Rodríguez Monegal, Emir - Las Raíces de Horacio Quiroga
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7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
1/81
EMIR RODRIGUEZ MONEG L
L S
R ICES
DE
HOR CIO QUIROG
ENS YOS
EDICIONES
SIR
MONTEVIDEO
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
2/81
COPYRIGHT BY EMIR RODRGUEZ
MONEGAL
MONTEVIDEO-URUGUAY
PROLO O
En las primeras horas de t maana del 19 de febrero
de 1937 -hace casi veinticinco aos- mora en el Hospital
de Clnicas de Buenos Aires Horacio Quiroga. Mora por
su propia mano porque estaba seguro de padecer una
en
fermedad incurable porque senta haber cumplido
su tr
gico destino en la tierra. A su
muerte
no faltaron os ho
menajes oficales
ni
los discursos conmemorativos;
no
fait
la apoteosis organizada en nuestro pas y en su tierra
na
tal Salto por manos
muy
amigas. Pero la verdad es que
esos homenajes y esa apoteosis y esa sincera amistad no
desmentida hasta hoy eran impotentes para disimular un
hecho: Quiroga se mora
completament>
solo. Porque
el
afecto de algunos familiares y amigos y
l
representacin
oficial promovida por estos mismos no eran suficientes para
compensar el silencio con que las nuevas generaciones de
entonces rodearon
su
nom6T f. -
Martinez
Estra
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
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su valor como ndice de una actitud s merece ser subraya-
do.
Son
el mejor epitafio de la literatura triunfante
enton-
ces: epitafio para Quiroga
en
937; epitafio para ella
misma
ahora. Porque los casi veinticinco aos transcurridos desde
aquella fecha, han cambiado totalmente la estimativa.
ho-
ra es la avant-garde de
Sur
la que parece arriere-garde
(clasicismo, academismo); y ahora es Horacio Quiroga, el
muerto de 1937, el que parece ms vivo que nunca; ahora
es l quien despierta, en ambas mrg'enes del Plata el
inters y la apetencia
de
los nuevos escritores; es l
q ~ i n
se reedita infa.tigablemente, se relee, se discute con pasin
y
se imita.
Hay, sin duda,
una nueva
injusticia en este enfoque de
hoy. Porque si Quiroga no mereca en 937 la reticencia de
Sur, tampoco ahora Sur merece l reticencia (o absoluta
falta de ella) de quienes ensalzan hoy a Quiroga. 'f ero
son stas las inevitables discordias de la familia literaria.
Lo que s parece
3usto
y de justicia que cada dm resulta
ms transparente, es el profundo inters que suscita la obra
y la personalidad de Quiroga. Por eso,
sin
entrar en la po-
lmica que hoy agita sobre
todo
la margen argentina del
Plata
quisiramos examinar en estos ensayos la importan-
cia esencial de su creacin. l fin y al cabo se es el nico
homenaje que
cuenta.
VIDA Y CREACION
La experiencia modernista
Quiroga haba nacido en
Salto,
en 1878 diciembre 31),
en las
postrimeras
de esa
generacin
del
900
que
impuso
el
Modernismo en nuestro
pas. Desde los
primeros
esbozos
que recoge
un
cuaderno de composiciones juveniles, co
piados con
rara
caligrafia rebuscados trazos las tildes
de
las t, los
acentos,
parecen lgrimas
de tinta) hasta
las
composiciones
con que se presenta al pblico
de su
nativa
Salto, en una Revista
estridentemente
juvenil, su iniciacin
literaria muestra claramente el
efecto
que
en
un
adolescen
te romntico ejerce la literatura
importada de
Pars por
Rubn
Dara, Leopoldo Lugones sus epgonos. Para
Qui
roga, el poeta argentino es el primer maestro. Su Oda a la
desnudez,
de
ardiente rebuscado
erotismo,
le revela
todo
un
mundo
potico.
Luego vidas
lecturas
Edgar
Allan
Poe sobre todo) lo ponen en la pista de un decadentsmo
que haca juego con
su tendencia ligeramente
esquizofrni
ca, con su hipersensibilidad
natural, con
su hasto
de
mu
chacho
rico
hundido
en una
pequea ciudad del
litoral, im
permeable
crea)
al
arte.
La
prueba
de
fuego para toda esa literatura mal inte
grada en la vida es el
viaje a
Pars en
1900:
viaje del que
queda un
Diario
que publiqu por
vez
primera en
1949.
All se
ve a
Quiroga
el
Quiroga de antes de Misiones),
all se ve
a
Horacio soando
con
la conquista de la gran
ciudad,
de
la
capital del mundo,
recibiendo
en
cambio
re
vs
tras revs que
si
no
matan
de
inmediato
la ilusin
la
someten a dura prueba. Pero si en Pars, Quiroga pudo
aorar
y llorar) la
tierra natal,
de vuelta
en Montevi
deo, olvidado del hambre las humillaciones pasadas, en
medio de
los amigos
que
escuchan boquiabiertos las lac-
9
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nicas
historias
que condesciende
a
esbozar el viajero,
re
nace
el decadentismo.
Funda
con amigos
el
Consistorio
del Gay
SabE:r,
ce
nculo bohemio
y escandaloso;
en 1900 gana
un
segun
do
premio en
el
Concurso de
Cuentos organizado por
La
Alborada Rod y
Viana eran jurados)
;
luego recoge
sus versos
s
oemas en
rosa,
sus delicuescentes relatos
n U1r
volumen
Los arreci es d ral cuyo contenido y
cuya
porta a
una
mujer ojerosa y semivestida, anmica,
a l luz de una vela) caen como piedra en el charco
de
la inquietud burguesa del
Montevideo
de
1901.
El decaden
te
triunfa.
Pars
vuelve
a
ser el
sueo.
Entonces,
acciden
talmente, Quiroga mata a Federico Ferrando, su mejor
amigo. El sueo es sustituido
por la
srdida
realidad
de una
crcel,
de
un juicio,
de la vuelta
a
un mundo sin Ferrando.
Quiroga no aguanta y va a refugiarse a brazos de una
her
mana
mayor que
vive,
casada, en Buenos
Aires.
Abandona
el Uruguay para siempre.
Pero no cierra su etapa modernista. Esta herida cica
triza superficialmente, como otras. Cuando escribe, y
aun
que ya ha visitado el Chaco y ha tenido sus primeras expe
riencias
de
colono
tropical, cuando toma
la
pluma
o
el l
piz, Quiroga sigue explorando
sus
nervios doloridos y a
flor
de
piel,
sigue
repitiendo las alucinaciones
de
Poe
El
cri
men
del otro
es una
rplica del
norteamericano),
Quiroga
sigue estudiando y reproduciendo ls efectos, ingeniosos en
el original pero
al
cabo mecnicos,
del maestro Maupassant,
Quiroga
vive una
experiencia
por un
lado,
aunque por otro
por el
de
la creacin)
contina atado
al decadentismo.
Su
segundo
volumen, El crimen
del otro es
modernista todava.
Es cierto que el
joven consigue
disimular mejor
la
his
teria, que
ya
domina el horror
y
no necesita
como
en los
crudsimos
relatos de la Revista de
Salto
nombrar
lo re
pugnante
para hacrselo
sentir
al lector. Pero todava su
cantera es la literatura
leda,
la huella dejada por otros es
critores
en
l, y no el trabajo fascinante de la realidad. A
E,Pd.
le
gust
el
nuevo libro,
y se lo
dice
a
Quiroga
en
una carta
cuyo borrador es de abril
9, 1904 en la
que
hay
una delicada censura para el
.
primer libro.
Rod
que
era
estticamente modernista
aunque tuviera tantos
reparos
ti
cos para la actitud
decadente
que
ostentaba
esta tendencia,
acierta: porque el modernismo de
Los
arrecifes de coral
era pura estridencia y
desorden, la chambonada
del
que
se
estrena, y
el
modernismo de El crimen del otro
ya
indica
una primera maduracin.
Lo que no
pudo ver entonces Ro-
1
d
tampoco
lo
vea
su
autor)
es
que el libro sealaba
la
culminacin y
clausura de
una etapa.
Ya
Quiroga em
pezaba
a
descubrir, literariamente, el mundo real en que
estaba inmerso, no menos fantstico o
fatal que
el otro.
A medida que
descubra
la realidad y se
sumerga
go
zosa y
paulatinamente
en ella,
dejaba caer algunas obras
con las que l ~ u i d a
su
deuda con el M o d ~ r n i s m o ese
lar
go cuento,
de
origen autofografico como ha confirmado
Leopoldo Lugones, que se titula
Los perseguidos y
la no
vela Historia de un
amor turbio
JJ908 , ms autobiogrfica
an
y a ~ q u e
ei
protagonista ynn
r
testigo) es
el
propio
Quiroga apenas disfrazado. Y
hasta
en un
libro
como Cuen-
tos de amor de .locura y
de
muerte, en que
dominan
los
1elatos
misioneros, es
posible encontrar
algunos en
que se
perfecciona, hasta sus ms sutiles efectos, la tcnica del
cuento poeiano.
Tal
vez el mejor
sea
El almohadn de
plu-
ma publicado
por
vez primera en julio 13, 1907 , en que
la
extraa
muerte
por consuncin de una
joven
desposada
tie
ne como origen
un
monstruoso insecto
escondido entre las
plumas. El
marco
de la
historia
una casa lujosa
y hostil,
un
ambiente
de otoo) as como
la fra
e inhumana obje
tividad
del narrador indican bien a las claras el parnasia
nismo
exasperado
ue
es
el me
or
sello del m o q ~ r n 1 s t a Pero
ya mismo
1bro
revela otro
Quiroga.
