Jorge comienza a darme los últimos retoques y, como ha pasado anteriormente,

evita mi mirada, muy concentrado en el secador y la plancha alternativamente.—¿Qué te parece?—Es increíble. Haces maravillas…Me parece oír que musita un «no lo sabes tú bien», pero a estas alturas no sé si me

lo estoy imaginando. Me sujeta un espejo para que lo pueda ver por detrás. Es uncorte perfecto para mí porque, aunque ahora mismo resulta sexi y muy estudiado,seguramente no quedará mal nada más salir de la ducha.

Me levanto de la silla y, no sé por qué, me apetece ponerme tacones, vaquerosajustados y salir de fiesta.

—Deberían recetar tus servicios como tratamiento médico. Curarías a más de uno.—Espero, al menos, haberte levantado el ánimo.«No lo sabes tú bien», pienso, enrojeciendo al instante. No le digo nada, solo le

doy un abrazo espontáneo que no sé por qué me sale. Jorge corresponde a mi abrazomás efusivamente de lo que acostumbra, y me confunde.

—Bueno… Me voy a marchar. Tengo ganas de ver cómo está Noah.—Claro… Luego me cuentas cómo ha pasado la separación. —Hago amago de

sacar la cartera, pero Jorge me sujeta la mano, lo que provoca otro escalofrío en miespalda—. De eso nada. Esto es un regalo. Para que vuelva Nel.

Asiento, intentando sonreír. Me siento rara. Jorge se ha quedado serio de repente,como si estuviese pensando en otra cosa. Le doy un beso en la mejilla, para lo que metengo que poner de puntillas, casi perdiendo el equilibrio.

—Muchas gracias, de verdad, te debo una. ¿Nos vemos luego?

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—Intentaré salir pronto. Te doy un toque.Me despido torpemente, como nunca me había pasado con él ni con ninguno que yo

recuerde. Y no sé por qué, pero me voy con la sensación de que me quedo con lasganas de darle un beso de esos que te levantan los pies del suelo.

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CAPÍTULO XII

27 de noviembreNo sé cómo ha pasado, pero los días se han esfumado tan rápido que apenas me he

dado cuenta. Ya ha llegado el fatídico día. Cuando dejo a Noah en la guardería,dormidito, no puedo evitar que se me escapen algunas lágrimas. Sé que estaráestupendamente, pero, aun así, no puedo dejar de preocuparme. Serán muchas horasseparados, con gente extraña y, aunque ya lo he llevado dos días a ratos para que sefuese acostumbrando, tengo miedo de que piense que lo he abandonado. Quién me loiba a decir. La inhumana Nel ahora no puede vivir sin su pequeño cachorro.

—Buenos días —saludo al guardia de seguridad y entro como un flan.No sé definirlo, pero se respira un ambiente diferente en el trabajo. Probablemente

sea cosa mía por llevar tanto tiempo ausente, pero mi sexto sentido percibe algo queme hace ponerme en alerta.

Cuando se abren las puertas del ascensor, tengo un nudo en la garganta. No hequerido llamar a Alejo porque no quiero ponerlo entre la espada y la pared. Sé que supuesto no es tan estable como pudiera parecer sin tenerme a su lado para defenderlo,y por nada del mundo quiero que se vea afectado por un problema personal que nodebería haberlo sido.

—¡¡¡Nel!!! —Alejo sale corriendo a saludarme en cuanto me ve por el pasillo—.¡Qué alegría verte! —Me mira de arriba abajo, sorprendido—. ¡Wow, chica! ¡Quécambio! Deja que te vea…

Fue inevitable que, días después del cambio de look que me hizo Jorge, decidiesecambiar también mi vestuario. De repente, toda la ropa de trabajo que había llevadoantes se me antojaba demasiado formal, encorsetada y aburrida. Volví a dejar a Noahcon mi encantada madre y realicé una sesión intensiva de compras, hasta que encontrélo que ahora es mi nuevo estilo. Alejo alucina con mi vaquero completamenteajustado y mis botas de ante, a juego con mi nueva biker roja.

—En vez de haber tenido un niño, parece que has rejuvenecido diez años. Ya erahora de que pusieses color a tu vida…

—Anda, anda, no seas exagerado…Jaime sale del que todavía es mi despacho y su rostro se transforma en una sonrisa

falsa y congelada.—¡Penélope! Ya estás aquí… Me alegro de verte.Nos damos dos besos por educación. Sé que Jaime nunca me ha soportado,

precisamente porque me negué a que ocupase el puesto de Alejo. Y porque, no voy a

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negarlo, la enemistad es mutua.—Voy a hablar con Marcos.—No sé si podrá atenderte, iba a estar reunido toda la mañana…—Tendrá que hacerlo tarde o temprano, no tengo prisa.Me dirige una mirada de prepotencia, se encoge de hombros y vuelve dentro del

despacho. Alejo pone los ojos en blanco y suspira.—Es un encanto tu jefe, ¿eh?—Ni me lo nombres, por favor —murmura con cara de asco. Le doy un abrazo

inesperado que lo pilla de sorpresa.—Gracias —musita, agotado.Antes de llegar a la puerta del despacho de Marcos, Carlota me ve y se levanta

corriendo a darme un efusivo saludo.—¿Cómo estás, Nel? ¿Y tu bebé?—Maravilloso, qué te voy a decir yo…Hablamos de nuestros respectivos hijos durante unos minutos. El teléfono suena al

otro lado de la puerta y, en un segundo, Marcos está junto a nosotras. Cada vez sonmás tecnológicos los chivatos.

—Nel… —La cara de Marcos se vuelve de cera—. No te esperaba.—Pues es extraño. Hoy es el día de mi reincorporación. ¿No recibiste el burofax

que te envié hace quince días?—Sí, sí, sí… Claro… —Se frota la cara, nervioso—. Pasa, por favor.Entro al despacho y me siento sin esperar que me lo pida. Sé que Marcos no sabe

por dónde empezar, pero esta vez no pienso facilitarle las cosas. Se sienta a cámaralenta en su sillón frente a mí y me mira de arriba abajo.

—Te veo bien.—Gracias.—¿Qué tal todo?—Todo… Nuevo para mí, pero lo mejor que me ha pasado. Por cierto, gracias por

la cesta, me encantó.—Jero me lo dijo. —Sonríe forzadamente y juguetea con los papeles de su mesa,

nervioso—. Es lo menos que podíamos hacer para daros la enhorabuena.Se produce un silencio incómodo. Marcos revuelve papeles y encuentra mi burofax.—Bueno… Querías hablar de esto, ¿no?—La verdad es que no.Marcos frunce el ceño.—No entiendo.Me cruzo de piernas y le sonrío encantadora.

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—El burofax es una simple carta informativa, como tú y yo sabemos. Pero no herecibido ninguna respuesta, así que si me tienes que comentar algo al respecto,hablemos.

—Nel. —Sé que está intentando medir cada una de sus palabras para no perder lacompostura—. En esta carta estás pidiendo una jornada reducida.

—Exacto. Estoy en mi derecho.—Lo sé. Pero aún no hemos hablado de tu cargo… Actualmente Jaime está

cumpliendo con tu trabajo…—Y me agrada que le deis una oportunidad para ampliar sus horizontes laborales.—El caso es que ha trabajado mucho estos meses, y está haciendo un gran

trabajo…—Se lo agradeceré en cuanto lo vea… Fue una gran idea tener un suplente todo este

tiempo.Marcos carraspea y me mira fijamente.—Creo que no me estás entendiendo.Mi sonrisa se esfuma de mi cara. Intento mantener la calma y respiro

profundamente.—Te he entendido perfectamente.—Entonces comprenderás que tengamos que hablar de una reubicación…—Marcos. No te andes con rodeos.Mira el escrito de nuevo y me mira después.—No te puedo dar tu puesto.—En todo caso será que no quieres dármelo, pero tendrás que hacerlo.—Nel, has estado de baja casi un año. ¿No lo entiendes? Yo no puedo estar

esperando a que decidas…—¿A que decida qué? —Intento calmarme, pero estoy realmente furiosa—. ¿A que

decida parir? He estado embarazada y con riesgo de perderlo, no me he ido devacaciones.

—Me da igual.Siento que mi cara se desencaja. Estoy a punto de levantarme y tirarle todo lo que

tiene encima de la mesa, pero, no sé cómo, me contengo.—No, Marcos, es a mí a quien me da igual. Hoy es el día que tengo que

reincorporarme después de mi baja maternal. Y aquí estoy.—Las cosas cambian.Me levanto, intentando serenarme.—Si no me dejas ocupar mi puesto, tendré que tomar las medidas pertinentes.Marcos arquea una ceja y pone una cara de prepotente que me dan ganas de darle

un bofetón.

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—Aquí, el que pone las medidas soy yo.—Ya está… —Saco mi móvil del bolsillo de la cazadora y tecleo rápidamente.—¿Qué haces?—Llamar a la policía, sin duda.Marcos se levanta y viene directo hacia mí.—Ni se te ocurra tocarme.—Nel, no seas estúpida, por favor. Hablemos.Trata de tocarme, pero me zafo de su mano. Cuelgo el teléfono, pero lo mantengo en

la mano.—Siéntate, por favor. —Volvemos a nuestros sitios del principio y espero

expectante que empiece a hablar.—¿Quieres tomar un café?—No, gracias. Prefiero que me digas lo que me tengas que decir. Cuanto antes si no

te importa.—Nel… Sabes que siempre te he defendido, pero… En los últimos meses, tu

trabajo no fue el mejor. Para tu puesto, como te dije antes de marcharte, necesitamosel doscientos por cien.

—Me acuerdo perfectamente de lo que me dijiste. Pero tengo un contrato firmadoen el que no dice nada de eso.

—Se da por hecho. Con el niño no te puedes encargar…—Esto no tiene nada que ver con mi vida personal. Estamos hablando de mi puesto.—Está ocupado.—Está haciendo una suplencia.—Hasta que hablase contigo.—Se acabó, Marcos, ya está bien.Aún no sé cómo consigo llegar a la puerta de mi casa. Cuando salgo del coche, aún

estoy en estado de shock. Corro hacia la puerta y abro con las llaves. No se oye nada.Nel:¿Dónde estás?Cloe:Estoy en casa de Jorge.¿Ya estás aquí?Cruzo hasta la casa de Jorge, que ya tiene la puerta abierta de par en par. Cloe me

espera muy preocupada.—Tranquila, tranquila, Noah está bien. Está dormidito.Suspiro, y Cloe me aprieta la mano.—¿Estás bien?

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—No.Me derrumbo al momento. Cloe me abraza fuerte, sujetándome para que no me

caiga.—Shhh… Tranquila, entra, anda…Me lleva hasta el sofá y me da un vaso de agua.—¿Qué ha pasado, Nel? Me tenías muy preocupada…No puedo hablar. Me tiemblan las manos y apenas puedo beber sin empaparme.—Ven aquí, anda…Entre hipos y sollozos, le cuento a Cloe cómo se ha destrozado mi vida en unas

horas.—Nunca me había sentido tan mal, Cloe. Nunca. Me han hecho sentir como una

mierda.Cada vez que recuerdo a Marcos me dan ganas de gritar. No solo se ha portado

como un cerdo conmigo, sino que encima ha intentado dejarme en ridículo delante demis compañeros y de la policía, a la que finalmente he tenido que llamar para realizarla denuncia pertinente. Por suerte, estos últimos se han limitado a cumplir con sutrabajo tomando nota del atestado y escuchando las dos versiones.

—Nel, no vale la pena que te lleves este disgusto… No con gente así.—¿Y qué voy a hacer ahora? Tengo que luchar contra ellos, y tengo todas las de

perder.—Encontraremos la manera, Nel, tú ahora solo tienes que calmarte. ¿Quieres que te

traiga una tila?—Quiero ver a Noah… ¿Por qué te has venido aquí?—Le pregunto cuando caigo

más consciente de la realidad.—Está arriba, con Jorge y Víctor. He llamado a Jorge para que me acompañase a la

guardería a buscar a Noah, por si necesitaba ayuda. Espero que no te importe, pero lehe contado por encima lo que estaba pasando y ha querido aprovechar para estar conel niño y ayudarme…

—Has hecho bien. Voy a verlo.No se oye nada cuando entro a la habitación. La puerta está entornada y, cuando la

abro, la estampa me da tanta ternura que me emociono. Víctor y Jorge estáncompletamente dormidos sobre la cama, totalmente vestidos, y, entre ellos, estirado ycon cara de felicidad, duerme también Noah. Entorno la puerta de nuevo y hago señasa Cloe para que no haga ruido.

—Espera, espera. —Cloe entra de puntillas y, en el más absoluto de los silencios,les hace varias fotos.

—No deberías haber hecho eso —le digo una vez que estamos en el piso de abajode nuevo—. Les puede molestar.

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—Hija, no las voy a colgar en ningún sitio. Luego se las enseño, te lo prometo.Miro el reloj. Solo son las cuatro y media, pero estoy realmente agotada. Bostezo

sin poder evitarlo, y Cloe me achucha un poco.—¿Por qué no te das una ducha y te relajas un poco? Yo me quedaré con estos tres.

—Thor aparece de la nada y le da topetazos a Cloe en la pierna—. Bueno, vale, soiscuatro. Y tú, amiguito, necesitas un paseo.

—¿No le molestará a Caleb que te quedes aquí sola?Cloe me mira con una expresión indescifrable.—Vamos, que no lo sabe.—Pues no, pero no por nada. Es que está de viaje. —Evita mi mirada y me lleva

hacia la puerta—. Venga, no seas plasta, descansa un rato y luego vienes. Y nopienses cosas raras…

Acepto sin dudar más y me voy directa a la ducha. Necesito estar un rato sola yhacer un intento de organizar mis ideas. Sé que Noah estará perfectamente con ellos y,aunque sigo sin entender que es lo que se cuece entre Jorge y Cloe, prefiero que estéallí un rato más y que cuando despierte no me vea preocupada. O al menos no tantocomo lo estoy ahora.

***

La ducha no produce un milagro en mí, pero actúa como bálsamo y me tranquilizabastante. Con el pelo recién lavado y oliendo a mascarilla, mi vida sigue estando enpedazos, pero al menos he recuperado algo de fuerzas. Me pongo ropa cómoda y bajoa prepararme un café bien cargado, después de asegurarme que Noah se está echandola siesta de su vida.

—Hola. —Jero llega justo cuando estoy a punto de terminar el café y me estropeatotalmente el momento—. ¿Se puede saber qué ha pasado? Marcos está que echachispas…

Alucino. Lo miro mientras se quita la chaqueta y alucino. Lo miro cuando decideque con eso no vale y que se tomará una cerveza y alucino totalmente. Me echa unamirada de enfado y entonces es cuando me doy cuenta de que no puedo alucinar más.

—Vaya, qué pena. Marcos está enfadado, pobre.—Nel, déjate de sarcasmos.—Genial, ahora mismo. ¿Crees que me importa una mierda como está Marcos? Me

habría gustado que, para variar, me preguntases cómo estoy yo.

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Jero me mira desconcertado, pero no dice nada.—Vete de mi casa, por favor.—Nel…—Vete de mi casa.—Nel, estás histérica…—¿Y cómo coño quieres que esté? Tu amigo Marcos me ha tratado como una

mierda delante de todo el mundo. ¿¿Cómo tendría que estar??—Nel, creo que esto se os ha ido de las manos…—Jero, de verdad, si vas a seguir por ahí, por favor, márchate. No estoy de humor.—No me voy a ir. Tenemos que hablar de todo esto.Lo miro de soslayo y decido prepararme otro café para tener las manos ocupadas.—¿Me puedes contar lo que ha pasado?—Me imagino que ya te habrás enterado.—Sí, pero me gustaría saber tu versión.Suspiro, intentando decirle algo, aunque realmente es a la persona a la que menos

me apetece darle explicaciones.—Pues, ni más ni menos, que Marcos no me quiere devolver el puesto porque ya

está otra persona ocupándolo.Jero me mira sin pestañear.—¿No vas a decir nada?Suspira y me quita la mirada.—A ver, Nel, vale que no te quiere devolver el puesto. Pero creo que te ha

sugerido un puesto alternativo…—¿Me oyes cuando te hablo? No me quiere devolver mi puesto, y eso no es legal…—Nel, llevas casi un año sin trabajar…Lo miro atónita.—No me puedo creer que le estés dando la razón a Marcos.—No se la estoy dando, es solo que…—Jero, tú sabes que lo que quiere hacer no está permitido, y no voy a ceder por

nada del mundo.—Yo solo digo que deberías escucharlo, porque quizá ese puesto…—No me lo creo, Jero. No me creo que seas capaz de esto. —Me tomo el café de

un trago y dejo la taza de mala manera en el fregadero—. Esto no es solo mi trabajo,¿no lo entiendes? Esto también le concierne a tu hijo y, por consiguiente, a ti.

—Por supuesto que me concierne a mí, ¿te crees que no me doy cuenta?—Pues no lo parece dándole la razón a Marcos.—Nel, yo solo digo que quizá un puesto con menos responsabilidades te vendría

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bien ahora que tenemos a Noah…No puedo evitar reírme.—¿Que tenemos a Noah? —Intento mantener la calma, pero no sé cuánto aguantaré

—. Entonces sería bueno que hablásemos con Marcos, porque quizá deberías bajar túel ritmo. Teniendo en cuenta que yo cobro tres veces más que tú…

—Ya sé que tú cobras mucho más, no hace falta que me lo digas. —Nunca habíanotado ese rencor en su voz—. Pero reconoce que tu trabajo no es compatible contener un bebé.

—¡¡Dejad de opinar si es o no es compatible!! ¡¿Y qué si no lo es?! Habrá queoptar por otras soluciones, no por degradarme y regalar mi puesto a un niñato que notiene ni puta idea…

—Vale, Nel, no hay quien hable contigo. Me voy. Volveré cuando estés máscalmada.

Cuando está llegando a la puerta, mi maldad encuentra un resquicio desde el quevengarme.

—¿No quieres ver a Noah?—Sí, claro. ¿Dónde está?—Veo que va a ser verdad que unos tenemos hijos más que otros…—No vayas por ahí, Nel. —Se da cuenta de que tampoco está el cochecito—.

¿Dónde está?—Con Cloe. He tenido que autorizarla en la guardería para que lo recogiese a

tiempo. —Omito decirle que está cruzando la calle porque, sinceramente, no quieroque se acerque a mi hijo ni un centímetro más.

—Avísame cuando lo traiga. Vendré un rato a verlo y me iré pronto.Espero oír un portazo, pero nunca se produce. Ahí están las diferencias más

notables entre Jero y yo. Las circunstancias que harían que yo estallara y meconvirtiera en un monstruo de dos cabezas lanzando bolas de fuego, en Jero no hacenningún efecto, lo que incrementa mi mala leche un doscientos por cien.

Lamentablemente, el efecto de la ducha se ha esfumado por completo. Me seco porencima el pelo y cruzo a casa de Jorge.

—Hola, guapa. —Cloe me abre la puerta y me mira de arriba abajo—. ¿Haspodido descansar un rato?

—Casi lo había logrado… —Suspiro y me dejo caer en el sofá—. Ha venido elimbécil de Jero y se ha roto la magia.

—Ya lo siento, chica.—¿Qué tal Noah?—Acabo de bajar. Frito como los otros dos.—Pues me va a dar una noche… ¿No deberíamos despertarlos?

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—¿Y qué hacemos? A mí me da no sé qué decirles nada. Están tan a gustito…—Creo que ya no os va a hacer falta subir… —Un adormilado Jorge aparece por

las escaleras con Noah en brazos—. Este bicho se ha encargado de despertarnos.—¡Cariño! —No puedo evitar salir corriendo hacia mi niño, que me lanza los

brazos y me hace pucheros. Cuando lo abrazo, estoy a punto de que se me salten laslágrimas de nuevo.

—Bueno, bueno, corre con tu mamá, traidor…—Gracias por cuidarlo, chicos—les digo a Jorge y Cloe en cuanto dejo de

achuchar a Noah—. Os debo una. Y bien grande…—No te preocupes, ni que diese problemas el angelito…—Cloe mira embelesada a

Noah y me lo quita de los brazos.—¿Te encuentras mejor? Cloe me ha contado… —dice Jorge, disculpándose.—Bueno… Me encuentro, que no es poco.—¿Queréis tomar algo, por cierto? Porque veo que no os habéis atrevido ni a entrar

en la cocina en mi ausencia…—Yo, nada, gracias. —Cloe mira el reloj y se encoge de hombros—. Debería irme

a casa, Caleb vuelve hoy de viaje. —Me da al niño, sin dejar de achucharlo, y cogetodas sus cosas—. Llámame si quieres hablar, ¿vale? Hasta luego, Jorge.

