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Los Cuadernos del Pensamiento SAVONAROLA Y LAS ~ MUNECAS PERSONALIZADAS Enrique Gil Calvo e uando yo era crío, en la misa de los domingos a la que me llevaban, un je- suita, cuyo rostro sintetizaba los de Lenin y Loyola, entretenía con esplén- didos sermones a una impresionada audiencia. La verdad es que hablaba muy bien. Su astucia orato- ria le permitía compensar lo calculador de la vir- tud recompensada con las desdichas del vicio más teatral. Y, así, entre ascetismo y melodrama, lo- graba meterse en un puño tanto a jovencitas como a beatas. A mí me recordaba muchísimo a Savo- narola. Y, siempre que escuchaba sus sermones, la seducción de su escatología me transportaba fabulosamente a las hogueras florentinas donde crepitaban Botticellis poblados de doncellas semi- desnudas. Infierno tanto más tentador y atrayente cuanto más dramático y terrible. Aunque, en rea- lidad, las severidades de nuestro jesuita iban diri- gidas contra conductas mucho más usuales y pro- saicas que las imaginablemente quattrocentistas. De hecho, se limitaba a criticar los bailes y las piscinas. Pero esos bailes y piscinas, pintados por la boca del jesuita, poco tenían que ver con los bailes y piscinas que por entonces se daban en mi ciudad natal. Quiero decir que, en puridad, las piscinas estaban segregadas por sexos y los baña- dores en que las chicas se escondían más parecían feudales armaduras que cualquier otra cosa, por cursis o ñoños que se pretendieran. Y, en cuanto a los bailes, en los que por supuesto sólo se bailaba agarrados -el baile suelto, a estilo boogie-woogie, parecía escandaloso pues sonaba a desver- güenza-, eran muy escasas las criadas exóticas que se dejaban abrazar uniendo la tripa. Tanto era así, que sólo gracias al savonarólico jesuita, y sólo gracias a sus admoniciones censoras, bailes y pis- cinas podían llegar a adquirir el subjetivo prestigio de la peligrosidad: el equívoco carisma de la am- bigüedad ética y la incertidumbre moral. Todos sabíamos que, en realidad, es decir, objetiva- mente, allí, en bailes y piscinas, ni pasaba nada ni nada podía pasar. Pero nos parecía que, en nues- tra imagináción, es decir, subjetivamente, allí, en bailes y piscinas, no sólo podía pasar algo sino sin duda algo debía pasar: ya que tanto sufría por ello nuestro jesuita. En resumidas cuentas, era él, Sa- vonarola, con sus diatribas reprensivas, quien transformaba en una apasionada y emocionante experiencia lo que sin él, sin sus reprobadores vituperios, no hubiera pasado de ser una provin- ciana y aburrida rutina: los bailes y piscinas, en mi ciudad natal, allá por los años cincuenta. Y aquel 125 e Savonarola tuvo el enorme mérito, que hoy estoy bien dispuesto a reconocerle, de saber transformar la inocua costumbre en fiesta transgresora. Pues bien, mutatis mutandis, lo mismo puede decirse, hoy en día, de cuanto sucede con nues- tros intelectuales presuntamente izquierdistas, se- dicentemente progresistas, en cuerpo y alma dedi- cados a la crítica profesional de la cultura de ma- sas. No son sino nuestros contemporáneos Savo- narolas. La cultura de masas -consumismo, TV, Retrato de Savonarola. Museo de San Marcos. orencia. cine, música, moda, etc.-, en sí misma conside- rada, produce una eficaz utilidad a sus usuarios que tampoco conviene exagerar. Sólo es buena, bonita y barata -en tanto que ncional, entrete- nida y cil-: pero nada más. Ahora bien, gracias al comunicólogo Savonarola, y a sus arremetidas morales contra la cultura de masas, ésta puede llegar a parecer algo mucho más especial: nada menos que una fiesta transgresora. Según el co- municólogo Savonarola, la cultura de masas es pecaminosa y, por tanto, es pecado someterse a su iujo dejándose tentar por ella: algo que nos condenará puesto que evitará nuestra salvación abstractamente revolucionaria. Y, siendo así, en la medida en que la cultura de masas parezca instrumento de condenación, automáticamente se revestirá con el prestigi•o de lo prohibido: del tabú, del interdicto, de lo extraordinario -es decir, de lo desterrado al margen del orden normativo coti- diano-. De ahí que sólo gracias al comunicólogo Savonarola, y sólo gracias a su impugnación moral de la cultura de masas, pueda ser ésta utilizada como un instrumento de transgresión: como una celebración que transrme lo apolíneo en dioni- siaco permitiendo la fiesta desencadenada.

