RETOMAR EL PENSAMIENTO DE RODOLFO KUSCH EN TIEMPOS

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RETOMAR EL PENSAMIENTO DE RODOLFO KUSCH EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Un encuentro sobre este autor que supo leer a América desde su cultura. Pestanha, Toribio y

Casali reflexionaron sobre su legado.

Este jueves 25 de junio se cumplen 98 años del nacimiento de Rodolfo Kusch, antropólogo y filósofo argentino (1922-1979). La Licenciatura en Educación de la UNLa, junto con el Seminario de Pensamiento Nacional y Latinoamericano (ambos del Departamento de Planificación y Políticas Públicas) y con la participación del Programa Pensamiento Americano de la UNTREF, organizaron el “Encuentro sobre el pensamiento de Rodolfo Kusch. Una mirada de la América Profunda en Tiempos de Pandemia”.

Rodolfo Kusch logró, a través de su obra, establecer un pensamiento filosófico propio, “donde procuró establecer que América tenía un fondo, un suelo, una cultura originaria, que él rastrea en la cultura precolombina, pero que está aún presente, no está borrado

sino que es algo vivo y que el pensamiento filosófico debe abrevar de ese fondo. Esta es la originalidad de Kusch, escribió una obra a partir de su lectura de la América profunda y la puso en diálogo con la filosofía occidental”, dijo Daniel Toribio, director de la Licenciatura en Educación.

Francisco Pestanha, Director del Departamento de Planificación y Políticas Públicas de la UNLa, entiende la originalidad de Kusch en que “a pesar de su ascendencia europea, trató de incorporarse al mundo americano con mucha profundidad y transmitir el pensar desde América. Se inserta en el mundo andino y desarrolla categorías que nos permiten no solamente comprender ese mundo, sino además comprender la influencia de ese mundo andino en nosotros”.

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Por Daniela Tagliafico

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En su primera obra publicada, “La seducción de la barbarie” (1952), Kusch establece que la dicotomía entre civilización y barbarie es constitutiva o fundante de nuestra cultura. Según Toribio, “Esa dicotomía lejos de haber sido superada pervive en el presente. La civilización sería, en términos de Kusch, el intento de las clases medias ilustradas por ocultar esa dicotomía fundante, pero ese fondo irrumpe, se hace presente, es inocultable, y de algún modo seduce”.

Carlos Casali, docente de la Licenciatura en Educación y uno de los expositores de este encuentro que se realizará el jueves, explicó algunos de los conceptos centrales del pensamiento de Kusch que vale la pena recuperar en estos tiempos de pandemia. Según analizó Casali, estos tiempos de pandemia, crisis e incertidumbre, son los momentos donde nos hacemos las preguntas que no son fáciles de contestar o directamente no tienen respuesta, pero que abre oportunidades para América y sus posibilidades y allí es donde resurge el pensamiento

filosófico de este antropólogo. “Kusch diferencia el ser de estar. El estar como algo que es más abierto, menos estructurado, menos previsible. (…) Otra polarización interesante que se puede establecer es la de la vida, no determinada, imprevisible, por un lado, y del otro lado la norma, la rigidez, las estructuras establecidas. En ese sentido, América, por su carácter indeterminado, abierto, parece estar más ligada al plano de la vida que toda esa tradición europea que parece como más cerrada”.

Además, Toribio refirió a la crítica que hacía Kusch del rol de los intelectuales y su vínculo con este contexto actual: “Él creía que los intelectuales reproducían el pensamiento europeo. (…) La pandemia nos sume en la crisis y nos hace ver nuestra realidad tan diferente de los países desarrollados, y el intelectual, diría Kush, tiene que pensar a partir de la cultura y la comunidad en la que está inserto”.

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Por Facundo Di Vincenzo

OBEDIENCIA, CONFIANZA Y COMUNIDAD ORGANIZADA

Nuestra idea de Comunidad Organizada como solución frente a la Pandemia de Covid 19.

Los términos obediencia, confianza y Comunidad Organizada no suelen encontrarse en los textos de los defensores de la Civilización Occidental (“Global”) progresista y liberal del Atlántico Norte (de aquí en más: C.G.P.L.A.N.). Cuando aparecen, se encuentran cargados de sentido negativo, generalmente asociados a la persecución política, limitación de libertades públicas e intolerancia. No es casual entonces que para ciertos liberales y progresistas, los Estados Nacionales que necesariamente se sostienen con estos tres elementos, deben ser reducidos al máximo. En otras palabras, los recursos destinados a fortalecer la obediencia, confianza y el sentimiento de comunidad que directamente se relacionan con las áreas de Salud, Educación, Asistencia Social y Fuerzas Armadas, son considerados innecesarios, al mismo tiempo, se festejan los gastos en seguridad urbana, considerados como

imperiosos en sociedades bárbaras como las nuestras, las latinas. En resumen, desde esta concepción, se adoptan las medidas que se toman en las potencias del Atlántico Norte pero no tanto, ya que como somos más bárbaros y salvajes, debemos gastar más que ellos en seguridad urbana.

