Segunda Guerra Púnica

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A finales del siglo III a. C. un nuevo enfrentamiento entre Roma y Cartago conmovía el Mediterráneo. Muchos de los pueblos que vivían en torno a ese mar se vieron arrastrados a una devastadora guerra.

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La revista gratuita de la Asociación cultural Hispania Romana

VIInvierno 09

Hiems 09

El Mediterráneo en armas

El Mediterráneo en armas

La Segunda Guerra Púnica

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La marcha de Aníbal sobre Roma es uno de los episodios más evocadores de la Anti-

güedad. La imagen del gran caudillo cartaginés montado sobre un elefante ha excitado la imaginación de nume-rosos artistas, que veían en la estampa una síntesis perfecta del poderío arro-llador que la metrópoli púnica.

El juramento de Aníbal de odio eterno a Roma, el sitio a Sagunto, el cruce de los Alpes, las estrepitosas derrotas de las legiones, la tenacidad de Escipión, incluso el epílogo de Zama... Cada capítulo de la Segunda Guerra Púnica parece pintado con co-lores de leyenda. No es para menos, ya que las dos principales potencias del Mediterráneo occidental se juga-ban no solo la supremacía sino, en última instancia, también su propia supervivencia.

La trascendencia del enfrentamien-to espoleó a ambas ciudades para sa-car lo mejor de sí. Aníbal mostró ser un fino estratega, tanto militar como político. En el campo de batalla batió a las legiones con sonadas victorias. En el terreno diplomático, consiguió atraerse a diversos aliados de su rival. Tras la batalla de Cannas, la situación de la Ciudad Eterna era tan oscura que a punto estuvo de perder su poé-tico título. Con todo, quince años des-pués Aníbal y Escipión ratificaban la rendición de Cartago.

El resultado de la guerra perfila la grandeza de Roma. Los orgullo-sos agricultores, todavía sin desbas-tar por los refinamientos orientales, se rehicieron una vez tras otra a los reveses bélicos y se negaron con ter-quedad a aceptar la derrota como una opción plausible.

Aunque desconfío de los que dicen aprender lecciones de la guerra (pare-ce que necesitan una efusión de san-gre para abrir su entendimiento), es necesario reconocer que la resistencia romana es un modelo a seguir en los momentos duros. Esa fe en el éxito final impidió a los descendientes de Rómulo sucumbir a las adversidades, dar la vuelta a la situación y paladear las mieles del triunfo en una llanura norteafricana, el año 202 a. C. Mu-chos otros, después de aquel capítulo, también emprendieron entusiastas el camino hacia la gloria, aunque con resultados menos alentadores. Pese a todo, el espíritu de superación de Roma sigue siendo un ejemplo para sobreponernos a los obstáculos que amenazan nuestras aspiraciones.

[email protected]

CARTA DEL DIRECTOR

Tercos campesinos

Dirige: Roberto Pastrana.

Consejo Editorial: Alejandro Carneiro, Francesc Sánchez y Enrique Santamaría.

Corrector: Francisco Gómez

Maquetación: Roberto Pastrana, Sonia Martínez y Carlos Martínez.

Colaboran en este número, Fran-cisco Bascuas, Alejandro Carneiro, Olalla García, Francisco José García Valadés, Juan Carlos Martín Leroy, Carlos Martínez, Cristian Mir, Salvador Pacheco, Fernando Quesada, José Rodríguez, Francesc Sánchez, David P. Sandoval, David Sierra y Enrique Santamaría.

Correo: [email protected]

es una publicación de

la viñetaPor Óscar Madrid

Foto de portada de Carlos Martínez, tomada durante la primera Jornada Pitiusa de Recreación Histórica.

Da igual, ya lo adornaremos en

el arco que me pienso construir

en Roma.

Mi emperador, qué poco digno está siendo

esto.

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EN ESTE NÚMERO

las crónicas dicen... 4

CIUDADANOS CONTRA

MERCENARIOS. Por David Sierra.

la huella de las legiones 10

HISPANIA CAMBIA DE MANOS.

Por Francisco J. García Valadés.

firma invitada 14

LA LETRA PEQUEÑA DE LA

SEGUNDA GUERRA PÚNICA. Por

Julio Rodríguez.

biografías 20

LUCIO EMILIO PAULO (II).

APOTEOSIS EN PIDNA.

Por Juan Carlos Martín Leroy.

firma invitada 24

SÍMBOLOS Y FALCATAS.

Por Fernando Quesada.

el rincón de esculapio 30

LÍNEA DIRECTA CON

LOS DIOSES. Por Salvador Pacheco.

derecho 34

TIEMPO DE ADAPTARSE.

Por Francesc Sánchez.

biografías 38

LA ANTECESORA DE LAS

INVESTIGADORAS. Por Olalla García.

vida civil 42

HOMO LIBER. Por Cristian Mir.

vida militar 48

LA BATALLA, EN VIVO.

Por Roberto Pastrana.

noticias hr 50

breviarium 52

videojuegos 55

VAE VICTIS. Por Alejandro Carneiro.

la cinemateca de clío 56

LA CAÍDA DEL IMPERIO

ROMANO. Por David P. Sandoval.

Invasión y mestizajeJUAN ANTONIO MARTÍN RUIZ

Arqueólogo

La caída de Cartago Nova y victorias como las de Baecula e Ilipa marcaron un punto de inflexión en la Segunda Guerra Púnica

y supusieron el germen de la Hispania romana. A menudo se ha considerado que la llegada de Roma a la Península Ibérica supuso el fin de numerosas so-ciedades que, a la postre, se verían obligadas a inte-grarse en el extenso imperio que configuraron. Sin embargo, cada día resulta más evidente que ello no fue así o no fue así del todo, como podemos comen-zar a entrever en el caso de la cultura fenicia.

Aspectos contrastados en el cada vez más abun-dante registro arqueológico de origen colonial, como pueden ser la escasez de elementos materiales roma-nos en las necrópolis semitas de los siglos II-I a. C., la presencia de escritura neopúnica en vasos campa-nienses e itálicos, o la continuidad en la producción de salazones de pescado, que hoy sabemos tienen un claro origen fenicio, con la existencia de series anfó-ricas como las Mañá C2b, por citar tan sólo algunos ejemplos, avalan que al menos durante la etapa repu-blicana el componente oriental no desapareció en ab-soluto por más que a veces, desde una postura quizás excesivamente tradicional, se piense que la simple presencia de un fragmento cerámico o una moneda romana implique el fin de cualquier sociedad ante-rior, sin tener demasiado en cuenta el distinto com-portamiento que al respecto pueden tener diferentes sectores sociales.

Y si no, véase el importante papel que parece te-ner el comercio dirigido desde Gadir en estos siglos anteriores al cambio de Era en toda la costa noroes-te peninsular como comienza a verse en los castros gallegos. En realidad quizás nos hallemos ante un problema de corte ideológico al considerar la cultura romana como un elemento que elimina todo lo que va conquistando, por más que desde dicho punto de vis-ta resulte difícil explicar lo ocurrido a San Agustín, quien nada menos que en las postrimerías del Impe-rio alcanzó el puesto de obispo porque sabía la lengua que hablaban los habitantes de las zonas rurales de la antigua Cartago, y que no era ni mucho menos el latín, sino el fenicio.

Como es bien sabido, en arqueología a menudo no se encuentra lo que no se busca, de manera que tan solo en los últimos años, y de forma bastante tímida ha comenzado a replantearse este pervivencia al igual que acontece con otras culturas prerromanas (ibérica, turdetana, etc.), cuyo rastro se percibe incluso en los comienzos del Alto Imperio. En consecuencia, parece necesario prestar una mayor atención en estos niveles que podemos situar entre los siglo II-I a. C., e inclu-so a comienzos de la siguiente centuria, para rastrear en ellos nuevos elementos que nos informen de este aspecto y que, por otra parte, son cada vez más abun-dantes en yacimientos del norte de África.

ROSTRA

TEMA DEL NÚMERO

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Por David Sierra.

La Segunda Guerra Púnica, uno de los mayores conflictos bélicos de la Antigüedad, marcó el comienzo de la hegemonía de Roma en el Mediterrá-neo a la vez que reducía a su rival, Cartago, a una potencia de segundo orden. Esta guerra fue una pugna glo-bal: se combatió en Hispania, el sur de Galia, la Península Itálica, Sicilia y norte de África.

El casus belli que desató las hos-tilidades fue el ataque cartaginés a la ciudad de Sagunto. De esta forma comenzaba la contienda. Aníbal, al mando del ejército púnico en Iberia, ante el control de las rutas marítimas por parte de Roma, decidió marchar por tierra con sus tropas hacia Italia. Conseguiría cruzar los Alpes y lle-gar a la Península Itálica realizando así una de las más grandes hazañas de la historia militar. Allí vencería a

los romanos en tres batallas campales (Ticino, Trebia y Trasimeno), obli-gándoles a reclutar un gran ejército para oponerse a los invasores carta-gineses.

Ambas fuerzas se enfrentaron en Cannas (216 a. C.), donde Aníbal ani-quilaría a las legiones romanas. Les infligió la mayor derrota de su historia y causando según Tito Livio alrededor de 50.000 bajas. A pesar de este desas-tre y en contra de la lógica, Roma de-

LASCRÓNICASDICEN...

Ciudadanos contramercenarios

Occidente se tiñó de sangre durante 17 años por el enfrentamiento entre Roma y Carta-go. En el choque de estas dos ambiciones se dirimían viejas rencillas, pero también quién diseñaría el futuro del Mediterráneo. Las diferencias entre ambas potencias se reflejan en la propia concepción de los ejércitos que se midieron en los campos de batalla.

Según la leyenda Cartago fue fundada en el año 814 a. C. por navegantes provenientes de Fenicia, aunque los restos arqueológicos más antiguos datan de finales del siglo VIII a. C. En sus inicios se instalarían en esta ciudad aristócratas y grandes comerciantes de Tiro, ciudad con la que Cartago mantuvo siempre estrechos lazos culturales y religiosos. Con la conquista de Tiro por Nabucodonosor II, Cartago reemplazó a su ciudad de origen, convirtién-dose en la nueva metrópoli fenicia en el Mediterráneo.

Los púnicos tenían como pilares básicos de su econo-mía el comercio y la agricultura. Herederos de la gran tradición marinera de los fenicios, poseían una gran flo-ta que les permitía el intercambio de productos a largas distancias, según queda demostrado por los viajes de Hanón el Navegante y de Himilcón. La protección de las redes comerciales y las áreas de influencia estaba enco-mendada a una eficaz flota de guerra. Sin embargo, la

derrota en la Primera Guerra Púnica supuso la pérdida de su hegemonía naval a manos de Roma, una potencia sin tradición marinera.

También la agricultura era un elemento importante de la economía de este pueblo. Los cartagineses poseían una base agrícola altamente organizada y efectiva de la que sacaban fuertes rendimientos, como lo atestigua el “Tratado de Agricultura” de Magón del siglo IV a. C., reco-gido por fuentes romanas como Plinio el Viejo y Columela. Den-tro de la sociedad púnica existía una aristocracia terrateniente perteneciente a la nobleza gobernante, que era propieta-ria de extensos latifundios.

Cartago: buenos agricultores y mejores comerciantes

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cidió continuar la lucha mediante una guerra de desgaste que evitara la bata-lla campal, donde Aníbal había demos-trado ser mejor que los romanos. Esta táctica daría sus frutos al ir reduciendo poco a poco la presencia del general púnico en el sur de Italia.

Mientras, Escipión el Africano había conseguido expulsar a los car-tagineses de la Península Ibérica y comenzaba la invasión del norte de África. Ante esta situación Cartago decide llamar a Aníbal que abando-na Italia y regresa para hacerse cargo del ejército púnico. El enfrentamiento decisivo entre estos dos grandes ge-nerales tiene lugar en Zama (202 a. C.), venciendo Escipión. Cartago se ve obligada a firmar la paz.

El secreto del éxitoLas claves de la victoria en este con-flicto están, por un lado, en la ca-pacidad de reclutamiento de Roma y, por otro, a su negativa a aceptar la derrota como quedó patente en Cannas. Cualquier otro Estado de la época hubiera pedido la paz des-pués del desastre, pero Roma decidió continuar la guerra consiguiendo en solo cinco años movilizar 25 legio-nes. Esto unido a la capacidad militar de su ejército permitiría finalmente a Roma conseguir la victoria.

La Segunda Guerra Púnica enfren-tó dos ejércitos muy diferentes; uno compuesto por mercenarios y otro por ciudadanos. Estas dos concepciones militares responden a dos tipos de so-ciedad y de economía: la cartaginesa era comercial y la romana, agrícola.

El ejército cartaginés fue un duro rival. La combinación de distintos tipos de combatientes (ver en las pá-ginas siguientes) le otorgaba un gran equilibrio y versatilidad. En manos de un general como Aníbal fue un instrumento eficaz que puso en se-rios aprietos a la ciudad del Tíber. Sin embargo, la causa de Cartago estaba lastrada por el excesivo coste de un ejército mercenario, que a la postre mostró su escasa capacidad de reclutamiento en comparación con su rival.

Por contra, Roma basaba su fuer-za militar en sus ciudadanos y en la ayuda de sus aliados. La capacidad de reclutamiento de la Ciudad Eterna era muy grande si creemos a Poli-bio. El historiador de origen griego afirma que en 225 a. C. el número de ciudadanos que podían servir en la milicia era de 250.000 infantes y 23.000 caballeros. En cuanto a los aliados, Polibio cifra su capacidad militar en 340.000 soldados y 41.000 jinetes (2.24.16).

Roma, que se apresuró a poner en juego sus recursos humanos tras la debacle de Cannas, tuvo la fortuna de contar con unos aliados fieles, ya que solo algunas ciudades del sur de Italia aprovecharon la debilidad de la metrópoli para pasarse al bando de Aníbal.

Además de su capacidad de recu-peración, los romanos demostraron prudencia en los momentos críticos, copiando lo positivo de otros pueblos y aprendiendo de las derrotas. Es sig-nificativo que la exitosa campaña ini-cial de Cartago culminase con el éxito de Roma. Las legiones demostraban así que podían levantarse tantas veces como fueron derrotadas, a diferencia del ejército púnico, que no tenía esa capacidad. Al ser vencido en Zama, Cartago comenzó a declinar como potencia. A partir de este momento comenzará la expansión romana, que le llevará a crear un imperio. ◙

Según el mito, Roma fue fundada por Rómulo tras ma-tar a su hermano Remo en el año 753 a. C. Comenzó siendo una monarquía pero a finales del siglo VI. a. C. se instauró la República que duraría hasta que Augusto asumió poderes extraordinarios, a finales del I a. C.

Durante el período republicano, el poder político re-sidía en tres instituciones: el Senado, formado por 300 miembros, tenía era el encargado de dirigir la política exterior; los magistrados, encabezados por dos cónsules elegidos cada año, tenían funciones ejecutivas y ostenta-ban el mando supremo del ejército; y las asambleas que se dividían en comicios (formados por curias, centurias y tribus). Estas instituciones representaban diversos mo-dos de participación política de los ciudadanos.

Antes de la Segunda Guerra Púnica, la influencia de Roma se extendía por la Península Itálica, Sicilia y Cer-deña. Al final del siglo II a. C., los romanos dominaban

un imperio que se extendía por Iberia, África y Grecia. El instrumento de conquista de estos territorios fueron las legiones, unas unidades eficientes y disciplinadas. El ejército republicano se basaba en una milicia de ciuda-danos ayudada por contingentes de pueblos aliados. El derecho de ciudadanía vinculaba la participación políti-ca al servicio en las legiones.

Roma, la potencia emergente del Mediterráneo occidental

• POLIBIO (1986): Historia Uni-versal. Madrid. Editorial Akal. • TITO LIVIO (1992): Historia de Roma. La Segunda Guerra Púni-ca. Madrid. Editorial Alianza.

PARA SABER MÁS:

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Varias fuentes literarias clásicas (Po-libio, Tito Livio, Apiano, Plutarco y Silio Itálico) nos hablan de cómo eran las legiones que se opusieron a Aníbal. A diferencia del ejército mer-cenario de Cartago, que se disolvía al terminar la campaña, el romano se reclutaba cada año, en el mes de mar-zo. Era la legión o leva, compuesta por los ciudadanos con unos recursos mínimos fijados por el Estado.

El proceso de reclutamiento (dia-lectus) tenía lugar en el Capitolio, en presencia de los cónsules, según Po-libio (6. 19-26). En condiciones nor-males se formaban cuatro legiones.

De lo que dice Polibio se dedu-ce que se llamaba a las 35 tribus de ciudadanos en orden establecido por sorteo. Los hombres iban pasando en grupos de cuatro. Tras un examen se les asignaba a una de las cuatro legiones que se estaban formando, siguiendo un modelo que pretendía que todas las legiones recibieran hombres en número y calidad simi-lares. El proceso acababa al llegar al número requerido de hombres, 4.200 efectivos, aunque en situaciones de emergencia se podía llegar a los 5.000 soldados.

Todos los ciudadanos entre 17 y 46 años que poseían un patrimonio de más de 11.000 ases tenían la obli-gación de acudir al dialectus. El ser-vicio militar podía durar 16 años en la infantería y 10 en la caballería.

Después de hacer la selección de los combatientes y encuadrarlos en las distintas legiones, se les hacía jurar que obedecerían las órdenes de sus jefes.

Políticos y militaresA diferencia de Cartago, los ro-manos no mantenían una división entre poder político y militar. Para desempeñar una magistratura era imprescindible que el candidato hu-biera cumplido diez años de servi-cio militar. De esta forma el ascenso político estaba unido al éxito en el ejército.

Una de las principales objecio-nes que se hace tradicionalmente a este planteamiento es la falta de profesionalidad, llegando a decirse que las legiones vencían a pesar de sus generales. Aunque algunos co-metieron graves errores, lo cierto es que cualquier magistrado había ser-vido en el ejército suficiente tiempo

como para adquirir experiencia y conocimientos castrenses, a lo que se unían los consejos de los oficiales que le acompañaban en campaña.

En combate, el cónsul ostentaba el mando supremo y dirigía las fuer-zas, recorría las líneas animando a las tropas, acudía a los puntos críti-cos y controlaba las reservas.

Por debajo del cónsul estaban los tribunos militares. Había seis en cada legión y pertenecían a las capas altas de la sociedad. Sus funciones, que han sido poco estu-diadas, eran tanto administrativas como tácticas. Seleccionaban a los reclutas, les tomaban juramento y dividían la infantería en cuatro ca-tegorías: velites, hastati, principes y triarii. También eran responsables del entrenamiento, salud y bienestar de los legionarios. Por último super-visaban el campamento y se encar-gaban de administrar los castigos.

Los centuriones ocupaban un lu-gar básico en la escala de mando. Había 60 por legión. Polibio nos describe las cualidades necesarias para ocupar este cargo: «Los ro-manos quieren que sus centuriones sean, no tanto audaces y amigos del riesgo, como jefes con dotes de mando, reflexivos, que no ataquen sin pensárselo, o tomen precipita-damente la iniciativa en el combate, sino más bien que aguanten y mue-

Frente a frente: el ejército romano

En el campo de batalla, no todos los legionarios eran iguales. Las legiones clasificaban a los soldados por su edad y, en menor medida, por su riqueza. Los más jóvenes combatían como in-fantería ligera, hostigando al enemigo y realizando las escaramuzas. La fase inicial del combate recaía en los has-tati (primera línea) y los principes (la segunda). La última línea de la infan-tería pesada eran los triarii. Antes del choque con el enemigo lanzaban sus pila. En el cuerpo a cuerpo, el legiona-rio avanzaba en formación y protegido por el escudo, su objetivo era herir al enemigo con su espada.

Infantería ligeraLos velites eran los soldados más jó-venes y pobres. El armamento ofen-sivo que llevaban consistía en unas jabalinas y una espada. Para su de-fensa usaban un escudo redondo li-gero (parma) y un casco sin penacho sobre el que colocaban, a veces, una piel de lobo o de alguna otra fiera para aumentar la protección del cas-co y para ser reconocidos por sus je-fes. La afirmación de Polibio de que las pieles distinguían a los soldados más valientes (6.22.3) parece indicar que no todos los velites portaban este distintivo.

La infantería ligera operaba en orden abierto y con gran rapidez. Al principio de la batalla hostigaba las líneas del enemigo con sus jabalinas. Después se retiraba y quedaba en reserva.

Infantería pesadaLa infantería pesada estaba formada por los hastati, principes y triarii. Los primeros eran los más jóvenes de los tres cuerpos mencionados, mientras que los principes se encontraban en la “flor de la vida”. Estos dos grupos llevaban un equipamiento similar y solo se diferenciarían en función de la riqueza de cada legionario.

sobre el campo de batallasobre el campo de batalla

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ran en su puesto cuando se vean aco-sados y vencidos» (6.24.8). Lo que buscaban era, por tanto, personas con experiencia y capacidad de liderazgo que no arriesgaran su vida si no era necesario. Su misión sería más bien controlar y organizar a los hombres. También debían de tener cierto nivel cultural, como lo demuestra el hecho de que se enviaran tres centuriones en misión diplomática a Sifax, rey de los númidas (Livio 24.48.3).

Espacios polémicosUna legión se componía en condicio-nes normales de 1.200 velites, 1.200 hastati, 1.200 principes y 600 triarii. La infantería ligera (velites) luchaba en un orden disperso. En cambio, la infantería pesada (hastati, principes y triarii) combatía en manípulos.

Cada legionario ocupaba un frente de entre 90 centímetros y 1,8 metros y un fondo de entre 1,8 y 2 metros (Polibio 18.30.5-8 y Vegecio, 3.14-15). Cada manípulo de hastati y de principes, formado por 120 hom-bres, a diferencia de los triarii, que se dividían en unidades de 60 legio-narios.

Antes de la batalla la legión se des-plegaba en tres líneas. La primera la componían diez manípulos de hasta-ti, la segunda otros diez de principes y por último la tercera la formaban diez manípulos de triarii. Los has-

tati se disponían dejando entre cada manípulo un intervalo equivalente al frente de la unidad. Después los principes se colocaban de la misma manera, pero sus manípulos cubrían los huecos dejados por la línea de hastati. Por último los triarii tapaban los espacios libres que quedaban en-tre las unidades de la segunda línea. Esta formación se conocía como tri-plex acies y era la característica del ejército romano.

Una vez desplegada, la legión avanzaba hacia el enemigo. Por de-lante iban los velites hostigando a la infantería contraria. Los estudiosos del ejército romano se encuentran divididos sobre qué ocurría cuando la infantería ligera se retiraba por los huecos dejados por sus compañeros. El grupo de historiadores liderado por Connolly, Warry y Fields defien-de que en esa fase del combate los huecos dejados por los manípulos de hastati se cerraban presentando una línea continua al enemigo. Esta teo-ría se sustenta en hipótesis modernas sin una sólida base documental. Lo cierto es que las fuentes literarias no dicen específicamente que los espacios se cerraran, sino más bien lo contrario (Livio 8.8.9, Polibio 9.22.10 y 15.9.6).

El segundo grupo de historiadores, formado por Goldsworthy y Cowan, cita a las fuentes clásicas para sos-

tener que la mayoría de los ejércitos en la Antigüedad mantenían espacios de separación entre sus unidades. Si en el hipotético caso en que la carga enemiga penetrase por los espacios de la primera línea, se encontraría de frente con los manípulos de princi-pes de la segunda línea.

En lo que coinciden todos es que, en esta fase de la batalla, los hastati avanzaban hacia el enemigo. Cuan-do se encontraban a una distancia de alrededor de 30 metros lanzaban sus jabalinas pesadas (pila), sacaban su espada (gladius) y establecían con-tacto directo con la infantería con-traria.

El sistema de combate romano se basaba en concentrar una fuerte pre-sión, renovada de forma continua, sobre el centro de la línea enemiga. El combate cuerpo a cuerpo parecía ser tentativo, combinando el escudo y la espada. Si las primeras líneas no conseguían desbaratar la formación enemiga al cabo de cierto tiempo o se encontraban cansadas, eran rele-vadas por los manípulos de princi-pes. La operación se llevaría acabo aprovechando los huecos existentes dentro del dispositivo romano. De esta manera se presentaba al enemi-go una nueva línea con hombres de refresco y la lucha continuaba hasta que uno de los dos bandos conseguía la victoria.

Como armas ofensivas portaban dos jabalinas conocidas como pilum (plural, pila), una pesada y otra lige-ra, con gran poder de penetración. Su función era herir y desorganizar las filas enemigas. También portaban una espada (gladius), colgada del lado de-recho, que se usaba tanto de punta como de filo.

Como armamento defensivo llevaban un escudo (scutum) de forma ovalada. Sus medidas eran de 120 por 75 cen-tímetros y su peso estaba entre seis y diez kilos. El scutum no solo otorgaba una gran protección sino que podía ser empleado para golpear y desequilibrar al

enemigo. A este equipo se le añadiría un casco de bronce coronado por tres plu-mas, de esta forma el soldado parecía más alto. Sobre el pecho llevaban una placa metálica de forma cuadrada. Los que tenían más recursos económicos empleaban una cota de mallas (lori-ca hamata). Completaba el equipo una greba en la pierna izquierda, que tenían más adelantada cuando luchaban.

Por último estaban los triarii, que eran los de mayor edad. Su arma-mento era similar al de los hastati y principes, la única diferencia era que portaban una lanza (hasta) en vez del pilum. Los triarii ocupaban la tercera

línea, la última de la legión romana. Si durante la batalla llegaban a entrar en combate, presentaban sus lanzas al enemigo, adoptando una formación similar a la falange.

CaballeríaCada legión tenía una pequeña fuer-za de caballería compuesta por 300 jinetes que eran reclutados de entre los ciudadanos adinerados capaces de costearse un caballo. Su equipo con-sistiría en un escudo redondo, casco de bronce, lanza, espada y cota de malla. En combate su misión era la de proteger los flacos de las legiones.

sobre el campo de batallasobre el campo de batalla

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sobre el campo de batallasobre el campo de batalla

El gran problema con el que nos en-contramos al analizar el ejército carta-ginés durante la Segunda Guerra Púni-ca es la escasez de fuentes específicas que nos informen, no ya solo de aspec-tos militares, sino de la propia cultura cartaginesa. No hay un Polibio que nos explique cómo era la organización del ejército púnico, como lo hace con el romano. Aun así, a través de pasajes de las propias fuentes y modernos estu-dios se pueden conocer ciertos datos.

Cartago basaba su sistema militar en el empleo de mercenarios, debido a su reducido cuerpo de ciudadanos. Junto a este hecho numérico, existe otra explicación ideológica: el Sena-do prefería dedicar parte de sus in-gresos a contratar tropas, en vez de retirar a parte de sus ciudadanos de las actividades comerciales para en-cuadrarles en un ejército.

Esto no quiere decir que Cartago no dispusiese de tropas propias. En situaciones de emergencia, la capital púnica solía reclutar una milicia de ciudadanos, pero su valor combati-vo era escaso, debido a su inexpe-riencia. Así ocurrió en la derrota de Zama (202 a. C.), cuando la milicia, que formaba parte de la segunda lí-nea del dispositivo de Aníbal, falló en el apoyo a la primera línea.

En el capítulo de caballería, exis-tía una unidad de jóvenes de fami-lias aristocráticas, conocida como la Banda Sagrada, que servía como escuela de oficiales para el ejérci-to púnico. Su equipamiento seguía el modelo griego: llevaban encima de la túnica una armadura corta de cuero; se protegían la cabeza con un casco de bronce de tipo helenístico; sus armas eran un escudo circular,

una jabalina o lanza y una espada de tipo griego.

