Semanario: El negocio de la caridad

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PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN VANGUARDIA | LUNES 6 DE DICIEMBRE DE 2010 | NO. 251 | WWW.SEMANARIOCOAHUILA.COM EL NEGOCIO EL NEGOCIO DE LA CARIDAD DE LA CARIDAD

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Estirar la mano varias veces al día para pedir caridad puede generar hasta 800 pesos diarios, así lo demuestra esta investigación donde los mudos hablan, los cojos caminan, los enfermos están rebosantes y los pobres tienen pesadas cuentas bancarias.

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P E R I O D I S M O D E I N V E S T I G A C I Ó N

VANGUARDIA | LUNES 6 DE DICIEMBRE DE 2010 | NO. 251 | WWW.SEMANARIOCOAHUILA.COM

EL NEGOCIO EL NEGOCIO DE LA CARIDADDE LA CARIDAD

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2 VANGUARDIA Lunes 6 de diciembre de 2010

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1. Pues yo cambaría los sindicatos porque están llenos de corrupción. No los quitaría

porque entonces muchos trabajadores se quedarían sin respaldo, pero sí hay que darles una buena limpiada; están bien viciados.

2.Tengo la esperanza de que algún día México tenga una red de ferrocarriles bien, porque antes

teníamos la seguridad de que podíamos viajar a por todo el país. ¿Y ahora? Además, eso generaría más trabajo.

3.Obligaría a todos a pagar impuestos, para que el Gobierno tenga con que hacer cosas. Pero

si el gobierno no hace lo que debe, o lo que el pueblo demande, los quitaría porque están para servir a la comunidad, no a ellos solos.

4.Haría más partidos políticos. Eso permitiría que se diera oportunidad para que quien

tenga la intención, ponga ideas sobre la mesa y que sobre ellos, se pongan a trabajar.

5.Vería que los cuerpos policiacos estuvieran bien educados

y más entrenados. Así podemos resolver parte de la situación actual; les pagarían más y sabrían que hacer en caso de alguna crisis. Además estaríamos más seguros. Es cosa de lógica.

1.Este año, como los cuatro anteriores, el Grinch tomará la for-

ma del crimen organizado. El enemigo a vencer para el bra-cero que momentáneamente pide posada en su antiguo país, no es ya únicamente el programa Ay, Paisano sino también las patrullas de ex-torsionadores que circulan por ciudades y carreteras norteñas como por casa pro-pia. Las señoras que acuden a McAllen a chivear y muy pronto a hacer compras navi-deñas de pánico, ya conocen su odiosa catadura. Por lo demás, está comprobado que los cárteles no descansan, ni en Semana Santa, ni en el Día del Trabajo, ni siquiera el 16 de septiembre. El puente Guadalupe Reyes no funcio-na para ellos; al contrario, los días festivos y navideños representan para ellos una temporada alta de trabajo.

2. Hace mucho que el Gobier-no prohibió los

cohetes y demás fuegos chinos de artificio en esta temporada. Ojalá consi-ga desterrar también las balaceras urbanas y las ejecuciones masivas en fiestas de adolescentes. Los narcos, que antaño restauraban iglesias y construían escuelas pri-marias, atentan ahora in-discriminadamente contra la población. Acaso rega-len juguetes todavía este año en Piedras Negras, siguiendo aquella políti-ca inicial de promoción e imagen pública. Porque las matanzas de civiles, si bien constituyen un eficaz mensaje intimidatorio, les está granjeando el coraje de la población en los úl-timos cuatro años.

|| Diccionario de autores

Nadie es homogéneo, análogo, todos son una mezcla de… Una pizquita genética de fulanito, otra

de menganito y una cucharadita de perenganito. Si no lo crees, ve cómo metes en una licuadora un tantito de éste, más del otro y un puñito de aquél,

y luego verás quién sale:

LA LICUADORA

LA FAUNAEN UN DOS POR TRES Por Alfredo García

Ilustración: Estefanía Barrera

Don Francisco Pedro PicapiedraRussell Pablo González

Infi nito: La estupidez humana es la única cosa que nos da una idea del infi nito.(Ernest Renan).

SI YO FUERA PRESIDENTE¿Se imagina sentado en la silla que ahora ocupa Felipe Calderón?

Martha Maldonado, maestra de inglés

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SEMANARIO

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Grinch: primera llamada

3.En medio de un otoño que parece de otro planeta, las ciudades fronterizas

de Tamaulipas se han convertido en una suerte de franja de Gaza. Hay atentados, coches bomba, masacres de civiles, caravanas de refugiados custodiadas por soldados que no hacen más que los cascos azules de la ONU: li-mitarse a mirar. En el último tercio del sexenio de Felipe Calderón, probablemente las cosas no ha-gan sino empeorar. La debilidad del presidente, ostensible desde el primer día de su mandato, irá acentuándose conforme se des-plieguen las fuerzas políticas y económicas que buscan amarrar la sucesión de 2012. Esperemos que ello no signifique un agrava-miento de la violencia en México, o que de plano empiece a bus-carse una solución multinacional al problema del narcotráfico, que nos afecta tanto a nosotros como a América Central, a Colombia, a Bolivia, a Perú…

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Los premios literarios. Como tantas cosas fabricadas por la burocracia cultural, los premios literarios son una rutina vacua y algunas veces inicua. Como los juegos de azar, de que son tributarios, obran y el bien y el mal de manera inconsciente, cuando no son torcidos por hábiles apostadores, que pueden amañarlos una vez o muchas, pero no siempre. La institución de los premios es una maquinaria ciega como la guillotina: son más las cabezas que corta que las que corona de fl ores. Por una persona que resul-ta glorifi cada, 300, 500, 700 se quedan en la sombra, donde es el crujido de huesos y el rechinar de dientes. A la larga, y por mera ley estadística, como dice Gabriel Zaid, los premios terminan favoreciendo al talento medio, a la mediocridad. Su siniestra seriali-dad, por lo demás, puede desembocar en el ridículo y el contrasentido: cuando no haya nadie más a quien galardonar, el Premio de la FIL de Guadalajara para Escritores de Lenguas Romances terminará distinguien-do a cualquiera, ya que es una exigencia pre-miar a alguien cada año. En 2010, la ensayis-ta y novelista Margo Glantz es todavía una propuesta decente, contra lo que pudiera decirse. Ella es respetada ante todo por ha-ber elaborado una antología que ya casi na-die recuerda, titulada “Onda y escritura en México”, donde reprodujo el cuento “Cuál es la onda” de José Agustín, así como relatos de Juan Tovar, Elsa Cross y otros jóvenes de fi nales de la década de 1960, combinándolos con cuentos de escritores más experimen-tados como Salvador Elizondo, Juan García Ponce y José Emilio Pacheco. Fuerza es re-conocerlo: en los años que vienen el premio de la FIL tendrá que ser otorgado a Jorge Volpi, a Ignacio Padilla, a David Toscana, y no tanto por sus propios méritos, que los

tienen, sino por la simple razón de que ya no habrá a quién ofrecérselo.