Descubrimiento
del mundo y de s mismo
La invencin
de
Misiones es gradual. Hay una primera
visita como
fotgrafo de la expedicin
a las
ruinas jesu
ticas
y
que sirve para deslumbrar al joven.
Misiones la
~ . la vida
dura, la
amenaza de muerte como companero
constante) es el reverso
de
Pars y
por
eso mismo
tan
~ t r a c t i v a
para
este
homrfre;nperpetuo
estado de tensin.
Quiroga decide volver y
vuelve
en una primera
intentona
que
lo
lleva al
Chaco, como
industrial
ms o
menos fraca
sado.
Este ensayo no
es
ms que el error necesario
para
ajustar mejor
la
punterp.. Compra
tierras
en
San
Ignacio
y
se
instala como colono ~ e-
El descubrimiento literario
de
Misiones tarda un pocu
ms y
se
produce en
varias etapas. Uno
de los primeros y
mejores cuentos de ambiente
rural es
L < f ~ n marzo
7,
1908 . Ocurre todava en el Chaco; Qmroga esta dema
siado cerca del descubrimientQYla
fascinacin
para
poder
1 1
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incorporar la realidad
entera del
mundo
en
que
vive. El
Chaco1 est presente no slo en ese magnfico cuento de
~ l u ~ i n a c i n Y miste;io (los
perros ven
al amo,
convertido
er ia Muerte,
un
d1a
antes
de que aqul caiga fulminado
por
la
insolacin)
; tambin est
presente
en algunos de sus
tensos
relatos
de entonces: en Los cazadores
de
ratas
(octu
bre 24 1908) en que
se
dramatiza otra
supersticin cam
:i:iesina: la
de que las
vboras
vuelven
para
vengarse
al si
ei: que se ha matado a su pareja; y en El monte negro
(Jumo 6 1908)
que
a pocos aos de distancia
cuenta
un
episodio
de
sus
luchas
con
la naturaleza chaquea
y
mez
cla
sabiamente
el humor a la pica.
P ~ r o M i s i o ; ~ e m p i e z a a
dominar
ya hacia fi91*cuan
do Quiroga ha mstalado su
hogar
(la mujer, l o ~ s que
llegan), y el mundo que lo rodea se
va
colando de a poco
en su literatura. Son sus cuentos.
de
monte, como l los lla
ma en carta a Jos Mara
Delgado
(junio 8 1917), esos
cuentos que manda a Buenos Aires y sin saber cmo seran
recibidos: Cuando he escrito esta tanda de aventuras de
vida
intensa,
viva all y pasaron dos aos
antes
de conocer
la ms mnima
impresin
sobre ellos. Dos aos
sin
saber
si una cosa que uno escribe gusta o no, no
tienen
nada
de corto.
Lo
que me interesaba saber, sobre todo, es si se
respiraba
vida
en
eso; y
no
poda
saber
una
palabra. ( .
..
)
De
modo que an despus
de
ocho aos de lidia la
menor
~ m p r e s i n
que se me comunica sobre eso,
me h a c ~ un
efecto
inesperado: tan acostumbrado estoy a escribir para
m
solo.
Esto tiene sus desventajas, pero tiene,
en
cambio, esta ven
taja colosal:
que
uno hace realmente lo que siente, sin in
fluencia de
Jan
o Pedro, a quienes agradar. Se tambien
que pu muy
muchos,
lo q llt;-ltaca
antes
(cuentob1 de efec
to,
tipo El
almohadn ) gustaba
ms que
las historias a
puo
limpio,
tipo
Meningitis , o los de monte. Un
buen
da
me
he convencido de
que el
efecto no deja de ser efecto
(salvo cuando la historia lo pide) y
que es
bastante ms
difcil
meter un
final
que el
lector ha adivinado ya: tal
como
lo observas respecto
de Meningitis .
La carta da la perspectiva
de
1917, cuando Quiroga
re
coge
en
un volumen grueso, sus relatos de tres lustros.
Pero hacia 1912, cuando empieza a escribir sus cuentos de
monte,
alla
en
San lgnac10, leJOS de toda
achv1dad
htera
_1-ia y
solo,
la
historia
era
distinta. Quiroga
hollaba
cami
nos nuevos y
no
sabia. De ah que la
confidencia
a
Jos
Mara
Delgado
tenga tanto
valor.
Pudo
seguir la
ruta
ya co-
12 -
nocida del
Modernismo;
pudo continuar escribiendo cuen
tos basados en otros cuentos (Borges resumi un da
su
oposicin generacional a Quiro a a e
inJUS
a
sen 10 os
cuentos que
ya
haban escrito Poe
o
K1pltng ). Pe10 la 1ealldad
se le
meha
por los
OJOS y toca
ba dentro de l una
materia
suya
desconocida. Misiones
era descubierta pero al
mismo tiempo
Misiones lo
descubra,
o revelaba.
Entonces Quiroga
escribe y publica A la
de
riva (junio 7
1912), El alambre
de
pa (agosto 23 1912),
Los
inmigrantes
(diciembre
6 1912),
Yagua
(diciembre
26
1913),
Los mens
(abril
3
1914), Una bofeta.da
(enero
28
1916),
La
gama ciega
(junio 9
1916), Un pen (enero
14 1918), junto con otros
tal
vez menos logrados. En todos
ellos
se
ve y
se siente
la
naturaleza de
Misiones,
sus hom
bres
y
sus
problemas.-
vis
n es todava externa.
Aunque el
narrador ha
alcanzado una
habilidad enorme,
aun ue cuenta
exac amen
o ue mere com n
de
ma fica
o.\'.1jetividad, es
limitada. Porgue el
narrador
est notoria
IJlentP
ausente de
ella es uh testigo a veces
hasta un
per
sonaje secundario del relato, pero
no
est l entero,
con
angus ias e sen l_ o
ue
- la f t l i d ~ ~ -
~
econoce y muestra el
destino
que se esploma sobre
los
otros,
pero
cuando
es
n
el imphcado,
l
historia
ad
quiere un
leve
tono humorstico (como
pasaba en
El
monte
negro
o
como pasa
en esa otra esplndida revelacin auto
biogrfica que es Nuestro primer cigarro, enero 24 1913,
con su
rica
evocacin
de la infancia
saltea) .
En esta segunda etapa
de
su obra creadora, cuando
ya
ha descubierto Misiones y ha
empezado
a
incorporar su
te
rritorio al mundo literario, Quiroga todava cierra demasia
do
las
lneas de comunicacin
que
van
de
lo
hondo
de su
alma y experiencia a la superficie de la realidad en que
vive. Estos
cuentos estn
escritos
(en San
Ignacio, y ms
tarde, desde 1915, en Buenos
Aires)
por
un
hombre que ha
quedado viudo a los pocos aos de casado, viudo con dos
hijos pequeos, viudo
por el
horrible
suicidio
de su mujer
Quiroga entierra este hecho en lo i:ns secreto de s mismo,
contina
viviendo
y escribiendo, pero
cerrado en
lo ms n
timo, registrando implacable el trabajo de la
fatalidad
so
bre los otros y esa horrible
culpa inconsciente que
los hace
vctimas ante una sabidura ms penetrante
que
la de la
inteligencia.
Los libros de esa poca -f.tuentos de amor de locura y
de m u e r t ~ 1 9 1 7 ) ,
Cuentos de la selva para los nios (1918),
13
-
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L
~ a l v a j e
0920), ; i Y J C : Q ? J ~ _ _ ~ 0 9 2 1 ) - recogen la enorme
cosecha
en
un desorden deliberaao. Quiroga mezcla los
cuentos
de
monte con
los
restos de
su
experiencia moder
nista y las nuevas invenciones literarias. Cada
volumen
es
heterogneo .Y produce la
impresin
(que l buscaba
a
la
zaga de
Merime)
de mostrar cuentos de muchos colores.
Pero en la impresin del
lector
se imponen
los
relatos mi
sioneros,
esos que
revelan
a Quiroga a un vasto
pblico
y lo
revelan,
paulatinamente, a s mismo.
La
verdadera
creacin
El tercer perodo, el verdaderamente
creador,
ocurre
hacia
1918 y se
extiende
con intermitencias
cada
vez ms
pronunciadas hasta 1930. Quiroga no ha
vuelt1:> a Misiones
si
no
es
en
breve estancia; est radicado
en
Buenos Aires y
participa activamente de la vida literaria. Impone
su
figu
ra
taciturna,
su soledad
en
compaa; es un
maestro
y
en
torno suyo se agrupan otros maestros
y los jvenes.
Poco
durar
este
esplendor
porque
ya hacia
1925
se produce
el
estallido de una nueva experiencia generacional. Con
Mar-
tn
Fierro
como rgano publicitario, con Ricardo
Giral
des
como figura
central, con
Macedonio Fernndez
como
prcer heterodoxo, el grupo que capitanean Evar Mndez
y
Jorge Luis Borges llega
a
transformar el cuadro. Dentro
de cierto nivel literario estos jvenes no existen:
ese
nivel
de las revistas
de gran
circulacin
en
que
Quiroga es reco
nocido; pero en
otro nivel,
que
ir creciendo paulatina::..
mente,
los
jvenes preparan el juicio del maana. Ese
jui
cio es adverso a
Quiroga.
