Revista Modernícolas Noviembre

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1 #2 noviembre

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modernícolas!.bienvenidos,

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.exposiciones .literatura .conciertos

PAG. 8 PAG. 9 PAG. 40 PAG. 12-15 PAG. 16-19 PAG. 22-25Guardando las distancias con Waynez Gonzales.

Tres poetas en un pentagrama.

“Dibujar manga es un año de curro por 3.000 euros”

MAREA LOS DELINQÜENTES

AIRBAG

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.teatro .ojodemodernícola

PAG. 28-31 PAG. 34-37 PAG. 33 PAG. 33PAG. 42 PAG. 41HAMLET M-CLAN Distintos seres

humanos iguales.FiestaModernícolas.

“La vida es maravillosa”

El universoEmmanuel Lafont.

.modernicolismoislustrado

sumario.

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Lo hemos oído más de una vez. Alguien entra en la web y exclama “¿pero todo esto se puede hacer en Málaga?” Es cierto, no somos Madrid. Y, en cierto modo, quizá no debamos serlo. Nuestra oferta cul-tural es más pequeña, también nuestra población. Pero nuestra calidad de vida es mayor, y cada día hay más planes y mejores en esta ciudad. Leía hace poco que con esto tan terrible, y ya casi tópico, de la crisis se ha reducido la inversión en cultura. Quizá la de los gobiernos, pero ¿qué me dicen de la iniciativa privada? Tenemos una de las mejores salas de España, que semana a semana, trae a la ciudad lo más sonado del panorama musical na-cional. Este mes ha surgido, en el mismo centro de la ciudad, un espacio cultural casi de leyenda. También una nueva promotora musical de rock, que se suma a las otras dos de indie con propues-tas de muchísima calidad. Una de ellas, acaba de anunciar un festivalazo de esos que nunca hemos visto en este sur, a veces tan de verbena.Atrás quedó una candidatura a Ciudad Cultural demasiado institucional. Adelante se abren pro-yectos como el que nos cuenta en estas páginas Emmanuel Lafont, símbolo de la efervescencia y la vanguardia artística de Málaga. Hay teatro y exposiciones en los salones. Poesía en las plazas. Conciertos en librerías. Fiestas cada día más origi-nales. Modernícolas, en solo dos meses, ha estado allí donde ha estado el teatro, la música, el arte, el humor, la moda, la cultura entendida de la forma más abierta posible, y se ha hecho eco de propues-tas originalísimas y de calidad. También ha habido lo contrario, claro. Pero en general, el espíritu de entusiasmo cultural bajo el que nace esta publica-ción que tienes en tu pantalla se siente diariamente en los nuevos y tradicionales espacios artísticos de la ciudad.De hecho nos lo han dicho, y probablemente sea

cierto: pecamos de un entusiasmo casi fatal, y po-cos son los eventos que no merecen nuestro elo-gio. Queremos ser guía para quien lee, brújula al menos. Queremos decir la verdad, y lo hacemos. Sucede sólo que quien ensaya durante meses para salir a escena merece nuestro respeto. También quien gasta dinero de su bolsillo en organizar un concierto. O el que se pasa horas buscando las pa-labras perfectas para hacer reír. Queremos ser jus-tos, y pocas veces nos sentimos lo suficientemente por encima de quienes crean arte como para criti-carlos duramente. Además, Modernícolas nace de la emoción. Queremos situarnos en el punto in-termedio entre un crítico especialista y un espec-tador de a pie. Queremos contar lo que vemos, lo que nos eriza la piel o lo que nos deja indiferentes. Describir para que el lector llegue a sus propias conclusiones. No nos sentimos maestros de nada, aunque entre nuestras filas se cuenten profesores de teatro, másters en periodismo cultural, músicos, artistas de toda índole. Queremos, simplemente, estar ahí para compar-tirlo contigo. Para darle visibilidad a esa cultura inesperada para muchos, pero que desde hace tiempo bombea irremediablemente hacia venas de todo género y disciplina. Queremos ser comuni-dad, sentirnos parte de esto que se mueve por fin, conseguir que sea parte de nosotros mismos, con-seguir que mejore, que se corra la voz. Ser no cada vez más Madrid, sino cada vez más Málaga. Gri-tar nuestro propio grito, y que se nos escuche por quienes somos y no por quien nos gustaría ser. Las cuerdas vocales las tenemos, sólo falta orgullo y un poco más de impulso para sacar ese aire estancado que no termina de salir de nuestros pulmones.

LA CULTURAINESPERADA.

.editorial

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staff.

Luis Parejo. Relaciones PúblicasAntonio R. Duarte. RedactorMaría del Mar Fernández. RedactoraLorena López. RedactoraKris León. RedactoraIrene Quirante. Fotógrafa / RedactoraRocío Cebrero. RedactoraMayra Ganzinotti. IlustradoraAntonio Yuste. RedactorJorge Sader. RedactorMacarena Texeira. FotógrafaMiriam Cortés. Fotógrafa / RedactoraAlba Jabato. RedactoraManuel Andreas. Redactor Diego Martínez. Fotógrafo / RedactorXero Fernández. IlustradorClaudia Morales. RedactoraMarco Antonio. Redactor / Ilustrador

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Manu Navarro. FotógrafoSusana Martín. RedactoraIñaki Serrano. Webmaster

Paula Vargas. FotógrafaÁlvaro Martín. Fotógrafo

Miguel A. García. Fotógrafo / Redactor

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Guardando las distancias con Wayne Gonzales.

Félix Fénéon, crítico de arte francés y defensor del movimiento neoimpresionista, decía que los parisinos tardaron bastante tiempo en acomodar sus pupilas a las composiciones de los cartesianos Georges Seurat y Paul Signac y que, mientras tan-to, seguían pegando las narices en los cuadros y quedándose cegados por su radiante luminosi-dad. Para paliar esta crónica interacción con las pinturas, cuyos colores se depositaban puros, ra-cionales y aislados en la tela, recordó a sus lectores que en estas obras ocurría como en las sinfonías musicales, en las que para deleitarlas no hacía falta sentarse entre las tubas, los atriles o las violas, sino aquietarse a una distancia considerable para desti-lar el conjunto y disfrutar el todo.Pues bien, si esta distancia fuera medible, habría que multiplicarla al menos por cinco en el caso del artista estadounidense Wayne Gonzales (Nueva Orleans, 1957), del que podemos disfrutar por primera vez en España de una exposición indi-vidual de su obra. El Centro de Arte Contem-poráneo de Málaga (CAC) presenta una colección de doce acrílicos —apenas un pequeño aperitivo— de un pintor singular y de gran eco internacional, cuya obra desde 1997 ha recorrido las galerías de medio mundo (Galería Stephen Friedman, Lon-dres, 2010; Paula Couper Gallery, Nueva York, 2009; Galería Seomi, Seúl, 2008; Patrick de Brock Gallery, Bélgica, 2008).Sobre estos lienzos, en cuyas formas se entrevé grupos sesgados y casuales de norteamericanos de clase media, la retina del asistente debe recompo-ner con una suficiente distancia los trazos espon-josos y dispersos de Seated Crowd, Peters Beach y la serie Waiting Crowd. Es por ello que los pies del goteo de personas que por la sala pululaba, como si fuesen patas de cangrejo, se veían obligados a re-cular hacia otra posición más atrasada, haciéndoles topar inevitablemente con los límites insuficientes de la estancia. Esto provoca una sensación de cer-co impuesto, de amurallada multitud, que asfixia y coarta la focalización de la mirada. Es un impul-so contradictorio que a la vez que te suma en el gentío pictórico propuesto por el artista te aleja de él. Es como si para observar un bosque de abedu-les nos alejásemos con la intención de captar una

