Revista Jangwa Pana Suplemento-2011

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Revista Jangwa Pana- Universidad de Magdalena, Colombia, Suplemento 2011.

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    Jangwa Pana es la revista anual del Programa de Antropologa encargada de publicar, en sus diversas secciones, artculos resultados de investigaciones en antropologa y otras ciencias sociales y humanas, documentos histricos inditos, entrevistas y trabajos de investigacin en progreso que resulten relevantes para la comunidad acadmica, los cuales son revisados y aprobados por pares. Si bien el rea de influencia de la revista es el Caribe Colombiano, la publicacin tiene como compromiso recoger discusiones pertinentes, no slo a nivel local, sino tambin nacional e internacional.Las opiniones y comentarios expresados en los artculos son de responsabilidad exclusiva de los autores y no necesariamente reflejan el parecer de la Universidad del Magdalena.

    Rector: Ruthber Escorcia CaballeroVicerrector de Investigacin: Jos Henry Escobar Acosta

    Decana Facultad de Humanidades: Alejandra MarEditor: Wilhelm Londoo

    Coord. Promocin y Divulgacin de la Produccin Cientfica y Acadmica: Guillermo A. Ceballos OspinoRevisin de estilo: lvaro Gozlez Uribe

    Asistente Editorial: Andrea BriceoDiseo editorial: Luis Felipe Marquez

    Foto cartula:

    JANGWA PANA Revista de Antropologa

    Suplemento - 2011 / ISSN: 1657-4923

    COMIT CIENTFICO

    Joan Gero Ph.D. Universidad Americana

    Marisol de la Cadena Ph.D. Universidad de California, Davis

    Alejandro Haber Ph.D. Universidad Nacional de Catamarca

    Gustavo Verdesio Ph.D. Universidad de Michigan

    Gustavo Politis Ph.D. Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires

    Cristbal Gnecco Ph.D. Universidad del Cauca

    Dante Angelo MA. Universidad de Stanford

    Suscripciones y canjes:Apartado Areo 10004 FAX: 4301292-211

    [email protected]

    Carrera 32 No.22-08 Sector San Pedro AlejandrinoSanta Marta, Colombia

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    Revista del Programa de Antropologa de la Facultad de HumanidadesUniversidad del Magdalena

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    Contenido

    MS ALL DEL PATRIMONIO: A MODO DE INTRODUCCINWilhelm Londoo.....................................................................................7

    EL LADO OSCURO DEL PATRIMONIOAlejandro F. Haber.................................................................................13

    DE LA ARQUEOLOGA DEL PASADO A LA ARQUEOLOGA DEL FUTURO: ANOTACIONES SOBRE MULTICULTURALISMO Y MULTIVOCALIDAD

    Cristbal Gnecco...................................................................................26

    SEGUIREMOS HASTA EL FIN: LA (IN) MUDABLE ESENCIA DEL PATRIMONIO

    Luis Gerardo Franco.............................................................................43

    RIQUEZAS QUE PENAN, HOMBRES OSCUROS Y MUJERES P-JARO ENTRE LAS COSAS DE INDIOS: RELACIONES OTRAS ASECHANDO LOS SENTIDOS DE LA EXPERIENCIA MODERNA EN EL NORTE DE SAN JUAN, REPBLICA ARGENTINA

    Ivana Carina Jofr.................................................................................68

    LOS ESTUDIOS DE HERENCIA CULTURAL COMO UNA ALTERNATIVA A LA ARQUEOLOGA CIENTFICA O A LA PATRIMONIALIZACIN DE LOS DIOSES: DEL PARADIGMA DE LA RUPTURA AL DE LA CONTINUIDAD

    Wilhelm Londoo....................................................................................97

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    Ms all del patrimonio: a modo de introduccin

    MS ALL DEL PATRIMONIO: A MODO DE INTRODUCCIN

    Por:Wilhelm LondooEditor de Jangwa Pana

    Hace ms de una dcada Nstor Garca Canclini haca notar que nos en-contrbamos en una poca donde la nocin de patrimonio haba saturado el mercado de lo pblico. Dentro de esa eclosin que Garca reseaba, manifestaba su preocupacin por el excesivo peso que tenan, dentro de la cuestin patrimonial, los temas de conservacin y traduccin de lo patrimonializable en capital econmico. Segn el balance que haca (Gar-ca, 1999), las teorizaciones sobre el patrimonio eran demasiado tcnicas y no permitan ver sus usos sociales. Para ello, l propona ver la tensin que se ergua sobre el patrimonio si se lo miraba como un capital cultural segn la visin de Pierre Bourdieu acerca del capital simblico. En criterio de Garca Canclini, analizar el patrimonio desde la ptica bourdieuniana permita poner el nfasis en las estructuras que determinaban accesos, no slo al patrimonio, sino a los medios simblicos que admitan su gestin. En rigor esta premisa no fue profundizada por Garca Canclini, y sin duda alguna es fundamental en la actualidad cuando el patrimonio ha adquirido, como categora pblica, un peso inigualable con respecto a unas dcadas atrs.

    Con este volumen de Jangwa Pana queremos aportar al debate sobre el patrimonio desde un punto de vista crtico. Nos interesa, ms que hablar acerca de lo bueno de los inventarios patrimoniales o de la conservacin, sobre las maneras como la eclosin de la patrimonial es sintomtica de

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    Ms all del patrimonio: a modo de introduccin

    nuevas estrategias de despojo a comunidades locales, que siguen los viejos cursos de la poltica de republicanizacin.

    Textos como el de Patrick Morales (Morales 2011), lo sugieren sobre los kankuamos ubicados en la vertiente oriental de la Sierra Nevada de Santa Marta. El proceso de ampliacin del Estado colombiano, cedido por ste a la Iglesia, en ese caso a las rdenes capuchinas, llev a que se prohi-bieran prcticas locales que implicaban visitas a paisajes sagrados. Estas prohibiciones llevaron a que en dcadas tempranas del siglo XX los ar-quelogos hallaran una infinidad de objetos desvinculados de prcticas de comunidades locales. Esas desvinculaciones les permitieron suponer que los hallazgos eran evidencia de sociedades desaparecidas. Por sobre la continuidad pervivi la ruptura.

    No en balde, cuando se inician las investigaciones arqueolgicas sobre la Sierra Nevada de Santa Marta, las preguntas fundacionales tienen que ver con la posibilidad de que los grupos locales an guarden elementos cultu-rales de las sociedades taironas. En ese sentido, la nocin tairona es el nombre que tiene la herida colonial en la Sierra Nevada de Santa Marta, para apropiarse de una herramienta valiosa de Walter Mignolo. Con dicho nombre se signaron unas prcticas y materialidades que fueron referencia-das en un pasado construido desde las temporalidades de la modernidad. Junto con la geopoltica que implicaba la designacin caribe desde el imaginario colonial, se disloc del presente a ciertas sociedades por medio de una cronopoltica. Frente a este particular, una cita tomada del reporte que present Gregory Mason, uno de los primeros arquelogos que inves-tig lo tairona en 1938, resulta ilustrativa:

    El trabajo consisti en establecer dos puntos para la satis-faccin del escritor, los cuales l espera en estas pginas des-cribir para la satisfaccin del lector. Esos puntos son: 1) Que mucha de la religin Kagaba-Arhuaca de hoy fue heredada de los Tairona, esto lo evidencia las explicaciones que Kagabas dieron al escritor al respecto de las funciones exotricas de los artefactos que l excav de sitios Tairona; igualmente que los hallazgos del autor podran, por lo tanto, impeler a los antro-plogos a considerar los Kagabas como la tribu viviente ms rentable para arrojar luz sobre los Taironas. 2) Que los Tairona

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    Ms all del patrimonio: a modo de introduccin

    tenan contactos con la cultura Chiriqui del norte de Panam y el sur de Costa Rica, como lo indican los descubrimientos del autor de tres tipos de cermicas Tairona parecidos a la cermi-ca Chiriqui (Mason 1938: xix).

    Como se puede apreciar, Mason considera que su relacin como inves-tigador con los kagabas se da en la medida en que ellos puedan arrojar luz sobre los taironas. Este inters analgico opera evidentemente bajo la lgica de que es ms preponderante aceptar las rupturas que preocuparse por las continuidades. Seguramente el preguntarse mejor por las formas de continuidad entre los taironas y lo kagabas le hubiera llevado a cuestionar la geocronopoltica construida por los espaoles en la cual lo tairona fue definido como una categora administrativa en pleno proceso de incor-poracin territorial en la provincia de Santa Marta. Para los espaoles lo tairona era un rea que deba ser subsumida en el sistema de fiscalizacin y que se encontraba en la vertiente occidental de la Sierra Nevada de Santa Marta, entre las cadas de los ros Don Diego y Buritaca. Resulta increble que con este equvoco se haya fundado toda una tradicin de investigacin y exaltacin de lo tairona.

    Con los ensayos que conforman este suplemento de Jangwa Pana, se in-tenta cuestionar los discursos ms estables sobre el patrimonio para barrer los equvocos del colonialismo. El primer texto, de Alejandro Haber, hace una cartografa de las posibilidades del lado oscuro del patrimonio. En ese espacio estaran especficamente aquellos relacionamientos con esas materialidades que estn por fuera de las prioridades de la conservacin y exhibicin segn la lgica de la modernidad. Apelando a la relacionalidad que Haber considera fundamental del mundo andino, el autor exalta las formas como los disciplinamientos cientficos preterizan lo local, y blin-dan la epistemologa cientfica de una autocrtica que ella misma desplie-ga sobre los colectivos alterizados. Nos parece fundamental sealar, bajo la gida de Haber, que el patrimonio, como definicin pblica, supone siempre procesos de preterizacin que son violentos, desarticuladores, y en suma la punta de lanza de la dominacin.

    El segundo texto, de Cristbal Gnecco, est ms orientado a resear cmo en la actualidad el discurso multicultural ha servido para cooptar formas de crtica social reciclndolas para mantener la hegemona epistmica de

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    la ciencia. En este proceso la apertura hacia lo local, a travs de la pro-mocin de museos comunitarios, de la vinculacin de pobladores locales en las investigaciones arqueolgicas, son en criterio de Gnecco cambios hechos para mantener las cosas iguales. Nos parece importante apoyarse en las visiones de Gnecco para no confundir estas formas de reciclamiento con sntomas de disolucin de la violencia epistmica contra la que escribe Santiago Castro-Gmez.

