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SANTA TERESA DE JESÚS Y SAN JOSÉ DE NAZARET
(AÑO JOSEFINO 2020-2021)
El Santo Padre Francisco con motivo del 150 aniversario de la declaración de
San José como Patrono de la Iglesia Universal escribe la Carta Apostólica
“Patris Corde” [Con corazón de padre]. Esta proclamación la hizo el Papa Pio
IX, ahora beato, el 8 de diciembre de 1870.
El Papa destaca la figura de San José en estos tiempos de pandemia junto a
las personas que hoy entregan la vida en distintos ámbitos en forma anónima
desde los sanitarios, las familias, los ancianos que infunde valor y esperanza
hasta los que oran por el bien de todos. En San José pueden encontrar el
servidor presente y discreto, humilde, un intercesor. Describe la figura de S.
José en siete apartados:
1.- Padre amado;
2.- Padre en la ternura;
3.- Padre en la obediencia;
4.- Padre en la acogida;
5.- Padre en la valentía creativa;
6.- Padre trabajador;
7.- Padre en la sombra.
Es el primer apartado “Padre amado” (PC 1)1, donde el Santo Padre,
menciona explícitamente a S. Teresa de Ávila como devota de S. José:
“Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre ellos Teresa de
Ávila, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho
a él y recibiendo todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia,
1 PC será la manera de citar este documento pontificio, con el número correspondiente.
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la santa persuadía a otros para que le fueran
devotos” (Vida 6,6-8). Es muy singular encontrar en
los escritos de S. Teresa, la figura de San José
padre nutricio de Jesucristo, esposo castísimo de
María de Nazaret, como el principal santo de su
devoción.
Dios quiso poner en el camino de Teresa la
protección de S. José en momentos importantes de
su vida e itinerario espiritual.
Lecturas y devoción.
La afición por la lectura de Teresa (V 7,2), es por todos conocida, de ahí
sabemos, que el Santo lo conoció desde su infancia. La lectura del Flos
Sanctorun en casa (V 1,4), y otras lecturas cuando iniciaba su formación
carmelitana como novicia en el Carmelo de la Encarnación le hablaron de él
(V 5,8; 9,8). La Orden Carmelitana le rendía culto propio desde hacía tiempo.
El Papa recuerda como en los Devocionarios siempre hay una oración
dedicada a S. José: “En todos los libros de oraciones se encuentra alguna
oración a san José. Invocaciones particulares que le son dirigidas todos los
miércoles y especialmente durante todo el mes de marzo, tradicionalmente
dedicado a él” (PC 1). Ahí bebió Teresa el amor a S. José.
En la vida de los Santos la figura del padre de familia es una puerta que lleva
a Dios como Padre. En el caso de Teresa, la figura de San José, la conoció
en ese rol de padre de Jesús, lo que después veía reflejada en Don Alonso,
su padre.
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Era mi padre.
Teresa nos dejó un retrato moral de su padre: “Era mi padre hombre de
mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y aun con los
criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los
había gran piedad, y estando una vez en casa una de un su hermano, la
regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir
de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar. Muy
honesto en gran manera.” (V 1,2).
Era tan demasiado el amor que me tenía
El amor de padre e hija era mutuo. Don Alonso quería a Teresa por encima
de todos sus doce hijos. “Éramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos
parecieron a sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo,
aunque era la más querida de mi padre.” (v 1,4). Cuando adolescente
comenzó con devaneos y vanidades, su padre no intuía el peligro a que se
exponía la hija: “Era tan demasiado el amor que mi padre me tenía y la
mucha disimulación mía, que no había creer tanto mal de mí, y así no quedó
en desgracia conmigo” (V 2,7).