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Los Cuadernos del Pensamiento

SA VONAROLA Y LAS ~

MUNECAS

PERSONALIZADAS

Enrique Gil Calvo

e uando yo era crío, en la misa de los domingos a la que me llevaban, un je­suita, cuyo rostro sintetizaba los de Lenin y Loyola, entretenía con esplén­

didos sermones a una impresionada audiencia. La verdad es que hablaba muy bien. Su astucia orato­ria le permitía compensar lo calculador de la vir­tud recompensada con las desdichas del vicio más teatral. Y, así, entre ascetismo y melodrama, lo­graba meterse en un puño tanto a jovencitas como a beatas. A mí me recordaba muchísimo a Savo­narola. Y, siempre que escuchaba sus sermones, la seducción de su escatología me transportaba fabulosamente a las hogueras florentinas donde crepitaban Botticellis poblados de doncellas semi­desnudas. Infierno tanto más tentador y atrayente cuanto más dramático y terrible. Aunque, en rea­lidad, las severidades de nuestro jesuita iban diri­gidas contra conductas mucho más usuales y pro­saicas que las imaginablemente quattrocentistas. De hecho, se limitaba a criticar los bailes y las piscinas. Pero esos bailes y piscinas, pintados por la boca del jesuita, poco tenían que ver con los bailes y piscinas que por entonces se daban en mi ciudad natal. Quiero decir que, en puridad, las piscinas estaban segregadas por sexos y los baña­dores en que las chicas se escondían más parecían feudales armaduras que cualquier otra cosa, por cursis o ñoños que se pretendieran. Y, en cuanto a los bailes, en los que por supuesto sólo se bailaba agarrados -el baile suelto, a estilo boogie-woogie, parecía escandaloso pues sonaba a desver­güenza-, eran muy escasas las criadas exóticas que se dejaban abrazar uniendo la tripa. Tanto era así, que sólo gracias al savonarólico jesuita, y sólo gracias a sus admoniciones censoras, bailes y pis­cinas podían llegar a adquirir el subjetivo prestigio de la peligrosidad: el equívoco carisma de la am­bigüedad ética y la incertidumbre moral. Todos sabíamos que, en realidad, es decir, objetiva­mente, allí, en bailes y piscinas, ni pasaba nada ni nada podía pasar. Pero nos parecía que, en nues­tra imagináción, es decir, subjetivamente, allí, en bailes y piscinas, no sólo podía pasar algo sino sin duda algo debía pasar: ya que tanto sufría por ello nuestro jesuita. En resumidas cuentas, era él, Sa­vonarola, con sus diatribas reprensivas, quien transformaba en una apasionada y emocionante experiencia lo que sin él, sin sus reprobadores vituperios, no hubiera pasado de ser una provin­ciana y aburrida rutina: los bailes y piscinas, en mi ciudad natal, allá por los años cincuenta. Y aquel

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e "-

Savonarola tuvo el enorme mérito, que hoy estoy bien dispuesto a reconocerle, de saber transformar la inocua costumbre en fiesta transgresora.

Pues bien, mutatis mutandis, lo mismo puede decirse, hoy en día, de cuanto sucede con nues­tros intelectuales presuntamente izquierdistas, se­dicentemente progresistas, en cuerpo y alma dedi­cados a la crítica profesional de la cultura de ma­sas. No son sino nuestros contemporáneos Savo­narolas. La cultura de masas -consumismo, TV,

Retrato de Savonarola. Museo de San Marcos. Florencia.