Algo similar ha ocurrido con el Premio Cervantes. En su provinciano afán por pre-miar primero a autores peninsulares, las au-toridades que detentan el formidable galar-dón se olvidaron de autores de la altura del argentino Enrique Molina, el cubano Cintio Vitier o los mexicanos Alí Chumacero y Marco Antonio Montes de Oca. En la des-igual carrera entablada entre el tiempo y el Premio Cervantes, ganó el primero: aquellos grandes poetas fallecieron sin provocar en el jurado el más mínimo remordimiento. El problema tiene dos soluciones, ninguna de las cuales es conveniente ni práctica para los escritores interesados. Una sería premiarlos en grupos de dos o tres cada año, antes de que se mueran, como ha sucedido este año y el anterior con los premios nacionales que otorga el Estado mexicano. Otra sería entre-garlos de manera póstuma, naturalmente de cuando en cuando, lo que equivaldría a declararlos desiertos con respecto a los au-tores vivos en cada uno de los años en que esto sucediera. Margo Glantz, como decía-mos, es una respetable investigadora de la UNAM, que se ha esforzado por escribir algunas novelas y últimamente, a pesar de su edad, unas chispeantes crónicas de viaje que narran sus andanzas por los rincones más impensables del planeta. Sin embargo, el hecho de que se premie a una académica y no a un creador, a un poeta o narrador de tiempo completo, resulta una señal omino-sa. ¿Ya no hay escritores vivos y en activo en este país? Mejor le hubieran dado el pre-mio de la FIL a José Agustín, aunque lleva cuarenta años repitiéndose, escribiendo una vez tras otra el mismo cuento, la misma no-vela más o menos revolcada.

Respuestas:1) a; 2) d; 3) b, 4) c; 5) d; 6) c; 7) a; 8) b.

1.- La desconcertante aseveración de que la existencia de mujeres rubias confirma la aserción de que todos los cuervos son negros se debe a …

■ ■ A) Carl Gustav Hempel; ■ ■ B) Paul Dirac; ■ ■ C) Edward Sapir; ■ ■ D) Carl Friedrich Gauss.

2.- El Nican mopohua, relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, se atribuye a …

■ ■ A) Juan Bernardino; ■ ■ B) Tomás Santiago; ■ ■ C) Manuel Vicente; ■ ■ D) Antonio Valeriano.

3.- “La nada anonada” es una famosa frase del filósofo …

■ ■ A) Gabriel Marcel; ■ ■ B) Martin Heidegger; ■ ■ C) Karl Jaspers; ■ ■ D) Jean-Paul Sartre.

4.- Prisionero del mar es una canción de …

■ ■ A) Gonzalo Curiel; ■ ■ B) Agustín Lara, ■ ■ C) Luis Arcaraz; ■ ■ D) Mario Ruiz Armengol.

5.- Diga en cuál de las siguientes películas no actúa la India María.

■ ■ A) Sor Tequila; ■ ■ B) El miedo no anda en burro; ■ ■ C) Ni Chana ni Juana; ■ ■ D) La hermanita Dinamita.

6.- Talasa es un satélite de …

■ ■ A) Urano; ■ ■ B) Saturno; ■ ■ C) Neptuno; ■ ■ D) ninguno de los tres.

7.- … era el verdadero nombre del cantautor Bola de Nieve.

■ ■ A) Ignacio Jacinto Villa Fernández; ■ ■ B) Aníbal de Mar; ■ ■ C) Ignacio Acuña; ■ ■ D) Carlos Guerrero.

8.- El Taj Mahal se halla en la ciudad de …

■ ■ A) Nueva Delhi; ■ ■ B) Agra; ■ ■ C) Bombay; ■ ■ D) Panaji.

|||| Por Alfredo García

|| Los menesteres del ocio

SUPERMÉNDEZ El único superhéroe de Saltillo y la región (incluyendo Ramos) Por J. Latapí

|||| Por Miguel Agustín Perales

|| Claro que ud. lo sabe

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POR: JESÚS PEÑA / FOTOS: MARCO MEDINA

VIDEO: OMAR SAUCEDO, FELIPE HERNÁNDEZ Y ALEJANDRO TOMATSU

LIMOSNEROS...LIMOSNEROS...Y CON GARROTEY CON GARROTE

Estirar la mano varias veces al Estirar la mano varias veces al día para pedir caridad puede día para pedir caridad puede

generar hasta 800 pesos generar hasta 800 pesos diarios, así lo demuestra esta diarios, así lo demuestra esta

investigación donde los investigación donde los mudos hablan, los cojos mudos hablan, los cojos

caminan, los enfermos están caminan, los enfermos están rebosantes y los pobres tienen rebosantes y los pobres tienen pesadas cuentas bancarias.pesadas cuentas bancarias.

Ninguno de los personajes de Ninguno de los personajes de esta crónica urbana estaría esta crónica urbana estaría

dispuesto a dejar la calle por dispuesto a dejar la calle por un empleo, aquí la historia...un empleo, aquí la historia...

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Me han dicho que se gana lo sufi ciente como para vivir en un hotel, comer en un restaurante del centro, poseer una colección de relojes fi nos, tener un terreno en la colonia Re-pública o abrir una cuenta bancaria.

La oferta parece jugosa. Pensando en esto, es que una ma-ñana salgo de casa sin bañarme, con el pelo grasiento, un aliento a rayos y una barba de cuatro días que simula costra pegada a mis cachetes.

