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RAMON H. JURADO

DESERTORESNOVELA

N\ Manfer,s.a.

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8a . EDICION

PA NA MA

1974

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A JILMA RAQUEL

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PRIMERA PARTE

CAPITULO 1

Anochece a mediados de septiembre . Aquí, eltiempo, solo llega los domingos, precisamente a lahora en que la vieja campana de la capilla se des-gañita . Entonces pregunta por acontecimientos, porsucesos, pero como siempre le responde el rostroinalterable de las mismas casas —¡nada! ¡nada!—continúa viaje, indiferente al pueblo y sus afanes . ..Porque aquí la historia es sencilla, humilde : la cons-trucción de la primera casa de quincha ; la inaugu-ración de la Cantina y la Tienda de Pedro Concep-ción ; la llegada del Padre Jiménez . . . ¡Ah! La lle-gada del Padre Jiménez fue un acontecimiento,porque justamente entonces se empezó la construc-ción de la Capilla, hubo misas y una que otra ro-gativa para recordarle a Dios que por ausencia delluvias los sembríos languidecían.

* * *

Hace poco que la noche entró y el Padre Jimé-nez abandona la casa cural, luego de cerrar con ex-tremada diligencia la puerta única . Acaricia de pa-so los cipreses y empieza la travesía de la ampliaplaza, camino de la Tienda, a ocupar su puesto enla tertulia . Es alto y delgado. Tiene los pómulossalientes y unos ojos pequeños, muy metidos . Una

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frente amplia, escaso pelo gris y barbilla delgada.Los labios van finos, casi una línea imperceptible enla sobriedad del rostro . Viste raída sotana y calzabotas.

Perteneció a los cuadros jesuitas destinados a ca-tequizar a Colombia, pero su espíritu, un tanto de-molido por todas las peripecias de una vida aven-turera —vida de Jesuita— resolvió quebrar votos yechar raíces para siempre en este campito que sele antojó muy lejos de Dios . Empezó así una nuevavida para el sacerdote. Murieron en él las im-pulsivas fuerzas que muchas veces lo obligaron ainternarse en selvas desconocidas, a cruzar ríos ysuperar montañas, con la esperanza de descubrirotras ovejas descarriadas . Y un nuevo estado es-piritual —el contemplativo— se afianzó de él . Tro-có la militancia por la meditación . El Padre Jimé-nez se dijo muchas veces que al pecado no se ledestruía persiguiéndolo, sino más bien descubrien-do a Dios en cada hombre, en cada caso . No eracuestión de encontrar al demonio ; había que exal-tar lo bueno, lo divino que hay en cada criatura.

Desde luego, esta decisión del sacerdote de ama-rrarse a Capira no era hija de un momento ni mu-cho menos un gesto irreflexivo. La disciplina un tan-to militar de su orden molestaba su condición pa-cífica . Además, la fuerza, la imposición, empaña-ban el pensamiento de Cristo . El tenía esa expe-riencia . Cierto que se ganaban almas acobardadaspor el anuncio de castigos inminentes o persegui-das por la descripción del infierno, pero se perdíala fe, es decir, no llegaban hasta la fe . Y esto era,según el entendimiento del Padre Jiménez, des-mentir los más altos designios de la religión . Aquí,lleno con la paz profunda de esta tierra, no sentíaarrepentimiento alguno por haber roto el sagra-do juramento. Ahora empezaba a servir a Dios .

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Camino de la tienda, el sacerdote revivía la his-toria del pueblo . De ese pueblo que era parte deél mismo . Primero fueron unos cuantos ranchos,diseminados caprichosamente, sin otra función quela de servir de refugio temporal a los hombres . Lue-go, conversando siempre, consiguió alinearlos ; ro-bar a la llanura espacio, y hacer esa amplia plazapor la que ahora caminaba . Su mayor triunfo fuela construcción de la capilla . Lo otro, el arribo dehombres que bajaban desde muy lejos para cono-cer al Padrecito; la decisión de muchos de arrai-garse para siempre allí, a su lado ; el creciente pú-blico para sus sermones dominicales, eran cosas conlas que contaba el sacerdote desde el momentomismo en que rompió con la Orden de Loyola . Poreso, camino de la Tienda, el Padre Jiménez pensa-ba en el pueblo, en sí mismo.

Cierta vez, cuando el ritual de la misa termi-no y él se disponía a abandonar la iglesia, detúvo-se ante un feligrés cuya cara reflejaba una pro-funda angustia . Preguntole cuál era la causa de suaflicción, a lo que el hombre contestó, entre incohe-rencias y palabras cortadas, con otra pregunta : "sia Dios únicamente se llegaba por la oración ". Fijóen él su mirada y luego de meditar por breves ins-tantes, respondió:

—No, tú puedes llegar a Dios por todas las cosasque te rodean.

Mas como el visitante insistiese en la angustiosaexpresión, fue más explícito:

—Es decir, si amas a tu tierra, tu casa, tu mu-jer; si tratas con cariño todas las cosas que tú mi-ras, que han sido hechas por El, estás venerandoa Dios, acercándote a El.

Entonces el hombre sonrió haciendo gestos afir-mativos con la cabeza . Esta y muchas otras situa-ciones parecidas vivió el buen sacerdote . Por eso

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ahora, llegando a la Tienda, pensaba en el pueblo,en sí mismo.

—Buenas noches Padre —se apresuró a saludaralguien que descansaba sobre un banquillo.

Integraron el mismo grupo de todas las noches.Casi siempre era el Padre quien llevaba la conver-sación, mas ahora, Pedro Concepción, viejo andaluzabandonado por la Colonia en esta tierra, alarmis-ta y charlatán, en cuanto hubiéronse sentado, noti-ficó al cura de algo que hacía rato discutía con suscontertulios:

—Mal anda esa cosa, Padre —dijo.—¿Qué queréis significar, Pedro Concepción?—La política, Padre —esclareció el español . La

capital está revuelta.—¿Quién te ha informado, Pedro Concepción?

—Yo diría que era un correo . Tocó la tienda encamino a San Carlos . Bajaba de Panamá . Estuvolargo rato hablando y dijo que no andaba bien lacosa . A poco le tocan a usted una corneta y es ho-ra ya que estamos nuevamente en el tira y corre.

—Exageras, Pedro Concepción y la mentira no escristiana.

El informante contrajo el ceño y movió los hom-bros con gesto de resignación . El hecho de que al-guna vez hubiese contado las noticias con algo desu fantasía ; el que en más de una ocasión echaraa rodar una verdad supuesta, que luego fue con-firmada ; y el que otras tantas sus datos quedaransin confirmarse, no eran razón suficiente para queno se le creyese . Mortificábanle las observacionesdel Padre Jiménez. Las sonrisas escépticas que amenudo dejaban su conversación en suspenso, erancosas que lo perturbaban. Y él tenía sus motivos .

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Acontecía que ellos no se daban cuenta de lo queél sí percibía : el pueblo —¿qué estaba diciendo?¿Pueblo? ¡Bah! Caserío realmente—, el caserío,pues, no podría vivir sin él, es decir, sin sus noti-cias . Cierto que más de una vez trájole sus doloresde cabeza . Pero qué significaba eso ante el sober-bio espectáculo de ver todo un pueblo, ¡qué dice!,caserío, discutir, comentar, desarrollar, esclarecer,interpretar, rebatir, agitar, examinar, ilustrar, ex-plicar, aclarar, acrecentar, perfeccionar la noticia,—¡vamos hombre!, hay que decir la verdad—, esafrase se le ocurrió mientras atendía un pedido develas . A veces sucedía que en cuanto echaba a ro-dar una noticia sentábase en el portal y podía, conincreíble facilidad, ver la información dar la vuel-ta a la plaza, huir por el trillo que lleva a la Sie-rra y retornar a él . Cuestión de opiniones . Pero es-taba seguro de que así tonificaba la salud del "ca-serío". Muchas veces pensó seriamente en la posi-bilidad de que la población no despertara a la si-guiente mañana. Sobre todo, al amanecer de unanoche lluviosa, torrencial . Se vive quietamente, hayen todos los ojos tanta tristeza —como si se miraraun punto indescriptible en la lejanía— que él, Pe-dro Concepción, cree que aquí la gente no quierevivir . No tiene nervios . Pero el pueblo sí : todoslos pueblos tienen nervios . Y ellos, únicamente ellos,dan la vida. De allí la razón de esas noticias dePedro Concepción : tocar los nervios del pueblo.

—Bueno Padre, quizás aumente un poquito, pe-ro quiera Dios que no me quede corto.

—Los políticos creen atender siempre la voluntadde los demás, que ellos llaman mayoría, pero sola-mente obedecen a sus propias convicciones —seabstrajo el Padre Jiménez.

Pedro Concepción lo miró atónito . Otro de lospresentes asentía sistemáticamente . En eso, llegó

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hasta la conversación un galope de caballo queatravesaba la plaza camino de la Tienda . Pron-to, frente a ellos una voz gritaba:—iPedro Concepción . . .!Frenó violentamente el corcel y sobre el suelo an-

duvo un claro sonido de espuelas . Ya en el por-tal, el jinete se quitó el grueso capote que le cu-bría y fue hasta la prolongación de la solera paracolgarlo . Luego regresó a la Tienda.

