RECOPILACION CUENTOS

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Recopilacion De Cuentos Infantiles Por Alejandro Cardenas Rocha

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CUENTOS INFANTILES

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Recopilacion De Cuentos Infantiles

Por Alejandro Cardenas Rocha

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Cuentos De Princesas

Blancanives Y Los Siete Enanitos

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En un lugar muy lejano vivía una hermosa princesa que se llamaba Blancanieves. Vivía en un casti-llo con su madrastra, una mujer muy mala y vanidosa, que lo único que quería era ser la mu-jer más hermosa del reino. Todos los días preguntaba a su espejo mágico quién era la más bella del reino, al que el espejo contesta-ba:

Tú eres la más hermosa de todas las mujeres, reina mía. El tiempo fue pasando hasta que un día el espejo mágico contestó que la más bella del reino era Blancanieves. La reina, llena de furia y de ra-bia, ordenó a un cazador que llevase a Blancanieves al bosque y que la matara. Y cómo prueba traería su cora-zón en un cofre. El cazador llevó a Blancanieves al bos-

que pero cuando allí llegaron él sintió lástima de la joven y le aconsejó que se marchara para muy lejos del castillo, llevando en el cofre el corazón de un jabalí.Blancanieves, al verse sola, sintió mucho miedo porque tuvo que pasar la noche an-dando por la oscuridad del bosque. Al amanecer, descu-brió una preciosa casita. En-tró sin pensarlo dos veces. Los muebles y objetos de la casita

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eran pequeñísimos. Había siete platitos en la mesa, siete vasitos, y siete camitas en la alcoba, dónde Blancanieves, después de juntarlas, se acostó quedando profundamente dor-mida durante todo el día.Al atardecer, llegaron los due-ños de la casa. Eran siete ena-nitos que trabajaban en unas minas. Se quedaron admira-dos al descubrir a Blancanie-ves. Ella les contó toda su tris-te historia y los enanitos la

abrazaron y suplicaron a la niña que se quedase con ellos. Blancanieves aceptó y se que-dó a vivir con ellos. Eran feli-ces. Mientras tanto, en el castillo, la reina se puso otra vez muy furiosa al descubrir, a través de su espejo mágico, que Blan-canieves todavía vivía y que aún era la más bella del rei-no. Furiosa y vengativa, la cruel madrastra se disfrazó de una inocente viejecita y par-

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tió hacia la casita del bosque. Allí, cuando Blancanieves estaba sola, la mal- vada

se acercó y haciéndose pasar por buena ofreció a la niña una manzana envenenada. Cuando Blancanieves dio el primer bocado, cayó desmaya-da, para felicidad de la reina mala. Por la tarde, cuando los ena-

nitos volvieron del trabajo, encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, pálida y quieta, y creyeron que estaba muerta. Tristes, los enanitos construyeron una urna de cristal para que todos los ani-malitos del bosque pudiesen despedirse de Blancanieves. Unos días después, apareció por allí un príncipe a lomos de un caballo. Y nada más contem-plar a Blancanieves, quedó prendado de ella. Al despedir-se y besándola en la mejilla, Blancanieves volvió a la vida, pues el beso de amor que le había dado el príncipe rom-pió el hechizo de la malvada reina. Blancanieves se casó con el príncipe y expulsaron a la cruel reina del palacio, y desde

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entonces todos pudieron vivir felices. FIN

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La Sirenita

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En el fon-do de los

océa-nos ha-bía un pre-cio-so

pala-cio en el

cual vivía el Rey del Mar

junto a sus cinco hijas, bellísimas sirenas.

La más joven, la Sirenita, además de ser la más hermosa,

poseía una voz maravillosa. Cuando cantaba, todos los habitantes del fondo del mar acudían para escucharla. Además de cantar, Sirenita soñaba con salir a la superficie para ver el cielo y conocer el mundo

de los hombres, como lo relataban sus her-

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manas. Pero su padre le decía que solo cuando cumpliera los 15 años tendría su permiso para hacerlo.

