Ritual funerario de la 1ª E. dl Hierro en el túmulo 1 del Cabezo dl Cascarujo (Alcañiz, Bajo...

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El complejo arqueológico del Cabezo del Cascarujo (Alcañiz), situado en el valle medio del río Guadalope, está integrado por un poblado ubicado en un espolón fácilmente defendible, datado entre los siglos VII y V a. C. (BALSERA et al. 2012b), y un mínimo de cinco agrupaciones tumulares. Estas diferentes concentraciones, compuestas por una excepcional cantidad de túmulos y cistas, forman el mayor exponente de este fenómeno funerario conocido en toda la zona del Bajo Aragón. Tanto el poblado como las necrópolis tumulares fueron objeto de un análisis puntual en 1920 por Mosén Vicente Bardavíu (BARDAVÍU 1926, 33-66; BOSCH GIMPERA 1923, 55). Posteriormente, Adrián Bruhl realizó en 1931 unos trabajos más extensos que se centraron en el área del poblado (BRUHL 1932). Son numerosas las citas bibliográficas que mencionan el yacimiento recogiendo fundamentalmente la información obtenida en estas primeras intervenciones...

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INSTITUT D'ESTUDIS CERETANS ·-

LA TRANSICió· BRONZE FINAL - 1 A EDAT DEL FERRO

EN ELS PIRINEUS 1 TERRITORIS VEINS

Puigcerda 17, 18 i 19 de novembre de 20 l 1

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lA TR ANS I C I Ó J3 RONZE FI N •\L - 1 A E DAT D EL f ERR O ~N ELS P IRI N E LI S 1 T ERRITO RIS VEINS

RITUAL FUNERARIO DE LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO EN EL TÚMULO 1 DEL CABEZO DEL CASCARUJO (ALCAÑIZ, BAJO ARAGÓN)

Raúl BALSERA MORAÑ01, Jesús BERMEJO TIRAD02, Luis FATÁS FERNÁNDEZ3,

Rafel JORNET NIELLA4, Samuel SARDA SEUMA5

Presentamos una propuesta de póster de los datos obtenidos en la intervención de la agrupa­ción tumular no V del complejo arqueológico del Cabezo del Cascarujo (Aicañiz, Bajo Aragón,

Teruel) centrándonos en las evidencias arqueológicas procedentes del Túmulo 1 que se han datado dentro de la Primera Edad del Hierro. La secuencia estratigráfica documentada en esta estructura permite tratar con excepcional detalle el ritual funerario practicado en este tipo de tumba monumentalizada que, en el caso de este túmulo, ha alcanzado un diámetro superior a los 7 mts y una altura de 1.25 mts. En primer lugar, abordamos la descripción de la arquitectura del túmulo como parte previa, pero

también integrante, de la práctica funeraria. Los paralelos que se conocen en el área tumular bajoaragonesa muestran una repetición en la posición y orientación de sus elementos funda­mentales que permiten describir su arquitectura como claramente ritualizada.

En segundo lugar tratamos las acciones de carácter ritual que se habrían realizado extra túmulo, es decir, con anterioridad a la introducción de los restos incinerados en la urna que apareció dentro de la cista excéntrica y que han podido distinguirse a través del estudio antropológico de los restos óseos. Reconstruimos en tercer lugar el proceso funerario practicado dentro de la cista principal y que finaliza con el sellado de su acceso por medio de un murete. Damos a conocer también los restos cerámicos recuperados en una pequeña cista secundaria, sin paralelos en contextos funerarios, y que plantea la posibilidad de que en ella se realizaran también prácticas de ofreci­

miento u otro tipo de acción ritual. Valoramos por último las alteraciones posdeposicionales que ha sufrido todo el conjunto.

1 [email protected] 2 [email protected] 3 lfaras@gmaiLcom 4 [email protected] 5 sa mueLsarda@hormaiLcom

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448 XV COL·tOQU I I NTERNACIO N AL o ' ARQUE O LOGIA DE f>LIICC~RDÁ

CoN G Rús NACI ON AL. n ' ARQ u t:O LO CI A DL' CATALLINYA

l. Introducción

El complejo arqueológico del Cabezo del Cascarujo (AJcañiz), situado en el valle me­dio del río Guadalope, está integrado por un poblado ubicado en un espolón fácilmente defendible, datado entre los siglos VII y V a. C. (BALSERA et al. 2012b), y un mínimo de cinco agrupaciones cumulares. Estas dife­rentes concentraciones, compuestas por una excepcional cantidad de túmulos y cistas, forman el mayor exponente de este fenóme­no funerario conocido en roda la zona del Bajo Aragón.

Tanto el poblado como las necrópolis tu­mulares fueron objeto de un análisis pun­tual en 1920 por Mosén Vicente Bardavíu (BARDAVíU 1926, 33-66; BOSCH GIM­PERA 1923, 55). Posteriormente, Adrián Bruhl realizó en 1931 unos trabajos más extensos que se centraron en el área del po­blado (BRUHL 1932).

