Revista Letras Raras, suplemento especial No. 1

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1 RARAS LETRAS Revista - Edición Especial 2015 -

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Revista Letras Raras, suplemento especial No. 1 Revista Letras Raras. Revista literaria. Una publicación de Editorial Sad Face. Suplemento especial No. 1

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    RARAS

    LETRAS

    Revista

    - Ed

    icin

    Esp

    ecial

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    NDICEEditorial . . . . . . . . . . 04

    La muerte del Da de Muertos . . . . . 05

    Quince minutos . . . . . . . . 10

    Calaca coronada . . . . . . . . 14

    Bytes & bites . . . . . . . . . 16

    Calaverita a la revista Letras Raras . . . . 19

    La espera del Conde . . . . . . . 20

    Suspira . . . . . . . . . . 22

    El tnel de la memoria huele a guayabas . . . 24 Pedro . . . . . . . . . . 27

    Ofrenda . . . . . . . . . . 33

    Autores . . . . . . . . . . 36

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    Facebook.com/LetrasRaras@[email protected]

    Sorpresa! Letras Raras

    se complace en

    presentarles este suplemento

    sper secreto que

    preparamos especialmente pa

    ra estas fechas en

    que la muerte, el ms all y

    el misterio se hacen

    presentes. En ese tenor,

    les ofrecemos /

    ofrendamos esta breve mas s

    ignificativa coleccin

    de textos elaborados por a

    lgunos de los ms

    frecuentes y elegantiosos co

    laboradores de esta

    publicacin. Deseamos de t

    odo corazn que la

    disfruten y que el muerto no le

    s jale las patas en la

    noche... El pinche editor

    EDITORIAL

    Direccin editorial, redaccin, mercadotecnia, ventas, diseo y todo eso: Editorial Sad Face. Revista Letras Raras es una marca registrada. Ao 4, nmero 8. Fecha de circulacin: Octubre de 2015. Revista editada y publicada por Editorial Sad Face. Domicilio conocido, cdigo postal 90210. Revista producida en Mxico. Prohibida su reproduccin. Todos los contenidos originales aqu vertidos son propiedad de sus respectivos autores y estn protegidos por INDAUTOR todo poderoso As que no te fusiles nada o Dry Bones ser quien salte sobre ti!

  • La muerte del Da de Muertos

    Cualquier mexicanista que se precie de serlo con seguridad habr de sentir un odio carnicero contra mi persona en cuanto haya ledo el ttulo de este breve artculo; tambin con seguridad, acto seguido, la ms profunda tristeza habr de carcomerle las entraas, mezclada con impotencia y no escaso remordimiento provocados por el hecho innegable de que, psenos cuanto nos haya de pesar, la leyenda que encabeza estas tristes letras tiene razn. El Da de Muertos, una bella tradicin del centro mexicano, poco a poco se extingue como las veladoras que se colocan en los coloridos altares para alumbrar a las nimas de familiares, amigos y uno que otro colado que regresan a compartir algo de la bonanza que el ao ha trado (ni despus de muertos los parientes dejan de ser una panda de gorrones, qu le vamos a hacer?).

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    Vctor Gutirrez

  • Sin embargo, por hermosa y yo creo firmemente que es hermosa que nos resulte esta tradicin, en imitacin a muchas otras que nuestro escptico, anglfilo e informtico siglo ha asesinado, va dando pasos cada vez ms acelerados hacia la desaparicin definitiva o la penosa supervivencia en algn arrabal abandonado de la mano de Dios, que hoy en da nos da, porque todos somos positivistas, reduccionistas y ateos, si no no contamos como humanos para los tiempos que corren, por suplantar con la mano de la consolidacin inalienable de la Modernidad. Y cabra preguntarse el motivo por el cual algo que forma parte del ms rancio rasgo identitario del mexicano est a nada de despearse en el olvido, de la misma manera que ocurri con las serenatas con marichi a la medianoche, el llamar chuscamente limonada a cualquier refresco gasificado o respetar al maestro por el hecho de ser un profesionista dedicado a la educacin del vulgo Nostlgicas y abolidas todas seas de lo que alguna vez fue el carcter de lo mexicano ya le hacen huequito a la reina de las tradiciones de la tierra morena, porque ya se refleja agotada, cansina, ritual de viejos y de aborgenes que poco o nada tienen que ver con el Mxico urbanoide y anglosajonizado en que se pretende vivir.

    Habra que comprender, pues, que el Da de Muertos es ante todo una fecha ritual. Quienes alguna vez pusimos un altar en casa sabemos que la tradicin viene de antiguo, cuando los mexicas celebraban a sus muertos (ojito, slo a los que haban fenecido bien: en batalla, guerreando, ofreciendo agua preciosa a los dioses o, si se era mujer, pariendo; todos los dems se iban a tomar por saco por impresentables, cobardes y peleles) en fechas que, dicen los que saben, empataran con nuestro gregoriano mes de agosto. Como buen ritual, entonces, exiga una preparacin determinada y la inclusin de smbolos especficos que le dieran su carcter distintivo (ya sabemos, por ejemplo, que el crneo humano era especialmente afortunado en estos casos, pero tambin se incluiran figuras de serpiente y jaguar, junto con las flores, de gran aprecio y profunda significacin en el universo nahua). Mxico es contrastante tambin desde antiguo y a la solemnidad de la muerte se una un jbilo difcil de comprender para el Occidente cristiano. Las muertes gloriosas eran motivo de alegra para el pueblo nahua, belicoso y aficionado a la sangre, valeroso y dedicado al desollamiento por conviccin y no poco placer, de suerte que no puede imaginarse del todo cmo seran

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  • estas festividades que, por una parte, tendran su dosis de gravedad pero por otra no dejaran de lado el desmadre caracterstico de esta tierra. Sin embargo nuestros das y an los de nuestros abuelos estn ya muy lejos de los ritos prehispnicos; los altares que hemos conocido no son sino muestra de un sincretismo peregrino que prolifer tras la escabrosa evangelizacin espaola y que encontr en las ideas sobre la inmortalidad del alma tierra propicia para sembrar la simiente del Da de Muertos.

    Quiz el gran problema que enfrenta esta celebracin en nuestros das es la sacralizacin de su ritualidad original. Todos, hasta el ms escptico y fanfarrn, tenemos rituales que seguimos con ms o menos conciencia; saludar con un buenos das o un leve movimiento de cabeza no es sino la manifestacin de un rito laico de comunicacin armnica entre los hilvanes del gran entramado social (entindase, entre los animales que nutrimos este hediondo hormiguero); la sistematizacin metodolgica de nuestras actividades ms cotidianas no es sino esto mismo, luego no es una circunstancia que se asocie al carcter ritualstico, sino precisamente a su numinosidad intrnseca. El rito ha dejado de corresponderse con una significacin relevante para la vida del mexicano contemporneo.

