Roberto Aranibar - Siervas de san Jose · 1 PROLOGO “Desde el silencio...” es sin duda alguna...

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Roberto Aranibar “Desde el silencio...” Drama basado en la vida de la R.M. Bonifacia Rodríguez Castro SSJ Cochabamba 2003

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Roberto Aranibar

“Desde el silencio...”

Drama basado en la vida de la R.M. Bonifacia Rodríguez Castro SSJ

Cochabamba 2003

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PROLOGO

“Desde el silencio...” es sin duda alguna la mejor manera de titular una obra que tiene como protagonista a Bonifacia Rodríguez Castro, Fundadora de las “Siervas de San José”, porque es justamente desde el silencio que nos deja un mensaje de amor, fe y esperanza. Ella, Bonifacia, silenciosamente ama con intensidad a Dios y a Él en sus hermanos, su amor no pone barreras ni siquiera a quienes le causan sufrimientos y sinsabores; más aún la hiel, de los desprecios y odios que le propician, la convierte en bálsamo que servirá para perfumar a sus más acérrimos enemigos. Ella, Bonifacia, cree en silencio de palabras pero no de acciones en ese Dios al cual se entrega sin condiciones.

Ella, Bonifacia, espera y confía, siempre en el más absoluto silencio y desde las sombras, en su Señor. Esa confianza jamás muere, jamás se agota por duras y difíciles que se presenten las pruebas, por fuerte que soplen los vientos en contra; ese mismo viento en contra, ella lo convertirá en la fuerza que lleve su barco hasta la orilla donde Él aguarda.

“Desde el silencio...” nos podría dar referencia de una vida rodeada de

misterio pero no es así porque desde el silencio Bonifacia tiene una vida cristalina y pura, que, al igual que las aguas de un arrecife coralino nos muestra los más hermosos colores y tesoros de los mares, ésta nos deja ver maravillosos ejemplos de santidad.

Aunque su historia se desarrolle en otro siglo, el XIX, su mensaje sigue y

seguirá siendo actual, porque su realidad está en cada uno de nosotros. Identificarse con ella es fácil, porque es una más de nosotros, al hacerlo

nos llenamos de esa esperanza, fe y amor de Dios que ella vivió, pero sería un gran error conformarnos con esto, al conocerla debemos poner todo nuestro empeño en imitarla porque es la mejor manera de alcanzar la santidad.

El autor.

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“DESDE EL SILENCIO...”

Drama en siete actos

Obra teatral, ambientada en España, más propiamente en Salamanca y Zamora. Siglo XIX.

PERSONAJES (En orden de aparición) Amparo Delgado: Religiosa de aproximadamente 45 años. Cuatro religiosas SSJ Carmen Castro: Mujer sencilla muy humilde y cariñosa que aparecerá de distintas edades y condiciones, según requerimiento del guión. Madre carnal de Bonifacia. Juan Rodríguez: Artesano, padre carnal de Bonifacia. Al igual que el personaje anterior aparece en periodos distintos. Bonifacia Rodríguez Castro: Aparecerá a lo largo de la obra con distintas edades y condiciones. Cariñosa, devota, humilde, de modos sencillos y dulces. Agustina Rodríguez Castro: Hermana carnal de Bonifacia, es humilde, trabajadora y joven, más de mundo que su hermana. Francisco Butiñá Hospital: Sacerdote jesuita, treinta y siete años aproximadamente. Bondadoso, espontáneo, vivaz, piadoso e inteligente. Diez mujeres salmantinas: Todas humildes, vestidas con sencillez con los usos de la España del siglo XIX. Joaquín Lluch y Garriga: Obispo de Salamanca, muy bondadoso y humilde. Viste las ropas propias que usaban los obispos en el siglo XIX. Adela Hernández: Mujer salmatina, veintiséis años, humilde y sencilla. Francisca Corrales: Veintiséis años. Idem. María Santos: Veinte años. Idem. Teresa Pando: Sesenta años. Idem. Asunción Pacheco: Cuarenta y cinco años. Idem.

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Ana Muñoz: Veinticinco y luego treinta años. Pedro García Repila: Sacerdote diocesano. Maquiavélico. Tomasa López: Religiosa SSJ. Isabel de Maranges: Religiosa SSJ. Emilia Sánchez: Religiosa SSJ. Filomena Álvarez: Religiosa SSJ. Socorro Hernández: Religiosa SSJ. Confidente y acompañante de Bonifacia en sus últimos 20 años. Rosario Ferreiro: Religiosa SSJ. Amiga de Socorro Hernández. Tomás Belestá Cambeses: Obispo de Zamora. Joven mujer: Veinticinco años. Humilde al vestir. Adolescente: Mujer de diez y seis años. Niña: Doce años, viste con una especie de uniforme de las alumnas del Colegio de Desamparadas. Médico: Viste como tal en España, siglo XIX. Isabel Cuadros: Religiosa SSJ.

CANCIONES El trabajo, Señor, de cada día. SSJ Volver a Nazareth. SSJ Me has seducido Señor. Jordi Vivancos / KAIROI Raices. SSJ Getsemaní. D.R. Las cuatro llamadas. SSJ Era toda de Dios. SSJ

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“DESDE EL SILENCIO...”

Vida de la R.M. Bonifacia Rodríguez Castro SSJ

De: Roberto Aranibar.

“Mirad a los que fueron objeto de nuestra risa, a los que teníamos como blanco de nuestros oprobios...

ellos son elevados a la dignidad de hijos de Dios, son llamados a la herencia de los santos”

P. Francisco Javier Butiñá SJ

Acto 1ª

Escena 1ª En un escenario vacío y negro se dispondrán varias luces cenitales, luces de piso y algunos cañones direccionales, todas de color caramelo que se prenderán y apagarán según vaya desenvolviéndose la obra. Pegado al foro hacia la derecha un crucifijo elevado, iluminado por un cenital que se encenderá y apagará según indicaciones del guión. Oscuro general, música de fondo En centro proscenio se enciende un cenital, de pie con una caja de madera vieja, llena de cartas, documentos y fotos en una de las manos y en la otra una carta que acaba de redactar, aparece la Hna. Amparo Delgado. Amparo Delgado: (Leyendo la carta, pausado) Salamanca 15 de marzo de 1941 (mirando al frente, de memoria con cierta alegría) Amadísimas en el señor: Tengo sumo gusto en comunicarles que registrado el archivo de nuestra Congregación, el de este Obispado... Paulatinamente se encenderán uno a uno otros cenitales dentro cuya luz aparecerán otras religiosas formando entre todas un triángulo que se abrirá en foro, a medida de que hagan su parición en escenario se plegarán a la lectura de la carta hasta formar un coro con Hna. Amparo Delgado. Unas lo harán asombradas. Otras con mucha alegría, otras con descontento. Hermana 1: (Se une)... Y unidos los documentos en ambos encontrados con los aparecidos el día 3 de febrero de 1936...

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Hermana 2: (Idem)... enterrados en nuestra casa de Zamora, han despejado completamente... Hermana 3: (Idem)... la incógnita, que hace tiempo veníamos buscando... Hermana 4: (Idem)... y aparece lo siguiente: “El día 10 de enero de 1874, la Rvma. Madre Bonifacia Rodríguez Castro y el M.R.P. Francisco Butiñá de la esclarecida Compañía de Jesús, patrocinados por el Excmo. Sr. D. Fray Joaquín Lluch y Garriga, Obispo de Salamanca, FUNDARON en esta ciudad la “Congregación de Siervas de San José”. La nueva Comunidad fue compuesta por la Rvma. Madre Bonifacia, su madre carnal Carmen Castro, Adela Hernández, Rosa Santos, Francisca Corrales, Teresa Pando y María Santos Albarrán”. Demos gracias a Dios y a N.P.S. José, por haber coronado nuestras investigaciones y trabajos, pidiéndoles que bendigan lo que con tanto amor y entusiasmo estamos preparando para presentar a nuestra amada Congregación, en no muy lejano día, el historial tan interesante y glorioso de la misma. Reciban con veneración y cariño a nuestra Fundadora, ténganla en grande aprecio, no dejen de encomendarle sus necesidades, las de ese colegio y de toda la Congregación en general. Su afectísima hermana: (Callan todas) Amparo Delgado: Amparo Delgado Todas se congelan con la vista al frente. Los cenitales se apagan uno a uno terminando en el de la Hna. Amparo Delgado. Apagón.

Escena 2ª

Se enciende un cenital en proscenio izquierdo, ingresa la Hna. Carmen Castro que lleva una silla rústica y sencilla y una labor de corporal donde irá bordando una cruz central mientras habla. La Hna. Carmen Castro es una mujer anciana que viste el hábito de las SSJ. Carmen Castro: (Reza de rodillas) ¿Quién despreciará la pobreza y el trabajo, dulce Jesús mío, al ver que escoges por Madre y Padre adoptivo a dos esposos obligados a trabajar para vivir?. Lo que Tú aprecias es un corazón limpio y desprendido. Dánoslo, Jesús, para imitar en nuestro trabajo a María y a José. Jesús, María y José, esclava soy de los tres. (Se persigna, se levanta y comienza su labor. Sonríe con cariño) Juan y yo que por entonces me llamaba María nos casamos en la parroquia de San Millán el 29 de mayo de 1836, éramos muy jóvenes ya que a él le faltaba muy poco para cumplir 21 años y yo tenía 22 recién cumplidos. Nos conocimos siendo niños y nos enamoramos casi de inmediato (sonríe y se sonroja), cuando nos dimos cuenta que el amor que ambos nos profesábamos

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era verdadero le pedimos al Seños su bendición y nos prometimos delante de Él que al crecer nos uniríamos en matrimonio y que nuestro matrimonio lo consagraríamos a su Gloria. (Cambio de intención) Eran aquellos tiempos muy difíciles, la guerra y los continuos levantamientos habían dejado a Salamanca, nuestra ciudad, prácticamente en ruinas. Era mucha la pobreza y no menos las preocupaciones... . Juan era un hombre trabajador, bueno y piadoso, había aprendido el oficio de sastre en la Escuela de San Eloy... (En foro derecho aparece Juan Rodríguez trabajando en una mesa rústica con tijeras y escuadras propias del oficio de sastre, es un hombre joven y viste sencillamente) gracias a este oficio vivíamos modestamente pero siempre depositando nuestra confianza en la bondad del Señor. Juan Rodríguez: Ya va a ser un mes, María, que nadie se acerca por el taller ni para echar un remiendo... (Optimista) Pero no hay que desfallecer, confiemos en la Divina Misericordia del Señor. Cuando nazca el niño que llevas en el vientre el buen Dios nos llenará de bendiciones... Carmen Castro: (Con una sonrisa discreta) Siempre trabajando... siempre confiando en Dios... nunca se quejó de ser un artesano, mas al contrario siempre dio gracias al cielo por su profesión... Y no era lo único que sabía hacer, no señor, cuando las cosas se ponían realmente feas no le importaba desempeñar otro trabajo, el de calderero por ejemplo... (Suspira con cariño) Era un verdadero apoyo en la casa. Juan Rodríguez: (Se intensifica la luz sobre él y baja la de Carmen. Muy cariñoso) María de mi vida, no hay razones suficientes por las que nos podamos quejar, seamos felices con poder ganar honradamente y con el sudor de nuestra frente el pan nuestro de cada día... ¿Para qué acumular bienes y acaparar riquezas si en un abrir y cerrar de ojos desaparecerán?... Es más importante salvar el alma, por eso debemos cumplir lo mejor posible con nuestros deberes de buenos cristianos y ser luz y ejemplo para nuestros hijos... (Baja la luz y sube la de Carmen) Carmen Castro: (Sonriente) Y vaya que Dios nos bendijo con hijos... al año de casados nació nuestro primer retoño... (Sonrisa tímida y amorosa) lo recuerdo como si fuera hoy... (Deja su labor de lado, toma su vientre entre sus manos y simula contracciones) ¡Juan!... ¡Juan!... Corre Juan... cariño, que ya llegó la hora... ¡Juan!... (Mezcla de dolor y alegría) Corre que ya va a nacer... (Ríe. Cambio de intención) Así fue que el 6 de junio de 1837 nació nuestro primer hijo... (Con sus brazos como si tuviera un niño en su regazo, le susurra quedito una canción de cuna) Era lo más bonito que había visto, sus ojitos eran vivos, su boquita pequeña y rosa, sus manecitas regordetas, fuertes, parecía que Dios las había hecho para el trabajo, me apretaban fuerte los dedos entre los suyos... Parecía uno de esos angelitos que acompañan a Nuestra Señora, la Virgen Santísima en los cuadros que hay en las iglesias... (Siempre arrobada contemplando el niño de su regazo) Todo gordito y blanco, con los cabellitos ondulados... Sólo que este angelito no era un él... Era una ella...

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A los cuatro días de nacida la llevamos a la vieja Catedral de Salamanca, donde el P. Pablo Villa la bautizó con el nombre de Bonifacia Norberta (Suspira) Qué sabía yo entonces que a esa pequeña niña, hija de unos humildes artesanos, la había escogido el Señor para una gran obra... (Cambio de intención) A ella le siguieron cinco niños más, un varón y cuatro mujeres: Agustina, Juan Melitón, María de los Dolores Lucía, Juana Manuela e Isabel Eugenia... (Con tristeza) Dios quiso llevarse a casi todos mis niños, de mis seis pequeños sólo me quedaron vivas Bonifacia y Agustina... Qué tiempos difíciles aquellos... Mi Bonifacia y su hermana Agustina tuvieron que aprender muy pequeñas a ayudar a su padre en el taller. Agustina se aburría pronto del trabajo pero Bonifacia no, y si de repente sucedía esto ella sonreía, frotaba sus manitas, secaba su frente y seguía inmutable hasta terminar la labor... Era una pequeñita muy dulce y obediente... Si alguna vez le daba por quedarse a jugar en la calle con los demás niños a la salida de la escuela, el solo oír que yo iba en camino, hacía que ella dejara todo y regresara con prontitud a nuestro hogar... (Sonríe con ternura) Era tan inocente que creía que si me disgustaba yo me iría de casa y no volvería jamás... Era tan dócil e inteligente que, todo lo que le enseñaba, ella lo aprendía con presteza. Juan Rodríguez: (Luz sobre él. Muy cariñoso) Hijitas mías, no olviden ser generosas siempre, nunca se nieguen a dar ayuda a nadie, háganlo aun sin que se lo pidan, que no les importe quién sea el necesitado, rico o pobre, a los ojos de Dios todos somos iguales... sé que me dirán que nosotros también somos pobres, esto no tiene que importarles porque todo lo que das con buen corazón el Buen Dios te retribuye diez veces más... Carmen Castro: (Jugando con la silla como si buscara algo) ¡Juan!... ¡Juan!... ¿Dónde pusiste los zapatos nuevos de las niñas?... Por más que busco no los encuentro... Se hace tarde Juan, la procesión ya va a empezar... ¡Juan!. Juan Rodríguez: (Luz sobre el taller, él acicala su cabello) ¿Qué es lo que pasa mujer? ¿Por qué tanto grito?. Carmen Castro: Que no encuentro los zapatos nuevos de las niñas y se nos hace tarde. Juan Rodríguez: Ponles los de siempre, María, aún se ven bien... Carmen Castro: ¿Y los nuevos, Juan?. Juan Rodríguez: Se los dí a esa pobre mujer que hace unas semanas llamó a la puerta en busca de alimento... sus pobres niñas andaban descalzas y tenían los piececitos hinchados y heridos por tanto caminar... además ya se nos viene el invierno encima... imagina lo que sufrirían con los pies desnudos... Carmen Castro: Pero Juan... Juan Rodríguez: (Corta) Pero nada mujer... los zapatos que tienen las niñas aún sirven... ya Dios nos los devolverá...

