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1 UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTIAGO DE GUAYAQUIL FACULTAD DE ARQUITECTURA Y DISEÑO CARRERA DE ARQUITECTURA ASIGNATURA: ESTÉTICA Y FILOSOFÍA DEL ARTEPROFESORA: DRA. AIXA ELJURI FEBRES PROMETEO DOCENTE UCSG GUIA Nº 06-1 Renacimiento y Humanismo Entre 1350 y 1550 la sociedad europea occidental conoció y vivió una auténtica revolución espiritual, una crisis de perfiles muy nítidos en todos los órdenes de la vida; una profunda transformación del conjunto de los valores económicos, políticos, sociales, filosóficos, religiosos y estéticos que habían constituido la vieja civilización medieval, aquella que había sido definida, con un cierto desprecio, como la edad de las tinieblas. La imagen que historiográficamente poseemos de aquel período que denominamos Renacimiento es, por consiguiente, la de una época cuyo común denominador fue la transformación, la renovación y la creación de nuevos códigos de conducta. Son precisamente éstos los términos más utilizados por Burckhardt para caracterizarla: el Renacimiento es una época de ruptura con el oscurantismo medieval, un período de renovación del arte y de las letras, de recuperación y de acercamiento a los clásicos, de restauración de la Antigüedad, de un uso novedoso de la razón en todos los campos del saber. Asimismo, el período se caracteriza por la aparición

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UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTIAGO DE GUAYAQUIL

FACULTAD DE ARQUITECTURA Y DISEÑO CARRERA DE ARQUITECTURA

ASIGNATURA: “ESTÉTICA Y FILOSOFÍA DEL ARTE”

PROFESORA: DRA. AIXA ELJURI FEBRES

PROMETEO DOCENTE UCSG

GUIA Nº 06-1

Renacimiento y Humanismo

Entre 1350 y 1550 la sociedad europea occidental conoció y vivió una

auténtica revolución espiritual, una crisis de perfiles muy nítidos en todos

los órdenes de la vida; una profunda transformación del conjunto de los

valores económicos, políticos, sociales, filosóficos, religiosos y estéticos que

habían constituido la vieja civilización medieval, aquella que había sido

definida, con un cierto desprecio, como la edad de las tinieblas. La imagen

que historiográficamente poseemos de aquel período que denominamos

Renacimiento es, por consiguiente, la de una época cuyo común

denominador fue la transformación, la renovación y la creación de nuevos

códigos de conducta. Son precisamente éstos los términos más utilizados

por Burckhardt para caracterizarla: el Renacimiento es una época de

ruptura con el oscurantismo medieval, un período de renovación del arte y

de las letras, de recuperación y de acercamiento a los clásicos, de

restauración de la Antigüedad, de un uso novedoso de la razón en todos

los campos del saber. Asimismo, el período se caracteriza por la aparición

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de un fuerte proceso de secularización de la vida política y por la presencia

de una escuela de pensamiento nueva, el Humanismo. El término

Renacimiento adquirió su sentido actual hacia 1860 cuando J. Burckhardt

publicó "La civilización del Renacimiento en Italia". Es cierto que otros

historiadores habían empleado la palabra más o menos en idéntico

sentido, pero sólo gracias a Burckhardt el vocablo pasó a definir un

período concreto, con sus propias y peculiares características y acabó

convirtiéndose en un concepto histórico. Con todo, el término implica una

noción comparativa. Por consiguiente, para conocer su contenido

originario será necesario acudir a las obras de aquellos que crearon el

término para denominar su propia época. De ese modo, el punto de

partida en la búsqueda del concepto reside en los trabajos de los primeros

humanistas. Villani, en su "Crónica Florentina" de la primera mitad del

siglo XIV, presenta la novedad de entender el fin del Imperio Romano, no

como el comienzo del fin sino como el prólogo de una nueva era. Fue

Petrarca, sin embargo, quien ofreció la primera distinción neta entre

Historia Antigua, anterior al Cristianismo, y Moderna, hasta sus días,

caracterizando a esta última por la barbarie y oscuridad. Petrarca no

acepta que el Imperio Romano pueda perpetuarse, ya que era el producto

de la proyección de la "virtus" romana. Pero esta "virtus", aunque

degenerada, ha permanecido en el pueblo italiano y existe así la

posibilidad de un renacer. Las obras de Leonardo Bruni, Flavio Biondo y

Maquiavelo siguen el mismo esquema. Igualmente encontramos el vocablo

renacer en los escritos de Vasari. En su "Vida de grandes pintores,

escultores y arquitectos" (1550), habla ya de progresos del Renacimiento

de las artes desde el siglo XIII, cuando los artistas toscanos comenzaron a

imitar obras de la Antigüedad clásica grecorromana. Por los mismos años,

el humanista Giovio indicaba que, en tiempos de Boccaccio, las letras

podían considerarse renacidas. Todos los autores citados utilizan el

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término renacer, pero ¿qué entendían realmente por renacimiento,

renovación o resurrección? "Renovatio", en concreto, era un término en

uso con sentido claramente religioso y cristiano. La Biblia habla en

muchas ocasiones del hombre nuevo, renacido. Cristo, Juan el Evangelista

y san Pablo emplearon estas expresiones, como ya lo había hecho Isaías.

