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PSICOLOGÍA ESPIRITUAL ARTE DE LA ESPIRITUALIDAD Antonio Paolasso TOMO III VI VIDA VOLITIVA MENTE Y VOLUNTAD ¿Qué es la voluntad? Concepto Siguiendo nuestro método, primariamente entenderemos por voluntad a la “potencia del alma que mueve a hacer o no hacer una cosa o como el acto con que la potencia volitiva admite o rehuye una cosa, queriéndola o aborreciéndola. También puede ser libre albedrío o libre determinación o la elección de una cosa sin precepto o impulso externo que a ello obligue.” Otras acepciones son ganas o deseo de hacer una cosa o intención, ánimo o resolución de hacer una cosa.” Proviene de la raíz latina voluntas que significa intención, propósito, deseo y arbitrio y arbitrium es deliberación, albedrío. De estos conceptos deducimos que la voluntad es “una actividad propia del alma, la facultad de elección, que acepta o rechaza un objeto o acción después de haber considerado atentamente los motivos a favor y en contra y poner en marcha las ganas o deseo de hacer una cosa o intención, ánimo o resolución de hacer una cosa.” Con estos conceptos básicos, es lícito pensar que también la voluntad, en algún modo, es el instrumento de la libertad humana, pues a través de ella el hombre decide qué hacer o qué no hacer. Pittaluga dice que la voluntad es una actividad compleja de la mente, en que intervienen tanto los estímulos primarios de la vida orgánica como los factores temperamentales, emotivos y pasionales, dentro del juego lógico de la inteligencia, los móviles morales y los frenos de la educación y el carácter. El acto de volición se nutre en proporciones distintas de todos esos elementos. Por eso importa mucho examinar cuáles son las relaciones entre la voluntad y la pasión junto con otros temas, tales como: El engendro de la deliberación volitiva sobre el tumulto pasional La influencia del tono pasional en los modos de conductas que realizan actos de voluntad. Este autor elabora lo que denomina teoría erótica de la voluntad, pues tanto el amor como la voluntad conjugan el mismo verbo: querer que en castellano significa, polisémicante, amor (amar, tener cariño) y voluntad (“tener voluntad o determinación de ejecutar una cosa” “resolver,

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PSICOLOGÍA ESPIRITUAL ARTE DE LA ESPIRITUALIDAD

Antonio Paolasso

TOMO III

VI

VIDA VOLITIVA MENTE Y VOLUNTAD

¿Qué es la voluntad? Concepto

Siguiendo nuestro método, primariamente entenderemos por voluntad a la “potencia del alma que mueve a hacer o no hacer una cosa o como el acto con que la potencia volitiva admite o rehuye una cosa, queriéndola o aborreciéndola. También puede ser libre albedrío o libre determinación o la elección de una cosa sin precepto o impulso externo que a ello obligue.” Otras acepciones son “ganas o deseo de hacer una cosa o intención, ánimo o resolución de hacer una cosa.” Proviene de la raíz latina voluntas que significa intención, propósito, deseo y arbitrio y arbitrium es deliberación, albedrío.

De estos conceptos deducimos que la voluntad es “una actividad propia del alma, la facultad de elección, que acepta o rechaza un objeto o acción después de haber considerado atentamente los motivos a favor y en contra y poner en marcha las ganas o deseo de hacer una cosa o intención, ánimo o resolución de hacer una cosa.”

Con estos conceptos básicos, es lícito pensar que también la voluntad, en algún modo, es el instrumento de la libertad humana, pues a través de ella el hombre decide qué hacer o qué no hacer. Pittaluga dice que la voluntad es una actividad compleja de la mente, en que intervienen tanto los estímulos primarios de la vida orgánica como los factores temperamentales, emotivos y pasionales, dentro del juego lógico de la inteligencia, los móviles morales y los frenos de la educación y el carácter. El acto de volición se nutre en proporciones distintas de todos esos elementos.

Por eso importa mucho examinar cuáles son las relaciones entre la voluntad y la pasión junto

con otros temas, tales como: • El engendro de la deliberación volitiva sobre el tumulto pasional • La influencia del tono pasional en los modos de conductas que realizan actos de voluntad.

Este autor elabora lo que denomina teoría erótica de la voluntad, pues tanto el amor como la voluntad conjugan el mismo verbo: querer que en castellano significa, polisémicante, amor (amar, tener cariño) y voluntad (“tener voluntad o determinación de ejecutar una cosa” “resolver,

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determinar”). De todas las facultades espirituales, la voluntad resulta la más importante porque en cierta medida, es la que domina y dirige a todas las otras facultades para ayudar al hombre a moldear su propio carácter y personalidad. Así puestas las cosas, más que de voluntad, sería preciso hablar de actos volitivos como la gran capacidad que posee el hombre para decidir y determinar su conducta y su vida. Es la que está más íntimamente ligada a la inteligencia porque el pensamiento debe preceder a la deliberación de la voluntad.

La voluntad es un impulso que existe en el menor de nuestros movimientos, aún los más

naturales, o sea, en la génesis de todas las acciones. Es una fuerza motriz que anima el cuerpo y la propia vida, concentrada en el imperativo del verbo querer. A pesar de todas sus bondades, la voluntad no es algo que está disponible espontáneamente. Hay que educarla, guiarla, manejarla, conquistarla. La primera condición necesaria para conquistar la voluntad, paradójicamente, está en querer conquistarla, porque para ello se precisa una gran dosis de voluntad. La voluntad como facultad está disponible y no es necesaria adquirirla, pero sí debe desarrollarse y robustecerse. El proceso volitivo

En el acto voluntario o volición, se pueden considerar cuatro fases:

la concepción del fin: para poner en marcha a la voluntad es necesario tener un fin claro, es decir, conocer bien lo que se va a querer. El entendimiento concibe uno o varios objetivos, a lo que considera lo suficientemente buenos, es decir, convenientes, para presentar a la voluntad y tentarla a la acción.

deliberación: es examinar las razones a favor y en contra del objetivo propuesto a la voluntad. Siempre encontraremos alternativas o diferentes vías, al menos dos, de las cuales se puede escoger una que es la que se llevará a la práctica.

decisión: llamada también elección o resolución. Es el acto por el cual la voluntad decide cual vía seguir. Es la fase más importante en la que se manifiesta la actividad libre mediante un acto propiamente nuestro.

ejecución: es el intento de poner en práctica la decisión tomada, aunque no siempre pueda realizarse ya sea por impedimentos externos o falta de fuerzas. Esto es subsanable mediante la perseverancia en la decisión, lo que permite esperar circunstancias favorables a la realización del acto.

Según James, la mente tiene ante sí diferentes y diversos objetos, relacionados de un modo concordante o antagonista. Uno de esos objetos de pensamiento puede ser un acto determinado. Al momento de pensar en el acto, por el acto mismo, surgirá una especie de movimiento en el cual algunos de los otros objetos o consideraciones adicionales al tema central objeto del pensamiento, iniciarán acciones opuestas: o intentarán bloquear la descarga de la acción, mientras que otros solicitarán su ejecución. Si el hombre se detiene en este instante sin una elección de objetos, la puja entre ambos intereses puede llevarse a la indecisión que ya analizamos. Pero mientras dura el desfile de esos distintos objetos de pensamiento ante su atención, estamos en presencia de la deliberación. De la deliberación puede surgir la decisión de llevar a cabo, o no, dicho acto y exteriorización de una orden voluntaria.

Los objetos reforzadores o inhibidores actuantes en estas operaciones se denominan las razones o motivos aportadores de la decisión. Hay en el proceso deliberativo grados sin fin de complicación. En todo momento de su desarrollo nuestra conciencia es extremadamente complicada, compuesta de varias series de motivos y sus conflictos respectivos. De la totalidad del complicado proceso, en la conciencia se destacan en un momento dado ciertas partes, más o menos pronunciadas que en otros momentos y que posteriormente pueden ser sustituidas por otras, como consecuencia de

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las oscilaciones de la atención y del flujo “asociativo” de las ideas. Pero en ese devenir a veces caótico aparecerá como una especie de freno efectivo sobre la descarga descontrolada y se producirá la descarga irrevocable de la decisión y exteriorización del acto volitivo.

Las deliberaciones, como luego veremos, pueden ser de un instante de segundos, minutos u

horas, o durar intervalos mayores (días, semanas o meses), ocupando la mente en remesas de intervalos variados. Los motivos que en un instante parecen agobiantes o vitales, en otros habrán dejado de ser apremiantes, aunque no quede definitivamente resuelta la cuestión motivadora. Es una especie de encadenamiento de razonamientos desobedecidos (no inducen a una decisión y acción) y se postergan hasta encontrar la posible solución.

. En las fases de concepción y deliberación predomina lo intelectual. En la ejecución intervienen otras facultades, especialmente la imaginación y la potencia o fuerza locomotriz. James atribuye al proceso de deliberación un rol decisivo en los fenómenos voluntarios porque es en él donde se dilucidan los diversos objetos de la acción voluntaria en sus aspectos de concordancia o de antagonismo. Esos “objetos de pensamiento”, cuando hay motivo de conflicto, originan consideraciones que conllevan, por un lado, el bloqueo de la descarga motora, y por el otro lado, la ejecución de dicha descarga. El desfile de objetos y consideraciones es lo que provoca el proceso de deliberación, la cual tiene lugar mientras dura ese desfile y termina cuando se opta por la decisión de hacer o no hacer. Mientras opera la deliberación, el individuo se encuentra en estado de indecisión, el cual concluye al tomarse la decisión. Opera en el estado deliberativo, la motivación que acompaña a los objetos de pensamiento enfilados hacia una decisión o acción voluntaria. Serán los motivos o razones, los que modifican la decisión. En la deliberación hay “oscilaciones de la atención” y flujo “asociativo” de ideas. La deliberación es atemporal. Puede durar segundos, semanas, meses o toda una vida, según sea el objeto del pensamiento. Un célibe acérrimo debe deliberar permanentemente sobre la decisión de casarse, o no. Igual estado sufre el pacifista que es constantemente influido por el medio para sumar a una acción bélica bajo la obligación de “defender la patria” o su libertad personal o su estilo de vida. Mientras se delibera en temas conflictivos habrá sensaciones ansiosas, agobiantes o angustiantes, pero una vez se determina una decisión, todas ellas desaparecen.

En cambio la decisión es la fase más importante y depende exclusivamente de la voluntad y para esto necesariamente debe poseer libertad y responsabilidad. La decisión entraña la noción de la propia responsabilidad: al tomar una decisión nos obligamos a realizar aquello que hemos resuelto y el compromiso de arrostrar todas las implicancias que de nuestra decisión y actos emanen.