Son numerosas las citas bibliográficas que mencionan el yacimiento recogiendo fun­damentalmente la información obtenida en estas primeras intervenciones (GALIAY 1945, 150-151; ALMAGRO, BELTRÁN, RIPOLL 1956, 134-138; ATRIAN et alii 1980, 84; MORET 1996: No 115, pp. 30, 148, 429; RAFEL 2003, 14-15; PE­LLICER 2004, 81 y 83), aunque destacan especialmente los trabajos de Tomás Maigí sobre los túmulos del Cascarujo (TOMÁS MAIGÍ 1959, 85, 88-89, 103-105 y 1960, 51, 56, 61, 68-71, 79-80), la prospección y reestudio de materiales de Enrie Sanmartí (SANMARTÍ 1984), la contextUalización territorial del conjunto realizada en la publi­cación sobre el Tossal del Moro de Pinyeres (ARTEAGA, PADR6, SANMARTÍ 1990, 152-153) o las matizaciones cronológicas realizadas por parte de Gonzalo Ruiz Zapa­tero (RUIZ ZAPATERO 1985, 431-434).

Pero no ha sido hasta la puesta en marcha de la ruta arqueológica 'Íberos del Bajo Ara­gón' cuando se ha retomado la investigación de campo en el yacimiento (BENAVENTE, FATÁS 2009, 162-163) a través del proyec­to 'Mecanismos de emergencia aristocrdtica durante la primera Edad del Hierro en el Bajo Aragón: En el marco general de este pro­yecto de investigación, los datos específicos sobre el ritual funerario que presentamos en este trabajo forman parte de los resultados obtenidos a partir de la campaña de excava­ción realizada en agosto de 201 O sobre un gran túmulo situado en la agrupación n° V (BALSERA et al. 2012a). Esta intervención sirvió para identificar en detalle su secuencia arquitectónica y ha permitido reconstruir parte de la acción funeraria, realizada tanto en el interior como en el exterior del sepul­cro.

A la espera de los resultados que nos pro­porcione la datación radiocarbónica, el es­tudio de los materiales cerámicos nos indica una cronología situada en torno a la Primera Edad del Hierro. Es este sentido hemos de reseñar la presencia frecuente de numero­sos paralelos significativos, en todo el sector Medio-Alto del Ebro (vid. CLAVIJO ÁL­VAREZ, PÉREZ ARRONDO 1987; PI­CAZO, PÉREZ LAMBÉN, FATÁS 2009), de tipos cerámicos equiparables a la urna ci­neraria recuperada en la cista excéntrica UE 9 del túmulo que presentamos más adelante.

2. La construcción tumular

Resumimos en este primer apartado las principales características morfológicas y las relaciones estratigráficas básicas que se es­tablecen entre los diferentes elementos que componen el túmulo l.

Hay que destacar que nos encontramos

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L A T RANS I CIÓ 8RON Z E FINAL - l A E D AT l>fl_ FFRRO fN ELS P t RINEU S 1 T[RRITORIS VEINS

RITUAL FUNERA RIO DE lA PRIMERA EDAD DEL H IERRO EN EL T ÚMULO 1 DEL CABEZO DEl CASCARUJO

ante un túmulo en el que se han podido documentar sus cuatro elementos funda­mentales (tambor interior, cisca excéntrica, anillo exterior y cisca secundaria) en su ex­tensión original, estableciendo la relación constructiva existente entre ellos. Se han documentado también algunas de las alte­raciones posr-deposicionales que han afec­tado al conjunto. La identificación de estos procesos ha sido esencial para poder abordar con datos precisos la existencia o no de una posible cobertura cumular.

Al comparar los datos morfológicos y constructivos obtenidos del cúmulo E-1 con la información que en la actualidad se dispone sobre este cipo de estructuras fune­rarias, se pone de man ifiesto que la arqui­tectura cumular, debido a la reiteración de sus acciones constructivas, debe ser también entendida como parte integrante de la litur­gia funeraria.

2.1. El tambor interior del túmulo E-l (U E 18, 20 y 27)

El tambor conserva una altura máxima de 1.40 m y lo forma un muro discontinuo (UE 18) construido mediante la disposición de piedras calizas en seco, de entre 25 y 40 cm de espesor y aproximadamente 13 m de perímetro, que define una estructura circu­lar, algo achatada, de entre 4 y 4.50 m de diámetro, rellenada por dos unidades (UE 20 y 27) .

La parte vista de su muro externo se en­cuentra interrumpida por el acceso a la cisca excéntrica y se enlaza sincrónicamente con la construcción de sus paredes (UE 9), ya que constructivamente se encuentran liga­dos entre sí, mientras que la parte inferior del tambor (UE 27) del túmulo E-1 fue constituida antes que la cisca.