    Es indubitable que para un sector de la poblacin esto no es aplicable, pero pinsese en los habitantes de las urbes del pas, no solamente Mxico, Guadalajara y Monterrey, tambin habra que considerar, por ejemplo, a los de Toluca, Quertaro, Guanajuato, Mrida, Victoria, Mexicali o Culiacn. El crisol cultural de los diferentes estados aunado al desinters y casi obligado desdn por todo aquello que representa la identidad estrictamente central, ha movido a deslindarse cada vez con mayor ahnco de la celebracin de la antigua fiesta. Aunque con fines propagandsticos y de fomento al turismo se ha pretendido universalizar como algo propio de todo el territorio nacional, la verdad es que pocos son los centros donde la fiesta adquiere un cariz sealado y llamativo. Viene a la mente, por supuesto, la pintoresca y espectacular puesta en escena michoacana que tristemente ahora est ms cargada de muerte y sangre que en la poca de esplendor aborigen pero este caso es profundamente artificial y poco o nada tiene que ver con el ritual per se, se ha convertido en un entretenimiento de consumo que, alejado de la numinosidad original y recodificado para suponer un ritual nuevo, no es genuinamente una celebracin de Da de Muertos sino un

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  • montaje, un simulacro que refuerza la concepcin de que estamos ante un rasgo trascendente y universal de una cultura monoltica establecida en este pas.

    En este sentido poco se dice sobre el Xantolo, fiesta mortuoria de la Huasteca hidalguense en que el protagonismo no necesariamente se ha volcado en el colorismo visual sino en la abundancia gastronmica, la musicalidad autctona y el ingenio potico. Peregrina y original manera de vivir el da de los difuntos, la ausencia de espectacularidad y lo retirado de la regin, ubicada en el corazn de la serrana de Hidalgo, no recibe los reflectores que miran atentos a Ptzcuaro, lo que implica que una de las genuinas y pocas muestras vigorosas del Da de Muertos se pierde en el olvido a medida que el mpetu civilizatorio obliga a pensar ms en lo prefabricado, en lo que se ha constituido adrede como algo para presenciarse y no para ejecutarse como parte esencial de la vida, que ya solo puede concebirse en trminos de materialidad, inmediatez y provecho.

    Sobre esta lnea, la numinosidad es un nefasto afn que debe erradicarse, por lo que no importa ya si se pone el altar en casa (pinsese que en la escuela se pondr como mero gesto de deferencia hacia el pasado indgena que se intenta revalorar, superficialmente claro est), porque los aspectos esenciales de la existencia humana ya no estriban en ese orden csmico que incitaba a preparar la mesa para los ancestros y amigos (incluso, piadosamente, se sola poner un poco de sal, agua, una luz y algn bocado para los que ya no tienen familia y, por ende, no tienen mesa donde se les reciba); los muertos ya no son una cercana inspiracin que nos identifica, que nos conforma, sino una referencia desechable que ya no importa. El alma, del mismo modo, ha pasado a formar parte de las pginas encantadas de cuentos infantiles melificados por la diligente mano (tambin civilizatoria) de los Estudios Disney o el ms reciente Dreamworks; ya no es la ms preciada de las partes que constituyen a la persona humana incluso se cree que esto es un pleonasmo y todo lo referente a la numinosidad de antao, si se reviste con cierto encanto de misterio y antigedad, en el mejor de los casos se preserva en la memoria de algn cnico como mitologa, sin saber de cierto la implicacin de semejante trmino.

    Nuestra urbanidad contempornea se ha cansado de cargar con aquellos significados que resulten ms onerosos para la vida despreocupada

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  • y sin el mnimo de responsabilidad csmica, de ah que no pase nada si un ao, dos o tres no recordamos a los difuntos y no les proporcionamos alguna caa o naranja para comer si vienen a visitarnos, tampoco hace falta trazarles el camino con luces y ptalos de cempaschil, ni hacerles coloridas cruces de flores ni exiliar el color negro del altarcito de tres niveles (o siete, si andamos bien inspirados), nada hace falta ya porque nuestras conciencias ya no creen en nuestros muertos, no creen en los antiguos dioses del panten mexica y ya ni siquiera en el bblico Pantocrtor. El paulatino destierro de la esencia numinosa del hombre est dando muerte a las tradiciones pero, ms importante, est matando motivos de vida, rdenes cosmognicos y antropologas que tuvieron la dicha de frisar con lo divino.

    Este 2 de noviembre, hazle un altarcito al Da de Muertos, que se est muriendo, porque pronto esta fecha vendr caminando desde all muy lejos, donde todo lo que aqu en la tierra no es comido all se come, con todas esas nimas hambrientas y nadie les ofrecer ni un pan de sal y agua.

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    FIN

  • Quince minutosEstoy muerto. Estoy tirado en medio de la calle con una bala incrustada en el abdomen, dos me atravesaron los pulmones y una el cerebro. Esa, sorprendentemente, no est tan mal. Pero la del abdomen es bastante molesta, sobre todo porque deja ver las tripas y nunca pens que tantas personas en el mundo fueran a ver mis tripas. De haberlo sabido, habra comido mejor estos ltimos das: ms ensalada, fruta, agua, yogur con granola, semillas a modo de botana, e incluso soya en todas las presentaciones posibles; sin embargo, la verdad es que le entr al gordeo intenso y no dej de ingerir toda clase de alimentos repletos de grasas y carbohidratos, sumado a un par de cervezas, unas cuantas copas de ron, decenas de tazas de caf y varios litros de refresco. Ayer justo me estaba quejando de que me dola el estmago y me tom un Omeprazol acompaado por una lata de Strongbow, algo que seguramente no ayud en nada a que mis entraas fueran ms presentables.

    De cierta manera, gracias a mi muerte, al menos he tenido la oportunidad de narrar el inicio como Pamuk, aunque lo que quiero contar no es nada parecido a Me llamo Rojo. Si estoy muerto es slo por casualidad. Nadie me envidiaba tanto que quisiera asesinarme, ni pertenezco a clase

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    Jos Luis Dvila

  • alguna de gremio en el cual se compita tanto que el homicidio sea la respuesta para obtener ms y mejores clientes. Sin embargo, mi condicin actual permitir que mi editor se enriquezca un poco ms rpido de lo que pudo imaginar. Ya lo vi, haciendo homenajes locales, re-ediciones de mi primer volumen, antologas inditas de cuentos que nunca quise que salieran a la luz por lo mal escritos que estn pero que, ahora, con el peso de mi fallecimiento, sern considerados por todos como revelaciones catrticas de alto estilo literario y una mente brillante.

    Si me pongo a pensarlo, es gracioso que me haya pasado justamente a m. Un da vas por la calle, sin nada que te preocupe, y de pronto escuchas detonaciones a lo lejos y cada vez ms cerca, pero llevas los audfonos puestos y confundes todo; sientes un golpe seco en la espalda, el golpe de una luz que te atraviesa sin problemas para que tu carne le haga al plomo un tnel por el cual pasar. Me ca cuando mi crneo recibi el impacto, y an as me dieron el ltimo en la barriga. Tengo que reconocer que son hbiles en lo suyo estos cabrones, pero as de hbiles con el gatillo, son igual de imbciles para reconocer personas. Cuando se acercaron a ponerme la cartulina donde advertan que solamente as aprenden a respetar las ratas, y mandando saludos al Travieso de parte del Coqueto, escuch que decan entre ellos vale verga, este no era, ya ves, pendejo, te dije que vieras bien la pinshi foto. Esto me deja preocupado, porque ahora s que ya ni siquiera el crimen est bien organizado en el pas, as de mal estamos.