James considera que la decisión posee cinco tipos principales:

1. tipo razonable o modo razonable: es en el caso en que los argumentos en pro y en contra de un curso dado van contrabalanceándose de modo igual e insensible en la mente terminando por quedar en perfecto equilibrio, favoreciendo una de las partes a la alternativa adoptada la que gozará de un sentimiento de evidencia. Es un acto totalmente libre y en la acción como en el razonamiento, lo fundamental del proceso es inquirir una concepción adecuada, esto es, que tenga un “carácter razonable”. Este balance finaliza cuando se toma la decisión, la que resulta una decisión razonada que surge de considerar los pros y las contras de tal decisión. El principio que rige este tipo es que “en la acción, como en el razonamiento, lo fundamental es, entonces, el proceso de inquirir una concepción adecuada”, lo que da el carácter de razonable y fines estables y dignos y surge de un juicio impecable que asegura definitivamente si la decisión es útil o perjudicial. Este tipo de decisión es el que

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generalmente debe enfrentar un juez de la justicia. 2. automatismo objetivo o modo accidental externo: “se destaca el sentimiento de dejarnos llevar con cierta aquiescencia indiferente en una dirección accidentalmente determinada desde afuera, ante la convicción de que, después de todo, habremos de seguir ésta o aquella alternativa, y que las cosas han de marchar seguramente por sus pasos contados” 3. automatismo subjetivo o modo accidental interno: la determinación, también accidental, procede de adentro y no de afuera. Es un mecanismo de decisión brusca y tumultuosa propia de temperamentos “calientes” y ausentes de temperamentos “fríos” y que pese a su automatismo, James la sitúa bajo el grito ejecutivo, casi imperativo, de “adelante, cueste lo que costare” Es un acto poco premeditado y abrupto. Es propio de personas temperamentales y de actos heroicos. Estas decisiones pueden ser geniales o catastróficas según provoquen un efecto beneficioso o desastroso (voluntad explosiva). 4. decisión súbita o modo alternativo: es la que se determina por el “paso súbito” de un “estado sin cuidado! A un “estado juicioso y decisivo”, o viceversa. Comparte lo de súbito con el automatismo subjetivo, pero se aparta de él en el sentido de que este tipo es generado por “cambios de ánimo” ante el “despertar de la conciencia” y lleva al carácter a una “exaltación súbita” u otro nivel de deliberación para llegar a un fin inmediato. 5. decisión final o modo de la evidencia completa: se toma ante la existencia o falta de sentimiento de que hay “evidencia completa” de que la razón ha hecho un balance completo. En ambos casos, una vez tomada la decisión, la misma es percibida como un acto voluntario que surge de nosotros mismos, de forma tal que si falta sentimiento de evidencia completa, procedemos bajo un impulso creador que remplace las razones lógicas que actúen como tales. La inmensa mayoría de las decisiones humanas son decisiones sin esfuerzo. Cuando hay un esfuerzo, más que tal, es una sensación de esfuerzo que se experimenta durante el trabajo de deliberación, que deja esa sensación de un gran esfuerzo para decidir en el momento. El sentimiento de esfuerzo es natural, puesto que siempre la deliberación y la decisión, por muy rápidas y decisivas, implican un impulso consciente intenso. Sólo que la intensidad sufre diferentes graduaciones según la personalidad de cada uno. En el caso de existir el sentimiento de evidencia completa, se desarrolla un esfuerzo vivo bajo el peso de razones lógicas que por sí mismas parecen no tener potencia para realizar el acto. La sensación de esfuerzo es lo que diferencia a las decisiones con o sin sentimiento de evidencia completa. Sin dicho sentimiento hay ausencia de sensación de esfuerzo, con el sentimiento hay presencia de dicha sensación. La sensación de esfuerzo ya surge en el momento de deliberar. La sensación de esfuerzo surge de la conciencia, la que, según James, “es impulsiva por su propia naturaleza, pero esa tendencia impulsiva tiene que tener la características de “ser suficientemente intensa”. La intensidad de las sensaciones es la que origina la sensación de esfuerzo.

La etapa de ejecución dependerá del tipo de decisión que se haya tomado. En determinadas cosas tomar una decisión es relativamente fácil. Pero en las cuestiones

conflictivas una decisión puede resultar, además de difícil, penosa. En esta instancia es cuando en el acto voluntario debe involucrarse en bloque toda la personalidad, la que se compromete definitivamente con el conflicto planteado. De ella dependerá ser decidido o indeciso.

El hombre auténtico es un “hombre decidido”, es decir, sabe realizar con facilidad los actos

voluntarios y tiene imaginación para concebir fines con claridad intelectual que le permite ponderar razones en pro o en contra, aptitud sin la cual no es posible ejecutar lo que se ha decidido. Además, tiene conciencia de su libertad de obrar y el valor para enfrentar la responsabilidad de sus propios actos, de las cuales nunca escapa.

Contrariamente, el hombre inauténtico es un “hombre indeciso”, abúlico, incapaz de tomar y

mantener una decisión porque carece de fuerza para romper el conflicto mental en que le ha puesto la

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reflexión, sobre las alternativas a seguir y la responsabilidad total de sus actos. Le abruma el peso de la responsabilidad y, salvo las actividades automáticas e individuales, que no necesitan reflexión ni decisión, con el resto de sus decisiones vegeta en la inacción. Sólo bajo el efecto de una emoción brusca u otro estímulo tónico excepcional puede actuar infrecuentemente. En este punto es muy problemático discernir entre inteligencia volitiva y conciencia volitiva.

Si bien la voluntad comienza con un acto inteligente, quien delibera es la conciencia pues en

alguna forma es la que gobierna la mente y sus acciones. Por eso, lo primero que se delibera es si el acto es malo o es bueno. Es difícil que el hombre desconozca totalmente la noción de bien o mal. Podrá tener interpretaciones diferentes de esa noción, pero siempre, en alguna medida, esa noción está presente. Puede ocurrir que una conducta no se ajuste debidamente a la noción de bien y el hombre no pueda corregirla, pero esto no es óbice para que se tenga conciencia de que esa conducta es aberrante.

¿Por qué puede haber dificultades para corregir una conducta?. Sencillamente porque nuestra voluntad, que en muchos casos obra bajo el dictado de la conciencia, en algunas circunstancias obvia a esa conciencia. La mente, de algún modo, es neutral ante las cualidades de los impulsos o deseos. Se limita sólo a registrarlos. La que debe determinar sobre la bondad o no de los actos es la conciencia, la que en definitiva selecciona si se procede o no a dar curso a lo que imaginamos. Como la conciencia radica en el entendimiento, de acuerdo con él, decide el “cúmplase”.

Pero en el acto de hacer efectivo lo aprobado, la voluntad puede presentar fallas en su gestión

y volverla inacertada y, entonces, somos testigos de algo insólito: el hombre se comporta en sentido contrario a lo que ordena su propia conciencia. Esta falla puede ocurrir porque la conciencia en sí esté debilitada debido a que el hombre no fue educado a seguir plenamente los dictados de la misma, o bien puede ocurrir que un impulso irrefrenable, como el impulso homicida que genera el estrés crónico, logre torcer el “fin debido”. En este caso se comete un crimen, a sabiendas de que aquello estaba mal y no debía haberse hecho. Por esto, la educación en la autenticidad debe tender a reforzar la acción de la conciencia, a entrenar al hombre auténtico a oírla por sobre todo impulso o emoción fuerte.

Con la inteligencia emocional enseñamos como controlar los impulsos irracionales o las

emociones fuertes. Acá debemos centrarnos en dotar al hombre de mecanismos de conciencia volitiva poderosa. Para esto se debe trabajar con la imagen del “hombre decidido”, el que ante la propuesta de una “acción indebida” sabrá responder con un “no” rotundo, fuerte e inamovible. Ninguna insistencia ni tentación debe quebrar esta férrea decisión. Naturalmente, esta decisión debe tener todo el peso de su razón avalada por el “examen de conciencia” prolijo que determina la procedencia de un “sí” o de un “no” y una vez clarificada la procedencia de la decisión ésta debe llevarse a la práctica con toda libertad y responsabilidad que permita eludir las presiones que tienden a doblar o quebrar una decisión.

Frente a una tentación perversa, insinuada por presiones inauténticas, si el hombre indeciso,

tímido, ensaya un “no” sin mayor convicción, el algo que lo tienta o “dominio tentador” terminará por imponerse con insistencia apremiante y, en muchos casos, los temperamentos abúlicos terminan por ceder a la tentación con la ilustre frase: “Bueno, si se insiste...” o bien “si Ud. se empeña...” Estas mismas personas son las que cuando se les propone una acción meritoria para cooperar, responden con: “veremos...”, “a lo mejor...”, “tal vez lo haga”. Esta desconfianza en sí mismo, reserva o indecisión indica que la persona es débil de voluntad y de conciencia y, en consecuencia, es inauténtica. En este tema de la volición hemos tocado tangencialmente la cuestión de la convicción que no es otra que el convencimiento que sustenta una persona para seguir o abandonar una conducta. Convencer es “precisar con razones eficaces, o sea, probar una cosa de manera racional que una

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persona no se pueda negar a aceptarla y prestarle conformidad para adoptarla o abandonar una conducta que seguía.” La convicción, para ser tal, necesita de una fuerte adhesión de quien la adopta. Un hombre auténtico es hombre de “convicciones fuertes”, es decir, no tuerce con facilidad los fines propuestos a los cuales adhiere con su convicción. Esta convicción es la fuerza que permite ejecutar un “acto bueno” y rechazar con firmeza el “acto malo”. Por lógica, las convicciones, como todos los actos humanos, son mutables cuando las circunstancias aconsejan que un acto tenido por bueno en un momento determinado, pueda no serlo en otras circunstancias. Bajo la luz de la razón y la conciencia, el hombre auténtico puede saber cuando debe mudar sus convicciones.

En esto, siempre obra la “razón eficaz”. La “recta razón” o “razón eficaz”, una convicción clara y oportuna, una conciencia fuerte o poderosa, enriquecida con el entrenamiento o examen meditado (examen de conciencia), factores para una “buena voluntad”, la que hace al “hombre decidido” auténtico e infunde plena confianza en sí y sus actos, a los que evalúa permanentemente a la luz de la razón y conciencia. De esta manera, razón y conciencia iluminan a la voluntad para el “buen impulso” y la “acción correcta” y luego, ambas ayudan a evaluar el acto realizado.