—Vamos hombre, si es el Teniente. Ni más nimenos que un fantasma encapotado —bromeó Pe-dro Concepción.

—Afuerita llueve y el viento es frío —explicó elvisitante.

Se dirigió al sacerdote:—¿Cómo se encuentra, Padre?—Obedeciéndole al Señor, Antonio.Terminados los saludos, Pedro Concepción pre-

guntó:—¿Bueno Teniente, cómo están las cosas por allá?Hubo silencio . El Padre Jiménez se entretuvo en

contar los botones de su pechera, costumbre en laque se divertía su extremada paciencia.

—Pedro Concepción, tú siempre buscándole trespies al gato ; las cosas están bien.

No fue la vaguedad de la respuesta ; tampocoel que creyera en las fantasmagorías del español.Seguramente fue el tono, un tanto dudoso en larespuesta del Teniente, lo que obligó al Padre Ji-ménez a preguntar:

—No mienta, Antonio; somos gente de confian-za .

—Lo sé Padre, pero es el caso que no veo razónpara alarmarse. Asuntos de política nada más.

—¿Otra revolución? —indagó entusiasmado elandaluz.

—No creo . Solo se nos ha dado el alerta ; estar

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acuartelados para cualquier emergencia.Cambiando de tema, Antonio se dirigió al sacer-

dote :—¿Cómo ve usted la cuestión política?Jiménez sonrió:—Yo no soy político, Antonio . Es cuestión que

no me interesa.—Ahora soy yo quien le dice que no mienta, Pa-

dre —cortó el militar socarronamente.—Me adhiero a la opinión del Teniente.—La política es una necesidad humana . Es fac-

tor esencial en las relaciones del hombre . Así la veoy desde este punto de vista me interesa . Creo ade-más en la necesidad que hay de que todo hombrepiense y actúe políticamente . Ello anularía la pa-sión baja y no permitiría las actitudes sospecho-sas.

—No veo muy claro, Padre —advirtió el espa-ñol.

Los otros componentes del grupo —hijos del pue-blo —asentían frecuentemente sin que al parecerles interesase mucho la conversación.

—¿Se refiere usted a la situación actual? —pre-guntó el Teniente forzando una respuesta categó-rica del santo varón.

—No me dirá usted que está muy clara.—No lo diré, pero creo indiscutible la necesi-

dad de una seria reforma constitucional.—Yo sostengo el punto contrario, Antonio, pero

tratándose de un paso tan trascendental como elque se piensa dar, creo que son precisas ciertascondiciones.

—¿Qué condiciones, por ejemplo?—Cierta tranquilidad espiritual ; sereno estudio

de la situación política; intervención de distintoscriterios . . . etcétera.

—Tiene razón, Padre, pero creo que todo eso se-

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rá consultado a su debido tiempo.—Dios lo escuche —cerró el sacerdote.Pedro Concepción liberó un gesto nervioso —en-

cogimiento de hombros— y exclamó:—¿Será bueno café, eh?El Padre Jiménez y el militar salieron al portal

mientras los otros dos parroquianos, de lejanas mi-radas, de profundo pensamiento a fuerza de me-ditar sobre lo mismo, apretaban sendas pipas, cua-driculando su silencio con los puntos y apartes desonoros escupitajos.

En el portal, sobre la frente de unas piedras "vi-vas" robadas a algún riachuelo cristalino, las es-puelas del Teniente dejaban rastros sonoros . A sulado, el Padre Jiménez caminaba pensativo, aca-riciando los botones de su pechera . Fueron hasta laesquina derecha.

La noche era oscura. Una delgada llovizna ale-targaba el caserío y de la Sierra bajaba un vientohelado. De la plaza solo llegaba la luz de la canti-na y el eco de golpes que daban a una mesa . Detiempo en tiempo resbalaba una maldición profa-na que se abría bago las sombras para perdersepor cualquier recodo.

Las noches, estas noches campesinas de los pue-blos, se adornan de un aire dramático, —medi-taba el Padre Jiménez . Hay como un raro dolor enla forma de las casas y los ranchos . En los horco-nes torcidos de los portales hay un inexplicable te-mor a erguirse y un deseo de huir . . . huir . ¿A quése huye? Los vientos solo son visitantes . No son delcaserío . Bajan fugitivos de las montañas rumbo atierras que se ignoran, y llegan porque el pueblovive en su camino . Los vientos van, corren, ¿temero-sos de qué? ¿Fugitivos de quién? Los hombres van,van lentos, perezosos, llenos de miedo, camino dealguna parte. Solo en el día parecen detenerse .

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Pero al llegar la noche, se agachan, arrastrándosemiedosos, conservando palabras para una conver-sación presentida, escondiéndose en los ranchoscomo si trepasen a un barco sin destinación . Sesiente ese transitar involuntario . Las cosas todasvan . Caminan hacia Dios . Baja uno de El ; ca-mina un trecho corto en que se piensa poder vivirsin su ayuda, mas al poco tiempo se palpa la ne-cesidad, el deseo de subir hasta Dios, y el espíritu,obediente a esas fuerzas vitales, abandona la ra-zón y se orienta hacia El . La vida es un claroeclipse entre Dios y Dios.

Hundido en sus meditaciones, el Padre Jiménezacariciaba los botones de su pechera.

Continuaba cayendo la llovizna y, por momen-tos, ráfagas de viento frío metían la lluvia hasta elportal.

—Caminemos —pidió el sacerdote y juntos re-gresaron hacia la otra esquina del portal.

Se aproximaban ya al lugar en donde piafabael caballo del Teniente, cuando éste, sujetando alPadre por un hombro, le indicó dos bultos acosta-dos en el suelo . Detuviéronse un instante para lue-go aproximarse con cautela . Seguramente se tra-taba de dos campesinos que bajaron de la monta-ña al comenzar el día y que ahora dormían la bo-rrachera poblana antes de retornar a la Sierra . Noera la primera vez que tal cosa acontecía . Muchasveces los sermones dominicales se fundamentaronen estos relajamientos que el Padre Jiménez siem-pre atribuyó a las flaquezas humanas.

—Miga usted! —llamó el Teniente Antonio a losque dormían.

Idéntica sorpresa asomó en los rostros cuando uncuerpo menudo se incorporó, llenos los ojos de mie-do, como animal sorprendido .

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—¡Santo Dios, si es un niño! —exclamó el sacer-dote inclinándose.

Sonrió el militar cuando el niño, temeroso de losimportunos, cruzó los brazos sobre el pecho del hom-bre que dormía, en actitud defensiva.

—No temas, somos amigos —ofreció el militar.El niño continuó imperturbable, los ojos fijos y los

labios ligeramente abiertos, dejando ver unos dien-tes afilados.

—Son indios —observó el Teniente.—De lejos han llegado.Acercose más el militar y, deseoso de establecer

contacto, tendió un brazo al niño, que respondiócon un salvaje manotazo, gruñendo quedamente.El Teniente soltó a reír, mientras que el sacerdote,profundamente conmovido, atinó a exclamar:

—Hijo mío, si eres una fierecilla.En eso la voz gruesa de Pedro Concepción llamó

para tomar café .

* * *

Se iban llegando las nueve horas de la noche.Ahogaban la conversación los presentimientos ypropósitos . Pedro Concepción habló. Conocía a esoscristianos que pernoctaban afuera, medio cuerpoen el portal, medio cuerpo en la plaza, bajo la llo-vizna fría . Es decir, los conocía como conoce PedroConcepción a todos los cholos que bajan los domin-gos . Llegarían a la Tienda al doblar las doce deldía para comprar lo indispensable . Los recuerda por-que le hizo gracia el niño, que junto al quicio de lapuerta se entretuvo cazando piojos . Cree que sunombre es Lorenzo . Rosa Lorenzo, Luego, Concep-ción habló de la felicidad de esa gente, sin preocu-paciones y de necesidades elementales . Una borra-chera de seco significaba un evento extraordinario

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y eso de estar tendido allí era natural y lógica con-clusión de un fin de semana en el pueblo . Desdeluego, él aseguraba que esos indios dormidos eranfelices.

El Padre Jiménez era de distinto parecer . Soste-nía que el indio no encontraba placer en esa borra-chera torpe . Únicamente era para su espíritu chato,limado por largas caminatas, turbio por la perspec-tiva idéntica de los mismos paisajes, una rara sen-sación . Tampoco nueva . Solo el militar no opinó.Estuvo serio, meditabundo . Parecía que el trágicocuadro del portal hurgaba dormidos recuerdos . Qui-zás pensara en el destino de Estercita . Estercita,su hija, la niña cariñosa, capaz de mitigar esa pro-funda nostalgia que lo agobiaba desde la muertede su esposa . Sí, tal vez el militar pensara que lavigilia de un niño es un cuadro tremendo.

Antes, en su agitada vida de militar, en las fre-cuentes asonadas y revoluciones, tropezó con eseespectáculo repetidas veces ; mas entonces, o provo-cábale risa la expresión del niño, o le movía a có-lera . Ahora pensaba de distinta manera . Un niñoera su Estercita, cosa que se pierde fácilmente . ¿Quésería de ella si un día él durmiese sobre un portalcualquiera? ¿Estaría seria, acariciándole la barbacomo en su costumbre, o por el contrario, su peloafricano escondería las lágrimas de un llantosentido, desolado? Imposible . Estercita es él mismoy él es Estercita . Ella no puede morir ; no puedesufrir ; no puede vigilar en un portal el sueño de . ..nadie . Es que un niño no debe morir ; no debe su-frir . ..