La puesta a prueba del amor entre padre hacia su hija fue cuando le confeso
su deseo de ingresar de monja carmelita: “Era tanto lo que me quería, que en
ninguna manera lo pude acabar con él, ni bastaron ruegos de personas que
procuré le hablasen. Lo más que se pudo acabar con él fue que después de
sus días haría lo que quisiese. Yo ya me temía a mí y a mi flaqueza no
tornase atrás, y así no me pareció me convenía esto, y lo procuré por otra
vía, como ahora diré.” (V 3,7). Si bien el padre no cambió de opinión, la hija
se fugó a las carmelitas del monasterio de la Encarnación, como buen
cristiano aceptó lo acontecido y trató a su hija como una consagrada a Dios.
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Un Santo en el camino.
Había ido a Beceda en busca de salud para sus males y la curandera la dejó
peor. De regreso a Ávila le viene un paroxismo fue llevada a la casa paterna
y el día de la Asunción de 1539 (V 5,9), casi la dan por muerta. Estuvo ocho
meses tullida en la enfermería del monasterio de La Encarnación y casi tres
años duró la mejoría, desde mediados de 1540 hasta abril de 1542 (V 6,2).
En la expresión “Id a José” (Gn.41,55), enseña el Papa Francisco, se
fundamenta la confianza del pueblo de Dios en la poderosa intercesión de S.
José (PC 1). Así lo comprendió S. Teresa: “Pues como me vi tan tullida y en
tan poca edad y cuál me habían parado los médicos de la tierra, determiné
acudir a los del cielo para que me sanasen” (V 6,5).
Teresa nos da su testimonio del resultado de sus oraciones al Santo. “Y tomé
por abogado y señor al glorioso San José y me encomendé mucho a él. Vi
claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida
de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir.
No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de
hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por
medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así
de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia
para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que
socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le
fue sujeto en la tierra que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le
podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide. Esto han visto otras
algunas personas, a quien yo decía se encomendasen a él, también por
experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo, experimentando
esta verdad.” (V 6,6). Si José presenta las preces a su Hijo, de parte de sus
devotos, es porque José lo amo como padre tierno.
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Se trata de la ternura de Dios de la que habla el Papa Francisco, en la vida
de José, respecto a Jesús: lo vio crecer en sabiduría, estatura y gracia ante
los ojos de Dios y los hombres (Lc.2,52). “Como hizo el Señor con Israel, así
él “le enseñó a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre
que alza a un niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de
comer” (cf. Os. 11,3-4). Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un
padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo
temen» (Sal. 103,13). En la sinagoga, durante la oración de los Salmos, José
ciertamente habrá oído el eco de que el Dios de Israel es un Dios de ternura
[11], que es bueno para todos y «su ternura alcanza a todas las criaturas»
(Sal. 145,9).” (PC 2).
Una vez convertida en Teresa de Jesús, monja carmelita, D. Alonso hizo de
enfermero cuando la hija sufrió de mala salud. Procuró su salud, a pesar de
que estuvo a las puertas de la muerte. Ella que se confesaba con frecuencia,
en esa situación, el padre le prohibió hacerlo, para que no se intranquilizase
más de lo que estaba (V 5,9). Como su estado empeoró la dieron por muerta,
por haberse quedado inmovilizada. Fue el padre quien impidió que la
enterraran viva. Sanó gracias a la intercesión de S. José (V 6, 5-8).
La Santa recomienda a quien quiera experimentar a S. José como intercesor:
“Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la
gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he
conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios,
que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran
manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años
que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va
algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío. Si fuera persona
que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy
por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso Santo a mí y a otras
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personas; mas por no hacer más de lo que me mandaron, en muchas cosas
seré corta más de lo que quisiera, en otras más larga que era menester; en
fin, como quien en todo lo bueno tiene poca discreción. Sólo pido por amor de
Dios que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien
que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción” (V 6,7-8).
Si Jesús accede u obedece a José, como lo entiende S. Teresa, es porque
en la tierra, le enseño a su Hijo la obediencia a la voluntad del Padre. El Papa
lo explica así: “José, en su papel de cabeza de familia, enseñó a Jesús a ser
sumiso a sus padres, según el mandamiento de Dios (cf. Ex. 20,12). En la
vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la
voluntad del Padre. Dicha voluntad se transformó en su alimento diario (cf.
