Reportaje oscar
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MERYL STREEP Y “THE ARTIST”
GRANDES TRIUNFADORES DE
LOS OSCARS 2012
MERYL STREEP Y “THE ARTIST”
GRANDES TRIUNFADORES DE
LOS OSCARS 2012
U na contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domingo en Los Ángeles. Mientras la
gala se aferró tozudamente a los valores seguros del cine que conocemos, los académicos premi-aron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo men-saje último es: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adap-tarse. Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosa-jona en obtener el máximo reconocimiento), acaba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protagonista. Ese “with pleasure” (con mucho gusto) que le replica George Val-entine (Jean Dujardin),a su productor (John Goodman) al saberse útil otra vez.
El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo.
Descubrió The artist días antes de su presen-tación en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalameravuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera sim-ple y optimista, en el camino sin retorno del pre-sente.
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, presente y futuro fue el de una grandísima actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y clase que cualquier aspirante a su inalcanzable trono. Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar en la mano, bromeando sobre los zapatos de Ferragamo que vestía en un guiño a su personaje en La dama de hierro, Margaret Thatch-er, y deseando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un po-ema que ahora mismo he recordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”.
Elsa Fernández-Santos
Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las mejores interpretaciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el
original. Es decir, carecen de capacidad de abstrac-ción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wournos, Philip Seymour Hoff-man como el escritor Truman Capote, Nicole Kidman como Virginia Wolff, Julia Roberts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.
Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y no gane Michelle Williams por su Mari-lyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nomi-naciones, por su recreación de Margaret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobierno argentino ha recuperado las reivindica-ciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte
con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en los presidios thatch-eristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premia-bles las recreaciones de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni demasiado sangrantes. Habría que estudiar el grado de edul-coración que aceptan las academias, porque en
ciertos casos el espectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resumido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros dirigentes prin-cipales han hecho suya esta divisa. Pero si
interpretar también puede ser algo más que repro-ducir a alguien conocido, quizá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo so-cial sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
David Trueba
“Interpretar es más que reproducir a alguien conocido”
2 | TRES TRISTES TILDES
Michael Hazanavicius, direc-tor de “The Artist”, recoge el premio a la mejor dirección.
TRES TRISTES TILDES | 3
Una contradiccion de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebra-da el domingo en Los Ángeles. Mien-tras la gala se afe-rró tozudamente a los valores seguros
del cine que conocemos, los académicos premiaron con cinco oscars (mejor pelícu-la, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje último es el contra-rio: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso la llegada del sono-ro, solo cabe adaptarse. Re-cordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Ho-llywood (es la primera pelí-cula no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el máximo reconoci-miento), acaba con unas casi inaudibles palabras de fon-do de su protagonista. Ese “with pleasure” (con mucho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su productor (John Goodman) al saberse útil otra vez.
El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist una manera amable y sencilla de contarle al mun-do algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El productor y distribuidor es-tadounidense no estaba en la foto final del teatro (qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gigante arrui-nado por el digital) donde se celebró el domingo la ce-remonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ova-cionaba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tie-rra normalmente vedada a todo cine que no sea propio.
PREMIOS OSCARS 2012
SALUDO AL PASADO
“The Artist” se proclama, con 5 Oscars, como la gran vencedora de los Premios de la Academia.
por IGNACIO SÁNCHEZ SÁNCHEZ
4 | TRES TRISTES TILDES
Descubrió The artist días antes de su presentación en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zala-mera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera simple y optimista, en el camino sin retorno del presente. “Esta historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápido”.
Por mucho que intente di-simularlo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no fun-ciona y en esta salvaje re-
conversión nadie sabe qué le espera. La invención de Hugo, ganadora de cinco os-cars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hom-bres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Has-
ta un irregular Billy Crys-tal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las pe-lículas en el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, presente y futuro fue el de una gran-dísima actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y clase que cual-quier aspirante a su inal-canzable trono. Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su ter-cer Oscar en la mano, bro-meando sobre los zapatos de Ferragamo que vestía en un guiño a su personaje en La dama de hierro, Margaret Thatcher, y deseando beber-se “dos güisquis” de un tra-go, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que ahora mismo he recordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”.
“The Artist” deja un claro mensaje para el mundo del cine: ha comenzado el fin de
una era.
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1) El equipo de “The Artist” en la Gala 2) El Circo del Sol en el escenario 3) Premio a la mejor canción original 4) Jean Dujardin tras recibir el Oscar a mejor actor.
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OSCARS 2012
TRES TRISTES TILDES | 5
Los premios de interpre-tación son curiosos. En los últimos años, los Oscar con-sideran las mejores inter-pretaciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capaci-dad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jor-ge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida espo-sa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección le-tal Aileen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Capote, Ni-cole Kidman como Virginia Wolff, Julia Roberts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whi-taker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recien-tes.
Puede que Viola Davis in-terrumpa la tradición y no gane Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nomi-naciones, por su recreación de Margaret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobierno argentino ha recuperado las reivindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hie-rro. Es una lástima que no
esté nominado el estupendo actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemen-te torturado que murió en huelga de hambre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recrea-ciones de personajes reales siempre que no sean ni de-masiado afiladas ni dema-siado sangrantes. Habría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las academias, porque en ciertos casos el espectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella fra-se que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tanto que se convir-tió en un sello, una especie de mantra re-sumido en las inicia-les: TINA. Y no Tina Turner, por cuya in-terpretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros diri-gentes principales han he-cho suya esta divisa. Pero si interpretar también puede ser algo más que reprodu-cir a alguien conocido, qui-zá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
Meryl Streep durante la ceremonia de los Oscars
DE LA
COPIAAL EXITO por DAVID TRUEBA
¡Unos Óscars de película...
...para The Artist!
Una contradicción de fondo pesará sobre la 84ª
edición de los Oscar, celebrada el domingo en
Los Ángeles. Mientras la gala se aferró tozu-
damente a los valores seguros del cine que conocemos, los
académicos premiaron con cinco oscars (mejor película, di-
rección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje
último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como
ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso la llegada del
sonoro, solo cabe adaptarse.
Recordemos que The artist, ese filme encantador,
casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho his-
toria en Hollywood (es la primera película no sonora que
obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona
en obtener el máximo reconocimiento), acaba con unas casi
inaudibles palabras de fondo de su protagonista. Ese “with
pleasure” (con mucho gusto) que le replica George Valen-
tine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a
su productor (John Goodman) al saberse útil otra vez.
El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist
una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo
que ni es amable ni mucho menos sencillo. El productor y
distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del
teatro (qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gigan-
te arruinado por el digital) donde se celebró el domingo la
ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ova-
cionaba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz
de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra normal-
mente vedada a todo cine que no sea propio.
Descubrió The artist días antes de su presentación
en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa des-
pués de un pase privado porque, según explicó más tarde,
encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a
enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El
secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino
que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera
simple y optimista, en el camino sin retorno del presente.
“Esta historia”, ha dicho
Weinstein, “lidia con algo que nos afecta
a todos, que a mí mismo me afecta cada
mañana: enfrentarnos a un mundo cuya
tecnología cambia demasiado rápido”.
Por mucho que intente disimularlo,
Hollywood está perdido. Su reloj ya no
funciona y en esta salvaje reconversión
nadie sabe qué le espera. La invención
de Hugo, ganadora de cinco oscars téc-
nicos, también bebe de ese dolor y por
eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muer-
te, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un
irregular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente
ve las películas en el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande:
el iPad”) que marca estos tiempos.
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convo-
car por si solo pasado, presente y futuro fue el de una grandísima
actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y cla-
se que cualquier aspirante a su inalcanzable trono. Vestida de
estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar
en la mano, bromeando sobre los zapatos de Ferragamo que ves-
tía en un guiño a su personaje en La dama de hierro, Margaret
Thatcher, y deseando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep
habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mu-
jeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía
en casa un poema que ahora mismo he recordado, decía: ‘es ex-
traño estar aquí, como es extraño volver”.
Es imposible no admirar a una mujer de su talla, como
es difícil no reconocer que a sus 82 años Christopher Plummer
es un hombre impecable. Borda al padre homosexual de Ewan
McGregor en Beginners, cuyo cáncer terminal interpreta con
la clase que aprendió en los cine de tarde de su Quebec natal,
donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor
pronunció un discurso dedicado a su hija Amanda (“de la que
estoy tan orgulloso”) y a su mujer (“que me salva cada día”).
María Suárez García Enviada Especial a L.A.
Los premios de interpretación son
curiosos. En los últimos años, los Os-
car consideran las mejores interpretacio-
nes aquellas que te permiten comparar
con la copia con el original.
Es decir, carecen de capacidad
de abstracción. Marion Cotillard hacien-
do de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina
Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su pa-
dre Jorge, Reese Witherspoon como June
Carter, sufrida esposa de Johnny Cash;
Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize
Theron como la ejecutada con inyección
letal Aileen Wournos, Philip Seymour
Hoffman como el escritor Truman Capo-
te, Nicole Kidman como Virginia Wolff,
Julia Roberts como la abogada Erin
Brockovich, Sean Penn como el político
Harvey Milk y Forrest Whitaker como el
dictador Idi Amin. Todos premiados con
la estatuilla en años recientes. Puede que
Viola Davis interrumpa la tradición y no
gane Michelle Williams por su Marilyn o
Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nomi-
naciones, por su recreación de Margaret
Thatcher. Esta última no ha podido ser
más oportuna. Hasta el gobierno argen-
tino ha recuperado las reivindicaciones
sobre las Malvinas como si quisiera su-
marse a este homenaje latente a la Dama
de Hierro.
Es una lástima que no esté no-
minado el estupendo actor Michael
Fassbender, pero ya no tuvo suerte con
Hunger, la película donde encarnaba
a Bobby Sands, aquel hombre salvaje-
mente torturado que murió en huelga de
hambre en los presidios thatcheristas. Lo
cual nos lleva a pensar que son premia-
bles las recreaciones de personajes reales
siempre que no sean ni demasiado afila-
das ni demasiado sangrantes. Habría que
estudiar el grado de edulcoración que
aceptan las academias, porque en ciertos
casos el espectador puede sufrir una acu-
sada subida de azúcar. El verdadero le-
gado de la Thatcher es hoy aquella frase
que la hizo célebre: There Is No Alterna-
tive. Lo repitió tanto que se convirtió en
un sello, una especie de mantra resumido
en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner,
por cuya interpretación estuvo nomina-
da Angela Basset en su día como tocaba,
sino por su significado. “No hay alterna-
tiva”. Nuestros dirigentes principales han
hecho suya esta divisa. Pero si interpretar
también puede ser algo más que repro-
ducir a alguien conocido, quizá gobernar
también podría ser algo más que aceptar
el darwinismo social sin pelear con arrojo
por un mundo mejor.