Justo cuando Cloe sale por la puerta, Víctor baja la escalera.—¿Cómo me habéis dejado dormir tanto? ¡Tengo partido!Intenta ponerse las botas de fútbol mientras Thor juguetea con los cordones.—¡Thor! ¡Déjame, plasta! —Coge una mochila y sale escopetado—. ¡Llego para la

cena!—… Y así es como los pequeños bebés se convierten en extraños insociables que

vuelven como bichos malolientes.Nos reímos a la vez. Noah bosteza ruidosamente y volvemos a reírnos.—¿No ha dormido ya demasiado?—En la guardería nos han dicho que no ha dormido nada en toda la mañana. Que

estaba emocionado y muy atento a todo.—Me imagino… La novedad… Veremos mañana si le gusta tanto cuando vea que

tiene que volver. Jo… Cómo me fastidia no haber ido el primer día de guardería…—Tranquila… Habrá muchos más… Y él se alegrará el triple cuando seas tú la que

vaya a buscarlo.—¿Os ha reconocido? ¿Ha llorado?—No, para nada. Estaba jugando a algo con una de las chicas, en el suelo. Nos ha

visto y ha sonreído encantado. —Me mira y suelta una carcajada—. En serio, hija,que no ha sido para tanto…

—Lo sé… Es que estoy agotada.

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—Espera.Jorge se va corriendo y vuelve con dos cervezas.—Ya empezamos.—Así dormirás mejor.—Mira que lo dudo.—¿Vas a ir mañana?—Qué remedio… —Suspiro, recostándome en el sofá—. La policía me ha

recomendado que, hasta que se aclare todo, debería aparecer todos los días. Si novoy, podrían acusarme de abandono del puesto de trabajo.

—Joder, qué cabrones.—Ya ves… Así que me tengo que tragar los caretos de todos hasta que alguien

decida qué hacer conmigo.—Y Jero, ¿estaba esta mañana?Es oír su nombre y me enciendo.—Da igual, si hubiese estado habría salido corriendo, el muy cobarde.—¿Por qué dices eso?—¿Por qué te sorprendes?—Ja, ja, ja… No es que me sorprenda… Vaya… Que yo pienso igual… Pero tú

siempre lo estás defendiendo…—Sí, pero ya me he hartado de respaldarlo en todo. Estoy aburrida de aguantar

tonterías.—¿Qué es lo que ha hecho esta vez?—Nada. Ese es el problema. Que nunca hace nada.Mi móvil suena encima de la mesa. Le echo una ojeada y suspiro.—Hablando del rey de Roma…Corto la llamada y tecleo rápida y brevemente un mensaje.—¿Te importa que venga aquí? No tengo ganas de estar con él a solas.—Claro, no hay problema.—Gracias, cariño, eres un encanto.Jorge me mira con una expresión indescifrable en su rostro y va hacia la puerta en

cuanto suena el timbre.—Hola, Jorge. Perdona que te moleste. —Me saca de quicio el solo hecho de

escuchar su voz—. ¿Puedo hablar con Nel?—Claro, pasa.Se me hace raro ver a Jero con Jorge. Y creo que a ellos también. Recoge nuestras

dos cervezas casi vacías y lo mira, incómodo.—¿Quieres tomar algo?

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—No, muchas gracias.—Vale —titubea, sin saber qué decir—. Estaré en la cocina.En cuanto Jorge se va, voy hacia Jero y le doy al niño, que protesta.—Toma, tu hijo.Jero lo coge torpemente y Noah lloriquea un poco más.—Ha tenido un buen primer día en la guardería, gracias por preguntar.—Nel, estás siendo muy injusta…—Delante de Noah, ni se te ocurra levantar la voz.—¿Y cuando hablamos? Vamos a casa, anda, y te tranquilizas.Creo que Jero aún no ha entendido que esa frase hace que me ponga aún más

nerviosa.—¿Te refieres a mi casa? Estoy bien aquí, gracias.—Ya sé que estás muy bien aquí, pero no sé de qué te estás refugiando, la verdad.

En algún momento tendremos que hablar.—Ya hemos hablado muchas veces, Jero.—De lo que está pasando ahora mismo, no.—Eso es solo asunto mío, me lo has dejado muy clarito.—Mira, Nel, si quieres pensar que soy un egoísta por haber dicho eso, lo siento.

Claro que es problema de los dos, principalmente porque casi el cien por cien de mitrabajo es para esa empresa para la que trabajas, y lo que no podemos hacer esquedarnos los dos sin ingresos por no ceder al menos un poco.

—Pero ¿cómo eres capaz de decir eso, Jero? —Lo miro sin dar crédito—. ¿Creesque todo esto no es nada más que un capricho mío?

—No estoy diciendo eso, Nel, pero reconoce que al menos podrías haberlohablado con Marcos de una manera más tranquila.

—Ah, perfecto. Me siento tranquilamente y espero paciente a que Marcos me quiteel trabajo por el que tanto he luchado en los últimos años.

—Él no va a hacer eso.—Mira, Jero, no sé qué te habrán contado, pero te han engañado. Marcos está

tratando de hacer algo que no solo es ilegal, sino que es inadmisible. —Por unosmomentos me siento tan cansada que no quiero seguir con esto—. No voy a aceptar loque a él le dé la gana por miedo a lo que pueda pasarme.

—Muy bien, nos iremos los dos a la mierda. Es genial que pienses en ti y no enNoah y en mí. —Mira de nuevo a Noah, le da un beso en la cabeza y extiende losbrazos para que le coja—. Me voy. Imagino que mañana te veré en el trabajo.

—Exactamente.—Joder, Nel, qué difícil me pones todo.Esta vez sí oigo el portazo, que retumba en toda la casa y hace que Noah se asuste y

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se ponga a llorar.—¿Estás bien?Jorge viene de inmediato, con cara de preocupación.—Sí… No… No lo sé, la verdad. —Abrazo a Noah y le pongo el chupete, hasta

que consigo calmarlo.—Espera aquí.Jorge vuelve con un biberón caliente.—Gracias.—Quédate aquí tranquila, Noah necesita calmarse.Me siento con mi hijo en el sofá y le doy el biberón, que se toma entero sin pausas.

Antes de terminar, noto cómo sus músculos van relajándose y se queda dormido.Observo durante unos minutos sus manitas, sus espesas pestañas, su pelo dorado queva creciendo ensortijado, y no puedo dejar de pensar que, al menos por él, tengo queluchar por lo mío. Por lo nuestro.

Le dejo en el cochecito y lo tapo con la manta azul celeste con estrellitas que loacompaña a todas partes. En cuanto la siente cerca, se agarra a ella y sonríe como sifuera la solución a todos sus problemas. Me encantaría tener una mantita suave quepudiera resolver los míos.

Jorge está sentado en la encimera de la cocina, bebiendo una cerveza y viendo unpartido de fútbol en la tele.

—¿En serio te gusta el fútbol? No te pega nada…Jorge me mira y sonríe encantador.—Hay tantas cosas de mí que no sabes…Se levanta de un salto y me trae otra cerveza.—No, gracias. Noah, recuerda.—¿Y…?—Y además de que casi no me queda leche y en dos horas tiene su toma, que no

quiero que sea con sabor a cerveza, no voy a emborracharme porque tengo que cuidarde él.

—Esto… Nel… Sé que hoy no es el día ideal para contradecirte, pero por una quete tomes no te vas a emborrachar. Por lo poco que te conozco, te faltan dos cajas deestas para que se produzca ese hecho.

No puedo evitar reírme.—En eso tienes mucha razón.La cerveza fría me da un chute de energía positiva. Vemos el final del partido sin

hablar, pero es una situación tan sencilla y tan cómoda que me relajo casi porcompleto. En cuanto anuncian el final del partido, Jorge cambia de canal y pone lasnoticias.

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—¿Te quedas a cenar?Miro la hora y no sé qué hacer.—Ufff…—Vale, como no me des más datos…—Ay, no sé… Debería irme a casa, pero seguro que Jero está allí esperando…—¿Quieres que vaya yo a ver?—No. —Me tomo la cerveza de un trago—. Si no te importa, me gustaría quedarme

un ratillo.Para cuando Víctor vuelve del fútbol, a nosotros se nos ha ido de las manos. Mi

poco instinto culinario, unido al entusiasmo de Jorge, ha producido todo lo que miraalucinado Víctor. Hay botes por todas partes, harina y pan rallado por toda laencimera y un pescado un tanto sospechoso terminando de hacerse en el horno. Sumirada va de uno a otro. Jorge se encoge de hombros y esboza una sonrisa traviesa.

—Ya sabes, comidita casera…

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CAPÍTULO XIII

—¡Espera, Nel! —Alejo corre por la calle hasta llegar a mi altura.—Aquí no, Alejo… Nos van a ver.—Me da igual. Tengo que hablar contigo.—He aparcado allí. Vamos, te llevo a casa.En cuanto arranco y nos vamos de la zona, respiro más tranquila.—¿Se puede saber qué haces? —lo regaño—. Si te ven conmigo, no creo que hagan

una fiesta precisamente.—Nel, de verdad, me da igual. Desde que te fuiste, esto se ha convertido en un nido

de buitres. No soy el único que está hasta las narices de esta situación.—Me imagino, pero no quiero que nadie se vea involucrado en todo esto.—Mira, si yo puedo hacer algo para ayudarte, me importa una mierda el trabajo.Paramos cerca de su casa, en un sitio que encuentro libre.—María estuvo hablando conmigo ayer. Está muy preocupada por todo esto.—No me extraña. Ya me imagino a quién le salpican todas las meteduras de pata.—No es solo eso, aunque ya te puedes imaginar… —Alejo suspira y pone cara de

asco—. Ayer se reunieron todos los jefes. Parece ser que están pensando en ofrecerteun trato.

—¿Y cómo sabe María todo eso?—Carlota. Son amigas desde hace mucho tiempo.—Ya… ¿Y qué clase de trato?—Quieren ofrecerte un nuevo puesto. Por supuesto, bastante menos importante que

el que tenías.—Eso ya intentó ofrecérmelo Marcos.—Ya. Pero es que es o eso, o echarte.—No pueden hacerlo, Alejo, no te preocupes.—Eso ya lo sé, Nel, pero parece ser que lo que quieren ofrecerte es una cantidad

bastante importante para que te vayas.—Me quieren comprar.—Por decirlo de algún modo… —Se encoje de hombros y me mira con tristeza—.

¿Jero no te ha dicho nada?—¿Jero?Alejo frunce el ceño.—María me ha dicho que en la reunión estuvo él también. Me imagino que como él

es el que se encarga de las nóminas y todos esos temas, le habrán encargado el

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finiquito.No digo nada. Me quedo mirando el volante, intentando pensar en algo que tenga

sentido.—¿No… lo sabías?Niego con la cabeza, en silencio.—A ver… A ver… Que te conozco. Igual aún no te lo ha contado, pero te lo

contará. Seguro.—Ya. Claro.—No creo que sea fácil para él tampoco.—Por favor, Alejo. Te aprecio. Eres mucho más que un compañero para mí. No me

hagas enfadarme ahora contigo, porque eres la última persona con la que quieroenfadarme ahora mismo.—Alejo asiente en silencio—. Dime cuándo fue esa reunión.

—La semana pasada.Suspiro y miro la calle, ausente.—Lo siento, Nel.—¿Sabes qué es lo más gracioso? Que hace solo dos días, ¡dos!, Jero y yo

discutimos por este tema. Y sinceramente, después de hablar con él, y aunque yo séque tengo razones para luchar por todo esto, me sentí la persona más egoísta delmundo. —Alejo me mira preocupado—. Él intentó convencerme de que la única queestá equivocada aquí soy yo y que debería escuchar la oferta que tienen para mí ydejar que me reubiquen. Porque es lo mejor para todos.

Pasamos unos segundos en silencio.—Si te sirve de consuelo, yo estoy completamente de tu lado. Lo que te están

haciendo es una putada. Y un sinsentido para la empresa. Jaime no tiene ni puta ideade lo que está haciendo.

—Gracias, cariño.Lo miro, intentando sonreír. Sé que no tiene ni idea de qué decir ahora mismo, pero

lo que me acaba de decir es lo único que necesitaba oír.—¿Me mantendrás al tanto de lo que te enteres?—Claro, no lo dudes.—Pero ni se te ocurra volver a hacer lo que has hecho hoy. No quiero que nadie

sepa que hablamos, o no confiarán en ti.—Eso está hecho, Nel.Le doy un abrazo que me sale del alma. Sé que lo pillo de sorpresa, pero es que

últimamente, con las emociones a flor de piel, necesito expresar con algo más quepalabras mis sentimientos.

—¿Sabes? —Me mira sonriendo cuando nos separamos—. La Nel de antes era laleche, pero esta… Es lo más. Ve a por ellos y presiónalos.

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***

Cloe:¿Estás en casa?Nel:No.Estoy comprando toneladas de pañales.Para variar.Cloe:¿Cuándo estarás allí?Nel:Media hora máximo.¿Qué pasa?Cloe:Nos vemos allí y te cuento.Cinco minutos después de entrar por la puerta, llaman al timbre. Una Cloe

desconsolada entra y cierra de un portazo, abrazándose a mí.—Eh, eh, eh… ¿Qué pasa?Cloe hipa y no deja de llorar.—Vamos… ven, siéntate, anda.Sin separarse de mí, nos sentamos en el sofá, donde se abraza cada vez más fuerte,

desconsolada.—¡Cloe! Por favor, me estás asustando…—Está… Todo…—¡¿Qué pasa?! ¡¿Estás bien?! —Consigo separarla un poco de mí y mirarla a los

ojos—. ¿Caleb?Asiente en silencio.—¡¿Está bien?! ¡¿Le ha pasado algo?!Niega con la cabeza y vuelve a abrazarse a mí. Pasamos así unos minutos, sin decir

nada. Siento cómo mi hombro se va mojando de las lágrimas de Cloe, pero sé que nopuedo hacer otra cosa que abrazarla fuerte e intentar tranquilizarla. Acaricio suespalda, como hago con Noah, hasta que noto como su respiración se vanormalizando. Cuando solo suspira y sé que ya no llora, hago otro intento.

—¿Quieres contarme lo que ha pasado?Cloe me mira con una tristeza absoluta en sus ojos.

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—Lo hemos dejado.—¡¿Qué dices?!Asiente de nuevo, secándose las lágrimas.—¿Se puede saber qué ha pasado?—¡Ay, Nel!—¡Ni hay Nel ni nada! —Por un momento, todos mis problemas me parecen pocos.

Enterarme de que lo han dejado es una decepción tan grande como cuando se te cae unmito—. Vamos a ver, Cloe, cuéntame qué ha pasado, porque no me lo estoy creyendo.

—Que todo es una mierda, Nel. —Le doy un pañuelo, y ella se suena ruidosamente—. No puedo seguir con una persona que me humilla a la primera de cambio y ponepor delante de nuestra relación a cualquier persona antes que a mí.

—Entonces, ¿lo has dejado tú?—¿Cómo lo voy a dejar yo si no puedo vivir sin él?Pongo los ojos en blanco y suspiro. Esta conversación va a ser larga, muy larga.—Es su madre, Nel. Es su madre. Esa harpía sin corazón que me odia.—A ver, cariño, no creo que sea para tanto…—¡Nel, por favor! —Cloe grita desesperada—. Ya ha conseguido que nos

separemos. ¿Qué más quieres para demostrarlo?—A mucha gente le pasa esto, Cloe, las bodas estresan mucho…—Las bodas no estresan, Nel, estresa la gente que se pone por medio. —Parece

que se va a poner a llorar de nuevo, pero se contiene.—¿No hay nada que hacer para que lo arregléis?—Por mi parte no.—Pero, Cloe…—No, Nel, no puedo. ¿Sabes lo que me ha dicho? Que soy una egoísta por no dejar

participar ni ser feliz a su madre con la boda.—¿Y su padre no te puede echar un cable?—¡¿Su padre?! —Ríe amargamente—. Su padre está encantado de no ser el blanco

de sus maldades por una vez en la vida. Son una familia de calzonazos…—Pero ¿qué ha pasado?—¿Te acuerdas de lo que te conté? —Asiento, intentando recordar los detalles,

aunque, en resumen, recuerdo que su suegra era poco menos que una bruja—. Llevameses poniendo pegas a todo lo que decido y caras de asco a todo lo que le enseño.Así que me harté y en la siguiente prueba del vestido, me fui sin ella. Y no sabes quédisgusto cuando llego a la tienda. La chica no sabía dónde meterse, pero al final seatrevió y me contó que mi suegra había ido dos días después de estar yo allí y que sehabía comprado el mismo vestido que yo pero en corto.

—¡¡¿¿Qué??!!

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—En serio. Al principio pensé que se trataba de un error, pero me enseñó elmodelo exacto que se había llevado. ¡Era igual! Y encima me dicen que había ido acomprarlo con su hijo y que por eso me lo contaban, porque les había parecido todoextrañísimo. —La miro sin dar crédito—. Así que me pillo un disgusto que no veas enla tienda, porque ya no podré ponerme ese vestido. Las chicas se portaron súper bieny de nuevo tuve que pasarme horas eligiendo hasta que encontré otro que me gustase.He tenido suerte y me podré vestir con un diseño de alta costura de otra temporadapor el mismo precio y, sinceramente, le da mil vueltas al primer vestido, pero esa noes la cuestión.—Suspira y se seca las lágrimas, algo más tranquila—. Llegué a casacon un disgusto que no veas, y cuando se lo conté por encima a Caleb, me miró concara de no entender nada.

—Típico de ellos.—Y voy yo y le recalco que el vestido de su madre es igual que el mío pero en

corto, a ver si se entera ya, y va y me dice que no se habrá dado cuenta y que no lohace con mala intención. Que soy yo la que tengo la mente sucia…

—Vaya tela…—Y entonces me puse a llorar, diciéndole que me había estropeado la sorpresa del

vestido y que no podía ir igual que su madre. Y como me imagino que ya no sabíacómo salir de esa, me dice que para él no es importante todo eso y que soy yo la queestoy estropeando las cosas, porque lo importante es que estemos juntos y no todosesos nimios detalles.

—Bueno, ya sabes que ellos no le dan tanta importancia a esas cosas…—Mira, Nel, vale que lo de las flores, la decoración y todas esas tonterías sean

cosas sin importancia, pero mi vestido…—Ya, ya lo sé. —No tengo ni idea de qué decirle para no meter la pata—. Pero…

Y… ¿pasó algo más?—Hombre, claro, cómo se iba a quedar ahí… A la media hora lo llamó su mamaíta

y no sé qué le preguntaría él, pero el caso es que cuando colgó, me echó en cara que asu madre la habíamos dado de lado en la prueba de vestidos, que nos burlábamos desus opiniones y que no podía culparla de elegir un vestido similar cuando ni siquierale había dejado verme con el mío.

—No jodas…—Así que le dije que ya que su madre era tan ridícula como para comprarse un

vestido de novia para la boda de su hijo, lo mejor que podía hacer era casarse conella, que seguro que lo haría encantada la puta bruja.

—¿Y tu suegra sabe que has cambiado el vestido?—No tiene ni idea.—Pues ya verás qué cara se le va a poner cuando te vea con otro…—No va a poner ninguna cara porque no me voy a casar, Nel.

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—Pero, Cloe…—Y en caso de hacerlo, que lo dudo, no es una cuestión de darle en las narices con

otro vestido. Debería darse cuenta de que es una víbora por querer ir vestida deblanco a la boda de su hijo.

—Eso ya lo veo más difícil, y mira que no la conozco…El móvil de Cloe suena, pero ella lo silencia. A continuación suena el mío. Es

Caleb.—No lo cojas.—¿No crees que se mosqueará?—Como si me importara.Suspiro, agotada. No tengo energías para esto. Adoro a Cloe, es mi hermana, pero

no soporto todo lo relacionado con su boda. Después del disgusto en mi trabajo, midecepción con Jero y cubrir las necesidades de mi hijo, no puedo encargarmementalmente de nada más.

Oigo llorar a Noah. Cuando voy a calmarlo, aprovecho para hablar con Caleb sinque Cloe se entere.

Nel:Está aquí.Pero no vengas.Está histérica.Caleb:Voy enseguida.Nel:No vengas.Espera que te diga.Caleb:¿Se puede saber qué pasa?También este es un poco cortito.Nel:Tú sabrás.Yo no me meto en vuestras historias.Caleb:Nel, necesito hablar con ella.Nel:A mí no me líes.

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Intenta llamarla.Pero aquí no vengas o me mata.Al rato, mientras doy de comer a Noah, me llega otro mensaje.Caleb:¿Se puede saber qué le pasa?La he llamado 200 veces.No coge. Cuelga.Nel:No tengo ni idea.La he dejado sola.Tengo cosas que hacer.Caleb:Qué gran ayuda, Nel.Dile que me coja el teléfono.Nel:Hablaré con ella.Pero deja que se tranquilice.Esto es lo que me faltaba. De verdad. No soporto las peleas de pareja, y menos

cuando yo no formo parte de ella. Noah se vuelve a dormir en cuanto termina la toma.No me extraña. Este es mi hijo. Yo creo que ha visto la que se avecinaba y hadecidido quitarse de en medio. Ojalá yo pudiera hacer lo mismo.