Con todo, quizá la característica más famosas del ejército de Aníbal fue el empleo de los elefantes de gue-rra, una táctica heredada, al parecer, de las campañas de Alejandro Magno en la India. Los elefantes que usaron los púnicos provenían de la selva afri-cana y su tamaño no superaba los 2,5 metros hasta el lomo. Durante la Se-gunda Guerra Púnica fueron un arma de doble filo. Por un lado servían para romper y desorganizar las líneas ene-migas, a la vez que podían aterrori-zar a los caballos. Sin embargo, si se asustaban, podían volverse contra las propias líneas y causar el caos.

Junto a las anteriores tropas de carácter local, existía una gran va-riedad de tropas foráneas, que for-maban el grueso de la fuerza cartagi-nesa. Provenientes de toda la cuenca del Mediterráneo occidental, cada pueblo disponía de unas característi-cas (ver cuadro inferior) que Aníbal supo aprovechar bien.

Frente a frente: el ejército cartaginés

Los mercenarios reclutados por Carta-go provenían de diversas zonas del Me-diterráneo. Polibio al relatar la batalla de Cannas (216 a. C.), menciona las fuerzas que componían el ejército pú-nico: africanos, númidas, iberos y galos (Polibio 3.113):

Libio-feniciosOriginarios del norte de África, la base de la infantería cartaginesa, disponía de una panoplia que suscita cierto debate entre los expertos. Unos defienden que iban equipados con picas pesadas, si-milares a la sarissa macedónica. Otros investigadores sostienen que llevaban armas más ligeras, tipo lanza. El resto de su armamento estaría compuesto por casco metálico de tipo tracio, co-raza de lino, un escudo redondo y una espada de tipo griego (kopis). Por últi-mo, para proteger las piernas llevarían grebas. Polibio no dice mucho acerca del equipo que llevaban estos hombres, pero menciona que portaban armas pesadas (3.113).

En combate, los libio-fenicios adop-taban la formación de falange, caracte-rizada por presentar un frente compac-to de picas erizadas, que les protegían de los ataques de la infantería pesada y de la caballería.

NúmidasSu nombre proviene de latín y significa nómadas. La mayoría de los contingen-tes númidas actuaban como caballería ligera, pero las fuentes también nos informan de la existencia de infante-ría armada con jabalinas y un escudo redondo. Hostigaban al enemigo antes del choque de la infantería pesada.

La caballería númida no empleaba ni la brida ni la silla de montar. Dirigían sus monturas únicamente por medio de la voz, un palo y una correa atada al cuello del animal. Los caballos eran pequeños, pero bastante fuertes, rá-pidos y ágiles. Los jinetes vestían con una simple túnica corta y sin mangas, ceñida al cuerpo por un cinturón. No llevaban ningún tipo de coraza, su úni-

ca protección era un pequeño escudo circular de madera. Su armamento ofensivo consistía en jabalinas y lanzas ligeras. Hay escasas representaciones de la caballería númida, siendo la más conocida la de la columna Trajana que está muy alejada del período de las guerras púnicas. Polibio describe su modo de lucha: «Facilidad de los nú-midas para el despliegue y repliegue, así como su audacia y temeridad para volver de nuevo a la carga (esto, es en efecto lo característico del combate de los númidas)» (3.72,10).

Los celtasConocidos por los romanos como galos, también formaron parte del ejército púnico. Se dividían en diversas tribus. Algunas de las que vivían en el sur de Francia y norte de Italia siempre tuvie-ron enfrentamientos con los romanos e incluso llegaron a saquear la ciudad alrededor del 390 a. C.

Polibio y Tito Livio nos relatan que en la batalla de Cannas, los celtas iban

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sobre el campo de batallasobre el campo de batalla

La Segunda Guerra Púnica fue una conflagración a gran escala, en la que los dos contendientes arrastra-ron al campo de batalla a cuantos aliados y mercenarios pudieron mo-vilizar. Numerosos pueblos del Medi-terráneo mostraron en los campos de batalla su poderío militar.

Por parte de los romanos, las le-giones contaron con la ayuda de sus aliados, denominados socii. Estos contingentes se dividían entre sus vecinos latinos y los provenientes del resto de las ciudades aliadas de la Península Itálica. El número de fuerzas y el aporte económico que debía realizar cada comunidad a Roma estaba determinado por los tratados firmados.

Cada legión era apoyada por un contingente de infantería pesada de tamaño similar, recibía el nombre de ala. En cuanto a la caballería aliada,

su número era tres veces más que el de la romana. Por lo que parece, el armamento y táctica de las uni-dades aliadas era parecido al de los romanos, aunque lo cierto es que las fuentes dan poca información sobre este asunto.

En cuanto a Cartago, Aníbal atra-jo las voluntades de diversos pue-blos hispanos con una hábil política diplomática. Esto no es óbice para que la causa púnica recurriese a su tradicional política de reclutamien-to de mercenarios. Sólo en Cannas, Polibio habla de la ayuda que Aníbal recibió de iberos, galos, númidas y africanos. Estos últimos, fruto del mestizaje entre la población púnica y las tribus vecinas de Cartago, eran los más próximos tanto geográfica como culturalmente y representa-ban el núcleo central de la infantería cartaginesa.

Próximos también geográficamen-te eran los númidas, originarios del noreste y noroeste de las actuales Argelia y Túnez. Formando parte de las tropas púnicas, bien como aliados o bien como simples mercenarios, los númidas eran también una parte fun-damental del ejército cartaginés.

Los galos, procedentes de los terri-torios que hoy son el sur de Francia y norte de Italia, componían el 40% del contingente con que Aníbal se internó en la Península Itálica, según las fuen-tes clásicas. Por último, los belicosos iberos y otros pueblos hispanos for-maban una impetuosa fuerza de cho-que a la que «las armas y los caballos les eran más preciados que su propia vida», según Pompeyo Trogo.

Las características especiales que aportaba cada pueblo hacían de la fuerza púnica un instrumento temi-ble, con gran capacidad de adapta-ción a las diversas situaciones que encontró a lo largo de la guerra.

El Mediterráneo en armas

al combate desnudos por encima de la cintura y empleaban espadas largas. Estas servían para golpear solo de filo, necesitando para ello el combatiente cierto espacio para realizar este movi-miento. Aunque es cierto que la cota de malla, utilizada por varios pueblos, entre ellos los romanos, es de origen galo, la realidad era que su alto coste hacia que estuviera solo restringida a la aristocracia.

El equipo de los guerreros celtas se complementaba con un casco de bronce o hierro y un escudo largo de madera. Éste podía estar diseñado de varias for-mas: ovalado (la más común), redondo, rectangular y hexagonal. Debido a su tamaño, alrededor de 120 centímetros, protegía adecuadamente el cuerpo del luchador. Aníbal también empleó a los galos y los iberos como caballería pesa-da. Iban equipados de forma parecida a la infantería pero con cota de mallas, lanza y escudo pequeño.

La táctica de combate de los guerre-ros celtas consistía en una carga fron-

tal contra el enemigo, luchando con sus espadas largas hombre a hombre. Pero si esta embestida fallaba, comenzaban a cansarse y eran presa fácil del rival. Eran buenos combatientes, con gran ímpetu, pero necesitaban un líder ca-pacitado que supiera regular su fuerza. Lo encontraron en Aníbal.

Los hispanosDentro de la Península Ibérica había multitud de pueblos que se dividían en tribus muy belicosas, como atestiguan las fuentes. Hablando de su armamen-to, Polibio (3.113) los describe con túni-cas de lino bordadas en púrpura, escudo similar a los galos (como los represen-tados en las esculturas de Osuna) y espadas que servían para golpear tan-to de punta como de filo. Usaban dos tipos de espadas, la falcata curvada y la espada recta de filo y de punta. A este equipo se le añadía un casco de cuero o de bronce, siendo el primero el más común; un pectoral circular o una cota de malla (como se aprecia en algunas

esculturas); y como armas arrojadizas, el saunon y la falarica.

La caballería hispana tenía un arma-mento similar a la infantería, salvo por el uso de un escudo circular pequeño y una lanza. A veces se menciona que para combatir desmontaban de sus ca-ballos y luchaban a pie.

En cuanto a la forma de combate, los pueblos celtíberos eran hábiles prepa-rando emboscadas pero también podían presentar batalla en campo abierto, como queda atestiguado por Tito Livio (28.2, 4-12 y 34.13), donde se enfren-taron de igual a igual con las legiones.

Mención aparte merecen los honde-ros baleares que actuaban como infan-tería ligera. Los cartagineses los con-trataron desde al menos el 337 a. C. Iban equipados con tres tipos de hon-das, que servían para distintas distan-cias. Poseían gran precisión y potencia de fuego. Pruebas modernas han de-mostrado que los proyectiles de honda pueden llegar a alcanzar una velocidad de 90 kilómetros por hora.

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Texto y fotos: F. J. García Valadés.

Tradicionalmente se venía relacio-nando la ubicación de Baecula con la actual Bailén. Autores como Schul-ten basaron tal planteamiento en la supuesta derivación del nombre de la ciudad jienense a partir del topó-nimo ibérico de Baécula. Buscaron avalar además tal identificación con la localización de elementos topo-gráficos relatados por Polibio y Tito Livio en su descripción del entorno de la batalla. Sin embargo, siempre estuvo cuestionada ya que ni apare-cieron restos arqueológicos propios de un oppidum relevante en el sub-suelo ni de campo de batalla alguno. Además no se ajustaba con exactitud al análisis topográfico de las fuentes clásicas.

Recientemente, el Centro Andaluz de Arqueología Ibérica (CAAI) ha localizado, de forma muy bien justi-ficada, un nuevo emplazamiento para la batalla de Baecula. La búsqueda se inició con el nombre del oppidum ibé-

LASHUELLASDELASLEGIONES

Después de años de campañas victoriosas, el poderío cartaginés parecía agotarse en Hispania. Las orillas del Guadalquivir presencia-ron uno de los episodios principales de la Segun-da Guerra Púnica. La ba-talla de Baecula propició que el escenario bélico se trasladase a tierras italianas.

Hispania cambia de manos

UBICACIÓN

Cerro de las Albahacas, Santo Tomé (Jaén).

COORDENADAS

38º 00’ 54’’ N; 3º 06’ 48’’ O.

DESCRIPCIÓN

Se ha localizado un campamento cartaginés en el Cerro de las Albahacas. A sus pies una extensa llanura que las últimas pros-pecciones identifican como campo de batalla. Sobre la margen derecha del río Guadalquivir y opuesta al campamento cartaginés se encuentra el oppidum ibérico de Turruñuelos, posible empla-zamiento de Baecula. El conjunto se encuentra actualmente en estudio. Se busca el posible emplazamiento de un castra romano. Se conjetura que estuvo sobre la localidad de El Molar.

DATACIÓN

Estudios en curso localizan aquí la batalla de Baecula, entre las tro-pas cartaginesas de Asdrúbal Barca y P. Cornelio Escipión. Dataría pues del año 208 a. C. durante la Segunda Guerra Púnica.

Foto: Google Earth

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rico de Castulo, referido por los auto-res clásicos en relación a los hechos de la batalla y de ubicación conocida. A partir del cual, localizaron todos los oppida ibéricos del Alto Guadalquivir cuya secuencia se prolongase hasta finales del siglo III a. C. y cuyos nom-bres no hubiesen perdurado. Resul-taron once localizaciones que fueron sometidas a análisis topográfico para determinar cuáles se correspondían con exactitud a la descripción del terreno de Polibio y Tito Livio. Este último dice que Asdrúbal se trasladó a un cerro con «una altura que tenía una explanada en su parte más alta. Por detrás había un río y por delan-te y por los lados ceñía su contorno una especie de ribazo abrupto». Fi-nalmente, realizaron una prospección arqueológica selectiva y un muestreo magnético en ellas de un radio de cin-co kilómetros.

Los trabajos permitieron localizar los restos de un campo de batalla en un cerro vecino al oppidum de Tu-rruñuelos, denominado Cerro de las Albahacas, que cumplía todos los criterios de búsqueda tales como: su extensión, la posición del río respec-to de la zona de ataque, la existencia de un ribazo abrupto definido por sus pendientes, así como la presencia de cerámica ibérica tardía y de elemen-tos metálicos, tales como glandes de plomo, puntas de proyectiles o mone-das cartaginesas.

El campo de batalla se localiza en-tre los términos municipales de San-to Tomé y Cazorla (Jaén), en el Alto Guadalquivir. Se trata de una unidad topográfica delimitada por el Río de la Vega al norte, noreste y este; por el Río Guadalquivir al norte, noroes-te y oeste; y, al sur, por el Arroyo de Las Arcas. Suponiendo un triángulo,

la altura tendría seis kilómetros de longitud y la base unos ocho kilóme-tros. La cima del cerro se sitúa a 278 metros sobre la vega del río, lo que le confiere una privilegiada situación estratégica.

El cuartel de AmílcarEl campamento cartaginés se localiza en la cima del Cerro de las Albahacas, ubicándose en su extremo oriental, es decir, en la zona más elevada, contro-lando el valle del Río de la Vega, así como una amplia franja de la propia vega del Río Guadalquivir. También posee un amplio dominio de todos los pasos naturales de la zona sures-te de la Loma de Úbeda. Se trata del único campamento cartaginés del que se tiene evidencia arqueológica en la península.

El recinto se orienta de norte a sur en su eje superior. Ocuparía una exten-sión de 76 hectáreas, con una longitud de unos 1.150 metros y una anchura media de 600 metros. Su forma tien-de a ser rectangular, aunque presenta sus lados ligeramente curvos y sus es-quinas se nos presentan redondeadas. Se adapta a la topografía de la parte superior del cerro. Curiosamente, las parcelas de los cultivos conservan la morfología de su perímetro, que se puede apreciar en fotografía aérea. De la misma manera se puede observar una posible división de la estructura en dos recintos, aunque los trabajos sobre el terreno no lo confirman.

Se conservan algunos tramos de un sistema de empalizada realizada con postes, así como restos del agger del campamento. Sin embargo no hay

Presentación a principios de año de objetos encontrados en Santo Tomé.

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El Molar, ubicación en la que se cree que estaba el ejército de Escipión, apa-

rece en la lejanía desde las alturas en las que Asdrúbal acampó. Los olivares

de la izquierda de la foto podrían ser la ladera por la que el propio Escipión

ejecutó su maniobra de flanqueo.

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constancia de la existencia de un foso defensivo, que sería de presencia obliga-da si se tratase del campamento romano. Estos restos ratifican el carácter eventual del campamento, que según las fuentes citadas anteriormente, no se prolonga-rían más de cuatro días, incluyendo la batalla y posterior ocupación del mismo campamento por las tropas de Escipión.

El campo de batalla y BaeculaLos restos localizados confirman que la ladera al suroeste de la estructura del Cerro de las Albahacas fue escenario de un enfrentamiento bélico. Entre los nu-merosos hallazgos se encuentran varias puntas de jabalina númidas, regatones, puntas de pilum, puntas de flecha, glan-des de plomo, datados a finales del siglo III a. C. Si interpretamos este lugar como la batalla de Baecula y el campamento del cerro como cartaginés, según ratifi-can los hallazgos, quedaría por identi-ficar el emplazamiento de las tropas de

Escipión. Los actuales estudios tratan de localizar el campamento romano bajo la localidad de El Molar, que tuvo pobla-miento ibérico hasta finales del siglo III a. C. Dominaría una leve elevación del terreno al suroeste del Cerro de las Al-

bahacas y estaría flanqueado al oeste por un ribazo del Guadalquivir.

Interpretando estos emplazamientos como hemos referido, el oppidum de Los Turruñuelos sería la Baecula de las fuentes. Se encuentra a menos de dos

La guerra en Hispania había dado un vuelco. Tras el revés de Cn. Corne-lio Escipión y su hermano Publio, un nuevo y aparentemente inexperto Escipión reanudaba con éxito impa-rable las operaciones en la Penín-sula Ibérica. Cartago Nova acaba-ba de caer en un alarde de audacia casi temerario. La sorpresa cogió al ejército cartaginés dividido en tres cuerpos dirigidos por Asdrúbal Bar-ca, Magón y Asdrúbal Gisco. La nue-va amenaza requería que se unieran para hacerla frente y desalojar una vez más la presencia romana por debajo del Ebro. Aníbal precisaba el aporte de nuevas tropas desde la península italiana y esto era un con-tratiempo.

El joven P. Cornelio Escipión es-taba obligado a hacer frente a los cuerpos de ejército cartaginés por separado. Anticipándose a ello abandonó Cartago Nova en busca del ejército oriental, que estaba co-mandado por el hermano de Aníbal, Asdrúbal Barca.

Asdrúbal se encontraba en las proximidades de Castulo y sus minas de plata, concretamente en los alrede-dores de la ciudad ibérica de Baecula. Alertado de la llegada de las legiones romanas por sus avanzadillas de ca-ballería decidió abandonar el campa-mento en el que se encontraba. Des-plazó su ejécito a un lugar que según Polibio tenía «[...] un río que fluía a sus espaldas y delante de la empali-zada había un llano defendido por un escollo lo suficientemente hondo para ofrecer protección; el llano era tan an-cho que cabía en él el ejército cartagi-nés formado. Asdrúbal permaneció en este sitio; apostó día y noche centine-las en el escollo». El emplazamiento era ideal para enfrentarse con ventaja a cualquier ataque.

A la mañana siguiente, Escipión había acantonado sus legiones al otro lado del llano, en una posición inferior. Estaban ya frente a frente. Asdrúbal decidió mover primero sus piezas y desplegó a sus jinetes numídicos, a los honderos baleares y la tropa africana

ligera en la llanura. Escipión tenía se-rias dudas de sus opciones para abrir batalla en situación tan desventajosa. Durante dos días los ejércitos perma-necieron expectantes. Ninguno des-plegó todas sus tropas fuera de sus campamentos. Pero además el tiem-po era aliado de Asdrúbal. Cada día que pasaba los otros dos cuerpos de ejército cartaginés se acercaban más, dispuestos a cerrar la trampa en torno a Escipión. Debía probar suerte y tan-tear al adversario.

Escipión desplegó una cohorte para cortar el acceso por el valle del Gua-dalquivir y otra para cerrar los accesos desde Baecula al cerro en el que se encontraban los cartagineses. De esta manera pretendía impedir cualquier ayuda exterior a Asdrúbal. Desplegó en la llanura a sus velites y una tropa legionaria escogida. El grueso de las legiones permanecía en sus campa-mentos, aunque dispuestas para in-tervenir.

Los velites y el reducido cuerpo de legionarios comenzaron a ascender

El exceso de confianza de Asdrúbal

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Vista del Cerro de las Albahacas desde Santo Tomé.

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kilómetros del Cerro de las Albahacas sobre una terraza en la margen opuesta del Guadalquivir, a los pies de la Loma de Úbeda. Este oppidum ha sido ob-jeto de intervenciones pasadas que lo caracterizaron como un asentamiento indígena datado entre el V y el III a. C., en cuya fase final sufrió un considera-ble aumento de tamaño hasta llegar a las 25 hectáreas. Aumento que tal vez tuvo relación estrecha con el escenario bélico y su indudable valor estratégico, ya que permite el control del acceso al

Alto Guadalquivir, a la zona del levante peninsular y al sureste hacia Cartagena, siguiendo el Guadiana Menor.

Los hallazgos aportan información sobre la vía de acceso del ejército roma-no, que se produciría desde Cartagena, pasando por Baza y el Guadiana Menor, para emplazar su campamento en algún punto al sur del Cerro de Las Albahacas. Hecho que permite la huída cartaginesa hacia el norte, como refieren las fuentes citadas, a través de la Sierra de Cazorla o la Loma de Úbeda.

En Baecula, Asdrúbal Barca estuvo esperando la llegada de los cuerpos de ejército cartaginés de Magón y Asdrú-bal Gisco. Ante la inminente llegada de Escipión se vio obligado a buscar un emplazamiento privilegiado para ha-cerle frente, el actual Cerro de las Alba-hacas. A sus pies se desarrollaría uno de los hitos de la Segunda Guerra Púnica. Derrotado Asdrúbal huyó hacia el nor-te, para reforzarse y alcanzar Italia por los Alpes, pero nunca uniría sus tropas a las de su hermano Aníbal. ◙

• BELLÓN, J. P., GÓMEZ. F., GUTIÉRREZ, L. M.ª, RUEDA, C., RUIZ, A., SÁNCHEZ, A., MOLI-NOS, M., WIÑA, L., GARCÍA, M.ª A., y LOZANO, G. (2004): “Baé-cula. Arqueología de una batalla”. Proyectos de Investigación 2002-2003. Universidad de Jaén y Caja Rural. Jaén.

• BELLÓN, J.P., GÓMEZ. F., GUTIÉRREZ, L. M.ª, RUEDA, C., RUIZ, A., SÁNCHEZ, A., MOLINOS, M., WIÑA, L., GARCÍA, M.ª A., y LOZANO, G. (2006): “Cerro de las Albahacas camp and battlefield”; Morillo A. y Aurrecoechea J. (eds.), The Roman army in Hispania: an archaeological guide, León.

PARA SABER MÁS:

hacia las posiciones que tenían toma-das las tropas ligeras cartaginesas, que estaban desplegadas en el medio de la llanura desde el comienzo de las hostilidades. Cuando la tropa roma-na se encontró al alcance empezó a caer una lluvia de proyectiles. Pero no impidieron que persistieran en el as-censo hasta hacerles frente cuerpo a cuerpo. Los mercenarios cartagineses se vieron obligados a retroceder. Todo parecía una escaramuza más que una batalla plenamente desplegada.

Asdrúbal permanecía dentro de su campamento con el resto de su ejér-cito, como un espectador más desde las alturas, sin mostrarse alertado por los hechos. Estaba convencido de que los romanos no se atreverían a dar batalla en semejantes condicio-nes. Escipión decidió en ese momen-to que el resto de la infantería ligera apoyara de inmediato a la que inició el primer choque. Seguidamente, di-vidió su ejército en dos brazos y los desplegó en la llanura. Al frente del brazo derecho se encontraba el pro-pio Escipión que ascendió la ladera dando un ligero rodeo por el escarpe

de la derecha de la colina. A la vez ascendía Lelio por el lado izquierdo con la otra mitad del ejército. Mien-tras, los enfrentamientos entre las tropas ligeras se limitaban al centro de batalla.

Asdrúbal, en un principio, no con-cebía que tales maniobras corres-pondiesen a un ataque decidido y lo atribuía más bien a una demostración de fuerzas. Pero los dos ejércitos ro-manos no se detenían en su ascenso decidido hacia la posición dominante cartaginesa. Alarmado por ello dio orden de desplegar al grueso de sus tropas frente al campamento en orden de combate. Pero la maniobra se ini-ció demasiado tarde. El ejército car-taginés se mostró demasiado grande, poco operativo y lento. Aún no se ha-bían tomado posiciones en los extre-mos de la formación cuando las legio-nes desplegadas en orden de combate arremetieron por ambas alas, casi sin poder ser rechazadas, comenzando una carnicería y provocando una des-bandada general en la que incluso los elefantes cartagineses colaboraban presas del pánico.

La situación privilegiada de los car-tagineses se convirtió en una trampa para la huída, al no tener salida por los flancos. Asdrúbal huyó hacia el norte cuando vio que la situación era insos-tenible. No estaba dispuesto a perder todo en esa batalla, cuando lo que de-bía hacer era llegar hasta Italia. Re-agrupó a buena parte de su ejército, incluidos algunos elefantes, y recogió todo el tesoro. Escipión no tendría la oportunidad de acabar con él. Decidió no cebarse en la persecución por te-mor a la presencia de los ejércitos de Magón y Asdrúbal Gisco que en breve debería hacer frente.

Desde allí Asdrúbal remontó el Alto Guadalquivir para acceder a la meseta y encaminarse hacia los Pirineos, re-clutando mercenarios sobre el terreno. Esta carrera aún tendría que encarar los pasos alpinos. Pero el final no era el que hubiese deseado. Jamás lograría unir sus fuerzas a las de su hermano Aníbal. Las legiones romanas detuvie-ron sus propósitos en Metauro en el 207 a. C. y su cabeza fue lanzada so-bre la empalizada del campamento de Aníbal en la Apulia.

• Agger: Talud interior sobre el foso por el que discurre el vallum.• Oppidum: Núcleo de poblamiento indígena fortificado.• Vallum: Balizamiento del campa-mento.• Velites: Infantería ligera romana formada por ciudadanos jóvenes de escasos recursos económicos.

Glosario

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BATALLAS MENORES, EN ITALIA

Por Julio Rodríguez González.

Cualquiera que esté mínimamente interesado en la Historia de Roma ha oído hablar de la II Guerra Púnica y de sus cinco grandes batallas, Tesino, Trebia, Trasimeno, Cannas y Zama, ganadas por Aníbal, excepto la última y definitiva. Sin embargo, Italia, prin-cipal campo de batalla de la guerra, al igual que en menor medida Cerdeña y Sicilia [ver apoyo], fueron escena-rio de muchos otros enfrentamientos armados entre los cartagineses y sus aliados y los romanos y los suyos.

Estos combates incluyeron bata-llas campales, asedios, asaltos de ciu-dades, emboscadas y alguna batalla naval e implicaron a numerosos con-tingentes de guerreros por parte de ambos bandos, causando fuertes ba-jas que incluyeron a numerosos altos oficiales, incluso cónsules y procón-sules por parte romana. Sin embargo, el análisis de estas batallas destruye otro tópico: la invencibilidad de Aní-bal hasta Zama, pues algunas se re-solvieron con una derrota para el cau-dillo cartaginés.

Las batallas campales se produjeron

desde el comienzo de la guerra. Nada más ser derrotado el cónsul P. Corne-lio Escipión (padre) junto al río Ti-cinus (hoy Tesino) en 218 a. C., los supervivientes de sus auxiliares galos se sublevaron y atacaron y dieron muerte junto a Placentia (Plasencia) a muchos de los romanos que se ha-bían salvado con ellos. A comienzos de 217 a. C. un enfrentamiento entre romanos y cartagineses cerca de di-cha ciudad se saldó con un empate. En verano un contingente romano de

caballería fue aniquilado en un lugar no identificado del sur de Italia y en otoño de ese año, junto a Gerunium (Santa Croce di Magliano), los roma-nos derrotaron a Aníbal en primera instancia aunque a continuación el cartaginés se resarció en dos etapas, inflingiendo en la segunda una con-tundente derrota al magister equitum M. Minucio Rufo.

En 216 a. C., previamente a Can-nas, una gran escaramuza en la que los hombres del cónsul C. Terencio

FIRMAINVITADA

La letra pequeña de la Segunda Guerra PúnicaEn los cerca de veinte años que duró la con-tienda más famosa entre Roma y Cartago, el nombre de las grandes batallas a menudo deja en la sombra decenas de enfrentamientos cuyos

resultados fueron tan importantes como los de las grandes gestas. El profesor Julio Rodríguez repasa con detalle los pequeños choques que marcaron en Italia el rumbo de la guerra.

TrasimCanusium

LocrisConsentia

Plasentia

Grumentum

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Varrón derrotaron a un contingente de Aníbal, llenó de optimismo (equi-vocado) a los romanos antes del gran enfrentamiento. En 215 a. C., en Gru-mentum (Grumento Nova), los roma-nos derrotaron a un contingente car-taginés (no mandado por Aníbal). En 214 a. C., junto a Beneventum (Bene-vento) los romanos del procónsul T. Sempronio Graco vencieron a los sol-dados del cartaginés Hannón, lo que ocasionó que su jefe Aníbal tuviese que abandonar la región de Campa-nia y pasar a la de Apulia. También vencieron los hombres del cónsul M. Claudio Marcelo a las tropas co-mandadas por el propio Aníbal en las afueras de Nola.