    Si para Haber es importante el lado oscuro del patrimonio que se pue-de apreciar quitando la mirada de las superficies de la preterizacin, para Gnecco son relevantes las nuevas formas como el discurso hegemnico ha respondido al embate del movimiento social. En el caso del tercer texto, de Lus Franco, no son preponderantes estos dos frentes de debate poltico del patrimonio, sino la manera como el mismo es producto de una ficcin concertada en un teatro definido por las lgicas del poder. Para ello, Franco hbilmente vincula las discusiones sobre el patrimonio con aquel cuento que narraba las historias de un rey que andaba desnudo y al que todos le decan que tena el traje ms bello jams construido. Nos parece impor-tante preguntarnos con Franco sobre las maneras como el boom del patri-monio conforma una ridcula desnudez en espacios hegemnicos que se confieren la misin de la preservacin. Preguntamos, siguiendo a Franco: No hay detrs de cada declaratoria patrimonial un rey desnudo?

    En este suplemento los tres primeros artculos se caracterizan evidente-mente por ser inquietantes y permitir cuestionar la solidez de lo patrimo-nial. En el caso del cuarto artculo, de Carina Jofr, adems de los pertre-chos tericos para cuestionar la estabilidad del patrimonio, contiene datos sustantivos con las voces locales recogidas por Jofr en una regin del norte de la Argentina. En esas voces se muestran otros sistemas de refe-renciamiento que van ms all de la patrimonializacin. Esas etnografas permiten comprender, claramente, que la necesidad de conservar, de pa-trimonializar, no es ms que el despliegue de discursos hegemnicos en contextos locales. Podramos decir que los anlisis de Jofr se dan desde los lados oscuros sobre los que teorizaba Haber.

    Finalmente, est el texto de Wilhelm Londoo. Para Londoo, y en cierta correspondencia con el texto de Gnecco, habra que ir ms all de la ar-queologa y proponer un nuevo campo de trabajo que aborde los proble-

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    Ms all del patrimonio: a modo de introduccin

    mas que la patrimonializacin no considera. Como lo muestra Londoo en su texto, la arqueologa se construy con base en la teora de la ruptura. Hoy sera importante preguntarse, ms bien, por las continuidades.

    Esperamos que estos textos sean de provecho para aquellos activistas que piensan en procesos locales ms all de las lgicas de la patrimonializa-cin. Igualmente, para acadmicos y administradores pblicos que deseen ir ms all de los paquetes de contenidos que llegan desde instancias donde la critica patrimonial se da. Queremos que este texto apoye procesos que van ms all del patrimonio.

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    Ms all del patrimonio: a modo de introduccin

    Referencias Bibliografa

    Garca, Nstor. 1999. Los usos sociales del patrimonio. En: Patrimonio etnolgi-co: Nuevas perspectivas de estudio. Coordinadora: Encarnacin Aguilar Cria-do. Instituto Andaluz del Patrimonio Histrico, pp:16-33.

    Mason, Gregory (1938). The Culture of the Taironas. A dissertation presented to the Faculty of the Department of Anthropology University of Southern Califor-nia. Sin publicar.

    Morales, Patrick 2011. Los idiomas de la reetnizacin. Corpus Christi y paga-mentos entre los indgenas kankuamo de la Sierra Nevada de Santa Marta. Uni-versidad Nacional: Bogot.

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    El lado oscuro del patrimonio / Alejandro F. Haber

    Resumen

    El concepto de patrimonio arqueolgico est incluido en una red semntica que gira en torno a la definicin disciplinaria de lo arqueolgico. En este trabajo exa-mino qu cosas quedan a uno y otro lado de la demarcacin de lo arqueolgico en una etapa disciplinaria, as como las ma-neras en las cuales esa demarcacin ob-jetual es recapitulada en una etapa pos-disciplinaria (o posmoderna). Describo, finalmente, algunas consecuencias teri-cas para una comprensin indisciplina-da (o decolonial) del patrimonio.

    Palabras clave: Patrimonio arqueolgi-co, disciplina, posmodernidad

    EL LADO OSCURO DEL PATRIMONIO

    Alejandro F. HaberEscuela de Arqueologa, Universidad

    Nacional de Catamarca. Conicet.

    Recibido: 5 de mayo de 2011Aceptado: 30 de junio de 2011

    Abstract

    The concept of archaeological heritage is included within a semantic network around the disciplinary definition of the archaeological it. In this text I examine both the things that are kept on each side of the demarcation of the archaeologi-cal it within a disciplinary phase, and the ways in which that demarcation of objects is recapitulated in a postdiscipli-nary (or postmodern) phase. I describe, finally, some theoretical consequences towards an undisciplined (or decolonial) understanding of heritage.

    Keywords: Archaeological heritage, discipline, posmodernism

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    El lado oscuro del patrimonio / Alejandro F. Haber

    L os contextos poscoloniales en los que se desenvuelve la prctica de la arqueologa suelen ubicar a sta en el filo de friccin colo-nial1. En dichos contextos, el patrimonio arqueolgico es puesto en juego en conflictos entre movimientos sociales y el Estado y/o empresas trasna-cionales. Claro que los roles jugados por el patrimonio arqueolgico en los conflictos no son homogneos ni estables. El patrimonio arqueolgi-co aparece, a veces, movilizado por colectivos sociales en sus luchas por el reconocimiento a la diferencia cultural e histrica; otras, por empresas trasnacionales que desean mostrarse en actitud cuidadosa para con ese pa-trimonio a la hora de promover sus proyectos de inversin de capital; por ltimo, regulado por el Estado, ya en actitud conservadora (o conservacio-nista), ya como habilitador de proyectos de investigacin o de inversin de capital.

    No hay un lugar fijo para el patrimonio arqueolgico una vez que se le mira en los contextos prcticos, generalmente conflictivos, de la vida social, de la poltica pblica y de los circuitos de circulacin de capital financiero. Y, sin embargo, si por algo puede decirse que el patrimonio arqueolgico tie-ne esos lugares cambiantes y a veces contradictorios, es en tanto signo de la estabilidad del origen; el patrimonio arqueolgico es aquello que seala materialmente la ausencia presente, en el mismo lugar, de un pasado de unas poblaciones de las cuales tomamos conocimiento por su intermedio. El pasado pas y ya nada puede cambiarlo: lo arqueolgico significa esa estabilidad, una fijacin imaginaria que sirve de referencia para la colonia-lidad y la modernidad, para sus relatos del pasado y del futuro, de nosotros y de otros. Pero, al mismo tiempo, aquel signo de relacin estable con la historia toma significados fluidos o se debate entre el ser-hacia-el futuro y el ser-frente-al-pasado2.

    1. Lo que ha sido caracterizado por Nick Shepherd como la arqueologa al filo del cucharn/palustre/badilejo (Shepherd 2006).2. Expresado como las promesas del oro y el regreso de los muertos en Jofr 2010, volumen epilogado por una versin anterior de este texto.

    El lado oscuro del patrimonio

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    El lado oscuro del patrimonio / Alejandro F. Haber

    Quisiera examinar la coyuntura en la cual el patrimonio arqueolgico, ya configurado como estable, es puesto en el fluido juego de la vida actual. Una coyuntura que, como tal, indica un paso de una configuracin a otra que, con el objeto de aliviar la exposicin, llamar disciplinaria y posdis-ciplinaria, respectivamente. Con ello asimismo implico que el patrimonio arqueolgico no existe como tal antes de una configuracin disciplinaria. sta comienza a formarse en distintos momentos en diferentes pases del mundo, siendo el ltimo cuarto del siglo XIX y los primeros aos del XX el perodo de consolidacin de discursos, establecimiento de fronteras y, lo ms importante, demarcacin de los objetos y los mtodos de la disciplina arqueolgica. Es esta una disciplina de conocimiento, es decir, tiene al conocimiento como objetivo; el pasado antiguo como objeto; el estudio de los restos materiales remanentes del pasado, los vestigios, como su mto-do. Todo lo cual resulta en un conjunto de verdades obvias para la lectura un siglo despus de los hechos, pero no lo es en absoluto para la lectura un siglo antes de ellos.

    Antes que lo arqueolgico fuese demarcado como los vestigios mediante los cuales los arquelogos construyen el conocimiento del pasado, era, pues, otra cosa, suscitaba otras relaciones, movilizaba otros sujetos y vin-culaba otras realidades. En Catamarca -y ntese que para describir lo pre-disciplinario debo necesariamente localizarme- eran huacas, antiguos, fes-tejos, antigales, pucaras, ciudarcitas, cuya exacta amplitud y profundidad de significados no sabemos del todo, pero de los cuales intuimos relacio-nes con lugares, dioses, ancestros, tiempos, tal vez todo ello como parte de lo mismo. Eran relaciones ontolgicas de ancestralidad, sacralidad, mun-dificacin. No quiere decir que fueran abiertas ni pblicas: sobrevivan a la historia de represin religiosa y desterritorializacin que llevaban ade-lante las instituciones y prcticas coloniales. Pero tambin se recreaban en perodos de retraccin de la frontera colonial. Cabe aqu un comentario reflexivo sobre este prrafo: est escrita en pretrito mi descripcin de la configuracin predisciplinaria de lo arqueolgico, significando, a pesar mo, que ha desaparecido, que ha sido reemplazada por una configuracin disciplinaria. Me referir ms abajo a la trampa de la preterizacin, mas deseo comunicar en este punto que la existencia de configuraciones suce-sivas no implica el reemplazo de unas por otras -aunque la historiografa

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    El lado oscuro del patrimonio / Alejandro F. Haber

    disciplinaria as lo quiera- sino la represin disciplinaria (disciplinamien-to) de otras configuraciones, que sobreviven en relacin con la disciplina, estigmatizadas, reprimidas o ignoradas por ella. De hecho, podramos de-cir que la prefijacin pre y pos de lo disciplinario no es sino un estilo muy arqueolgico de construir la historia (en este caso la historia disciplinaria) a la manera de capas que se suceden unas a otras en un tiempo lineal, cuyas implicaciones comento ms abajo.