Cuando vuelvo al salón, Cloe está en pleno éxtasis de ruptura: ha cogido cervezas,patatas, Nocilla, helados y aceitunas y lo está mezclando todo como un cóctelMolotov.

—¿No tienes algo más fuerte?—Llevo embarazada y de lactancia tantos meses que si hay estará caducado. —

Pienso si guardo alguna botella de la cesta de Navidad por ahí—. Además, ya sabesque prefiero beber fuera.

Revuelvo en los escasos muebles del salón hasta que doy con lo que estababuscando.

—¿Te vale esto?—¿Tequila? ¿Qué quieres, que me acuerde de él hasta borracha?—Vale, vale, no había caído. —No me acordaba de Caleb y sus jueguecitos con

esa bebida—. ¿Crema de orujo? No tengo más.—Me vale. —Me arranca la botella de la mano y echa una buena cantidad en un

vaso—. ¿No me acompañas?

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—Cerveza sin alcohol máximo. Recuerda a Noah.—¡Es cierto! ¡Pobrecito! Y yo aquí molestando. —Se pone a llorar de nuevo—.

Ay, Nel, lo siento tanto… Necesitaba contártelo a ti solo. No quería ir así a casa demis padres, porque mi padre es capaz de asesinar a Caleb.

—Tranquila, has hecho bien. No me molestas, de verdad.—Gracias, amiga… —Se abraza a mí, llorando aún—. ¿Te importaría que me

quedase a dormir?—Claro que no me importa. —La estrecho fuerte porque, aunque estoy harta de sus

historias con Caleb, se me parte el corazón de verla así—. Anda, no seas tonta. Sabesque esta es tu casa. Vamos a buscar un pijama, venga.

Cuando por fin la puedo convencer de que la Nocilla con chorizo no es buenacombinación, por más que lo jurase cuando teníamos quince años, son casi las diez.Pongo a calentar unas pizzas en el horno y llamo furtivamente a Jorge. Si tenemoscompañía, al menos me ahorraré oír una vez más lo bruja que es su suegra, porquecomo sigamos así, al final me va a dar pena la mujer y todo.

Como me imaginaba, Jorge consigue animarla un poco. No sé qué le cuenta, pero almomento Cloe ríe a carcajadas con él. Si no fuera porque creo que estoy siendobastante mala, pensaría que esos dos están tonteando. Porque está claro que a Jorge legusta, o al menos le llama la atención. Y ella… No me extrañaría que su próximanovela estuviese protagonizada por un hombre lleno de tatuajes.

—¿Víctor no viene? —Interrumpo, sin poder ni querer evitarlo.—Está con mi hermana. Ha venido a buscarlo como sorpresa y se lo ha llevado

unos días a Londres.—¡Londres! —Cloe grita emocionada, con claros signos en su voz de que no ha

sido buena idea beber tanto—. Yo viví en Londres. Es una ciudad maravillosa…Ya estamos. Cloe y sus batallitas. Y Jorge, que se queda embobado con sus

historias. Pues genial. Ya va la imbécil de Nel a ver si están listas las pizzas.Cenamos como podemos, rodeados de guarrerías que Cloe insiste en probar y luego

se da cuenta de que son un error. Jorge me mira sorprendido y me encojo de hombros.Estoy reviviendo las tardes de lloros en su casa, cuando Caleb le hacía una guarrada.La historia se repite.

Voy a ver a Noah y me da hasta pena que esté tan dormidito. Me aburro mucho.Cloe ha iniciado un monólogo que puede durar horas. Estoy tentada de meterme en lacama y dormirme, pero no los quiero dejar solos. No por nada, pero sé cómo se poneCloe en estas situaciones y no quiero que haga nada de lo que se arrepienta. Ni queJorge me deje de hablar.

Cuando bajo, veo que mi móvil está sonando sin parar, pero nadie parece habersedado cuenta.

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Caleb:Estoy fuera.Nel:Estamos Jorge y yo con ella.No sé si es buen momento.Caleb:Me da igual.Tenemos que hablar.¿Va a haber algún buen momento?Nel:Tienes razón.Espérame fuera.Le mando un mensaje a Jorge sin que Cloe se entere. Él asiente entendiendo todo, y

salgo fuera.Me sorprendo al ver la mala cara que tiene Caleb. No es que piense que es un

capullo sin sentimientos, pero en realidad nunca lo había visto en una situacióndesfavorable para él.

—Estás hecho un asco. —Me acerco y le doy un abrazo.—Necesito hablar con Cloe, Nel.—No sé cómo se va a tomar que estés aquí.—Es una cabezota… —Suspira cansado—. No me deja hablar, explicarme…—Tiene un disgusto tremendo.—Nel, seguro que te lo ha contado… No es para tanto…—¡¡¡Para, para, para!!! Ni se te ocurra decir esa frase delante suyo porque será la

última vez que la veas. —Caleb pone cara de no entender—. Además, en mi humildeopinión, sí es para tanto…

—Mira, yo no sé qué te habrá contado, pero creo que estamos sacando las cosas dequicio. Sabes cómo la quiero.

—Si la quieres tanto como dices, más vale que hagas algo más que disculparte.—Sabes que haría cualquier cosa…—Soluciónalo, Caleb. —No quería meterme aquí, y ahora estoy metida hasta el

fondo, pero no me puedo callar—. No soy quién para decirte esto, solo sé la versiónde Cloe, pero tu madre se ha pasado tres pueblos.

—Mi madre… Es muy intensa.—Pues tendrás que hablar con ella, Caleb, porque si no, me parece que Cloe no

vuelve.Caleb se revuelve el pelo con cara de sobrepasado.

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—Ya. Lo sé. Esta vez se ha pasado.—Vamos. Habla con ella.Cuando entramos, Cloe se lo queda mirando sorprendida. Me lanza una mirada de

pocos amigos y se levanta del sofá.—Vete, Caleb. No tengo nada que decirte.—Pero yo sí. Y quiero que me escuches, por favor.Jorge aprovecha la oportunidad para levantarse del sofá y quitarse del punto de

mira. Pasa junto a Caleb y le aprieta el hombro, dándole ánimos, hasta que llega a mialtura y se queda parado, sin saber qué hacer.

—¿Ahora quieres hablar? Lástima, porque a mí ya no me apetece saber qué tienesque decir.

—Huida. Ya —susurro al oído de Jorge. En un tiempo récord, subo a la habitación,meto a Noah en el cochecito y salimos furtivos por la puerta, envueltos en la discusiónde Caleb y Cloe.

—Ufff… Demasiado para mí… —Jorge abre la puerta de su casa y parece queentramos en un templo de meditación de la tranquilidad que se respira—. Voy a metera Thor. Ponte cómoda.

Me siento en el sofá y pongo la tele como si estuviera en mi propia casa. De laescasa programación interesante, elijo una película de terror que no parece muybuena, pero que siempre será mejor que una comedia romántica, que ahora mismo meda más miedo que cualquier otra cosa.

—No, no, no… Ni hablar… —Jorge me quita el mando—. De peliculitas de miedo,nada, bonita.

Me sorprendo de su salida. Cuando lo miro a la cara, la tiene desencajada y nopuedo evitar reírme.

—¿En serio? No me digas que tienes miedo…—¡Pues sí! ¿Qué pasa?—Nada, nada, solo que… Con esa pinta de peligroso que tienes…Choca un poco…—¿Pinta de peligroso? ¿En serio? —Ahora es él el que suelta una carcajada—.

Nunca me lo habían dicho.Pone una expresión extraña que no sé identificar y que, no sé por qué, me pone

nerviosa.—¿Algún trauma de juventud? —digo para cambiar de tema.—Ninguno en especial salvo Freddy Krueger, pero… Estas casas son muy grandes,

luego oigo ruidos…—Calla, calla, que al final la que voy a tener miedo voy a ser yo. —Jorge hace

zapping hasta que consigue encontrar una película de misterio, bastante antigua.—¿Te vale?

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—Mientras no sea de amor…—¿No te gustan las películas románticas?—Estoy en un momento de mi vida en que prefiero ver Rambo antes que cualquiera

en que se besen.—Entendido. Entonces ésta parece perfecta.Pero no lo es. Porque, como en casi todas las películas, hay una trama de amor de

trasfondo. Y esta es de las buenas.Jorge y yo nos tragamos toda la historia sin pestañear, sentados juntos en el sofá.

Cuando me levanto para mirar cómo está Noah, veo que Thor hace guardia a su lado.Le acaricio la cabeza y vuelvo al sofá.

—Túmbate si quieres. Ahí tienes una manta.—A Noah le toca comer en breve.—¿Tienes biberón preparado?—Sí. En la bolsa. Solo hay que calentarlo.—Pues tranquila. Túmbate. Si se despierta, ya me encargo yo.No puedo negarme. Estoy agotada. Llevo meses durmiendo con un ojo abierto,

despertándome si Noah se mueve un milímetro. Me tumbo en el sofá y me tapocompletamente con la manta, sintiendo esa sensación de placidez que da el pensar queno tienes que hacer nada.

—No me dejes dormirme.—Tranquila. Si cierras los ojos, te tiro un cubo de agua por la cabeza.—Gracioso.—Petarda. Tú descansa.Me duermo casi al minuto, embargada por esa sensación de que alguien vela por

nosotros.

***

—¿Se ha despertado Noah?Me incorporo de golpe al oír los pasos de Jorge por el salón.—Shhhh… Tranquila… Se despertó hace un ratito, pero le he dado el biberón y se

ha vuelto a dormir.Me vuelvo a tumbar, frotándome los ojos. La luz tenue que ha dejado Jorge apenas

me permite ver nada con claridad.—Te dije que no dejaras que me durmiera.

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—¿Y qué querías que hiciese? —De repente, lo tengo al lado, sentado junto a mí—.¿Pegar un bocinazo? ¿Tocarte la marcha imperial? ¿Un… masaje craneal, tal vez?

No puedo evitar agradecer que haya esa luz porque es evidente que me hesonrojado involuntariamente.

—Te gustó, no lo niegues.—Me pilló por sorpresa, eso es todo.—Ya me di cuenta.—¿A qué te refieres?—A nada, a nada. —Pone una sonrisa pícara y me mira de reojo—. A la sorpresa

que te di, nada más.Me vuelvo a incorporar y lo miro entornando los ojos, retándolo.—Tú eres un poco chulito, ¿no?—¿Yo? Lo justo, nada más. Aquí la única que va de dura eres tú.—Yo no voy de dura. —Hay una vocecita en mi cabeza que me dice que me calle,

pero no le hago ni caso—. Pero tampoco fue para tanto, la verdad.—Ahhh… Vale. Claro. Tienes razón. —Jorge se levanta y me mira de arriba abajo

—. Entonces, si te lo vuelvo a hacer, ya no te pillará tan… de sorpresa, ¿no?Vale. Ya está. La he liado. Soy incapaz de decir que no a un reto.—Probablemente.—¿Me dejas entonces?Jorge se sienta detrás de mí y se mantiene inmóvil, esperando mi respuesta.—Sí —digo casi susurrando.Al principio solo roza mi pelo, mesándolo, como si intentase engañarme para que

no sepa el momento ni el lugar preciso en el que están sus manos. Pero cuando lasyemas de sus dedos entran en contacto con mi cuero cabelludo, siento un leve mareo.Jorge sabe tocar los puntos exactos para erizar mi vello. Sé que tengo que mantenermefuerte, pero ahora mismo mis pulsaciones están a mil. Y sé que se me nota. Respirohondo e intento mantener la calma. Por favor. Es solo un masaje. No voy a perder lacompostura únicamente por un masaje capilar que seguro que dan en muchaspeluquerías.

—¿Todo bien?—Mmmm… —digo involuntariamente.—Ya veo.—Todo bien, listillo. Estoy igual que antes.Ja. No me lo creo ni yo. Tengo hasta calambres en los pies y no sé ya cómo hacer

para que mi cabeza siga en su sitio. Jorge cambia los puntos de presión y los sitúa aambos lados de mi cabeza, haciendo pequeños círculos con sus dedos. Los músculosde mi cuello comienzan a relajarse en contra de mi voluntad. Debo parecer una loca

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meciendo la cabeza, pero no soy capaz de mantenerme erguida por más tiempo.—Veo que nos vamos relajando…—Tendrás que hacerlo mejor, por ahora es normalito…Y entonces sucede. No sé cómo ha podido adivinarlo, pero Jorge encuentra el

único punto débil que tengo. En cuanto sus dedos entran en contacto con la parte deatrás de mis lóbulos, creo que me voy a desmayar. Al segundo mis brazos caen laxossobre el sofá y bajo los hombros, como si mis defensas hubiesen caídocompletamente. Un inesperado gemido sale del fondo de mi garganta.

—Creo que el hombre peligroso ha ganado… —me susurra al oído. Lacombinación del masaje y sus labios rozando mi piel me provocan un escalofrío quebaja por mi columna vertebral.

—No has ganado… —musito como puedo, intentando que ningún sonido de placerse escape de mi boca.

—Sí lo he hecho, Nel… Ríndete…Con un rápido movimiento, Jorge me reclina contra su hombro y comienza a rozar

la piel de mi cuello con sus labios. Quiero pedirle que pare, que estamoscomplicando algo que era muy sencillo y práctico para todos. Pero el efecto de suslabios en mi piel es tan inesperado que soy incapaz de decir ni una sola palabra. Jorgesigue besando mi piel mientras acaricia mis hombros y mi rostro. Busco su boca yabro la mía, sintiendo su aliento muy cerca, antes de comenzar a morder suavementesu labio inferior. En el momento en que lo hago, Jorge profiere una mezcla de gemidoy gruñido y me coge, sentándome sobre sus rodillas, encarada a él. Lo miro fijamente.En la penumbra, él también me mira con los ojos entornados, estudiando misfacciones, mientras acaricia mi rostro. Hago lo mismo con mis manos, paseando porla sombra de su barba de dos días, perfilando sus labios, sintiendo la suavidad de supiel en mis dedos.

Vuelvo a besarlo, esta vez explorando con mi lengua su boca, separándomelevemente cuando él intenta llevar el control de ese beso. Mantengo mi ritmo,alternando suaves mordiscos en sus labios con una danza confusa de mi lengua,encontrando la suya. Jorge vuelve a gemir, acariciando mi espalda por encima de micamiseta, mis brazos, mi cintura. Cuando llega a ese punto, introduce sus manos pordebajo de la ropa, subiéndola y quitándomela sin esperar un asentimiento por miparte. Me abandono en la boca de Jorge, que comienza a explorar mi cuerpo con suslabios, dando pequeños mordiscos en mi clavícula y mi cuello. Por un momento, sesepara para estudiar mi pecho, para ver cómo sus manos acarician el contorno, hastallegar a los pezones, que bajo sus grandes manos se endurecen al segundo. Le ayudo aquitarse su camiseta y recorro con mis dedos sus tatuajes, sus heridas de guerra, lahistoria de su vida. Él solo me observa y me quita el sujetador. Lo vuelvo a besar,esta vez con más urgencia, recostándome sobre su pecho. El contacto de su piel con la

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mía y sus fuertes brazos sujetándome como si fuese su presa hacen que mueva miscaderas contra él. Jorge se levanta conmigo encima y lo envuelvo con mis piernas,con mis brazos, con toda mi piel. Me tumba en el sofá y su dedo índice inicia unrecorrido desde mi boca hasta el botón del pantalón. Contengo la respiraciónmientras, hábilmente, me quita los vaqueros y se desabrocha los suyos, dejándoloscaer. Tiro de la cinturilla de su bóxer para que se acerque a mí, intentando no mostrardemasiada urgencia, aunque lo estoy deseando. Jorge se tumba sobre mí y continúabesándome mientras roza una y otra vez mi pelvis contra su enorme erección. Bajoropa interior con urgencia mientras él prácticamente destroza mi ropa interior.

—Espérame aquí.Lo veo recorrer desnudo el salón hasta el mueble del fondo, de dónde saca algo.

No puedo dejar de mirarlo. Bajo aquella luz tenue, observo su enorme cuerpo ydescubro más dibujos en sus piernas y caderas que desconocía. Me revuelvo en elsofá. Me resulta completamente irresistible y no puedo dejar de observarlo.Lentamente, Jorge vuelve a mi lado, se pone con mucha delicadeza un preservativo,acariciándose, mientras no deja de mirarme.

Se desliza suavemente dentro de mí y dejo escapar un gemido de placer. Estoy apunto de perder el control. Jorge me besa y succiona mis pezones mientras su caderacomienza con un ritmo lento que va aumentando a medida que aumentan nuestrosgemidos. No paramos de mirarnos a los ojos. No puedo dejar de mirarlo, como si mehubiese hipnotizado, hablando tan solo con la mirada. Cuando ambos estamos a puntode explotar, el ritmo se hace frenético y Jorge vuelve a sentarse conmigo encima, sinseparase de mí, unidos por ese frenesí que no nos deja parar de tocarnos. Me aprietocontra él, y ahora soy yo la que llevo el ritmo mientras Jorge me besa con furia. Sueltoun gemido profundo y le araño la espalda. Él levanta sus caderas y me da una últimaestocada, antes de gruñir ferozmente y ocultar su cara contra mi cuello.

Me desplomo sobre él y le beso el cuello tiernamente, aspirando su olor. Seguimosasí indefinidamente, él aún dentro de mí, sintiendo su respiración desbocada contra micuello, con la piel húmeda de deseo y esfuerzo.

Cuando ya estamos más calmados, Jorge me deposita con suavidad en el sofá y setumba a mi lado, abrazándome. Echa la manta sobre nosotros y hunde su cara contrami pelo. Suspiro feliz. No recuerdo cuando fue la última vez que me sentí así, si esque alguna vez la hubo. Y, sin darme cuenta, me duermo enredada en ese cuerpo llenode filigranas laberínticas que esconden a mi amante inesperado que, ahora con másrazón, constituye un gran misterio para mí.

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CAPÍTULO XIV

No puedo dejar de pensar en él. Me sorprendo pensando en Jorge en las horasmuertas del trabajo mientras espero a que me den una respuesta y acabar con esto deuna vez por todas. Pienso en él cuando me levanto y también cuando me acuesto,deseando que al menos me dé una señal que signifique que piensa un poquito en mí. Yme las manda. Vaya si me las manda. Comenzó con un emoticono guiñando un ojo,siguió con una canción cuya letra releí una y otra vez, y ahora me manda cosas de lomás variadas. Pero no nos hemos vuelto a ver desde aquella noche. Cuando despertéunas horas después en sus brazos, apenas nos habíamos movido. Es extraño, nunca hepodido soportar dormir tan pegada a alguien. Incluso cuando era pequeña y corría a lacama de mis padres porque había tenido una pesadilla. Mi madre se ha hartado decontar cómo, en cuanto me quedaba dormida, tenían que llevarme de nuevo a mi cama,pues el más mínimo roce hacía que pegase patadas y manotazos como una loca. En elmomento en que Jorge notó que estaba despierta, comenzó a besarme de nuevo,apretándome contra su cuerpo. No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero siempretendré que agradecer a Noah que aquella noche decidiese no despertarse. Puede quefuese el cansancio del las horas que pasa en la guardería, pero cada vez estoy másconvencida de que mi hijo es un ángel que ha venido junto a mí a hacerme la vida másfácil y llena de felicidad.

Tengo ganas de estar con Jorge, pero las circunstancias son de lo menos favorablespara los dos. Jero aparece día sí y día también a la hora que le apetece en la puerta demi casa para ver al niño. Y no se lo puedo negar. Aún no he sido capaz de decirle quetiene que recoger todas sus cosas. No sé cómo hacerlo. Debería hablar con él cuantoantes, pero en el trabajo no me dirige la palabra y en casa se limita solo a jugar unrato con Noah y marcharse. Sé que soy una cobarde por no dejarle las cosas claras deuna vez, pero hablarle de que se vaya definitivamente supone también decidir cómovamos a llevar la custodia de Noah. Lo siento tanto por mi niño… Pero, en el fondo,creo que no sería justo para nadie forzar una situación en la que ninguno será feliz,porque solo viviría una mentira que, tarde o temprano, se acabaría descubriendo.

Al menos Cloe ha vuelto a casa con Caleb. No he tenido muchas noticias de ella,pero creo que aún están tratando de solucionar el tema de su suegra y su intensidad.

No tengo nada que hacer. Trasteo con el ordenador, intentando llenar un tiempomuerto que podría utilizar para cosas más provechosas. Me sorprendo al descubrir,entre los correos no leídos, uno de Rafael Morgade. Hace tiempo que no sé nada deél. Después de aquella noche fatídica, solo recibí un mensaje de enhorabuena por miembarazo. Alguien de su despacho me vio cuando mi estado era más que evidente. Me

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limité a contestarle dándole las gracias y no volví a saber nada de él, aunquereconozco que yo tampoco he vuelto a pensar en él hasta ahora. Abro el correo, llenade curiosidad.