imagen óptima de su conjunto, pero una vez fuera de él sintiésemos una leve frustración de fronteras al notar que ese todo todavía sigue fragmentándose, alejándose, pixelándose.Además, las borrosas líneas y, bajo ellas, la palpita-ción de una muchedumbre anodina y ajena se en-tremezclan con los asistentes en una panorámica rota por el Slingshot Boy de espaldas a la sala —la composición figurada más definida y centrada y la única en la que solo aparece una persona— y por las enigmáticas y abstractas luces del tríptico Untitled. Este trío encadenado de luminosidades ovaladas e inquisitorias, dispuestas como en un ta-blero de tres en raya, consigue imprimir un halo de sugerente misterio que permite recrearnos en sensaciones mundanas e ilógicas —¿son los focos de un plató de cine o los potentes postes de un estadio enfocando a los gregarios yanquis de los cuadros, y formando así un conjunto con es-tos?— aunque sepamos, gracias a la información del folleto gratuito ofrecido en la entrada de la sala, que no es más que un loop de una fotografía al sol tomada por el autor desde lo alto de un avión.Algo parecido ocurre con las aglomeraciones de los demás cuadros, en los que el artista deja fisu-ras abiertas para que reconstruyamos una parte esencial de sus motivos: ¿qué es lo que están espe-rando estos grupúsculos desparramados, cotidia-nos y distraídos o atentos a no sabemos qué, de pie o sentados en la orilla de una playa o en el graderío

de un estadio? ¿A qué están asistiendo realmente? Y por extensión: ¿cuál es nuestra expectativa y pro-yección frente a estos acrílicos, de trazos miopes y de tristones colores grises y terrosos? Toda la indu-mentaria de gorras y sombreros tejanos, camisetas y bermudas, v y gafas de sol, salta de un cuadro a otro repitiéndose como una serialización de War-hol, y los ciudadanos retratados, indiferentes a la lente crítica y satélite de Wayne Gonzales, bien puede que estén presenciando un mitin político en el Gran Park de Chicago o un concierto en el Madison Square Garden, o bien disfrutando de un domingo playero en Coney Island o de un partido de béisbol en el Yankee Stadium.

[Texto: Manuel Andreas]

.exposiciones

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Tres poetas en unpentagrama.

Están sentados uno al lado del otro, pero en rea-lidad deberían estar sentados uno un escalón más bajo que el otro, como notas en un pentagrama cuya melodía se va haciendo cada vez más grave. Empieza Cristian Alcaraz (a la izquierda, cami-seta de rayas de colores, sonriente y alegre como un do mayor). Lee sin apenas impostura, de hecho quizá no sepa nada de imposturas -bien por él-. Sus poemas no son risueños, tampoco rematada-mente tristes pero sí, de algún modo, sencillamen-te francos y efectivos.Después le toca a David Leo. Isabel Pérez Mon-talbán ha dicho que es una estrella (“no de las de Hollywood, ser una estrella en la poesía quiere decir que te conocen como mucho mil personas en toda España). Se le nota. Al menos debe haber estado en tantos recitales como para serlo: coge el micrófono, agradece a ausentes y presentes y es-tablece que a él la antología le parece “bastante notable”, sin dejar de mencionar el loable criterio de Luna Miguel al dejar fuera a ciertos amigos. Hace algún chiste (poético) y comienza a leer en público con la facilidad que lo haría delante de un espejo (“público”: Casa del Libro, pocas sillas, muchos amigos y familiares). Está en medio de la pequeña escala musical, pero un poco más arriba en nuestra escala de abstracción, si existiese. Su en-tonación recuerda a la de un locutor de radio (no de los Cuarenta, sí de La Luciérnaga) y su verbo y su aplomo recuerdan a los grandes (quizás aquellos que tienen la suerte de ser conocidos por, quién sabe, veinte mil personas en toda España.Derecha, abajo imaginario. Enrique Morales, poeta hasta en el atuendo, canta la nota más gra-ve de la tarde. “Ante la eficiente brevedad de mis compañeros, tendré que deshacerme de toda esta basura que tengo encima” -habla de su manojo de papeles y poemas-. Ha preparado música, buena y apropiada música para cada lectura, pero La Bella Varsovia y la tecnología (tal y como sucede en Po-lonia) no parecen llevarse demasiado bien. Desiste Enrique, pues, en su empeño y se ve obligado a leer Falsa parábola de la madriguera con el blues autén-tico y enraizado que había diseñado, en su divino plan, para Hoodoo Blues. No importa, tiene esa voz, esa forma de contar que lo hubiesen convertido en

otros tiempos en el bardo más famoso de la re-gión, con un público siempre atento, estremecido cuando su tono lo dicta, aliviado cuando induce a lo contrario. Su poesía está escrita en charcos de fango llenos de objetos afilados, en lodazales cu-biertos de cuerpos putrefactos. A veces hay árboles y si existe una paz está continuamente inquieta.“Los poetas jóvenes son una necesidad social, porque necesitamos conocer el futuro. El de la economía, sí, pero también el de la poesía, el de las reflexiones e iluminaciones de una juventud que tendrá la voz poética durante los próximos quin-ce años” dice Pérez Montalbán. Y ¿acaso no tiene razón? Estos tres poetas-nota representan a otros

[Texto: Marta Sader Foto: Javier Martínez]

veintisiete poetas-nota con menos de veintisiete. Cada uno tiene su tono particular y su asiento en la línea del pentagrama que le resulta más acoge-dora. La melodía final es heterogénea, rica, variada en matices: hay chicos y chicas (“casi la mitad, por primera vez en una antología”, resalta Pérez Mon-talbán). Los hay con premios y sin ellos, con libros editados o sólo con blogs en internet. Los hay su-rrealistas, realistas y sucios, los hay métricos y sin medida. Pero todos tienen (alrededor de) veinte años, y -por qué no-, probablemente estén locos.

.literatura

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Las luces del Auditorio de Diputación se apagan, la expectación se palpa en el ambiente. Unas 400 personas escudriñan el escenario, buscan al mito de los noventa Sinéad O’Connor. A punto de cumplir los 45 años, la cantante llegaba a Málaga envuelta en la polémica por un retraso de últi-ma hora en todas sus citas españolas. Con este clima previo, a una servidora le invadía la duda, y la tremenda curiosidad, de si tan sólo es fama, o la irlandesa es, aún hoy, tan excéntrica como cuentan.Con más de dos décadas de tablas a su espalda, la actitud y la forma que muestra O’Connor al plantarse frente al público malagueño, sorprende, extraña muchísimo. Tímida y con una aparente serenidad, la irlandesa entona el primer tema de la noche. Se suceden varios hasta que escuchamos el primer escueto “thank you” del concierto. Has-ta pronunciar estas palabras, vemos a una mujer entregada a lo que mejor sabe hacer, sin prestar apenas atención a las miradas ajenas del grade-río. De este modo, canción tras canción fue po-niendo a punto el motor de un espectáculo que fue

creciendo en intensidad al ritmo que aumentaba la confianza de la intérprete en sí misma.Poco o nada, en cuanto a físico se refiere, queda de la joven de ojos enormes que recorrió el mun-do conmoviendo con Nothing compares 2 U, allá por 1990. Poco o nada importaba para entonces el aspecto desaliñado y sobrio que presentaba, porque a Sinéad O’Connor se le continúa reconociendo por lo realmente importante, por la razón que nos congregó allí a todos: por su potente y luminosa voz, por sus desgarradoras interpretaciones, por su música. En estos años de controversias, problemas personales y hasta un intento de suicidio de por medio, la dublinesa no ha cambiado ni un ápice en la fuerza que transmite al cantar.Desprovista de adornos, y con una puesta en es-cena limpia, tan sólo acompañada por teclado y guitarra, O’Connor repasaba su discografía y ade-lantaba parte de su nuevo álbum, Home. Con el tema Reasons with me la cantante se adueñó del escenario, que ya era su hogar, e hipnotizó a los que escuchábamos. Poco después, enmudecimos, nos

Sinéad O’Connor, la modestia de un mito.

.conciertos

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quedamos boquiabiertos y ojipláticos ante uno de los momentos más emocionantes de la noche, con la interpretación a capela del tema I am stret-ched on your grave. Nuevamente, y esta vez ante una merecídisima ovación del público, respondió con un modesto ”thank you” y mirada vacilante.Pero O’Connor conserva ese alma de chica rebel-de, que gusta sobrepasar los límites, que gusta de las extravagancias. Más allá de lo cómico, lo sor-prendente fue precisamente que apenas extrañó el sonoro eructo con el que finalizó una canción, y que asumimos como parte connatural de la per-sonalidad de Sinéad, al igual que sus quejas por ”the fucking guitar”, al no dar con el tono que pre-tendía.Anécdotas a un lado, a estas alturas de la película, puedo confirmar y confirmo que Sinéad O’Connor conserva la esencia inconformista que la caracteri-zó en su juventud. A estas alturas, puedo decir que Sinéad O’Connor se merece el título de mito, que tan modestamente luce. A estas alturas, ya es tiempo de despedirse, han pasado dos horas a la

par fugaces que inolvidables; y Sinéad O’Connor nos sonríe, nos da las buenas noches, en español, y deja huérfano a un privilegiado auditorio que le sonríe de vuelta.

