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Edita: Comisión Interdiocesana para el Año Santo de san Vicente Ferrer

Diseño y producción gráfica:Medianil Comunicaciónwww.medianil.com

Portada:Cartel oficial “Año Santo Vicentino”

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SUMARIO

Introducción

1. El evangelio de la paz

2. La dimensión política del evangelio de la paz

3. San Vicente, artesano de la paz

Cuestiones para reflexionar

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3SAN VICENTE FERRER, ARTESANO DE LA PAZ

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El anhelo de paz acompaña a la condición humana. Sin ella, en verdad, no hay auténti-ca vida personal, familiar o social. Y es que,

desgraciadamente, los conflictos han asolado y continúan asolando la existencia del ser humano. La paz, a veces, se presenta como una realidad lábil y huidiza que, cuando más cerca parece es-tar, con mayor facilidad se aleja y desaparece. El papa Francisco, a este respecto, en el Mensaje en la Jornada Mundial de la Paz de este año, parafra-seando al poeta Charles Péguy, comenta: “la paz es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia”.

Afortunadamente, en cada etapa de la historia ha habido hombres y mujeres que han hecho de su vida una “bandera de paz”. Ellos han servido de puente entre quienes estaban enfrentados y han puesto las bases para el diálogo y el enten-dimiento entre las partes en conflicto. Estas per-sonas fueron auténticas rastreadoras de la paz, corrieron tras ella, la encontraron, la vivieron y, señalándola, la pusieron generosamente al al-cance de todos. Jesús de Nazaret, el Príncipe de

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la paz, en su predicación evangélica, presenta como “dichosos y felices” a estos pacificado-res, cuyo verdadero nombre es el de “hijos de Dios”: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9).

San Vicente Ferrer, en su tiempo, fue un trabajador incansable en favor de la paz. Y lo fue porque asumió, vivió y predicó la buena noticia del Reino. De este modo, su trayectoria misionera se puede considerar también un itinerario de pacificación. El Maestro Vicente, por ende, es un ejemplo que hemos de considerar con atención quienes, sien-do cristianos y recordándole en el Jubileo de los 600 años de su muerte, estamos llamados a ser “artesanos de la paz” en medio de una sociedad compleja y convulsa.

En esta tercera catequesis jubilar vamos a acercar-nos a la faceta pacificadora de Sant Vicent y lo haremos relacionándola con el Mensaje del papa Francisco en la Jornada Mundial por la Paz 2019 (=MJMP).

introducciónEl itinerario que recorreremos es el siguiente:

1. El evangelio de la paz.

2. La dimensión política del evangelio de la paz.

3. San Vicente, “artesano de la paz”.

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de la paz1. el evangelio

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J esús de Nazaret dedicó su vida al anuncio y a la práctica del Reino de Dios. En sus la-bios y en sus actos, el Reino era una buena

noticia que mostraba que Dios estaba muy cerca, ejerciendo de facto su soberanía salvífica en favor de la humanidad. Dicha soberanía estaba tan ínti-mamente ligada al Maestro de Nazaret que, tras la Pascua, la comunidad creyente descubrió que Reino y Jesús eran la misma realidad. La razón era obvia: Jesús no solo era un hombre, era también el Hijo de Dios. La Iglesia, entonces, ya no predicó el Reino de Dios, sino a Jesucristo, el Señor, como la personificación del Reino.

La paz es un rasgo inherente al mensaje evangélico del Reino. El Nazareno así lo enseñaba a los suyos cuando los mandaba a misionar: “Id proclamando que el Reino está cerca… Al entrar en la casa salu-dadla con la paz. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz” (Mt 10, 7.12-13). Y es que el Dios del Reino es la fuente de la paz. Si hacemos caso a lo

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SAN VICENTE FERRER, ARTESANO DE LA PAZ

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pedagogía de Dios en relación con el tema de la paz. Y de eso, hemos de tomar buena nota.