Para: [email protected]: [email protected]: ImportanteHola, Penélope,Me acabo de enterar de la situación que estás sufriendo en el trabajo. María me ha

puesto al tanto de los pormenores, y me gustaría ayudarte. Si estás interesada enenfrentarte a ellos, creo que tendríamos muchas posibilidades de ganar. Llámame siestás interesada.

Un abrazo,RafaelMe quedo muy sorprendida por el ofrecimiento de Rafael. Sé que no es muy

partidario de Marcos ni de Jacques, pero pensaba que con Beltrán mantenían, su socioy él, una estrecha amistad. Y, en todo caso, mi situación no es sencilla. No hecambiado de parecer, pero cada vez se me hace más difícil pensar en permanecer enla empresa. No solo porque tendría que cambiar de dueños para sentirme máscómoda, sino porque, a pesar de que todo está claramente a mi favor, cuando todoacabe, no me veo trabajando aquí, donde más de la mitad de la plantilla me ha dadode lado. Sé que están intentando minar mis fuerzas y hablar conmigo cuando estasituación, teniéndome apartada, se me haga insufrible, pero lo que no saben es que lafalta de trabajo no está haciendo más que dejarme descansar y ahorrarme fuerzas,acumulándolas para cuando las necesite.

En cuanto llega la hora de marcharse, salgo corriendo a la calle. Conduzco hasta laguardería a buscar a Noah y por el camino decido llamar a Rafael. La conversaciónno es muy extensa, pero me deja buen sabor de boca y más esperanzada que nunca.Parece ser que ya se habla en todos los juzgados del mal proceder de la empresaconmigo y del ridículo que están haciendo poniendo en mi lugar a un abogado sinexperiencia y con demasiado ego. Rafael me pide que le mande todas las nóminas ycontratos de que disponga, así como las denuncias a la policía y la inspección detrabajo. Quedamos en volver a hablar en cuanto tenga toda la documentación y me datambién los datos de una abogada con amplia experiencia en estos temas que colaboracon él en caso de seguir adelante con las denuncias.

Cuando enfilamos nuestra calle, la casualidad quiere que por fin pueda ver a Jorge.Pasea con Thor por la calle, con su eterna sudadera negra arremangada, dejando versus antebrazos tatuados. Decir que tengo mariposas en el estómago es demasiado lightpara describir cómo me siento. Si no fuera porque llevo a Noah en el asiento de atrás,

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protestando desde hace un rato, dejaría el coche tirado y correría hacia él acomérmelo a besos. En cuanto me ve, esboza una sonrisa que me deja loca y se acercaal coche. Paro junto a la acera y abro la ventanilla.

—Hola, preciosa.Sin esperar mi respuesta, y menos mal, porque no sé qué decir, Jorge toma mi cara

con las dos manos y me da un beso que me deja temblando.—Ufff…—¿Todo bien?—Ahora mucho mejor, desde luego. —No puedo evitar sonreír, notando cómo un

calor familiar me recorre el cuerpo.—¿Nos vemos luego? Me imagino que Noah tiene que dormir la siesta.En respuesta, mi hijo suelta un berrido de impresión.—Creo que eso es un sí.—Llámame cuando esté tranquilo y me paso a verte. —Me vuelve a besar, esta vez

de forma más delicada, pero igual de sensual.Conduzco como puedo hasta el garaje, sin quitarle la vista de encima a través de mi

retrovisor. En cuanto sale de mi ángulo de visión, intento concentrarme en meter elcoche en el garaje sin pegarme un golpe con nada. Llevo a Noah a casa y me siento enel sofá a darle su toma mientras veo un rato la televisión. Siento un alivioindescriptible cuando Noah termina de comer. Es insufrible la sensación de hinchazónque tengo en el pecho todo el día. Sé que debería decidirme a utilizar el sacalechesmás a menudo, pero eso es aún peor. Y alimentarlo solo con leche artificial… Se ladoy en la guardería, pero me sigue pareciendo necesario darle el pecho cuando estoycon él, al menos mientras pueda.

Miro mi móvil. Jorge me ha mandado un tráiler de una serie de Netflix que tienemuy buena pinta. Le mando una carita sonriente y un beso.

Dejo a Noah en la cama y me encierro en el baño a darme una ducha. Me lavo elpelo dos veces, me restriego con vigor para eliminar las células muertas y me depilohasta el último rincón. No sé si pasará algo, pero si no pasa, a juzgar por los besosque nos hemos dado, será por causas ajenas a nuestra voluntad.

Elijo unos vaqueros rotos y desgastados superceñidos y una camiseta blanca con elhombro descubierto. Busco mis botas planas, pero no las encuentro, así que decidoponerme mis nuevas zapatillas. Me quedo sorprendida ante el espejo por el resultado.A pesar de que he conservado ciertas cosas de mi estilo anterior, jamás pensé queeste estilo desenfadado me quitaría años de encima. Me detengo solo a ponerme unpoco de máscara de pestañas y colorete, y llamo a Jorge para tomar un inocente café.

En cuanto oigo la puerta de su casa, corro a abrir la mía y salgo a recibirlo,ansiosa. Y como yo no quiero ser menos, en cuanto lo veo entrar por la puerta de lacalle, antes de que tenga tiempo de subir las escaleras, me abrazo al cuello y, de

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puntillas, le doy un beso intenso.—Vaya… Qué recibimiento… Voy a tener que entrar y volver a salir…—Calla, tonto…Lo vuelvo a besar, pero es de esos besos con sonrisa, de los que hacen que se

ilumine hasta el día más lluvioso.—Qué amiguitos os habéis hecho, ¿no? —Jero, con las llaves en la mano, se ha

quedado inmóvil abriendo la cancela—. Da gusto tener vecinos tan voluntariosos…Jorge me mira con sorpresa, pero, en lugar de separarse, se queda a mi lado,

rozando mi hombro con sus brazos y entrelazando mis dedos con los suyos.—Jero… No sabía que venías… Noah está dormido.—Es maravilloso este niño, siempre durmiendo tanto y dejando que su mamá

estreche lazos con sus amistades…—Para, Jero. —Estoy muy molesta con la situación, pero no porque nos haya

pillado, sino porque me ha estropeado el momento y me gustaría que se diese cuentade que no pinta nada aquí—. Si quieres ver a Noah, puedes entrar. Está en la cama.

Jero pasa junto a nosotros muy digno.—Estaré arriba.—Perfecto.En cuanto lo oímos subir la escalera, Jorge se gira hacia mí y me mira preocupado.—Llámame luego, anda, y me cuentas.—No, por favor, quédate. —Me abrazo a él, oyendo el latido de su corazón—. No

quiero discutir con Jero.—Yo creo que necesitáis hablar.—No quiere entender las cosas.Jorge suspira y toma mi rostro entre sus manos.—No digo que se merezca una explicación. No se la des si no quieres, pero

delimita esta situación por el bien de Noah y por el tuyo propio, o acabará siendo unproblema.

—Lo sé, pero eso es meterse en temas mucho más complejos, y ahora mismo no losquiero abordar.

—Ya me imagino, pero tendrás que hacerlo algún día, Nel. —Me da un beso ligeroen los labios y me mira con ternura.

—¿Entras?Me mira dudando.—Solo quiero que estés ahí… Últimamente Jero ha metido mucho la pata, está

nervioso y muy a la defensiva, y no quiero que tenga la oportunidad de gritarme.Jorge frunce el ceño.—¿Gritarte? —Mira hacia dentro de la casa con determinación—. Claro que me

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quedo.Jero se va a la media hora. Llega al salón siguiendo el sonido de la televisión, pero

cuando ve que sigo acompañada, no se atreve a entrar.—¿Puedo hablar un momento contigo?Me levanto del sofá y me quedo parada en el recibidor.—Dime.Jero entorna las puertas del comedor y me mira molesto.—¿No podemos hablar en un sitio más privado?—Aquí estamos bien.Resopla enfadado.—Me gustaría que me explicaras lo que he visto antes.—Creo que no necesita explicación, Jero.—¿Estáis saliendo?—Eso no es asunto tuyo.—Por supuesto que es asunto mío. Está en la casa donde vive mi hijo, así que tengo

todo el derecho a saber qué pinta él aquí.No puedo evitar sonreír amargamente.—Jero, él ha estado aquí mucho antes que tú. Ha estado presente en mi embarazo y

en la vida del niño más de lo que tú has estado y no porque tenga ninguna obligacióncon él o conmigo, sino porque le apetecía. No te incumbe el rol que tenga en mi vida,sino lo bien que se porte con tu hijo. Y eso lo cumple a la perfección.

Jero me mira con odio, abre la puerta y se va dando un portazo.Pasamos la tarde sin movernos del sofá, viendo la serie a ratos, contándonos

tonterías de nuestras vidas y besándonos. Solo besándonos, como cuando era unaadolescente y eso era lo único que podíamos hacer sin que después hablasen denosotras, pero que era mucho más que simples besos. Más tarde, jugamos un rato conNoah, llamamos a Víctor para que disfrute bañándolo, y Víctor nos deleita con unaspizzas de lo más original.

—Me voy a casa. Mañana tengo un examen de historia.—Vale, Víctor, me parece genial. —Nos da un beso a los dos y besa también a

Noah, que se está quedando dormido en su hamaca—. Si puedes, saca a Thor aljardín; en cuanto vuelva le doy un paseo.

—Ok, me voy…Comienzo a recoger los platos, poniéndolos en una bandeja para llevarlos a la

cocina.—¿Y ese repentino interés por el estudio?—Bah… Se piensa que soy tonto… —Jorge se ríe y comienza también a recoger—.

Como si no me hubiese pasado esto a mí en la adolescencia…

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—Creo que paso de que me des detalles…—¡¿Qué?! —Me mira y suelta una carcajada al ver mi cara—. ¡No, tonta! No me

refiero a eso. Le gusta una chica de su clase que es muy estudiosa, y últimamente seinteresa más por sacar notas decentes, no sé si para que le preste atención o parahablar con ella de algo…

—Bueno, parece buena influencia…—El problema es que se pasa el día en las nubes y en las redes sociales. Y eso no

me hace demasiada gracia.Sonrío pensando en Víctor. Desde hace algún tiempo, he comenzado a ver algunos

cambios casi imperceptibles en él, como el pelo más largo y cuidado y un olor aperfume que tira para atrás. Una chica. Está claro que las mariposas en el estómagocambian la vida de todos.

Me llevo a Noah a la cuna y enciendo el intercomunicador para poder oírlo desdeel salón. Aún quedan dos horas para su siguiente toma, aunque últimamente ya se vasaltando algunas y duerme casi del tirón.

—¿Quieres ver algún capítulo más de la serie?Cuando vuelvo al salón, ya está todo recogido. Jorge está tirado en el sofá. Se ha

quedado descalzo y con la camiseta de manga corta.—Mmmm… No, prefiero dejarla para otro día.—¿Una peli? Si no es de miedo, claro.Niego con la cabeza, acercándome a él coqueta. Me quito las zapatillas y la

chaqueta, y me quedo en camiseta de tirantes. Jorge me mira de arriba abajo muyserio, mientras me siento encima de él y comienzo a darle besos en el cuello.

—Ya veo… Nada de tele, creo…Nos besamos de nuevo. Tengo los labios muy sensibles de nuestra sesión de la

tarde, pero no me canso de besarlo. Recorro su boca con mi dedo índice y él memuerde, sin dejar de mirarme a los ojos. Le revuelvo el pelo, besándole el cuello,mordiendo su mandíbula. Jorge busca mi boca y atrapa mi labio inferior,succionándolo, mientras hábilmente va bajando los tirantes de mi camiseta. Acariciolos músculos de sus brazos, metiendo mis manos en las mangas hasta tocar susenormes hombros. Jorge besa la zona de la clavícula y me lleva hasta la alfombra,donde rodamos enredados, enzarzados en una pelea por ganar el control. Cuandoconsigue ponerse encima de mí, me apresa las manos con las suyas por encima de micabeza, inmovilizándome al segundo.

—Parece que siempre gano yo… —Me besa en la comisura de los labios, haciendoque se eleve mi presión sanguínea. Acerca sus labios a los míos, casi rozándolos, y semantiene así unos segundos, hasta que ya no puedo más. Intento erguir mi cabeza paraconseguir ese beso que nunca llega, pero él separa su rostro y sonríe maliciosamente,sin soltarme.

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—Ahora mando yo, señorita. —Va directo a mi boca, pero se desvía cuando casiha llegado y me susurra al oído—. Vas a disfrutar tanto que te voy a tener que tapar laboca para que no despiertes a los vecinos.

Gimo de forma casi imperceptible, aunque Jorge se da cuenta y sonríe de nuevo.Esta vez me besa sin esperar un momento, silenciando mis gemidos con su lengua.Abrazo su cintura con mis piernas y araño su espalda por encima de la camiseta.Jorge comienza a mover la cadera contra mí, provocando una intensa necesidad dedesnudarme y dejarlo a él desnudo en un segundo.

—No puedo más… —consigo susurrar.—Shhh… —me dice al oído—. Yo te diré cuando puedes más, Nel.Agarrándome los brazos con una sola mano, comienza a besar mi cuerpo por

encima de la ropa y desabrocha el botón del pantalón. Intento zafarme de suaprisionamiento, pero me es imposible. Siento el aliento de Jorge sobre mi pecho,besándolo a través de mi sujetador de encaje.

—Por favor…—Shhh… —Libera mis manos para quitarme los pantalones y la camiseta. Cuando

solo estoy vestida con mi ropa interior, me mira sin disimulo. Rápidamente, se quitatoda su ropa. Besa todo mi cuerpo sin quitarme una sola prenda más. Tiro de sucabeza para poder besarlo urgentemente y me desboco, oyendo los latidos de nuestroscorazones tan cerca que parecen uno.

—Jorge…—Ahora sí, preciosa… —Con un solo gesto, aparta mi ropa interior y se hunde en

mí. Siento el calor de su cuerpo en toda mi piel, siguiendo un ritmo lento queacompasamos con nuestros besos hasta que no podemos más.

***

Salgo del baño para ponerme algo más cómodo mientras Jorge se ducha. Acabo deestrenar oficialmente todos y cada uno de los rincones de mi casa. Y ha sido solo conél. Hemos terminado en la ducha, exhaustos y sudorosos. Tengo que darle de comerurgentemente a Noah. Apenas ha tomado medio biberón desde hace cuatro horas y sino lo hago ahora, se despertará en cuanto toque con mi cabeza la almohada. Lo cojoen brazos, absolutamente dormido, e intento darle el pecho. Apenas toma nada, aunquees suficiente para que me sienta aliviada. Vuelvo a dejarlo acurrucado en la cuna y medejo caer en la cama, agotada. Jorge sale de la ducha con una toalla alrededor de lacintura y se tumba a mi lado, abrazándome.

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—Tengo que irme a casa. Me da cosa que Víctor esté solo tanto tiempo.—Pobre, es verdad. —Me siento un poco culpable por no haber pensado en él ni en

Thor todo este tiempo, solos durante horas. Solo de pensar en el pobre animal mehace sentir culpable. Nunca hace ninguna de sus necesidades en el jardín y debe estarcomo loco esperando a su dueño.

—¿Vas a pasear a Thor ahora?—No. Tenía un mensaje de Víctor. Lo ha sacado él cuando ha vuelto a casa.—Ufff… Menos mal que se le ocurrió. Luego te quejas de él…—Si a él le viene de perlas. Carlota vive al final de la calle y así tiene una excusa

para intentar verla.—Me da igual… Víctor es un amor…—Como su tío…—En eso… —Lo abrazo, aspirando su olor a limpio—. En eso te doy un poco la

razón.Jorge se incorpora sobre su brazo y me mira sonriente.—¿Qué te parece si te invito a cenar?Me río mientras él me mira como un niño pequeño.—¿No te parece ya un poco tarde?—Ja, ja, ja, ja… Muy graciosa. —Acaricia mis labios con sus dedos,

provocándome un escalofrío—. Me refiero a una cena de verdad, vestidos como Diosmanda, en un restaurante. Y esas cosas que hace la gente a veces.

—Ya entiendo…—¿Qué te parece?—Que es muy buena idea… —Miro inconscientemente hacia la cuna—. Pero

tendremos que organizarlo.—Claro. Por eso te lo estoy pidiendo oficialmente. —Se incorpora de golpe,

poniéndose de rodillas sobre la cama y tomando mi mano—. ¿Me concedería usted elhonor de invitarla a cenar?

—Mira que eres tonto… —No puedo parar de reír y sé que me estoy sonrojando.—¡Di sí, mujer! ¿Es tan difícil?—Sí. Claro que quiero.—¡¡¡Yujuuuu!!! —Jorge salta sobre la cama de rodillas, tirándose sobre mí y

abrazándome—. Qué bien voy a dormir esta noche, princesa.—Mmmm… Yo también… estoy agotada…—Pues descansa. Mañana puedes dormir hasta más tarde. —Me da un suave beso y

se levanta—. Me voy ya, porque si no, voy a ser incapaz de no tocarte de nuevo…—Espera, te acompaño a la puerta y cierro.Me levanto de la cama agotada. Jorge me coge sin ningún esfuerzo y me lleva como

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un saco de patatas escaleras abajo, mientras me entra un ataque de risa intentandobajarme.

—¡Para, tonto! ¡Me voy a caer!Me deja en el suelo, sin dejar de hacerme cosquillas.—Shhh… —Jorge me tapa la boca con la mano—. ¿Qué es eso?Lo miro sin entender y me hace señas para que escuche. Hay un sonido extraño en

la casa, como unos golpecitos casi indescriptibles.—Alguien está intentando abrir la puerta.Me quedo paralizada y me alegro de que Jorge esté aquí. Me abrazo a él

instintivamente, algo asustada. El ruido se repite.—Espera aquí.Antes de que pueda decir nada, va hacia la puerta silenciosamente y observa el

exterior por la mirilla. Se da la vuelta y viene hacia mí.—Es Jero.—No me lo puedo creer.Sin que pueda detenerme, voy hacia la entrada y abro con la llave que siempre dejo

puesta. Jero está a punto de caerse de bruces en el vestíbulo.—¡¿Se puede saber qué haces aquí?!Se incorpora, y al segundo me doy cuenta de que ha bebido bastante.—Tenemos que hablar.—Jero, de verdad, no te pongas pesado. Ahora no vamos a hablar de nada.—¡¿Y cuándo se supone que vamos a hacerlo?! ¡¿Cuándo a ti te dé la gana?! —

Cada vez sube más el tono y no puedo evitar sentirme incómoda y un poco violentadatambién.

—¡Me da igual que no quieras hablar! ¡Tenemos que solucionar lo nuestro de unavez!

—Jero… —Intento hablarle tranquilamente para que suavice el tono—. Lo nuestro,como tú dices, no existe, y lo siento mucho, pero no hay nada que solucionar.

Me mira con rencor y me agarra del brazo, agresivo.—¡¿Y el hijo que tenemos juntos?! ¡¿Acaso él no forma parte de lo nuestro?!—¡Suéltame, Jero!—¡Habla conmigo de una vez, Nel! —grita, zarandeándome bruscamente.Jorge sale de la nada y le pega un empujón, separándolo de mí.—¡Cómo no! ¡El imbécil de enfrente ahora duerme aquí! —Jero se recupera de la

sorpresa y nos mira a los dos con asco—. Joder, Nel, pensaba que eras más exquisita,pero ya veo que te limitas a acostarte con el que tienes más a mano.

Cuando quiero saber qué pasa, Jero ya está en el suelo, llevándose la mano a lanariz, que le sangra profusamente, aunque él no para de reír amargamente.

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—Vaya, y encima le gustan las broncas. Menuda joyita que te llevas, Nel…Pensaba que tenías mejor gusto…

Sujeto a Jorge para que no le pegue más, pero él no se mueve ni un milímetro.—¿Ahora ya no te atreves?—Vete de aquí, imbécil. —Jorge levanta a Jero a pulso del suelo y lo empuja hacia

la puerta—. Que me digas algo a mí, me importa un carajo, pero como se te ocurradecir algo más de Nel…

—Déjalo, Jorge, no vale la pena.Me abrazo a su cintura, y él pasa un brazo por encima de mis hombros, protector.—Vuelve mañana a por tus cosas, Jero. No quiero tener nada tuyo aquí.Él solo se limita a mirarme con rencor. Cuando mira a Jorge, esboza una sonrisa

maligna.—Ten cuidado, chaval. Se queda embarazada en cuanto la tocan. Te lo digo por

experiencia.—No. —Sujeto a Jorge antes de que vaya a por él—. Vete, Jero, o llamaré a la

policía.—Tranquila, tranquila…—Trastabilla mientras intenta bajar la escalera—. Ya te

dejo. Os tendréis que acostar.Cierro la puerta de un portazo y echo todas las vueltas de la llave. Jorge me abraza,

protector.—Diosss…—Tranquila, no pasa nada…—Lo siento, Jorge, de verdad. No te mereces esto.—No te preocupes por mí.—Claro que me preocupo. —Miro por la ventana. No hay ni rastro de Jero ni de su

coche.—Creo que ya se ha marchado. Puedes salir.—No. Ni hablar. Me quedo.—Jorge… Por favor… No quiero que por mi culpa dejes de lado tus obligaciones.—No quiero dejarte sola con Noah aquí. No me fio ni un pelo.—Estaré bien. No te preocupes —miento, intentando que se vaya con la conciencia

tranquila.—De eso nada.—En serio, Jorge, tienes que ir a casa.—Vale, pero Noah y tú os venís conmigo.