—¡No debe vigilar! —exclamó en voz alta el Te-niente Antonio Becerra.

Español y sacerdote se volvieron sorprendidos ha-cia el militar, y éste, un tanto apenado, explicó:

—Pensaba en el niño ; en la vigilia del niño .

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Avanzaban los primeros claros del amanecer yPedro Concepción tomaba una taza de café mien-tras contemplaba el profundo sueño de los indios.Borrachera grande debía padecer el viejo campesi-no para dormir tanto. Tiempo era ya de despertar.El día estaba próximo y el peón caminero debíaaprovechar el fresco de la alborada . Bueno seríadespertarles. Tal vez la borrachera persistía . Masno. Era mejor esperar . Sueño de indio es como cre-ciente de río a media noche : sepa Dios qué trae enel fondo.

Se internó Pedro por más café y al regresar son-rió satisfecho: los durmientes del portal se despere-zaban . Acercose el español saludando cariñoso.

—Buendía, Lorenzo . Ya las claras te alcanzaron.—Güen día, señor . Lejos me ha dejado er sueño.—Pasa adelante . Tengo café para ustedes.—Dios se lo pague, señor.Tomando el café, Pedro Concepción dijo que el

Padre Jiménez deseaba hablarle . Nada respondióel indio, pero siguiole en silencio, sintiendo a su es-palda los menudos pasos del pequeño.

—Padre Jiménez! ¡Padre Jiménez!--¡Voy, Pedro . Ya voy!Era la hora en que el sol acompañaba a un di-

charachero cordón de gallinas al centro de la pla-za .

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CAPITULO II

—iVictorian000l ¡Victorian000!De pronto, desde uno de los lados de la capilla,

más precisamente, soltándose de la rama baja deun naranjo maduro, partió veloz un niño rumbo ala tienda del español.

—Mande, señor Pedro.—¿Trepado en el naranjo, eh? —Corre a casa

del Padre y dile que las cosas andan mal . Pana-má está revuelta.

Emprendió carrera el muchacho, pero a los po-cos pasos se detuvo . Volviéndose al tendero, pre-guntó:

—¿Qué es eso de revuelta, señor?Hizo el español ademán de lanzarle una piedra

y huyó Victoriano a plaza traviesa hacia la habi-tación del sacerdote. Dueño del portal, Pedro Con-cepción soltó a reír frenéticamente.

* * *

Dos años habían transcurrido desde la mañanaaquella en que el Padre Jiménez pidió al viejo Lo-renzo que dejara en la capilla al pequeño Victoria-no. Dos años largos en que el buen sacerdote luchótenazmente contra el ancestro y la selva . Pero la

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tenacidad del padre fue ganando terreno a la re-sistencia del niño . En un comienzo se le vio andarhuraño, silencioso, añorando la sierra . No era fá-cil precisar sus sentimientos . Inútiles resultaban losesfuerzos del sacerdote por ahondar su espíritu.Nada. Solo esa mirada de fuego a la que el sa-cerdote buscaba traducción . Pasaba horas y horas,las piernas cruzadas, la barbilla sobre la mano de-recha, metido en un sombrero tosco hasta las ore-jas, mirando el camino que llevaba a los montes.

Ibanse los días y todo llevaba a creer que el niñojamás se curaría del dolor de la sierra . ¿Mas, porqué no huía? ¿Acaso no era, pese a sus pocos años,conocedor de los caminos? El viejo Lorenzo lo ad-virtió: "Padre, no será por mucho tiempo . Yo lodejo y él se va". ¿Qué lo retenía? ¿Ese senderoque tanto contemplaba, no lo llevaría a su sierra?¿Entonces, por qué no huir? ¿Por qué no perderseentre las sombras de la noche y al amanecer, comoviejo baqueano, orientarse hacia las tierras altas?Saber que Victoriano no quería alejarse consolidólas esperanzas del sacerdote . Victoriano Lorenzo se-ría cristiano.

Paulatinamente, Jiménez fue aproximando elplato del niño a su mesa . En los primeros días noera posible hacerlo comer . Para conseguirlo fuepreciso que la comida quedara en el plato aban-donada. Más tarde accedió a entrar a la cocina.Pero al comedor, junto al Padre, pasaron muchosmeses antes de que aceptara.

Lo esencial era hacerse su amigo . Conquistar suconfianza . Comprometer su cariño. Todo ello fueun tremendo esfuerzo y un nuevo experimento psi-cológico del Padre Jiménez. Pedro Concepción,tiempos después, se preguntaba cómo fue posibletal suceso. Domesticar la fierecilla resultó duro tra-bajo . Mas el niño llegó a querer entrañablemente

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al sacerdote . Juntos se les veía a los atardecerestransitar los alrededores. En los oficios sacramenta-les era Victoriano su ayudante mejor . Los domin-gos, sus ojos no disimulaban el goce de sonar y so-nar la vieja campana del templo . Fue uno másque bajó para quedarse.

Ocho meses más tarde —aseguraba el sacerdo-te— Victoriano leía con tanta rapidez que casi po-día decirse que era capaz de estudiar al mismotiempo.

Cayeron los días y los años como hojas inútilesde naranjos, en la era cálida en que el norte ten-so baja peinando la selva . Habitantes de muchoslugares se establecieron para siempre en el tranqui-lo pueblo que, poco a poco, se alejó de la viejaestampa campesina para ensayar piruetas urba-nas . Y no solo mudaron las cosas . Fue como si loshombres de antaño se hubieran ahogado en estanueva vida mucho más compleja y nerviosa . PedroConcepción, obeso, mangajo, escondido en unosmostachos robustos, peligrosamente cerca de lamuerte, cuidaba la tienda de siempre, ahuyenta-da de la plaza por nuevos establecimientos . El Pa-dre Jiménez, a quien solo restaba de entonces lacostumbre de acariciarse el pecho, sobrevivía al do-lor de sus articulaciones reumáticas . Eran ídolos delviejo tiempo y ya tenían en la memoria del pueblouna hierática importancia.

Era el saldo escaso que restaba de la tertulia deotros años . Porque el asiento del Teniente AntonioBecerra y López, maltrecho y muy cubierto de pol-vo, rodó en pedazos cuando anunciaron que habíamuerto a palos en la plaza de San Carlos . Fue loincreíble, lo impresionante . El final de una época,

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de un tiempo querido que se parapetaba canosofrente al progreso . Poco después se anunció lamuerte de Pedro Concepción y el Padre Jiménezviajó para establecerse en Calobre. Partió solo, ín-grimo, pues al momento de alejarse habló enérgi-camente al pequeño Victoriano Lorenzo, en el sen-tido de que debía trasladarse a San Carlos a casadel difunto teniente Becerra y López y cuidar muchoa la huérfana Estercita, pues aunque junto a ellaestaba Chefa, la sirvienta, siempre era convenientela presencia de un hombre en la casa . Dos muje-res solas estaban expuestas a muchos peligros . Asíél, Jiménez, podía irse tranquilo a Calobre porqueestaba seguro de que Victoriano cuidaría de la hijade su gran amigo, ajusticiado por órdenes del Ejér-cito en la plaza de San Carlos.

Así pues, partió el buen sacerdote a servir aDios en Calobre y Victoriano Lorenzo tomó caminode San Carlos, a la casa de la niña Estercita.

De la vieja tertulia, solo el asiento del TenienteAntonio Becerra y López se cubrió de polvo canoso.Un día, cansado de ser inútil, cayó deshecho, mien-tras la ausencia del militar prometía ser definitiva.

Aquí empiezan la leyenda y el misterio a envol-ver su vida, porque la vieja casa de Becerra y Ló-pez estuvo cerrada mucho tiempo. Y la frondosaveranera, el ancho portal lleno de sombras, todo,todo en el viego caserón se empapaba de un pro-fundo silencio . Sí, allí se escondía una muchachaloca . Aseguraban que también Chefa, la vieja sir-vienta, estaba loca . ¿Y el cholo, ese cholo Victoria-no, acaso estaba cuerdo? Cuando se le preguntabaalgo no contestaba . Siempre andaba silencioso y

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con los ojos encendidos comprando cosas para la ni-ña Ester.

Unos decían que en las noches se reunían lostres junto al alero de la cocina y, sin hablar, sepasaban horas y horas, la mujer tendida en unahamaca, mirando al cielo, Chefa fumando tabacoy el cholo Victoriano garabateando una hoja de pa-pel. Pero las puertas jamás se abrían . Sí, esa mu-jer estaba loca . En todas las comidas pedía un ado-bo de palomas titubúas que el cholo cazaba dia-riamente para ella.

Un día las conjeturas del pueblo ganaron funda-mento. De Bogotá llegó un señor, a todas luces en-copetado, y se llevó consigo a la muchacha . En-tonces el cholo Victoriano se fue a la Sierra y soloquedó (lefa en el viejo caserón . Todos, todos ase-guraban que el silencio se hizo más espeso .