Texto: Ana GámizFoto: Álvaro Martín

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MAREA

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Canaleros, Petenera, Que se joda el viento… la mare-jada no paraba de crecer y el calor del público era abrasador, tanto que El Piñas ya estaba sin camise-ta, como una chica subida a hombros que ofrecía sus pechos a la banda. ¡Incluso los camareros es-taban desatados! Málaga parecía el Woodstock del 69, puro rock&roll.“Va borracho, ¿y cómo toca, eh?”. El maestro Ko-librí, uno de los grandes guitarristas de nuestro país, colorea cada canción con unos solos ma-gistrales como el de Manuela canta saetas, al que acompañaron cientos de palmas. Kutxi, ese payo de alma gitana, navarro de sangre andaluza, poe-ta urbano de voz cazallera, lo mismo nos habla de nuestro Rockberto que de Lorca.“Maldito el que no se acuerda de los días de Mierda y cuchara”, sentenció Kutxi que, con Ojalá me quie-ras libre, abandona el escenario cediéndole el pro-tagonismo a El Piñas para que cantase Alfileres y Trasegando. El vocalista volvió: “no penséis que soy valiente si canto de duelo, yo le canto a un ángel que está en el suelo”. Emotivas palabras dedicadas

a su “Tabletom de mi corazón”.Sube a las tablas Mikel Poza, el artista gráfico de Marea, para dar vida a uno de los momentos más especiales de la velada, un homenaje con la efigie de un Rockberto que estuvo omnipresente du-rante todo el concierto. “Eso de que no va a subir a un escenario nunca más es mentira, lo vamos a dejar aquí hasta El día que lluevan pianos”.Con La Rueca, Pedimento y Como los trileros aban-donaron el escenario. “¡Hasta siempre, Rockberto vive!”. La gente ya no gritaba Marea, gritaba Roc-kberto. Unas dos horas de concierto parecían in-suficientes, y para darnos más volvió Kutxi cigarro en boca para dar una cálida bienvenida a Perico de Tabletom que acompañaría Plomo en los bolsillos con su guitarra.Y por fin llegó la aclamada El Perro verde, a la que siguió Como el viento de poniente. A una noche de rock como pocas hemos vivido en nuestra ciudad pusieron el broche de oro con una Marea que inun-dó la sala. Miles de manos intentaban tocar el cielo. Nadie podía escapar mientras la música sonara.

Espectacular el ambiente de una París 15 que col-gó el cartel de entradas agotadas para un concierto de rock a cargo de unos tipos como tú y como yo. Esas cinco personas tan campechanas de la firma de discos se transformaron en gigantes al subirse a un escenario que no les amilana, sino que les hace crecerse.Kutxi Romero salió a pecho descubierto a contarles a unas tres mil almas por qué en su hambre manda él. Los Marea nos recibieron con sus dos prime-ros singles, Bienvenido al secadero y La majada, y el público les devolvió el saludo cantándolas como si fuesen clásicos de toda la vida, como las que si-guieron, Duerme conmigo y En tu agujero.

Inundados por una Marea de rock.

Texto: José C. Valderrama Foto: José A. González

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LOSDELINQÜENTES

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zona vip, Marcos del Ojo El Canijo y Diego Pozo El Ratón se relajaban atendiendo a los fans y en-tregando las mejores de sus sonrisas. Diez minutos después de la hora prevista, Los Delinqüentes em-pezaron el viaje hasta 2001, año en que su primer disco salió al mercado, y nos abrieron su baúl de los recuerdos.En Málaga, tierra del mítico grupo Tabletom, Los Delinqüentes tuvieron muy presente la reciente desaparición de Rockberto, una pérdida tan senti-da como la del Migue Benítez, la primera voz de Los Delinqüentes. “Este disco no sería posible sin el Migue”, agradecía El Canijo al amigo y le dedi-caba la más conocida de sus canciones El aire de la calle. Era solo el comienzo.Ocho músicos en el escenario. Detrás, una pan-talla rememoraba fotos, antiguos conciertos, mo-mentos de una década llena de irreverencia. Ver a Los Delinqüentes en directo es meterse de lleno en Andalucía, es flipar con los punteos de Diego Pozo, es bailar de manera orgánica, es reírse y de-jar contagiarse con el buen rollo. En definitiva,

es entender que aquí en el sur se puede hacer poe-sía comprometida política y ecológicamente. Los chicos de Jerez no tienen pelos en la lengua y no olvidan a los candidatos a la presidencia de Es-paña entonando Telescopio Cósmico. “Que no, que no, que no me cambia los colores. Un tipo extraño como tú, que acaba de aterrizar. Que no, que no, que no me cambia los colores. Aquí los hay más ra-ros que tú y los he visto por el telescopio cósmico”. Abajo en la pista todos gritaban “el pueblo unido jamás será vencido”.Adentrábamos en el histórico 20 de noviembre. El reloj marcaba la 1:30 de la madrugada. Nadie quería irse. Todos querían escuchar un poquitín más de Nube de pegatina, A la luz del Lorenzo o La primavera trompetera. Ya se dice que lo bueno dura poco. Fueron más de una veintena de hits, can-ciones que llevamos grabadas en el pecho y que Los Delinqüentes piensan llevar a Méjico. Por allí quieren pasar en 2012, año en el que no harán con-ciertos en España y en el que dicen producirán un nuevo disco. Buen viaje, garrapateros.

Aquel sonido de palmas al compás indicaba que estaba cerca de mi destino. No fue nada fácil llegar a la Sala Vivero. Málaga en alerta naranja con 30 litros de lluvia por hora y aún así 900 personas se enfrentaron al mal tiempo para impregnarse del sentimiento garrapatero. Nadie quería perderse la fiesta de los 10 años de Los Delinqüentes en lo que fue una jornada de reflexión nada usual antes de la cita con las urnas.Como en toda buena fiesta, los invitados eran muy dispares. Había de todo: tupés, moteros, pijos, mo-dernos… Vamos, que hasta fue difícil encontrar un “perroflauta”, este espécimen tan masiva-mente asociado al grupo jerezano. Arriba, en la

Dos Delinqüentes rompen la jornada de

reflexión.[Texto: Raissa Modesto Foto: Bea García]

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Eso no era Jazz, pero vaya si sonaba bien.

Sinceramente, no soy una experta en jazz. Pero pude advertir sin dificultad que el concierto al que asistí el pasado sábado -dentro del XXV Festival Internacional de Jazz de Málaga- no era lo que comúnmente se conoce como jazz, al menos desde la perspectiva más clásica del género. De hecho, me atrevería a afirmar que muchos de los presentes no esperaban aquel tipo de música y eso los inquietó, pues algunos se levantaron en varias ocasiones. Sin embargo, sí había quienes sabían lo que iban a escuchar y otros que, una vez admiti-mos que ninguno de los músicos iba a soplar una trompeta, nos dejamos llevar por esa música tan… peculiar.La culpable de esta doble reacción en el escaso público del Teatro Cervantes no fue otra que la portuguesa Maria João. Con camisa negra que -¡oh!- dejaba su espalda al aire y falda tubo de raso verde salió al escenario junto a su, de nuevo, peculiar banda. João Farinha al piano, Júlio Resen-de a los teclados, Joel Silva a la batería y André Nascimiento a la electrónica acompañaban a la carismática voz de esta artista que, en ocasiones, se transformaba en un instrumento más. Cantos africanos, sonido ambiente de la naturaleza, pop y una cierta similitud con la voz de la cantante is-landesa Björk se mezclaron en esta coctelera lusa para crear un sonido en el que todas las músicas del mundo tenían cabida y, encima de todo, ¡vaya si sonaba bien!La voz de Maria João es agresiva, fuerte y trans-gresora y, sin embargo, en pocas ocasiones la mues-tra, pues ella prefiere cantar suave, de forma pausa-da, siguiendo la cadencia de los instrumentos. La música es el plato fuerte de su espectáculo y, a mi parecer, son sus movimientos los que te hipnoti-zan y embelesan. La falda apenas dejaba mover sus piernas, pero su cuerpo giraba, sus brazos subían y bajaban y un gran lazo anudado en su trasero daba buena cuenta de los movimientos de sus ca-deras. Daban ganas de subirse al escenario, cerrar los ojos y dejarse llevar por esa danza, casi ances-tral, que inundaba el teatro.Al final del concierto, y en un perfecto español, nos trasladó su alegría por estar compartiendo su mú-sica con nosotros. “No sé por qué no venimos más

[Texto: Elisabeth Torres Foto: Javier Martínez]

a España. Vamos a Alemania, a Japón y a Brasil, pero no a visitar a nuestro vecinos”. “Somos casi hermanos y deberíamos estar más unidos”. Y el público, emocionado por estas palabras, se alzó en aplausos y vítores para rendir cuenta de la razón que lleva y mostrarle que, aunque poquitos, hay quienes la admiran en la otra parte de la Península.

