Quiroga 2005 - Disonancias en Arqueología Histórica

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Werken Universidad Internacional SEK [email protected] ISSN (Versión impresa): 0717-5639 CHILE 2005 Laura Quiroga DISONANCIAS EN ARQUEOLOGÍA HISTÓRICA: LA EXPERIENCIA DEL VALLE DEL BOLSÓN Werken, segundo semestre, número 007 Universidad Internacional SEK Santiago, Chile pp. 89-109 Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal Universidad Autónoma del Estado de México http://redalyc.uaemex.mx 1/22

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Quiroga 2005 - Disonancias en Arqueología Histórica

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WerkenUniversidad Internacional [email protected] ISSN (Versión impresa): 0717-5639CHILE

2005 Laura Quiroga

DISONANCIAS EN ARQUEOLOGÍA HISTÓRICA: LA EXPERIENCIA DEL VALLE DEL BOLSÓN

Werken, segundo semestre, número 007 Universidad Internacional SEK

Santiago, Chile pp. 89-109

Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal

Universidad Autónoma del Estado de México

http://redalyc.uaemex.mx

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07-048-053 Arqueología Argentina 22 copias

Revista Werken No 7, Segundo Semestre 2005, Santiago de Chile. Pág. 89 - 109

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DISONANCIAS EN

ARQUEOLOGÍA

HISTÓRICA:

la experiencia del valle del

Bolsón

DISSONANCES IN HISTORICALARCHAEOLOGY:the experience of Bolsón valley

LAURA QUIROGA*

* Becaria post doctoral CONICET- Docente del Departamentode Historia de la Facultad de Filosofía y Letras. [email protected]

RESUMEN

Se plantean problemas teóricos y metodológicos

propios de la arqueología histórica como campo

disciplinario, considerando aspectos tales como

la relación entre historia y arqueología, la

segmentación de los campos disciplinarios y

representaciones coloniales involucradas en la

definición de los mismos. Se brinda una revisión

crítica de los supuestos sobre los cuales se define

la pertinencia de un período Hispano-indígena

y colonial en los esquemas de periodificación

del noroeste argentino. Por último se plantea la

experiencia del Valle del Bolsón (Belén,

Catamarca, Argentina) como caso de análisis.

ABSTRACT

Theoretical and methodological problems

inherent to historical archaeology as a disciplinary

field are discussed here, considering aspects

such as the relationship between history and

archaeology, and the division of disciplinary

fields and colonial representations involved in

their definition. A critical revision is provided

on the assumptions underlying the relevance of

a Hispanic-indigenous and colonial period to the

periodization schemes in the Argentinean

Northwest. Work at the Valle del Bolsón (Belén,

Catamarca, Argentina) is presented as a case

study.

Palabras clave: arqueología histórica,

experiencia colonial, espacios rurales

Keywords: historical archaeology,

colonial experience, rural spaces

Recepción: 3 de Octubre de 2004

Aceptación: 30 de Marzo de 2005

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I. INTRODUCCIÓN

La historia del Valle del Bolsón, es ante todo una historia de fragmentos materiales ydocumentales discontinuos con los que sin embargo, buscamos interpretar el paisaje rural -las estanciasy potreros- como ámbito material de relaciones sociales. Se propone someter a discusión la pertinenciade las escalas regionales y temporales de observación planteadas a partir de la información documentaly los restos arqueológicos en el Valle del Bolsón (Pcia. de Catamarca, Argentina). Para esto se haplanteado una estrategia de investigación destinada a generar la información que diera cuenta de laerosión y crisis de la estructura de asentamiento prehispánico y la conformación de un nuevo paisajede carácter colonial. Un proceso observable sólo en términos de larga duración, esto es, una serie deestructuras de asentamiento, de vida material, de relaciones sociales que se expresan como un juegoentre la continuidad y discontinuidad histórica. Sin embargo, no se buscó reconstruir una secuenciahistórica lineal de asentamientos, esto es, que no esperamos una secuencia material que refleje paso apaso la historia reconstruida con documentos escritos sino, construir el relato en virtud de lasdiscontinuidades materiales registradas en el espacio, como evidencia de continuidad y cambiosoperados en las estrategias de reproducción social que no siempre responden a la periodificaciónhistórica ni a la división de campos académicos vigentes.

II. ARQUEOLOGÍA E HISTORIA

2.1. Textos y objetos

Las investigaciones basadas en documentos y objetos –historia y arqueología- aún discutenpor la hegemonía de sus discursos y la relevancia de sus aportes. Resulta sorprendente y contradictorioque aún aquellos autores que reclaman fuentes alternativas para la historia, consideren que la arqueologíadeba ceder su lugar cuando las sociedades comienzan a escribir, en especial, cuando reconoce que elacceso a la escritura no era ni es, un recurso cultural igualitariamente distribuido (Burke 1991: 16-21). Por este motivo, la historia de la población de América colonial, como la historia de las clasessubalternas de la Europa Moderna (Guinzburg 1996, Thompson 1994), se enfrenta a problemasmetodológicos similares de acceso a la información, en la medida que la escritura constituye un sabersocialmente restringido e institucionalizado. La oralidad de la cultura popular y el acceso desigual a lapalabra escrita, transforman el estudio de los sectores ocultados por el poder, en un campo de análisismediatizado por testimonios indirectos, en el que las estrategias de investigación responden a lanecesidad de extremar el análisis crítico de los textos y al mismo tiempo, abordar otras fuentes deinformación. Por esto no corresponde un estudio arqueológico sólo ante la falta de documentosescritos, sino que es posible -y hasta necesario- analizar las relaciones sociales desde un lugar diferente,el de los objetos y su contexto, aún cuando se disponga de información histórica.

