Revista D-/ (d-mente) # 6

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# 6septiembre2011

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Excelente revista de artes y filosofía

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# 6septiembre2011

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(Todas las imágenes de esta edición de: Giussepe De Nittis)

CONTENIDO

Antonio Gamoneda

Poema: El vigilante de la nieve

Andrés Murillo

Poema: Terminar

Antonio Machado

Poema: Galerías LXXXVI

Andrés Ramírez

Relato: Heroísmo

Hugo Jamioy

Otros: Nosotros los camëntsá

Poema: No dije nada, solo pensé

Reseña:

La enfermedad de la muerte

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Antonio Gamoneda

El vigilante de la nieve (I)

El vigilante fue herido por su madre;

describió con sus manos la forma de la tristeza

y acarició cabellos que ya no amaba.

Todas las causas se aniquilaban en sus ojos.

El vigilante de la nieve (II)

En la ebriedad le rodeaban mujeres, sombra,

policía, viento.

Ponía venas en las urces cárdenas, vértigo

en la pureza; la flor furiosa de la escarcha

era azul en su oído.

Rosas, serpiente y cucharas eran bellas

mientras permanecían en sus manos.

El vigilante de la nieve (III)

Vigilaba la serenidad adherida a las sombras,

los círculos donde se depositan flores

abrasadas, la inclinación de los sarmientos.

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Algunas tardes, su mano incomprensible

nos conducía al lugar sin nombre, a

la melancolía de las herramientas abandonadas.

El vigilante de la nieve (IV)

Fingía un rostro en el aire (hambre y marfil

de los hospitales andaluces); en la extremidad

del silencio, él oía la campanilla de los

agonizantes. Nos miraba y nosotros sentíamos

la desnudez de la existencia. Velozmente,

abría todas las puertas y derramaba el vino sollozando,

nos mostraba las botellas vacías.

El vigilante de la nieve (V)

Cada mañana ponía en los arroyos acero y

lágrimas y adiestraba a los pájaros en la

canción de la ira: el arroyo claro para la hija

dulcemente imbécil; el agua azul para la

mujer sin esperanza, la que olía a vértigo y

a luz, sola en el albañal entre banderas

blancas, fría bajo la sarga y los párpados ya

amarillos de amor.

El vigilante de la nieve (VI)

Era incesante en la pasión vacía. Los perros

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olfateaban su pureza y sus manos heridas

por los ácidos. En el amanecer, oculto entre

las sebes blancas, agonizaba ante las carreteras,

veía entrar las sombras en la nieve,

hervir la niebla en la ciudad profunda.

El vigilante de la nieve (VII)

Venían sombras, animales húmedos que respiraban

cerca de su rostro. Vio la grasa fulgir

en las lavandas y la dulzura negra en las

bodegas terrestres.

Era la festividad: luz y azafrán en las cocinas

blancas; lejos, bajo guirnaldas polvorientas,

rostros en la tristeza del carburo,

y su gemido entre los restos de la música.

El vigilante de la nieve (VIII)

El vino era azul en el acero (ah lucidez del

viernes) y dentro de sus ojos. Suavemente,

distinguía las causas infecciosas: grandes

flores inmóviles y la lubricidad, la cinta negra

en el silencio de las serpientes.

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El vigilante de la nieve (IX)

En su canción había cuerdas sin esperanza:

un son lejano de mujeres ciegas (madres

descalzas en el presidio transparente de la

sal).

Sonaba a muerte y a rocío; luego, tañía cañas

negras: era el cantor de las heridas. Su

memoria ardía en el país del viento, en la

blancura de los sanatorios abandonados.

El vigilante de la nieve (X)

Era veloz sobre la yerba blanca.

Un día sintió alas y se detuvo para escuchar

en otra edad. Ciertamente, latían pétalos

negros, pero en vano: vio a los duros zorzales

alejarse hacia ramas afiladas por el invierno

y volvió a ser veloz sin destino.

El vigilante de la nieve (XI)

Era sagaz en la prisión del frío.

Vio los presagios en la mañana azul: los gavilanes

hendían el invierno y los arroyos

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eran lentos entre las flores de la nieve.