cine, música, moda, etc.-, en sí misma conside­rada, produce una eficaz utilidad a sus usuarios que tampoco conviene exagerar. Sólo es buena, bonita y barata -en tanto que funcional, entrete­nida y fácil-: pero nada más. Ahora bien, gracias al comunicólogo Savonarola, y a sus arremetidas morales contra la cultura de masas, ésta puede llegar a parecer algo mucho más especial: nada menos que una fiesta transgresora. Según el co­municólogo Savonarola, la cultura de masas es pecaminosa y, por tanto, es pecado someterse a su influjo dejándose tentar por ella: algo que nos condenará puesto que evitará nuestra salvación abstractamente revolucionaria. Y, siendo así, en la medida en que la cultura de masas parezca instrumento de condenación, automáticamente se revestirá con el prestigi•o de lo prohibido: del tabú, del interdicto, de lo extraordinario -es decir, de lo desterrado al margen del orden normativo coti­diano-. De ahí que sólo gracias al comunicólogo Savonarola, y sólo gracias a su impugnación moral de la cultura de masas, pueda ser ésta utilizada como un instrumento de transgresión: como una celebración que transforme lo apolíneo en dioni­siaco permitiendo la fiesta desencadenada.

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Porque, en efecto, para el cornunicólogo Savo­narola, la cultura de masas es algo patológico: malévolo, maligno, maldito. Política y moralmente censurable: luego fatal. ¿ Cuáles son sus razones para creerlo? Básicamente, pueden ser reducidas a dos: la una denuncia que la cultura de masas se dispone al servicio del poder, la otra delata que la cultura de masas es alienadora. Para semejante viaje no eran precisas tales alforjas. En efecto, yo estoy muy bien dispuesto a admitir ambas afirma­ciones: aunque no corno delaciones o denuncias. Sí que es cierto que la cultura de masas está dispuesta al servicio del poder, y sí que es cierto que la cultura de masas es alienadora. Pero, como suele decirse, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

SI EL PODER ES MALO ¡VIVA EL PODER!

«¿ Quién terne al Poder?». La cultura de masas está dispuesta al servicio

del poder en la misma medida en que lo están la medicina, la enseñanza, la revolución o la clase obrera. Todo se halla dispuesto al servicio del poder. Al servicio del poder se halla dispuesto incluso el cornunicólogo Savonarola. Si la cultura de masas no se consumiese, la medicina no cu­rase, la enseñanza no enseñase, la revolución no se hiciese, la clase obrera no trabajase o Savona­rola no criticase, el poder no sería lo que es. En este sentido, tan criticables son médicos, profeso­res, revolucionarios, obreros o Savonarola corno la cultura de masas lo pueda ser. En efecto, in­cluso los etarras apuntalan al poder. No sólo por­que legitiman la necesidad social de jueces, poli­cías o militares, sino porque, caso de alcanzar el cumplimiento de todos sus objetivos, los propios etarras serían ellos mismos el poder. La revolu­ción -esa salvación en cuyo nombre pronuncia Savonarola sus condenaciones morales-, se mire corno se mire, no es sino una potenciación del propio poder: tanto si triunfa corno si fracasa, tanto mientras se hace corno cuando ya se halla lograda. Todos aquellos sistemas sociales que se han visto aquejados por procesos revolucionarios, fracasados o triunfantes, han solido salir his.tóri­carnente de la experiencia con mayor poder del que tenían antes. Y aquí aparece un curioso sín­drome que aqueja a nuestros Savonarolas intelec­tuales: todos ellos luchan contra el poder igno­rando que lo están reforzando y potenciando cons­tantemente. Corno decía Marx, no lo saben pero lo hacen.

Para Savonarola, el poder es el mal absoluto, el vicio permanente. No sabe que un sistema social sin poder es un sistema social impotente, en el que nada se puede hacer. Por ello, tras las crisis de poder, todos los sistemas sociales potencian su poder, haciéndose todavía más potentes. La histo­ria de los sistemas sociales no es sino una irrever­sible sucesión de irreversibles incrementos del poder. Al modo de cuanto sucede cuando te tragas una espina, que cuantos mayores esfuerzos haces

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para expuls�rla, más facilitas su curso a través de tu garganta, ktsí sucede con los vanos intentos para reducir el poder del poder. Cuanto más intentas castrar al poder y reducirlo a la impotencia, más potente se hace todavía el poder. Y no podía ser menos, puesto que el poder es la condición de existencia de la vida social: su a priori. Los seres humanos no pueden vivir sin el poder porque el poder no es sino la capacidad de acción de un sistema social: su potencial virtualidad.