Al año siguiente Hannón tuvo oportunidad de desquitarse vencien-do a un improvisado ejército romano formado por campesinos y esclavos a las órdenes del prefecto Pomponio Veyentano. En 212 a. C., de nuevo en Beneventum, Hannón volvió a ser de-rrotado (esta vez por los pelos) por el cónsul Q. Fulvio Flaco.

El año 212 a. C. vio en dos ocasio-nes más a un ejército romano derrota-do, una de ellas cuando las tropas del pretor Cn. Fulvio Flaco se enfrenta-ron a un contingente cartaginés a las órdenes de Magón junto a Herdonia (Ordona) y otra en la región de Lu-cania. Aníbal amagó (no tenía fuerzas suficientes) un ataque sobre Roma en 211 a. C., algo que los soldados de los cónsules Cneo Fulvio Centúma-lo Máximo y Publio Sulpicio Galba Máximo y del procónsul Quinto Ful-vio Flaco conjuraron brillantemente venciendo a los cartagineses a dos

kilómetros de una de las entradas a la capital, la Porta Collina, y poniendo en graves dificultades al enemigo que se retiraba cuando este cruzaba el río Anio (Aniene), aún en las cercanías de Roma.

Poco pudo disfrutar Centúmalo de su victoria, pues el año siguiente, siendo procónsul, cayó junto a 8.000 de sus soldados junto a Herdonia ante Aníbal en persona, derrota vengada en parte cuando en Numistro (¿Bucci-no?) el cónsul Claudio Marcelo, tras un duro combate, hizo que Aníbal se retirara de nuevo hacia Apulia. Mar-celo fue tras él y en los días siguientes se produjeron una serie de escaramu-zas en las que parece que los hombres de Aníbal llevaron la peor parte.

Parecía que Marcelo le tenía toma-da la medida al cartaginés, pues ya en 209 a. C. y con Marcelo como pro-cónsul, tras una batalla de dos días en la que los romanos empezaron muy mal, consiguió vencerlo de nuevo en Canusium (Canossa di Puglia). El derrotado buscó entonces otros obje-

PASIÓN POR ROMA• ¿A qué sabe el pollo numídico?

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HISPANIA ROMANA

Genios de la emboscada, los cartagineses acabaron en los primeros años con varios contingentes gracias a ataques por sorpresa

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tivos y venció a un contingente roma-no que atacaba Caulonia (Marina di Caulonia), en poder cartaginés.

El 207 a. C. fue un muy mal año para Aníbal. En primer lugar, se pro-dujo la mayor de estas batallas meno-res, con resultado muy desfavorable para sus intereses: el 23 de junio su hermano Asdrúbal, que llegaba desde Hispania con un ejército de refuerzo, fue atrapado, derrotado y muerto jun-to al río Metaurus (Metauro) por las fuerzas conjuntas de los cónsules C. Claudio Nerón y M. Livio y del pre-tor L. Porcio Licinio. Aníbal, que por su parte había tenido dos reveses, en Grumentum y en Venusia (Venosa) y se retiraba hacia el Brucio, se enteró de lo que había pasado cuando los ro-manos lanzaron a su campamento la cabeza de su hermano.

Transcurrieron tres años sin nue-vas batallas campales, hasta que en

204 a. C los romanos del cónsul P. Sempronio Tuditano vencieron a Aní-bal en Croton (Crotona) aunque él se tomó la revancha en un lugar no iden-tificado.

Al año siguiente sabemos de una posible batalla cerca otra vez de Cro-ton, pero no su resultado. La última batalla en suelo itálico no fue en el sur, sino en el norte, en Mediolanum (Milán), en 203 a. C., donde Magón Barca, hermano de Aníbal, había llegado con un ejército, vía Genua (Génova), escapando del hundimien-to del poder cartaginés en la Penín-sula Ibérica, con la idea de distraer la atención romana y aliviar la pre-sión sobre su acosadísimo hermano en el sur. Allí presentó batalla a los romanos del procónsul M. Cornelio Cetego y el pretor P. Quintilio Varo, que lo derrotaron contundentemente. Gravemente herido, pudo Magón re-

tirarse con los supervivientes hacia la costa, donde recibió la orden de volver a Cartago, camino de la cual murió en el mar.

El factor sorpresaSin llegar a ser batallas campales, las emboscadas, en las que los cartagine-ses eran maestros y que los romanos aprendieron, tuvieron su importancia en esta guerra. En la primera, en 217 a. C., una columna romana fue ani-quilada en la región de Umbría por la caballería númida del general Mahar-bal. Los romanos, ese mismo año, tra-taron de responder tendiendo una en el monte Callicula (al sur de Pietra-vaivano) pero Aníbal montó una con-traemboscada que le dio la victoria.

Al año siguiente los galos boyos, aliados de Aníbal, aniquilaron me-diante emboscada en la silva Litana, un lugar desconocido en la actual

Frentes secundarios de la guerra en Italia fueron las islas de Sardinia (Cerdeña) y Sicilia, por cuya pose-sión ya se había luchado duramente en la Primera Guerra Púnica.

Tras la victoria cartaginesa en Cannas en 216 a. C., los sardos, sometidos a Roma tan sólo desde 237, y azuzados por agentes carta-gineses, pensaron que era el mejor momento para sacudirse el yugo ro-mano y en 215 se sublevaron, diri-gidos por un tal Hampsícora. Inme-diatamente desde Cartago se envió un ejército para ayudarlos. Roma, a pesar de lo mal que lo estaba pa-sando en esos momentos, no podía permitir una Cerdeña cartaginesa, por lo que rápidamente envió un ejército mandado por el procónsul T. Manlio Torcuato, hombre con ex-periencia en la isla, que unió sus fuerzas a las romanas que allí ya había, al mando hasta entonces del gravemente enfermo pretor Q. Mu-

cio Escévola. Aún no había llegado el ejército cartaginés cuando, pro-bablemente cerca de Carales (Ca-gliari), los romanos vencieron a los sardos.

Cuando llegó por fin el ejército cartaginés, mandado por Asdrúbal el Calvo, la batalla de este y los sardos contra los romanos se re-solvió en una nueva victoria para Roma, que acabó por atrapar a los supervivientes enemigos en Cornus (ruinas junto a Sta. Caterina de Pi-tinnuri), al oeste de la isla, ciudad que fue tomada a los pocos días, acabándose así los problemas ro-manos en Cerdeña. Para rematar el descalabro púnico, la flota que ha-bía llevado a Asdrúbal y sus hom-bres hasta la isla fue interceptada en su regreso a África por una es-cuadra romana y vencida, aunque no aniquilada.

El último episodio bélico relacio-nado con esta isla tuvo lugar en 205

a. C., cuando una escuadra cartagi-nesa que llevaba abastecimientos a Aníbal, arrinconado entonces por los romanos en la región suritálica

Los frentes de Cerdeña y Sicila

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provincia de Rávena, al ejército del pretor L. Postumio Albino, que pere-ció. En 215 a. C. el cartaginés Han-nón sorprendió y derrotó a varias unidades de aliados romanos y tres años después, tras otras dos embos-cadas victoriosas de los cartagine-ses, una en un sitio no identificado y la otra junto a Thurii (las ruinas de Sybaris-Copia), en un lugar llamado Campus Vetus nada menos que un procónsul romano, Ti. Sempronio Graco, murió acribillado a flechazos en una celada.

En 211 a. C. los romanos del cón-sul Centúmalo consiguieron salvar una situación comprometida tras una emboscada y al año siguiente los ro-manos se la jugaron a los cartagine-ses, emboscándolos y derrotándolos en Tisia (Laganadi o San Stefano).

El año 208 a. C. fue un mal año para los romanos en cuestión de em-

boscadas, pues una de ellas les causó una gran derrota en Petelia (Stron-goli). La segunda de ellas, junto a Venusia, fue la más productiva de toda la guerra pues, por pura casua-lidad, entre los romanos que cayeron en la celada estaban los dos cónsules de aquel año, Claudio Marcelo y T. Quinctio Crispino. El primero murió en ella y el segundo a resultas de sus heridas. La última emboscada de la

que las fuentes dan noticia tuvo lugar al año siguiente y en ella los romanos vencieron a su enemigo.

Enemigo a las puertasLa lucha en las ciudades también tuvo mucha importancia en una península tan urbanizada como la Itálica. Dicha lucha comportó asedios y asaltos, en ocasiones sin necesidad de haber esta-blecido previamente cerco. La inmensa mayoría de los combates que implica-ron a ciudades tuvieron lugar en el sur, donde quedó Aníbal cada vez más aco-rralado y donde hubo poblaciones que cambiaron varias veces de manos.

Tras la derrota romana en el río Tre-bia, en enero de 217 a. C., los carta-gineses tomaron Victimulae (cerca de Vercelli), un centro de abastecimiento romano, mientras fracasaban ante otro no identificado. En el verano de 217 a. C. Aníbal, en su camino hacia el sur

Roma no podía consentir que las pujantes ciudades del sur de Italia quedasen en manos de Aníbal

del Brucio, a causa una tormenta se vio obligada a desviarse de su ruta y cerca de las costas sardas fue interceptada y destruida por las naves del gobernador Cn. Octavio.

Por su parte, Sicilia, romana desde 241 a. C., era estratégica y económicamente más importante todavía para Roma. Allí la lucha se prolongará entre 214 y 210 a. C. Fue Syracusa (Siracusa) el alma de la rebelión contra Roma, que los cartagineses apoyaron rápidamen-te. Durante esos años hubo tres batallas campales. En dos de ellas venció Roma: la de Acrilae (Bisca-ri), en 214, y la del río Himera (Sal-so), en 212. Por contra, en 214, los siracusanos derrotaron en lugar no identificado a una columna romana que acudía a defender a las comar-cas fieles a Roma.

Agrigentum (Agrigento) y Hera-claea Minoa (ruinas cerca de Agri-gento) fueron tomadas por los car-tagineses nada más llegar a la isla. Cuatro años después serían recu-peradas, la primera al asalto, así

como otras no identificadas controladas por Cartago. Los romanos tuvieron que hacer algún duro escarmiento con ciudades como Henna (Enna), en 214, dis-puesta a pasarse al enemigo, así como Leontini (Lentini) y Megara Hyblaea (ruinas cerca de Augusta), que ya lo habían hecho.

Sin embargo, la gran batalla sici-liana fue el asedio al que el cónsul (luego procónsul) M. Claudio Marcelo sometió a Siracusa. Desde otoño de 214 al verano de 212 a. C., la ciudad resistió ayudada, entre otras cosas, por los artilugios que inventaba el

cientí-fico Arquímedes (como los famosos espejos que quemaban las naves).

Tras rechazar intentos cartagi-neses por auxiliarla, la ciudad fue tomada al asalto, durante el que murió Arquímedes. Como colofón a la lucha en Sicilia, en 207 a. C. una flota romana venció a una cartagi-nesa en las cercanías de la isla.

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por la costa adriática, vio rechazado su ataque sobre Spoletium (Spoleto), aunque tomó al asalto Telesia (Tele-se), en el Samnio. En otoño de 217 a. C. Gerunium fue tomada también al asalto para ser utilizada de base de invernada.

Entre 216 a. C. y comienzos de 215 a. C., Aníbal tomó las ciudades de Acerra, Consentia (Cosenza), Nuceria (Nocera), Praeneste (Palestrina), Pete-lia, Casilinum (Capua) y el campamen-to del dictador romano M. Junio Pera, fracasando sin embargo ante Neapolis (Nápoles) y Nola.

El 215 a. C. los romanos recupera-ron al asalto muchas de las ciudades de las regiones de Campania y Samnio que se habían entregado de buen grado a los cartagineses: Austicula (¿Castellone di Castel San Vincenzo?), Combulteria (Dragone), Sicilinum (?), Trebula (Tre-

glia di Pontelatone), Vercellium (¿Cir-cello?) y Vescellium (?).

Además los hombres del cónsul Ti. Sempronio Graco tomaron un campa-mento de aliados campanos de Aníbal en Hamae (Giugliano in Campania). Por su parte, Aníbal asedió Cumae (Cu-mas) y Nola, ante las que fracasó.

Al año siguiente las operaciones se extendieron también a la zona de Apu-lia. En esas tres regiones los romanos recuperaron al asalto Acuca (?), Tele-sia (Telese), Compulteria (ruinas junto a la iglesia de Santa Maria di Covultu-re), Compsa (Conza della Campania), Fugifulae (Faifoli di Montagano), Orbitanium (¿Vitulano?) y, posible-mente, Aecae (Troia) y Blanda (Poli-castro). Tras asedio previo cayó en su poder Casilinum (Capua). Por su parte Aníbal fracasó en intentar asediar Pu-teoli (Pozzuoli).

El gran cerco de la II Guerra Pú-nica en Italia comenzó en la prima-vera de 214 y se prolongaría hasta el verano de 211 a. C. Fue el asedio romano de Capua (hoy Capua Vete-re). Esta importante ciudad campana, siempre refractaria a Roma, se había entregado a Aníbal en 216 a. C. y este había hecho de ella su cuartel gene-ral. Cuando en 214 el cartaginés salió de ella para dirigir sus operaciones en otros sitios, los romanos la pusieron bajo asedio y a pesar de los intentos de Aníbal por socorrerla —toma de Calatia (Caserta) en 211—, que pro-vocaron diversos combates en sus cercanías, la ciudad, agotadas sus provisiones, hubo de entregarse. Los romanos desencadenaron una brutal represión y tras ejecutar a los princi-pales ciudadanos vendieron al resto de los habitantes como esclavos.

218 a.C.TicinusPlacentia217 a.C.TrasimenusTrebiaVictimulaeBatalla no identificadaGeruniumTelesiaEmboscada en UmbríaSpoletumPlacentia216 a.C.CannaeEmboscada en RávenaAcerraConsentiaNuceriaPraenestePeteliaCasiliumNeapolisNola215 a.C.Celada no identificadaGrumentumTrebula

SicilinumAusticulaConbulteriaVercelliumHamaeCumarNola214 a.C.BeneventumAcuca TelesiaCompulteria CompsaFugifulaeOrbitanium AecaeBlanda NolaCasilinumPutteoli213 a.C.ArpiAtrinumBatalla no identificada212 a.C.HerdoniaBrundisiumBatalla en Lucania

Celada no identificadaCelada cerca de ThurriBeneventumTarentum211 a.C.CataliaRhegium Marmorea Meles Salapia CapuaPorta ColinaCelada no identificada210 a.C.HerdoniaSapriportusNumistroEmboscada en Tisia209 a.C.CauloniaTarentumLocriCanusium

ManduriaSalapiaPlasentia208 a.C.Emboscada en PeteliaEmboscada en Venusia207 a.C.MetaurusGrumentumVenusiaCelada no identificada206 a.C.Locri205 a.C.Genua204 a.C.CrotonClampetiaConsentia Pandosia203 a.C.MediolanumCroton

Quince años de lucha Las acciones armadas aparecen ordenadas dentro de cada año en tres grupos:

• Victorias cartaginesas• Victorias romanas• Batallas de resultado incierto

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En 213 a. C. los romanos siguieron reconquistando las ciudades que, de grado o por la fuerza, estaban en manos de los cartagineses. Así, al asalto toma-ron Arpi, Atrinum (?) y varias otras que las fuentes no identifican.

Por su parte, Aníbal cosechaba un nuevo fracaso ante Brundisium (Brín-disi) aunque conseguía tomar la ciudad baja de Tarentum (Tarento), aunque la ciudadela permanecía en poder de los romanos, que aguantaron allí, permi-tiéndose incluso hostigar a las tropas cartaginesas, hasta que un ejército ro-mano recuperó la parte perdida de la ciudad en 209 a. C.

En 211 otra vez Aníbal se dejaba parte de su prestigio al no poder tomar Rhegium (Reggio di Calabria), impor-tante puerto en el extremo suroeste de Italia. Los romanos, por su parte, a lo suyo, tomando por asalto Marmorea (Civita Campomarano), Meles (¿Moli-se?) y Salapia (ruinas en las cercanías de Trinitapoli).

En 209 a. C. cayó en poder de Roma Manduria mientras Locri, al año si-guiente, resistió el cerco. Entre tanto, Aníbal también fracasaba en su intento por tomar Salapia. Locri sería tomada tres años después mediante un audaz golpe de mano ideando por el cónsul P. Cornelio Escipión (hijo).

Tampoco su hermano Asdrúbal, de camino hacia su trágico destino en las orillas del Metaurus, pudo expugnar Plasentia. El tercero de los hermanos Barca, Magón que, como hemos vis-to antes, llegó en 205 a. C. al norte de Italia por vía marítima, sí pudo, por el contrario, tomar Genua (¿al asalto?).

Las últimas operaciones militares contra ciudades tuvieron lugar en 204 a. C., cuando el cónsul P. Sempronio Tudi-tano, mientras el ahora procónsul Esci-pión (hijo) se disponía a iniciar la última fase de la guerra en el norte de África, tomó al asalto, en la región sureña del Brucio, las localidades, hasta entonces en poder de los cartagineses, de Clam-petia (Amantea), Consentia y Pandosia (¿Lago?). Al año siguiente, reclamado desde Cartago, Aníbal y los restos de su ejército abandonaron Italia.

Por último, hay que mencionar la única batalla naval librada en aguas itá-licas, la que frente a Sapriportus (?) en-

frentó en 210 a. C. a la flota tarentina, aliada de Aníbal, con una flota romana que iba a aprovisionar a los romanos que resistían en la ciudadela de Taren-tum, a unos 22 kilómetros de allí. Los romanos fueron derrotados, sus naves dispersadas, destruidas o embarranca-das y su comandante, el prefecto Decio Quintio, muerto.

Como conclusión, se puede ver que las tierras itálicas, sobre todo las meri-dionales soportaron durante años una dura presión militar por parte de am-bos bandos, pero sobre todo de Roma, que no podía consentir que tierras tan importantes económica y demográfi-camente y tan recientemente incorpo-radas a sus dominios (algunas menos de 60 años antes) escaparan a su con-trol, lo que hubiera otorgado a Aníbal una situación tan propicia que hubiese aumentado grandemente sus posibili-dades de ganar la guerra. ◙

• APIANO (1980): “La guerra de Aníbal”, dentro de la edición His-toria Romana. Editorial Gredos. Madrid.

• LIVIO, T. (1990): Historia de Roma desde su fundación. Editorial Gredos. Madrid.

• PLUTARCO (1944): Vidas pa-ralelas: Fabio Máximo; Claudio Marcelo; Marco Catón; Quinctio Flaminino. Joaquín Gil Editor. Buenos Aires.

• POLIBIO (1981): Historia Uni-versal. Editorial Gredos. Madrid.

PARA SABER MÁS:

El paso de los Alpes y las aplastantes victorias que obtuvo acto seguido dan a Aníbal una aureola de general invencible. Sin embargo, el análi-

sis detallado de los choques posteriores muestra una situación más matizada.

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Por Juan Carlos Martín Leroy.

El año 171 a. C., el Senado declaró la guerra al rey Perseo de Macedo-nia. Así comenzaba el tercer enfren-tamiento de Roma con la patria de Alejandro Magno. Durante tres años sucesivos, los cónsules romanos tra-taron inútilmente de invadir Mace-donia desde sus bases en Grecia. En 168, mediante una acción combinada en torno al monte Olimpo, el cónsul Lucio Emilio Paulo logró entrar en la Pieria macedonia y presentó batalla a Perseo al sur de la ciudad de Pidna. Emilio Paulo, que poco antes parecía un sexagenario políticamente acaba-do, alcanzó, en solo una hora de com-bate, una de las victorias militares más brillantes y celebrabas por los ro-manos a lo largo de toda su historia.

Los vencedores son justos y los perdedores, despreciables: de lo con-trario la Historia carece de sentido moral. Según sus enemigos, Perseo era mezquino y cobarde. Su padre, el rey Filipo, había preparado al país para una nueva guerra contra Roma y castigó con la muerte a su hijo Deme-trio, hermano de Perseo y favorito de los romanos, dejando el trono al peor de los dos. Con todo, Perseo inició en

179 su andadura política procurando mantener la paz con Roma. En 172 o 171 se presentó ante el Senado el rey de Pérgamo Eumenes II, quien fuera buen amigo de los Escipiones (a su valentía se debió la victoria de Mag-nesia) denunciando las intromisiones y las amenazas del rey Perseo. Según Polibio, ya entonces el Senado deci-dió declararle la guerra. Durante su regreso a Pérgamo, Eumenes sufrió un atentado a manos de sicarios que al parecer estaban a sueldo de Perseo, y este fue el motivo oficial para decla-rarle la guerra al antigónida.

Si vamos más allá de la denigración habitual transmitida por las fuentes grecolatinas, comprenderemos que Perseo siguió una cuidadosa estrate-gia diplomática y militar que le dio buenos resultados durante tres años consecutivos, y lo perdió todo en una sola batalla. Según se desprende del

texto polibiano, dicha estrategia ya habría sido diseñada en los días de Filipo, quien sabía que, más tarde o más temprano, se produciría una nue-va agresión romana. Perseo combinó una diplomacia muy activa con un planteamiento militar defensivo, pre-sentándose siempre como “víctima” para granjearse las simpatías del resto del mundo helenístico, especialmente de Grecia, escenario en el cual renun-ció a combatir a los romanos. A juzgar por la dura represión romana de post-guerra y las agrias observaciones de Polibio acerca de la veleidad de sus compatriotas, en este aspecto Perseo habría logrado sus objetivos. Incluso el rey Eume-nes entró en nego-

L. EMILIO PAULO MACEDÓNICO (y II)

Apoteosis en Pidna

BIOGRAFÍAS

Treinta años después de la derrota de Aníbal, Roma desconfiaba de Macedonia, la antigua aliada del cartaginés durante la Segunda Guerra Púnica. La guerra entre las dos potencias del Adriático era cuestión de tiempo. Cuando esta estalló, en 171 a. C., las legiones quedaron empantanadas en una lucha sin fin. La augusta rama de los Emilios, en horas bajas, fue cla-ve en el fulgurante desenlace. El escritor Juan Carlos Martín Leroy rememora este episodio.

Un guerrero macedonio se desploma mientras contempla impotente el

avance de las legiones romanas. De-talle del altorrelieve del monumen-

to que el propio Paulo costeó en Delfos para glorificar su victoria

sobre Perseo.

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ciaciones secretas con Perseo, y la actitud definitivamente hostil de Po-libio se explica por su propio resen-timiento y por el deseo de complacer a sus amos romanos, ya que él mismo fue uno de los numerosos aristócratas griegos que apoyaron a Perseo y fue-ron después deportados a Italia.

El mismo año de 171, Roma envió contra Perseo al cónsul P. Licinio Cra-so, adscrito al círculo catoniano, quien sufrió una derrota en toda regla cerca de Calícino. A Licinio le sucedió A. Hostilio Mancino, vinculado a la fac-ción Claudio-Fulvia y padre del cón-sul que firmará con los numantinos el célebre foedus. Hostilio atacó a Perseo en el Epiro con pobres resultados. Para el año siguiente los vientos políticos empezarían a soplar a favor del entor-no próximo a Paulo, nombrándose a Q. Marcio Filipo, que logró entrar en Macedonia desde Tesalia bordeando el monte Olimpo —como después haría el mismo Paulo—, aunque se vio obli-gado a retirarse por falta de aprovisio-namiento.

El año 168 L. Emilio Paulo obtuvo el consulado con C. Licinio Craso y fue elegido para conducir la guerra contra Perseo. Paulo alistó en su ejército a sus hijos Q. Fabio Máximo Emiliano, que entonces tenía 19 años de edad, y P. Cornelio Escipión Emiliano, de 17. El menor, Marco, no alcanzaba la edad necesaria para tomar las armas. He aquí a un padre que, tras haberse visto obligado a ceder a sus hijos, quiso que sus respectivas carreras comenzaran con el juramento militar realizado bajo su imperium consular. ¿Puede haber algo más romano que esto?

Paulo llegó con su ejército a Tesa-lia y, según Plutarco, “descubrió” un paso hacia Macedonia a través del la vertiente occidental del monte Olim-po, enviando a P. Cornelio Escipión Nasica (que dejó testimonios escritos de la campaña en forma de cartas o de memorias) para sorprender a Perseo. Sabiéndolo el rey por la delación de un tránsfuga, envió a Milón para intercep-tar a Nasica en la montaña. Se produ-jo un encuentro que resultó favorable al romano y Perseo se retiró hacia el norte mientras Paulo avanzaba por la costa. El 21 de junio Nasica y Paulo se

reunían en suelo macedonio, a unos 18 kilómetros al sur de la ciudad de Pid-na, avistando al ejército de Perseo al otro lado del río Leucón desplegado en formación de combate.

Paulo rehusó presentar batalla ese día y levantó un campamento al otro lado del río, al pie del monte Olocros. Según cuentan Livio y Plutarco, la no-che del 21 al 22 se produjo un eclipse de luna. El episodio y la reacción su-persticiosa de la tropa ofrecen un indu-dable interés antropológico. El tribuno militar C. Sulpicio Galo (que aparece al lado de Paulo en 171; del otro Sulpi-cio inscrito en su ejército hablaré más adelante) dio a los soldados una expli-cación racionalista que en las fuentes se mezcla confusamente con otra de carácter premonitorio, psicológica-mente más rentable: el eclipse presa-giaba la caída del reino macedonio.

La batalla se desencadenaLa batalla de Pidna, que comenzó hacia las tres de la tarde del día siguiente, está narrada en Livio y en Plutarco. Uno y otro coinciden en que la causa de la derrota macedonia se debió a la ruptu-ra de la falange. Livio nos transmite un informe pormenorizado, por más que el preferido sea Plutarco, que favorece a Paulo tratando de otorgarle una iniciati-va que no parece haber tenido.

Desde el principio, la batalla se des-encadena y parece desarrollarse “por sí sola”. Tanto Paulo como sus oficiales actúan a la zaga de los acontecimien-

tos y ¡qué decir de Perseo! Es lugar co-mún afirmar que el combate se despla-zó a las faldas del monte Olocros y que esta fue la razón por la cual la falange perdió toda su efectividad, descompo-niéndose. Conviene recordar que esta explicación no aparece en Livio y hay razones para dudar de su veracidad.

Antes de que esto sucediera el ejérci-to romano habría alcanzado su propio campamento, que se hallaba detrás y a poca distancia (Plutarco mismo afirma que las primeras muertes se produjeron a menos de doscientos pasos del cam-pamento romano, y, según Livio, esta-ba situado en la misma falda del monte Olocros). Por otra parte, introducirse en semejante terreno hubiera resultado sorprendentemente estúpido para sol-dados y oficiales experimentados que de sobra conocerían las virtudes y los puntos débiles de su propia falange. Lo que nos conduce al pasaje 41 del libro XLIV de Livio, donde se nos refiere el momento exacto en que se produjo el giro decisivo en la batalla. En él Livio hace mención de un arma misteriosa que Perseo situó en el ala izquierda de su ejército y que denomina Elephanto-machae, elefantomaquias.

Después de atravesar el río Leucón, el ejército macedonio avanzó contra el de Paulo obligándolo a retroceder, has-ta que, de forma repentina, se produjo el desmoronamiento del ala izquierda macedonia. Livio lo dice explícita-mente:

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Infografías: Juan Carlos Leroy

Fase 1: Los macedonios atraviesan el río Leucón mien-tras el enemigo se repliega hacia su campamento.

CAMPAMENTOMACEDONIO

CAMPAMENTOROMANO

Fase 3: El ataque del ala izquierda mace-donia no sólo fracasa, sino que provoca el derrumbamiento de todo ese sector, que se bate en retirada.