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Carmen Castro: (Reanudando su labor) Bonifacia terminó sus estudios primarios con óptimos resultados, ella aprovecha al máximo el regalo especial que Dios le había dado dejándola estudiar porque entonces no muchas niñas podían hacerlo, mucho menos las hijas de los artesanos u obreros... Juan Rodríguez: (Sentado en un taburete, hablando como si Bonifacia se hallara sentada en el piso) Pequeña, ahora que acabaste la escuela, justo es que aprendas un oficio que te ayude a ganarte la vida honestamente más adelante... ¿Recuerdas a esas dos ancianitas que viven al extremo sur de la ciudad? Estas son buenas personas y también muy buenas cristianas... Irás a casa de ellas y aprenderás cordonería y pasamanería... (Animándola) Verás, mi niña, que te va a gustar... (Al público) Y mi pequeña fue sin protestar. (A Carmen) Nos ama tanto, María, que con tal de evitarnos un disgusto es capaz de dejarlo todo... (Tose) Carmen Castro: Juan, estás tosiendo otra vez. Deja por un momento lo que haces y recuéstate, descansa un rato mientras yo te preparo algo caliente... Juan Rodríguez: (Tose y sigue trabajando) No, María, no te preocupes, estoy bien... (Vuelve a toser) Carmen Castro: (Con preocupación) Juan, querido, descansa... no te vés bien... Juan Rodríguez: Ya pronto, mi amor... (Tose violéntamente) Ya termino... Carmen Castro: (Deja su labor. Con mucha más preocupación) Juan... estás pálido... recuéstate... Juan Rodríguez: (Tose y respira con mucha dificultad). Carmen Castro: (Muy asustada) Juan... ¿Qué tienes Juan?... Juan Rodríguez: (Sólo tose y su tos se va haciendo más débil igual que la luz cenital. La luz del cenital de Carmen sube de intensidad) Carmen Castro: (A cada llamado con más fuerza) Juan... ¡Juan!... ¡Juan!!! (Luz solo a ella, Se incorpora y busca desde su sito a Juan) ¡Juan!!! (Se arranca el velo y rompe en un grito ahogado) ¡Juan!!! (Cae de rodillas y llora)

Escena 3ª Entran a escena Bonifacia y Agustina se abrazan de su madre que continúa de rodillas en el piso y colocan en la cabeza de ésta una mantilla en señal de luto y de viudez. Las tres lloran.

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Carmen Castro: (Desconsolada) No te mueras, Juan... No te vayas mi amor... ¡Juan!... Hijas mías, su padre se ha ido... nuestro Juan nos ha dejado... Bonifacia: (Consoladora) No mamá, él no se ha ido... El Señor nos ama mucho... el Señor, sin cuya disposición no se mueve una hoja de un árbol, y que conoce lo que le conviene a cada uno, quiso que le amase en otra parte mejor, lo quiso para el cielo... Agustina: (Llorando muy preocupada) ¿Pero qué haremos sin él?... Moriremos de hambre... No tenemos nada... Carmen Castro: (Se levanta con ayuda de Bonifacia. Levanta a Agustina) Es cierto que no tenemos un duro, sí... y el trigo no es suficiente ni para llegar a fin de mes, pero tenemos algo mucho más grande y seguro, la confianza y la fe en Dios... no las pierdan, hijas mías... además tenemos salud y nuestras manos para trabajar y ganar el sustento... No robaremos, ni pediremos... No nos abandonemos a la tristeza. Bonifacia, enseña a tu hermana cordonería, ambas trabajarán en eso, yo prestaré servicio doméstico en las casas grandes... Ningún trabajo honrado es vergonzoso, mas por el contrario santifica y dignifica. Apagón

Acto 2º

Escena 1ª

En la mesa que antes servía a Juan Rodríguez para las confecciones de sastrería están ahora los instrumentos propios del oficio de cordonería y pasamanería, alrededor de la mesa sentadas en tres sillas comparten una taza de chocolate Carmen Castro, que ahora viste de civil, se la ve más joven aunque pasaron doce años desde la escena anterior, Bonifacia que viste con sencillez y con colores muy sobrios y Agustina que de las tres es la que más femenina y coqueta viste. Agustina: (Con llanto en los ojos y muy triste) Mamá, Bonifacia... no soy capaz de dejarlas... hemos estado tan unidas después de la muerte de papá... Carmen Castro: (Con tristeza pero fuerte y confortadora) Agustina, hija mía, sí es cierto que estos últimos doce años hemos estado más unidas que nunca y así estaremos siempre, porque no nos dejas. Tu padre que está al lado de nuestro Señor se siente orgullo por ustedes dos, porque son los que siempre quiso que fueran, unas muchachas cristianas, decentes y trabajadoras... Ahora es tu turno de formar una familia y enseñarles

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estas mismas virtudes a tus hijos... Ve al lado de tu marido, que ese es tu lugar ahora. Bonifacia: (Muy triste pero sonriente) Sí, Agustina, ve pronto con Juan, Dios te premió dándote como esposo a un buen hombre... Vives, y siempre será así, en nuestro corazón, nunca dejaremos de orar por ti... Además, Agustina, tu nueva casa no queda tan alejada de la nuestra... Agustina: (Se levanta y recuesta la cabeza en las rodillas de Carmen. Llorando) Gracias mamá... ¡Te quiero!... ¡Te quiero!. Carmen Castro: (Acariciando la cabeza de Agustina y aguantando el llanto) No llores más, hija mía, y vete pronto... (Animándola) Vamos. Vete ya, no hagas esperar más a tu marido... Agustina se levanta y va hacia Bonifacia que también se pone de pie, se abrazan. Agustina: Te voy a extrañar Bonifacia... Te voy a extrañar mucho... Bonifacia: (Aguantando el llanto) Y yo también, querida hermana... Y yo también... Agustina besa a Bonifacia y luego a Carmen, da unos pasos hacia la puerta de calle, duda, gira la cabeza, mira a su madre y hermana. Agustina: Adiós, las amo... Las amo... (Sale llorando y corriendo) Carmen está sentada y come con dificultad su último mendrugo de pan, Bonifacia sigue de pie mirando hacia la puerta. Carmen Castro: (Levantándose) Bueno, hija mía, cambia esa cara, no estés más triste... (Con convicción) Vamos, alégrate... porque ella será muy feliz, ya lo verás... Apagón.

Escena 2ª Se enciende un cenital en el centro izquierdo, ilumina a Bonifacia que está sola, sentada frente a una máquina de cordonería trabajando. Bonifacia: (Canta)

El trabajo, Señor, de cada día Nos sea por tu amor santificado,

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Convierte su dolor en alegría de amor, Que para dar Tú nos has dado. Paciente y larga es nuestra espera En la noche oscura del amor que espera, Dulce huésped del alma, Al que flaquea dále luz, tu fuerza que aligera. En el alto gozoso del camino, Demos gracias a Dios, que nos concede La esperanza sin fin del don divino, Todo lo puede en Él quien nada puede.

Antes de que acabe la canción entra Carmen que trae entre las manos dos velos. Una vez que ésta termina Bonifacia levanta la labor que ha terminado de hacer. Carmen Castro: (Tomando la labor entre sus manos. Impresionada por el trabajo de su hija) Hija mía, ésto te ha quedado precioso, mira cuánto has aprendido en Ávila con las Hermanas Adoratrices. (Pasándole uno de los velos y poniéndose el otro en la cabeza) Ahora vamos pronto que ya casi es la hora de misa en la Clerecía y es D. Francisco Butiñá quien predicará hoy la homilía. Bonifacia: (Colocándose el velo) Si mamá, vamos pronto que por la tarde vienen a casa las muchachas para reunirse y aun hay mucho por hacer... (Salen). Apagón.

Escena 3ª Se enciende un cenital en foro derecho iluminan al P. Francisco Butiñá, viste estola y casulla. Éste está en el púlpito dando la homilía. Carmen y Bonifacia escuchan desde abajo arrodilladas en unos reclinatorios. P. Francisco Butiñá: (Solemne) Es preciso que el menestral trabaje para ganar el sustento suyo y el de sus hijos... No es una humillación, es un honor de los hombres de bien... Es más glorioso vivir dedicado al trabajo que heredar pompas y títulos... Sé un trabajador diligente y cumple con alegría los deberes de tu oficio... El trabajo no es un castigo, sirve para atesorar méritos y santificar el alma. No es un castigo del pecado el trabajo, sino la fatiga y el sudor que nos cuesta “ganar el pan con el sudor de la frente”. Éste, tomado como expiación de tus culpas, las gotas de sudor se convertirán en perlas. Tómalo con agradecimiento, pues el hombre ha nacido para el trabajo, como el pájaro para volar... Ofrécelo a honra y gloria de Dios... Ténlo a mucha honra,

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pues Jesús estuvo ocupado en trabajos mecánicos y se ganó la vida con el trabajo... (Dando la bendición) Hermanos, ahora podemos irnos con la paz de Dios Nuestro Señor. Carmen Castro y Bonifacia: Demos gracias a Dios. (Se persignan), El P. Butiñá baja del pulpito y se dirige hacia Carmen y Bonifacia que se ponen de pie al ver que éste se acerca. P. Francisco Butiñá: Buenos días María, Bonifacia. Carmen y Bonifacia hacen una venia y besan la mano del P. Francisco. Carmen Castro: Buenos días D. Francisco. Bonifacia: Buenos días padre. P. Francisco Butiñá: No saben qué gratificante es para mí verlas a diario en la misa a pesar de las muchas labores que tienen en el taller. Bonifacia: Dios sobre todas las cosas, padre, a Dios que nos da toda una vida ¿Cómo no ofrecerle por lo menos un par de horas al día?. P. Francisco Butiñá: Qué alegría escuchar esto en labios de una mujer pobre y sencilla que gana el sustento con el fruto de su trabajo. (A Carmen) Felicidades María, usted sí supo criar a su hija inculcando en ella verdaderos valores cristianos. Carmen Castro: Gracias, D. Francisco, pero no sólo fui yo, mi esposo, que de Dios goce, influyó mucho en ella... Bonifacia: Discúlpeme usted un instante, padre, allá van Teresa Pando y Tomasa López, debo recordarles que hoy nos reunimos en casa. (Va) En foro se enciende un cenital donde aparecen Teresa Pando y Tomasa López, hacia ellas se dirige Bonifacia. Inician una conversación en silencio. Carmen y el P. Francisco han quedado en proscenio. P. Francisco Butiñá: A propósito, María, he oído decir que un numeroso grupo de mujeres salmantinas se reúnen en casa suya los fines de semana y días y festivos... Carmen Castro: Así es, D. Francisco, hace un par de años que esto viene sucediendo. P. Francisco Butiñá: Y dígame ¿cuál es el propósito de estas reuniones?. Carmen Castro: Mire usted, D. Francisco, hace un par de años como le dije llegaron algunas muchachas a casa y solicitaron a Bonifacia reunirse allí los días de fiesta, queremos escapar de las diversiones mundanas, le dijeron.

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Queremos que tú, Bonifacia, nos instruyas en religión en medio de sanos y amenos recreos. Bonifacia aceptó encantada. Al principio creí que esto no duraría mucho, pero para sorpresa mía sucedió todo lo contrario, el grupo creció en número con rapidez y desde entonces no hay día de fiesta en que no estén todas ahí muy puntuales. P. Francisco Butiñá: ¿A qué cree usted que se debe esto, María?. Carmen Castro: Lo mismo quise saber yo, D. Francisco, y les pregunté a casi todas qué les motivaba a ir a casa. P. Francisco Butiñá: Y ¿qué fue lo que le contestaron María?. Carmen Castro: Bonifacia, D. Francisco, que mi Bonifacia era un ejemplo que ellas querían seguir... P. Francisco Butiñá: (A sí mismo) Interesante... (Bonifacia se despide de Teresa y Tomasa y vuelve con el P. Francisco y Carmen) María, ahí viene Bonifacia, déjeme un momento a solas con ella, por favor. Carmen Castro: Claro que sí D. Francisco. (A Bonifacia que llega junto a ellos) Bonifacia, yo voy al mercado a comprar algunas cosas para hoy, nos vemos en casa. Carmen Castro: Está bien, mamá. Carmen Castro: La bendición, D. Francisco. P. Francisco Butiñá: (Bendiciendo) Dios la bendiga, hija. Carmen Castro: Buenos días. (Sale) P. Francisco Butiñá: Bonifacia, su madre y yo hablábamos del grupo que usted tiene en su casa, ¿podría decirme qué edades tienen estas mujeres?. Bonifacia: Son de edades muy diversas, padre, la menor de todas tiene trece años y la mayor es casi una anciana. P. Francisco Butiñá: ¿Y qué es lo que reúne con tanta ansia a un grupo tan variado?. Bonifacia: La sed de Dios, padre, la mayoría de nosotras somos mujeres que trabajamos para llevar el sustento a nuestra casa, habemos artesanas, modistas y costureras, alguna profesora y otra con afición literaria, pero todas sin excepción buscamos el descanso y consuelo a nuestras aflicciones en Dios nuestro Señor. P. Francisco Butiñá: ¿Y cómo consiguen ésto?.