Naturalmente, Savonarola dice que no se refiere a ese poder abstracto, sino a poderes mucho más concretos, aquellos de que dispone la clase domi­nante: los poderes económicos, políticos y comu­nicacionales. Por supuesto, es verdad: no sólo la cultura de masas sino, además, médicos, profeso­res, obreros, revolucionarios o hasta Savonarola, todos ellos se hallan -no lo saben· pero lo hacen­al servicio de la clase dominante, es decir, al ser­vicio de los poderes económicos, políticos y co­municacionales. Y ello porque la clase dominante no consiste en las personas concretas que dispo­nen del control de semejantes poderes, sino en los propios poderes económicos, políticos y comuni­cacionales sin los que el sistema social no puede sobrevivir: con total independencia de cuáles sean las personas concretas que ocupan las posiciones de control de tales poderes. Se puede intentar sustituir, y es perfectamente legítimo el hacerlo, a las personas que ocupan tales posiciones. Pero lo que no se puede hacer es eliminar esas posiciones, dejándolas huecas o vacantes, pues la naturaleza de lo social tiene horror al vacío de poder. En definitiva, lo que intentan hacer todos los agentes sociales implicados (Savonarola, revolucionarios, obreros, médicos, profesores), es tratar de susti­tuir y suplantar a todas aquellas personas que ocupan las posiciones de control de los poderes económicos, políticos y comunicacionales.

Un ejemplo concreto: el cornunicólogo Savona­rola denuncia que la cultura de masas se beneficia económicamente de la incultura de la gente. ¿Acaso no se benefician económicamente de la incultura de la gente el médico, el profesor, el revolucionario, el obrero y Savonarola? ¿Existen médicos que curen gratis a quien no sabe curarse por sí mismo, profesores que enseñen gratis a quien no sabe aprender por sí mismo, obreros que trabajen gratis para quien no sabe trabajar por sí mismo, revolucionarios que liberen gratis a quien no sabe liberarse a sí mismo, Savonarola que cri­tique gratis para quien no sabe criticar por sí mismo? Que yo sepa, en nuestra sociedad, y ex­cepto parados, jóvenes o mujeres, todos cobran por lo que hacen: cobran en dinero y cobran en poder. Incluso Savonarola se enriquece por de­nunciar que la cultura de masas �e enriquece divir­tiendo a la gente. Y ello no es prueba de hipócrita fariseísmo sino prueba de que la cultura de masas divierte más y mejor cuanto más y mejor presuma Savonarola que la cultura de m<!sas pervierte .. Lo que sí es prueba de fariseísmo es que Savonarola

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descalifique la cultura de masas utilizando los mismos que la cultura de masas le ofrece: es de­cir, y según él, alienando y manipulando a la gente. Y lo que también es prueba de hipocresía es que, igual que mi jesuita espiaba a hi.irtadillas los bailes y las piscinas, el comunicólogo Savona­rola espíe la cultura de masas sin que nadie lo vea: reprimiendo su placer por la mala conciencia.

«Alienadores cuchillos, alienado ras palabras».

SI LA ALIENACION ES MALA ¡VIVA LA ALIENACION!

«Palabras alienadoras, cuchillos alienadores». Pero los inquisidores intransigentes no se rinden

fácilmente, y enseguida contraataca Savonarola tachando a la cultura de masas de alienadora de la gente. En efecto, la cultura de masas produce alienación: yo me hallo bien dispuesto a admitirlo de buena fe. Para analizar las consecuencias que ello produce, no queda más remedio que profun­dizar un poco en concepto semejante. La teoría de la alienación, de raigambre rousseauniano-hege: liana, no implica la mentira, el engaño ni el fraude sino, estrictamente, la pérdida del control de los objetos por parte de sus sujetos agentes o, si se quiere, la pérdida del control de sus actos por parte de los actores. Ahora bien, sólo se puede perder aquello que se poseyó alguna vez. ¿ Y cuándo, si es que sucedió alguna vez, los actores o sujetos agentes poseyeron el control de sus ac­tos o de sus objetos, autónomamente?

Para Rousseau, como para todo el idealismo individualista, los sujetos, entendidos como subje­tividad autodeterminada, poseen autosubsistencia. Y sólo la perversidad de la realidad social, al desposeer a los sujetos de su libre autosubsisten­cia, es capaz de generar una subjetividad depen­diente, determinada por la exterioridad social del sujeto, es decir, enajenada, alienada, extrañada fuera de sí. Este romántico antropocentrismo, este metafísico idealismo, es el que aqueja sin remedio a nuestro Savonarola, bien sea francfortiano, bien · sea vaticanista.