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El día en que me enamoré de un saxofonista.

Cuando este chaval ataviado con la camisa por fuera del pantalón vaquero subió al escenario, nadie que no lo conociera -como era mi caso- hubiese pensa-do que estaba ante uno de los grandes del jazz espa-ñol. Ernesto Aurignac salió acompañado por el resto de integrantes del Aurignac Quartet -José Carra al piano, Dee Jay Foster al contrabajo y Santi Colomer a la batería- y desde el primer momento dejó claro que venía a robarnos el corazón a todos los asistentes que anoche atestábamos el Teatro Cervantes.Serio, concentrado, nervioso y tímido. Así se presentó el saxofonista ante un Cervantes que quería escuchar jazz del bueno, de ese que te transporta a los años veinte, que te hace dejarte llevar por la melodía y con-tener la respiración tras acabar cada tema. El Aurig-nac Quartet se iba metiendo en el bolsillo a cada es-pectador según avanzaba el concierto, obligándonos a romper en aplausos por cada interpretación que reali-zaba. No fueron pocas las veces que Ernesto Aurignac se dirigió al público, visiblemente nervioso, para agra-decer la asistencia y el haber sido elegido para abrir el XXV Festival de Jazz Internacional de Málaga. Nos habló de cómo, cuando era niño y asistía al festival con su padre, soñaba con que algún día él estaría so-bre el escenario. Y anoche fue ese día. Según dijo él mismo: “estaba viendo su sueño hecho realidad”. Ante esta declaración de un joven que hablaba bajito, casi sin mirar al público, la grada no pudo sino romper en emocionados aplausos.A todos nos conmovía la sinceridad con la que ha-blaba, nos despertaba simpatía ver tanta humildad en un músico tan grande. Aurignac es la esencia de Má-laga; es un aire nuevo para el jazz, sangre nueva para un cuerpo antiguo. Es el producto de la dedicación, de los años empleados en hacer del saxo parte de su persona. Él mismo es jazz. Y tan agradecido estaba él de actuar en el Teatro Cervantes como los asisten-tes de tener el privilegio de oírle interpretar, uno tras otro, grandes clásicos del jazz, además de sus propios temas.El malagueño no olvidó que estaba en su tierra ni que en el anfiteatro se encontraba más de uno de sus fa-miliares y amigos. Por ello, a mitad del concierto de-dicó un tango convertido en bolero a su madre y a su abuela. Y en el ocaso del concierto pidió a cuatro ex profesores suyos subir al escenario para interpretar

un tema junto a él; unos profesores que, sin duda, sin-tieron el orgullo de ver cómo Aurignac se había hecho un nombre dentro del panorama nacional e interna-cional y cómo, gratamente, el alumno había superado a sus maestros.Las palabras de agradecimiento se sucedían a cada momento, aunque ahora, tras haber visto de qué pasta está hecho este joven, no sé si él debería agra-decernos a nosotros la asistencia o nosotros a él habernos hecho partícipes de la magia que emite su saxofón. Lo que está claro es que el Aurignac Quar-tet pisa fuerte y que no había nadie más adecuado para abrir el festival.

[Texto: Lily Sánchez Foto: Manu Rocha]

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AIRBAG

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comenzar el recital de los riffs y “bump bass” más frenéticos. El repaso a su discografia se antojó cor-to, dejándonos con ganas de verlos como cabeza de cartel. Eso sí, hubo tiempo para una sorpresiva -o no tanto- colaboración de Adolfo a la voz de: “¡como si estuviéramos en el Badulake!”Pepe, Jose Andrés y Adolfo esperaban ansiosos el momento desde el backstage en el que recorrer la pasarela hacía el escenario. Unos ejercicios de relax – mientras el público hacía lo propio con cancio-nes de Barry White – y voilá, cuando se quisieron dar cuenta estaban tocando delante de un entrega-do publico y de un cocodrilo muy playero. Trailer, el single del nuevo álbum, despegaba los pies del suelo y el clásico Burguer Aquarium los dejaba en el aire, provocando una extraña sensación de flotabilidad.Con Manual de Montaña Rusa como hilo conduc-tor, temas como Nueva York o El veintidós se moja-ban con Spoiler o Estrella de la muerte. El ritmo se apoderaba de la sala y las canciones se sucedían como olas repletas de energía. Con La cueva en-

cararon la recta final, porque, como decía Adolfo “es sabado, también hay que salir”. Cómics y posters, el que fuera tema principal de Alto Disco, cerraba la lista inicial y daba paso a unos bises pedidos por los más fieles al grupo.Y Airbag volvió, entre otras cosas, para homena-jear a No picky en lo que fue la antesala de uno de los grandes momentos del concierto. Marta re-gresó a Málaga y sigue sin ser punk. La canción, que ya no es habitual en los “track list” de los de Estepona, provocaba una locura transitoria en el publico, poseído por el espíritu de un clásico del pasado. Tus rechazos golpean dos veces y Terri-torio Dagger nos llevarían a la cresta de la ola, que surfearíamos con uno de los himnos de la banda: Ahí viene la decepción. Pero os aseguramos que con ellos la decepción no se asomó por el escenario; el de anoche fue un gran concierto de una de las grandes bandas de nuestra tierra. ¡Noviembre aún es verano!

Es un sábado frío de Noviembre como otro cual-quiera. Resaca del tan sonado 11/11/11 Moderní-cola. Pero estamos en la Sala Vivero, junto a Air-bag y No picky, y con ellos los sábados nunca son normales. Menos aún, fríos. Airbag presentaba en su tierra Manual de Montaña Rusa y aunque Adol-fo nos advirtiera en la entrevista de esta semana que “Andalucía siempre es más difícil”, Málaga se lo puso fácil, rendida a los pies del punk/rock más costasoleño.Pasaban ya las 22:30 cuando los “padrinos” de los de Estepona hacían aparición. No picky provocaba los primeros gritos desde el público que deseaba entrar en calor. Carolina fue el tema elegido para

¡Cómo si estuviéramos en el

badulake![Texto: José A. González Foto: José A. González]

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Una pareja se levanta y se pone a bailar sembran-do el germen de aquel flashmob improvisado en el que se convirtió la noche.Durante el comienzo de la siguiente canción hay quienes silban; todo el mundo parece querer ser protagonista del concierto y se mueve siguiendo el ritmo de unas canciones que suenan inesperada-mente potentes en directo. ¿Es esto un concierto de rock? No, es folk, algo bizarramente tropical, es -nunca lo hubiera dicho- imposible no bailar.Miro a la banda y la veo sonriente y asombrada como yo. Pero cuando el gráfico de la noche se sale del papel es cuando Bigott entona Cannibal. Y, ex-trañamente, caigo en la cuenta de que este señor de insólita barba no ha mencionado ni una sola palabra desde que comenzó la actuación. A lo mejor es que no sabe hablar, esas cosas pasan, pero ¿acaso no hace eso que parezca más sospechosa to-davía la locura general en la que también yo estoy inmersa?La noche llega a su fin (no antes de que un espon-táneo haya subido al escenario ejecutando movi-

mientos ninjas). Estamos de algún modo aturdi-dos, confusos, todavía intensos y entusiasmados. Nos mezclamos para corroborar que ha sido cier-to, y sí, parece que así ha sido, que el jueves se ha vuelto tan bizarro como las letras de Bigott. Tan extraordinaria, tan capaz de cualquier cosa.