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Bonifacia: Tratando de hacer compatible con nuestros deberes de laboriosidad el mayor recogimiento posible, transformando nuestros talleres y viviendas en vivo reflejo de una casa religiosa. P. Francisco Butiñá: Qué maravilloso escucharle decir eso, ojalá y hubieran más como ustedes. ¿Qué sería, si todos, además de ofrecer a menudo las obras ordinarias a Dios, como barrer, fregar los platos, coser, hacer zapatillas, cocinar, etc., procuraran alzar de vez en cuando el corazón a Jesús y María?, escucha y cuando estén todas reunidas diles esto: “al principio...” (Sube música de fondo, baja la luz. Apagón).

Escena 4ª Se enciende el cenital en el taller de Bonifacia, en ella está diez mujeres entre las que se encuentran la misma Bonifacia y su madre Carmen. Bonifacia: “...al principio de cualquier trabajo, aunque sea barrer, fregar los platos, etc., alcen el corazón a Dios Nuestro Señor y digan en su interior: Por ti, Señor, quiero hacer esta obra y en medio del trabajo decir de vez en cuando, Buen Jesús, abraza mi corazón en tu amor”. Eso es lo que el P. Francisco Butiñá me mandó a decirles a ustedes. Mujer 1: (Contenta) ¡Qué bonito!. Mujer 2: Demos gracias a Dios que nos mandó un padre tan santo. Carmen Castro: ¿Y le preguntaste sobre la novena a San José?. Bonifacia: Sí, y me dijo: “¿Quieren saber cómo hacer la novena a San José?. Yo les recomendaría trabajar todos los días una hora para los pobres, de manera que todo lo que ganasen en aquella hora lo dieran a alguna persona necesitada que conozcan. Dirán que ustedes también son pobres. No importa, sean muy generosas a gloria de San José y verán cómo se los pagarán”. Mujer 3: Eso mismo haremos. Bonifacia: Había pensado que todas debíamos tomar como asesor espiritual a un solo sacerdote para así seguir con un buen guía que nos de sabio consejo el mismo camino hacia el Señor y se me ocurrió que el padre Francisco Butiñá era el más indicado, pero no quise decirle nada hasta no saber si ustedes estaban de acuerdo. Mujer 4: Bonifacia, tu sabes que siempre estamos de acuerdo con lo que tu pienses y digas. Mujer 5: Sí, Bonifacia, si a ti te parece bien a nosotras también. ¿Verdad muchachas?.

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Todas: Sí. Bonifacia: Gracias, mañana mismo se lo haré saber. Ahora a lo nuestro. Todas: (Cantan)

Es hora de vivir, Es hora de vivir y creer; Es tiempo de volver, Es tiempo de volver a Nazareth.

Bonifacia: (Sola)

Un tesoro escondido he descubierto, Una fuente para quien tenga sed. Un taller y un hogar abierto a todos, Un camino de nombre Nazareth.

Todas: (Cantan)

Es hora de vivir,... Bonifacia: (Sola)

Vocación de crear un mundo nuevo, A la luz de Jesús, María y José. Con trabajo fraterno y solitario, Vida humilde, de amor y sencillez.

Todas: (Cantan)

Es hora de vivir,... Baja la intensidad de la luz. Apagón.

Acto 3º

Escena 1ª En foro derecho se enciende un cenital que ilumina a Bonifacia que está arrodillada en un reclinatorio, sentado al lado se encuentra el P. Francisco recibiéndola en confesión. Bonifacia: Padre Francisco, hace algo más de año y medio que nuestro pequeño grupo recibió, por iluminación suya, como nombre “Asociación de la Inmaculada y San José” a partir de entonces y bajo su dirección espiritual ésta creció en forma y gracia. P. Francisco Butiñá: No sólo soy yo, Bonifacia, tú como hermana mayor haces mucho por esas mujeres, tal vez más que yo.

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Bonifacia: No, padre, es Dios Nuestro Señor, quien tiene el crédito, yo sólo soy instrumento suyo. P. Francisco Butiñá: Cierto es lo que dices, hija, pero dime: ¿Qué es lo que te preocupa?. Bonifacia: Padre, he aprendido a entregarme a Dios en la oración, en el trabajo y en el apostolado, mas en mi corazón ésto es poco, he sentido el llamado del Señor para entregarme a Él por completo. Deseo consagrarme a Él como religiosa en el Convento de Dominicas de Santa María de Dueñas. P. Francisco Butiñá: Mira, hija, estoy complacido de tu determinación, pero yo creo, Hija, que darías más gloria a Dios en otra parte. Bonifacia: (Con alegría y algo de asombro) Dígame en que otra parte, padre, usted sólo diga y yo lo haré. P. Francisco Butiñá: Vamos a fundar una nueva Congregación con el título de “Siervas de San José”, con el fin de recoger las niñas huérfanas y abandonadas para que no se pierdan e instruirlas en la religión y santas costumbres y sirvan de ejemplo a la sociedad. Bonifacia: Si a usted le parece que ahí daré mayor gloria a Dios, así lo haré. No sabe con qué emoción espero la ocasión de verme consagrada a Dios por los votos religiosos. P. Francisco Butiñá: Estaba seguro de su respuesta, hija, seguro de su bendita y santa obediencia, yo iré lo antes posible a comunicarle de nuestros proyectos al Señor Obispo y tu irás a Ávila, donde las hermanas Adoratrices a perfeccionar tu aprendizaje en labores. Apagón.

Escena 2ª En un sillón episcopal se encuentra sentado el Obispo de Salamanca. Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga, al lado derecho de pie está el P. Francisco Butiñá, ambos esperan la llegada de las futuras Siervas de San José. Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga: No sabes qué alegría siento, hijo mío, de haber sido yo quien firmase el Decreto de Erección y las Constituciones de esta nueva Congregación. ¿Cuántas me dijiste que son?. P. Francisco Butiñá: Siete, ilustrísima, cinco son las que siguieron el ejemplo de Bonifacia y su madre para dar principio a la Congregación.

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Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga: Siete... excelente, esto nos viene como anillo al dedo, ya que en toda Salamanca no hay una sola institución que cuide de las jóvenes de condición modesta... P. Francisco Butiñá: Ellas las apartarán de los peligros a que a esa edad están expuestas, les enseñarán catecismo y las habilitarán para ganarse el sustento por sí mismas y como estas chicas son cabalmente las hijas y las hermanas de los cabecillas revolucionarios, ganadas éstas, estarán ganados aquellos... Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga: Intentar hacer lo mismo con los hombres en Salamanca es imposible, porque éstos están borrachos y enloquecidos por el vino de la revolución. (Decidido a P. Francisco) Lo conseguiremos a tabla Francisco, vamos a valernos de estas mujeres, y cuanto más modestas sean mejor, porque su acción será más directa y eficaz. P. Francisco Butiñá: Creo que ya han llegado, Excelentísimo. Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga: ¿Qué esperas entonces, hijo? ¡Hazlas pasar de una vez! Muero de ansias... P. Francisco Butiñá: (Hace pasar a las siete que darán origen a la Congregación. Éstas entran y saludan al Obispo haciendo una pequeña venia y besando el anillo de su mano) Su Ilustrísima, estas son las mujeres que tanto regocijo le han causado. Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga: No saben cuántas ganas tenía de conocerlas, hijas mías, pero siéntense, vamos siéntense y preséntense una a una que quiero saber todo sobre ustedes... Todas toman asiento. Adela Hernández: Mi nombre es Adela Hernández y soy natural de Salamanca: tengo veintiseis años e hija de padre alfarero. Francisca Corrales: Yo soy Francisca Corrales y también nací aquí en Salamanca hace veintiseis años, desde que quedé huérfana viví con mi tía y hasta hace muy poco trabajé en una fábrica de babuchas, me gusta cantar, su excelencia, y dicen que no lo hago tan mal. Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga: (Ríe y con él los demás) Veamos, ¿quién sigue ahora?. María Santos: Soy de Hervás - Cáceres y hace tres años que vine a Salamanca para trabajar como criada en casa de Dña. Teresa Pando. Tengo veinte años. Teresa Pando: Teresa Pando, Ilustrísimo, y hace veinte años que vivo aquí en Salamanca, tengo sesenta años, soy casada pero hace tiempo que estoy separada de mi marido.

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Ascensión Pacheco: Su Ilustrísima, mi gracia es Asunción Pacheco, tengo cuarenta y cinco años y hace poco más de tres años que llegué a Salamanca proveniente de Torrejoncillo - Cáceres y también estoy separada de mi marido a Dios gracias... Carmen Castro: Soy María Natalia Castro, pero una vez consagrada al Señor quiero ser llamada sólo Carmen Castro, tengo sesenta y un años y soy viuda. Bonifacia: (Con mucha humildad) Mi nombre es Bonifacia Rodríguez Castro, su Excelencia, tengo treinta y siete años y soy de oficio cordonera. Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga: Así que tú eres Bonifacia, de quien tanto he escuchado hablar todo este tiempo. A ver si tú nos ayudas al Padre Francisco y a mi a salir de un gran dilema. Yo quiero poner por nombre a la nueva Congregación Carmelitas y el padre quiere que sean Siervas de San José. ¿Qué nombre escogerías para tu Congregación?. Bonifacia: Siervas de San José, Ilustrísima. Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga: Pues no se hable más del asunto, desde ahora son Siervas de San José. (Ríe) ¿Pero en algo me querrán complacer no es cierto? Vestirán hábito del color y forma que tienen en el Carmelo, sólo que a diferencia de éstas, en vez de la capa blanca llevarán una negra. ¿Estás de acuerdo Bonifacia?. Bonifacia: Sí, su Excelencia. Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga: Pues bien, complacido estoy. (Sonríe) Ahora veamos dónde es que van a vivir. Si no les parece mal ni a ustedes ni al padre Francisco voy a destinar la casa de la calle Placentinos nº 18 para ustedes, allí podrán poner el “Taller de Nazareth” lo que no puedo conseguirles es el mobiliario. Carmen Castro: No se preocupe, su Excelencia, con los muebles que tenemos en casa y los que Teresa Pando hará la caridad de regalarnos serán suficientes. Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga: Bueno pues, entonces todo está resuelto, el padre Francisco Butiñá seguirá a cargo de la dirección. Vivan el carisma que las identifica, el de buscar “la propia santificación por medio de la oración y el trabajo”. Bueno, hijitas mías, ahora tengo algunas cosas pendientes, a la salida les darán a cada una un ejemplar de un devocionario que Dios me inspiró para ustedes y se acaba de imprimir... Dios las bendiga y les dé fuerzas para seguir adelante, oraré por ustedes y no olviden encomendarme a las suyas... P. Francisco Butiñá: (Hace una venia y besa el anillo del Obispo) Gracias su Excelencia, Dios lo bendiga-.

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Salen todas junto al P. Francisco. Queda solo el Obispo. Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga: (Mientras salen las hermanas) El Señor se vale de instrumentos débiles para sus más grandes empresas con el fin de que resplandezca más su poder y su gloria, por tanto esperen todo de Dios que bajó del cielo para vivir pobre y desconocido durante treinta años en la humilde casita de Nazareth, y sujeto a la obediencia de dos pobres artesanos, cuyo modelo deberán copiar todas las Siervas de San José. Apagón.

Escena 3ª Se enciende la luz y se ve a todas las hermanas acomodando los muebles en la nueva casa, todos los objetos son muy sencillos. Después de terminada la labor, salen y queda Bonifacia sola, limpiando las cosas, se enciende la luz de la cruz que está suspendida. Bonifacia: (Canta)

Señor, no soy nada. ¿Por qué me has llamado? Has pasado por mi puerta y bien sabes, Que soy pobre, y soy débil. ¿Por qué te has fijado en mí?. Me has seducido, Señor, con tu mirada. Me has hablado al corazón y me has querido. Es imposible conocerte y no amarte, Es imposible amarte y no seguirte. ¡Me has seducido, Señor!. Señor, yo te sigo, Y quiero darte lo que pides, Aunque hay veces que me cuesta darlo todo. Tú lo sabes, yo soy tuya. Camina, Señor, junto a mí. Me has seducido, Señor,... Señor, hoy tu nombre, Es más que una palabra, Es tu voz que resuena en mi interior, Y me habla en el silencio. ¿Qué quieres que haga por Tí?. Me has seducido, Señor,...

Ingresa la Hna. Carmen Castro con Higinia Muñoz (Ana Muñoz)

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Carmen Castro: (A Bonifacia) Bonifacia, hija, ésta es Higinia Muñoz, que llegó hasta Salamanca en busca de trabajo de criada, ha escuchado de nosotras y le hace mucha ilusión pertenecer al grupo. Bonifacia: (Cortés y cariñosa, con mucha sencillez, le da un abrazo y la besa) Bienvenida, Higinia, a este humilde taller, ¿de dónde viene?. Ana Muñoz: (Con la cabeza gacha mirando sobre las cejas) Gracias, señora... yo... Bonifacia: (Cortando) Nada de señora, Higinia, llámeme Bonifacia... Ana Muñoz: (Con sutil arrogancia, pero siempre la cabeza gacha y mirando sobre las cejas) Gracias... Bonifacia... Yo vengo de Hervás – Cáceres, tengo veinticinco años y hasta hace poco realizaba trabajos en el campo. Como le informó la señora María hace poco que llegué a Salamanca en busca de una colocación para servir... Me dijeron que aquí vivían un grupo de señoras que daban asilo a las mujeres sin ocupación... por eso vine aquí... esperando encontrar un grupo de señoras distinguidas... Bonifacia: (Ríe) Pues como verás, aquí todas somos mujeres sencillas que buscamos agradar a Dios por medio del trabajo y la oración, tratando de imitar en lo más posible la casa de Nazareth donde Nuestro Señor Jesucristo, junto a su Santísima Madre y a su Casto padre San José, ganaban su sustento con trabajos manuales. (Tomando los bultos que Ana Muñoz trajo del suelo y tomándola cariñosamente del brazo) Pero ya habrá tiempo de conocer más a nuestra Congregación, debes tener hambre, no tenemos mucho en la cocina pero algo ha de haber para que comas, vamos. Luego te presento a nuestra superiora, la Hna. Ascensión. (Salen por la derecha). Carmen Castro: Ve con Bonifacia, hija, yo vuelvo al trabajo, estamos a poco de la fiesta de nuestro Santo Patrón San José y falta mucho para terminar nuestros hábitos. (Sale por Izquierda). Apagón.