Venían cuerpos femeninos y él advertía su

fertilidad.

Luego llegaron manos invisibles. Con exacta

dulzura, asió la mano de su madre.

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Andrés Murillo

Terminar

¿Cómo ponerse en paz con la idea

de que, como nacemos, morimos

-léase, sin darse cuenta-?

y que no es la vida más

que tambaleo sin cesar por la cuerda floja,

viendo caer en olvido -tinieblas-

las huellas (que siempre quedan)

de amores que nunca olvidas

de la procesión

que va por dentro… siempre;

hasta aquel último parpadeo

antes del más largo sueño

-chasqueo de la mano en hueso-

sin tiempo para notarla

-y mucho menos para escribir-:

Muerte repentina, mía,

sola, una, de una, para siempre…?

Sólo he atinado a preguntar:

¿Con los labios de cuál cara

me dará su beso

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la muerte:

Último pálpito,

último aliento?

He preferido no ahondar, no indagar más:

Si elijo a modo de sueño, encubriendo un deseo,

me despido expuesto a una última decepción;

mejor eludir la curiosidad

y confiar en que la sorpresa será grata:

Al descifrar su personal misterio

poder uno irse, sonriendo, en paz

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Antonio Machado

Galerías LXXXVI

Eran ayer mis dolores

como gusanos de seda

que iban labrando capullos;

hoy son mariposas negras.

¡De cuántas flores amargas

he sacado blanca cera!

¡Oh tiempo en que mis pesares

trabajan como abejas!

Hoy son como avenas locas,

o cizaña en sementera,

como tizón en espiga,

como carcoma en madera.

¡Oh tiempo en que mis dolores

tienen lágrimas buenas,

y eran como agua de noria

que van regando una huerta!

Hoy son agua de torrente

que arranca limo a la tierra.

Dolores que ayer hicieron

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de mi corazón colmena,

hoy tratan mi corazón

como una muralla vieja:

quieren derribarlo, y pronto,

al golpe de la piqueta.

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Andrés Ramírez

Heroísmo

He de contar la historia de un hombre cuya vida, tranquilamente se podría denominar intensa. Evidentemente no carente de heroísmo pero justamente por ello indeseada, incluso indeseable desde cualquier punto de vista.

Este hombre joven aún, tal como su heroísmo y su tedio lo exigen no tiene horizonte, lo cual significa lógicamente que a lo lejos hay un límite borroso e inasible por completo (podría decirse que su apariencia lo colmaba de ventura: su rostro fino de piel tersa, su sonrisa maliciosa como si Dios se filtrase por su gesto, sus ojos no extremadamente hermosos pero dulces de lo miel, su pupila en dilatación moderada que permitía avistar el misterio –se hubiera sugerido acaso que tenía ojos de mujer-, sus manos con esa brusquedad sutil de amante y las venas gruesas en el intenso azul de la vida, su talla justa, además siempre cuidándose de como impactaría a los demás su imagen - claro, él seguía suponiendo que su presencia era notada de algún modo-, su voz en espiral amalgamada con esa lucidez aturdidora – en otro tiempo se habría dicho que su manera de expresarse era poética- pero también su silencio –acaso poético- constataba en él una especie de plenitud insoportable [insisto, desde cualquier punto de vista se diría que este joven tenía razones suficientes para continuar vivo -cosa que evidentemente hizo-]

A menudo terribles pesadillas le turbaban el sueño –terribles pesadillas no es obviamente un enunciado tautológico, puesto que eran tan reales, o sea tan falsas, como todo lo demás- es por esa razón que ya no sabía si era preferible -no mejor - estar dormido o despierto, pues de ambos modos estaba en vigilia- esto es, con el terrible peso de la conciencia esa lámpara encandescente iluminando devastadoramente el rostro de quien está sometido a juicio, aun cuando este se empeñe en cerrar fuertemente los ojos esa luz rompe los parpados, esa luz (y en su cabeza ese parloteo sin fin, ese parloteo que no da tregua –cómo dudarlo, permanecer con vida era acaso su acto más loable, su heroísmo-)

Algunos lo llamaban por su nombre (él aseguraba para sí mismo que eso era prueba de que era alguien –No obstante, sabia de su seguridad el irrefutable engaño, la sensatez excedía todo el tiempo -todo- su pretensión de ser alguien)era palpable que era un don nadie, podía tocar sus carnes y constatarlo.