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SEGUNDA PARTE

CAPI'T'ULO I

Tiene el tiempo en la montaña una profundagravitación . Duele . Pesa . Va estrechando el alma,ahogándola, y muchos hay que desesperan . De-sesperan solo de ver las hojas caer, desprevenida-mente, como si al filo de un golpe último dehastío se abandonaran agonizantes de melancolía.Y el río, ese río que se conoció siempre, jamáspermite descifrar su idéntico gemir sobre las pe-ñas . Veces hay en que se asfixia y, en un intentode superar el acento paralítico de las piedras,monta el límite de las riberas y huye más allá,olvidándose de los hombres y las cosas . Es que enla montaña el tiempo tiene esa desesperante fas-cinación : los árboles se adelantan rígidos, her-méticos, para abrir, luego de correr un tanto dela tierra, el regazo de sus manos corpulentas ; laspiedras se empapan en la profunda seriedad dela cosa estática ; los hombres son inexplicablemen-te más silenciosos, y todo es el tiempo, ese tiem-po de la montaña cargado de una fuerza oscura.

Mas no solo son los montes los enfermos ; ellostienen la gloriosa perspectiva del invierno que seadentra entre canciones de lluvia nueva renovan-do los colores . También padecen las llanuras ama-

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rillentas y desahuciadas, los campos meditabun-dos y los pueblos; los pueblos, que aunque sonhijos de la tierra, resultan ilógicos a la perenni-dad de la montaña ¡Ah, los pueblos largos y del-gados, heridos por caminos en cruz, que agonizanclavados al madero de la tierra dura! ¡Sí! Ellostienen una vida animal también . Los hay bajos,oscuros, tímidos . Existen los mediocres, de tallacomedida, sin exigencias mayores . Los otros sonbrillantes, prominentes, casi que imprescindibles.Vivir en esos pueblos indefinibles es abandonar-se a la mediocridad, a la pastosa medianía . Setiene la sensación de permanecer en el fondo deun pozo cualquiera mientras que la vida, comoun loco vendaval, toca rugiendo la única ventana.Un pueblo así, blanco de arena y polvo era SanCarlos cuando Ester regresó de Bogotá . Poco; muypoco, había cambiado durante los largos años pa-sados en la capital . No podría explicar ahora, esaextraña desesperación por volver, por regresar . In-útiles fueron los consejos de los familiares, lasadvertencias de los amigos : quería volver a supueblo, a su tierra, y no supo decir porqué . Tampo-co lo podría decir ahora.

Ester se levantó violentamente y caminó ner-viosa por el jardín . ¡Liberal ; ella liberal! Entre ro-sas caminaba y su rostro sereno, juguetón, se te-ñía con una sonrisa maliciosa . 1 )entro, Josefa pre-paraba las luces de la casa . Tras los cerros langui-decían los últimos jirones del ocaso . Allá, sobre elmar, una mancha de pájaros marinos dibujabafantásticos diseños . Venía la noche, la noche desu pueblo, arrastrando siempre un cortejo de recuer-dos . A su regreso supo del infeliz suceso que llevó

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a la cárcel a Victoriano . Era increíble : VictorianoLorenzo asesino . Pero si fue tan bueno, tan ino-fensivo, tan servicial como el hermano más solíci-to . Injusticias . . . el gobierno no hacía más que in-gusticias . ¿Acaso no era famoso por sus desafuerosese nefasto Pedro Espejos? ¡Regeneradores . . .!

Se afianzaban las sombras y Ester transitabapensativa por los senderos del gardín . Los atarde-ceres lentos, agónicos, llenábanla de nostalgia.Cuando pensaba en su tierra . . . en su pueblo . ..alentaba por momento furtivas esperanzas . Perosiempre sentía el temor de languidecer escondidaen un recodo de los montes, como una joya queenvejeciera entre el polvo de la calle . Desde quedejara la capital sintió con toda su fuerza elcambio de ritmo en el tiempo . Allá era el con-vencionalismo, la insensibilidad al detalle coti-diano. Acá, la lenta y profunda gravitación delas horas: la fuerza de los detalles ; la progresivaimportancia de las cosas insignificantes que vantocando desesperadamente el alma.

—Niña Ester . . . ¡Niña Ester! —Avanzó la voz deChefa desde el interior de la casa.

—¿Qué te acalora, Chefa? ¿Qué sucede?—Niña —se acercó la mujer, y prosiguió en ba-

ja voz— allí está el Teniente . Es la tercera vezen la semana.

Hizo un guiño pícaro con los ojos.--Chefa, Chefa . . . En seguida estoy.—Buenas noches, Teniente Sotomayor . La plaza

sin novedad —saludó Ester apenas entró a la sa-la .

—Buenas noches, señorita Ester . Eso disipa te-mores . Pero un centinela nunca está de más ; las

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noches son oscuras —devolvió el militar.—Tome asiento.Hubo un silencio corto, embarazoso.—En estos momentos ese lazo rojo es compro-

metedor . Y para colmos siempre lo usa.—Usted le da mucha importancia a la coque-

tería femenina, mi . . . Teniente.Y sonrió con delicadeza la muchacha, acarician-

do el lazo.--No lo dudo señorita Ester, pero permítame

que le diga que usted no ilustra aquello de lafrivolidad de las mujeres.

iJa . . . ja . . .! ¿Cómo así, Teniente?--Su lazo siempre es rojo . ¿No cree que sobran

colores tan agradables como el rojo?—¡Qué perspicacia! El ejército colombiano está

lleno de diplomáticos . . . ja . . . ja ¿Y qué deduceusted . . . Teniente?

—Perdóneme señorita, me he explicado mal . Na-da pienso . Solo que frente a ese color siento lapresencia del enemigo.

—¿Cómo, lo ve en todas partes?Una ligera confusión corrió por las pupilas del

militar . Con un ligero movimiento adelantó elbusto hacia la mujer:

—¿Piensa que le tememos?--Teniente . . . ¿cómo puede pensar tal cosa . . .?

¡Ja . . .! Ha . . .!—Ester, nunca sé si usted es amiga o enemiga.—Ja . . . ja . . . —volvió a reír la muchacha, tornan-

do la mirada hacia el rincón en donde pendía elretrato de su padre.

El militar permaneció un momento pensativo . Lamiraba de manera lejana . Más bién había vueltolos ojos hacia adentro, como si intentara ordenarsus sentimientos . Advertido de lo que hacía apar-tó bruscamente la vista, desviando el tema .

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—Es usted una mujer sorprendente . Yo diría quehay algo de extraño, de misterioso en su persona.

—Es que usted se empeña en hacerme su ene-miga . ..

—No . . . no es eso . . . es . ..—¿El lazo rojo?

—No le gustan mis ojos . ..—No es eso . . . No es . ..—¿Le molesta mi risa . . .?—Por favor, señorita.

—Ester, por favor, no continúe: ¿cómo puedehablar así?

El oficial tomó un tiempo para proseguir:—Me refería a usted misma, Ester . Hay en us-

ted algo que seduce . . . que convence . Y le advier-to que no soy el único que piensa así.

--Vamos Teniente, me hace pensar que es obli-gación de todo militar el ser galante.

--Usted siempre burlándose, Ester.—Bueno, Teniente Sotomayor —hablaba la mu-

chacha sonriente-- dígame qué es lo que la Ofi-cialidad piensa de mí.

--Oh, no es nada malo . Allá se habla muchode usted . La visitan tantos. ..

El militar contuvo la expresión, pues sintieronpasos en la calle próxima que, indudablemente,se dirigían a ellos.

—Buenas noches —dijo un coro de cuatro voces.—Vamos, qué fortuna : el Estado Mayor en mi

casa! —chisteó Ester.Instantes después era un grupo amigo que se

miraba indiscretamente.—¡Chefa! —llamó Ester.—Sí niña, mande, pues.—Sírvenos café, por favor, Chefa .

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Entre los recién llegados se encontraba un hom-bre que vestía traje civil . Tenía una expresión sere-na y sus modales eran francos . Francisco CéspedesRoca se llamaba y, al parecer, lo traían andanzaspolíticas.

—¿La quiere mucho, eh? —preguntó uno de losvisitantes.

—Piense usted que es como mi segunda madre.—Perdone ; señorita ; no fue mi deseo despertar

recuerdos.—Descuide; no soy de las que curan el dolor

olvidándolo . Así no cicatriza . No creo en la nece-sidad de huir de los recuerdos . Lo esencial es hacerun amigo de cada pensamiento doloroso, así co-mo se añoran los buenos momentos.

—¡Maravilloso señorita! —observó el civil . Algoparecido expresaba un soneto que oí recitar a Da-río hace algún tiempo.

—Es don de poetas decir en forma bella loque a veces todos intuimos.

—Es cierto.Chefa se aproximó con el café. Ello hizo más

franca la conversación y las voces se enredaroncon carcajadas. Uno de los oficiales, levantándose,fue hasta el ángulo en que descansaba el retrato.

—¿Algún pariente?—Mi padre nada más.Y para cortar una conversación que seguramen-

te le molestaba, se dirigió al civil:--¿Hace poco llegó de la capital?—Para ser exacto, esta misma tarde. Poco an-

tes pasé por Panamá . Estoy en lo que podría lla-marse un viaje político.