Atraído por una leyenda negra que dice que en Saltillo un pordiosero puede ganar entre 300 y 800 pesos en un sólo día, sin necesidad de saber inglés, tener un currículo extenso, conseguir cartas de recomendación o contar con experiencia laboral, comienzo a recorrer el centro.

La mañana es propicia para el experimento y mientras ando las aceras atestadas de transeúntes a los que se les hace tarde para las compras navideñas, maquino en mi mente la coartada perfecta.

Aaaah, ya está!!! Aprovechando que hace 11 años perdí el ojo derecho después una operación, diré que la semana pasa-da tuve un accidente, que se me desprendió la retina, que aun estoy convaleciente, sin un quinto y que el doctor me cobra 14

mil pesos por devolverme la vista: “¿me ayuda con una mo-nedita?”.

Sigo caminando mientras memorizo mi melodrama, los nervios hacen gruñir mi estómago, tengo miedo, pero con-fío en que la adrenalina haga su trabajo.

Frente a la Catedral, cuya puerta veo custodiada por una “maría” y otro mendigo de gorra y bastón, me topo a mi pri-mera víctima.

Se trata de una muchacha de buen ver, bien vestida y con un gran bolso negro colgando del hombro, “ni mandada a hacer”, me digo.

Para esto unas cuadras atrás, y a riesgo de tropezar con la cuneta o chocar con un poste, me he despojado de mis ante-ojos de aumento marca Perry Ellis.

¡Vamos!, es hora de entrar en acción. Primero el saludo y cuando consigo que la chava se detenga, le escupo mi pe-rorata.

La mujer escucha atenta mi choro y su cara se torna en el vivo rostro de la compasión cuando volteo la cara para enseñarle mi ojo fruncido, ”¡mire!”, “¡aaay!”, exclama en-ternecida, “espérame”, dice otra vez con voz dulce, esculca

su bolso y pone en la palma de mi mano una moneda de 10 pesos que relumbra como oro al sol.

“No estuvo mal, para empezar”, pienso alejándome. Ape-nas avanzo unos metros por la calle de Hidalgo rumbo a Juan Aldama, siento que me asalta una mezcla como de cul-pa y remordimiento. “¡Que poca... vergüenza!”, refl exiono.

Y recuerdo el caso de un joven y afamado pordiosero de cabellos rubios y erizos, ojos verdes y buena ropa, a quien desde hace años se le ha visto deambular por las salas de espera de la Clínica 1 del IMSS, el Hospital Universitario o las rutas el transporte urbano, pidiendo dinero para com-prar dizque un nebulizador para su bebé enfermo de los bronquios.

“ Llevas tres años pidiendo ¿y todavía no completas el nebulizador para tu niño?'”, le dije un día, nomás se dio la vuelta y se fue haciéndose el loco'”, me platica días an-tes una mujer policía que suele montar guardia en la caseta de Pérez Treviño y Murguía, justo al lado del Santuario de Guadalupe, donde a diario, y a todas horas, no es extraño encontrar a cuatro o cinco pedigüeños “trabajando” en la entrada.

M e basta un viejo abrigo café, una playera

gris rota, unos jeans de desteñido azul y

unos tenis que, al caminar por las calles

del centro, me dicen hasta el sabor del chi-

cle que piso.

Hoy he decidido cambiar, sin previo ensayo, mi ofi cio de periodis-

ta por el de limosnero novato.

Quiero averiguar si, como rumora la gente, con sólo un par de

muletas donadas, un andador prestado, una receta médica ven-

cida, una mentira sacada de la manga, un bote de leche converti-

do en alcancía o pronunciar la palabra “¡una caridad!”, con una

buena dosis de lástima, se puede hacer dinero “fácil”.’

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Ya he caminado más de siete cuadras con mi disfraz de estafador sin poder conseguir que alguien me dé siquiera un peso y sintiendo en mi espalda el fi lo de la indolencia de la gente que me hace caras, me saca la vuelta o pasa de largo cuando, con mi mejor faceta de mendigo, les pido “cooperen para mi operación”.

“Uuuh yo ando igual”, “orita no carnal, gracias”, “mmm así está mi mamá...”, “a la vuelta”, dicen y me dejan con la mano extendida.

Ahora sé cuánto duele la indiferencia. “La gente no da”, la frase resuena como tañido de cam-

pana en mi cabeza. Sí, ya recuerdo, me la dijo otro día ese limosnero de cabello desaliñado y aspecto harapiento, que acostumbra echarse con su muleta y su pierna llagada so-bre la banqueta, recargado a un contenedor de basura, a las afueras de una paletería por la calle de Padre Flores.

Seguro que usted lo ha visto pidiendo a las puertas del Santuario de Guadalupe o tirado a mitad de la plaza prin-cipal de Arteaga, pujando “¿quién desea ayudarme con una monedita para curarme de mi pierna, ¿quién me puede in-vestigar?, por piedad, por amor a Cristo...”.

Ese al que una tarde escuché hablando con un hombre de sombrero y una mujer sobre relojes fi nos y el arte de la mendicidad, delante de un escaparate afuera de una tienda de botas vaqueras:

“¿Y dice que tiene un Rolex?:, le preguntaba el sombreru-do, “sí tengo un Rolex, pero ese cuesta 25 mil pesos”, res-pondía ufano el pordiosero y así transcurrió la plática:

– ¿25 mil?– Tengo otro de 5 mil, pero ese se lo iba a regalar a un niño

enfermo de cáncer. – ¿Sí?– Lo que pasa es que vino un fulano y me pidió que se lo

donara, le dije que sí, que yo se lo llevaba al niño hasta su casa y no quiso.

– ¿No?– No, dijo que porque en la familia del niño no querían a

los judíos y yo soy judío, 'ah – dije – no, entonces no le doy nada'.

– ¿Cuándo nos trae ese Rolex para verlo?– Date la vuelta en estos días, porque el lunes me voy para

la Basílica.