    Como sea, si soy sincero, el que est muerto no es realmente el tema. S, a mucha gente le va a doler enterarse, y seguro que habr problemas para que mi cuerpo sea trasladado y mis familiares lo reciban, hasta ya me vi podra apostar a que primero mi foto saldr en las noticias, y los locutores aseverarn que soy parte de alguno de los carteles ms peligrosos, pero luego rectificarn e incluso puede que tal error, filtrado obviamente por las autoridades, desemboque en un movimiento de indignacin y se reclame justicia ante las puertas de distintos palacios municipales. Eso primero, porque viendo bien las cosas, a quin no le gustara que un grupo de chairos lo tomen como efigie de algo ms grande, de protestas masivas desde el ngel de la Independencia hasta Los Pinos? Ya me gustara a m eso; sera tan de retrasados, sobre todo porque nunca he sentido afinidad por ese tipo de cosas. Al contrario, soy ms bien de los que aprecian el fino

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  • arte de burlarse de sus ideales, y no porque crea que nos va de maravilla en el pas, sino porque una marcha nada resuelve cuando est llena de tantos intereses personales y sujetos sin conviccin verdadera, sujetos que nada ms estn ah para hacer de zombis activistas. La parte buena es que compraran an ms mis libros y, dependiendo de cmo salgan las cosas, en un par de aos tendra el Nobel aunque fuera pstumo.

    Llevo apenas quince minutos de estar muerto; apenas quince malditos minutos de esto. No veo para cundo vendrn a recoger mi cuerpo. Los curiosos son cada vez ms y los nicos policas que han llegado no creo que estn capacitados para atender algo as. Llevo quince minutos y ya hasta de activistas sociales empec a pensar. Estar muerto quiz sea muy divertido, pero hasta ahora no me lo parece. Eso es lo que realmente iba a decir: qu tal si Mankell tiene razn? Qu tal si todo lo que pasa despus de desprenderse de esa cosa llamada cuerpo es que nos quedamos tanto tiempo en la nada que el problema no es dejar de existir como personas, sino empezar a existir como espectros? Aunque quin sabe; ni idea si a esto que ahora soy se le pueda llamar espectro. Yo dira que soy una inmaterialidad trascendente de tiempo y espacio. Una especie de Matthew McConaughey detrs de los libreros pero sin la oportunidad de ser rescatado por astronautas norteamericanos.

    Otra cosa que me preocupa es que no he visto la famosa luz que tanto se nos obliga a contemplar como redentora desde la cultura popular; el tnel que nos guiar a alguno de los destinos que las religiones predican. Ms bien empec a ver en sepia, pero de eso culpo a todo el polvo que hay en el ambiente. O tal vez es que como inmaterialidad todo lo que veo son recuerdos velados por el presente, recuerdos que se encuentran instaurados en la realidad otra a la cual ya no puedo acceder debido a que me ubico en la consciencia interna pero completa y no en el ser que se devela intermitente hacia el mundo de lo concreto. Si tan slo Heidegger estuviera aqu para explicarme todo esto que acabo de decir Porque yo no s qu fue.

    Pero mejor as; quedarme preguntando a la nada por el sentido de mi vida que ir a alguno de los lugares que el imaginario nos destina y encontrarme con todos los parientes muertos que en vida no pude tolerar ni cinco minutos. Por ejemplo, qu tal si voy al cielo y est mi to el que muri

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  • de cncer y siempre quera que todos nos pusiramos a rezar antes de comer, antes de salir de casa, antes de ver el partido, incluso antes y despus de ir al bao. Muchos no se explicaban por qu su enfermedad, pero yo siempre cre que tanta rezadera poda ser tambin un pecado. O al contrario, irme al infierno y ver ah a la tarada de mi prima que se qued dormida y se ahog en su vmito luego de ingerir no s cuantas pastillas en una fiesta luego de golpear a su hija porque no se callaba mientras ella se arreglaba para salir; eso en principio no lo juzgo, al fin, era su vida y todo se pudo arreglar con una llamada al DIF, pero desde entonces le guardo rencor porque mis padres no nos dejaron salir a fiestas por dos aos temerosos de que siguiramos su ejemplo.

    Ya no s ni lo que estoy haciendo. Hablo y hablo pero no s a quin. Me da miedo pensar que esto es realmente todo. Esto que siento es la muerte y se extiende hasta el infinito. Me da miedo, mucho miedo pensar que la muerte sea precisamente un dialogo interminable de toda mi memoria conmigo mismo mientras veo al mundo seguir sin m, porque seguirn sin m y yo los ver, atado a esta calle de la que no me he podido mover desde hace quince minutos, tiempo que llevo viendo mi cuerpo. Quince minutos y no avanza el reloj. No avanza la escena. Son realmente quince minutos o es ya esto la eternidad? Es difcil contestar, sobre todo porque mi cuerpo sigue ah tendido y nadie viene a levantarlo, lo cual querra confirmar que eso de que los servicios mdicos en este pas tarden una eternidad cuando se les necesita es verdad.

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    FIN

  • Calaca coronada Mi madre me coloc un suter que ella mismo haba tejido. Era la primera vez que la notaba callada y sin nimos. Vestida de negro, tom las llaves de la casa y con ellas mi mano. Conoca a mam; saba cuando deba de callar y se era uno de esos das. Afuera, el fro otoal se me meta por los pies. La abuela siempre deca que no debamos de enfriar el corazn, para lo dems, un chocolate con un pan bastaba para ponernos contentos.

    Una casa de barro, sillas, lonas y unos seores que encendan una fogata. Entramos. Sobre la mesa. una caja blanca. Fue en ese momento que conoc a la muerte: adentro de la caja, una nia de diez aos. Era La Pecosita; as la conocamos en la escuela. Estaba como dormida La ltima vez que la haba visto fue el viernes por la maana, antes de ir a clases. Despus ya no la vimos entrar.

    Cuatro cirios la acompaaban, danzantes. Nos sentamos en silencio. Rezaban, y entre rezos teja recuerdos de La Pecas. En ese momento yo saba que ya no se iba a levantar. No comprenda los silencios que nos dejan los muertos; son silencios llenos de memoria. Atrs de m estaba Esteban, ms a mi izquierda reconoc a La Pulga, a Rosa y a Soledad. Ya no habra

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    Enrique Taboada

  • nadie que dibujara el stop, ni quin aventara el bote ni mucho menos dijera Un, dos tres por todos mis compaeros.