Un segundo aspecto, no menos relevante que el anterior, corresponde a cuestiones metodológicas yteóricas propias de la arqueología de períodos para los cuales se cuenta con información escrita. Lafrecuente discontinuidad entre la arqueología de América prehispánica y la historia de América colonialno es tan sólo un problema de fuentes y metodologías sino que responde a una concepción evolucionistay occidental de la cultura y el desarrollo, donde escritura es sinónimo de civilización, priorizando eldiscurso escrito por sobre otras formas de registro y comunicación. De tal forma que la posesión de laescritura no representa tan sólo la apertura de un nuevo período histórico que se expresa en laformación de campos disciplinarios diferenciados, como la distinción establecida entre historia yprehistoria, entre prehistoria y arqueología histórica.

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Este aspecto ha constituido un problema esencial para la definición de arqueología histórica comocampo de investigación desde sus inicios hasta la actualidad. Sin embargo, la discusión sobre el lugarde los testimonios escritos en la investigación arqueológica se limitó al ámbito de lo estrictamentetécnico o metodológico dejando de lado categorizaciones que son -a mi juicio- los verdaderosfundamentos de la división académica entre historia y arqueología. En particular, sobre la definiciónteórica de un campo de investigación específico, denominado arqueología histórica en países queposeen un pasado colonial.

En los inicios, la información obtenida a través de registros escritos fue utilizada como fuente valederapara establecer puentes históricos y hasta evolutivos, entre la población prehispánica conocida através de sus restos materiales y las poblaciones registradas por historiadores y etnógrafos, que ocuparonla misma área, llamada analogía histórica directa (Charlton 1981; Lyman, LH, O´Brien, MJ. 2001). Ensegundo lugar, en el contexto de la Nueva Arqueología, la historia fue nuevamente encerrada en losmárgenes de la analogía como herramienta de análisis destinada a establecer un puente entre la baseempírica y la formulación de hipótesis que luego serían contrastadas a través del trabajo arqueológico(Charlton 1981, Deagan 1982).

Por esto Fournier considera como una visión simplista, la definición de arqueología histórica planteadaen función de aspectos técnicos, “...es decir, el uso de documentos además de la cultura material, unaarqueología documental o ayudada por textos escritos” (Fournier 1999: 77). Sin embargo, creo que ladimensión técnica o metodológica que significa el registro escrito o mejor dicho, la posesión de laescritura, coloca el debate no sólo en el ámbito de las herramientas metodológicas sino en el ámbitode las representaciones.

En efecto, el campo de la arqueología histórica ha discutido el problema de la escritura en términosmetodológicos, asumiendo como evidente y “natural” la distinción entre arqueología histórica yprehistórica. Así lo expresa Deagan refiriéndose al fundamento de la división de campos de investigaciónespecíficos:

“...the relatively abrupt and intrusive appearance of literate societies in the culture history of NorthAmerica, providing a natural historical division of subject matter (...) The strict separation of historyfrom prehistory is in contrast to the attitudes of many archaeologist trained in Europe (Noel Hume1969). Probably due in part to the more gradual and variable spread of literacy in the Old World, manyEuropean archaeologist do not use a specific point in time, or even the presence of documents, todifferentiate between history and prehistory”. Deagan (1982:154)

Como señalé anteriormente, detrás de los debates teóricos y metodológicos señalados, se encuentra elcriterio con el que se han construido y segmentado los campos académicos entre arqueología e historia,aunque este aspecto no siempre sea explícitamente reconocido. Por esto sostengo que la arqueologíahistórica no constituye una división natural como señala Deagan sino una naturalización de ladiscontinuidad histórica americana producto del dominio colonial.

La relación conflictiva entre textos y objetos como fuentes para construir una narrativa histórica esun problema que carece de sentido, si consideramos que el mayor aporte que la arqueología puedebrindar al campo de las ciencias sociales es el de construir una teoría de la cultura material, y como tal,una mirada alternativa sobre la sociedad, que no debe ser subsidiaria de la investigación históricasino que debe plantear sus problemas y estrategias de investigación en sus propios términos.

Por esto no corresponde un estudio arqueológico sólo ante la falta de documentos escritos, sino quees posible -y hasta necesario- analizar las relaciones sociales desde un lugar diferente, el de los objetosy su contexto, aún cuando se disponga de información documental, sin embargo, es más preocupanteaún, preguntarse por la adecuación a un campo académico más que a la relevancia de su aporte alproblema de estudio. Más importante aún, es necesario resaltar que textos y objetos de ningún modoconstituyen reflejos directos de la sociedad que les dio origen, en tanto sabemos que ambos recursos

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son manipulados en el contexto de relaciones sociales asimétricas, aspecto que aquellos investigadoresque apelan a las analogías históricas ni siquiera han considerado necesario. Sin embargo, a pesar de lasdiferencias que podemos señalar para ambos caminos de investigación, el objetivo sigue siendo elmismo: dar sentido al mundo material del pasado a través de líneas de análisis independientes (Hodder1988: 25).

2.2. Las ciencias sociales: el lugar de la escritura

El colonialismo es el fundamento de una diferenciación de campos académicos y disciplinascientíficas, destinadas a abordar con herramientas metodológicas y teóricas diferenciadas, las sociedadesoccidentales y el mundo colonizado. De tal forma que la división de los objetos de estudio atribuidosa cada disciplina científica en el ámbito de las ciencias sociales, respondió a la condición de unmundo construido e interpretado a partir de desigualdades regionales, fundamentadas en el desarrolloy evolución superior que Occidente se atribuía a si mismo, justificando así la división entre sociologíay antropología, entre historia y etnohistoria (Wolf, 1982).

Como señala Carbonell, la etnohistoria constituye un “lamentable engaño” basado en la distinción de“dos tipos de saber” -la historia y la antropología- para “dos tipos de humanidad” (1993: 93). Sinembargo, el engaño que nos ocupa no es el resultado de un mal fundamento, como concluye Carbonell,sino de la valoración que Occidente atribuye a lo que considera uno de sus mayores logros civilizadoresy evidencia de progreso: la escritura. De modo que las fuentes de información a las que apelanhistoriadores y etnohistoriadores, constituyen no sólo herramientas metodológicas y estrategias deinvestigación diferentes, sino la expresión de representaciones coloniales sobre el otro y sobre simismo.