Me interesa reflexionar, que esta idea de Civilización Occidental, como señala el filósofo ruso Alesandr Dugin, no es más que una idea de Civilización, promovida desde la segunda mitad del siglo XIX por las potencias del Atlántico Norte, hoy OTAN. Esta idea, bajo los efectos de la pandemia desatada por el coronavirus, ha colisionado en nuestro país con otra idea de Civilización (nuestra) que observo haya expresión, por ejemplo, en las medidas tomadas prematuramente (en relación a las potencias del Atlántico Norte) por el Presidente de la Nación.


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Esta otra idea de Civilización de la que habló, tiene una larga tradición en nuestro suelo, sin embargo su manifestación plena se dio de forma intermitente en la historia. Fue una idea de solidaridad-intercambio-reciprocidad presente en los primeros pobladores de estas tierras que se manifestó por ejemplo, y en la forma comunidad del ayllu andino, que también encuentro presente en el humanismo cristiano con su voluntad mestizadora, como señala la filósofa y Pensadora Nacional Amelia Podetti, con su virtud de unidad y la aptitud de trasmutar tradiciones culturales. Aptitud que se ha mantenido luego, durante el aluvión inmigratorio, y que nos distingue de los demás continentes ya que como dice otro filósofo y

Pensador Nacional Alberto Buela, América ha sido la tierra de “lo hóspito”, en donde las gentes que arribaban a ella huían de la pobreza, la persecución, la guerra, el hambre, del ahogo existencial y de la imposibilidad de ser verdaderamente hombres en otras latitudes de la tierra”. Una forma de Civilización que resistió durante el siglo XIX como pudo, a sangre y fuego, el avance del iluminismo, ilustración, liberalismo y a las ideas-fuerza de Orden y Progreso. Que volvió a emerger para trastocar la historia contemporánea Argentina en una expresión popular, la movilización del 17 de octubre de 1945, mientras que su solidificación epistemológica, filosófica y espiritual (que como dije había comenzado mucho antes) puede encontrarse en el texto La Comunidad Organizada redactado por Juan Domingo Perón en 1949.

No pretendo aquí afirmar que el gobierno que tenemos hoy sea una semejanza de aquellos gobiernos argentinos desarrollados entre 1946 y 1955, sino que de la situación actual

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brotan una serie de cuestiones que se vinculan con esta tradición y que proporcionan una fuerza multidimensional (o al menos una reflexión) que nos interpela con la pregunta: ¿desde dónde pensar esta pandemia? ¿Se seguirá pensando como dicta la lógica civilizatoria del Atlántico Norte o miraremos hacia atrás, a esa (nuestra) forma de civilización?

LA OTRA CIVILIZACIÓN (LA NUESTRA). OBEDIENCIA, CONFIANZA Y COMUNIDAD ORGANIZADA El mal llamado y peor definido “Populismo” (Ansaldi, Rouquie, Laclau), designa a una serie de gobiernos elegidos por las mayorías bajo formas democráticas (Perón, Vargas, Lázaro Cárdenas, Velazco Alvarado, Gaitán). Claro está, como hasta mediados del siglo XX en las democracias latinoamericanas no elegían las mayorías, los estudiosos del tema pensaron que a los gobiernos verdaderamente democráticos había que llamarlos de otra manera. En fin, estos gobiernos

lograron una vinculación muy estrecha, fraternal-paternal si se quiere con sus pueblos gracias a un conjunto de acciones y medidas que transformaron los comportamientos de las personas. En consecuencia, las decisiones de los gobernantes eran tomadas con confianza y obediencia. La llamada Justicia Social promovida por estos gobiernos trastocó las bases sobre las que se apoyaba el modelo de Civilización G.P.L.A.N., por ejemplo, la solidaridad mecánica (liberal y atomizada) fue reemplazada por otro tipo de solidaridad: orgánica, cooperativa y comunitaria. Observo que mientras la primera idea de Civilización G.P.L.A.N. se fundó en un sistema de creencias regido por principios morales de corte individualista donde las leyes (la razón-la propiedad-lo material) siempre están por encima de los humanos; en la segunda opción, se presenta una sociedad cooperativa con conciencia integral, en donde los sujetos gracias una educación y sentimiento nacionalista, mancomunan de forma orgánica. En síntesis, los

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humanos que forman parte de ese agregado social, por ejemplo, del argentino, asumen (confían y obedecen) que cada uno de ellos forma parte de algo mayor, posibilitando que de esta forma se superen las diferencias sociales y todos los sujetos que forma parte del mismo agregado social colaboren para mejorar el funcionamiento de la organización que integran. En este punto, me interesa señalar que obedecer y confiar son dos malas palabras para la concepción promovida por las potencias del Atlántico Norte.