    Con el disciplinamiento, lo arqueolgico se delimita en dos tipos de rela-ciones: entre tiempos y entre sujetos. Ambas relaciones son entre trmi-nos diferenciados y distanciados: tiempos pasados conocidos en tiempos presentes, sujetos conocedores que conocen sujetos (objetos) de conoci-miento. Los trminos (el pasado, el presente, lo arqueolgico, los arque-logos) se consolidan, se estabilizan, en la demarcacin disciplinaria, en la consagracin de su objeto y mtodo. Los trminos devienen cosas en s mismas como efecto del lenguaje disciplinario (devienen sujetos u objetos de conocimiento, devienen pasado-a-conocer o presente-que-conoce) y, al mismo tiempo, el conocimiento resulta la privilegiada manera de relacin entre esos trminos. Un conocimiento comprendido de acuerdo con el mo-delo del conocimiento cientfico: el sujeto, distanciado del objeto, lo cono-ce y, eventualmente, lo modifica para su beneficio.

    Se comprende, pues, que bajo el rgimen disciplinario el valor de lo ar-queolgico se traslade desde la relacin de produccin del ser hacia la re-lacin de produccin del conocimiento. El que sea patrimonio no significa una relacin de ancestra particular (los abuelos nuestros de quienes pro-venimos), sino una relacin de conocimiento que tiende a la universalidad (el ser humano cognoscente al que tendemos). Entre los trminos definidos en el marco disciplinario, el tiempo pasado y el tiempo presente, se abre un abismo, el mismo que separa a conocedores de conocidos. Es este un abis-mo cuya naturaleza reside ms all de la naturaleza, ya que obedece ms bien a la metafsica colonial que entiende al mundo separado por un antes y un despus, que son, al mismo tiempo, el nosotros-que-hablan separado del ellos-que-somos-hablados3; un abismo franqueable slo mediante el conocimiento disciplinario que establece -sea nuevamente dicho- sus ob-jetos y mtodos.

    3. La no correspondencia entre nmeros verbales y pronominales en esta frase es un recurso que pretende llamar la atencin sobre la inestabilidad identitaria de la ruptura metafsica colonial.

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    El patrimonio arqueolgico, que encierra la metafsica colonial en su cons-titucin, deviene as un sntoma de la racializacin de la historia, una his-toria que es tanto lo que sucedi como lo que se dice acerca de ello; un sntoma cuya existencia pone en evidencia la pretendida ausencia de la relacin colonial, que el disciplinamiento niega y crea al mismo tiempo, es decir, recrea mediante su negacin, recapitula; en fin, un sntoma de la vio-lencia. Que el patrimonio arqueolgico delimite unas cosas mediante las cuales se conoce -conocemos- la historia de los otros, resulta, desde una lectura sintomtica, el quebrantamiento de otras relaciones -ontolgicas y no meramente cognoscitivas- entre los otros y esas cosas. El que el patri-monio arqueolgico permita conocer la historia de los indios, es decir, lo dicho, slo es posible una vez que se ha reprimido lo no dicho: esos indios son privados de su patrimonio, o sea, el que debieron heredar de sus ances-tros, que son esas mismas cosas que se dicen patrimonio arqueolgico. La afirmacin del patrimonio arqueolgico es al mismo tiempo la negacin del patrimonio no arqueolgico -el territorio de los colonizados-; lo cual equivale a decir que los objetos4 son negacin de los sujetos de la historia.

    Es preciso volver sobre una reflexin anterior: el lenguaje disciplinario habla en pretrito de lo otro. As, las relaciones predisciplinarias con los muertos son trasladadas ellas mismas al pasado ido; es decir, el que lo predisciplinario sea anterior a lo disciplinario quiere implicar -y he aqu la versin estratigrfica de la historia que la arqueologa aplica tanto a la historia como a s misma- que no perdura en el perodo disciplinario. La disciplina, en lucha hegemnica sobre otras epistemes -no disciplinarias- las enuncia como perodo anterior a ella misma. Las preteriza, haciendo uso sobre s misma de la ms poderosa arma que despliega sobre el con-junto de la historia. Transforma la frontera colonial -una regin de la lucha armada y simblica por el sometimiento y la resistencia- en periodizacin -una convencin lingstica materialmente comprobable y comproban-te de la sucesin temporal de otros por unos a lo largo de una historia lineal que no puede ser evitada-. El patrimonio arqueolgico se realiza, as, como relacin hegemnica con las huacas. La lectura hegemnica asintomtica del patrimonio arqueolgico no hace sino allanar el camino para que la violencia se reproduzca como su principal efecto performativo.

    4. Vistos como objetos, es decir, dentro del marco que establece el lenguaje del patrimonio arqueo-lgico (Haber 2009).

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    La metafsica disciplinaria no queda abolida en una etapa posdisciplina-ria. Como en otros casos en los que se ha prefijado similarmente, no es una terminacin sino una recapitulacin lo que se pretende significar con el uso de la palabra posdisciplina. La posdisciplina comparte una misma caracterizacin de poca con los vocablos as prefijados: posmodernidad, poscapitalismo, poscolonialidad, los ms significativos. El capital, se ha dicho mil veces, se fluidifica; pero no lo hace por vocacin sino por necesi-dad. La vocacin del capital, o sea, ms capital, slo es posible a condicin de que modifique las condiciones que lo hicieron posible, que flexibilice las relaciones y las haga todas dependientes del mismo, que transforme en mercanca cada cosa y cada pensamiento. Pues el pensamiento se vuelca denodadamente a la labor de crear mercancas all donde haba fruicin, uncin, o simplemente vida, en una carrera voraz que extiende hasta lo ini-maginable la frontera colonial, en un diluvio de capital que inunda el mun-do y se cuela por toda rendija. Es vuelta mercanca incluso la tradicin, inmvil punto de referencia necesario para la autocomprensin moderna. En ese contexto, el patrimonio arqueolgico no queda fuera de su alcance; se vuelve objetivo de mercantilizacin por parte de una de las reas ms expansivas del capital: el turismo. El patrimonio arqueolgico, signo de la autenticidad estable del origen, de lo tradicional, lo premoderno, por ello mismo se vuelve mercanca voltil en el flujo del capital: es reconvertido, transformado en un producto acorde con el relato que se desea confirmar, para quedar conforme a su consumo turstico y sus deseos de distancia. Por el mismo camino por el cual el turismo consume lo autntico pero al mis-mo tiempo slo puede consumirlo cuando ya no lo es, entra el patrimonio arqueolgico en la dinmica fronteriza del capital, siempre buscando un nuevo signo de autenticidad ms all de s mismo, pues el que se conoce como tal ya ha dejado de serlo.

    El valor del patrimonio arqueolgico -el pasado al que se conoce por su intermedio- es a la vez afirmado como autntico y negado por su mercan-tilizacin. Mas, una vez resquebrajada la supremaca del rgimen discipli-nario, que estatua el valor de lo arqueolgico en trminos de su potencial para conocer el pasado, la apelacin al patrimonio arqueolgico acude a otro valor, esta vez su potencial para desarrollar el presente -transformar el presente en un futuro-. El desarrollo no habla, sin dudas, de cualquier

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    futuro. Se trata de un signo discursivo segn el cual los beneficios de la mercantilizacin se derramarn sobre el orbe. Un derrame que, como si no estuviera ya signado por la lgica de acumulacin privada del capital, no tiene su explicacin en un significado comprobable, sino en su funcin como significante vaco de significado, cuyo sentido le es prestado por el lugar que ocupa en el marco de sentido hegemnico de la historia. De manera que, an cuando toda profeca del desarrollo parece contradicha en los hechos y cuanto ms adjetivado es el desarrollo como social, local, etc., tanto ms contrariada resulta su promesa, la apelacin al desarrollo, como signo sin significado-en-s, se acrecienta da a da. Cuanto ms concreto y visible sea el desarrollo, cuanto ms cercano a los ojos se encuentre, tanto ms impulsa a seguirlo en carrera, y tanto ms inalcanzable resulta. El de-sarrollo necesita, pues, de huellas de s mismo: un pasado materializado en sus vestigios, una naturaleza inalterada, unos indios tradicionales vestidos de pretrito. Esos son los signos que permiten constituir la subjetividad como lanzada hacia el desarrollo, como incluida en una lnea de tiempo cuya inexorabilidad es estratigrfica, es decir, materialmente comprobable en la naturaleza de la historia y comprobante de la historia de la naturaleza.

    Igualmente, y como parte del mismo proceso, el valor del desarrollo da cuenta de la transformacin de los encuentros coloniales en procedimien-tos administrativos regulados por el Estado. De manera que lo que el dis-ciplinamiento establece como concesin o prohibicin es ahora un proce-dimiento con sus pasos ya establecidos y sus calificaciones ya ponderadas, reduciendo considerablemente el costo colonial en al menos dos mane-ras: el costo de la friccin es transferido al Estado, es decir, financiado por el mismo pblico que es objeto de sometimiento; y el riesgo empresario es notoriamente reducido por la inclusin del proceso colonial en un procedi-miento administrativo burocrticamente modulado5.

    El patrimonio arqueolgico deja de ser as un obstculo a los proyectos de saqueo colonial, es decir, algo que deba ser conservado por encima de cualquier promesa de desarrollo6, y sucumbe as al procedimiento por el cual la disciplina mide los daos, los cuantifica, los valora y valoriza,

    5. Lazzarato (2010) 6. El patrimonio arqueolgico como valor a conservar por encima de otros proyectos permanece vigente en legislaciones nacionales y regionales, ellas mismas vestigios de una configuracin todava disciplinaria.

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    o sea, los traduce en costo monetario, en equivalente de valor, en uno de los tantos valores a incluir en la ecuacin del giro del capital. Colabora entonces en la realizacin de la frmula que mide la renta, el plazo y el riesgo; la ecuacin de inversin hace posible la activacin de la frontera en una nueva expansin, en una nueva promesa de desarrollo -que quedar incumplida salvo para los accionistas del capital.