No es de extrañar, por tanto, que los teólogos medievales hiciesen

constantemente uso de los mismos conceptos, de tal manera que su

empleo por los humanistas, que se hallaban dentro de la tradición

cristiana, no constituyera ninguna novedad. No obstante, es importante

destacar que los humanistas y los artistas de los siglos XIV al XVI, cuando

empleaban esa terminología, fueron conscientes de poseer por vez primera

un moderno sentido de la periodicidad histórica, esto es, tomaron

conciencia de que entre la Antigüedad clásica y su propio tiempo hubo una

larga etapa de decadencia de la literatura y el arte. En su tiempo, sin

embargo, las letras y las artes habían recuperado el brillo de la

Antigüedad, es decir, se había producido un fenómeno de restauración, de

refloración, de vuelta a la luz. Tenían la certeza de que, pese a imitar a los

antiguos, eran los primeros en descubrir que se hallaban ante algo nuevo.

En definitiva, estaban viviendo un Renacimiento. Posteriormente, en el

siglo XVII, los escritores que admiraron o se ocuparon del estudio de los

doscientos años precedentes, llegaron a pensar que se trataba de un

período intermedio entre la Edad Media y lo moderno. Era una forma más

de aludir a la recuperación cultural que había representado aquella época.

Pierre Bayle en su "Diccionario histórico crítico" (1695) asociará la labor de

los humanistas italianos con el renacimiento de las letras. Historiadores de

aquel tiempo darán precisión al concepto de Edad Media al que harán

corresponder cronológicamente con el período que se encuentra entre el

Imperio de Constantino y la caída de Constantinopla en 1453. Es un

concepto cuyo contenido es peyorativo: época oscura, tenebrosa y bárbara.

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De esa manera ya se podían contrastar con precisión una Edad Antigua

brillante, una Edad Media oscura en la que las letras habían sido

relegadas al silencio y una época nueva en la que renacían. Por el

contrario, los escritores románticos del siglo XIX, defensores de un

medievalismo idealista, prestaron escasa atención al Renacimiento,

considerándolo además como una época pagana y materialista, aunque

para algunos historiadores como Michelet no pasara inadvertido el

carácter extravagante y original de aquel período de la cultura y de la

historia de Italia, a la que él mismo concedió el nombre de Renacimiento

en el volumen VII de su "Historia de Francia", antes que Jacobo

Burckhardt, en la segunda mitad del siglo XIX, acuñara definitivamente el

término y elaborara la primera gran síntesis acerca del Renacimiento. La

obra de J. Burckhardt, "La Cultura del Renacimiento en Italia" (1860),

viene a sostener que el Renacimiento fue una tumultuosa revuelta en la

cultura de los siglos XIV y XV, provocada por el genio del espíritu nacional

italiano. El Renacimiento se distinguía, según Burckhardt, por presentar

las siguientes manifestaciones: por el nacimiento del Estado como una

obra de arte, como una creación calculada y consciente que busca su

propio interés; por el descubrimiento del arte, de la literatura, de la

filosofía de la Antigüedad; por el descubrimiento del mundo y del hombre,

por el hallazgo del individualismo, por la estética de la naturaleza; por el

pleno desarrollo de la personalidad, de la libertad individual y de la

autonomía moral basada en un alto concepto de la dignidad humana. La

historiografía posterior, profundizando en lo dicho por Burckhardt, no hizo

más que completar el concepto. Aceptadas sus tesis, las discusiones en

torno a esa época se dirigieron hacia la fijación de sus límites cronológicos

y del contenido mismo del período. El historiador alemán había mantenido

las fronteras iniciales del Renacimiento en los siglos XIV y XV. Por el

contrario, otros historiadores creyeron encontrar elementos reveladores de

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un renacimiento en el movimiento de san Francisco de Asís y en el arte

emanado de su culto. Igualmente aparecieron teorías sobre otros

renacimientos, como el de Carlomagno y el de Otón I. Por otra parte, los

historiadores no italianos subrayaron las aportaciones de sus propios

países a la formación del Renacimiento, atenuando de esa manera el

carácter exclusivamente italiano que se le pudiera atribuir tras las tesis de

Burckhardt. Justo en el marco particular de Italia, ciertos historiadores

como Sapori habían estimado que el verdadero Renacimiento había

comenzado hacia mediados del siglo XII, cuando en las ciudades italianas

se colocan las bases del primer capitalismo, tan ligado al espíritu de lucro

y al individualismo que caracterizan la moral renacentista. Pese a la

disparidad de las interpretaciones, podría aceptarse, finalmente, la

sugerida por R. Mousnier que sitúa los límites temporales del

Renacimiento entre los inicios del siglo XIV y la segunda mitad del siglo

XVI. Ahora bien, ¿qué fue el Renacimiento con respecto al tiempo que le

precedió, a la Edad Media?, ¿una revolución o una mera quiebra? Edad

Media y Renacimiento no pueden ser considerados como tiempos

contrarios y estancos, pues sólo se oponen, tal como señala Mousnier, en

tanto que constituyen equilibrios del mismo género resultantes de la

composición de fuerzas complejas. Así pues, ciertos elementos son

comunes a ambos períodos y el paso de un equilibrio a otro se hizo de

forma continua. La Edad Media preparó su aparición, consistiendo el

Renacimiento en una prodigiosa expansión de la vida en todas sus formas.

Esta inmensa transformación se produjo inicialmente en Italia desde el

siglo XIV y en Europa a partir de la primera mitad del siglo XV, y conoce

su apogeo durante el siglo XVI. A finales de esta centuria dejará paso a la

aparición de valores culturales nuevos.