Escena 4ª Se encienden las luces y se ve debajo de la cruz, en foro, tres sillones episcopales en el del centro se encuentra el Dr. Fray Joaquín Lluch y Garriga, el sillón de la derecha está vacío y es donde se sentará el P. Francisco, los tres están revestidos para dar misa, el Obispo con mitra y callado, en la de la izquierda está sentado un jesuita. Al otro lado del foro un altar donde se encuentra la imagen de San José. En centro proscenio está una mesa revestida de un fino mantel blanco sobre el que se encuentra un hábito, una bandeja con tijeras, agua bendita y cruz.

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Alrededor de la mesa están dispuestas, cinco por lado, las diez mujeres a las que se les impuso el hábito arrodilladas en reclinatorios, todas ya visten como religiosas, menos Bonifacia que quedó para el último. P. Francisco Butiñá: (A Bonifacia) Señora Pretendiente Bonifacia Rodríguez Castro. Bonifacia: (Se levanta de su lugar y se arrodilla frente al P. Francisco) Hé aquí la indigna esclava del Señor. P. Francisco Butiñá: ¿Qué pide usted señora?. Bonifacia: Pido por amor de Dios el hábito de las Siervas del Glorioso Patriarca San José. P. Francisco Butiñá: Para esto es preciso renunciar generosamente al mundo y a todos sus encantos y vanidades, y ofrecerse de todo corazón al servicio de la Sagrada Familia, trabajando por complacer a Dios en los oficios de María y de Marta. Bonifacia: Las renuncio completamente, y resueltamente a ello me ofrezco, confiada en los auxilios de la Divina Gracia. P. Francisco Butiñá: (Tomando las tijeras se acerca a Bonifacia, le corta un mechón de cabello diciendo:) En nombre de Jesús yo te recibo entre las Siervas de su Padre Virginal. Él haga que, como al filo de estas tijeras cae tu cabello, materia de vanidad para los esclavos del mundo, así desaparezcan de tu corazón los afectos desordenados, a fin de que seas digna morada del Divino Esposo. Bonifacia: ¡Dios lo confirme!. P. Francisco Butiñá: La primera virtud que tiene que practicar una digna Sierva de San José es la paciencia y en ningún sitio la pueden aprender mejor que en la vida de Jesús, María y José. Entramos en la casa de Nazareth ¿qué encontramos allí?. Una señora llena de consuelo en medio de la pobreza, María; a su lado sierra una viga su esposo, un humilde trabajador que no tiene a menos ganar el pan de su familia con sus sudor... ¿Y Jesús no hace ningún milagro?... quiso dejarnos el milagro de la paciencia, quiso sufrir y José y María sufrieron también a fin de enseñarnos que por grandes que sean los trabajos de este valle de lágrimas, podemos vivir como ellos vivieron, llenos de consuelo y de gozo. Es memorial la paciencia a fin de que el obrero viva alegre en medio de sus trabajos. ¡Qué dulce y agradable es para un corazón generoso poder secar las lágrimas del que llora, ungir el corazón apenado con el bálsamo del consuelo, dar una caridad al que pide por amor de Dios!. Siempre es cosa hermosa hacer el bien al prójimo, pero mucho más cuando se ve oprimido de la necesidad, y más aún cuando el remedio viene de manos de pobres.

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Ésta, me parece, era la caridad de la Sagrada Familia, por más que la callen los evangelios. ¿Cómo despediría a los pobres con las manos vacías la Madre de la Misericordia?... Imítenla y verán cómo su pobreza será una rica mina... si la caridad inflamara sus corazones, cuántos medios tan ingeniosos te enseñaría... Escuchen la voz de sus corazones y den lo que puedan... (Toma el agua bendita y con el hisopo bendice el hábito y a Bonifacia) Bendice Omnipotente Señor este hábito que bajo el nombre de Siervas de San José vestirá tu hija, consérvalo lejos del pecado y sea símbolo de amor y fidelidad a Tí. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén. (A Bonifacia) ¿Permaneces constante en tus deseos de servir en su taller al Glorioso Patriarca?. Bonifacia: Permanezco. P. Francisco Butiñá: Acércate pues en nombre de San José y recibe estas prendas, que te sirvan de perpétuo estímulo para trabajar con diligencia en su servicio, procurando hermanar la oración con el trabajo, para la santificación de tu alma. Bonifacia se aproxima al P. Francisco y recibe de sus manos el hábito y sale. Apagón.

Acto 4º

Escena 1ª Se encienden las luces e iluminan el Taller de las Siervas de San José, sentadas en unas sillas rústicas y pobres están Bonifacia y el P. Francisco. Detrás de bambalinas escucha escondida Ana Muñoz. Bonifacia: (Mortificada) No padre, eso es imposible, no lo puedo aceptar... P. Francisco Butiñá: ¿Por qué no hija? Su excelentísima ilustrísima Fray Joaquín y yo hemos visto que es lo mejor. Bonifacia: Imagínese, yo de superiora, no padre, no lo puedo aceptar, ese cargo no es para mí, moriría de pena, yo nunca llevé el cargo de una casa. P. Francisco Butiñá: (Con cariño) Pues si has de morir te enterramos... No es una petición Bonifacia, es una orden y así la has de aceptar... Bonifacia: (Resignada) Si es la voluntad del Señor... Acepto y trataré de llevar el cargo en vida humilde y oscura al igual que la Sagrada Familia... P. Francisco Butiñá: Estoy seguro que así lo harás, hija mía, eso no lo dudaré ni un solo instante. (Cambio de intención) Bonifacia... tengo una gran pena en el alma... porque ésta será la última vez que esté con ustedes...

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Bonifacia: (Sorprendida) ¿Pero qué dice padre...?. P. Francisco Butiñá: (Muy apenado) Sí hija, el gobernador ha intimado al P. Bombardó una orden de expulsión sobre los jesuitas en un plazo improrrogable de tres días... Bonifacia: ¿Y no hay nada que se pueda hacer, padre?... ¿Tal vez su Excelencia?. P. Francisco Butiñá: No, hija, ya nada se puede hacer... el día cuatro salgo para Poyanne – Francia... (con mucha tristeza) Bien puedes comprender cuánto quiero a cada una de ustedes, pues que tanto me desvelaba por su bien temporal y espiritual. El primer sentimiento que tengo al salir de aquí, es por dejarlas a ustedes sin que esta casa esté todavía a medida de mis deseos... Bonifacia: (Llora) Padre... P. Francisco Butiñá: (Consolador) No llores, hija, no estarás sola, encomiéndate a San José y tenlo como ejemplo a seguir, pues es un modelo perfecto de virtudes propias de su estado. Era castísimo, su esperanza firme, su caridad ardiente, la humildad profundísima, la fidelidad entera, la oración continua... Queda con Dios, hija. (Se va) Se apagan las luces menos la que ilumina la cruz suspendida y una que ilumina a Bonifacia de rodillas, en actitud de oración de cara a la cruz. La luz también decrece en ella y en la cruz hasta tener oscuridad absoluta.

Escena 2ª Se encienden las luces, el taller es un poco más grande y las religiosas son más en número, todas trabajan en silencio absoluto, por unos instantes sólo se escuchará el sonido que producen las máquinas en las que trabajan, luego empieza la música. Bonifacia: (Canta)

Raíces ocultas que nunca se ven, Levanta la gloria del alto ciprés. Cautive a los hombres su gran esbeltez, Aplaudan su ritmo, asciendan con él, Aunque nadie mire nuestra sencillez, Somos las raíces del alto ciprés.

Todas: (Cantan)

Vivimos como Siervas el silencio Generoso que brota de la fe. Vivimos solamente para Cristo,

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Lo mismo que vivía San José. Bonifacia: (Canta)

Silencio, trabajo, oración y fe; Será nuestra vida como Nazareth. Que surja su gloria de mi pequeñez Y se vea a Cristo, pero no a José. Seamos raíces ocultas, que estén Nutriendo la gloria del ciprés.

Todas: (Cantan)

Vivimos como Siervas el silencio... Bonifacia: (Canta)

Árbol de la vida, quisiste nacer De aquellas raíces pobres de Belén. Las Siervas queremos poderte ofrecer, Toda nuestra vida, cual la tierra fiel, Que siempre te dieron María y José. A raíz más honda, más alto ciprés.

Todas: (Cantan)

Vivimos como Siervas el silencio... Una vez terminada la canción vuelve el silencio acompañado sólo de los característicos sonidos de las máquinas. Bonifacia: (Muy cariñosa) Hijitas mías, hoy se fue nuestro querido protector el Ilustrísimo Fray Joaquín Lluch y Garriga, a quien tendremos siempre en nuestras oraciones igual que a nuestro amado padre Butiñá, quien, a propósito, se alegró mucho de que su Excelencia nos haya traído al Colegio de los Ángeles antes de irse, dotándonos así de mejor casa y de una Iglesia donde poder hacer los servicios con más comodidad. Nuestro nuevo pastor es su Ilustrísima Dr. D. Narciso Martínez Izquierdo a quien fui a visitar para informarle de nuestra Congregación, ponernos a sus servicios y además pedirle que nos nombre un nuevo director... Ahora Hna. Ana Muñoz, nos guiará en el rezo de las jaculatorias. Ana Muñoz: (Mientras todas continúan su labor) Alabemos a nuestra Madre María. Ave María Purísima. Todas: Sin pecado concebida. Ana Muñoz: Jesús de mi vida, ¿Quién te obligó a descender del cielo para tomar carne mortal en el seno de María?... (Mientras va rezando baja la voz, sube música de fondo y se apagan las luces)

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Escena 3ª El mismo taller. En él se encuentran hablando en proscenio derecho Ana Muñoz y el P. Pedro García Repila, parece que no quieren ser oídos por nadie. P. Pedro García Repila: (Mira a todos lados como procurando no ser escuchado) Rev. Madre Anita... Ana Muñoz: (Complacida) Gracias por el título Padre García, pero recuerde que yo no soy la superiora... P. Pedro García Repila: (Maquiavélico) Tenga usted paciencia “Rev. Madre”, tenga usted paciencia... Ana Muñoz: ¿Y qué haremos con la madre Bonifacia?. P. Pedro García Repila: (Con rabia) Esa mujer... ya me previno el P. Lajas sobre ella... Tenemos que lograr que deje de ser la superiora o, mejor aún, que abandone la Congregación... Es mala hierba entre ustedes... sigue al pie de la letra las instrucciones del tal Francisco Butiñá... esos jesuitas son una lacra, unos herejes que tendrían que exterminarlos a todos de una vez y para siempre... Usted ayudará a que Bonifacia y su madre Carmen salgan de la comunidad... encárguese de correr el rumor entre las demás hermanas de su ineficacia y falta de carácter para dirigirlas... Aprovéchese de la muerte de alguna de las hermanas y de la falta de recursos en la casa... Yo haré lo mío, aprovecharé las confesiones para exaltar sus virtudes para dirigir la Congregación Rev. Madre Ana... y para hacerles notar que con Bonifacia a la cabeza no tardarán mucho en morirse todas... Ana Muñoz: ¿Pero qué pasará con el Señor Obispo, padre García?. P. Pedro García Repila: Eso también deje en mis manos Madre Anita... Usted a lo suyo y yo a lo mío...(Entra Bonifacia por la izquierda. García Repila la ve. A Bonifacia con disimulo) Buenos días Rev. Madre, acabo de llegar y me encontré cerca de la puerta con la Hna. Ana a quien le pedía en este momento que fuera a buscarla, para que usted ordenara a sus hijas venir a Confesión... Bonifacia: Buenos días, D. Pedro. (Hace una venia y besa la mano de García Repila) Sea usted bienvenido a este su humilde Taller. (A Ana Muñoz) Hija, tenga la bondad de anunciar al resto de sus hermanas que nuestro Director está aquí y que las recibirá en confesión. Ana Muñoz: (Con fingida obediencia) Sí, Rev. Madre. (Hace una venia) Con su permiso, padre García. (Idem. Sale) Bonifacia: (Siempre dulce y sonriente) D. Pedro, no sabe cómo esperaba que viniese hoy, así todas estaremos en gracia de Dios para la Semana Santa...

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P. Pedro García Repila: (Haciendo poco caso de lo que dice Bonifacia, mira alrededor) Sí..., sí... como usted diga... ¿Rev. Madre no ha pensado usted en cambiar de casa? Este lugar sirve más para morir que para vivir... No me sorprende que tantas de sus “hijas” hayan muerto en tan poco tiempo... Bonifacia: Tiene usted razón al decir que la casa es insalubre, padre, además de fría y vieja; pero vea usted que por ahora no tenemos los medios necesarios para hacerlo... Somos una Congregación pobre, que gana el sustento por medio del trabajo para poder vivir a ejemplo de la casa de Nazareth. P. Pedro García Repila: (Cortando) Bla, bla, bla... déjese de pamplinas Rev. Madre... Si sigue pensando en Nazareth dentro de poco no tendrá una Congregación de religiosas, tendrá una congregación de cadáveres... Usted no tiene el don necesario para ser Superiora... debería... (Iracundo) Déjeme solo “Rev. Madre”, voy a empezar a confesar... Bonifacia: (Cabizbaja) Sí, D. Pedro, con su permiso... (Venia. Sale) Se apagan todas las luces menos un cenital en proscenio a donde se dirigirá García Repila y se sentará. Mientras tanto un grupo de religiosas y profesas se acomodan en media luna en la oscuridad. Se encienden las luces y se acerca a García, Ana Muñoz. Ana Muñoz: Aquí están, padre García... García Repila se pone de pie, sonríen siniestramente con Ana Muñoz y empiezan a caminar entre las religiosas y profesas que están en la media luna. Cada uno por un lado irán hablándoles en los oídos de éstas. Ana Muñoz: La Madre Bonifacia no tiene carácter para ser superiora, nos va a matar a todas si seguimos aquí... P. Pedro García Repila: Está mal influenciada por los jesuitas, que son unos herejes y enemigos de la religión... Vean a la hermana Anita, ella sí es buena...y sin malas influencias... Ana Muñoz: Miren cómo vivimos... y cuantas de nosotras han muerto... P. Pedro García Repila: Ana Muñoz es perfecta para ser superiora, tiene muchas virtudes a diferencia de Bonifacia... Ana Muñoz: Está influenciada por su madre... tiene preferencias con ésta... Todas: Comienza una especie de cuchicheo en medio del cual se escuchan los nombre de Bonifacia y Ana... éste irá creciendo... hasta que una gritará: ¡Basta...!!!. Apagón.