“Los Oscar consideran las mejores interpretacio-nes aquellas que te permiten comparar la copia
con el original”
David Trueba Artículo de opinión.
El triunfo de la nostalgia
Una contradicción de fondo pesará so-
bre la 84ª edición de los Oscar, celebra-
da el domingo en Los Ángeles. Mientras
la gala se aferró tozudamente a los va-
lores seguros del cine que conocemos,
los académicos premiaron con cinco oscars (mejor pe-
lícula, dirección, actor, música y vestuario) a The artist,
cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era
ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada
que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse.
Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi
mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho his-
toria en Hollywood (es la primera película no sonora
que obtiene el premio desde 1928 y la primera no an-
glosajona en obtener el máximo reconocimiento), aca-
ba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su
protagonista. Ese “with pleasure” (con mucho gusto)
que le replica George Valentine (Jean Dujardin), pres-
cindible estrella del cine pasado, a su productor (John
Goodman) al saberse útil otra vez.
El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The ar-
tist una manera amable y sencilla de contarle al mun-
do algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El
productor y distribuidor estadounidense no estaba en
la foto final del teatro (qué casualidad, antes llamado
Kodak, ese gigante arruinado por el digital) donde se
celebró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El
patio de butacas que ovacionaba al equipo francés sa-
bía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un
filme extranjero en una tierra normalmente vedada a
todo cine que no sea propio.
Descubrió The artist días antes de su presenta-
ción en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la
mesa después de un pase privado porque, según ex-
plicó más tarde, encontró en ella una historia que sin
palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingo-
bernable paso del tiempo. El secreto de The artist no
es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin
hacernos demasiado daño, de una manera simple y
optimista, en el camino sin retorno del presente. “Esta
historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos
afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada maña-
na: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia
demasiado rápido”.
“Síntoma de la época o pura casua-lidad? Lo cierto es que el pasado, el glorioso pasado de los albores del cine, ha sido el incontestable triun-fador en la ceremonia de los Oscar
Por mucho que intente disimularlo, Hollywood está
perdido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje recon-
versión nadie sabe qué le espera. La invención de Hugo,
ganadora de cinco oscars técnicos, también bebe de ese
dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres
en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un
mundo que agoniza. Hasta un irregular Billy Crystal no
pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en
el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”)
que marca estos tiempos.
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de
convocar por si solo pasado, presente y futuro fue el
de una grandísima actriz, Meryl Streep, que puso más
inteligencia, emoción y clase que cualquier aspirante a
su inalcanzable trono. Vestida de estatuilla, o de lo que
ella quiera, radiante con su tercer Oscar en la mano, bro-
meando sobre los zapatos de Ferragamo que vestía en
un guiño a su personaje en La dama de hierro, Margaret
Thatcher, y deseando beberse “dos güisquis” de un tra-
go, Streep habló de acabar de una vez con “la historia
invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca
Ignacio Paramio Gómez
nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que
ahora mismo he recordado, decía: ‘es extraño es-
tar aquí, como es extraño volver”.
Es imposible no admirar a una mujer de su ta-
lla, como es difícil no reconocer que a sus 82 años
Christopher Plummer es un hombre impecable.
Borda al padre homosexual de Ewan McGregor en
Beginners, cuyo cáncer terminal interpreta con la
clase que aprendió en los cine de tarde de su Que-
bec natal, donde veía películas de Pierre Brasseur
y Lewis Gilbert. El actor pronunció un discurso
dedicado a su hija Amanda (“de la que estoy tan
orgulloso”) y a su mujer (“que me salva cada día”).
The Oscars 2012
“Los Oscar consi-deran las mejores interpretaciones aquellas que te
permiten comparar la copia con el original”
David Trueba
Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las mejores interpretaciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capa-
cidad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida es-posa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Capote, Ni-cole Kidman como Virginia Wolff, Julia Roberts como la abo-gada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y no gane Mi-chelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha suma-do 17 nominaciones, por su recreación de Margaret Thatcher. Y es que Meryl no ha podido ser más oportuna. Hasta el go-bierno argentino ha recuperado las reivindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suer-te con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pen-sar que son premiables las recreaciones de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni demasiado sangrantes. Habría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las academias, porque en ciertos casos el espectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella fra-se que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resumido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros dirigentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar tam-bién puede ser algo más que reproducir a alguien conocido, quizá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
And the Oscar Goes to...
na contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domingo en Los Ángeles. Mientras la gala se aferró tozudamente a los valores seguros del cine que conocemos, los académicos premiaron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse. Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el máximo reconocimiento), acaba
con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protagonista. Ese “with pleasure” (con mucho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su productor (John Goodman) al saberse útil otra vez.
El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El productor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto fi-nal del teatro (qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gigante arruinado por el digital) donde se celebró el domin-go la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovacionaba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra normalmente vedada a todo cine que no sea propio.
Descubrió The artist días antes de su presentación en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa des-pués de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera simple y optimista, en el camino sin retorno del presente. “Esta historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápido”.
Por mucho que intente disimularlo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje reconver-sión nadie sabe qué le espera. La invención de Hugo, ganadora de cinco oscars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irregular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.
UTEXTO. Santiago Torres Pestano
curiosidades de la Gala
4
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, presente y futuro fue el de una grandísima actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y clase que cualquier aspirante a su inalcanzable tro-no. Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar en la mano, bro-meando sobre los zapatos de Ferragamo que vestía en un guiño a su personaje en La dama de hierro, Margaret Thatcher, y deseando be-berse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que ahora mismo he recordado, decía: ‘es ex-traño estar aquí, como es extraño volver”.
Una ‘Dama de Hierro’ muy emocionada
Es difícil no reconocer que a sus 82 años Christopher Plum-mer es un hombre impecable. Borda al padre homosexual de Ewan McGregor en Beginners, cuyo cáncer terminal inter-preta con la clase que aprendió en los cine de tarde de su Quebec natal, donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronunció un discurso dedicado a su hija Amanda (“de la que estoy tan orgulloso”) y a su mujer.
El Oscar a la experiencia
Los premios de interpre
tación son curiosos. En los
últimos años, los Oscar consideran las mejo-
res interpretaciones aquellas que te permiten
comparar con la copia con el original. Es decir,
carecen de capacidad de abstracción. Marion
Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de
la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su pa-
dre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter,
sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como
Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada
con inyección letal Aileen Wournos, Philip Sey-
mour Hoffman como el escritor Truman Capote,
Nicole Kidman como Virginia Wolff, Julia Roberts
como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn
como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker
como el dictador Idi Amin. Todos premiados con
la estatuilla en años recientes.
Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y
no gane Michelle Williams por su Marilyn o Meryl
Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por
su recreación de Margaret Thatcher. Esta última
no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobier-
no argentino ha recuperado las reivindicaciones
sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a
este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es
una lástima que no esté nominado el estupen-
do actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo
suerte con Hunger, la película donde encarnaba
a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente
torturado que murió en huelga de hambre en los
presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar
que son premiables las recreaciones de perso-
najes reales siempre que no sean ni demasiado
afiladas ni demasiado sangrantes. Habría que
estudiar el grado de edulcoración que aceptan
las academias, porque en ciertos casos el espec-
tador puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aque-
lla frase que la hizo célebre: There Is No Alterna-
tive. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello,
una especie de mantra resumido en las iniciales:
TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación
estuvo nominada Angela Basset en su día como
tocaba, sino por su significado. “No hay alterna-
tiva”. Nuestros dirigentes principales han hecho
suya esta divisa. Pero si interpretar también
puede ser algo más que reproducir a alguien co-
nocido, quizá gobernar también podría ser algo
más que aceptar el darwinismo social sin pelear
con arrojo por un mundo mejor
‘En la comparación está el éxito’por David Trueba
Unos invitados muy animados
Los Teleñecos o, como aho-ra hacen llamarse también en España, Los Muppets, tampoco dudaron pasarse por el Teatro Kodak. Ade-más, estos clásicos persona-jes lograron llevarse a casa también su estatuilla por la Mejor Canción Original.
El triunfo del blanco y negro
La gran sorpresa de la noche fue sin duda para la propuesta francesa, The Artist, conviertiéndose así en la primera película no británica o estadounidense en llevarse la codiciada estatuilla.
OPINIÓN
Fin del racismo
Otra de las sorpresas de la noche fue pro-tagonizada por la actriz, Octavia Spencer, quien se convirtió en la sexta mujer de raza negra en obener un Oscar, en este caso, por su papel en el film Criadas y Señoras (Help).
ESPECIAL OSCARS
OscarsTHE 2012
Una contradicción de fondo pesará sobre
la 84ª edición de los Oscar, celebrada
el domingo en Los Ángeles. Mientras
la gala se aferró tozudamente a los va-
lores seguros del cine que conocemos, los académicos
premiaron con cinco oscars (mejor película, dirección,
actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje
último es el contrario: el final de una era ya está aquí
y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso
la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse. . Recordem-
os que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en
blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hol-
lywood (es la primera película no sonora que obtiene
el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en
obtener el máximo reconocimiento), acaba con unas casi
inaudibles palabras de fondo de su protagonista.
Descubrió The artist días antes de su presentación en el festival de Cannes. Puso la cartera
sobre la mesa después de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella
una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del
tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin
hacernos demasiado daño, de una manera simple y optimista, en el camino sin retorno.