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RENACIMIENTO ITALIANO

FECHAS: 1.380 - 1.560

La península italiana nunca se había visto implicada íntimamente con la

corriente internacional del Gótico. Sus manifestaciones góticas tienen un

carácter muy particular, siempre más ligado a su propia tradición

románica y clásica que a las evoluciones estilísticas de Francia, el gran eje

rector del estilo gótico. Durante el Trecento la inquietud diferenciadora

había ido planteando las bases de una renovación del arte que conmocionó

sus cimientos hasta llegar a preguntarse por la esencia misma de este arte

y de sus artífices, en especial por el papel de los pintores como agentes

intelectuales que deseaban ser incluidos en la élite de la cultura y la alta

sociedad. La ruptura, pues, no llega de la nada, sino que hunde sus raíces

en la elaboración teórica de personajes como Francisco de Asís, los frescos

de Giotto y las esculturas de los Pisano. Los grandes pilares de la ruptura,

o de la renovación si se quiere, son varios. El eje más llamativo es el

Humanismo como nuevo enfoque de la visión teocrática de la sociedad y el

cosmos hacia el papel central del hombre y sus actos. La anatomía del

hombre fue objeto de cuidadoso estudio por parte de científicos, que

dibujan uno a uno sus descubrimientos. La maestría necesaria para estos

dibujos confundió con frecuencia el papel del científico con el del pintor,

que adquiere por eso una relevancia inusitada hasta ese momento. Un

pintor, además, debía de tener hondos conocimientos de mitología, historia

y teología para estar capacitado en la representación decorosa de las

historias que había de narrar. Este volver a centrarse en lo humano no

significa en absoluto un abandono de lo divino; bien al contrario, lo divino

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es revisado desde la perspectiva humana para dotarlo de una mayor

significación: Dios trata de hacerse inteligible a la razón humana, en vez

de limitarlo a la emoción de la fe. El mecanismo de la recuperación de la

Razón tuvo sus apoyos en la reintroducción de la sabiduría clásica: los

textos de la Antigüedad que se conservaban se traducen. La caída de

Constantinopla en manos sarracenas provocó un éxodo masivo de artistas

e intelectuales bizantinos, que se instalan en Italia y llevan con ellos

nuevos manuscritos clásicos, conservados por los árabes, la sabiduría

helenística, los conocimientos de cábala y astrología oriental, etc. Del

helenismo proviene la enorme influencia de las Escuelas neoplatónicas,

filtradas por el Cristianismo, que proponen una adaptación del demiurgo y

el orden cosmológico platónico y aristotélico, equiparándolo a la figura de

Dios y Jesucristo. El peso de la tradición clásica indujo a denominar la

pintura de este estilo como pintura alla antiqua, puesto que la

modernidad, entendida como avance y desarrollo de los presupuestos

góticos, se centra en la pintura flamenca, la pintura alla moderna. El

patrocinio de la Iglesia sobre las artes sigue siendo mayoritario pero

abandona el monopolio; así, las florecientes repúblicas mercantiles se

llenan de familias de comerciantes que establecen auténticas dinastías,

como los Médicis, que apoyan su poder en la Banca internacional, el

control de las rutas marítimas y el prestigio que les otorga ser mecenas de

artistas y científicos. Gracias a esta entrada en escena de un nuevo

mecenazgo se produjo un aumento de los géneros, que hasta ese momento

se habían limitado a la pintura religiosa. Se inicia con fuerza el esplendor

del retrato, puesto que los mismos que pagan el arte desean contemplarse

en él. Se introducen mitologías, frecuentemente con trasfondos religiosos,

incluso mistéricos, de difícil interpretación excepto para círculos

restringidos: es el caso de la sofisticada obra de Botticelli el Triunfo de la

Primavera. El Renacimiento es además uno de los primeros movimientos

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en tener consciencia de época, es decir, sus integrantes se autodenominan

como hombres del Renacimiento, como inauguradores de una nueva Edad,

la Edad Moderna, por oposición a la que identifican ya como Edad Media,

nexo de transición entre el esplendor de la Antigüedad clásica y el nuevo

esplendor de su propia época. Es en este período cuando los artistas

empiezan a firmar sus obras, sus datos biográficos son recogidos por los

especialistas en arte, sus teorías pictóricas componen tratados de gran

elaboración intelectual... el mito del genio moderno inicia su proceso en

estos años, con destellos como Rafael o Leonardo. El Renacimiento se

organiza tradicionalmente en dos hemisferios, el Quattrocento o siglo XV y

el Cinquecento o siglo XVI. La delimitación no es exacta, de manera que

los rasgos de uno pueden estar presentes en otro y viceversa. Sin embargo,

sí es posible agrupar por semejanza de intenciones a los autores de uno y

otro siglo. Aparte de su propio esplendor, Italia fecundó los Renacimientos

de otros países, como fueron España o Francia.

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EL QUATTROCENTO

La división entre Quattrocento y Cinquecento puede resultar a veces

arbitraria, puesto que es imposible marcar una fecha concreta para el

arranque de lo que hoy llamamos Renacimiento. Muchos de los artistas

renacentistas participan de ambos períodos, que remiten respectivamente

a dos siglos diferentes, el siglo XV y el XVI. Las ideas y los pintores están

presentes en ambos siglos, aunque sí puede hablarse de dos generaciones

diferentes de artistas, así como de dos núcleos predominantes cada uno en

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un período. El núcleo de poder destacado durante el Quattrocento es sin