—Ajá, cierto ; estamos próximos a la campaña.¿Y cómo encuentra la situación?

—Bueno, para serle franco, no está bien . Peronunca nos hemos hecho ilusiones con este Depar-

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tamento. Con su perdón, señorita, el Istmo ha si-do siempre reaccionario al progreso ; no ha sidoconsecuente con sus benefactores . ..

Ester, hembra de violentos sentimientos, de im-precisables reacciones, pudo, mal que bien, sofo-car el fuego de sus ojos.

—Pensé que iba a referirse al Estado de San-tander ; o tal vez al Gran Cauca; pero siendo co-mo es su afirmación desearía que me explicaseaquello de reaccionario al progreso y eso relativoa la obediencia al benefactor.

—Lamento haber provocado su enojo ; señoritaBecerra . Fue sin querer . No hubo mala intención,se lo juro.

—!Qué gracioso! —rio Ester . Si no me enoja, nofaltaba más. La política no me interesa . Es tancomplicada . . tan incomprensible . . . Eso es cosa dehombres inteligentes . . . ja . . . ja . ..

—Oh, . . . es usted tan bella como sabia . . . señori-ta Ester.

—Vamos, la política disputando la gracia a lamilicia.

—Ja . . . ja . . . es invencible —declaró un oficial.Ya lo había dicho. . . ja . . . ja . ..

—Cierto ; es invencible.De pronto, bajando desde la calle silenciosa,

llegó nostálgica una guitarra . Dulces notas deuna vieja canción que provocaba olvidadas reso-nancias . Luego, en el ámbito de esa noche blan-ca, se dejó oír el lamento de un trovador vaga-bundo.

Ester y los visitantes escucharon en silencio. Lamelodía se alargaba, portadora de viejos moti-vos inconfesables. No era la luz blanca de esaluna cruel e inconmovible ; tampoco era un deseoespecial, determinado. Había una extraña vague-dad, un vacío en la noche soledosa que corrían a

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llenar antiguas formas adoradas. Sin esfuerzo, seimaginaban los caminos canos, largos, como cana-les de leche por el vientre de la noche.

—Un amante que ofrece serenatas.Ester quedó un tanto pensativa y luego, entre

pausas, intervino:—Un trovador que canta a la noche.

—No tiene mala voz —ayudó alguien.—Acompaña con gusto.—Ester, un tanto agobiada por la compañía, y

con un deseo particular de estar sola, forzó la des-pedida entre sonrisas:

—Muy tarde es para estar en la calle ; pasemosa la sala.

--Cierto; tarde es y mejor nos retiramos —plu-ralizó el político dando las buenas noches con unbreve discurso.

Sola, fue a la cama cuando las luces se silen-ciaron .

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CAPITULO II

Una tarde Ester bordaba en el portal al ampa-ro de las veraneras . Con la aguja dejaba un ras-tro de trazos artísticos mientras que, en su inte-rior, hilvanaba recuerdos, revivía nostálgicamentetrechos del pasado . Era una amena labor. Pormomentos sonreía, sonreía con languidez, o porel contrario, deteniendo la acción, clavaba la mi-rada en un punto cualquiera, abstrayéndose.

En un gesto que repetía a menudo, levantó latela a la altura de los ojos, los brazos extendidos,para contemplar, así, el progreso en la labor,cuando sintió unos pasos que desde la calle avan-zaban hacia el portal . Apartó el paño, pero la ve-ranera nada dejó ver . Segura de que la visitaban,suspendió la tarea, cuando en el portal se detu-vo de pronto un hombre pequeño, de fuerte con-textura, cubierta la cabeza por un sombrero de pa-ja de largas alas y aguda copa. Los dos miráron-se por largos segundos hasta que la muchacha,con una sonrisa ancha, feliz, exclamó:

¡Victoriano!—¡La niña Ester!Fue un abrazo emocionado, expresivo, como un

intento mutuo por simplificar la tremenda signi-ficación del tiempo transcurrido . Ester se despren-

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(lió de los fuertes brazos del cholo y, alejándoseunos pasos, lo miró firmemente.

--Victoriano Lorenzo . . . Victoriano Lorenzo, quiénlo esperaba . . . Mi cazador de titibúas —decía lamuchacha como si hablara consigo misma.

Y en lugar de la figura tosca de este hombre,en el sitio en que estaba su sombrero ridículo yesta corbata de lazo sumamente sufrida, surgióel espectáculo imponente de un coro trágico quecontaba . . . ¡uno . . .! ¡dos . . .! ¡tres . . .! ¡cuatro . . .! ¡cinco . . .!¡seis . . .! una plaza inmensa . . . una plaza hostil, yella muy sola . . . terriblemente sola . . . Sí, sí, vieneun muchacho que anda por la casa . . . que no sa-le . . . que la cuida, y Chefa toda abrazos . . . todamimos . . . El muchacho llega siempre hasta ellacon un collar de palomas muertas, ese mucha-cho . . . sí, sí . . . ese muchacho . ..

—¡Victoriano Lorenzo! —vuelve a exclamar enalta voz, ante la rígida figura del hombre que lamira con unos ojos firmes, ardientes, y una sonri-sa afable.

—La niña Ester es ya una dama . ¡Cómo se vael tiempo!

—¿Qué has hecho? ¿Qué ha sido de tu vida?¿Cómo te trataron?

—Ya verá usted; ahora soy un asesino que hacumplido su pena —dijo Victoriano con acentoamargo y como avergonzado.

—Ven, sentémonos . ¿Te acuerdas de Chefa?—Yo tengo buena memoria, niña Ester.—¡Chefa! ¡Chefa! —gritó la muchacha soltando

los frenos del entusiasmo.Tras las cortinas asomó el rostro amplio de

la campesina.—¿Mande la niña?—Trae café para el señor —señalando a Loren-

zo— y para mí .

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RAMON n . JURADO

La campesina miró con rigor al hombre y,avanzando de cuerpo entero, gritó con alegría:

—¡Niña, pero si es Lorenzo!—El mismo —se presentó Lorenzo.—¿Verdad que no ha cambiado, Chefa?• —Pero si está mesmito.Lorenzo sonreía, amigo siempre del hermetismo.—En seguida vuervo ; como que taba colándolo

—advirtió Chefa mientras ponía cortinas de pormedio .

* * *

Esa noche las puertas de la inmensa casa endonde vivía Ester permanecieron cerradas a la ca-lle. En el patio, al final de un alero, se reanimóla vieja escena : en la hamaca Ester ; recostado auno de los horcones, Victoriano sobre un taburete;angular, semegando descansar sobre los tobillos,Chefa en una banqueta . De la cocina, por unaventana superior, salía al espacio el humo delga-do de un fogón al rescoldo.

Victoriano Lorenzo habló . Dijo que días antes dela partida de Ester para Bogotá, la voz de su tie-rra lo reclamaba intolerante. Pero calló su nece-sidad porque no se resignaba a alejarse y aban-donarla, sabedor de su pena . Mas en cuanto laniña Ester hubo partido, ya nada era superior alllamado de sus montes . Tomó camino de la Sie-rra, arribando justamente cuando su padre agoni-zaba.

—¿Qué es del Padrecito? —fue lo primero quepreguntó el viejo Rosa Lorenzo.

—Quedó en Calobre la última vez. No lo hevuelto a ver.

Tiempo después, tras larga agonía, murió el vie-jo Rosa Lorenzo . Por herencia legole dos fincas

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preciosas bautizadas con los nombres de El Cacaoy La Trinidad . Mas hubo otra cosa que tambiénheredó: el prestigio que su padre sentara entre sugente de hombre honrado, laborioso, justo, hastael extremo de que parecía existir un tácito conve-nio entre los conmarcanos para aceptarlo comojefe de la comunidad: producto todo esto de lar-gos años de permanente pelea contra una tierrahuraña; de escrupulosidad en el uso de los dere-chos; de atinados juicios en las disputas tribales.

El retorno de Lorenzo significó la aceptación deun cargo que ya tenía en la imaginación de losvecinos . Venía de otras tierras donde alternó conlos blancos ; sabía otros oficios y se rumoraba queera hombre de conocimientos.

Y fue así como al morir su padre, heredó tam-bién un puesto prominente en la comunidad, con-cedido por la confianza y la simpatía.

Entonces, transcurrió su vida sin alternativas,cuidando las fincas que producían para vivir sinapremios, y de juerga en alguna "junta", cuandose desbrozaba un terreno o se "cargaba " un ran-cho.

Cierto día recibió Lorenzo notificación de trasla-darse a Penonomé, citado por el Alcalde del lu-gar.

—Lo he llamado, Lorenzo —habló el Alcalde--para una cuestión muy importante.

-A su mandar, señor.--Es el caso que la Prefectura cree necesario

que alguien represente a la autoridad en esas tie-rras del Cirí y Trinidad, que, si no me equivoco,hace mucho tiempo están sin ley.

—Perdone señor, pero somos buena gente y nonecesitamos autoridad.

—No digo lo contrario, Lorenzo, pero nunca so-bra un representante de la justicia . Esta Prefectu-

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RAMON FI . JURADO

ría, por conocerlo bien, lo distingue al hacerlo austed Regidor de esos contornos.