El filósofo surcoreano alemán, Byung Chul Han en un reciente artículo: “La emergencia viral y el mundo del

mañana”, ha comparado los resultados en relación a la Pandemia del Coronavirus en Europa y en varios países de Asía. Afirma que en comparación con Europa, los Estados asiáticos y pueblos del Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán, Vietnam o Singapur, que tienen una mentalidad autoritaria que les viene de su tradición cultural (confucianismo), han respondido de forma más eficiente a las medidas necesarias. Según Byung Chul Han, las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también en Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia. En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan

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incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar de la cámara de vigilancia. Estas cámaras dotadas de inteligencia artificial pueden observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos. En resumen, toda esta infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la epidemia. Por dar un ejemplo, afirma Byung Chul Han, que cuando alguien sale de una estación de tren es captado automáticamente por una cámara que mide hasta su temperatura corporal. Si la temperatura es preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles, en otras palabras, el resto de los pasajero pueden saber quién iba sentado y dónde en el tren. Y no ocurre esto sólo en China, en Taiwán el Estado envía a todos los ciudadanos un SMS para localizar a las personas que han tenido contacto con infectados o para informar acerca de los lugares y edificios donde ha habido personas contagiadas.

Ahora bien, obedecer y confiar, como sabemos, se encuentra en las antípodas de la desobediencia y la intolerancia. Me interesa aquí señalar que la idea de Civilización promovida por el Atlántico Norte se funda en la desobediencia (a la comunidad organizada: El Estado) y la intolerancia.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, la Soberanía de los Estados de las potencias del Atlántico Norte

ha quedado supeditada a los grandes capitales. Empresas transnacionales en la mayoría de los casos. Aquellos gobiernos que, defendiendo ciertos intereses de los capitales nacionales o ciertas cuestiones soberanas, realizaron gastos de capital no lucrativos para las trasnacionales (Desde De Gaulle hasta Hugo Chávez y Trump) han chocado con estos sectores trasnacionales que de diferentes formas, principalmente con sus medios de comunicaciones masivas, intentaron quebrar la sustentabilidad de estos gobiernos fomentando la desobediencia a partir de los patrones liberales y progresistas de siempre, caratulando a estos, como gobierno generadores de persecución política, limitación de libertades públicas e intolerancia. Pero pensemos en esta última palabra, la intolerancia.

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La tolerancia liberal tiene su punto de partida teórico en Jhon Locke con su Carta sobre la tolerancia de 1689. El Filósofo y Pensador Nacional Alberto Buela, es su buen libro: Pensamiento de ruptura (2008) dice sobre esta idea de tolerancia liberal: “Esta tolerancia liberal está fundada en la ideología del igualitarismo según la cual las personas ya no son iguales en dignidad sino que son per se iguales, cuando en realidad las personas son per se distintas; nuestros rostros y figuras así nos lo indican. Esta tolerancia lo que hace es introducir la idea de disimulo, de simulacro en la política, pues la tolerancia no es hoy otra cosa que: la disimulada demora en la negación del otro. Hacemos «como si» respetáramos al otro, cuando en realidad estamos disimulando su negación.” Reflexionemos un poco más. ¿Cómo han reaccionado las Naciones Unidas a esta Pandemia? ¿Y la Unión Europea? ¿Dónde está ahora esa globalización que tanto nos une? Otra de las ideas espectrales de la Civilización del Atlántico norte es la idea de ser una Civilización

Global. Desde mediados del siglo veinte, bajo las más diversas formas, la C.G.P.L.A.N. se ha encargado de excluir, perseguir, invadir, difamar y recluir a todas las expresiones no ligadas a su conjunto de significaciones. Se han hundido embarcaciones con niños, hombres y mujeres en el mediterráneo, se invadieron poblaciones civiles de los nuevos malditos en medio oriente, Europa del Este, África, América Latina y el Caribe, Asia, en síntesis, la segunda guerra mundial fue la última realizada en su “cancha”, de allí en más las guerras fueron promovidas hacia el afuera (la llamada periferia) a mayor distancia del centro, mayor la violencia. Inclusive, aquellos periféricos que

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transitan las calles de las potencias del Atlántico Norte, tras negar su existencia bajo el mote de “clandestinos” e “ilegales” destruyeron sus espacios de sociabilidad, los individualizaron volviéndolos invisibles pero no tanto, ya que fueron y son utilizados en los trabajos más peligrosos, insalubres y peor pagos, en otras palabras, son y no son reconocidos por esa Civilización.