duda alguna la Florencia de los Médicis, así como en el Cinquecento

habremos de mencionar la Roma papal. Como ya se ha dicho, los

precedentes pictóricos del Trecento son los que determinaron el avance

cualitativo del Quattrocento. Los frescos de Giotto y los paneles de

Cimabue anunciaban la transformación. La renovación artística arranca

de la mano de la arquitectura; ya corrían por los círculos intelectuales

voces que clamaban por una revalorización de la actividad artística. La

arquitectura italiana siempre había gozado de una mayor adaptación a la

concepción humana, lejos de la espiritualidad teológica de las catedrales

europeas. Ese sentido de humanismo y de ruptura con lo establecido la

resumió como nadie Brunelleschi en una obra que se considera una

auténtica proclamación de intenciones: la cúpula de Santa María de las

Flores. De una amplitud nunca vista y con una pureza de líneas de

singular belleza, Brunelleschi empleó las últimas novedades de la técnica

para diseñarla, al tiempo que se apartaba del proceso físico de la

construcción. Es decir, planteaba la postura del creador frente a la del

constructor. Además, colocó su obra en el lugar de mayor impacto social:

el centro de la rica república florentina, el cruce de caminos de todas las

rutas comerciales y las operaciones económicas del mundo cristiano. De

esta forma, todo el mundo pudo contemplar la novedad. Las repercusiones

fueron inmediatas y la escultura recibió también un nuevo impulso hacia

un ejercicio de la Razón sobre la imagen. Se abandonaron la planitud y el

hieratismo del gótico en pro de un ansia de belleza y perfección; también

tuvo la escultura su manifiesto público en las Puertas del Paraíso

realizadas por Ghiberti. Por su parte, la pintura disfrutó de los logros en

ambos terrenos. La sistematización de los medios constructivos requirió

un gran esfuerzo científico: las matemáticas, la física y la geometría fueron

las principales armas para unas edificaciones nuevas. La pintura adopta

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sus postulados y a través de ellos consigue lo que será uno de sus rasgos

definitorios: la perspectiva lineal. Consiste en abstraer la mirada y la

posición del objeto representado, que ha de verse centrado desde una

altura media, a partir de un punto único que supone una mirada ideal

desde un sólo ojo. Es un puro ejercicio mental que pretende imbuir la

imagen plástica de tres dimensiones, en lugar de las dos del románico y el

gótico. Con ello se pretendía conseguir una pintura cercana a la realidad,

como una ventana abierta al mundo. La revolución fue inmediata:

Masaccio, joven pintor de moda, realiza un manifiesto pictórico en su

Trinidad, un fresco que finge romper los muros donde se pinta para abrir

ante el fiel una supuesta capilla en la que se manifiesta el misterio de las

tres personas divinas, a tamaño natural, ante los ojos asombrados del

espectador. El escándalo que causó esta imagen sólo puede compararse al

que provocaron los primeros cuadros de los cubistas, y de la vanguardia

en general, a principios del siglo XX. Los florentinos del siglo XV jamás se

habían visto forzados a "leer" una imagen con un sistema tan complejo y el

aprendizaje del nuevo lenguaje resultó una labor costosa. De este afán

científico nacen otras inquietudes aplicadas a la pintura: las leyes de la

óptica regularizaron la jerarquía de los objetos representados en la lejanía,

que han de ser más pequeños y menos nítidos. En este aspecto fue

fundamental la aplicación de la sección áurea. Para una correcta

representación de las historias y de los personajes se hizo necesario que el

pintor cultivara diversas ramas del saber: para los seres humanos se

estudió anatomía y fisiología. Los apuntes con que aquellos primeros

científicos modernos ilustraban sus descubrimientos son difícilmente

separables del terreno artístico. También hubieron de estudiar mitología,

lenguas clásicas y teología para representar decorosamente las escenas,

los vestidos, los ambientes... La consecución de la tercera dimensión se

reforzó mediante varios recursos: las figuras se colocan no sobre un fondo

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neutro, plano, sino en un paisaje o un interior. De esta manera, no sólo el

propio volumen de la figura establece la profundidad, sino también el

hecho de moverse en un espacio aéreo a su alrededor. Las gamas tonales y

el sombreado cromático ejercitados en el Trecento contribuyeron en igual

medida a introducir efectos de masa, volumen y peso de las figuras. Toda

esta ebullición de ideas se vio acompañada de una profunda elaboración

teórica: los propios artistas y los nobles que los patrocinaban escribieron

tratados y manuales en los cuales recogían las novedades para difundirlas

mejor. Igual que el mundo visual estaba siendo ordenado en la práctica se

ordenó en la teoría, lo cual lo relacionó aún más con la ciencia. En su

mayor parte la producción artística siguió dedicada a la temática religiosa,

con tres objetivos principales: aumentar la efectividad de la predicación,

conseguir la emoción del fiel y mantener la memoria del dogma a través de

las imágenes. Sin embargo se introducen con fuerza parcelas de la pintura

profana; por un lado emerge el retrato, en el cual se representan a los

mecenas de los pintores o a figuras representativas del saber, moderno o

antiguo. Por otro, la irrupción del neoplatonismo florentino abre la puerta

a representaciones paganas, que se readaptan al cristianismo. Se estudia

astrología, cábala y moral cristiana sin ningún conflicto. El impulso de

este conocimiento de raíz oriental estuvo provocado por la caída de

Constantinopla, que determina la huida de los intelectuales griegos y

bizantinos hacia territorio cristiano. Las figuras de este período son vitales

para la historia universal de la pintura: además de Masaccio, Paolo Ucello,

Piero della Francesca, Andrea del Castagno y otros forman el grupo más

radical entre la juventud. Sus obras no encontraron parangón en lo lejos

que llevaron el arte nuevo. En una postura más intermedia, que trata de

conjugar la modernidad con las preferencias de un público más cortesano,

se encuentran las figuras de Fra Angelico, como en su Anunciación, o en

las de Filippo Lippi. Las repercusiones del Quattrocento sobre el

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Renacimiento español y francés fueron matizadas en cualquier caso por

los substratos característicos de cada nación, que no hemos de olvidar

estuvieron en ambos casos muy relacionados con el gótico precedente y el

poderoso influjo de la pintura flamenca que se estaba desarrollando en

paralelo.

