Rezar por un sueño

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Rezar por un sueño El esposo y la esposa llevaban todo el día vagando por la ciudad. Al menos a ellos que provenían de una localidad más pequeña, aquélla, con sus casas, con sus calles bien dibujadas y con tantas personas moviéndose por todas partes, se lo parecía. Y querían volver cuanto antes a su hogar tranquilo y recién estrenado. Ella estaba encinta, y él procupado. Estaban allí obligados, como todos los demás. No habían conseguido alojamiento ni en la posada más humilde, pero debían quedarse al menos dos días más, según les habían dicho. Él tenía ese pálpito en el pecho de cuando sabía que iba a pasar algo que no le iba a gustar, algo que tal vez hasta fuese malo para su mujer. Como aquel día, meses atrás, que nunca olvidaría, en que su vida había cambiado para siempre. Y en efecto, al caer la tarde, ya a la afueras, mientras iban camino de una posada al pie del camino de la que les habían hablado, cuando apenas habían dejado atrás una granja, el niño comenzó su llegada. La granja también estaba llena, pero había un lugar aún en el establo, y dieron casi todo su dinero por él. Pero el esposo sabía que debía ser así, y veló toda la noche por su nuevo hijo y por su nueva esposa. En todo momento sintió a su lado la presencia que un día, meses atrás, le había asegurado que su papel iba a ser crucial, evitando que la repudiara. A la mañana siguiente la noticia jubilosa de un nacimiento en el establo les propició la compañía y el cuidado de la dueña de la granja, así que el esposo pudo ir con el dueño hacia el centro de la ciudad a procurar un retraso en los deberes que les habían llevado allí. La joven madre estaba cansada y con su niño en brazos, y en un momento de calma, se durmió. El sueño que desde varias noches atrás se repetía, volvió. Se encontraba en una especie de barca, con mucha gente más. Creía que nunca, salvo quizás en la Pascua, se había juntado con tanta gente, pero aquéllos siempre eran familiares, y el suelo nunca se movía. El de aquella embarcación no paraba, en cambio, de subir, bajar, escorarse. La agitación de la barca se transmitía a la durmiente y habitualmente el esposo la acunaba en sus brazos sin que llegase a despertar. Había una parte del sueño en que el movimiento de la barca se hacía frenético al vaivén de olas como nunca había visto en el lago de su tierra, olas que debían de ser del mar grande que no había visto aún. En esa parte se veía a sí misma abrazando con todas sus fuerzas un paquete de telas donde sabía que estaba su hijo. Miraba a los lados y algo de tranquilidad la alcanzaba al ver a su marido sujetándose con una mano a la embarcación mientras con su otro fuerte brazo, como de carpintero, la abrazaba a ella tratando de mantenerla a salvo y seca, aunque esto último era imposible en aquel sueño. Ahora llegaba a una parte en la que de ordinario solía despertarse, pero quizás por el cansancio acumulado del viaje y el parto, esta vez el sueño continuó. Y para peor. Comprendió que la embarcación se encontraba en medio de una tempestad. Centró su mirada en el bebé casi aplastado contra su pecho. Lloraba, y sintió de nuevo con tal pavor lo desesperado de su situación que rezó. Como si estuviese viendo algo ajeno a ella, le pareció en cierta manera extraño que no hubiera rezado antes, pero era una simple nota al margen, y el sueño continuó.

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Rezar por un sueñoEl esposo y la esposa llevaban todo el día vagando por la ciudad. Al menos a ellos que proveníande una localidad más pequeña, aquélla, con sus casas, con sus calles bien dibujadas y con tantaspersonas moviéndose por todas partes, se lo parecía. Y querían volver cuanto antes a su hogartranquilo y recién estrenado.

Ella estaba encinta, y él procupado. Estaban allí obligados, como todos los demás. No habíanconseguido alojamiento ni en la posada más humilde, pero debían quedarse al menos dos díasmás, según les habían dicho. Él tenía ese pálpito en el pecho de cuando sabía que iba a pasar algoque no le iba a gustar, algo que tal vez hasta fuese malo para su mujer.

Como aquel día, meses atrás, que nunca olvidaría, en que su vida había cambiado para siempre.