La pedagogía de la pacificación salvadora del gé-nero humano por parte de Dios consiste en “po-nerse en el lugar del otro” (del hombre) hasta ha-cerse uno con él con todas las consecuencias (la comunión). Es lo que revela el misterio de la encar-nación. Para entenderlo un poco mejor, hemos de considerar la compleja relación de la persona con Dios pero, sobre todo, el convencimiento divino de que el conflicto no es la verdad de dicha relación. Como consecuencia, Dios se humana en Jesús con la finalidad de mostrar su amistad con el género humano y para, a su vez, conseguir que el hombre participe de ella (que es lo más conveniente y huma-nizador para él). Con todo, la didáctica divina de “ponerse en el lugar del otro” (la encarnación) no se entiende en toda su profundidad si no se visualiza a partir de su momento más revelador: la pascua. Y es que al ubicarse Dios en Jesús en el puesto del hombre, lo hace (como hemos indicado) con todas las consecuencias, incluidas las negativas deriva-das del pecado humano. Jesús, por eso, muere en la Cruz perdonando a la humanidad con la que se ha solidarizado, dando muestras de un amor total e incondicional más fuerte que el rechazo de Dios

que nos dicen los evangelios, la aceptación de Dios y de su Reino, por medio de la fe en Jesucristo, hace brotar una nueva vida en el creyente; novedad de vida nacida de la participación o comunión en la misma vida de Dios y que, entre otros rasgos, se ca-racteriza por la paz y la gracia salvadora.

La comunión, así, se postula como el medio eficaz para alcanzar la paz y, además, se revela como otra forma de denominar la salvación. En efecto, la acción salvífica de Jesucristo ha consistido, preci-samente, en restablecer la paz, la comunión, entre Dios y el ser humano y, por esta vía, hacer posible la paz de los hombres entre sí. La carta a los Efesios lo explica admirablemente: “Porque Él (Cristo) es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz…” (2, 14ss).

Considerando las cosas desde este punto de vista, evangelio de la paz, evangelio de Jesucristo o evan-gelio de la salvación son afirmaciones equivalentes y, en consecuencia, intercambiables. Pero, además, estas identificaciones ayudan a entender mejor la

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El evangelio de la paz

(pecado). Así las cosas, la Resurrección es el triunfo del amor sobre la muerte; es la paz y la comunión entre Dios y el hombre; es el inicio de la salvación.

Al mismo tiempo, esta paz, que procede de la Pas-cua del Dios encarnado, deja al descubierto la con-fianza divina en el ser humano. Y es que, si pres-tamos atención, la pedagogía de “ponerse en el lugar del otro” no solo muestra amor, sino sincera confianza. Dios se hace uno con nosotros porque confía en nuestra capacidad de ver y hacer las co-sas correctamente; eso sí, siempre con su ayuda. Y, claro, también confía en nuestra aptitud para sem-brar y hacer crecer la paz en el mundo. El cristiano, en este sentido, es un testigo de la paz que ha de actualizar la pedagogía del Dios de la encarna-ción, irradiando confianza amorosa en el otro fren-te a toda desconfianza. Escribe Francisco: “cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas relaciones intelectuales, culturales y espirituales. Una confian-za de ese tipo nunca es fácil de realizar porque las relaciones humanas son complejas… Hoy más que nunca, nuestra sociedades necesitan artesanos de la paz, que puedan ser auténticos mensajeros y tes-tigos de Dios Padre que quiere el bien y la felicidad de la familia humana” (MJMP, 5).

San Vicente como cristiano y evangelizador fue un auténtico “artesano de paz” que, anunciando el evangelio de la paz, supo hacerla crecer en la so-ciedad de su tiempo. Por medio de la predicación adaptada de la buena noticia a sus hermanos, el santo dominico hizo presente de manera eficaz la comunión amorosa y pacificadora de Dios en todos los ámbitos de lo humano, incluido, claro, el de la vida pública.

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AL INICIO DEL JUBILEO VICENTINO

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del evangelio de la paz

2. la dimensión política

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A veces, oímos aquello de que el evange-lio y la política son dos cosas totalmente diferentes y que, por tanto, han de se-

guir su propio camino sin ningún tipo de inter-ferencias. Además, este pensamiento se justifica recurriendo a un texto en el que Jesús, tras un curioso diálogo con los herodianos y discípulos de los fariseos, declara: “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). Sin duda, en este punto de vista hay algo verdadero. El evangelio no puede reducirse a la política, ni el objetivo de la Iglesia es tomar el po-der temporal. Lo sabemos bien, el evangelio es, sobre todo, una buena noticia que cambia a las personas al proponerles una forma especial de entender el mundo humano (individual, familiar, social y ecológico) a partir de la luz de Jesucristo, confesado como Hijo de Dios, Señor y Salvador. Pero, precisamente por eso, la Iglesia, velando por el anuncio íntegro del evangelio, ha de pro-curar y favorecer todo aquello que ayude al creci-

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SAN VICENTE FERRER, ARTESANO DE LA PAZ