Efectivamente, una mirada etnocéntrica y evolucionista de la ciencia occidental colocó la escritura -en particular los sistemas alfabéticos- en la cima del desarrollo cultural de tal forma que gran parte delas poblaciones colonizadas no habían alcanzado un sistema que les permitiera el registro de su propialengua y con ello, de su propia historia, englobados bajo el rótulo peyorativo de sociedades ágrafas.Sin embargo, como señala Hill Boone los investigadores han elaborado una definición de escritura a sumedida como la representación gráfica del lenguaje hablado a través de signos fonéticos, creandoentonces, una estrecha relación entre el lenguaje hablado y el lenguaje escrito tal como sucede en elsistema de escritura occidental (1986: 5).

De esta forma, los sistemas prehispánicos americanos de representación -en gran medida relacionadoscon el campo artístico- no fueron considerados como sistemas de comunicación quedando al margendel interés del historiador. Por esto, la posesión de la escritura permitía ocupar el lugar de la enunciación,del que escribe y con ello describir al otro según los términos de una relación desigual. De esta formala escritura está estrechamente ligada a las representaciones coloniales sobre el otro y a la consiguiente“naturalización” de desarrollos desiguales (Mignolo 1989).

Detrás de los debates teóricos y metodológicos señalados, se encuentra el criterio con el que se hanconstruido y segmentado los campos académicos entre arqueología e historia, entre prehistoria ehistoria colonial, aunque este aspecto no siempre sea explícitamente reconocido. Por eso no seráposible clasificar este trabajo en un ámbito particular de las divisiones académicas del trabajo intelectualvigentes. Menos aún en el campo exclusivo de la arqueología histórica, continuadora de una concepción“colonial” del pasado americano, en tanto enfatiza la ruptura y el rol fundador de un nuevo mundocolonial que requiere por esta condición, un campo de estudio específico.

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III. REPRESENTACIONES COLONIALES

La primera “unidad del mundo” construida por el imperio colonial español y portugués formóestructuras políticas, económicas y territoriales de una envergadura nunca alcanzada hasta el siglo XVI(Romano 1972). De este modo, la expansión colonial fue un proceso histórico pero de carácter geográfico(Taylor 1994: 97).

El dominio es el eje conceptual sobre el que se han basado diversos autores para definir el colonialismocomo “... establecimiento y mantenimiento del dominio de una potencia soberana sobre un puebloextranjero” (Lee 1983:91), la implantación de asentamientos en territorios distantes justificados porla teoría y práctica de un centro dominante (Said 1996: 43) o la distinción entre un dominio formalo informal, si la relación que se establece entre el centro y la periferia involucra además de unaexplotación económica, un dominio político (Taylor 1999).

La ocupación y explotación de territorios distantes involucra una diversidad de regiones y pueblos,articulados en virtud de un dominio de carácter colonial que establece relaciones productivas asimétricasentre sus componentes. Sin embargo, el colonialismo es un concepto amplio y múltiple que en granmedida ha generado el mundo actual, no sólo por el devenir histórico de sociedades colonizadoras ycolonizadas, sino por las representaciones sociales que en función de relaciones de dominio, hanconstruido y modelado el mundo, desde el siglo XVI hasta el día de hoy (Rowlands 1989).

Por esto, conceptos como eurocentrismo, modernización, primitivismo y colonialismo encierranrepresentaciones que han tenido -y tienen hoy- un gran impacto en las ciencias sociales (Schutte1999, Orser 1996). En particular sobre las escalas y unidades de observación seleccionadas por losinvestigadores, quienes en función de escalas globales enmascaran la realidad diversa de pueblos yregiones, integradas a un sistema en el que -según esta perspectiva conlleva- desaparecen los agentes,atrapados en una realidad distante que no construyen ni modifican. Sin embargo, la experienciacolonial es lo suficientemente compleja como para negarse a ser reducida a simples dicotomías talescomo centro-periferia, dominio-resistencia o esquemas funcionalistas.

3.1. La Escala global, occidente se narra a sí mismo

En los últimos años la arqueología histórica se ha reconvertido en un campo de análisis querefleja con poca discreción, la tendencia a encubrir bajo un concepto globalizador y hegemónico -como mundo moderno- la diversidad de experiencias históricas regionales porque la arqueología delcapitalismo o del mundo moderno practicada en y desde la periferia no habla de otra cosa que no seade la experiencia del dominio colonial. La creación de un sistema económico de escala global desde elsiglo XVI, interrelacionó espacios y poblaciones distantes, a través de un dominio directo sobre elterritorio, generando una división del trabajo organizada en función de áreas clasificadas comometrópoli-colonia o centro y periferia (Wallerstein 1979).

El desarrollo de modelos globales como el sistema mundo o la teoría de la dependencia, pusieron demanifiesto las falencias de un esquema de desarrollo y progreso que el dominio colonial había impuestocomo argumento de legitimación para el control de sus colonias (Champion 1989). En el contexto dela descolonización, era evidente que el colonialismo no había transferido la civilización desde lametrópoli hacia regiones y pueblos distantes como fuente de desarrollo, sino que el supuesto progresorepresentaba la creación de regiones periféricas como contrapartida de la consolidación del centrodominante (Soja 1989).

En la arqueología americana el modelo de centro-periferia fue incorporado como referente teórico parainvestigaciones regionales que escapan al contexto histórico para el cual ha sido definido en el origende su formulación: la expansión europea desde el siglo XVI. Los problemas abordados desde estaperspectiva involucran organizaciones políticas con menor grado de institucionalización frente a los

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estados expansionistas de la antigüedad que de esta forma permiten considerar en conjunto losdebates de la arqueología clásica y los estudios de arqueología colonial (Gosden 1997).