Fase 2: Choque entre los dos ejércitos. Las primeras bajas se producen a escasos metros del campamento de L. Emilio Pau-lo.

EJÉRCITO MACEDÓNICO

EJÉRCITO ROMANO

«En el ala derecha de los romanos, donde la ba-talla había comenzado, cerca del río, [Paulo] dis-puso los elefantes y las cohortes de las tropas aliadas; y es aquí donde comenzó primero la huí-da de los macedonios».

Pero ¿qué o quiénes com-ponían el ala izquierda ma-cedonia? Livio, que hasta ahora ha venido realizando una descripción material de la batalla, de súbito cambia de registro y realiza una di-gresión filosófica antes de proseguir con la narración del combate:

«Pues así como la mayo-ría de las nuevas inven-ciones de los mortales resultan impresionan-tes de palabra, y en la práctica —como enton-ces hay que llevarlas a cabo y no disertar sobre cómo llevarlas a cabo— se desvanecen sin efecto alguno, así en esta ocasión las elefan-tomaquias se quedaron solamente en un nom-bre inútil. Las tropas de aliados latinos siguieron la carga de los elefantes

haciendo retroceder el ala izquierda macedo-nia».

Fueran lo que fuesen, las elefantomaquias fracasaron, provocando el hundimiento del ala izquierda macedonia y el desbordamiento del frente por parte de los romanos, que rodearon al ejército de Perseo. Esto parece haber causado la paralización de la falange Cal-cáspida (Escudos Broncíneos) y la dislocación del frente macedonio, de modo que la falange Leucáspida (Escudos Blancos), ahora adelantada, mostraría su flanco izquierdo, contra el cual L. Postumio Al-bino envió a los soldados de la segunda legión consular.

Otro aspecto que no debe olvidarse es que el combate fue tan violento como rápido: En apenas una hora todo ha-bía terminado y comenzaba la matanza. Las bajas romanas fueron insignificantes en com-paración con las macedonias. Ahora bien: sabemos que, en un ejército helenístico, la fa-lange se combinaba con una excelente caballería, a cuyo mando se encontraba el propio rey Perseo, como era tradición en los reyes macedonios desde los días de Alejandro Magno.

Un triunfo militar, paso a paso

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¿Por qué la caballería de Perseo no ac-tuó, retirándose casi intacta del campo de batalla?

Polibio acusa a Perseo de cobardía y de haber huído del combate en el mo-mento decisivo. Podemos conformar-nos con esta explicación o bien tratar de buscarla en el desarrollo de la bata-lla. Si bien la falange nunca habría lle-gado a adentrarse en el monte Olocros, la rapidez con que el frente se despla-zó hasta sus proximidades pudo haber impedido que la caballería de Perseo actuase rodeando al ejército de Paulo y empujándolo contra aquélla según la táctica del yunque y el martillo. Esto y la velocidad con que se produjo el hun-dimiento del ala izquierda y el cerco de la primera falange habrían sido las claves de la derrota macedonia.

Un grandioso triunfo empañadoSegún Polibio, Paulo buscó angustia-do a su hijo Escipión Emiliano, que no apareció en el campamento hasta el anochecer: había estado persiguien-do macedonios en fuga. También nos cuenta que en la batalla, Catón Licinia-no, el hijo del Censor, perdió su espada, y tuvieron que sujetarle para que no se arrojara sobre el enemigo tratando de re-cuperarla. Terminada la batalla, encon-traron la espada revolviendo entre los montones de cadáveres macedonios.

Perseo, que huyó a Samotracia, fue capturado y Paulo se apoderó de sus fa-bulosos tesoros. A continuación se dio

un paseo turístico por Grecia admiran-do sus monumentos, del que nos hablan Plutarco y Polibio; ordena erigir una estatua propia en un pedestal destinado a recibir una del vencido Perseo. Como sus soldados no quedaran satisfechos con lo que les cupo en recompensa, Paulo los condujo al Epiro para que se desquitasen previo permiso del Senado. Ciento cincuenta mil epirotas termina-ron en los mercados de esclavos. Entre-tanto se desataba la represión en toda Grecia. Polibio fue uno de los que su-frieron el cautiverio: Paulo se lo regaló a su hijo Escipión Emiliano y Polibio pasó el resto de su vida como “huésped ilustre” y maestro suyo.

El triunfo de L. Emilio Paulo Ma-cedónico fue uno de los más largos y espléndidos de la Historia romana: duró tres días consecutivos y Plutarco lo des-cribe con detalle. En aquellos días Paulo perdió a los hijos de su segunda esposa. En su discurso funerario, que nos refiere el biógrafo, nos encontramos con un es-tupendo ejemplo de superstición com-pensatoria, según la cual a un hecho fe-liz le corresponde otro desgraciado para equilibrar mágicamente el universo: así Paulo pagó con la pérdida de sus hijos la victoria que los dioses habían conce-dido a Roma. Lo cual no impidió que fuera acusado por uno de sus tribunos militares, S. Sulpicio Galba, el que más tarde traicionaría el juramento dado a los lusitanos. Galba trató de impedir el triunfo de Paulo con el apoyo de los

soldados, que seguían insatisfechos a pesar del saqueo del Epiro. Otro discur-so ejemplar con exhibición de cicatrices de guerra por parte de un senador aver-güenza a los revoltosos. Pero el motín no se habría zanjado sin un precio. En otra noticia de Plutarco que debe conec-tarse con las acusaciones de Galba, ins-critas sin duda en una protesta popular de mayor calado, el pueblo fue eximido del pago de los tributos, que no se resta-bleció hasta el 43 a. C. Años más tarde Escipión Emiliano devolvería a Galba aquella afrenta causada a su padre pre-guntándole ante el Senado por los miles de lusitanos, capturados por traición a un juramento, que el pretor vendió en los mercados de Galia.

Lucio Emilio Paulo culminó su carre-ra política alcanzando el cargo de cen-sor en 164 junto con Q. Marcio Filipo. Gracias al biógrafo de Queronea sabe-mos que hacia ese año Roma contaba con un censo de 337.452 ciudadanos. Sorprende el reducido número de “pri-vilegiados” con plenos derechos para aquel Imperio que ya extendía su poder por todo el Mediterráneo. Paulo casó su hija Tertia con el hijo de Catón, quien fuera en otro tiempo su enemigo políti-co, y falleció el año 160 a. C. a la edad de 71 años, “relativamente” pobre dado su gran triunfo sobre Perseo, sin des-cendencia que perpetuara el nombre de su familia: pues Paulo, como él mismo creía, todo lo dio por Roma, incluído sus cinco hijos varones. ◙

• BÉARD, M., (1998): El triunfo romano. Ed. Crítica. • GOLDSWORTHY, A., (2005): Grandes generales del ejército romano: campañas, estrategias y tácticas, Ariel.

• KOVALIOV, S. I., (2007): His-toria de Roma, Akal.

• ROLDÁN HERVÁS, J. M., (1994): El imperialismo romano: Roma y la conquista del mundo mediterráneo (264-133 a. C.), Ed. Síntesis.

• ROLDÁN HERVÁS, J. M., (2001): Historia Antigua de España, UNED.

PARA SABER MÁS:Fase 4: Los soldados de la Legión II se introdu-cen por la brecha del ala izquierda para flanquear al enemigo. La caballería de Perseo, sorprendida, se desbanda y provoca el colapso del frente macedonio.

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ARMAMENTO PRERROMANO

Por Fernando Quesada Sanz.

Como es bien conocido, la falcata es una espada de doble filo, uno princi-pal y otro secundario, que sirve para cortar de tajo y clavar de punta. Fue arma de infantes más que de jinetes, hecha en hierro con una o varias lá-minas de hierro soldadas a la calda, a cuya empuñadura se añadían unas cachas de hueso o madera. Se llevaba en una vaina de cuero con refuerzos metálicos, de la que normalmente solo se conservan las anillas y los pa-sadores para su suspensión mediante un tahalí que pendía del hombro y cruzaba el pecho. De la falcata hay muchas variantes y muchos tamaños, pero centrémonos ahora solo en su decoración.

Una falcata se decoraba de muchas maneras, pues toda ella es en cierto modo un objeto de arte. En primer lugar la empuñadura está forjada a manera, bien de cabeza de caballo, bien de cabeza de ave rapaz, modelo este último característico en algunas zonas del Mediterráneo Oriental desde fechas muy antiguas. No es el caso del caballo, pero éste sí era un icono muy característico de la cultura ibérica, donde existe in-cluso una divinidad protectora de los équidos.

La empuñadura adopta pues una forma zoomorfa, ya tiene plasticidad por sí misma: las cachas, en madera, hueso o asta, quizá en marfil, la cu-brirían y mejorarían, ya que estaban labradas para realzar más la cabeza de ave o de caballo insinuada en la lámina férrea que servía de soporte. En ocasiones el remache que sujeta la cacha al alma metálica de la empuña-dura se sitúa donde estaría el ojo del animal, y en ese caso se podía clavar un dorado remache de bronce en lu-gar de en hierro1.

La empuñadura puede compli-carse mucho añadiendo elementos metálicos más o menos complejos, como en la falcata de Almedinilla que aparece a la izquierda. En la necrópolis de La Serreta de Alcoy (Alicante)2 se ha restaurado reciente-mente con especial mimo una falcata muy rica que tiene una empuñadura en forma de cabeza de caballo: la ge-nialidad estriba en que el morro del caballo se ha metamorfoseado en la cabeza y fauces de un león que a su vez esta devorando algo... En el otro extremo de la guarda lateral hay otra cabeza de león más pequeña, que también devora otro objeto. Cuando vemos los detalles ampliados, nos damos cuenta de que las fauces están modeladas y damasquinadas, y que

FIRMAINVITADA

Símbolos y falcatas

Foto: J. Luis García

Caballos, lobos, jabalíes y motivos vegetales decoran con pro-fusión las armas ibéricas. Tanta filigrana parece indicar un uso suntuario, pero el profesor Fernando Quesada propone una hi-pótesis alternativa apoyándose en su conocimiento de la idio-sincracia de las sociedades antiguas.

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lo que muerden las dos cabezas de león afrontadas es un par de cabezas humanas, el tamaño de las cuales no supera los siete milímetros, que se inspiran en las cabecitas de pasta ví-trea de los collares púnicos (ver arri-ba, figura a). El esquema se repite en una falcata de Illora (Granada) (ver figura b). En otras piezas, como por ejemplo la ya citada procedente de Almedinilla, el artesano quiso imitar la forma de hacer de las anteriores, pero la serie de cabezas de felino devorando cabezas humanas, se ha simplificado y transformado en una barra metálica maciza.

Muchas falcatas también presentan decoración en la hoja, como muestra la imagen superior derecha. En primer lugar es decoración la propia serie de acanaladuras más o menos comple-jas que cubren su superficie. Durante muchos años se ha dicho que su fun-ción era la de agravar las heridas en el combate facilitando la entrada de aire en la herida, creando además una ma-yor posibilidad de infección. Aunque no vamos a entrar en detalles ahora, esto no es así: las acanaladuras ali-geran la hoja manteniendo una gran rigidez, y al tiempo decoran3.

Cuando veamos una falcata bien conservada, hay que fijarse en el gusto y la elegancia con los que casi siempre se ha cincelado el metal, cómo se ha cortado en caliente para trazar series muy complejas de estrías

y acanaladuras. En ocasiones, ade-más, estaban realzadas por frisos de damasquinados en plata que recorrían toda la hoja, resaltando y realzando más sus líneas. Así pues, decoración en plata y decoración “tallada” en el metal se complementaban. El artesa-no ibérico estaba pues utilizando el damasquinado en plata como refuer-zo y complemento decorativo de las formas previamente cinceladas en la hoja de metal.

Hay muchos modelos de acanala-duras, desde los más sencillos a otros bastante complejos que revelan un trabajo bastante cuidadoso por parte del forjador. Sin embargo en otras ocasiones encontramos “chapuzas”, como la de un artesano de Almedini-lla que hizo las acanaladuras trazan-do dos rectas que forman una falsa unión4. Pero en las mejores piezas se trazaron acanaladuras anchas y estrías finas que convergen en un patrón ex-tremadamente detallado y complejo, de una gran elegancia.

Cuando hablamos de falcatas de-coradas es frecuente pensar solo en términos de fina decoración damas-quinada, pero como se indicó en el anterior artículo (ver Stilus 5), no podemos considerar nunca visual-mente esta decoración si no es dentro del conjunto de lo que era la pieza, es decir, con su superficie de magnetita negra5, las acanaladuras, la empuña-dura, los complicados motivos graba-

1) Sepultura 191 de El Cigarralejo, en QUESADA, F. (1997): El armamento ibérico. Estudio tipológico, geográfico, funcional, social y simbólico de las armas de la cultura ibérica (siglos VI-I a. C.), Apéndice IV, n. cat. 526; Sepultura 243 Cigarralejo, n. cat. 243; Los Nietos, n. cat. Quesada 5093, etc. También CUADRADO, E., (1989): La panoplia ibérica de El Cigarralejo (Mula, Murcia). Murcia.

2) VV. AA. (2000): La falcata ibérica de la Serreta. Alicante.

3) QUESADA, F. (1988):, “Acanaladuras en las hojas de falcatas ibéricas”, en CuPAUAM 15, pp. 275-300.

4) QUESADA, F., (1997): El armamento ibérico. Lámina IIC.

5) QUESADA, F., (2000): Reseña de J. Alonso, R. Cerdán e I. Filloi, Nuevas técnicas metalúrgicas de armas de la II Edad del Hierro, en Gladius, XX, págs. 313-317. Ver además COGHLAN, H., (1956-57): “Etruscan and Spanish Swords of Iron” en Sibrium 3, págs. 167-171.

NOTAS

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dos, desde dientes de lobo a espirales, y motivos de creciente complicación como las hojas de hiedra, trisqueles y motivos zoomorfos como dragones y otros elementos.

Por ejemplo, la aparición de hojas de hiedra en la empuñadura podría considerarse como un motivo mera-mente ornamental, pero si tenemos en cuenta que en todo el Mediterráneo, desde el mundo griego al itálico, es un símbolo de inmortalidad, veremos el sentido de esas hojas de hiedra da-masquinadas en plata de otra manera, con una perspectiva más rica.

Igual que en el caso de la hiedra, tenemos otros motivos decorativos con los que ocurre exactamente lo mismo, es decir, que son mucho más que motivos ornamentales6. Así, en el extremo de una falcata de Almedinilla (Córdoba), al final de las acanaladu-ras, mirando hacia la punta, encon-tramos una cabeza de lobo con las fauces abiertas. El lobo es un animal muy característico de la iconografía ibérica, salvaje, agresivo, símbolo de fuerza. Cuando un guerrero ibérico

clavaba su falcata en el vientre de un enemigo, el lobo, animal infernal, también le hería y mordía simbólica-mente. No era ya solo el hierro de la espada, era la fuerza infernal que hay en el lobo lo que mataba al rival7.

Al igual que en el caso del lobo, el jabalí también tuvo un significado que va más allá de la representación ornamental. En el mundo ibérico tie-ne un significado funerario y puede hacernos pensar que una falcata de-corada con unos jabalíes en la cartela haya sido hecha para la tumba... Pero el jabalí también pudo ser el sobre-nombre de la persona que encargó la

pieza, pues en la Antigüedad también había, como en el Medievo, motes que podían aludir a la fuerza, la fiere-za o el valor (Corazón de León o Ca-beza de Vaca son apodos que todavía resuenan). O tal vez quería ser el pro-pietario tan fiero e impetuoso como el jabalí. Con todo, ¿es necesariamente excluyente que el jabalí fuera en esta espada un motivo ornamental, y ade-más un apodo del propietario, y que además en el momento del entierro tu-viera el valor añadido de constituirse en símbolo funerario? Casi con segu-ridad, no8. El mundo antiguo admite estas combinaciones y muchas más.

En otra falcata, procedente de la necrópolis de Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia) encontramos grabado, aunque de forma sumaria, un puñal y tres cabezas humanas cor-tadas que no son perceptibles a simple vista9. Pueden estos elementos reflejar tres victorias sobre tres enemigos a los que se habría decapitado, en un ritual muy frecuente en el Mediterráneo an-tiguo. O podemos hacer una interpre-tación menos compleja, y pensar que

Los motivos decorativos de las armas cobran un nuevo sentido a la luz de la simbología de la Antigüedad

El artesano metalúrgico era una figura muy especial en el mundo antiguo. Era un personaje de co-nocimientos misteriosos, que to-maba el mineral opaco, o el metal en bruto, informe, y lo transfor-maba en objetos lujosos, en ar-mas brillantes. No encajaba muy bien en ningún grupo social y era, en definitiva, un cierto outsider, más cuanto más primitiva es la sociedad que estudiemos.

La producción del armamento ibérico era tremendamente ar-tesanal. Se partía de un patrón mental ideal que lógicamente su-fría algunas transformaciones en su realización práctica, al carecer-se de maquinaria. Este resultado forjado a partir de un esquema mental era tomado por artesanos posteriores para la fabricación de

sus obras, que van a ir variando y divergiendo a partir del modelo original. Por eso el artesano que en una misma generación fabricó espadas, las hacía más o menos grandes, más o menos curvas o tensas, dentro de un patrón gene-ral ideal, sin que eso se deba más que al carácter artesanal y perso-nal de la producción. Hay falcatas en un mismo momento cronológi-co y en un mismo yacimiento que adoptan una gran variedad de for-mas y tamaños.

Una cosa era el herrero forjador del hierro y otra el especialista que realizaba el damasquinado, proba-blemente siempre o casi siempre personas diferentes. Calculo que, en una estimación conservadora, entre un 20 o un 30% de las falca-tas ibéricas tuvieron decoración en

plata. En cuanto al damasquinado en plata pueden distinguirse tenta-tivamente dos estilos decorativos. Uno que denominamos ‘estilo pre-ciso’, donde el artesano es capaz de dibujar una enorme cantidad de información en una superficie diminuta, con trazos rectos y mu-cha precisión, y donde se distin-gue perfectamente cada elemento de la decoración; es por otra parte un estilo de tipo geométrico, bas-tante rígido, preciso y elegante pero sobrio. El segundo estilo lo hemos denominado ‘libre’; es más suelto y mucho más basto, y es donde con mayor flexibilidad se introducen elementos zoomorfos, plantas, cabezas humanas que corresponden a una visión esti-lística diferente, y probablemente a una capacidad técnica distinta,

Los artesanos itinerantes

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el propietario del armas deseaba tener o había tenido muchas victorias, pero es tentador pensar que reflejaba el nú-mero exacto de ellas, tres. En el Me-diterráneo Oriental hay monumentos, como el de un pilar licio en Xanthos, en el que los siete escudos grabados sobre el fuste se acompañan de un epígrafe en el que se da cuenta de un soldado concreto que abatió siete ene-migos en batalla; luego el recuento de víctimas era una costumbre entre los pueblos mediterráneos y no solo entre los celtas10. Por otro lado, suele decirse que la ‘cabeza cortada’es un motivo de tipo celta, pero esto no es así: lo encontramos por todo el Medi-terráneo, también en Etruria. En Italia tenemos unos referentes que no hay que buscar en Alemania o el norte de Francia.

En otra pieza conservada en el Museo de Lorca (Figura 1) se conser-va bien el metal, los cabujones y la plata11. Presenta un motivo geométri-co que representa palmetas de cuenco geometrizadas, un motivo orientali-zante que circula por el Mediterráneo

desde el siglo VI a. C. y que el ibero interpreta estilizándolo y colocándo-las en posición alterna.

Las representaciones de liras y pal-metas enmarcadas por dientes de lobo o por hojas de hiedra son característi-cas de las falcatas, siempre en el cen-tro de estas cartelas de la empuñadura y siempre en la misma posición. No es casual que la sintaxis decorativa (la manera en la que el artesano ibero ordena en registros esta decoración de las falcatas) sea casi constante en todo el territorio ibérico, y segura-mente tiene un significado que aún no entendemos del todo. Volveremos enseguida sobre ello.

Si las hojas de hiedra son uno de los motivos más frecuentes, que aparecen no solo en la empuñadura sino a lo largo de toda la hoja, con un significado asociado a la inmor-talidad, tampoco debemos despre-ciar las granadas o las adormideras que aparecen damasquinadas sobre otras falcatas, frutos cuyas propie-dades narcóticas eran bien conoci-das en la Antigüedad12.

inferior. Se trata probablemente de obras de artesanos de habili-dad inferior; solo en ocasiones en-contramos figuras de animales de trazo preciso, pero la mayor parte de las decoraciones zoomorfas se realizaron en este segundo estilo más suelto e informal.

Esta distinción y el análisis de-tallado de la amplia distribución geográfica de los yacimientos donde han aparecido las armas decoradas con estilo ‘preciso’ y es-tilo ‘libre’, ha hecho que nos plan-teemos qué tipos de artesanos pudieron hacer estos damasqui-nados. Encontramos piezas, como en la Serreta de Alcoy (Alicante) y en Illora (Granada), que son casi idénticas, donde el tipo de trazado y de trabajo indica que si no esta-mos ante la misma mano (cosa di-fícil de demostrar), estamos ante la misma concepción y formación estilística, muy próxima en pie-

zas que están muy cercanas en el tiempo, pero que han aparecido separadas por varios centenares de kilómetros.

Esto también se observa en la ‘sintaxis decorativa’, en la forma, orden y relaciones internas que rigen la disposición de los elemen-tos y motivos decorativos, y que es bastante rígida en el ‘estilo pre-ciso’. La similitud entre productos tan alejados nos lleva a plantearnos dos alternativas: o bien hubo arte-sanos que trabajaban en ciudades y en talleres importantes, como Castulo, Ilici, etc.... y distribuían sus piezas en un área bastante grande (talleres ‘ciudadanos’), o por el contrario hubo artesanos itinerantes especializados de alto nivel que viajarían ofreciendo sus servicios de oppidum en oppidum, de ‘corte’ en ‘corte’, y por tanto en su vagabundear irían realizando sus productos en el estilo ‘preciso’

e irían dejando imitadores menos dotados pero de mente más abier-ta que después harían sus piezas en estilo ‘libre’.

En el Mediterráneo está perfec-tamente documentada desde épo-ca homérica la existencia de arte-sanos itinerantes, que es posible incluso intuir en el mundo tarté-sico, como en el túmulo de Sete-filla. Los paralelos históricos y et-nográficos, la existencia de estos dos estilos, los paralelos cercanos entre piezas muy alejadas, y otros datos que no podemos detallar aquí, nos pueden llevar a plantear la existencia de orfebres especia-listas que viajarían de un sitio a otro ofreciendo sus servicios: eso explicaría muchos patrones obser-vados en la decoración damasqui-nada del armamento ibérico, y co-incide con observaciones similares realizadas sobre numismática y escultura monumental ibéricas.

6) QUESADA, F., (2000): “De nuevo en torno a contenidos simbólicos, decoración y artesanado en la Cultura Ibérica”. En VV. AA. La falcata ibérica de La Serreta. Alicante, págs. 23-30.

7) QUESADA, F., (1997): El armamento ibérico. Fig. 58.4 y Lám. IIIC.

8) QUESADA, F., (1989): Armamento, guerra y sociedad en la necrópolis ibérica del Cabecico del Tesoro (Murcia, España). BAR International Series, 502, Oxford, págs. 269 y ss. y Fig. 104; El armamento ibérico, op. cit. Lám. IIID.

9) QUESADA, F., (1997): El armamento ibé-rico. Fig. 60. GARCÍA CANO, J. M., (1997): Las necrópolis ibéricas de Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia). I. Murcia, pág. 199.

10) QUESADA, F., (1994): “Lanzas hin-cadas, Aristóteles y las estelas del Bajo Aragón”. en las Actas del V Congreso Inter-nacional de Estelas Funerarias; de C. de la Casa (ed.); Soria, pág. 363.

11) QUESADA, F., MARTÍNEZ, A., (1995): “Un lote de armas procedente del yacimien-to de Carranza (Huéscar de Granada) y la cuestión de las vías de comunicación entre Granada y Murcia”, en Verdolay 7, Homena-je a la Dra. A. María Muñoz, págs. 239-250.

12) QUESADA, F., (2000): “De nuevo en torno...” op. cit., p. 30 y nota 10.

NOTAS

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En los análisis realizados en los recipientes de algunas tumbas etrus-cas se han encontrado restos de ama-polas, de adormideras, que se con-sumían en los rituales funerarios y fiestas, posiblemente porque su con-sumo sacaba al ser humano de su es-tado de racionalidad, trasladándolo a un estado de conciencia agudizada o alterada, y sumergiéndole en el mun-do irracional, incluso onírico, algo que estaba más allá de la experiencia humana diaria.

Por fin, tenemos incluso un solo ejemplar conservado en el Museo del SIP de Valencia (no se sabe bien si procede de Levante o de Andalucía) en el que se nos muestra una inscrip-ción, un texto escrito incompleto en caracteres ibéricos, en el que figura un nombre y otra palabra, ekiar, que por unos se interpreta como “propie-dad de”, otros como un cargo y otros como alusión de tipo fecit, “fulanito lo hizo”, como pieza firmada. Es un tema complejo cuya discusión sigue abierta13.

¿Armas de guerra o ‘de parada’?El cuadro que representa a Carlos V en Mühlberg pintado por Tiziano lo conoce todo el mundo, pero aun-que millones conocen y han visto el cuadro, es poca en comparación la gente que acude a la Armería Real de Madrid a ver la armadura real que aparece pintada en ese lienzo. Desde nuestra perspectiva moderna, lo que importa es el cuadro, que pertenece a un arte “mayor”. Pero al opinar así estamos proyectando nuestra men-talidad moderna hacia el pasado. En tiempos de Carlos V tenía más valor (y desde luego era considerablemente más cara en varios órdenes de magni-tud) la armadura que el cuadro; y eso que Tiziano era un pintor cotizado. Esta reflexión nos sirve para introdu-cir un nuevo punto: la cuestión de las armas ibéricas decoradas como posi-bles armas ‘de parada’.

Las falcatas que hemos visto tan decoradas, cubiertas de damas-quinados son, al decir de algún es-pecialista, armas de parada, armas funerarias o armas de lujo. Yo creo que esto no es así.

El criterio antiguo para definir que un arma fuera o no de parada es que tuviera el tamaño y el filo adecuados, que fuera funcional, no que estuviera ricamente decorada. A lo largo de la historia, y hay de-cenas de ejemplos, los nobles han marchado al combate con las armas más caras que han podido procurar-se. Carlos V en Mühlberg combatió

con la armadura que pintó Tiziano, hay documentación de ello, y al igual que el emperador, los Duques de Alba y muchos otros generales en el Renacimiento.

No solamente los hombres, tam-bién sus monturas a menudo lle-vaban armaduras cuidadosamente adornadas con damasquinados, con incrustaciones de oro y plata que en modo alguno detraían de su eficacia defensiva. El argumento empleado a menudo es que “al estar decora-das son armas muy delicadas para que se puedan dañar”. En realidad, el noble que se podía permitir una de estas armaduras se podía permi-tir eso y más, y por otra parte una abolladura o un golpe de espada era un blasón de honor y no un daño a la pieza14, por tanto no hay proble-ma en que la pieza se estropeara. Primero porque se podía reparar o sustituir si fuera imprescindible, y segundo porque no era un desdoro, sino todo lo contrario.

Así, tenemos multitud de armas hasta el Renacimiento que son de batalla, que están decoradas y que no son de parada. Solo en ese mo-mento van a surgir armas y armadu-ras pensadas para la ostentación, y no para la batalla.