En 1926 se
publica Los desterrados e ,
ms eneo
e
mroga. ero el mismo ao
se
publica
tai:nfen Don Segundo
Sombra
y los jvenes
de entgpces
proclaman el libro
max1mo:
la prueba de que la litera
tura
argentma
podia
ser
gauchesca
y
literaria
a
la
vez,
que
las metforas del
ultrasmo (sucursal
de los
ismos
euro
peos) podan usarse para contar
una historia
rural. Las
asperezas estilsticas de Quiroga, sus tipos crudos
y
nada
poetizados,
parecieron la negacin
de un arte
que se que:..
ri (a toda costa) puro. Quiroga fue condenado siri ser
ledo.
Esto que ocurra en el nivel de la literatura
de
lite
estaba
desmentido por el xito
en
otro plano. Quiroga era
1 4
editado
y
reeditado; en Madrid
la
poderosa.
Espasa C a ~ p e
lo
inelua eh una
coleccin
de narradores
3unto a
Julien
Benda Giraudoux Proust
y
Thomas Hardy (tambin es
taba, ~ Y . Arturo Cancela);
la
~ e v i s t a
de
bibliografa ~ a b e l
(rgano de la editorial d e ~ mismo n o m b ~ e q ~ e publicaba
sus obras) le
dedica un numero extraordmano en
que
se
recogen
los juicios ms laudatorios a
que pueda aspirar
el
delicado ego de un poeta.
Era la
apoteosis en vida
y, complementariamente,
el
co
mienzo de la declinacin. Para Quiroga era otra
cosa.
Esa
serie de
relatos
que
culminan
con
el volumen magistral de
Los desterrados encierra su obra ms honda de narrador:
el
momento en
que la fra
objetividad del
comienzo,
apren
dida
en Maupassant,
ens'a'Yaoa a la
vera de ~ 1 p l m g , da paso
a una vls10
m . : s - ~ p r o f u n d a
y no por
euo
menos ob
jetiva. El artista entra
dentro
de la obra. Esto
no
significa
que sustituya
a
la obra. Significa que el relato ocupa aho
ra no slo la retina (esa
cmara
fotogrfica de
que
habla
Pl irnico
Christopher
Isherwood)
sino
las
capas ms escon
didas y personales
de
la individualidad creadora. Desde all
crea
ahora Quiroga.
Ya no est en
Misiones, o
est
poco
en
Misiones.
Pero
desde esa
honda asimilacin de
Misiones
que encuentra en
s
mismo
escribe.
En un
tono
en que se
mezcla
la
vivacidad
de la
observacin directa con
la pequea
distancia
del
re
cuerdo cuenta la historia de Van Houten (diciembre, 1919),
la
de L
hombre muerto (junio 27, 1920), la
de
La Cmara
oscura (diciembre
3, 1920), en
que su
propia angustia
ante
la muerte de
un
ser querido aparece sutilmente transpues
ta,
la
de
L
techo de incienso (febrero 5
1922) en que el
sesgo
humorstico permite liberar mejor su esfuerzo sobre
humano al tratar
de cumplir, en medio de la selva, y
si
multneamente,
las
funciones
de
Juez de Paz
y carpintero,
la
de
Los destHadores de naranja (noviembre
15, 1923),
la
de Los precursores
(abril 14, 1929),
qu _.SQ tiene el m ~ j o r
el mas
ano tes
re tin social en Mis10nes.
E n
todos
esos
rela
os,
muchos de
los
cuales
van
a
inte
grar Los desterrados Quiroga desarrolla una forma especial
de
la ternura: sa
que
no necesita del
sentimentalismo
para
existir, que puede prescindir de la mentira
y
de
las bue
nas intenciones; la
ternura
del que sabe qu
cosa
frgil es
el
hombre
pero
que
sabe tambin qu heroico es en
su
lo
cura
y
qu sufrido en su
dolor, en
su genial
inconsciencia.
Por eso
sus
cuentos contienen algo ms
que
la
crnica de
un
ambiente
y
sus
tipos;
son
algo
ms que
historias tr-
- 15
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
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gicas, o cmicas, de un
mundo
extrao. Son profundas
in
mersiones en la realidad humana hechas por un hombre que
ha a rendido a liberar
en
s ismo lo trgico
hasta
lo
arribe.
-
En ningn lado mejor que en
El desierto
(enero 4
1923)
y
en
E ~ (enero
15
1928) ha alcanzado Quiroga es?
-
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entre
lo
ms notable que
ha escrito,
va liberando sus con
fidencias: calla
y
al mismo tiempo se entrega.
En
tanto
que
las
desilusiones
lo cercan,
que siente crecer
la incom
patibilidad de caracteres que
lo
aleja de sus hijos
y
des
cubre el
fracaso de
su
segundo matrimonio; en
tanto
que
la
enfermedad se cierra sobre su vida
y
sus
ilusiones,
Qui
roga va entregando en cartas que
son testamento
la ltima
visin,
la ms
madura
aunque ya fuera del
arte.
En una
carta que escribe
a Ezequiel
Martnez Estrada
en abril
29, 1936,
encara
el
tema de
su abandono
de la
li
teratura
y
tambin
de
la preparacin para
un
abandono
an
mayor: Hablemos ahora de la muerte. Yo fui o me senta
creador
en mi juventud
y madurez, al
punto
de
temer ex
clusivamente a la muerte, si prematura. Quera hacer
mi
obra. Los afectos de familia no [fiaban] la cuarta parte
de aquella ansia. Saba y s que para el porvenir de una
mujer
o
una
criatura, la existencia del
marido
o padre no
es indispensable. No hay quien no salga del paso, si su des
tino
es se.
El nico que no sale del paso
es el
creador,
cuando l muerte lo siega verde. Cuando consider que ha
ba cumplido mi obra e s decir, que haba dado ya de
m
todo o ms
fuerte-,
comenc a ver la muerte de otro modo.
Algunos dolores, ingratitudes, desengaos, acentuaron esa
visin.
Y
hoy
no temo
a la
muerte,
amigo, porque ella
sig
nifica descanso.
That
is the question. Esperanza de olvidar
dolores, aplacar ingratitudes, purificarse de desengaos. o-
rrar las heces
de
la vida ya demasiado vivida, infantilizar
se de nuevo; ms todava: retornar al no ser primitivo, an
tes de la gestacin y de toda existencia: todo esto es o
que nos ofrece la muerte con su descanso sin pesadillas. Y
si reaparecemos en un fosfato, en un brote, en el
haz
de un
prisma? Tanto mejor, entonces. Pero el asunto capital es la
certeza, la seguridad incontrastable de que hay un talis-
mn
para el mucho vivir o el mucho sufrir o la const,ante
desesperanza. Y l es el infinitamente dulce descanso del
sueo a que llamamos
muerte .
Por
eso,
cuando tuvo
que abandonar su
casa de
San
Ignacio,
esa casa sobre la meseta
a
la que haba dedicado
las mejores
horas
de
sus ltimos aos, que
haba
rodeado
de
palmeras
y
haba
levantado
con
sus manos, cuando de
bi
dejar
ese
habitat
elegido por una fuerza interior
ms
poderosa que
la que
le hizo nacer en Salto, cuando
debi
bajar a Buenos
Aires
para
ser sometido
a
una operacin
de la que slo
poda
quedar remendado,
sin esperanza
de
cura, Quiroga dej el Hospital un da febrero 8 de
1937),
8
hizo la ronda de las
dos o tres
casas
amigas,
vio
a
la hija
que tanto quera
y
que le sobrevivi
pocos
aos, entr
a
una farmacia
a
comprar
cianuro Y regres en
la noche
a
su
cuarto
de
enfermo.
A la
maana
siguiente ya lo en
contraron
muerto.
1957)
NOTA
En un
trabajo
titulado Objetividad de Horacio Quiroga
(Nmero, 6-7-8, Montevideo, enero-julio 1950)
intent una
ordenacin
de
la obra de Quiroga sobre
la base
de su curso
biogrfico
y
de la cronologa de
su obra en
volmenes.
All seale
la
existencia de
cuatro
perodos,
de lmites re
tocables.
El
primero, 1897/1904, comprende
su iniciacin
li
teraria, su
aprendizaje del Modernismo, sus
estridencias de
cadentistas,
su oscilacin
expresiva entre verso
y
prosa; cul
mina
y
concluye con dos
obras:
Los arrecifes de coral
1901,
con poemas
y
algunos
relatos),
El crimen del otro
1904,
relatos).
El segundo,
1904/1917, lo
muestra
en
doble
estudio minucioso: del mbito
misionero,
de
la
tcnica
na
rrativa, al
tiempo
que
recoge muchos de
los
textos
del
pe
rodo anterior y se
cierra
con su libro ms rico y hetero
gneo: Cuentos de amor de locura y de muerte 1917, con
una segunda
edicin, idntica,
en
1918).
El
tercero 1917/
1926,
presenta
un Quiroga
magistral
y sereno, dueo de su
plenitud,
y
encuentra
su
cifra en el libro
ms equilibrado
y autntico: Los desterrados 1926).
El
ltimo
perodo,
1926/1937,
registra
su
segundo fracaso
como
novelista con
Pasado amor 1929), su progresivo abandono
del
arte,
su
sabio
renunciamiento
en vspera de la muerte. La publica
cin
de Ms all en 1935 con relatos desiguales y,
en su
casi
totalidad, del tercer perodo, no modifica para nada el
cuadro.
Esta ordenacin
terminaba
con
una advertencia que
transcribo
textualmente: Un
estudio cronolgico de sus
cuentos que partiera de la primera publicacin en peridi-
cos, permitira, sin duda, una clasificacin ms fina y
sen
sible . Esta tarea no haba sido realizada entonces
y slo
en
1955
se
ha
dado
el primer paso en ese
sentido.