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CAPÍTULO XV

Estoy temblando. Me quedo paralizada en el coche, deseando que todo estotermine. Imagino cuántos se reirían de mí en este momento. Yo, que tengo fama decomerme a todos de un bocado. Pues hoy no es mi día. Tengo ganas de llorar. Sé quedías como hoy debo demostrar que a mí no me para nadie, pero lo único que quiero esvolver a casa y pasarme dos días durmiendo. O marcharme a un sitio donde nadie meconozca y así poder ser quien yo quiera, sin tener que hacerme la fuerte a cadamomento.

Rafael me manda un mensaje. Ya ha llegado el momento. Me miro en el espejo yapenas puedo entender de qué manera he llegado hasta aquí. Tengo la caradesencajada, me tiemblan las manos y no quiero salir del coche. Pero me he jurado amí misma que tengo que hacerlo y, aunque solo sea una apuesta personal, tengo queganar en todo.

—Nel. —Rafael, como siempre, va elegante y está tan guapo como un modelo. Meda un abrazo impregnado de su caro perfume—. Me alegro mucho de verte.

—No son precisamente las mejores circunstancias, pero… Muchas gracias poracompañarme.

—Es un honor estar aquí.Miro el edificio que ha sido escenario de tantas alegrías profesionales en los

últimos años. Y siento rabia.—Va a salir todo bien, no tienes que preocuparte por nada.—No las tengo todas conmigo…—Estoy aquí para apoyarte en todo lo que decidas. Tranquila. Estás respaldada.Suspiro nerviosa. Sé que he dicho mil veces que estaba deseando que llegase este

momento, pero ahora mismo no sé qué pensar. Cuando vuelva a pisar esta acera, mivida habrá cambiado radicalmente.

—Vamos. Nos están esperando.Asiento con la cabeza y empujo las puertas de cristal de la entrada. Rafael se

mantiene junto a mí, completamente erguido, como si fuese mi guardaespaldas.Cuando lo miro de reojo a través del espejo del ascensor, veo que su gesto amable hacambiado y ha pasado en un pestañeo al modo depredador. Antes de que las puertasse abran de nuevo, suspiro ruidosamente para quitarme toda la tensión que tengoacumulada. Rafael pone una mano protectora sobre mi hombro.

—Vamos a por todas.Enfilamos el pasillo hasta el despacho de Marcos. Cuando paso a la altura de

Alejo, no me detengo, pero veo cómo me guiña un ojo. Tengo unas ganas de que esto

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termine para poder hablar con libertad con quien me apetezca…—Buenos días, Carlota.—Nel… —Carlota se levanta y, para mi sorpresa, me da un abrazo—. Suerte,

cariño —me susurra discretamente—. Esperad un momento. Le diré a Marcos que yaestáis aquí.

Tras unos segundos de espera, Carlota asiente y cuelga el teléfono.—Podéis pasar.—Gracias. —Voy directa a la puerta, seguida de Rafael.—Buenos días. —Para mi sorpresa, Marcos no está solo. Lo acompaña Beltrán, de

pie junto a la ventana.—Buenos días, Penélope. —No es muy propio de Marcos, pero puedo apreciar un

claro gesto de sorpresa al ver a Rafael—. Señor Morgade, no lo esperábamos.—Rafael es mi abogado.Beltrán pone un gesto tenso.—No veo necesario un abogado en este punto, Penélope.—Yo sí lo veo, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado.—Penélope, si estamos aquí reunidos es para hablar de lo que va a pasar a partir

de ahora. Del futuro. Sé que quizá hemos tenido un desencuentro…—¡¿Desencuentro?! —No puedo evitar reírme—. Es una forma curiosa de llamarlo.Beltrán me mira fríamente y continúa:—Como iba diciendo, creo que debemos dejar de lado las circunstancias del

pasado y centrarnos en el presente. —Quiero volver a interrumpirlo, pero Rafael mepone una mano en el hombro que hace que me detenga—. Creemos que tienes un altopotencial y nos gustaría conservarte en nuestro equipo.

—¿A costa de qué? —Salto sin poder evitarlo.—Penélope, antes que nada, lo que deseamos en esta empresa, por encima de

cualquier objetivo laboral, es que nuestros empleados se sientan cómodos, pues todossabemos que eso es un signo de buena salud empresarial. —Miro a Marcos y estoytentada de reírme a carcajadas en su cara. Parece como si se hubiesen leído un librode autoayuda y ahora lo estuviesen soltando tal cual, con puntos y comas incluidas—.Y es algo patente que tú no estás cómoda.

—Obviamente.—Soy consciente de tu malestar, pero debes entender que durante tu ausencia

debimos ocupar tu puesto…—Marcos, perdóname, pero aquí debo interrumpirte. —Rafael, hasta ahora solo

escuchando, se yergue y aprieta su mandíbula. Comienza el show—. Si vamos ahablar seriamente, me gustaría que todos fuésemos más rigurosos con los términos.Penélope no se ausentó sin más: estuvo de baja médica cuatro meses y medio por

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riesgo durante la gestación y dieciséis semanas por su reglamentaria baja maternal. —Marcos lo mira inexpresivo—. Si bien es cierto que toda empresa tiene derecho arealizar una suplencia de un puesto, una vez finalizada la baja, la ley establece muyclaramente cuál es el derecho del trabajador que se incorpora, que siempre y en todocaso es recuperar su puesto, con todos los derechos y obligaciones.

—Conocemos la ley, Rafael.—¿Y entonces, por qué no la estáis aplicando?—Penélope, sabes perfectamente que tanto tu puesto como tu caso no se pueden

encasillar en generalidades.—Por favor, no voy a perder el tiempo aquí. Decidme lo que habéis decidido y ya

está.—Como estaba diciendo, tu puesto es uno de los más importantes de la compañía.

No ignoramos el esfuerzo realizado por obtenerlo, pero las circunstancias hancambiado.

—Me gustaría saber, llegados a este punto, qué circunstancias han cambiado,además del hecho de que Penélope no esté realizando su trabajo en el puesto que lecorresponde. —La fiereza de Rafael no es una leyenda. Estoy algo más tranquilaescuchando y viendo que alguien vela por mis intereses.

—Han cambiado las circunstancias personales, por supuesto. En su situación,sabemos a ciencia cierta que será imposible que pueda llegar a los niveles quenosotros exigimos.

—Las circunstancias personales no son objeto que nos incumba en estos momentos,sino más bien las circunstancias laborales. Si os referís a que Penélope ha tomado ladecisión de ejercer su maternidad, creo que estamos entrando en una discusiónpeliaguda. A un hombre no se le pondría en duda su rendimiento por haber tenido unhijo. Y en este caso en concreto es bien cierto lo que digo, puesto que el padre de lacriatura es parte de la empresa.

Marcos me mira fijamente.—No es una cuestión de sexo, es una cuestión de puesto. Por eso queremos

ofrecerte un trabajo de acuerdo con nuestras necesidades y las tuyas.—Ya.—El objetivo no es solo la reubicación, sino crear un puesto a tu medida en el que

el rendimiento sea el esperado.Me levanto de la silla y me dirijo a Rafael.—Rafael, me voy a la mesa que me han asignado en lugar del despacho que debería

ocupar. Quiero que seas tú quien se encargue de las negociaciones pertinentes.—Penélope…—No. Tengo un límite. No me puedo quedar ahí sentada mientras escucho cosas

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sobre mi bajo rendimiento y cómo se van a sacar de la manga un puesto muy pordebajo del que merezco solo para que cesen las denuncias. —Miro a Marcos yBeltrán y solo siento rabia y asco—. Por mi parte, eso es todo. No voy a escucharnada más.

Salgo por la puerta y cierro suavemente en lugar del portazo que me gustaría dar.Carlota no está en su mesa, y casi lo agradezco. Voy hasta mi puesto y me pongo arevisar archivos que voy a llevarme a casa. Rafael viene al cabo de una hora congesto adusto.

—¿Un café?—Claro. Deja que coja mis cosas.Salimos a la cafetería de la esquina. Rafael pide dos cafés con hielo antes de

decirme una sola palabra, y yo no soy capaz de preguntarle a pesar de estar ansiosapor saber algo de una vez.

—Bueno…—¿Qué tal ha ido?—¿Sinceramente? —Pone cara de póker y sonríe de medio lado—. Creo que tienen

mucho miedo.—Lo que tienen es muy poca vergüenza…—Eso también. —Rafael bebe un sorbo del café—. Pero la verdad es que, en

cuanto te has ido, han dejado claro sus intereses sin más vueltas.—Sorpréndeme.—Ufff… Menos mal que no estabas. Si no, le arrancas la cabeza a alguno antes de

que terminen.—¿Tan malo es?—El puesto que quieren ofrecerte, sí; la otra opción es mucho más interesante.No digo nada, esperando que se explique.—El puesto es de asistente de Jaime.—Es decir, el puesto que tiene ahora Alejo.—Exacto. Poniéndote a ti ahí, se aseguran de que el trabajo esté perfectamente

ejecutado, pero que tú no aparezcas por ningún lado.—Tienes razón. Les habría arrancado la cabeza. ¿Y Alejo?—Despedido para que tú ocupes su lugar.Suspiro, intentando tranquilizarme.—Lo despedirían para que tú ocupases su lugar.Suspiro, intentando tranquilizarme.—Vamos, que lo que quieren es que no lo acepte. Saben que defendería a Alejo por

encima de todo.—Eso es lo que creo yo también. Nadie con dos dedos de frente aceptaría ese

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puesto, sobre todo teniendo en cuenta que el sueldo se rebajaría a la mitad.—Vale. Paso de decir nada. ¿Y la otra opción?—La otra opción es que te vayas… Con un jugoso finiquito.—¿Cuánto de jugoso?—Casi el doble de lo que te correspondería.Sé de qué habla. Por supuesto, a estas alturas ya se me ha ocurrido calcular el

resultado del finiquito, por lo que sé más o menos a lo que se refiere.—¿Y dices que tienen miedo?—Así lo creo. Es la primera vez que veo que a la primera oportunidad ofrecen

tanto dinero sin negociar.Me termino el café de un trago y lo miro pensativa.—Quiero más.Rafael me mira sorprendido.—Penélope, no sé si…—Escucha, Rafael. Si realmente tienen miedo de que esta situación pueda

empeorar…, lo tendrán en cuenta. En un caso así les va a importar más el prestigioque el dinero, lo tengo claro. Y si a cambio de no montar ningún jaleo tienen queofrecerme más, sé que acabarán aceptando.

—¿Cuánto?—Cuatro veces más de lo que me corresponde.Rafael me mira pensativo. Después, niega con la cabeza, perplejo.—Eso es demasiado, Nel.—Me han destrozado la carrera, me han causado daños psicológicos y están

haciéndome mobbing en el trabajo. Si lo piensas bien, es una miseria en comparacióncon lo que podría conseguir por otras vías.

—¿Crees que están dispuestos a desembolsar tanto? No los subestimes, Nel, quizáaquí nos estamos pasando…

—Rafa, me quiero ir de aquí cuanto antes. Pero no me voy a ir de cualquier manera.Al menos, si no puedo hacerles daño físicamente, el dinero se lo hará. Estoy segura.

Rafael termina su café y paga en la barra.—¿Cuándo tienes que darles una respuesta? —le pregunto cuando salimos de nuevo

a la calle.—Cuanto antes.—Sube conmigo entonces. Este es un buen momento como cualquier otro.

***

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Paso tres días en un estado de nervios permanente. Rafael presentó nuestrapropuesta, y a pesar de decirme que ambos se quedaron muy sorprendidos,prometieron darle una respuesta lo antes posible. La situación en el despacho se hahecho insostenible. No he vuelto a hablar con nadie, como si les hubiesen dado atodos instrucciones precisas para no dirigirme la palabra, dejándome de lado en todaslas conversaciones y decisiones de la empresa.

Cuando el jueves me llama Rafael por la mañana, estoy a punto de dar saltos dealegría.

—Esta tarde. A las seis. Quieren hablar con nosotros.—Por fin…—Nel, tienes que estar fuerte. Puede que no consigas todo lo que quieres, pero

deberías estar abierta a ofertas si lo que quieres es acabar con esto cuanto antes.—Lo voy a conseguir.Oigo un suspiro de Rafael al otro lado de la línea.—Esa es la actitud. Pero quiero que estés preparada para todo.—Lo estaré.Hablo con mi madre para que recoja a Noah de la guardería y lo lleve a casa. Sé

que ella está muy preocupada por mí, pero no me comenta nada del tema.Me voy a comer sola, a un restaurante alejado del despacho. Recibo varias

llamadas de Alejo y Cloe, pero las ignoro. Sé que también están preocupados, peroahora mismo necesito estar sola. Disfruto de una comida ligera y tranquila, mirando anada en particular, sin pensar en nada que no sea el sabor de los alimentos.

Antes de entrar de nuevo en la empresa, llamo a mi madre para asegurarme de queno ha tenido ningún problema para recoger a Noah. Mi padre y mi hermano también lahan acompañado para disfrutar de él un rato y, por las risas y gritos, deben de estarmontando una fiesta.

La tarde pasa lenta y silenciosa. Termino de hacer una copia en mi pendrive detoda la información de mis expedientes. Me sorprende tener aún acceso al servidorcon la poca confianza que han demostrado tener en mí. Me aseguro de que no hedejado rastro y borro el historial y todos los documentos que no deseo conservar. Mealegro de haberme empeñado, hace años, en trabajar única y exclusivamente con elportátil, aun sabiendo que así podrían explotarme también en mis horas libres. Eso hadejado a la empresa sin parte de la documentación de todos los expedientes, ya quemuchas cosas que me enviaron por mail o por fax no se agregaron a las carpetas delservidor por falta de tiempo.

Diez minutos antes de la hora, veo a Rafael caminando hasta mi mesa. A pesar deque nuestro encuentro fugaz fue desastroso, debo reconocer que es un hombreguapísimo al que no pueden dejar de mirar las mujeres. Pero es pensar en hombresguapísimos y no puedo evitar fantasear con Jorge, que con pantalón de chándal y

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sudadera con capucha gana en atractivo a cualquier abogadito con traje caro, por muyguapo que sea.

—Hola, Nel. —Me levanto y me da un abrazo—. ¿Lista?—Menos mal que ya has llegado. Estaba a punto de comerme las paredes…—Vamos, no perdamos el tiempo. A presionarlos.Carlota nos ve llegar y se levanta.—No sé qué habéis hecho, pero llevan dando gritos desde hace un rato. —Desde

dentro nos llegan voces en francés. Carlota pone los ojos en blanco y resopla—. Es laprimera vez que demuestran que son medio humanos.

—Solo hay que encontrar el punto débil. —Sonrío enigmática. Rafael me devuelvela sonrisa, aunque veo cierto atisbo de duda en su rostro.

—Les diré que ya estáis aquí.En el momento en que entramos en el despacho, me fijo en la expresión de Marcos.

Está irreconocible, con el traje descolocado, ojeras marcadas y profundos surcos querecorren su rostro. Ahora parece que realmente tiene una edad determinada.

—Adelante, sentaos.Llaman a la puerta. Jero se incorpora a la reunión y Beltrán no puede evitar

sonreírme maliciosamente.—Espero que no os importe, pero creemos necesario que Jerónimo esté presente en

la negociación. Al fin y al cabo, será él quien se encargue de redactar los pormenoresdel acuerdo y nos gustaría que formase parte de las decisiones que se tomen aquí.

Miro a Rafael y él asiente, haciendo un gesto con la mano, como quitándoleimportancia. Me siento impotente al ver cómo están convirtiendo todo esto en uncirco, pero no les voy a dar la oportunidad de que disfruten de la ocasión.

—Me es indiferente quién esté presente. No tengo nada que ocultar.—Bien. —Sé que a Beltrán no le ha sentado bien mi respuesta, pero trata de

disimularlo—. Jero, por favor, toma asiento tú también.Se sienta junto a ellos, en una silla en segundo plano. Intenta captar mi mirada, pero

me niego a hacerlo. No es tiempo para cobardes.—Rafael, hemos estudiado la propuesta que nos hiciste llegar y debo decir que no

lo entiendo. No sé en qué está basado ese cálculo y me gustaría que nos explicasescómo llegasteis a la conclusión de que esa es la cifra adecuada.

—Muy sencillo. —Rafael abre su portafolios de cuero y extrae una carpeta—.Penélope me facilitó nóminas y contratos, así como un resumen del trabajo realizadopara la empresa a lo largo de todos estos años. —Pasa las páginas rápidamente y sedetiene en una de ellas—. Haciendo una valoración rápida y teniendo en cuenta quelos dos primeros años su sueldo estuvo muy por debajo del trabajo realizado para laempresa, hemos ajustado el total a esa cifra.

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—Esa cifra me parece de todo menos ajustada, Penélope. —Marcos se dirige a mícon voz cansada.

No contesto nada. Rafael me ha pedido claramente que lo deje hablar solo a él.Parece que tenía muy claro el rol que iba a ejercer cada uno, el clásico poli bueno,poli malo. Miro a Rafael, que asiente sin inmutarse.

—Teniendo en cuenta la presión psicológica a la que se ha visto sometida en losúltimos tiempos, y sumado a que ella misma renunciará voluntariamente a lareducción de jornada para que así sea posible realizar un despido, no nos parece unacifra desmesurada.

—Creo que todo esto es una barbaridad y un abuso. También nosotros podríamoshaberla despedido mucho antes por tener una relación con otro empleado, cuandoestán claramente prohibidas las relaciones sentimentales entre los miembros de laempresa.

—No creo que se le pueda llamar relación sentimental al hecho de que, en unencuentro furtivo, por otra parte realizado en un evento de la empresa, mi clientetuviera unos momentos de intimidad. Por otro lado, en caso de darse ese caso, habríaque amonestar a las dos partes partícipes, y veo que la otra mitad sigue ejerciendo suprofesión en la empresa sin ningún tipo de problema.

—Ahora mismo no estamos hablando de eso, Rafael —contesta Marcos,visiblemente nervioso.

—Marcos, sabes muy bien que este caso puede ser tratado como acoso sexistalaboral. Creo que Penélope está siendo muy benévola al intentar llegar a un acuerdo yno llevaros a juicio directamente, con el consiguiente revuelo que generaría en lasociedad que un despacho como este, que ha llevado dos de los casos sexistas másimportantes de los últimos años, haga lo mismo que censura con una de susempleadas.

Se produce un momento de silencio. Me muero de ganas de decirles unas cuantascosas, pero sé que no debo. Rafael está haciendo una defensa maravillosa de misintereses, y yo, en cambio, me puedo dejar llevar por la rabia acumulada, lo cual,viendo las expresiones de los presentes, no será nada bueno en estos momentos.

—Me sigue pareciendo un abuso.—Es eso o seguir con la situación actual. —Rafael aprieta la mandíbula, igual que

los está apretando a ellos—. Y, por supuesto, no solo filtrarlo a la prensa, sino llegarhasta el final en los juzgados.

—No me amenaces, Rafael. —Beltrán se acerca a él con una expresión de iracontenida—. Sabes perfectamente que este tema es mucho más peliagudo de lo queparece. Si la prensa se ve involucrada, también saldréis malparados vosotros.

—No tanto como el despacho.Tras unos minutos de silencio, Marcos toma la palabra, saliendo de su

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ensimismamiento.—Jero, prepara los papeles. —Garabatea algo en una nota que le pasa—. Hazlo

cuanto antes. Te esperamos.—Pero ¿qué…? —Beltrán se da la vuelta y lo mira boquiabierto—. ¡¿Qué estás

diciendo?!—Ya está bien, Beltrán. Si eso es lo que ella quiere… —Lo miro incrédula. Me ha

dejado de piedra con su salida. Me mira agotado, pero desvía la mirada casi almomento—. Que firme y se vaya. Es lo mejor para todos.

Marcos se vuelve a sentar y coge el teléfono de la mesa.—Carlota, por favor, tráeme el talonario.Carlota entra al segundo, silenciosa, y le entrega lo que ha pedido. Marcos rellena

el talón y, una vez firmado, se lo tiende a Beltrán para que firme también.—No me puedo creer que estemos haciendo esto… —musita Beltrán.Miro a Rafael sorprendida, y él me devuelve la mirada, encogiéndose de hombros.

Está claro que todos nos hemos quedado tan sorprendidos como Beltrán, al menos, deque haya sido tan fácil.