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Escena 4ª Un altar en foro donde están expuestos un copón y un cáliz, dos velas a los costados. En forma de media luna sentadas las hermanas a ambos lados del altar. Bonifacia está de espaldas al público, reclinada en oración. Una vez terminada la oración, se incorpora y toma una jarra y una toalla en las manos, otra de las hermanas lleva la jofaina, empieza el rito de lavarles las manos y besarlas a las demás religiosas. Concluido el ritual, se pone al centro y comienza su discurso. Bonifacia: (Con mucha dulzura y sencillez, hará notar su gran espíritu y vivencia interior) Dos uniones tenemos que conservar si hemos de ser felices aquí y ganar el cielo: una unión con Dios por medio del recogimiento, de la oración y del amor al sacrificio; y otra unión entre nosotras mismas por medio de la caridad, amándonos todas por igual, pues iguales somos delante de Dios. Para estar unidas con Dios no hay mejor cosa que andar siempre en su presencia... ahora podemos decir con toda verdad: Dios está delante de mí y yo delante de Él; me está viendo, me está animando. Tengan también en cuenta que deben atender más al carácter de sus hermanas que cada uno al suyo, más deben respetar el gusto de las otras que cada una el suyo, pues debemos ser todas para todas, siguiendo a Jesús, que olvida su condición y su rango de Dios y se hizo pequeño como los hombres, porque vino a servirlos y no a ser servido por ellos. Cuando obramos por obediencia, hacemos obras dignas de amor, de su aplauso y de su premio, porque le sacrificamos todo lo que somos, nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestros afectos, y esto lo quiere mejor que el sacrificio de nuestro cuerpo y hasta de nuestra vida. Les quiero decir con santa franqueza que huyan de una peste mortal para las almas y es el deseo de ser apreciadas y mimadas. Este cuidado no lo tengan nunca, pues lo tiene Dios por ustedes. Estudien sólo ser buenas, que ya se amarán y las amarán sin buscarlo ustedes. ¿Qué mimos tuvo Jesús? Los desprecios ¿Qué alabanzas le hacían? Los insultos y las persecuciones. ¿Y quieren ustedes lo que no quiso Jesús?. Es imposible salvarse sin padecer, y nosotras estamos más obligadas, porque si nosotras no seguimos las huellas de Jesús ¿quién irá tras de Él?... Anda buscando Jesús quien padezca con Él, quien le ame, quien le siga, y a nosotras nos ha llamado para eso, dándonos nuestra vocación que vale más que todos los bienes y todos los placeres del mundo. Olvidemos, por fin, amadas hermanas, las ofensas que unas a otras nos hayamos hecho y no andemos miserables en perdonarnos, porque como nos ha de medir Dios con la misma media que midiéremos a nuestros prójimos, nos exponemos a que no nos perdone tan completamente como necesitamos. Al mismo tiempo les advierto que si he de ser una buena madre, ha de consistir en ustedes y en sus oraciones, que, si me ayudan con ellas, Dios me guiará y me aconsejará. La luz se apaga, sólo queda un cenital sobre Bonifacia que se apagará luego. Apagón.

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Acto 5º

Escena 1ª Se encienden los cenitales en forma de media luna, cada uno ilumina una silla donde están sentadas las religiosas Siervas de San José, a la cabeza de la media luna y un poco más levado que el resto están sentados el P. García Repila y Ana Muñoz; al centro está un taburete más bajo que los demás vacío, donde luego se sentará Bonifacia. Hay un murmullo débil entre todas las religiosas. P. Pedro García Repila: (Maquiavélico. A Ana) Rev. Madre, ¿está todo a punto?. Ana Muñoz: Todo según lo planeado padre, ya las hermanas han sido debidamente... ¿cómo decirlo?... (Iluminada) Instruidas, esos es, instruidas en contra de Bonifacia... P. Pedro García Repila: (Complacido) Muy bien, madre Anita, sabía que no me equivocaba con usted. (Acomodándose en la silla) No dilatemos más la función, haga pasar a la “acusada”... (Ríe) Ana Muñoz: (Sonrisa cómplice) Claro que si, padre... (A Carmen que está sentada en la primera fila de la derecha, algo más alejada de las demás) Hermana Carmen, haga el favor de llamar a la Rev. Madre Bonifacia, ya todos estamos listos. Carmen Castro: (Hace una venia y sale por derecha. Para sí misma) Dios nos proteja y nos dé fuerza... Ana Muñoz: No sabe cuánto he esperado este momento, padre... P. Pedro García Repila: Disfrútelo Reverenda Madre, disfrútelo porque a partir de este momento empieza a escribir la historia... Entra Bonifacia seguida de Carmen, ésta última vuelve a sentarse donde estaba antes. Bonifacia hace una venia a García Repila. Bonifacia: (Con mucha humildad) D. Pedro, hermanas, soy suya... P. Pedro García Repila: (Seco) Siéntese. Bonifacia se sienta en silencio de frente al público, gacha la cabeza y las manos juntas en actitud de oración, escuchará todo lo que se diga en silencio, sin refutar nada. En su sitio Carmen llora con impotencia por no poder hacer nada por su Madre e hija...

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P. Pedro García Repila: (Con aire de salvador) Bien sabe querida Congregación el gran disgusto que esto me causa, que por culpa de la tozudez de esta mujer hayamos tenido que llegar a estos extremos... y que nosotros que somos representantes de Dios en la tierra debamos salir de nuestros santos oficios para ocuparnos de cosas tan mundanas... Si la Hermana Anita cuyo santo ejemplo ha sido lo único que las ha podido salvar a todas de la ruina y del fuego del infierno tiene la bondad de darme el documento que ustedes llenaron con las quejas en contra de su superiora, (Alzando los ojos al cielo) las cuales el buen Dios sabe que no son pocas en verdad, para leerlas sin más pérdida de tiempo. (Tomado el documento lee) Yo, D. Pedro García Repila, a nombre de la Congregación de las Siervas de San José, de quien soy director por encargo de su Ilustrísima D. Narciso Martínez Izquierdo, Obispo de Salamanca, casa de dicha Congregación, abro el Capítulo de Culpas en contra de la superiora Rev. Madre Bonifacia Rodríguez Castro, a quien entre muchas cosas se le acusa de Orgullo y Vanidad, ya que sabiéndose ineficaz para el cargo que desempeña lo sigue manteniendo, aun a sabiendas de que toda su comunidad está en contra; se le acusa de falta de carácter, se le acusa... (A partir de este momento las otras religiosas empezarán a repetir culpable, en forma creciente, logrando superar la voz de García Repila; Ana Muñoz ríe a carcajadas. Callan todas de pronto y se escucha otra vez la voz de García) ¿Cómo se declara, Rev. Madre, de todas estas acusaciones...?. Bonifacia: (En silencio se levanta lentamente de su silla, se pone de rodillas en el suelo, se persigna y dice) Pido perdón a Dios nuestro Señor y a ustedes, Hijitas mías, pasen sobre mí, pues nada soy... (Se tira al piso boca abajo) Las religiosas se miran unas a otras y no saben qué hacer, miran a García Repila que queda atónito ante la reacción de Bonifacia, al no recibir ninguna respuesta de él miran a Ana Muñoz, la que también queda sorprendida por unos momentos, luego ésta hace señas para que hagan lo que Bonifacia pidió. Una con dudas pasará encima de ella, luego las otras más decididas, hasta llegar a la euforia y no sólo pasar sobre Bonifacia, sino que también pisarla, llegando incluso Ana Muñoz a hacerlo. Una vez terminada la humillación, Bonifacia se pone de pie. Se apagan todas las luces menos el cenital que la ilumina. Queda sola. Bonifacia: (Muy humilde) ¡Cuánto tenemos que aprender de Jesús, sobre todo contemplándolo en su pasión! ¡Qué ejemplo nos da! ¿Por qué al verlo a Él tan callado sufriendo y padeciendo, no guardamos nosotras ese precioso silencio? Cuando el Evangelio refiere las calumnias de que acusaban al Señor dice que Jesús callaba. Pues calló, hermanas, para enseñarnos a todos a guardar silencio. Yo creo que el silencio bien observado bastará para salvarnos. El silencio es el cilicio del alma, y así como el cilicio doma la carne, así el silencio guarda el alma. Seamos nosotras mudas por voluntad para todo lo que no sea alabar a Dios y darnos buenos consejos, perdonarnos y consolarnos mutuamente.

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No haya murmuraciones, ni quejas, ni conversaciones a escondidas, porque este fuego puede quemar nuestra casa, es decir nuestra alma. Apliquémonos mucho a darnos buen ejemplo, porque éste ha de servir más que todas las meditaciones y todas las lecturas. Después de la Sagrada Comunión, nada nos ha de santificar mejor que el buen ejemplo... a más pecadores habrá convertido el ejemplo que los sermones. Démonos pues buen ejemplo, hermanas, y yo principiaré prometiéndolo delante de Dios y poniéndolas a ustedes de testigos. Lo primero que he de decir es suplicarles que me perdonen lo mucho que les he faltado, ya por mi fragilidad, ya también por el mal humor que conozco tengo muchas veces, y aunque parte sea por mis enfermedades, parte será también por mi poca virtud para vencerme y dominarme. Yo les confieso que por mí sola no lo podré conseguir, y así les pido que le rueguen a Dios me dé más paciencia y fortaleza. Apagón.

Escena 2ª Se ilumina el escenario donde vemos el taller de Nazareth, pero de forma distinta, es más grande, tiene mucha más maquinaria, no hay nadie en él, con la música de fondo permanece así unos segundos después de los cuales ingresan Ana Muñoz y García Repila. P. Pedro García Repila: No me va a negar, Rev. Madre, que el cambiar el Colegio de los Ángeles por la Casa de Santa Teresa para su residencia fue un paso muy acertado, aquí hay más espacio para el taller y para todos sus quehaceres, además después de las composturas quedó mucho mejor, nada comparable con la pocilga donde antes vivían. Ana Muñoz: Como siempre, usted tiene razón padre García, menos mal que no hubo mayor problema. P. Pedro García Repila: ¿Bonifacia no puso ningún impedimento?. Ana Muñoz: No padre, cuando usted se lo comunicó yo creía que se pondría en contra, pero no fue así, por el contrario, se alegró mucho de poder vivir en la casa que habitó Santa Teresa de Jesús, a la cual dijo tenía en muy alta estima y admiración desde pequeña, pero como no puede tomar ninguna decisión por sí misma escribió al padre Butiñá para consultarle, yo me preocupé mucho porque pensé que a éste no le gustaría... pero tal parece que a él también le agradó el cambio, porque después de recibir contestación se puso más afanosa aún y ella misma arregló la celda que ocupó la Santa para hacerla oratorio. A propósito, padre García, ¿sabe usted que Madre Bonifacia se va hoy de viaje a Gerona...?.

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P. Pedro García Repila: Sí, lo sé, hijita, yo mismo le propuse a su Ilustrísima que le otorgara el permiso que le había negado en otras ocasiones... Ana Muñoz: (Acercando unas sillas) Siéntese, padre, ¿dice usted que le dijo al Señor Obispo que le permitiera viajar?. P. Pedro García Repila: Sí, madre Anita, ya también le “sugerí” que este viaje no lo hiciera sola, que vaya en su compañía su madre, la hermana Carmen... Ana Muñoz: No lo entiendo, padre... P. Pedro García Repila: Fácil Anita, usted sabe que Bonifacia, después de recibir las cartas de Butiñá informándole de la fundación en Cataluña y su inmenso deseo de unirlas en una sola Congregación, quedó muy feliz y deseosa también de cumplir el sueño del susodicho jesuita. Al principio pensé que si esto se llegaba a realizar sería funesto para nuestros planes... por lo que sugería a su Ilustrísima que le negara el permiso poniendo como excusa la falta de recursos y de personal aquí en Salamanca... pero después, analizando mejor la situación, vi que era mucho más provechoso para nosotros que ella realizara el viaje. Ana Muñoz: Sigo sin entender, padre García. P. Pedro García Repila: Pues fíjese que mientras ella esté aquí esta situación no cambiará... Teniéndola lejos junto a su madre, podremos al fin destituirla y tenerla a usted de superiora e incluso podemos lograr que salga de la comunidad y no vuelva más, ni aquí ni a Salamanca. Ana Muñoz: (Maravillada) ¡Padre...!!! P. Pedro García Repila: (Sonríe satisfecho) Ahora es su turno de actuar, Madre, sólo usted y yo sabemos en esta casa que el asunto del viaje es la unificación de las dos fundaciones, dependerá de usted que ninguna de las hermanas se entere... Cuando le pregunten por Bonifacia y Carmen usted les dirá... (Música de fondo que calla las voces de García Repila y Ana Muñoz. Apagón).

Escena 3ª El mismo taller, en él sólo está Ana Muñoz, sentada en una de las máquinas, entra Tomasa López con una carta entre las manos. Tomasa López (Entra deprisa) ¡Hermana Anita! ¡Hermana Anita!. Ana Muñoz: (Levanta la vista) ¿Qué hay, hermana Tomasa? Tomasa López: Carta de la Rev. Madre Bonifacia...