13) QUESADA, F., (1997): El armamento ibérico. págs. 122-123; ARANEGUI, C., DE HOZ, J., (1992): “Una falcata decorada con inscripción ibérica. Juegos gladiatorios y venationes”, en Homenaje a E. Pla Ballester, SIP Trabajos Varios 89, págs. 319-433.

14) En ocasiones incluso se dejaban las abolladuras causadas por impactos de bala de mosquete de ensayo que demostraban la calidad de la coraza ‘a prueba de balas’.

15) JUNKELMANN, M., (2000) “Familia gladiatoria: the heroes of the amphiteatre”, en Gladiators and Caesars, de E. Köhne y C. Ewigleben (eds.). Londres, págs. 31-74, especialmente págs. 38-40.

16) Para las armas persas, MILLER, M. C., (1997): Athens and Persia in the fifth century BC. A study in cultural receptivi-ty. Cambridge, pág. 47; para las griegas, PRICHETT, W.K., (1979): The Greek State at War. Vol. III, págs. 242 y ss. con abundan-tes ejemplos.

NOTAS

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En arqueología surgen a veces modas y una de ellas es pensar que cuando una pieza es lujosa automá-ticamente tiene que ser simbólica, funeraria y no funcional, y eso, a mi modo de ver, es falaz. Durante mucho tiempo se ha creído que los cascos de gladiador encontrados en Pompeya, porque eran muy pesados y porque estaban ricamente decorados, no eran cascos prácticos; recientemente se ha podido demostrar su funcionalidad15.

Hay otros muchos ejemplos en la Antigüedad de armas ricamente de-coradas que se llevaban sistemática-mente al combate. Es el caso de las máscaras de caballería romana, como la encontrada en el campo de batalla de la Varusschlacht. Por citar otros ejemplos, los griegos capturaron a lo largo de las Guerras Médicas espadas persas de hierro con empuñaduras de oro y marfil, que por lo demás eran perfectamente funcionales. Del mis-mo modo, el guerrero griego de la Antigüedad, incluso un curtido vete-rano como Jenofonte, «marchaba al combate —comenta W. K. Pritchett— con las armas más caras que podía permitirse»16. De hecho, un herido o un prisionero podía llegar a deber su vida al mismo hecho de llevar armas y armaduras muy ricas: ello indicaba su noble condición... e implicaba un posible rescate cuantioso.

Si esta circunstancia es bien cono-cida en el mundo grecorromano, no veo por qué razón no podía ocurrir lo mismo en el mundo ibérico. No quiere esto decir que no hubiera ar-mas sencillas, es solo una cuestión de si el propietario podía costearlas o no. Veíamos en el anterior artículo (ver Stilus 5) como los romanos conocían la debilidad de los iberos por las armas lujosas. Solo cuando encontramos ar-mas en miniatura en un santuario, es decir cuando el objeto es claramente no funcional, podemos asegurar que se trata de un arma votiva, pero viene a ser más la excepción que la regla.

Hay, eso sí, algunos tipos concretos de arma decorada que solo son parcial-mente funcionales, y que tuvieron otro destino que la batalla. Es el caso de los llamados puñales Monte Bernorio (tipo III) que aparecen en la Meseta

Norte, con una vaina exagerada que se enredaría en cualquier cinturón y re-sultaría un serio estorbo en batalla.

Caso similar es el de determinados puñales ibéricos de hoja triangular extremadamente ancha y muy corta (tipo IIA y IIB), decorados además con numerosos damasquinados, como se muestra en la página anterior. Estas piezas no solo están muy decoradas, incluso y sobre todo en la vaina, sino que son incómodas de llevar a la cin-tura, estorban, y su hoja o es demasia-do pequeña o demasiado ancha para ser militarmente eficaz. El tahalí me-tálico del puñal bernoriano, cruzado sobre el pecho, y la propia estructura de la vaina, demuestran que el objeto no iba pendiente de la cintura, sino cruzado sobre el pecho, exhibiendo toda su decoración. En este caso, di-chos puñales son, como en el Yemen actual, o como entre los sijs de la In-dia, objetos que indican estatus, posi-ción social, rango, pertenencia a una familia libre, y no exactamente un arma de batalla, y que probablemen-te se llevaban en ocasiones solemnes como asambleas o funerales como símbolo de estatus y no como indicio de posible agresión.

La decoración sobre las armas ibé-ricas, en síntesis, nos ofrece una gran cantidad de información que hace de éstas mucho más que un objeto ar-queológico. Fueron piezas dotadas de un riquísimo significado, carga simbólica intemporal y no exclusiva

del mundo ibérico. Recordemos, para acabar, unos versos del Beowulf, poe-ma épico anglosajón arcaico, que re-fleja bien lo tratado, aunque haya por medio varios siglos:

«Toma estos tesoros, tierra, ahora que nadie viviente / pue-de disfrutarlos. Fueron tuyos, en el principio; / permite que regresen. La guerra y el terror / han aniquilado a mi gente, ce-gado / sus ojos al placer y a la vida, cerrada / la puerta a toda alegría. Nadie queda / para em-puñar esas espadas y pulir esas copas / enjoyadas; nadie guía, nadie sigue. / Esos cascos forja-dos, adornados con oro, se en-mohecerán / y quebrarán; las manos que deberían limpiarlos y pulirlos están / quietas para siempre. Y esas cotas de malla, probadas / en combate, en un tiempo en que las espadas gol-peaban / y sus hojas mordían los escudos y a los hombres, / se oxidarán, como los guerreros que las poseyeron. / Ninguno de esos tesoros viajará a tierras distantes, / siguiendo a sus Se-ñores. El brillante sonido / del arpa, el halcón que cruza la sala / sobre sus alas ligeras, el ga-rañón pateando / en el patio... todos muertos, criaturas de to-das / las razas, y sus dueños, arrojados a la tumba». ◙

• QUESADA, F. (1992): Arma y símbolo: la falcata ibérica. Alican-te.

• QUESADA, F. (1997): El arma-mento ibérico. Estudio tipológico, geográfico, funcional, social y sim-bólico de las armas de la cultura ibérica (siglos VI-I a. C.).

• QUESADA, F. et alii (2000): “¿Ar-tesanos itinerantes en el mundo ibérico? Sobre técnicas y estilos decorativos, especialistas y territo-

rio”, en III Reunió sobre Economía en el Mon Ibèric, Saguntum Extra 3; Mata C., Pérez G. (eds.).

• QUESADA, F., ZAMORA, M., REQUENA, F., (2000): “Itinerant smiths in the Iberian Iron Age?”, en Iron, Blacksmiths and Tools. Monographies Instrumentum 12; Feugère, M., Gustin, M. (eds.).

• QUESADA, F. y GABALDÓN, M. (2003): El caballo en la antigua Iberia. Madrid.

PARA SABER MÁS:

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ELRINCÓNDEESCULAPIO

HEPATOSCOPIA

Por Salvador Pacheco.

El hígado, la gran víscera que ocupa la porción superior derecha del abdomen, fue de siempre para los antiguos, qui-zás por su tamaño, un órgano especial. Algunos llegaron a afirmar que en él residía la vida, al creerse origen de la sangre que infundía el principio vital a todo el cuerpo. No solo vemos esta importancia en el mundo greco-roma-no; también entre el pueblo hebreo el hígado, y junto a él riñones y tejido graso perirrenal eran lo único digno de ser ofrendado en holocausto a Dios. También, en esa sutil línea que separa religión antigua y magia, destacó por su importancia en Mesopotamia.

Las referencias al hígado son habi-tuales en el mundo griego, en donde ser tachado de hígado blanco (leukopatías) era lo mismo que andar falto de valor. Para Platón, era la víscera donde se asentaban las pasiones carnales. Ana-creonte parece seguir esta línea cuando afirma que «el amor me impulsa y me hiere en el hígado como un tábano». También vemos en la Medea de Eurípi-des (versos 39 y ss.) esta relación entre el hígado y la pasión amorosa, cuando aparece la nodriza temerosa de que Me-dea, traicionada, quiera traspasar el hí-

gado del infiel marido y el de su nueva esposa en venganza.

Ya en el mundo romano, Séneca ase-gura que en el hígado convivían tanto la misericordia como el miedo. Por su parte, Persio pensaba que en este órga-no se encontraba el origen de todas las pasiones humanas. Es curioso constatar que, por el contrario, para los egipcios el hígado no era portador de cualida-des psíquicas. Ni siquiera aparece en la descripción realizada por Arsieri, sa-cerdote de Amón-Ra, donde las únicas vísceras que aparecen son el corazón y los riñones.

No es hasta la llegada de una medi-cina racional, con la teoría humoral de Hipócrates y más tarde con Aristóteles, cuando el hígado es por primera vez va-lorado desde un punto de vista estricta-mente biológico. Sin embargo, más allá de la importancia médica, el principal órgano abdominal siempre tuvo para los antiguos romanos un vínculo espe-cial con el mundo de los dioses.

Ciencia divinaÉrase una vez un pobre campesino de Etruria acostumbrado a trabajar sus ári-dos campos. Cierto día, al clavar el ara-

do en el surco, emergió un extraño per-sonaje con apariencia de niño pero con sabiduría de anciano. No es de extrañar que cuando el niño-anciano le hablase, el sorprendido y asustado labrador respon-diera con fuertes alaridos de pánico que hicieron acudir a todos los que estaban por allí. El infante telúrico explicó que era Tagés, padre común de los etruscos, hijo de Genio y por tanto nieto del pro-pio Júpiter. Ante tan concurrido y mara-villado público Tagés habló largo tiem-po y explicó los secretos de su ciencia, la aruspicina. Todas sus enseñanzas fueron recogidas por escrito, según cuenta Ci-cerón. También recoge la historia San Isidoro de Sevilla, añadiendo que tras desvelar su doctrina, Tagés murió.

La aruspicina, o haruspicina, es el arte etrusco de la adivinación mediante

Durante siglos diversas culturas de todo el mundo han conferido al hígado una impor-tancia que va más allá de su función corpo-ral. Los etruscos legaron a la antigua Roma los secretos con los que creían poder leer en este órgano el futuro e incluso conocer los designios de las divinidades.

Línea directa con los dioses

Los sacerdotes utilizaban hígados de bronce como el de la imagen superior, encontrado en Piacenza, para marcar todos los signos que iban leyendo en las vísceras de las víctimas sacrificadas.

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el examen de las entrañas de los anima-les ofrecidos en sacrificio. Eran muchos los adivinos etruscos que ejercían su arte en Roma. Entre ellos estaban los augu-res que vaticinaban el futuro por el vuelo de las aves (avis-is, pájaro y gur, predic-ción). Sus vaticinios eran los auspicios.

Por otro lado se encontraban los arúspices, que hacían sus pronósticos estudiando las entrañas (extispicium) de bueyes o carneros ofrecidos en sacrifi-cio. Arúspice o harúspice proviene del latín haruspex, el observador de entra-ñas (de haru: entraña y spex: observa-

dor). Haru a su vez procede de haruga (víscera o víctima) y de sus homólogos harviga, arviga y aru, que en etrusco tenía el significado de res (carnero o buey) y por extensión, también el de sus entrañas. Al parecer, haru también está emparentado con la palabra latina hira

La teoría de que el hígado es el pun-to de conexión entre lo humano y lo divino parece universal. No solo los antiguos romanos se dejaron sedu-cir por esta idea que podemos ras-trear bajo diferentes aspectos en otras sociedades más próximas en el tiempo, aunque no en el espacio. En Toga, en la Polinesia, la cirrosis era el justo castigo ante un sacrilegio a los tabúes religiosos, de modo que se llegaba a abrir el cadáver para con-firmar si se habían cometido terribles pecados en vida. Asimismo, este pueblo polinesio creía que el hígado era depositario del valor, de forma que pesaban el hígado del difunto para medir su bravura. También en-tre los indios sosone, que no practi-caban el canibalismo habitualmente, tras la batalla podían devorar cora-zón e hígado de sus enemigos más valerosos para, con este canibalismo ritual, apoderarse de su bravura. In-cluso entre los civilizados chinos se dio este canibalismo ritual: cocían el hígado y el corazón de los vencidos en combate para adquirir vía oral el valor del enemigo muerto. Esta cos-tumbre aún persistía en la guerra ci-vil que asoló este país en 1854.

Por otro lado, la creencia china de que la vesícula biliar también era asiento del valor explica el aprecio que la farmacopea del gigante asiá-tico tenía por la bilis humana. Du-rante la dinastía Ming (1368-1644) tenemos noticia del aprecio por la bilis de chino, considerada de espe-cial calidad. Los comerciantes hacían acopio de vesículas de los ajusticia-dos. En 1895, Matignon refiere que en Pekín, un verdugo extrajo la vesí-cula tras una ejecución, vendiéndola

a gran precio. Si los ajusticiados es-caseaban, la presión de la deman-da llevaba a veces al asesinato de personas, convertidas en donantes forzados de sus vesículas.

La costumbre de recoger hiel hu-mana parece que fue muy frecuente en distintos puntos de Camboya. Por este motivo eran muy temidos los djaoulech, nombre que recibían los buscadores de bilis humana emplea-da para infundir coraje a los elefantes reales en sus combates deportivos. Para conseguir el preciado órgano, la víctima debía ser asesinada por sor-presa para evitar que la situación de terror produjera que la vesícula se es-tropeara y se perdiese la bilis. Entre los Cham o Tchamas, la bilis humana era un excitante fabuloso: extraían la vesícula de los enemigos aún vivos y, mezclada con abundante aguardien-te, daba un brebaje estimulante y enardecedor para el combate.

La afición por la bilis fue desapa-reciendo gradualmente del sudeste asiático al pasar la zona a manos de los franceses. España tuvo un papel de cierta importancia en el declive de estas costumbres, ya que envió un cuerpo expedicionario tagalo a la zona en 1827. Este ejército llevó el peso de una campaña de castigo contra el emperador vietnamita Minh Mang (1791-1841), un confucionista radical que había asesinado a varios misioneros españoles y franceses por considerarles instigadores de una re-vuelta campesina. Aprovechando la inestabilidad política en España, los franceses capitalizaron la victoria y se asentaron en Indochina.

Pese a la presión de los nuevos amos occidentales, el consumo de

bilis no se erradicó con rapidez. Prueba de ello es lo que cuenta el misionero Bouilleveaux, en las me-morias de su viaje a Indochina pu-blicadas en París en 1856. Allí refiere cómo a su llegada a la provincia de Battambang, en diciembre de 1850, tuvo conocimiento de la persistencia de los Ioc Pomat o recolectores de vesículas humanas. Narra el misio-nero que a su llegada la gente sentía desconfianza del extranjero ante la sospecha de que se pudiera tratar de un Ioc Pomat camuflado.

En la actualidad la recolección de vesículas humanas ha desaparecido de Camboya y solo nos queda cons-tancia de tales prácticas por la narra-ción del viajero chino del siglo XIII Cheu-Ta-Kuan: «Antiguamente en el octavo mes se recogía la hiel. Cada año el rey de Champa (Camboya) exigía una jarra de hiel humana que contuviera varios miles de vesículas. Durante la noche los servidores rea-les se apostaban en lugares diver-sos de ciudades y pueblos. Al que sorprendían fuera de su domicilio le cubrían la cabeza con un capuchón apretado con una cuerda y, median-te un diminuto cuchillo, le hacían un corte en le lado derecho del abdo-men, por el que extraían la vesícu-la. Su tarea proseguía hasta haber obtenido un número de vesículas suficientes para poder completar su ofrenda al rey. En ningún caso to-maban la hiel de un chino ya que se decía que en una ocasión en la que arrancaron la vesícula de un chino y la colocaron junto a las otras, obser-varon como inmediatamente, todas la vesículas de la jarra se pudrieron, haciéndose inservibles».

El asiento del valor

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que significa intestino y con el término sánscrito o indoeuropeo hira que signi-fica entrañas, vísceras.

La ciencia de los haruspices, la ha-ruspicina, comprendía dos partes fun-damentales: la hepatoscopia, también practicada por los caldeos y los griegos (donde la haruspicina era conocida, en-tre otros nombres, como hieroscopia); y la extrapicina, practicada especialmen-te por los etruscos, que consistía en el examen de los extra, las otras vísceras: estómago, riñones y corazón.

Para muchos estudiosos, como Coutenau, la aruspicina se originó en Babilonia. También podríamos estar ante un origen multicéntrico para todo el mundo antiguo. No en balde la inter-pretación de las víctimas se dio en luga-res tan lejanos como el mundo incaico.

En la antigua civilización asirio-ba-bilónica la observación del hígado de la víctima (generalmente cordero) era una forma más de conocer el pecado come-tido que había originado la enfermedad-castigo sufrida por el oferente, así como el dios o demonio ofendido. Se creía que, al ser sede de la vida y de los sentimien-tos, la ofrenda del hígado de la víctima podía sustituir al del enfermo e incluso reflejar la intención del dios al que se ofrecía. Esta técnica fue de gran impor-tancia en Babilonia y en Asiria, existien-do múltiples textos hepatoscópicos y va-rios hígados babilónicos de arcilla.

Igualmente en el mundo sumerio se han encontrado modelos de hígados en arcilla. En las excavaciones de Mari (si-glo XVIII a. C.) se han hallado más de 30. Seguramente fueron usados como elemento de consulta o para la ense-ñanza de la disciplina. Uno de ellos, conservado en el Museo Británico, es la representación de un hígado de oveja, dividido en unos 40 cuadrantes separa-dos por líneas. En cada porción así ais-lada se encuentran escrituras sagradas. En estas porciones existían pequeños orificios donde se insertaban palillos de madera con los que registrar, sobre el modelo, las modificaciones que el sa-cerdote iba descubriendo en la víctima.

En el mundo Mesopotámico los sacerdotes-adivinos (baru, en la cultura asirio-babilónica) dieron a cada parte del hígado el nombre de objetos a los cuales se asemejaban. Así describieron

El hígado es una víscera muy im-portante por diferentes razones. Su función e incluso su peso re-lativo dentro del cuerpo llaman la atención, pero es su relevan-cia culinaria de donde procede el término por el que se le conoce en numerosos países. Fueron los fogones, y no la medicina, la que le dio su actual denominación. Veamos la causa que hizo caer en desuso jecur, el vocablo latino que designaba a tan importante órgano.

Plinio nos habla de Marco Ga-vio Apicio, afamado cocinero de tiempos de Tiberio (14-37 d. C.), conocido por su arte culinario y su fama de gourmet. Debió de tratarse de un personaje acauda-lado, de buena posición social y conocido en su tiempo, pues apa-rece citado no solo en la “Historia Natural” de Plinio, sino también por Tácito, Suetonio, Ateneo y Séneca (este último como mal ejemplo para la juventud de la época).

Apicio llevó la glotonería a sus límites más altos si creemos la anécdota referida por Séneca, quien asegura que fletó una em-barcación para ir desde su casa de Miturno (en la Campania) hasta las costas de Libia, pues le habían comentado que allí se pescaba marisco más grande que en ninguna otra parte. Llegado a aquellas lejanas costas, los pesca-

dores le mostraron los ejemplares más grandes, pero desilusionado por lo que veía ordenó dar media vuelta a la embarcación sin llegar a poner pie en las costas africa-nas. No nos puede extrañar que dilapidara así su fortuna.

Al verse arruinado (dicen las fuentes que “solo” le quedaban diez millones de sestercios) or-ganizó un gran banquete que re-mató suicidándose con veneno, ya que prefirió la muerte antes que verse privado de su nivel de vida.

Tan particular sujeto ideó una forma de engordar los hígados de los gansos, o más exactamente, de producir una degeneración grasa de la víscera con la idea de obtener el muy apreciado jecur fi-catum, que hoy conocemos como foie-gras. Este sistema consistía en cebar al animal con higos e hidromiel. Si tenemos en cuen-ta que ficatum proviene del latín ficus, que significa higo (proce-dente a su vez de la palabra grie-ga sykon del mismo significado), podemos traducir el manjar de Apicio como hígado relleno de hi-gos o, valga la expresión, “hígado higado”, omitiendo intencionada-mente la acentuación. El tiempo hizo que la calle fuese olvidando la primera parte del jecur fica-tum, sustantivándose el adjetivo que hoy ha quedado como nom-bre de esta fundamental víscera.

Un nombre gastronómico

UNA RECETA DE APICIO

FICATVM IN FICATO OENOGARUM (Liber VII, III)

Añadir al jecur ficatum (foie-gras) un poco de pimienta, aligus-

tre, tomillo, garum (popular salsa romana de salazón de pesca-

do macerado), un poco de vino y aceite.

Nota del traductor: si no se dispone de garum, sustituir el aceite y

el garum por el aceite de una lata de anchoas en aceite de oliva.

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ríos, montículos, caminos, un palacio con sus puertas, una mano, un dedo, una oreja, un diente... Distinguían, como también los arúspices etruscos y por ende los romanos, entre el lóbulo dere-cho o parte propicia (pars familiaris) y la izquierda u hostil (pars hostilis).

En la parte derecha se consultaba lo que afectaba al propio interrogador y en la parte izquierda se consultaba lo que atañía a las otras partes implicadas en la cuestión. Debía mirarse el color, aspec-to, tamaño, forma, presencia o ausencia de determinadas particularidades. Final-mente se reunían y sistematizaban los distintos datos y con ello se profetizaba.

Parece ser que esta práctica de los pueblos mesopotámicos pasó a los etrus-cos —no es el momento de hablar del posible origen oriental de este miste-rioso pueblo —, donde también vemos aparecer estos modelos de hígados en arcilla como el de Falerü (siglo II a. C.). También se puede apreciar en la pieza de bronce del Museo Cívico de Piacenza (siglo III-II a. C.) que corresponde a un hígado de oveja, cuya superficie también se encuentra dividida por líneas radiales y circulares en unos 40 campos en los que aparecen inscripciones, al parecer alusivas a divinidades.

Un rito estrictoPara los etruscos y sus pupilos roma-nos la aruspicina distinguía dos tipos de sacrificios: por una parte los hostiae

consultatoriae, sacrificios de carácter adivinatorios; por otra los hostiae ani-males, de carácter puramente religioso donde el estudio del hígado y demás ór-ganos permitía constatar el beneplácito del dios. Según el tamaño del animal sacrificado se distinguía entre hostiae si eran animales pequeños y victimae si eran grandes.

El acto religioso, y con él la aruspici-na, precisaba todo un ordenado rito. Lle-gaban los sacerdotes precedidos por el kalator, que imponía a voces el cese de cualquier actividad y vigilaba cualquier descuido que pudiera invalidar el ritual. La víctima, adornada su cabeza con las infulae o cintas sagradas era conducida ante el ara, mientras el estruendo de las trompetas ahogaba cualquier posible ruido y el sacerdote, con la cabeza ve-lada, realizaba las plegarias. Unos pelos de la cabeza de la víctima eran corta-dos y arrojados al fuego significando el ofrecimiento a los dioses de la vida del animal. Se seguía esparciendo sobre la víctima la mola salsa (la harina salada preparada por las vestales con las pri-meras espigas de la cosecha). Era la in-molatio, a la que seguía la mactatio.

Todo era bien controlado para la predicción. No se despreciaba la ob-servación del animal vivo (victima-ria): su aspecto a la llegada al lugar del sacrificio, sin perder detalle algu-no hasta el momento final. Muerta ya la víctima por el victimarius o el tu-

rarius, con un instrumental específico para cada tipo de víctima, se seguía con el estudio de las vísceras por el haruspex, el extispicium.

Tras acabar su concienzudo estu-dio, los extra y la sangre eran arroja-dos al fuego. No era esto una forma de acabar con los desperdicios sino de completar el augurio, pues se estudia-ban también el aspecto y movimien-to de las llamas (empiromancia) y el humo (capnomancia).

Los textos sagrados y en especial las tablas de aruspicina estaban escritas en etrusco. La función de augures y arúspi-ces era ejercida en los primeros tiempos solo por las antiguas familias romanas de origen etrusco. Los romanos man-daban jóvenes a adiestrarse en Etruria o hacían venir etruscos instruidos en esta ciencia, según reconoce Tito Livio: «Itaque cum ad publica prodigia Etrus-ci tantum vates adhiberentur».

Cuando el estudio de las vísceras pretendía solo conseguir determinadas predicciones (hostiae consultatoriae) estas podían hacer referencia a un solo interesado o podía solicitarse para un número importante de personas, es el caso de un ejército antes de entrar en batalla. Cicerón, que llama etruscos a los arúspices en general, ironizaba al respecto diciendo que un hígado, por grande que fuera, no podía determinar el buen o mal futuro de un gran número de hombres. ◙

Estela funeraria del arúspice Lucio Marcio Memor, encontrada en Bath (Inglaterra).

• APICIO (1995): De Re Coqui-naria. R&B Editores.

• ARANA, J. I. (1998): Más his-torias curiosas de la Medicina. Espasa Bolsillo.

• BARRIO DE LA FUENTE, C: El culto y las plegarias. El calen-dario religioso. Disponible en la página www.liceus.com.

• DÍAZ GONZÁLEZ, J. (1950): Historia de la Medicina en la Antigüedad. Ed. Barna.

• PIULACHS (1971): El hígado y su historia. Colección Medicina e Historia.

PARA SABER MÁS:

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Por Francesc Sánchez.

En cualquier sociedad civiliza-da el desarrollo de su Derecho es un proceso evolutivo en el que es realmente difícil poner fechas para explicar cada una de sus épocas. Y no podía ser de otra forma cuando hablamos del Derecho Romano de la época republicana, y más cuan-do los propios especialistas utilizan diversas clasificaciones (derecho arcaico, preclásico, clásico...) para describirlo.

El Derecho Romano en la época republicana es el que se desarrolla entre los años 367 a. C., con la pro-mulgación de la Lex Liciniae Sex-tiae (que atribuye al pretor com-petencias jurisdiccionales), y 27 a.

C. en el que Augusto asume pode-res excepcionales y se da inicio al Principado y al derecho clásico.

Veamos cuáles son las fuentes del derecho en época republicana (iurisprudentia, leges publicae y plebiscita) y la evolución de los diferentes sistemas jurídicos (ius civile, ius honorarium y ius gen-tium).

Iurisprudentia Los romanos llamaban iurispru-dentia (jurisprudencia) a la ciencia del Derecho, es decir a su estudio e interpretación. Los iuris pruden-tes (jurisconsultos) eran a aquellas personas que desarrollaban esta ac-tividad.

En el periodo arcaico, la legis-

LAS NORMAS REPUBLICANAS

La República fue un perio-do de grandes cambios. Las reivindicaciones de las clases emergentes y la ampliación de las fronteras hicieron necesario modificar el sistema jurídico que reglaba la relación entre los ciudadanos, y la de estos con los extranjeros con los que fue encontrándose en su pro-ceso de expansión. El Derecho, enfrentado a una realidad más compleja, se desprende de las ataduras sagradas y se hace más sofisticado.

Tiempo de adaptarse

DERECHOROMANO

La Curia (der.) era el lugar donde el Senado refrendaban las leyes antes de exponerlas públicamente. Foto: Steven Wagner

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lación recogida en Ley de las XII Tablas necesitaba ser interpretada. Esta función correspondía al co-legio de pontífices, desde el mis-mo momento de la fundación de Roma (ver Stilus 4).

La situación fue cambiando y a partir del siglo III a. C. el estudio e interpretación del derecho pasaron progresiva-mente a ser realizados por juristas laicos (iuris pru-dentes) con lo que se pro-dujo una secularización de la jurisprudencia.