¿Cómo es esto? Ya vimos que no es una Civilización tolerante pero además ¿Es una Civilización no inclusiva? Como señaló Dugin en su última visita a nuestro país, bajo el halo de los derechos humanos, han logrado desplazar la idea del Estado como Comunidad Organizada, han logrado disolver los lazos espirituales, sentimentales, nacionales y colectivos, en otras palabras, “los valores eternos” a los que alude Juan Domingo Perón en La Comunidad Organizada. Dice Dugin: “El liberalismo, a través de los principios de los Derechos Humanos, quiere establecer la idea de que no hay

ninguna diferencia entre los individuos. Que no cuentan ni el género, ni la Nación, ni la etnia, ni la identidad étnica, ni la identidad religiosa. Esa es la idea clave del liberalismo. La supuesta libertad del individuo contra las identidades colectivas. Hoy en el mundo podemos ser liberales de izquierda o de derecha. Incluso, en algunos casos, podemos ser liberales de extrema izquierda, como el Antifascista norteamericano. O la extrema derecha liberal, como los ucranianos nacional-socialistas que luchan contra los rusos, que están a favor del liberalismo occidental. En definitiva, podemos ser liberales de cualquier sesgo pero no somos libres de no ser liberales.”

En resumen la tolerancia y la inclusión que propone la idea de Civilización G.P.L.A.N, no emana del pueblo, ni de sus tradiciones, menos aún de su dialogo espiritual metafísico con el suelo que habitan. Nacen de los apóstoles de la razón, los intelectuales o la intelligentzia, como los llamaba otro Pensador

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Nacional, Arturo Jauretche. En consecuencia, estas ideas trastornan nuestras vivencias alimentando aún más la desvinculación de los sujetos de nuestra comunidad, de ellos mismos como de nuestra historia y tradiciones.

Esta deshumanización liberal – progresista en materia política encontró expresión en el holograma de la ciudadanía. En su relación con el Estado moderno pos Revolución Francesa, explica Juan Domingo Perón en su texto La Comunidad Organizada de 1949: “Hegel convertirá en Dios al Estado. La vida ideal y el mundo espiritual que halló abandonados los recogió para sacrificarlos a la Providencia estatal, convertida en una serie de absolutos. De esta concepción filosófica derivará la traslación posterior: el materialismo conducirá al marxismo, y el idealismo, que ya no se acentúa sobre el hombre, será en los sucesores y en los intérpretes de Hegel, la deificación del Estado ideal con su consecuencia necesaria, la insectificación del individuo. El individuo está sometido en éstos a un destino histórico a través del Estado, al que pertenece. Los marxistas lo convertirán a su vez en una pieza, sin paisajes ni techo celeste, de una comunidad tiranizada donde todo ha desaparecido bajo la mampostería. Lo que en ambas formas se hace patente es la anulación del hombre como tal, su desaparición progresiva frente al aparato externo del progreso, el Estado fáustico o la comunidad mecanizada.” ¿Qué quiere decir Perón? o ¿A que alude Perón?

Juan Domingo Perón visibilizó la inconsistencia, debilidad y superficialidad de la idea de justicia, el sustento moral en el cual se apoya la legitimidad del Estado Liberal de derecho, ya que objetivando las leyes (diseñadas, formuladas e implementadas por las oligárquicas locales en el caso de nuestra América) convertían en Dios al Estado, eliminando toda las diferencias sociales y económicas gracias a un espectro, artificial y abstracto como lo es “la ciudadanía”.

En este punto observo que el problema de la ciudadanía en su relación con el pueblo y la democracia tiene raíces históricas relacionadas con una multiplicidad de aspectos vinculados a lo que llamó la doble exclusión de “los pueblos” en la región, primero, una exclusión respecto a la historia oficial creada por los Estados Nación

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surgidos durante el siglo XIX; segundo, una exclusión de los pueblos respecto a las formas de representación política implementadas por estos Estados.

En un artículo que realizamos con el amigo y compañero Mauro Scivoli definíamos la idea de Pueblo que proponía Perón. Decíamos que Un pueblo es, ante todo, una categoría histórica. Esto nos permite pensar que un pueblo es un cúmulo de experiencias de la historia de un país. Solo así entendemos porqué en los pueblos reside la sedimentación cultural de valores y, sobre todo, luchas de antaño. De allí que el filósofo argentino Rodolfo Kusch afirme que en el cabecita negra que se lavó los pies en la fuente de Plaza de Mayo, aquél 17 de octubre de 1945, se reproduzca la misma carga valorativa de luchas anteriores: Atahualpa, Rosas, Yrigoyen, muestran un común denominador. ¿Cuál es? Tanto para nuestro país, como para el resto de los países latinoamericanos, las gestas populares perciben un único fin: la emancipación. La emancipación, en

un sentido amplio, no sería otra cosa que la liberación con respecto a la tutela de los poderes dominantes. De allí que a estos últimos los denominemos imperios, puesto que su etimología proviene del latín imperium que significa dominio. Vamos sumando elementos para nuestra caracterización de lo que entendemos por pueblo; un pueblo es una categoría histórica y que en base a la experiencia adquiere una identidad propia otorgándole una “memoria”, y es también el protagonista de las luchas de independencia frente a los proyectos imperialistas de dependencia.