Lo opuesto, es el “hombre indeciso”, pusilánime, que no confía en sí mismo y que no sabe o

no tiene el valor para “enjuiciar” sus propios actos, por lo que es un hombre “dependiente” de las ocasiones y de las tentaciones impuras. Es aquél que se rige por el refrán de que “la ocasión hace al ladrón”. Es totalmente irresponsable de sus actos, negligente en su conducta y no tiene remordimientos porque su conciencia está anestesiada. Es amoral o inmoral básicamente y por esto no se rige éticamente. Se guía más por el instinto irracional y compulsivo que por una inteligencia emocional y una conciencia volitiva. De ahí que sea un “inconsciente” consigo y con los demás y así no respeta ni la propiedad ni la vida ajena y trata de apoderarse indebidamente de lo que no es suyo y causa daño irresponsablemente sobre vida y propiedades ajenas. Es el delincuente nato o el irresponsable social que alimenta la franja marginal de la sociedad. Carece de toda axiología y proyecto existencial auténtico. Si no es delincuente, es el abúlico social que se abandona a sí mismo para dedicarse a la vagancia. O el corrupto. Por último, debemos distinguir: 1. entre el hombre seguro de sí mismo, dotado de una fuerte conciencia volitiva regida por el buen juicio, la razón efectiva y la reflexión, que le lleva a realizar con concentración, plena convicción y “a conciencia”, 2. y el hombre que sólo actúa por un automatismo: tiene un imperativo moral o social que le impulsa a una determinada conducta pero ésta es realizada sin convicción ni entrega, con desgano y dispersión. Este automatismo origina una conducta anómica (a = privación; nomos = reglas), que según Robert K. Merton, puede ser encuadrada como una conducta ritual: guarda todos los formalismos o convencionalismos pero carece de todas ganas o convicción íntimas. Es una conducta mecánica y fría. Sin embargo, es posible la debilitación del automatismo, el cual debe ser metódicamente conducido y el individuo debe esforzarse en dominar primeramente los impulsos más insignificantes y después los otros más importantes, asegurando poco a poco su subordinación rápida y fácil a los dictámenes auténticos y buenos de su conciencia volitiva. Dominio de la voluntad Educar la voluntad es, en cierta medida, dominarla. Pero lo paradójico es que la primera condición necesaria para conquistar o dominar la voluntad, reside, precisamente, en querer dominarla y sólo para poder sustentar este deseo, se precisa una gran dosis de voluntad. Sería algo así como que para generar voluntad hay que tener voluntad. Es decir, que es la única facultad que se engendra su propio acto. Ese conjunto de actos de la voluntad constituye la volición.

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¿Cómo se consigue el dominio de la voluntad?. A través de:

• la colaboración de las aspiraciones: para poder poner en práctica una propensión hacia el logro de algo, es preciso que el individuo sea capaz de realizar un pequeño esfuerzo. Las aspiraciones son movimientos interiores que nos impulsan a buscar bienestar. • actuar con energía: la energía es una especie de fuerza interior necesaria para impulsar la voluntad, para lo cual es necesario buscar esa fuerza y aplicarla vivamente. • regular los impulsos emocionales: para esto contamos con la “inteligencia emocional” que evite la expansión, el arrebato y la permisibilidad fácil • regular los impulsos sensoriales: no hay que dejarse llevar por lo que se vea, oiga o toque. La información sensorial es útil cuando es debidamente encauzada y utilizada, pero antes debe ser cuidadosamente analizada. En esto consiste la “inteligencia intelectiva” • buscar la posibilidad de esforzarse • buscar el dominio del carácter y de lo congénito para no caer en el determinismo de un destino fatal. Weisskopf relaciona a la educación con la voluntad de aprender: “no se puede enseñar a la gente metiéndole información por la fuerza; el conocimiento tiene que ser absorbido por el cerebro, no embutido en él. Primero hay que crear un estado de ánimo en el que se ansíe experimentar el conocimiento, el interés y el asombro. Sólo creando la imperiosa necesidad de saber, se puede enseñar”.

Las premisas de Weisskopf en el sentido de “experimentar el interés” y la “imperiosa necesidad de saber” serían el motor de la voluntad para aprender. “Querer aprender” es una forma de desear adquirir sabiduría, no sólo erudición, y obtener la educación verdadera. Es escapar al ritualismo actual de una simple “transmisión-memorización-acumulamiento de datos” para encontrar una forma personalizada o definición personal que permita desarrollar una conducta humana: inteligente, creativa, afectiva y volitiva, con identidad propia y no prestada, con un pensamiento creador y no lleno de prejuicios, con una vida moral sólida, con una vida plena de sentido y de alegría de vivir y de descubrir “todo lo que nos rodea”, incluyendo al prójimo.

Álvarez Merino sostiene que una voluntad bien cultivada, puede alcanzar proporciones extraordinarias de poder, puesto que la voluntad esencialmente es un poder hacer. Si se adiestra correctamente ayuda a despertar facultades o poderes ocultos que hay en la mente de cada uno de nosotros y en los cuáles están todas las claves necesarias, no sólo para la felicidad o dicha, sino también para vivir en paz y calma, obtener riquezas materiales y espirituales, adquirir el dominio de sí mismo y la influencia sobre otros, obtener un estado de buena salud o manejar el curso de la enfermedad y, sobre todo, alcanzar el genio creador de la energía vital. La consigna es: querer es poder y sobre la base de ella cultivaremos nuestra voluntad. Voluntad y libertad Aunque parezca algo incontrovertible, se ha planteado el dilema entre libertad y voluntad. Por lógica, el hombre para poder determinar un acto volitivo, ejercer una decisión, necesita ser libre. Sin embargo, algunos estudiosos de la conducta piensan que no todos los actos humanos son libres, en especial los volitivos. Así existen teorías deterministas que piensan que los actos volitivos son determinados o prefijados. Nosotros pensamos que hay actos que necesitan de la voluntad y hay actos involuntarios. No todos los actos del hombre son enteramente libres ni todos son enteramente determinados por factores ajenos a la voluntad. Pero no hay dudas de que la voluntad es de algún modo, como antes afirmamos, uno de los principales instrumentos de la libertad.

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Primero daremos algunos conceptos de libertad. Un valor inconmensurable es la libertad, pero

para que el hombre sea verdaderamente libre supone que antes es un hombre preparado, cultivado o culto, para entender qué es la libertad y como usarla. Hay una libertad auténtica y una libertad inauténtica. La libertad auténtica es la capacidad de decidir con responsabilidad lo que significa tener esa capacidad de decisión pero con la única traba del derecho ajeno. Mi libertad llega hasta donde comienzan los derechos y la libertad ajena. Luego, libertad no es algo que no posea frenos ni límites.

Toda libertad, para ser tal, es siempre limitada. No hay nada ilimitado. Pero, libertad

también es responsabilidad, es decir, saber responder por todos nuestros actos ante nosotros mismos y los demás. Sólo el consenso social equilibrado y racional permite la convivencia y la participación en niveles diferentes, porque naturalmente todo hombre busca la utopía de la libertad y la igualdad plena, cosa que en la realidad no puede darse en forma absoluta. Siempre la libertad y la igualdad serán relativas y no absolutas.

La libertad es una facultad del hombre para elegir, decidir y ejecutar con libre albedrío, todos

sus actos que la RAE define como: “Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. Desde el punto de vista político, la RAE inserta la acepción 5ª: “Facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas, de hacer y decir todo lo no que se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres”.

Luego la RAE incursiona en otras “libertades sociales” e individuales como: libertad de

comercio: “Facultad de comprar y vender sin estorbo alguno”; libertad de conciencia: “Facultad de profesar cualquier religión sin ser inquietado por la autoridad pública”; libertad de cultos: “Derecho de practicar públicamente los actos de la religión que cada uno profesa”; libertad de imprenta: “Facultad de imprimir cuanto se quiera, sin previa censura, con sujeción a las leyes”; libertad de pensamiento: “Derecho de manifestar, defender y propagar las opiniones propias”. Al definir qué es facultad la RAE dice “aptitud, potencia física o moral. Poder, derecho para hacer alguna cosa”, mientras que capacidad es “aptitud, talento, cualidad que dispone a alguien para el buen ejercicio de algo”.

Finalmente, aptitud es la “cualidad que hace que un objeto sea apto, adecuado o

acomodado para cierto fin”. Esto nos lleva directamente a entender que la libertad es una capacidad, un fin y una cualidad para hacer. Más adelante, analizaremos que desde el punto de vista filosófico, la libertad es la aptitud para ser. Según sea sujeto u objeto, será el fin. Como objeto será para hacer, como sujeto será para ser.

Otros conceptos determinan que “la libertad consiste en la capacidad del ser humano para

decidir entre las diversas opciones que se le presentan en la vida”. Esta definición nos lleva a otra nota fundamental de la libertad: la capacidad de deliberar y decidir cuándo y qué es lo que debe hacer o ser. La libertad es la facultad natural que tiene el hombre para obrar de acuerdo a una deliberación y decisión que usa para saber si actuará de una manera u otra o, sencillamente, no obrar y por estas características es responsable de todos sus actos. Responsabilidad, limitación y disciplina son las notas sobresalientes de la libertad individual.

De estas definiciones surge claramente el concepto de que la libertad no es un “cheque en

blanco” sino que siempre que se habla de libertad, debe obligadamente preguntarse: ¿libertad para qué?. Siempre la libertad es una facultad condicionada en lo íntimo y personal por la responsabilidad que es una obligación de responder por todos nuestros actos. En el albedrío, como en el espíritu, la libertad es absoluta, pero cuando se trata de una acción cualquiera realizada en el seno de la sociedad, cada libertad

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personal estará limitada por la libertad ajena. Esto genera el aforismo clásico de “mi derecho llega hasta donde empieza el derecho del otro”.

Luego, libertad, responsabilidad, derecho y deber están entrelazados de forma tal que son

inseparables. Siempre una persona será libre mientras actúe dentro de las normas sociales (adaptado social) y acate las leyes escritas (conducta lícita o legal). Una de las tareas más importantes en la educación del hombre, en su adultez joven, consiste en alcanzar el desarrollo para asumir la responsabilidad de sus actos, especialmente de aquellos que en algunas ocasiones pueden implicar riesgo problemas para sí o para otros. La responsabilidad y el ejercicio de optar son dos notas fundamentales de la vida social, pues el hombre adulto adquiere garantías y obligaciones ciudadanas o políticos y debe elegir cuál será su tendencia política, por quien votará. Una responsabilidad plena implica una determinada conciencia política y la capacidad de decidir, hasta cierto punto, sobre el acontecer diario de su país.

Otras opciones que deberá elegir son cuando se enfrenta a la toma de decisiones en lo relativo

a la carrera más afín con su vocación, la selección de pareja y considerar la posibilidad de planificar su familia en cuanto a la composición de la misma (cantidad de hijos que concebirá, si comparte, o no, su hogar con otros parientes, etc.) Asimismo otra decisión importante es el trabajo, oficio o profesión que ejercerá en forma más o menos continua.

Últimamente, parece ser que la capacidad para tomar decisiones es básica en el ejercicio de la

sexualidad. La relativa libertad sexual que impera en la sociedad moderna y la manifestación pública y expresa de la condición sexual adoptada, como ocurre con el homosexualismo, obliga al imperativo de decidir. Si elige ser homosexual deberá hacerse responsable de muchos actos que le causarán serias dificultades para subsistir decorosamente, a menos que se incline a una vida escandalosa. La heterosexualidad también le exige una vida sexual responsable desde muchos puntos de vista. En lo referente a sus hijos deberá decidir por una planificación familiar, apelando a métodos de control de la natalidad o, sino tiene medios o educación suficientes, se enfrentará al dilema del aborto.