Esra parte del muro exterior se estableció dentro de una trinchera de cimenración que

se documentó al sondearse el anillo exterior para establecer su relación estratigráfica con el muro del tambor.

2.2. La cista excéntrica <U E 9) T iene una forma rectangular y unas di­

mensiones interiores de 190 cm de largo por 86/88 cm de ancho, y conserva una profun­didad máxima de 60 cm. Su orientación magnética es exactamenre Este-O este y se dispone en posición excéntrica respecto al centro del tambor, ligeramente desplazada hacia el Sur.

Las paredes de esta cisca (UE 9) (Fig. 2: 9) presentan una técnica constructiva mixta en la que se mezcla el uso de mampostería y losas de gran tamaño, descansando directa­mente sobre una preparación horizontal de piedras compactadas que componen el relle­no inferior del muro del tambor (UE 27).

El suelo de esta caja funeraria se encon­tró cubierto por una preparación compacta de arcilla rojiza (UE 25) de entre 3 y 5 cm de espesor con una alineación de lo que po­drían ser adobes, de color amarillento y baja consistencia, situados en contacto con la pa­red Norte. Fue sobre este pavimento de arci­lla donde se encontraron los restos dispersos del depósito funerario (UE 19).

La comparación de las dimensiones de esta cisca dentro del grupo cumular bajoara­gonés tiene un paralelo directo en el Sepul­cro 33 de Mas d'en Toribio (RAFEL 2003, 42), con una cisca de 95 x 200 cm. De di­mensiones algo menores es el Sepulcro 22 de Mas del Roig (RAFEL 2003, 53), con una cisca de 90 x 175 cm. En general, el resto de túmulos baj oragoneses presentan ciscas de longitudes m enores, pero con anchuras ma­yores, siendo el caso extremo el Sepulcro 40 del Mas d' en Baqué con 115 cm (FAT ÁS, GRAELLS 2010, 126-127; RAFEL 2003, 38-39).

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450 XV COL· LOQU I I N T ERNACI ONAL o'A RQUrOLOGI A DE P UIGCUOÁ

CON GRÉS NACIONAL o' AR Q UEOLOGIA DE CAT ALUNY,\

Los ejemplos que se conocen de regulari­zación del suelo de la cisca con arcilla o tierra compactada no son muy numerosos y estric­tamente sólo se documentan en el túmulo de la Creu dels Forats 1 (FATÁS, GRAELLS 201 O, 132-133; RAFEL 2003, 63) y en la estructura cumular M 1 O de la necrópolis del Coll del Moro (RAFEL 1993, 12), siendo más común la adecuación del piso interior con pequeñas losas (RAFEL 1993, 11, 12 y 40-44; RAFEL 2003, 53; GRAELLS 2009, 141-142; ). Tomás Maigí añade al respecto que estos enlosados en algún caso fueron también regularizados con aplicaciones de arcilla amarillenta (TOMÁS 1959, 105).

2.3. El anillo exterior (U E 19) La planta conservada de esta unidad

constructiva es irregular, próxima a la cir­cularidad, y presenta un diámetro que va­ría entre los 7 y los 6 m. De manera que su ancho en relación con el muro del tambor (UE 18) alterna entre los 170 y 80 cm. La mayor anomalía de este elemento se detecta en el punto donde se ha localizado la cisca secundaria E-3 (UE 10), incidencia quepo­dría indicarnos que se trata de una incorpo­ración posterior a la construcción del anillo, lo que habría ocasionado la alteración de su forma general.

Las piedras que forman este anillo se en­cuentran bien encajadas entre sí pero, de­bido al empleo de piedras con diferentes volúmenes, presenta un acabado irregular potenciado tan1bién por la caída hacia el ex­terior que le otorga al conjunto una ligera forma cónica.

Al sondear este elemento se pudo esta­blecer la relación constructiva que mantiene con el muro del tambor (UE 18). Esto nos sirvió para certificar que el anillo es cons­trucrivamenre posterior a la construcción del núcleo, cubriendo aproximadamente sus

dos primeras hileras exteriores. La identificación arqueológica de estos

dispositivos anulares dispuestos en el exte­rior de los túmulos no fue establecida con claridad desde el principio de la investiga­ción. La hipótesis inicial fue la de considerar que estas piedras periféricas podían ser el resultado del derrumbe del tambor o el tes­timonio de una cobertura tumular erosiona­da. En este mismo sentido cabe destacar que el propio Tomás Maigí, en su estudio mo­nográfico sobre los túmulos bajo-aragoneses (TOMÁS 1959, 91) no cita la existencia de anillos externos entre los cuatro rasgos ca­racterísticos con lo que definió este tipo de construcciones, de manera que no llegó a di­bujar este elemento al confeccionar su tipo­logía cumular (TOMÁS 1959, 98, Fig. 4).