Se atribuye a Gneo Fla-vio, escriba del censor y cónsul Apio Claudio, la pu-blicación de los formularios procesales de las acciones que este había coleccionado, el ius civile Flavianum, y que hasta el momento habían permanecido solo a disposición de los pontífices. Con este paso se pusieron a disposición de la plebe las diversas formulas judiciales y se permitió que, al margen de los pontífices, cualquier ciudadano romano pudiera proce-der a su interpretación.

De esta forma, en un proceso evolutivo lógico, en el siglo III a. C. Tiberio Coruncanio, que además de cónsul fue el primer plebeyo que en el año 254 a. C. alcanzó el pon-tificado máximo, empezó a dar res-puestas públicas sobre cuestiones jurídicas que le eran planteadas. Ya con el cónsul Sexto Elio Petón se inició la literatura jurídica y la en-señanza del derecho. Otros juristas importantes del final de la repúbli-ca fueron Quinto Mucio Escévola, Aquilio Galo y Servio Sulpicio Rufo.

Al igual que los juristas moder-nos emiten informes, redactan dic-tamenes o contratos, también la ac-tividad de los juristas republicanos, que era pública y gratuita, se reali-zaba mediante diversas fórmulas o procedimientos. Tres eran los habi-tuales: respondere, consistente en dar respuesta mediante la emisión de dictamenes a las consultas reali-zadas por particulares magistrados o jueces; cavere, que consisiía en

redactar formularios para negocios concretos como podían ser contra-tos; y agere, que consistía en ins-truir a las partes en relación a un proceso determinado explicándoles cómo debían actuar.

Leges publicae y plebiscita En sentido técnico la ley es una de-claración normativa basada en un acuerdo y puede ser pública o priva-da. Según el jurista romano Gayo, la ley era lo que autorizaba y estable-cía el pueblo, mientras que plebisci-to era lo que autorizaba y establecía la plebe.

La diferencia entre una y otra ins-titución era que la ley la establecía el

pueblo, entendido como el conjunto de todos los ciudadanos, incluidos los patricios, mientras que la adop-ción de los plebiscitos corespondía a la plebe, formada exclusivamente por ciudadanos no patricios.

La iniciativa en la presentación de las leyes ante los comicios co-rrespondía siempre a un magistra-do con imperium, que en el caso de los plebiscita eran los tribunos de la plebe (ver Stilus 5). Las asam-bleas populares únicamente tenían la facultad de aprobar o rechazar la propuesta (rogatio) presentada, que normalmente había sido consultada antes al Senado.

Días antes de la votación el pue-blo era convocado de manera infor-mal (contio) para conocer la ley. Se permitían criticas y discusiones a la propuesta. El día de la votación, que en los primeros tiempos fue pública para pasar a ser más tarde secreta, el voto solo podía ser a favor (uti rogas, abreviado VR.) o en contra (antiguo, A.).

Reverso de un denario fechado en el 60 a. C. en el que aparece un togado depositando su voto en una cista. Según los expertos, en la tablilla se pueden ver grabadas en miniatura las iniciales VR (uti rogas), con las que da su respaldo a una moción.

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Una vez aprobada la ley por los comicios, esta tenía que ser refren-dada por el Senado en ejercicio de la patrum auctoritas, tras lo que se procedía a exponerse públicamente para el conocimiento general.

La actividad legislativa durante la República se limitó a cuestiones de derecho público. Las leyes se clasificaban en leges imperfectae, que prohibían algo pero no estable-cían ningún tipo de sanción al que las contravenía ni anulaban el acto; leges minus quam perfectae, que no anulaban el acto pero imponían san-ciones; y leges perfectae, que anula-ban el acto que contravenía la ley y además imponían sanciones.

Ius civile, ius honorarium, ius gentium El derecho romano por excelencia en el periodo republicano fue el ius civile, que era el derecho propio de los ciudadanos romanos y al que no tenían acceso los extranjeros.

Las fuentes de creación del ius civile fueron la costumbre (mos maiorum), la Ley de las XII Tablas, las leyes comiciales, los plebiscitos, los senadoconsultos y los edictos de

los magistrados y regulaban tanto aspectos sustantivos (el “fondo” del asunto, lo que realmente se estaba discutiendo) como procesales.

En el ius civile se distinguía en-tre el ius publicum (derecho público) que se refería a la estructura, organi-zación y funcionamiento del estado romano y el ius privatum (derecho privado) que hacía referencia a la re-gulación de los negocios privados.

La evolución del ius publicum se efectuó a través de la legislación co-micial y de los plebiscitos, mientras que el desarrollo del ius privatum lo

fue mediante la jurisprudencia, pri-mero de los pontífices, y luego laica.

El jurista romano Papiniano (D. 1,1,7,1) nos define el ius honorarium también conocido como ius praeto-rium, como el que por razón de utili-dad pública introdujeron los pretores, para ayudar, o suplir, o corregir el de-recho civil; el cual se llama también honorario, habiéndosele denominado así en honor de los pretores.

A partir del año 367 a. C. apareció la figura del pretor urbano al que se atribuyeron competencias jurisdic-cionales (iurisdictio). Este magis-trado, al inicio de su mandato anual reglamentaba, con la ayuda de los juristas, ciertos aspectos del derecho vigente e indicaba cómo iba a inter-pretar las normas existentes durante el período de ejercicio de su magis-tratura. Lo hacía mediante la pro-mulgación del edicto del pretor que se denominaba edictum perpetuum ya que había de regir sus actuaciones durante todo su mandato.

El fundamento de este acto de ju-risdicción estaba en que el ius civi-le era rígido y debía adaptarse a las necesidades de los ciudadanos y por

El emperador Adriano encar-gço al jurista Salvio Juliano la redacciçon definitiva de un do-

cumento en el que se compilasen los desarrollos experimentados por el ius civile a lo largo de las

anteriores décadas.

El derecho privado fue evolucionando gracias a la jurisprudencia, primero de los pontífices y luego de los profesionales laicos

Foto: Francesc Sánchez

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tanto, como dice Papiniano, el pre-tor lo completaba y desarrollaba. Lo habitual era que cada nuevo pretor ratificase el anterior edicto (edictum tralaticium) aunque siempre podía introducir variaciones (parts nova) o bien dictar nuevas normas durante el mandato mediante un edictum re-pentinum. Dada la complejidad que iba adquiriendo el edicto, hacia el año 130 d. C., el emperador Adriano encargo al jurista Salvio Juliano una redacción definitiva del edicto, que a partir de aquel momento fue el único utilizado por los pretores.

El ius gentium se diferencia del ius civile en que el primero era aplicable tanto a los ciudadanos romanos como a los extranjeros (peregrini). Era el derecho común a todos los pueblos, y partía de unos principios naturales y universales que se consideraban aplicables a todas las personas.

Si bien inicialmente el derecho romano solo regulaba las relacio-nes jurídicas entre sus ciudadanos, pronto, debido a los contactos co-merciales con otros pueblos, se vio la necesidad de aplicar normas a personas que no eran ciudadanos

romanos. Las primeras regulaciones que afectaban a extranjeros tenían que ver con el ius commercii, pero poco a poco se fueron ampliando y así nació el ius gentium o derecho de gentes, creándose la figura del pretor peregrino, magistrado en-cargado de aplicar el derecho entre extranjeros o entre estos y un ciuda-dano romano.

La conclusión es que los juristas romanos, desde casi el inicio de la construcción de su sistema jurídico, supieron diferenciar entre los dos

tipos de derechos, como se puede comprobar en las “Instituciones” de Gayo, que afirmaban que «todos los pueblos que se rigen por leyes y costumbres usan en parte su pro-pio derecho y en parte el derecho común de todos los hombres; pues el derecho que cada pueblo estable-ce para sí, ése es suyo propio, y se llama derecho civil, como si dijéra-mos derecho propio de la ciudad; en cambio, el que la razón natural establece entre todos los hombres, ése se observa uniformemente entre todos los pueblos y se llama derecho de gentes, como si dijéramos el de-recho que usan todas las naciones. Así, pues, el pueblo romano usa en parte su propio derecho y en parte el derecho común de todos los hom-bres». ◙

• FERNÁNDEZ BARREIRO, A y PARICIO, J. (1997): Historia del Derecho Romano y su recepción europea. El Faro Ediciones.

PARA SABER MÁS:

Los contactos comerciales con otros pueblos hicieron necesario crear normas aplicables para personas que no tenían la ciudadanía romana

En 367 a. C. se creó una nueva magistratura, el pretor urbano, con competencias jurisdiccionales. En la foto, procesión de magistrados.

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LASCRÓNICASDICEN...

Por Olalla García.

«Ojalá que, al recibir esta carta, te encuentres en buena salud, madre, hermana, maestra, benefactora mía en todo». Así comienza una de las epístolas que el obispo Sinesio de Ci-rene dirige a Hipatia, su antigua pro-fesora y mentora. El saludo evidencia el vínculo personal, de fraternidad y profundo afecto, que unía a la maes-tra con sus discípulos (a imagen de la relación que, nueve siglos antes, mantuviera Sócrates con sus alum-

nos). Pero, además, nos la presenta no sólo en su faceta de educadora, sino también en la de protectora. En otras palabras, demuestra que su au-toridad como filósofa no se circuns-cribía al ámbito intelectual; también actuaba como una poderosa valedora política.

Las Cartas de Sinesio son uno de los textos fundamentales para acer-carnos a Hipatia. Se han conservado siete epístolas dirigidas por el obis-po a su antigua maestra. Aunque algunas se encuentran en estado muy fragmentario, otras son lo bastante extensas para ilustrar ciertos aspectos r e l a t i -v o s a

las doctrinas de su profesora y a las actividades que esta desarrollaba en la Alejandría de finales del siglo IV y principios del V d. C.

Otro testimonio primordial es el de Sócrates de Constantinopla (de-nominado también Sócrates Escolás-tico), un cronista cristiano contem-poráneo de Hipatia, cuya Historia Eclesiástica proporciona interesantes noticias sobre la filósofa.

En la Suda, una enciclopedia bizantina redactada a finales del siglo X d. C., la entrada Hipatia reúne dos fuentes independientes: el historia-dor Hesiquio Milesio y el

Filósofa, astrónoma y matemática, Hipatia de Alejandría no solo fue una pensa-dora excepcional; gozó además de notable influencia entre los círculos de poder municipales. Sobresalió en las dos esferas cuya hegemonía la Iglesia luchaba por conquistar a principios del siglo V d. C.: la intelectual y la política. La escri-tora Olalla García, que recientemente ha publicado una novela titulada “En el jardín de Hipatia”, nos habla de la polifacética pensadora.

Hipatia, precursorade las investigadoras

CIENCIA EN LA ANTIGÜEDAD

Rafael situó a Hipatia (arriba) entre los sabios de la Antigüedad en su “Escuela de Atenas”, de 1509 (derecha).

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Teón, el padre de Hipatia, fue un des-tacado científico que redactó varios comentarios dirigidos a sus alumnos para facilitarles la comprensión de los textos fundamentales en los campos de la astronomía y las matemáticas. Sabemos, gracias a una dedicatoria firmada por él mismo, que su hija cola-boró con él en su edición de la Sintaxis matemática de Ptolomeo (más cono-cido hoy en día por la denominación árabe de Almagesto). Muchos exper-tos en historia de la ciencia coinciden en que, muy probablemente, también le ayudara a editar los Elementos de Euclides.

Hesiquio Milesio afirma, además, que ella fue la autora individual de varios otros manuscritos: un Canon astronómico, un comentario a la obra de Diofanto y otro a las Cónicas de Apolonio. En otras palabras, su con-tribución abarca los títulos fundamen-tales que engloban los conocimientos adquiridos hasta entonces en materia de astronomía, geometría y álgebra; los mismos que, siglos después, per-mitirían el posterior florecimiento de dichas disciplinas.

Por añadidura, Sinesio deja cons-tancia del talento de su maestra en la ciencia práctica y, más concretamente, en el campo de la mecánica. En una de sus cartas, relata que aprendió de ella la técnica necesaria para construir un astrolabio; en otra, solicita su ayu-da para fabricar un hidroscopio (pro-bablemente, el instrumento que en la

actualidad se conoce como hidrómetro o densímetro).

Pese a su importancia como cien-tífica, la mayoría de los textos de que disponemos nos presentan a Hipatia como guía en el camino del ascenso hacia la verdad metafísica. Damas-cio dice de ella que vestía una sobria capa filosófica y que interpretaba «a Platón, Aristóteles y las obras de cual-quier otro pensador». Por su parte, Sócrates de Constantinopla asegu-ra que «alcanzó tales conocimientos de literatura y ciencia que sobrepasó con mucho a todos los filósofos de su tiempo» y que «habiendo dominado la doctrina de Platón y Plotino, explica-ba los principios de la filosofía a sus oyentes, muchos de los cuales venían desde gran distancia para ser instrui-dos por ella». Pero el dato definitivo nos los proporciona la obra de Sinesio. Estudiada en profundidad, nos revela su preferencia por las ideas de Platón, seguido de Aristóteles, Plotino y Por-firio.

En otras palabras, Sine-sio fue introducido por su maestra en el neoplatonis-mo. Se trata de una rein-terpretación de la filosofía platónica cuyo primer exponente fue Ploti-

no y que, a partir del siglo III d. C., se extendió con intensa fuerza en el orbe grecorromano, hasta permear no solo las raíces del pensamiento paga-no, sino también las de las diferentes corrientes cristianas.

Esta escuela de pensamiento in-cluye un fuerte contenido místico-re-ligioso y, en el plano ético, preconiza la práctica de la virtud, que libera el alma de las ataduras corpóreas para elevarla a su estado original y fundirla con lo Uno, el principio supremo. Lo anterior implica un comportamiento ascético y un esfuerzo intelectual en-cauzado hacia la contemplación del mundo de las ideas, con el fin de so-meter las apetencias de la carne a la guía del espíritu.

Hipatia fue una destacada repre-sentante de este modo de vida. Todas nuestras fuentes ensalzan unánime-mente sus virtudes, que, en palabras de Sócrates de Constantinopla, «había adquirido gracias al adiestramiento de su mente».

pensador ateniense Damascio. Am-bos vivieron entre finales del siglo V y principios del siglo VI d. C. El primero de los textos se centra en la actividad científica de la sabia alejan-drina; el segundo, en la filosófica.

Con excepción de Sinesio (falle-cido con anterioridad a su maestra) todas estas fuentes reflejan un hecho insólito: Hipatia fue una mujer que gozó de gran renombre en su época, a la que podemos considerar como la mayor figura intelectual de su mo-

mento; sin embargo, los textos referi-dos a ella incluyen más noticias sobre su muerte que sobre su vida, pese a los enormes logros que alcanzó.

Una formación eruditaDamascio nos informa de que «Hipatia nació, se crió y se educó en Alejandría. Superior en inteligencia a su padre, no quedó satisfecha con la instrucción ma-temática; así, se dedicó diligentemente a todas las cuestiones relacionadas con la filosofía».

Sabemos que Teón, el padre de Hi-patia, era un erudito que gozaba de gran reputación en los círculos alejandrinos, y al que algunas fuentes asocian con el Museo, la última institución supervi-viente de la desaparecida Biblioteca de Alejandría. Como astrónomo y geóme-tra, educó a su hija en las disciplinas científicas, siguiendo el patrón que se documenta en algunas otras familias de intelectuales.

En el mundo grecolatino, la mujer rara vez tenía acceso a la educación, re-

Ciencia y Filosofía

Astrolabio de época moderna.

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servada a los varones y, en especial, a los miembros de familias acomodadas. Es-tos eran los únicos que podían costearse una formación que se impartía tan solo en academias privadas, y que se centraba en las artes de la retórica y la filosofía.

Eran escasísimas las ocasiones en que una fémina recibía la misma educa-ción. Cuando así sucedía, solía deberse a que su familia formaba parte de los cír-culos culturales. Esto implica que eran hijas o esposas de científicos, retóricos o filósofos, y su formación se realizaba dentro del ámbito doméstico, es decir, que recibían su instrucción por parte del progenitor o del marido. Lo que resulta excepcional en el caso que nos ocupa es que Hipatia no solo destacó como alumna, sino que sobrepasó a su padre y maestro en todas las disciplinas en que él la aleccionó; y que, a su vez, fundó su propia academia, que recibía discípulos de todo el imperio y que gozó de mayor fama que la de su progenitor.

Tanto en la época grecolatina como en la nuestra, la investigación y el de-sarrollo científico solo resultan posibles mediante el apoyo y la financiación de una entidad poderosa o un protector in-fluyente. Tal fue el caso de la Biblioteca de Alejandría, costeada por los reyes pto-lemaicos. Pero cuando el patronazgo ofi-

cial cesó, la gloriosa institución quedó condenada a desvanecerse; y, junto con ella, desaparecieron los ilustres sabios que tanto habían contribuido al avance de todas las ramas del co-nocimiento.

En tiempos Hipatia, el saber se encontraba atomizado. Habían que-

dado atrás los tiempos de los gran-des filósofos y científicos, de los in-

ventores y autores de descubrimientos asombrosos. La prioridad, por tanto, no consistía en la investigación, sino la conservación de los conocimientos ad-quiridos en las centurias precedentes. En los siglos IV y V d. C., los eruditos concentraban sus conocimientos en la redacción de comentarios a los gran-des tratados de los sabios de antaño.

Una personalidad públicaSu calidad docente, su prestigio como pensadora y su modo de vida caracteri-zado por la moderación y la virtud, con-virtieron a Hipatia de una autoridad para ciertos sectores de la sociedad alejandri-na, tanto desde el punto de vista intelec-tual como moral.

Su influencia entre la élite política queda patente en nuestras fuentes. Sócra-tes de Constantinopla atestigua que «con frecuencia aparecía en público acompa-ñada de los magistrados. Tampoco se avergonzaba de asistir a las asam-bleas de los varones. Pues todos los hombres la admiraban enormemen-te, debido a su extraordinaria digni-dad y virtud».

Damascio afirma que «había alcanzado la cima de la las virtudes cívicas». También nos informa de que las puertas de su casa bullían siempre con «una multitud de per-sonas y cabalgaduras». Aduce, de hecho, que ésta fue la causa que suscitó la animadversión del obis-po de Alejandría, Cirilo; el cual, a raíz de este descubrimiento, «co-menzó a planear su asesinato y la forma más atroz de perpetrarlo».

Pero, una vez más, es Sinesio quien describe de la forma más vívida la in-fluencia que su maestra podía ejercer. En una de las epístolas dirigidas a ella (carta 81), escribe: «Tú, por supuesto, conser-vas tu poder; ojalá puedas utilizarlo de la mejor manera: cuida tú de que Niceo y Filolao, jóvenes excelentes y de la mis-ma familia, vuelvan a ser dueños de sus propiedades; quede esto se ocupen todos los que honran a tu persona, tanto parti-culares como magistrados».

Es digno de mención que el pro-pio Sinesio realiza una petición muy similar a su superior jerárquico, el obispo de Alejandría, Teófilo. En la carta 80 le ruega que intervenga a fa-vor de Niceo en un pleito por cuestión de herencia que éste mantiene con el gobernador de Cirenaica.

Por tanto, Sinesio considera que su antigua maestra puede ejercer una influencia semejante a la del propio patriarca de Alejandría a la hora de conseguir favores políticos.

Hemos de tener en cuenta que, en el mundo grecolatino, los lazos perso-nales entre las élites (y entre estas y la plebe) se articulaban en torno a rela-ciones de clientelismo, y que estas re-sultaban especialmente significativas en el ámbito municipal.

La representación de Hipatia ha experimentado cambios a través

de la Historia, desde la ideali-zación neoclásica (arriba) a la

exaltación romántica (derecha).

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Los vínculos de patronazgo fueron una de las fuerzas motrices que, durante siglos, presidieron la vida social y polí-tica del orbe grecorromano y, que per-vivieron desde la época helenística para consolidarse en los periodos republica-no, imperial y tardoantiguo.

Las “Cartas” de Sinesio ofrecen nu-merosos ejemplos de este tipo de prácti-ca. Varias de ellas no son sino muestras de lealtad y respeto hacia un patrón al que, a su vez y en caso de necesidad, no duda en recurrir como valedor político. Las identidades de sus destinatarios des-velan todo un entramado de conexiones entre miembros de la élite intelectual, la aristocracia local, diversos administrado-res imperiales y cargos religiosos, todos ellos vinculados a través de una dinámi-ca que se alimenta a base de solicitar y otorgar favores. Una red de relaciones personales que, en consecuencia, ejerce un gran peso en la esfera pública.

La correspondencia de Sinesio evidencia que los antiguos discípulos de Hipatia, así como otras personali-dades relacionadas con ella, ostentan cargos de importancia en las asam-bleas municipales, la administración civil y la eclesiástica.

Todo lo anteriormente expuesto que-da patente en otra de las epístolas que escribió a su maestra (carta 154), en la que hace referencia a un presente (un astrolabio de plata) y un breve escrito titulado “Sobre el regalo”, dirigidos am-bos a Peonio, «un hombre que gozaba de

influencia ante el emperador. Algún pro-vecho sacó también la Pentápolis (la pro-vincia natal de Sinesio) del opúsculo y del regalo».

Pero, aparte de estas redes de in-fluencia mantenidas a distancia, Hipatia también entretejió lazos personales y di-rectos con altos dignatarios residentes en la ciudad. Sócrates nos informa de que Hipatia desarrolló una estrecha relación con el prefecto augustal Orestes, el re-presentante imperial en la ciudad de Ale-jandría, y uno de los cargos administrati-vos más poderosos del imperio. «Puesto que ella mantenía frecuentes entrevistas con Orestes, el populacho cristiano ex-tendió la calumnia de que era ella quien impedía que aquél se reconciliara con el obispo (Cirilo)».

La rival molestaLa escuela de Hipatia no solo ejercía su influjo en el ámbito intelectual de Ale-jandría, sino también en las redes clien-telares que regían la vida social y política de la ciudad. De hecho, su influencia no

se limitaba únicamente al ámbito urba-no; se extendía, asimismo, a la patria de origen de sus alumnos (puesto que mu-chos de ellos provenían de otras regiones del imperio), así como a las provincias o diócesis en que estos desarrollaran sus actividades posteriores.

Por tanto, a los ojos del patriarcado alejandrino, la maestra y su academia no solo aparecían como posibles anta-gonistas en el plano doctrinal (con toda la carga místico-religiosa inherente a las corrientes neoplatónicas), sino, de forma más palpable, en el entramado político de la diócesis. Dado el carácter belige-rante del obispo Cirilo, y su búsqueda de la hegemonía en las esferas intelectual y política, la filósofa y su círculo se pre-sentaban ante él como poderosos adver-sarios contra los que había actuar.

Y así fue como, según el estreme-cedor relato de Sócrates, «algunos (miembros del populacho cristiano), espoleados por un celo feroz y fanáti-co, cuyo cabecilla era un lector llama-do Pedro, la detuvieron cuando regre-saba a casa, la sacaron a la fuerza de su carruaje y la arrastraron a la iglesia llamada Cesareo, donde la desnuda-ron por completo y la asesinaron con fragmentos afilados de cerámica. Tras descuartizarla, llevaron sus miembros desmembrados a un lugar llamado Ci-naron, y allí los quemaron. Este asunto arrojó un enorme oprobio no sólo so-bre Cirilo, sino también sobre la igle-sia alejandrina al completo». ◙

FUENTES CLÁSICAS:• SINESIO DE CIRENE (1995): Car-tas. Madrid. Editorial Gredos.

• SINESIO DE CIRENE (1993): Himnos. Tratados. Madrid. Editorial Gredos.

• SÓCRATES DE CONSTANTINO-PLA: Historia eclesiástica.

• ANÓNIMO (1971): Suidae lexicon; Adler, A. (editor). Stuttgart.

ENSAYOS MODERNOS:• ALIC, M. (1991): El legado de Hipatia. Historia de las mujeres desde la Antigüedad hasta el siglo XIX, Madrid. Ed. Siglo XXI.

• ALSINA, J. (1989): El Neoplato-nismo: Síntesis del espiritualismo antiguo. Editorial Anthropos.

• BLÁZQUEZ, J. M. (2004): “Sinesio de Cirene, intelectual. La escuela de Hypatia en Alejandría”, en Gerión, revista de historia antigua (núm. 22). Disponible en http://revistas.ucm.es/ghi/02130181/articulos/GERI0404120403A.PDF

• DEAKIN, M. A. B. (1994): “Hypathia and her mathematics”, en American Mathematical Monthly, 101.3. Disponible en http://wwmat.mat.fc.ul.pt/~jnsilva/Sherlock/hypatia2.pdf

• DEAKIN, M. A. B. (1995): “The Primary Sources for the Life and Death of Hypatia of Alexandria”, en

History of Mathematics Paper 63. Disponible en: http://www.physics.utah.edu/~jui/3375/Class%20Materials%20Files/y2007m08d22/hypatia-primary-sources.html

• DZIELSKA, M. (2006): Hipatia de Alejandría. Madrid. Ed. Siruela.

• GELLNER, E. (1985): “Patronos y clientes”, en Patronos y clientes en las sociedades mediterráneas; Gellner, E. y Waterbury, J. (eds.). Madrid, Ed. Júcar.

• MARTÍNEZ MAZA, C. (2009): Hipatia. La estremecedora histo-ria de la última gran filósofa de la Antigüedad y la fascinante ciudad de Alejandría. Madrid. La Esfera de los Libros.

PARA SABER MÁS:

La pensadora era una autoridad para cier-tos sectores sociales, gracias a su prestigio y vida virtuosa

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Por Cristian Mir.

La forma clásica del libro en época ro-mana es la de un rollo de papiro, cuyo uso como soporte para la escritura hun-de sus raíces en la historia de Egipto y en el mundo romano deviene icono indiscutible de romanización junto con la toga y el latín hasta que, en el Bajo Imperio, es paulatinamente sustituido por el codex de pergamino, el antece-dente de nuestro libro actual.

Aun así, los romanos emplearon otros materiales de escritura. El so-porte más antiguo utilizado por los romanos debió ser la corteza de árbol, ya que éste es el significado original de la palabra latina empleada para libro (liber). También parece que se utilizó el lino para documentos oficia-les ya que tenemos noticia de los libri

lintei a través de Plinio y Tito Livio. Pero el material más utilizado en los primeros tiempos son las pieles y, so-bre todo las tabulae. Estas tablas, de madera generalmente, podían recibir directamente la escritura con tinta (como las halladas en Vindolanda) o sobre una capa de cera rayándola con el estilo. Estos soportes convivi-rán con el rollo de papiro en la faceta más cotidiana de la escritura, pero sin duda es el volumen el que se manten-drá durante la República Tardía y el Alto Imperio como la forma clásica del libro romano.

Cuando Roma entra en contacto con el mundo griego y Oriente em-pieza a experimentar la influencia de la cultura y la literatura griegas y, de su mano, llega la forma griega de libro.

Los generales romanos traen entre sus botines de guerra grandes colec-ciones de libros y se forman las pri-meras bibliotecas privadas. El comer-cio del libro comienza tímidamente debido a la demanda de unas clases altas cada vez más fuertemente he-lenizadas y se consolida plenamente coincidiendo con la eclosión de la li-

Homo liberCULTURA ESCRITA

Rollos de pergamino (con el titulus colgando) y unas tablillas enceradas en un fresco pompeyano. Museo Arqueológico de Nápoles.

El libro fue, por su increíble difusión en épo-ca romana, un vehículo de primer orden en el proceso de romanización; la lengua, la literatura, la concepción del mundo y en definitiva, la cultu-ra romana, se expanden hasta el último rincón del Imperio a través del liber romanus. Hablar del libro romano es hablar de romanización.

VIDACOTIDIANA

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teratura romana hacia el siglo I a. C. Será con la eliminación de la piratería en el Mediterráneo Occidental y la posterior anexión de Egipto por parte de Augusto que el comercio del libro alcanzará durante todo el Alto Im-perio cotas insospechadas en época griega, que no se volverán a ver hasta la invención de la imprenta.