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EL CINQUECENTO

El Renacimiento iniciado durante el Quattrocento se desarrolló en un siglo

de madurez inigualable, el siglo XVI o Cinquecento. Dentro de este largo

período convivieron dos tendencias fundamentales: la clasicista y la

manierista. Al mismo tiempo, Venecia reaprovechó los logros

quattrocentistas y los mezcló con su particular tradición e influencias, con

lo cual constituía una Escuela, si no aparte del resto de Italia, sí

claramente diferenciada en su estilo. El siglo XVI fue además el siglo de la

renovación romana, culminante con la Contrarreforma. Durante el siglo

XVI nacieron las prédicas de Lutero, el humanismo de Erasmo de

Rotterdam y el principio de la disidencia en el seno del Catolicismo.

También se produjo el avance imparable de los turcos, la gran fuerza

islámica que no puede menos que ser tenida en cuenta al tratar de

explicar el arte, la ciencia y el estado del conocimiento en la época. El

Cinquecento italiano continuó en paralelo a la expansión de la pintura

flamenca. En Italia se atravesaba una época de crisis interna que provocó

una serie de luchas políticas y militares, lo cual contribuyó al

debilitamiento de unas repúblicas en favor de otras. Los hitos más

notables fueron la invasión del Milanesado por el reino francés y el saqueo

de Roma por parte del emperador Carlos V, un auténtico trauma para la

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cristiandad que veía cómo el paladín del cristianismo, el monarca español,

pasaba a fuego y espada la ciudad santa del Vaticano. El arte, a pesar de

la inestabilidad, alcanzó unas cotas geniales, especialmente en Roma y

durante el gobierno del Papa Julio II. Éste actuó como mecenas de los

grandes: los mejores arquitectos trabajaron para levantar San Pedro del

Vaticano y remodelar los Apartamentos Vaticanos. Miguel Ángel pintó para

él la Capilla Sixtina, trazó edificios y diseñó innumerables proyectos

escultóricos que no siempre pudo rematar (como el frustrado proyecto

funerario de la tumba de Julio II). Rafael también trabajó para el Papa,

siendo su obra más famosa pintada para éste, la decoración al fresco de

las Estancias de la Signatura en los Apartamentos Vaticanos. Fuera de

Roma, la gran figura fue Leonardo: hombre de ciencia, humanista,

inventor, diseñador de fortalezas y maquinarias de guerra... y excelente

pintor. Trabajó para diversas cortes y mecenas hasta establecerse en

Milán. Cuando las tropas francesas invadieron la ciudad, se trasladó a

Francia llamado por el rey, donde terminó sus días. Él es el autor del

estupendo retrato que muestra a una misteriosa dama sin identificar, con

un armiño en su regazo, la Dama del Armiño.

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PINTURA: LAS ESCUELAS

SIGLOS XIII-XIV. EL TRECENTO

ESCUELA FLORENTINA

El primer pintor de quien se tiene datos es Cimabue, del que se conservan

dos tablas con igual motivo: Una Virgen, en asiento de marfil, con el niño

en brazos y rodeada de ángeles. Hay evidentes vestigios bizantinos, tanto

en la simetría de la composición como la expresión asombrada de los

rostros, y el oro profuso del fondo. A Giotto di Bondone, se le debe el

estudio directo de la naturaleza. Sus figuras poseen emoción y

movimiento. Sus obras más importantes son los veintiocho frescos que se

encuentran en la Iglesia de San Francisco de Asís.

ESCUELA SIENESA

Duccio di Buonisegna, es el primer pintor sienes importante. Su obra

capital es la Madona para la catedral, en la que trata de introducir alguna

expresión y realismo, aunque siga muy apegado a la rigidez del arte

bizantino. Su discípulo mas celebre fue Simone Martini, quien sabe dar a

sus figuras gracia y soltura, como lo revela la encantadora Anunciación,

del museo de los Oficios.

SIGLO XV EL QUATTROCENTO

La pintura italiana toma en el siglo XV una importancia que hasta

entonces le había sido desconocida y la práctica inexistencia de restos de

pintura clásica no resultó óbice para que los pintores del Quattrocento

plasmaran en sus obras todo el sentido clásico que caracterizaba su época.

La búsqueda del naturalismo se muestra también en la pintura, que

pretende ser lo más realista posible, lo cual supone un profundo estudio

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de la óptica y sus leyes que lleva a establecer la perspectiva geométrica,

basada en el encuadre de los objetos representados en un haz de líneas

que convergen en un punto, constituyendo lo que se ha venido a llamar

"pirámide visual". Otras de las preocupaciones que trae la búsqueda de ese

naturalismo es la proporcionalidad, para la que se fijan en los modelos de

la escultura grecorromana. La búsqueda del equilibrio y la armonía,

entendido como el ideal de belleza, tal cual lo comprendían en la

Antigüedad, produce una mayor atención hacia el factor compositivo en

las representaciones, abundando las composiciones triangulares y siempre

perfectamente equilibradas. Del mismo modo, la revalorización

renacentista del Hombre, llevan al pintor a plasmar los personajes de una

manera individualizada y a tener en cuenta la psicología de los mismos.