Jn. 4,34). Incluso en el momento más difícil de su vida, que fue en
Getsemaní, prefirió hacer la voluntad del Padre y no la suya propia (Mt.26,39;
Mc.14,36; Lc.22,42) y se hizo «obediente hasta la muerte […] de cruz» (Flp.
2,8). Por ello, el autor de la Carta a los Hebreos, concluye que Jesús,
«aprendió sufriendo a obedecer» (5,8). Todos estos acontecimientos
muestran que José «ha sido llamado por Dios para servir directamente a la
persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de
este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la
redención y es verdaderamente “ministro de la salvación”» (RC 8)” (PC 3).
El milagro del Santo, no solo le devolvió la salud al cuerpo de Teresa, sino
que fue una verdadera inyección de fortaleza interior para orar.
Procuré tuviese oración.
Recuperada la salud, Teresa retomó su vida religiosa al monto había dos
amores que la movían desde dentro: el amor a su padre y oración como
apostolado e el ambiente monacal y fuera de ella. Tratar con Dios y esa
experiencia la comenzó con su padre: “Como quería tanto a mi padre, le
deseaba con el bien que yo me parecía tenía con tener oración que me
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parecía que en esta vida no podía ser mayor que tener oración, y así por
rodeos, como pude, comencé a procurar con él la tuviese. Dile libros para
este propósito. Como era tan virtuoso como he dicho, se asentó tan bien en
él este ejercicio, que en cinco o seis años (24) me parece sería estaba tan
adelante, que yo alababa mucho al Señor, y me daba grandísimo consuelo.
Eran grandísimos los trabajos que tuvo de muchas maneras. Todos los
pasaba con grandísima conformidad. Iba muchas veces a verme, que se
consolaba en tratar cosas de Dios.” (V7,10).
Constatamos que el primer hijo espiritual y discípulo de Teresa es su propio
padre. Corresponder a su amor fue introducirlo en la intimidad con Dios, con
lo cual Teresa estaba inaugurando su escuela de oración para laicos. Dos
Alonso avanzó en la oración, con tan buena maestra, que hizo de su padre
un orante aventajado. Sin embargo, la maestra había dejado lo que
enseñaba, la práctica de la oración. La razón, seguir caminos y criterios
equivocados, como abandonar la Humanidad de Cristo, y por un falso
concepto de humildad, mientras su padre alcazaba altos grados de oración.
Honrada la hija para con su padre, le confió su crisis y contradicción:
“Ya después que yo andaba tan distraída y sin tener oración, como veía
pensaba que era la que solía, no lo pude sufrir sin desengañarle; porque
estuve un año y más sin tener oración, pareciéndome más humildad. Y ésta,
como después diré fue la mayor tentación que tuve, que por ella me iba a
acabar de perder; que con la oración un día ofendía a Dios, y tornaba otros a
recogerme y apartarme más de la ocasión. Como el bendito hombre venía
con esto, se me hacía recio verle tan engañado en que pensase trataba con
Dios como solía, y le dije que ya yo no tenía oración, aunque no la causa. Le
puse mis enfermedades por inconveniente… [.] Y mi padre me creyó que era
ésta la causa, como él no decía mentira y ya, conforme a lo que yo trataba
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con él, no la había yo de decir. [.] Mas él, con la opinión que tenía de mí y el
amor que me tenía, todo me lo creyó; antes me hubo lástima” (V 7, 11-12-13).
Es la misma Teresa que nos confiesa que mientras ella permanecía en su
crisis, su padre había alcanzado un alto grado de intimidad con Dios. Por lo
mismo, estaba más tiempo con Dios y sacaba más gusto, que ir a visitar a su
hija al monasterio. “Mas como él estaba ya en tan subido estado, no estaba
después tanto conmigo, sino como me había visto, se iba, que decía era
tiempo perdido” (V 7,13).