    El desarrollo adquiere valor simblico a condicin de haberse tornado he-gemnico un singular sentido de la historia, en el doble sentido -signifi-cado y direccin- de la palabra sentido. La direccin en la que se mueve el capital en su constante acumulacin es la misma direccin en la que se mueve la historia: siempre hacia el futuro, hacia arriba, permanente-mente ms, inevitable y progresiva. No se puede desdear el lugar que la enseanza escolar de la historia ha tenido en el proceso mediante el cual el sentido de la historia se ha vuelto hegemnico. La tradicin judeocris-tiana confluye con el ms materialista evolucionismo en el sostenimiento de la historia como un vector, una lnea dirigida hacia el futuro. Ha sido, oportunamente, la disciplina arqueolgica la encargada de dotar las prue-bas materiales al sentido direccional de la historia: la estratigrafa como metfora del tiempo ha naturalizado la linealidad acumulativa de una his-toria antes restringida a un contexto histrico y cultural especfico. Bajo el manto cobertor de ese sentido de la historia, el discurso del desarrollo se constituye, no tanto en un contenido concreto, sino en un ndice, un signo que lo convoca por su sola mencin -nuevamente, significado y direccin: estamos alineados y orientados al futuro-.

    La disciplina es recapitulada en, al menos, dos maneras, en la posdisci-plina: como proveedora de la tecnologa de vinculacin entre las partes definitivamente separadas por la brecha de la metafsica colonial -pasado otro, presente propio, pero tambin los objetos de colonia y los sujetos colonizadores, o sus respectivos descendientes-, es decir, como disposi-tivo de enunciacin de la realidad en trminos de lo arqueolgico y su manipulacin metodolgica; y como proveedora del sustento ideolgico del sentido de la historia -la exposicin estratigrficamente alineada del paso del tiempo, es decir, de sus objetos, su objetividad y su objetivismo-.

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    En la disciplina, la preterizacin -consideracin de las relaciones presentes como si fuesen pretritas- se conjuga con el objetivismo -consideracin de las relaciones sociales subjetivas como si estuviesen en el mundo objetivo y externo a los sujetos-. Incluso yo mismo, cuando ms arriba me refer a predisciplinario, he sucumbido al juego del lenguaje (que instituye las reglas de juego dentro de las cuales los sujetos son tales) arqueolgico que consiste en preterizar lo indgena. Desde un punto de vista sintomtico, podramos decir que la negacin de lo indgena sucede en la ausencia de cuestionamiento de lo no-indgena; es decir, que lo indgena es negado desde el lugar de la no-cuestin de lo no-indgena, un sitio que habla pero que no es hablado, el lugar de la identidad hegemnica desde la cual se puede evaluar el contenido de verdad de lo indgena, pero que no puede examinar su propio contenido. Y es que el arquelogo, por ms que se vea a s mismo como sujeto de conocimiento de la historia, antes que eso es su producto.

    Pretender independencia de las relaciones sociales que hacen al sujeto de conocimiento antes que el conocimiento fuese elevado al estatus de rela-cin privilegiada con el mundo, no lo convierten necesariamente en sujeto de conocimiento, sino en sujeto reproductor de las relaciones sociales en las cuales l mismo se constituye y que eventualmente disfruta.

    Pues por ms que se trata de promesas incumplidas e incumplibles, la sola mencin del desarrollo funge como signo de futuro, magnetiza en la direc-cin del futuro, y allana -o pretende hacerlo- toda pretensin en contrario. La vocacin de la arqueologa disciplinaria por el conocimiento del pasado y el cuidado de sus vestigios se acomoda, ya no a obstaculizar su destruc-cin, sino a cuantificarla y expresarla en un equivalente de valor. Y los arquelogos, que antes lamentaban su leve sitio en el concierto de la socie-dad de la que comen, acuden redimidos al mercado, es decir, al lugar que en la sociedad capitalista produce lo real. La arqueologa se transforma (a veces sin tapujos y a otras con sorpresa y remordimiento) en una tecnolo-ga, se instrumentaliza en el procedimiento administrativo cuyo resultado ya est resuelto antes de iniciado. Podra parecer paradjico que la disci-plina arqueolgica se reconvierta en instrumento del sentido de la historia cuyo conocimiento ella misma ha promovido como si fuese un objeto. Aunque deba inquirirse, en todo caso, hasta qu punto la configuracin

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    disciplinaria, con toda su pretensin de neutralidad, no era ya instrumento con sentido estructural, por ms que la subjetividad de los actores se per-cibiera como levedad y se lamentara por ello7.

    Tal como las promesas del desarrollo son una invitacin fantasmagrica al futuro pues ese futuro no existe sino en la promesa- la gravedad de lo arqueolgico es una manifestacin de la persistencia del pasado. Los muertos regresan para decir que, tanto si los negamos como si los afirma-mos, somos-en-relacin-con ellos. Regresan las huacas ya extirpadas para decir que el pasado no ha muerto ni es pretrito. Y si los muertos regresan no es para ser conocidos, sino para decirnos que, sea una u otra cosa lo que seamos, lo somos en relacin a ellos.

    Es precisamente en torno a la diferencia entre ser en relacin con el pasa-do y ser orientado al futuro que se debate la arqueologa posdisciplinaria. Puesto en esos trminos, ser en relacin con el pasado es ser en relacin con la historia que constituye las subjetividades coloniales; ser en relacin con el futuro es ser arrojado hacia una promesa de acumulacin. Pero esta diferencia no es una opcin, no nos es dado simplemente optar entre una u otra ontologa.

    El ser orientado al futuro es el lugar hegemnico de enunciacin el sentido de la historia desde el cual se enuncia el mundo; por ello es que llamar a ese lugar las promesas del oro o el signo vaco del desarrollo es parte de la inmensa y crucial tarea literaria mediante la cual el desprendimiento poltico del lenguaje colonial es al mismo tiempo un prendimiento potico en un lenguaje distinto8. Que no sorprenda que ese otro lenguaje acaso suene a no-lenguaje, tal como en la Grecia clsica sonaba el habla de los brbaros en los odos de Herdoto, cuando este se dispona a recolectar la informacin para narrar la guerra que su pueblo les haba hecho a aquellos. Al mismo tiempo, ser en relacin con el pasado constituye las ausencias sobre cuya base se edifican las subjetividades nuestras. No elegimos llevar el nombre del deseo colonial, lo dice un argentino.

    Designar el lugar hegemnico desde fuera de s mismo es una inmensa ta-rea, pero necesaria para desprender lugares no hegemnicos, incluso con-

    7. Tal como se la ha interrogado, por ejemplo, en la tradicin de Frankfort.8. En el sentido que discute Mignolo (2008) para la palabra desprendimiento.

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    trahegemnicos, de enunciacin del mundo. Y enunciar el mundo desde esos otros lugares no se parece tanto a designarlo como a conversar en el mundo. Conversar con el lado interno de las cosas, con la historia -que no tiene sentido sino gravedad y gravidez-, con las ausencias en base a las cuales cada uno es lo que es; conversar sin abismos de por medio, recono-cindonos en ambos lados de lo que pareca metafsicamente distante. La arqueologa tiene mucho para conversar, no acerca de una cosa que sea el patrimonio arqueolgico, sino en-relacin-con lo arqueolgico. El patri-monio arqueolgico no es algo a lo que se le den significados plurales, sino un significante vaco, una ausencia; ser-en-relacin con esa ausencia es el desafo para la arqueologa. Pero ese desafo no puede ser tomado en serio si meramente se recapitula la metafsica disciplinaria. El desprendimiento necesario no es algo que deba darse en la superficie del lenguaje, sino en los sentidos que el lenguaje produce en el mundo.

    Es por ello que las arqueologas que acometen ese desafo, se nutren a ve-ces de la tarea que los movimientos sociales ya han emprendido, la de ver al mundo desde un lugar inesperado; y en los casos de los movimientos contrarios a la gran minera a cielo abierto, los movimientos indgenas y campesinos por la tierra, se trata de lugares verdaderamente inesperados. Aceptar la conversacin con mis muertos puede ser tambin un lugar ines-perado, y tal vez sea all antes que en cualquier otro lugar en donde resida el potencial transformador de las arqueologas indgenas. Son muchas y diversas las moradas que prefieren el lugar sin sentido de la historia grave. Pues si es cierto que el patrimonio arqueolgico es un sntoma de su au-sencia, sera de esperar que comenzramos por vincularnos con ese lado oscuro del patrimonio y, pues, aceptar que ha muerto. Es por ello que tal vez este texto no quiera decir otra cosa que un inesperado epitafio para ese difunto, algo as como decir, con Atahualpa Yupanqui:

    Unos, son tierra menuda.Otras, la raz del trigo.Otros son piedras dispersasen la orillita del ro.Campesino, campesino.Por ti canto, campesino!

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    El lado oscuro del patrimonio / Alejandro F. Haber

    ()Cuando vayas a los campos,no te apartes del camino,que puedes pisar el sueode los abuelos dormidos.Nunca muertos, s dormidos!Nunca muertos, s dormidos!9

    9. De Campesino de Atahualpa Yupanqui (1968).

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    El lado oscuro del patrimonio / Alejandro F. Haber

    Referencias Bibliografa

    Jofr, I. C., (2010) El regreso de los muertos y las promesas del oro. En Prensa en Encuentro/UNCa, Crdoba/Catamarca.

    Haber, A. F. (2009) Adnde estn los 99 tficos? Notas de campo de Arqueolo-ga Subjuntiva. En Sed Non Satiata II. Acercamientos sociales a la arqueologa latinoamericana. Encuentro/UNCa, Crdoba/Catamarca.

    Lazzarato, M. (2010) Polticas del acontecimiento. Tinta Limn, Buenos Aires. Mignolo, W. (2008) La opcin de-colonial: desprendimiento y apertura. Un ma-

    nifiesto y un caso. Tabula Rasa No.8: 243-281. Shepherd, N. (2006) Archaeology at the Sharp End of the Trowel. Archaeologies:

    Journal of the World Archaeological Congress. 2(2): 1-2. Yupanqui, Atahualpa (1968) Campesino Duerme negrito. Le Chant Du Monde,

    Pars.