En un
trabajo publicado en
Mxico
por
la
Nueva Revista de Filo-
loga Hispnica Ao
IX,
NQ
4)
la
investigadora argentina
Emma
Susana Speratti Piero
ordena
por vez primera
los
-
9
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
9/81
cuentos de
Quiroga
de
acuerd
a su publicacin original en
revistas y peridicos. Aunque su tarea no es definitiva (la
autora, modestamente
la titula Hacia la cronologa de Ho-
racio Quiroga , ya permite una mejor ordenacin de la se
cuencia creadora, una clasificacin
ms fina
y
sensible
co
mo se peda.
Lo
que
primero se advierte es que los cuatro perodos
arriba indicados por m,
se
mantienen, aunque se deba mo
dificar
algo sus
lmites
(como se prevea
en el
trabajo de
1950). La iniciacin modernista de Quiroga deja su huella
hasta 1907 1908, por lo menos. En
cuanto
a los perodos
segundo, tercero y cuarto existen como tales y su caracte
rizacin es
acertada
en principio. Lo que debe modificarse
(a
la
luz
de la
ordenacin cronolgica de los cuentos) es el
lmite
temporal.
1917 es
una
fecha
que
ahora nada dice,
como tampoco nada dice el 1926 de Los desterrados. De
ah que haya parecido til, con la cronologa a la vista,
intentar
ahora una nueva ordenacin de los cuentos de
Quiroga, de su vida y creacin.
20 --
EL PROBLEM DE L
NACIONALIDAD
FECHA DE
NACIMIENTO
Ignoro si es
bastante
conocida
esta ancdota
del pro
fesor norteamericano William Berrien de
la
Universidad
de Berkeley (California).
En
la
duda,
la contar
una
vez
rns. En 1935
visit
Berrien
el Uruguay;
en su natural
aficin por el dato preciso intent averiguar a qu se
deba que mientras algunos afirmaban que Rod haba na
cido en 1871, otros (y eran los
ms numerosos)
insistan
-en
el 1872, Pregunt qu afirmaban
los registros de la
Matriz
y
pudo descubrir
entonces
que nadie haba
ido a
consultarlos; que
la
diferencia de fechas se mantena por
que
a
nadie se le haba
ocurrido
empezar
por el
principio.
El
resto
de la ancdota
no
es ya tan edificante. Berrien
iue
a la Matriz y
pudo
documentar
all que Rod
haba
nacido
l
15 de julio de 1871. En
la
Revista Hispnica Mo-
dern
(New
York,
octubre de
1936) public el
resultado
de
su
investigacin el distinguido hispanista.
Con
la
fecha de nacimiento de Horacio Quiroga Y
con
un
problema de mayor gravedad a ste
vinculado- ha
sucedido algo semejante. No slo el
indocumentado Luis
Alberto
Snchez en su Nueva Historia de la Literatura
mericana (Buenos Aires, 1944) indicaba el ao de 1879
como
el de su nacimiento; tambin Pedro
Henrquez
Ure
a en Las corrientes literarias en la mrica hispnica
(Mxico, 1949) apuntaba el mismo ao. Y en el Uruguay
no faltaban quienes los hubieran precedido o acompaado
en el error, por ejemplo Alberto Lasplaces, tanto en sug
Nuevas opiniones literarias (Montevideo, 1939) como
en
su
Antologa del cuento uruguayo (Montevideo, 1944), Nico
Is Fusco San.Sane,
en la
Antologa y crtica de literatura
uruguaya (Montevideo, 1940), y Julio J Casal
en Exposi-
-
21
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
10/81
cin de la poesa uruguaya Montevideo,
1940). Es
cierto
que
sus amigos
y
bigrafos Jos
Mara Delgado y Alberto
J.
Brignole haban indicado en su Vida y obra de Horacio
Quiroga
Montevideo,
1939)
la fecha exacta:
31
de diciem
bre de 1878. Pero como no acompaaban de ninguna docu
mentacin
su aserto y como su obra fuera concebida ms
como biografa novelada
o
novelera)
que
como
estudio
histrico,
su mera
afirmacin
resultaba insuficiente; por
otra parte, no pareca difcil relevar a lo largo de sus
digre
sivas
pginas numerosos
errores de informacin, impreci
siones
y descuidos,
que contribuan
a
acentuar la reserva
y
alimentar la duda.
No parece adecuado reclamar
ahora
el mrito,
tardo
de haber consultado
los
archivos parroquiales de
Salto.
Parece prudente, en
cambio, dar a c;onocer los resultados
de
esa
investigacin
elemental. Como lo
certifica la repro
duccin fotogrfica de parte del folio
536
del
libro 9
de
Bautismos de la Igles'ia de Nuestra
Seora
del Carmen, El
da diez y
nueve
de Mayo e mil ochientos setenta y
nueve: el Presbtero Don Juan Bautista de Aguinaga con
licencia de m el infraescrito Cura Vicario de esta parro-
auia de Nuestra Seora del Carmen del Salto Oriental
bau-
tiz
en
ella solemnemente a Horacio Silvestre que naci
el da
treinta
y uno de Diciembre del ao
prximo
pasado,
hijo legtimo de Prudencia Quiroga, argentino, y de Pas-
tora Forteza, oriental; abuelos paternos Juan y Ciriaca Nar-
vajas; abuelos maternos Juan
y
Francisca Saldafia, fueron
padrinos Francisco Forteza
y
Magdalena Forteza de Trillo
quienes instruyo. Por verdad
lo
firmo. Licdo. Pedro Gar-
ca Salazar.
I I
NACIONALIDAD DE ORIGEN
Este
documento
no
resuelve, sin embargo, un
problema
lateral
y
de
ms
larga proyeccin. Se
ha llegado
a
afirmar
reiteradamente que Horacio Quiroga, aunque nacido en Sal
to Oriental,
haba sido
inscripto
en
el Consulado
de la
Repblica Argentina.
As
lo da a
entender,
por ejemplo,
un estudio de John A. Crow, de la Universidad
de Cali
fornia, publicado en 1939; as lo expresa,
asimismo,
la ya
citada Antoioga
y
crtica de Hteratura uruguaya:
Su
par-
t'ida de nacimiento fue inscripta en ei consulado e la Re-
pblica Argentina que funcionaba en dicha ciudad por
la
circunstancia de ejercer su padre el cargo de cnsul de
ese pas .
Tal
categrica afirmacin
permite conjeturar que la
inscripcin hubiera sido doble: por un lado, el bautismo
en
el Salto,
por
otro,
el
registro
en el Consulado. Pero
no
es ste el
caso. Un
detenido examen
efectuado
en
los ar
chivos del Consulado argentino en
Salto,
permite asegurar
que no
consta
en ninguna
parte
tal
hipottica
inscripcin.
Y
por
otra parte,
un simple repaso de
la historia
ins
titucional
de
ambos pases
muestra por qu no
poda cons
tar. Horacio Quiroga naci antes de
la
ere Re istro
.Qivi ~ ~ ~ en
nuestro
pa1s
como en
la Argentina.
Las
ni
cas mscnpciones
validas
eran las
del Bautismo en l ~ o -
Juia 'trrespondiente.
Al aparecer mscnpto en
l J{l'esia
e
Nuestra Seora del Carmen del
Salto
Oriental se
eli
mina automticamente la posibilidad de cualquier otra ins
cripcin ya que slo poda ser bautizado una vez.
Eso no es todo.
Las
mismas circunstancias biogrficas
contribuyen
a
iluminar la situacin.
Horacio Quiroga era
el
cuarto hijo
del
matrimonio
Quiroga Forteza. En
el
momento de su
nacimiento,
su padre
ejerca
desde haca
dieciocho aos el cargo titular del Vice-Consulado
argen
tino
en
Salto. Cuando Horacio no
haba
cumplido
an
dos
meses y medio - e l 14
de
marzo de 1879, para
ser
preciso
D. Prudencia muri al dispararse accidentalmente una es
copeta
de
dos
caos
que
llevaba en la
mano.
En
el
cap
tulo I de su biografa, Delgado Brignole recogen una
de las versiones del accidente). Horacio fue bautizado re
cin el
19 de
mayo, unos
dos
meses
despus. Muerto
su
padre
parece
poco probable aue sus
familiares
salteos hu
lieran pensado en inscribirl como argentino, para lo que
hubiera
sido
necesario
bautizarlo
': n alguna
ciudad
argen
tina.
a in.vestigacin
cumplida
permite afirmar sin lugar
dudas que Horacio Quiroga
naci
en 1878 y que su na -
10nalidad
de
origen
es
la
oriental.
....__
I I I
CONSIDERACIONES FINALES
Tal
afirmacin no debe sobrestimarse. No
pretende
te
ner
ms alcance que el que indican sus propios medidos
- 23
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
11/81
trminos. No despeja por cierto otros problemas
vincula-
dos a
la vida de Horacio Quiroga.
Es
muy posible,
por ejemplo, que en
los primeros
aos
de su
vida
en
la Argentina,
a donde se
trasladara
despus
del trgico accidente de la muerte
de
Federico Ferrando,
Quiroga
haya
actuado como argentino. La mera
circuns-
tancia de haber nacido de
padre argentino se
lo autorizaba.
Y
quiz esta misma actitud juvenil haya alimentado la
leyenda
de
su inscripcin en el consulado
argentino,
con-
tribuyendo
a
despistar
a
algunos
estudiosos.
Aunque ms
tarde,
al
incorporarse
en
1917
al
Consulado
General del
Uruguay en la Argentina, hubiera despejado todo
equvoco
en
lo que respecta a su
verdadera
nacionalidad
electiva.
Todo
esto
es,
ya se ha
indicado,
otro
problema
y
exigir,
por
lo
tanto, una dilucidacin
aparte.