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ESPECIAL OSCARS
Es imposible no admirar a una
mujer de su talla, como es
difícil no reconocer que a sus
82 años Christopher Plum-
mer es un hombre impecable. Borda al padre
homosexual de Ewan McGregor en Begin-
ners, cuyo cáncer terminal interpreta con la
clase que aprendió en los cine de tarde de su
Quebec natal, donde veía películas de Pierre
Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronun-
ció un discurso dedicado a su hija Amanda
(“de la que estoy tan orgulloso”) y a su mu-
jer (“que me salva cada día”). Si la noche de
los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar
por si solo pasado, presente y futuro fue el
de una grandísima actriz, Meryl Streep, que
puso más inteligencia, emoción y clase que
cualquier aspirante a su inalcanzable trono.
Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera,
radiante con su tercer Oscar en la mano,
bromeando sobre los zapatos de Ferragamo
que vestía en un guiño a su personaje en La
dama de hierro
Los premios de interpre-
tación son curiosos. En los
últimos años, los Oscar con-
sideran las mejores inter-
pretaciones aquellas que te
permiten comparar con la co-
pia con el original. Es decir,
carecen de capacidad de ab-
stracción. Marion Cotillard
haciendo de Edit Piaff, Helen
Mirren de la reina Isabel de
Inglaterra, Colin Firth de
su padre Jorge, Reese With-
erspoon como June Carter,
sufrida esposa de Johnny
Cash; Jamie Foxx como Ray
Charles, Charlize Theron.
Puede que Viola Davis in-
terrumpa la tradición y no
gane Michelle Williams por
su Marilyn o Meryl Streep,
que ya ha sumado 17 nomi-
naciones, por su recreación
de Margaret Thatcher. Esta
última no ha podido ser más
oportuna. Hasta el gobierno
argentino ha recuperado las
reivindicaciones sobre las
Malvinas como si quisiera
sumarse a este homenaje la-
tente a la Dama de Hierro. Es
una lástima que no esté nomi-
nado el estupendo actor Mi-
chael Fassbender.
✳LA INVENCIÓN DE HUGOGanadora de cinco oscars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mundo que ago-niza. Hasta un irregular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.
Por mucho que intente disimularlo, Holly-
wood está perdido. Su reloj ya no funciona y
en esta salvaje reconversión nadie sabe qué
le espera. La invención de Hugo, ganadora
de cinco oscars técnicos, también bebe de ese
dolor y por eso, como señal inequívoca de los
hombres en el lecho de muerte.
“El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resum-ido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner”
DAVID TRUEBA
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2| WFellas
OSCARSTHE
2012
8 4 T H A C A D E M Y A W A R D S
Por mucho que intente disimularlo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje reconversión nadie sabe qué le espera.
por Pablo Plaza (Granada)Fotos: Juan Yunquera
3|WFellas
Uggie, el perro de The Artist, y Jean Dujardin celebran la estatuilla a “Mejor Actor”; una de los 5 que cosechó anoche.
4| WFellas
Una contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domingo en Los Ángeles. Mientras la gala se aferró tozudamente a los valores seguros del cine que cono-
cemos, los académicos premiaron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la do-lorosa encrucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adap-tarse. Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera pe-lícula no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el máximo reconocimiento), acaba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protagonista.
Ese “with pleasure” (con mucho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su productor (John Goodman) al saberse útil otra vez. El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist una ma-nera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El productor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del teatro (qué casualidad, antes llamado Ko-dak, ese gigante arruinado por el digital) donde se celebró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovacionaba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar
a un filme extranjero en una tierra normalmente vedada a todo cine que no sea propio. Descubrió The artist días antes de su presentación en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingo-bernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera simple y optimista, en el camino sin retorno del presente.
“Esta historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentar-nos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápido”.
Por mucho que intente disimularlo, Ho-llywood está perdido. Su reloj ya no fun-ciona y en esta salvaje reconversión nadie
sabe qué le espera. La invención de Hugo, ganadora de cinco oscars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irregular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el móvil pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”). Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, presente y futuro fue el de una grandísima actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y clase que cualquiera.
Un Oscar para un mundo que agoniza
The Artist cuenta algo que ni es ama-ble ni es sencillo.[ ]
“Los Oscar consideran las mejores interpretaciones aquellas que te permiten comparar la copia con el original” por David Trueba
Puede que Viola Davis interrumpa la tra-dición y no gane Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recreación de Mar-garet Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobierno argentino ha recuperado las reivindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este ho-menaje latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarna-ba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recreaciones de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni demasiado sangrantes.
Habría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las academias, porque en ciertos casos el espectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aque-lla frase que la hizo célebre: There Is No Alter-native. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resumido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya in-terpretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros dirigentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar también puede ser algo más que reproducir a al-guien conocido, quizá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las me-jores interpretaciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wour-nos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Capote, Nicole Kidman como Virgi-nia Wolff, Julia Roberts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.
Un Oscar para un mundo que agoniza
Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Os-car en la mano, bromeando sobre los zapatos de Ferragamo que vestía en un guiño a su personaje en La dama de hierro, Margaret Thatcher, y deseando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que ahora mismo he recordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”. Es im-posible no admirar a una mujer de su talla, como es difícil no reconocer que a sus 82 años Christopher Plummer es un hombre impecable. Bor-da al padre homosexual de Ewan McGregor en Beginners, cuyo cáncer terminal interpreta con la clase que aprendió en los cine de tarde de su Quebec natal, donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronunció un discurso dedicado a su hija Amanda (“de la que estoy tan orgulloso”) y a su mujer (“que me salva cada día”).
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2 MARZO 2012- SQUY - ESPECIAL OSCAR
El fin de una eraUNA NOCHE NOSTÁLGICA QUE RECUERDA TIEMPOS MEJORES EN HOLLYWOOD, COMO NO PODÍA SER DE OTRO MODO, RECONOCE
ESTE MENSAJE EN “THE ARTIST”
Una contradicción de fondo pe-sará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domingo en Los Ángeles. Mientras la gala se
aferró tozudamente a los valores seguros del cine que conocemos, los académicos premiaron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, música y vestuario) a “The artist”, cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adap-tarse. Recordemos que The artist, ese filme en-cantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la prime-ra película no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el máximo reconocimiento), acaba con unas casi in-audibles palabras de fondo de su protagonista. Ese “with pleasure” (con mucho gusto) que le repli-ca George Valentine (Jean Dujardin), prescindi-ble estrella del cine pasado, a su productor (John Goodman) al saberse útil otra vez. “Esta historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana:
“Enfrentarnos a un mundo cuya tecnología
cambia demasiado rápido”
El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en “The artist” una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mu-cho menos sencillo. El productor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del tea-tro (qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gi-
gante arruinado por el digital) donde se celebró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovacionaba al equipo fran-cés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra nor-malmente vedada a todo cine que no sea propio.
Descubrió The artist días antes de su presen-tación en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado por-que, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuel-ta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera simple y opti-mista, en el camino sin retorno del presente.
UN MUNDO QUE AGONIZAPor mucho que intente disimularlo, Hollywood
está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta sal-vaje reconversión nadie sabe qué le espera. “La invención de Hugo”, ganadora de cinco oscars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mun-do que agoniza. Hasta un irregular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el móvil, pero yo prefiero la panta-lla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.
LA EMOCIÓN EN PERSONA: Meryl Streep
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, presente y futuro fue el de una grandísima actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y clase que cual-quier aspirante a su inalcanzable trono. Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar en la mano, bromeando sobre los
zapatos de Ferragamo que vestía en un guiño a su personaje en “La dama de hierro”, Margaret Thatcher, y deseando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que ahora mismo he recordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”.
VETERANÍA: Christopher Plummer
Es imposible no admirar a una mujer de su talla, como es difícil no reconocer que a sus 82 años Christopher Plummer es un hombre im-pecable. Borda al padre homosexual de Ewan
Jean Dujardin y “Uggi” recogen el
premio al Mejor Actor por “The Artist”
Cinema News GALA OSCAR 2012
POR PILAR TREVIÑO
ESPECIAL OSCAR - SQUY - MARZO 2012 3
McGregor en “Beginners”, cuyo cáncer ter-minal interpreta con la clase que aprendió en los cine de tarde de su Quebec natal, donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gil-bert. El actor pronunció un discurso dedicado a su hija Amanda (“de la que estoy tan orgu-lloso”) y a su mujer (“que me salva cada día”).
Un momento de la gala: Spielberg y la “acomodadora”, quien en un guiño al pasado, ofrece al Director de cine
unos dulces ante su sorpresa de éste.
4 MARZO 2012- SQUY - ESPECIAL OSCAR
And the goes to...
MEJOR ACTRIZMEJOR ACTRIZ DE REPARTO
“The Artist” al com-pleto. Se llevó cinco de los diez Oscar a los que
aspiraba.
A la derecha, Meryl Streep, emocionada, se
lleva su tercer Oscar. Han tenido que pasar casi
treinta años.