La primera vez que aparece citado como tal, es en el estudio de 1960 de Manuel Pe­llicer sobre la necrópolis de la Loma de los Brunos, identificándolo en los Sepulcros 6, 1 O y I 5 (EIROA 1982, 24 y Fig. 7) y tam­bién en el Sepulcro 14 (RUÍZ ZAPATERO 1985,417, Fig. 136A).

Tampoco llegó a definirse ni a estudiarse en detalle en la campaña dellnstitut d'Es­cudis Catalans en el Matarranya, aunque es cierto que aparece recogido en los sepul­cros la, lb, 3, 4, 5, 6 y, probablemente, 7 de la necrópolis de El Salbimec (RAFEL 2003, 29-31); en el túmulo de El Cap de la Font d'en Figuera (FATÁS, GRAELLS 2010, 138-139; RAFEL 2003, 64-65); en el sepulcro 20 de Barranc de Sane Cristüfol (FATÁS, GRAELLS 2010, 94-95) , en el n° 13 de Mas de Flandí (FAT ÁS, GRAELLS 201 O, 130-131) y, probablemente también, en el sepulcro de la Massada de la Gasparo­na (FATÁS, GRAELLS 2010, 145).

Tampoco en los estudios más antiguos so­bre las agrupaciones tumulares del Cabero del Cascarujo aparece citado este elemento

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LA TRAN S IC IÚ IJR O N ZE HN AL • 1 A E OAT ()f:l. ff;RRO EN EI.S PIR IN f:US 1 T loRR IT O RIS V ~IN ~

RITUAL FUNERARIO DE LA I'RIMERA EDAD DEL HIERRO EN EL TÚMULO 1 D EL CABEZO DEL C ASCARUJO

y no es hasta la reciente recuperación de la necrópolis 1 (Agrupación III de Bruhl) rea­lizada por parte del Proyecto Íberos en al Bajo Aragón, que se ha podido identificar en los túmulos 3, 5, 11 , 12, 13, 14, 15 y 21 (BENAVENTE, FATÁS 2009, 162).

Al parecer, este elemento construido y adosado al exterior del muro del tambor, no es utilizado en todos los túmulos de forma circular y resulta desconocido en los túmu­los cuadrangulares, como queda reflejado en las necrópolis del Coll del Moro (RAFEL 1989) o Azaila (BELTRÁN 1976), y cuan­do aparece, como en el caso del Túmulo Ml del Coll del Moro (MOLAS, RAFEL, PUIG 1982-1983, 23, 27 y 59), no posee la envergadura que adopta en orcos yacimien­tos y se podría definir más bien como un escalón o plataforma.

2.4. La cista secundaria E-3 <U E 10> Esta pequeña caja de piedras se encuentra

insertada en el anillo exterior, sin destacar sobre él, ni adosarse al muro del tambor del que se separa unos 45 cm. Su forma es prác­ticamente cuadrada y presenta unas dimen­siones de 65 por 70 cm de lado, conservan­do una profundidad máxima de 48 cm. Sus paredes (UE 1 O) están formadas por peque­ñas losas y piedras que mantienen la misma orientación que la cista excéntrica (UE 9).

Como decíamos antes, la forma aproxi­madamente circular que presenta el anillo exterior (UE 17) se encuentre alterada en el punto donde se sitúa esta pequeña cisca, he­cho que induce a pensar que se trata de una incorporación posterior. La conservación estructural del propio túmulo nos ha impe­dido desmontar un sector de este punto del anillo para verificar la relación estratigráfica.

Uno de los mejores ejemplos de túmulo con cisca secundaria corresponde al sepulcro 13 de Mas de Flandí (BOSCH GIMPERA

1915-20, 650, fig. 483; FATÁS, GRAELLS 2010, 130-13 1; RAFEL 2003, 60-63) que dispone de una estructura cuadrangular subsidiaria, compuesta por 4 losas, adosada a la pared del tambor.

También en los trabajos de Antonio Bel­trán en la Loma de los Brunos se idemifica­ron 4 sepulcros con pequeñas ciscas adosa­das compuestas en este caso por tres piedras, excavándose la del sepulcro 3 al ser visible la urna que contenía (BELTRÁN 1962, 150-151 y Fig. 2.1).

En los trabajos de 1942 en la necrópo­lis del Cabezo Alcalá de Azaila, Juan Cabré identificó 2 túmulos con estructuras secun­darias -túmulos 21 y 27- (CABRÉ 1943, Fig. 6) , a los que han de sumarse otros 3 ejemplares registrados en un estudio poste­rior de Miguel Beltrán -túmulos 64, 89 y 94- (BELTRÁN 1976, 73 y 75).