– ¿De Monterrey? – No, a la de aquí, en Monterrey hay muchos tiroteos. – ¿Y qué tal?, ¿fue a limosnear al panteón el día 2?– No y ha de haber estado bueno, pero este año los fl oris-

tas no dejaron, se pusieron en la puerta. – Entonces ¿nos trae el reloj? – Sí, búscame...– ¿A donde va ahorita?– Ya me voy a descansar, ando muy adolorido. – ¿Dónde se está quedando?– En el hotel...Días más tarde la cámara de Semanario captó a este li-

mosnero entrando al Bristol, un hotel de paso de la calle de Aldama, donde, me confi rmó después una dependienta que prefi rió no dar su nombre, se hospeda este pordiosero por la cantidad de 180 pesos diarios, algo así como 5 mil 500 pesos al mes.

Avanza la mañana, ahora la emprendo por la Plaza Acu-ña donde bulle gente cargada con bolsas de juguetes, ropa, zapatos y pinos de navidad artifi ciales. No cabe duda que

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hoy es un buen día para limosnear, me digo mientras camino hasta una señora con cara de piadosa que descansa en una banca de la plaza.

“Vaya al Geriátrico oiga, ahí lo operan gratis, a ver ¿por qué no va?”, me dice la mujer en tono de regaño y me extiende una moneda de cinco pesos.

De pronto, como en feed back, me viene la anécdota que hace unos días me contó uno de los policías que resguardan la zona de la plaza y el Mercado Juárez y que habla de una anciana que suele pedir limosna en las taquerías del centro, a la que la gente de aquí ha bautizado como “La digna”.

“Una vez entra esta señora a una de las fondas y se dirige a un compañero que en ese momento estaba echándose unos tacos, le dice el policía 'híjole señora, no traigo dinero más que para pagar mi comida, pero si usted quiere le invito un taquito, ándele siéntese', y le contesta la viejita 'no, si no estoy muerta de hambre...'”.

El gendarme me contó también cómo está mujer, a quien describió como de pelo canoso hasta los hombros, baja de estatura y siempre ataviada con bata y mandil, cierto día se apersonó en la caseta de la Plaza Acuña para denunciar a un nieto por el robo de 10 mil pesos.

“Te quedas pensando: ¿Cómo le van a robar 10 mil pesos a una limosnera?, ¿de dónde?”.

Recordé entonces las confi dencias que días antes me hizo la directora de una organización civil dedicada a brindar asis-tencia a los pobres, en torno al rumor de que algunos pordio-seros tienen, incluso, dinero en el banco.

El gerente de un banco ubicado en el corazón del centro his-tórico, me lo confi rmó más tarde.

“Sí, tengo noticia de que varias de estas personas mantie-nen inversiones considerables con nosotros...”.

Vuelvo al centro, esta vez me veo recorriendo la parada de camiones de la populosa calle Narciso Mendoza.

En eso salgo al paso de un hombre alto, fl aco y barbado al que no acabo de contarle mi desgracia cuando me saca la vuelta y deja escapar de su boca una furiosa sentencia: “¡no, ¡trabaja!”.

Semanas atrás Víctor Hugo Cárdenas Zavala, el director general del DIF Saltillo, me explicaba cómo la mayoría de los pedigüeños que operan en los distintos cruceros de la ciu-dad son renuentes a incorporarse en el Programa de Empleo Temporal, el padrón de despensas y el programa de becas para estudiantes o adultos mayores que maneja el Ayunta-miento, porque dicen que en unas cuantas horas ellos obtie-

nen de la caridad de la gente lo que en una semana les daría el gobierno.

“Es un negocio, llegan a las 11:00 y se van a las 4:00 con sus 200 ó 250 pesos, el triple del salario mínimo”.

Asoma la tarde, son más de las 2:00 y calculo que entre monedas chicas y grandes traeré a esta hora en la bolsa de mi viejo abrigo café unos 100 pesos.

“La gente no da”, aquella frase que me dijo el limosnero de la pierna llagada y los Rolex caros vuelve a retumbar en mi cabeza, como la mañana en que, con cámara en mano, Sema-nario lo visitó en su sitio de la calle Padre Flores para escu-driñarlo.

Me dijo que se llamaba Carlos Fernández Castillo, que tenía 53 años, que era soltero y originario del DF, que vivió cuando niño en la zona de Tlatelolco, durante los días más sangrientos del 68, y que de joven se graduó como técnico en electrónica en el Atenas College.

“Nos tocó un tiroteo en Tlatelolco, yo tenía siete años, mi papá me agarró de la mano y nos fuimos corriendo a la casa”, me platicaba.

Luego me dijo que había sido maestro de la materia de bul-bos y transistores en distintas escuelas defeñas y que hace algunos años participó en un proyecto educativo para rege-nerar pandilleros.

Años más tarde arribó a Saltillo para trabajar en una ma-quiladora, pero que tras un accidente que le provocó ulcera varicosa en la pierna se retiró con una pensión raquítica, y aquí se quedó, viviendo de la caridad.

Le queda su padre y dos hermanas ya casadas que allá cuando pueden le mandan 2 mil o 3 mil pesos.

Que vive con una tía solterona por le rumbo del Cine Pa-lacio, que el dinero que junta lo usa para comprar medica-mentos, que asiste a los cultos de los martes y domingos a la Comunidad Cristiana de Saltillo, que en sus ratos libres re-parte folletos bíblicos y que unas señoras lo tienen 'apalabra-do' con la Santa Muerte para que no sane de la pierna.

“¿Cuánto saca diario?”, le pregunté, “30, 50 pesos, nada más para medicamentos”.

Pero la gente de la calle de Padre Flores me cuenta otra historia.

Dicen de él que tiene más de 10 años de residir en la ciudad, que además de pedir dinero tirado en la calle de Padre Flo-res más de ocho horas diarias, se dedica a vender, cambiar y

EL PEDIGÜEÑO CARLOS FERNÁNDEZ fue captado por la cámara de Semanario cuando trataba con un reportero encubierto la venta de unos relojes fi nos. Sus ganancias son tales que todos los días se hospeda en un hotel del Centro.

No tiene nada, él mismo le dice a la gente que no tiene

nada, es costra, como no se baña. Luego se pone a echar relajo ‘qué

– dice – , vámonos con las muchachas, vamos a echar unas

cheves al Rincón Bohemio...

Comerciante

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hasta regalar relojes de marca, que vive en el Hotel Bristol y que han visto cómo algunas personas le dan hasta 100 y 200 pesos de limosna en billete.