Por esto Champion plantea el análisis de relaciones de larga distancia, especialmente entre sociedadescon patrones marcadamente diferentes de organización social o económica y la posibilidad que talesinteracciones asimétricas puedan producir mayores transformaciones de las relaciones sociales, en undebate modelado por el concepto de relaciones entre centro y periferia. En esta “adaptación”, se hapriorizado la dimensión espacial del modelo y la asimetría de los componentes integrados en el sistema,por sobre la definición temporal o el carácter económico de la interacción formulados en el modelooriginal.

La perspectiva de la escala global y los roles asignados a cada región desde el sistema de la economía-mundo, atribuye la iniciativa histórica al centro y no a la periferia, no sólo como creación de un ordeneconómico mundial sino que también se reservó a sí mismo la capacidad de modificar el orden vigentea través de la práctica revolucionaria originada en el centro (Taylor 1994: 104). De tal forma que laescala global constituye una suerte de difusionismo, en tanto la “modernización” que conlleva laexpansión europea, es la creación de un orden económico determinado por un centro generador detransformaciones que se difunden hacia regiones distantes convertidas en áreas marginales o periféricas.

En los últimos años la arqueología histórica adopta como escala inherente, la escala global al compásdel mundo surgido con el colonialismo. Esta perspectiva relega a un lugar secundario el estudio de laexperiencia colonial de los actores sociales si asimila -erróneamente por supuesto- la arqueología delcolonialismo con la simple recreación de Europa en América (Orser 1996: 58). El concepto de MundoModerno no representa un concepto superador del colonialismo, por el contrario, esta arqueologíapracticada en la periferia, se encuentra atrapada por la tautología cruel “...que sólo puede ver unmundo totalmente dominado por el Atlántico occidental, dentro del cual cualquier oposición a Occidenteúnicamente sirve para confirmar el poder perverso del propio Occidente...” (Said 1993: 20) convirtiendola historia europea en el marco teórico de referencia (Chakrabarty 2001).

La arqueología histórica entonces, ha sido reconvertida como la arqueología del mundo moderno,signado por la formación y consolidación del sistema capitalista (Orser 1996: 27). Esto supone unacontinuidad histórica desde el siglo XV a la actualidad pero genera una inaceptable desvinculacióncon el mundo precolonial. Por esto, los estudios planteados desde la periferia como problema deinvestigación, han generado reacciones y cuestionamientos a la perspectiva de la escala global. ParaWolf las categorías de centro y periferia propuestas por Wallerstein, constituyen categorías deocultamiento, con las cuales se obstruye la posibilidad de analizar los procesos microhistóricos de lasregiones y sociedades colonizadas que aparecen como meros apéndices del irresistible ascenso delcapitalismo y las relaciones de mercado (1982: 39).

En el mismo sentido, Pérez Herrero señala que la historia colonial no debe ser simplemente la historiade los requerimientos del sistema económico mundial dado que “... las sociedades coloniales no fueronun mero trasplante de las formas metropolitanas, ni una continuación de las sociedades aborígenes,como tampoco la simple traslación de los requerimientos del sistema, sino la interrelación de dichosimpulsos...” (1992: 9). Por esto Bonilla afirma que el análisis del sistema colonial de la Américaespañola debe ampliar sus problemas de investigación, considerando no solamente la relación metrópoli-colonia sino la dinámica propia de espacios regionales y relaciones locales de poder (1991: 2).

Como señalé en párrafos anteriores, la perspectiva de la escala global como sistema, relega a un lugarsecundario el estudio de la experiencia colonial de los actores sociales. Es evidente que abordar unsistema como objeto de investigación, supone trabajar sobre los componentes del mismo y suinterrelación, es decir, entender su funcionamiento. De tal forma que los contextos arqueológicos enestudio, se interpretan como componentes materiales de un sistema económico de escala mundial.

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Si por el contrario, el contexto arqueológico es observado como ámbito de interacción de actoressociales signados por las luchas establecidas para construir la desigualdad y el dominio tanto como lanegociación o la resistencia, el análisis de la sociedad colonial no será el estudio de un aparato decontrol institucional y económico sino de las prácticas que traspasan las instituciones y alcanzan elámbito de la vida cotidiana. Sin duda un ámbito anárquico que se resiste a ser tratado como merocomponente según la perspectiva funcionalista y sistémica propuesta por la escala global.

En este sentido, una arqueología del colonialismo que busque reconstruir tanto el dominio como laexperiencia de los actores constituye una voz disonante en el conjunto de la arqueología histórica,del mundo moderno o del capitalismo... o como se la desee llamar. Efectivamente, una voz disonantees aquella que suena desapaciblemente, que falta a la consonancia y armonía de una construcciónteórica que, por central y dominante, busca convertirse en autoevidente, incuestionable ygeneralizadora.

IV. EL PERÍODO HISPANO-INDÍGENA EN EL ÁREA

VALLISERRANA

La definición de un período denominado Hispano indígena en la secuencia general del Noroesteargentino fue caracterizado en los siguientes términos:

“En el Valle Calchaquí hemos colocado precediendo al período Colonial, otro quedenominaremos Hispano-indígena. Este período no ha sido definido arqueológicamente, ysólo tenemos de él referencias históricas. Correspondería aproximadamente a un período decien años en que los indígenas del Valle del Hualfín y parte del de Yocavil permanecieron enestado de guerra con los colonos, vale decir hasta la caída de Chelimín poco antes de lamitad del siglo XVII, sólo entonces comenzaría el verdadero período que podemos denominarcolonial” (González 1955:30).

El período así definido -a partir de información histórico documental- se establecía por límitescronológicos precisos tomados de sucesos históricos, como la caída de Chalimín, pero sin poderseconstituir en un contexto cultural arqueológico. El período Hispano-indígena se define básicamentepor el estado de rebelión que los trabajos históricos disponibles hasta ese momento para el área(Montes 1959), planteaban como tema central, sin embargo, la investigación arqueológica no produjoinformación que aportara, desde una perspectiva alternativa, en qué forma la conquista estaba alterandola vida de la población calchaquí más allá del enfrentamiento y rechazo al dominio español en el área,en definitiva, restos materiales que pudieran caracterizar el contexto cultural del período Hispano-indígena.