Jero vuelve unos minutos después con una carpeta en la mano. Marcos lee losdocumentos con atención, asiente y firma todas las páginas. Se los pasa a Beltrán, quelo ignora abiertamente y se niega a cogerlos.

—Aquí tienes, Penélope.Hago lo mismo que él. Parece que todo está en orden, pero se los tiendo a Rafael

para asegurarme. En cuanto él les da el visto bueno, firmo sin dudar.—Si eso es todo, por favor, disculpadme.Beltrán sale del despacho a toda prisa, dejando un portazo de regalo que hace que

tiemblen los cristales. Rafael se levanta y le tiende la mano a Marcos.—Marcos…—Rafael, un placer.Se me queda mirando, y juraría que hay algo de pena en sus ojos.—Penélope, espero que tengas buena suerte en la vida.Por una décima de segundo, me olvido de lo mal que lo he pasado en los últimos

meses. Ver a Marcos así, derrotado, despierta sentimientos que creía olvidados. Élfue quien me contrató, quien me enseñó muchos secretos de la profesión quedesconocía y también el que me animó a ser una persona con metas muy altas en lavida.

—Gracias, Marcos.Le tiendo la mano y él me la da, laxa. Ignoro a Jero, al igual que hace Rafael, y

salimos del despacho de Marcos aún con la sensación de que me he perdido algo.Cuando piso de nuevo la calle, me doy cuenta de que mi vida probablemente no haya

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cambiado, pero me he quitado un peso enorme de encima y puedo respirar de nuevo.—¿Qué ha sido eso?—No tengo ni idea. —Rafael se encoje de hombros y sonríe, negando con la cabeza

—. No entiendo nada de lo que ha pasado ahí dentro. Sabía que conseguiría queBeltrán se ofuscase, al fin y al cabo, sé cuáles son sus puntos débiles. Si algo tengoclaro es que la prensa lo saca de quicio, pero lo de Marcos… —Pone cara desorpresa—. Debo reconocer que le ha echado valor. Imagino que Jacques estaba de sulado.

—Bueno… Sinceramente ya me da igual. Me he marchado por fin, y eso essuficiente.

—Y no de cualquier manera… Señorita millonaria…—Anda, anda… No exageres. —Sonrío sin poder evitarlo. Por primera vez en años

me siento libre—. ¿Una copa? Yo invito, por supuesto.

Noah está dormido cuando llego a casa. Mi madre me ha llenado la cocina de cosasricas y ha preparado puré para Noah, que ahora se enfría en tarros de cristal.

—¿Cómo estás, cariño?Me abraza sin esperar mi respuesta.—Sorprendentemente… Feliz, aunque no sé si debería.Mamá se ríe y me da un beso.—A veces la felicidad consiste en mucho menos de lo que crees.—Sí, ya lo sé, las pequeñas cosas…—¿Qué pequeñas cosas? De eso nada, son enormes. —Mamá abre los ojos

exageradamente y me río como una tonta—. Tienes un hijo precioso del que vas apoder disfrutar sin prisas, una casa que, aunque está en la quinta puñeta, reconozcoque es muy bonita. —Le doy un empujoncito de broma—.Una madre maravillosa,aunque esté feo que yo lo diga, y un chico que te espera ahí enfrente y que, por cierto,tiene unas manos maravillosas.

Me extraña el comentario hasta que me fijo bien en mi madre. Parece que Jorge haestado haciendo de las suyas, pero debo decir que nunca la había visto tan guapa y tannatural.

—Vaya, me voy un momento y ya estás haciendo nuevas amistades…Mamá se ríe y me da la mano, cariñosa.—Hija, disfruta de la vida, que cuando quieras darte cuenta, tendrás a Noah

saliendo por las noches.—Ya, mamá, es solo que… Aún hay cosas que me preocupan… No sé qué voy a

hacer con mi vida.

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—Cariño, tienes tiempo para decidirlo, y para equivocarte, y para volver aintentarlo. Lo único que debes tener en cuenta es que el tiempo no espera a nadie, asíque vive cada momento como si fuera único… Porque lo es.

—Mamá…Vuelvo a abrazarla, y no puedo evitar que se me escapen las lágrimas, aunque esta

vez estoy completamente segura de que son de felicidad y agradecimiento.—Y ahora, haz el favor de ponerte guapísima y salir a cenar con ese hombretón,

antes de que me arrepienta y le cuente lo cabezona que eres y el cuidadito que deberíatener con tu genio. Nosotros nos llevamos a cenar a Víctor hamburguesas…

No sé en qué momento me la he merecido, pero tengo una madre estupenda.—¡¿Hola?! —Entro en casa de Jorge que, como de costumbre, tiene un cierto

desorden que he aprendido a apreciar.—¿Nel? —La voz de Jorge me lleva hasta el sofá, donde está tumbado, medio

adormilado. Me estiro sobre él y solo lo abrazo, aspirando su olor.—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?—Mmmm….—Ja, ja, ja, ja… eso qué significa… ¿Te han devuelto el puesto?Lo miro fijamente y beso suavemente sus labios, al principio, hasta que el beso se

vuelve ardiente.—Eso… ¿Es un sí?—Eso es… Que me han devuelto mi vida. Y es el mejor trato que podría hacer.

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CAPÍTULO XVI

—¿Quién quiere ir al parque? —En cuanto pronuncio la frase mágica, Noah sepone a aplaudir. Sentado en su trona, con la cara llena de manchas de yogur y tan felizcon tan poca cosa, me dan ganas de comérmelo a besos. Lo limpio con una toallita ylo meto con bastante esfuerzo en la silla del cochecito, abrigado hasta las cejas. Mecalzo mis botas nuevas de pelo y, forrada con un plumas negro con capucha, me armode valor y salgo al exterior. Hace un frío polar, pero, por suerte, hoy no hace viento yel sol se ha dignado a salir un rato.

—¿Quieres que nos llevemos a Thor?—Noah vuelve a aplaudir y me hace estallaren carcajadas.

Cruzamos a casa de Jorge (sí, tengo llaves de su casa, y nunca pensé que me haríatanta ilusión tenerlas) y saco a Thor con la correa. Damos un paseo hasta las zonascomunes de la urbanización entre ladridos y gorjeos. Desde que descubrí este parque,paso al menos dos horas diarias aquí, acompañando los juegos de Noah y Thor. Laverdad es que mucha gente, sobre todo Cloe y Alejo, se preguntan qué me estápasando. Pues… Ni yo misma lo sé. Desde que dejé la empresa aquel día, hace ya unmes, me embargó una sensación de paz que no había tenido en toda mi vida. Nunca meha preocupado el dinero, quizá porque siempre he tenido la suerte de estar cubierta enese sentido. Pero desde que cobré el talón y vi el saldo en mi cuenta… Tengo dinerosuficiente para pensar un tiempo qué quiero hacer con mi vida. Nunca he sido unapersona derrochadora, y mientras tenga suficiente para pagar la casa y cubrir lasnecesidades básicas, no tengo otras pretensiones económicas. Aquel día también nosdespedimos de la guardería. Noah no se ha vuelto a poner enfermo y, aunque a vecestengo miedo de no estar haciendo lo suficiente para activar su aprendizaje, lo veo tanfeliz que sé que con eso, en el fondo, es suficiente. No sé cuánto tiempo aguantaré así,porque algún día saldrá la Nel con inquietudes, pero por ahora, mi tiempo es solosuyo y de Thor, que se ha convertido en su mejor amigo y su hermano peludo.

Mi móvil suena cuando trato de evitar que Noah se coma un puñado de arena.—¿Penélope?—¡Rafael! Cuanto tiempo… —Meto como puedo a Noah en el columpio y lo

balanceo suavemente. Noah se tranquiliza al momento—. ¿Cómo estás?—Bien, muy liado, como siempre… —Noah suelta un grito de entusiasmo—. ¿Te

pillo en buen momento?—Sí, perdona, estoy en el parque. ¿Puedo ayudarte en algo?—La verdad es que te llamaba para contarte algo muy curioso que me ha

pasado.

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—¿Ah, sí? —pregunto distraída.—El caso es que me ha llamado Marcos… —Todos mis sentidos entran en modo

on al instante—. Y he tenido una conversación con él de lo más interesante.—¿Y eso?—Quiere que colaboremos juntos en un nuevo proyecto. Parece ser que hace ya

tiempo que lleva pensando en cambiar un poco de aires y es posible que venda suparte de la empresa.

—¿En serio? ¿Marcos y tú? Me dejas de piedra…—No, Nel, no me has entendido bien… Marcos y yo solo no… Quiere que

colaboremos nosotros dos con él.—¿Qué dices?—Lo que oyes. Parece que, después de todo, la facilidad con la que accedió a

darte todo lo que querías tenía una razón…Miro a Noah, que está tan relajado en el columpio que podría quedarse dormido.

Thor, a mi lado, está echándose una siestecita.—Y tú, ¿qué piensas de todo esto?—A ver… Me gustaría decirte que lo tengo clarísimo, pero… Tendría que

trasladarme a Madrid, que no es algo que me importe, pero… Por eso te llamaba,Nel.

—Yo ahora mismo no puedo —suelto sin más.Rafael se queda en silencio unos segundos.—¿Tienes algún proyecto en mente? Quizá, si me convences, podríamos ser solo tú

y yo…No sé si me lo estoy imaginando, pero juraría que, por su tono de voz, está

intentando tontear conmigo.—No creo que te atraiga el plan… Ya sabes, bebé, estar en casa, descansar…—¿Me he equivocado de teléfono? Quería hablar con Nel, por favor…No puedo evitar reírme.—Lo siento, Rafael. Nel… Ya no es la misma y tiene muchas ganas de disfrutar de

su vida al máximo. —A lo lejos, diviso la figura de Jorge acercándose y ya no puedopensar en nada más—. ¿Sabes? Creo que deberías probarlo, te puede acabarenganchando…

***

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—¿Quieres algo? Voy a la cocina. —Entre besos y cosquillas, Jorge consiguedesenlazarse de mis piernas y brazos.

—No te vayas…—Cariño, si no bebo agua, puede que sufra un grave episodio de deshidratación…

—En otro momento, la palabra cariño habría hecho saltar todas las alarmas de micerebro, pero ahora me parece tan normal que extraño cuando no me lo dice—.Prometo traer algo bien frío…

Me estiro en la cama y suspiro, feliz. Estoy llena de energía, pero lo que menos meapetece es salir de la cama. Me acurruco abrazada a la almohada y cierro los ojos unratito, aspirando el olor a sábanas limpias…

—Nel, Jero está abajo.—¡¿Qué?! —Abro los ojos y me incorporo, totalmente desnuda—. ¡¿Qué hace

aquí?!—No tengo ni idea, pero como te vea así… le va a dar un colapso nervioso y yo,

una paliza.Le tiro un almohadón a la cabeza y le entra un ataque de risa. Voy recolectando

toda mi ropa por la habitación y cuando acabo de vestirme, me pongo la sudadera deJorge como toque final.

—Wow, te queda mejor que a mí.—Calla, tonto, que no me apetece bajar.—Ve a ver qué quiere. Trae cara de funeral.Bajo con muy pocas ganas. Desde la última vez que le vi, el día de mi despido, no

he vuelto a hablar con él directamente. Solo nos comunicamos por mensaje para quepueda ver a Noah, y todas las veces ha estado alguien más acompañándome, así queme he podido librar de verle la cara. El que venga hoy aquí, a casa de Jorge, no meacaba de gustar.

—Hola, Nel.—Hola —contesto secamente—. No sabía que habíamos quedado.—No lo hicimos. —Jero evita mirarme a los ojos y pasea su mirada por los

cuadros del salón—. Quería veros.—Noah no está. Hoy duerme en casa de mis padres.—Lo sé. Llamé a tu madre hace un rato.—¡¿Que llamaste…?!—Espera, Nel, déjame explicarme. —Me corta—. Llamé a tu madre para hablar

con ella de Noah y me dijo que estaba allí. A quienes quería ver son a Jorge y a ti.—Vale. ¿Y qué quieres?—Hablar con los dos.—Me lo puedes decir a mí directamente.

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—Nel… —Al ver mi cara, corta la frase—. Está bien. Solo quería disculparme pormi comportamiento.

—¿Por cuál de ellos?—Nel, por favor… —Jorge viene directo a mí desde la cocina y me coge de la

mano—. Déjalo hablar.Jero suspira y mira hacia el suelo.—Perdóname, tío. La verdad es que tú no tienes la culpa de nada de esto, y el otro

día… Me pasé. Sé que te portas muy bien con Noah… —La voz se le quiebra y dejade hablar.

—Tienes un hijo estupendo, tío. No pasa nada, se nos fue de las manos.Siempre me ha sorprendido la facilidad que tienen los tíos para darse una paliza a

alguien y después perdonarse como si nada hubiese pasado. Jero le tiende una mano aJorge, que coge y aprieta con energía, seguido del consabido medio abrazo conpalmoteo en la espalda.

—Gracias, tío. —Por la sonrisa de Jero, parece que se ha quitado un peso deencima—. Nel, también te quiero pedir perdón. Sé que tampoco es la situación idealpara ti, así que intentaré molestar lo menos posible cuando vea a Noah.

La nueva Nel sigue siendo una desconocida para mí. Jero me enternece hasta elpunto que tengo ganas de abrazarlo.

—Jero, puedes venir a ver a Noah cuando quieras. Eres su padre y, aunque lonuestro no sea posible como pareja, quiero que como padres seamos los mejores paranuestro hijo. Nada me gustaría más que tener la tranquilidad de que siempre estarásahí para él.

—Lo haré. Es mi prioridad en la vida.—Con eso me basta. Y acepto tus disculpas.—Gracias, Nel… Yo… Sé que fui un cobarde en el trabajo, pero tenía miedo de

perderlo y…—Vale, Jero, de verdad. Te perdono, en serio, no necesito que me pidas disculpas

por todo.—Vale. Lo pillo. Os dejo.Vuelve a dar la mano a Jorge y, sin que me lo espere, me abraza.—Me voy.—Te llamaré cuando vuelva Noah, por si quieres venir a verlo.—Claro. Dame un toque.Va hacia la puerta y, por primera vez desde que lo conozco, me sorprendo viendo

como acaricia la cabeza de Thor.—Adiós, chicos.Después de cerrar la puerta, me quedo unos segundos sin dar crédito a lo que acaba

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de pasar.—¿Qué te parece?—Que hace bien. Yo no te querría tener de enemiga… —musita mientras me mira

de arriba abajo.—Mira que eres bobo…Jorge me sonríe de medio lado y antes de que me dé cuenta, me echa sobre su

hombro y me sube a la habitación.—¡Qué haces, loco!—Continuar donde lo dejamos, ya estoy hidratado…

***

—¿Te quieres estar quieta? —Anaïs le da un manotazo al dedo de Sofía, que seacerca peligrosamente a la tarta—. Parece mentira, tan mayor y tan plasta…

—Es que está muy buena… Yo quiero que me hagas una para mi cumple… —Sofíasonríe como una niña traviesa.

—Ya he llevado vasos, platos, cubiertos y servilletas. ¿Dónde están las bebidas?—En el frigorífico hay refrescos y cava. La cerveza se la ha llevado Caleb para

ponerla en un cubo con hielo. Y creo que en el armario de allí hay cosas más fuertes.—Señalo el mueble del fondo de la cocina y Cloe niega con la cabeza—. ¿Qué pasa?

—Miedo me da conocer las bebidas que guardas en ahí.—Mira que eres tonta…El timbre suena y corro a abrir la puerta. Saludo a mis padres y a mis hermanos y

cuñada, que vienen cargados de regalos.—Cuando dije solo un regalo, ¿estabais allí?—Ay, calla, hija, que Noah cumple un añito una sola vez, no seas aguafiestas.Eso deben de haber pensado todos los invitados, porque cada vez que miro el

rincón de los regalos ha subido un poco más.—Va a necesitar una casa para él solito.—Ufff… No me hagas hablar… A ver dónde metemos todo esto… —Pongo los

ojos en blanco y Jorge se ríe, divertido—. ¿No es un poco exagerado?—Todo es poco para Nono.—Ya estamos con el nombrecito…—¿Qué quieres que le haga? Él mismo se ha pronunciado.Miro a Noah, en brazos de mi madre, negando con la cabeza y no puedo evitar

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sonreír.La tarde pasa entre risas, aplaudiendo las monerías que hace mi hijo. Cuando

vamos a sacar la tarta, recibo un mensaje de Jero.—Espera un momento, Anaïs, no la saques todavía.Salgo a la calle. Jero espera apoyado en el coche. A su lado, cómo no, hay una

bolsa enorme llena de regalos.—Hola, Nel.—Jero, ¿cómo estás? —Aún no estoy completamente cómoda con él, pero decido

darle dos besos, que lo pillan por sorpresa—. ¿Por qué no pasas?—No quiero molestar…—No molestas en absoluto. —Le echo un vistazo a la bolsa, alucinada—. ¿Qué es

todo esto? ¿Ahora eres Papá Noel?—Es solo… Mis padres me dejaron varios regalos antes de irse de vacaciones y

me gustaría que se los dieses. Yo también le he comprado algo, espero que no temoleste.

—Yo no se los voy a dar, Jero. —En el fondo disfruto de su cara de sorprendido—. Tendrás que entrar tú mismo a dárselos a tu hijo.

La llegada de Jero a la fiesta causa ciertas miradas de extrañeza entre el grupo enun primer momento, pero enseguida lo acogen como uno más a pesar de las dudas queél siempre ha tenido con ellos. Mi madre me lanza una mirada que lo dice todo, ysonrío satisfecha.

—Vamos, ya la podemos sacar.No puedo evitar soltar alguna lagrimita cuando veo la cara emocionada de Noah,

lanzando las manos hacia la hermosa tarta que Anaïs ha hecho con tanto cariño.Apagamos las velas con él y las chicas llenan las copas.

—Por Noah, para que todos los años podamos celebrar su cumple juntos.—Por vosotros, chicos. —Me aclaro la garganta y los miro a todos agradecida—.

Gracias por hacer que su primer cumpleaños sea tan especial. Espero, como diceCloe, que siempre estéis presentes en su vida… Y, por favor, para la próxima,cortaros un poco con los regalos.

Aguanto los abucheos de todos los presentes, pero no puedo evitar estar feliz.Ahora mismo, con toda mi gran familia allí reunida, estoy segura de que Noah era elángel que todos necesitábamos en nuestra vida. Jorge me guiña un ojo y me abraza,consciente de que se ha deshecho por completo todo el hielo que cubría mi corazón.

—Felicidades, cariño. Llevas un año siendo una madre de lo mejor.

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EPÍLOGO

—Santi, ya está aquí tu cita de las dos.Santi asiente silencioso, sin ni siquiera girarse para mirarme, mientras garabatea en

su libreta. No me lo tomo a mal. En el tiempo que he tenido para conocerlo, sé que setoma un momento de reflexión antes de empezar a tatuar. Allá cada uno con susmanías. Cierro la puerta sin hacer ningún ruido y sonrío a la chica de los milpiercings.

—Enseguida podrás entrar, si prefieres sentarte… —Señalo unos sofás rojos en elotro extremo de la tienda, y ella sonríe, negando con la cabeza.

—Estoy demasiado nerviosa.—¿El primero?—No, pero los demás no tenían tanta importancia. —Asiento en silencio. He

podido ver en el estudio los bocetos para el tatuaje de esta chica y son impresionantes—. ¿Tú tienes alguno?

Asiento y señalo una de las fotografías enmarcadas en la pared. Me enorgullecedecir que ese pie con el empeine maravillosamente dibujado es mío.

—Qué maravilla… —Silba, mirándolo detenidamente—. ¿Te lo hizo Santi?—Sí. —Recuerdo el pánico que me entró cuando me decidí y el dolor intenso,

sobre todo al principio—. Es maravilloso verlo trabajar.Santi aparece sin hacer ningún ruido y nos da un susto a las dos, que nos reímos

como tontas. Nos mira sorprendido y suspira teatralmente.—Cuando quieras, Paola…—Yo me voy a comer. Te dejo en buenas manos.—Cierra del todo. Necesitaré al menos tres horas concentrado.—De acuerdo. Desviaré las llamadas a la pelu.Cuando los dos desaparecen por la puerta del estudio, recojo todas mis cosas y

salgo, poniendo el cartel de cerrado.—¿Está Santi dentro?—¡Por Dios, Jorge! ¡No me des estos sustos! —Le pego un empujón cariñoso,

seguido de un beso. Me asomo al cochecito y veo que Noah está dormido—. ¿Quieresalgo? Está con una clienta.

—No, nada, luego lo llamo entonces.—¿Y ese misterio?—No es nada, tonta…Me río, negando con la cabeza. Si no lo conociese, juraría que esconde algo.

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—Vamos a comer, anda.

***

No sé si mi vida ha cambiado, o la que he cambiado he sido yo. Pero lo que tengoclaro es que todos los acontecimientos en los que me he visto envuelta en los últimosaños han hecho que la Nel de ahora sea mucho más completa que la de antes, sí, esaque creía que estaba triunfando en un mundo al que quizá en algún momentoperteneciese, pero en el que no podía seguir si quería ser feliz.