Rollos de siete metrosEmpalmando diversas chartae en blanco se confeccionaba el rollo de papiro que en latín se denominó vo-lumen. Se montaba la hoja izquierda sobre la derecha unos dos centíme-tros y la juntura se unía con goma, se prensaba y se pulía finalmente para obtener una superficie completamen-te lisa en la que no tropezara el cála-mo al escribir.

El número estándar de chartae para un rollo en blanco era de veinte. En caso de necesitarse más superficie de escritura se añadían más hojas. Si, por el contrario, no se necesitaban todas, se cortaba el sobrante. Las dimensiones de los rollos griegos y romanos eran inferiores a las de los egipcios (el Papiro Harris, por ejem-plo, alcanza los cuarenta metros), pero podían variar mucho en altura y longitud.

El tamaño de las hojas estaba en relación con la calidad: los papiros hallados varían entre las hojas de 23 por 33 centímetros las de mejor ca-lidad y las de 25 por 19 centímetros las inferiores. Por tanto, la longitud de un rollo solía estar sobre los siete metros, aunque se han encontrado de hasta diez, ya que el escriba podía ir pegando hojas según la necesidad. Un volumen de seis o siete metros formaba un rollo de unos cinco o seis centímetros de diámetro, una medida cómoda para llevar en la mano.

Para darle mayor resistencia y preservar el volumen del desgaste, en ocasiones se reforzaba el final del rollo con una tira de pergamino pe-gada. De la misma manera, se solía dejar un espacio en blanco al princi-pio y al final correspondiente a una vuelta del rollo para evitar que la es-critura de esta parte, más expuesta al roce, se estropeara.

El volumen se mantenía cerrado con unas cintas o correas de cuero (lora) que podían ser pintadas de co-lores (lora rubra) y para mayor pro-tección podía guardarse en una fun-da de cuero (membrana o paenula) cuyos ejemplares de lujo podían ir teñidos de púrpura (Marcial, X, 93) o ser de materiales preciosos.

El volumen podía ir simplemente enrollado sobre sí mismo como la ma-yoría de los hallados en Herculano o bien, aquellos más costosos o destina-dos a ser leídos con mayor asiduidad, se enrollaban sobre una varilla cen-tral, el umbilicus, cuyos extremos se adornaban con unas borlas denomina-das cornua. Según el valor del libro,

En un epigrama del poeta helenístico Fanias contenido en la “Antología Pa-latina”, se describen los instrumentos y el trabajo de un escriba o copista:

«La navaja que talla las plu-mas, la esponja que enjuga / las cañas de Cnido, la regla que encuadra / la página y marca el renglón como guía a la pesa / de alinear, el tintero con la pie-dra pómez / que alisa, el com-pás de tornillo y la roja pastilla / brillante a las Piérides ofren-dó Acestondas / como enseres de mísero oficio cuando hubo obtenido / un mendrugo en el rico festín de la alcabala».

El cálamo (calamus, canna, fistula o arundo) fue el instrumento utiliza-do para escribir sobre papiro o per-gamino, consistía en una caña con un corte en el extremo para empapar la tinta. Con el cortaplumas (scalprum, cultellus o artavus) se hacían las in-cisiones y cortes en el cálamo. Las plumas (penna) se emplearon tam-bién para escribir con tinta aunque su difusión es mucho más tardía (s. IV d. C.). A partir de cierto momen-to, los términos calamus y penna se confunden.

Sobre el proceso para la fabrica-ción de la tinta (tincta, atramentum, encaustum), nos dan noticia tanto Pli-nio el Viejo (“Historia Natural”), como Vitrubio (“De Architectura”): obtenido el negro de humo de la combustión de resina, sarmientos, teas de pino o heces de vino, se mezcla en agua una parte con tres de goma. La mezcla

resultante se dejaba solidificar y para su uso había que diluirla en agua.

La tinta podía borrarse facilmente con agua y una esponja (spongia de-letilis) que también se empleaba para la limpieza de los utensilios. El tintero era denominado atramentarium. Para corregir o borrar sobre pergamino se empleaba un raspador (rasorium o novacula).

Otros utensilios son el compás (circinus o punctorium) y la regla que servían para marcar el espacio de es-critura, las columnas y las líneas de pauta. La piedra pómez (pumex) ser-vía para alisar los bordes y junturas del papiro.

Los estuches para guardar y transportar los cálamos y el resto de utensilios de escritura (calamarium) estaban fabricados generalmente de cuero aunque también los había de lujo con cuero teñido de púrpura, materiales nobles y objetos de joye-ría.

Las armas del escriba

Tintero de cerámica del siglo II. Museo Arqueológico de Ammán.

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estos elementos podían ser de made-ra, hueso, marfil o incluso metales preciosos. Así, la expresión pervenire ad umbilicos se empleaba para acabar la lectura de un libro, es decir, llegar hasta el umbilicus. Del rollo colgaba una etiqueta identificativa, el titulus o index, que solía ser de pergamino: Ci-cerón, en una carta a su amigo Ático (Att. IV, 4,1) le solicita que le envíe un par de sus empleados de su biblio-teca y le pide «que traigan un poco de pergamino para las etiquetas».

El lector lo desenrollaba con la mano derecha mientras iba enrollan-dolo con la izquierda, y el texto iba pa-sando ante sus ojos como una pelícu-la. La expresión latina volvere librum cuyo significado es “leer un libro” em-plea el verbo desenrollar (volvere).

El título de la obra acostumbraba a escribirse al final de rollo por una ra-zón bien simple: una vez terminada la

lectura, el volumen quedaba enrollado a la izquierda y es comprensible la pe-reza que suponía “rebobinar” de nue-vo, por lo cual la mayoría de libros se encontraban al final. El autor acostum-braba a escribir el título también en la primera línea del texto, de manera que estuviese enrollado como estuviese, el lector siempre podía leer el título en primer lugar e identificar la obra.

El origen de las páginasLos rollos se guardaban y transpor-taban en unas cajas cilíndricas (scri-nia o capsae), de madera o cuero, a menudo con un cierre de seguridad y con dos asas para su transporte por el capsarius, el esclavo destinado a tal fin. Estas cajas también servían para agrupar todos los rollos de los que constaba una obra.

Se escribía solo por una de las ca-ras del papiro, la que presentaba las

fibras del papiro de manera horizon-tal, denominada rectus en latín. Ra-ramente se escribía por la cara pos-terior (con las fibras verticales), el versus. Esto sólo sucedía en casos de reutilización del papiro, una vez el documento había perdido valor, para tomar notas, apuntes, borradores o para copiar alguna obra aquellos lec-tores con menos recursos.

Las columnas, el equivalente a nuestras páginas, se denominaban paginae; estas no coincidían con las hojas de papiro que conformaban en el volumen sino que en cada una po-dían caber varias paginae. No supo-nía problema alguno que coincidiera una pagina en medio de una juntu-ra, pues, como ya hemos visto, la unión era casi imperceptible y, como montaba la hoja izquierda sobre la derecha, el cálamo no tropezaba al escribir.

Las plantas del faraónEn la Antigüedad la planta del papiro (cyperus papyrus) crecía en todo Egip-to, tanto en las tierras pantanosas del delta como en las aguas estancadas tras la inundación del Nilo. En menor medida, tenemos noticia también de su cultivo en algunas zonas de Orien-te Medio y, posteriormente, en Sicilia. Hoy en día, crece de forma natural en Sudán y Etiopía. Su denominación latina proviene de la palabra egipcia papuro, “lo del faraón”, pues su explo-tación constituía un monopolio real.

Teofrasto, en su “Historia de las Plantas” (4.8,3), indica que crece en lugares inundados con una profundi-dad entre uno y dos metros y puede alcanzar una altura de cuatro a cin-co metros. Su tallo tiene una sección triangular y un grosor de unos diez a quince centímetros. Es Plinio el Viejo (“Historia Natural”, 13.78.2) quien nos ha legado la explicación clásica de la fabricación del papiro en su época: del interior del tallo se extraían unas fi-bras lo más largas y delgadas posible, de una anchura como de un dedo y

que estaban provistas de manera na-tural de una sustancia pegajosa.

Las tiras extraídas se colocaban paralelas verticalmente en una plan-cha de madera y se humedecían con agua del Nilo. Sobre estas, una segun-da capa, esta vez horizontales perpen-dicularmente a las primeras. Tras ser golpeadas y prensadas, se dejaban secar al sol. Finalmente, se pulía con piedra pómez (pumex) o con pulidores de marfil o concha. Para proteger el papiro de la humedad y del ataque de las polillas y otros insectos, solía dár-sele una capa final de aceite de cedro que, sabemos por Ovidio (“Tristes”, III.1.13), le confería un color amari-llento y brillante.

Las hojas resultantes eran deno-minadas en griego χαρτης (chartes), pasando al latín como charta. El co-merciante de papiro en blanco era denominado así χαρτόπωλης (charto-pola). El comercio de papiro en épo-ca tardorepublicana y altoimperial llega a niveles impensables debido a la altísima demanda, tenemos atesti-

guados unos grandes almacenes en Roma (horreae chartariae) y talleres (officinae) donde se confeccionaba el papiro con la materia prima importada en bruto.

Sabemos por Plinio (XIII. 74) las diversas calidades de chartae comer-cializadas: las de mejor calidad y ma-yor tamaño eran las augusta, livia, hieratica y claudia; las variedades sai-tica, taeneotica y amphitheatrica (fa-bricadas junto al anfiteatro de Alejan-dría) las más baratas y finalmente, la clase denominada emporitica que no servía para escribir sino para que los comerciantes —de ahí su nombre— envolvieran sus productos.

los soportes del saberlos soportes del saber

Foto: Cilla Nolli

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Una alternativa animal

Las paginae quedaban perfec-tamente justificadas a la izquierda, aunque no así por la derecha, por el deseo de no cortar las palabras. En ocasiones, cuando, a pesar del inten-to del escriba de alargar o estrechar las últimas letras, quedaba una línea más corta, podía justificarse rellenan-do el hueco con una raya horizontal. El número de líneas por columna no es uniforme y varia en relación al ta-maño del papiro y el ancho de letra, por eso una copia de la misma obra puede variar en longitud dependien-do del ancho del papiro y del tamaño de letra del escriba.

La escritura también podía ir acompañada y completada por ilus-traciones. No solo se ilustraban los tratados científicos o de geografía (como por ejemplo, el famoso papi-ro de Artemidoro) sino también las obras literarias, de las que existen

algunos ejemplos en códices tardíos. Sabemos por noticia de varios auto-res que era usual encontrar un retrato del autor al principio del texto.

El negocio editorialTenemos testimonio de varios perso-najes dedicados a la edición de libros, el más famoso de los cuales es Ático, el amigo de Cicerón; pero también los hermanos Sosio, editores de Ho-racio, o Triphon, editor de Marcial y Quintiliano. Hay una diferencia entre un editor como podría ser Ático, un rico y culto personaje que se dedica-ba a publicar obras literarias, y un li-brarius, el propietario de una librería (o el liberto o esclavo que la regenta en su nombre) y que edita y vende las obras a cambio del pago de cierta cantidad al autor.

La presentación del libro se hacía en las denominadas recitaciones, lec-

turas en público de la obra presenta-da por parte del autor o de un lector profesional. Podían hacerse en luga-res públicos como las bibliotecas, en las salas destinadas al uso en las ter-mas, o en lugares privados como la propia casa del autor, su editor o su mecenas como sería el caso del fa-moso Auditorio de Mecenas. Incluso algunos autores sufragaban su propia obra, y repartían las copias entre sus amistades.

No estaba protegida la propiedad intelectual, de manera que una vez publicada pasaba a dominio público y podía ser reproducida por cual-quiera. Contra el plagio no había leyes concretas, aunque este estaba mal visto y encontramos muchos testimonios de autores como Mar-cial que se quejan de la apropiación de sus obras por parte de otros. En cuanto a la remuneración económi-

El pergamino se obtenía de pieles de animales a las que se sometía a un tratamiento para obtener hojas finas y delgadas ideales para conte-ner escritura. Su introducción como materia escritoria la extraemos, de nuevo, del relato de Plinio el Viejo (“Historia Natural”, XIII, 21, 70): la razón, según Plinio, fueron los ce-los de Ptolomeo V Epifanes, rey de Egipto, ante la posibilidad de que la biblioteca que Eumenes II de Pérga-mo había creado pudiera superar en importancia a la de Alejandría.

La solución del soberano egipcio fue prohibir la exportación de papi-ro que era monopolio real a lo que el rey atálida contestó sustituyén-dolo por pieles de animales. El uso del pergamino está constado en Asia desde mucho antes (Heródoto V.58), lo que no exime la posibilidad de que en un centro de producción intelec-tual como Pérgamo se incrementara su uso y se mejorara la calidad, y que esto hiciera que se le diera el nombre de la ciudad a este tipo de material.

El hecho es que el pergami-no ofrecía varias ventajas res-pecto al papiro: la materia pri-ma de elaboración no requería de un lugar concreto de cultivo, era mucho más abundante, más duradero y más aprovechable, pues se podía escribir por am-bas caras. El término empleado en latín para referirse al perga-mino es membrana, membrana pergamena o pergamenum. La terminología medieval nos infor-ma del tipo de pieles empleadas: caprina, ovina y la de excepcional calidad, la virginia, procedente de los corderos lechales.

En el proceso de fabricación se maceraban las pieles animales en sal durante un periodo de tres días, después se eliminaban los restos de pelo, carne y grasa y se les daba un baño en cal; entonces se tendían al sol en un bastidor para secarlas, se trataban con piedra pómez para alisarlas y finalmente se trataban con greda.

Con el pergamino como soporte de escritura se confeccionaron rollos como los de papiro pero el formato más usual será el codex, pliegos de páginas de pergamino, el anteceden-te de nuestro libro actual. El nombre latino deriva de la palabra caudex –madera, tablilla- y hace referencia a los pliegos de tabulae de madera de los cuales copia la forma.

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Foto: Kaspar Manz

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ca, la mayoría de autores no es-cribían como medio de vida, ya que se trataba, en gran parte, de autores de clase alta que escri-bían con miras solo a la admira-ción de los círculos cultos. Aun así, autores de recursos econó-micos más limitados buscaban la protección de algún mecenas, incluso el propio emperador, dedicándole la obra. De todos modos, no está exenta alguna compensación económica por parte de algunos editores sobre la venta de las obras, aunque fuera imposible cuantificar tanto las ediciones clandestinas como las co-pias privadas: así se queja Marcial que, si bien tiene constancia de que sus libros se leen en todo el mundo, no así su bolsa (Marcial, XI, 3).

Para hacerse con la copia de un libro podía recurrirse a una libre-ría (taberna libraria) donde podían comprarse los libros ya copiados en stock en las estanterías (normal-mente los clásicos, las novedades o los de más demanda) o encargar una copia; en tal caso, el librarius buscaba el libro en alguna biblio-teca y lo hacía copiar. La copia se hacía en talleres donde un equipo de escribientes, casi siempre esclavos, reproducían el libro normalmente al dictado a fin de hacer el mayor nú-mero de copias posible.

El sistema podía implicar inco-rrecciones en el texto por lo cual los talleres de mejor calidad incluían la figura del corrector (anagnostes), cosa que tampoco garantizaba la exactitud de la copia. No faltan en las fuentes múltiples quejas de auto-res y lectores ante las constantes fal-tas e incorrecciones. También podían hacer la copia los particulares para sí mismos de una biblioteca o prestado de algún amigo; Cicerón (Att. II, 20, 6) escribe a su amigo Ático: «he re-cibido el libro […], cuando lo haya-mos copiado te lo devolveré».

En el Edicto de Precios de Dio-cleciano tenemos fijado el precio que debían cobrar estos copistas por cada cien líneas, 25 denarios por la letra op-tima y 20 por la sequens. En la etique-ta, junto al título, solía indicarse el nú-

mero de líneas de que constaba la obra para garantizar que estaba completa.

El comercioLos vendedores de libros eran denomi-nados librarii (Cicerón, “Las leyes”, III.20) o bibliopolae (Marcial, IV. 71). Este último, según dejan en-trever las fuentes, sería únicamente vendedor de libros mientras que un librarius, como hemos visto, implica también el papel de editor. También encontramos una cierta diferencia-ción entre las tabernae librariae, las que vendían tan solo libros en stock, o las que contaban con un taller de copistas para reproducir los títulos solicitados. Quintiliano, a su vez, nos da noticia de la existencia de lo que nosotros conocemos como “librerías de viejo” .

Las librerías se concentraban en Roma en el Argileto (Marcial I.4), en los pórticos de Foro de La Paz y en el Vicus Sandaliarius (Gell. XVIII, 4). Marcial (I. 117) nos ha legado una viva descripción de una de esas tiendas:

«Lo que buscas, podrás en-contrarlo más cerca. / Sin duda sueles pasar por el Argiletum: / frente al Foro de César hay una librería / con sus puertas llenas por todos lados de carteles, / para que rápidamente puedas leer a todos los poetas. / Búsca-me allí. No necesitas preguntar por Atrecto / (este es el nombre del dueño de la librería): / De la primera o segunda estantería te dará / pulido con piedra pómez y adornado con púrpura / un Marcial por cinco denarios».

En la puerta había colgados, tal como nos ilustra Marcial, unos carteles con los nombres de los autores y las obras vendidas en la librería. El precio de un libro radi-caba en el lujo del material y, sobre todo, en la corrección de la copia. En el caso de los libros antiguos, el hecho de haber pertenecido a algún personaje con fama de culto era garante de la calidad de la copia y podía alcanzar precios exorbitan-tes. Existía también una demanda de libros de lujo cuyo valor residía en el material (umbilicus de oro o

plata, teñido de púrpura…). La adquisición de libros como ele-

mento meramente de ostentación so-cial es criticado constantemente en las fuentes, evocando bibliotecas privadas

valiosísimas de las cuales sus propieta-rios nunca habían ojeado ni los títulos (ver texto de la página siguiente).

El comercio del libro alcanzó en todo el Imperio cotas impensables. En todas las ciudades de provincias había librerías que recibían copias de las novedades editoriales de su co-rresponsal en Roma o bien adquirían las obras para copiarlas.

Junto al libro, el mercado editorial manejó otros productos, entre los que sobresale el codex, que podía ser de pa-piro o de pergamino. Su existencia está atestiguada ya en época de Augusto. También Marcial nos habla poco des-pués del codex, aunque presentándolo como una novedad. Su uso permanece residual y relegado a pequeños manua-les de viaje llamados pugilares —que cabían en la mano (o en el pliegue de la toga)— y libritos de regalo.

«Este breve libritote costará, si lo compras, cuatro sestercios.¿Es demasiado cuatro? Podría costarte dos,y aún el librero Trifonte ganaría dinero».

Marcial, XIII, 3.

Los precios

«Pero para que no ignores dóndeme puedes encontrar y no vayas a laaventura por toda la Ciudad, yo teharé de guía para que lo aciertes.Pregunta por Secundo […] detrás del atrio del Templo de la Paz.»

Marcial, I.2.

Dónde ir de compras

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47 INVIERNO·2009

También existieron una serie de hí-bridos entre el rollo de papiro y el códi-ce de pergamino: el rollo de pergamino y el códice de papiro. Todos estos pro-ductos conviven, como mínimo, desde principios del Imperio, si bien el forma-to estrella indiscutible para las obras li-terarias del Alto Imperio es el volumen de papiro. Con todo, hacia el siglo IV d. C., comienza a declinar el uso del papiro en favor del pergamino, muy probablemente relacionado con la falta de materia prima o su encarecimiento, debido a la contracción de los mercados y a la situación política.

La crisis del papiroSe han esgrimido muchas razones téc-nicas y prácticas para explicar la susti-tución del rollo de papiro por el códice de pergamino, como la dificultad de encontrar una referencia concreta en el texto, el rápido acceso al contenido por la posibilidad de hojear el códice o la numeración de las páginas. Pero la principal ventaja sobre el papiro fue su capacidad, derivada del hecho de poder escribir el pergamino por ambas caras. En una cita de Marcial (XIV, 192) este se maravilla de que «los quince libros que Ovidio escribió de poesías se en-cuentran en este grueso códice de ho-jas muy finas».

También se argumenta la incomodi-dad de sujetar el rollo con ambas manos

para leerlo, cosa que imposibilitaría hacer otras cosas como copiarlo o tomar notas, aunque esto se po-dría explicar porque el volu-men está concebido para ser leído sobre el regazo mien-tras el códice requeriría de una mesa. En este sentido, es necesario recordar que las copias se harían al dic-tado y que era muy usual hacerse leer el libro por un esclavo (como Plinio mien-tras tomaba notas).

Otra ventaja adicional del códice era que este estaba protegido por las tapas de madera mientras que los rollos se amontona-ban en los estantes de las bibliotecas expuestos a rasgaduras y desgastes salvo que se cubrieran con una funda. En los estantes de las bibliotecas se podían ordenar cómodamente los có-dices mientras que, para coger un vo-lumen concreto que estuviera debajo del montón de rollos habría que sacar los de encima. De la misma manera, para la localización de las obras en las bibliotecas, en el códice aparecía el título en el lomo mientras que la eti-queta del volumen podía extraviarse o caerse.

El precio no parece un factor tan determinante, ya que si bien es cierto que el papiro era caro, el libro no de-

jaba de ser también un objeto de lujo. Baste recordar que, pese a ser el per-gamino una materia prima que no re-quería su importación, la confección de un solo códice necesitaba gran cantidad de cabezas de ganado.

Pese a las aparentes ventajas del co-dex, el pergamino tardó en imponerse al volumen. La elección no se acabará to-mando por criterios prácticos, sino por razones culturales y religiosas: el códice acaba siendo identificado con el cristia-nismo y el volumen, con el paganismo. Cristianismo y codex van de la mano aunque, paradójicamente, la salvaguar-da de la Antigüedad clásica se realizará a través del códice medieval. ◙

• PARKINSON, R. y QUIRKE, S. (1995): Papyrus. Londres.

• NÚÑEZ CONTRERAS, L. (1994): Manual de Paleografía. Funda-mentos de la escritura latina hasta el siglo VIII. Madrid.

• WINSBURY, R. (2009): The roman book. Londres.

PARA SABER MÁS:

«¡Qué incontables libros y bibliotecas de las que el dueño apenas ha ojeado los índices en toda su vida! […] Tal como muchas veces entre gente ignoran-te, incluso los libros para aprender a leer no son instrumento de estudio sino adorno de los comedores. […] ¿Qué razón hay para perdonar a un hombre que va tras conseguir estanterías de cedro o de marfil, que busca obras completas de autores desconocidos o malos, que bosteza entre tantos miles de libros, que gusta, sobre todo, de los lomos y de los títulos de sus volúme-nes. La prueba es que verás en casa de los hombres más indolentes todos los discursos y las obras de historia, armarios de libros que alcanzan hasta el techo; incluso ya junto a los baños y las termas, la biblioteca también se pule como un ornamento necesario de la casa. Lo perdonaría de corazón si se equivocara por su excesiva entrega al estudio; ahora bien, estas obras de autores consagrados tan buscados, clasificadas utilizando los bustos de cada uno de ellos, se preparan para decorar y adornar las paredes».

Séneca, Tranq. IX, 4-7.

Las bibliotecas “decorativas”

Fresco pompeyano que muestra a un hombre con un rollo de papiro a medio leer. El titulus identifica una obra de Homero. Museo Arqueológico de Nápoles.

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Por Roberto Pastrana.

A lo largo de 2009, la asociación His-pania Romana ha realizado diversos eventos de recreacionismo militar. En general, se trata de marchas en las que se comprueba sobre el terreno la eficacia y durabilidad de elementos de la equi-pación legionaria, reconstruidos a partir de evidencias arqueológicas. Así, se or-ganizaron marchas en diversos puntos de España, con la participación de una veintena de asociados en total.

Entre los ejercicios de entrenamiento destaca el realizado a principios de oc-tubre en Ibiza, planteado también como un foro de intercambio de ideas entre di-versas asociaciones recreacionistas de la Antigüedad: Hispania Romana, Athenea Prómakhos (Grecia clásica) y Grupo At-tio (pueblos prerromanos). Las jornadas

fueron auspiciadas por la recién creada Asociación Iboshim, centrada en la pre-sencia púnica en el archipiélago balear.

El programa de actividades de las jornadas recreacionistas comprendía el entrenamiento de maniobras como el cambio de formación, en el que las tropas ligeras encargadas de realizar es-caramuzas (velites y honderos) se reple-gaban tras la infantería pesada para apo-yar una carga. Los ejercicios también englobaron el lanzamiento de jabalinas contra fardos de paja y el perfecciona-miento en el uso de la honda. En este sentido, los participantes en el evento contaron con la ayuda y consejos de José Saliner, experto lanzador federado, que regaló una docena de hondas arte-sanas como las que usaron los reputa-dos honderos baleares mencionados en las fuentes clásicas.

La batalla, en vivoRECREACIÓN

Los éxitos de las legiones romanas han causado tra-dicionalmente gran asom-bro. Desde la perspectiva actual, acostumbrada a la abundancia y las comodi-dades, las proezas resultan aún más llamativas. La curiosidad por la forma de vivir y luchar de aquellos hombres inspira las inicia-tivas de Hispania Romana para sumergirse en el am-biente en el que las fuerzas de Roma se expandieron por todo el Mediterráneo.

MUNDOMILITAR

Un campo de entrenamiento para los nuevos soldadosLas jornadas de reconstrucción his-tórica celebradas en Ibiza durante el 10 y 11 de octubre contaron con la participación de 29 personas, de las que 19 provenían de fuera de la isla. Los asistentes estrenaron unas ins-talaciones realizadas expresamente para el evento, en las que pudieron entrenarse, poner en práctica lo en-sayado y reponer fuerzas.

Por un lado, el campamento cons-taba en el lado oeste de una empa-lizada con un pasillo de ronda en el que se apostaban los defensores. La elección de materiales constructi-vos siguió criterios utilitarios. Carlos

Martínez, organizador del evento, explica que la cerca es «un decorado trasportable, aunque utilizable para combates». Desde el exterior, la em-palizada se levanta sobre un zócalo que semeja piedra. Sobre él, unos postes equidistantes sostienen un parapeto de mimbre que cubre a los defensores. Para completar el efecto disuasorio, en vez de cavar el foso preceptivo en todo campamento ro-mano, la cerca se situó en la ribera de un río. Por último, se instaló una pequeña torre defensiva de unos cinco metros de alto, que reforzaba la acción de los soldados apostados

en el pasillo de ronda y servía de atalaya de vigilancia.

En la parte sur del campamento, dos tiendas grandes y un toldo hacían de zona de descanso y avituallamien-to para los participantes. La vertiente del este quedó cerrada por las dos tiendas de campaña del grupo Legio VIIII donde quedaron las pertenen-cias y ropas modernas de los asisten-tes. Detrás de las tiendas de la Legio se encontraba un campo de entre-namiento donde estaban dispuestos fardos de paja para entrenarse en el lanzamiento de jabalinas, lanzas pe-sadas (pila), cargas, etc.

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La treintena de participantes en las jornadas pudieron emplear las lecciones aprendidas en los entrenamientos en el asalto de una posición fortificada, creada al efecto (ver recuadro de la página ante-rior). Una partida ibero-púnica cayó so-bre un puesto defendido por los legiona-rios, recordando una de las centenares de escaramuzas anónimas que jalonaron los enfrentamientos entre Cartago y Roma.