La necrópolis con mayor número de cis­cas secundarias documentadas hasta el mo­mento es el conjunto de Coll del Moro. Entre sus agrupaciones cumulares se han identificado elementos de este cipo en las estructuras 4, 5, 10, 11 y 18 del sector Ca­lars (RAFEL 1989, 86-90); en las estructu­ras 7 a 15, 18, 19, 22, 23, 24, 32 y 33 del sector Teuler (RAFEL 1989, 96-103) y en las estructuras 5 (MOLAS, RAFEL, PUIG 1982-1983, 27, 53 y 54), 6 (RAFEL 1989, 116), 8 (RAFEL 1989, 116) y 16 (RAFEL 1989, 118) del sector Maries. En este ya­cimiento, estas pequeñas ciscas de forma cuadrangular y longitud máxima entorno al metro, se adscriben cronológicamente canto a su fase 2 (650-600/575 aC) como a su fase 3 (600/575-500 aC) (RAFEL, HERNÁN­DEZ 1992, 38).

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452 XV C O L·LOQUI I NTERNACIONA L D' ARQU EOLOCIA DE PUICCEROA

CONCR~S NACI O NAt. D' A RQU EO LOGIA D E CATALLINYA

3. Ritual funerario extra túmulo

A partir del estudio osreológico de los restos incinerados documentados en la cista excéntrica se documentan una serie de ac­ciones previas a la inserción de la urna en el sepulcro que nos obligan a distinguir dos tipos de acciones dentro del ritual funerario secundario desarrollado: una realizada den­tro de la rumba (intra túmulo) y otra fuera de ella (extra túmulo).

Estas acciones extra túmulo, recurrentes también en otros contextos funerarios no estricramen re cumulares, se llevarían a cabo espacialmente en un lugar indeterminado del yacimiento y, secuencialmente, se da­rían entre la fase previa a la cremación del difunto y la culminación del acto funerario (excluyendo la acción arquitectónica), pero siempre con anterioridad a la recogida y se­lección de los restos incinerados para intro­ducirlos, a modo de osario, en la urna.

3.1. Incineración Los restos óseos aparecieron en el ángu­

lo noreste de la cista excéntrica, fuera de la urna, dispersos sobre el suelo de arcilla de la cámara, pero concentrados dentro de un es­traro orgánico (UE 19) entremezclados con los fragmentos coordenados de la urna, de la que sólo se ha podido restituir aproximada­mente un 50 % de su superficie toral.

El estudio antropológico ha sido realizado por el Dr. José Ignacio Lorenzo Lizalde, apli­cando la metodología seguida en trabajos anteriores (RUIZ ZAPATERO, CHAPA, LORENZO 1996; LORENZO, SINUSIA 2002; LORENZO 1993).

Se han documentado 123 fragmentos de un peso inferior a 1 g, 14 fragmentos de un peso entre el 1 y 2 g, 6 fragmentos entre 2 y 3 g, 2 fragmentos entre 3 y 4 g, y 3 fragmen­tos entre 4 y 5 g. Se trata de una muestra

sumamente reducida que alcanza un peso total de 84.72 g, siendo el fragmento de peso superior de 4,6 g. En ninguno de los fragmentos estudiados aparecen evidencias de lesiones paleopatológicas.

La coloración que presentan los huesos corresponde al .tono blanco cal, re­partido de manera homogénea en roda su superficie, lo que indica una elevada tempe­ratura y un tiempo prolongado de crema­ción. No se aprecian coloraciones negras de oxidorreducción, ni zonas incompletamente quemadas.

La matriz terrosa que recubría las piezas indica un substrato de fracción arenosa y acidez elevada. Esta acidificación ha afecta­do a toda la superficie externa de los frag­mentos óseos, que carecen de tabla externa intacta.

Atendiendo a los criterios de Wahl (1982) el nivel de la cremación correspondería al N estadio, que alcanza una temperatura entre 650 y 700 e y se caracteriza tanto por el color homogéneo blanco mate como por la consistencia blanda y yesosa.

Las altas temperaturas alcanzadas en la pira se identifican también a partir de las fi­suras longitudinales, trasversales y concoida­les de los huesos largos de pequeña sección.

Al tratarse de restos tan fragmentados y que han estado sometidos a una temperatu­ra tan elevada de cremación y al no aparecer tampoco ningún detalle anatómico defi­nitorio, no es posible establecer el sexo de los restos estudiados. Únicamente podemos valorar que los restos presentan un aspecto homogéneo, de adulto joven y sumamente grácil.

3.2. Selección y limpieza de los restos óseos

Podemos hablar también de una selección cuidadosa de los restos como parte del ritual

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L A TRAN SIC IÓ BRONZE FINAL - 1 A E DAT DEL F CRR O hN ELS P l RINEUS 1 TERRITORI S V FIN~

RITUAL FUNERARIO DE lA PRIMERA EDAD DEL H IERRO EN EL TÚMULO 1 DEL CABEZO DEL CASCA RUJO

funerario extra ttímulo, ya que de los 2.5 o 3 kg que por experimentación se calcula com­ponen el peso de un individuo incinerado, únicamente se han conservado 147 frag­mentos que suman un peso rotal de 84-72 g. Para valorar esta acción de selección es im­portante también tener en cuenta que el gra­do de conservación de los huesos termoalte­rados es siempre proporcional al tiempo y la temperatura alcanzada en la pira.