Pasados los años, finalmente llegaron el cumpleaños y el regalo tan deseados. Sirenita por fin pudo salir a respirar el aire y ver el cielo, después de oír los consejos de su padre: �Recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo. Somos hijos del mar. Sé prudente y no te acerques a los hombres�. Y al emergerse del agua Sirenita se quedó de boca abierta. Todo era nuevo para ella. Y todo era hermo-so, ¡fascinante! Sirenita era feliz.

Pasados unos minutos, Sirenita pudo observar, con asombro, que un barco se acercaba y paraba. Se puso a escuchar voces. Y pensó en lo cuanto le gustaría hablar con ellos. Pero miró a su larga cola y comprendió que eso era imposi-ble. Continuó mirando al barco. A bor-

do había una gran fiesta de aniversa-rio. El capitán del barco cumplía veinte años de edad. Sirenita se quedó atónita al ver el joven. Era alto, moreno, de porte real, y sonreía feliz. La sirenita sintió una extraña sensación de alegría y sufrimiento a la vez. Algo que jamás había sentido en su corazón.

La fiesta seguía hasta que repentina-mente un viento fuerte agitó las olas, sacudiendo y posteriormente volcando el barco. Sirenita vio como el joven capitán caía al mar. Nadó lo que pudo para socorrerlo, hasta que le tuvo en sus brazos. El joven estaba inconscien-te, pero Sirenita nadó lo que pudo para llevarlo hasta tierra. Depositó el cuerpo del joven sobre la arena de la playa y estuvo frotando sus manos intentando despertarlo. Pero un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a refu-giarse en el mar.

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Desde el mar, vio como el joven re-cobraba el conocimiento y agradecía, equivocadamente, a una joven dama por haberle salvado la vida. Sirenita volvió a la mansión paterna y les contó toda su experiencia. Después pasó días llorando en su habitación. Se había enamorado del joven capitán pero sen-tía que jamás podría estar con él.

Días después, Sirenita acudió deses-perada a la casa de la Hechicera de los Abismos. Quería deshacerse de su cola de pez a cualquier precio. Y hicieron un trato: Sirenita tendría dos piernas a cambio de regalar su hermosa voz a la hechicera que le advirtió: �Si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola�. Asintiendo a las condiciones de la hechicera, Sirenita bebió la pócima mágica e inmediata-mente perdió el conocimiento. Cuando

despertó se encontraba tendida en la arena de la playa, y a su lado estaba el joven capitán que intentaba ayudarla a levantarse. Y le dijo: �te llevaré al castillo y te curaré�. Durante los días siguientes, Sireni-ta pasó a vestirse como una dama, y acompañaba al príncipe en sus paseos. Era invitada a los bailes de la corte pero como no podía hablar, no podía explicar al príncipe lo que había sucedi-do en la noche que le salvó.

El príncipe no paraba de pensar en la dama que pensaba haber salvado su vida y Sirenita se daba cuenta de eso. Pero el destino le reservaba otra sor-presa. Un día, avistaron un gran barco que se acercaba al puerto. El barco traía a la desconocida que el príncipe llevaba en el corazón. Corrió entonces a su encuentro. Sirenita sintió un agudo dolor en su corazón. Y sintió que perde-

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ría a su príncipe para siempre.

El príncipe enamorado, pidió a la des-conocida dama en matrimonio y al cabo de unos días se celebró la boda. Al día siguiente fueron invitados a hacer un gran viaje por mar, acompañados tam-bién por la sirenita. Al caer la noche, Sirenita, recordando el acuerdo que había hecho con la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a des-aparecer en el mar, hasta que escuchó la llamada de sus hermanas.

- ¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico. ¡Tómalo y esta noche, mata al príncipe! Si no haces, podrás volver a ser sirena como antes. Sujetan-do el puñal, Sirenita se dirigió hacia el camarote de los esposos. Pero cuando vio el príncipe durmiendo, no pudo ma-

tarlo. Arrojó el arma al mar y se lanzó a las olas. Pero, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo.

Amanecía, y las nubes se teñían de rosa y la sirenita oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas. Vio seres mágicos y al notar que había recobrado la voz les preguntó: �¿Quiénes son?� Y le contestaron: - Somos las hadas del viento y estás con nosotras en el cielo. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos. Emociona-da, Sirenita miró abajo, hacia el mar. Se sentía viva. Y levantando los bra-zos al cielo lloró por primera vez. De ahora en adelante, se dedicaría a llevar socorros y consuelos a la gente que os

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necesita. Llevaría una vida mágica, junto al mundo de los espíritus y de los hombres. FIN

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Había una vez una bella joven que, después de que-darse huérfana de padre y madre, tubo que vivir con su madrastra y las dos hijas que tenía esta. Las tres mu-jeres eran tan malas y tan egoístas que se quedaban cada día mas feas.

La bella jo-ven era ex-plotada por ellas. Era ella quien hacia todo el tra-

bajo mas duro de la casa. Ade-más de cocinar, fregar, etc,

ella también tenía que cortar leña y

encender la chi-menea.

Así sus vestidos estaban siempre man-chados de ceniza, por lo

que to-dos la lla-ma-ban Ceni-

cienta.

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Un día se oía por todas partes de la ciudad que el príncipe de aquel país había regresado. El rey, muy contento, iba a dar una gran fiesta a la que iba a invitar a todas las jóvenes del reino, con la esperanza de que el príncipe encontrara en una de ellas, la esposa que deseaba.

En la casa de Cenicienta, sus hermanastras empezaban a prepararse para la gran fies-ta. Y decían a Cenicienta:- Tú, no irás. Te quedarás lim-piando la casa y preparando la cena para cuando volva-mos.

El día del baile había llega-do. Cenicienta vio partir a sus hermanastras al Palacio

Real y se puso a llorar porque se sentía muy triste y sola. Pero, de pronto, se le apareció un Hada que le dijo:- Querida niña, sécate tus lá-grimas porque tú también irás al baile. Y le dijo Cenicienta: - ¿Pero cómo si no tengo ves-tido ni zapatos, ni carruaje para llevarme? Y el hada, con su varita má-gica, transformó una calaba-za en carruaje, unos ratonci-llos en preciosos caballos, y a Cenicienta en una maravi-llosa joven que mas se parecía a una princesa. Y le avisó: - Tu irás al baile, pero con una condición: cuando el reloj del Palacio dé las doce cam-panadas, tendrás que volver

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enseguida porque el hechizo se acabará.

Hermosa y feliz, Cenicienta llegó al Palacio. Y cuando entró al salón de baile, todos pararon para mirarla. El príncipe se quedó enamorado de su belleza y bailó con ella toda la noche. Pero, al cabo de algunas horas, el reloj del Pa-lacio empezó a sonar y Ceni-cienta se despidió del príncipe, cruzó el salón, bajó la escali-nata y entró en el carruaje en dirección a su casa. Con las prisas, ella perdió uno de sus zapatos de cristal que el príncipe recogió sin nada en-tender.

Al día siguiente, el prínci-pe ordenó a los guardias que

encontrara la señorita que pudiera calzar el zapato. Los guardias recorrieron todo el reino. Todas las doncellas pro-baron el zapato pero a nadie le sirvió. Al fin llegaron a la casa de Cenicienta. Y cuando esta se lo puso todos vieron que le estaba perfecto. Y fue así que Cenicienta vol-vió a encontrarse con el prín-cipe, se casaron, y vivieron muy felices. FIN