“La otra vez vino una religiosa, se lo llevaba para curarle la pier-na, no quiso”, platica un bolero que prefi ere no dar sus generales.

“No tiene nada, él mismo le dice a la gente que no tiene nada, es costra, como no se baña. Luego se pone a echar rela-jo 'qué – dice – , vámonos con las muchachas, vamos a echar unas cheves al Rincón Bohemio...”, reseña el encargado de un negocio de la calle Padre Flores.

Días después el pedigüeño Carlos Fernández fue captado por la cámara de Semanario cuando trataba con un reporte-ro encubierto la venta de unos relojes fi nos.

“Tengo Wesson Commander, Pumas muy bonitos y ori-ginales, Rolex, pero esos son carísimos. Tengo unos Pumas fi nísimos y de otras marcas: Guess, Fossil...”, ofreció.

Heme aquí yendo con mi traje de seudo limosnero por la ca-lle de Victoria, embriagado por los raeguetones que manan de las tiendas, los adornos que anuncian la Navidad y el júbi-lo de estudiantes que van y vienen. En medio del barullo veo aparecer a una señora de pelo rubio y a su hija: “¿me da para mi operación?”, le suelto sin preámbulo.

La mujer pone cara de asustada ¡eres Jesús!, ¿verdad?”, me pregunta. Por fi n logro reconocerla, es Adelma, una vecina del barrio. “Qué chasco”.

En este momento me siento como don Gabino, aquel por-diosero lisiado al que la directora de un albergue para indi-gentes con trastonos mentales sorprendió caminando tan campante por la calle con sus muletas en la mano.

La historia de este hombre, a quien se describe como alto, fl aco y de tez blanca, que llevaba siempre unas muletas, gus-taba de alcoholizarse y rentaba por 100 pesos diarios un cuarto del Hotel Hidalgo, es como del bajo mundo:

“Este señor era un explotador, que andaba con dos mujeres, tenía relaciones con las dos, las mandaba a pedir dinero y luego se lo quitaba”, cuenta la encargada de esta asociación en la que don Gabino, quien acostumbraba pedir caridad a las puertas del templo de San Francisco, se refugió en varias ocasiones.

“Hasta que una vez lo vi que iba en la calle jugando con las muletas y le reclamé...”, señala la directora.

Y agrega que después de este episodio esta casa de auxilio cambió sus reglas de admisión.

“Aquí venía a veces con una mujer que al parecer tiene esquizofrenia, por lo regular andaban siempre tomados...”,

agregó al perfi l de Gabino la encargada de un comedor comu-nitario ubicado en la colonia Provivienda.

El ruido del centro me saca de mis divagaciones y me trae otra vez a la realidad de la calle de Allende, por donde miro bajar a un anciano de muletas que camina encorvado, llevan-do en la mano un sombrero en el que algunos caritativos de-jan caer unas monedas.

Los boleros, vendedores ambulantes y policías del centro, lo conocen bien, saben que todos los días se le encuentra pidien-do limosna sentado en una jardinera a las puertas de la CFE en Emilio Carranza, a la entrada del Santuario o la Iglesia del Carmen, cumpliendo estoicamente jornadas de hasta ocho horas, como si se tratara de un trabajo cualquiera.

Hay en el centro más de uno que asegura haber visto a este señor de pelo canoso, rostro ajado y escasa dentadura, atravesar caminando o corriendo las calles, con las muletas bajo el brazo.

“Salía yo de un banco en Venustiano Carranza y vi a este señor, le di cinco pesos, en eso vi que agarró sus muletas y se fue caminando como si nada, Me quedé sorprendido”, me contó durante la investigación, el titular de un organismo que ofrece apoyos diversos para la población vulnerable.

Otros se atreven a afi rman que este limosnero, del cual supe más tarde se llama Leonides Galván Rodríguez, ha llegado a juntar en un sólo día entre 400 y 700 pesos en dádivas.

De ser cierto el pordiosero estaría muy lejos de pertenecer a las fi las de los mas de 53 millones de pobres que este año contabilizó el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval)..

Al menos así lo revela un ex - empleado del Oxxo situado en la Plaza de Armas y al que varios pedigüeños del centro acuden para cambiar su morralla por billetes de distintas denominaciones.

“El señor del sombrerito llegaba a cambiar hasta 700 pesos diarios de puras monedas. Luego lo veías hacer las muletas a un lado y caminar normal adentro de la tienda. Dices 'ah ¿qué onda con este cuate? Anda pidiendo y camina'”.

Semanas más tarde, un diagnóstico dado a Semanario por la doctora Beatriz Lizbeth Mena Vargas, especialista adscrita

Salía yo de un banco en Venustiano

Carranza y vi a este señor, le di cinco pesos, en

eso vi que agarró sus muletas y se fue caminando como si nada.

Me quedé sorprendido”

Titular de un organismo de apoyo social

AL SEÑOR LEÓNIDES lo revisó una doctora y aseguró que no necesita las muletas.

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al DIF Saltillo, no dejaría lugar a dudas.“Tiene una artrosis degenerativa de rodilla, pero que no

imposibilita su deambulación, está muy bien ”. Aquella mañana, y a solicitud de Semanario, don Leónides

Galván, el hombre de las muletas y el sombrero, fue traslada-do de su sitio en la CFE a las instalaciones del DIF Saltillo, con el fi n de inscribirlo al padrón de despensas y al programa de becas para adultos mayores. A cambio don Leonides deja-ría de pedir dinero en la vía pública.

La entrevista aplicada por el área de trabajo social del DIF, reveló que don Leonides es uno de tantos campesinos que hace años salió huyendo del ejido San Marcos del Encino, un pueblo fantasma ubicado al sur de Saltillo y en el que sólo quedan cuatro ejidatarios, por la falta de agua y de oportuni-dades para sobrevivir a la pobreza.

Tiene 77 años, vive con su esposa en unos cuartos de renta por el rumbo de la colonia Ruiz Cortines, come tres veces al día, tiene dos hijos y sólo regresa al ejido para la siembra.

