Reseña: Higgins, James. Historia de la literatura peruana

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B. APL 45(45), 2008 187

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B. APL, 45. 2008 (187-191)

Higgins, James: Historia de la literatura peruana. Lima, Universidad Ricardo Palma- Editorial Universitaria, 2006, 421 pp.

El profesor James Higgins publicó en 1987 un libro en idioma inglés titulado A history of peruvian literature (Liverpool: Francis Cairns, 379 pp.); la misma obra le ha servido de base para que en el año 2006 —después de casi dos décadas— retome, actualice y enriquezca, una nueva publicación, esta vez en español, a la que llama: Historia de la literatura peruana, que viene con el auspicio del sello editorial de la Universidad Ricardo Palma.

En realidad se trata de un libro de carácter divulgativo que “aspira a ser de utilidad práctica tanto para los estudiantes como para el lector general” (Historia de la literatura peruana, p. 10). Y, así, “intenta dar una visión global de la literatura peruana” (ídem). Su tarea ha consistido en seleccionar los autores y títulos más representativos de cada época, ubicándolos dentro de su contexto sociocultural; y declara que en la elección de escritores “puede haber cierta arbitrariedad, sobre todo en los capítulos que abordan la literatura de las últimas décadas” (ídem).

Higgins en el transcurso de su exposición no refiere los indicadores teóricos dentro de los que levanta sus juicios, pero se entiende que opta por un enfoque subtextual para llegar a un interpretación (arbitraria, como lo reconoce) de los discursos literarios. En el transcurso de las 376 páginas que conforman el libro divide en 12 capítulos la historia literaria del Perú, que son los siguientes: 1) La otra literatura peruana, 2) Poesía colonial, 3) Prosa colonial, 4) El teatro (De la colonia a los tiempos modernos), 5) Poesía de la República (1821-1919), 6) Prosa de la República (1821-1919), 7) Poesía vanguardista, 8) Narrativa regionalista e indigenista (1920-1941), 9) La generación poética de los 40 y 50, 10) La nueva narrativa, 11) Nuevas generaciones poéticas, 12) Narrativa del posboom.

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El primer capítulo tiene un sugestivo título que, en verdad, es el nombre de un libro de Edmundo Bendezú, publicado hace veinte años, en 1986: La otra literatura peruana; pero Higgins, en general, no es muy puntilloso para señalar la procedencia precisa de sus préstamos: más bien diluye sus fuentes directas en un extenso repertorio de citas de diversa importancia. El libro empieza, por orden cronológico, a dar cuenta de los escritores de la denominada por Bendezú “otra literatura”, desde Juan de Santa Cruz Pachacuti (cronista del siglo XVII) hasta Eduardo Ninamango (poeta del siglo XX). A este capítulo le sigue la poesía del período colonial, aquí el autor nos proporciona una selección de coplas, romances y una breve referencia a los dos grandes poemas de estilo prerrenacentista que tuvo en sus inicios la poesía castellana en el Perú. También, realiza un sucinto repaso desde el Renacimiento hasta terminar en el yaraví de Mariano Melgar. En la prosa afirma que las expresiones iniciales de narrativa están en las relaciones, crónicas e historias; la prosa colonial dice iniciarse con Francisco de Xerez y culminar con Pablo de Olavide. Higgins concluye que en este período no existió “una tradición narrativa” (ibíd., 81).

James Higgins desarrolla el teatro peruano en el capítulo cuarto que lleva el subtítulo: “De la colonia a los tiempos modernos”. El autor opina que el teatro peruano en sus comienzos contaba con obras que solían “ser convencionales y mediocres” (ibíd., 85); de este modo, describe rápidamente las obras teatrales de Espinosa Medrano, Lorenzo de las Llamosas, Pedro Peralta Barnuevo, Francisco del Castillo. En el teatro de la República tenemos, por supuesto, a los costumbristas Felipe Pardo y Aliaga, Manuel Ascensio Segura, y a sus epígonos. Luego, en la década de los 30 surgieron grupos teatrales donde destacaron Percy Gibson, Juan Ríos y Sebastián Salazar Bondy. Al finalizar el capítulo, Higgins afirma que El cruce sobre el Niágara, de Alonso Alegría “se destaca técnicamente como la obra más lograda del teatro peruano” (ibíd., 105).