Queda aqu
en
pie, asimismo,
un
problema de ndole
estrictamente literaria
y que se
refiere
a
la exacta ubica-
cin
del
arte de Quiroga. Aunque saltea
y
montevideana
en sus orgenes, su gran
obra
de creador pertenece ente-
ramente a
las
Misiones argentinas, es
misionera.
Y
esto
conduce
a
la consideracin de aquel enfoque propuesto por
algunos:
una
literatura
rioplatense
alzndose por
encima
de
los (ociosos) separatismos
nacionales. Tanto Quiroga,
como
Snchez,
como
Viana,
como
Bartolom
Hidalgo,
como
Juan
Carlos Onetti, pertenecen
a
ambas literaturas.
Y lo
mismo
podra afirmarse
de los emigrados argentinos
de
la poca de
Rosas y
de Hilario Ascasubi oue
(como
lo
de-
muestra
concluyentemente
Lauro
Ayestarn)
no slo estu-
vo radicado
cerca de veinte aos en el
Uruguay,
sino que
aqu desarroll
la
mayor parte
de
su
obra
y
escribi
sobre
sucesos uruguayos y dentro del diferenciado acento popu-
lar de nuestro pas .
Tal enfoque conduce
a
la consideracin
final. No
la
comezn
nacionalista sino la disciplina de la erudicin ha
guado esta busca por archivos
y
documentos. Sera lamen-
table que alguien pudiera valerse de estas precisiones para
alimentar una
estpida
rivalidad de campanario
o
una des-
colocada reivindicacin
patriotera.
(1953)
NOTA.
Sin
la
generosa colaboracin
de los
encargados
de los ar-
chivos de Nuestra Seora del Carmen y del Consulado Argentino,
asl
como del actual Cnsul de esta
nacin
en Salto, no hubiera sido posiblo
cumplir esta investigacin. Una deuda ms vasta tiene el que esto es
cribe
con el
Profesor
Adolfo
Silva
Delgado que
prest
su ayuda
y de-
dicacin
constantes.
4
EL
VIAJE A PARIS (1900)
io Quiroga durante su viaje
El Diario llevado
p ~ r Horac
t'mable aporte para
el
a
Pars
en
1900 o n s t i t u y ~ un
tesd1
al tiempo que facilita
. t
de su
JUven u , .
t
r
neJ
or
conoc1m1en o t 'b como
pieza msnL -
t
d d y con
n uye
d acceso a su m im1 a . . .
'n literaria
la
q ~ o n
tuible al e:;tudio de su m c i a c d e r n s m o e ~ el Uruguay. A
funde ccm los otigeiS del
m
1
r
documental del Diario
la consideracin
de este
triple va
o
est dedicado este
ensayo.
LA AVENTURA
Bri
ole'
Vida, Y obra
dG
J ose
Maria
Delgado Y Alberto
J ._
ygnC a
1939,
4 i pAgs.
(1) Cl di Garc1a. d
ora.cio Qniroga. Montevideo,
au
o eriodo:
Fue
una.
atonia
a
RE l
pgina 104
escriben sobre
efste ~ e n t e nor
un esbozo de poema
n a . lera
cortado
ugaz -
esterilidad total, ni
:1qu
imptesiones'
'.
o un deseo de
ano
ar
- 25
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
12/81
La
informacin biogrfica ms completa publicada has-
ta
la fecha sobre Quiroga
es
la que proporciona la
Vida
y obra de Horacio Quiroga, de
Delgado
y
Brignole. En
el
captulo VI se encuentra narrado el viaje a Pars en los
s1guientes trminos:
"Pero, en seguida, otro sueo largamente acariciado,
el
viaje
a Pars,
vendra
a arrancarlo de estas antifonas
;unerarias (2). Evidentemente la tarea
de
su tutor, don
Al-
berto Semblat,
que
le fuera
nombrado
al contraer su madre
segundas nupcias, se
vi
bastante dificultada por la ndole
de
un
pupilo, a
quien no
le faltaba
ninguna
de las
condi-
ciones necesarias para
turbar la
tranquilidad
de un
severo
monitor. Don
Alberto
era
un
honorable notario,
un
hom-
bre de
mundo
en quien el sentid'J de la responsabilidad,
poda
coexistir
con
una
amplia tolerancia para comprender
los antojos y turbulencias de la
juventud.
Quiroga hall
en
l un amigo dispuesto siempre a tomar sus caprichos por
el lado benvolo y a satisfacerlos
en
la
medida
de lo posi
ble, aunque muchas veces a regaadientes. Pero hoy una
bicicleta,
maana
una
mquina
fotogrfica, al otro da
un
viaje a Montevideo y a cada nueva hora un deseo que
obligaba a echar mano de recursos extraordinarios, con-
virtieron la
tutora
en un
verdadero presente
griego.
Tanto
como
abundaba
el
mozo
en
inteligencia y
en
veleidades,
careca de la menor
nocin
econmica y menudeaba sin
piedad los asaltos a
su
mediocre fo l f;una.
La mayora
de edad
trajo
para don Alberto
un
descar
go de
inquietudes,
sin
modificar
en lo ms mnimo Za idio-
sincracia del pupilo. Las
muelas
del juicio encontraron a
ste
tan
fantasista y desordenado como las de la adoles
cencia, as es que, en cuanto pudo, recogi el dinero de su
herencia, li las maletas y vol a Pars, aspiracin suprema
y obligada de todo joven poeta insurrecto.
Se
embarc
como
un
dandy:
flamante
ropera, ricas
valijas, camarote especial, y todo l derramando
una
aris-
tocrtica coquetera, unida a cierta petulancia de juventud
(2)
Se refieren aqui sus bi6grafos al artculo en que Quiroga anun
ciaba
por qu no saldria ms la Revista del Salto, de
la
que era di-
rector. Vase el texto completo en el Apndice documental a mi edicin
del Diario, seccl6n C)
Revista del
Salto ,
N9
7.
La
narr ci6n de aus
bigrafos se encuentra en la obra citada, pig1 97-102.
6
-
favorecida, por -el talento, la riqueza y la apostura varonil.
No haba quien
pudiese
dejarlo de envidiar. Las
quimeras
le bailaban dentro del crneo. Pars En cada griseta una
Mann, en cada gota de .ajenjo un poema,
en
cada paso
por la colina de Montmartre un sueo, y, al fin, la fama,
el reconocimiento
triunfal.
en los ms clebres cenculos . ..
Pas
todo exactamente
al revs.
Ninguna
ocasin de
representar el Des
Grieux
o
el
Rodolfo. Las
Mim
lo llama-
ban
le
joli
petit
arabe", apodo que le gustaba
mucho;
pero trascendan demasiado a comercio, y cuando su cora
zn romntico
sediento de
veraz
ternura,
se
apretaba
a sus
senos mercenarios senta
el entumecimiento
de
un
pjaro
tropical entr la nieve. En los cafs del Barrio Latino ha-
llaba una indiferencia que
ni
siquiera se disimulaba.
Sus
cartas, aunque no quejosas, slo hacen referencia a baga-
telas. Hablan de libros
muy
buenos que se compran bara-
tos casi regalados. Participa n que Rubn Daro est
muy
g r ~ e s o
que usa sombrero de paja y que le pregunt si
conoca a Rod.
Informan
que
Gmez
Carrillo
o
llev al
caf Cyrano (usted perdone, le escribe a su amigo Fe-
rrando no recuerdo cuntas lleva este nombre francs)
donde 'se renen literatos y "cocottes", y concluye desen-
cantado:
me
parece que todos ellos, salvo Daro que
lo
vale
y
es
muy
rico tipo, se creen
mucho ms
de
lo
que
son".
Nada hay
que
indique un entusiasmo
avivado por
el
contacto con la ciudad
maravillosamente
soada, o con los
hombres
a
quienes
desde lejos admiraba. Es un fracaso de
su
imaginacin que poda preverse: un
alma
como
la
de
Quiroga, sustancialmente autntica y sincera hasta no poder
encubrir sus impresiones,
nunca
llegara a congeniar con
un ambiente supercivilizado, lo
que equivale
a decir ultra
artificial.
El inmenso
rumoreo que necesitaba para dar vue-
lo a su vocacin no estara all sino en el polo opuesto, en
medio de las florestas profundas. El
lo
ignoraba
an
Y
arrastraba por la
enorme
colmena su desilusin, como una
clmide arpiamente
desgarrada.
Para colmo, el desatino con q1le administr sus recur-
ws
y otros olvidos y faltas muy suyos,
iban
a originarle
una situacin desesperante. Un buen da not que no le
quedaba un centsimo y comenz el peregrinaje srdido
lOr las casas de prstamos. Joyas, valijas, ropas, fueron a
engrosar las estanteras y vitrinas de los
Montes
de Piedad,
hasta verse ms implume que el gallo de Morn. A
mayor
-
7
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
13/81
desgracia haba
extraviado
-cundo n o - la direccin de
sus familiares, y los S.O.S. con
JUe
los bombardeaba
no
llegaban a su destino. Solo e
indigente
en una inmensa
ciudad, los das se le tornaron pavorosos. Conoci el
ham
bre
y cosas peores, como el tener que
pedir
a compatriotas
euros sumas de mendicante, un franco o dos, apenas lo
suficiente para comprar
un
pan y un pedazo de queso.
Tuvo que vivir
a los saltos en buhardillas. Desterrado
de
las barberas, el valo de su rostro se vi asaltado por
bar-
. bas, que crecan como malezas alrededor
de
las ruinas
en
las tierras tropicales. Fue,
en
verdad,
un
spero
aprendi
zaje del infortunio y la miseria.