Una mañana de hace años, mientras llevaba una carga de rastrojo y maíz, su carreta volcó, don Leonides, a quien sus vecinos de la calle Jesús González Ortega en la colonia Ruiz Cortines, defi nen como un hombre reservado, hosco, pero cumplido con sus pagos de la renta, agua y luz, cayó al suelo y se quebró las rodillas.

“¿Cómo se animó a pedir limosna?”, le pregunté un domin-go que lo encontré a las afueras de la iglesia del Carmen espe-rando a que saliera la gente de la misa de 10:00.

“Estaba sentado afuera de una iglesia, pensando cómo le ha-ría para sacar para comer y llega un señor de barba larga, pelo blanco, me dice '¿qué estás haciendo criatura? No te dé vergüen-za, vergüenza es que robes y que te jallen'. En eso aquel señor se desapareció, no supe ni quién era y empecé a tiemble y tiemble ¿Sabes quién era?, el señor del cielo que a pocos se les aparece.... El de arriba me manda a toda la gente a que me dé mi tostón, mi pesito”, me dijo aquella vez y evocó su infancia tallando lechu-guilla en los montes agrestes de San Marcos del Encino.

– Pasó hambres?– Uh, ¡pero hambres! “¿Cuánto saca diario pidiendo?”, le volví a preguntar, “ora ve-

rás muchacho... 120 pesos por semana”, me respondió carras-peando como si una duda se le hubiese atorado en la garganta.

Al rato me veo vagando por la Plaza Acuña entre olores a tacos al pastor, la música norteña de los puestos de cds piratas y la alharaca que han armado los pensionados de sombrero con as-pecto de agricultores, que un día sí y el otro también llenan esta plaza llamada por el ingenio saltillense como de “Los güevones”.

He venido nomás para buscar a un falso sordomudo del que una noche me habló un vendedor de semillas de la calle de Allende.

“Se sube a las combis a repartir estampitas, pero habla y oye, yo lo conozco desde hace muchos años”.

El sordomudo, me informó el vendedor, se llama Manuel Malacara, es moreno, delgado y bajo de estatura.

Al día siguiente me hallé frente a la puertas de su casa en la esquina de las calles 2 de febrero y 25 de julio, en la colonia Provivienda. Al cabo de varios toquidos el hombre abrió.

Su aspecto correspondía con la fi liación que me dio el semi-llero, el hombre llevaba una cachucha, una chamara de piel negra y en las manos un mazo de estampas de colores, como esas que los sordomudos reparten en los camiones.

“Buenos días, ¿cómo está?”, lo saludé, “ Bien ¿qué dice?”, me contestó con voz rasposa y tajante, “lo que pasa es que esta-mos trabajando un reportaje sobre el Megadistribuidor” le inventé, “¿ah, sí, sobre el puente?”, preguntó, “ lo que pasa es que ya me estaba yendo a trabajar”, agregó y sin más, cerró la puerta y echó a andar por ese laberinto de calles que es la Provivienda.

Después supe que este señor era padre soltero de un niño en edad escolar, que alterno a su ofi cio de vendedor de estam-pas religiosas, se dedicaba a comerciar y cambiar relojes, ac-tividad que últimamente ha proliferado entre la gente de la Plaza Acuña.

Un día y justo cuando estaba a mitad de la investigación, dudé seriamente en continuar después que platiqué con Luz Campos, una cancionera de guitarrita y zampoña, que a dia-rio sube a tocar a los camiones para conseguir el sustento:

“¿Y dónde va a trabajar esta gente? No tienen otro modo de vivir, ¿quién les es va a dar trabajo? Lo que pasa es que eso es resultado del sistema..., ¿Por qué mejor no haces algo sobre los aviadores que hay en el Gobierno y que son muchos”?.

Camino ahora por la calle de Acuña, son cerca de las 4:00 de la tarde y alcanzo a oir el sonido metálico de las monedas chocando en la bolsa de mi abrigo. Tanteo que en cinco horas he juntado unos 150 pesos.

Con todo y eso no puedo evitar el coraje que me produce la gente que me deja con la palabra en la boca o la mano tirante, ”¿me ayuda para mi operación?”.

De pronto esto me hace recordar a otro limosnero que, ha-ciéndose pasar por ciego, suele merodear por la plaza Acuña, uno que carga un palo de escoba a modo de bastón, y usa su-dadera con gorro y un pantalón tipo militar.

“Una vez vinieron unas mujeres a quejarse de que este se-ñor se había subido la sudadera y les había enseñado sus par-tes, sólo porque no le quisieron dar limosna. Cuando fuimos a buscarlo ya no lo encontramos”, me platicó una noche el guardia de la caseta de policía instalada en la Plaza Acuña.

Nadie sabe quién es, de dónde vino ni cuándo llegó aquí. Pardeando la tarde enfi lo hacia la Alameda y, mientras re-

corro las banquetas maltrechas del centro, pienso en doña Mague, una anciana de rebozo, cara arrugada y cabellos re-

Se sube a las combis a repartir estampitas, pero habla y oye, yo lo conozco desde hace

muchos años”.Vendedor habla sobre

un aparente sordomudo que pide caridad

EN LA CALLE ES SORDOMUDO pero en la colonia Provivienda todos han hablado con él.

Nosotros le hemos ofrecido a esta señora

las medicinas gratis con tal de que ya no pida, pero siempre

se niega”

Trabajadora de ONG

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Lunes 6 de diciembre de 2010Lunes 6 de diciembre de 2010 VANGUARDIA 13VANGUARDIA 13

vueltos, a la que todos los días, de 9:00 de la mañana a 5:00 de la tarde, se le ve mendigando “para una medicina” en el es-tacionamiento de un banco situado en la calle de Coss, afuera de Soriana o en la tienda Aurrerá Presidente Cárdenas.

De ella la gente cuenta leyendas de todos colores, las más escandalosas dicen que esta limosnera es la dueña de una gran casa en la colonia República poniente, que tiene un ca-rro del año y que es regenteada por uno de los lavacoches que trabajan en el estacionamiento del banco.

“Nosotros hemos abordado muchas veces a esta señora, hemos ofrecido conseguirle las medicinas gratis con tal de que ya no pida, pero siempre se niega, dice 'es que son me-dicamentos americanos' y luego que está atropellada, pero ¡uuuh!, ya tiene mucho diciendo lo mismo”, me platicó una mañana la titular de una ONG que apoya las causas de los menesterosos.