Por otra parte, que hayamos encontrado alterada la cámara funeraria puede inducir­nos a considerar que ha existido una pér­dida de restos óseos, aunque los daros que nos ofrecen en este sentido otras necrópolis con amplios conjuntos estudiados, como es el caso del Pi de la Lliura (PONS, SO­LÉS 2008, 99) o Can Piteu-Can Roqueta (CARLÚS et al. 2007, 146-147. Fig. 146), nos refieren como normal una alta variación entre los pesos óseos conservados dentro de las urnas.

Esta selección se constata a partir de la identificación mayoritaria de fragmentos de húmero, cubito y radio, fémur y costillas, destacando la ausencia absoluta de fragmen­tos craneales o dentarios, a pesar de tratarse de restos de gran capacidad de conservación y segura identificación. Tampoco aparecen huesos planos o redondos, tales como co­xales, vértebras, carpos o tarsos, ni cabezas articulares de huesos largos.

Esta dinámica de selección o, por qué no, de conservación tras la incineración, coincide aproximadamente con la dinámi­ca identificada en la necrópolis del bronce final y hierro 1 de Can Piteu-Can Roqueta, donde se ha podido contabilizar el peso de cada una de las diversas regiones anatómicas y comprobado que la presencia de las diáfi­sis de huesos largos son const.antes, mientras que el tronco y los huesos cortos de manos y pies tienen una baja presencia, aunque a

diferencia de nuestro caso, es muy elevada la presencia de restos craneales (CARLÚS et al. 2007, 147).

También muy asociada a esta acción de selección, en la cual son manipulados los restos del difunto incinerado, podemos si­tuar la limpieza de los restos óseos seleccio­nados al no aparecer adherencias de carbón, como tampoco aparecieron en la matriz del sedimento arqueológico UE 19 donde fue­ron recogidos.

3.3. Presencia de fauna En el esrudio tafonómico se ha alcanzado

una valoración de los restos muy elevada, a pesar del grado de fragmentación y las de­formaciones ocasionadas por el calor y el fuego directo, de manera que entre las 148 evidencias óseas se han podido identificar al­gunos fragmentos de huesos largos de fauna que corresponden a ovicápridos.

H ay que reiterar que estos elementos de fauna presenran las mismas alteraciones que se identifican en los restos del individuo incinerado, tanto por la elevada fragmenta­ción como por su alreración térmica, por lo que debemos afirmar que fueron incorpo­rados en la misma pira donde se realizó la cremación del difunto.

Esta presencia de huesos de animales con las mismas afectaciones que el individuo in­cinerado, puede ser interpretada como par­te de un consumo ritual, donde los restos de fauna correspondiesen a la participación simbólica del difunto en un banquete fune­rario, aunque tampoco podemos negar que correspondan a otro tipo de gestos ideoló­gicos relacionados con las prácticas rituales de las comunidades de la Primera Edad del Hierro. De manera que no es descarrable que pueda interpretarse como una acción propiciatoria o apotropaica, con el fin de garantizar el correcto desarrollo de la hon-

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454 XV Cot · LOQu r INnKNACIONAL u 'AKQUEo t o c rA or; PurccERDi\

CONCR~S NACIONAl. o' AR QUEOLOCIA DE CATALUNY,\

ra fúnebre, o representar el ofrecimiento de un animal con significado psicopompo o, incluso, tratarse de una ofrenda alimenticia que el difunto habría de necesitar en su trán­sito al más allá.

Con relación a este tipo de interpretacio­nes referentes a la ritualidad funeraria aso­ciada a los restos de fauna en las tumbas de Primera Edad del Hierro, debemos hacer referencia obligada a la necrópolis de Can Piteu-Can Roqueta (Sabadell), yacimiento clave para el esrudio de las necrópolis de in­cineración del nordeste peninsular.

En este caso, y por lo que se refiere a res­ros de fauna, se observa un claro aumento del número de animales depositados en las tumbas fechables en la Primera del Hierro, siendo los bóvidos los mejor representados, seguidos de los ovicápridos y los suidos. Además, en esta necrópolis el análisis de los restos de fauna ha permitido observar una clara selección de la edad de sacrificio de los animales, siendo adultos la mayor parte de los bóvidos sacrificados, mientras que los cerdos y ovicápridos son, en general, jóvenes o neonatos.

Esta selección podría estar relacionada con unos usos rituales específicos. Así, mientras los animales adultos, representados princi­palmente por restos craneales, deberían ser .interpretados como ofrendas depositadas con carácter simbólico, los animales jóvenes y neonaros podrían corresponder a ofrendas de ripo alimentario y/o restos probables de la práctica del banquete funerario (LÓPEZ CACHERO; ALBIZURI 2009, 64-72).