    Me levantaron de mi lugar junto con Rosa. A ella le pusieron una corona de flores y a m una palma en las manos. Del fondo del cuarto lleg un ciego con su guitarra y su lazarillo. La madre de La Pecas nos explicaba que debamos bailar la palma haciendo una cruz, ese movimiento como el que haca la maestra cuando cantbamos el Himno Nacional, un movimiento perpetuo. "Baila la corona y tambin la palma, que se lo merece su santsima alma", cantaban mientras nosotros pasbamos la corona y la palma por todo el cajn de La Pecas. Su madre lloraba, y en el lamento se haca preguntas. "Ya no lloren, padres, no lloren por Dios. Dichoso su ngel que se va con Dios.

    La msica termin y nos quitaron las cosas; la corona la colocaron en la cabeza de La Pecas. Se vea hermosa. Me quitaron a m la palma y la pusieron en las manos; era la ltima vez que bamos a verla, pues a la maana siguiente la enterraran.

    Esa noche fue la peor de mi vida, so a la pecas. Estaba llorando en un lugar obscuro y vaco ella quera jugar y yo no sabia que hacer. Poco a poco ella se perda entre la negrura, la buscaba pero no la vea, se iba perdiendo y los gritos de ella se convertan en sollozos, ya nada poda hacer, la pecas jamas volvi a ocupar el pupitre que comparta con Rosa. A veces sueo con pequeas calaveras coronadas jugando, quizs la pecas ya encontr con quien jugar.

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    FIN

  • Bytes & bitesVea si puede mover los dedos con soltura me indic el asistente

    tras terminar de enfundarme los guantes. El extrao casco, lleno de cables rugosos y retorcidos, quedara para el final.

    Recibir la feria tecnolgica no es algo comn para este pueblo, sin embargo, gracias a que un ordenador lo eligi por sorteo, los algitenses tenamos algo interesante qu hacer ese fin de semana. Mi mujer y su mejor amiga iran a un desfile de modas de ropa confeccionada con celdas solares. Entretanto, yo prefer entrar al llamativo pabelln de Virtual Sneolun.

    Mientras terminaban de ponerme el equipo de realidad virtual, el jefe de soporte tcnico, un famlico individuo con malformaciones en ambos brazos, paseaba torpemente los dedos por un teclado adaptado. Pareca una mantis religiosa a punto de arrancarle la cabeza a algn bicho.

    Deme su nombre completo me espet con una voz entrecortada y cansina, sin despegar sus pequeos ojos de la pantalla.

    Es necesario? respond, algo extraado.Indispensable. Para generar una experiencia personalizada, el

    programa usar los caracteres de su nombre como semilla aleatoria. Empleamos un algoritmo muy eficiente. En fin, son cosas que usted jams entendera. Va a darme el nombre o no?

    Erik Andrade Pizarro revel, sin remedio.16

    Vicente Varas

  • Bien. Ya puedes ponerle el casco, Hugo. Y aprate, que no tenemos todo el maldito da dijo, dirigindose al asistente, quien obedeci con presteza.

    Por dentro, la textura del casco era fra y desagradable. Su estrechez desat de inmediato mi claustrofobia. El asistente oprimi el botn de encendido. El zumbido de alta frecuencia del artefacto empez a sacudirme el crneo como una broca trepanadora. Un ardor intenso me baj por la espalda hasta llegar a los talones.

    Paren! Paren!, quise gritar, pero mis alaridos se hicieron espesos en el interior de mis pulmones. Me asfixiaba. Incapaz de protestar, mi lengua se aglutin con el paladar, paralizada por el horror.

    Sumido en la oscuridad, tuve la horrible sensacin de que mis ojos flotaban libremente dentro de sus rbitas. Temiendo que salieran de ellas, intent cubrirlos con las manos pero no pude. Entre los dedos sent algo parecido a un par de peces luchando por su vida con desesperacin. No podan zafarse, a pesar de sus violentas sacudidas. Luego dejaron de moverse. Estuve a punto de vomitar.

    Agotado, perd la conciencia hasta que una sed intensa me despert. Abr los ojos y las primeras imgenes se formaron, pixel a pixel. Ante m, una enorme sabana arbolada se extenda en todas las direcciones posibles. Not que ya no vesta el incmodo traje, sino mi ropa de calle. Me levant y, haciendo un esfuerzo, comenc a caminar.

    Estuve perdido durante varios das, quizs semanas, nunca lo supe. Lo ms inslito era que segua vivo, bebiendo el agua gris de un sucio regato y alimentndome de carroa; s, de restos de animales a medio devorar.

    Decid capitular y dejarme morir. Adems de la sed y el hambre acuciantes, mis pies se haban convertido en sangrientas esponjas y la piel me escoca terriblemente a causa del calor abrasador y las picaduras de insectos. Rendido, me dej caer en medio de aquel pramo infernal.

    Primero fueron las hienas. Vinieron por la noche y eran ms de diez. Intent defenderme mientras sus poderosas quijadas me fracturaban los huesos. Abandonaron lo que quedaba de m junto a los matorrales cuando

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  • descubrieron, a pocos metros, a una pequea cebra moribunda. Me haban cambiado por una presa ms fcil y exquisita. El viento dispers los bufidos.

    Por la maana, no poda moverme y una serpiente gigantesca se enrollaba alrededor de m. An segua vivo cuando comenz a engullirme despacio, agrandando sus mandbulas milmetro a milmetro, todo un prodigio evolutivo.

    Lo ms extrao sucedi despus. Un error en el cdigo del programa, segn me lo explicaron, intercambi mi conciencia con la de la serpiente. La sensacin de tener un torso entre las fauces es indescriptible.

    Obligado por el instinto, termin de ingerir los restos de un cuerpo que, segundos antes, era el mo. Cre escuchar un chasquido en mi cerebro.

    Con el correr de los das, mi apetito volvi. Las presas pequeas no me satisfacan del todo y cambi de estrategia. Esta vez esper junto al riachuelo hasta que un desafortunado chiquillo se acerc a lavarse la cara. Lo somet sin problemas. Cuando su padre fue a buscarlo, me descubri tratando de huir. Debido a la carga de mi estmago, no pude escapar y me parti la cabeza con una roca. El programa se detuvo y me lanz de nuevo al mundo real.

    Dijeron que mi experiencia debera haber terminado al momento de ser devorado por la serpiente y me ofrecieron disculpas. Ya en casa, not que sufra de algunas secuelas evidentes.

    Comenc a alimentarme de los ratones del jardn. Todo fue bien hasta que mi mujer me descubri arrastrndome por la sala, acechando a nuestro pequeo hijo. Ella me golpe sin piedad con un atizador. Luego me trajeron a este hospital.

    Han pasado dos semanas y estoy casi recuperado. Anoche escuch que me van a trasladar a una institucin psiquitrica.

    La enfermera no ha luchado demasiado. Antes de estrangularla he conseguido que me dijera dnde est la sala de neonatos. Tengo hambre.

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    FIN

  • Calaverita a la revista Letras Raras

    Apersonose La Muerteen curiosa redaccinqueriendo probar su suertecon una composicin.

    Aqu les traigo un poema,a ver qu les parece.Es medio escabroso el temapero igual y florece.

    Ley el editor el textoy djole a La Flaca:De poema ni el pretexto,ay, qu pluma ms fiaca!.