Cuando una persona o individuo intenta comportamientos que se salen de las normas,

desarrolla una conducta anómica. Ya explicamos y que anomia significa “ausencia de normas” o “sin normas”) lleva una conducta anómica social, que en realidad es una falta de respeto o acatamiento a las normas constituidas. El comportamiento anómico da libertad plena al que ejerce el acto, pero avasalla la libertad de los otros.

Este uso indebido de la libertad personal (abuso de libertad) constituye el libertinaje que es un

“desenfreno en las obras o palabras”. La falta de frenos violenta toda norma, y el libertino es un inadaptado social que cae en la delincuencia cuando transgrede la ley. Luego, es un irresponsable social que avasalla la libertad y los derechos ajenos.

Esto nos lleva directamente a la cuestión de que libertad y responsabilidad, necesitan frenos y

por lo tanto se impone la disciplina, a la cual ya estudiamos también en un parágrafo anterior y ahora recordemos que sería una especie de “instrucción y adiestramiento de una persona especialmente en lo moral, acatamiento u observancia de normas y leyes y ordenamiento de los actos” Esto implica que cada uno de nuestros actos está bajo nuestra propia lupa y la ajena.

Por lo tanto, ser responsable significa ser, con los demás, considerado, prudente, equilibrado

consigo y los otros. El equilibrio, a su vez, armoniza con el medio y sus cambios y permite actuar a la luz de la inteligencia y la afectividad y no por la impulsividad irracional. Todos nuestros actos deben ser regidos por la razón y no por el instinto irracional que lleve a nuestro propio daño o al daño de los demás. Amor y libertad están inspirados en el mismo principio: lo primero es no dañarse uno ni

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dañar a los demás. La libertad inauténtica es la que pretende imponer nuestra voluntad, deseo o acción,

arrastrando con todos los derechos ajenos y sin ningún tipo de freno. Esto es lo que se conoce como libertinaje, una de las formas degradadas de la libertad. Naturalmente, el libertinaje significa ausencia total de responsabilidad (irresponsabilidad absoluta).

Repasados estos conceptos, vemos claramente algunas cosas:

1. tanto voluntad como libertad necesitan de la deliberación y decisión 2. cuando se aplican a un obrar o ejecutar ambas necesitan estar presentes: la voluntad para ejecutar, la libertad como un “poder ejecutar” 3. ambas necesitan ser regidas por la inteligencia y controladas por la conciencia 4. ambas necesitan de una educación previa para poder ser ejercidas auténticamente

Todo acto consciente, que implique un obrar activo del hombre, necesita, sin hesitaciones, la conciencia, la libertad y la voluntad. Los actos inconscientes e involuntarios no involucran ninguna de estas tres cualidades porque son precisamente eso: inconscientes, involuntarios y prefijados. Luego no hay conciencia, voluntad ni libertad. Habrá actos humanos que no necesitan ni dependen de la voluntad (actos involuntarios), pero los llamados actos volitivos siempre dependerán de la voluntad para ser tales y la voluntad implica libertad de decisión.

Si un acto no está sometido a la deliberación y decisión, su ejecución no es libre ni voluntaria.

Es un acto obligado por diferentes razones. Las motivaciones primarias, que luego veremos, que están relacionadas con las necesidades primarias (comer, respirar, dormir, defender la vida, etc.) determinan impulsos que motorizan acciones que no pueden dejar de ser (por eso son necesarias). Luego, el hombre no puede decidir dejar de hacerlas. Podrá modificar los tiempos y las formas de realizarlas con su voluntad, pero de ningún modo esa voluntad es la causa de esos actos.

Cuando hay un “imperio de circunstancias que obligan”, todos los actos que surjan de eso,

podrán ser regulados por la voluntad, pero nunca nacen estrictamente de una decisión voluntaria y libre. Son actos predeterminados, necesarios, obligatorios, etc. Sólo los actos facultativos y contingentes (aquellos que pueden ser o no), cuya ejecución está bajo el dominio de la libertad y la voluntad, son los verdaderos actos humanos volitivos. Casi, sin ser absolutistas, podría decirse que los verdaderos actos humanos volitivos necesitan de la libertad. Sin libertad no hay voluntad. Más aun: digamos libertad y conciencia.

Un acto volitivo completo y esencial debe ser libre y consciente, aunque esto parezca

iterativo. Los deterministas podrán considerar algunos puntos de vista sobre los actos regulados por la voluntad que pueden parecer determinados previamente y que no están sujetos a la libertad, pero antes de examinar esa cuestión en forma global, hay que considerar otras cosas como son las motivaciones y las circunstancias que nos llevan a realizar ciertos actos.

Las cualidades de esos actos o el examen crítico de los mismos, para ser adecuado, deben ser

enfocados desde todos los puntos de vista. Voluntad y motivación James afirma que el “desear” y el “querer” son estados mentales que no necesitan mayor definición basándose en que todos los experimentamos y la mera práctica o presencia de esos estados son suficientes para conocerlos. Esto es parcialmente cierto. Lo que no es totalmente cierto es que el

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hecho de tener estados mentales determinados como el desear y el querer, signifique que se conoce todo de ellos. La causa de no desarrollar un conocimiento completo de los mismos es múltiple. En primer lugar, los actos volitivos están sujetos a los modos de existir de cada hombre. Luego, hay modos diferentes en cada uno, hay motivaciones diversas y distintas y por lo tanto esto genera deseos y “quereres” también diversos y distintos.

Lo que un hombre siente es probable que otros no puedan sentirlo y luego la experiencia volitiva tendrá ribetes o cualidades que hasta pueden ser totalmente opuestas entre uno y otros. Por la diferencia de los modos de manifestarse estos actos y la finalidad y diversidad de deseos y quereres, es lo que posible que algunos hombres no conozcan lo que otros sienten y desean. Esto sólo limita el poder conocer plenamente esas facultades o estados mentales por la mera experiencia personal. Sabremos sí que esos estados existen y que pueden tener los mismos caracteres para todos, puesto que por un principio general, no puede haber un ser, ontológicamente hablando, distinto para cada hombre. Según Heidegger, hay un solo ser y este se manifiesta en diferentes modos de ser en cada hombre. En el pensamiento de James deseamos sentir, tener y hacer toda suerte de cosas que en el momento en que esto ocurre, no son tenidas ni hechas. Todo ocurre de tal forma que si al deseo lo acompaña un sentimiento negativo, el que nos indica que no es posible realizar tal deseo, quedamos simplemente en un estado mental de deseo. Acá todo queda en la esfera desiderativa y no pasa de ser un mero acto mental sin otra consecuencia. Pero si tal deseo se acompaña de la convicción de que su fin está a nuestro alcance, de que es posible realizarlo y que lo deseable, tenible o factible es real y al alcance de nuestra mano, nuestra mente y cuerpo se ponen al servicio del deseo y queremos que todo se realice y presente en forma inmediata (o mediata de acuerdo al objeto del deseo y las circunstancias que hagan posible su efectivización), una vez cumplidos requisitos preliminares. El querer es el motor de la acción y la acción se gesta en la mente pero se hace efectiva cuando el cuerpo se pone en movimiento. Luego las sensaciones o posesiones que queremos obtener son resultados de movimientos corporales.

Para explicar su teoría de corporización, James divide a los actos humanos según sean funciones primarias o ejecuciones secundarias. Con esto volvemos al esquema que antes aplicamos de las motivaciones primarias y secundarias. Por ejemplo, el acto de comer para satisfacer la sensación de hambre, es una función primaria y, desde luego, su motivación no está sujeta a la voluntad en forma absoluta. Todo el movimiento que se desata en pos de la acción de comer estará impulsado por la necesidad ineludible y no por la voluntad. Nosotros aclaramos que podemos regular el espacio, el tiempo y los modos con que comeremos, pero de ninguna manera podemos decidir no comer en forma natural y espontánea (sólo el deseo de un ayuno, incluso para morir, requiere la voluntad férrea).

Cuando decidimos comer algo por un simple deseo y mera voluntad, estamos frente al apetito

que es la aplicación del hambre hacia determinados alimentos. El apetito, si bien puede ser impulsado por hambre, es una forma de la conducta del hombre impulsada por instintos y no sólo el hambre es la fuente del impulso instintivo, sino que también puede ser lo sexual u otras motivaciones creadas por el hombre, a las que imprime un fuerte impulso compulsivo, simulando una necesidad. Luego el apetecer es una cuestión más cultural que estrictamente instintiva en donde intervienen el deseo, las ganas y el querer, pero regulados por el gusto o el agrado por determinadas cosas. Hemos introducido esta digresión para distinguir entre lo estrictamente automático y reflejo y lo que es disparado por la voluntad, aunque en la causa haya elementos automáticos y reflejos como son los impulsos instintivos. Por esto, James considera que “los movimientos voluntarios habrán de ser secundarios, es decir, no funciones primarias del organismo”. La teoría de James es útil para referirse a todos los

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actos voluntarios que estén estrictamente ubicados dentro de esas funciones primarias del organismo. Pero esto de las “funciones primarias” es un tópico indefinido sino se le delimita de algún modo. Como ya explicamos, hay funciones primarias necesarias del cuerpo como son las que hacen a su funcionamiento y a la vida (funciones vitales). Pero cuando nos movemos a la esfera intelectiva y emocional, hay allí otras funciones propias de esas esferas, pero cuyas manifestaciones no son homogéneas sino heterogéneas.

Luego, lo que puede ser primario para unos, en estas esferas, es secundario para otros. Si los deseos de esas esferas no son satisfechos llevan a la frustración y ésta a la pérdida del sentido de la vida, despertando impulsos homicidas que llevan al asesinato o al suicidio. Si decimos que todo lo que sucede en la mente de los hombres son posibilidades de su ser, estamos ontológicamente hablando que teóricamente todas las tendencias del hombre son funciones primarias, aunque éstas desarrollen causas artificiales, esto significa, aunque sean creadas por el mismo hombre. La creación humana, considerada artificial porque no es obra de la naturaleza en forma directa, si se piensa con mayor hondura, veremos que si el hombre es obra de la naturaleza, por carácter transitivo, su producción cultural o instrumental es una extensión de la creación natural. Pero esto es hilar muy fino en un terreno subjetivo y es controvertible desde muchos puntos de vista. Sólo hay una cosa inobjetable: existe el hombre y existe su obra. Esto nadie puede negarlo por su obviedad. Luego, si consideramos a la voluntad sólo como un motor corporal para satisfacer necesidades orgánicas primarias, es un acto secundario sin discusión. Pero cuando el hombre elige aplicar su voluntad como facultad de hacer a un fin determinado, por ejemplo, meditar y dentro de las cuestiones a meditar hace elección de las mismas según su deseo o presuntas necesidades (no las reales), este acto volitivo es una mera realización voluntaria que secundariamente pone en marcha una serie de acciones que no requieren movimiento físico sino espiritual, intelectual, afectivo. Sólo cuando el hombre se proponga materializar de alguna forma lo meditado (aplicando esa meditación a una obra determinada, por ejemplo, escribir u otra acción), acá la voluntad sí genera un movimiento físico o corporal secundario. Vemos que la voluntad, en este particular ejemplo que analizamos obra como causa primaria y secundaria en un acto humano esencialmente volitivo. Si bien el pensar en una función primaria del hombre, el meditar es una función voluntaria.