Aquí agregamos un elemento más; estas luchas de emancipación nunca son llevadas adelante por una minoría. Un pueblo siempre estará representado por una mayoría que, en determinados momentos, toma conciencia de su condición de opresión saliendo de la pasividad y enfrentando al grupo opresor. Subrayamos, entonces, un nuevo elemento: un pueblo es siempre una identidad colectiva mayoritaria. En pocas palabras, un pueblo es el

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protagonista de las luchas de emancipación, definido por su historia y una identidad colectiva. Esto nos lleva a la siguiente pregunta, ¿el pueblo, así entendido, se encuentra apropiadamente representado por el Estado liberal argentino? La ideología que sustenta el concepto de representación tradicional es el liberalismo; la raíz de esto es el individuo que consagra, y persigue, su libertad frente a las identidades colectivas. El liberalismo es la liberación del algo bien concreto, de toda identidad colectiva, y toda la historia puede ser entendida según este proceso de liberación. El individuo, así, arguye una supuesta dicotomía contra las expresiones generales. ¿Por qué nos interesa esto? Porque el liberalismo será el basamento de la Constitución de 1853. Su mentor, Juan Bautista Alberdi, considera que el individuo es éticamente anterior y superior a las instituciones sociales.

El artículo 22 de la carta magna estipula que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes; estos representantes,

de manera institucionalizada, asumen la forma de los partidos políticos. Ahora bien, ¿Qué tipo de problema atañe este tipo de representación atomista? A nuestro entender, el vínculo que se suscita entre el electorado y los representantes carece de compromiso fáctico.

Un antecedente opuesto a lo que mencionamos anteriormente lo encontramos en el peronismo. Juan Domingo Perón, en La hora de los pueblos, realiza una distinción, y diferenciación, entre democracia y liberalismo. El problema no reside en la representación sino en lo que se representa. O se representa al individuo, aislado, egoísta y cuya

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finalidad está en las ansias de lucro, o se representa los intereses de la comunidad.

Así nos encontramos con dos visiones representativas diferentes y antagónicas; por un lado, el liberalismo que tiene su sustancia en el individuo, y por otro, el justicialismo que lo tiene en las organizaciones libres del pueblo. ¿Qué quiere decir esto último? Pues que son organizaciones que nacen, no desde el Estado sino desde la propia comunidad, los ya conocidos sindicatos pero también aquello que los nuevos malditos han logrado generar con sus comedores y economías populares, organizaciones todas ellas en donde la representación se expresa de forma directa, “natural”.

Estas organizaciones, que son definidas como organizaciones intermedias, tienen como bien

común la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. Esto nos interesa porque implica unidad en la diversidad y de esta manera se contrapone a la versión liberal que proyecta una visión atomista de la sociedad.

En definitiva, esta pandemia puede (debería) hacernos reflexionar al menos en dos cuestiones, primero: ¿Cuál la idea de Civilización que adoptamos y que beneficios nos da esta idea? Y segundo: En estos tiempos, ¿Esta idea de Civilización nos dará tiempo para darnos cuenta que no nos sirve?Facundo Di Vicenzo: Profesor de Historia – Universidad de Buenos Aires, Doctorando en Historia– Universidad del Salvador, Especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano – Universidad Nacional de Lanús, Docente e Investigador del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte”, del Instituto de Problemas Nacionales y del Instituto de Cultura y Comunicación. Columnista del Programa Radial, Malvinas Causa Central, Megafón FM 92.1, Universidad Nacional de Lanús.

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LOS EFECTOS SECUNDARIOS DEL CORONAVIRUS

Este terrible virus es el que expone quienes somos, de manera cruda y brutal.

Los efectos clínicos del coronavirus los conocemos todos, y muchos los seguimos con angustia; tasas de contagio, porcentaje de muertes contra recuperados, síntomas, rebrotes. Pero este virus, con y tal vez por todo el mal que está haciendo, presenta ciertos efectos secundarios en nuestra sociedad que son dignos de ser analizados.

Esta pandemia está sincerando las capacidades y límites de los gobernantes. Todo Presidente o Primer Ministro que se jactó de tener al virus bajo control, tuvo que pagarlo con miles de contagios y muertes. Quienes, por soberbia, o por codicia no quisieron frenar sus economías, ahora se ven obligados a repensar sus posiciones. Los mandatarios que eligieron la economía por sobre la salud, pagan. Y la moneda de cobro del coronavirus es una sola: la vida.

Quienes optaron por el cuidado de las personas por sobre la economía estarían en mejores condiciones.

Pero la economía pide, el hambre pide, la falta de laburo y el hastío piden.

Ahí viene el otro efecto, la otra enseñanza que nos deja este virus: nunca se puede bajar la guardia.