Y en efecto, al caer la tarde, ya a la afueras, mientras iban camino de una posada al pie delcamino de la que les habían hablado, cuando apenas habían dejado atrás una granja, el niñocomenzó su llegada. La granja también estaba llena, pero había un lugar aún en el establo, ydieron casi todo su dinero por él. Pero el esposo sabía que debía ser así, y veló toda la noche porsu nuevo hijo y por su nueva esposa. En todo momento sintió a su lado la presencia que un día,meses atrás, le había asegurado que su papel iba a ser crucial, evitando que la repudiara.

A la mañana siguiente la noticia jubilosa de un nacimiento en el establo les propició la compañíay el cuidado de la dueña de la granja, así que el esposo pudo ir con el dueño hacia el centro de laciudad a procurar un retraso en los deberes que les habían llevado allí.

La joven madre estaba cansada y con su niño en brazos, y en un momento de calma, se durmió.

El sueño que desde varias noches atrás se repetía, volvió.

Se encontraba en una especie de barca, con mucha gente más. Creía que nunca, salvo quizás en laPascua, se había juntado con tanta gente, pero aquéllos siempre eran familiares, y el suelo nuncase movía. El de aquella embarcación no paraba, en cambio, de subir, bajar, escorarse. La agitaciónde la barca se transmitía a la durmiente y habitualmente el esposo la acunaba en sus brazos sinque llegase a despertar.

Había una parte del sueño en que el movimiento de la barca se hacía frenético al vaivén de olascomo nunca había visto en el lago de su tierra, olas que debían de ser del mar grande que nohabía visto aún. En esa parte se veía a sí misma abrazando con todas sus fuerzas un paquete detelas donde sabía que estaba su hijo. Miraba a los lados y algo de tranquilidad la alcanzaba al vera su marido sujetándose con una mano a la embarcación mientras con su otro fuerte brazo, comode carpintero, la abrazaba a ella tratando de mantenerla a salvo y seca, aunque esto último eraimposible en aquel sueño.

Ahora llegaba a una parte en la que de ordinario solía despertarse, pero quizás por el cansancioacumulado del viaje y el parto, esta vez el sueño continuó. Y para peor. Comprendió que laembarcación se encontraba en medio de una tempestad. Centró su mirada en el bebé casiaplastado contra su pecho. Lloraba, y sintió de nuevo con tal pavor lo desesperado de su situaciónque rezó. Como si estuviese viendo algo ajeno a ella, le pareció en cierta manera extraño que nohubiera rezado antes, pero era una simple nota al margen, y el sueño continuó.

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Una grave perturbación. Gritos. Desesperación. Gente mirando desbocada hacia la oscuridad defuera de la borda. Lloros. ¡Un niño había caído al agua! Varios hombres impidieron que su padrese lanzase al vacío de una muerte segura. No se veía nada por ninguna parte. Ahora rezaba a vozen grito y lloraba a lágrima viva, y no sabía si el regusto salado que sentía se debía a las lágrimaso al mar que quería adueñarse de todos ellos.

Su esposo la apretó aún más fuerte. No importaba el dolor si significaba sobrevivir, si impedía queun golpe de mar les quitase a su hijo recién nacido.

Los golpes del mar en la barca eran tan realistas que en uno de ellos ella misma se movió y alhacerlo despertó. Tenía a su hijo en brazos, dormía plácidamente y el establo sin duda estabaseco. Fuera se oyó algún ruido cuando unos pastores se acercaron a saludar. Traían consigo lechede oveja, y unas historias increíbles que sin embargo, ni se acercaban a la realidad que aquellamadre conocía.

* * * * *

Muy lejos de allí, tanto que prácticamente era otro mundo, otra esposa y madre es ayudada porsu esposo a salir de la embarcación, mientras desde otra mucho mayor un joven alto y fuerte tirade su brazo izquierdo para ayudarla también. Las lágrimas de aquella joven son ya de felicidad.Su oración se había escuchado.

- Estáis a salvo. En una hora llegaremos a Lesbos.

José Gregorio del Sol Cobos25 – XII – 2015, Irún, España.