La meditación usa el mecanismo fisiológico del pensamiento, pero intrínsicamente es un acto trascendental, es decir, pasa del mero plano estimúlico ambiental o natural, a un plano metafísico. Debido a esto, es que entendemos que la volición tiene blancos y negros, pero hay zonas de grises en la que hay que profundizar metódicamente la observación para llegar a conclusiones válidas universalmente y que sean lo menos controvertibles posible. Acá se aplica el pensamiento o meditación global que obvia lo aspectual, pues se realiza buscando todos los puntos de vista que rodean a una cuestión definida. James se enrola en una escuela “fisiologista” que intenta explicar a la mente humana más en función del cerebro que de su propia naturaleza. Dado que el cuerpo y el sistema nervioso (y dentro de él, el cerebro) son los instrumentos obligados de todo acto y facultad, propios del hombre, esa escuela tiene la tendencia a fijarse en el instrumento, más que en la esencia de una facultad.

Nosotros pensamos que el espíritu, la verdadera causa de los efectos de la mente y el cuerpo, no es algo que vamos encontrar en la anatomía, la histología y la biología molecular. El espíritu motoriza todas esas cosas y provoca reacciones en ella, pero de ninguna manera el espíritu es esas cosas. Está en ellas, pero ellas no son el espíritu. Para poder conformar al hombre como ente real, tanto el espíritu como el cuerpo deben estar integrados. La simultaneidad de ambos no debe llevar a pensar dualmente como ocurrió con los filósofos antiguos, modernos y contemporáneos. Separar a cuerpo y alma o cuerpo y espíritu fue la gran tentación de todos los pensadores, pero la naturaleza no

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da lugar a esa separación. Esto es obvio. Sólo el esfuerzo intelectual puede dividir al hombre en compartimientos estancos y tratar de referirse a él como dos cosas separadas: cuerpo y alma.

Aunque le pese a muchos y algunos lo nieguen abiertamente con sesudos razonamientos, el

hombre es una unidad indivisible desde todo punto de vista, si quiere considerar totalmente. Sólo el deseo de conocer una determinada parte de su todo, puede llevar a puntos de vista específicos y así conoceremos su anatomía, su fisiología, su filosofía, su religiosidad, su psicología y todas las “ías” y “dades” posibles, existentes o a descubrir. Pero siempre, cada cuestión tratada será sólo eso: un punto de vista. La integridad, totalidad, lo holístico, el ser, esencia o naturaleza en sí, sólo podrá ser abordada parcialmente y para hacerlo más o menos abarcable, hay que abrir la conciencia a una forma de ver muy amplia y los conceptos serán siempre relativos. La verdad absoluta, por ahora, es sólo una abstracción de la mente, pero no una realidad palpable, “a la vista” y “a la mano” (objetualidad). Provisoriamente, la verdad relativa siempre será “algo objetiva” y “algo subjetiva”, pero tendrá “algo de absolutismo” si hay algo de concordancia entre lo conocido, lo pensado y lo actuado. No hay dudas de la finalidad de las diferentes conductas del hombre como de sus diferentes modos de ser. Cuando interviene la inteligencia y la conciencia para hacer algo, siempre habrá un fin, una meta, del mismo modo de la telos griega que impulsa toda la existencia humana. Luego, a fin de entendernos, concordemos provisoriamente que la zona gris de la voluntad que hemos referido, está en el campo de la motivación. Y acá llegamos a otra especie de “agujero negro” de la galaxia dialéctica que significa tratar de explicar todo lo relativo al ser del hombre. Dado el carácter de “unidad sellada” que antes explicamos en referencia a la naturaleza del hombre, por lógica, todas sus manifestaciones están entretejidas en un tramado o texto homogéneo. Un acto humano está estrechamente compuesto por el deseo, el querer, el estímulo o motivación y todo ello está sujeto a la inteligencia, al sentimiento, al deseo y a todo otro tipo de sensación, de forma tal que siempre estaremos ante un problema ríspido si intentamos saber qué es lo primero.

Todo acto humano es un proceso circular. Luego si pretendemos romper ese círculo y extenderlo linealmente para ubicar todos los fenómenos en una sucesión escalonada de forma tal que haya uno que sea el origen y luego los otros serían secuenciales, chocaríamos con muchas contradicciones y espacios vacíos o no claros. Un acto puede surgir de un deseo, de una necesidad, de un estímulo inesperado, de un plan antelado, de algo preexistente o tener lugar en modo exabrupto, inesperado y sin intencionalidad aparente, totalmente accidental. Su anatomía y fisiología siempre será condicionada a una preexistencia lógica de su cuerpo y sus funciones y reflejos, puesto que sin el instrumento corporal, ningún acto es posible (al menos en el mundo humano). Pero esto no significa que el acto sea secundario al cuerpo y sus funciones. El cuerpo es el instrumento del acto.

Y volvemos, como una especie de mandala, a la cuestión del espíritu y del cuerpo. Si el

espíritu es parte del cuerpo, o viceversa, si la superioridad es de uno u otro, etc. No podemos hablar de quien es primero o quien es lo principal. Insistimos: el hombre, como ser concreto y material, es esencialmente una carnalidad espiritual o “carnoespíritu” (el orden del prefijo no indica ninguna prioridad sino una elección meramente fonética). Pero si insistimos en pretender una dualidad, personalmente pensamos que ésta debe dar la primacía al espíritu más que al cuerpo.

Ergo, de aceptar esta proposición, la causa final de todo lo humano es el espíritu. Sin él no hay vida ni cuerpo útil. Sin cuerpo hay signos o sensaciones espirituales (fenómenos extrasensoriales) como las premoniciones o la telepatía, principalmente la que está relacionada con la comunicación con los muertos o los milagros, en donde aparentemente intervienen fenómenos sin cuerpo (materia). Si fuéramos religiosos, no dudaríamos en aceptar la existencia espiritual pura. Pero lo que no podemos aseverar en absoluto, que hay cuerpos sin espíritu (salvo la concepción de los míticos “zombis”). Esta integridad humana es la que no permite categorizar de primario o secundario, dado que todo el

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fenómeno está en bloque y alternativamente uno de los componentes puede aparecer como causa (proceso circular). Si intercalamos en este contexto a la motivación deberemos interpretarla como un elemento más de ese fenómeno que llamamos voluntad. De ahí en más, diremos de ella todo lo que sea pertinente al punto de vista con que se trate. Y con este criterio aceptaremos lo que otros digan.

Así encontraremos conceptos de que la motivación utiliza la energía vital para la acción que

engendra. Acá el concepto de energía vital es utilizado como “la capacidad dinámica que toda personalidad tiene a su disposición, en diferentes grados, para determinar y realizar sus deseos”. En esta concepción, toda motivación tiene un objetivo deseable. Por lo tanto al ser objetivo deseable, la motivación se presenta esencialmente como un problema de información, de forma tal, que cuanto más completa sea esa información en todos sus componentes, mayor será la carga de energía vital de cada motivación.

La información puede estar en un nivel:

1. consciente 2. o inconsciente

para realizarse.

En el primer caso (nivel consciente) cada fase del proceso informativo motivador es un hecho mental, en cuya base hay integración de datos previamente conocidos, por lo que acá juega el aprendizaje, la intuición, la formación de conceptos, etc., todo esto en el nivel de la conciencia.

En el segundo caso del nivel inconsciente, los estímulos motivadores se vinculan a procesos de

condicionamiento de la vida de relación y así, se da la estructuración y la satisfacción de las necesidades o funciones primarias. Pero aun en este caso no es posible establecer una jerarquía de necesidades (teoría Maslow-Murray) dado que lo necesario es necesario y debe satisfacerse plenamente sin orden jerárquico sino en la medida en que la necesidad se presenta. Sólo hay algunos instintos que pueden estar sujetos a sublimación (ira o agresión o violencia, impulso sexual o erótico, impulso tanático). En estos casos, hay que analizar el proceso de sublimación y los símbolos que éste genera, permitiendo a los impulsos sublimados insertarse en la dinámica social. A diferencia de lo que Tolman concibe, el proceso de motivación no es exclusivo del comportamiento sino de una dinámica psicológica compuesta de momentos asociados entre sí, en donde el interés rige esas asociaciones y marca el comportamiento según la información contenida (James)

Estas conclusiones incluyen otro factor: el interés, entendido como inclinación más o menos

vehemente del ánimo hacia un objeto, persona o narración, etc., ya sea por provecho, utilidad o ganancia o por el valor que en sí tiene una cosa. De acuerdo a la teoría de la obra de Nuttin, los procesos dinámicos, aun los perceptivos, sufren notables variaciones por la acción del interés, al que considera una de las “palancas motivacionales”, junto con los “móviles interiores” orgánicos, según las concepciones implícitas en las teorías de Freud y Adler.

La motivación, bajo el propósito de constituir el “arte de motivar”, fue el tema principal en el que las empresas comerciales fijaron su atención, interés y esfuerzo, con la intención de preparar personal idóneo para las ventas o el trabajo. De este modo se buscaba aumentar la productividad, el rendimiento y las ganancias. En ese contexto, Enrique Mariscal explica que “la motivación surge de bucear en sí mismo para encontrar las raíces de su esfuerzo y también de visualizar con esperanza de objetivo. Estar motivado es un arte, el arte de saber encontrar usinas de entusiasmo”. Pero, en realidad, la motivación no debe ser una cualidad, función, capacidad o sentimiento que sólo debe despertarse como algo utilitario, a pesar de que la tentación más frecuente es considerarlo desde ese

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punto de vista.

La verdadera esencia de la motivación residiría en la facultad espiritual del hombre para buscar y plasmar objetivos, proyectos y metas que le ayuden a formar o desarrollar su ser y lograr una existencia completa y auténtica. Esa facultad es una energía impulsora y de ahí su raíz etimológica en el vocablo motor como aquello que impulsa un movimiento de algo, hacia algo. Es decir, que el latín motivus, la raíz etimológicamente, era “lo relativo al movimiento”; mientras que motor, ris, “lo motor” es lo “que mueve”.