Marx, que pese a su romanticismo era cuando menos inteligente, advirtió la falacia del subjeti­vismo idealista. Los sujetos no se -autoconstitu­yen, sino que son, siempre, constituidos desde el exterior: desde su exterioridad social y material. El a priori de la subjetividad, la condición de existencia de la categoría de sujeto, es la realidad social. Y el a priori de la realidad social, la condi­ción de existencia de la realidad social, es la reali­dad material: tanto física como biológica. «Los individuos carecen de esencia singular o genérica, y su única esencia es la de estar sujetos a relacio­nes sociales; pues no es la conciencia individual quien determina la realidad social sino que es la realidad social quien determina la conciencia indi­vidual; y ello porque los individuos, en la produc­ción material de su existencia, contraen relaciones sociales necesarias, es decir, independientes de su voluntad»: Marx dixit.

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La voluntad de los individuos está exógena­mente determinada por la organización social y, a su vez, la organización social está determinada por el entorno material. Dicho de otro modo, la conciencia de los sujetos está determinada pór la .posición que ocupan en la red social y, a su vez, la forma de la red social está determinada por su relación con un ambiente físico condicionado por la escasez energética. Esta doble determinación de la subjetividad -determinación tanto física

Savonarola, Tratado contra la astrología.

como social-, hace del concepto de alienación «una generalización muda y vacía», en palabras de Marx. Puesto que nunca existieron, ni podrán existir, sujetos autodeterminados ni subjetividades autosubsistentes, siempre ha habido, y siempre habrá, alienación. Por tanto, el concepto de alie­nación, puesto que es aplicable a toda vida social humana, en toda su intemporalidad, es un con­cepto de naturaleza estrictamente retórica y mi­to-poética: literaria y metafísica. Es decir, no se trata más que de una bella ficción decadéntemente decimonónica: no resultará extraño, por·ende, que tanto les guste a francfortianos y vaticanistas.

Este rousseauniano pecado original, consustan­cial al proceso de hominización -el pecado origi­nal de la alienación-, es equivalente a otro pecado

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original del que gustan reclamarse tantos Savona­rolas francfortianos, freudianos o estructuralistas: el famoso tabú del incesto como ley de leyes pre­constitutiva. Otra decadente ficción, bellamente decimonónica. Al igual que el tabú del incesto no es más que un medio de control de natalidad, necesario para lograr el que las bandas de cazado­res-recolectores no agotasen el entorno ambiental del que dependían (por ello también rastreable en nuestros primos hermanos los chimpancés), algo análogo sucede con el pecado original de la alie­nación.

El proceso de hominización consiste en un cambio en la organización social de los prehomí­nidos, cambio exigido por la necesidad de usar la tecnología de los cuchillos de piedra y la tecnolo­gía del lenguaje (tecnologías a su vez exigidas por la necesidad de adaptarse a un entorno ambiental agotado para las tecnologías preinstrumentales precedentes). La organización social de los prehomínidos depende tan sólo de la demografía y de los recursos ambientales. En cambio, la orga­nización social de los homínidos depende tanto de la demografía y los recursos ambientales como, sobre todo, de las exigencias impuestas por el uso de los medios técnicos instrumentales: el cuchillo y la palabra, nuestros primeros organizadores so­ciales. A partir de ese instante, no son los hom­bres quienes controlan los cuchillos y las palabras, sino que son las palabras y los cuchillos quienes controlan a los hombres. El cuchillo y la palabra, es decir, el procesamiento de la energía y el pro­cesamiento de la información: determinantes, res­pectivamente, de las redes sociales de producción y de las redes sociales de comunicación.

Pues bien, en estos cuchillos y en estas pala­bras, como desencadenadores evolutivos 9-el pro­ceso de hominización, ya se halla eIJ.tefamente presente el concepto de alienación: dado que no es el homínido quien controla su cuchillo y sti palabra sino que son palabras y cuchillos quienes· controlan a su homínido. O, dicho de otra forma: tan alienadora es la cultura de masas como,.pueda serlo cualquier otro medio instrumental d� pro­ducción o comunicación. El idioma, por ejemplo. ¿Es la subjetividad del sujeto quien controla el idioma, o es el idioma quien, desde su exteriori­dad, controla la subjetividad del sujeto? Pobre Savonarola, con su escolástica francfortiana o va­ticanista, en qué buen lío se encuentra perdido.