La decisión de invertir buena parte del dinero del finiquito en el negocio de tatuajesde Santi y Jorge fue lo más fácil que he hecho en la vida, pero trabajar allí… Hacambiado mi vida por completo. No solo me ha dado la oportunidad de descubrir unmundo nuevo lleno de gente extraordinaria y sorprendente, sino que decididamente meencanta trabajar así, sin las presiones a las que estaba acostumbrada. Dudo que micuerpo acabe tan decorado —como dice mi madre sutilmente— como el de Jorge,pero lo que sí sé es que mi tatuaje es un recuerdo de mis heridas de guerra y de mismomentos de triunfo, que me han marcado y llevaré para siempre conmigo.

Cuando terminamos de comer, recojo la mesa y sonrío a Noah, que me hacegorgoritos desde su parque.

—¿Quieres ir con papá?Asiente una sola vez con su cabeza llena de rizos, y después niega, tres veces más,

provocándome una carcajada. Como Jorge predijo, Nono es un mote ideal para él.Cruzo a la casa de enfrente con Nono de mi mano y llamo al timbre.—¡¡Nono!! —Jero hace pedorretas, y Noah hace lo mismo, acercándose a él con

pasos aún inseguros.—¿Te lo llevo cuando me vaya? Hoy tengo cena —dice Jero, haciendo cosquillas a

Nono.—Vaya, vaya, parece que las cosas van muy bien…—Anda, anda… —Jero no puede evitar sonrojarse—. Solo vamos a salir un

ratito…—Claro, tráemelo cuando quieras. Nono, ¡tírale un besito a mamá!Sí, habéis oído bien. Una estampa idílica de dos padres que, aún separados, han

aprendido a entenderse por el bien de su hijo. ¿Qué menos podíamos hacer por Nono?Tener a su padre tan cerca no es más que una ventaja. Cuando Jorge me pidió que mefuese a vivir con ellos (sí, sí, sí, en una casa totalmente masculina y… está resultandofantástico), no dudé en sugerir a Jero que se mudase a mi casa a pesar de que podría

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resultar catastrófico. Pero no fue así. Para nada. Creo que en este tiempo, Jero, igualque me ha pasado a mí, ha aprendido, como dice mi madre, a priorizar. Y no se le estádando nada mal.

Y respecto a Jorge… Qué puedo decir… Disfruto de cada día con él como si fueseel primero, de su buen humor, sus bromas continuas y de su cariño y su cuerpodibujado por la noche. En poco tiempo, y con una familia poco convencional, noshemos convertido en un todo. Aunque no se lo confiese, porque me dirá que el tíoduro siempre gana, ha conseguido sacar lo mejor de mí hasta ahora. Y eso, aunque nosea una promesa para siempre, es un buen principio.

Y no hay nada más excitante que el principio de todo lo demás…

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AGRADECIMIENTOS

No podría hacer nada de esto sin el apoyo y la paciencia de mi familia y, enespecial, de ti, Álvaro, que me animas a seguir escribiendo aunque, a veces, cuandome meto en mi mundo, no tengas ni idea de lo que pasa por mi cabeza. No existe unamanera de darte las gracias por todo eso, aunque espero que algún día puedarecompensarte.

Toda mi gratitud a las personas que tratan con mimo y pasión por su trabajonuestras historias. Lola, gracias por tu simpatía y paciencia infinita, me has puestosiempre las cosas tan fáciles a pesar de ser un desastre a veces… Da gusto trabajarcon gente como tú. Gracias por otra oportunidad de trabajar con vosotros, comosiempre, ha sido un placer.

Gracias a todos vosotros. Espero que, con la historia de Nel, os haya sacado unasonrisa como con El que faltaba. Con eso me vale, más que de sobra.

Mientras escribía esta historia, perdí a un amigo impagable. Coco, siempreextrañaré tu compañía.

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Si te ha gustadoSi yo te contara

te recomendamos comenzar a leerNoches furtivas

de Mina Vera

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Prólogo

North Collegiate School, Londres, primavera de 1869Úrsula Oliván se sumó de forma mecánica a los súbitos aplausos tras escucharlos a

su alrededor, despertándose así de la introspección en la que se hallaba sumida. Unapunzada de culpabilidad atravesó su pecho por haber permanecido con la cabezaausente mientras su mejor amiga recitaba el poema ganador en el concurso de ese año.En un intento de resarcirse, se puso en pie y aplaudió con mayor entusiasmo, lograndoque Verónica Aranda centrara su mirada en ella desde la tarima del salón de actos yle dedicara una amorosa sonrisa.

Sabía cuán importante era para su amiga recibir aquel reconocimiento. Año trasaño, desde que ambas ingresaran en el prestigioso instituto para señoritas de CamdenTown, Verónica había participado en diferentes categorías del concurso que seorganizaba de cara a la fiesta de primavera. Y siempre había resultado ganadora enalguna de ellas. Era talentosa en diferentes áreas, y de aquella forma se lo demostrabaa sí misma y al resto del mundo. Aunque Úrsula era consciente de que lo hacíaprincipalmente para que su padre —que se quedaba en España durante el año lectivoy al que solo veía cuando volvía a casa durante las vacaciones de verano— sesintiera orgulloso de ella.

Por su parte, Úrsula no sentía aquella necesidad de reconocimiento, ni de su familiaen particular ni de nadie en general. Sí era cierto que había participado en el concursode ciencias el primer año de instituto, ya que era el área donde más cómoda se sentía,pero lo había hecho como reto personal. Ganar solo había supuesto una metaalcanzada más. Una vez cumplida, había preferido dejar paso a las alumnas másjóvenes, pues creía que ese era el propósito real de aquel concurso: retar a las mentesa esforzarse y superarse. Por supuesto, eso era algo que jamás le diría a su amiga.Sabía que era una persona a la que le motivaba tener una ilusión a la que aferrarse. Loque no había sabido hasta aquel fatídico día, era que ella había resultado ser másparecida a Verónica en ese ámbito de lo que jamás había creído. Su padre acababa detruncar su mayor ilusión. Ahora, no quedándole esa meta tan anhelada, desconocía quénuevo objetivo iba a marcarse en la vida. Tampoco sabía si sería capaz de levantarsecada día sin tener una razón por la que hacerlo. Jamás, en sus dieciocho años, sehabía sentido tan desorientada.

Acudir a la fiesta había sido un esfuerzo mayúsculo. Sin ánimo alguno tras ladevastadora conversación con su padre la noche anterior, Úrsula había barajado laposibilidad de quedarse en la cama fingiendo estar indispuesta. Pero eso habríasupuesto perderse la última de las fiestas de primavera que le quedaba, el posterior

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baile y… verlo a él. A todas luces, por última vez, ya que Ricardo Oliván le habíadejado muy claro que partirían de Londres en cuanto le fueran entregadas las notas defin de curso.

Nada de esperar a la reunión con la directora, para la cual ya tenía fecha y hora, enla que se iban a valorar las capacidades académicas de la alumna y de esta formacomenzar los trámites para el acceso a la universidad: elaboración del expediente,carta de recomendación…

Ricardo Oliván había dejado bien clara una cosa: su única hija ya tenía unaformación más que suficiente para una jovencita casadera. Pocas muchachasespañolas eran tan cultas como ella. Y ahora sus negocios requerían que la familia alcompleto regresara a Zaragoza. Su tiempo en Londres había concluido. Y ella debíaencontrar un marido en España. Quien ella eligiera —había concedido—, siempre ycuando fuera de buena familia. Pero más pronto que tarde.

Aquel pensamiento borró de un plumazo la forzada sonrisa de su cara. Encontrar unmarido. En España. La idea le había parecido siempre tan lejana que nunca le habíapreocupado de verdad. Era cierto que en los años que había pasado en Londres, unúnico hombre había ocupado los raros momentos que se permitía abandonarse a laensoñación de imaginarse rodeada por unos brazos masculinos. Sin embargo, sutiempo y esfuerzos debían ser dedicados al estudio para obtener unas excelentes notasque le abrieran las puertas de la universidad y, de este modo, alcanzar su verdaderosueño: cursar estudios en Químicas y llegar a ser una gran perfumista.

No obstante, aquellos ojos verdes que siempre la habían mirado con amabilidad,aquella boca perfecta de labios tentadores que sonreían de forma tan sincera, o aquelaroma profundamente varonil y personal que la perseguía a menudo en sueños, erandifíciles de olvidar hasta para la más aplicada de las alumnas del instituto que tantoecharía en falta en pocas semanas. Para ella, aquel centro de estudios se habíaconvertido en un refugio, y pronto perdería el cobijo que este le había ofrecido acambio de su tiempo y dedicación.

De la misma forma, perdería la posibilidad de seguir viendo a Edward Green,aunque solo fuera una vez al año, y solo para bailar con él dos o tres piezas eintercambiar las escasas palabras que cada baile les permitía. Así pues, si esa nocheiba a ser la última, ni su padre, ni su profunda tristeza por el varapalo recibido, iban apoder robársela.

—¿No se aburrirá nunca de ganar?La voz de Lindsay Green a su espalda hizo que Úrsula sintiera un escalofrío y

regresara a la realidad, dejando a un lado toda lástima por sí misma. Si su gran amigay excompañera de instituto estaba ya allí, con toda seguridad, su hermano mayortambién.

Lindsay había acabado los estudios hacía ya dos años, pero seguía sin perderse un

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solo baile de primavera, al que todas las exalumnas estaban invitadas, al igual que susfamilias. Como estudiante aventajada en las clases de ciencias, Úrsula había asistidoa asignaturas de cursos superiores desde su primer año, coincidiendo con Lindsayvarias horas a la semana y creándose entre ambas una buena amistad.

De esa amistad, y de las constantes negativas a unas y otras posibles parejas debaile en la primera fiesta de primavera de Úrsula, había surgido el primer encuentroentre ella y Edward.

Lindsay le había solicitado a su hermano que desplegara todo su encanto con una desus mejores amigas y así la convenciera para bailar al menos una pieza. Él no eracapaz de negarle nada a su hermana. Y en cuanto Úrsula se vio arrastrada a la pistasin que nadie le pidiera permiso para tomar su mano o rozar su cintura, tampoco fuecapaz de negarse a tal exigencia. Menos aún cuando él clavó los ojos en los suyos. Elremate final fue su cautivadora sonrisa seguida de un leve susurro en su oreja.«Concédeme este baile o Lini me castigará metiendo ortigas en mi cama o echando salen mi té, como cuando era una niña y no la seguía en alguno de sus juegos».

Aquello la hizo ceder al instante solo por compasión. Y a pesar de lo que hubierapodido esperar, aquel baile acabó demasiado pronto. Por suerte, él le solicitó otrosdos más aquella noche, de modo cortés y sin el ímpetu del primero. Lo poco quepudieron conocerse en esos escasos minutos, dejó a Úrsula marcada para los añosvenideros, con Edward Green como una lejana tentación que solo podía rozar con lapunta de los dedos una vez al año, alimentando sus fantasías hasta la posteriorprimavera.

Si alguna vez ella había creído que aquellas ilusiones podrían llegar a hacerserealidad, su padre le había dejado claro con la devastadora noticia de su partida quenunca jamás podría aspirar a nada más allá de un baile con Edward Green.

—Ya sé que es tu mejor amiga —prosiguió Lindsay, caminando hasta situarse a sulado y enlazando su brazo en el de ella con total confianza—. Pero has de reconocerque el poema no es tan bueno. Una rima demasiado sencilla, si bien el léxico esbastante rico para una extranjera.

—Tal vez no haya ganado por su forma, sino por su fondo.Úrsula no había oído apenas las palabras de Verónica momentos antes, pero

conocía el poema de memoria por todas las veces que su amiga se lo había recitadocomo ensayo para ese día.

—Oda a la madre que nunca conoció. Muy triste para un día alegre como hoy.Úrsula miró a su compañera con los ojos entrecerrados. Las palabras le parecían

muy duras para el habitual tono dulce y cordial de la muchacha. Ella la miró comorespuesta y le sonrió de oreja a oreja, borrando de su rostro un velo de pesar queapenas le dio tiempo a captar. Al parecer, el día no era tan alegre como ellaanunciaba. Para ninguna de las dos.

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—¿Te ha ocurrido algo, Lini?—No. ¿Y a ti?Ambas se quedaron mirándose unos instantes, reconociendo en la otra una pesada

carga a sus espaldas que ninguna parecía dispuesta a confesar, y que ambas habíantratado de ocultar vistiendo sus mejores galas.

A la legua se veía que estaban bellísimas, si bien no eran en absoluto parecidasfísicamente. La española era de piel nívea y ojos de un negro tan profundo como el desu densa cabellera, que llevaba recogida parcialmente desde los laterales yabullonada en la zona de la nuca. De rostro ovalado y esbelto cuello, sus grandes ojosalmendrados resaltaban en contraste con sus delicadas formas. Por su parte, Lindsayera de constitución más fuerte, de mejillas llenas y labios gruesos, largos cabelloscastaños y dulces ojos verdes, demasiado parecidos a los de su hermano, en opiniónde Úrsula, cosa que siempre la obligaba a recordarlo cuando la miraba, muy a supesar.

—Tampoco —mintió, a sabiendas que ninguna creía a la otra.—Entonces, divirtámonos.Lindsay le dio un cariñoso beso en la mejilla y la arrastró del brazo para que la

acompañara a saludar al resto de compañeras. Bebieron ponche y rieron recordandoviejas anécdotas, como cierta aparatosa y apestosa explosión en el laboratorio porcausa de un compuesto mal formulado, o los ronquidos de una de sus maestras demayor edad durante los exámenes de literatura.

Sin duda, Úrsula iba a añorar aquello con todo su ser.

La presencia de ilustres miembros de la sociedad londinense estaba asegurada en elbaile de primavera del North Collegiate School. La oportunidad de crear contactos eintercambiar opiniones con hombres de negocios, cabezas de familias nobles ymiembros del Parlamento —aunque para ello tuviera que bailar con alguna de susmujeres e hijas— era el principal motivo que llevaba a Edward Green a acudir a lafiesta anualmente.

Que su hermana pequeña le insistiera año tras año para que la acompañara, hacíadel evento algo ineludible. Como en tantas otras cosas, él era incapaz de decirle queno. Solo recordaba una vez que le hubiera negado algo verdaderamente importantepara ella. Y sabía que Lindsay no se lo había perdonado. Asumía aquella carga y laarrastraba desde hacía años. Sin embargo, no se arrepentía de su decisión. Esperabaque su hermana lo comprendiera y le otorgara su perdón algún día.

Se despidió de la más joven de las hijas de Lord Smith, cuyo primer año deestudios había sido agotador, tal como le había explicado ella misma con lujo de

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detalles durante dos bailes seguidos. No había querido dejarla con la palabra en laboca, así que había fingido ser él quien se interesaba por la conversación y la habíainvitado a seguir bailando.

Lord Smith le había sonreído desde su asiento al verlo junto a su niña, mucho másde lo que había hecho cuando le explicó su interés por formar parte del Parlamento yeste le palmeó la espalda, contento de que entrara sangre joven y fresca en la CámaraBaja. No queriendo crear falsas esperanzas ni al padre ni a la hija, la cual yaempezaba a mirarlo con ojos soñadores, había alegado tener un compromisoineludible al otro lado de la sala. No sabía si aquella sería distancia suficiente parano volver a ser visto por ninguno de los dos en lo que quedaba de noche.

Edward trataba de evitar estas situaciones lo máximo posible, lo cual no siempreera compatible con relacionarse y ser galante cuando la situación lo requería. Nobailar con las damas presentes no era una opción, puesto que las muchachastriplicaban en número a los jóvenes disponibles. Por pura precaución, ya que noacudía allí en busca de esposa sino como un medio más para alcanzar su sueño deentrar en política, había adquirido por norma no bailar más de una pieza con la mismamuchacha. A lo sumo, dos si el padre o madre de esta se lo solicitaban expresamente.No obstante, él mismo se había saltado su propia norma desde hacía cuatro años.

Desde la primera vez que bailara con cierta señorita, pedirle que le concediera unapieza o, a ser posible, más de dos y tres, se había convertido en algo más que meracortesía. Disfrutaba de su compañía, su conversación y hasta de su cercanía, cosa quelo había atormentado la primera noche que la conoció, pues ella era una chiquilla dequince años y él ya había alcanzado los veintidós.

Año tras año, había ido observando cómo se iba convirtiendo en mujer, no solofísicamente, sino cómo iba adquiriendo una personalidad muy diferente a la de unaquinceañera. La admiraba. Por su esfuerzo, su perseverancia, su capacidad desuperación. Y saber de ella cada primavera, por sus propios labios y de su propia vozy no a través de comentarios esporádicos de su hermana, le resultaba demasiadotentador para renunciar a ello.

Así pues, la buscó. No entre los bailarines, ya que sabía de sobra que a excepciónde él mismo, pocos eran los hombres que lograban sacarla a la pista. No le gustababailar, aunque disfrutaba del acontecimiento en sí. Y quería pensar que de sucompañía más aún.

La encontró riendo a mandíbula batiente, toda encanto y naturalidad, no como elresto de señoritas que ocultaban su sonrisa tras su abanico, amortiguándola yperdiéndose la auténtica diversión por estar pensando en las formas más que en vivir.Ella no era así. Ella era especial. Única. Y no debería dejar a su mente ir más allá deese pensamiento, se reprochó a sí mismo. Bailar con ella era lo máximo que se podíapermitir. Era muy joven para él, lo sabía desde la primera vez.

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«Ya ha cumplido dieciocho años», le dijo una vocecita en su interior.La acalló de un plumazo y, más por precaución que por deseo propio, tomó a su

hermana de la mano, sorprendiéndola a la vez que le daba dos vueltas al ritmo de lamelodía que los músicos entonaban en aquel momento.

—¿Acaso hoy no piensas bailar con tu hermano, Lini?Úrsula sintió encogerse su estómago al oír aquella voz. Lo había visto a lo lejos,

pero no se había atrevido a acercarse. Como siempre, contaba con que fuera Edwardquien la buscara. Y por fin estaba allí, aunque no la había buscado a ellaprecisamente.

Aquella pequeña punzada de celos, a pesar de tratarse sencillamente de suhermana, desapareció de inmediato al ver el rostro de su amiga. Estaba muy seria,cuando había estado riendo con ganas hacía escasos segundos, y miraba a su hermanocon severidad.

—Aún no me lo habías pedido —dijo frenando las vueltas de forma algo brusca.—Mis más sinceras disculpas por mi tardanza. —Hizo una reverencia y le dio paso

por delante de él para que se uniera a los bailarines que ya danzaban en la pista—.Señoritas…

Antes de seguirla, hizo otra reverencia al corrillo de amigas y acto seguido se giróhacia Úrsula, quien lo encontró a un solo paso de ella, de espaldas al resto ybuscando su mirada.

—Señorita Oliván, ¿puedo contar con su compañía para la próxima pieza? Me temoque Lini no está de humor para soportarme durante más de un baile esta noche.

—Por supuesto, señor Green, será un placer. —Fue cien por cien sincera, aunquepor suerte, lo literal de sus palabras quedaba oculto tras la cordialidad delformulismo.

Edward supo que se había demorado más de lo conveniente en alcanzar a suhermana cuando unos cuchicheos a su espalda le pusieron sobre aviso. Asintió con labarbilla, apartó a duras penas los ojos de aquel cada año más bello rostro, y seadentró en la pista de baile, donde Lindsay lo esperaba con gesto irritado.

Algo en la mirada de Úrsula lo había alarmado. Le había sonreído, sí, pero solocon los labios. En sus ojos había algo distinto, y no era algo bueno. ¿Qué le habríasucedido? Se propuso descubrirlo en cuanto la tuviera de nuevo a su lado.

Mientras tanto, lidiaría con el humor de perros de su hermana. Se imaginaba a quése debía, pero no entendía su reacción en absoluto.

En el carruaje de camino a la fiesta, había esperado que fuera ella quien hablarasobre cierto hombre, puesto que hacía días que este se había presentado en su casacon claras intenciones. Pero sus sutiles intentos de sacar el tema no habían sidofructíferos. Así pues, en esta ocasión fue directo al grano.

—¿Ya te has decidido?

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—Déjame en paz.Lindsay giró el rostro, dejándole bien claro que no pretendía hablar con él, solo

bailar.—No te entiendo. Tú misma dijiste que el tipo te gustaba.—Y me gusta —reconoció, encogiéndose de hombros—. Es solo que… no he

tenido tiempo suficiente para conocerlo bien. Es… demasiado pronto para darle unarespuesta.

—Entiendo. Pero tal vez él no esté dispuesto a esperar.Aquel planteamiento hizo que Lindsay dejara de bailar. Miró con reproche a su

hermano antes de decirle entre dientes algo que le habría gustado gritarle a plenopulmón.

—¿Acaso tú te casarías con una mujer a la que no hubieras visto más de tres ocuatro veces?