    Ofendida La Catrina,le arrebat la hoja.A m no me discriminani de honor me despoja!.

    Rauda blandi su guadaay al editor mutil,luego, hinchada de saa,al infierno lo gui.

    Van al panten los lectoresy el escritor tal y tal;llevan a los muertos floresy a Letras Raras igual.

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    EJ Valds

  • La espera del CondeA Bram Stoker.

    En la ventana de la torre ms alta del lgubre castillo del Conde, ste observa ms all del horizonte a su vctima, mster Harker, quien sortea toda clase de obstculos en los bosques de la Westfalia. Harto de la tardanza, deseara poderes que incluso en l son imposibles. Como nico remedio, utiliza a las otras criaturas de la noche para observar lugares que nunca ha visitado.

    Un bho mira a unas mujeres baarse en un lago de Portugal, a plena luz del da; una serpiente asciende por un muro maltrecho, logrando alcanzar una ventana, y siseando perversamente goza de la vulnerabilidad de una anciana en la Virginia americana; como lobo observa el amanecer en una estepa en territorio de los trtaros Lugar y tiempo no son problemas para el Conde, ya que su existencia representa la maldad de la especie humana.

    Aburrido de sus visiones, se lanza al aire en forma de niebla, dejndose llevar por el soplo del aire. Sin saber a dnde lo llevarn los caprichosos designios de la naturaleza, contempla la desolacin de la guerra: peste, hambruna y muerte. Esto debera causar en su corazn (si es que el Conde posee uno propio que le brinde algn calor) un dolor agudo que le

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    Gerardo Ugalde

  • recuerde que el mal es su alimento espiritual. En su ttrica residencia alberga una coleccin de corazones disecados en excelentes condiciones.

    Mira desde las alturas una caravana de gitanos. Desciende abruptamente, todava convertido en neblina. Ronda entre las carpas, contemplando la sencilla vida errabunda de aquella gente sin patria. Sin entrar al recinto, escucha la msica; es triste, pero con cierta esperanza. El Conde ama la vida gitana. En ella encuentra siempre sangre fresca, sana pese a la endogamia, pero, sobre todo, pequeos descuidados por sus madres. Ante el infante, Nosferatu recobra su corporeidad. Deslizndose, apresa al nio; ste intenta gritar, sin embargo, la fuerza malvola que irradia el amo de la noche previene cualquier intento de auxilio.

    La luna es testigo de la atroz sed del vampiro Tiempo despus, mster Harker ver a una mujer al pie de su ventana,

    desgarrndose el pecho por su hijo.

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    FIN

  • SuspiraLos suspiros no son algo natural. Contrario a lo que pensamos, suspirar no es liberar al alma; es un intento, un paliativo; es regalarle un poco del aire que las penas le han robado a los pulmones. Suspirar es respirar por lo perdido, por lo aorado, por no tener lo que aspiramos. Suspiramos cuando sufrimos, cuando extraamos, cuando sentimos que morimos. Los suspiros son una respiracin contenida a propsito para fingir que tenemos con qu llenarnos el alma. Un artilugio para engaarnos, una mentira, un truco corporal que nos devuelve un poco la fe en la magia y en la utilidad del diafragma. Suspiramos para hacernos creer que tenemos algo qu sentir adems del vaco.Porque suspirar es eso: meterle aire a los vacos del cuerpo para que la sangre fluya de nuevo, para que el rubor nos llene la cara, para hacer una pausa casi imperceptible, para no respirar, para no sentir, para detenernos un poco. Para creer que el tiempo puede congelarse y congelarnos en el intento.

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    Enid Carrillo

  • La respiracin tiene su ritmo, como todo. Para qu descomponerlo? Por qu la gana de acelerarlo? Hay que aprender a bailar al paso del aire, aunque sea una rumba, un adagio, un tango que lastimero y doloroso nos marca los pasos, siempre bellos, acomodados.Suspirar es darnos calor a nosotros mismos, una probadita de nuestros vapores, esos que nos dicen que an estamos vivos, que seguimos aqu y que es mejor buscarle sentido a las cosas antes de expirar granizo, aunque el hielo tambin queme.Ya sabemos que esta es una artimaa, que el suspiro no obedece al cuerpo, sino al alma, que fra y lastimada necesita devolverse un poco de energa para levantarse de entre los muertos y emprender un camino hacia la luz, esa que nos har valientes, fuertes, indestructibles.Suspiremos, pues, por el pasado muerto cuyos fantasmas nos jalan los pies por las noches; por el presente apenas vivo, apenas quieto que nos espanta; suspiremos, pues, por el futuro sin rostro que llegar cuando menos lo esperemos, que tal vez ya est aqu, atrs de la puerta mientras me lees. Mientras desconoces lo que pasar, lo que est pasando. Mientras. Suspiremos por el tiempo, porque el suspiro es su unidad de medida cuando los segundos no alcanzan, cuando queremos ms, pero inevitablemente obtenemos menos. Llenemos con nuestro propio vaho esos pulmones secos que a veces juegan a estar muertos, contengamos el aire otro poquito, para saber cunto puede caber dentro nuestro, para no sentirnos vacos.Suspiremos para probarnos que en realidad sentimos, para engaarnos como nos gusta engaar a quines queremos: despacio, sin que se den cuenta. Detengamos el aire un poco, para que en el silencio del respiro, en la elegancia de su pausa, estemos un poco cerca de la muerte y nos devolvamos a la vida con una fuerza arrebatadora, con una gana apenas vista, con la esperanza renovada de sabernos capaces de llenar lo que nos han arrebatado, lo que hemos arrancado de nosotros mismos. Vacos.

    23FIN

  • El tnel de la memoria huele a guayabas

    (A cuatro manos)

    Tenan razn: el olor a guayaba nunca se aleja de aqu. Hay pasillos que deberan ser llamados tneles. Los ecos por aqu se labran en los muros. Es quiz por algn asunto sanitario o qumico, pero no entiendo la ausencia de ventanas en este largo pasaje. Silencio que compite con mis pasos, aire grueso, de se que tienes que empujar. Mnimas y tmidas luces me acompaan. Del otro lado, el sanatorio; atrs, las calles enfermas pero libres. A las tres de la maana sera absurdo entregar de mano una carta, a no ser que en estos sitios el reloj sea un objeto de artificio.

    Tantas horas de camino, tantas ruedas gastadas, tantos mapas consultados y aqu estoy con este mensaje, con este impulso sin sentido, haciendo algo sin entender por qu; mojando el latido para amortiguar los golpes,

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    Irma Zermeo & Ed Mrquez

  • respirando por lo alto para no consumir los aires. Falta poco, ya veo al guardia en su silla vieja y su televisor sin imagen. Falta poco para todo.

    Aqu el tiempo parece dejar de existir. Mientras cruzas el tnel sientes cmo dejas atrs la vida; es como adentrarte en el color del cemento, como olvidar que existe el aire. El pecho se oprime y cada segundo se estira como elstico. No puedo evitar pensar y si todo es pura ilusin all afuera, y si lo que conocemos como vida es alguien dndonos una papilla en la boca y lo cierto est de este lado? De este otro lado del pasillo, donde el gris, donde el silencio, donde apenas una luz tmida y la guayaba, ese olor a guayaba tan de fondo y tan insistente, tan detonador de memorias y preguntas. Vuelvo a ver la hora y para qu.

