Sergi Pamies - Como dos gotas de agua.pdf

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Como dos gotas de agua

 

Cuando nace, la gota todavía no sabe que dentro de dos segundos se aplastará contra la picade la cocina. Ilusionada, resbala por la última curva de la cañería y saca la cabeza por ladesembocadura del grifo. La luz de los fluorescentes la deslumbra. Se siente como la pasajeradel tren que, después de haber concentrado la mirada en un largo túnel, sale finalmente a cieloabierto. Llena de curiosidad, se detiene en la boca del grifo. La inercia hace que se tambalee yque, después de un leve balanceo, caiga al vacío. Durante los primeros milímetros de estatrayectoria -iniciada con más esperanza que no convencimiento- la invade el vértigo. Volar laestimula tanto como pasar desapercibida. En efecto, su presencia no modifica el orden de unacocina que, a pesar del esfuerzo del decorador por convertirla en la expresión de la familia quese sirve de ella, todavía se parece demasiado a la fotografía del catálogo que la inspiró. Aparte de los muebles y de los acabados, prevalecen algunos detalles no previstos en elproyecto inicial: el olor de un caldo recién hecho y, aferrados a la puerta de la nevera, imanesde la familia Simpson que sujetan el menú de la escuela de un niño que, justo ahora, mientrasla gota descubre el placer de lanzarse al vacío, se atraganta en el comedor del colegio con unhueso de pollo. La distancia entre el grifo y la pica es de un palmo y medio, un trayecto tancorto como el rato que la gota tardará en recorrerlo. No pierde el tiempo: filtra la luz de losfluorescentes y refleja la esfera del reloj, que asiste a un nuevo cruce, histórico, de las saetas.Comparado con cuando todavía formaba parte de una corriente, el presente le parecefascinante. A primera vista puede que no se le note, pero si aumentáramos la imagen de lagota, si la paráramos y la reprodujésemos en tres dimensiones y le diéramos movimiento (unmovimiento virtual, se entiende, estructurado sobre una hipótesis secuencial a escala ampliaday por ordenador), detectaríamos el latido casi imperceptible de una emoción basada, por unaparte, en la inconsciencia del peligro que supone la caída y, por otra, en la falta de informaciónsobre el propio entorno. La cadencia, por ejemplo: una gota cada tanto, siempre el mismotanto, como en una carrera ciclista contrarreloj. O el descubrir que el hecho de que un grifo nocierre bien o que, a causa de la erosión de la junta, gotee, pueda cambiarle la vida y provocarque, una vez convertida en gota, aquel trayecto, banal en apariencia, se transforme enprivilegio. Como una frontera, la parte alta de la pica marca el último tramo. El horizonte,inmediato. A medida que cae, la gota aumenta de peso, de volumen y de tensión interna. Lecuesta mantener una forma esférica. La inercia le estira la piel. Tanto, que le gustaría ser demercurio. El paisaje se oscurece. Desde un punto de vista humano, todo pasa muy deprisa. Parala gota, en cambio, este rato contiene parte de la vejez y toda la madurez. El tiempo necesariopara olvidar lo que ha vivido más recientemente y recordar sólo los primeros tiempos de lavida: para reconocerse en la gota que, con más atrevimiento que ella, empieza a sacar lacabeza por el mismo grifo. Se parecen como dos gotas de agua, comprueba. Y tiene laimpresión de que el haber visto a aquella hija (o hermana), justifica haber vivido un viaje quese acaba tal y como estaba previsto: chof. La gota estalla y se esparce en mil pedazos que,indiferentes al tacto de acero inoxidable de la pica, vuelven a reunirse, ya no en forma de gotasino de salpicadura, nada, un hilo raquítico que, después de esquivar el escollo de restos deaceite de girasol, se cuela-blop-aspirado por el agujero.

 

Sergi Pàmies. Del libro “Si te comes un limón sin hacer muecas”.