La RAE forma una familia de palabras con motivo, motivación, motivador, motivar. El

vocablo motivo, palabra eje, se connota como lo “que mueve o tiene eficacia o virtud para mover”, “causa o razón que mueve para una cosa”, “resolución o intención libre y voluntaria”. Motivar es primariamente “dar causa o motivo para una cosa” pero también es “dar o explicar la razón o motivo que se ha tenido para hacer una cosa” y, finalmente, es “preparar mentalmente para una acción”. En cuanto a la motivación, básicamente es motivo, pero consiste también en un “ensayo mental preparatorio de una acción para animar o animarse a ejecutarlo con interés y diligencia”. Motivador, obviamente, es lo “que motiva”. Este cúmulo de vocablos y definiciones connotativas, es patente que siempre motivo es lo que impulsa una acción, un movimiento y, en este caso motivo es mover, en el sentido de “dar motivo para una cosa, persuadir, inducir o incitar a ella. Por extensión son los afectos del ánimo que inclinan o persuaden a hacer una cosa, o alterar, conmover”. Siempre es mover es desplazar algo de un lado a otro. De este modo, la motivación “mueve al ánimo” no sólo para realizar una acción sino también para conmoverlo. La motivación altera al ánimo lo suficiente como para “disponerlo a la acción”. La Psicología considera a la motivación como un proceso relacionado con todo lo que hace que un individuo llegue a una acción determinada. De esa forma, motivo es lo que sirve de incentivo o que produce el incentivo para un acto determinado. La psicóloga norteamericana Davidoff ha clasificado a la motivación, mediante la selección de motivos orientadores de la conducta humana. De esos motivos están los relacionados con los instintos y emociones primarias, por lo que el instinto sexual motiva el deseo y el acto sexual, la sensación de hambre motiva la acciones de comer, etc., pero hay otras categorías como son las motivaciones inducidas por la sociedad, las provocadas por las necesidades individuales o sentimentales, las que llevan a las acciones esenciales para el desarrollo personal, etc. Davidoff destaca que los motivos sociales son aquellos que inducen a la conducta humana a satisfacer acciones que dependen del contacto directo o interpersonal con otros seres humanos. Así, algunos motivos sociales tienen por objeto llenar las necesidades de amar y sentir que se es amado, que el núcleo social le acepta, aprueba y genera estima, que es apoyado física y espiritualmente. Este proceso motivado social empieza desde el instante en que se nace y se desarrolla desde la niñez, etapa en que se depende casi totalmente de otros. El hambre del bebé motiva su desazón y llanto, pero también puede llorar para “llamar la atención” o para manifestar sentimientos de miedo o de sensación de abandono. Asimismo, otros motivos le son necesarios para el desarrollo normal que depende de la estimulación sensorial y social que sólo pueden darle otras personas de su entorno. Esas personas son en primer los miembros de la familia y, a medida que se desarrolla, serán los compañeros de los grupos de juegos (vecinos), los compañeros de la escuela y los amigos. Esos grupos brindan apoyo social que hace sentir a la persona que está integrada al grupo social. Lo contrario despierta sentimientos negativos de rechazo o marginación y esto es fuente de importantes perturbaciones o trastornos psíquicos. Davidoff también resalta los motivos para el desarrollo individual, los cuales se encuentran relacionados con algunas escuelas o conceptos behavioristas o conductistas mediante las llamadas

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propuestas psicobiologistas, en particular la liderada por Robert White que intenta explicar por qué las personas o individuo buscan dominar o llegar al poder, o conseguir la excelencia mediante la perfección de talentos, o intentan cambiar las situaciones vitales o sociales en las que el reconocimiento es inalcanzable o tiene posibilidades remotas de ser logrado. En todo este proceso cuentan con que habría necesidades biológicas básicas que ayudan a adquirir habilidades y ponen en marchar todo el potencial espiritual necesario para lograr los fines propuestos. Los conductistas parten de la suposición de que estas necesidades biológicas básicas existen porque son las que fundamentan los motivos que impulsan el desarrollo personal mediante la estimulación sensorial del individuo o persona. White ha diseñado estudios de juegos exploratorios para el uso infantil y la investigación a través de esos juegos mostró la persistencia y contundencia de los esfuerzos para lograr la dominación del entorno o ambiente. Entre las categorías de las motivaciones, Davidoff considera importante a las ideas como fuentes motivadoras. Es evidente que socialmente el ser humano ha conformado conceptos considerados como valores, creencias, convicciones, e incluso proyectos o planes para fijar objetivos a lograr. El nivel etario en que las ideas motivan se encuentra más en la adolescencia y la adultez, pues es ahí donde es necesario afianzar conductas para lograr establecer y conseguir fines o metas en la vida. Es el período de construcción de proyectos existenciales y vitales y de la formación en ideales que modelen dicha conducta en el fluir de la existencia personal. Otro fenómeno a considerar en el ámbito o gama de motivaciones es lo que Davidoff llama motivación o conducta de logro. Una vez que en forma ideal el hombre hace proposiciones para guiar y construir su vida, sale de la etapa emotiva de formular ideas en abstracto, para entrar en la etapa emotiva de comenzar a dar forma concreta a las ideas que antes concibió. Esto es la motivación o conducta de logro. Integra todas las acciones que son posibles para lograr metas. Las ideas fijan las metas, la conducta de logro es para realizar dichas ideas. Esa conducta de logros es manifiesta cuando hay intenciones de lograr la mayor excelencia en algo, obtener las notas más altas o lograr superar notoriamente todas las situaciones de riesgos o plagadas de dificultades. Cuanto más difícil es el enfrentamiento, mayor es la satisfacción de obtener la superación de la misma. La necesidad de triunfar mediante el logro de objetivos es la causa de motivaciones. Lógicamente, la conducta de logro puede servir a necesidades vitales, pero normalmente no es su función mantener o preservar la vida ni son funciones fisiológicas del hombre, como pueden ser los instintos que motivan conductas de necesidad real.

Verónica Corba, psicóloga argentina, sostiene que “hay personas que se motivan con objetivos y otras que se motivan con problemas. El 60 por ciento de los argentinos están orientados a resolver problemas y el resto en objetivos. La motivación orientada a objetivos es cuando se piensa en lo que hay que hacer. La persona que sólo se motiva cuando tiene un problema a resolver, eso es muy obsesivo”. La profesional completa su pensamiento resaltando que los que orientados a resolver problemas con los expertos excelentes que se necesitan para un mayor rendimiento en donde existe atención al cliente, o en profesiones de un contacto social especial como es un médico o abogado. En ese sentido, conocer las motivaciones personales sirve para orientar un comprador o decir dónde mejor se desempeñará un profesional. El orientado a resolver problemas, precisamente, “ve los problemas”, en cambio el orientado a objetivos, sólo tiene la idea fija de su meta y no aprecia problemas. Es común la dicotomía entre los objetivos dentro de la familia y los objetivos en la sociedad. Lo ideal es tender a obtener un equilibrio, en la opinión de Corba.

Las causas de esas motivaciones o conductas de logro las analizó William James concluyendo que en Occidente existe un verdadero “culto al éxito”, originado en la sociedad norteamericana pero luego extendido a otros países donde la tecnología, el industrialismo y el comercio y otras necesidades llevaron al afán de lograr la mayor excelencia en todo, en especial en lo

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relativo a lo laboral y social. Esa aspiración del éxito total se basaba en lograr “ser el primero”, en “llevar adelante” todo lo que se proponía y con la consecución de esos “valores de éxito” se “progresaba” para obtener “premios o trofeos” tales como la fama, riqueza, poder y un status de elevada posición social (jet set). Es indudable que estos valores de éxitos sólo son factibles en los llamados “países del primer mundo” o en los sectores sociales de gran capacidad económica, social y política. En los países “subdesarrollados” o del “tercer mundo”, salvo los encumbramientos sociales logrados por la política, los negocios, el arte o el deporte, el resto de los miembros de esas sociedades padecen conflictos y contradicciones cuando se intenta llegar al “éxito”, pues la vida se “gasta” en mantener la supervivencia. Más que llegar al éxito, importa como sobrevivir cotidianamente mediante el trabajo duro, rutinario y mal pago. Quedan muy pocas posibilidades e instancias de llegar a triunfar, salvo la posesión de alguna habilidad en particular o la oportunidad de insertarse en un grupo de poder (político, económico o social). Las ideas que conducen al “culto del éxito” están estrechamente relacionadas con conductas de competición dado que para resaltar hay que enfrentarse a otros.

En la vida normal y cotidiana, desde la niñez se establecen modelos competitivos. Pueden ser

los deseos de los padres de tener “hijos perfectos” o triunfadores y para ello establecen principios o exigencias con visos de motivación, a los cuales el niño accede conflictivamente y puede ocurrir que en lugar de incentivarlo lo deprima y lo lleve al fracaso. La presión social cuando es grande rebasa la capacidad de respuesta del niño y le produce frustración porque los objetivos se tornan como si fueran inalcanzables.

Otro tanto puede ocurrir con maestros que exigen a sus alumnos el mayor rendimiento

intelectual y escolar. Es lícito que padres y maestros se preocupen para lograr que sus hijos y discípulos sean “los mejores”. Pero esto exige algunas condiciones ineludibles: el entorno que debe contener valores éticos y convicciones firmes, con los ejemplos visibles de padres y maestros como modelos a seguir, la infraestructura social y económica que dé herramientas, instrumentos o posibilidades ciertas de concretar planes y proyectos. Sólo cuando hay concordancia entre la motivación y las condiciones favorables para que dicha motivación haga factible una conducta de logros, habrá éxito. Lo contrario es el fracaso y la frustración. Las expectativas y los motivos deben ser lo suficientemente evaluados y preparados para que sean racionalmente posibles. No se puede estar motivado para hacer una fortuna sólo basada en la idea de juegos de azar. Los estímulos deben tener relación directa con la factibilidad de las acciones que propulsan.

Voluntad y deseo

Volvemos ahora a la definición de deseo. Denotativamente (por Diccionario) es un

movimiento enérgico de la voluntad hacia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa. Hemos tomado deliberadamente el término deseo porque en él interviene un signo distintivo: movimiento enérgico de la voluntad. Si aceptamos que la voluntad es la fuerza de acción, es aquello que nos lleva a hacer algo, tendremos que convenir que el deseo es la sal de la voluntad, lo que empuja a la voluntad a una determinada acción. La voluntad es una facultad sujeta al control mental. Pero también puede actuar irrefrenablemente cuando es empujada por lo instintivo y en lo instintivo, el deseo es protagónico. Primero se debe desear para luego actuar.