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    De la arqueologa del pasado a la arqueologa del futuro: anotaciones sobre multiculturalismo y multivocalidad Cristbal Gnecco

    DE LA ARQUEOLOGA DEL PASADO A LA ARQUEOLOGA DEL FUTURO: ANOTACIONES SOBRE MULTICULTURALISMO Y MULTIVOCALIDAD

    Recibido: 23 de mayo de 2011Aceptado: 30 de julio de 2011

    Cristbal GneccoUniversidad del Cauca

    Resumen

    Se ha dicho que la arqueologa tiene tra-tos cercanos con el pasado. Se ha dicho que esos tratos pasan por cierta materia-lidad. Se ha dicho. La unin de pasado y materia, suspendida por interrogantes y acaso una relacin fecunda si puesta en otros trminos, podra haber condu-cido a los arquelogos a explorar senti-dos desconocidos otorgados a las cosas (animadas en algunas cosmologas), dimensiones impensadas de sacralidad significante, espacios trascendentes de otra manera. Pero no fue as: pasado y materia fueron objetivados, cosificados, atrevidamente usados para construir la teleologa temporal de la modernidad. Este artculo explora esos acontecimien-tos.

    Palabras clave: arqueologa, multicul-turalismo, multivocalidad

    Abstract

    It has been said that archaeology has close deals with the past. It has been said that such deals are marked by cer-tain materiality. It has been said. The union of past and matter, suspended by question marks and perhaps a fertile relationship if stated differently, could have led archaeologists to explore unk-nown meanings accorded to things (ani-mated in some cosmologies), unthought dimension of meaningful sacredness, transcendent spaces otherwise. But it didnt happen that way: past and matter were objectified and reified, boldly used for constructing the temporal teleology of modernity. This paper explores such events.

    Keywords: Archeology, multicultura-lism, multivocality

    Qu pjaro tiene el corazn paracantar en un matorral de espinas?

    (J.M. Coetzee. Esperando a los brbaros)

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    a arqueologa fue hecha dentro de los lmites de una mal-dicin: el empirismo preterizante, esa perversidad positiva, construy una gruta cannica donde los arquelogos se refugiaron, no sin placer. All han permanecido, alimentando un autismo irresponsable y deliberado, sin salir a la luz del contexto; reproduciendo, hasta la nusea, una indagacin auto-referencial que hace del pasado un lugar para huir de los acontecimientos que nos hacen, nos exigen y nos condenan. Los arquelogos huyen, segu-ro, pero de qu? Huyen de las palabras que dijo Andr Breton el siete de junio de 1946 en una velada en homenaje a Antonin Artaud, recin libera-do del manicomio de Rodez: Me parece motivo de burla toda forma de compromiso que no llegue a este objetivo triple e indivisible: transformar el mundo; cambiar la vida; rehacer, completamente, el entendimiento hu-mano. Centrar estas notas, entonces, en ese objetivo triple. Comenzar con el entendimiento y el ruido que produce la cada de la casa de la razn.

    Hace unas cuantas dcadas fue anunciada la reorganizacin del campo simblico de la modernidad. El anuncio lleg a la arqueologa en dos tiem-pos: uno signific el redescubrimiento de Occidente; otro la bsqueda del lugar del salvaje -en el sentido de Trouillot (2011)-. Occidente fue redescu-bierto por su historia: supo qu era, cmo haba actuado y cules eran sus horizontes de habilitacin. No lo hizo en un arranque de culpa altruista; lo hizo empujado por los acontecimientos de las guerras anticoloniales en frica, por los movimientos de derechos civiles (mujeres, afrodescen-dientes, homosexuales), por el empoderamiento tnico. Los arquelogos supieron que historizar Occidente era historizar la arqueologa y viceversa; tambin supieron que podan ser capaces de impugnar el mito de un ca-non occidental incuestionado, el canon logocntrico. Se asustaron: vieron que, al hacerlo, debilitaran sus propias premisas. Preocupados, decidieron jugar: hicieron que el punto de arranque no fueran las historias que hizo Occidente (la suya, como medida, y las de los otros, como referente inver-tido) sino la crisis de la disciplina. La crisis se jug en un orden discursivo dentro de la arqueologa, no en el orden discursivo dentro del cual opera (modernidad, logocentrismo, tantos nombres para el mismo ethos y, cmo no, para el mismo pathos). As se confin a las fronteras disciplinarias una

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    discusin que tocaba al mundo. La crtica, el dilogo, la multivocalidad se institucionalizaron: entraron a formar parte del grano de la cosecha, per-dieron su agudeza y su frescura de raz. La bsqueda del lugar del salvaje llen a los arquelogos de motivos y los precipit a la escena multicultu-ral. El arquelogo moderno devino posmoderno, sbitamente.

    En una pgina afortunada Michel-Rolph Trouillot (2011:70) retrat as al etngrafo posmoderno:

    el especialista en salvajismo est en una situacin difcil. No sabe cmo resolverla. Su modelo favorito ha desaparecido o, cuando lo encuentra, rehsa posar como se espera que lo haga. El etngrafo examina sus herramientas y encuentra que su cmara es inadecuada. Ms importante an, su campo de visin parece borroso. Pero nece-sita volver a casa con una foto. Llueve afuera y los zancudos estn comenzando a picar. Desesperadamente, el desconcertado antrop-logo quema sus notas para crear un momento de luz, mueve su cara hacia la llama, cierra sus ojos y, tomando la cmara con sus manos, toma una foto de s mismo.

    El etngrafo que emerge de la tienda al final de la lluvia no es feliz. Con la cmara y el diario de campo en sus manos, busca al salvaje, pero ste ha desaparecido (Trouillot 2011:17). Como no lo encuentra (ste es ya posmoderno y empoderado) lo reinventa, esta vez como el salvaje natu-ral que la modernidad desterr de la retrica sobre la diferencia (la unin de salvajismo y utopa). As la arqueologa preserva el lugar del salvaje, an cuando ste ya no est o est de otra manera; entonces lo reinventa, slo para comprobar, asombrado, que el lugar ha sido ocupado de nuevo, esta vez por el salvaje mismo, por sus propios medios, por su propia vo-licin. El salvaje del arquelogo posmoderno (el salvaje posmoderno del arquelogo, entonces) es un nativo histrico, un guardin altamente califi-cado de la historia por autntico y continuo.

    La exigencia de autenticidad, siempre circunstancial y maleable, hace apa-recer a las historias locales como uno de los lugares posibles (quizs el ms posible) de reactivacin del sentido del tiempo que la posmodernidad pretende aniquilar. En una paradoja que slo puede ser posmoderna, las historias indgenas antes apropiadas y transformadas por la historia na-

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    cional (canibalizadas, entonces) ahora son valoradas, en sus propios tr-minos, como discursos de continuidad y sacralidad alternativos a la brutal des-historizacin de los tiempos actuales. Esta huida hacia la naturaleza y el pasado no tiene nada que ver con la reaccin aristocrtica de los ro-mnticos del siglo XVIII; es un movimiento capitalista que exotiza al otro mientras busca limitar su despliegue. No en vano el proyecto cultural del multiculturalismo es aprovechar y redirigir la abundante energa del ac-tivismo de los derechos culturales, ms que oponerse a ella directamente (Hale 2002:498). El multiculturalismo, con su esttica de la nostalgia y de la indiferencia, se siente libre de huir de su propia historia al mismo tiempo que lega en otros (en los nativos) la constitucin de sentidos histricos que alaba, capitaliza, mercantiliza y discrimina. La nostalgia por los orgenes perdidos, escribi Spivak (2003:334, 360), va en detrimento de la explo-racin de las realidades sociales dentro de la crtica del imperialismo y es sospechosa como base para la produccin ideolgica contrahegemnica.

    Pero cuando los indgenas aventuran por fuera del nuevo canon de la re-presentacin multicultural (ms estrecho y vigilado que los cnones colo-nial y moderno) su autenticidad se pone en entredicho y sus derechos son limitados: El indio bueno, estoico y politizado es entonces velado con una legitimidad que es tan difana como efmera porque puede, rpidamente, convertirse en desprecio si pisa la lnea estrecha dibujada por sus sostene-dores blancos (Ramos 1994:86). El nativo histrico es autntico mientras siga los senderos de la historia cierta (la de las disciplinas expertas?), no invente tradiciones de la nada y use el pasado slo en la construc-cin de las identidades que la posmodernidad le permite -identidades ima-ginadas por el multiculturalismo, entonces-. El otro real (que responde de maneras diversas, no siempre pacficas, democrticas ni humanistas, a las presiones del capitalismo salvaje, a la velocidad de los flujos globales y a la violencia posideolgica) debe dar paso, sin disonancias, al otro ima-ginado (que vive su vida buclica y extica en el mundo de la tolerancia y la separacin). Como seal Slavoj iek (1998:157) de una manera brutal:

    La tolerancia liberal excusa al otro Otro folclrico, privado de su sustancia (como la multiplicidad de comidas tnicas en una me-galpolis contempornea) pero denuncia a cualquier Otro real por su fundamentalismo, dado que el ncleo de la Otredad est en la

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    regulacin de su goce: el Otro real es, por definicin, patriarcal, violento, jams es el Otro de la sabidura etrea y las costumbres encantadoras. Uno se ve tentado aqu a reactualizar la vieja nocin marcuseana de tolerancia represiva, considerndola ahora como la tolerancia del Otro en su forma asptica, benigna, lo que forcluye la dimensin de lo Real del goce del Otro.