Indudablemente, Marx, pese a su ignorancia y su romanticismo, era bastante más listo que todo su séquito de Savonarolas escolásticos. Al igual que los cineastas utilizan los efectos especiales para reforzar la comunicatividad de la imagen, Marx, para reforzar la comunicatividad de su ma­terialismo social, utilizó los efectos especiales de la.dialéctica hegeliana, tan retórica y mito-poética: usando y abusando del mismo concepto de aliena­ción cuya intrínseca falacia denunciaba. Ahora bien, lo hizo de un modo especialmente inteli­gente: dándole la vuelta, en definitiva. He aquí su

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tesis: el proceso de modernización supone la susti­tución de las relaciones sociales preindustriales, que eran directas, concretas e inmediatas, por las relaciones sociales industriales, que son indirec­tas, abstractas y mediatizadas. La revolución in­dustrial supone la sustitución de la heterogeneidad desorganizada por la homogeneidad organizada. Las diversas particularidades singulares y concre­tas, que en la sociedad preindustrial se autorregu­laban independientemente unas de otras, pasan a ser reguladas, en la sociedad industrial, por igua­laciones universales y abstractas: siendo la Ley del Estado y el Valor del Dinero sus ejemplos más acabados. Los trabajos útiles y concretos pasan a ser regulados por el tiempo de trabajo igual y abstracto, los valores de uso concreto pasan a ser regulados por el abstracto valor de cambio, los variados privilegios jurídicos pasan a ser i;egula­dos por la igualdad de todos ante la ley -d�I 'µ�ie� cho formal abstracto, los intereses contraüiétorios de los ciudadanos pasan a ser regula4os médiante la abstracta voluntad general. ..

Hay algo aquí, en lo que Marx, sin saberlo, se adelantó a la moderna teoría cibernética dé \a - irt7 formación. En efecto, la regulación y el control implican la reducción y selección de la variedad o diversidad. En suma, la revolución industrial sólo fue posible gracias al control de las fuerzas pro­ductivas que antes, en las sociedades preindustria­les, variaban al azar. Y controlarlas supuso pre­viamente el tener que reducir su variedad y diver­sidad, es decir, seleccionarlas y someterlas a re­glas, luego regularlas. Un hegeliano diría que con­trolarlas implicó desalienarlas. Yo no sé si esto será Bueno o Malo, moralmente hablando. Sólo sé que es un proceso histórico irreversible por toda la faz del planeta, tanto en sociedades soviéticas o realsocialistas como en las capitalistas o burgue­sas: se quiera o no se quiera.

Naturalmente, Savonarola, que no suele enten­der de la misa la media, confunde el culo con las témporas y se frota las manos pensando que «la igualación abstracta de las desigualdades concre­tas»� como teorema de la alienación específica­mente burguesa, constituye la litúrgica oración que le permitirá exorcizar la diabólica perversidad esencialmente inherente a la cultura de masas. Afirma: la cultura de masas es mala porque di­suelve las desigualdades concretas de la gente en su abstracta igualdad ante la cultura de masas. Dicho de otra forma: porque reduce y destruye la variedad y diversidad de la cultura popular, susti­tuyéndola por la controladora uniformidad de la cultura de masas. He aquí el mito de la masa homogeneizada, invariante, atomizada, roboti­zada, pura y mera copia de sí misma igualmente repetida.

LA CULTURA DE MASAS HA MUERTO ¡VIVA LA CULTURA DE VARIEDADES!

«Donde manda Moda no manda Moral». ¿ Qué. vemos a nuestro alrededor? La cultura

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popular -heterogeneidad preindustrial- aburre y cae en el oJvido: debido a que no cambia por lo que no presenta ninguna variedad. La cultura de masas, por el contrario, divierte e interesa cada vez más: debido a que cambia a toda velocidad por lo que cada vez presenta mayor varieda<;l. Lo dicen todos los analistas de audiencia. Las televi­siones estatales, que sí serían muestras de homo­geneización, uniformización, masificación, abs­tracción e invariancia -de «alienación», en defini­tiva-, están a punto de pasar a la historia. En cambio, las nuevas tecnologías de la comunica­ción (vídeo, cable, satélite, teletexto, canales inte­ractivos, ordenadores personales, fotocopiadoras baratas, etc.) están introduciendo una inimagina­ble cantidad de variedad y diversidad: y ello a una velocidad de cambio, luego de producción en el tiempo de nueva variedad y diversidad, práctica­mente vertiginosa. La cultura de masas está de­jando de ser cultura de masas para pasar a ser cultura de la variedad -cultura de variedad aña­dida, cultura de diversidad agregada-: y la audien­cia de masas se fragmenta, segrega y estratifica: se diversifica, desmasifica y particulariza. Ya no hay una audiencia sino miríadas de audiencias dis­tintas, permanentemente cambiantes y siempre nuevas cada día. El ejemplo más reciente y llama­tivo es el de las muñecas personalizadas.