Nadie me había preparado para aquello. Yo leo “Bigott”, leo “The Wall Bar” y pienso en vino y queso, en esas lucecitas como de navidad que le ponen a todo, en concierto mínimo, ya saben: in-timidad, tranquilidad, sofás, cara de interesante. Así que ¿me puede explicar alguien dónde c**o se quedó ayer todo eso? Aquello fue tribal, fue apo-teósico, catártico, primario. Fue cerveza salpicán-dome en las piernas y brazos agitándose en mi espalda, fue saltos y vasos rotos, efervescencia, ebullición, climax.Estábamos sentaditos en el suelo cuando Bigott se puso a tocar Prince Naseem Hamed. Hasta ahí, normal. Comienza entonces Vaporcito. La gente se va animando y lo demuestra imitando el ruido de un tren de vapor. Bigott llena el aire con su voz grave acompañado de un coro de ángeles-Abba, una mandolina, un órgano y una guitarra.Suena entonces Chirilo-lai-lo y el zaragozano grita “yiihaa!”, se pone a mover brazos y piernas y ejecu-ta una suerte de ¿danza de la lluvia? con la misma libertad con la que se movería un niño de tres años.

Bigott o noche de inesperada histeria melómana y colectiva.

[Texto: Marta Sader Foto: Hugo Espresati]

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HAMLET

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El público, como salido de la nada, pareció mul-tiplicarse con la llegada del plato fuerte, lo que realmente nos había llevado hasta la París 15. Los madrileños Hamlet, reyes del metal nacional, pa-saron por Málaga como parte de su gira de presen-tación de Amnesia. Con el primer tema, La fuerza del momento, dejaron claro que, desde el minuto uno, iban a poner toda la carne en el asador.Si el sonido del nuevo disco es brutal y de una calidad inconmensurable, el directo no se que-da atrás. Impresiona escuchar Limítate o Vivo en él con la contundencia actual, aunque el protagonista de la primera mitad del concierto fue Amnesia con temas coreados como Entre la niebla. Están en ple-na forma, no hay más que ver a un J. Molly mejor que nunca. Al igual que Sansón, parece haber re-cuperado la fuerza junto con su melena.En el segundo acto nos embarcamos en un viaje en el tiempo donde ninguno de sus diez discos quedó sin representación. Denuncio a Dios dejó la sala en completo silencio para estallar tras un crescendo que desató la locura de muchos. Rescatada direc-

tamente de El infierno llegó una de las grandes olvidadas, Mi nombre es yo;  con la que Molly no paró de correr de un lado a otro a pesar de llevar una hora sobre el escenario y de estar empapado en sudor.Con el público cantando al unísono Tu medicina o J.F. el ambiente se terminó de caldear y, como nunca es tarde si la dicha es buena, los pateos comenzaron a aparecer y no nos dejaron hasta el final. El carrusel de clásicos terminó con Habitación 106, Egoísmo -”una pieza de coleccio-nismo”, según Molly-, y finalmente la tremenda Irracional.Casi dos horas de concierto y el respetable aún seguía con ganas de más: se reclamaron los  bi-ses y estos llegaron. Volvieron al escenario con la conmovedora Imaginé, continuaron con Vivir es una ilusión y terminaron como empezaron, con un buque insignia del Amnesia como es Un mundo en pausa. La París 15 se convirtió en la única espec-tadora inmutable de toda una fiesta del metal con Hamlet como maestros de ceremonia.

Ataviados con una vestimenta tan asiática como la portada de su Geisha Nice es como los cinco componentes de Vostok 108 subieron al escena-rio mientras un disperso público observaba expec-tante. Abrieron la lata con los mismos temas que dan comienzo a su álbum, Rompiendo moldes y el single Nada más. Una emotiva Sin ti marcaba el ecuador del es-pectáculo de una banda que, debido a su estilo mezcla de pop rock y metal melódico, quizás no terminaran de encajar como teloneros de unos Hamlet más bestiales que nunca. Biok, una vuelta a las raíces de Vostok 108 con su letra en euskera, supuso el final del espectáculo.

Una amnesia que no acaba con la

memoria.[Texto: José C. Valderrama Foto: Marco Takashi]

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Dos maletas a media luzy un tango argentino.

[Texto: Marco Antonio Jiménez Foto: Marco Antonio Jiménez]

Suena un tango y sobre un escenario yermo, dos maletas bajo la luz de focos reciben a los espectadores, que van tomando asiento. Se apagan las luces. A la vuelta de la misma, vemos a dos perfectos extraños que se encuentran en algún lugar del mundo. No importa el sitio. Ambos, son portadores, cada uno, de aquellas viejas maletas llenas de sueños rotos. Lo poco -o mucho- que queda en ellas es lo que hace que ambos sigan adelante.Estos emigrantes (Óscar y Bruna) de la fabulada Nuestra Señora de las Nubes retratan, a través de dos prismas diferentes, la visión de una misma reali-dad: la del desarraigo. Ella lo percibe con cierto idealismo; él, con una cru-deza analítica. El azar y el sentimiento de no pertenecer a ningún lugar se constituye, a la postre, como el único nexo de unión entre un hombre y una mujer con un mismo origen. Los dos se han visto impelidos a dejar su tie-rra natal. Él, por falta de dinero; ella, por cuestiones políticas. Su encuentro servirá de excusa para que ambos departan sobre el miedo que les produce la

soledad y el desamor.La compañía De A Deux Teatro despliega toda su amalgama emocional arro-pados por el calor de sus focos; sobre un gélido escenario teñido de azul. Lu-ces frías, emociones cálidas. La obra reivindica el derecho al recuerdo, a no olvidar. Un derecho que apenas pende de un hilo y que los une a su maleta de los sueños. La obra se puede catalogar, en palabras de la actriz principal de la obra, Nuria Atencio, “dentro del movimiento del realismo mágico”. Atencio opina que la disyuntiva olvido/memoria se constituye como un binomio que no se puede resolver, ya que el olvido es la muerte (el pertenecer a un no lugar).Los actores saben, de primera mano, lo que es el emprender un viaje de ida en el que apenas se atisba, en un horizonte muy lejano, una hipotética vuelta a los orígenes. Un periplo sin final aparente en el cual se encuentran atrapadas miles de personas hoy día.

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Distintos seres humanos iguales.

[Texto: Edu Centeno Foto: Diego Armando Alías]

Nos encontramos en un parque con tres bancos y con el suelo lleno de hojas caídas de árboles. Podría ser cualquier parque de cualquier ciudad, el más cercano a tu casa o el más lejano. Pero es justo este parque, y este parque tiene a sus propios tran-seúntes. Ladrones, mujeres con trastorno obsesivo-compulsivo, ejecutivos cocainó-manos, mendigos, señoras que han sido engañadas por sus maridos y un sinfín de transeúntes más. Y absolutamente todos son una parte de lo que tú eres como persona a través de sus sensaciones.La Compañía Troiséme Generation busca en nuestro rutinario día a día lo más hondo que albergamos. Indaga en emociones como la tristeza, la desesperación o la euforia; en los instintos naturales como la violencia, la convivencia o la super-vivencia; en su relación con el modo de administrar su tiempo, si viviendo deprisa o deteniéndose en los instantes. Todo para mostrarnos que no estamos tan solos como pensamos, que todos sentimos lo mismo, aunque redundantemente pueda ser soledad.

No hay ningún momento que sea especialmente remarcable, que haga dar un vuel-co a la historia, no pasa nada fuera de lo común. Cada escena es cotidiana y reco-nocible en la vida de cada uno, situaciones por las que pasamos o podríamos pasar perfectamente. El quid de la cuestión está en descubrirnos reaccionando ante ellas, ya no incluso como si nosotros pudiéramos ser uno de los personajes, sino como si el escenario entero fuese un gran espejo en el que ves tu propio reflejo.Pocas palabras y mucha gestualidad dan para provocar mil efectos. Momentos hi-larantes producto de muecas imposibles o del surrealismo más puro, momentos tiernos a través del tacto (inmejorable el momento romántico-sexual insinuado sólo con manos y piernas), momentos de angustia expresados a través de efusivas carreras… Todo de la mano de un elenco con grandes aptitudes físicas y, sobre todo, de talento para la teatralidad. Con una obra así es fácil darse cuenta que el momen-to en el que no sabíamos nada el uno del otro es ese que pasó justo antes de verla, porque tras ella sales con la sensación de conocerte mejor a ti mismo,.