    El nativo histrico se convirti, cmo no, en el salvaje posmoderno del arquelogo posmoderno. Su existencia retrica es una prueba de que los arquelogos eludieron la responsabilidad transformativa ante un contexto agobiante. Qu pudieron hacer los arquelogos con los dos tiempos del anuncio posmoderno, qu pudieron hacer que no hicieron? No cambiaron de lugar. Universalizaron el lenguaje contestatario, lo volvieron una nue-va medida de lo posible, el referente de las cosas. La correccin poltica tom el lugar de la asepsia objetiva; el cinismo se adue de la escena, hizo un hroe del francotirador que dispara a todos desde la barrera. Pu-dieron remover el lugar del salvaje pero decidieron preservarlo, aunque de otra manera (as salvaron sus privilegios cognitivos). No osaron preguntar qu pasara al remover ese lugar -no para revitalizar la tradicin disci-plinaria con ciruga cosmtica (Trouillot 2011:75) sino para ponerla en entredicho-. Pudieron recapturar dominios de significado creando puntos estratgicos de reingreso al discurso sobre la alteridad: reas dentro del discurso donde la introduccin de nuevas voces o nuevas combinaciones de sentido perturbara el campo entero y abriera el camino para su recap-tura; pudieron mostrar que el Otro, aqu y en cualquier parte, es realmente un producto -simblico y material- del mismo proceso que cre Occiden-te; pudieron saber que el tiempo estaba maduro para proposiciones sus-tantivas dirigidas, explcitamente, a la destruccin del lugar del salvaje (Trouillot 2011:76). Pudieron, y no lo hicieron. As se configur el canon de la arqueologa multicultural, una curiosa postura que mezcla un poco del viejo positivismo con otro poco de un nuevo constructivismo.

    Este coctel improbable define los contornos de una estrategia disciplinaria que, desde la distancia (esta vez no asptica sino cnica), tolera simboliza-ciones distintas del pasado y, en menor medida, tambin las formas de re-presentarlas y la ampliacin de su despliegue escnico. Pero su tolerancia dice tanto de su paternalismo y de su arrogancia como de su ingenuidad. Qu ha hecho la arqueologa frente al contexto multicultural? Fundamen-

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    talmente tres cosas: abrir su prctica a la participacin de actores locales (en las investigaciones y en las tomas de decisin), abrir los espacios de circulacin de su discurso (sobre todo con la promocin de museos locales y de medios impresos y audiovisuales) e incluir otros horizontes histricos en sus interpretaciones. La primera slo ha logrado que los actores locales sean miembros de los equipos de trabajo (el obrero de siempre, esta vez con vestidos tnicos) o, como mucho, que sean entrenados en la disci-plina (arrebatndolos al salvajismo de su prctica y trayndolos al curso de la civilizacin.)1 La segunda es una buena intencin (en apariencia) que ha terminado contribuyendo a la fetichizacin del pasado, como en el caso de los museos locales (que han surgido por doquier, como la peste, sin reflexionar sobre su significado y papel, convertidos en depsitos de cosas que nadie quiere y a nadie interesa). La tercera ha enriquecido la hermenutica arqueolgica pero ha olvidado tender puentes interdiscursi-vos. Estas caractersticas, entonces, que pareceran definir una arqueologa que milita contra la violencia epistmica de la tradicin logocntrica, son engaosas. La arqueologa multicultural es una arqueologa acadmica tra-dicional acomodada a las necesidades y mandatos del multiculturalismo.

    Es el disfraz (necesario) de una vieja prctica que ha decidido seguir ha-ciendo lo mismo que ha hecho por siglos, cambiando todo para continuar igual. Pero otros s, otros quieren remover el lugar del salvaje para encon-trar al otro en otra parte. En qu lugar?; qu hacer con una condicin que pide destruir el lugar del salvaje en el discurso disciplinario al mismo tiem-po que es re-edificado desde abajo? Viene a mano recordar las palabras de Johannes Fabian (2001:4): El problema principal [es] el encuentro -yo prefiero llamarlo confrontacin- de tipos de praxis, los nuestros y los de ellos. Nikos Sotiro cont a Paul Verlaine en una carta que su paciente en Harar, Arthur Rimbaud, le dijo una vez: No dejes de leer el Corn, pero recuerda que el infierno, el verdadero infierno, est construido con palabras (Meja 2008:56). Qu hacer con todo lo que hemos hecho, con todo ese gigantesco edificio de palabras que ha objetivado y cosificado el tiempo, ese edificio arqueolgico de palabras? Cmo no mirarnos en el espejo que Said (2004:126-127) puso frente a nosotros?:

    1. La participacin en otros trminos (en la toma de decisiones, por ejemplo) se debe al empoderamiento local y no al altruismo arqueolgico.

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    Preservar un suceso del olvido es equivalente, en la mente orienta-lista, a transformar Oriente en un teatro para sus representaciones de Oriente Adems, el poder puro y simple de haber descrito Oriente en trminos occidentales modernos consigue que Oriente salga del reino de las tinieblas silenciosas donde ha permanecido ignorado (con la excepcin de algn murmullo producido por el sentimiento vasto, pero indefinido, de su propio pasado) y alcance la claridad de la ciencia europea moderna.

    No es esto, acaso, lo que han hecho las tipologas arqueolgicas, volver inteligibles otros mundos para la mirada logocntrica, para la cual esos mundos no tienen historias para evitar que los hechos y sistemas caigan en las fbulas ms absurdas y desarticuladas y en la ficcin ignorante (es-tas palabras son de George Catlin sobre una ceremonia Mandan en 1841; citado por Crapanzano 1996:59)?; volver inteligibles las historias locales a travs de las taxonomas disciplinarias, vidamente evolucionistas?2 El aparato disciplinar de la arqueologa (su aparato de censura, entonces) na-turaliz sus formas de ver, medir y hacer. Naturaliz y fetichiz un canon que es, apenas, uno entre varios. El efecto conjunto de esas dos estrategias fue doble: voz y silencio. Otorg voz a la disciplina y silencio a otras alter-nativas de interpretacin. Por eso la historizacin de la arqueologa exige preguntas elementales. Por ejemplo:

    Periodizan las historias indgenas? Si es as cmo y para qu? Acaso la diferencia radica slo en las preguntas que hacemos y cmo se respon-den?; qu preguntan sobre y qu quieren del pasado las comunidades in-dgenas?; qu piensan que es el pasado? La autoevidencia de este trmino debera ser cuestionada. No conocemos bien qu son, qu esperan las his-torias indgenas y, sin embargo, las adjetivamos. Ya sabemos que no hay una slo historia sino muchas, pero la adjetivacin dice poco del conoci-miento. Al decir de otras historias que son esto o lo otro no estamos dicien-do nada de ellas sino de nosotros, de los conceptos a los cuales otorgamos valor interpretativo. Al final (al principio) todas las lecturas arqueolgicas son nacionalistas: apuntan a cimentar la relacin entre cultura material,

    2. Aunque la filosofa evolucionista perdi centralidad en la globalizacin moderna de finales del siglo XIX -debido al desmantelamiento de la razn histrica por parte de una burguesa cada vez ms amenazada por las organizaciones obreras- nunca abandon sus aposentos en el edificio metafsico de la arqueologa, ni siquiera all donde la obsesin por el espacio silenci, slo en apariencia, el valor poltico del tiempo.

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    lengua y territorio. La diferencia es la dimensin (abarcante o limitante) que se acuerda a la concepcin de nacin. Por eso habra que hablar de otras ontologas, del estatus ontolgico de los equivalentes indgenas de los conceptos occidentales. Habra que excavar para arriba. Habra que situar la recursividad de tiempo y narracin, humanizar el tiempo, claro, y humanizar las narrativas a travs de una temporalizacin significante que no sea la del mandato hegeliano. Las otras historias (no necesariamente indgenas) contadas por la arqueologa son subvertidas por las historias trascendentes en las cuales se cuentan (Crapanzano 1986:76), como las periodizaciones, las etapas universales, la evolucin, el desarrollo. Encon-trar al otro, pero dnde? Esto dijo Walter Mignolo (2005:xix): El di-logo slo puede tener lugar cuando la modernidad sea descolonizada y desposeda de su marcha mtica hacia el progreso. Esa es la tarea de la arqueologa del futuro.

    En el valle del mundo

    El mundo es otro. Los mundos son otros. Demandan volvernos localmen-te globales (globalizar la discusin pero localizar su prctica). Desde el comienzo del siglo XVI las historias y lenguajes de las comunidades ind-genas se volvieron histricos en el momento en que perdieron su propia historia. Los sujetos tambin; as se constituy la colonialidad del ser, que opera por conversin (a los ideales cristianos, de la civilizacin, del pro-greso, de la modernizacin, del desarrollo, de la democracia, del mercado) o por adaptacin o asimilacin. Si abandonamos la creencia (casi natural) de que la historia es una sucesin cronolgica de eventos que progresa hacia un fin postulado (civilizacin, modernidad, desarrollo) y traemos a escena la espacialidad y la violencia del colonialismo entonces el proyecto moderno se vuelve inseparable del colonialismo en una distribucin de nodos heterogneos.

    La diferencia entre una concepcin de nodos de heterogeneidad histrico-estructural (Mignolo 2005) y una de sucesin lineal de eventos es que la primera permite dar cuenta de las relaciones multiformes entre lo local y lo global. No concebir la historia como un proceso cronolgico lineal y teleolgico sino como una heterogeneidad multitemporal es un lugar de entrada para hablar de historias locales y su relacin en red con otras historias (lo que otorga la perspectiva global) en vez de hablar de grandes

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    narrativas. Contemplar otras dimensiones de la historia tiene otros dos be-neficios: uno est relacionado con la idea del espejo; de la mirada devuelta; del sujeto que ve, acaso por primera vez, que el sujeto que mira tambin es mirado. El otro es la extensin del reflejo: al vernos vindonos podemos preguntar quin es ese sujeto extrao que espa nuestra mirada; podemos preguntar por el orden de la representacin. Pregunto, entonces: cmo representamos? Stephen Tyler (1986) argument que la etnografa no debe representar, que la ideologa de la representacin es una ideologa del po-der, que para romper su embrujo tendramos que atacar la escritura, la representacin totalista y la autoridad autorial. El asunto es provocador y no podra no estar de acuerdo: me seduce el panorama de una arqueologa fragmentaria (que no aspira a la totalidad), que no se sumerge en el pasado para encontrar estructuras racionales profundas (siempre en lucha con el irracional animal humano) sino que habita en la superficie del mundo para dar cuenta de su estado precario; que no se preocupa por la forma porque sabe que puede tomar cualquiera y que la escogida siempre ser irrealiza-da. Pero Tyler sugiere no representar y all las aguas cenagosas nos llegan al cuello.

