reseña Historia del Dinero de Alan Pauls

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Reseña para el diario La Capital del libro Historia del Dinero, de Alan Pauls, Anagrama 2013. El dinero no es todo lo que cuenta Juan Pablo Hudson En su libro "Diez días que estremecieron al mundo", el cronista John Reed destaca que al mismo tiempo que el ejército bolchevique estaba pronto a tomar el Palacio de Invierno, en San Petersburgo cientos de miles de personas se acostaban a la hora de siempre, se levantaban temprano y marchaban al trabajo, los tranvías funcionaban en sus horarios habituales, estaban abiertos los comercios y restaurantes, había teatros y las exposiciones de pintura reunían público. Este vasto sector social, tan heterogéneo pero aunado en la falta de participación política activa, es el que integran los personajes de Historia del Dinero, el cierre de la trilogía -iniciada con Historia del llanto (2007) y continuada con Historia del pelo (2010)- con la que el escritor Alan Pauls se propuso abordar la década del setenta en la Argentina. A diferencia de esa sociedad efervescente, politizada, comprometida, que construye el grueso de la literatura que aborda este período histórico, la vida de los protagonistas, por el contrario, transcurre en escenarios alejados de las discusiones y luchas políticas (armadas) que marcaron a fuego la época. Episodios salientes -la represión al sindicalismo combativo en Villa Constitución, los secuestros a empresarios realizados por las organizaciones armadas, los atentados políticos a policías y militares, la represión estatal- aparecen como noticias sueltas, mayormente lejanas, o bien como temas mediáticos que pueden concentrar mayor o menor interés pero que en ningún caso se trata de problemas concretos que generen una sensibilidad política capaz de movilizarlos. Inclusive la muerte de un pariente del marido de la madre del protagonista, cuyos restos aparecen en el fondo del río ante la oscura caída del helicóptero que lo trasladaba con un maletín repleto de dinero para solucionar el problema sindical en Villa, no deja de inscribirse para sus deudos como una tragedia familiar que solamente desata especulaciones frívolas sobre la cantidad de dinero que pudo contener el desaparecido attaché. Así como sus amigos siguen con pasión los pormenores del torneo Metropolitano de fútbol, el joven protagonista de esta historia lee con furibundo interés las publicaciones de izquierda y sigue paso a paso los pormenores de cada secuestro político. Como un anticipo de lo que ocurrirá con tantos jóvenes en la década del noventa, la lucha armada es su gran área de estudio y fuente de fascinación. Sólo las reiteradas explosiones financieras del país, hacen que el contexto histórico y político pierda su condición de objeto de lectura o de mera letanía mediática y se transforme en un problema insoslayable. Allí cuando el dinero es el objeto del ataque ya nadie podrá mantenerse indiferente, aún en el caso de aquellos que, como el personaje principal, no asumen una posición codiciosa ni especulativa. La hiperinflación, desatada justo cuando él está remodelando su casa, transforma el dinero en un flujo indómito, en permanente metamorfosis -"Cuando empieza la obra, el billete más grande en circulación es de mil pesos, y cambiarlo es una odisea. Cuando termina, once meses más tarde, ya circulan los de cinco y diez mil"-, haciendo que los materiales pierdan, por la miseria propia de los dueños de los corralones, su principal condición: el precio. De las entrañas mismas de estas vivencias traumáticas parece surgir esa fascinación nacional por el dólar, "el llamado verde o billete a secas, siempre cauto, siempre idéntico a sí mismo", si se lo compara

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Reseña para el diario La Capital del libro Historia del Dinero, de Alan Pauls, Anagrama 2013.

El dinero no es todo lo que cuenta

Juan Pablo Hudson

En su libro "Diez días que estremecieron al mundo", el cronista John Reed destaca que al mismo tiempo que el ejército bolchevique estaba pronto a tomar el Palacio de Invierno, en San Petersburgo cientos de miles de personas se acostaban a la hora de siempre, se levantaban temprano y marchaban al trabajo, los tranvías funcionaban en sus horarios habituales, estaban abiertos los comercios y restaurantes, había teatros y las exposiciones de pintura reunían público. Este vasto sector social, tan heterogéneo pero aunado en la falta de participación política activa, es el que integran los personajes de Historia del Dinero, el cierre de la trilogía -iniciada con Historia del llanto (2007) y continuada con Historia del pelo (2010)- con la que el escritor Alan Pauls se propuso abordar la década del setenta en la Argentina.