Recordando la definición de deseo, éste puede ser:

1. deseo de conocer 2. deseo de poseer 3. deseo de disfrutar. En estas definiciones, la denotación considera al deseo un movimiento enérgico de la

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voluntad, mientras que desde el punto de vista de la motivación el deseo era una orientación afectiva, emocional o instintiva que provocaba el interés por un fin determinado. Si esto es así, el deseo como acto o estado mental puede estar presente sin que haya movimiento de voluntad. Queda en el plano consciente o inconsciente de palanca de motivación. Sólo cuando el deseo se va a materializar en el acto, comienza el movimiento voluntario, en relación directa con el deseo: a mayor deseo más fuerza volitiva y viceversa. Acá lo de “enérgico” no debe ser entendido como intenso sino en lo relativo a la energía dinámica psicológica que antes aludimos, es decir, a la energía vital en general. Si el deseo queda sólo en el plano estimúlico sin concretar una acción puede considerarse como un estado mental puro o simple tendencia. Pasará a ser movimiento de voluntad, entonces, sólo cuando ponga en marcha a la voluntad para obrar en forma consciente o inconsciente.

Cuando esta fuerza de deseo es muy intensa, deseo vehemente, estamos frente a un anhelo, palabra latina que se refería a uno de los efectos de un deseo muy intenso, como era respirar con dificultad. Bajo el estímulo del anhelo, el acto volitivo puede volverse imperioso, pero si hay educación o entrenamiento suficiente, puede ser graduado o controlado. El hecho de desear un objetivo, es de vital importancia para su realización. El nivel de ese deseo puede engendrar una dominación completamente tiránica de la motivación, que modifica considerablemente nuestras apreciaciones subjetivas que lleva a una fijación concentrada de la atención sobre el objeto y la conducta a desarrollar en relación con el mismo o bien si no es dominante, hay atención discontinua y distracción con estímulos variables. Deseo, motivo y estímulo se mueven por vías de doble mano, a tal punto que en determinados momentos pueden ser confundidos. Esto ocurre por la acción en bloque del acto humano.

Creemos que de algún modo es posible hacer gráfico estos movimientos con el siguiente

esquema: Estímulo ↔ deseo

↕ interés ↕ motivación ↓ acto volitivo (consciente o inconsciente) La motivación como “usina de entusiasmo” Volviendo a la definición de Enrique Mariscal, consideremos a la motivación desde el punto de vista del entusiasmo. Cuando Emilio Mira y López escribió su trascendente obra que tituló CUATRO GIGANTES DEL ALMA, quiso referirse a las emociones primarias más importantes del hombre, como es el miedo, la ira y el amor. Pero agregó un cuarto gigante que más que emoción es un sentimiento y es el deber. Dada la fuerza de las emociones primarias, trató de distinguir con colores a algunas de ellas y así denominó al miedo, el “gigante negro” y a la ira, el “gigante rojo”. Pero al amor no le puso color y al deber lo nombró como el “gigante incoloro”. Así, separó lo que es natural (homo natura) y lo que es socialmente adquirido en el hombre (homo socialis). El homo natura será el que se maneje con una genuinidad natural, pero ésta puede jugarle algunas trastadas como es seguir una conducta más instintiva que racional, más animal que inteligente. El homo socialis, en cambio, perderá algo de su “naturalidad” para llenarse de una “convencionalidad” que le impone la convivencia social. Del equilibrio entre lo natural y lo social, surgirá el hombre educado, el que pone la inteligencia al servicio de su cuerpo para controlar lo que puede ser incontrolable y llevarlo a una condición más de bestia que de hombre. Precisamente, cuando se rompe ese equilibrio, el hombre se “desnaturaliza” por ser una bestia, o una máquina inexpresiva de sus dotes espirituales.

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Pero, indudablemente, los conceptos básicos de Mira y López, a pesar de su genialidad, no alcanzaron a completar una gama de “gigantes intermedios” que podían ser el motor de los otros, o bien resultar de una mezcla de ellos. De esos “gigantes indefinidos” hoy rescataremos el entusiasmo. Si bien Mira y López no le puso color al amor, nosotros pensamos, siguiendo una tendencia común y vulgar, que el rosado, a pesar de ser tenue y demuestra la profundidad y la fuerza del sentimiento-emoción, es quizás un color que define a la sensación amorosa equilibrado en su más sublime expresión: el amor de la pareja, de los padres a los hijos, de los hijos a los padres y de los amigos. Esa sensación plena de sentimiento, emoción, placidez, equilibrio, abnegación y falta de pasión y violencia. Precisamente, es su “placidez” o “sensación placentera” la que lleva a pensar en algo rosa, en sentido romántico. Pero a ese otro “gigante mixto” del alma como nosotros consideramos al entusiasmo, es difícil ponerle un color dado que tiene muchos matices y, siguiendo la idea de Mira y López, se le podría denominar el “gigante multicolor”. No hay dudas de que ninguna de las grandes fuerzas del espíritu puede más que el entusiasmo, pues casi todas ellas necesitan del “combustible” que les permite ponerse en movimiento y realizarse. Ese “combustible” es el entusiasmo. De forma tal que entusiasmo está indisolublemente ligado a dos grandes entidades: el espíritu y el ánimo. Daremos algunos breves conceptos de ellos, para poder comprender mejor la naturaleza del entusiasmo. Comenzaremos con lo más básico que es el espíritu, pues es el fundamento de todos los otros dones y facultades humanas, incluyendo el entusiasmo.

Dijimos que entusiasmo, por denotación, también es “exaltación y fogosidad del ánimo”. Ánimo es la plena manifestación espiritual mediante la plena conciencia (estado vigil) que prepara el hombre para su actividad humana común, en cualquiera de las formas que ésta se manifiesta a través de la conducta humana. Ánimo es, por lo tanto, la expresión espiritual como pura acción humana en forma consciente. Y, parafraseando expresiones de James, podríamos decir que el ánimo es un estado mental continuo y consustancial con las condiciones subjetivas de la conciencia y “toda conciencia es motora” porque es la que capta toda sensación posible de producir movimiento, lo que mueve a todo el organismo humano en todas y cada una de sus partes. Esto enlaza a ánimo con conciencia y con actividad.

Luego esta acción puede ser meramente intelectiva, o afectiva o volitiva. Lo usual y natural es que se dé con las tres esferas en bloque, pero decimos que puede ser en una u otra dirección espiritual, según la nota predominante de la acción. Por lo tanto, lo anímico, el ánimo siempre tendrá un fondo o telón de trasfondo donde interactúan inteligencia, sentimientos y voluntad. Los sentimientos o sensaciones como afectos, instintos o emociones dan un fondo especial al ánimo y es lo que condiciona el llamado estado del ánimo. Cuando ese estado de ánimo está más teñido por lo afectivo lo referimos como el humor al cual algunos autores como Pieron, Nuttin y Buytendijk prefieren denomina estado afectivo general que se ha traducido en alemán como stimmung. El estado general afectivo es conocido por la experiencia cotidiana donde sentimos sensaciones diversas como la jovialidad, abatimiento, irritabilidad, agitación, tristeza, alegría de vivir, entusiasmo o fuerza dinámica, fatiga y otras sensaciones similares oscilantes que nos afectan en lo psíquico y en lo físico. Debido a sus múltiples manifestaciones, muchas de ellas con causas o motivos conocidos, se ha querido definir a este estado afectivo en forma objetiva mediante la noción de “estado central motivante” (central motivating state). Algunos efectos de este estado afectivo o motivante, han sido vinculados unos a otros de manera bien ordenada, para asegurar funciones de alta importancia biológica (en el lenguaje de los evolucionistas darvinistas, que hacen a la supervivencia) como la procreación, el comportamiento maternal, otros estados afectivos. Estas funciones psíquicas, que de alguna manera se conectan con la personalidad individual, han interesado a algunos investigadores para comprobar ciertas correlaciones. De este modo, los estados de ánimo establecen relaciones entre constitución y carácter, entre madurez física y psíquica. De todo esto, resulta interesante el llamado “stimmung”

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correlacionado con otro término alemán: “Befindlichkeit” el cual ha sido traducido literalmente como el sentimiento de encontrarse a sí mismo, lo que nosotros pensamos que mejor debiera adecuarse a expresarlo como el sentimiento de cómo se encuentra a sí mismo.

Para Buytendijk la palabra “humor” como fondo del estado de ánimo, no define o traduce

adecuadamente el estado afectivo general que obra, a la vez, como estado corporal y como disposición comportamental. Es podría manifestarse también como “la fuente de ciertos sentimientos particulares”, “la revelación en el orden de la afectividad de la vinculación de el ser-ahí y el mundo”. En otras palabras la Befindlichkeit me sirve para indicarme dónde “estoy”. En el estado de animación o depresión, irritación, enérgico, activo o fatigado, mi cuerpo me anuncia, esto es, me da entender, comprender o conocer anteladamente, un “esbozo proyectado de posibilidades, a la vez que “me invita” a realizar esas posibilidades. En otras palabras, el estado ánimo “imperante” es llamado así porque “es vivido como una sensación motivante bastante imperiosa. Todo esto es lo referido a la normalidad.

Cuando ocurren estados patológicos del estado de ánimo o del ánimo en sí, la psicología

moderna los cataloga como “trastornos del estado del ánimo” y según los criterios más nuevos, codificados en el DSM IV(Diagnosis Statistic Manual) (Manual de Diagnósticos y Estadísticas de Trastornos Mentales), como trastornos depresivos o trastornos bipolares, trastornos debidos a enfermedades o tóxicos, trastornos no determinados. Desde otra perspectiva, el humor constituye el sentido de un nivel de integración superior, en el cual el espíritu transfiere al cuerpo fuera del espacio físico (¿metafísica?) Otro autor formula un principio metodológico para tratar los fenómenos espirituales bajo el postulado de la fisiología está llena de alma y es la propia alma que hace su cuerpo.