La bella y la bestia

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La bella y la bestia

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Èrase una vez... un mercader que, antes de partir para un largo viaje de negocios, llamó a sus tres hijas para preguntarles qué querían que les trajera a cada una como regalo. La primera pidió un vestido de brocado, la segun-da un collar de perlas y la tercera, que se llama-ba Bella y era la más gentil, le dijo a su padre: “Me bastará una rosa cortada con tus manos.” El merca-der partió y, una vez ultimados sus asuntos, se dis-puso a volver cuando una tormenta le pilló despre-venido. El

viento soplaba gélido y su caballo avanzaba fatigosamente. Muerto de cansancio y de frío, el mercader

de improviso vió brillar una luz en medio del bosque. Amedi-da que se acercaba a ella, se dio cuenta que estaba llegan-

do a un castillo iluminado. “Confío en que pue-

dan ofrecerme hospitalidad”, dijo para sí es-

peran- zado. Pero al llegar junto a la entrada,

se dio cuenta de que la puerta estaba entre-

abierta y, por más que llamó, na-

die acudió a reci-

birlo. En-

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tró decidido y siguió llamando. En el salón principal había una mesa iluminada con dos candelabros y llena de ricos manjares dispuestos para la cena. El mercader, tras me-ditarlo durante un rato, decidió sen-tarse a la mesa; con el hambre que tenía consumió en breve tiempo una suculenta cena. Después, todavía intrigado, subió al piso superior. A uno y otro lado de un pasillo larguí-simo, asomaban salones y habitacio-nes maravillosos. En la primera de estas habitaciones chisporroteaba alegremente una lumbre y había una cama mullida que invitaba al descanso. Era tarde y el merca-der se dejó tentar; se echó sobre la cama y quedó dormido profunda-mente. Al despertar por la maña-na, una mano desconocida había

depositado a su lado una bandeja de plata con una cafetera humeante y fruta. El mercader desayunó y, des-pues de asearse un poco, bajó para darle las gracias a quien generosa-mente lo había hospedado. Pero al igual que la noche anterior, no en-contró a nadie y, agitando la cabeza ante tan extraña situación, se diri-gió al jardín en busca de su caballo que había dejado atado a un árbol, cuando un hermoso rosal atrajo su atención. Se acordó entonces de la promesa hecha a Bella, e incli-nándose cortó una rosa. Inespera-damente, de entre la espesura del rosal, apareció una bestia horrenda que iba vestida con un bellísimo atuendo; con voz profunda y terrible le amenazó: “ ¡Desagradecido! Te

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he dado hospitalidad, has comido en mi mesa y dormido en mi cama y, en señal de agradecimiento, ¿vas y robas mis rosas preferidas? ¡Te mataré por tu falta de considera-ción!” El mercader, aterrorizado, se arrodilló temblando ante la fie-ra: ¡Perdóname!¡Perdóname la vida! Haré lo que me pidas! ¡La rosa era para mi hija Bella, a la que prometí llevarsela de mi viaje!” La bestia retiró su garra del des-venturado. “ Te dejaré marchar con la condición de que me traigas a tu hija.” El mercader, asustado, prometió obedecerle y cumplir su orden. Cuando el mercader llegó a casa llorando, fue recibido por sus tres hijas, pero despues de haberles contado su terrorífica aventura, Bella lo tranquilizó diciendo: “

Padre mio, haré cualquier cosa por tí. No debes preocuparte, podrás mantener tu promesa y salvar así la vida! ¡Acompáñame hasta el cas-tillo y me quedaré en tu lugar!” El padre abrazó a su hija: “Nunca he dudado de tu amor por mí. De mo-mento te doy las gracias por haber-me salvado la vida. Esperemos que despues...” De esta manera, Bella llegóal castillo y la Bestia la acogió de forma inesperada: fue extraña-mente gentil con ella. Bella, que al principio había sentido miedo y ho-rror al ver a la Bestia, poco a poco se dio cuenta de que, a medida que el tiempo transcurría, sentía me-nos repulsión. Le fue asignada la habitación más bonita del castillo y la muchacha pasaba horas y horas

