Reseña El Pasado Indigena

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Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas ISSN: 0185-1276 [email protected] Instituto de Investigaciones Estéticas México de la Fuente, Beatriz Reseña de "El pasado indígena" de Alfredo López Austin y Leonardo López Luján Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, vol. XIX, núm. 70, primavera, 1997, pp. 137-139 Instituto de Investigaciones Estéticas Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=36907006 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Visión global y unitaria del pasado indígena de México. Los autores proporcionan al lector una visión panorámica que se inicia hace más de 30 milenios con los primeros recolectores-cazadores, y sigue la pista de las grandes transformaciones sociales hasta principios del siglo XVI. En la historia incluyen las tres superáreas culturales del periodo prehispánico: Mesoamérica, Aridamérica y Oasisamérica, y muestran los vínculos que existieron entre ellas.

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Anales del Instituto de Investigaciones

Estéticas

ISSN: 0185-1276

[email protected]

Instituto de Investigaciones Estéticas

México

de la Fuente, Beatriz

Reseña de "El pasado indígena" de Alfredo López Austin y Leonardo López Luján

Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, vol. XIX, núm. 70, primavera, 1997, pp. 137-139

Instituto de Investigaciones Estéticas

Distrito Federal, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=36907006

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El pasado indígenade Alfredo López Austiny Leonardo López Luján

México, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de

México, 1996, 306 p., ils.

porbeatriz de la fuente

¿Por qué es tan fascinante el pasado de nues-tro país? ¿Por qué nos obliga a pensarlo yrepensarlo continuamente? En México, elpasado está vivo; no es cosa muerta ni asuntodel anecdotario, sino un cuerpo inmenso quese mueve en busca de preguntas y de nuevasexplicaciones. Decía Ortega y Gasset que elpasado es en función del futuro y, también,de los cabos dispersos de nuestro presente.

Toda pasión, por supuesto, tiene su caraluminosa y su lado oscuro. La pasión históri-ca de los mexicanos ha creado mitologíasopresivas y ha poblado el país de fantasmas.Pero también ha servido para crear espaciosde encuentro y conciliación, ha animado lavida nacional y, lo que para mí como histo-riadora es más importante, ha estimuladouna tradición crítica extraordinaria.

Hago estas consideraciones, acaso dema-siado generales, para señalar que El pasadoindígena, de Alfredo López Austin y Leonar-do López Luján, es, desde mi punto de vista,una contribución notable a esa tradición

crítica. Me parece que se adelanta y abrebrecha en la comprensión del Méxicoantiguo, del mundo precolombino y de losorígenes de la civilización en América delNorte. Enseguida hago algunas anotaciones,no necesariamente jerarquizadas, para preci-sar mi entusiasmo.

Los autores hacen un recuento puntualde los hechos y las aportaciones de esa “enra-mada cultural” constituida por las tres super-áreas mexicanas, Aridamérica, Oasisaméricay Mesoamérica, las cuales, en conjunto,establecieron el pasado indígena que noscorresponde. Todavía hoy persiste el equívo-co de creer que Mesoamérica es el únicoantecedente de la Nueva España y del Méxi-co moderno y contemporáneo, pero cada vezes más claro que las aportaciones de las otrasdos superáreas fueron definitivas para la con-formación de nuestro país, no se diga de esecomplejo cultural que fue el México anti-guo; un pasado que no podemos compren-der sino como heterogéneo y en continuomovimiento.

López Austin y López Luján reconocenque los pueblos que habitaron tales áreas entiempos y espacios coetáneos, sucesivos ysubsecuentes, obedecen a una dinámica cuyomotor es el proceso cultural; proceso que nose rige únicamente por cambios temporales—como nos tenía acostumbrados una histo-riografía chata— sino variantes múltiples ymultidireccionales. No podemos seguir com-prendiendo el tiempo antiguo de Méxicocomo un tiempo lineal, ni a su desarrollocultural como un proceso homogéneo. Laconcepción moderna de “progreso” no nos

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sirve mucho para entender el devenir deesos pueblos que, aunque mantuvieron vín-culos estrechos, no tuvieron un desarrolloacumulativo. El tiempo de esas culturas fue,por decirlo con una imagen, un tiempo deoleaje, con olas que van y vienen y se entre-cruzan. Lo interesante es ver cómo esostiempos interactúan entre sí.

Ni siquiera Mesoamérica avanza oretrocede al unísono. Entre las culturas quela integran existe lo que los autores llamanun “núcleo duro”, esto es, un principio esta-bilizador o eje rector que desde los tiemposantiguos fijó patrones —los cuales, noobstante, deben considerarse a la luz de cir-cunstancias específicas—. López Austin yLópez Luján no olvidan el peso de las modi-ficaciones geográficas y de los factoressociales, políticos, económicos y religiososen el proceso cultural, y por ello han podidoenriquecer notablemente la visión queteníamos del universo indígena: éste deja deverse exclusivamente bajo dos parámetros—el temporal y el espacial— y se ubica enun horizonte multidimensional.

Un mérito mayor de los investigadoresconsiste en haber hecho un análisis human-izado, no un análisis sofocado por la frial-dad de los datos, como si todos esos proce-sos —el intercambio de bienes, lapreponderancia militar, la expansión yretracción de ideas políticas, religiosas,etcétera— fueran posibles sin la partici-pación de hombres concretos. Es claro quelos autores no perdieron esto de vista ni almomento de diseñar la metodología dellibro ni al momento de escribir el texto. Porejemplo, en el cuadro 1.2 de la página 67,“Los periodos mesoamericanos”, la secuen-cia cronológica está cargada de aprecia-ciones vitales: se utilizan términos comosurgimiento, desarrollo, poderío y presencia,

en lugar de los escuetos y fríos términos conlos que se alude a las fases cerámicas de lasdistintas áreas mesoamericanas.