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[Ilustración: Xero Fernández]

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niña que está a punto de nacer y a la que Carlos le dedica el concierto. Mientras tanto, aunque ella no lo sepa, su orgulloso papá está sentado al frente de la batería haciéndonos vibrar.“¿Vamos a pasarlo bien?”, nos pregunta Carlos, que coge la pandereta y canta con pasión, con desga-rro, con el rock bailando sobre sus cuerdas vocales. No para de moverse sobre el escenario, de acercarse al público y señalarlo para que canten, de aproxi-marnos el micro para que nuestras voces se ha-gan solo una, para cantemos Me voy a dejar llevar o Perdido en la ciudad. Yo no sé si afuera Las calles están ardiendo, pero aquí la música abrasa, pero es un quemazón que no duele, sino que salva. Te res-cata escuchar cómo todos cantan convencidos eso de “sé que esta vez va a salir bien, basta de blues…”.Cuando llegan las más lentas, el público se balan-cea, pero la complicidad nunca se pierde. Y si de complicidad se trata, se demuestra con el éxtasis en Llamando a la Tierra y decimos con convencimien-to “esperando contestación, soy un cowboy del es-pacia azul eléctrico, a dos mil millones de años luz

de mi casa estoy”. Aunque mientras encontremos nuestro hogar y completemos la misión, nos bas-ta con esta noche.Hasta luego rock and roll parece traer el final, pero el público pide más, y entonces viene la conocida Maggie, y parece que Lucía empieza a ver el mundo y que para ella son ese millón de luces que nos trae Carrusel. Pero sin lugar a dudas todos esperábamos ese “miedo de volver a los infiernos, miedo a que me tengas miedo, a tenerte que olvidar. Miedo de quererte sin quererlo, de encontrarte de repente, de no verte nunca más”. Cuando suena Miedo sólo podemos cerrar los ojos e intentar cantar, porque hay quien traga saliva o se muerde los labios.Entonces se van, pero para volver, con Pasos de equi-librista -lanzamiento de sujetador incluido-, Caro-lina y una última petición: Quédate a dormir. Ha sido una noche especial porque Málaga era el prin-cipio del final de gira. Y hablando de finales, llegó ese que cuando se apagan las luces no queremos aceptar. Pero, Para no ver el final, nos conformare-mos con una próxima vez.

Él aparece el último en el escenario. Los primeros en salir son los chicos de la sección de metales, se-guidos por el batería, bajo y guitarras. Y de repente ahí está Carlos, de negro, recibiendo la ovación de un público que parece que ya intuye todo lo que se va a gestar dentro de la Sala París15.Las luces se van haciendo más tenues y el escenario empieza a mancharse con el brillo de los focos y con la oscuridad de Calle sin luz. Carlos se quita la chaqueta y empezamos a despegar los pies del suelo, a alzar los brazos, a arrancarnos con Para no ver el final. Pero, ¿quién piensa en finales justo entonces? Pensamos en principios, en noches por estrenar, en nuevas vidas, como la de Lucía, esa

Noche M: La explosiva magia de M-Clan en Málaga.

[Texto: Kris León Foto: Javier Martínez]

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Un universo de emociones contenido en dieciséis cuerdas.

[Texto: Antonio Yuste Foto: Manu Rocha]

Las luces se apagan en el Echegaray sumiendo en la oscuridad a un patio de butacas casi lleno. El telón no se cierra. Se escuchan pasos. Un golpe de iluminación hace aparecer de la nada al Cuarteto Granada. Después de una introducción instrumental entra el cantante. La voz de un locutor de radio nos habla desde una frecuencia ficticia. El narrador esboza lo que será el hilo argumental de todo el concierto: un recorrido musical por la dimensión afec-tiva del hombre. Este enfoque temático permite a los menos entendidos, como servidor, disfrutar del sentido del espectáculo. Durante una hora y media, los instrumentistas y el acompañamiento vocal presentan su particular interpretación de The Juliet Letters. Un ciclo de can-ciones compuesto por Elvis Costello y el Brodsky Quartet e inspirado en las supuestas cartas del personaje de Shakespeare. Cada pieza analiza un aspecto del sentir humano y va construyendo un paisaje emocional complejo. La representación alcanza puntos de una tensión dramá-

tica destacable. Por ejemplo, el tema Why explica como la duda corrosiva del protagonista acaba ahogándolo en el absurdo de su propia existencia. Como el idioma de las letras puede resultar un obstáculo para los asistentes, la voz en off realiza intervenciones regulares. Aun así, los cuatro instrumentos están cargados de una expresividad comprensible para el hablante de cualquier lengua. Los violines, la viola y el cello dibujan con sus notas lo que no se puede decir con palabras. Dear sweet filthy World presenta una dura y contradictoria carta de suicidio. La actuación parece cerrarse con el aplauso del respetable. Pero este se prolonga tanto que el cuarteto decide interpretar una repetición.En definitiva, un concierto bastante más ameno de lo que uno se espera si le invitan a escuchar música de cámara. Daría como consejo algo parecido a lo que el narrador ha advertido al principio. Para una experiencia estética com-pleta hay que romper con la distancia entre la butaca y el escenario.

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A la orden y espera, encerrados en un sótano.

La escrupulosa puntualidad de la gente de teatro es ligeramente adulterada por unos cuantos rezagados que entran cuando la sala está haciéndose oscura. Con apuro y con pesar me encuentro entre ellos (los imprevistos lo son siempre). En la Sala Espaciu no hay sitio. Las sillas son ahora siluetas de hombros y cabezas que se superponen como en un mapa de sombras. Hay gente adosada en las columnas, de pie sobre las sillas, de rodillas en el suelo. Parece que quisiéramos invadir la escena. El Montaplatos de Apo Teatro está dispuesto.Se hace la luz y vemos: dos tipos, dos camas, dos puer-tas, dos mochilas, un periódico, un ventanuco cerrado. Estamos en un sótano. Las paredes son de un gris que sería el color de la nada si ésta tuviera uno. No hay ventanas exteriores. Las sábanas y las camisas de los personajes son de un blanco aún por romper, los zó-calos negros, la luz, más cálida de lo que uno espera de un sitio así. Respiramos una atmósfera austera y pulcra, lúgubre pero extrañamente confortable. Las sombras de cabezas se mueven de una lado a otro buscando los huecos, se estiran, algunos sedentes de las últimas filas se levantan: como el escenario no está elevado, hay mejor perspectiva.Los tipos son Ben (Salvador Flores) y Gus ( José Luis Guerrero). El primero es delgado, silencioso, repeinado con gomina y su ropa y su bigote están perfectamente dispuestos. El segundo es más ancho y menos alto, se mueve, habla, habla mucho, sobre todo pregunta, está rapado, su camisa, abierta. Se conocen. En pocos minutos sus actitudes revelan que trabajan juntos. Ben es el jefe, por lo menos en esta intimi-dad forzadamente absurda, de encierro premeditado y perturbadora espera. La cisterna no funciona, no hay gas y Gus no puede tomarse su taza de té. Las conversaciones sobre vajillas o noticias del periódi-co subrayan lo insustancial de sus vidas, que penden de esa orden de arriba que está por llegar. Parece que hay que matar a alguien. Comienza a hacer calor en la sala. Abrigos que descansan en el suelo, pañuelos que cuelgan de los respaldos. David Pinazo, el director, es el que más calor está pasando. Con el texto en una mano y el ratón en la otra, sigue la obra, mete los so-nidos, va diciendo el texto para sí y resopla: parece que esa pausa le ha parecido demasiado larga.Llega un sobre con cerillas, que irónicamente servi-

[Texto: Rocío Cebrero]

rían para encender la tetera si hubiera gas. De pronto este elemento es otra excusa para hablar sin hablar de nada, para el sinsentido. En momentos como éste la situaciones dan pie a un humor socarrón, encontra-do con mucha precisión entre las líneas del texto de Pinter. Las risas no son ni colectivas ni predecibles ni exageradas, pero salpican regularmente la repre-sentación, como algún teléfono móvil (siempre in-oportunos en las salas teatrales). De pronto, un ruido metálico descendiente anuncia la puesta en marcha del montaplatos. Trae comandas de cocina. Y traerá más. Ben acata pero no mueve un dedo, Gus cues-tiona pero lo hace todo. En el fondo, ninguno hace nada más que obedecer la absurdidad, al fin y al cabo, no están ahí para otra cosa. La comunicación entre sí es tan enlatada como lo es entre ellos y los de arriba, que no dejan de pedir cosas que Ben y Gus no pue-den cumplir pero a las que no terminan de negarse. Porque siguen esperando. He ahí su propia trampa.El oscuro es uno de estos que no quieres que se pro-duzcan porque te dejan en el fijo de la navaja. Un final abierto y una sensación agridulce en el fondo de los

ojos. ¿Todo para qué? ¿Nada para qué? Y con este regusto, los actores saludaron sudorosos y la salida se llenó rápido de colillas.