Los capítulos cinco y seis tratan de la poesía y prosa en el período republicano, desde 1821 hasta 1919. Dice el autor que la modalidad poética que marcó estos años fue el Neoclasicismo, donde su mayor exponente fue Felipe Pardo y Aliaga con su poesía satírica. Luego, Higgins toma como representante del Romanticismo a Carlos Augusto Salaverry, porque fue un

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poeta cuyos versos no eran “superficiales, descuidados y plagados de clichés” (ibíd., 111) como dice lo fueron sus demás coetáneos. En la poesía llega hasta Valdelomar. En la prosa empieza con Pardo y Aliaga, y resalta la obra de Manuel Ascensio Segura. Al ilustre don Ricardo Palma le dedica siete páginas con una bibliografía actualizada hasta un año antes de la presente publicación. Higgins afirma que la primera novela publicada en el Perú es El padre Horán, de Narciso Aréstegui, y que su importancia radica en que rompió “el monopolio ejercido por una narrativa centrada en Lima y aborda la realidad del interior del país” (ibíd., 140). En la ensayística republicana sobresalen González Prada y Abelardo Gamarra; entre las damas de la época Higgins destaca a Clorinda Matto de Turner, no obstante, critica su afán didáctico en Aves sin nido, que actúa en desmedro de la novela, lo que también le ocurre a Blanca Sol, de Mercedes Cabello de Carbonera; por el contrario Cartas de una turista, de Enrique Carrillo “supera [las novelas de Matto y Cabello] de lejos en cuanto a calidad artística” (ibíd., 149). Cierran este capítulo Clemente Palma, Ventura García Calderón y Abraham Valdelomar.

En el capítulo siete, que trata de la poesía vanguardista, Higgins dice que Alberto Hidalgo es el “abanderado de la poesía vanguardista [sin embargo] dista de ser un gran poeta, porque su talento artístico nunca igualó su ambición ni sus conocimientos teóricos de la estética vanguardista” (ibíd., 161). Reconoce en los versos de César Vallejo a un poeta universal. Termina este capítulo con Westphalen y Moro.

La narrativa regionalista e indigenista está datada por Higgins desde 1920 hasta 1941, se resumen las principales obras y el impacto que tuvieron estas en la sociedad peruana; verbigracia, 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, de José Carlos Mariátegui; Cuentos andinos y Matalaché, de López Albújar; por otro lado, Higgins indica que la novela vanguardista estuvo marcada por Martín Adán y Gamaliel Churata. El tungsteno, de César Vallejo es la novela más importante en cuanto a realismo social. En la década de los 30, dice Higgins que se originó una corriente que propiciaba el mayor conocimiento del interior del país, por ejemplo, Balseros de Titicaca, de Emilio Romero, y otros destacados prosistas. El capítulo termina con dos grandes autores de nuestra literatura: Ciro Alegría y José María Arguedas.

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En la generación poética de los 40 y 50 se “consolidan las innovaciones de la generación vanguardista” (ibíd., 225). Los poetas que destacan son Martín Adán, Jorge Eduardo Eielson, Sebastián Salazar Bondy, etc. Por otro lado, Higgins clasifica en la línea “algo marginal” (ibíd., 249) a los poetas Mario Florián y Leoncio Bueno; mientras que la poesía social viene representada por Gustavo Valcárcel, Manuel Scorza, Alejandro Romualdo y Juan Gonzalo Rose. En los 50 Wáshington Delgado y Pablo Guevara son los poetas que lograron “superar la dicotomía entre ‘poesía social’ y ‘poesía pura’” (ibíd., 255). Esta parte cierra con las valoraciones a la obra poética de Carlos Germán Belli.