Caminando por la Alameda abordo a un grupo de chicas estudiantes que por más que se meten la mano al bolsillo del pantalón no logran sacar una sola moneda, “no traemos cambio”, rezan unánimes.

Más allá me hallo a una pareja de alumnos de secundaria que apenas me ven acercarme con mi facha de pordiosero apócrifo, sueltan,“mmm... oiga, nosotros también andamos pidiendo”.

El vaho vespertino de la Alameda me hace evocar una historia sobre “marías” que semanas antes me contó la en-cargada de un comedor comunitario ubicado en el centro.

“Hacía calor, eran como las 8:00 de la noche, yo andaba trotando entre los jardines cuando vi venir a un grupo de mujeres indígenas que se pararon frente a una suburban de reciente modelo, una de las mujeres desactivó la alarma con el control remoto, treparon todas a la camioneta y se fueron. Dije '¡ah canijo!”.

De vuelta al centro siento cómo la historia intrigante de doña Mague, la limosnera del banco de Coss, muy conocida entre los vecinos de la República, vuelve a hacer mella en mi cerebro.

Recuerdo entonces la tarde en que la cámara de Semanario la visitó en su lugar de “trabajo” frente la entrada del banco.

Ahí me confesó que se llamaba Margarita Acevedo, que había nacido en Ramos Arizpe, que era hija de una maestra de nombre Dolores Sánchez, que a causa de una enferme-dad que contrajo al nacer no pudo estudiar y que por eso su madre le había conseguido un trabajó de conserje en la primaria José García Rodríguez, donde duró muchos años. Que nunca se casó, que no tuvo hijos, pero que aún le que-dan algunos parientes.

Me dijo también que está jubilada y cobraba una pensión de 2 mil pesos mensuales, que pagaba 800 pesos al mes por un cuarto de renta en una privada de la República poniente,

y que era a la vez propietaria de una casa en la calle Monclo-va de este sector.

“Vienen del Gobierno, dicen que me van a llevar, pero qué voy a hacer allá, si tengo mi casa, me la están arreglando y aquí todos me conocen, ¡todos me conocen!, a veces que ne-cesito se asoman a ver si me morí o no me morí”.

– ¿Cuánto saca diario?– Debía un dinero, ya lo pagué, yo creo que ya no vengo,

nomás ora...– ¿ De qué debía?– Debía de que... una vez uno, no sé si estaría borracho o

no estaría, me aventó con el carro hasta por allá, y por eso, bueno señor, estoy esperando a una julana, con permiso... me dijo dándome la espalda.

Andando los días me encontré conversando en la mesa de un matrimonio amigo de doña Mague, que por razones de seguridad me pidieron no dar sus nombres.

La pareja empezó por contarme cómo hace algunos años la limosnera del banco fue despojada de un terreno ubicado en las calles de Monclova y Baja California, en la República po-niente, por los familiares de un señor Gabino Ramos Rodrí-guez, que había vendido bajo palabra este lote a doña Mague.

“Ella vivió muchos años ahí, tenía su tejabancito, pero como la propiedad quedó intestada al morir don Gabino vinieron y la sacaron, sin respetarle los abonos que había dado”, me explicó la esposa.

La anciana se fue a vivir entonces a unos cuartos de renta en la Privada La Paz, situada en las entrañas de la Repúbli-ca poniente.

De un día para otro los vecinos la vieron pidiendo cari-dad casa por casa en las calles de este sector.

“Empezó a inventar, empezó a decir que tenía cáncer y le daban, a lo mejor vio que sí funcionaba y se fue al banco de planta”.

– ¿Lo hacía para recuperar el terreno?“No sabríamos decirte, lo que sí es que muchos abogados

la han estafado, nomás le han sacado dinero, pero ella no pierde la esperanza, todos los días en la mañana viene y le da la vuelta a su terreno, se la pasa mirándolo y luego ya se va al banco, dice ‘ya voy a ser su vecina muchachitos’”.

– ¿Le alcanzará la limosna para pagar a un abogado? – Los de las tiendas de aquí nos han comentado que a ve-

ces Mague llega a cambiar hasta 400 pesos diarios de pura morralla, para lo que dicen que ferea viviera perfectamente.

En ese momento recordé a la encargada de una frutería de la calle de Aldama quien me confío que algunas marias que operan en el centro llegan a cambiar hasta 800 pesos diarios en este establecimiento, producto de las limosnas que juntan con sólo estar sentadas en el suelo y usando a niños como gancho.

De la infancia de Mague los esposos sabían poco, sólo que la mujer había nacido con un problema de falta de oxígeno en el cerebro, que le ocasionó una discapacidad mental, mo-tivo por el cual su madre, que era muy estricta, la internó en un hospital psiquiátrico donde a diario la obligaban a bañarse con agua fría.

Después Mague fue dada de alta y por recomendación de su madre, que fue profesora, entró a trabajar como conserje a la Escuela José García Rodríguez.

“Nunca dio motivo de queja, era muy buena trabajadora, servicial. Todavía hace poco que iba a cobrar su pensión se pintaba el pelo, se bañaba, se arreglaba, ya después se em-pezó a descuidar en su persona”.

La pareja me habló de la existencia de un sobrino que vive por el rumbo de la colonia Alfredo V. Bonfi l y que cuidó de Ma-gue después de que un taxi la atropellara muy cerca del banco donde pide limosna. Entonces tenía una pierna enyesada.

“La tenían muy bien, siempre que la fui a visitar la encon-tré bañada, muy limpia, le tenían una recámara para ella sola, una televisión. Estaba muy bien protegida, con sus tres comidas”.

Al cabo de un tiempo Mague regresó a su cuarto de renta en la Privada La Paz.

– ¿Por qué?– Ella dice que no le gusta que le tengan horario, que ella

quiere andar libre...“¿Cómo vive ahora?”, le pregunté al marido, “vivía muy bien

con su pensión, no tiene necesidad de estar todo el día pidien-do, pero luego se metió a rentar ahí y le cobraban mucho por un sólo cuarto, le limitaban la luz. Yo le regalé una parrillita eléc-trica para que calentara su café o hiciera algo de comer, pero dice ‘qué gano si cuando llego ya me cortaron la luz’. Aparte le metieron ahí unos animales, un gallo y unos perros”.