En resumen, la pintura del Quattrocento rompe con la rigidez y

simbolismo del Medievo, buscando ahora el naturalismo idealizado y la

belleza plástica. En el campo técnico resulta de enorme importancia la

utilización del óleo, ya conocido pero poco aprovechado, con el que los

pintores quattrocentistas comienzan a trabajar y experimentar; con el óleo

se consigue una calidad nueva, un realismo nunca antes conseguido y una

minuciosidad hasta entonces desconocida. Las técnicas y soportes se

multiplican: fresco, temple, óleo; sobre muros o sobre soportes móviles

como tablas y lienzos. Fruto de la idolatría al clasicismo, surgen nuevos

géneros que acompañan ahora a los religiosos que habían monopolizado la

pintura gótica: la mitología clásica, el retrato, los desnudos, las batallas...

Gran deudora es la pintura del Quattrocento, y por extensión de todo el

Renacimiento, de Giotto de Bondone. En los frescos de este artista

trecentista ya se advierten intentos naturalistas que anuncian cambios

importantes. La pretensión de verismo, el individualismo de los personajes,

la utilización de fondos arquitectónicos o paisajísticos, el empleo que hace

de la luz, la volumetría de sus figuras son factores todos ellos que, aunque

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dentro de un contexto plenamente gótico, marcan la pauta de lo que sería

la nueva pintura del siglo XV. El arranque de toda la nueva pintura del

Renacimiento lo hallamos, sin embargo, en Masaccio, con sus talentosos

frescos para la Capilla Brancacci de la Iglesia de Santa Maria del Carmine

en Florencia. El estudio directo de la naturaleza, la fuerza de sus

pinceladas, el impresionismo de efectos, la ilusión de la luz, la expresión

humana de los gestos son algunos de los factores que muestran la

aparición del nuevo estilo y hacen de Masaccio un hito de la pintura.

Masaccio comienza la línea realista que seguirá la pintura italiana.

Rechaza los colores brillantes y emplea blancos y negros en busca de una

pintura más sólida, y es con este mismo afán de realismo que investiga las

leyes de la óptica, observa la degradación de los colores por la distancia y

nota la influencia que la calidad de la tela tiene en la estructura de los

pliegues. La escuela de Perusa aporta a la pintura quattrocentista una

elegante luminosidad cargada de colorido y calidez. Piero della Francesca

es su principal representante, interesado en la perspectiva, los problemas

del claroscuro y, sobre todo, los luminosos, pero no tanto por el efecto de

la luz sobre las cosas como por la naturaleza de las mismas. Sus retratos

son de una elegancia impecable y sus frescos se desvelan como obras

maestras de luminosidad. Uno de los autores que más trabajaron la

perspectiva, que tanto interesó a los renacentistas, es Mantegna,

preocupado por las cuestiones de representación visual del objeto y que

presenta frecuentemente en sus cuadros una dificultad perspectívica

resuelta con talentosa elegancia. Sus impecables escenarios

arquitectónicos, tomados del Mundo Clásico, ofrecen puntos de fuga muy

a ras del suelo, huidas de líneas hacia el centro del cuadro en prodigiosa

alusión de profundidad, y los escorzos de sus figuras son, de este modo,

violentos y de complicada resolución dibujística, como el extraordinario

Cristo Muerto. Grandes artistas quattrocentistas buscan inspiración en los

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temas mitológicos paganos que caracterizan el Renacimiento, e incluso los

mismos temas piadosos pasan a ser un pretexto para mostrar el fausto de

la alta burguesía florentina. Sus paisajes son, a menudo, las campiñas

toscanas; sus personajes, los de la brillante corte de los Medici; y sus

escenarios urbanos, los suntuosos palacios de la época. Sandro Botticelli

es uno de los artistas que pinta alegorías de refinada sensualidad en las

que refleja el gusto paganizante de sus mecenas, como las famosísimas La

Primavera y El nacimiento de Venus.

Botticelli, Piero della Francesca, Mantegna, Paolo Ucello, Gentile de

Fabriano, Filippo Lippi, Filippino Lippi, Pinturichio, Luca Signorelli,

Carpaccio... La lista de grandes pintores que ha dado el siglo XV italiano

parece interminable, al igual que la de sus excelsas obras. El nacimiento de

Venus, los frescos para la Capilla Brancacci de Santa Maria del Carmine, el

Cristo Muerto, la Alegoría de la Primavera y un sinfín de pinturas más de

este periodo son consideradas obras maestras del arte universal.

ESCUELA FLORENTINA

Los artistas Gentile da Fabriano, Paolo Ucello y Andrea del Castagno

aportaron nuevos conocimientos y técnicas, y se plantean problemas de

representación visual, como el de la perspectiva, que fue una preocupación

dominante entre los pintores de la época. Sin embargo, el arranque de toda

la pintura moderna es la obra de Masaccio: Tommaso di Giovanni Cassai,

alias Masaccio (San Giovanni Valdarno 1401 - Roma 1428) es quien

comienza el Renacimiento en la pintura. Heredero de la tradición de

Giotto, supo reaccionar, mediante la fuerza de la expresión y un sentido de

lo humano de gran penetración psicológica, contra los procedimientos

convencionales del estilo gótico, debilitado por la repetición. La decoración

al fresco de la Capilla Brancacci de la Iglesia de Santa Maria del Carmine

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en Florencia (1426-1428) es su obra maestra, consistente en escenas de