De esta manera, se vislumbra una reali-dad histórica y cronológica en lugar de eti-quetas aisladas de la actividad humana, deacuerdo con un programa evolutivo lineal:es muy sugerente hablar de presencia (olme-ca, teotihuacana y tolteca), con lo cual serefieren a las “culturas protagónicas”, o depoderío (de Monte Albán, de Teotihuacan,Tula y México-Tenochtitlan), junto a desa-rrollo, esplendor y auge. El cuadro de la pági-na 278 también es ilustrativo de lo anterior.En él se muestran los distintos criteriosseguidos para la división cronológica deMesoamérica: patrón de subsistencias-sedentarismo agrícola, relaciones de produc-ción-jerarquización social, diferenciacióncampo/ciudad-urbanismo, y relacionespolíticas hegemónicas-regímenes superétni-cos. En el cuadro se recogen, además de loscriterios, las ideas que los sustentan.

El texto no sólo se enriquece con estoscuadros —que me parecen fuentes indis-pensables para la comprensión de Mesoa-mérica—, sino con una serie de mapas queproporcionan una acuciosa visión geográficay temporal de las tres superáreas y de las dis-tintas áreas y regiones de Mesoamérica, tal ycomo las reconocemos en la actualidad: elSureste, el Golfo, Oaxaca, el Centro, elOccidente y el Norte.

Creo que propuestas metodológicas tancoherentes como la que estructura este librosólo son posibles cuando los investigadoresposeen un sólido aparato teórico y tienen enclaro las ideas que quieren exponer. Si biensiguen la tradición de dividir la historia pre-hispánica en Preclásico, Clásico, Epiclásicoy Posclásico, los autores la renuevan. Enotras palabras: al sistematizar los periodos

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tradicionales y agruparlos en regiones, leshan conferido congruencia (estar adheridosa un “núcleo duro”: el de la tradición per-manente y estable) y diversidad (estar suje-tos a la incesante recurrencia de accionesinterregionales).

Además de los aciertos metodológicos,quiero detenerme en algunos aspectos con-ceptuales que me parecen esenciales. Deacuerdo con López Austin y López Luján, elconcepto de Mesoamérica —sin negar quefue una realidad histórica— debe actua-lizarse tomando en cuenta tres elementosinterrelacionados: “a) un patrón de subsisten-cia basado principalmente en las técnicas delcultivo del maíz, b) una tradición compartidacreada por agricultores en el territorio estu-diado, y c) una historia también común quehizo posible que dicha tradición de agricul-tores se fuera formando y transformando conlos siglos” (p. 62). Para dar un marco teóricoa esta discusión, nuestros autores hacen unasíntesis admirable y analizan las ideas deKirchhoff, Flannery, Sanders y Price, Litvak,Matos, Chapman y Nalda.

Otra idea radical, que aparece desde unprincipio y recorre el libro como una suertede esqueleto sustentante que permite com-prender el pasado indígena, es la de puebloso “culturas protagónicas”, esos que mar-caron de manera inequívoca no sólo su ciu-dad y su región, sino que abarcaron exten-siones dilatadas y amplios lapsos. De talsuerte, la presencia olmeca domina el Pre-clásico temprano, mientras que los mexicas,siendo protagónicos, sólo alcanzan la cate-goría de poderío —acaso por la brevedadtemporal de su hegemonía.

La comprensión de Mesoamérica comoenramado que, con alientos dinámicos eintercambios de todo orden, se nutre, serenueva, se retrae, se acelera, supera retos o

cede ante ellos, es una de las ideas más su-gerentes que he leído en mucho tiempo. Esimpresionante constatar cómo este conjuntode pueblos que agrupamos en Mesoaméricacreó, sin contactos extraamericanos, una delas civilizaciones más deslumbrantes delpasado. De ella los historiadores sólo conta-mos con rastros para imaginarla y compren-derla. Es un proceso difícil, sin duda, peroes el más grande privilegio de nuestra profe-sión. A la manera de Carlos Pellicer:

Caballero tigre,

tráeme unas ramas de roble.

Pero que estén huracanadas,

Los historiadores no podemos pedir sosiegosino pasión intelectual. No la tranquilidadde las verdades hechas, sino el entusiasmode la duda y de las reformulaciones. El librode López Austin y López Luján es un belloejemplo de esto. Con ge-nerosidad llevan allector, no a la idea que ellos quieren impon-er, sino al banquete donde las ideas se dis-cuten, se exponen las diferentes teorías, seseñalan los distintos autores y sus argumen-tos, se expresan los propios, y el lectormantiene siempre la capacidad de elegir.

Me entusiasmó leer —y lo hice variasveces— esta revisión crítica de las posturasteóricas acerca de los problemas cruciales deMesoamérica. Sintetizar, como ellos lo hanhecho, las más hondas hazañas del pasadoindígena, con sabiduría, con coherencia,con pasión, es quizá producto del encuentrofeliz del conocimiento reflexivo de los añosmaduros y de la curiosidad ferviente de losjóvenes. Yo no tengo ninguna duda acercade que este libro se ha de convertir en untexto primordial, no sólo para estudiosos delMéxico antiguo, sino para todo lectorinteresado en los temas de nuestra historia.