Finalmente
los familiares se enteraron de sus aprietos
y de inmediato lo
auxiliaron. Volvi con pasaje
de
tercera.
Su indumentaria revelaba a l legua la tirantez pasada.
Un mal jockey encima de la cabeza, un saco con la solapa
levantada para ocultar la ausencia de cuello, unos pantalo
nes de
segunda mano,
un
calzado deplorable, constituan
todo su ajuar. Cost reconocerlo. Del antiguo semblante
slo le quedaban la frente, los ojos y la nariz; el resto nau
fragaba en un
mar
de pelos negros que nunca ms, tal vez
en recuerdo de su aventura parisina, se rasurara.
-Dnde
tienes
el equipaje? le preguntaron.
Quiroga respondi con
una
buena
mentira:
Lo
perd
en
un
cambio de ferrocarriles .
-Seguramente,
lo amonest el viejo Cordero, mien
tras
todos se preocupaban de sus
maletas,
t
te
pasearas
por el
andn
silbando, con las manos en los bolsillos y l
cabeza llena de pjaros. Siempre sers el mismo .
..
Y
como Horacio sonriera, dando por
merecido
el repro
che, se apresur a abrazarlo piadoso, como a
alguien que
jams podr andar solo por el
mundo.
Pars quedara
en
l
memoria
de Quiroga semejante
a una mancha anodina y borrosa. Cuando las incidencias
de l conversacin traan a flote el tema de su
viaje
y de
su estada en aquella ciudad, lo dejaba
rpidamente
lan.
guidecer
como
asunto
sin
atraccin.
Y
no se presuma en
tal indiferencia
ningn
rencor o deseo de
eludir
recuerdos
de
pesadilla. Una vez pasadas, tales peripecias se cuentan
como galardones, sobre todo cuando se ha vivido ideali-
zando a los hroes de Murger.
-
Su
repudio traduca, ms que una decepcin, la
inafi
nidad absoluta
de
su naturaleza con aquel medio.
Ni
el
paisaje, ni los seres
que
necesitaba su genio para desarro
llarse residan all.
Su
espritu precisaba otras .correspon-
23 -
dencias y estmulos: de ah su desdn por aquellos lugares
a los que jams dese volver .
A los
valiosos
datos all recogidos pueden agregarse
1hora los que aporta el estudio
de este Diario.
La anotacin
se
inicia, en la
primera libreta, a las
7
a.
m. del
21
de
marzo
de 1900 - fecha de la
partida del
Salto,
a
bordo
del
Montevideo-, y
concluye,
en
la segunda libreta,
en
Pars,
el 10 de
junio del
mismo
ao,
a las 11
horas
y 18 minu-
tos (3).
Es decir: el
Diario
se interrumpo antes
de que
Quiroga haya
salido
de
Pars.
En una de
las ltimas
pgi-
nas haba observado que
la libreta
se conclua
Y
anunciaba
que continuara sus
anotaciones
en
un cuaderno de 10
cts. (
4).
Este
cuaderno no ha
sido
encontrado.
Quedan
en
blanco, por lo tanto, los das que transcurren desde el
10 de
jvnio hasta el
12
de julio de
1900, fecha en que lleg
a
Montevideo en
el
Duca
de
Galiera (
5).
Al
consultar
estas
libretas
es necesario tener
un
cuida-
do especial. No
hay
que
olvidar,
ante todo,
que
la anotacin
coti
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
14/81
ms
estpido
de los que he hecho, estpido, s, estpido;
me
volver
idiota y genovs .
. .
.
Es posible, por lo tanto, preguntarse: Por
qu
fue
Quiroga a
Pars?
La
respuesta
ms obvia
parece
ser: por
que Pars era, entonces,
la
meta de todos los
aspirantes
a
poetas, la
capital del
modernismo (6). Pero el Diario es
absolutamente
reservado
al respecto,
y
en ningn
momento
Quiroga insina que haya intentado participar de la intensa
vida
literaria de Pars. La nica anotacin en este sentido
es
la
del
episodio
en el
Caf
Cyrano, al
que
concurran
muchos hispanoamericanos
que se agrupaban en torno de
Enrique Gmez Carrillo. Pero hasta la misma
circunstancia
d
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
15/81
Quiroga
(
8).
Y
hasta es posible documentar ahora con sus
prnpias palabras
la exaltacin que le produca la carrera:
"porque el gran atractivo de la bicicleta consiste en trans
portarse,
llevarse uno mismo,
devorar distancias,
asombrar
al crongrafo,
y
exclamar
al
fin de la carrera: mis fuerzas
me han trado " (9). Con los aos este fresco entusiasmo
se desplaza
hacia otras mquinas,
el
vrtigo
de la velocidad
aumenta,
y
as
Quiroga
cumple el
ciclo natural
de todo
aficionado: de la bicicleta
a
la motocicleta, luego al auto
mvil, por fin al
avin.
Por eso,
pueden considerarse
como
fundamentalmente
sinceras
y
no
como
mera
boutade,
las
palabras con que
confi a
su amigo Julio
E.
Payr
los
l lotivos
de su
viaje: Crame, Puyr, yo
fu
a Pars slo
por l bicicleta". Quiz se deba descontar
un
pequeo
mar
gen de exageracin en
el
recuerdo ya que en
1900
la Expo
s;.cin
Universal
y
la
atraccin artstica
de la gran ciudad
contribuyeron
sin
duda
a decidir
fuertemente la realizacin
del viaje.
Pero lo que
parece indiscutible, es
el
valor
de
esta
declaracin
que
desnuda, con tanta nitidez, una pasin
juvenil (10).
Conviene aclarar,
sin duda,
que an en el caso de que
Quiroga hubiera ido a Pars atrado nicamente por el ci
clismo,
esto no
significara
que,
a su
juicio,
la
vocacin
deportiva fuera ms
poderosa
que la literaria.
Y
precisa
mente en este mismo Diario se encarga de despejar todo
posible
malentendido
al escribir, en marzo 20: Noto en
esta ocasin
que
en iguales circunstancias
-cuando
oigo
uue hablan de
literatura-
me crispo como
un
caballo ra-
be. Fijo mucho l atencin sobre ciclismo, otro asunto
cualquiera que
me
domine. Pero la sensacin primera es
ms poderosa, ms
ntima,
ms hiriente, como la
que
sen
tira una vieja armadura solitaria que oyera de pronto
re
latar
y
juzgar en voz baja una accin de guerra.
. .
La
vocacin?
(8)
Vase
Delgado y Brignole, obra citada,
pgs.
53-56. No se
menciona alli
esta hazaa
juvenll, quiz Ignorada por
sus
bigrafos.
Pan
la
informacin previa
al viaje,
consltese
La Reforma,
ao I,
NQ
20,
Salto,
noviembre
25,
1897,
p. 2, col. 5. La
crnica
aludida en el
texto
fue publicada por
el mismo
peridico en diciembre
3,
1897, p.
2, col.
1-3;
se transcribe
integramente en
el Apndice
docun:;ental,
Seccin B)
Primeras publicaciones, NQ 1.
(9) Vase el texto completo en la Revista del Salto, afio I,
NQ
10,
Salto,
noviembre
14,
1899, pgs.
82-83.
(10)
A propsi.to
de esta misma declaracin, me
preguntaba
cer
teramente Julio
E. Payr:
,Se imagina
Ud.
a
Qulroga llamando
a
fa
puerta de
Henri
de
Rgnier?'"
Sin embargo,
no
basta determinar
los
motivos del via
je. Para
un
observador
actual
uno
de los
atractivos
mayores
de
este episodio parisino
es
que se desarroll
de
una
ma
nera
completamente
distinta a
la que planeara
su prota
gonista. En realidad, la muchachada de
irse
a
Pars,
con
pocos pesos, a ver la Exposicin, a
recorrer pedaleando el
Bois de
Boulogne,
a
asistir
a
las competencias
ciclistas y
los museos, a
participar
en
las tertulias de los poetas, se
convirti, por obra del azar, primero, en una decepcionan
te
travesa (11),
y, luego,
en
una
srdida aventura. Al
que
dar
incomunicado
de
su familia
y
sin dinero,
Pars resul
taba una
crcel
y la
vida all le obligaba
a
reproducir,
involuntariamente,
el suplicio de Tntalo. As
lo
senta
Qui
roga
al escribir en
junio 6: Bastante
tranquilo. Pero no
tengo
con qu comer, y espero
que
cuando baje me
den
algo. Ir esta
tarde
l Exposicin. No
tanto por verla,
como
por pasar de
una
vez
a tarde que
me
mata. Esto
parecer increble, pero es verdad ; o
al
apuntar, corno
resumen
dos
das
antes: La estada en Pars ha sido
una
sucesin' de desastres inesperados,
una
implacable restric
cin de todo lo que se
va
coger".
El
hambre
haba transformado la
ciudad.
Ya
no era
ms
la acogedora, la
clida,
que capta esta
anotacin
de
abril
29:
En
el Bois de
Boulogne-
Hace
un
da esplndido,
un da de Amrica, sin
viento,
sin fro, casi calor con un
Sol radiante y limpio. Qu grande es Pars entonces, sin
brumas
y oscuridades, abierto los cuatro
vientos
del bien
estar y la gloria".