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Ana Muñoz: (Se levanta y arrebata la carta de las manos de Tomasa, la mira y luego se la vuelve a dar) Léala hermana... Tomasa López: (A Ana) Si a usted le parece bien, hermana, pasaré a lo importante. (Lee) Hemos sido recibidas con muchísimo agrado y amabilidad, tanto en Manresa por el P. Butiñá, como en esta Comunidad, que no saben cómo agradarnos y dónde ponernos. ¿...cómo va la casa? ¿Se ha quitado el nublado de las hermanas? Aquí hay mucha unidad, nadie levanta la vista del suelo y tienen mucho respeto a la Madre, en fin, hay obediencia y basta... Por Dios les pido me contesten enseguida porque estoy sufriendo por no saber de mi querida comunidad, recuerdos a todas mis amadas hijas... No puedo escribir por la fuerza de las lágrimas por verme tan distante de quienes tanto amo... mi amada Comunidad. Mi estancia aquí será por pocos días, pues se arreglará pronto nuestra unión, y después ya estamos aquí estorbando. Después de haber estado yo con el P. Butiñá, saldremos la Madre Superiora y nosotras otra vez a Manresa para arreglar nuestros asuntos con el P. Butiñá, y desde allí nos deja la Superiora en el camino de Salamanca y ella se vuelve para Gerona. Hemos ido a Barcelona para visitar una de esas casas; me falta otra que visitar, y después pronto les diré si se arreglan nuestros asuntos... Volveremos a Barcelona por si hubiera alguna cosa que yo pudiera aprender para hacer la voluntad del S. Obispo, que esto me dijo... etc, etc. Ana Muñoz: (Con algo de preocupación) No deje que nadie se entere de esta carta, Hna. Tomasa... Tomasa López: Como usted mande, Hermana Anita. (Sonríe) Ana Muñoz: Guárdela pronto, Hermana, que ya las demás vienen llegando... Tomasa López: (Mete la carta entre su hábito, hace una venia) Con su permiso, Hermana. (Sale) Entran las hermanas rezando, se colocan en las distintas máquinas y sillas sin sentarse. Todas: Amabilísimo Jesús, que oculto en la casa de Nazareth y ocupado bajo la dirección de San José en el oficio de carpintero nos enseñaste a santificarnos en las más humildes ocupaciones, te pedimos encarecidamente nos concedas el amor de tu dulcísimo corazón, para ofrecerte esta labores con la intención más pura y agradable a tus divinos ojos; pero ya que no somos dignas de tan encendida caridad, concédenos al menos que todo el tiempo de este trabajo no busquemos más que tu gloria. Jesús amantísimo, acéptalo en unión de todos los trabajos de María y de nuestro queridísimo maestro San José; acéptalo benignamente por todos aquellos fines por los cuales así Tú como ellos lo ofrecieron en el taller de Nazareth, acéptalo por el triunfo de la santa fe, la conversión de los pecadores, perseverancia de los justos y eterno descanso de las benditas almas, Amén.

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Terminada la oración se sientan y empiezan con sus trabajos, Ana Muñoz caminará en torno a ellas, como quien dirige el trabajo. Hermana 1: (Preguntando con algo de timidez) Hermana Anita, ¿ha recibido usted alguna noticia de la Rev. Madre Bonifacia y de la Hermana Carmen?. Ana Muñoz: (Nerviosa y reabuyente) No, ninguna. Hermana 2: Ya tendría que haber escrito. Hermana 3: Sí, es muy raro, ¿no le parece a usted Hna. Anita?. Ana Muñoz: (Enojada) ¡No! No me parece raro... (Tratando de controlarse) Aunque duela mucho Hnas. deberán acostumbrarse y mentalizar a la idea de que ellas no volverán más. Hermana 1: Por qué dice eso, Hna. Ana?. Ana Muñoz: (Desesperada) Porque esa es la verdad Hna.... Porque esa es la verdad. Hermana 4: ¿Pero no fue a tratar el asunto de la unión de nuestra Comunidad con esa otra fundada en Cataluña?. Ana Muñoz: (Al borde de un ataque de nervios) No, eso es lo que ella les ha querido hacer creer. Ellas fueron por cuenta propia, estaban cansadas del trabajo, no querían hacerlo más, se aburrieron de vivir cumpliendo los votos de pobreza... Murmuran todas muy bajo. Entra en ese momento García Repila casi corriendo, seguido de Tomasa López, que hace el intento de anunciarlo pero no logrando darle alcance. P. Pedro García Repila: (Eufórico, cansado a Ana Muñoz) Rev. Madre, por fin... ¡Por fin dio resultado! ¿No le dije yo que funcionaría?... No me mire así, el Señor Obispo me contestó a la carta que enviamos ayer... Es usted la nueva superiora de la Congregación, Madre Ana... Ana Muñoz: ¡Sí!. P. Pedro García Repila: (A la comunidad) Hermanas, alégrense y den gracias a Dios por haberles dado como superiora a una mujer buena y santa, feliciten a su nueva Madre... La Rev. Madre Ana Muñoz. Apagón.

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Escena 4ª El escenario quedará nuevamente vacío, en proscenio derecho se enciende un cenital, ilumina a Bonifacia, Isabel Maranges. Bonifacia: Como le decía, Rev. Madre, fue el mejor regalo que Dios pudo dar el reservarnos para la comunidad la casa donde había vivido Santa Teresa de Jesús. Después de instaladas ahí, las bendiciones no dejaron de llegar, aunque aún tuvimos que sufrir una gran pérdida, mi hijita Francisca, la joven , murió... (Recordando) Cantaba con una voz muy bonita... Dios la ha de tener alegrándolo con sus cantos... Después de esa pérdida dolorosa, nuestro buen Señor nos colmó de bendiciones como le decía. Fíjese usted, Rev. Madre, que nos llegó de obsequio anónimamente una máquina de hacer cíngulos, otra para hacer trencilla, otra para calcetas y un bulto de sedas y estambres, con esto pudimos incrementar la venta de labores, pero sobre todo nos dieron más medios para atender mejor a nuestras queridas acogidas, unas jovencitas muy buenas que al no poder conseguir un trabajo decente se quedan con nosotras para aliviar sus penas; también tenemos a unas niñas muy pobres, tanto a las unas como a las otras las instruímos en el oficio y en la religión para que así después tengan los medios necesarios para ganarse el sustento con el trabajo unido a la oración, así como fue en Nazareth. Baja la intensidad de la luz mientras los personajes continúan en un diálogo mudo, al mismo tiempo se enciende otro cenital en foro izquierdo que ilumina a Ana Muñoz y Tomasa López. Ana Muñoz: (Nerviosa) Lea de una vez esa carta, Hna. Tomasa López: Sí, Rev. Madre. (Lee) Gerona... Ana Muñoz: (Cortando) Lo importante, Hna. Tomasa López: Sí, Rev. Madre...(Lee) Por disposición de esta Superiora, salimos hoy para Manresa con dirección a Salamanca. Esta Superiora viene con nosotras a Salamanca, pues quiere conocer la Comunidad... llegamos dentro de tres días; desearía que nos esperaran en la estación. Baja la luz del cenital de foro izquierdo y se enciende nuevamente la del proscenio, en ella siguen Bonifacia e Isabel, entran Carmen y otra religiosa. Bonifacia: (A Isabel) Disculpe usted, Rev. Madre. (A Carmen) Hermana recibió usted alguna noticia de nuestras Hermanas?... Carmen Castro: (Saludando a las dos Superioras en venia) Reverendas Madres... (A Bonifacia) Aquí tiene usted. (Le entrega) Bonifacia: (Lee con mucha alegría el contenido de la carta) Dicen que recibieron la carta donde les contábamos de nuestra llegada a Cataluña y de lo

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bien que ustedes nos trataron, y.. (Su sonrisa cambia a una mueca de sufrimiento. Silencio después del cual muy contrariada a Isabel) Rev. Madre, yo... (Con una sonrisa triste) debo informarle que... yo no soy Superiora de la Comunidad de Salamanca, ahora la Superiora es la Rev. Madre Ana Muñoz... Isabel: (Mezcla de sorpresa y disgusto) ¿Pero cómo puede ser? ¿No esperaron a que usted regresara para nombrar una nueva Superiora? Bonifacia: (Sonriente, disculpando a sus hermanas) Seguro que tuvieron una razón, Rev. Madre, nuestra nueva superiora es una santa, ya verá usted... Isabel: (Tratando de disimular su enojo) Rev. Madre, creo que será mejor que vuelva a mi casa... Por ahora no tiene sentido que vaya, me gustó conocerla, encomiéndenos en sus oraciones... (Sale) Bonifacia se abraza de Carmen y llora. Apagón.

Acto 6º

Escena 1ª El taller de la Casa de Santa Teresa, en él pasea de un lado a otro nerviosa Ana Muñoz. Entra Tomasa López. Tomasa López: (Venia. Algo agitada) Rev. Madre... Ana Muñoz: (Ansiosa) ¿Qué pasó, Hermana Tomasa?. Tomasa López: Llegaron Rev. Madre, llegaron la Hermana Bonifacia y la Hermana Carmen, pero no llegó la Superiora de Gerona, ellas llegaron solas y vienen rumbo a la casa... Ana Muñoz: (A sí misma) Me temo lo peor, me temo un escándalo... (A Tomasa) ¿Ya usted y las demás se encargaron de correr el rumor en la comunidad de que Bonifacia y su madre volvían porque se fueron de parranda y les fue mal, que las otras religiosas no las quisieron y las echaron?. Tomasa López: Sí, Rev. Madre Anita, eso mismo hicimos... Ana Muñoz: ¿Y cómo les fue?. Tomasa López: Algunas dudaron al principio, decía: “ellas no son así”... Pero al final todas creyeron... Ana Muñoz: Dios mío, qué irá a pasar cuando ella llegue... (A Tomasa) ¿La cree capaz de hacer algo, Hna. Tomasa?.

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Tomasa López: No lo sé Rev. Madre, no lo sé... Llaman a la puerta, Ana y Tomasa quedan petrificadas; instantes después ingresan presurosas Emilia Sánchez y Filomena Álvarez. Emilia Sánchez: Llegaron Rev. Madre... Filomena Álvarez: Sí, Madre Anita, llegaron solas, una de las acogidas les abrió la puerta, la saludaron como si nada hubiese pasado, con mucho cariño, y se fueron directo a la capilla... Emilia Sánchez: ¿Cree usted que no sepan nada, Rev. Madre?. Ana Muñoz: (Que se ha ido a atisbar a la puerta) Cállense, ya salió de la capilla y viene para acá. Entra Bonifacia seguida de Carmen, Ana Muñoz se resguarda tras las otras tres hermanas. Bonifacia: (Saluda a las hermanas con agrado y ternura, las abraza y las besa en la mejilla) Hna. Tomasa, Hna. Emilia, Hna. Filomena, no saben qué gusto estar en casa con ustedes, no saben lo mucho que extrañé a todas ustedes. (Las hermanas no saben qué responder, Carmen también las saluda. Se acerca a Ana Muñoz, le hace una venia) Rev. Madre Anita también a usted la extrañé mucho... Ana Muñoz: (Titubea) Yo... Yo... Tomasa López: (Adelantándose, como si protegiera a Ana) Rev. Madre... Hermana, creíamos que no volvería... Filomena Álvarez: Sí eso es cierto, por eso fue que nombramos otra superiora... Ana Muñoz: Sí, sí, fue por eso... Bonifacia: (Muy dulce) En ese caso, es que su conciencia les remordía porque no obraban bien, pues si sospechaban de que no había de volver, demuestra que ustedes han dado motivo para que yo así lo hubiese hecho. Por lo demás, ustedes saben que yo no tengo empeño en ser superiora y, por tanto, no me hubiese parecido mal que hubiesen eligiesen a otra, pero no dando lugar a que yo estuviese ausente, pues obrando así dan a entender que actuaron solapadamente; ustedes sabían que yo había renunciado al cargo mucho antes, sólo que el Prelado no lo admitió. (Se pone de rodillas ante Ana Muñoz y besa el crucifijo que ésta tiene en el rosario) Hija suya soy, Rev. Madre, mande usted lo que quiera que yo seré obediente. Apagón.

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Escena 2ª El mismo taller, no hay nadie más que Bonifacia que hace la limpieza de rodillas, con una cubeta de agua, un trapo y un cepillo. Se le nota muy agotada. Después de unos instantes entran Tomasa López y Filomena Álvarez. Tomasa López: (Examinando el piso que Bonifacia limpió) ¿Aún no ha terminado, Hna. Bonifacia?. Recuerde que tiene que limpiar los baños después. Emilia Sánchez: ¿Pregunta si ya terminó, Hna. Tomasa? Si aún no ha empezado, esto está peor que cuando supuestamente empezó a limpiar. Tomasa López: Es increíble su ineficiencia, Hna. Bonifacia, ni usted ni su madre la Hna. Carmen sirven para nada. Emilia Sánchez: (Exagerada) No sé cómo Dios que es tan bueno pudo permitir que tengamos como superiora a alguien tan inútil. Tomasa López: (Idem) La Rev. Madre Anita es una santa al permitir que se queden dos personas que en vez de ayuda son un estorbo... Apresúrese, hermana Bonifacia, aún tiene mucho trabajo pendiente. Bonifacia: (Muy humilde) Sí, hermana Tomasa. Emilia Sánchez: Con razón tampoco las quisieron las otras monjas. Trate de hacer mejor su trabajo, hermana, y si no puede, piense en largarse. Bonifacia: Sí, hermana. Tomasa López: Vamos a ver qué tal le va a la otra. Salen ambas, pero antes Emilia Sánchez patea la cubeta con agua de Bonifacia. La miran y sólo se ríen. Bajan las luces y sólo queda iluminada Bonifacia que vuelve a limpiar lo que Emilia tiró. Se escuchan varias voces en off, son de las demás religiosas. Voz en off 1: Es una inútil... Voz en off 2: Es una descarada, ya tendría que irse... Voz en off 3: Usted y su madre no sirven para nada... Voz en off 4: ¿No hay nada que pueda hacer bien? Voz en off 5: ¡Inútil...!!! Voz en off 6: ¡Váyase...!!! Voz en off 1: ¡Flojas...!!!

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Voz en off 2: ¡Largo...!!! Voz en off 3: ¡Buena para nada !!! Voz en off 4: ¡En la calle es donde tendrían que estar...!!! Cesan las voces, Bonifacia termina de limpiar, llora en silencio. Se enciende el cenital que ilumina la cruz. Bonifacia: (Canta)

Vengo a Ti, que levantas al que cae, que consuelas a quien llora; Voy desnuda hacia este amargo día, En la noche nadie hay que me acompañe, Tengo miedo Señor, sola estoy. Padre de bondad, ten piedad de mí, Mi alma pobre siente morir. Si es posible Dios, líbrame de este cáliz, Pero siempre sea tu voluntad. Dónde están, Padre, todos los amigos que encontré en el camino, Dónde están todos los que tanto amé, Por qué hoy nadie está ya junto a mí, Dime, Dios ¿dónde están? ¿dónde están?. Padre de bondad, ten piedad de mí,... Así como la semilla cae en tierra y al morir vida crea; Padre Dios aquí estoy dispuesto a todo, Haz que el fruto sea un mundo sin cadenas, Estoy aquí, Padre Dios, dispuesta estoy. Padre de bondad, ten piedad de mí,...

(Entra Carmen y la abraza en el suelo. Bonifacia seca sus lágrimas y sonríe) Pensé madre querida en dejar la Congregación y abrir junto a ti un taller como antes, pero somos de Dios nuestro Señor, le debemos fidelidad haremos una nueva fundación en Zamora. Apagón.

