Reducir la pobreza

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REDUCIR LA POBREZA ES UN GRAN NEGOCIO Dr. Aldo Neri En una nota, Mariano Grondona sostenía que en el “trilema” desempleo, pobreza y desigualdad, el desafío mayor por enfrentar era la pobreza, porque el desempleo mejora más fácil con el crecimiento y la desigualdad era incluso necesaria para que los ricos inviertan. Su opinión, bien expuesta como siempre, me estimuló alguna reflexión que, sin intención polémica, quiero compartir con el lector. Circulan por el mundo dos visiones de la equidad, que se apoyan en razonadas concepciones filosóficas de la justicia: la que ve el acceso a los beneficios del progreso como premio al mérito y a la dedicación de cada uno, y la que lo mira como resultado de una redistribución en la que quienes prosperan más ayudan a elevar la situación de los que tienen peor fortuna. Pero como en la realidad social los exitosos y los fracasados dependen de una constelación de factores, que sólo en parte incluyen sus propias potencialidades, una visión ecléctica de la equidad es recomendable para evitar los extremos conocidos de un capitalismo caníbal o un comunismo paralizante. Integrar ambas visiones de la equidad nos lleva a definir el grado de la desigualdad que nuestra sociedad está dispuesta a tolerar. Y no es decisión menor. La Argentina es un buen ejemplo de que el mero crecimiento económico baja el desempleo y la pobreza, pero no la desigualdad y que incluso puede acentuarla, como sucede hoy. Deberíamos saber que a la desigualdad sólo la disminuye la política. Y digo que no es decisión menor porque la desigualdad, opera socialmente mucho más allá de planos que dibujan los planos de la economía. Su asociación con la pobreza no es paralelismo. Hay experiencia internacional de que la violencia y el delito se asocian mucho más con desigualdad que con pobreza; que las drogadicciones la acompañan; de que incrementa no poca patología mental, de que los contrastes sociales demasiados violentos –aún sin pobreza- generan conciencia difundida de frustración y apatía de participación, en sociedades sobreestimuladas por un consumismo radicalmente asimétrico;

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El principio de equilibrio y armonía se aplica a una batería de políticas que entiende que al “trilema” desempleo, pobreza y desigualdad se lo aborda en conjunto y con mucho más que puro crecimiento

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REDUCIR LA POBREZA ES UN GRAN NEGOCIO

Dr. Aldo Neri

En una nota, Mariano Grondona sostenía que en el “trilema” desempleo,

pobreza y desigualdad, el desafío mayor por enfrentar era la pobreza, porque el

desempleo mejora más fácil con el crecimiento y la desigualdad era incluso

necesaria para que los ricos inviertan. Su opinión, bien expuesta como

siempre, me estimuló alguna reflexión que, sin intención polémica, quiero

compartir con el lector.

Circulan por el mundo dos visiones de la equidad, que se apoyan en

razonadas concepciones filosóficas de la justicia: la que ve el acceso a los

beneficios del progreso como premio al mérito y a la dedicación de cada uno, y

la que lo mira como resultado de una redistribución en la que quienes

prosperan más ayudan a elevar la situación de los que tienen peor fortuna.

Pero como en la realidad social los exitosos y los fracasados dependen de una

constelación de factores, que sólo en parte incluyen sus propias

potencialidades, una visión ecléctica de la equidad es recomendable para evitar

los extremos conocidos de un capitalismo caníbal o un comunismo paralizante.

Integrar ambas visiones de la equidad nos lleva a definir el grado de la

desigualdad que nuestra sociedad está dispuesta a tolerar. Y no es decisión

menor. La Argentina es un buen ejemplo de que el mero crecimiento

económico baja el desempleo y la pobreza, pero no la desigualdad y que

incluso puede acentuarla, como sucede hoy. Deberíamos saber que a la

desigualdad sólo la disminuye la política.

Y digo que no es decisión menor porque la desigualdad, opera

socialmente mucho más allá de planos que dibujan los planos de la economía.

Su asociación con la pobreza no es paralelismo. Hay experiencia internacional

de que la violencia y el delito se asocian mucho más con desigualdad que con

pobreza; que las drogadicciones la acompañan; de que incrementa no poca

patología mental, de que los contrastes sociales demasiados violentos –aún sin

pobreza- generan conciencia difundida de frustración y apatía de participación,

en sociedades sobreestimuladas por un consumismo radicalmente asimétrico;

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que esa desigualdad actúa como un fuerte desestabilizador de las estructuras

familiares; en fin, que construye anomia social.