A la izquierda, Octavia Spencer no puede evitar
sus lágrimas al recoger su primer Oscar por “Criadas
y Señoras”
ESPECIAL OSCAR - SQUY - MARZO 2012 5
And the goes to...TRUEBA, SIN OSCAR
“Los Oscar consideran las mejores interpretaciones aquellas que te permiten comparar la copia con el original”
Los premios de inter-pretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las mejores interpretacio-nes aquellas que te per-miten comparar la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de In-glaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyec-ción letal Aileen Wour-nos, Philip Seymour Hoffman como el es-critor Truman Capote, Nicole Kidman como
Virginia Wolff, Julia Ro-berts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dic-tador Idi Amin. Todos premiados con la esta-tuilla en años recientes.Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y no gane Michelle Wi-lliams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominacio-nes, por su recreación de Margaret Thatcher. Esta última no ha po-dido ser más oportuna. Hasta el gobierno ar-gentino ha recuperado las reivindicaciones so-bre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es
una lástima que no esté nominado el estupendo actor Michael Fassben-der, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarna-ba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en los presidios thatche-ristas. Lo cual nos lleva a pensar que son pre-miables las recreacio-nes de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni demasiado sangrantes. Habría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las acade-mias, porque en cier-tos casos el espectador puede sufrir una acu-sada subida de azúcar.El verdadero legado
de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una espe-cie de mantra resumido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación es-tuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su sig-nificado. “No hay alter-nativa”. Nuestros diri-
gentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar tam-bién puede ser algo más que reproducir a alguien conocido, quizá gober-nar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor
MEJOR ACTOR DE REPARTO
J-LO Y CAMERON: La nota sexy la pusie-
ron ellas
the artist, la gran triunfadora de la
Una contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domingo en Los Án-
geles. Mientras la gala se aferró tozuda-mente a los valores seguros del cine que conocemos, los académicos premiaron con cinco oscars (mejor película, direc-ción, actor, música y vestuario) a The ar-tist, cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe
adaptarse. Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el máximo reconocimiento), acaba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protagonista. Ese “with pleasure” (con mucho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su productor
(John Goodman) al saberse útil otra vez.El astuto olfato de Harvey Weinstein de-tectó en The artist una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El productor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del teatro (qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gi-gante arruinado por el digital) donde se celebró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ova-cionaba al equipo francés sabía que solo
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the artist, la gran triunfadora de la
Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra normalmen-te vedada a todo cine que no sea propio.Descubrió The artist días antes de su pre-sentación en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin pala-bras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos
demasiado daño, de una manera sim-ple y optimista, en el camino sin retor-no del presente. “Esta historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápido”.Por mucho que intente disimularlo, Ho-llywood está perdido. Su reloj ya no fun-ciona y en esta salvaje reconversión nadie sabe qué le espera. La invención de Hugo, ganadora de cinco oscars técnicos, tam-
bién bebe de ese dolor y por eso, como se-ñal inequívoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irregular Bi-lly Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”) Si la noche de los Oscar tuvo un rostro ca-paz de convocar por si solo pasado, presen-te y futuro fue el de una grandísima actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y clase que cualquier aspirante a
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su inalcanzable trono. Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su ter-cer Oscar en la mano, bromeando sobre los zapatos de Ferragamo que vestía en un gui-ño a su personaje en La dama de hierro, Margaret Thatcher, y deseando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que ahora mismo he recordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”.Es imposible no admirar a una mujer de su talla, como es difícil no reconocer que a sus 82 años Christopher Plummer es un hombre impecable. Borda al padre ho-mosexual de Ewan McGregor en Beginners, cuyo cáncer terminal interpreta con la clase que aprendió en los cine de tarde de su Quebec natal, donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronunció un discurso dedicado a su hija Amanda (“de la que estoy tan orgulloso”) y a su mujer (“que me salva cada día”).
Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consi-deran las mejores interpretaciones aquellas que te permiten comparar con la co-pia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Fir-th de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida esposa de Jo-hnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Tru-man Capote, Nicole Kidman como Virginia Wolff, Julia Roberts como la aboga-da Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.
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“los oscar consideran las mejores interpretaciones, aquellos que te permiten comparar la copia con el original”
Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y no gane Michelle Williams por su Ma-rilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recreación de Marga-ret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobierno argentino ha recuperado las reivindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté nominado el estupen-do actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde en-carnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recreaciones de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni dema-siado sangrantes. Habría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las acade-mias, porque en ciertos casos el espectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resu-mido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nomina-da Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros dirigentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar también puede ser algo más que reproducir a alguien conocido, quizá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor
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Una contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Os-car, celebrada el do-mingo en Los Ángeles.
Mientras la gala se aferró tozuda-mente a los valores seguros del cine que conocemos, los acadé-micos premiaron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje último es el contra-rio: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa en-crucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse. Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obte-ner el máximo reconocimiento),
The ArtistARRASAUNA NOCHE PREVI-SIBLE, EN LA QUE LA PELÍCULA, MUDA Y EN BLANCO Y NEGRO, SE LLEVÓ CINCO PRE-MIOS.
Irene Valiente
CULTURA
en los Oscar
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acaba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protago-nista. Ese “with pleasure” (con mu-cho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescin-dible estrella del cine pasado, a su productor (John Goodman) al sa-berse útil otra vez.
El astuto olfato de Harvey Weins-tein detectó en The artist una ma-nera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El produc-tor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del tea-tro (qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gigante arruinado por el digital) donde se celebró el do-mingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ova-cionaba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra normalmente vedada a todo cine que no sea propio.
Descubrió The artist días antes de su pre-sentación en el festi-val de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa
después de un pase privado por-
que, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin ha-cernos demasiado daño, de una manera simple y optimista, en el camino sin retorno del presente. “Esta historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada maña-na: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápi-do”.
Por mucho que intente disimular-lo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta sal-vaje reconversión nadie sabe qué le espera. La invención de Hugo, ganadora de cinco oscars técni-cos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muer-te, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irre-gular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las pelí-culas en el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pa-sado, presente y futuro fue el de una grandísima
actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y clase que cualquier aspirante a su inalcanza-ble trono. Vestida de estatuilla, o
de lo que ella quiera, radian-te con su tercer Oscar en la mano, bromeando sobre los zapatos de Ferragamo que vestía en un guiño a su per-sonaje en La dama de hierro, Margaret Thatcher, y desean-do beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la his-toria invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nun-ca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que ahora mismo he recordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como
es extraño volver”.
Es imposible no admirar a una mujer de su talla, como es difícil no reconocer que a sus 82 años Christopher Plummer es un hom-bre impecable. Borda al padre ho-mosexual de Ewan McGregor en Beginners, cuyo cáncer terminal interpreta con la clase que apren-dió en los cine de tarde de su Que-bec natal, donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronunció un discurso dedi-cado a su hija Amanda (“de la que estoy tan orgulloso”) y a su mujer (“que me salva cada día”).
Por mucho que intente disimularlo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje reconversión, nadie sabe qué le espera.
Los pre-mios de interpre-t a c i ó n
son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las mejores inter-
pretaciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abs-tracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Capote, Nico-le Kidman como Virginia Wolff, Julia Roberts como la abogada Erin Broc-kovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.
Puede que Viola Davis interrumpa la
tradición y no gane Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recreación de Margaret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobierno argentino ha recu-perado las reivindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera s u - marse a este
homena-je la-
tente a la
D a m a de Hie-
r r o . Es una lásti-ma que no esté nominado el estupendo actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente tor-
turado que murió en huelga de hambre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recreaciones de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afi-ladas ni demasiado sangrantes. Habría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las academias, porque en ciertos casos el espectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tan-to que se convirtió en un sello, una es-pecie de mantra resumido en las inicia-les: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros dirigentes principales han he-cho suya esta divisa. Pero si interpretar también puede ser algo más que repro-ducir a alguien conocido, quizá gober-nar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor
“Los Oscar con-
sideran las mejo-res interpretaciones aquellas que te per-miten comparar la
copia con el ori-ginal”
David Trueba
Una contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de
los Oscar, celebrada el domingo en Los Ángeles. Mientras la gala se afe-
rró tozudamente a los valores seguros del cine que conocemos, los académicos premiaron con cinco oscars (mejor pelí-cula, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encruci-jada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse.
Recordemos que The artist, ese fil-me encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el máximo reconocimiento), acaba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protagonista. Ese “with pleasure” (con mu-cho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su productor (John Good-man) al saberse útil otra vez.
El astuto olfato de Harvey Weinstein de-tectó en The artist una manera amable y sen-cilla de contarle al mundo algo que ni es ama-ble ni mucho menos sencillo. El productor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del teatro (qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gigante arruinado por
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el digital) donde se celebró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovacionaba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra normalmen-te vedada a todo cine que no sea propio.
D e s c u -brió The artist días antes de su presentación en el festival de Cannes. Puso la car-tera sobre la mesa des-pués de un pase privado porque, se-gún explicó más tarde, e n c o n t r ó en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera simple y optimista, en el camino sin retorno del presente. “Esta historia”, ha dicho Weins-
Un mundo que agoniza
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tein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia muy rápido”.
Por mucho que intente disimularlo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje reconversión nadie sabe qué le espera. La invención
de Hugo, ganado-ra de cinco oscars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mun-do que agoniza. Hasta un irregu-lar Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las pelí-culas en el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, pre-sente y futuro fue
el de una grandísima actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y clase que cualquier as-pirante a su inalcanzable trono. Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar
en la mano, bromeando so-bre los zapatos de Ferragamo que vestía en un guiño a su personaje en La dama de hie-rro, Margaret Thatcher, y de-seando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la his-toria invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por he-cho. “Ayer leía en casa un poe-ma que ahora mismo he re-cordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”.
Es imposible no admirar a una mujer de su talla, como es difícil no reconocer que a sus 82 años Christopher Plummer es un hombre impecable. Borda al padre homosexual de Ewan McGregor en Beginners, cuyo cáncer terminal interpreta con la clase que aprendió en los cine de tarde de su Quebec natal, donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El ac-tor pronunció un discurso dedicado a su hija Amanda (“de la que estoy tan orgulloso”) y a su mujer (“que me salva cada día”).
“Los Oscar consideran las mejores in-terpretaciones aquellas que te permi-ten comparar la copia con el original”
SCRANCH MAGAZINE
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ALGUNA VEZ, PARECE DECIRSE, HOLLYWOOD FUE UNA VERDADERA MÁQUINA DE INVENTAR SUEÑOS; ALGUNA VEZ, EXISTIERON ALGUNOS PRODIGIOSOS PROFESIO-NALES QUE CONVIRTIE-RON CUALQUIER PANTA-LLA EN EL LUGAR DONDE HABITA LA MAGIA.
F otogalería
Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las mejores interpretaciones aquellas que te
permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isa-bel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Car-ter, sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Ai-leen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Capote, Nicole Kidman como Virginia Wolff, Julia Ro-berts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.
Puede que Viola Davis interrumpa la tra-dición y no gane Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha su-mado 17 nominaciones, por su recrea-ción de Margaret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobierno argentino ha recuperado las rei-vindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente
a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor Mi-chael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de ham-bre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recreaciones de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni de-masiado sangrantes. Habría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las academias, porque en ciertos casos el es-pectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de man-tra resumido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación es-tuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros dirigentes prin-cipales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar también puede ser algo más que reproducir a alguien conocido, quizá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor .
El corolario es rotundo: se impone el pasado. Y, abrumado-ramente, el pasado que tiene que ver con los años dorados del cine. Por Víctor Ruiz-Alejos
El ÉXITO INMORAL de la
COPIA BURDA
SCRANCH MAGAZINE
tambiénEl perrose llevó un premio
Todo un galán
Ana Segura Sáez
Uggie, es el verdade-ro nombre del perrito. Su brillante actuacón en la película “The Artist” fue recompensada siendo elegido Mejor Actor Ca-nino. El premio lo recibió su entrenador, Omar Von Muller, quien dijo de su mascota “es un gran in-térprete”. Por supuesto, no lo ponemos en duda. Uggie se comportó per-fectamente durante toa la gala. Vesrido con una simple pajarita ne-
gra con collar y correa a juego, el perrito derro-chaba elegancia y gla-mour por todas partes.
Una contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domingo en Los Ángeles. Mientras la gala se aferró tozu-damente a los valores seguros del cine que co-nocemos, los académi-cos premiaron con cinco
oscars (mejor película, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa en-crucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse. Recor-demos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no so-nora que obtiene el pre-mio desde 1928 y la pri-
Jean Dujardin, protagonista de “The Artist”, y Uggie durante la gala.
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mera no anglosajona en obtener el máximo reco-nocimiento), acaba con unas casi inaudibles pala-bras de fondo de su pro-tagonista. Ese “with plea-sure” (con mucho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujar-din), prescindible estrella del cine pasado, a su pro-ductor (John Goodman) al saberse útil otra vez.El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist una manera ama-ble y sencilla de contarle al mundo algo que ni es
amable ni mucho me-nos sencillo. El productor y distribuidor estadouni-dense no estaba en la foto final del teatro (qué casualidad, antes llama-do Kodak, ese gigante arruinado por el digital) donde se celebró el do-mingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovacio-naba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triun-far a un filme extranjero en una tierra normal-mente vedada a todo
cine que no sea propio.Descubrió The artist días antes de su presentación en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, se-gún explicó más tarde, encontró en ella una his-toria que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secre-to de The artist no es su za-lamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin ha-cernos demasiado daño, de una manera simple y
Jean Dujardin, protagonista de “The Artist”, y Uggie durante la gala.
optimista, en el camino sin retorno del presente. “Esta historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afec-ta cada mañana: en-frentarnos a un mundo cuya tecnología cam-bia demasiado rápido”.Por mucho que intente disimularlo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta sal-vaje reconversión nadie sabe qué le espera. La invención de Hugo, ga-nadora de cinco oscars
Emocionados tras los premios
técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el le-cho de muerte, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Has-ta un irregular Billy Crystal no pudo evitar el chis-te (“Ahora la gente ve las películas en el móvil, pero yo prefiero la panta-lla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pa-sado, presente y futuro fue el de una grandísi-ma actriz, Meryl Streep, que puso más inteligen-cia, emoción y clase que
cualquier aspirante a su inalcanzable trono. Ves-tida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar en la mano, bromeando sobre los zapatos de Ferragamo que vestía en un guiño a su personaje en La dama de hierro, Margaret That-cher, y deseando beber-se “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que ahora mis-mo he recordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”.
Es imposible no admirar a una mujer de su talla, como es difícil no reco-nocer que a sus 82 años Christopher Plummer es un hombre impecable. Borda al padre homo-sexual de Ewan McGre-gor en Beginners, cuyo cáncer terminal inter-preta con la clase que aprendió en los cine de tarde de su Quebec na-tal, donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronun-ció un discurso dedicado a su hija Amanda (“de la que estoy tan orgullo-so”) y a su mujer (“que me salva cada día”).
Los elegidos como mejores actores: Meryl Streep y Jean Dujardin
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Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las mejores interpretaciones aquellas que te permiten com-parar con la copia con el origi-nal. Es decir, carecen de capa-cidad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Withers-poon como June Carter, su-frida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la eje-cutada con inyección letal Ai-leen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Capote, Nicole Kid-
man como Virginia Wolff, Julia Roberts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.Puede que Viola Davis inte-rrumpa la tradición y no gane Michelle Williams por su Ma-rilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recreación de Margaret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Has-ta el gobierno argentino ha recuperado las reivindicacio-nes sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este home-naje latente a la Dama de Hie-
rro. Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la pelí-cula donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvaje-mente torturado que murió en huelga de hambre en los presi-dios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premia-bles las recreaciones de per-sonajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni demasiado sangrantes. Habría que estudiar el grado de edul-coración que aceptan las aca-demias, porque en ciertos ca-sos el espectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.El verdadero legado de la That-
cher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resu-mido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya inter-pretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros dirigentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar también puede ser algo más que reproducir a alguien conocido, quizá go-bernar también podría ser algo más que aceptar el darwi-nismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
“Los Oscar consideran las mejores interpretaciones aquellas
que te permiten comparar la copia con el original”
David Trueba
Peggy y Gustavo tampoco faltaron a la ceremonia
THE ARTIST SILENCIA HOLLYWOOD
Por Arturo Tena
La película francesa, muda y en blanco y ne-gro, se erige como la gran triunfadora de esta 84 ºedición de los
premios Oscar
Una contradicción de fondo pesará so-bre la 84ª edición de los Oscar, cele-brada el domingo en Los Ángeles. Mientras la gala se aferró tozuda-mente a los valores seguros del
cine que conocemos, los académicos premiaron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso la llega-da del sonoro, solo cabe adaptarse.Recordemos que “The artist”, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera pelícu-la no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglo-sajona en obtener el máximo reco-nocimiento), acaba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protagonista. Ese “with pleasu-re” (con mucho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), pres-cindible estrella del cine pasado, a su pro-ductor (John Goodman) al saberse útil otra vez.
THE ARTIST SILENCIA HOLLYWOOD
El actor Jean Dujardin en el mo-memnto de recibir su premio al Mejor Actor.
Oscar 2012
Una contradicción de fon-do pesará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domingo en Los Ángeles. Mientras la gala se aferró to-zudamente a los valores seguros del cine que conocemos, los académicos
premiaron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje úl-timo es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse. Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sonora que obtiene el premio des-de 1928 y la primera no anglosajona en obtener el máxi-mo reconocimiento), acaba con unas casi inaudibles pa-labras de fondo de su protagonista. Ese “with pleasure” (con mucho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su pro-ductor (John Goodman) al saberse útil otra vez.
El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The ar-tist una manera amable y sencilla de contarle al mun-do algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El productor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del teatro (qué casualidad, antes llamado Ko-dak, ese gigante arruinado por el digital) donde se cele-bró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovacionaba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme ex-tranjero en una tierra normalmente vedada a todo cine que no sea propio.
Descubrió The artist días antes de su presentación en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después
de un pase privado porque, según explicó más tarde, en-contró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pa-sado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera simple y optimista, en el camino sin re-torno del presente. “Esta historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápido”.Por mucho que intente disimularlo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje recon-versión nadie sabe qué le espera. La invención de Hugo, ganadora de cinco oscars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irregular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, presente y futuro fue el de una gran-dísima actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y clase que cualquier aspirante a su inalcanza-ble trono. Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar en la mano, bromean-do sobre los zapatos de Ferragamo que vestía en un guiño a su personaje en La dama de hierro, Mar-garet Thatcher, y deseando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que ahora mismo he recordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”.
Oscar 2012
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Oscar 2012
Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las mejores in-
terpretaciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Fir-th de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Ca-pote, Nicole Kidman como Virginia Wolff, Julia Roberts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos pre-miados con la estatuilla en años recientes.
Puede que Viola Davis interrumpa la tradi-ción y no gane Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recreación de Margaret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobierno ar-gentino ha recuperado las reivindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor Michael Fassbender,
pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en los pre-sidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recreaciones de personajes reales siem-
pre que no sean ni demasiado afiladas ni demasia-do sangrantes. Habría que estudiar el grado
de edulcoración que aceptan las academias, porque en ciertos casos el espectador pue-
de sufrir una acusada subida de azúcar.El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo cé-lebre: There Is No Alternative.
Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resumido
en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nominada
Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nues-
tros dirigentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar también puede ser algo más que reproducir a alguien conocido, quizá gobernar tam-bién podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
Por David Trueba
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"Los Oscar consideran las mejores interpretaciones aquellas que te permiten com-parar la copia con el original"
REPORTAJE
LA DAMA UNIDA AL BLANCO Y NEGRO
LA DAMA UNIDA AL BLANCO Y NEGRO
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, presente y futuro fue el de una grandísima actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y clase que cualquier as-pirante a su inalcanzable trono. Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar en la mano, bromeando sobre los zapatos de Ferragamo que vestía en un guiño a su personaje en La dama de hierro, Margaret Thatcher, y deseando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que ahora mismo he recor-dado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”.
Karla María Simoes Oviedo
Una contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domingo en Los Ángeles. Mientras la gala
se aferró to-z u d a m e n t e a los valores seguros del cine que co-nocemos, los a cadém i co s premiaron con cinco oscars (mejor pelícu-la, dirección, actor, música y vestuario) a The ar-tist, cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse.
“The Artist” una pelicula triunfadora
Recordemos que The artist, ese filme encanta-dor, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el máximo re-conocimiento), acaba con unas casi inaudibles pala-bras de fondo de su protagonista.
Una vuelta al pasado
Descubrió The artist días antes de su presenta-ción en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, en el ca-mino sin retorno del presente. “Esta historia lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápido”.
Un equipo al completo
El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sen-cillo. El productor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del teatro (qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gigante arruinado por el digital) donde se celebró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovacio-naba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra normalmente vedada a todo cine que no sea propio.
El rival técnico de “The Artist”
Por mucho que intente disimularlo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje reconversión nadie sabe qué le espera. La invención de Hugo, ganadora de cinco oscars téc-nicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irregular Billy Crys-tal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.
Una gala octogenaria
Es imposible no reconocer que a sus 82 años Christopher Plummer es un hombre impecable. Borda al padre homosexual de Ewan McGregor en Beginners, cuyo cáncer terminal interpreta con la clase que aprendió en los cine de tarde de su Quebec natal, donde veía películas de
Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronunció un discurso dedicado a su hija Amanda (“de la que estoy tan orgulloso”) y a su mujer (“que me salva cada día”).
“INTERPRETAR PUEDE SER ALGO
MAS QUE REPRODUCIR A
ALGUIEN CONOCIDO”
David Trueba
Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las me-jores interpretaciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abstracción. Marion Co-tillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, su-frida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wournos, Philip Sey-mour Hoffman como el escritor Truman Capote, Nicole Kidman como Virginia Wolff, Julia Roberts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.
Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y no gane Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recreación de Margaret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobier-no argentino ha recuperado las reivindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recreaciones de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni de-masiado sangrantes. Habría que estudiar el gra-do de edulcoración que aceptan las academias, porque en ciertos casos el espectador puede su-frir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aque-lla frase que la hizo célebre: There Is No Alterna-tive. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resumido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alterna-tiva”. Nuestros dirigentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar también pue-de ser algo más que reproducir a alguien conoci-do, quizá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
La gala en imágenesLOS MEJORES MOMENTOS
1. EL MEJOR ESPECTÁCULO
Cirque Du Soleil: Un inicio con mucha altura
2. LOS MAS DIVERTIDOS
La rana Gustavo comentando la gala con Peggy
3. LOS MAS GLAMUROSOS
Ellas de “Blanco” y Ellos de “Negro”
4. LAS MAS EMOTIVAS
Una gala de sonrisas y lágrimas
Los OSCAR de 2012: l a n o c h e d e The Artist
Un oscar para una era que agonizaUna contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domingo en Los Ángeles.
Mientras la gala se aferró tozudamente a los valores seguros del cine que conocemos, los académicos premia-
ron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje último
es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso la
llegada del sonoro, solo cabe adaptarse.
1
Los OSCAR de 2012: l a n o c h e d e The Artist
Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y
negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglo-sajona en obtener el máximo reconocimiento), acaba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protagonista. Ese “with pleasure” (con mucho gusto) que le replica George Valenti-ne (Jean Dujardin), prescindi-ble estrella del cine pasado, a su productor (John Goodman) al saberse útil otra vez.El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El productor y distri-buidor estadounidense no es-taba en la foto final del teatro
(qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gigante arruinado por el digital) donde se celebró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de bu-tacas que ovacionaba al equipo francés sabía que solo Weins-tein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra normalmente vedada a
todo cine que no sea propio.Descubrió The artist días antes de su presentación en el festi-val de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin pala-bras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable
paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera simple y optimista, en el camino sin re-torno del presente. “Esta histo-ria”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a to-dos, que a mí mismo me afec-ta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápido”.Por mucho que intente disi-mularlo, Hollywood está per-dido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje reconversión nadie sabe qué le espera. La in-vención de Hugo, ganadora de cinco oscars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muer-te, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irregular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el mó-vil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”) que marca es-tos tiempos.
Una película muda, en
blanco en negro y en forma-
to 4:3. Una apuesta suicida
que apunta a convertirse en
la primer película muda en
ganar un Oscar desde... la
primer película en ganar un
Oscar (Alas, 1929).
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Los OSCAR de 2012: los protagonistas
Meryl Streep,
una vez más
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro ca-
paz de convocar por si solo pasado, presen-
te y futuro fue el de una grandísima actriz,
Meryl Streep, que puso más inteligencia,
emoción y clase que cualquier aspirante a
su inalcanzable trono. Vestida de estatui-
lla, o de lo que ella quiera, radiante con
su tercer Oscar en la mano, bromeando
sobre los zapatos de Ferragamo que ves-
tía en un guiño a su personaje en La dama
de hierro, Margaret Thatcher, y deseando
beberse “dos güisquis” de un trago, Streep
habló de acabar de una vez con “la historia
invisible de las mujeres” y de saber vivir
sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía
en casa unDavid Trueba poema que aho-
ra mismo he recordado, decía: ‘es extra-
ño estar aquí, como es extraño volver”.
3
Los OSCAR de 2012: los protagonistas
Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las mejores inter-pretaciones aquellas que te permiten comparar con
la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen
Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida
esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal
Aileen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Capote, Nicole Kidman como Virginia Wolff, Julia
Roberts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en
años recientes.Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y no gane
Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recreación de Margaret
Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobierno argentino ha recuperado las reivindica-ciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que
no esté nominado el estupendo actor Michael Fassben-der, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde
encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premia-bles las recreaciones de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni demasiado sangrantes. Ha-bría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las
academias, porque en ciertos casos el espectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió
tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resumido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nominada Angela Basset en su día
como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros dirigentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar también puede ser algo más que repro-ducir a alguien conocido, quizá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear
con arrojo por un mundo mejor.
“Los Oscar consideran las mejores interpretaciones
aquellas que te permiten comparar la copia con el
original”Es imposible no admirar a una
mujer de su talla, como es difícil
no reconocer que a sus 82 años
Christopher Plummer es un hom-
bre impecable. Borda al padre ho-
mosexual de Ewan McGregor en
Beginners, cuyo cáncer terminal
interpreta con la clase que apren-
dió en los cine de tarde de su Que-
bec natal, donde veía películas de
Pierre Brasseur y Lewis Gilbert.
El actor pronunció un discurso
dedicado a su hija Amanda (“de
la que estoy tan orgulloso”) y a su
mujer (“que me salva cada día”).
4
TRUEBA
® 2012OSCARS
THE
1
"the Artist"Una contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Oscar,
celebrada el domingo en Los Ángeles. Mientras la gala se aferró tozu-
damente a los valores seguros del cine que conocemos, los académicos
premiaron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, música y
vestuario) a THE ARTIST, cuyo mensaje último es el contrario: el final
de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que
supuso la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse. Recordemos que The
artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que
ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sonora que ob-
tiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el
máximo reconocimiento), acaba con unas casi inaudibles palabras de
fondo de su protagonista.
2
CULTURA
El astuto olfa-
to de Harvey
Weinstein detectó
en The artist una
manera amable y
sencilla de contarle
al mundo algo que
ni es amable ni mu-
cho menos sencillo.
El productor y dis-
tribuidor estadouni-
dense no estaba en
la foto final del tea-
tro donde se celebró
el domingo la cere-
monia. Ni falta que
hacía.
Descubrió The ar-
tist días antes
de su presentación en el
festival de Cannes. Puso
la cartera sobre la mesa
después de un pase pri-
vado porque, según ex-
plicó más tarde, encon-
tró en ella una historia
que sin palabras se atre-
vía a enunciar algo uni-
versal: el ingobernable
paso del tiempo. El se-
creto de The artist no es
su zalamera vuelta al pa-
sado, sino que nos pone
sin hacernos demasiado
daño, de una manera
simple y optimista, en el
camino sin retorno del
presente. “Esta histo-
ria”, ha dicho Weinstein,
“lidia con algo que nos
afecta a todos, que a mí
mismo me afecta cada
mañana: enfrentarnos a
un mundo cuya tecno-
logía cambia demasiado
rápido”.
Si la noche de los
Oscar tuvo un ros-
tro capaz de convocar
por si solo pasado, pre-
sente y futuro fue el de
una grandísima actriz,
Meryl Streep, que puso
más inteligencia, emo-
ción y clase que cualquier
aspirante a su inalcanza-
ble trono. Vestida de es-
tatuilla, o de lo que ella
quiera, radiante con su
tercer Oscar en la mano,
bromeando sobre los za-
patos de Ferragamo que
vestía en un guiño a su
personaje en La dama de
hierro, Margaret That-
cher, y deseando beber-
se “dos güisquis” de un
trago, Streep habló de
acabar de una vez con
“la historia invisible de
las mujeres” y de saber
vivir sin dar nunca nada
por hecho.
María Ortiz
CULTURA
3
CULTURA
Identidad de la copia: copia VS original
Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran
las mejores interpretaciones aquellas que te permiten comparar la copia con el original.
Es decir, carecen de capacidad de abstracción.
Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y no gane Michelle Williams por su Marilyn
o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recreación de Margaret That-
cher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobierno argentino ha recupe-
rado las reivindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje
latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor
Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a
Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en
los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recreacio-
nes de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni demasiado san-
grantes.
María Ortiz 4
THE ARTIST | 1
AND THE OSCARGOES TO...THE
ARTISTUna gran contradicción de fondo pesará en la 84ª edición de los Oscar. The Artist arrasa en la gala con cinco estatuillas. Un filme mudo, en blanco y negro que ha enamorado a la alfombra roja: Oscar a mejor película, mejor director, mejor actor, mejor vestuario y mejor banda sonora son, sin lugar a duda, la mejor carta de presentación.
Una contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Os-car, celebrada el do-mingo en Los Ánge-les. Mientras la gala se aferró tozudamente a
los valores seguros del cine que conocemos, los académicos pre-miaron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, músi-ca y vestuario) a The artist, cuyo
mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa en-crucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse. Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sono-ra que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajo-
na en obtener el máximo reco-nocimiento), acaba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protagonista. Ese “with plea-sure” (con mucho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su productor (John Goodman) al saberse útil otra vez.
El astuto olfato de Harvey
THE ARTIST | 2
The Artist
“LOS OSCAR CONSIDERAN LAS MEJORES INTERPRETACIONES AQUELLAS QUE PERMITEN COMPARAR LA COPIA CON
EL ORIGINAL” por DAVID TRUEBA.
Los premios de interpreta-ción son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las mejores interpretaciones aquellas que te permiten compa-rar con la copia con el
original. Es decir, carecen de ca-pacidad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isa-bel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Withers-poon como June Carter, sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Capote, Nico-le Kidman como Virginia Wolff, Julia Roberts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.
Puede que Viola Davis inte-rrumpa la tradición y no gane
Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha suma-do 17 nominaciones, por su re-creación de Margaret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobier-no argentino ha recuperado las reivindicaciones sobre las Malvi-nas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre sal-vajemente torturado que murió en huelga de hambre en los pre-sidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premia-bles las recreaciones de perso-najes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni dema-siado sangrantes. Habría que es-tudiar el grado de edulcoración
que aceptan las academias, por-que en ciertos casos el espec-tador puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la That-cher es hoy aquella frase que
la hizo célebre: There Is No Al-ternative. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una espe-cie de mantra resumido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros dirigentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar también puede ser algo más que reproducir a al-guien conocido, quizá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
DAVID TRUEBA
Weinstein detectó en The artist una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos senci-llo. El productor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del teatro (qué casua-lidad, antes llamado Kodak, ese gigante arruinado por el digital) donde se celebró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovaciona-ba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra normalmente vedada a todo cine que no sea propio.