Más tarde, Núñez Regueiro (1974: 88) reconsidera la secuencia de González desde una perspectivateórica diferente, estableciendo períodos sucesivos, a partir de los cambios operados en la basematerial de la población prehispánica. En cuanto al período que nos ocupa expresó lo siguiente:

“La conquista trajo aparejada para los indígenas la ruptura de la economía basada en lacomplementariedad ecológica; las sociedades aborígenes habían alcanzado una estructuraeconómica que la conquista destruyó y con ello la posibilidad de subsistir con la organizaciónsocial que tenían entonces. Su organización económica y social se trastocó radicalmente yse modificó su patrimonio cultural frente a este cambio de estructura y la incorporación deelementos traídos por los españoles.

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Sin embargo, en un primer momento, posiblemente para los grandes valles longitudinalesdel noroeste (Calchaquí, Santa María, Hualfín) durante un siglo (hasta el primer tercio delXVII) y para algunos lugares de la Puna hasta muy entrado el período Colonial hay unacontinuación de los patrones socio-económicos aborígenes básicos. Recién con lacolonización efectiva, la fundación de pueblos españoles en las áreas de los valles y laevangelización, se produjo un cambio violento y una ruptura total de los grupos indígenasen todos los niveles: económico, social y religioso, con una brusca caída poblacional comolo indican las estimaciones para la época (Difrieri 1961). Por ello es válida la distinción dedos momentos: el Hispano-Indígena, como se encuentra representado arqueológicamente enCachi Adentro y Caspinchango (Núñez Regueiro y Tarragó 1972) y el Colonial en los pobladosespañoles, misiones, etc.”

A partir de estas citas, debemos discutir sobre algunos aspectos referidos a la pertinencia de la unidadHispano-indígena. Por un lado el manejo de la información arqueológica disponible y por otra parte,los supuestos con los que se aborda el problema de las relaciones coloniales, nada menos que aquellosque han justificado la existencia de un período Hispano-indígena. El modelo etnohistórico decomplementariedad ecológica planteado para el área andina central (Murra 1972) permitió generaralgunas afirmaciones -de carácter especulativo- sobre el problema de los cambios en la subsistencia delos grupos indígenas durante el período de las rebeliones, aunque sin duda, Núñez Regueiro se enfrentóa la misma alternativa que González: el uso de modelos o datos etnohistóricos con el fin de suplir laescasa información arqueológica disponible.

El énfasis puesto en la ruptura de los patrones prehispánicos le permite diferenciar entre Hispano-indígena y Colonial como momentos sucesivos. Sin embargo, creo que los contextos arqueológicos queel autor plantea como representativos de ambas condiciones, no siempre representan etapas diferentessino que podrían ser inclusive, componentes de un mismo proceso colonial en la medida que ciudades,misiones, estancias y reducciones, funcionaron allí aún durante las rebeliones calchaquíes, es decir,durante el período que fue denominado Hispano-indígena.

Hasta mediados del XVII, la expansión colonial española en la región se enfrentó a una resistencianativa recurrente (Lorandi 1988, Montes 1959). Las guerras calchaquíes sometieron a una graninestabilidad los intentos colonizadores por lograr el efectivo control del área y su población. Demodo que la información histórica disponible refleja las condiciones de la guerra más que las relacionesinterétnicas y dinámicas de cambio e interacción social entre la población nativa y la sociedad hispano-criolla en expansión.

El período colonial no ha sido ni es un tema ignorado por la arqueología del noroeste argentino, sinembargo, no se ha discutido en la misma medida con la que se ha escrito. Esto significa que el períodocolonial o Hispano-indígena se plantea a partir de algún hallazgo o sitio, que por encontrarse en ellosobjetos de procedencia hispánica, requieren alguna referencia específica a esta etapa. Aún así se hautilizado el término colonial para asentamientos españoles y el de Hispano-Indígena para diferenciarlosde los primeros, en los que dada una menor frecuencia de objetos europeos, en contextos que presentanalguna forma de continuidad con patrones prehispánicos, suponen etapas previas al dominio colonial.En especial, son las condiciones políticas de los valles -la autonomía indígena- las que han permitidohablar de un período aparte y diferenciado del Colonial, pero debemos preguntarnos si estos límitescronológicos tomados de la información histórica podrán tener correlatos materiales de igual precisión.

Consultando otros autores que se han referido al período Hispano-indígena, sus trabajos evidencianlas dificultades que hemos señalado: la resolución arqueológica de un período que ha sido definidopor límites temporales fijados por los documentos escritos o se da por sentado ocupaciones Hispano-indígena, en sitios que se mencionan en las fuentes, aunque se desconozcan los contextos materialesque deberían corresponderles (Raffino 1983, Sempé 1973). Aún así el uso de modelos antropológicoso datos etnohistóricos, ha buscado suplir la escasa información arqueológica disponible limitada en lamayoría de los casos a ajuares funerarios (Haber 1996, Tarragó 1984, Baldini y Albeck 1983, Debenedetti

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1921, Bruch 1911, Quiroga 2000) y en menor medida a contextos domésticos atribuidos al períodoHispano-indígena (Stenborg 2000, Johansson 1996, Haber 1996).

Al referirnos a un período colonial se parte del supuesto que la estructura de control político yexplotación económica se encuentra plenamente instalada, sin embargo, el imperio español no fueuna estructura homogénea, por el contrario, adquirió características de enorme diversidad si combinamoslas variables de espacio y tiempo. Los intereses de la Corona, la variedad ambiental y las condicionesestructurales previas de la sociedad indígena, dieron lugar a un “mosaico de situaciones”, o mejor,diversos procesos de dominio y explotación colonial. La definición de un período Hispano-Indígena,en términos de información histórica, requiere que revisemos los supuestos sobre los que se ha construido,pero aún así, no propongo con esto un cambio de rótulos sino un ajuste en el que ciertos aspectos quehan sido especialmente enfatizados, permitan considerar otras variables del proceso y de esta forma,enriquecer nuestro análisis.