    El reto indgena al monopolio (narrativo y de objetos) de la disciplina des-nuda lo que el discurso de los arquelogos no quiere decir: mide su silen-cio. El mutismo de los arquelogos ante las transformaciones de la socie-dad (su juego evasor con los tiestos) no es su fortaleza disciplinaria sino su debilidad. Callar elude las presiones del contexto, esconde la cabeza en la arena. Ni el reto indgena ni el menoscabo disciplinario deberan conducir al triste espectculo de una arqueologa que no representa (o que pretende no representar), que se hace a un lado escamoteando su responsabilidad, ya sea como oportunismo cnico o como aislamiento autista. Ya lo dijo Spivak (2003): la transparencia es el disfraz del nuevo colonizador. La oportunidad es otra: representar de otra manera, exponiendo la naturaleza filosfica del animal disciplinario ante la mirada (indiscreta, acaso) de los dems. Encontrar a las comunidades locales no es apropiar su represen-tacin, como hizo por tantas dcadas la arqueologa, sino acompaarla. Este autoexamen no agota el asunto, sin embargo. En vez del silencio (no ya de la asepsia cientfica sino del cinismo multicultural), recolonizante por asimilador y paternalista, la arqueologa puede hablar de otra mane-ra, as como los pueblos indgenas empiezan a hablar desde plataformas de enunciacin inditas. Pongamos la casa en orden, entonces: ni caridad

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    intelectual ni arrogacin abusiva. Esta limpieza domstica parecera exigir la crtica y la reflexin, pero conociendo bien la desafortunada tendencia a la rearticulacin hay que admitir que la crtica reflexiva ha entrado a formar parte del canon disciplinario, del ruido amortiguado de los tim-bales multiculturales. La crtica ha sido institucionalizada. El riesgo de rearticular las subversiones en el canon tradicional no puede ser ignorado. La arqueologa multicultural transita, con soltura, el camino conocido de la rearticulacin de la diferencia. Tolera historias no acadmicas, no tota-lizantes, no logocntricas, pero las limita y neutraliza, impugnndolas o convirtindolas en adornos festivos de su altar multivocal. Las historias de las comunidades indgenas, algunas hechas con la participacin de arque-logos, son demasiado locales, demasiado relacionales, demasiado radica-les, demasiado ellas mismas como para que pasen desapercibidas ante la mirada vigilante de los arquelogos multiculturales, como para que pasen el filtro del canon permitido.3

    Por eso, quizs slo por eso, habra que entender la diferencia como la determinacin y visibilizacin de la especificidad de los sujetos histricos, no como la enemiga de la modernidad, finalmente domesticada y organiza-da por el multiculturalismo. Eso no lo puede hacer la arqueologa multicul-tural, tan empeada en alimentar al nativo histrico como en preservar sus privilegios (lo primero, acaso, no hace posible lo segundo?). Ante esos empeos recolonizantes se abren los abanicos locales. Las versiones loca-les de la historia pueden ser esencialistas, seguro, porque constituyen pla-taformas urgentes de lucha. Su esencialismo, marcadamente estratgico,

    3. Viene al caso una homologa con la antropologa feminista: cuando apareci en escena algunos antroplogos la saludaron con entusiasmo (bueno, con el entusiasmo del adulto que aplaude la obra de teatro de los nios, inocente por irrelevante; con el entusiasmo disciplinar que alaba la amplitud democrtica del relativismo desde la seguridad de sus privilegios intocados). Como seal Rabinow (1986:255): El intento por incorporar el entendimiento feminista en una ciencia antropolgica mejorada o en una nueva retrica del dilogo es tomado como un nuevo acto de violencia. La antropologa feminista est tratando de cambiar el discurso, no de mejorar un paradigma no est tratando de inventar una nueva sntesis sino de fortalecer la diferencia. Marilyn Strathern (1987:280-281) lo dijo de esta manera: un medio tolerante tambin ha reducido la academia feminista a slo otro enfoque, una va, entre muchas, a los datos... La antropologa feminista es tolerada, entonces, como una especialidad que puede ser absorbida sin que amenace la totalidad All donde las antroplogas feministas se ven abordando la totalidad de la disciplina se encuentran con una tendencia a separar el anlisis de gnero o los estudios sobre mujeres del resto de la antropologa. La antropologa feminista busc transformar la relacin entre el antroplogo y su sujeto de estudio y, al hacerlo, rechaz ser una voz ms en el estante del museo relativista.

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    no las desactiva ni las deslegitima, como pretenden algunos tericos pos-coloniales (Jones 1997:135-144; Gosden 2001:241-242).4 La estigmati-zacin de los esencialismos que hace la plataforma constructivista de la que parte la arqueologa multicultural milita en contra de la posibilidad de entender por qu surgen y cules son las consecuencias de su despliegue;5 esa tarea cartogrfica redimensionara los horizontes de intervencin de la disciplina, alejndola de una nueva mirada distanciada.

    Otras clases de arqueologas (descolonizadas, interculturales, relacionales) no eluden la reflexin sobre los esencialismos ni sobre un asunto que sus practicantes dan por hecho: cul es el significado, acaso, de involucrarse con los propsitos y las necesidades de las comunidades locales? La res-puesta no puede ser evitada simplemente apoyndolas, incluso en contra de las versiones acadmicas, como si el mero apoyo pudiera resolver las preguntas polticas que crea. Quizs podamos ver esta clase de arqueolo-gas no como un instrumento del aislamiento sino como una herramienta para empoderar a las comunidades locales en la arena global. Gustavo Lins Ribeiro (2003:216) ha sealado que el ciberespacio (el locus, por excelen-cia, de las experiencias globales) tambin puede ser un lugar para ejercer la contra-hegemona y para ampliar la visibilidad pblica de los actos de poder. Garca (1989:332) seal, en el mismo sentido: La afirmacin de lo regional o nacional no tiene sentido ni eficacia como condena general de lo exgeno: debe concebirse, ahora, como la capacidad de interactuar con las mltiples ofertas simblicas internacionales desde posiciones propias. El enredo global no es una concesin al uso occidental sino una estrategia para potenciar y compartir las experiencias locales del colonialismo (sus consecuencias tanto como su impugnacin); una estrategia para construir redes globales desde la herida colonial, siempre local. Sin embargo, las

    4. La anotacin de Gosden (2001:242) de que En el ncleo de la teora poscolonial est el ataque a cualquier visin esencialista de la cultura no es una equivocacin sino una intencin. No todas las teoras poscoloniales (as, en plural) son constructivistas, no todas deudoras del realismo anti-esencialista; la de Gosden quizs, pero no otras que hacen de los esencialismos lugares de indagacin, no de impugnacin. Sealar que La arqueologa poscolonial necesita poner al descubierto la naturaleza hbrida de las sociedades colonizadas que se han creado en los ltimos siglos (Gosden 2001:257) es equivalente a aceptar una agenda multicultural que descalifica los radicalismos esencialistas al mismo tiempo que se lucra de su exotizacin mercantil.5. Diana Fuss (1989:xi) escribi: el esencialismo, en s mismo, no es bueno ni malo, progresista ni reaccionario, benfico ni peligroso. La pregunta que debemos hacernos no es si este texto es esencialista (y, por lo tanto, malo) sino si este texto es esencialista qu motiva su despliegue?; cmo circula el signo esencia en varios debates crticos contemporneos?; dnde, cmo y por qu es invocado?; cules son sus efectos polticos y textuales? (cursivas en el original).

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    relaciones entre lo local y lo global desde el punto de vista de la historia tienen tanto de largo como de ancho. Una apuesta arqueolgica por las historias locales debe conocer una paradoja que seal Guillermo Bonfil (1994:50): el colonialismo europeo atomiz a las sociedades que encontr en su conquista de Amrica, a pesar de que, al mismo tiempo, las homoge-niz y colectiviz con el trmino indios. Esa atomizacin rompi la unidad cultural alcanzada en algunas regiones, reforzando la identidad local, en detrimento de la identidad social ms amplia que corresponda a la organi-zacin social de los pueblos antes de la invasin europea. Esta paradoja sugerente y problemtica debe ser matizada. Lo que Maurizio Lazzarato (2006) llam ontologa pluralista ayuda a vislumbrar la situacin porque propone una relacin amplificante entre multiciplicidad y singularidad:

    Esta teora de las relaciones exteriores flotantes, variadas, flui-das nos hace salir del universo de la totalidad y entrar en el mundo del pluralismo y de la singularidad, donde las conjunciones y las disyunciones entre las cosas son, en cada momento, contingentes, especficas y particulares y no remiten a ninguna esencia, sustancia o estructura profunda que las pueda fundar Este pluralismo no niega los procesos de unificacin y de composicin sino que, al reconocer que las vas por las que se realiza la continuidad de las cosas son innumerables y contingentes se plantea las siguientes preguntas: El mundo es uno pero de qu manera es uno? Qu especie de unidad posee? Qu valor prctico tiene su unidad para nosotros? (Lazza-rato 2006:19).

    El valor de esa unidad depende de quin lo asigne, desde dnde y con qu expectativas; sin embargo, hay una multiplicidad de modalidades de uni-ficacin, diferentes grados de unidad, maneras heterogneas de ser uno y una multiplicidad de maneras de realizarla La unificacin se hace a partir de la forma de red (Lazzarato 2006:25-26). El escenario de la red, de nuevo. Enredar, entonces, pero tambin pensar en las coyunturas, los rditos de la unidad y la particularidad/singularidad de las relaciones es-tablecidas. El escenario del despliegue de las (re)articulaciones histricas alternativas es global (de all su potencia, de all su visibilidad) pero su fuerza y su sentido nace de un anclaje especfico de lugar. Esta vez no se trata de un localismo globalizado que aspira a la totalidad (el universalis-mo del proyecto moderno) sino de muchos localismos que encuentran su

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    fuerza y reafirman su sentido en el mundo global. Qu puede hacer la arqueologa en este escenario? Los argumentos que us Roberto Cardoso de Oliveira para mostrar las diferencias entre las antropologas centrales y perifricas son tiles para describir otras prcticas arqueolgicas; para de Oliveira (1998:39-43) las diferencias principales son la construccin de ciudadana y la amplitud de la intervencin: mientras las primeras no contribuyen a esa construccin, inmersas (como estn) en asuntos disci-plinarios slo marginalmente relacionados con las preocupaciones de la vida cotidiana de la gente, y estn marcadas por una pretensin de uni-versalidad, las segundas hacen investigacin junto con la promocin de relaciones intersociales justas y equilibradas y estn conectadas con las singularidades de sus contextos socio-culturales. De la misma manera, puedo dibujar una lnea para mostrar qu tan diferente es la arqueologa multicultural (acadmica) de otras arqueologas: mientras la primera trata con problemas disciplinarios (muchos de ellos alejados de las preocupa-ciones sociales de la poblacin) las segundas dedican sus esfuerzos a recu-perar la relacin entre la academia y la sociedad desde una agenda comn de asuntos por resolver, el menos acuciante de los cuales no es la domina-cin colonial. Esas arqueologas no son prcticas disciplinarias distintas, acaso complementarias a formas tradicionales de hacer; son una apuesta por la transformacin de la disciplina y de su manera de relacionarse con la gente y de comprometerse con sus luchas por un mundo ms justo; son una apuesta por la transformacin del sentido de la vida. Por eso la promocin multicultural de las diferencias culturales debe ser vista con un ojo que sospecha: en vez de considerarla como una concesin a la horizontalidad verla como una igualacin desactivante; en vez de hablar de diferencias culturales, celebradas y promovidas por el multiculturalismo, hablar de diferencias coloniales.