El hecho de lamentarse no arrebataba de ningún modo su carácter heroico, inclusive verlo sostenerse –día tras día, todo el tiempo- daba, por breves instantes, ganas de seguir con esto. Es evidente que ese deseo, acaso ese instantáneo entusiasmo, no podía salvaguardar a nadie de la nulidad.

Alguien habría de contar la historia de un hombre cuya vida indeseada e indeseable era cada vez, más intensa. Lo más admirable sería ver como se fijaba en otro, suponiendo en él la misma estirpe. Su acto más loable era su obstinación, su persistencia, verlo persistir casi obviando la presencia acusante de la muerte, - por supuesto él partía del supuesto, aunque su sensatez derrumbaba cada vez su

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pretendido engaño, de que la muerte era el fin- pensar en la muerte como el fin era quizá lo más gratificante.

Heroicamente, este hombre (cuya voz recordaba a aquel otro hombre, y cuyo cuerpo no era envidiable, pero de ninguna manera despreciable, tal vez Dios se filtraba por su gesto cuando sonreía [como es lógico, habitualmente tenía una expresión, digamos un rostro, cercano a la calavera, la lamentación constante y oculta, imperceptible –que por supuesto no le arrancaba el heroísmo- le servía acaso de adorno] en esos destellos cuando Dios aparecía en él, nunca estaba lo suficientemente cerca de un espejo para que la mirada se tornara sensata, aunque en realidad no era necesario ningún espejo, la sensatez siempre aparecía) se reconocía en el desconocimiento, en esa inestabilidad que entraña esa intensidad de la vida, se sabía – y era lo único de lo que estaba seguro- que era un don nadie, tan nadie que buscaba en ese heroísmo del otro su propio soporte, y a veces por breves instantes lograba extraer de allí un leve –tal vez demasiado leve- deseo de seguir. Lo cual es admirable por lo heroico, y daría así mismo quizá un breve hálito para seguir con esto que parece no tener fin)

14/abril/2010

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Hugo Jamioy

Nosotros los camëntsá CamuentsaCabëngCamëntsáBiya: de aquí mismo, de nosotros mismos y que así mismo habla, es decir: «hombres de aquí con pensamiento y lengua propia». Otros «estudiosos» han denominado a nuestro pueblo como coches, sibundoyes, camsás, kamsá, de alguna manera para describir aspectos de nuestra vida. Para abreviar y permitir un acercamiento a nuestra cultura utilizaremos el término camëntsá(ca: mismo, mëntsá: así), que hace referencia a la identidad de nuestro pueblo, conformado por unos seis mil indígenas y por nuestra lengua. El pueblo Camëntsá es un pueblo único en el mundo. Su origen o procedencia son desconocidos, de acuerdo con los «estudiosos», pero nuestros mayores –según la tradición oral– siempre manifiestan que somos originarios del lugar donde actualmente nos encontramos asentados; en nuestra lengua decimos, refiriéndonos al territorio que habitamos, BëngbeUámanTabanóc(«Sagrado lugar de origen»), que está ubicado en el Valle de Sibundoy, al noroccidente del departamento del Putumayo. BëngbeUámanTabanócha sido, durante miles de años, el hogar para el pueblo Camëntsá. Pero para el squená (extraño o blanco) solo empezó a existir cuando invadieron el territorio de nuestros abuelos, es decir, cuando entraron a él por primera vez Juan de Ampudia y Pedro de Añasco, en 1535. Antes de la llegada del squená, nuestro pueblo estaba conformado por un gran número de cabëng(de nosotros mismos), pero fueron reducidos por las masacres que perpetraron los visitantes. Otros, Al verse invadidos por los blancos, muchos de ellos subieron al cielo por las espirales de humo de una hoguera siendo las estrellas los resplandores de sus ojos.1 Gracias a la forma de vida de nuestros antepasados, hoy podemos afirmar que aún vivimos con una gran gama de aspectos que hacen parte de nuestra identidad, todos ellos heredados a través de la práctica de la tradición oral. Estos nos permiten presentarnos en este nuevo siglo como un pueblo lleno de grandes valores mediante los cuales podemos entender, practicar y enseñar los principios naturales de respeto, unidad, identidad, reciprocidad, autonomía, que representan para nosotros los pilares sobre los que descansa el mundo camëntsá, la vida de nuestro pueblo.