A diferencia de esa sociedad efervescente, politizada, comprometida, que construye el grueso de la literatura que aborda este período histórico, la vida de los protagonistas, por el contrario, transcurre en escenarios alejados de las discusiones y luchas políticas (armadas) que marcaron a fuego la época. Episodios salientes -la represión al sindicalismo combativo en Villa Constitución, los secuestros a empresarios realizados por las organizaciones armadas, los atentados políticos a policías y militares, la represión estatal- aparecen como noticias sueltas, mayormente lejanas, o bien como temas mediáticos que pueden concentrar mayor o menor interés pero que en ningún caso se trata de problemas concretos que generen una sensibilidad política capaz de movilizarlos. Inclusive la muerte de un pariente del marido de la madre del protagonista, cuyos restos aparecen en el fondo del río ante la oscura caída del helicóptero que lo trasladaba con un maletín repleto de dinero para solucionar el problema sindical en Villa, no deja de inscribirse para sus deudos como una tragedia familiar que solamente desata especulaciones frívolas sobre la cantidad de dinero que pudo contener el desaparecido attaché. Así como sus amigos siguen con pasión los pormenores del torneo Metropolitano de fútbol, el joven protagonista de esta historia lee con furibundo interés las publicaciones de izquierda y sigue paso a paso los pormenores de cada secuestro político. Como un anticipo de lo que ocurrirá con tantos jóvenes en la década del noventa, la lucha armada es su gran área de estudio y fuente de fascinación.

Sólo las reiteradas explosiones financieras del país, hacen que el contexto histórico y político pierda su condición de objeto de lectura o de mera letanía mediática y se transforme en un problema insoslayable. Allí cuando el dinero es el objeto del ataque ya nadie podrá mantenerse indiferente, aún en el caso de aquellos que, como el personaje principal, no asumen una posición codiciosa ni especulativa. La hiperinflación, desatada justo cuando él está remodelando su casa, transforma el dinero en un flujo indómito, en permanente metamorfosis -"Cuando empieza la obra, el billete más grande en circulación es de mil pesos, y cambiarlo es una odisea. Cuando termina, once meses más tarde, ya circulan los de cinco y diez mil"-, haciendo que los materiales pierdan, por la miseria propia de los dueños de los corralones, su principal condición: el precio. De las entrañas mismas de estas vivencias traumáticas parece surgir esa fascinación nacional por el dólar, "el llamado verde o billete a secas, siempre cauto, siempre idéntico a sí mismo", si se lo compara

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con la eternamente depreciable y despreciable moneda nacional en curso.El dinero se hace presente a través de dos caras magnéticas: su condición

física, estrictamente material, deteriorada por el constante manoseo ("los libros, el único objeto capaz de juntar más suciedad que el dinero"), y su valor de intercambio a partir de su traducción en objetos (ropa, revistas, comida, edificios, máquinas) pero también, provocando todo tipo de elucubraciones e interrogantes en el protagonista, como medida de tasación de la vida de los empresarios secuestrados por la guerrilla. Sobre el costado físico del dinero, se recuesta la fascinación que siente hacia su padre, ese jugador empedernido pero sigiloso que siempre lleva todo su capital encima sin hacer uso de bancos, ni billeteras, ni cheques, ni -más adelante- tarjetas de crédito: tan sólo fajos gruesos, puro cash abultando los bolsillos de sus pantalones y sacos. Un anacronismo que abre una duda existencial en su hijo cada vez que lo observa contar la plata con la habilidad y el estilo propio de un astuto mago: ¿Llevar todo el dinero encima es signo de su pobreza o de su riqueza? Aún cuando el padre, a diferencia de ese regocijo íntimo que él siente cada vez que paga algo (no importa qué), sea capaz de perderlo todo en unas pocas horas durante una madrugada de juego o multiplicarlo todo a través de la especulación financiera, el dinero oficiará de puente de comunicación entre sus vidas. En el marco de ese vínculo, tal vez el único camino posible con el que fantasea el hijo para acercarse -o superar- a su padre sea cumplir con un deseo último: ya no aprender a manipular con destreza el dinero, sino a ser capaz de fabricarlo físicamente.

Pero no es sólo la relación con su padre la que se delinea a partir del dinero. También se transformará en el dealer de plata fresca de una madre capaz de dilapidar fortunas y al mismo tiempo acumular, con destreza infantil, pequeños montos insignificantes en los rincones más recónditos de su departamento.

Historia del dinero no está exenta de esa escritura abrumadora, morosa, zigzagueante, que caracteriza la obra de Alan Pauls. El cierre de una trilogía que parece menos dedicada a la década del 70, aún cuando las historias transcurran en esos años, que a la capacidad que tienen ciertos objetos de modular la vida cotidiana allí cuando devienen en fuente de obsesión para las personas.