Escena 3ª Una rústica mesita donde está sentada la Hna. Socorro Hernández escribiendo en un cuaderno; sobre la mesa hay una caja de madera y algunos papeles,

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cartas y fotografías muy bien guardadas, envueltas en papel seda y cintas. Al lado de la mesa, de pie, viendo lo que Socorro Hernández hace, está la Hna. Rosario Ferreiro. Rosario Ferreiro: ¿Dice usted, Hna. Socorro, que lo que escribe en ese cuaderno es la vida de nuestra Madre?. Socorro Hernández: Así es, Hna. Rosario. Rosario Ferreiro: ¿Por qué la escribe, Hna.?. Socorro Hernández: Ya pronto lo sabrá hermana. Todo a su tiempo. Rosario Ferreiro: (Tomando las cartas de la mesa) ¿Y esto que es, Hna.?. Socorro Hernández: (Quitando las cartas con suavidad de las manos de Rosario y guardándolas como si fueran un tesoro) Son cartas hermana, cartas y documentos... (Vuelve a escribir) Rosario Ferreiro: ¿También de la Madre? Socorro Hernández: Sí, Hna. Rosario, sí... Rosario Ferreiro: ¿Y lo que escribe de nuestra Rev. Madre Bonifacia...? ¿Aún le falta mucho?. Socorro Hernández: Algunas cosas... hay cosas que aún no sé... trataré de descubrir algo más hoy, le haré algunas preguntas a nuestra Madre mientras le ayudo a hacer su equipaje para el viaje... Pero no crea hermana que será sencillo... ella es tan reservada... Rosario Ferreiro: (Recordando) ¡Huy! Ahora que recuerdo, entré aquí para dejar esas mantas, para que la Rev. Madre escoja una para llevar, la cual de seguro está al llegar... (Arreglando su hábito, tratando de ponerse seria y elevando los ojos al cielo) Dios Santo, yo aquí dándole a la lengua habiendo tantas cosas por hacer... (A Socorro) Hermana Socorro, usted es una tentación a la lengua... Socorro Hernández: (Sorprendida. Tratando de defenderse) Hermana, yo... Rosario Ferreiro: (Corta. Exagerando) Hermana, no me tiente usted más... no puedo seguir hablando, tengo mucho que hacer... (Cómplice) Aunque si esta noche aún le quedan ganas, yo estaré dispuesta. (Le guiña un ojo) Ahora si usted me lo permite... (Sale)

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Escena 4ª Socorro Hernández sonríe, guarda las cartas, documentos y fotografías junto a su cuaderno en la caja de madera, la cierra, la saca por unas bambalinas y vuelve a entrar, toma las mantas que están detrás y las revisa, escoge una y la dobla. En ese momento entra Bonifacia, está mucho mayor que la última vez, ya se notan en ella las características de la vejez. Bonifacia: (Sonriente se acerca a Socorro Hernández y saluda. Está emocionada aunque trata de disimularlo) Buenos días, Hna. Socorro. Socorro Hernández: (Hace una venia) Buenos días Rev. Madre, estaba aguardándola para que revisara el equipaje que preparé para su viaje. Tal vez quiera añadir o quitar algo, o volverla a hacer... Bonifacia: (Muy cariñosa) No hace falta, hijita, estoy segura que usted lo hizo bien... (Aunque está muy emocionada también se la nota algo agotada) Si me permite voy a sentarme a descansar un par de minutos antes de salir. (Se sienta) Socorro Hernández: (Con algo de preocupación) ¿Se siente usted bien, Madre? ¿Necesita que le traiga algo?. Bonifacia: Estoy bien, hijita, tan solo es la emoción de volver a Salamanca después de tanto tiempo. Socorro Hernández: Tiene que tranquilizarse, Madre, voy a traerle una copa de agua, eso le hará bien. (Sale) Bonifacia: (Le toma la mano con mucho afecto) Gracias, hija. (Queda ensimismada, pensativa, lejana). Después de unos instantes regresa Socorro Hernández con el vaso de agua, le entrega a Bonifacia, ésta bebe. Socorro toma una silla y se sienta junto a Bonifacia. Socorro Hernández: (Con cierta cautela) ¿Le alegra mucho, Rev. Madre, el volver a Salamanca?. Bonifacia: Sí, hija, mucho. Socorro Hernández: Yo tengo algo de recelo, Rev. Madre... Después de haber ignorado todas nuestras cartas... Bonifacia: No temas, hijita, depositemos siempre nuestra confianza en Dios nuestro Señor, en su Santísima Madre y en nuestro protector San José. Si así lo hacemos nada nos puede pasar...

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Socorro Hernández: Sí madre. (Cambiando de intención) Mientras esperamos la hora en la que tenga que marcharse ¿por qué no me cuenta otra vez cómo vino para Zamora?. Bonifacia: (Recordando) Fue hace veinte años, hija, que tuve que tomar la resolución más difícil de mi vida, si salirme de la Congregación o mantenerme fiel a Dios... Opté por la segunda, hacer una nueva fundación, a fin de no ser causa de pecado entre nuestras hermanas de Salamanca... Sabía de las dificultades que esto entrañaba, pero no me asusté, cuando se lo informé al Ilustrísimo Obispo de Salamanca él aprobó la idea y me propuso hacer la fundación en la misma diócesis, ya sea en Ciudad Rodrigo o Alba de Tormes. Socorro Hernández: ¿Y por qué no lo hizo así?. Bonifacia: Porque aquellos eran pueblos muy pequeños y no había medios de vida para el fin que persigue nuestra Congregación. Así se lo dije al Prelado, por eso escogí Zamora, así no se perderían y guardaríamos en la nueva fundación los fines del Instituto y la fidelidad al Carisma que Dios nos había encomendado. Después de conseguido el permiso del Obispo de Salamanca, escribí al de Zamora para obtener el suyo. ¡Qué maravilloso fue descubrir que el prelado de ésta no era otro que D. Tomás Belestá y Cambeses, quien me conocía desde muy niña, ya que fue el párroco de la Catedral de Salamanca, que era donde mi familia cumplía con los deberes que manda la Iglesia. Al poco tiempo de haber envíado una carta a D. Tomás Belestá me llegó una contestación suya que decía: Al otro lado de donde se encuentra Bonifacia y Socorro se enciende un cenital que ilumina apenas el torso de D. Tomás Belestá y Cambeses. D. Tomás Belestá y Cambeses: Por mi parte no encuentro dificultad en que puedan ustedes poner una sucursal de su Sagrado Instituto en esta capital, la dificultad la encuentro en la falta de locales. Si ustedes fueran afortunadas, mucho gusto tendría en que se fijaran aquí, siempre y cuando su manutención salga del trabajo de sus manos. Se encomienda a sus oraciones su afectísimo Prelado que las bendice: Tomás Obispo. (Se apaga el cenital) Bonifacia: Así fue que llegamos a fundar a Zamora con el permiso de su Prelado y con la legítima autorización del Obispo de Salamanca, que nos recomendaba el no perder la hermandad con la casa de allá; hermandad que debía durar hasta la formación de la provincia y el nombramiento de una Superiora General. Nuestra unión espiritual e institucional se basaba en el deseo de nuestro fundador, es decir, el P. Butiñá. El 25 de julio de 1883 salí de la casa de Santa Teresa acompañada de mi mamá, la Hna. Carmen, sin más preparativos y recursos que los que presenta la santa pobreza, pero llenas de fe y confianza en Dios.

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Al llegar nos hospedamos en casa del P. Felipe González, quien nos invitó a su casa mientras nosotras gestionábamos todo lo relativo a la casa que con anticipación y muy amablemente nos había buscado. ¡Ay, hija! Como se lo dije entonces a su Ilustrísima de Salamanca, me entristecía el no tener a la hora de marchar a nuestra casa ni qué comer, por eso es que me atreví a pedir a madre Anita, algunos objetos religiosos, lo más elemental en libros y objetos de trabajo, objetos de trabajo algunos que haya ya no utilizaban y la ropa de abrigo de hermana Carmen y mía. También me atreví a pedir que salgan para Zamora la hermana María Arroyo que por entonces era novicia y usted, hermana, que era una joven postulante que fueron las únicas que quisieron acompañarnos, Y desde entonces me has acompañado, hijita, convirtiéndote en mi compañera y confidente. Socorro Hernández: Gracias, Madre, pero si mal no recuerdo nunca llegó lo que usted pidió de Salamanca, lo único que ellas enviaron fue un baúl lleno de trapos viejos e inservibles. Bonifacia: Vivimos en gran pobreza, es cierto, pero con gran alegría...(Con preocupación de madre) ¡Hijita, no teníamos qué comer!. Socorro Hernández: (Recordando) Todo faltaba, incluso pan... ¿Recuerda usted esa vez que la Divina Providencia nos mandó a la hora de comer cuatro raciones y que nunca supimos quién nos las mandó?. Bonifacia: (Entrando en el juego) ¡Sí! ¿Y usted recuerda que aquella señora que vivía a cuatro cuadras de nuestra casa nos regaló algunos alimentos, pero que al no tener leña con que cocinarlos tuvimos que romper el baúl para así poder cocinar la comida para todo el día?. Socorro Hernández: Aquel baúl que llegó de Salamanca lleno de trapos viejos...También recuerdo que las Hermanas Concepcionistas que vivían al frente nuestro y a cuya capilla íbamos a escuchar la misa, aunque eran pobres, también se ofrecieron para cualquier cosa que pudiéramos necesitar. Bonifacia: Ellas fueron las que nos regalaron algunos utensilios de cocina, entre ellos aquel sartén chico que aún utilizamos en algunas ocasiones. Socorro Hernández: Les extrañaba tanto que utilizáramos tan poco agua de su pozo, qué iban a imaginar que lo poco que comíamos era lo que nos motivaba a beber tan poco agua. (Ríe) Bonifacia: (Que ríe también) Fueron tiempos muy duros, hijita, y de mucha prueba. Socorro Hernández: Es cierto Madre, pero nunca hubiésemos podido soportar esas privaciones sin su ayuda, sin el valor y fortaleza que nos daba para vencer la prueba con alegría. Bonifacia: (Avergonzada) Gracias, hija, pero creo que no merezco lo que dices...

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Socorro Hernández: (Cariñosa) Usted sabe que es cierto, Madre. (Cambiando de intención) ¿En todo ese tiempo usted nunca perdió comunicación con D. Francisco Butiñá, verdad? Bonifacia: Nunca, hija, y desde que llegamos aquí le hablaba de nuestra unión con las Siervas de San José de Gerona, jamás se me quitó el deseo de unir a todas las Siervas y tampoco dejé de escribir a nuestras hermanas de Salamanca, (Con tristeza) sólo que éstas jamás respondieron. Socorro Hernández: No fue hasta que nos cambiamos de casa a la calle Orejones que pudimos montar nuestro primer Taller y con el trabajo que nos empezó a llegar a éste pudimos atender mejor nuestras necesidades. ¿Usted también les informó de ésto a las de Salamanca, verdad?. Bonifacia: Sí, se lo hice saber a Madre Ana, les dije que nuestra casa estaba a su disposición... pero tampoco contestaron a ésta. Socorro Hernández: Por aquel tiempo fue que también María Arroyo dejó la Congregación. Bonifacia: Sí, fue una pena inmensa la que sentí por aquella pobre muchacha... pero también tuvimos la alegría de verla tomar el hábito la víspera de Navidad del mismo año. Socorro Hernández: Y al año siguiente nos volvimos a cambiar de domicilio y llegamos a la casa en la calle de la Reina 18. Bonifacia: Y medio año después descubrimos la Capilla de la Candelaria, ¿recuerda que cuando la vimos por primera vez estaba llena de tierra y telas de araña?. Socorro Hernández: Sí, la habían tenido abandonada por seis años. Bonifacia: (Emocionada) Me enamoré de ella al verla, más aún cuando descubrí que en ella se veneraba a nuestros santísimos modelos, Jesús, María y José. Socorro Hernández: Usted se la pidió al S. Obispo para nuestra Congregación. Bonifacia: Y al saber que no teníamos oratorio propio nos la cedió. Y en esa hermosa Capilla pude al fin hacer mis votos perpetuos junto a la Hna. Carmen y también la profesión de usted, hermana Socorro y la de las demás. Socorro Hernández: Sí, porque el número de sus hijas comenzó a crecer. Bonifacia: Y con todas estas bendiciones recibidas al fin pudimos realizar el bien para el que fue fundado el Instituto y establecimos el “Colegio de

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Desamparadas”, donde acogimos niñas para educarlas en la religión y en los oficios. Baja un poco la luz que ilumina a Bonifacia y Socorro Hernández y se enciende otra, la que antes había iluminado al Obispo de Zamora. En ella aparecen una joven de unos veinticinco años, otra adolescente de diez y otra niña de doce. Joven: Todas las acogidas de mi tiempo éramos niñas pobres, pero de familias honradas, éramos la mayor parte huérfanas. Adolescente: Somos niñas a quienes la muerte nos ha privado del amor maternal en nuestros primeros años, jóvenes que necesitamos ganar el sustento con el sudor de nuestros rostros. Niña: En el Colegio me enseñan a leer y escribir. Me enseñan muy bien los oficios en los que me puedo desenvolver. También aprendo el Catecismo. Nos quiere como a la niña de sus ojos, con un amor de madre. Adolescente: En este amor no hay distinción, todas somos tratadas por igual. En la dedicación que nos prodiga no hay cansancio o fastidio. Joven: La Madre Bonifacia estaba siempre sobre nosotras, aconsejándonos que fuésemos buenas, que aprendiéramos para la vida. Bonifacia: (Desde su sitio al público, pero como si hablara a las niñas del colegio. Con mucha dulzura) Hijitas mías, tengan confianza en Dios, yo he tenido muchas contrariedades y Dios nunca me ha faltado. Nunca olviden estar en la presencia de Dios, les vendrán penas, se verán en peligro, no les faltarán dificultades, pero no teman porque las sabrán vencer. Si tienen fe, esperanza y caridad, vencerán las dificultades de esta vida. Mortifíquense, no le den al cuerpo todo lo que les pide, porque es como un burrito que mientras más se le da, más nos pide, así sufriremos con gusto las incomodidades de la vida. Sean puras y modestas. Todas: (Menos Bonifacia y Socorro) Aquí estamos la porción del rebaño por cuyo progreso moral, material y religioso se sacrifican las humildes Siervas de San José. Apagón.