—Sepa su excelencia, con el perdón debido, quedicho por usted es cosa de ley y digo esto paradecir que bien está lo que su señoría resuelve.

El nuevo cargo en nada alteró la vida comu-nal . De tiempo en tiempo enviaba el Regidor has-ta Penonomé notificación de los progresos que enel ornato del campo se notaban, conseguidoscon el pago de fajinas al fisco . Mas, como no haybien que dure cien años ni humanos que lo con-sientan, apareció por esas soledades un sugeto denombre Pedro de Hoyos, de no muy santa cara nimejores intenciones, altanero y parlanchín, conánimo de hacer jolgorio, quien permaneció allíuna semana, desapareciendo al cabo, tal comollegara, por cualquier camino . Cosa de dos mesesmás tarde reapareció, en compañía esta vez, pre-guntando por Victoriano Lorenzo.

Al atardecer de ese día encontrábase Victo r ianoen casa de José de la Cruz Gil, hermano de 'rere-so Gil, buenos amigos los dos del Regidor, cuan-do de pronto vieron llegar a Pedro de Hoyosacompañado por dos vecinos de Capira . A pocospasos del sitio en que descansaban Victoriano ylos otros, detúvose el tal Hoyos —que no por he-chos buenos era llamado también Pedro Espe-jos—, y en tono sonoro preguntó:

—¿Eres tú Victoriano Lorenzo?—Para lo que se le ofrezca al señor --respon-

dió Lorenzo, abandonando el asiento.Los hermanos Gil presenciaban silenciosos y le-

janos la escena.—Vengo para que sepas que el Regidor de Ca-

cao, Trinidad y Cirí soy yo, Pedro de Hoyos, porvoluntad del Alcalde de Capira, que son estos si-tios de su jurisdicción .

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El hombre soltó un enorme escupitajo que casialcanza los pies de Lorenzo, quien, encendidos losojos, habló pausadamente mordiendo una sonrisa.

—Preciso es que conozca el señor que los sitiosde Cacao, La Trinidad y Cirí son territorio del Dis-trito de Penonomé antes de que yo naciera.

Hoyos, desconociendo la observación que Loren-zo le hiciera, con la altanería frecuentemente usa-da por la gente de ciudad, replicó:

—He venido a dar conocimiento . Solo hay unRegidor en estas tierras y ese soy yo, Pedro deHoyos, ¡vive Dios! Y desde este momento, comoprincipio, los impuestos, diezmos y primicias sonasuntos que atenderé . Y al que se niegue lo lle-varé amarrado a la cárcel de Capira.

Dicho lo anterior, Pedro de Hoyos giró en redon-do con sus acompañantes, perdiéndose por el tri-llo que lo trajera . Lorenzo quedó estático, en suslabios aún la sonrisa, siguiéndoles con la vista.Luego regresó al asiento que abandonara a la lle-gada de los forasteros.

—¿Ha visto osté, manu Victoriano? —dijo Tere-so Gil, solicitando con los ojos una declaración.

—¡Qué talla de cristiano! —manifestó, asombra-do, Cruz Gil.

Lorenzo, parco en el hablar, con el ceño recogi-do, los ojos fijos y lejanos, advirtió:

—Disgustos y calamidades tendremos.Esa vez Victoriano retornó a su casa con la con-

fianza de haber encontrado la solución al proble-ma. No sabía a ciencia cierta si los sitios de Ca-cao, ' I1 rinidad y Cirí eran gurisdicción del Distrito dePenonomé o si pertenecían a Capira . Se le nom-bró Regidor y no pensaba renunciar ; pero el talPedro Espejos tenía desmanes de hombre peligro-so y ya habían llegado rumores de sus andanzas,como el que afirmaba que era éste un evadido de

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la justicia, de donde resultaba razonable notifi-car al Alcalde los hechos sucedidos.

Al siguiente día no se alejó a los montes, comoera hábito, sino que, lleno de esperanzas, escribióuna carta al funcionario, que así decía:

" República de ColombiaDepartamento de PanamáRejiduría de los Sitios de Trinidad, Cacao y Sirí.El Cacao, Diciembre 29 de 1890.Sñr. Prefecto de la Provincia de Coclé.El suscrito Rejidor de los mencionados sitios,

con todo el respeto debido ocurro ante la autori-dad de V. en solicitud de protección a los indivi-duos sujetos a mi jurisdicción.

Es el caso, Señor Prefecto, que de tiempo in-memorial los referidos caseríos Trinidad, Cacao y Si-rí son parte del Distrito Municipal de Penonomé,gobernados siempre por los Rejidores que nombrael alcalde del aludido Municipio, y pagan sus ve-cinos, sus impuestos del trabajo personal subsidia-rio, pecuario, Diezmos y primicias a los recauda-dores de Penonomé . Pero ahora, un tal hombreque dice llamarse Pedro de Hoyos, natural de Sin-celejo, en el departamento de Bolívar y que de su-poner es que no por hechos justos y morales, ha-ya abandonado su familia e internadose avivirentre indios tan inocentes como Sencillos, asala-riado por los recaudadores de impuestos, Diezmosy primicias del Distrito de Capita pretendiendocon Amenazas, y con su carácter de hombre deotros lugares cobrar los impuestos públicos a losvecinos de los Sitios, de la comprensión de esteDistrito Municipal.

Vuelvo a llamar la atención de V . de que esossitios, desde tiempo inmemorial, han

correspondido y corresponden a Penonomé y corresponde aV. poner coto a los avusos que pretende ejecutar

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el tal Hoyos, pues amenaza que llevará amarra-dos para la cárcel de Capira a los que no paguenel trabajo subsidiario y demás impuestos en elDistrito de Capira.

Soi del Señor PrefectoS .S .

Victoriano Lorenzo':

Casi toda la mañana consumió el quejoso enescribir la carta que con toda solicitud envió esemismo día al señor Prefecto de Penonomé. Toma-da tal medida, Victoriano sintiose más confiado,pues creía sinceramente en la razón de su causa.Pedro Hoyos era un aventurero. Relatos conocidosafirmaban que escapó de la prisión en que cum-plía condena en su departamento natal y poraquí, en donde la acción de la justicia descansa-ba en el respeto y temor que la gente buena sen-tía por los actos del gobierno, evitaba la sanciónpública sabe Dios por cuál delito . Sus desmanesde hombre audaz tal vez impresionaran el ánimode los moradores sencillos, pero él, Victoriano Lo-renzo, sabía del proceder del blanco, como tam-bién que sobraba en sus venas coraje para hacer-se justicia.

Los días se hicieron semanas . Las semanas se di-lataron y del Municipio de Penonomé no subíacomprobante de que el señor Alcalde estaba enautos de los sucesos, ni de que había tomadomedidas para solucionar el conflicto . Sin embargo,en el ánimo de Lorenzo anidaba una confianzaabsoluta en el poder de la Justicia.

Era el atardecer del sábado 23 de abril de 1891y victoriano descansaba sobre un taburete apoya-do en la vergüenza de una de las puertas del

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rancho de Miguel Rodríguez, animando una con-versación simple, tal vez reconstruyendo la jorna-da vencida . Ya el sol languidecía y la sombra po-derosa de los cerros se estiraba tal que copas in-vertidas por los valles . Llegaban del monte cerca-no frágiles lamentos de animales cobardes o dé-biles que huyendo a la muerte, trazaban fantásti-cos caminos . Venía la noche . La noche montaraz,cautivadora, que lanza un viento húmedo, parali-zante, como heraldo mudo, a danzar por esas tro-chas sombrías.

De pronto, por el trillo que llevaba al caminoreal —camino real de los blancos, allá abajo, alo legos, más allá del "guabo Maldito ", luego devadear el "Charco de la Tulivieja", casi junto a lamar distante —vieron venir un grupo presurosode gente forastera.

Lorenzo y los contertulios, que no eran otros queMiguel Rodríguez y su muger, cortaron de golpela conversación haciendo esfuerzo para identificara los extraños . Pero en el claroscuro del anoche-cer solo eran sombras que avanzaban.

Se me hace que será el tal Hoyos —aventuróMiguel Rodríguez.

La mujer, con un gruñido sordo, dejó oír:—Mal ánimo traerá el cristiano.Lorenzo permaneció inalterable y solo cuando

los visitantes se detuvieron a pocos pasos dió se-ñales de vida. Había placidez, tranquilidad, infan-til inconsciencia en su expresión.

—¿Tú eres Lorenzo, verdad?—A su mandar, señores.Lorenzo reconoció a Pedro Hoyos y diosa cuenta

cabal de lo que sucedería . No en balde caminó enla tarde para arribar al anochecer. Había en susgestos son de pelea . Aunque no localizaba el bri-llo de sus ojos, sabía que no rondaba legos la tra-

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gedia . Y quienes lo escoltaban no eran sus ami-gos: allí estaba sonriente Pablo Morán, con unalarga puya que movía maliciosamente ; ConcepciónCárdenas, tercerola en mano, listo para disparar;serio peligrosamente, aguardaba José de Jesús Ri-vera, machete en mano ; el mismo Hoyos traía lalustrosa escopeta imprudentemente montada . Sí,Victoriano comprendió que el crimen no era ex-traño a la intención de los forasteros.