Causa gozo y alegría contemplar a la futura Doctora de la Iglesia, tener como
primer discípulo a su padre en el camino de la perfección e introducido en la
intimidad con Dios. Amor de padre correspondido de una tal hija que tanto
amó a su padre de procurarle el ingreso cierto en la vida eterna. Si Teresa
fue hija de Don Alonso y Doña Beatriz, por la gracia del matrimonio, éste fue
fu su hijo espiritual por gracia mística.
En el apartado de la acogida (PC 4) el Papa Francisco destaca como
debemos aprender a acoger la vida como se presenta, a veces sin
comprender lo que se nos viene. La reacción más inmediata en es la
decepción y la rebelión, en cambio, José deja sus razonamientos y asume la
voluntad del Padre y se reconcilia con su propia historia. Sin reconciliación
personal no se avanza, porque prisioneros de nuestros propios deseos y las
consiguientes decepciones, señala el Pontífice (PC 4). La Santa
precisamente antes de caer enferma, en plena juventud, había leído Los
Morales de S. Gregorio, comentario al libro de Job, traía muy en el
pensamiento: “Pues recibimos los bienes de la mano del Señor, ¿por qué no
sufriremos los males?” (V 5,8), había aprendido a recibir la enfermedad como
parte de su vida interior.
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“La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía
que acoge. Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos
también intuir una historia más grande, un significado más profundo. Parecen
hacerse eco las ardientes palabras de Job que, ante la invitación de su
esposa a rebelarse contra todo el mal que le sucedía, respondió: «Si
aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?» (Jb. 2,10).
José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista
valiente y fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra
vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor
puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio
incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la
existencia. La venida de Jesús en medio de nosotros es un regalo del Padre,
para que cada uno pueda reconciliarse con la carne de su propia historia,
aunque no la comprenda del todo.” (PC 4).
Teresa lo propone a S. José como maestro de oración.
“En especial, personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que
no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que
tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que
les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome
este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino. Plega al Señor no
haya yo errado en atreverme a hablar en él; porque aunque publico serle
devota, en los servicios y en imitarle siempre he faltado. Pues él hizo como
quien es en hacer de manera que pudiese levantarme y andar y no estar
tullida; y yo como quien soy, en usar mal de esta merced.” (V 6,8).
Luego Teresa nos narra la crisis de su vida de oración que culmina con su
famosa conversión que tuvo como protagonistas a las Confesiones de S.
Agustín y el encuentro con el Cristo llagado (V 9,8). Años más tarde atribuirá
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esa gracia a la intercesión de la Santísima Virgen y a San José: “Entendí que
tenía mucha obligación de servir a nuestra Señora y a S. José; porque
muchas veces, yendo perdida del todo, por sus ruegos me tornaba Dios a dar
salud” (R.30; cfr. V 1,7). La oración se convierte en obras, todo hito en la
espiritualidad de Teresa y lo comenzó con su padre.
Fuíle yo a curar.
Teresa correspondió al amor de su padre, cuidándole, como él había hecho
tiempo atrás, cuando y anciano se enfermó y murió. Teresa abandonó el
monasterio y le cuidó en su casa.
“En este tiempo dio a mi padre la enfermedad de que murió, que duró
algunos días. Fuile yo a curar, estando más enferma en el alma que él en el
cuerpo, en muchas vanidades, aunque no de manera que a cuanto entendía
estuviese en pecado mortal en todo este tiempo más perdido que digo;
porque entendiéndolo yo, en ninguna manera lo estuviera. Pasé harto trabajo
en su enfermedad. Creo le serví algo de los que él había pasado en las mías.
Con estar yo harto mala, me esforzaba, y con que en faltarme él me faltaba
todo el bien y regalo, porque en un ser me le hacía, tuve tan gran ánimo para
no le mostrar pena y estar hasta que murió como si ninguna cosa sintiera,
pareciéndome se arrancaba mi alma cuando veía acabar su vida, porque le
quería mucho. Fue cosa para alabar al Señor la muerte que murió y la gana
que tenía de morirse, los consejos que nos daba después de haber recibido
la Extremaunción, el encargarnos le encomendásemos a Dios y le
pidiésemos misericordia para él y que siempre le sirviésemos, que
mirásemos se acababa todo. Y con lágrimas nos decía la pena grande que
tenía de no haberle él servido, que quisiera ser un fraile, digo, haber sido de
los más estrechos que hubiera” (V 7,14-15).