1Palabras del taita Alberto Juagibioy. Tomado de Bonilla, Víctor D. (1969).Siervos de Dios y amos de indios. Bogotá:

Tercer Mundo.

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Los sabios antepasados camëntsá cumplieron su tarea de entender, practicary enseñar la vida de nuestro pueblo. Sus pasos marcaron la huella profunda, y con el transcurrir del tiempo se constituyeron enpilares-principios; durante miles de años han sido la columna vertebral de la convivencia del pueblo como pueblo: como un solo cuerpo que no se puede desmembrar, que no se puede desintegrar. Como muestra de ello –de la sabiduría en esa visión de la vida– aún hoy existe el pueblo Camëntsá, lleno de incontables valores que nos han permitido vivir como un tejido fuerte, urdido y tramado con fibras salidas de la relación entre hombre, naturaleza y Universo, fibras que llamamos pilares-principios naturales. Como herederos de la sabiduría de nuestros antepasados nos corresponde asumir la tarea de entender, practicar y enseñar esos pilares-principios naturales con la responsabilidad y el compromiso de preparar el lugar sagrado en donde vivirán nuestros hijos, y los hijos de ellos, como un solo cuerpo, como un solo pueblo que cultive los valores que lo identifican como tal. Ahora pido permiso a nuestros sabios antepasados camëntsá, a mi pueblo, para tomar la palabra y compartir a través de la poesía una mínima parte de esa gran riqueza cultural que todos los camëntsá hemos tenido la fortuna de heredar, gracias a que aún existen nuestros mayores, «biblias hablantes», guardadores de las experiencias de sus abuelos y de su propia experiencia vivida junto a nosotros.

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No dije nada, solo pensé Esas plumas que lleva el taita en su corona me hicieron pensar en la muerte de un guacamayo. El taita, que caminaba distante de mí, se acercó y me dijo: «Yo no lo maté lo recogí en el salado de los loros, fue mi ofrenda para adquirir el poder de adivinar el pensamiento». Luego se marchó.

Textos tomados de libro danzantes del viento

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La enfermedad de la muerte (reseña)

Es casi inverosímil que hoy en día todavía se lea, y realmente sucede, solo que no nos consta. No obstante, cuando a uno le sobreviene ponerse cara a cara con un libro, y resulta que esa experiencia lo lleva a uno a recomendar, a mencionar, a traducir, a pensar, a dar vueltas hasta lo intolerable, entonces es normal que uno desea que en lo posible se vea por los ojos pero que justo ahí todo el cuerpo esté comprometido, digamos en esa experiencia.

Eso al menos es lo que podríamos experimentar cuando leemos La enfermedad de la muerte de Marguerite Duras en la versión que presenta Ediciones El Pirata Citadino, con la traducción de G. Cordoba y P. Alzate. En definitiva, es un texto selecto que vale la pena leer.

En este libro que es el primer tomo de la Colección Morgan de Ediciones El Pirata Citadino, brilla el manejo admirablemente cuidadoso de los pronombres que permite en este caso una experiencia de lectura única, es casi un anuncio, el lector se vuelve posible personaje del relato: Imaginate tres noches con un desconocida en una habitacion con una ventana a un mar de difícil color. O imagínate acordar tres noches pagadas con un extraño en una habitación con ventana a un mar de difícil color. Eso es leer La enfermedad de la muerte.

Es un acto de sensatez leer ese libro, no se arrepiente uno de gastar allí su tiempo.

(Marguerite Duras)

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Realizadores

Andrés Ramírez

Alejandra Duque