Hoyos habló nuevamente:--Oye Lorenzo, tú estás acostumbrado a burlar-

te de la justicia . Te advertí que tus robos del sub-sidiario debían terminar . ¿Te crees muy hombre,verdad?

Lorenzo permaneció firme, mirándole a la caray como quien realiza esfuerzos respondió:

—Vea Pedro Hoyos : no trate de insultar en bal-de, Usted . ..

—¡Tú engañas a tu gente pero a mí no, Loren-zo. Eres un cholito relamío . . . ¡Aprésenlo mu-chachos! —gritó Hoyos ordenando a su escolta.

Victoriano no hizo resistencia, y fue atado.Miguel y su mujer, atónitos, atontados, mira-

ron al grupo que se alejaba empujando al prisio-nero.

Cuatro días más tarde, presa de una furia oscu-ra, confusa, Lorenzo escribía en el tenor siguiente:

"Señor Alcalde del Distrito Capital de laProvincia de Coclé:

Ante Ud . respetuosamente me dirijo: Yo el sus-crito Rejidor, de los Sitios Trinidad, Cacao y Sirí,nombrado por su excelencia y juramentado conarreglo a la lei, y desde antes con el antiguo Al-calde señor Eligio ()caña por quien fui autorisado

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al veintiseis de Octubre del año 89 quien tam-bién se dirigió al Señor don Jaime Caries reco-mendándome ante la oficina de esa Alcaldía, aquien yo le expliqué y le dije que si más taldeyo no estuviera algún atropello por las autorida-des de Capira quien me ofreció el Sñr . Dn. J. C.y el señor alcalde que no, por lo que ofresí pres-tar mi promesa y firmar la diligencia para cons-tancia, y de esa época ora e tenido a Pedro Ho-yos de enemigo en lo que me á injuriado conmuchas imposiciones que no me las a de poder

probar que yo no creo que a Ud . no le alga envia-do algunas, y por último llegarse el caso deamarrarme y ponerme en el camino para el M.de Capira con sus dos comisarios y un particulary el delito es por ser yo Rejidor nombrado por laAlcaldía de Penonomé y no e acometido un cri-men ni mis vecinos tan poco el ver muerto estesujeto . Respetando mi carácter y a un mismotiempo por estar mui ignorante si estos terrenos co-rresponden a Capira o es verdad que a Penonomé,pero este individuo se a licenciado el mismo altomarme a tenido a su Destino de Rejidor de Ca-pira y se lo pongo en conocimiento para el casosi Ud. se le da poco aprecio con que yo haiga si-do amarrado como un criminal y todas las bur-las de este hombre que ami me ase y me a echosean garantizadas y yo me quede sufriendo comoimpabido Ud . me contestará Señor Alcalde lo queaten tenga y según sus medidas del caso.

Esto me apasado el Sabado fecha veintitrés delpresente delante de dos comisionados y cuatroparticulares en donde allegado armado de unaterserola amontada para dispararme y una punta

desenvainada los dos comisarios el uno con unapunta y el otro con una escopeta y el particularcon una escopeta, y me amarraron por espacio de

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dos oras caminando para Capira y me mandó sol-tar por que yo ofrecí le daría la gente y que nome volvía ameter en articulaciones para que mesoltara para tener tiempo de enviarle a Ud . elsucedido, espero que esto sea castigado y los co-misarios también y sino se verifica esto para yoentonces aser justicia y después que no me persi-gan.

El Cacao 28 cíe abril de 1891.Dios guarde á Ud . Señor Alcalde.

Victoriano Lorenzo "

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CAPITULO III

Entonces, precisamente entonces, fue aquello, elaccidente, la conmoción total, el hecho irrevoca-ble . Como el grito impetuoso, sorpresivo, que seempina en la espesura ; el viento atrabiliario quedescarna, corta y desaparece —Asaltante noctám-bulo— por la brecha abierta de algún desfiladero;o el arponazo traidor de una coral desde la húme-da oquedad de la hoja invertida ; el río desquicia-do, vengativo, que avanza, avanza cansado de sertonto y maquinal, segando esperanzas, haciendola historia olvidadiza de las riberas, depositandoal mar o al cauce idéntico de otro más tonto elporvenir estático de una tierra olvidada ; o diga-mos que fue igual al zarpazo del gato insomnedesde una rama baja a la espalda desprevenida;o al gesto irrenunciable de un aletear de murcié-lagos en el firmamento angosto de una madre-vieja oculta ; también fue como la explosión tráns-fuga de la luciérnaga, como el hecho contundentedel tronco que rueda ladera abajo, como el vuelosilbante de una flecha entre las ramas, hasta en-cender el grito agónico del ave en las alturas.

Esa tarde del Sábado 23 de junio de 1891 ce-

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rró violentamente entre gritos de fiesta y alaridosde indios borrachos . Eran los días secos del vera-nito de San Juan y Justo Rodríguez designó la fe-cha para el traslado de su trapiche. Fue una "Jun-ta" de amigos y familiares que trabajaron incan-sablemente toda la jornada, libando abundantechicha fermentada, mascando tabaco, entre chanzasy dichos maliciosos.

Cuando el sol aleteaba lánguido sobre la cimamás lejana, cortaron la faena y todos, con ánimofestivo, se dirigieron a casa de Justo Rodríguez . Lo-renzo, como siempre, era el jefe de la fiesta, tanalegre y locuaz entonces como José de la CruzGil, cantor y bailarín incansable ; Tereso Gil, her-mano y de idénticas características, aunque estavez, cosa que observó Victoriano, permanecía dis-traído, quizás meditando; tan alegre como Mi-guel Rodríguez, siempre animoso para el trabajo,y los otros, Ramón Rodríguez, Baltazar Rodríguez,Tomás Arias, Trinidad Rodríguez y Januarios Agra-jé, quienes cantaron y bailaron a su turno, ausen-te en ellos toda prevención.

—¿Qué te pasa Tereso Gil? —preguntó Lorenzoarrastrando aguardentosas sílabas, casi ininteligi-bles, por los filos de unos dientes apretados.

Tereso Gil, más moderado, sonriendo para notraicionar el espíritu de fiesta, respondió.

—Sabe, manu Victoriano, argo hay que no en-tiendo. Una cosa ej er dicho y la verdá otra . Toysitiando argo malo. Argo que no güelo, pero queta mal.

—¿Qué será lo que tiene Tereso Gil, pues? —di-jo como para sí Victoriano, sonriendo maliciosa-mente . A decir verdá yo también espero.

Lorenzo cerró la advertencia con un grito loco,desaforado y, apartando a Justo Rodríguez quebailaba, empezó a danzar como un atrabiliario,

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sin ritmo ni designios, una encadenación insanade brincos y gestos. Empujados todos por el entu-siasmo del Manu Victoriano soltaron a dar saltosy hacer visajes, organizando un fantástico baile.

Cerca a la casa había unos pocos hombres ymujeres que seguían con cierto contento las peripe-cias de los danzantes . De pronto llegó hasta elcerco de curiosos el sonido de unos pasos en carre-ra y desprevenidamente abrieron camino a unhombre que se precipitó hasta la casa de JustoRodríguez.

Nervioso, profundamente atemorizado, gritaba:—¡Mano Victoriano, mano Victoriano, viene Pe-

dro Espejos!,Hubo un instante en que pareció que ninguno

alcanzaba a entender lo que el hombre exponía.Mas en seguida, como en quien aflora un recuerdodesagradable, Lorenzo se volvió con dificultad:

—¿Qué es lo que pasa, Sebastián?—Pedro Espejos viene con cinco capireños, Ma-

nu Victoriano.—Si la ley no es ley, nosotros seremos ley— fue

la respuesta.De la fiesta solo quedó en la habitación Loren-

zo, con una escopeta en la mano; a su lado, Jus-to Rodríguez, con un lustroso machete . Pero fuecosa de instantes, pues casi en seguida regresaronlos hermanos Gil, los primos Rodríguez, TomásArias y Januarios Agrajé, unos con escopeta, otroscon machete; y hubo uno a quien la precipita-ción solo permitió un cuchillo de caza.

Lentamente, como un precario regimiento deavanzada, los hombres fueron abandonando la ca-sa, en los rostros visible la profunda decisión . Sesituaron en un descampado, frente al rancho deJusto Rodríguez . Allí estuvieron algún tiempo, co-mo a la espera de un acontecimiento . De pronto,

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se oyeron pasos que subían desde las sombras . Se-rían las nueve de la noche y horas hacía ya quela montaña debía dormir . Sin embargo, sobre elcandil de Justo Rodríguez se avivaba el insom-nio de la Trinidad.

Apareció el grupo. Los hombres llegaban sabeDios con qué designios . Al frente, Pedro Espejos,andarín de mil caminos, salteador de la fe tontade los ignorantes, resto de alguna banda malhe-chora disuelta por la mala suerte . Traía desma-nes del que absorbió la conciencia.

—iLorenzo, indio bronco, vengo por vos! —gritóPedro Hoyos, descolgando la escopeta que tercia-ba en el hombro.