    Equivoqu el camino varias veces. Me perd, di tantas vueltas hasta saber que la voz del dilema es como un susurro en mi odo; es la voz de todo lo que me produce esta carta. Lo mucho que me cuesta soltarla. Y encima, entregarla en mano. En mano. Como si fuera poca cosa. Cuntas cosas hice en la vida a las tres de la maana pero ninguna tan compleja como sta. Aqu se asoma una forma oculta de la furia. El guardia me advierte y se ha puesto de pie. Es mi turno.

    Bien visto, las paredes podran pasar por uno de los campos de San Julin. Su techo tan gris como el azul del cielo donde hu del mundo, abrazado a las piernas y los silencios de Estela. Al mundo encapsulado de mi pueblo, tan corto como la voz de ella. San Julin de postales repetidas mil veces, en tiempos y personas al espejo.

    Qu ms da lo que intente decir el guardia. Mi vista apenas lo alcanza. Mi memoria recorre lenta la espera de tanto tiempo. Y esta carta. Los reproches. Mi madre y su mar de lagunas, su cmoda amnesia, su no recuerdo, su tanto dao con el que hoy duerme tranquila y por el que tantos dejamos de dormir por aos, su gris por todos lados. Su forma de morir aqu mientras respira. Y la insistencia de Estela, la invisible. La madrugada. El absurdo. Su vaco que la tiene aqu buscando una razn por la cual vivir, algo a qu asirse. Su

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  • cuidar a mi madre a falta de cuidar lo nuestro. Su limosna para m que ya no me sirve. No ahora que las s, a ambas, de este otro lado. No ahora que mis pasos se entumen. El punto blanco, al final del tnel, se vuelve ms pequeo, pero el olor a guayaba se agiganta. Algo quiere decir el guardia, sus manos sobre la boca hacen el ademn de grito pero no escucho nada. Hace rato dej de tener fro o calor, hace pasos dej de sentir. Los rostros de mi madre, de Estela, de mi padre, ya no vienen fciles pero siento que me envuelven. Este tubo negro se parece cada vez ms a San Julin. Y la carta, la carta. Mi mano derecha se la entrega a la izquierda. Mis ojos no ven las letras pero las entienden. Es tiempo de este caminar. Hace buen da. Hace buen sendero. Empiezo a sentir una alborada.

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    FIN

  • PedroPerd el ltimo camin a San Francisco y no me qued ms remedio que caminar; nadie me dara un aventn con todos los asaltos a automovilistas reportados recientemente, y encontrar un taxi por all a esas horas era menos probable que convertir el agua en vino. O pulque. Qu s yo. El camino en realidad no era muy largo desde Nopala (unos dos kilmetros cuando mucho), pero s bastante obscuro tomando en cuenta que las nicas fuentes de iluminacin en ese momento eran la luna (que las nubes se empeaban en ocultar) y los faros de los ocasionales coches que iban y venan. A todos ellos estiraba el pulgar, pero ninguno disminuy la velocidad.

    No era la primera vez que caminaba de un pueblo a otro; ya lo haba hecho una docena de ocasiones por andar sin un peso en la bolsa o por querer ahorrarme el pasaje, pero en todas ellas me haba acompaado el sol. Aquella vez, sin embargo, lo que me entretuvo hasta tarde en Nopala fue una chica que conoc en la feria de Santa Ana y de quien ya me era muy difcil despegarme.

    Avanc a un costado del camino, por la tierra suelta y las piedras, hasta que llegu al Cerro del Ixtle, por donde se corta mucho camino en esos casos. No negar que me dio un poco de miedo por lo obscuro y solo que estaba todo, pero lo cierto era que si me topaba con un ladrn ste no

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    EJ Valds

  • tendra nada que quitarme salvo la ropa vieja que llevaba puesta, as que me aventur por la ladera. Durante el ascenso me dio por evocar aquello que contaba mi abuela sobre esos tiempos lejanos en que los malhechores del pueblo eran ajusticiados atrs de la iglesia, apedreados, acuchillados o colgados segn la gravedad de su falta.

    Por ir pensando en esas cosas no me fij que haba llegado a la vereda que conduca de vuelta a la carretera. Desvi el rumbo. Desde all poda ver el puente que cruzaba sobre la barranca, iluminado por las luces de un coche. Descend con cuidado, pues un tropiezo o resbaln poda mandarme dando tumbos a los magueyes y nopales, y vaya que esas espinas se entierran hondo.

    Llegando a lo bajo del cerro rode el sembrado de zacate y estuve nuevamente junto al camino de asfalto, sumido en la penumbra. Desde all deba caminar unos quinientos metros hasta el puente y luego, pasando la colina, vera por fin la luces de San Francisco y con eso estara prcticamente en casa. Seguro mi madre me haba dejado la cena lista. Fue poco antes de llegar a la barranca que escuch un sonido tenue pero constante, parecido al zumbido de un abejorro pero ms grave y que, por si fuera poco, pareca provenir del suelo mismo. De pronto se desvaneca y de pronto recobraba intensidad, como si se estuviese acercando y alejando intermitentemente. Me detuve un momento y puse atencin... Qu sera eso? No sonaba como un animal y definitivamente no era el motor de un coche o motocicleta en la distancia. Entonces?

    Entonces desapareci. Fue como si all no estuvisemos sino las tinieblas y yo. Incluso comenc a dudar si en verdad haba odo lo que crea haber odo. Chasque la lengua y me encog de hombros; igual no eran ms que mis nervios. Ech a andar nuevamente y cuando llegu al puente escuch aquel zumbido otra vez, bastante ms intenso que antes. Justo en ese momento un automvil asom por encima de la colina e ilumin el camino, revelndome qu produca aquel sonido tan peculiar: al otro lado de la barranca, de pie sobre el tezontle del acotamiento, haba un nio que jugaba con un cochecito a control remoto. Sent alivio al descubrirlo, pues comenzaba a temer que el siseo fuera en realidad algo espeluznante.

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  • Segu caminando. El coche y yo cruzamos el puente en direcciones opuestas y todo qued a obscuras de nuevo. El carrito de juguete zumbaba, potente.

    Hola dijo el cro cuando pas frente a l.

    Buenas noches respond sin detenerme. Unos metros ms adelante escuch sus pisadas a mis espaldas, acompaadas por el sonido elctrico del juguete. Me haba seguido.

    Me llamo Pedro dijo situndose a mi lado. Estaba tan obscuro que apenas poda verle.

    Y qu ests haciendo a esta hora por aqu, Pedro? pregunt todava avanzando.

    Jugando respondi. El cochecito iba frente a nosotros a toda velocidad.

    Aqu? As de obscuro? Que no deberas estar en tu casa?