El hambre lo haba
acorralado, aislndolo,
moldeando su visin. El
8
de junio lo
seala
l
mismo:
"Es esto acaso vida? Yo he sufrido algunas veces; por
o.mor, por pesimismo, aun por dinero; mas es posible com-
(11) El
31
de marzo anota: Qu mortal
pesadez Qu
abu
rrimiento
tan enorme
A veces me
fastidio
horriblemente
en el Salto,
entre mis amigos mis cosas
etc.. . .
que no ser aqu solo ent_e
italianos, genoveses y napolitanos, groseros indiferentes Pensar que
sto durar
20 das ". Y el 22
de abril,
vspera
del desembarco
en
Gnova,
resume sus impresiones en
estas
lneas:
"Por
fn
concluye
este
viaje. Es ya sabido que maana llegamos
Gnova, a
las
5 p m,
ms
6
menos. Ya esto
amenazaba ser
fatal. Yo creo que toda la vida
he
estad
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
16/81
parar las depresiones, por abrumadoras que sean; la falta
de dinero, por ms diversiones que nos impida; el amor,
por
ms que
nos olviden, con esta existencia sin dinero,
sin amor, sin depresin, sufriendo sin medida, sin un mo
mento
de sonrisa, avergonzado de entrar al hotel, de tener
que esperar
todos
los das
que
me den de comer, como
un
pobre diablo que viene las mismas horas situarse
en
un paraje,
por
donde sabe pasar un caritativo
cualquie
ra?
Por eso
podr escribir, al da siguiente, como conclu
sin a
estas penosas
reflexiones y como
exprimiendo
la
l esencia
de
esta enseanza de la miseria: En cuanto
Pars, ser
muy
divertido pero yo
me
aburro. Verdad que
no tengo dinero, lo
que
es algo para no divertirse. De
todo.s
modos,
es
hermosa ciudad aquella
en
que uno
se
divierte,
ii
se
llame Pars Salto. Un poeta griego de la decaden
cia, dijo: La patria est donde se
vive
bien>. Es un gran
pensamiento. Por qu he de decir yo
que no hay
como
Pars, si
no
me divierto? Qudense
en buena
hora con l
los
que
gozan; pero yo no tengo ninguna razn para eso,
y
estoy
en lo verdadero diciendo que
Montevideo
es mejor
que
Pars, porque all lo paso bien; que
el
Salto es mejor
que
Pars, porque all
me
divierto ms. Qu da que otros
digan lo contrario, porque aqu lo
han
pasado bien? Cada
cual
vive
la
vida que
le
es posible; y el cazador
que
vive
en su bosque, el rural que goza con su escopeta y sus so
les, tiene razn cuando afirma que el monte
el
pueblo
es
mejor
que Pars. Qu tenemos que decir eso? Gcese
en buena hora,
ya
sea donde sea. El lugar que nos ha visto
felices y contentos, es
el mejor de
todos.
En
Pars se
divier
ten los dems;
yo en S ~ l t o
Dir por lo
tanto
que esto es
mejor que aquello? Sera una estupidez .
Incidentalmente, el Diario
contribuye
a
completar en
pequeos detalles la narracin de
sus
bigrafos.
As
por
ejemplo,
de
sus
discretas
indicaciones
se
desprende que
el
omercio del joven c o ~
l .1s
grisetas le ~ e j
algo
.ms
ma
terial
que el
entumecimiento de un pa1aro tropical en la
nieve .
As,
tambin, sus pginas aclaran que si el joven
se
dej
crecer
la barba fue por decisin
voluntaria,
quiz
por capricho, no por carecer de recursos
para
acudir al
barbero
(12).
Hay
muchos otros ejemplos
que sera
ocioso
(12) El 4
de
abril
a.nota,
entre otras
cosas:
Yo
me dejo la
barba
que tiene medio centimetro, el pelo largo y el cuerpo flaco. Unos me
toman por sonzo, otros
por
loco: sobre todo lo
primero .
34
enumerar
ya
que estn al alcance de cualquier lector cu
rioso
en las notas al
Diario.
Si nuev .1 informacin
aportada por
el Diario no llega
a cambiar. el signo del conocido retrato
juvenil de Quiroga,
ella
permite, por
lo menos, una
visin ms coherente
e n
tima de la aventura parisina, al tiempo que con
los
motivos
que
incorpora
l a Exposicin
Universal
de
Pars, los mu
seos,
las competencias ciclistas- modifica
y
reorganiza el
el cuadro
total
en torno
de
un nuevo
eje de
simetra.
EL PROTAGONISTA
El inters
del
Diario no se
reduce
a
su aporte biogr
fico.
Sus anotaciones constituyen, cronolgicamente, el pri
mer documento
que permite el
acceso a
la intimidad de
Quiroga.
En tal sentido, su
importancia
es fundamental. No
corresponde
realizar aqu
un
examen
exhaustivo;
apenas
si es oportuno
subrayar
las
tendencias
dominantes
en el
carcter
del joven
Quiroga,
tal
como
las
acerca su propia
anotacin
cotidiana.
Ante
todo, es
preciso sealar
la
naturaleza especial
de
este Diario. Por indicaciones
reiteradas parecera que Qui
roga registr
las
incidencias
de
su
aventura para comuni
carlas luego a sus
amigos
del Salto a aquellos muchachos
con los
que actualiz el grupo de
los
mosqueteros-
(
13).
En algunos
momentos
se
dirige
directamente
a ellos, como
si estuvieran presentes.
As,
por ejemplo, anota en abril 8,
nostlgico
ya,
y
extraando
a la
novia:
Pienso en
este
momento que Vds. estn en el cuarto, hoy Domingo, tal
vez
tomando
mate,
tal
vez
conversando,
fumando
y
comien
do pan Y queso; pero de
cualquier
manera, ah, en el Salto,
con l
tranquila
seguridad de
que
de tarde, cuando quie
ran, saldrn pasear,
sin pensar
en nada ms de lo que
. (13)
Hacia
fines de 1896, en
la
ciudad del Salto, Quiroga y tres
Jvenes de su edad haban renovado
la
fraternidad de los mosqueteros.
Los papeles
haban
sido distribuidos as: D'Artagnan, Horacio Quiroga;
Athos, Alberto
J.
Brignole; Aramis,
Julio J. Jaureche;
Porthos, Jos
Hasda. (Vase,
para
mayores detalles, Delgado y Brignole, obra citad:\,
pg. 67.)
- 35
-
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quieran, y que Vds., todos Vds., pueden verla, que la vern
y no sentirn siquiera la ms
leve
emocin, cuando
yo,
que
estoy
1000 leguas, tiemblo slo de
pensar
que algn
da la ver . .. O cuando se
pregunta,
el 13 de abril: "Qu
har maana, Sbado de gloria, en este
maldito
vapor,
cuando
Vds.,
estn tan
tranquilos
parados en la calle Uru
auay
y
Sarand viendo
salir a
la
gente de la Iglesia?"
O
Zuando
en Pars, durante una de sus crisis de
angustia..
anota (el
3
de junio): "Acabo
de levantarme. Hasta ahora
he conseguido
dormir
bien. Me despierto varias
veces
la
noche, y, suee lo que suee, en seguida se
me
aparece la
situacin sta. Ah, amigo Brignole Depresiones nerviosas
y
musculares que nos hacen buscar con ansia la recta in
comprendida
de nuestro Destino Qu poco es todo eso,
cuando lo que se examina no es el porvenir, sino el mo
mento,
cuando se
cambiara la Gloria por la
seguridad
de
comer tres das seguidos "
Podra creerse que
esta
forma,
casi oral,
responde
ni
cnmente a la costumbre, ya
arraigada,
de
dialogar con
los
rmigos, de confiarse
a ellos
en
los momentos
de mayor
ir1timidad,
lo que tendera
a
transformar el Diario en un
liirgo monlogo. Pero
el
propio Quiroga
se
ha encargado
de
iluminar
el punto,
al
escribir
e n
uno de
sus
momen
tos ms
patticos,
cuando
se
ha
visto obligado
a
aceptar
la
limosna
de
unos francos- el
5
de junio:
"A
Vds., mis
amigos, que leern todas estas lneas, les deseo que nunca
pasen por lo
que estoy
pasando yo". . , .
Sin embargo, lo cierto
es
que
nunca
conf10
la
exis
tencia de este documento
a
sus amigos
y
que
hasta hoy les
c ra completamente
desconocida.
Aun
ms;
como sus mis
mos bigrafos
lo
indican, Quiroga fue
siempre
extremada
mente reservado sobre
su
aventura parisina. Qu
pudo
haber cambiado su primera
decisin?
El' mismo Diario
se
encarga
de contestar esta pregunta. El jueves
7 de
junio
escribe: "Estoy en el Jardn de N6tre-Dame. Lo paso regu
lar
habiendo
acabado
de comer
un vintn
de
pan Y
le
: u e ~ d o mi
libro. Logro sustraerme por ratos con la lectura.
Pero un
recuerdo
cualquiera
de
all, el
Uruguay, n vals
que tocaba la Orquesta del Liceo Slava, la laguna de Palma
Sola me ponen en un estado
de
dolorosa reverie ,
como
n ~ n c a ms volviera ver eso. Al solo pensamiento de
que eso no est perdido para m,
un profundo
suspiro me
desahoga. Cmo gozo entonces Yo quiero toda la tierra
en
que
he vivido, mis rboles,
mis
soles,
mi
lengua. No la
patria,
porque
eso es una entidad, y si
yo
hubiera nacido
36 -
en Alemania, extraara la Alemania. Pero todo diferente
como
es esto, solo, solo,
no
conversando
con
nadie,
nadie
que
me
consuele, es horrible. No
soy
un solitario; todo lo
opuesto. Ahora comprendo
mi
pobre madre
que
en casa,
en el Salto,
todo
el da solita en los cuartos helados, pasea-
ba amargamente su tristeza. Oh
mi
Amrica bendita, don
de todo es grandeza y hospitalidad Cmo te adoro en
Pars Creo
que
si de un golpe
me
transportara esa llo
rara, s, llorara abriendo los brazos mi Madre mis
amigos, las tardes y las noches. Pero todo cdncluir.