Descubrió The artist días antes de su presentación en el fes-
tival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, según ex-plicó más tarde, encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiem-po. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera simple y optimista, en el camino sin retorno del presente. “Esta historia”, ha dicho Weinstein, “li-dia con algo que nos afecta a to-dos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápido”.
Por mucho que intente disimu-larlo, Hollywood está perdido.
Su reloj ya no funciona y en esta salvaje reconversión nadie sabe qué le espera. La invención de Hugo, ganadora de cinco oscars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal in-equívoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al pa-dre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irregular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.
FERNANDO RODRÍGUEZ F,DEZ
THE ARTIST | 3
Los Oscar, en imagenes:El mismo número de estatuillas, cinco, pero con un claro vencedor. Lo que comenzó de forma muy prometedora para Martín Scorsese y La invención de Hugo se convirtió en la gran noche de The Artist.
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EL TRIUNFO DE LO DIFERENTE
The Artist fue la gran vencedora de los Oscars tras conseguir cinco estatuillas de las siete a la que optaba. La otra protagonista fue Meryl Streep, que volvía a co-
ronarse tres años después.
TEXTO VÍCTOR M. DEL RÍO ROBLES
Una contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domingo en Los Ángeles. Mientras la gala se aferró tozu-
damente a los valores seguros del cine que conocemos, los académicos premiaron con cinco oscars (mejor pelí-cula, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse. Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sonora que ob-tiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el máximo reconocimiento), acaba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protagonista. Ese “with pleasure” (con mucho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su productor (John Goodman) al saberse útil otra vez.
El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El productor y distribui-dor estadounidense no estaba en la foto final del teatro (qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gigante arrui-nado por el digital) donde se celebró el domingo la cere-monia. Ni falta que hacía. Con estos galardones, el cine ve como se produce un cambio. El patio de butacas que ovacionaba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra normalmente vedada a todo cine que no sea propio.
LOS OSCARS 2012
1 | MARZO 2012 | ESPECIAL OSCARS
“Los Oscar consideran las mejores interpretaciones aquellas que te permiten com-parar la copia con el original”
David Trueba
ESPECIAL OSCARS |MARZO 2012 | 2
3 | MARZO 2012 | ESPECIAL OSCARS
Descubrió The artist días antes de su presentación en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa des-pués de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera simple y optimista, en el camino sin retorno del presente. “Esta historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápido”. Por mucho que intente disimularlo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje recon-versión nadie sabe qué le espera. La invención de Hugo, ganadora de cinco oscars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irregular Billy Crystal no pudo evi-tar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”) que marca
estos tiempos. Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, presente y futuro fue el de una grandísima actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y clase que cualquier aspirante a su inalcanzable trono. Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar en la mano, bromeando sobre los zapa-tos de Ferragamo que vestía en un guiño a su personaje en La dama de hierro, Margaret Thatcher, y deseando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que ahora mismo he recordado, decía: “es extraño estar aquí, como es extraño volver”. El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El pro-
ESPECIAL OSCARS |MARZO 2012 | 4
ductor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del teatro (qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gigante arruinado por el digital) donde se celebró el domin-go la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovacionaba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra normalmente vedada a todo cine que no sea propio. Es imposible no admirar a una mujer de su talla, como es difícil no reconocer que a sus 82 años Christopher Plum-mer es un hombre impecable. Borda al padre homosexual de Ewan McGregor en Beginners, cuyo cáncer terminal in-terpreta con la clase que aprendió en los cine de tarde de su Quebec natal, donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronunció un discurso dedicado a su hija Amanda (“de la que estoy tan orgulloso”) y a su mujer (“que me salva cada día”).
David Trueba
“LOS OSCARS VUELVEN A ROMPER LOS MOLDES”
Los premios de interpretación son curiosos. En los últi-mos años, los Oscar consideran las mejores interpreta-ciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abs-tracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufri-da esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Char-les, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Capote, Nicole Kidman como Virginia Wolff, Julia Roberts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whi-taker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y no gane Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recreación de Margaret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobierno argentino ha recuperado las reivindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera su-marse a este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor Mi-chael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recreaciones de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni demasiado sangrantes. Habría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las academias, porque en ciertos casos el espectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resumido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros dirigentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar también puede ser algo más que reproducir a alguien conocido, quizá go-bernar también podría ser algo más que aceptar el darwi-nismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
Un Oscar para un mundo que agoniza Una contradic-
ción de fondo pesará sobre la 84ª edición de
los Oscar, celebrada el domingo en Los Ángeles. Mientras la gala se aferró tozudamente a los valo-res seguros del cine que conocemos, los académi-cos premiaron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la do-lorosa encrucijada que supuso la llegada del so-noro, solo cabe adaptar-se. Recordemos que The artist, ese filme encanta-
dor, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Ho-llywood (es la primera película no sonora que obtiene el pre-mio desde 1928 y la p r i m e -ra no anglo -sajona en ob-tener el máximo r e c o n o -c i m i e n to ) , acaba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protago-nista. Ese “with pleasu-re” (con mucho gusto) que le replica George Va-
lentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su pro-ductor (John Goodman)
al saberse útil otra vez.El astuto olfato
de Harvey Weinstein
detectó en The a r t i s t u n a m a -n e r a
a m a b l e y sencilla
de contarle al mundo algo
que ni es amable ni mu-cho menos sencillo. El productor y distribuidor estadounidense no es-taba en la foto final del
teatro (qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gigante arruinado por el digital) donde se celebró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovacionaba al equi-po francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra normalmente vedada a todo cine que no sea pro-pio.
Descubrió The artist días antes de su presentación en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, según explicó más tarde, en-
Por Nerea Zusberro
-17- Cinéfagos
contró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo univer-sal: el ingobernable paso
del tiempo. El secreto de The artist no es su vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos dema-siado daño, de una mane-ra simple y optimista, en el camino sin retorno del presente. “Esta historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápido”.
Por mucho que intente di-simularlo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje
reconversión nadie sabe qué le espera. La inven-ción de Hugo, ganadora de cinco oscars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal in-equívoca de los hombres en el lecho de muerte, in-voca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irregular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el móvil, pero yo prefiero la panta-
“Los Oscars consideran las mejores interpreta-ciones aquellas que te permiten comparar la copia con el original”
La noche de los OSCARS
Octavia Spencer, emociona-da al recibir el premio a la
mejor actriz secundaria
Jean Dujardin puso el toque de humor a la ceremonia.
lla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pa-sado, presente y futuro fue el de una grandísi-ma actriz, Meryl Streep, que puso más inteligen-cia, emoción y clase que cualquier aspirante a su inalcanzable trono. Ves-tida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar en la mano, bromeando sobre los zapatos de Ferraga-mo que vestía en un gui-ño a su personaje en La dama de hierro, Marga-ret Thatcher, y deseando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que aho-ra mismo he recordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”.
Es imposible no admi-rar a una mujer de su talla, como es difícil no reconocer que a sus 82 años Christopher Plum-mer es un hombre im-pecable. Borda al padre homosexual de Ewan McGregor en Beginners, cuyo cáncer terminal in-terpreta con la clase que aprendió en los cine de tarde de su Quebec natal, donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronun-ció un emotivo discurso dedicado a su hija Aman-da (“de la que estoy tan orgulloso”) y a su mu-jer (“que me salva cada día”).
And the winner is... Michel Hazanavicius se llevó la estatuilla al mejor director por la película “The Artist”, la gran triun-
fadora de la gala dorada.
Meryl Streep -mejor actriz- y Jean Dijardin -mejor actor- comparten emoción e instantánea en los Oscars.
No hay alternativaPor David Trueba
La noche de los OSCARS
Penélope Cruz otorgó el premio a Mejor Música original a Ludovic Bource, por
su trabajo en “The Artist”.
-20- Cinéfagos
Los premios de inter-pretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las me-jores interpretaciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de In-glaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wournos, Philip Seymour Hoffman
como el escritor Truman Capote, Nicole Kidman como Virginia Wolff, Ju-lia Roberts como la abo-gada Erin Brockovich, Sean Penn como el po-lítico Harvey Milk y Fo-rrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la esta-tuilla en años recientes.
Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y no gane Michelle Wi-lliams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominacio-nes, por su recreación de Margaret Thatcher. Esta última no ha po-dido ser más oportuna. Hasta el gobierno ar-
argentino ha recuperado las reivindicaciones so-bre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté no-minado el estupendo ac-tor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a Bo-bby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recreacio-nes de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni demasiado sangrantes.
Habría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las acade-mias, porque en cier-tos casos el espectador puede sufrir una acu-sada subida de azúcar.El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternati-ve. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resumido en las inicia-les: TINA. Y no Tina Tur-ner, por cuya interpre-tación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros di-rigentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar tam-bién puede ser algo más que reproducir a alguien conocido, quizá gober-nar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
2 ECLECTIC MAG
84 EDICIÓN DE LOS PREMIOS
OSCAR
ª
silencia HollywoodThe Artist
Cinco estatuillas se lleva para Francia la primera película muda en ganar desde 1929. Entre ellas, las joyas de la coro-na: Mejor película, director y actor.
Por Óscar Smith Una contradicción de fondo pe-sará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domingo en
Los Ángeles. Mientras la gala se aferró tozudamente a los valores seguros del cine que conocemos, los académicos premiaron con cinco oscars (mejor pe-lícula, dirección, actor, música y vestua-rio) a The artist, cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa en-crucijada que supuso la llegada del so-noro, solo cabe adaptarse. Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que
ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el máximo re-conocimiento), cuyo mensaje último es el contrario: acaba con unas casi inaudi-bles palabras de fondo de su protagonis-ta. Ese “with pleasure” (con mucho gus-to) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su productor (John Goodman) al saberse útil otra vez.
El astuto olfato de Harvey Weinstein de-tectó en The artist una manera amable y
^
2 ECLECTIC MAG
ECLECTIC MAG
Jean Dujardin, alegre en inglés, exultante en francés, salio al escena-rio a recoger el Oscar a Mejor Actor acompaña-do por la mascota del film.
Descubrió The artist días antes de su pre-sentación en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin pala-bras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera simple
y optimista, en el camino sin retorno del presente. “Esta historia”, ha dicho Weins-tein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápido”.