    Pap estuvo toda la tarde en la tienda de don Chema y regres enfermo otra vez. Mam me dijo que saliera a jugar un rato en lo que se senta mejor o se quedaba dormido.

    Suspir al escuchar esto. El depsito de don Chema era el lugar predilecto de los borrachos del pueblo, que eran muchos. Su padre seguramente haba llegado a casa muy tomado, quiz tambin muy agresivo, de modo que la madre lo envi fuera mientras pasaba la tormenta. Un escenario de lo ms comn en San Francisco y en prcticamente toda la regin.

    Quieres jugar un rato conmigo? pregunt Pedro.29

  • Dud mas termin por detenerme; evidentemente al pequeo le vendra bien algo de compaa en esos momentos.

    Est bien. Pero despus te llevar a tu casa, s?

    Me entreg el control remoto y me explic cmo se manejaba el cochecito. Nada de otro mundo; cuando nio tuve uno parecido. En aquella penumbra apenas poda seguir el rastro del juguete prestando atencin al zumbido del motor y las ruedas. Pedro rea de lo ms divertido mientras lo haca derrapar y yo tambin me encontr disfrutando aquello, conmovido.

    Es mi turno! exclam emocionado y le devolv el aparato. Entonces hizo correr el coche en crculos alrededor nuestro y luego lo dirigi hacia la barranca, donde dejamos de escucharle. Pedro tir de las pequeas palancas una y otra vez pero el juguete no responda. Qu pas? pregunt con un rastro de congoja.

    Caminamos hacia el puente y comenzamos a palpar la tierra muy cerca de donde le habamos escuchado por ltima vez. Me pregunt si acaso habra cado a la barranca y decid inspeccionar, deseando que se no fuera el caso pues saba que la prdida del juguete le partira el corazn a Pedro.

    Esprame aqu muy quietecito, s? le dije.

    Me acerqu cuidadosamente al filo del precipicio. Al otro lado del puente se divisaban las luces de un automvil que iba en direccin a San Francisco. Genial; cuando cruce por aqu sus faros podran iluminar lo suficiente para encontrar el cochecito. Pero esto no fue necesario, pues de pronto sent bajo mi zapato su plstico armazn y me agach para cogerlo.

    Aqu est, Pedro!

    Daba la media vuelta para volver a donde l justo cuando el automvil cruz el puente y arroj sus luces en direccin nuestra. Entonces, por primera vez desde que le encontr, pude ver a Pedro claramente. No haba obedecido y se encontraba frente a m, y la luz me revel que en realidad no era un nio; aunque tena la estatura de uno, unos brazos gruesos le colgaban como a un chimpanc, y su rostro se mostraba severo y surcado de arrugas. Llevaba el cabello largo y alborotado y sus ropas eran como los

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  • harapos de un pordiosero. No me haba seguido hasta el borde de la barranca para ayudarme en la bsqueda el cochecito; la expresin de rabia en su faz delataba que estaba a punto de empujarme.

    Le arroj el juguete a la cabeza y ech a correr en direccin a la carretera, rodeando su pequeo pero robusto cuerpo como pude. Deb haberle propinado un buen golpe, pues le o quejarse. Su voz ya no era la de un chiquillo.

    Ayuda! Ayuda! grit en vano al automvil, que ya aceleraba en pos de San Francisco. Mientras daba una zancada tras otra pude escuchar a Pedro corriendo tras de m. No quise voltear. Segu el curso la carretera hasta llegar a lo alto de la colina. Ante m tena las amarillentas luces del pueblo, pero antes que detenerme apret el paso y mientras corra resbal y rod unos metros por el asfalto. Sent un agudo dolor en los codos y una rodilla, mas no perd tiempo, me puse en pie y prosegu con mi carrera. No fue sino varios pasos despus que ca en cuenta que haba perdido un zapato, pero no me import y segu avanzando mientras el calcetn se desgarraba y la grava me lastimaba el pie.

    Apenas poda respirar cuando llegu a la calle principal de San Francisco, e incluso entonces fui a mi casa a toda prisa, seguro que Pedro iba an detrs de mo. Pero no era as; en algn momento le haba perdido y el nico que corra por la calle, frente al puesto de quesadillas de doa Jacinta, era yo.

    Mis padres se alarmaron al verme entrar sucio, agitado y sin un zapato. No haba recobrado el aliento cuando intent contarles lo sucedido, mas no pude hacerlo hasta que mi madre me abraz y, acaricindome la espalda, me pidi me tranquilizara. Mi padre me llev un bolillo y me dio a masticar el migajn para que luego lo escupiera en el cesto de la basura. Para el espanto, dijo. Llor. Despus relat el encuentro con Pedro y llor un poco ms. Mandaron llamar a mi abuela para que me diera una sobada. Para el espanto, repiti mi padre.

    Chamaco canijo! dijo la abuela pasndome sus pesadas manos por la espalda baja. Eso te pasa por andar de cusco y caminando por donde no se debe. Cuando era yo jovencita tenamos prohibidsimo

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  • acercarnos a la barranca y al Cerro del Ixtle de noche. Decan los grandes que all se aparecan brujas y duendes que se llevaban a la gente. Sabr Dios cuntos nios amanecieron muertos al fondo del precipicio, y ya merito vas a hacerles compaa. Benditos los ngeles y los santos que te permitieron volver a casa, muchacho. Maana a primera hora te vas conmigo a la Iglesia a que te bendiga el padre y a que le prendas una veladora a la San Ignacio de Loyola, que es enemigo de los espantos nocturnos. Y no tuerzas el hocico, chamaco, que un da se te va a quedar as. Vas a ver que ahorita con la frotada de alcohol y el tecito vas a dormir tranquilo.

    Y as fue. Sobra decir que aunque no fui a que me bendijera el sacerdote como sugiri la abuela, jams he vuelto a acercarme a la barranca despus del anochecer, y aunque mi chica me tilda de miedoso por siempre salir de Nopala temprano la verdad es que en la vida quiero volver a cruzarme con Pedro o algn espanto de esos.

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    FIN

  • OfrendaElena lleg alrededor de las 2:30 AM. Haba viajado mucho y todo su recorrido haba sido a pie, por lo que senta ya que los pies le dolan y tema no llegar a casa, donde una deliciosa comida la esperaba. Fue gracias a que no dej de pensar ni un solo instante en aquella comida que tuvo las fuerzas suficientes para hacerlo.

    Adentro, todos dorman. Abri con cuidado la puerta y mir alrededor. La sala se encontraba a oscuras, sin embargo, la ventana que daba al comedor se vea iluminada con el reconfortante fulgor anaranjado de las velas encendidas all. Elena sinti calor.

    Cuando se adentr en el comedor y vio que las velas se encontraban en la mesa, junto a la cena que le esperaba, sonri y sinti por vez primera en mucho tiempo un gran apetito. Olvidando todas sus dolencias, camin

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    Gilberto Blanco

  • apresurada pero silenciosamente hasta la mesa, jal la silla ms cercana y se sent a cenar.

