Resplandor, OVNIS en la Amazonía peruana

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Extracto de la novela Resplandor, del autor Paco Bardales, sobre la oficina gubernamental de avistamiento e investigación de OVNIS en Perú

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LA AVENIDA AREQUIPA DISPARÓ ABIGARRADOS resplandores sobre el corazón del limeño distrito de Miraflores. Era un infierno en hora punta; Fausto Chung bien lo sabía. Se encontraba varado en el estacionamiento de la antigua casona. Detrás, un par de oficiales de Inteligencia consumían botellas de Gatorade.

El suboficial de la Fuerza Aérea se acercó al auto, le hizo señas.

—Sígame, por favor. Tiene una hora. No puede tomar ninguna muestra que no sea autorizada por el Comando.

Chung imaginó por un segundo decirle a su escolta que esa había sido su base de operaciones por casi tres años, que conocía más cosas de ella que lo que él iba a descubrir en su puta vida. Desistió. Cualquier contradicción lo haría víctima de sospecha.

Se acercó al patio. Allí estaba, imperturbable, el enorme jardín con árboles de algarrobo, la fuente de agua, los sonidos ambientales de avecillas. Todo en su sitio, pero sin la emoción y la algarabía del pasado.

(El tiempo lo destruye todo).

Los agentes de Inteligencia se detuvieron sobre la marcha. Miraron al soldado y a Chung. Uno de ellos, con un mohín pronunciado, le indicó que avanzaran solos. El otro, sin decir palabra, levantó una mano. Con el dedo índice trazó en el aire un círculo perfecto que terminó en sus ojos.

El Gran Hermano lo veía todo.

(Ocho pasos a la izquierda, cinco pasos a la derecha. Detenerse en el centro. La puerta estaba sellada. El soldado patrulla la abrió y luego colocó un código en el sistema. Se escuchó un fuerte golpe. Luego, el eco de sonidos metálicos).

—Estaré disponible, por si me necesita —dijo, a apuntando a la cámara de seguridad que lo vigilaba.

Las puertas se cerraron automáticamente.

Luego, un silencio helado.

Por un momento, Chung se permitió admirar el espacio. Raro que Piqueras no hubiese convertido el lugar en un cuarto oscuro. Las gavetas y los archivos de información, vacíos o casi abandonados; los muebles que había dejado, intactos. El sillón de cuero, su favorito, empolvado pero íntegro.

Un hombre solo, contemplando su derrota.

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Un hombre solo, con memorias que se clavaban en su mente.

Años atrás, cuando la Fuerza Aérea, alarmada por la presencia de supuestos ovnis en los radares de aeropuertos y bases militares, testimonios de pilotos, reportes alarmantes de cuadrillas cruzando el cielo nacional, decidió crear una oficina encargada de investigarlos, su mundo cambió súbitamente. Lo llamaron. Necesitaban alguien que le hiciera creer a todos que las ideas más disparatadas, las más difíciles de conciliar, también podrían tener lógica. Que eran reales.

— ¿El presidente sabía de esto, profesor?

—El presidente era el más preocupado para que este tema se investigara, con seriedad.

En efecto, la iniciativa partió de Palacio de Gobierno. No había país que se preciara de civilizado y abierto que no investigara, discretamente, el fenómeno.

El presidente también era un creyente.

—Medio en broma, alguna vez dije que esto era lo que al fin había soñado. Mi propia oficina X Files, mi propia división Fringe. Solo que, como ya saben, yo estoy muy lejos de parecerme al agente Fox Mulder [risas grabadas].

Aprovechando la cresta de la ola, Chung consiguió personal y recursos, así como un local propio. Formó un equipo de primera: Reynaldo Ocrospoma (experto en derecho espacial), Fernando Solís (ingeniero aeronáutico), Alba Horna (bibliotecóloga), Carlo Degregori (antropólogo) y Rosa de Olazábal (abogada e investigadora). Evidentemente, él sería director. Un civil en una estructura castrense sería como un golpe mediático fundamental.

Inmediatamente, encontró el nombre ideal para la nueva institución: Oficina de Inteligencia de Fenómenos Aéreos Anómalos (Oifaa).

Sonaba épico.

—¿Cuál fue su reacción cuando vio consagrado su sueño?

—Que la chamba recién empezaba y Fausto Chung iba a joder su vida privada. Nos dedicaríamos a tiempo completo a buscar marcianos como los de la televisión [risas grabadas].