temática religiosa como la Expulsión del Paraíso o San Pedro repartiendo

limosnas, se aprecia en ellos el estudio directo de la naturaleza, la fuerza

de la pincelada, el impresionismo de efectos, la ilusión de luz, la expresión

humana de los gestos. Por primera vez en la pintura el aire envuelve a los

cuerpos y se siente una atmósfera real. Masaccio observa la degradación

de los colores por la distancia y se nota la influencia que la calidad de la

tela tiene en la estructura de los pliegues. Interesado en hacer una pintura

sólida, Masaccio rechaza los colores brillantes y emplea blancos y negros

para modelar los cuerpos. De Masaccio parte la línea realista que,

accidentalmente seguirá la pintura italiana al alejarse del idealismo. Estos

frescos han ejercido una influencia considerable hasta nuestros días y

prueban la amplitud y la autoridad de la visión de Masaccio, basadas en

una estricta repartición geométrica y desarrolladas mediante un sentido

del espacio que es un precedente de las conquistas modernas (aunque

durante mucho tiempo ha sido difícil diferenciar la parte por él pintada de

la de Masolino). Los frescos de la Capilla Brancacci, el Políptico de Carmine

de Pisa (1425) y el fresco de La Trinidad de Santa Maria Novella de

Florencia, junto con varias obras cuya atribución al artista es discutida, el

conjunto de la producción de Masaccio.

Los últimos grandes artistas del siglo se resienten en la sensualidad del

ambiente y buscan inspiración en los temas mitológicos paganos que

caracterizan el Renacimiento. Los mismos temas piadosos pasan a ser un

pretexto para mostrar el fausto de la alta burguesía florentina. Sus

paisajes son muy a menudo las campiñas toscanas, los de brillante corte

de los Medicis, sus escenarios urbanos, y palacios de la época.

Sandro Botticelli, también protegido de los Medicis, pinto alegorías de

refinada sensualidad en las que reflejaba el gusto paralizante de sus

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mecenas. Botticelli mantiene un estilo cortado, ceñido, que se basa

naturalmente en un dibujo firme, que aísla la figura con todo rigor. Los

cuerpos, deformados por una estilización que busca mas que nada el ritmo

plástico, tiene sin embargo, una gracia particular que encuentra su razón

de ser en le apariencia de ingravidez. Las figuras de Botticelli carecen de

peso y dan la impresión de moverse flotando sin tocar el suelo. Realizó

también unos frescos en la capilla Sixtina y una serie de ochenta dibujos

para ilustrar la divina comedia.

ESCUELA DE PERUSA

A la elegancia un poco dura de Florencia, aparece Piero della Francesa,

su principal representante. Piero della Francesca (Borgo San Sepolcro

1416 - 1492) fue un reconocido pintor, discípulo de Masaccio y de

Domenico Veneziano. Trabajó inicialmente en Florencia junto con

Veneziano y después viajó por distintas ciudades italianas realizando

obras como el políptico de la Misericordia (1445-1460), la Pinacoteca de

Borgo San Sepolcro o la decoración de la Capilla de las reliquias de la

Iglesia Malatesta en Rímini (1451) y la decoración del Coro de la Basílica

de San Francisco (1452-1460). Este fresco sobre La leyenda de la Vera

Cruz le sirvió a Piero como pretexto para experimentos espaciales en una

dimensión monumental, las cuales confieren a esta obra, de innegable

acento épico, una importancia capital para el futuro de la pintura.

Equilibrio, armonía, ciencias de la perspectiva y de la expresión concisa

concuerdan con una preocupación por la construcción plástica y con una

sensibilidad táctil en las que la nobleza y el rigor se unen a la poesía.

Además de su trabajo práctico como pintor, Piero della Francesca escribió

dos tratados sobre la perspectiva, De prospectiva pingendi y Lubellus de

quinque corporibus, de gran trascendencia para la pintura naturalista.

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Se intereso mucho por los problemas del claroscuro y la perspectiva; en

particular le apasionaron los luminosos, pero no tanto por el efecto de la

luz sobre las cosas, como por la naturaleza de las mismas. Sus ensayos en

este sentido llegan a dar la sensación de que sus figuras están modeladas

en material dotado de luz propia, intima, radiante. Los frescos como la

Leyenda de la Santa Cruz, en el ábside de la Iglesia de San Francisco, en

Arezzo, son una obra de arte en luminosidad.

Su discípulo Melozzo da Forli es celebre por sus ángeles músicos. Otro

gran pintor de la escuela es Pedro Vanuci, llamado el Perugino, artista que

en su tiempo gozo de larga fama. La dulzura de la luz general del cuadro,

el dibujo irreprochable de la figura y la poesía de sus paisajes de fondo,

justifican el nombre de Perugino. Sus obras más importantes son los

frescos de la Capilla Sitian y los de la sala de Cambio, en Perusa, su

patria.

ESCUELA VENECIANA

Ésta escuela que empezó tardíamente sobrevive a las de Florencia y Roma,

agotadas en el siglo XVI. En siglo XVII aun nos sorprende con un narrador

espléndido, como Tiepolo, gran colorista y con Guardi y Canaleto, que nos

retratan la vida pintoresca de la Venecia dieciochesca. El apogeo artístico

de Venecia corresponde al siglo XVI, pero ya en este destacan Gentil

Bellini y su hermano Gian Bellini, que combinan las ganas encendidas de

Tiziano con un difuminado a lo Leonardo. Un pintor siciliano establecido

en Venecia, Antonello de Mesina sobresale por el fuerte realismo de sus

retratos, mientras que Capaccio, autor de la Leyenda de Santa Ursula, se

distingue en la realización de vastas composiciones de género.