Adherir a un simplismo economicista en el análisis de la cuestión social

nos llevaría, entre otras cosas, a compartir la llamativa benevolencia que no

pocos integrantes de la ortodoxia liberal muestran hoy con el ejemplo de China,

deslumbrados por su expansión espectacular, y soslayando la profundización

de las desigualdades y la permanencia de su régimen político absolutista.

Y, en términos latinoamericanos, sostengamos entonces que la

alternativa a Chile no es Venezuela - un capitalismo exitoso con buen

crecimiento, baja del desempleo y la pobreza y un mantenimiento de fuerte

desigualdad vs. un populismo paternalista que no resuelve ninguna de las

cuatro cosas - sino la etapa de mejor distribucionismo en la que seguramente

intentará entrar ahora Chile, sin matar incentivos al crecimiento; o las décadas

en que un país pobre como Costa Rica pudo alcanzar niveles satisfactorios de

bienestar básico, con indicadores sociales mejores que los de la Argentina -

que la duplicaba en ingreso per cápita - y con mucho menor disparidad entre

estratos sociales; o la fuerte intervención social que acompaño en varios

“tigres” del sudeste asiático al boom económico, atemperando desigualdades,

no sólo la pobreza; o los nórdicos europeos, que no quisieron recorrer el

camino inglés del siglo XIX, y supieron equilibrar un capitalismo eficiente con

objetivos de mayor igualdad, propios del socialismo.

En la Argentina el 10% más aventajado de su población tiene un ingreso

que, en promedio, supera 31 veces al del 10% mas desfavorecido, cuando

hace 30 años lo superaba sólo 7 veces. Y el 20% que está mejor concentra el

54% del ingreso nacional, en tanto el 20% que está peor no llega al 4%.

Aunque el Gobierno se enoje con el mensajero, que es el Indec, tales noticias

auguran costos elevados de frustración a mediano plazo, con fractura social,

economía ineficiente e inviabilidad democrática.

Claro que se puede crecer por un período con gran inequidad, pero a

ese pecado lo espera su infierno. Y no es cierto que una mayor desigualdad es

requisito del crecimiento económico: contrariamente, es su patología. Como

tampoco es cierto que el mercado perfecto arbitre la justicia, en parte porque tal

animal no existe - es naturalmente imperfecto - y principalmente porque a la

justicia sólo la puede arbitrar la voluntad social.

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Si no adherimos a aquello de Nietzsche de que “El primer principio de

nuestro amor a los hombres es que los débiles y los fracasados han de perecer

y que además se les ha de ayudar a que perezcan”, cabe entonces trabajar

sobre las condiciones que los debilitan y los hacen fracasar, desde que no

creemos en ninguna fatalidad de genética social.

Por otra parte, ¿cómo definimos el éxito de una sociedad?, ¿quizá con la

mayor profusión de barrios exclusivos, o la diversidad abusiva y agresiva en las

góndolas de los supermercados y en los shoopings, o con tres autos por familia

para muchos, cuando muchos más viajan a pie o hacinados, o con profundas

diferencias de las cualidades educativas de los chicos, graduada por la

capacidad de pago de los padres?

Por el contrario hay que volver a mirar a la sociedad con la mejor mirada

de los griegos clásicos, desde un principio de equilibrio y armonía. Es un

desafío de cuotas: ¿cuánto de desigualdad para que las oportunidades no se

concentren en los menos, para que no se expanda el resentimiento que

envenena el aire de todos, pero también para que no se anule el incentivo a

arriesgar y competir con trabajo e inversión?

Y que el principio de equilibrio y armonía se aplica a una batería de

políticas que entiende que al “trilema” desempleo, pobreza y desigualdad se lo

aborda en conjunto y con mucho más que puro crecimiento. Porque la sola

riqueza no es garantía de cohesión social, ni la pobreza la disuelve

necesariamente. Pero es seguro que desigualdades que superan ciertos límites

lo que engendran es un orden en el que, en el jardín de la prosperidad, en

reemplazo de la cohesión ausente, sólo germinan los odios y los miedos.

Autor: Dr. ALDO NERI

Ex-Ministro de Salud y Acción Social de la Nación.

Diputado Nacional.