Chung modeló la oficina inspirado en experiencias de otros países, tratando de manejar con mayor racionalidad la compleja relación con la prensa y los secretos de Estado. El encubrimiento y la manipulación le habían hecho demasiado daño al fenómeno, haciendo que las Fuerzas Armadas se desentendieran de la delicada misión. Debían tenderse puentes, dotar de mayor contenido científico, pero también hacerlo asequible al conocimiento común, abandonar el amarillismo y el misticismo, que propiciaban el desprestigio de los estudios.

Chung visitó todas las bases castrenses. Observó paralización y perturbación de sistemas electrónicos, magnéticos y mecánicos, entendió sobre desconcierto y desorientación del personal

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de vuelo y el pánico de pasajeros. Se hizo experto en descifrar fenómenos del tiempo detenido. Accedió a informes confidenciales que detallaban maniobras de carácter hostil, se internó en puertas inter dimensionales, escuchó teorías disparatadas y risueñas («el gigantismo y el doble pene eran señales de los extraterrestres, doctor»). Resultados modestos, pero evidentes. Suficientes como para seguir manteniendo el presupuesto. Luchando contra el boicot de los economistas.

Luego de la emoción sensacionalista y de todos los testimonios en masa, el trabajo silencioso se convirtió en rutina. Recibían alrededor de dos o tres testimonios semanales sobre avistamientos. Establecieron una metodología. El cuestionario inicial con que eran abordados los supuestos testigos tenía el siguiente preámbulo, con valor referencial y probatorio: «Este documento ha sido preparado para que usted pueda proporcionar a la Fuerza Aérea del Perú el máximo de información relativa al fenómeno no identificado del que ha sido testigo. La información es confidencial y será usada con fines de investigación».

Todo se fue al carajo cuando se encontraron cara a cara con la verdad.

Una tarde, estando fuera de la ciudad, el general Piqueras recibió una llamada. Chung, agitado, pedía una reunión urgente con la Alta Dirección. Cinco horas después, en la propia Oifaa, el director entregó un documento, redactado con prisa: «Incidente Pevas, estudio preliminar de campo». El primer informe oficial sobre un caso ovni en el Perú, basado en el testimonio de veinte personas.

—El resplandor apareció a las tres y treinta y tres de la mañana. El artesano Santiago Tangoa Mahuinari recibió una sensación de calor muy extraña. Salió de la choza en la que se encontraba y miró al cielo. Al este del río, tres luces rojo-anaranjadas, sin movimiento de traslación, sin sonido, iban y venían. Vuelo a baja altura, con movimiento desorientado, luminosidad incandescente. El objeto luminoso se detuvo en medio de las aguas y luego se hundió inmediatamente. Todo fue filmado, durante aproximadamente doce minutos, por un camarógrafo que había llegado desde Iquitos a buscar parajes turísticos.

—¿Por qué nunca lo difundieron? El caso es uno de los más conocidos, pero al mismo tiempo es más confuso de toda la historia de la investigación del fenómeno en el país.

—Porque era, en verdad, difícil. El principal afectado, Santiago, era una suerte de milagro y eslabón al mismo tiempo. Algunas veces me decía: «Están ahí, ellos están aquí». «¿Quiénes?», les preguntaba. «Los Seres del Cielo».

—¿Quiénes eran los Seres del Cielo?

—Según Santiago, medían un metro veinte, de cabeza amplia, ojos grandes, negros, almendrados, de extremidades muy delgadas. Recitaban letanías en idioma huitoto-murui.

—¿Pudieron corroborar la información?

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—Estuvimos muy avanzados, pero el problema era el testigo. Resultaba complicado saber si estaba hablando coherentemente, si no era una alucinación. En todo caso, el informe alertó de la condición mental del testigo.

En el lugar donde se realizó la presunta abducción se había encontrado una huella circular en la cual no crecía pasto, como si estuviese afectada por radiación. Solicitaba iniciar una investigación de alto calibre. Armar un Cuaderno de Incidencias. Iniciar una Operación.

El Comando Mayor se negó rotundamente. Era peligroso. No había fondos.

Esa tarde Chung se reunió con el presidente. Al día siguiente, las Fuerzas Armadas autorizaban el inicio de «un procedimiento de verificación, revisión y análisis de las incidencias destacadas por la Oifaa en la selva de Loreto».

El equipo de la división llegó camuflado a Pevas, en un operativo contra los traficantes, montado en el Pentagonito, al que fueron invitados también algunos canales de televisión. Sin armas, pero con gran cantidad de máquinas fotográficas, filmadoras y telescopios. El oficial a cargo de la operación era el capitán Enrique Ghersi.