Ourante las últimas navidades, el juguete más demandado por las niñas norteamericanas ha sido el de las muñecas personalizadas. En su proceso industrial controlado por ordenador, se logra que cada muñeca sea fabricada con unas facciones distintas: únicas, singulares, irrepetibles, perfec­tamente distinguibles de todas y cada una de su compañeras. Las niñas, al comprarlas, las adoptan formalmente y en toda regla, bautizándolas exac­tamente igual que si fuesen sus propias hijas: con nombre y apellido capaces de proveerlás de iden­tidad y personalidad propias. Es decir, cada mu­ñeca es una individualidad por sí misma. En su lucha contra la alienación de la que le acusan, es la obra maestra de la cultura de masas: a cada niña su muñeca, pues la presunta personalidad de la niña podrá verse confirmada por la irrepetible individualidad de su muñeca.

Al mismo tiempo, ese es un inmejorable medio de control de natalidad. Sabido es que las muñe­cas sirven para quitarse el feo vicio de la materni­dad. En contra de cuanto afirman las feministas Savonarolas, las muñecas no inducen sino que reducen la maternidad: cuantas más muñecas se consumen en un sistema social, tanto más baja es su tasa de natalidad, como prueban todas las esta­dísticas. Y semejante fenómeno de correlación en­tre el incremento del juego con muñecas y la re­ducción de la tasa de natalidad, se verá enorme­mente intensificado con la aparición de las muñe­cas personalizadas, dado que, bajo cualquier punto de vista con el que se pueda mirar, siempre resultará menos costosa una muñeca personali­zada que un bebé real.

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¿ Quiere esto decir que han fallado las predic­ciones de Marx, al invertirse el sentido de la ten­dencia hacia la homogeneización de la sociedad industrial? Así parece, en efecto, si hacemos caso a Toffler, por ejemplo: «el principio de la desmasi­ficación constituye el más importante cambio en el­carácter de la economía de mercado desde la revo­lución industrial; se trata de un regreso dialéctico a la producción preindustrial de una cosa de cada clase, pero ahora sobre la base de una elevada

«El Anticristo». Fresco de Luca Signorelli repleto de alusiones hostiles a Savonarola.

tecnología cuyo efecto hace que la diversidad sea tan barata como la uniformidad; toda la economía se está desmasificando, sé produce una segmenta­ción cada vez mayor del mercado, una creciente diversificación, especialización e individualiza­ción, y, como consecuencia de ello, el mercado de masas se está fragmentando en sectores más pe­queños y continuamente cambiantes».

La teoría de la evolución, aplicable a sistemas tanto biológicos como sociales -puesto que· estos no son sino un caso particular de aquellos-, ex­plica el proceso evolutivo como basado en dos mecanismos mutuamente acoplados mediante causalidad circular: por un lado, la producción de nueva variedad y diversidad; por el otro, la reduc­ción de esa variedad, la selección de esa diversi­dad. La revolución industrial tuvo que comenzar por reducir y seleccionar la variedad o diversidad preindustrial; pero, una vez reducida y seleccio­nada ésta, ha tenido que poner en marcha sus

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propios mecanismos de producción de nueva va­riedad y diversidad, ahora ya plenamente indus­trial, y susceptible de ser posteriormente redu­cida, luego seleccionada: Marx sólo pudo contem­plar entonces una de las caras de la moneda -la reducción de la variedad-, pero no la otra; y Tof­fler, ahora, sólo contempla una de las caras -la producción de nueva variedad-, pero no la otra, que continúa actuando, sin embargo, con mayor intensidad que en los tiempos de Marx.