Para aquellos a quienes les tocó en gracia, o desgracia, según como se lo mire, gobernar en estos tiempos, tal vez sea el mayor desafío de sus vidas. Hay que dejarlo todo por el país y por su gente. Es una batalla, en efecto, contra un ejército invisible. Y viene por todos lados. Por eso no se puede descuidar un solo flanco, como ocurrió con el demasiado magnificado, aunque sin dudas peligroso error con los jubilados y los bancos. Hay que decir que, con la muerte también vienen los carroñeros y los oportunstas, los adictos al caos, y que no hay que subestimar el daño que pueden generar. En suma, no se puede desatender ningún problema, hacerlo sería lo que en tenis denominan los errores no forzados.


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Por Por Guillermo Tangelson


El problema es que enfrente tenemos al Federer de los virus, en su mejor momento. Y no nos va a perdonar un solo error. Este partido se pelea vida por vida.

Otro efecto secundario de este terrible virus es el que expone quienes somos, de manera cruda, brutal. Sin sutilezas.

A nivel macro, expone los límites de nuestros sistemas de salud. No solo en términos de infraestructura, sino en términos de su verdadera función, la de cuidar a su población. En ese sentido, el coronavirus fue implacable con aquellos países en los que el acceso a la salud no es universal y gratuito. En nuestras computadoras eso se traduce en una curva que crece exponencialmente.

En el mundo real, son miles de personas con miedo, infectados, indefensos; muchos de ellos desamparados, que suman a una lista de muertos que seguimos con más atención que el precio del dólar, la inflación, o el riesgo país. Esta pandemia nos obliga a ser solidarios, a ser mejores seres humanos, a pensar en el otro, a quedarnos en casa para cuidar al vecino. Nos hace volver a pensar, irónicamente por culpa del miedo, en el cercano. Algo que las tecnologías y el vértigo de nuestras vidas nos habían hecho olvidar. La distancia prudencial inoculó un latente miedo por el otro como potencial infectado, pero también lo visibilizó. Curiosamente, las contadas veces que uno sale de la cuarentena, para comprar algo necesario, cruzamos a las personas por la calle y bajamos la vista, como si estuviésemos en una novela de Saramago.

En esta situación de evidente submotricidad, nuestros cuerpos se aquietan y nuestras mentes empiezan a engranar. Nacen oscuras fantasías producto del miedo, o del

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encierro (encierro burgués y con wi fi, pero encierro al fin). Recordamos, o nos recuerdan en los interminables grupos de Whatsapp, que ya tuvimos el Y2k, las torres gemelas, el 2012, pasamos la gripe A, y encontramos un denominador común: siempre volvíamos a citar a nostradamus, al fin de todo, como si lo estuviéramos deseando, como si el mundo fuera un accidente de auto y nosotros los que pasamos despacito por el costado con el morbo de ver algo de sangre. Una parte de nosotros íntimamente parece desear que sea nuestro fin, porque nos atrae demasiado. Fantaseamos con un apocalipsis zombi, un meteoro que nos arrasa, con invasiones alienígenas, o una pandemia sin cura. Es como si tuviéramos que tener, como humanidad, un final pochoclero.

Este virus, o esta cuarentena, que está inevitablemente ligada al virus, nos obligan a repensar las cosas más esenciales, como el tiempo, la familia, los deseos. Se desdibuja en ese nuevo espacio de privilegio llamado balcón, o terraza, el límite entre lo público y lo privado (vuelvo a subrayar, el balcón y la terraza de quienes tienen ese privilegio). Deberían ser estos tiempos de recogimiento, de reflexión, de introspección. Tiempos inevitablemente privados. En cuarentena deberíamos ser como Oblomov, despojados de todo artificio, de toda distracción. Nos debería quedar la simple y pura humanidad. A muchos les angustia, pero algunos redescubren un hábito y un ritmo de vida que luego será difícil desarmar. Sin embargo, lejos de ser tiempos privados, parece atacarnos una compulsión por hacer público lo privado, por exhibir, en algunos caos con tintes de epopeya, aquello que hacemos todos los días. Aquello que debería ser normal, como cocinar, criar a un hijo, leer un libro, festejar un cumpleaños en videoconferencia. Nuestro espíritu gregario nos obliga a conectarnos con el afuera, que funciona como salvavidas, porque simplemente nos hemos olvidado de cómo gestionar nuestra intimidad.

Ese lazo con el afuera tuvo una manifestación que se convirtió en ritual. Los aplausos desde los balcones (inspirados por los aplausos de los italianos a sus médicos y enfermeros), inauguraron algo hermoso e inédito en nuestro país. Era la primera vez que nos manifiestábamos a favor de algo y

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no en contra, y que lo hacíamos como sociedad, sin distinciones partidarias.Todos, como sociedad, agradecíamos la entrega del personal de la salud, de los caminoneros, los de la industria alimenticia, los de seguridad, los periodistas, todos los que se la juegan cada día para que podamos estar a gusto pese al aislamiento. Con cierto oportunismo, algunos impulsaron un evento para intentar eclipsar los aplausos, o para desvirtuarlos y se empezaron a escuchar cacerolas, que en Argentina remiten a momentos de inestabilidad política, se hizo luego un banderazo, en el que se veía a uno soplando una corneta de cancha, esparciendo gérmenes de manera totalmente irresponsable. Somos inevitablemente binarios, tenemos cierta adicción a la confrontación. Siempre hay alguno que tiene que marcar que existe un yo y un otro como adversario. Por suerte, días después de esa iniciativa, cesaron las cecarolas y primó el amor por el otro, primó la comunidad. Todos los días, a las nueve de la

noche, la humanidad me parece un poco más linda.