4. Ritual funerario intra túmulo

En cuanto a las acciones funerarias reali­zadas estrictamente dentro del túmulo E-1 describimos en este aparrado, por una parte,

el tratamiento funerario realizado en la cisca excéntrica (UE 9) y, por otra, la realizada en la cista secundaria E-3 (UE 10).

En ambos depósitos el registro arqueoló­gico que nos ha llegado ha sido parcialmente alterado, siendo especialmente intensa esta actividad posdeposicional en la cista secun­daria, impidiéndonos adscribirla en el caso del túmulo 1 con un uso específicamente funerario.

Precisar también que esta fase final del rirual que se desarrolla dentro del túmulo, sería siempre posterior a la cremación del di­fumo y a la selección e incorporación de los restos incinerados dentro de la urna.

4.1. Práctica funeraria dentro de la cista excéntrica (U E 9)

Este depósito se encontró gravemente al­terado y los diferentes fragmentos coorde­nados de la urna (Fig. 2, fueron recuperados sobre el suelo de arcilla (UE 25) de la cista, inmersos dentro de un sedimenro orgáni­co (UE 19) y entremezclados con los restos óseos procedentes de la incineración.

La reintegración de estos fragmentos cerá­micos ha permitido recomponer únicamen­te el 50 % de la urna, aspecto que nos con­firma el saqueo de la estructura. Esta acción de expolio se llevó a cabo retirando su techo, probablemente compuesto por losas, y dejó intacto el m uro de cierre de la entrada.

Los restos incinerados, una vez seleccio­nados y limpiados, fueron incorporados dentro de una urna de 27.5 cm de altura y 14 de diámetro máximo que fue deposita­da en el ángulo Sureste de la cista excéntrica y tapada por una laja de piedra recortada en forma circular. No se identificó ningún vaso de acompañamiento y sorprenden las grandes dimensiones de este tipo de cáma­ras funerarias para depositar un único vaso cinerario.

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LA T RANSI C IC'I HRO NZE I' I N AL • 1 A EUAT l)H FERRO EN El.S PIRIN ElJ S 1 TERRITOIU S vriNS

RITUAL FUNERARIO DF.LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO EN El TÚMULO 1 DEl CABEZO DEL CASCARUJO

El proceso funerario dentro del túmulo culminó con el sellado exterior de la cista, llevándose a cabo por medio de un pequeií.o muro de mampostería (UE 38) que ha con­servado una altura de 58 cm. Sus piedras respetan la línea que define el muro exterior del tambor y no se apoyan directamente so­bre las paredes de la cista, sino que entre ellas y la pared hay un estrato de tierra suelto.

Tomás Maigí enumeró cuatro sistemas diferentes de cierre (TOMÁS MAIGÍ 1959, 96-99), siendo la variante de "muro inser­tado dentro de la cista" la que coincide con nuestro caso, y que él identificó en los tú­mulos 1 y 2 de la necrópolis Cerca de El Vilallong, en los túmulos 1 y 2 de la necró­polis de El Mas de Pasqual de Jaume, en los túmulos 4, 9, 13 y 20 de la necrópolis de San Cristóbal y en los túmulos 24, 87, 100 y 63 de la necrópolis de Azaila (MAIGI 1959, 99).

4.2. Práctica funeraria dentro de la cista secundaria E-3 <U E 10)

El sedimento que rellenaba esta pequeña cista (UE 12) presentaba una gran com­pactación, hecho que a priori hacía sugerir que nos encontrábamos ante una estructura intacta. Pero, en el suelo interior, aproxi­madamente a la altura donde descansaban las losas (UE 10) de la caja, únicamente se identificaron dos pequeñas piedras planas y los restos de un vaso cerámico consistentes en dos fragmentos de un mismo fondo pla­no (UE 15) que presentaba tres perforacio­nes en su base, realizadas previamente a la cocción del vaso.

Hay que decir que ni alrededor de este elemento, ni mezclado en el sedimento de relleno, se identificó un solo fragmenro óseo, circunstancia que nos impide asociar el uso de esta cista secundaria E-3 con una función funeraria.

La inexistencia de paralelos en contextos funerarios de vasos con perforaciones en su base, nos invita a pensar en que podría tratarse de un espacio donde llevar a cabo algún tipo de acción de ofrenda, aunque el expolio que ha padecido el depósito nos obliga a ser precavidos a la hora de afirmar con rotundidad esta posibilidad.

5. Conclusiones

Los datos presentados en este trabajo de­ben entenderse como específicos de la es­tructura excavada y en ningún caso, pueden aplicarse de forma general para toda el área funeraria, ya que las enormes d imensiones de la necrópolis V y las diferentes t ipologías fúnebres que la componen, impiden referir el túmulo 1 corno un sepulcro tipo, sino como uno más dentro de un conjunto muy extenso y complejo.