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La Santa dice que su padre intuía que no habría de vivir, mientras los
médicos le decían que iba a sanar. Lo único que le importaba en esas
circunstancias era estar en paz con Dios en su alma. Su consuelo era la
Pasión de Cristo para llevar su dolor de espaldas sin mostrar dolor. Teresa lo
narra así: “Estuvo tres días muy falto el sentido. El día que murió se le tornó
el Señor tan entero, que nos espantábamos, y le tuvo hasta que, a la mitad
del Credo, diciéndole él mismo, expiró. Quedó como un ángel. Así me
parecía a mí lo era él a manera de decir en alma y disposición, que la tenía
muy buena.” (V 7,16). Este testimonio nos habla de una hija que contempla a
su padre como un siervo de Dios, que en boca de una futura santa lo
contempla ya en la gloria del cielo.
Espíritu de fundadora.
En la plenitud de su vida, Teresa, crecida en las cosas de oración y
recogimiento, recibe el carisma de Fundadora de una nueva familia del
Carmelo, de parte del Espíritu Santo. Siendo la Humanidad de Cristo el
centro de su vida de oración, es el propio Jesús quien la conmina a fundar el
primer monasterio reformado bajo la advocación de S. José. “Habiendo un
día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo procurase con todas mis
fuerzas, haciéndome grandes promesas de que no se dejaría de hacer el
monasterio, y que se serviría mucho en él, y que se llamase San José, y que
a la una puerta nos guardaría él y nuestra Señora la otra, y que Cristo
andaría con nosotras, y que sería una estrella que diese de sí gran
resplandor, y que, aunque las religiones estaban relajadas, que no pensase
se servía poco en ellas; que qué sería del mundo si no fuese por los
religiosos; que dijese a mi confesor esto que me mandaba, y que le rogaba El
que no fuese contra ello ni me lo estorbase.” (V 32,11).
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La obediencia para Teresa, no sólo era un voto que tenía que cumplir como
religiosa carmelita, era la voluntad de Dios la que quería fuera su guía. Su sí
al Señor comenzó el día de su conversión, renovado en cada una de las
intervenciones de Dios. Ella veía su flaqueza, ser mujer ruin, pero se fiaba de
Dios como San José. “En cada circunstancia de su vida, José supo
pronunciar su “fiat”, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní”
(PC 3).
Durante su vida fundacional y mística Teresa recibe una gracia de Cristo
Jesús, una investidura del todo singular de su padre nutricio S. José y de la
S. Virgen María, en la fiesta de su Asunción. “Vínome un arrobamiento tan
grande, que cas me sacó de sí. Sentéme, y aun paréceme que no pude ver
alzar ni oír misa, que después quedé con escrúpulo de esto. Parecióme,
estando así, que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al
principio no veía quién me la vestía. Después vi a nuestra Señora hacia el
lado derecho y a mi padre San José al izquierdo, que me vestían aquella
ropa. Dióseme a entender que estaba ya limpia de mis pecados. Acabada de
vestir, y yo con grandísimo deleite y gloria, luego me pareció asirme de las
manos nuestra Señora: díjome que la daba mucho contento en servir al
glorioso San José, que creyese que lo que pretendía del monasterio se haría
y en él se serviría mucho el Señor y ellos dos; que no temiese habría quiebra
en esto jamás, aunque la obediencia que daba no fuese a mi gusto, porque
ellos nos guardarían, y que ya su Hijo nos había prometido andar con
nosotras; que para señal que sería esto verdad me daba aquella joya.