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“Dibujar manga es un año de curro por 3.000 euros”

[Texto: Claudia Morales Foto: Javier Martínez]

A pesar de contar con un público reducido, Belén Ortega e Irene Díaz (esta última, en representación de Xian Nu Studio) nos reciben con una sonrisa y nos dan las gracias por asistir a la presentación de sus libros en la FNAC. Irene comienza narrar a grandes rasgos la historia de Bakemono Luna Roja preludio: humanos conviviendo con criaturas invisibles y una protagonista, Mayu, que será entrenada para convertirse en cazadora de estas criaturas.El primer libro de la saga, junto con Himawari, ha sido publicado por la Editorial Glenat dentro de la pionera colección Gainji, creada para dar a conocer autores españoles de manga. Sin embargo Belén nos habla del sabor menos dulce de su pasión: “Un año de curro por menos de 3.000 euros”. Son artistas que no cuentan con un equipo de asistentes para las partes más laboriosas del proceso, pero consiguen resultados de alta calidad.El chico de mi lado tiene una pregunta para las artistas: “¿qué pensáis de que se aprecie el trabajo de dibujantes españoles de cómic y no de manga?”

puntualiza que “no son productos nacionales, trabajan para editoriales extranjeras”. Siguiendo la tónica, Belén continúa la reflexión: “podemos escribir al estilo japonés y conseguir que sea un producto nacional”.Belén continúa hablando de su experiencia en Japón y de la influencia que supuso para Himawari, pues se empapó de la cultura y documentarse para la temática de su obra: el Japón feudal de los samuráis. Esta joven granadina de 25 años ha sido la primera autora española de manga en escribir una historia con esta ambientación.Como broche final, Belén señala que La espada del Inmortal de Hiroaki Samura ha sido su mayor influencia en la estética de su obra, pero matiza que “la influencia no es algo negativo, porque es como no querer parecerte a tu madre y a tu padre. No es hacer una copia, es coger, hacer una mezcla y sacar tu propio producto”. Con estas palabras y, tras la firma de ejemplares, nos despedimos de las artistas, a la espera de sus siguientes trabajos.

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Modernícolas!: Qué lugar ocupa en un momento de crisis como el actual, el arte?

Emmanuel Lafont : Con respecto a mí es lo de siempre: crisis = ingenio. No hay mejor época para crear que una crítica. Con respecto a los que pagan, pues dado que el arte -como objeto- es un artículo de lujo, las ventas bajan muchísimo, y si te aprueban un presupuesto es afinando cada céntimo. Con respecto al espectador, creo que están más abiertos a consumir arte de una for-ma más fresca, saliendo del circuito establecido, y eso se agradece. Siento que el mundo entero está harto, tiene ganas de hablar, quejarse, chillar, romper… y el arte está siendo una vía para poder hacerlo. De hecho, los modos en los que éste llegaba al público han quedado obsoletos: las galerías y los museos ya nos son los monopolizadores de la industria, y, en ese sentido, Málaga está en una fase de revolución. De nosotros depende que quede en sólo un amago o que realmente hagamos que esta ciudad termine de parir su industria cultural.

M! : Háblame del proceso creativo ¿Cómo planteas la composición? ¿Cómo surge?

E.L. : Tarde, noche, en la ducha, en el váter, desparramado en el sofá o leyendo un libro. De repente, viene una imagen, que puede estar justificada por algo en lo que esté trabajando, o no. Y si es no, luego viene la explicación. Son como collages mentales que luego boceto con el ordenador o con un bolígrafo, para terminar retintando durante horas. ¡Llevo muchísimas series al mismo tiem-po! Pero cuando empiezo un dibujo procuro terminarlo para empezar otro.

M! : ¿Qué proyectos estás desarrollando?

E.L. : A nivel individual, estoy trabajando en un proyecto editorial, La otra mitad, moviendo posibles exposiciones en Madrid y Barcelona y trabajando en nuevas ilustraciones. Por otro lado, colaboro en un proyecto comercial de Kipfer&Lovers para sacar una línea de productos más bien prácticos, pero con diseños originales. También con el sello Oigovisiones, en un proyecto audiovi-sual, y haciendo unas ilustraciones para un libro que la ONG Lights Of Hope llevará a India, además de cerrando un proyecto de interiorismo en Almería.

M! : ¿Y qué hay de Villa Patata Factory?

E.L. : Estamos en pleno proceso de preparación de la segunda temporada de Villa Patata Factory, que es nuestro piso, y donde hace unos meses termi-namos con las funciones de Estoy buscando algo que no sé lo que es (Bajotierra Teatro). La idea nació en un almuerzo con Okña y la gente de Bajotierra, estábamos cansados de quejarnos de que en Málaga no ocurrían cosas, o no las que nosotros queríamos ver, por lo que decidimos desarrollar, autogestio-nar y promocionar nuestros propios proyectos usando las herramientas que teníamos: ideas y nuestro piso. Empezó como un juego, pero con objetivos muy claros. Tanto que pronto comenzaremos a trabajar con los chicos de La Caldera para una nueva obra, además de otras novedades.

El universoEmmanuel Lafont.

Emmanuel Lafont desdeña las formas herméticas y afectadas que muchas ve-ces impregna de snobismo a ciertos artistas, escapa de los rótulos y los con-vencionalismos. Con un estilo que irradia virtuosismo e imaginación y a través de obras apolíneas cargadas de su cosmos emocional, Lafont nos envuelve, o nos pincha, o nos muerde, con su sugerente y sarcástica manera de mirar. Em-pecinado con romper la deriva en la que se encuentran gran mayoría de los creadores de nuestra ciudad, se ha transformado en un impulsor de la cultura malagueña. Hoy ha hablado con Modernícolas sobre su forma de crear y los proyectos que está desarrollando:

[Texto: Ana March]

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Foto: Ote MedinaMaquillaje: Adrita y Pili‘Proyekto LSH’

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“La vida esmaravillosa”

Son las 21.00 horas y La Casa Invisible está a re-bosar de gente. En la entrada, en los pasillos, en el patio, en el bar. Lleno. Incluye niños y anima-les. Desde luego, mucho más de lo que yo hubiera pensado se mueve en Málaga ávido por descubrir una obra inédita de Teatro de los Orígenes, diri-gida por Miguel Palacios. Esta noche presentan PH12, Ritual de lo visible y lo invisible.Nos invitan a reunirnos todos en el bar y, cuando ya no cabe ni el perro que ha perdido a su dueño, un olor a incienso, una campanilla y un silencio acogen a la maestra de ceremonias que nos cuen-ta que los líderes mundiales están reunidos ahora, que nosotros tenemos que elegir a qué habitacio-nes entrar de las cuatro preparadas en el primer piso y que ésta es la noche de la Independencia. Toda la marabunta subimos a la primera planta de esta casa del lujo finisecular que ha recobrado vida gracias a los creadores de su ciudad. Nos vamos distribuyendo por las diferentes habitaciones. En la primera a la que entro, una gran chimenea de mármol blanco con repisa de aguantar candelabros cuando no existía la luz da apoyo ahora a frases escritas en la pared: “Lucha contra tus fronteras”. Nos sentamos, cierran la puerta, suena la campana.En cada habitación una ceremonia remueve los temores más cotidianos. Cajas que contienen mu-ñecos antiguos o una chica rubia que habla como en las películas de Tarkovsky, polvo, golpes. El in-tento de asesinato a la chica se entremezcla con una copla de Sevilla en la habitación contigua. El dominio más siniestro para anular a la otra per-sona nos hace reír en otra habitación bajo la es-pléndida actuación de dos actrices. El sargento y el deber se confrontan a las leyes fundamentales del amor en un cuerpo y una voz que retumban en toda la casa. En los cambios de habitación, una sala central nos reúne a todos -demasiados-. Allí, dos políticos prometen en plena campaña cielos más azules, preservativos reversibles y puntos de conexión gratuita a Facebook hasta en la mon-taña más recóndita de la ciudad. Luego, cuerpos semidesnudos y un relato irán desovillando una historia de amor.Algunos se agobian en las habitaciones, los monó-logos traslucen tormentos y una chica del público