Acto 7º

Escena 1ª (En foro izquierdo se enciende un cenital que ilumina a Bonifacia con una pequeña maleta, la despide Socorro Hernández y otras hermanas que

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formarán un coro. Bonifacia caminará muy lentamente en ondas crecientes hasta llegar a otro cenital en proscenio derecho. Socorro Hernández: (A Bonifacia besándole la mano) ¡Vaya con Dios, Madre! ¡Cuídese!. Bonifacia: Así sea, hermana, voy a extrañarlas mucho, recuérdenme en sus oraciones. (Bonifacia empieza a alejarse, sólo quedan encendidos los dos cenitales. Llega hasta el otro cenital, la casa de Santa Teresa, mira hacia sus ventanas y llama) ¡Hermanas! ¡Hermanas! ¡por amor de Dios abran las puertas! ¡Soy Bonifacia y vengo desde Zamora!. Voz en off de una mujer: (Grita) ¡Váyase! ¡Tengo órdenes de no abrirle! ¡Váyase!. Bonifacia queda en silencio y llora, no sabe qué hacer, sigue de pie mirando las ventanas, luego con la cabeza gacha se aleja muy lentamente. Socorro Hernández: (Canta)

Casa de Santa Teresa, El palomar del Carmelo, Es descanso y es consuelo De andariega que regresa. Deseos de alma que gime Crean estrofas sentidas Que hablan de muertes y vidas Y del amor que redime.

Coro: (Canta)

La Madre llama a la puerta Y sólo responde EL MIEDO.

Socorro Hernández: (Recita)

Es Bonifacia viajera De un viaje a lo imposible Que pretende hacer visible El sueño de una quimera. Despierta junta al Pilar De terrible pesadillo, Pues la mies de la gavilla No ha conseguido anudar.

Coro: (Canta)

La Madre llama a la puerta

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Y sólo responde EL SILENCIO. Socorro Hernández: (Canta)

De nuevo sueña despierta Y olvida desde Zamora Que la brisa aventadora Sopla de forma encubierta. La unión de nuevo es presa Que estima más que a su vida Y aunque sangre por la herida Su voluntad no flaquea.

Coro: (Canta)

La Madre llama a la puerta Y sólo responde EL DESPRECIO.

Socorro Hernández: (Recita)

Congojas y sin sabores, Ingratitudes, recelos, Cambiando van sus deseos En celestiales amores. En la fe siempre primera Barrunta que, al fin, su cruz Será refulgente luz Sólo “cuando yo muera”,Es Bonifacia viajera

Coro: (Canta)

La Madre llama a la puerta Y se le abren las del Cielo.

Abrazan a Bonifacia que llega y entran al convento. Apagón.

Escena 2ª Se encienden las luces del lado derecho, en foro se encuentra una pequeña cama de fierro revestida con mucha pobreza de blanco; a los pies de la cama hay una manta, una palangana al lado derecho sobre la cual hay una jofaina, una jarra y una toalla y una silla a la izquierda. Entra Socorro Hernández y

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Cecilia Esteban, llevan a Bonifacia en brazos, la Madre apenas puede ponerse en pie; la recuestan en la cama y la cubre con la manta. Cecilia Esteban: (Muy afligida) ¿Está segura que se encuentra bien, madre? Estoy muy asustada... Bonifacia: (Muy sonriente a pesar del terrible dolor que le aqueja) Ya le dije, hijita, que no es nada. Más bien vaya a decirles a sus hermanas que estoy bien... ¡Vaya hijita! ¡Vaya!. Cecilia Esteban: Sí, Madre. (Sale) Bonifacia: (A Socorro Hernández que hasta entonces vertió un poco de agua a la jofaina y humedeció un pequeño paño blanco) Esta hermana Cecilia es muy buena... Socorro Hernández: (Se sienta en la silla y con el paño húmedo limpia las manos y el rostro de Bonifacia) Sí, Madre, la Hna. Cecilia Esteban la quiere mucho, como todas nosotras. Bonifacia: Después de la muerte del P. Francisco Butiñá y de la Hna. Carmen ustedes han sido mi apoyo, compañía y consuelo en la tierra. Dios me ha dado mucho más de lo que merezco. Socorro Hernández: (Terminando de acicalarla) Ya está, Madre, ahora vendrá el médico y verá lo rápido que se pondrá buena. Bonifacia: (Sonríe con melancolía) Gracias, hijita... Socorro Hernández: Me gusta verla sonreír, Madre. ¡En qué piensa?. Bonifacia: En Salamanca... Socorro Hernández: (Tratando de consolarla) No piense por ahora en eso, Madre, no se vaya a poner mal por ponerse triste, ya verá cómo usted se cura pronto y juntas vamos para tratar sobre la unión. Bonifacia: Si no estoy triste, las encomiendo en mi oración. Y no le dé usted más vueltas al asunto, Hermana Socorro, mientras yo viva no se hará la unión. Sólo cuando yo muera... Entra Rosario Ferreiro seguida del médico Rosario Ferreiro: (Muy preocupada. Hace una venia) Buenos días, Rev. Madre, Hna. Socorro... aquí está el señor médico. Médico: (Saluda con optimismo) Buenos días, Madre Bonifacia. Bonifacia: Buenos días, doctor, y discúlpeme por haberlo hecho despertar tan temprano.

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Médico: No faltaba más. (A Socorro y Rosario) Si me permiten, hermanas, voy a revisar a la Madre... Socorro Hernández: Claro que sí, doctor, con su permiso... (Da unos pasos y gira para buscar a Rosario que se quedó en el mismo sitio, regresa la toma con cariño del brazo) Hermana Rosario (Al médico) Disculpe doctor. Rosario Ferreiro: (Mientras es llevada por Socorro) Si necesita cualquier cosa, sólo llámeme doctor, estaré aquí fuera. (Salen) Apagón.

Escena 3ª Se encienden las luces del lado izquierdo que ilumina la mesita y las sillas, ahí están Socorro y Rosario Socorro Hernández: (Con mucha preocupación) Hace más de una hora que está con el médico... Rosario Ferreiro: Yo sigo insistiendo que todo es culpa de las Hermanas de Salamanca, fue después que la Madre regresó de allá y que éstas no le dejaron entrar y más aún, se negaron a la unión, que se puso malita... Estas malas hijas se quisieron vengar de ella por ser tan buena y santa... ¡Ellas son las culpables!!!. Socorro Hernández: (Molesta pero con cariño) Hermana Rosario... Rosario Ferreiro: Está bien, Hermana Socorro, no digo nada más, no volveré a abrir la boca... pero no me va a negar que ellas son las culpables... Socorro Hernández: Herm... Rosario Ferreiro: (Corta) Ahí está el doctor, (Éste entra y ella se adelanta)¿Cómo está doctor?. Socorro Hernández: (Ansiosa) Está bien ¡Verdad doctor? Nuestra Madre se pondrá bien?. Médico: (Muy abatido) No, Hermanas, ella está muy mal, yo no le quise decir nada porque sé que ella no tiene valor de ver a un difunto, qué digo, ni coche fúnebre, ni caja... en fin. Creo que deberían llamar al confesor, yo... yo... no puedo hacer nada más... lo siento Hermanas... de veras lo siento...

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Socorro Hernández: (Llora, Rosario se abraza de ella) Gracias doctor, ahora iré con ella. (A Rosario) Hermana, acompañe usted al doctor hasta la puerta y diga al resto que vengan a la habitación de la Madre. (Estos salen) Se ilumina la derecha y así se funde en luz tenue todo el escenario. Se ve a Bonifacia recostada en su cama. Las demás hermanas ingresan al escenario y todas con Socorro a la cabeza se acercan a la cama. Bonifacia: (Con mucho cariño) Hijitas... llamen al padre que quiero confesar y recibir los sacramentos. Una de las hermanas sale, las otras se arrodillan, Socorro le arregla las almohadas. Bonifacia: (A todas las hermanas) Hijitas mías, sepan ustedes que perdono a todas aquellas personas que me hubiesen ofendido y también les pido perdón humildemente a ustedes y a cuantos mortifiqué... Algunas de las hermanas lloran, otras que no pueden más salen. Entra un sacerdote y le da la Comunión y la absolución, éste también se queda. Socorro Hernández: (Que está sentada al lado de Bonifacia y de donde no se moverá) Pida al Médico divino la salud, Madre, Él le escuchará... Bonifacia: (Llora. Con una sonrisa) Hijitas mías, sean buenas, yo muero contenta de poder así cumplir la voluntad de Dios en todo. (Entra en éxtasis, recuesta la cabeza en la almohada y empieza a orar) ¡Dulce Corazón de María, sé mi salvación! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío! ¡Jesús, José y María, les doy el corazón y el alma mía! (Luego dirá esta fórmula repetidas veces hasta que su voz se apague) ¡Dios te salve, José! (Queda en silencio unos momentos después de los cuales se incorpora, mira al cielo, alza las manos, ríe con Jesús, María y José que vienen por ella y cae nuevamente a la cama con la sonrisa en los labios. Muere). Todas lloran, Socorro se arrodilla sin soltar la mano de Bonifacia. Cecilia Esteban: (Se aproxima y besa el rostro de Bonifacia) Tiene el rostro más hermoso que si estuviera vivo, parece estar poseída por un dulce sueño. Más se asemeja su rostro al de un ángel o una santa, no parece estar muerta. Rosario Ferreiro: Su muerte ha sido admirable, ¿vieron como se transportó al cielo llena de alegría? La Santísima Virgen y San José, de quienes era hija y sierva fiel, se la llevaron a la presencia de su Divino Hijo, para que le dé recompensa por lo mucho que sufrió por su amor y por el bien de todos... Socorro Hernández: (Irrumpe) Madre mía, Madre santa, has muerto en el destierro, despreciada y abandonada de tus hijas de Salamanca. Te han querido quitar el título de fundadora, pero no te lo quitarán... no te lo quitarán... Apagón.

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Escena 4ª Se encienden las luces de la izquierda donde está la mesita y las dos sillas, sentadas Socorro Hernández que termina de escribir el cuaderno de la vida de Bonifacia y Rosario Ferreiro que amarra las cartas, documentos y fotografías con un listón. Rosario Ferreiro: Ya está listo, Madre Socorro, esto es todo. Socorro Hernández: Yo también terminé, hermana Rosario, ahora pondremos todo en esta caja y la sellaremos bien. Esta pequeña caja dará testimonio fiel y real de los orígenes de la Congregación y de los sufrimientos por los que pasó nuestra santa Madre Bonifacia. Rosario Ferreiro: ¿Entregará esto a la Congregación, ahora que por fin después de casi dos años de la muerte de nuestra Madre nuestra Comunidad de Zamora se incorporará a la casa matriz de Salamanca?. Socorro Hernández: No, hermana Rosario, ellas destruirán todo... La esconderemos. Rosario Ferreiro: ¿Dónde, Madre Socorro?. Socorro Hernández: Se lo diré, pero antes ambas prometeremos bajo juramento que nunca revelaremos lo que tiene la caja ni el lugar de su escondite. ¿Lo jura usted, hermana Rosario?. Rosario Ferreiro: ¡Lo juro!. Socorro Hernández: La enterraremos detrás de la capilla de la Candelaria, aquí en Zamora. Rosario Ferreiro: ¿Y cuándo la sacaremos de ahí Madre? ¿Cuándo revelaremos todo lo que sabemos?. Socorro Hernández: Cuando llegue la hora de Dios, ya se sabrá. (Salen) Se apaga la luz y se enciende otra a la derecha. Entran a escena Amparo Delgado e Isabel Cuadros con una linterna. Van hasta la izquierda. Amparo Delgado: (Despojándose del hábito) Con la Madre Socorro muerta hace ya muchos años, la única que sabía donde estaba la caja era la madre Rosario. Le exigimos nos dijera dónde estaba la caja, la pobre ancianita se

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sintió acorralada por el juramento que había hecho y por lo importante que es para la Congregación esta caja. Después de confesarse dijo: “La caja está enterrada detrás del altar de la Capilla de Zamora” y no dio más detalles. Y ahora me tiene aquí, hermana, para sacarla. Ilumine usted con la linterna. (Va tras bambalinas) Isabel Cuadros: (Iluminando a Amparo) Eso está muy estrecho y oscuro, Hna. Amparo, ¡está segura que está ahí?. Amparo Delgado: (Desde dentro) Sí, hermana, estoy segura que está aquí. Siga alumbrando por favor... ya casi la tengo... ya casi... ya casi... (Exclama) ¡Sí!. Isabel Cuadros: ¿Ya la tiene, hermana? ¡La tiene usted?. Amparo Delgado: (Sale llena de polvo y con la caja entre las manos) Sí, hermana, aquí la tengo. Isabel Cuadros: ¡Qué es lo que contiene esa caja hermana? Amparo Delgado: Ahora mismo lo sabremos hermana. (Se apagan las luces y sólo queda un cenital alumbrando a ésta. Abre la caja y saca el cuaderno y empieza a leer) Se enciende un cenital en la derecha que alumbre apenas la cabeza de Socorro Hernández. Entrará luego un coro que también será iluminado formado por algunos de los personajes que aparecieron en la obra, por ejemplo Carmen Castro, Rosario Ferreiro, Cecilia Esteban, etc. Socorro Hernández: (Canta)

Era toda de Dios, Era toda de Dios, Era toda de Dios, Bonifacia, era toda de Dios.

Coro: (Canta

Era toda de Dios, Era toda de Dios, Era toda de Dios, Bonifacia, era toda de Dios. Era de Dios, para Él sólo vivía, Su esperanza nunca desfalleció. Aunque todo estuviera contra ella, En Dios latía su corazón. Era toda de Dios,... Era de Dios, y en Él sólo confiaba, Al amor su vida consagró.

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No buscaba nada más para sí misma, Sino el bien y la gloria de Dios. Era toda de Dios,... Era de Dios y su voluntad buscaba, A sus hijas como Madre se entregó. Agradar al Señor en todas las cosas, Cada día de su vida procuró. Era toda de Dios,... Era de Dios y a Nazareth miraba, El taller en sus manos floreció. En silencio oraba y trabajaba, San José su modelo y protector. Era toda de Dios,...

La luz se apaga a la derecha, y se intensifica en izquierda alumbrando más a Amparo Delgado. Amparo Delgado: (Cerrando el cuaderno) No busquemos más, porque hemos encontrado a nuestra Madre, hemos encontrado a nuestra Fundadora, alégrense porque es una santa; es una santa que vivió desde el silencio. Recuerden por siempre su nombre y sigan su ejemplo se llama Bonifacia. Apagón.

FIN