Parecíame haberme echado al cuello un collar de oro muy hermoso, asida
una cruz a él de mucho valor. Este oro y piedras es tan diferente de lo de
acá, que no tiene comparación; porque es su hermosura muy diferente de lo
que podemos acá imaginar, que no alcanza el entendimiento a entender de
qué era la ropa ni cómo imaginar el blanco que el Señor quiere que se
represente, que parece todo lo de acá como un dibujo de tizne, a manera de
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decir. Era grandísima la hermosura que vi en nuestra Señora, aunque por
figuras no determiné ninguna particular, sino toda junta la hechura del rostro,
vestida de blanco con grandísimo resplandor, no que deslumbra, sino suave.
Al glorioso San José no vi tan claro, aunque bien vi que estaba allí, como las
visiones que he dicho que no se ven. Parecíame nuestra Señora muy niña.”
(V 33,14).
En la espiritualidad teresiana, contamos con la presencia de S. José en la
experiencia cristológica, por una parte, la presencia de la Virgen en su
experiencia mariología, todo ello hace revivir el misterio de la Encarnación.
Cada monasterio que funde será otra Nazaret, un servicio a la Sagrada
Familia, pero concretamente a S. José, y dicha comunidad contaría con la
protección de ambos esposos (V 32,11.14).
Como padre de la casa de Belén y Nazaret, S. José vela por sus nuevas
responsabilidades, dadas por Teresa, como que nunca le faltó dinero para los
negocios que significaban sus fundaciones (V 33,12). A todas ellas llevaba
una imagen de bulto de S. José, otras veces del Niño Jesús. Ella le
encomendaba una de las puertas al San José, la otra a la Virgen, lo hará
titular de casi todas sus fundaciones. Teresa le dará un honor todavía mayor,
al considerarlo fundador de esta nueva familia del Carmelo.
Señala el Papa Francisco: “Por su papel en la historia de la salvación, san
José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano, como lo
demuestra el hecho de que se le han dedicado numerosas iglesias en todo el
mundo; que muchos institutos religiosos, hermandades y grupos eclesiales se
inspiran en su espiritualidad y llevan su nombre; y que desde hace siglos se
celebran en su honor diversas representaciones sagradas” (PC 1).
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En el apartado acerca del Padre trabajador, mucho tiene que enseñarnos
también S. Teresa (CP 6). S. Teresa cuando asume su rol de fundadora,
asumió los enormes trabajos que significada levantar un monasterio, como es
el caso de Malagón (F 9), cuyos planos revisó la santa y que hubo de
hacerse desde los cimientos. Los pleitos para conseguir las licencias en los
obispados, obispos que no querían más monasterios, por el costo económico
que significaba para los fieles, los dineros para construir, cuando provenían
de familias pudientes, fundaciones que ponían sus condiciones. Monasterios
con renta, en lugares pobres y apartados y sin renta, como Malagón, en
ciudades ricas, Toledo, Sevilla con buenas comunicaciones y finalmente
formar la comunidad. El libro Fundaciones, que escribió Teresa deja huella de
los muchos trabajos que significó la gestación de una nueva familia religiosa
dentro del Carmelo. Actualizando el tema del trabajo el Papa Francisco nos
enseña: “San José era un carpintero que trabajaba honestamente para
asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad
y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo. [.]
La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios
mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. La crisis
de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social, cultural y espiritual,
puede representar para todos un llamado a redescubrir el significado, la
importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva
“normalidad” en la que nadie quede excluido. La obra de san José nos
recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida
de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en
los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a
revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que
encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna
persona, ninguna familia sin trabajo!” (PC 6).
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Apóstol del culto a S. José.
S. Teresa con su oración y devoción a San José, fue poco a poco, teniendo
certezas, muy en sintonía con la liturgia y el dato bíblico.
Lo primero será considerar a San José como Padre y servidor de Jesús y
María. “Quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la
tierra que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar, así
en el cielo hace cuanto le pide.” (V 6,6).
En el apartado sobre la valentía creativa (PC 5), el Papa señala que surge
cuando hay que enfrentar dificultades. Es ahí cuando aparecen recursos con
los que no contábamos. Define a S. José como el milagro de Dios, buena
noticia desde una valentía creativa. Se amplía así el concepto de milagro.
“Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por
qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de
eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de
los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con
el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la
valentía creadora de este hombre, que cuando llegó a Belén y no encontró un
lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló
hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios
que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7). Ante el peligro inminente de Herodes, que
quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un sueño para
protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mt 2,13-14).
De una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de
que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la
“buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la
arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre
encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida
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parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio
nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición
de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que
sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la
confianza en la Providencia. Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no
significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que
podemos planear, inventar, encontrar.” (PC 5).
La Santa solo a S. José le reserva el título de Patriarca: “Sólo pido por amor
de Dios que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran
bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción.” (V
6,8).
Excelente intercesor en la Iglesia de Dios y educador de toda virtud. “Querría
yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran
experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido
persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la
vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las
almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en
su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la
petición, él la endereza para más bien mío.” (V 6,7).
Ella lo considera Maestro de oración. “Quien no hallare maestro que le
enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el
camino” (V 6,8).
La Santa nos ha dejado una definición de oración que nos da un perfil de la
figura de S. José: “Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino
tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien
sabemos nos ama.” (V 8,5).
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Como buen hebreo, José es hombre que ora varias veces al día, asistía a la
sinagoga, recitaba el salterio y cada año asistía al templo de Jerusalén para
cumplir con el calendario litúrgico. Si aplicamos la definición de Teresa a San
José y a su familia podemos preguntarnos:
¿Con quién trató José de Nazaret? Con María, su esposa y con su Hijo
Jesús. El amor de esposos, se dispuso a servir al Hijo de Dios.
Trató a solas, muchas veces con María. Como padres, trataron la realidad de
Jesús, su misterio en su Encarnación, su nacimiento en Belén, el peligro de
sus vidas en el exilio de Egipto, el futuro de Jesús en Nazaret, confiando todo
a Dios Padre, por medio de la oración.
Muchas veces, como familia, lo acordado o los imprevistos se asumieron con
un amor confiado, se tejían esos sentimientos, proyectos y esperanzas en
una oración depositada en las manos de Dios.
Con Quién sabían los amaba. El Padre de los Cielos los convocó a José y
María para ser reflejo de la comunión trinitaria y modelo de las futuras
familias cristianas. Al Hijo lo amaba el Padre desde la eternidad; José y María
convocados a ingresar en la historia de la salvación a amar a este Hijo que el
Padre les confió. Amados José y María, como esposos y padres por Dios
como fuente de toda paternidad y maternidad que ellos debían ejercer con su
Primogénito (cfr. Lc 2,7; Is.63, 16). La respuesta de amor al proyecto salvífico
del Padre fue la oración diaria, en los momentos de gozo y dolor. Todo lo que
el Hijo nos enseñó respecto a la relación con Dios, lo aprendió de sus padres,
pero en especial de S. José, cuyo deber era iniciar al hijo, en el camino de la
fe y oración. Escribe el Papa: “El Evangelio no da ninguna información sobre
el tiempo en que María, José y el Niño permanecieron en Egipto. Sin
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embargo, lo que es cierto es que habrán tenido necesidad de comer, de
encontrar una casa, un trabajo. No hace falta mucha imaginación para llenar
el silencio del Evangelio a este respecto. La Sagrada Familia tuvo que
afrontar problemas concretos como todas las demás familias, como muchos
de nuestros hermanos y hermanas migrantes que incluso hoy arriesgan sus
vidas forzados por las adversidades y el hambre. A este respecto, creo que
san José sea realmente un santo patrono especial para todos aquellos que
tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la
miseria. Al final de cada relato en el que José es el protagonista, el Evangelio
señala que él se levantó, tomó al Niño y a su madre e hizo lo que Dios le
había mandado (cf. Mt 1,24; 2,14.21). De hecho, Jesús y María, su madre,
son el tesoro más preciado de nuestra fe. En el plan de salvación no se
puede separar al Hijo de la Madre, de aquella que «avanzó en la
peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con su Hijo hasta la
cruz» (LG 58).” (PC 5).