    Haba suficiente comida para saciar la increble hambre que le haba dado. Lo mejor era que slo haba sus platillos favoritos: mole, chalupitas estilo poblano, arroz, frijoles, al fondo poda distinguir, junto a la vela, una botella de rompope ser para el postre, se dijo, un vaso de agua y una Coca-Cola.

    Cuando estiraba la mano para coger el plato de chalupitas, se acord que antes deba de rezar para agradecer los alimentos y, juntando las manos y cerrando los ojos, comenz a rezar:

    Bendcenos, Seor. Bendice estos bondadosos alimentos que por tu sacralidad. No, al revs: bendice estos sagrados alimentos que Bendice a quienes lo prepararon Qu sigue?

    Haca tanto que no rezaba la oracin de los alimentos que haba olvidado cmo iba. Elev la mirada al cielo como diciendo sabes a lo que me refiero, Seor, y sin poder esperar ms, atac el plato de chalupitas.

    Terminando, se tom el vaso de agua y se dispuso seguir con el mole. Cogi cuchillo y tenedor y cuando ya iba a comer se dio cuenta que le faltaba algo para poder acompaar el mole: pan.

    No haba bolillos en la mesa. Maldijo a sus hijos por ser tan zopencos y no pensar en que pedira al menos uno, pero vio que cerca de otra veladora haba un pan muy bonito, esponjadito y similar a la concha pero con figuritas muy graciosas y lo tom para suplir la ausencia del bolillo. El pan le supo dulce y tuvo que dejarlo, resignada a comer su mole sin pan.

    Cuando casi terminaba escuch ruidos en las escaleras. Habr despertado a alguien? se pregunt. Gir asustada la

    cabeza y vio que era una personita quien bajaba.Michelle baj las escaleras lo ms silenciosa que pudo. Tena hambre y

    antojo del arroz que haba visto en la mesa antes de irse a dormir. Saba que sus paps la regaaran si se enteraban que haba bajado sola, pero tal vez no sabran que fue ella la que se comi el arroz.

    Cuando lleg al ltimo escaln y vio por la ventana de la sala que haba alguien en el comedor, se asust, pero la curiosidad pudo ms que su miedo

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  • y se acerc sigilosamente a la mesa. En la silla estaba sentado alguien; era una mujer, al parecer ya grande, y a quien nunca haba visto en sus cuatro aos de vida.

    Elena vio que la pequea la miraba con curiosidad y con miedo y supo quin era, a pesar de que la ltima vez que haba visto a Michelle ella tena slo diez meses de nacida. Era obvio que se trataba de ella, pues no haba ninguna otra nia en la casa. Adems, segua siendo tan blanquita y gordita como siempre.

    Acrcate, Michelle, te invito un poco de mi comida susurr.Quin eres t? pregunt Michelle, ms curiosa que asustada.Soy Elena, tu abuelita. No te han hablado de m tus papas?Abuelita? S. Me hablan mucho de ti. Pero me dijeron que t..Ven a comer conmigo. Hay chocolate! la interrumpi Elena.Al sonido de la palabra chocolate, la nia perdi el miedo y se fue a

    comer con Elena. Platicaron de muchas cosas de la escuela a donde asista Michelle y Elena se sinti muy contenta con su compaa.

    A las cinco de la maana Elena supo que era hora de marcharse. Michelle llevaba ya buen rato durmiendo sobre sus piernas, por lo que la carg con mucho cuidado para no despertarla, la dej en el silln de la sala y sali al patio.

    Camin lo ms despacio que pudo. No quera abandonar su hogar. Sin embargo, era necesario regresar. Cuando el sol comenz a asomar, sali por la entrada principal y ech una ltima mirad a la que fuera su casa durante tantos aos.

    Nos vemos dentro de un ao, familia dijo y, conteniendo las lgrimas, cerr.

    Por la maana, Esmeralda y su esposo se levantaron muy asustados al ver que Michelle no estaba en su cama. Presas del pnico, le gritaron y la buscaron por todos lados hasta que Esmeralda tuvo la idea de bajar a la sala. La vio profundamente dormida y se extra.

    Los gritos despertaron a todos en la casa y corrieron a ver qu suceda. La algaraba tampoco pudo despertar a Michelle, pero cuando vieron el

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  • desastre que haba en el comedor y que no haba ni mole, ni chalupitas, ni, por supuesto, calaveritas de chocolate, fue despertada de una sacudida.

    Michelle! grit su madre. Me quieres decir por qu te comiste todo lo de la ofrenda?

    No fui yo, mam. Fue mi abuelita Elena.Quin?Mi abuelita Elena, mam. Estuvo conmigo.Cuando la nia les relat todo y les describi a la mujer que haba

    estado con ella durante la madrugada, a nadie le qued duda de que Elena haba estado en la casa.

    Elena llevaba casi cuatro aos muerta, y cuando muri Michelle tena slo diez meses de nacida. Esa maana era dos de noviembre y la comida en la mesa era la ofrenda que preparaban ao con ao a su memoria.

    Nunca dejes de preparar los alimentos preferidos de tus difuntos. Ellos llegan con mucho cansancio y mucha hambre. No olvides dejarles un mensaje de amor. Ellos se marchan tan nostlgicos como t los esperas.

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    AUTORES

    Juanito Pereira Economista, miembro honorario en el jurado de los premios Nobel, publica para diversos peridicos internacionales. Diseador de Letras Raras Ao 4 (2015).

    E.J. Valds Escritor, locutor, corrector de estilo, traductor y ahora hasta profesor. Autor de libros de cuentos. Gamer bicicletero.

    Jos Luis Davila Es director deCincoCentros.com, profesor de secundaria y experto en bajar discos ilegalmente. Autor deEntre Parntesis(Tierra Adentro, 2015).

    Gilberto Blanco Estudiante de historia en la FFyL de la UNAM. Lector a tiempo completo y escritor a tiempo de inspiracin. Prepara su primer antologa de cuentos.

    Gerardo Ugalde Simple humorista. Zapopan, Jalisco. Escritor de textos incomprensibles.

    Vctor Miguel Gutirrez Prez Lic. en Letras Espaolas y Doctor en Estudios Humansticos. Estudioso de la literatura aurisecular. Amigo ntimo y no reconocido de Baco y Jesucristo.

    Irma Zermeo Escritora y pintora mexicana. Escribe novela, poesa y cuento. Autora de Agona de ojos negros y Retrato en voz alta. Ha publicado en Mxico, Argentina y Espaa.

    Eduardo Mrquez R. Es miembro de los talleres Al Gravitar Rotando y Letras Tintas. Ha publicadoLugares comunesy en los colectivosHecho a breveyCuentos para picar.

    Enid Carrillo Comunicloga por la UAEH. Comparte lo que escribe donde puede y la dejan. Le gusta el sonido de la canela al romperse, los libros cortos y la gente sincera.

    Enrique Taboada Escritor, fotgrafo, aventurero. A favor de las malas costumbres como sonrer, ser feliz y estar enamorado.

    Vicente Varas Ing. civil. Msica, literatura, cine, pintura, matemticas, ciencia, filosofa y deportes. Aficionado a la microficcin. Last of the Steam-Powered Trains.

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