    Para algunos lderes de los movimientos sociales, sobre todo quienes mi-litan en agendas esencialistas, la academia es una empresa colonialista sin remedio, un pecado original que nosotros (los acadmicos) debemos cargar para siempre. En ese caso todos los esfuerzos que se hagan para cambiarla resultaran condenados desde el principio y todos nuestros com-promisos y expectativas se ahogaran en las bravas aguas de la irreversi-bilidad histrica. No estoy de acuerdo, no porque crea que un simple acto de buena fe bastar para cambiar el curso del viejo proyecto occidental de dominacin sino porque si la academia no milita contra la discrimina-

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    cin y la subordinacin sern pocas sus oportunidades de ser socialmente responsable en los tiempos que corren. Quizs an sabindolo, los antro-plogos multiculturales han venido llenando el lugar del salvaje (vacante por su modernizacin, su pauperizacin y su marginalizacin; las del sal-vaje, por supuesto, no las del antroplogo, aunque quizs tambin). Han estado tratando de encontrar (junto con otros discursos y con las polticas pblicas), hacindolo, un salvaje que acepte ocupar ese lugar. Ese salvaje es el indio permitido de Hale (2004), el nativo ecolgico de Ulloa (2004), el indio hiperreal de Ramos (1992). As la antropologa se reconfigura y acomoda al orden multicultural.

    Hay alternativas. Una de ellas profundiza las contradicciones buscando crear relaciones nuevas (ese es el sentido pleno de la dialctica.) Cam-bia de lugar, no contribuyendo a eliminar los conflictos (como hacen las concesiones multiculturales) sino a asumirlos desde un dilogo creativo y, seguramente, asimtrico. No universaliza el lenguaje contestatario ni institucionaliza la crtica y la reflexin. Rosaldo (1989:223) seal que quienes difieren sobre conceptos impugnados deben afilar el debate de asuntos que los dividen en vez de pretender ser compaeros de cama. De una negociacin acomodada slo saldr el mismo estado de cosas; de una profundizacin del conflicto podemos esperar, acaso, soluciones in-geniosas, propuestas atrevidas, escenarios antes impensados. El escenario intercultural que asusta a los arquelogos ha permitido que el estudio de las diferencias, antes definido en oposicin a un yo invisible, ahora se convierta en el juego de semejanzas y diferencias relacionadas con identi-dades sociales explcitas (Rosaldo 1989:206). Dos de ellas, arquelogos y comunidades, pueden participar de una alternativa relacional, en un sen-tido doble: (a) como interaccin de vidas y seres (las cosas de antes, ahora parte de un universo animado); y (b) como entendimiento intersubjetivo (no es ese, acaso, el sentido original de la etnografa?) Las arqueologas relacionales son etnogrficas en una gran medida porque su ncleo est constituido por relaciones y significados entre individuos, no entre cosas. De las etnografas arqueolgicas y de las arqueologas etnogrficas6 pue-de esperarse, por lo menos, el derrumbe del edificio autoreferencial de la disciplina. El espacio intersubjetivo del encuentro etnogrfico promueve y

    6. Ambos trminos excluyen a la etnarqueologa, esa manera como la disciplina busca ampliar su horizonte hermenutico sin prestar atencin a las demandas del contexto. La etnoarqueologa refuerza la mirada logocntrica, evita el camino intersubjetivo, somete la multiplicidad.

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    exige el cuestionamiento del objetivismo del discurso antropolgico. Nan-cy Scheper-Hughes (1983) habl de explorar la naturaleza del ser en el encuentro etnogrfico, de la etnografa como autobiografa. La expe-riencia intersubjetiva muestra que el conocimiento no tiene objetos sino que los hace -o deshace, que es el punto que la descolonizacin quiere resaltar; deshacer los objetos de investigacin implica dudar de la mirada logocntrica-. La experiencia intersubjetiva como lugar del conocimiento. Una etnografa del colonialismo (como la que puede hacer la arqueologa local) elude su consideracin monoltica desde una reflexin de contexto (una geopoltica, entonces) y muestra que su aura mstica no es inmanente sino otorgada por quienes lo atacan pero no dicen qu es ni cmo opera. El conocimiento siempre est localizado geohistrica y geopolticamente en la diferencia epistmica colonial. La geopoltica del conocimiento es la perspectiva necesaria para disipar la presuncin eurocntrica de que el conocimiento vlido y legtimo debe ser sancionado con los estndares occidentales. El conocimiento es, cada vez ms, un lugar de batalla, un lu-gar de impugnacin y discusin. La arqueologa del futuro abre el control del conocimiento, restituye su rol transformativo, se aleja de los mandatos multiculturales.

    Gracias y un reconocimiento: una versin abreviada de este artculo fue presentada en el XV Congreso de la Sociedad de Arqueologa de Brasil, en Belm. Agradezco a las autoridades de la SAB, especialmente a Denise Schaan y a Marcia Bezerra, la invitacin a participar en el congreso.

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    Seguiremos hasta el fin: la (in) mudable esencia del patrimonio / Luis Gerardo Franco

    SEGUIREMOS HASTA EL FIN: LA (IN) MUDABLE ESENCIA DEL PATRIMONIO*1

    * Este texto hace parte de una reflexin llevada a cabo dentro del marco de la lnea de investigacin: Arqueologa, materialidades y comunidades indgenas que vengo desarrollando desde el 2009.

    Luis Gerardo FrancoUniversidad Nacional de Catamarca.

    Doctorado en Ciencias Humanas

    Recibido: 19 de junio de 2011Aceptado: 30 de julio de 2011

    Resumen

    La emergencia de sentidos otros sobre prcticas culturales que involucran obje-tos y manifestaciones culturales del tipo que llamaramos inmaterial, se enfrenta ante la imposibilidad de su legitimacin debido a que la lgica de lo patrimonial los convierte en una expresin de la mi-rada (mismidad) de quien los reconoce. A pesar de lo mudable que resulta ser la concepcin del patrimonio, como lo puede ser cualquier construccin discur-siva, se plantea que aqul se ha tornado inmudable debido a las estrategias im-plementadas por las instituciones en-cargadas de materializar el ideal de un patrimonio nacional compartido y an homogneo. En este proceso no ha im-portado la historizacin del patrimonio como una construccin de un grupo de inters particular orientado a instalar el

    Abstract

    The raising of other meanings about cultural practices that are constituted by objects and intangible manifestations, are faced to the impossibility of its legi-timation because the logic of the patri-mony transforms theses meanings in an expression of the point of view of who-se is able to see it. Despite the mutabi-lity of patrimony as a political category, I argue that this category, currently, has become immutable as a project of a lot of institutions that works to establish a specify sense to the material heritage. In this process there is not a concern about the way through an interest group fixed some meanings, specifically the meanings that are inside the laws and museums that put as starting point: doesnt care that the king is nude, we will keep the idea with the fictions that

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    Seguiremos hasta el fin: la (in) mudable esencia del patrimonio / Luis Gerardo Franco

    ideal de ser moderno, el que se reinscri-be en las leyes y en los museos con un sutil mensaje: no importa que el rey este desnudo, seguiremos hasta el fin con (la ficcin de) el traje que le hemos puesto. En este sentido, este texto intenta discu-tir sobre la (im) posibilidad, en el esta-do de cosas actual, de la construccin y posterior legitimacin de otros sentidos patrimoniales.

    Palabras clave: Patrimonio, (in)muda-ble, intercultural.

    supposed that king has the best dress he can. By using this ideas this paper wants to discuss the im-possibilities of other meanings to patrimony as a political ca-tegory.

    Keywords: Patrimony, (in)mutability, interculturality.

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    Seguiremos hasta el fin: la (in) mudable esencia del patrimonio / Luis Gerardo Franco

    E Introductionl problema del pueblo es que no tenemos patrimonio, no tenemos una historia. En esta frase, pronunciada por una mujer del municipio de Piendam1, se encuentra implcita la relacin entre patrimo-nio e historia; relacin tal que posibilita articular determinadas manifes-taciones artsticas de una cultura (lo inmaterial) o determinados objetos o estructuras (lo material) con la narracin, identificacin, de un colectivo particular. Al caminar por la calle principal de Piendam uno se encuentra con la antigua estacin y la bodega del ferrocarril. Es una estructura que se impone y que no pasa desapercibida. Durante la mayor parte de mi vida vi como cambiaban, y se mantenan, los usos dados a la estacin. Primero, obviamente, el ferrocarril, el comercio despus, el abandono luego, lugar de vivienda y juegos, y ahora, en una parte de ella, lugar de oficinas de la Secretara de Cultura del Municipio, y en otra, lugar de realizacin de prcticas artsticas. Sin embargo, la movilidad, el paso de personas y de vehculos mantiene el sentido con que fue creada. En pocas palabras, esta estructura se ha transformado debido a intervenciones humanas, pero an nos recuerda el sentido c