Por mucho que intente disimularlo, Ho-llywood está perdido. Su reloj ya no fun-ciona y en esta salvaje reconversión nadie sabe qué le espera. La invención de Hugo, ganadora de cinco oscars técnicos, tam-bién bebe de ese dolor y por eso, como se-ñal inequívoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irregu-lar Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el mó-vil, pero yo prefiero la pantalla grande).
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, pre-sente y futuro fue el de una grandísima actriz, Meryl Streep, que puso más inte-ligencia, emoción y clase que cualquier aspirante a su inalcanzable trono. Ves-tida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar en la mano, bromeando sobre los zapatos de Ferraga-mo que vestía en un guiño a su personaje
“Ayer leía en casa un poema que ahora mismo he recordado, decía: es extra-ño estar aquí, como es extraño volver”. Meryl Streep
en La dama de hierro, Margaret Thatcher, y deseando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por he-cho. “Ayer leía en casa un poema que aho-ra mismo he recordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”.
Es imposible no admirar a una mujer de su talla, como es difícil no reconocer que a sus 82 años Christopher Plummer es un hombre impecable. Borda al padre homo-sexual de Ewan McGregor en Beginners, cuyo cáncer terminal interpreta con la cla-se que aprendió en los cine de tarde de su Quebec natal, bromeando sobre los zapa-tos de Ferragamo, donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronunció un discurso dedicado a su hija Amanda (“de la que estoy tan orgulloso”) y a su mujer (“que me salva cada día”).
sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist una manera amable y sen-cilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El productor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del teatro (qué casualidad, antes llamado Kodak, ese gi-gante arruinado por el digital) donde se celebró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovacionaba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra nor-malmente vedada a todo cine que no sea
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“Nos enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápi-do”. H. Weinstein
1
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4 ECLECTIC MAG
REPORTAJE
Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las mejores in-
terpretaciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abstrac-ción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Ai-leen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Capote, Nicole Kidman como Virginia Wolff, Julia Ro-berts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.
Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y no gane Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recrea-ción de Margaret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobierno argentino ha recuperado las rei-vindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor Mi-chael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemen-te torturado que murió en huelga de ham-bre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recreaciones de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni de-masiado sangrantes. Habría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las academias, porque en ciertos casos el es-pectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resumido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alternativa”. Nuestros dirigentes prin-cipales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar también puede ser algo más que reproducir a alguien conocido, quizá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
David Trueba
1. Michel Hazanavicius recogien-do el galardón a mejor director por ’The Artist’.2. Meryl Streep con el Oscar de ’La dama de hierro’, el tercero de su carrera.3. Christopher Plummer con-siguió el Oscar a mejor actor secundario por su papel en ’Beginners’.4. Billy Crytal, presentador de los OSCAR 2012, dio la bienve-nida a la gala con unos minutos musicales.5. El Circo del Sol realizó un acrobático número en el Kodak Theatre.
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OSCAR 2012
ESPECIAL PREMIOS OSCAR 2012
Una contradicción de fondo pesará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domin-go en Los Ángeles. Mientras la gala se afe-
rró tozudamente a los valores seguros del cine que conocemos, los académicos premiaron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensaje último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse.
Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha he-cho historia en Hollywood (es la primera pelícu-la no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el máximo reconocimiento), acaba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protagonista. Ese “with pleasure” (con mucho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su productor (John Goodman) al sa-berse útil otra vez.
El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El productor y distribuidor estadouniden-se no estaba en la foto final del teatro (qué ca-sualidad, antes llamado Kodak, ese gigante arrui-nado por el digital) donde se celebró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovacionaba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme ex-tranjero en una tierra normalmente vedada a todo cine que no sea propio.
Descubrió The artist días antes de su presentación en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo univer-sal: el ingobernable paso del tiempo.
El inexorable paso del tiempoAna Marta Ramos
El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera simple y optimista, en el camino sin retorno del presente. “Esta historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnología cambia demasiado rápido”.
Por mucho que intente disimularlo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje reconversión nadie sabe qué le espera. La invención de Hugo, ganadora de cinco os-cars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irregular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las películas en el móvil, pero yo pre-fiero la pantalla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, presente y fu-turo fue el de una grandísima actriz, Meryl Streep, que puso más inteligencia, emoción y clase que cualquier aspirante a su inalcanzable trono. Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar en la mano, bromeando sobre los zapatos de Ferragamo que ves-tía en un guiño a su personaje en La dama de hierro, Margaret Thatcher, y deseando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que ahora mismo he recordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”.
Es imposible no admirar a una mujer de su talla, como es difícil no reconocer que a sus 82 años Christopher Plummer es un hombre impecable. Borda al padre homosexual de Ewan McGregor en Beginners, cuyo cáncer terminal interpreta con la clase que aprendió en los cine de tarde de su Quebec natal, donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronunció un discurso dedicado a su hija Amanda (“de la que estoy tan orgulloso”) y a su mu-jer (“que me salva cada día”).
Meryl Streep y Jean Dujardin
Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las me-
jores interpretaciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su pa-dre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wournos, Philip Sey-mour Hoffman como el escritor Truman Capote, Nicole Kidman como Virginia Wolff, Julia Roberts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.
Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y no gane Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recreación de Margaret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobier-no argentino ha recuperado las reivindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hierro. Es
una lástima que no esté nominado el estupen-do actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente tor-turado que murió en huelga de hambre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recreaciones de perso-najes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni demasiado sangrantes. Habría que es-tudiar el grado de edulcoración que aceptan las academias, porque en ciertos casos el especta-dor puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aque-lla frase que la hizo célebre: There Is No Alterna-tive. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resumido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado. “No hay alterna-tiva”. Nuestros dirigentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar también pue-de ser algo más que reproducir a alguien conoci-do, quizá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
GALERÍA DE FOTOS
David Trueba
OPINIÓN
The Oscars
2012 Los premios de interpretación son curiosos. En los últimos años, los Oscar consideran las mejores interpretaciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abstracción. Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, HelenMirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Capote, Nicole Kidman comoVirginia Wolff, Julia Roberts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin. Todos premiados con la estatuilla en años recientes.
Puede que Viola Davis interrumpa la tra-dición y no gane Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recrea-ción de Margaret Thatcher. Esta última no ha podido ser más oportuna. Hasta el gobierno argentino ha recuperado las reivindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje
latente a la Dama de Hierro. Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en los presidios thatcheristas. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las re-
creaciones de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni demasiado sangrantes. Habría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las acade-mias, porque en ciertos casos el espectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resumido en las iniciales: TINA. Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su signi-ficado. “No hay alternativa”. Nuestros dirigentes principales han hecho suya esta divisa. Pero si interpretar también puede ser algo más que reproducir a alguien conocido, quizá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.
Los oscars se callanLos oscars premian el cine mudo. The Artist se corona como un film que supone el fin de un época, para dar pasa a otra nueva a la que habrá que adaptarse si se quiere sobrevivir.
Una contradicción de fon-do pesará sobre la 84ª edición de los Oscar, celebrada el domingo en Los Ángeles. Mientras la gala se aferró to-
zudamente a los valores seguros del cine que conocemos, los académicos premiaron con cinco oscars (mejor película, dirección, actor, música y vestuario) a The artist, cuyo mensa-je último es el contrario: el final de una era ya está aquí y, como ocurrió en la dolorosa encrucijada que supu-so la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse. Recordemos que The ar-tist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y francés que ha hecho historia en Hollywood (es la primera película no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el máxi-mo reconocimiento), acaba con unas
casi inaudibles palabras de fondo de su protagonista. Ese “with pleasure” (con mucho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su productor (John Goodman) al saberse útil otra vez. El astuto olfato de Harvey Weinstein detectó en The artist una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El productor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del teatro (qué casualidad, antes llamado Ko-dak, ese gigante arruinado por el di-gital) donde se celebró el domingo la ceremonia. Ni falta que hacía. El patio de butacas que ovacionaba al equipo francés sabía que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme ex-tranjero en una tierra normalmente ve-dada a todo cine que no sea propio.Descubrió The artist días antes de su
presentación en el festival de Can-nes. Puso la cartera sobre la mesa después de un pase privado porque, según explicó más tarde, encontró en ella una historia que sin palabras se atrevía a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El se-creto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado daño, de una manera simple y optimista, en el ca-mino sin retorno del presente. “Esta historia”, ha dicho Weinstein, “lidia con algo que nos afecta a todos, que a mí mismo me afecta cada mañana: enfrentarnos a un mundo cuya tecno-logía cambia demasiado rápido”.
LOS TRIUNFADORES DE LA NOCHE
A LA VIEJA AUSANZA
Por mucho que intente disimularlo, Hollywood está perdido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje reconver-sión nadie sabe qué le espera. La invención
de Hugo, ganadora de cinco oscars técnicos, también bebe de ese dolor y por eso, como señal inequívoca de los hombres en el lecho de muer-te, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irre-gular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (“Ahora la gente ve las pelí-culas en el móvil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad”) que marca estos tiempos.Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, presente y futuro fue el de una grandísima actriz, Vestida de es-
tatuilla, o de lo que ella quiera, ra-diante con su tercer Oscar en la mano, bromeando sobre los zapatos de Ferragamo que vestía en un gui-ño a su personaje en La dama de hierro, MaWWrgaret Thatcher, y de-seando beberse “dos güisquis” de un trago, Streep habló de acabar de una vez con “la historia invisible de
las mujeres” y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. “Ayer leía en casa un poema que ahora mismo he recordado, decía: ‘es extraño estar aquí, como es extraño volver”.Es imposible no admirar a una mujer de su talla, como es difícil no reco-nocer que a sus 82 años Christopher Plummer es un hombre impecable. Borda al padre homosexual de Ewan McGregor en Beginners, cuyo cáncer terminal interpreta con la clase que aprendió en los cine de tarde de su Quebec natal, donde veía películas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronunció un discurso dedicado a su hija Amanda (“de la que estoy tan orgulloso”) y a su mujer (“que me salva cada día”).
Meryl Streep, que puso más inteli-gencia, emoción y clase que cualquier aspirante a su in-alcanzable trono.
Mario Sánchez Jara