Si Teresa considera a S. José fundador del nuevo Carmelo (BMC 16,476), es
porque cada comunidad de frailes, monjas y laicos está llamada a reflejar el
silencio, la oración, el trabajo y la oración de S. José para ingresar en el
Reino de Dios y en la Iglesia su puerta de ingreso asumir la misión
carismática de enseñar el camino de la oración al pueblo que busca saciar su
sed en el manantial inagotable de la contemplación del Rostro de Dios.
Si el Carmelo que Teresa soñó cumple con su misión deberá tener muy
presente a San José y a María para protegerlos, ya que representan al
prójimo necesitado: “Debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo
con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente
confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia.
El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran
debilidad. Necesita de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado.
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Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que
encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre
velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar de ser
el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de
Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se
manifiesta la maternidad de María (CIC 963-970]. José, a la vez que continúa
protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros
también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre.
Este Niño es el que dirá: «Les aseguro que siempre que ustedes lo hicieron
con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron» (Mt.
25,40). Así, cada persona necesitada, cada pobre, cada persona que sufre,
cada moribundo, cada extranjero, cada prisionero, cada enfermo son “el
Niño” que José sigue custodiando. Por eso se invoca a san José como
protector de los indigentes, los necesitados, los exiliados, los afligidos, los
pobres, los moribundos. Y es por lo mismo que la Iglesia no puede dejar de
amar a los más pequeños, porque Jesús ha puesto en ellos su preferencia,
se identifica personalmente con ellos. De José debemos aprender el mismo
cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su madre; amar los sacramentos
y la caridad; amar a la Iglesia y a los pobres. En cada una de estas
realidades está siempre el Niño y su madre.” (PC 5).
Sus padres en la gloria del cielo.
Si Teresa de Jesús honró a sus padres Don Alonso de Cepeda y Doña
Beatriz, ellos en el cielo habrán comprendido la hija insigne que tuvieron la
Santa castellana más querida de la Iglesia de Dios. Cristianos honestos y
padres ejemplares, con defectos como todo ser humano, lo que hizo Teresa
fue comprenderlos y perdonarlos. Si Don Alonso quería a Teresa casada y no
en el convento, por eso favoreció conociera jóvenes, sus primos dados a
vanidades. Doña Beatriz hizo que todos sus aprendieran a leer y escribir,
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incluidas sus hijas. La gran mayoría de la gente del pueblo era analfabeta en
siglo XVI español. Recordemos que la familia de Teresa era por parte
paterna, judeoconversos e hidalgos, es decir, pertenecientes a la nobleza de
la época. Esto hizo que Doña Beatriz favoreció la lectura de los libros de
caballería, novela rosa, de la época; la madre lo hacía para distraerse un
poco de los trabajos de criar diez hijos, y una forma de tener a esta familia en
casa evitándolos vicios de la calle.
La Santa tenía la certeza de la bienaventuranza de sus padres, lo que el Dios
le confirmó revelándole secretos del cielo, lo que dejaba grandes bienes en
su alma. “Estando una noche,… tomé un rosario por ocuparme vocalmente,
procurando no recoger el entendimiento, aunque en lo exterior estaba
recogida en un oratorio. [.] Estuve así bien poco, y me vino un arrebatamiento
de espíritu con tanto ímpetu que no hubo poder resistir. Me parecía estar
metida en el cielo, y las primeras personas que allá vi fue a mi padre y madre,
y tan grandes cosas en tan breve espacio como se podía decir una
avemaría que yo quedé bien fuera de mí, pareciéndome muy demasiada
merced.” (V 38,1). Efectivamente fue una gracia enorme para una hija ver
que sus padres le esperan en la vida eterna. Mucho tuvo que ver San José y
al Virgen María en darles tales padres a S. Teresa de Jesús, que tanto hizo
por la Iglesia y la Orden Carmelitana.
Agradezcamos al Papa Francisco por esta joya josefina que nos regala
durante su pontificado. San José haga de nosotros cristianos y carmelitas
servidores fieles de su Hijo y de su Madre, María Santísima.
P. Fr. Julio González Carretti. ocd Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.
Nogales – El Melón