Sigo escuchando aplausos.

Es hermoso agradecer todos los días de nuestras vidas, es terrible que haga falta una pandemia para llevarnos a hacerlo.

Eso nos lleva a la reflexión sobre otros efectos de este virus. Una vez instalado el miedo en una persona, una vez que esta se siente acorralada, se pierde su capacidad de sentirse como parte de un colectivo, de una comunidad, y comienza a tener actitudes que ponen en riesgo al otro. Es parte, tal vez del mismo síntoma, y tal vez ocurra que siempre estuvo esa pulsión y que la coronavirus la pone a la luz. El infectado que ocultó sus síntomas en un vuelo de repatriación, el del conflicto en el buquebus, el de las tablas de surf, o el que le pegó al personal de seguridad de su edificio, los que rompen la cuarentena. Uno podría, como Susanita, desperezarse tranquilamente y decir que son casos sueltos, pero si algo nos

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enseñó este virus, es a no dar nada por supuesto. Cada acción merece una puesta en perspectiva. Estos hechos tienen que interpelarnos. Exorcisar, depositar el mal en el otro es una de las grandes trampas, porque cuando nos queremos dar cuenta, ya tenemos a un consorcio que le pide a una médica que se juega la vida cada día que extreme sus cuidados, para no contagiarlos. Pasa de héroe a paria en un segundo. El hombre es un animal en extremo peligroso cuando se siente en peligro.

Hacer futurología sería insensato, pero resulta inevitable y necesario empezar a pensar posibles escenarios. Nuestra breve historia con este virus nos enseña que tenemos que ser como el ajedrecista, pensar los dos o tres movimientos que siguen. Si mejora el contexto, si logramos contener el virus, y salvamos todas las vidas posibles, celebraremos, pero en ese instante comenzará aquello que dejamos relegado, nuestra economía. Una vez más, no serán curvas descendientes, o puntos porcentuales del PBI, sino

que serán personas con hambre, sin trabajo, hombres, mujeres y niños desamparados. Terminada esta maratón, nos espera otra que acaso sea más difícil. Porque la pandemia unifica, permite alianzas extrapartidarias. Y tal vez con la reactivación de la economía estas alianzas, este alinearse detrás de un conductor, no sea tan clara. Tendremos en contra la ansiedad de una sociedad que para el final de la cuarentena habrá llevado meses de encierro y presumiblemente no tendrá mucha paciencia.

Mientras tanto, los peces vuelven a los canales de Venecia, la polución baja drásticamente, el ruido en la ciudad disminuye, el mundo nos recuerda que tal vez no sea necesario correr tanto, anhelar tanto. Nada vale o reemplaza las vidas perdidas, pero tal vez, luego de esta epopeya, hayamos aprendido algo y, como efecto secundario de esta pandemia, nos podamos convertir en una sociedad un poco más justa y solidaria.

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2020

CONVERSATORIO: TRABAJO Y SALUD MENTAL EN EL AÑO DE LA PESTE

¿Por qué hay que prestarle especial atención al vínculo entre trabajo y salud mental

en esta pandemia?

En el marco del Encuentro Plurinacional de Prácticas Comunitarias en Salud se realizará un conversatorio denominado “Trabajo y Salud Mental en el año de la Peste”. Será este Jueves 18 de junio, a las 20hs, vía Zoom y transmitido en vivo por Facebook. “El Encuentro nace a partir de la confluencia de un montón de espacios que piensan a la salud de una forma comunitaria, que piensan que no podemos corrernos de un compromiso social a la hora de ser laburantes de la salud, y trabajamos en contra de cuestiones hegemónicas, por ejemplo con bastante presencia de la cuestión de la desmanicomialización”, dijo Matías Corba, Psicólogo y docente de la UBA, referente del Encuentro Plurinacional de Prácticas Comunitarias en Salud, integrante de la Mesa de Trabajo y Salud.

Respecto a la relevancia de trabajar el eje salud mental/trabajo en este momento de pandemia y aislamiento social, Corba explicó que “Está quedando en evidencia el mayor índice de afectación por parte de los barrios populares, villas, sectores de laburantes informales, trabajadores de la salud que en muchas ocasiones están por fuera de contención o acompañamiento por parte de autoridades o del estado, y hay un montón de cuestiones en juego en lo que tiene que ver con la regulación del teletrabajo, y qué personas pueden seguir trabajando o no, y como eso de alguna manera diezma las dotaciones de los equipos”.