—Tal vez. —Viendo que la gente empezaba a mirarlos, la tomó de la mano y laguio de nuevo en la danza—. Dependería de la mujer, y de qué hubiera visto en ellaen esos pocos encuentros.

—No te creo.—No miento, aunque ya sabes que ahora mismo mi prioridad no es casarme, sino

alcanzar una posición que me lleve a guiar al país por un rumbo más abierto al restodel mundo.

Lindsay jadeó y negó con la cabeza, indignada y bastante harta.—Para ser tan liberal, me presionas demasiado con que me case. Parece que no te

importa con quién, mientras lo haga.Esta vez fue él quien frenó los movimientos de ambos. Aquello le había dolido.—Claro que no. Lo único que quiero es que seas feliz. Si no te ves el resto de tu

vida junto a Ernest Clayton, mejor que rechaces su oferta de matrimonio de inmediato.—Curiosa elección de palabras —masculló ella al mismo tiempo que se inclinaba

como despedida al finalizar la música. Él alzó una ceja de forma interrogativa—. Hasdicho «verme el resto de mi vida junto a él», no «llegar a amarlo». Porque, a pesar delos años que han pasado, y por muchos más que pasen, sabes que amar a un hombre,amarlo de verdad, nunca más será posible para mi corazón.

Úrsula bebió otro sorbo de ponche. La música sonaba de nuevo, pero Edward nohabía acudido aún a reclamar el baile que habían acordado. ¿Se habría olvidado? Lodudaba, él no era de ese tipo de hombres. Sin embargo, habían pasado ya un par deminutos. No era normal. Y todas sus compañeras habían desaparecido del lugar dondeella se había quedado esperándolo, lo que la hacía sentirse sola y vulnerable.

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—¿Le importa que la acompañe primero tomando un refrigerio? Hace mucho calor,y tenemos tiempo de sobra para bailar. Aún es temprano.

Ella fue a responder, pero Edward había llegado de sopetón y se había hecho conuna copa de champán que bebía de un solo trago.

Tras unos segundos, suspiró y pareció borrar de su mente lo que fuera que loperturbara. Supo de inmediato que sus sospechas sobre Lindsay eran ciertas. Algo lehabía ocurrido. Y su hermano también lo sabía. Si ninguno de los dos queríaconfiárselo, no iba a ser ella quien se entrometiera en sus asuntos familiares. Ellamisma tenía un propio pesar que ocultar esa noche.

—Veo que su mano está recuperada por completo.La copita de ponche tembló en su mano cuando él se la rozó, señalando la zona del

dorso que había lucido vendada durante el baile del año anterior. Las marcas de lasquemaduras producidas por el ácido de un compuesto químico con el que había estadoexperimentando se habían borrado totalmente.

—Así es. Tuve suerte y las cicatrices acabaron desapareciendo por completo.—¿Suerte? —Apurando una segunda copa que había solicitado a uno de los

camareros, Edward se le acercó un poco más, como si fuera a contarle algún secreto—. ¿No será más bien que dio con la fórmula magistral para el ungüento con el quepensaba tratarse las quemaduras? Recuerdo que me dijo que nada de lo que leprescribieron los diferentes galenos a los que había visitado parecía mejorar lasheridas, y que pensaba buscar usted misma un tratamiento alternativo.

Úrsula enrojeció sin remedio. Mientras bailaban la última vez, él se habíainteresado por su dolencia, y ella había acabado confesando sus intenciones deexperimentar consigo misma, harta de remedios fallidos.

—Tiene usted muy buena memoria, señor Green.—Y usted un talento sin igual. Además de, al parecer, un producto revolucionario

que podría sacar al mercado. ¿Piensa patentarlo?—No lo había pensado —confesó, cohibida, refugiándose de nuevo en su copa.—Debería. Si lo necesita, conozco a un par de comerciantes que podrían financiar

la producción. ¡Qué demonios! —espetó de pronto, dejando a Úrsula boquiabierta,pues jamás lo había oído blasfemar—. Yo mismo sería su principal inversor.

—Yo… —La propuesta la entusiasmó. Solo un instante. Ya que pronto recordó quepartiría de Londres en pocas semanas, dejando allí cualquier sueño relacionado concrear sus propios perfumes, bálsamos, pomadas o ungüentos magistrales de ningúntipo—. Aún no puedo dar ese salto. Necesitaría perfeccionarlo, darle un aroma másagradable, una textura más ligera… No es un producto para comercializar, demomento —zanjó cuando él pareció ir a replicar.

—Como quiera. —La estaba escuchando, y con interés, Úrsula no tenía ningunaduda. Pero mientras lo hacía, había reclamado a otro camarero y ya iba por la tercera

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copa de champán seguida. Aquello no era en absoluto habitual en él—. No insistiré.Pero mi oferta de colaboración seguirá en pie, por si cambia de parecer.

—Se lo agradezco, señor Green.De pronto, depositó la copa sobre la mesa con más fuerza de la necesaria y la miró

con el ceño fruncido.—Mi buena memoria me acaba de recordar que la última vez acordamos dejar lo

de señor y señorita de lado —apostilló, pronunciando ambas palabras en el idiomade la joven, pues él chapurreaba el español y en alguna ocasión habían hablado en eseidioma, para divertimento de Úrsula. A pesar de sus esfuerzos, cometía bastanteserrores que ella le iba corrigiendo entre risas. Pero, sobre todo, su pronunciación erapésima—. ¿No te parece, Úrsula, que podríamos tutearnos antes de salir a la pista debaile?

—Si así lo prefieres… Edward.—Lo prefiero un millar de veces.Y con estas palabras, le tomó la mano, depositó un leve beso en su dorso,

admirando unos segundos la piel sin mácula, y la acompañó al carrusel de bailarinesque se disponían a comenzar una nueva danza.

A la joven aún le hormigueaba la piel allá donde él la había rozado con sus labioscuando lo oyó decir:

—Estás muy bella.Lo estaba. Sus formas ya eran las de una mujer. El color verde pálido de su vestido

combinado con bordados de un verde más oscuro era muy favorecedor. Y qué decirdel talle. Se ajustaba en la cintura dando paso a una silueta voluptuosa que lo incitaba,más por lo que ocultaba que por lo que mostraba. El peinado a la última moda leenmarcaba el rostro de forma cautivadora, haciéndole desear que fueran sus manos lasque lo rodearan. El rubor de sus pálidas mejillas se había acentuado al oírle, yaquello lo encendió un poco también a él.

—Gracias.—No hay por qué darlas. No es un vacío cumplido. Es lo que pienso.Ella sonrió tímidamente, mordiéndose el labio inferior en actitud inocente, nerviosa

y dubitativa. Él nunca la había visto así. Ella era una mujer segura y decidida. Sepreguntó por qué unas sencillas palabras le habían afectado tanto.

—Nunca antes me habías… dado tu parecer en ese aspecto.—Eras muy niña. No era apropiado. —En cuanto le confesó aquello, se arrepintió

de inmediato. ¿Qué demonios estaba diciendo?—. Y creo que el champán me haaflojado un poco la lengua.

—Tampoco nunca antes te había visto beber tanto. ¿Hay algo que te preocupe?Su primera intención fue negarlo, pero ella lo miraba con aquellos enormes ojos

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negros llenos de interés real y amable comprensión.—Eres perspicaz, Úrsula Oliván, y me conoces más de lo que cabría esperar.—Tiene que ver con Lini, ¿verdad?—Muy, muy perspicaz. —Suspiró y le sonrió con dulzura—. Sé que te hubiera

gustado tener hermanos, pero te aseguro que en ocasiones como la de hoy, te envidiopor no tenerlos.

—No digas eso. —En su rostro se reflejó el fatal impacto que su declaración lehabía causado—. Nada puede ser tan horrible como para renegar de un hermano.

—Tienes razón. Olvida lo que he dicho. Olvídalo todo…Cuando hizo ademán de marcharse en el preciso instante en que finalizaba la

música, Úrsula se lo impidió tomándolo del brazo. Aquello los sorprendió a ambos, yella apartó la mano de forma súbita, deseando que nadie a su alrededor se hubierapercatado de aquel gesto. Caminó un par de pasos para salir de la pista y poderhablarle sin entorpecer el paso a los bailarines.

—Si puedo hacer algo para ayudarte…—Sí. —La expectación se apoderó de la joven cuando Edward dio un paso hacia

ella y le dijo con los ojos cosas que no podían decirse de viva voz. Aquellasbrillantes esmeraldas se deslizaron por su rostro hasta detenerse en sus labios. Y supoque, de haber estado en otro lugar, solos los dos, habría acariciado su boca muchomás que con la mirada—. No me dejes beber más esta noche.

La petición fue bastante reveladora, dado que sus ojos no se movían del punto en elque parecían haberse quedado clavados. Úrsula se humedeció los labios de formaautomática, pues se le había secado la boca, y habló en un susurro.

—Para eso tendré que estar vigilándote, como si fuera tu hermana mayor y tú unmuchacho imberbe.

—Nunca te he visto como una hermana. —Consciente de lo insultante que podríahaber sonado, quiso aclarar sus palabras—. Me refiero a que nuestra relación es deamistad, pero de igual a igual. Uno no protege al otro ni le dice lo que debe hacer,como lo haría un padre. Somos semejantes.

—¿Es eso lo que haces con Lini y que tanto le molesta? —reflexionó en voz alta sinpoder evitarlo—. ¿Sobreprotegerla?

Los ojos de Edward volvieron a los de ella. Esta vez serios e interrogativos, perosobre todo, ofendidos.

—Si somos amigos, y semejantes, puedo decirte las cosas abiertamente.—Supongo que en parte tienes razón —admitió cabizbajo—. Pero esto es mucho

más complicado de lo que parece.El mágico momento compartido por ambos se desvaneció bajo la desazón que ella

podía percibir que lo consumía. Lo que fuera que pasara entre ambos hermanos era

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doloroso y muy personal. Así que decidió hacerse a un lado. Cuanto antes mejor.—Te quitaré la copa cada vez que la vea en tu mano —declaró y, tras una leve

reverencia, se marchó en busca de cualquiera de sus amigas, quien fuera, antes de quelas lágrimas que amenazaban ya en sus ojos saltaran a borbotones y, de seguro, nocesaran en largo rato.

—Y tendrás que bailar conmigo de nuevo para que no vaya a buscar otra copa más,y otra, y otra…

Él seguía a su espalda, no había dado por finalizada la conversación. Y su tono yano era serio, sino burlón. El momento tenso parecía haber pasado tan pronto comohabía llegado. Cogió todo el aire que le cabía en los pulmones, recompuso su gesto,se tragó sus lágrimas y se volvió de nuevo hacia él.

—Eso pueden ser muchos bailes.—De eso se trata esta fiesta. —Miró a su alrededor, con las manos extendidas—.

De bailar. Aunque tú y yo lo que hacemos es conversar mientras que, ya que haymúsica, bailamos.

Aquello le robó una sonrisa y la ayudó a respirar más profundamente.—Todos conversan mientras bailan.—No como lo hacemos tú y yo.Le tomó la mano para volver a besársela. Úrsula pudo sentir un beso más marcado

esta vez, seguido de una profunda aspiración con la nariz completamente pegada a supiel, colándose ligeramente bajo su muñeca. Si hubiera podido despegar sus ojos deél, habría mirado alrededor para comprobar que nadie los observaba. Pero la escenala tenía cautiva.

—Hueles a fruta madura. Jugosa y deliciosa.Un pulgar acarició su mano y los ojos más verdes y profundos que jamás había

visto, frondosos como un bosque, la miraron como habían hecho instantes atrás. Pudopercibir en ellos unas intenciones ocultas que Úrsula no fue capaz de desgranar unapor una. Sin embargo, no hacía falta ser ni la mitad de perspicaz de lo que él laconsideraba para comprender qué tipo de deseos asomaban a través de ellos.

—Es una combinación casera de aceites esenciales. Varios frutos rojos fusionadoscon… otras muchas cosas —reveló sin entrar en más detalles, pues cuando empezabaa hablar de sus creaciones, solía extenderse demasiado, si bien eso a él nunca le habíamolestado, al contrario. Sin embargo, no podía hablar mucho más, no mientras él lesostuviera la mano, con su pulgar jugueteando bajo su palma. Tragó saliva—. Encambio, tu aroma es más cítrico. Siempre lo ha sido.

—Siempre lo ha sido —repitió él, evidenciando lo que de aquellas palabras sepodía leer—. Soy un hombre de gustos poco cambiantes. Y adoro la fruta.

—Yo también.

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Las comisuras de los labios de Úrsula temblaron en un intento por ocultar la risanerviosa que le producía la conversación que se estaba desarrollando. Ambos sabíanlo que había detrás de cada palabra. Una confesión camuflada, traducida por suscómplices miradas.

—Hasta luego, Edward. Mantente alejado del champán o tendré que acudir a turescate.

—Confío en ello.Lo oyó reírse mientras se alejaba. Sin embargo, la sonrisa de ella se fue

desvaneciendo a cada paso. ¿A qué creía que estaba jugando? ¿Por qué se permitíahacerse ilusiones, incluso fomentar las de él, si nunca más lo iba a volver a ver?

La idea empezó a atormentarla, a consumirla, a devorarla. No debería haberacudido al baile. Verlo de nuevo había sido un error. Sentir su contacto, respirar suaroma, escuchar su voz solo había servido para incrementar la acuciante necesidadque tenía de él como hombre, no solo como amigo o semejante, como él lo habíaplanteado.

Las ilusiones que hasta entonces habían sido las de una niña se habían convertidoen las necesidades de una mujer. Él mismo lo había visto y se lo había dicho. Hastaentonces había sido muy niña. Estaba claro, por su actitud para con ella, que ya no laveía de tal modo. Y saberlo solo iba a hacer más dura su marcha de Londres.

No podía seguir allí ni un minuto más, no podía seguir viéndolo, y mucho menospodía volver a bailar con él o rompería a llorar en sus brazos. ¿Sería posible que loamara? ¿Y por qué esa revelación tenía que manifestarse cuando ya no habíaesperanza para ellos dos?

—Úrsula, ¿me estás oyendo?La mano de Verónica se posó sobre el brazo de su amiga, quien parecía estar en

cualquier sitio menos allí.—¿Qué?—Estás temblando. ¿Qué te ocurre?—No me encuentro bien. Creo que será mejor que me vaya.Según lo dijo, comprendió que era lo que tenía que hacer de inmediato.—Pero tu padre vendrá a buscarnos a media noche —le recordó Verónica,

sosteniéndola por la muñeca.—Cogeré un coche de alquiler. A esta hora ya habrá varios en la puerta. Tú

diviértete.La besó en la mejilla y salió prácticamente corriendo del salón de baile.

Edward captó por el rabillo del ojo un vestido verde moviéndose a mayor

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velocidad de lo que un baile requería. Centró su vista y lo buscó entre la gente. Creyóver a Úrsula desapareciendo por la puerta principal como si huyera de alguien. ¿Talvez de él? No. Eso no tenía sentido. Habían pasado al menos quince minutos desde sudespedida, y si lo que había sucedido entre ellos la hubiera asustado, se habría ido enese momento, no un cuarto de hora después. ¿O no?

Y, ¿qué era lo que había ocurrido entre ellos? La conversación había tenido unosaltibajos muy extraños. Pero habría jurado que la habían zanjado de forma mucho másque amistosa. De hecho, él no había prestado apenas atención a las conversaciones desu alrededor. Seguía cautivo de su aroma y de su sonrisa cómplice. Incluso se habíaestado preguntando si debería dar un paso más allá de esa amistad con la señoritaOliván.

Él no buscaba esposa, todavía, pero a veces las cosas llegaban cuando uno menosse lo esperaba.

Sin saber cómo, ya estaba caminando hacia el lugar por donde la había vistomarcharse. Antes de alcanzar la puerta, decidió preguntar en el corrillo de amigas alque ella se había sumado tras hablar con él.

—Señoritas…—Señor Green. —Fue Verónica quien lo interpeló, con un tono que revelaba que lo

estaba esperando—. Su presencia nos viene de perlas en la conversación quemantenemos en este momento.

Aunque su prioridad era dar con Úrsula, habría sido de muy mal gusto ignorar loque le acababan de decir para formular la pregunta que lo mantenía en vilo. Se armóde paciencia y respondió.

—Me alegra ser de utilidad a unas damas tan elegantes. ¿De qué conversación setrata?

—Verá, nos preguntábamos qué opinarán los hombres de su generación sobre queparte de nosotras vayamos a entrar en la universidad y, el día de mañana, nos veantrabajando codo con codo con ustedes. Sin ir más lejos, yo podría ser su compañeraen el Parlamento británico.

Seis pares de ojos lo observaban a la espera de un respuesta que o bien lassatisficiera o bien las enfureciera, no estaba muy seguro. Decidió ser sincero a la parque breve.

—No puedo hablar en nombre del resto de hombres de mi generación. Solo puedodecirles lo que pienso yo.

—Adelante.—Opino que si siguen trabajando tan duro como estos últimos cuatro años y nunca

pierden la determinación que las ha hecho llegar hasta aquí, pueden lograr cualquiercosa que se propongan en la vida.

—Pero hay hombres que se oponen, que nos cierran las puertas —protestó una de

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las jovencitas, a la cual él apenas reconocía de vista.—Me temo que de esos habrá durante muchos años. Lo que puedo decirles es que

yo no seré uno de ellos. Y que desde la posición en el Parlamento a la que aspiro,trabajaría para que no hubiera diferencia alguna entre haber nacido hombre o mujer.

Sus palabras dejaron mudas a las jóvenes que lo escuchaban atónitas. SoloVerónica fue capaz de replicar, sonriéndole de tal forma que dejaba claro lo muchoque le había gustado aquella respuesta.

—Lástima que Úrsula no esté aquí para escucharlo, señor Green, le habríaencantado participar en esta conversación. Pero me temo que se encontraba algoindispuesta. Aunque tal vez el coche de alquiler al que se dirigía aún no hayaemprendido la marcha.

Al ver que no se movía del sitio, Verónica alzó las cejas de forma significativa,haciendo que Edward reaccionara de golpe.

—Debo… atender un asunto. Si me disculpan.Verónica lo observó alejarse y suspiró con resignación.«Espero que no tengas nada que ver con esa indisposición, Edward Green», pensó

para sí. Aunque en el fondo, y sin necesidad de que su amiga le hubiera contado nuncanada al respecto, estaba convencida de lo contrario.

Ya en el exterior, Edward fue posando la vista de carruaje en carruaje, buscando suvestido verde o su oscura cabellera. La encontró asomada tras la cortinilla de unvehículo que en ese preciso momento iniciaba la marcha. Sin pensárselo dos veces,corrió hacia él, sosteniendo la triste mirada de la mujer que lo ocupaba ypreguntándose qué había sucedido para que se fuera de ese modo.

Habría jurado que una lágrima recorría su mejilla en el mismo instante en que cerróla cortina y los caballos se la llevaron demasiado deprisa para poder detenerla.

Parado en mitad del empedrado, observó en la oscuridad cómo una mujer queparecía corresponder a sus sentimientos decidía huir de él. Porque algo le decía queeso era lo que había ocurrido. Se alejaba por voluntad propia y, a la vez, en contra desu voluntad.

Haciéndose eco de palabras que había oído decir a otros hombres cientos de vecesy que él intentaba no secundar, volvió al salón sin ánimo alguno de permanecer enaquella fiesta. No había quien entendiera a las mujeres, decían a menudo sus amigos yconocidos. A esta en concreto, él había creído entenderla. Hasta el momento.

Basándose en esa creencia, se planteó algo y trató de aparcar el tema todo lo quepudo para lo que quedaba de noche. Le daría tiempo. Esperaría unos días, tal vez unpar de semanas, y le haría una visita informal para interesarse por su bienestar y elmotivo de su desaparición de la fiesta. Así tendría tiempo para aclarar sus ideas. Y éltambién.

Puede que tuviera que acudir con su hermana. Primero porque no sabía dónde se

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encontraba la residencia de los Oliván e iba a tener que preguntárselo a ella decualquier modo. Y segundo, para que la visita no se tomara por lo que no era…

¿Y acaso no era lo que podría parecer? ¿Acaso no pretendía cortejarla?Tomó otra copa de champán, decepcionado porque ella no estuviera allí para

arrebatársela como había prometido. Mientras la bebía con una avidez que nuncahabía sentido por el alcohol, se dijo que tenía unas pocas semanas para decidir sidaba uno de los pasos más importantes de su vida o no. Porque a pesar de lo liberalesque eran sus ideas políticas y sociales, si él daba un paso como aquel con una mujer,sería por amor y para siempre. En ese aspecto era muy tradicional.

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Table of ContentsPortadillaCréditosDedicatoriaContenidoCapítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VCapítulo VICapítulo VIICapítulo VIIICapítulo IXCapítulo XCapítulo XICapítulo XIICapítulo XIIICapítulo XIVCapítulo XVCapítulo XVIEpílogoAgradecimientosPromoción