– ¿La explotan?– Lo que dice ella es que los renteros le están arreglan-

do el trámite para recuperar su terreno, porque dicen que conocen gente que trabajaba con Enrique Martínez y ahora con Moreira, entonces le piden dinero que para la papelería y que para el expediente y que les ayude con los muchachi-tos... Es muy extraño que infl uyan tanto en ella y más vi-viendo en esas condiciones.

Oscurece, metido en mi traje de mendigo por un día, miro cómo las calles del centro se van quedando vacías. Decido al fi n terminar mi jornada.

Mas tarde en la redacción del periódico hago el corte del día: 204 pesos con 70 centavos, reunidos en sólo seis horas y media de “trabajo”.

Frente a mi computadora y antes de escribir este repor-taje, pienso seriamente si no sería mejor regresar al centro mañana...

DOÑA MAGUE tiene una pensión pero aún así sale todos los días a pedir. El hecho de que antes de llegar a su casa se detenga a esconder el dinero hace suponer a los vecinos que las personas con las que vive en la colonia República, pueden estar sacando provecho.

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Por Esteban Cárdenas

Los históri-cos Disney Animation Studios han producido algunas de

las cintas de animación más memorables de todos los tiem-pos, pero en los últimos años se habían quedado atrás de Pixar, una compañía que aunque per-tenece a Disney, había opaca-do al hogar de Mickey Mouse y re-inventado la forma en que se cuentan las películas animadas. Como si Pixar fuera el iPhone de las caricaturas, desde el lanza-miento de la primera Toy Story, los demás estudios de anima-ción han estado tratando de su-perar a Pixar en calidad, pero sin mayor éxito.

Aunque Enredados no es tan buena como los clásicos de Pixar

(Toy Story, Buscando a Nemo, Ratatuille, Up) si es la cinta más fresca que ha lanzado Disney en los últimos diez años, y una de las mejores animaciones que he visto en lo que va del 2010.

Enredados es una versión ac-tualizada de Rapunzel, el clásico cuento de hadas de los Herma-nos Grimm. Como prácticamen-te todas las películas de Disney que se me vienen a la mente, esta también trata sobre una historia de amor entre una prin-cesa desamparada y un príncipe valiente, pero el equipo creati-vo detrás de Enredados toma esta fórmula quizá un poco des-gastada y le da un giro fresco y moderno sin que este se sienta desesperado.

En esta versión 2010, Ra-punzel es una princesa que re-cién nacida es raptada por una vieja hechicera llamada Gothel, quien quiere utilizar el cabello mágico de la bebé para perma-

necer joven para siempre. Para no compartir con nadie el poder de la niña, Gothel encierra a Ra-punzel en una torre en medio del bosque, y la chica no puede salir de su prisión, por que según su “mamá”, el mundo es demasia-do peligroso. Rapunzel solo tie-ne un amigo: un camaleón (que afortunadamente no habla), con quien pasa sus días pintando en las paredes, haciendo los debe-res y cantando piezas musica-les; todos los años, durante su cumpleaños la chica ve por la ventana como desde el castillo de sus verdaderos padres lan-zan linternas voladoras, y fan-tasea con algún día poder irlas a ver en persona. Un día, un ban-dido llamado Flynn termina en la torre de Rapunzel, y la chica lo convence de que este la lleve al reino.

Lo que sigue está lleno de cli-chés estilo Disney, pero todos con giros ingeniosos: la escena

musical en el bar de los rufia-nes es genial, y el relevo cómi-co proveniente del camaleón de Rapunzel y un caballo poli-cía neurótico es en momentos sumamente divertido. La cin-ta rompe con el romanticismo tradicional de Disney y la llena de anacronismos estilo Shrek, pero bien contados y frescos. El guión es bastante bueno, y las canciones, aunque derrochan melaza por segundo, están bien escritas, y los actores las cantan bien.

En inglés Mandy Moore hace la voz de Rapunzel, y lo hace bastante bien. Su personaje es encantador, está bien animado y hace buena contraparte con la pedantería simpática de el ban-dido Flynn. El 3D es agradable, sobre todo en una escena en la que los personajes están rodea-dos de linternas, donde la panta-lla se satura de colores y figuras sin caer en lo insoportable.

VIDEÓDROMO

Nathan GrenoBryon Howard2010

ENREDADOSAUNQUE NO LOGRA EL TRASFONDO EMOCIONAL DE UNA PELÍCULA DE PIXAR Y TIENE SUS ALTIBAJOS, ENREDADOS ES UN MUY BUEN ESFUERZO POR PARTE DE DISNEY, QUE CON ESTA SU PELÍCULA ANIMADA NÚMERO CINCUENTA, DEMUESTRA QUE SI CONTINUA REINVENTÁNDOSE, TODAVÍA TIENE PARA CINCUENTA MÁS.

M.I.AKala2007

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RADARPor Esteban Cá[email protected]

La prolífi ca Robyn cierra con broche de oro el 2010, en el que lanzó en total tres discos brillantes de pop, incluyendo este. Body Talk es un compila-do que incluye la tercera y úl-tima parte de la serie del mis-mo nombre. En él, la artista sueca presenta cinco cancio-nes completamente nuevas, así como cinco de la parte 1 y cinco de la parte 2, respectiva-mente.

Robyn demuestra que el pop del top 40 y la inteligencia no están peleados, y nos entrega quince pistas muy contagio-sas pero brillantemente escri-tas. Aunque las canciones del disco obedecen los principios

básicos del pop electrónico, la cantante, quien comenzó su carrera musical como una es-pecie de Britney Spears sueca hace más de diez años, com-prueba que todavía se puede hacer música emocional con una fórmula que se ha utiliza-do tantas veces. Body Talk es un disco maduro y personal, lleno de euforia bai-lable y beats de primer nivel. El disco incluye temas infl uen-ciados por el hip-hop, dance-hall y disco, todos con el sello personal de una de las artistas pop más inteligentes de nues-tros tiempos. Si no compró los primeros dos EPs de Bodytalk, no se pierda este.

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