Cecilia Ros, docente y directora de la Maestría en Salud Mental Comunitaria de la UNLa, que participará de este conversatorio,


DERECHOS HUMANOS

Por Daniela Tagliafico


detalló la importancia del trabajo en nuestras vidas y en la salud mental en general siempre. “Trabajar no es una actividad más en la vida de las personas, no solo porque de ella depende la subsistencia económica, sino porque vinculadas al trabajo se encuentran un conjunto de valores, prácticas, vivencias, experiencias, que nos definen como personas, como partes de una sociedad, como ciudadanos. El trabajo nos define en nuestra identidad”, explicó Ros. En la situación del aislamiento, Ros destacó que identifica “una nueva división social del trabajo, que se superpone con la ya existentes y que instala nuevas y revela viejas desigualdades”. Según describió la especialista en salud mental, a grandes rasgos, existen modificaciones para tres grandes grupos: precarizados, desocupados y nuevos desocupados; empleados confinados al teletrabajo y trabajadores esenciales.

Algunas primeras consideraciones respecto a consecuencias en la salud

mental del trabajo desde casa, en estos tres meses de pandemia, tienen que ver con la falta de les otres en esos procesos que implica el trabajo. “Siempre trabajar pone en juego un saber hacer que contribuye a la vivencia de control de aquello que nos provoca ansiedad, nos resulta penoso, o hasta nos produce angustia o miedo, y es el resultado de procesos complejos y que se construyen con el tiempo y con otros. Esto de con otros es importante porque hay algo del aislamiento que está implicando para quienes trabajamos en nuestras casas o para quienes no tienen trabajo, una dificultad para conectarnos y comentar y

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relacionarnos con otras y otros con quienes compartíamos una cotidianeidad laboral que ahora no existe o se vuelve más confusa o difícil de construir”, destacó Ros.

En lo que tiene que ver a una población particular como son les trabajadores de salud, Miriam Wlosko docente investigadora y coordinadora del Programa de Salud, Subjetividad y Trabajo del Departamento de Salud Comunitaria de la UNLa, que también participará de esta actividad, analizó que ven “por un lado, una enorme intensificación del trabajo, lo que genera fatiga y agotamiento. También observamos la escasez o limitación de equipos de protección personal o de insumos básicos, lo cual genera preocupación, sensación de desprotección y de bronca además. Vemos que hay enormes cambios en los procesos de trabajo, que obligan a muchas personas y equipos a replantearse y a tener que hacer tareas muchas

veces sin la capacitación o la experiencia, lo que nuevamente genera angustia, temor, inseguridad”.

Por otro lado, Wlosko se refirió a otra población altamente expuesta al coronavirus, las trabajadoras de casas particulares. “Estas trabajadoras mujeres, de sectores populares, están informalizadas, precarizadas y no tienen otro ingreso. (…) Vamos viendo que más del sesenta por ciento empeoró su ya precaria situación laboral, sea porque la despidieron o sea porque no se les paga, solo el 30 por ciento o menos siguen cobrando, y en muchos casos los empleadores las han cambiado de categoría para que vayan a limpiar sus casas”. En este sentido, Wlosko aclaró que en esta población las vivencias de incertidumbre y miedo también están, pero que “no se refieren solamente al virus sino también a no poder trabajar y subsistir. Entonces, se ven arrojadas a la tremenda y trágica situación entre tener que elegir entre contagiarse del virus o bien no comer”.Por último, tanto Wlosko como Ros resaltaron la importancia de la promoción de políticas públicas y acciones por parte del estado, y además la necesidad de “Promover espacios en los que quienes trabajan, dentro o fuera de su casa, puedan hablar con otros de lo que les está pasando con y en su trabajo en el marco de la pandemia, creo que es urgente y necesario para reducir los efectos que sin duda vendrán sobre la salud y la salud mental”, concluyó. Ros.

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N° 28 - 26 de junio de 2020ISSN 2684-0049Dirección: Ana CardosoEditora: María Laura MoralesDiseño Gráfico: Ariel FischerRedactores: (en éste número)Daniela Tagliafico, Facundo Di Vicenzo, Guillermo Tángelson.

TEATRO“ROMEO Y JULIETA”, del Ballet Estable del Teatro Colón, dirigido por Paloma Herrera.Domingo 28/06, 20hs. A través de: www.teatrocolon.org.ar/en-vivo

TEATRO“La Visita de las Cinco. Homenaje a Franca Jarach”. Sábado 27/06, 17hsOrganiza el Museo Sitio de Memoria ESMA. A través de Facebook Live y Youtube.

TEATRO“Con voz trava”.Domingo 28/06, 18hs. En el marco del festival a beneficio del Mocha Celis, conocé la historia de Alma Salinas, mujer tavesti trans que accedió por primera vez a un trabajo formal. A través del Instagram @casabrandon

RETOMAR EL PENSAMIENTO DE RODOLFO KUSCH EN TIEMPOS

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