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ESCUELA DE PADUA

El nombre de Andrés Mantegna sirve por si solo para dar prestigio a esta

escuela. Andrea Mantegna (Isola di Carturo 1431 - Mantua 1506) es

introducido de muy joven en la cultura clásica y tiene como maestro a

Squarcione en Padua. Se hizo rápidamente famoso con la decoración de la

Capilla Ovetari de la Iglesia de los Eremitani en Padua (1448-1456),

destruida en 1944, y con el retablo La virgen con el Niño, rodeada de

santos. En 1459, Mantegna fue nombrado pintor oficial de la corte de los

Gonzaga en Mantua. Suavizando su estilo duro y vigoroso, realizó

numerosas decoraciones, sobre todo en la capilla del marqués de Gonzaga

en el palacio ducal, hoy desaparecido, y en la famosa Camera degli sposi

(1472-1474). De este periodo datan sus dos versiones de Cristo Muerto, El

tránsito de la Virgen y los nueve lienzos cuadrados de El Triunfo de César

destinados a servir de colgadura. Su prestigio en la corte creció todavía

más gracias a la protección de Isabel de Este y se vio confirmado por la

invitación del Papa, en 1489, a decorar la Capilla Sixtina del Vaticano.

Antes de morir se encontraba trabajando en Mantua junto con otros

pintores en el estudio de Isabel. Empezando, en pleno Quattrocento, con

obras todavía góticas, Mantegna inició, tanto en Florencia como en

Venecia, una nueva fase en la evolución artística, etapa dominada por la

admiración de la Antigüedad y la observación incansable de la Naturaleza,

el movimiento y la expresión. Interesado en las cuestiones de la

representación visual del objeto, Mantegna presenta con frecuencia en sus

cuadros una difícil perspectiva, que resuelve con elegancia. Sus

impecables escenarios arquitectónicos, tomados de la antigüedad, ofrecen

puntos de fuga muy a ras del suelo, huidas de línea hacia el centro del

cuadro en prodigiosa ilusión de profundidad. Los escorzos de sus figuras

son, por el mismo motivo, violentos y de complicada resolución dibujistica,

como en el extraordinario Cristo Muerto.

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SIGLO XVI

ESCUELA MILANESA

Cuenta con un solo nombre, Leonardo da Vinci, no fue solo pintor, dejo

escritos importantes sobre ingeniería, química, y otras ciencias; escultor,

músico, escritor. La suavidad de las formas, la delicadeza del color, el

esmero en el detalle, el exquisito difuminado, el famoso esfumado

leonardesco, la conjunción de sensualidad, la expresión lejana de sus ojos

de gruesos párpados, y la de las manos, elegantes y finas, son notas

inconfundibles de su estilo.

Los problemas técnicos preocuparon a Leonardo toda su vida. Por eso sus

obras son escasas, y algunas a punto de perderse por el deterioro de los

materiales de empleo. Pocas pinturas habrán suscitado más comentarios

que la celebre Gioconda, de su corta producción se puede citar Santa Ana,

La Virgen de las Rocas y La Ultima Cena pintada para el refectorio del

convento de Santa María de las Gracias en Milán.

ESCUELA ROMANA

Los más importantes artistas son: Rafael Sanzio y Miguel Ángel.

Rafael, aunque vivió poco, dejo una obra vastísima que significa la síntesis

de las mejores cualidades de los pintores precedentes, unificadas y

reavivadas por un autentico genio de la plástica renacentista. De Masaccio

aprende Rafael a dar equilibrio a las figuras, de Leonardo la pureza del

dibujo y los secretos del difuminado; de Fra Bartolomé la firmeza de la

composición. Pero la gracia, la riqueza narrativa, los traía él, para dar

realidad a las ideas del Renacimiento.

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Como retratista, ocupa un lugar eminente: Retratos de Julio II, de la

Fornaria, Baltasar de Castiglione, etc., dotados de una aguda penetración

psicológica. Pero a las obras son sus Madonas, de un naturalismo

idealizado: Madona del Jilguero, Madona de la Silla, Madona de la Paz, La

Bella Jardinera, etc...

La obra pictórica de Miguel Ángel responde también a esa tendencia a lo

grandioso, a lo dramático y exasperado que hemos visto en sus esculturas.

Miguel Ángel traslada al campo de la pintura los medios expresivos de la

estatuaria. La máxima ilusión de relieve, el gesto patético, caracterizan el

estilo pictórico de Miguel Ángel.

Su obra maestra, el techo de la Capilla Sixtina, es una majestuosa

interpretación del Génesis, en el que se agitan más de trescientas figuras

de tamaño mucho mayor que el natural. Años más tarde, en la pared

frontal de la misma Capilla, pinto el Juicio Final.

EL CINQUECENTO

El siglo XVI, señala el apogeo de la pintura renacentista italiana y

constituye una de las épocas más brillantes del arte universal. No podía

ser de otra manera con la coincidencia en el tiempo y en el espacio de

maestros de la talla de Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael y Corregio.

Así como Florencia ejerció la hegemonía artística en la centuria anterior,

ahora es Roma la que irradia al mundo entero el poderoso influjo de estos

artistas. Los pintores posteriores se limitarán a seguir las normas trazadas

por los grandes maestros.

Solamente Venecia mantuvo un estilo original, basado en el intenso

cromatismo y en una pincelada ancha decidida que buscaba llegar a una

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especie de vibración luminosa de colores. Hasta cierto punto esta ciudad

permaneció al margen de la creación artística de los grandes maestros

romanos.

Los principales artistas de la época fueron: Sandro Botticelli, Florencia

(1445-1510); Leonardo da Vinci, Anchiano (1452-1519); Miguel Ángel

Buonarroti, Caprese (1475-1564); Rafael Sanzio, Urbino (1483-1520).

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