Aunque cuando llegue all,
sentir
mucho menos
por
habe'i
satisfecho
parte
de
mi
ansia
en
la desaparicin
de
esta
vida
1 en la progresin creciente del viaje que cada vez
acercar ms, y, por
lo
tanto,
me
har
perder
la emocin
de la brusca traslacin, aun entonces, digo, tendr horror
del
recuerdo de
Pars, y estar donde est o que
quiero"
Aqu, en este h,orror
del
recuerdo de Pars,
est la
causa
de su reserva, de
su
silencio, slo alterados por
la comuni
cacin
de alguna trivialidad,
de
alguna
rpida
confidench.
La anotacin casual
y
diaria
permite
captar
el
ser hu
mano
en
su
espontaneidad, pero, tambin, en
su
incoheren
cia. Por eso es necesario reiterar
aqu
las advertencias y a
formuladas- a propsito de su utilizacin
como
ejemplos.
Hay q ~ e saber
distinguir
entre los numerosos rasgos, no
Jerarquizados, aquellos
que son
permanentes,
y
aquellos
que
son
meramente
accidentales. A esta dificultad,
inherente.
a
todo diario, se suma, en este
caso,
la dificultad accesoria
de que Quiroga est
registrando
sus reacciones en una
po
ca
de
transicin,
mientras
se va formando su carcter.
Cualquiera que recorra cuidadosamente el Diario ad
~ e r t i r en seguida
que
en su autor cohabitan dos persona
h d a ~ e s la de un muchachn orgulloso y mimado, amantJ
del Juego,
del
baile,
del
flirt,
del
ciclismo, y la de un poeta
d e c . a ~ e n t e , que se ~ a b e destinado a la ms alta gloria,
que
sutiliza sus sensac10nes,
que transforma en
literatura sus
p ~ r c e p c i o n e s
y
hasta
sus
sentimientos. El
primero,
se rego
IJa
Jugando
al
burro
tiznado (marzo 31) confiesa:
con
toda sinceridad
que
baila
porque
le
gusta,
no'
para distraer
se.
Y
.o.lvidar a
amada (abril
11 ;
anota, con puerilidad.
primitivos
retruecanos
en italiano
o
en francs (abril 7
~ a y o 2 ~ ; Y despus de mucha hambre
y
de
mucho o r g u ~
llo
hendo, reconoce con franqueza: No
tengo
fibra
de
bohemio"
(junio
8).
El otro
es mucho
ms complejo
y merece atencin ore
ferente, ya que en
sus
rasgos se superponen autnticos
;en-
- 37
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
18/81
simientos
y autntica angustia
con
la estilizacin literaria
de esos sentimientos, de esa
angustia.
Y
es necesario,
en
cada caso, separar cuidadosamente la
pintura
sin daar el
rostro. Porque
Quiroga no
slo
vive
su
aventura
decadente.
Tambin se contempla vivir. As,
desde
las
primeras
pgi
r..as ofrece esta estampa de s mismo: "He sentido algo
nuevo.
Estoy abordo,
pronto
partir
para un largo
viaje;
tener
un
cielo nublado en los ojos, y en el alma el retrato
de una nia queridsima que se queda en la ciudad; ponerse
en marcha el vapor y sentir de pronto las tres pitadas del
buque,
desgarradoras
interminables
como
una
desmesu
rada despedida al cielo y la tierra y es cosa
que
angustia
recordarlo, recostado en la borda, inmvil y
mirando
fija-
mente
la
ciudad
por despertarse, con las ojeras de una an
gustiosa noche de asma y en
el
corazn la irremediable
certidumbre de que
no
la veremos
ms,
ni
hay,
ni maana,
ni dentro de un
mes,
ni quien sabe cuando,
y que
no
hemos
podido. despedirno s de ella .
. .
(marzo 21).
En
muchos
casos la retrica
finisecular
le
hace conver
tir
sus impresiones en ejercicios literarios. Por eso le habla
r a su novia ausente en estos trminos: . . .
estoy
segurc:>
de
que
en ese angustioso momento no dudabas de m y
hallabas las ms olvidadas oraciones de nia para angelicar
tus
lgrimas";
y
aadir, ms tarde:
En
das
como
ste
se vive mucho y hondamente, en el
hondo
de los n e r v i o ~
en el epigstrico desfallecimiento de las emociones conti
nuadas y nostlgicas" (marzo
21).
O al comunicar algunas
de sus
reflexiones sobre
el amor
no
podr dejar de
anotar:
"No s hasta
que
punto la visin de una belleza repetida
puede operar
en
nosotros
el
olvido hacia lo que amamos.
Antes b_ien, el cario se afirma, tanto ms cuanto que la
nostalgia esa
suprema
plida- acompaa siempre nues
tros
movimientos
y realidades. Y an
en
el caso
de
que
lleguemos amar otra, ser
una
metempscosis
biza
rra, deponiendo sobre la practicidad que est delante nues
tro, el Cario y ternura que ofreceramos a la otra
(marzo
25).
En
algunos casos pontificar, pretendiendo dar
tras
cendencia a
estas
trivialidacies:
Realizo el sueo
de
que
hablaba
Alberto:
Una
buena
maana tarde de primavera,
pasearme por el buque con el cigarro en la boca, pasearme
a grandes pasos, sonriendo y si acaso
mirando el mar azu
lado y sereno .
..
Lo cumplo ahora, en este momento; pero
no estoy contento ; miro el mar, fumo con gusto; mas qu
diferencia de lo que uno se figura antes de pa.rtir, de cono-
cer el hecho, cuando uno
inconscientemente
p()etiza todo
38 -
en ~ r m o s u r a
de lo que
va
venir,
que,
como o que
J?aso, tiene
el
encanto
de
o dulce
de
la lontananza azulada
o en el ~ e s a s t r e anterior, porque nos transportamos tal
c o m ~ s ~ n t i m o s en el momento, tal vez venturosos, tal vez
nosta gicos
pero
alejados de
la accin-
o
muerto lo
que a su
vez
espera impasiblemente el tiempo que ha de
e s t e l r ~ o
en
nuestra
vida. Ley
eterna de impotencia
y de
a n g u s t i ~ que nos hace siempre abjurar de lo que nos hemos
prometido
de
bueno, porque hoy
como ayer hemos deseada
~ t r a cosa,
otro
algo
que
la
existencia
no cumple llegandc
a
formar
la
vida
de intuiciones
y retrocesos,
ma:cados do
loro,samente en nuestra memoria por la pena de lo que
paso
o
espera a
su vez
la hora de deslizarse. Contraste
etern_o de lo existente, herencia fatal que pone en nuestros
nervios
el germen
de
una esperanza que ser semilla muer
ta, Y
que
su vez tendr en
nuestra
memoria la vida de
u?ta semil1 1 frtil, porque pas, porque no
es
ms. La gran
dicha es figu'tarse que el momento
en
que deseamos
re
cordamos algo, es el instante feliz
de
nuestra vida. Ser
un_a exte1 'sa florescenc ia,
sin
esperar el fruto
que
ser po
d : i ~ o Y in desear la cosecha anterior
que
est anulada. No
~ i v i r mas que de eso, exprimiendo de la esperanza todo el
:ugo
que pueda
dar,
beberlo de
un sorbo,
y
no buscar ni
en
s:ieos la germinacin
de
lo
que
abortar
de
seguro
(abril 3). Y
con
una
curiosa
mezcla de insincera idealidad
verdadero egotismo analizar
su
capacidad ertica,
ron
s1derando unas veces a la
mujer
un instrumento de placer
como cuando escribe, el
25 de
marzo:
" . . . siento un infinitd
deseo
de
caricias,
de ternura
que sea para
m,
de brazos
blancos Y suaves que
me
abracen amorosamente ;
0
inten
~ a n d o
precisar,
ras
veces,
sus
verdaderos
sentimientos:
. . . estoy convencido de que
en ~
el
amor
es solo
uno
pro,zongado
t r a ~ s
de los olvidos y de las fisonomas.
D e s ~
P' 1es
de q ~ e r e r
la que quiero, querr a cien ms, como
s
vuelvo
a ver a las que he querido, las vuelvo
amar
de nuevo-
(junio
1 (14).
14 Durante toda su vida, Quiroga estudiar el tema del amor
Y se estudiar a s mismo, enfrentado
a.
la pasin
0
a.
la. a.ventura.. G r a . ~
parte
de
su obra
literaria.
ms ambiciosa
est dedica.da. a
explorar el
tema.. Por eso,
estas
~ b s e r v a c i o n e s
y otras que se recogen en el curso
de este ensayo,
adqmeren po r
encima de su valor
intrnseco-
un
enorme v ~ l o r
referencia.
Vase, al respecto, mi
eusay
0
sobre
Objetividad
de Horac10 Qmroga (Montevideo, Nmero, 1950). [Reproducido en este
volumen bajo
el
ttulo de Una. perspectiva.]
- 39
-
7/26/2019 Rodrguez Monegal, Emir - Las Races de Horacio Quiroga
19/81
Detrs de
esta retrica
y de esta verdad se encuentra
un
joven
para
quien la soada aventura
ha de
convertirse
en amarga burla,
un
seorito
criado
entre sus familiares,
mimado y protegido. Pars lo acoge con
esa impersonal
in
diferencia
de
la
gran ciudad extranjera. Quiroga, que