Victoriano adelantó dos pasos para responder:—Tú o yo, Pedro Espejos.Los brazos de Hoyos se iluminaron con una vio-

lenta llamarada y sobre la cabeza de Tereso Gilpasó silbando una descarga, Otro fogonazo partióde manos de Lorenzo y por allá un grito esten-tóreo:

—¡Policía, policía, degüello, degüello, fuego, fue-go, degüello . Ay, ay, me matan, me matan!

Era la voz de Pedro Espejos, herido. Otras des-cargas sonaron y Hoyos rodó por el camino enque los amigos de Lorenzo perseguían al resto delgrupo, montaña abajo.

Luego fue la inconsciencia, el hecho oscuro . Unoshombres que gritan, que acribillan la noche conlas bocas de sus fusiles, que danzan en torno alcadáver sangrante . Es una furia loca e inconteni-ble . Pedro de Hoyos es arrastrado con diez y sie-te machetazos en el pecho, mientras un puñadode gritos borrachos cuelga en la noche como elcanto trágico del cocorito .

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Pasaron los días en que apuñalaba una dudaterrible . ¿Atrincherarse en la montaña y desafiarla ley de los blancos? ¿Rendirse al imperio dela justicia y confiar en la ecuanimidad de loshombres? ¿Acaso no se había hecho justicia, senci-llamente justicia? Pero . . . ¿qué camino seguir aho-ra, cuando de la noche oscura solo quedaba unazozobra tremenda, asfixiante? Se puede huír porel monte virgen y perderse tal vez para siempre.También, oponer a la ley la ley de los que fue-ron siempre indios tan buenos como sencillos.

Pero si la conciencia es solo fuerza en los débi-les, también lo puede ser en los valientes . Lleva-ría hasta los hombres su inquietud y ellos diríanla palabra suprema. Resonaba en su interior, co-mo un canto lejano de campanas, la voz del Pa-dre Jiménez: "Busca en el hombre lo bueno, aDios; no busques al Demonio".

Una mañana, días más tarde, cuando ya JuanB. Peñalosa, Alcalde de Capira, organizaba cuadri-llas para cazar al cholo insurrecto, al filo de lasocho horas del amanecer del 3 de julio de 1891,haciéndose abrir el despacho, Victoriano entregó-se a la autoridad del Prefecto de Penonomé.

—La noche del Sábado 23 maté a Pedro Espe-jos en defensa propia .

* * *

Bien entrada estaba la noche cuando Lorenzoconcluyó el relato de su vida, de esa vida suyaque pareció dislocarse en cuanto Estar partió ha-cia Bogotá . Estuvieron un tiempo silenciosos . El'viento tenía un ruido especial entre los mangoscercanos y por el suelo se arrastraba la voz angus-tiada de las hojas secas.

—Mendoza se portó bien conmigo —prosiguió

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Lorenzo . Fue mi abogado ; hizo todo lo posible porayudarme. No me quejo. Es un buen hombre . Yole estoy agradecido.

Mirando fijamente a Ester le preguntó:—¿Bueno, niña, y de su vida qué fue? Yo creí

que no la volvería a ver.—Si supieras Victoriano . Bogotá fue distinto, al-

go insospechado. Fue como si de pronto me hubie-ran abandonado en el centro de una plaza llenade gente. Imagínate lo que aquello significó pa-ra mí. No sé ni cómo logré habituarme hastasentirme bien en aquel ambiente . Tuve profesores.Mis primas se esmeraron en ayudarme, alentándo-me, enseñándome maneras y costumbres . Mis pa-rientes son personas muy bien relacionadas, demodo que por allí desfilaba diariamente lo másconspicuo de la ciudad. ¡Oh, qué cosas. . .! Figúra-te, Chefa, aquellos señores tan serios, tan respeta-dos, enamorándome y relatando chistes comocualquier hijo de vecino. Pero un día sentí nostal-gia de esta casa, que solo allá supe cuánto que-ría. Ja . . . ja . . . la cara de Chefa cuando me viollegar . ..

—iPero ni qué decirlo! ¡Ta uno entregao porentero, barre que barre y de pronto la mesmitaen la vergüenza de la puerta!

—Pienso que mejor se hubiera quedado la niña.—Explícate, Victoriano . ¿Qué quieres decir?—No, nada.Nuevamente el silencio . Por el sur se alejaba

el coro de las hojas secas .

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TERCERA PARTE

CAPITULO I

—¡Ven . . . regresa . . . no huyas . . . no huyas. . .!—!Eaaa! Antonio . . . no huyas . . . retorna . . . rínde-

te! ¡Ríndete!¡Pam . . .! ¡Pam. . .!—¡Asesinos . . . Criminales . . .! Huye. . . huye. . . es-

cóndete y regresa . . . ¡Viva el Partido Liberal!

***

¡Vive Dios! Está vivo. . . está vivo . ., ¡ja ja ja! No,no tiene fiebre. Solo es una cortada sobre la pier-na derecha. ¿Dónde está? Lodo . . . ¡únicamente lo-do! ¿Cuál es el camino? ¿Será posible? Señor . ..ja ja ja . . . es el camino de la muerte. . . de la muer-te . Ah . . . el mundo se distancia . . . el mundo es uncanto de cigarras fugitivas.

Voces le despertaron:—¡Capitán, es inútil . Le atraparemos!--!Pam! !Pam!

Balas perdidas hacia la copa de todos los árboles.¡Godos miserables, sanguinarios! Es extraño cómohabita la muerte en todas partes : en los árboles,en el lodo, en la sangre que corre por la pierna .

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Si no es el tiempo . . . ni el alma . . . es la muerte loúnico eterno y trivial.

—IPam! ¡Pana! Rabi-cenizo cobarde, ríndase!¡Cobarde! Cuatro balas quedan en la recámara

de la pistola . Jamás pensó que el suicidio fueratan sencillo, tan intrascendente . Pero es precisocaminar . . . alejarse . ¡Ah, la pierna!

—¡Capitán! ¡Capitán!Parece lejana pero está presente la voz . Se arras-

tra torpemente sobre el fango . No importa haciadónde camina. Ya la tarde se despide y muy pron-to alcanzará la selva virgen . Viene del mar unviento húmedo que tumba las hierbas frías . Sesostiene de lianas y bejucos colgantes; avanzaabrazándose a algún árbol con enfermo empeñopor disimular los rastros de una fuga desesperada.

Tiempo más tarde, densa oscuridad le señala elregazo de la selva . Por fin, la soledad deseada.Sí, la soledad, con sus extraños habitantes . Creeoír ladridos, y un acento lejano —¡Capitán!— peroal volver espaldas, nada, nada que no sea la cla-ridad en los linderos de la selva . La imaginación.La imaginación vencida por la muerte, allá dondeel último llamado se empinó huraño en la ma-leza.

Franjas de aire que logran vencer el cerco de lamontaña aseguran que pronto vendrá la tempes-tad. Viento marinero con memorias de espumashuyendo hacia la tierra firme. Octubre. Lluvia traslluvia: truenos y convulsiones hasta que la iracun-da Santa Rita descanse. Ya se oye el frenético ru-gir del tigre ensoberbecido . Un pájaro nerviosochilla sin acomodarse . ¡Quién sabe por qué ramashuye esa trashumante, esa despavorida cuadrillade monos, los suspicaces, los tremendamente hu-manos cariblancos! Sobre las hojas muertas y ate-ridas, se delata el paso de los gatos en busca de

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más espesos matorrales . Hay momentos en quegritos indescifrables como arpones lanzados alazar, quedan tensos en el techo amplio de la jun-gla ; quedan esos aullidos horribles como presen-tes voces cavernarias . A ratos un silbido en la pe-numbra traza un olvidadizo sendero rumbo a hon-das lobregueces : es la vertiginosa cascabel, cantode plata, muerte de bromo. O tal vez —¿por quéno, en el recinto de la muerte?— sea el tránsitode la furtiva, de la subrepticia bocaracá . Mas nohay que confundirlo con ese andar nervioso, deses-perante, unas veces fugaz, otras de una lentitudpremeditada, de las ratas. Avanzan, chillan sinjustificación, y desde la cobija de una hoja diseca-da, saludan el silencio necesario de la muerte dehumilde manera.

Ahora, aquí en el centro o frente al principioinapelable del hombre, siente un inexplicable de-seo de gritar, de reír, denunciando el asedio dela especie . Allá afuera los mastines soeces del go-bierno solicitan su muerte; aquí la selva anunciael categórico desenlace . ¿Por qué huye entonces?¿Por qué todavía, conociendo el final, hay muyadentro una esperanza delgada, una poderosa vo-luntad de subsistir? Se arrastrará toda la noche, lesostendrán los bejucos, las lianas o los arbustos,pero ha de avanzar . ¿Hacia dónde? ¿Hacia dóndeque no aceche la muerte? ¿Y si esta selva no con-cluye; si esta tiniebla no fallece ; si aquí jamásha descendido la luz, para qué el intento vano?¿Cómo llegó al seno de estas sombras, cómo su-peró la agonía de la muerte en la pierna? Perdo-na, Señor Todopoderoso, que se inquiera a tus ar-canos. Pero no puede, no puede . El galope de lasangre enloquece, esas voces no dan descanso, loschillidos, la presencia viva de las cosas da miedo,espanta y vence, Señor .