V. ARQUEOLOGÍA DEL COLONIALISMO EN

ÁMBITOS RURALES: LA EXPERIENCIA DEL VALLE

DEL BOLSÓN

El dominio colonial del Tucumán trajo consigo un nuevo ordenamiento del territorio basadoen una red de asentamientos urbanos y en la consiguiente ruralización de las áreas circundantes (DePaula y Gutiérrez 1999). En este contexto, concebir el paisaje como una construcción social, significaasumir que el espacio no es resultado o reflejo pasivo de relaciones sociales, sino que es posibleestablecer una analogía entre la producción y reproducción de la sociedad y el espacio al mismotiempo (Soja 1986). Por esto, el estudio de la ruralización del paisaje y la sociedad a lo largo de lossiglos de dominio colonial constituye un problema de particular relevancia escasamente observado enla arqueología histórica del noroeste argentino (Manasse, Noli y Arenas 2001, Yacobaccio, MaderoReigadas 1993, Haber 1999).

La “colonización por las estancias” en el oeste catamarqueño (Larrouy 1921) constituye un procesoregional de ruralización que ha tenido un tratamiento exclusivamente histórico (Brizuela del Moral1988, 1990, Bazán 1986, Guzmán 1985, Sempé 1973, 1983). Como caso de análisis, el valle del Bolsóno Cotagua (Figura 1), constituye un aporte al problema de la formación de los paisajes coloniales en

Figura 1.

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la región desentrañando fragmentos de un pasado contenido tanto en los documentos escritos comoen las trazas materiales que evidencian desde entonces al día de hoy, un marcado carácter rural.

5.1. El ámbito de los valles altos

El valle del Bolsón -como valle alto emplazado entre los 2300 y 2900 m de altitud - constituyeuna zona transicional ya que se encuentra en el límite entre un ambiente de borde de Puna y unambiente de Valles y Bolsones (Korstanje 1993). Este aspecto cobra especial relevancia a la hora deevaluar las características ambientales del Valle del Bolsón en términos de condiciones para una puestaen producción regional -que hacen viable las explotaciones- como relaciones sociales y económicasque modelan las unidades productivas allí instaladas.

En función del carácter estacional de las lluvias y las condiciones constantes de aridez, se ha utilizadoel término oasis como eje conceptual para caracterizar el poblamiento del oeste catamarqueño en laactualidad (Franzini Mendiondo etal. 1978). El término oasis encierra una diversidad de aspectosrelacionados con condiciones ambientales, relaciones sociales y por supuesto, condiciones históricasque adquieren particular relevancia a la hora de evaluar conceptos como disponibilidad y escasez. Elagua constituye un recurso escaso en función de demandas de consumo y dispositivos tecnológicosimplementados, sin embargo, la obtención del recurso no está determinada por la “abundancia” delmismo sino por posibilidades tecnológicas y condiciones de acceso y apropiación, de acuerdo conposiciones más o menos ventajosas en el espacio social, lo que convierte el acceso a los recursossilvestres -agua y pastizales entre otros- en un ámbito de conflicto entre actores sociales (Quiroga1999).

En este sentido, es importante evaluar que las características condiciones ambientales de la regiónhan sido consideradas como un factor limitante del desarrollo económico, región que entonces hasido caracterizada como de frontera ecológica y social (Sosa Miatello, Lorandi y Bunster 1997). Sinembargo, es necesario confrontar las representaciones coloniales sobre el paisaje con las lógicas de laexplotación colonial que pueden prever o descartar inversiones en dispositivos tecnológicos, tendientesa la intensificación económica. La descripción de condiciones naturales como argumento fundante decondiciones históricas observadas, “naturaliza” y enmascara la relación compleja entre ambiente,tecnología y relaciones sociales.

5.2. La apropiación colonial

El actual Valle del Bolsón (Depto. de Belén, Catamarca) se corresponde con el antiguo topónimode Cotahau, hoy circunscripto a una pequeña laguna ubicada en el sector sur del valle. La efectivaocupación colonial en el área se inicia con la finalización de las guerras calchaquíes. La referencia másantigua se remonta a 1687 con el otorgamiento de una merced de tierras en beneficio de Bartolomé deCastro (Quiroga 2001, 2003). Al mismo tiempo, la mano de obra provino de los repartos ydesnaturalizaciones de indios con que las autoridades coloniales retribuían a quienes por anticipado,financiaban los gastos de la guerra. En relación con la tierra, los documentos del siglo XVIII señalan lacondición de propietarios, arrendatarios y residentes. Se mencionan propietarios descendienteslegítimos de aquellos beneficiados por las mercedes reales del siglo XVII sin embargo, tenemos pocosdatos sobre el origen de arrendatarios y ocupantes a excepción de los padrones de indios atacameñosresidentes en el Tucumán donde se registra el topónimo Cotao (Quiroga 2001).

Durante el siglo XVIII la gran propiedad se fragmenta a través de dote, ventas y sucesiones dando lugara una estructuración de propiedades discontinuas mencionadas como chacra y potrero, ubicados en elfondo de valle y alturas superiores a los 2000 m respectivamente (tabla 1 y figura 2). En los casosanalizados, no se registra ninguna referencia sobre alguna forma de inversión en dispositivos tecnológicospara la producción en el potrero, sin embargo las chacras ubicadas en fondo de valle, contaban conmolinos, atahonas, tomas y canales de riego, además de plantaciones y viviendas (Quiroga 2003).

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POTRERO ALTITUD CHACRAS ALTITUD RESIDENTES EN EL POTRERO EXPEDIENTESM.S.N.M. M.S.N.M.