Porque, precisamente, y como dice Ashby, la variedad sólo puede ser reducida mediante otra mayor variedad pues, en todo sistema dinámico, el componente que rige y controla es el que más varía: el que varía a mayor velocidad. Regular, es decir, someter a reglas, implica reducir la varie­dad. Pero, para que la regulación sea eficaz, el regulador ha de poseer mayor variedad interna que aquella que se trata de regular. Puesto que los reguladores de un sistema social son sus redes de canales de comunicación, resulta que la cantidad de información que circule por tales redes ha de poseer mayor cantidad de variedad que la pre­sente en el sistema social. Es decir, los canales de comunicación han de variar más deprisa -evolu­cionar a mayor velocidad- que los canales de pro­ducción.

En nuestra sociedad, la cultura de masas no es sino una de esas redes de canales de comunica­ción ( otras redes serían: el sistema científico-téc­nico, el sistema político, el sistema educativo, etc.), capaces de reducir, seleccionar y controlar la enorme complejidad social y la alta velocidad del cambio social. Para controlar el cambio social resulta preciso que los canales de comunicación (ciencia, tecnología, sistema político, cultura de masas, enseñanza) evolucionen a mayor velocidad que aquella con la que evoluciona el resto del sistema social. Resulta evidente que, por ejemplo, el sistema político y el sistema educativo evolu­cionan a menor velocidad que el resto del sistema social -de ahí su parálisis permanente y su fracaso como reguladores-. En cambio, el sistema cien­cia-tecnología y la cultura de masas evolucionan a un ritmo mucho más veloz del que impera en el resto del sistema social -de ahí su revolución permanente y su cada vez mayor eficacia regula­dora-.

Como dice Blumer, al hablar del proceso de la moda (sí, la moda: ese componente esencial de todos los mecanismos presentes en la cultura de masas), lo que es la costumbre en una sociedad estacionaria es la moda en una sociedad que cam­bia. Las sociedades preindustriales, basadas en la inmovilidad social, regulaban la conducta de sus miembros mediante el imperio de la costumbre (es decir, de la moral tradicional). En cambio, las sociedades industriales, basadas en la aceleración del cambio social, ya no pueden regular la con­ducta de sus miembros mediante el imperio de la costumbre ni la moral, sino que, necesariamente, deben hacerlo mediante el imperio de la moda,

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que obliga a cambiar constantemente de conducta a la gente. El proceso de la moda sigue las leyes de la evolución: producción de variedad, selección de la variedad producida, nueva producción de variedad, etc.: todo ello a una. vertiginosa veloci­dad. Así, dada la enorme cantidad de variedad y diversidad que, en el tiempo, produce la moda, ésta puede actuar -y, en efecto, actúa de hecho­como un potente regulador del cambio social. El seguir la moda es un modo muy poco costoso y un

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Anónimo florentino. Medalla de Savonarola.

medio muy eficaz de ir adaptando la conducta a las exigencias impuestas por el cambio social. Es decir, de forma indirecta la moda informa acerca del cambio social: otra información más directa, como la científica, resultaría excesivamente cos­tosa. Es por eso que, inevitablemente, y sin que ninguna legislación jacobina lo supiera evitar, la moda desbanca a la moral. Y Savonarola no tiene absolutamente nada que hacer frente a una estrella audiovisual de moda -a no ser que, a su vez, hipócritamente, farisáicamente, él mismo se ponga a seguir la moda: convirtiéndose en estrella audio­visual como cualquier Wojtyla-.

En tiempos de Marx, lo preindustrial todavía presentaba mayor diversidad que lo industrial: el romanticismo consiste en encontrar más divertido -por hallarse más diversificado- lo preindustrialque lo industrial. En nuestros tiempos, lo indus­trial presenta mucha mayor diversidad que lopreindustrial: la modernidad consiste en encontrarmás divertida la moda industrial -por hallarse másdiversificada- que la moral preindustrial. La di­versión está en la diversificación: en la velocidadevolutiva. Es por eso que donde hay moda nomanda moral.

Si las muñecas son eficientes reguladores de la conducta de las niñas, y si las niñas al jugar con muñecas se adaptan al cambio social, es porque la producción de muñecas evoluciona a mayor velo­cidad que la producción de niñas. De hecho, tras la aparición de las muñecas personalizadas, las muñecas poseen mucha mayor cantidad de varie­dad y diversidad que cuanta pudieran presentar las propias niñas. Es por ello que cabe imaginarse a Savonarola jugando en el secreto de su emala conciencia con muñecas hinchables personalizadas.