Ghersi se entregó en cuerpo y alma a la operación encubierta. Su pedido formal era que la Quinta Región Militar aislara la zona. Colocaron los campamentos en los puntos clave de avistamientos. Durante el proceso de investigación, de aproximadamente seis meses, el equipo de la División registró cerca de setenta ataques violentos. Seis personas habían muerto como resultado de las agresiones. Se detallaron los avistamientos, las posibles zonas de aterrizaje.

Los habitantes de la comunidad decidieron armar sus propias defensas. En las noches, cuando alguien hablaba de avistamientos, empezaban a hacer un tremendo ruido con latas llenas de piedras o palos. La idea era ahuyentar a los Seres del Cielo. «No eran buenos, señor, eran de los malos», le explicaban a Ghersi. Alguien tuvo la idea de comprar cientos de avellanas, fuegos artificiales que se lanzaban en forma de misiles desde la Tierra, cuando decían que se acercaban las naves. Los pescadores decían ver entrar y salir enormes objetos luminosos de las aguas del río Ampiyacu.

Caos.

Una pequeña comunidad se había convertido en laboratorio del miedo.

Una noche, estando tendido en su cama de costado, una luz brillantísima inundó la habitación del capitán Ghersi.

—Recuerdo nítidamente su testimonio. Algo le atrapó por la espalda y se colocó frente a él. Tenía una rara piel, de color gris. Según Ghersi, el intruso tenía la cabeza cubierta por algo parecido a un casco y su rostro estaba cubierto por una protección. Se acercó a su oído y dijo. «No tengas miedo». La voz sonaba metálica, como emitida por una máquina.

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Antes de ser derivado al Hospital Militar de Iquitos, Ghersi estaba en tal estado de rigidez que hubo que ponerla en la parte posterior del automóvil con las piernas fuera de la ventanilla. Fue aislado inmediatamente.

Luego de aquel testimonio, Ghersi enseñó lo que él intuía era un implante en su antebrazo derecho. El objeto bajo su piel, blando, con consistencia semejante al plástico y de un centímetro cuadrado. Era cilíndrico y flexible, distinguible solo en placas de rayos X.

Cuando al fin pudo hablar, el testimonio oficial de Ghersi fue tan intenso, pero incoherente, que los superiores no quisieron tomarlo en cuenta.

Tras arduas negociaciones, no exentas de hostilización permanente y amenazas administrativas, la oficina brindó sus conclusiones. Era tarde. El gobierno, aprisionado por una crisis presupuestaria y escándalos políticos, no tenía la menor intención de involucrarse.

Ghersi dejó la Fuerza Aérea de modo definitivo. No mucho tiempo después, aquejado por la depresión, fue encontrado muerto en su habitación, con una bala alojada en la sien, disparada por su propia arma. Su mensaje final fue: «Nos están visitando».

—¿Fue un asesinato premeditado?

—Hace un año lo hubiese negado rotundamente. Ahora no podría estar tan seguro de ello.

La Oifaa fue declarada en «reestructuración permanente». El profesor Chung fue despedido. Los archivos secretos se confiscaron como material sensible para la seguridad nacional. Sorprendentemente, meses después, una iniciativa parecida, llamada Misión de Reconocimiento Napo, apareció en el presupuesto anual del Ministerio de Defensa. Sus canales de financiamiento incluían partidas de la cooperación norteamericana. El futuro coronel Ricardo Chamorro fue nombrado coordinador.

—Desde aquel entonces, aún veo al capitán Ghersi en mis sueños, en mis pensamientos. Es como si no hubiese muerto. Como si pidiese que su muerte no fuera inútil.

—Fue una patada artera. Una traición que seguro aún no ha sabido procesar...

—Me sentí inservible, usado. Una decepción absoluta. Tanto trabajo, tanta gente seria involucrada. Una lástima.

El flashback le devolvió la lucidez a Chung.

El material sensible debía estar guardado en el propio Cuartel General de las Fuerzas Armadas, probablemente clasificado.

Mierda, los originales de la prueba de hipnosis de Ghersi.

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Rápidamente, buscó en una gaveta que tenía una doble contraseña. Por todos los cielos imploró que no se hubiesen llevado nada. Como un acto de magia, el cerrojo cedió. Las claves seguían siendo las mismas.

Ahí todavía estaban, encarpetadas, polvorientas, las cuatro sesiones que había tenido con el eslabón perdido en la misión.