Las Cuevas 2700-2900 Hualfin 1914 Sin datos 1791-(Larrouy 1923: 25)Destinado al sustentode la iglesia de Hualfin

Del Bolsón 2300-2700 Hualfin 1914 Sin datos 1809- AHC 990Documento de compra-

venta2300-2700 Hualfin 1914 Julian de Aybar

(encargado del potrero) 1792 AGN 17-2-1 Arrendatarios Atacameños Padrón de atacameños

Azogasta —- Belen 1250 Juan Aybar 1719 AHC84 (hijo ilegitimo de Prudencio Inventario de bienes de Aybar, propietario)Indio Juan Prudencio Aybar

Antinaco —- San Fernando 1713 Agustin Parrilla (arrendatario) 1783- AHC 523Documento de compra-

venta

Antofagasta 3500-4000 Estancia SantaRita de 1100 Indios atacameños 1767- (Sanchez OviedoGuazan (Andalgala) Institución delEstancia de Singuil mayorazgo de Guazan

Ampujaco 1700-2000 Belen 1250 Sin datos 1753-AHC 774Pleitopor tierras entreJoseph Cusapa(caciquede los indios deTiongasta asentadosen la banda de Belen ypotrero de Ampujaco) ypropietarios españoles

Laguna Blanca 3400-3800 Estancia Santa 1100 Sin datos 1746-AHC774Rita de Guazan Contratoentre(Andalgala tratantesEstancia de Singuil

Guasayaco 2000-2500 San Fernando 1713 José Segovia 1789- AHC 614/620(encargado del potrero) Juicio por robo de aguas

y ganados

Las Manzas 2000-2500 San Fernando 1713 José Segovia 1789-AHC 614/620(encargado del potrero) Juicio por robo de aguas

y ganados

Asampay 2000-2500 San Fernando 1713 Sin datos AHC 719Expedienteextraviado

Tabla 1. Articulación de chacras y potreros

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Las referencias constantes al ganado y los trabajos vinculados a dicha actividad, muestran que lospotreros fueron ámbitos especializados en el pastoreo, reflejando la mínima inversión de la ganaderíaextensiva colonial en las zonas de mayor altitud que tan sólo requerirían pasturas y agua. De modo quelos valles altos del oeste catamarqueño –denominados potreros- eran espacios productivos especializadosen las invernadas del ganado y de esta forma constituyeron eslabones secundarios de las redes mercantilesde la gobernación y Chile.

Diversos trabajos planteados en el ámbito santamariano han señalado que aún hoy existen ciertasmodalidades en el uso del espacio sustentadas en una explotación vertical de los recursos definidoscomo circuitos ganaderos de carácter doméstico o de subsistencia familiar (Tarragó 1992; Scattolin yKorstanje 1994; Sanz de Arechaga 1949; Combetto 1948). Tarragó plantea claramente la contradicciónque podría significar la vigencia de una práctica de origen prehispánico en una región violentamentereprimida y cuya población fue desarticulada a través de políticas de reparto y traslado (1992: 140).¿Cómo se resuelve esta contradicción?.

Las prácticas de verticalidad coloniales observadas hoy en la región no son el resultado exclusivo depersistencias prehispánicas sino que exigen ser problematizadas en relación con condiciones ambientales,relaciones sociales y redes mercantiles coloniales. Los potreros muestran que las propiedades rurales alnorte de Belén, conformaron espacios discontinuos (chacras y potreros) y una forma de explotación decondiciones ecológicas verticales, según una lógica de aprovechamiento colonial que no representa unacontinuidad directa con las prácticas de verticalidad atribuidas a la sociedad prehispánica sino una prácticaobservada también en segmentos de la sociedad hispano criolla. El caso del Bolsón muestra un ejemplohistóricamente documentado sobre la formación de circuitos ganaderos de corta y larga distancia durantelos siglos de dominio colonial. Me refiero a las actividades destinadas a la reproducción de la poblacióncoexistente con los grandes traslados de ganado mular hacia los mercados consumidores altoperuanos.

Figura 2

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5.3. Formulando preguntas al registro material

La larga duración, como escala de análisis temporal, tiene sentido en función de unaestructuración del asentamiento que se expresa como un juego dialéctico entre la continuidad ydiscontinuidad histórica (Braudel 1970: 57). En esta instancia inicial del trabajo de campo decidítrabajar con escalas temporales de gran amplitud que se traduzcan en cambios materiales y tangiblesobservados a través del registro de restos en superficie. Por esto no se buscó reconstruir una secuenciahistórica lineal de asentamientos, que refleje paso a paso la historia reconstruida con documentosescritos o la periodificación arqueológica (González 1955 y Núñez Regueiro 1974) sino cómo seinscribe el pasado en la configuración actual del paisaje, esto es, el registro de la distribución yvariabilidad de los asentamientos como trazas de configuraciones espaciales y sociales históricamenteanalizadas en una escala de larga duración.

En este caso la fotografía aérea fue utilizada para el registro de áreas de instalación en relación concaracterísticas geomorfológicas diferenciadas. En segundo lugar, se buscó la detección de asentamientosy una diferenciación preliminar de ocupaciones prehispánicas, abandonadas o en uso (Quiroga 1998ms.).Con estos resultados sumado a las prospecciones realizadas anteriormente (Korstanje 1993) seestablecieron nuevas áreas a prospectar. Durante el trabajo de campo se decidió registrar todo indiciode asentamiento -desde lo prehispánico a la actualidad- con el fin de registrar indicios materiales quenos permitan reconstruir las relaciones establecidas entre la ocupación prehispánica y la resignificacióncolonial a través del registro de eventos de abandono y reocupación observados a partir del relevamientoarquitectónico. La recolección superficial y su posterior trabajo comparativo permitió un criterio dediferenciación preliminar que sacrifica la precisión cronológica en función del reconocimiento de lavariabilidad observada en términos de distribución espacial, aspecto que en esta instancia de lainvestigación es particularmente significativa aunque encierre variaciones temporales relevantes.