La denominada “nueva narrativa” la conforman los escritores de la década de los 50. Merecen atención especial las novelas: Los ríos profundos y El sexto, de Arguedas. Este capítulo finaliza con los máximos representantes de nuestra novelística: Vargas Llosa y Bryce Echenique.

Higgins dedica el penúltimo capítulo a las nuevas generaciones poéticas; enmarca en el contexto social de los 60 las producciones de Javier Heraud y Luis Hernández, considerados por Higgins como poetas que acusan, todavía, inmadurez juvenil, el primero; y de poesía ligera e inacabada, el segundo. Dice que Antonio Cisneros es el poeta más representativo (ibíd., 329), y que Marco Martos “ha quedado relativamente inmune a la influencia anglosajona y ha obrado más bien dentro de la tradición hispánica” (ibíd., 337). En la década de los 70 se forman grupos poéticos, dentro de los cuales sobresale Hora Zero, su consigna de renovación poética, según Higgins, fue “una promesa truncada” (ibíd., 341), donde “su rechazo de formas rígidas iba acompañado de una falta de rigor artístico que se refleja en la informe estructuración de muchos de sus textos” (ídem). Higgins afirma que los mejores poetas de los 70 fueron José Watanabe (p. 344) y Abelardo Sánchez León (p.347). También, ocurre “el fenómeno más notable de los últimos tiempos” (ibíd., 350) que vendría a ser la poesía escrita por mujeres, donde el feminismo determinó sus poéticas, se pondera y aprecia las producciones de Carmen Ollé y Giovanna Pollarolo.

El último capítulo trata de la “Narrativa del posboom”, donde James Higgins indica que siguen siendo las figuras representativas Vargas Llosa

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y Bryce Echenique. Ubica dentro de los éxitos editoriales a Jaime Bayly y a Óscar Malca; mientras que “otros narradores [que] escriben desde la perspectiva de clases marginales o subalternas” (ibíd., 363) son Gregorio Martínez, Cronwell Jara, Miguel Gutiérrez. Asimismo, se ocupa de los textos de temática andina y amazónica. Este capítulo finaliza con las alusiones a la narrativa de algunas autoras sobresalientes, en especial, Laura Riesco, donde reseña su principal obra: Ximena de dos caminos.

No estamos, pues, como quedó claro al inicio de la presente reseña, ante una obra pormenorizada, ordenadora o que proponga un esquema nuevo de la historia literaria peruana; aunque el título nos pudiera sugerir equívocamente algún trabajo similar a los estudios minuciosos y lejanos, pero lamentablemente no superados, de Sánchez o Tamayo Vargas, entre los peruanos; o a los esquemas fundadores de Ticknor o Menéndez Pelayo, entre los extranjeros. Luego de su lectura, creemos que tiene el mérito de poner en evidencia una tarea pendiente de esta época, la cual es iniciar una obra colectiva (a semejanza de, por ejemplo, La historia de la literatura griega, de López Férez o de La historia de la literatura hispanoamericana, de Íñigo Madrigal, para citar casos comunes) que sea fruto de los diversos especialistas en temas puntuales, porque las historias individuales siempre tendrán el peso de la superficialidad.

No obstante, felicitamos el ánimo de James Higgins por difundir a un vasto público lector, de manera clara y didáctica, a nuestros autores de todos los tiempos. Al margen de algunas apreciaciones sesgadas que constituyen los aspectos más frágiles de su trabajo, dado el público al que se dirige (por ejemplo, aquellas referidas a la literatura virreinal donde no se aparta de juicios interesados que olvidan la unidad esencial de la literatura hispanoamericana, y consideran la producción surgida entre nosotros como una mala copia de la literatura peninsular), es loable, también, el intento del profesor Higgins por tratar de procurarse la mayor cantidad de bibliografía actualizada. (Fátima Salvatierra)