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miento de la dignidad del ser humano; dignidad recibida del Dios Creador y Salvador. Esta labor, como fácilmente se entiende, también acerca la fe a las cuestiones sociales y públicas en las que se juega la autenticidad humana. Cabe pensar, pues, que esta promoción de la dignidad será tanto más valiosa cuanto más cercana esté a una acción política correcta por parte de los respon-sables de la vida pública. En este sentido, cabe concluir que evangelio y política siendo distintos no son distantes. Sobre este particular, nunca está de más recordar las iluminadoras palabras del Vaticano II: “la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia cuanto mejor cultivan ambas entre sí una sana cooperación habida cuenta de la circunstancias de lugar y tiempo” (GS 76).

De acuerdo a esto, si una de las dimensiones fun-damentales que conforman la vida humana es la público-social, la política no puede resultar indi-ferente al cristiano ni a la Iglesia. Por este sende-ro, habrá que reconocer que la fe cristiana posee una irrenunciable dimensión política; pero una

dimensión política con mayúscula. Nos recuerda el papa Francisco: “la política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse en una forma eminente de la caridad” (MJMP, 2). Y Benedicto XVI precisa: “todo cristiano está llama-do a esta caridad, según su vocación y sus posibi-lidades de incidir en la polis” (Caritas in veritate, 7). La nobleza de esta actividad política, por con-siguiente, tiene que ver también con la paz, ya que sin ella es muy difícil alcanzar una vida digna y auténticamente humana: “estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz; respeta y promueve los derechos humanos funda-mentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones pre-sentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud” (MJMP, 3).

Tras lo expuesto, no ha de extrañar que una de las facetas destacadas en la biografía del Maestro Vi-cente sea su papel mediador en conflictos públicos (sociales, políticos y eclesiales). La pregunta que podemos hacernos es esta: ¿cuál fue el motivo del trabajo en pro de la paz en nuestro santo valencia-no? La respuesta, que desarrollaremos con mayor amplitud en el último punto de la catequesis, es ob-

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La dimensión política del evangelio de la paz

via: su credibilidad como persona de bien, forjada en la vivencia de la fe cristiana en la Iglesia, y de la que eran testimonio fiable tanto su palabra de hombre sabio, como su predicación del evangelio de la paz, acreditada por signos y prodigios.

Es cierto que la Baja Edad Media en la que vivió sant Vicent era una sociedad cristiana en la que el trono y el altar iban de la mano. En aquel contexto la Palabra de Dios tenía más peso que en el nues-tro. Con todo, tampoco nos hemos de engañar. La realidad de cristiandad existente no impidió la proliferación de serios problemas y conflictos que, incluso, afectaron a la misma cabeza de la Iglesia en el Cisma de Occidente. Contemplando la vida de nuestro santo se puede aseverar que, allí donde se resquebrajara la paz, hizo llegar, con determi-nación y valor, el efecto pacificador del evangelio con la intención de salvaguardar la altura y la dig-nidad del ser humano.

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artesano de la paz3. San Vicente

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L a paz tiene muchas facetas que abarcan tan-to lo interior como lo exterior de la persona ¡Tantas facetas como aspectos configuran la

existencia del hombre! Con todas ellas, con la in-tegridad de lo humano, tiene que ver la buena no-ticia, el evangelio de la paz.

San Vicente, incansable predicador, intentó hacer penetrar la buena noticia en todas las facetas de la vida de los hombres de la Baja Edad Media de la Europa occidental de su tiempo. Sin duda, la más relevante fue la sanación pacificadora de la interioridad de las personas abatidas por el pecado. Pero, consecuentemente, no faltaron las intervenciones de su palabra o de su consejo en cuestiones relacionadas con la vida familiar, con los enfrentamientos sociales, con la salvaguarda de los derechos de determinados colectivos margi-nales y, cómo no, con problemas institucionales de los que dependía la paz política y eclesial.

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SAN VICENTE FERRER, ARTESANO DE LA PAZ

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reconciliación y la concordia entre diversos grupos enfrentados. Las crónicas nos hablan de las peti-ciones reiteradas para que acudiese a Valencia a poner paz entre los Centelles y los Vilaragut, dos bandos que llevaban años ocasionando muertes y discordias que turbaban la paz social. Los exper-tos comentan: “en estas mediaciones san Vicente actuaba no como jurista, diplomático o político, sino como ministro de Dios, que exhortaba a ir más allá de la justicia: al perdón y a la paz verda-dera, a la eliminación del odio y los rencores, a la unión fraterna, hasta el punto de merecer el justo apelativo de Ángel de la paz”1.