La larga marcha. La experimentación militar en HR no se limita a las tácticas de lucha. El evento re-creacionista de más tradición, el campa-mento que se celebra cada año en tierras sorianas, realizó entre otras actividades, una marcha de 20 kilómetros. Los par-ticipantes, equipados como legionarios romanos, indagaron en las dificultades de una caminata de largo recorrido, car-gados con una impedimenta que supera ampliamente los 20 kilos.

La principal fuente de problemas del destacamento en marcha fue el calzado. Las populares botas militares (caligae) provocaron molestias como dolores musculares en las piernas —por la fal-ta de costumbre de calzado totalmente plano—, ampollas y rozaduras. El uso de udones, gruesos calcetines de gan-chillo, parece una de las soluciones más indicadas. Patxi Marzo, participante en la marcha, también recomienda adaptar las caligae a los pies y la forma de pisar de cada uno, algo en lo que otros com-

pañeros de fatigas coincidieron. La marcha que se desarrolló des-

de uno de los campamentos romanos de Garray hasta el yacimiento de Nu-mancia mostró a los participantes la mejor forma de disponer el peso del equipo. Aparte de colgarse a la espal-da el escudo —ladeado ligeramente para evitar roces en los gemelos—, David Sandoval comprobó la utilidad del pañuelo que protege la garganta (focale), ya que «la correa de la que pende en bandolera el escudo tiene tendencia a irse hacia el cuello».

Para motivar a los legionarios que realizaron la marcha, los orga-

nizadores de la actividad dividieron a los legionarios en dos grupos que compitieron en busca de méritos, tan-to colectivos como individuales. Por ejemplo, tras llegar a Numancia, los legionarios realizaron una carga a la carrera. El primero en llegar, Patxi Marzo, recibió una corona muralis simbólica, la condecoración que re-cibía en la Antigua Roma el primer soldado en encaramarse a la muralla enemiga.

Pese a la dureza de la experiencia, los asistentes se mostraron entusias-mados por repetir. «¡Quiero más! Ojalá esta iniciativa se perpetúe para que mi hijo pueda disfrutar conmigo de este castra», concluye Patxi Marzo. ◙

El reto físico de los sitiadores de Numancia

Arriba, los púnicos se preparan para asaltar un puesto romano. A la derecha, los legionarios forman ante sus tiendas, antes de marchar sobre Numancia.

En 153 a. C. los celtíberos acanto-nados en Numancia resistieron la acometida de las legiones de Quinto Fulvio Nobilior. Las emboscadas y la fracasada batalla a las puertas de la ciudad, en la que hasta los elefantes huyeron, mermaron las legiones en más de un tercio. Según Apiano, aún morirían más soldados romanos du-rante el invierno debido a la escasez de provisiones, las frecuentes neva-das y el frío.

La Asociación Hispania Roma-na recuerda aquel episodio en el campamento que realiza cada año. Aunque organizado en verano, los

participantes experimentan la dure-za de la vida legionaria en campaña. En esta edición, los organizadores, Francisco G. Valadés y Francisco Bascuas, planificaron un programa de actividades «para proteger el carácter recreacionista del evento, evitando al máximo el empleo de cualquier objeto, prenda de abrigo o alimento que no se correspondiese con la época», explican.

Con objeto de mantener el rigor y la disciplina en el desarrollo de las actividades se otorgó autoridad plena al centurión, que tomaba decisiones sobre los méritos a la vez que man-

tenía poder sancionador. El programa se realizó en un marco de incertidum-bre: ningún legionario sabía lo que iba a ocurrir, tal y como ocurre en un contexto de campaña militar. Estas actividades tuvieron un marcado ca-rácter de reto físico.

El planteamiento fue asumido por los participantes sin que se produ-jese conflicto alguno, a pesar de su nivel de exigencia. Para los organiza-dores, «gracias al esfuerzo de todos se ha logrado fortalecer y cargar de contenido el castra, una de las activi-dades internas más demandadas por los asociados».

Foto: Carlos Martínez

Foto: Patxi Marzo

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NOTICIASHR

03/10/2009.- Un mineral llamado lapis specularis, que hacía las veces de vidrio para ventanas, sostuvo du-rante siglos la economía de la ciudad de Segobriga (Saelices, Cuenca). Los negocios de extracción posibili-taron la construcción de una opulen-ta ciudad romana que llegó a contar con circo y anfiteatro. Tras siglos de silencio, los graderíos del anfiteatro volvieron a animarse con gritos de ánimo para los gladiadores que con-tendían en la arena.

Coincidiendo con la jornada anual de puertas abiertas del yacimiento conquense, la Asociación Hispania Romana mostró de forma práctica los frutos del trabajo de investiga-ción sobre la gladiatura, dirigidos

por Salvador Pacheco. Dos gladia-dores, equipados con las armas ha-bituales del secutor y el samnita. Observados por el público asistente, ambos contendientes se acometieron con ímpetu en varios asaltos, resul-tando vencedor el samnita.

Los combates gladiatorios fueron el colofón espectacular de unas jor-nadas de alto contenido divulgativo. Centenares de personas disfrutaron de visitas guiadas que les mostra-ron los avances de la investigación arqueológica en Segobriga. Por su parte, Hispania Romana acudió con una comitiva formada por un desta-camento legionario y un matrimonio de alta posición, escoltado por dos lictores.

Cierre del ejercicio 200928/11/2009.- El muncipio burgalés de Covarrubias acogió por segundo año la Asamblea General Ordinaria de Hispania Romana, en la que se hizo balance del 2009 y se definieron las líneas de actuación para el año próximo. La Junta Directiva que co-ordinará los esfuerzos estará compuesta, como en 2009, por Arantxa Monteagudo (presidenta), José Gabriel Puche (tesore-ro) y David Sierra (secretario). A su lado, como vocales que dinamizarán la actividad en sus respectivas demarcaciones, estarán Javier Rodríguez —para el noroeste pe-ninsular—, Juan José Reifs —en el sur—, Javier García —en la zona de Levante— y Fernando Marquerie, que repite en su puesto de vocal de la zona centro.

La Junta Directiva animó a los socios a participar en los proyectos en marcha, entre los que sobresalen el estudio y recreación de las prácticas gladiatorias, los ritos ma-trimoniales y el protocolo y organización de un banquete (convivium).

En el capítulo de actividades organiza-

das por terceros, la presidenta informó de que se están manteniendo conversaciones con diversas instituciones y organismos que podrían fructificar en los próximos meses en eventos de gran relevancia que se vendrían a sumar al “currículum” de His-pania Romana. La principal traba a estos planes radica en el severo recorte que han sufrido las partidas culturales en las diver-sas administraciones a causa de la situación económica. A este respecto, la Asamblea

de la Asociación aprobó unos presupuestos austeros que contemplan para el próximo año una cuota reducida para las personas desempleadas. El objetivo de esta decisión es facilitar la participación de los interesa-dos, independientemente de su situación laboral, y afianzar la base asociativa, que un año más continuó ampliándose. En con-creto, durante el 2009 el censo de Hispania Romana creció un 20%, hasta llegar a los 90 asociados.

Gladiador del tipo tracio.

Sangre y arena en el anfiteatro de SegóbrigaFo

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El complejo rito del banquete, desde los platos hasta la ubica-ción de los invitados, está transformándose en un guión divul-gativo a exponer en futuros eventos.

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51 seccionjulio·2007

10/05/2009.- La Asociación Cultu-ral Arraona Romana, con el soporte del Ayuntamiento de Sabadell, organizó en mayo las Renovatio Arragonis, unas jor-nadas de reconstrucción histórica que se desarrollaron en el Parque de la Salud de esta ciudad. El motivo principal de la organización del evento era proceder a la divulgación de los trabajos que sobre pa-trimonio e investigación romana se están iniciando en la antigua Arraona romana.

La Asociación Hispania Romana, a través de la Legio VIIII Hispana, acu-dió como invitada especial al encuentro, al que también asistieron la Asociación Athenea Promakhos; Armillium, que or-ganizó diversos talleres infantiles; Silicer-nia, con una muestra de comida romana; y la escritora Olalla García. La autora de “El Jardín de Hipatia” ofreció una con-ferencia sobre la filósofa y científica Hi-patia de Alejandria. El Ayuntamiento de Sabadell ofreció una recepción oficial a los asistentes de las jornadas, durante el que entregó presentes honoríficos a las asociaciones participantes.

Hispania Romana recreó la cons-trucción de la Vía Augusta. Las obras contaron con la presencia de un senador romano, cuya figura permitió mostrar los rituales matutinos de las clases pudientes de la antigua Roma. Tras recibir a sus clientes (salutatio), el senador y su séqui-to se desplazaron a un campamento mi-litar instalado en las inmediaciones de la vía en construcción. Guiado por el centu-

rión a cargo del destacamento, el senador pasó revista a los legionarios allí acampa-dos. En el transcurso de esta visita, uno de los legionarios sufrió un accidente que obligó a practicar una trepanación.

Finalizada esta, el legado y sus acom-pañantes se desplazaron hasta la obras en curso, donde el agrimensor mostró sus conocimientos científicos y técnicos mientras un grupo de esclavos efectuaban las obras de la vía romana. De regreso al campamento, los legionarios romanos realizaron diversos ejercicios, en los cua-les participaron activamente los chicos y chicas del lugar. El publico asistente dis-frutó con las exhibiciones de HR, en unas jornadas que, a buen seguro, se volverán a celebrar el próximo año.

La Nona supervisa la construcción de la Vía Augusta

Desafío a los elementos

Charlas en el aula

19/05/2009.- Cerca de un cen-tenar de estudiantes del Colegio Nuestra Señora del Pilar, en Madrid, disfrutaron de una charla sobre la civilización romana, impartida por dos socios de HR. La conferencia comenzó con un apartado dedicado a la vida civil. La segunda parte ver-só sobre el ejército romano, mos-trando a los asistentes el equipo y la panoplia de los legionarios.

En otra charla, desarrollada en el Instituto Ciudad de Jaén, también en Madrid, estudiantes de diversos cursos se aproximaron a la civiliza-ción romana desde el punto de vista de la vestimenta y las modas que lucían los distintos grupos sociales, pudiendo ellos mismos vestirse con los ropajes objeto de la charla.

Aniversario milenario21/04/2009.- Una nutrida repre-santación de HR participó en los ac-tos organizados en Roma para la ce-lebración de la fundación de Roma que, de creer a las leyendas, tendría ya 2.762 años. Con este motivo, cer-ca de medio centenar de asociados se desplazaron a la Urbs. Aparte de las visitas a los monumentos más destacados de la ciudad, los socios participaron en el desfile oficial, a la sombra del Coliseo.

22/02/2009.- Las inclemencias del tiempo no arredraron a los legionarios del contubernio norte de la asociación, que resistieron a pie firme bajas tempe-raturas y nevadas en su programa de sa-lidas a lo largo de 2009. Equipados con el equipo e impedimenta de los solda-dos de tiempo de Augusto, los asocia-dos han efectuado marchas recreacio-nistas que compatibilizaron con visitas culturales a los yacimientos de Peña Ulaña (Burgos), las Médulas (León) y Juliobriga (Cantabria).

Si quieres ver más fotos de los eventos citados en esta sección puedes asomarte a la sección “Galería” de nuestra página en Internet.

También puedes acceder a los vídeos grabados en el transcurso de nuestras actividades en el canal que la Asociación tiene en Youtube:

y más...

http://hispaniaromana.es/

El centurión y el senador, acompañado de su secretario, visitan el campamento.

Foto

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http://es.youtube.com/user/HispaniaRomana

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BREVIARIUM

Alejandría, a principios del siglo V. Atanasio de Cirene se desplaza a la ciudad creada por Alejandro Magno para estudiar filosofia en la academia de Hi-patia. Procede de una provin-cia devastada por la guerra, en la que él mismo ha combatido como oficial. Durante su estan-cia será testigo de los enfren-tamientos entre el poder civil representado por el vicario Orestes y el eclesiástico, encarnado por el obispo Cirilo. A través de las expe-riencias del protagonista conoceremos la Alejandría de aquel momento y viviremos las persecuciones religio-sas, de las que el cristianismo emergerá como una re-ligión que, de haber sido perseguida, pasa a perseguir a sus rivales.

A través de las páginas de esta obra, a medio cami-no entre la novela y el ensayo, Alejandría se configura como la verdadera protagonista. El libro, el tercero que escribe esta historiadora especializada en la Antigüe-dad Tardía oriental, va ya por su segunda edición.

En el año 476 d. C.Rómulo Augus-to, el último emperador que go-bernó en Roma, fue depuesto, sin oposición, por el bárbaro Odoacro. Este hito marcó el final definitivo, e incluso silencioso, de cinco siglos de dominación imperial, pero sólo supuso el final anunciado de un lar-go proceso de decadencia que ha-bía empezado con Marco Aurelio, tres siglos antes, cuando Roma era aún la mayor superpotencia del mundo.

Adrian Goldsworthy —recurriendo a las fuentes origi-nales y a las últimas investigaciones arqueológicas— nos presenta un relato estremecedor de la caída del Imperio romano. Un largo proceso que duró trescientos años y que supuso el caos del siglo III, el cisma del IV o el colap-so final en el V. En estas páginas cobran vida personajes como Caracalla, Constantino,Teodosio, Alarico o Atila de la mano de uno de los más renombrados historiadores de la Antigüedad, que responde a algunas de las grandes preguntas de la historia universal: ¿Cómo desapareció la superpotencia romana? ¿Cómo murió Occidente?

LA CAÍDA DEL IMPERIO... /A. GoldsworthyLa esfera de los libros, 2009 - 624 págs.

punto de lectura

El tratado de Catón sobre la agri-cultura aborda la educación inte-gral del buen ciudadano. Para ello se describen los valores persona-les y sociales que conforman al “buen agricultor”, se reseñan las principales ceremonias religiosas que el propietario de la granja ha de cumplir si quiere contar con la tutela de los dioses, y se dan a conocer numerosas indicaciones agrarias. La obra cuenta con un estudio preliminar de Amelia Cas-tresana para cada una de las leges o instrucciones de contratación.

DE AGRI CULTURACatónTecnos, 2009 - 368 págs.

EL JARDÍN DE HIPATIA /Olalla GarcíaEspasa-Calpe, 2009 - 424 págs.

¿Annia Aurelia Galeria Lucilla

(150-182 d. C.)

Hija mayor del emperador Marco Aurelio y de Faustina la Menor. En el año 161 d. C., su padre la prometió a su colega en el po-

der y hermano de adopción, Lucio Vero, con quien contrajo matrimonio en Éfeso tres años más tarde,

momento en el que fue proclamada Augusta, título que la reconocía como emperatriz.

Enviudó pronto, en el año 169 d. C., y su padre la obligó entonces a casarse, en contra de su voluntad, con Tiberio Claudio Pompeyano. Mantuvo una actitud hostil frente al reinado de su hermano, el emperador Cómodo, conspiran-do contra él, pero fue descubierta y desterrada a la isla de Capri donde sería ejecutada.

Por Francisco Bascuas.

¿Quién era...

Foto: Andrew Bossi

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53 seccionjulio·2007

Emboscada en CeltiberiaPor El Kuko.

¡Ya estamos aquíííí!

Pero, ¿cómo? ¿Los ha-béis dejado escapar?

¡¡Si los teniais a güevo!!

Fijaos cómo nos mira todavía. ¡¡¡Si el que

estaba aquí era él!!!

Necesitamos un jefe con más cojo .

¡Traidor!

¡Inútil!

Y menos vendido a

los romanos

.

Litenno tenía que ir donde los druidas por el juicio de la herencia.

Ditalcón, Minuro y Audax, otra vez enfermos.

Cauceno y Edecón tienen boda.

Cerdubelo, funeral.

Los hermanos Megaravico tenían que acompañar a su madre al cha-mán...

Los de Cea están de festival.

Caro, Ambón y Leucón han dicho que vayamos em-pezando sin ellos.

Y ayer, las vísperas, ya me entiende...

Aquí están esos malditos. Ahora caeremos sobre ellos y los aplas-taremos como cucarachas.

¡Adelante, muchachos!

Esteee... Jefe...

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PROPUESTAS

El museo arqueológico municipal de Cartagena expone hasta enero “Re-tratos de Roma”, una exposición de esculturas originales de personajes públicos y privados de la Hispania Romana procedentes del Museo Ar-queológico Nacional. La muestra permite apreciar la importancia del retrato como elemento esencial de la cultura romana, tanto para mostrar la imagen del poder, como para trans-mitir el modo de vida y costumbres de ciertas cases adineradas.

La muestra está estructurada en tres grandes capítulos: “Monarcas y filósofos” marca el punto de partida del género en el mundo griego, sobre todo por la importancia que supone que surja el retrato fisonómico. La segunda de las partes de la muestra

está dedicada a la “Historia Augusta” y presenta los retratos de emperado-res y miembros de distintas familias imperiales. En este periodo aparece la primera industria de la imagen política. Por último, “Cives Roma-ni” muestra la doble vertiente del retra-to privado: como modo de honrar a los benefactores de una ciudad y como me-moria de las familias ilus-tres.

Retratos de Roma /Museo Arqueológico de CartagenaC/ Santiago Ramón y Cajal, 45 - Tel: 968 539 027

Hasta el 10 de enero puede visi-tarse la exposición “Reflejos de Apolo. Deporte y Arqueología en el Mediterráneo Antiguo”, que recoge 122 obras de la antigüe-dad clásica griega y romana, re-lacionadas con los aspectos más relevantes del deporte.

La muestra se divide en di-versos capítulos que conforman el discurso expositivo: el espíritu de la competición, el mundo del gimnasio y la palestra, las gran-des competiciones en Grecia y en Iberia y los juegos romanos. Mención especial ofrecen los mosaicos romanos que represen-tan aurigas vencedores.

Reflejos de Apolo... Museo de ZaragozaPza. de los Sitios, 6 Tel.: 976 222 181

Los objetos de oro y plata fueron siempre entendidos como materiales prestigiosos que, en el seno de las so-ciedades que los crearon, estuvieron al alcance de muy pocos. Las joyas han sido símbolo de privilegio, de respeto y poder, en cualquier cultu-ra. En las vitrinas de esta exposición veremos piezas de todas las que tu-

vieron carta de identidad en nuestro suelo: la orfebrería prehistórica, la de origen orientalizante; piezas fenicias y púnicas, ibéricas, vacceas y castre-ñas, para finalizar con piezas pertene-cientes ya a la dominación romana.

Los relatos de la Antigüedad es-tán llenos de referencias a maravi-llosos tesoros que han espoleado la

imaginación de todos los que se han acercado a su estudio y han sido, en buena medida, uno de los primeros acicates de la arqueología y uno de los principales objetivos en la crea-ción de los museos.

Estas colecciones han salido del Museo Arqueológico en raras ocasio-nes y, desde luego, nunca en su conjun-to. Ahora, en el contexto de esta expo-sición itinerante, podrán verse en otros escenarios, mostrándose a través de un discurso más amplio. La muestra está en Cáceres hasta el 10 de febrero.

Oro y plata, lujo y distinción en la Antigüedad hispana Museo de CáceresPlaza de las Veletas 1 - Tel.: 927 24 72 34

Hasta el 14 de febrero se puede visi-tar en Mérida una exposición com-puesta por 29 piezas, que completan la visión de conjunto que ofrece la exposición permanente del Museo

Nacional de Arte Romano. Asimis-mo, se quiere dar a conocer la histo-ria del coleccionismo en España, el inicio de las excavaciones y la gesta-ción de los primeros museos arqueo-

lógicos. La exposición cuenta con esculturas, retratos, lápidas funera-rias y orfebrería. Entre todas ellas sobresale una representación de Ascanio, hijo de Eneas, y parte de un grupo en el que se representaba a este huyendo de Troya. También es posible admirar, rematando la mues-tra un espectacular vaso de ágata con la representación de un sátiro.

Piezas emeritenses del Museo Arqueológico NacionalMuseo Nacional de Arte Romano (Mérida)C/ José Ramón Mélida, s/n. - Tel.: 924 311 690

Estatua sedente de Livia.

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55 INVIERNO·2009

VIDEOJUEGOS

Por Alejandro Carneiro.

Paradox es una empresa sueca señera en el mundo de la estrategia por orde-nador. Equivale a juegos bien docu-mentados, gráficos correctos aunque algo justitos, manejo nada difícil pero con muchas variantes a considerar, inteligencia artificial superior a la de un macaco y jugabilidad ilimitada.

Realmente Paradox no ha innovado nada, solo ha llevado al mundo de los ordenadores las reglas de los antiguos juegos de estrategia histórica sobre un tablero, pero actualizándolos con todas las ventajas que puede aportar la informática: animación, música, sonidos ambientales, tableros más grandes y con diversas capas, nume-rosos oponentes, juego sin turnos en tiempo real, múltiples fichas a mane-jar, diversas misiones a escoger...

En este caso, “Vae Victis” es un enorme y grandioso escenario don-de debemos pelear por engrandecer o simplemente conservar la repúbli-ca, monarquía o tribu bárbara que escojamos. No será lo mismo dirigir Cartago, controlando las intrigas en-tre distintas facciones de su Senado y buscando siempre el equilibrio de po-deres, que dirigir una monarquía he-lenística, donde lo principal será con-trolar a los miembros de tu corte y las aspiraciones de tus parientes, nobles o generales más prominentes, que

pueden conseguir la fidelidad de sus ejércitos y montar una guerra civil. En una tribu bárbara te limitarás a que los diferentes jefes de clan no te destro-cen la tribu con sus deseos y envidias. Así que deberás ser sabio repartiendo cargos y comandancias o metiendo en prisión, mandando al exilio o ejecu-tando a los rivales de tu corona o gen-te peligrosa para la estabilidad de tu república. Desde tu catador personal al general de tus ejércitos todos t i e n e n

sus deseos y características propias. Todos actuarán según los premies o castigues.

Si no bastara con los problemas in-ternos, que no dejan de ser un asun-to secundario, deberás ocuparte de la política exterior con otros reinos, tribus y repúblicas, haciendo alian-zas, acuerdos comerciales, guerras de conquista, ofreciendo tributos y demandándolos según tus intereses, buscando siempre que tu estabilidad

interna y tu reputación no se vean mermadas.

¿Complicado? Puede parecerlo, pero la interfaz de manejo es realmente sencilla y la adicción está garantizada para cualquier aficionado a la época: ¿Y si hacemos que Craso sea dictador vitalicio? ¿Y si aprobamos todas las leyes de los Gracos? ¿Y si a Aníbal le damos un cargo secundario en Carta-go, pese a su gran habilidad marcial?

¿Y si convertimos al Ponto en una superpotencia antes de que llegue Roma? Se puede intentar seguir la historia o cambiarla por completo. Las posibili-dades son infinitas, aun-que nunca cayendo en el surrealismo Olvídate de hacer a los cántabros los dueños del mundo, no podrán. Pero sí con-trolar media península en tiempos de César si sabes jugar como un maestro.

También admite par-tidas de varios jugadores online,

donde podemos desafiar a jugadores humanos a una lucha por dominar el Mediterráneo.

Así es “Vae Victis”, la expansión definitiva que se juega de forma in-dependiente del alabado “Europa Universalis: Rome”, el juego —si-mulador histórico, comeuñas geopo-lítico o como quieras llamarlo— con más datos y personajes sobre la época tardorrepublicana que ha salido hasta la fecha. Un típico juego Paradox. El juego de tablero ideal en tu pantalla. Absténgase apresurados o gente con poco tiempo: Las partidas pueden du-rar semanas. Pero es que Roma no se hizo en un día. ◙

VAE VICTIS

Sistema: Windows Vista/XP/2000.Procesador: Pentium o similar a 1,9 GHz.Memoria 512 MB de RAM.Tarjeta gráfica compatible con Direct X 9.0c con al menos 128 MB de VRAM y soporte para pixelshader 2.0.

¡Pobres de los vencidos!

La victoria no depende solo de batir a los enemigos externos, sino de tratar adecuadamente a tus cortesanos.

Page 56: Segunda Guerra Púnica

Por David P. Sandoval.

“La caída del Imperio Romano” es el título más sonoro de cuantos hay al men-cionar “una de romanos”. Reverbera con fuerza, atrayendo sobre nosotros con-ceptos como decadencia, gloria, pasión, bárbaros, luchas… Posee todas esas ideas y más.

La película de Anthony Mann y Samuel Bronston se encuadra en la época de las grandes superproduccio-nes que veían cómo la televisión se iba comiendo el terreno, y habla con-cretamente de los hechos entre el final del reinado de Marco Aurelio y el de Cómodo (siglo II d. C.)

Formatos gigantescos, miles de extras, decorados suntuosos, colores muy vivos… Condensa multitud de reflexiones, de percepciones de una antigüedad olvidada. En algunos mo-mentos es incluso pesada.

Trufada de pasajes de Marco Aurelio, verdadero protagonista de la primera

hora de película, recoge en los diálogos los pensamientos de una época desapa-recida, concretando el deseo de estabili-dad, de permanencia de la Pax Romana, del derecho a la ciudadanía como valor más alto de Roma, pero también introdu-ce muchas de las tesis de Gibbon.

Estamos ante dos películas en una, e incluso tres. La primera es la visión épica del productor, Bronston, quien mandó construir en Madrid la fortaleza de Vindobona, en donde Marco Aurelio morirá. También reflejó la grandiosidad de Roma en unos decorados verosími-les que darán un aspecto de majestad, abigarramiento y cierta realidad gracias a los inteligentes barridos de la cámara durante la pompa triunfal de Cómodo. Esos decorados, alternados con interio-res muy fieles, de estilos pompeyanos, más genuinos que los exteriores, logra-rán crear la atmósfera necesaria para que los espectadores puedan sentir que una ventana al pasado se ha abierto.

Pero si Bronston busca el espectácu-lo total (como en la primera secuencia donde llegan los reyes, príncipes, pro-cónsules y demás tributarios de Roma a rendir pleitesía a Marco Aurelio) An-thony Mann quiere también una fiel re-construcción, que ayude a la historia. Un filósofo griego amigo de Marco Aurelio, Timónides (magnífico James Mason) las fasces y los lictores, estandartes con águi-

las, con los numerales de ciertas legiones (donde se puede ver la Décima, favorita de César…) la propia arquitectura de la frontera, sólida, rectangular, de grandes piedras, o la magnífica caracterización de Alec Guinness como Marco Aurelio, sacada de un relieve del siglo II d. C.

Por último, podemos ver una tercera película, la de la relación amorosa entre Stephen Boyd y Sophia Loren, que re-sulta insulsa, vacía e innecesaria. De las tres películas, la primera, la de Bronston, merece la pena por la suntuosidad. Es el último espectáculo de inspiración ho-llywoodiense antes de “Gladiator”.

Por su parte, la segunda película, la de Anthony Mann, está repleta de pequeñas reflexiones, las “Meditaciones” de Mar-co Aurelio. También podemos localizar las tesis de Gibbon, como el anuncio de Adrianópolis en el asentamiento de los bárbaros germanos en tierras baldías romanas; o la necesidad de enfrentarse a los persas antes que sucumbir en esté-riles guerras civiles, como sucedería un siglo después. Asimsimo, esta segun-da película está sazonada de anécdotas históricas como la venta del Imperio al mejor postor tras la muerte de Cómodo, que harán las delicias del interesado en Historia y permitirán, con permiso de las nuevas tecnologías, disfrutar de espec-táculos hechos artesanalmente, con un valor ahora ya incalculable… ◙

El fin de una épocaLA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO

The Fall of the Roman Empire (1964)Director: Anthony MannProductor: Samuel BronstonActores: Sophia Loren, Stephen Boyd, Alec Guinness, James Mason, Christopher Plummer.

Clíopresenta...

La cinemateca de