[Texto: Laura Luna Rivas Foto: Diego A. Alías]

ofrece su mano a una desconocida que lloraba en primera fila. Después de los tres espectáculos que cada uno haya elegido, bajamos a la sala de con-ciertos. A todos nos ha faltado una habitación por entrar, es la Noche de la Independencia. Allí, Mi-guel Palacios lee un texto lleno de violencia mien-tras tres mujeres terminan el rito danzando. Una de las actrices se me acerca, me coge la mano, me sonríe, me mira muy fija. Yo no sé si me va a asesi-nar o sólo ha descubierto que aún estaba escon-dida y me dice al oído: “La vida es maravillosa”.Todo el equipo sube al escenario y el público aplaude en la oscuridad que se ilumina con flashes furtivos. Salimos rápido a la calle. Aire.

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¡Cuidado! La Troupe de los poetas contagia poesía.

[Texto: Javier Martínez Foto: Javier Martínez]

“Me he sentido diminuto en el escenario”. Es lo que relataba ayer Gabriel Guerra, un recién licenciado en Derecho que, por su afición a la poesía, ha creado La troupe de los poetas. Este guiño a la cultura francesa viene del origen de esta idea: Gabriel Guerra visitó este verano París y quedó enamorado del café Club des Poetes, lugar de reunión para, tal y como ha trasladado a Málaga, recitar poesía con los amigos. La idea del café parisino fue de Jean Pierre Rosnay y tiene como lema “volver a la poesía contagiosa e inevitable”.Pero basta de historia. El tema a tratar es la ilusión con la que Gabriel Guerra, Nicolás Llamas, Verónica Tejada, Silvia Guerrero y Cristina León recitaron en la Tetería Bosque de Hadas varios poemas. Silvia forma parte de una asociación que recita poesía en distintos puntos de Andalucía. Nico, Gabi y Verónica son recién licenciados. Pero es su afición por los versos lo que les ha llevado a lanzar este proyecto.Los nervios se apoderaban de algunos de los componentes justo antes de

comenzar, pues no sólo se trataba de recitar poesía en un lugar abarrotado, sino que tenía una dificultad añadida: se realizaba de memoria. Algunos poemas recitados fueron No por amor, no por tristeza de Antonio Gala, Autobiografía de Luis Rosales y Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda.Al acabar cada poema una fuerte ovación acompañaba a los recitadores. Para concluir, Gabriel cerraba esta primera edición con la ilusión de, una vez al mes, acudir a esta tetería para que poco a poco La troupe de los poetas se convierta en una familia que consiga demostrar que hay un movimiento en Málaga aficionado a las letras y, concretamente, a la poesía.

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Hace unos días abrió sus puertas en Málaga un nuevo espacio escénico. Se trata de La Cripta, un coqueto recinto con aforo para un centenar de personas instalado nada menos que en la anti-gua bodega del Instituto Gaona, en pleno centro histórico. De este modo, un símbolo del poderío económico del siglo XVIII y del esplendor de la nobleza de la época pasa a convertirse en templo para conciertos y representaciones teatrales. La primera programación, cerrada hasta fin de año, presenta a algunos de los nombres indispensables de la cultura malagueña, como el grupo de rock Tom Cary, el guitarrista flamenco Antonio Soto y la compañía Caramala. Lo cierto es que La Crip-ta sigue la estela de una nada desdeñable canti-dad de propuestas en torno a nuevas salas de este tipo, o galerías de arte o equipamientos culturales de la más diversa índole, según el más estricto ca-riz independiente, que han surgido en la ciudad guiadas por empeños particulares, de personas con nombres y apellidos que deciden hacer cosas por su cuenta y riesgo porque creen que la cultura es tanto el medio como el fin. Son los mismos con los que no se contó para la candidatura de Málaga a la Capitalidad Cultural de Europa en 2016 (en el caso de que se les pidiera su opinión, ésta desde luego nunca fue tenida en cuenta) y quienes em-peñan su esfuerzo, su trabajo y su dinero en hacer de Málaga una ciudad con una oferta interesante. Pero la evidencia no resiste comparaciones. Bas-ta echar un vistazo a cualquier hemeroteca para comprobar que la noticias más felices del mundo de la cultura han venido propiciadas en el último lustro por estos pequeños proyectos particulares con mucha más frecuencia y determinación que desde los espectros públicos. En este caso se han contado logros como la inauguración del Museo Carmen Thyssen, pero también decepciones abun-

dantes como el fiasco de Art Natura en Tabacalera, el abandono en la papelera de reciclaje del Parque de los Cuentos o la evidencia de que el Auditorio es todavía un sueño cuya materialización no está clara en absoluto. Por el contrario, quienes mueven verdaderamente el asunto cultural son personas anónimas que prestan sus viviendas o comercios para exponer obras de arte con apertura al públi-co, que ponen en marcha pequeñas editoriales o productoras audiovisuales a base de mucha imagi-nación y pocas horas de sueño, que abren salas de conciertos con una legislación siempre contraria a sus intereses, que mantienen espacios teatrales por puro amor al oficio, que exprimen al máximo las posibilidades de internet para poner en marcha revistas, galerías de arte y agendas digitales, que brindan sus conocimientos en producción de es-pectáculos y gestión culturales a los creadores que los necesitan, que organizan recitales, lecturas, cursos, clubes literarios y otras mil propuestas en los huecos más diversos que la ciudad brinda. Son ellos los que diariamente se juegan el pellejo y bus-can la complicidad de patrocinadores, medios de comunicación, administraciones y todos los apoyos posibles. El crecimiento cultural, en este sentido, ha sido espectacular en los últimos años. Lejos de ser el páramo cultural que algunos señalan, Mála-ga es una ciudad viva culturalmente. Pero lo es en su mayor parte, y de manera amplia, del lado de quienes se lo juegan todo a una carta desde el más solitario desamparo. Se trata, hay que advertirlo, de un proceso natural: las ciudades que hoy pasan por ser grandes poten-cias culturales llegaron a serlo por la acumulación de muchos esfuerzos particulares que llegaron a cristalizar en industrias bien visibles, ágiles, efica-ces y resistentes. Pero el camino, en este sentido, y dada la actual coyuntura económica, puede ser

EL EMPEÑOY EL CORAJE.[Texto: Pablo Bujalance]Jefe de cultura en el diario MálagaHoy

.dice matías

largo. Más de lo deseable. Sin embargo, la cues-tión es: ¿Hasta cuándo las instituciones públicas van a mantener el empeño de hacer cultura, o pre-tenderlo, sin atender a esta realidad? En Málaga hay talento. Toca aprovecharlo. No comprarlo, ni alquilarlo, ni convencerlo para que lleve el logo de una administración y no el de la otra, sino aprove-charlo en toda su dimensión para que los objetivos se cumplan en plazos más cortos y razonables. Es imposible y un sinsentido mantener una conceja-lía o una delegación de Cultura sin actuar mano a mano con quien se la juega en las distancias cortas, con quien puede aportar por derecho los argumentos fundamentales. Si la política, en este caso, cumple su función primigenia de ordenar las ciudades y aterriza en la verdadera cultura (¿No es acaso, la cultura independiente la más significati-vamente urbana?), la que se hace en las trincheras, la que anida en las oportunidades espontáneas, ya se habrá ganado mucho. Y no importará tanto es-perar los años que hagan falta para el Auditorio. El desprecio al talento es el peor pecado en el que se puede incurrir hoy día. Y el infierno nunca ha estado tan cerca.

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