Se definió una instancia de ocupación post-formativa correspondiente a los períodos de DesarrollosRegionales e Inca e Hispano-Indígena y una instancia posterior denominada ocupación colonial-poscolonial que se inicia con el repoblamiento posterior a las guerras calchaquíes y la instalación delas unidades productivas coloniales que marcaron el carácter rural que perdura hasta el presente. Eneste caso es necesario diferenciar entre la apropiación jurídica de la tierra -como evento de inicio deldominio colonial- y la efectiva ocupación del área que incluye a su vez, la expansión de las explotacionesagropecuarias y la reocupación poblacional como procesos de ritmo y escalas temporales diferentes,esto es, diferenciar un evento histórico respecto de actividades que generen una impronta material enel espacio.

5.4. La ocupación colonial-post colonial: la desagregación

Los resultados obtenidos indican la ausencia de enclaves coloniales o bien de concentracionesde población producto de antiguas reducciones. La instancia de ocupación a la que denominé colonial-postcolonial está representada por un patrón arquitectónico recurrente integrado por uno o dosrecintos de carácter residencial, cercanos a una estructura de mayor dimensión que servía de corral. Eneste trabajo se presentan tres ejemplos que hemos relevado en el sector centro y sur del Valle delBolsón: Puesto Segovia, ubicado en el sector de mayor altitud del sector de La Angostura, PuestoLoreta Reyes en el fondo de Valle en el sector Bolsón y Puestos de Cura Quebrada, ubicados en laquebrada de acceso que conducen a los pastizales de mayor altitud, en lugares con disponibilidad deagua permanente (figura 3).

Los restos prehispánicos que hemos relevado en La Angostura se asemejan a las aldeas de la clasificacióntipológica planteada por Sempé caracterizado como “...aldeas formadas por recintos entre sistemas deandenes de cultivo y obras de irrigación como boca-tomas, acequias y estanques para almacenar elagua...” (1999: 250). En ningún caso los sectores prehispánicos de La Angostura evidencian trazas dereocupación posterior en términos de estructuras arquitectónicas ni elementos en superficie.

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Con las evidencias consideradas puede afirmarse que el asentamiento en el sector sur de Cotahua sufrióun proceso de desagregación, desarticulando la antigua forma del poblado precolonial por viviendasdispersas asociadas a estructuras productivas de menores dimensiones en sectores con disponibilidadde agua y pasturas. Precisamente, el patrón resultante posterior, se caracteriza por la dispersión engrandes espacios de pequeñas viviendas aisladas, abandonando claramente el patrón aldeano prehispánicoaglutinado. En pocas palabras, la ocupación colonial-post colonial abandonó el patrón aldeanoprehispánico por la dispersión de pequeñas unidades de viviendas y corrales que señalan una claratendencia hacia la reducción de la variabilidad y envergadura de la infraestructura productiva agrícolaprehispánica (Quiroga 2003, Korstanje y Quiroga 2004).

VI. EL PROBLEMA DE LA CRONOLOGÍA:

ARQUITECTURA Y CONSUMO

El siglo XVI marca un cambio profundo en la producción y el consumo que caracterizatanto el período colonial y republicano (Bauer 1999: 409), sin embargo, es necesario complejizareste aspecto observando comparativamente las características del consumo y el acceso a losbienes del mercado entre la población urbana y rural. Los estudios sobre mercantilización de lapoblación campesina en el Tucumán se refieren a la circulación de bienes, pero desconocemossus prácticas de consumo. (Assadourian 1982, Garzón Maceda 1965, Sánchez Albornoz 1968,Palomeque 1989, Santamaría 1999, Mata de López 1991, Conti 1993). A su vez, es necesarioseñalar que estas distinciones operan en el ámbito de los bienes muebles, dado que su circulaciónestá afectada por procesos de cambio más dinámicos inclusive que las variaciones registradasen los asentamientos. En efecto, las viviendas constituyen en sí mismas, verdaderos palimpsestosque encierran contextos materiales de gran diversidad temporal coexistentes en la vida cotidianacampesina, producto de su ocupación por generaciones o la incorporación de viejasconstrucciones a las nuevas bases residenciales como se observa en el área vecina de Laguna

Figura 3. Chacras y potreros

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Blanca (Delfino 1996). Como líneas de observación independiente, el emplazamiento de lasviviendas, variabilidad en técnicas y materiales de construcción y los bienes muebles representanelementos que pueden responder a diferentes cronologías de mayor o menor estabilidad a lolargo del tiempo.

Las recolecciones superficiales en el Valle de Cotagua no registran un solo caso de loza importada sinofragmentos de alfarería histórica pero de producción y consumo probablemente local. La variaciónmorfológica entre el conjunto cerámico prehispánico e histórico es claramente discontinua observadatambién en atributos tecnológicos y la ausencia de representaciones como elementos decorativos. Demodo que las viviendas y los ítems materiales plantean un contexto de difícil asignación cronológicacomo un conjunto. En efecto, asignar un período de ocupación de una vivienda a partir de las fechasde fabricación de manufacturas de algún ítem particular no resulta un camino adecuado dado que norefiere el momento del descarte sino precisamente el de su fabricación.

El análisis del paisaje en Cotagua que aquí se presenta, es el resultado de líneas de investigaciónalternativa tendientes a reconstruir -a través de fragmentos- la historicidad de las trazas del pasadoregistradas en el presente. En especial, sobre un área virgen en materia de estudios tanto históricoscomo arqueológicos. Por este motivo, se priorizó la amplitud de las líneas de observación más que laselección de algún aspecto particular, sin embargo, los resultados obtenidos al momento han generadonuevas preguntas más que conclusiones definitivas. Es necesario contar con información que permitafijar una cronología del abandono de los sitios prehispánicos y la cronología de la ocupación posterior.

En este sentido, quiero señalar la necesidad de una arqueología del colonialismo en las áreas rurales dela gobernación que no ha atraído la atención de la arqueología histórica, preocupada por los ámbitosurbanos en mayor medida. La experiencia realizada me permite ratificar la importancia de reconstruirla historia de regiones poco frecuentadas por los investigadores ante la escasez de documentos o laausencia de sitios arqueológicos de envergadura.

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