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bordando cerca del fuego. La Bes-tia, sentada cerca de ella, la miraba en silencio durante largas veladas y, al cabo de cierto tiempo empezó a decirles palabras amables, hasta que Bella se apercibió sorprendida de que cada vez le gustaba más su conversación. Los días pasaban y sus confidencias iban en aumen-to, hasta que un día la Bestia osó pedirle a Bella que fuera su esposa. Bella, de momento sorprendida, no supo qué responder. Pero no de-seó ofender a quien había sido tan gentil y, sobre todo, no podía olvi-dar que fue ella precisamente quien salvó con su sacrificio la vida de su padre. “¡No puedo aceptar!” em-pezó a decirle la muchacha con voz temblorosa,”Si tanto lo deseas...” “Entiendo, entiendo. No te guarda-ré rencor por tu negativa.” La vida siguió como de costumbre y este in-

cidente no tuvo mayores consecuen-cias. Hasta que un día la Bestia le regaló a Bella un bonito espejo de mágico poder. Mirándolo, Bella podía ver a lo lejos a sus seres más queridos. Al regalárselo, el mons-truo le dijo: “De esta manera tu soledad no será tan penosa”. Bella se pasaba horas mirando a sus fa-miliares. Al cabo de un tiempo se sintió inquieta, y un día la Bestia la encontró derramando lágrimas cerca de su espejo mágico. “¿Qué sucede?” quiso saber el monstruo. “¡ Mi padre está muy enfermo, quizá muriendose! ¡Oh! Desearía tanto podderlo ver por última vez!” “¡Im-posible! ¡Nunca dejarás este cas-tillo!” gritó fuera de sí la Bestia, y se fue. Al poco rato volvió y con voz grave le dijo a Bella: “Si me prometes que a los siete días estarás de vuelta, te dejaré marchar para

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que puedas ver a tu padre.” ¡Qué bueno eres conmigo! Has devuelto la felicidad a una hija devota.” le agraceció Bella feliz. El padre, que estaba enfermo más que nada por el desasosiego de tener a su hija prisionera de la Bestia en su lugar, cuando la pudo abrazar, de golpe se sintió mejor, y poco a poco se fue recuperando. Los días transcurrían deprisa y el padre finalmente se levantó de la cama curado. Bella era feliz y se olvidó por completo de que los siete días habían pasado desde su promesa. Una noche se despertó sobresaltada por un sueño terrible. Había visto a la Bestia muriéndose, respirando con ester-tores en su agonía, y llamándola: “¡Vuelve! ¡Vuelve conmigo!” Fuese por mantener la promesa que ha-bía hecho, fuese por un extraño e inexplicable afecto que sentía por

el monstruo, el caso es que decidió marchar inmediatamente. “¡Corre, corre caballito!” decía mientras fustigaba al corcel por miedo de no llegar a tiempo..Al llegar al casti-llo subió la escalera y llamó. Nadie respondió; todas las habitaciones estaban vacías. Bajó al jardín con el corazón encogido por un extraño presentimiento. La Bestia estaba allí, reclinada en un árbol, con los ojos cerrados, como muerta. Bella se abalanzó sobre el monstruo abra-zandolo: “No te mueras! No te mueras! Me casaré contigo!” Tras esas palabras, aconteció un prodi-gio: el horrible hocico de la Bestia se convirtió en la figura de un her-moso joven. “¡Cuánto he esperado este momento! Una bruja maléfica me transformó en un monstruo y sólo el amor de una joven que aceptara casarse conmigo, tal cual

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era, podía devolverme mi apa-riencia normal. Se celebró la boda, y el joven príncipe quiso que, para conmemorar aquel día, se cultivasen en su honor sólo rosas en el jardín. He aquí porqué todavía hoy aquel cas-tillo se llama “El Castillo de la Rosa”.FIN.

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