En otras ocasiones, los consejos influyentes de este “Ángel de la paz” calaban en las leyes y ordenan-zas que regían la vida pública, dejando así una prueba fehaciente de la vertiente social de la bue-na nueva. En los Manuals de Consells de la ciudad de Valencia hay constancia de algunos acuerdos tomados por indicación del Maestro Vicente. Por ejemplo, el destinar una cantidad de dinero para dotar a las exprostitutas que iban a casarse, para

A decir verdad, la dimensión pacificadora en la que se centró el santo valenciano fue la personal. Es lógico. ¡Lo primero siempre es la persona! Por eso, el objetivo de la acción misionera de san Vi-cente fue, ante todo, el cambio de orientación de la vida de la gente. Desde la óptica cristiana, el primer problema en relación a la paz se juega en cada ser humano. Solo así se puede prodigar y extender a otros ámbitos de manera coherente. Esa paz recibe distintos nombres: perdón, reconci-liación, sentido o vida nueva. Pues bien, la ingente predicación del Maestro Vicente fue mediadora de paz para muchos. Algunas de ellos, convertidos, seguían a nuestro santo formando parte de gru-pos de penitentes; en ellos se hacía visible la paz alcanzada en la experiencia de Dios y, de este modo, se testificaba ante otros la posibilidad de una vida más humana y plena.

Pero la paz personal, aunque sea la principal y la distingamos, no puede separarse de la familiar, ni de la social, ni la política. Por eso, el Pare Vi-cent en su labor misionera tuvo muy presente la

1 A. ESPONERA – M. NAVARRO, San Vicente Ferrer, mensajero del evangelio, Valencia, 2018, 37.

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San Vicente, artesano de la paz

que no volvieran a su vida anterior, o la adopción de leyes sobre los juegos y otras cuestiones de la vida social.

Capítulo singular fue la intervención de sant Vicent en pro de la erección de instituciones pensadas para favorecer la dignidad de la persona y evitar así su caída en la marginación. En este sentido, merece especial consideración el Colegio de Ni-ños Huérfanos, institución de referencia todavía hoy en Valencia.

¡Y qué decir del papel de nuestro santo en con-trovertidas cuestiones de política de gran calado! Pensemos en la delicada cuestión de la sucesión al trono en la Corona de Aragón y el protagonis-mo de san Vicente en el Compromiso de Caspe (1412) en el que se dirimió. Y, cómo no, recorde-mos también el complejo y espinoso tema del Cis-ma de Occidente, tanto más significativo cuanto que nuestro santo, muy cercano a una de las par-tes implicadas en el problema, supo, por el bien y la paz de la Iglesia, ir más allá de sus afectos per-sonales y cambiar de posición. A veces, y esta es una gran lección vicentina, para que sea posible la paz en la resolución de cuestiones en las que las partes están muy bloqueadas se necesita gene-rosidad para ir más allá de las posiciones desde

las que uno parte… Esa flexibilidad, como hemos visto, es la que Dios muestra y enseña en la encar-nación, por la que se “puso en el lugar del otro”.

Podríamos aludir a otras muchas situaciones de la vida de sant Vicent en las que evidenció un talante personal pacífico y una actuación pacificadora. Pero con lo dicho ya es suficiente. Por todo ello, el Maestro Vicente constituye un referente de eso que tienen que ser los verdaderos discípulos de Je-sús: “artesanos de la paz” y, por eso, modelos de hombres bienaventurados o, lo que es lo mismo, verdaderos “hijos de Dios”.

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1. ¿Cuáles son, a nuestro parecer, las razones de la falta de paz en la vida personal, familiar, social y política en nuestros días?

2. ¿Qué es lo que hace que la fe en Jesucristo suscite la paz? Respondamos no teóricamen-te, sino desde la experiencia.

3. ¿Tenemos presente, personal y eclesialmente, las dimensiones sociales, públicas y ecológi-cas de nuestra fe?

4. ¿Qué cosas podemos aprender de sant Vicent para vivir y hacer vivir la paz?

5. ¿Qué nos dice esta frase del papa Francisco? “Hoy más que nunca, nuestras sociedades necesitan artesanos de la paz que puedan ser auténticos mensajeros y testigos de Dios Padre que quiere el bien y la felicidad de la familia humana” (MJMP, 5).

CUESTIONES PARA REFLEXIONAR

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