No obstante, la intervención efectuada en el túmulo 1, nos ha permitido documentar con detalle su arquitectura y secuencia cons­tructiva, idenrificando los gestos funerarios que se desarrollan tanto en el exterior como en el interior de la tumba. Nuestro objetivo fundamental pasaba por avanzar en la sis­tematización de las prácticas funerarias aso­ciadas a los túmulos bajoaragoneses y en la identi.ficación de marcadores arqueológicos que nos pudieran ofrecer datos precisos so­bre el funcionamiento y la organización so­cial de las comunidades de la Primera Edad del Hierro.

Entre estos marcadores, la propia mo­numentalidad y el complejo proceso cons­tructivo asociado a este tipo de estructuras funerarias, deben relacionarse con el rol social destacado que jugarían las necrópolis de la Primera Edad del Hierro a la hora de articular la ritualización del paisaje. En este

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456 XV COL·LOQUI I NTERNACI ONAl u'A k<¡U~OLOGIA DE PU IGCERDÁ

C o N C R€S N ,\C ION AL o ' AR Q U EOLOCIA u e C.\TALu N YA

sentido, los datos aquí aportados inciden en la idea de interpretar dichas agrupaciones cumulares como auténticos espacios litúr­gico-conmemorativos de una alta significa­ción identitaria.

La propia información constructiva ob­tenida con relación al túmulo intervenido, pone de manifiesto que la edificación de dichas estructuras debe ser entendida como parte inregrance del propio rito fune rario y, a tenor de su complejidad, consideramos que su ubicacíón obedecería a un reparto preestablecido del espacio de la necrópolis, ya sea entre distintas fami lias, clanes o lina­jes, como reflejo de hábitos de supeditación o jerarquización social desarrollados ames incluso de la propia defunción.

Por otro lado, el hecho de documentar la presencia de un vaso perforado en la cista secw1daria E-3 (UE 1 O) debe relacionarse muy probablemente con la realización pe­riódica de determ inadas prácticas conme­morativas que aseguraran el mantenimiento de los vínculos rituales entre la comunidad de los vivos y sus antepasados.

Con relación a este tipo de cuestiones, merece la pena recordar que en algunas ne­crópolis del curso inferior del Ebro, como en el caso de las necrópolis de Coll del Moro (Gandesa), Santa Madrona (Riba-roja) y Sebes (Flix), se ha podido constatar la exis­tencia de vasitos de ofrenda en el exterior de algunas tumbas. Este tipo de depósitos votivos han sido interpretados como mues­tra de la práctica periódica de ciertos rituales conmemorativas o de homenaje a los d ifun­tos que incluirían acros libarorios basados en la manipulación y el consumo de bebida (SARDA 2010, 753).

Para finalizar este breve esrudio, quere­mos destacar que aunque el mundo cumu­lar se encuentra ampliamente citado en la bibliografía referente a la protohistoria del

Bajo Aragón, es en realidad un gran desco­nocido debido a la fa lta de intervenciones modernas que permitan obtener un conoci­miento arqueológico más preciso sobre uno de los sistemas funerarios más complejos y espectaculares de la Península.

El estudio combinado del hábitat y la ne­

crópolis del complejo arqueológico del Cas­carujo presenta un enorme potencial para abordar en profundidad el estudio social y las características culturales de las comuni­dades asen radas en el valle del Guadalope hacia finales de la Primera Edad del Hierro.

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LA TRAN SIC IÚ BRO N ZE FIN AL • 1 A EDAT DEL F ER RO EN ELS PIRINE LI S 1 TE RRI T C)R I$ Vli i N S

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LA TRANSICIÓ 8RONZE FINAL - 1 1\ EDAT DEL F ERRO EN EI. S PIR I Nill~ 1 1"fRRITORIS VFiNS

RITUAL FUNERARIO OE LA PRI MERA EOAO OEL HIERRO EN El TÚMU LO 1 DEL CABEZO OEL CASCARUJO

Planea del t~mulo E-1 de la necrópolis V

Figura l. Ubicación y distribución de las agrupaciones tu mulares del complejo arqueológico del Cabezo del Cascarujo.

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XV C O L· I.OQ LI I I NTERNAC IO N AL n'AR QUr:OLOGIA DE PU IGC~RDA

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Necrópolis V del Cascarujo Túmulo E-1

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Figura 2. l'lan imerría fi nal del rúmulo El y los dep6siros funerarios de la cisra excénrrica y la cista secundaria.

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LA TRANSICI O BRONZE FINAL • 1 A EDAT l.) EL FERRO EN ELS P I RI NGLIS 1 T ERR ITORIS VE! NS

461 RITUAL FUNERARIO DE LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO EN EL TÚMULO t DEL CABEZO DEL CASCARUJO

Figura 3. Visra final del rúmulo El y la cisra periférica E4 rras su excavación.