Pero siempre se ha asociado entusiasmo a optimismo. La actitud mental del optimista es

considerada como pensamiento positivo porque tiende a ver el lado satisfactorio de las cosas y los eventos de la vida, tanto los cotidianos como el conjunto de actos vitales que se desarrollan a través de toda la existencia. El fracaso y la frustración y la visión de imposibilidad de hacer son los elementos ausentes de la actitud mental positiva. Esto se debe a una capacidad de interpretación que es desarrollada durante el crecimiento o aprendida mediante un adiestramiento específico. Durante el desarrollo se adquiere ya sea por estímulos de la familia y del entorno social, o por la decisión personal de solucionar, evitar o sublimar los conflictos. El mundo es un campo lleno de esperanzas y oportunidades que uno debe buscar para progresar. El fracaso no es tal sino una simple experiencia de conocer un camino que no conduce al éxito y este conocimiento no es útil para no repetir la experiencia, sino buscar nuevos emprendimientos distintos al que no tuvo buen fin. El pensamiento positivo puede ser representado por la figura de una foto en colores. Si siguiéramos el concepto del poeta Campoamor de que “el color de todo es según el cristal con que se mira”, podríamos afirmar que el positivo optimista tiene una “visión rosa” de las cosas y de la vida. Consecuentemente, son personas de buen humor. Contrariamente, la actitud mental del pesimista es el pensamiento negativo tendencia permanente y general a apreciar a los fenómenos y hechos vitales transitorios, permanentes y sucedidos a lo largo de la vida, como cosas que provocan sufrimiento, infelicidad, insatisfacción y, sobre todo, frustración. La insatisfacción y la frustración van de la mano hasta llevar a diferentes grados de trastornos mentales depresivos. Todo se interpreta como fracaso o de solución muy difícil o imposible. Los conflictos son insuperables y “no hay nada que hacer” frente a ellos. No es útil ni efectivo enfrentar los problemas y buscarles solución, ni plantearlos siquiera. Seguramente todo problema es insoluble. El pesimismo, como el optimismo, se adquieren durante el desarrollo o son conductas

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negativas aprendidas o adquiridas circunstancialmente o ex – profeso. Es como dice el refrán popular: “aquél que se quema con leche caliente, sale huyendo cuando ve una vaca”. Es decir, los sucesos aflictivos que a uno le ocurren, lo marcan para adquirir la visión o punto de vista, que es posible que ellos nos ocurran siempre, repetitivamente, como si se estuviera “marcado” para fracasar o sufrir o atraer las desgracias. La vida no ofrece oportunidades y es muy difícil que ellas aparezcan por sí. El fracaso indica la incapacidad para hacer algo y por lo tanto no hay que tentar otros esfuerzos. Simplemente quedarse quieto para evitar nuevos fracasos. Si hacemos la comparación con la foto, el pesimista es el negativo de la foto donde predomina más el negro que el blanco y todo está desdibujado y sin colores. La visión de las cosas es siempre de “color negro”. No hay matices porque todo es gris o negro. La secuela lógica de todo esto es el mal humor.

El Estudio Walker confirmó el sistema inherente al ser humano que hace que los hechos positivos guarden mejor memoria que los negativos. Este estudio demostró que lo primero que se olvida es la tristeza (salvo en los casos que sufran trastornos de depresión). La tendencia al placer y la huída del displacer es un principio psicológico ampliamente comprobado. Esto justifica el buen recuerdo de lo positivo y el olvido de lo negativo, puesto que la intensidad del dolor siempre es menor que la vehemencia de la alegría. Por otro lado, la tendencia a lo positivo está contemplada en la denomina teoría de la adaptación, la cual siguiendo el principio de placer y displacer establece que el ser humano cuenta con nivel básico de humor basado en la felicidad y el placer y, de ahí, tiene tendencia a buscar ambos valores por sobre todas las cosas.

El olvido es uno de los instrumentos naturales de la mente humano para borrar lo indeseable o

lo displacentero. Gracias a la posibilidad de sublimar el sufrimiento es que se puede adquirir la capacidad de ser felices. Si cada uno analiza bien su vida, aun en las peores crisis, siempre hay situaciones gratificantes y la esperanza de algo mejor. Esto hace pensar que en realidad la mayoría de los seres humanos, independiente de sus necesidades materiales o físicas insatisfechas, de un modo u otro alcanzan un grado de felicidad, a su manera. Es decir, la felicidad no es lo mismo para todos. Un anacoreta goza de la soledad, mientras que a otros los mata.

En cuanto a la capacidad de hacer cosas y de buscar nuevos horizontes o caminos, Michael Scheier piensa que “las habilidades cuentan pero la fe en el triunfo influirá en lograrlo, independientemente de la voluntad”.

Todos estos estudios y conclusiones de los investigadores lleva a concluir que los hechos llevan

a optimistas y pesimistas a enfrentarse de igual forma, en lo que a lo fenomenológico se refiere, y a tener “los mismos desafíos y a las mismas decepciones”, pero las reacciones sobre estos hechos será totalmente distintas pues las formas de hacerlo estarán condicionadas por la actitud mental previa. Los resultados de diferentes experiencias a que fueron sometidas personas diversas, ya sea en el desarrollo de su profesión o en la realización de determinadas tareas, demostraron en algunos casos, como lo señala Martín Seligman, el éxito de un vendedor se debió a su capacidad de comunicación o “estilo explicativo” que es la clave del triunfo.

El optimista explica sus fracasos por diferentes eventualidades, ajenas a sus esfuerzos. Si no le

fue bien es porque el cliente “no estaba de humor” o “porque el tiempo no le ayudó”, la “conexión telefónica no fue afortunada”. La culpa de no coronar un negocio es por del otro o de otras variables. Luego, hay que buscar superar esas circunstancias y abordar en otro momento un nuevo intento y si éste tiene buen resultado, el optimista lo atribuye a su “gran capacidad” de resolver conflictos y a sus méritos personales exclusivamente. O sea, “triunfo porque soy bueno en esto”. Al estilo explicativo, agrega lo de “excelente autoestima”. En cambio, el pesimista, en exactas condiciones de trabajo, pensará que si algo no va bien es porque “no sirvo para esto y siempre fracaso”. Aquí si hay una autoexplicación es negativa y se acompaña de un sentimiento de baja autoestima o menosprecio de sí

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mismo. Anderson, el investigador que antes citamos, realizó otra prueba con tareas encargadas a un

grupo de estudiantes, en las primeras experiencias negativas, una parte de los estudiantes dijeron “no puedo hacer esto”. Pero otro grupo afirmaron: “necesitamos recurrir a otro enfoque”, con lo que quisieron decir que probablemente la forma con que comenzaron la tarea encomendada no era la más correcta y por eso no obtuvieron los resultados esperado. De este experimento, Anderson llegó a la opinión de que “si uno pierde las esperanzas deja de molestarse en adquirir las capacidades que le hacen falta para triunfar. El sentido de llevar las riendas es la prueba de fuego del éxito”.

Lo que distingue al optimista es que posee el sentimiento de que domina su propia vida. Si algo

no le sale como esperaba o cree que está mal, reacciona actuando con rapidez para buscar soluciones. Para ello sopesa los factores negativos para eliminarlos y elabora un nuevo proyecto de acción, para lo cual generalmente se basa en sus propias experiencias y en las experiencias ajenas pero, por sobre todo, buscando el consejo o asesoramiento de quien más sabe sobre la cuestión que tiene que solucionar.

La actitud del pesimista es tener un sentimiento de que su vida está “como nave al garete” y es

sacudida por las tormentas de la vida sin que él pueda intervenir o modificar la situación, pues se siente una especie de “títere del destino” y tiene una visión fatalista: las cosas ocurren o van a ocurrir sin que haya posibilidad de cambiar el rumbo de las mismas. No reacciona ante los reveses o lo hace con suma lentitud, pero no para buscar soluciones sino para huir de los problemas, ensimismarse, deprimirse y no acudir bajo ningún concepto a la opinión ajena porque da por sentado en forma absoluta, de que “no puede hacerse nada al respecto”. Todo inconveniente no es solucionable.

La tendencia moderna a una mayor preocupación por averiguar las potencias espirituales del hombre, quizás, se debe a la necesidad de revertir la gran crisis espiritual por la que se atraviesa. De ahí el estudio de las facultades de la motivación, del optimismo y de otras cualidades y facultades espirituales. La idea de cultivar el entusiasmo como una virtud que provoque el cambio y lleve al hombre a motivarse para el “éxito” en general de su vida personal, es la que ha generado el pensamiento de que hay que despertar al gigante. Este concepto de “gigante” que nos retrotrae a la idea de Mira y López, es uno de los más acertados dado el formidable poder que encierra el concepto de entusiasmo. Si entusiasmo es el “Dios que cada uno lleva dentro de sí” es como afirmar que poseemos una fuerza ilimitada y poderosa y muy grande (cualidades atribuidas a los míticos gigantes). Alejandro Rozitchner piensa que el concepto entusiasmo “puede representarse con la sensación de estar dentro de las cosas. Es un estar adentro de todo ocasionado por el mero hecho de estar involucrado de manera especial con algo. El entusiasmo es una acción en donde los movimientos se enhebran con gracia, en donde uno se siente arrastrado por una fuerza no intencional, pero a la que se reconoce como particularmente propia”.

Acá, Rozitchner en un juego semántico resalta al la endogenicidad del entusiasmo. Nosotros

ya advertimos que etimológicamente, entusiasmo es una fuerza endógena. Está “dentro de uno mismo”, pero cuando algo cae en la mira del entusiasmo y se constituye su causa, la persona se “involucra” con ese “algo” e involucrar es “abarcar, incluir, comprender”. Por este sentido semántico, pensamos que más que meterse “dentro de algo”, incorporamos ese algo “dentro de uno mismo”. Comprender es el primer paso para introyectarnos algo, pero también para “penetrar dentro de las cosas”. La introyección o incorporación de un algo es lo que determina la motivación en algunos casos. Pero “meternos dentro de algo” es cuando encontramos la “verdad” o el ser de un ente o cosa. Por esto vale la pena hilar fino entre lo que es “meter algo dentro nuestro” o “meternos nosotros dentro de algo”. Cuando nosotros “metemos algo dentro nuestro” de ahí surge el compromiso con el “algo”.

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Si bien el entusiasmo, como potencia natural de nuestra esencia, no es fruto de nuestra voluntad o intención, la acción entusiasta sí es la que será guiada por el deseo, el anhelo, la involucración y el compromiso intencional con ese “algo” o “causa de entusiasmo”. Es verdad que el entusiasmo es una fuerza positiva motivadora, pero debe ser acompañada de orden, responsabilidad y disciplina, pues sin esas condiciones no será efectiva. Una acción entusiasta no organizada, tendrá empuje, pero no siempre significará éxito, aunque el tesón pueda producir algún efecto de beneficio. Para que el entusiasmo sea efectivo completamente debe ser guiado, esto es organizado y disciplinado y cada resultado debe ser evaluado con responsabilidad. Sólo así habrá éxito con calidad total (excelencia).. Luego, entusiasmo ya no sólo es deseo, motivación, empuje, coraje, causa justa y positiva, búsqueda de éxito. Necesita de una cierta metodología. Pero todo va en bloque. Y para que esto ocurra hay que cultivarlo, desarrollarlo, es decir, prepararse. El entrenamiento espiritual o mental para encontrar el entusiasmo o desarrollarlo es parte de la maduración espiritual y del encuentro de la plenitud o sabiduría. El éxito y excelencia deben ser añadiduras, más que un fin o meta. Naturalmente, todo entusiasta, por su natural positivismo, siempre piensa en triunfar. Pero para esto, Bulacio propone que “la persona entusiasta intentará encontrar las mejores respuestas a la demanda de la situación, aumentando las posibilidades del éxito” Horacio Krell completa este proposición reconociendo que el entusiasmo “es una virtud que se puede alcanzar motivando el querer: si el deseo es suficientemente grande, cualquier obstáculo se vuelve pequeño. Pero no es cuestión sólo de metodología sino también del desarrollo de las capacidades humanas que se encuentran adormecidas, todos tenemos un gigante interior que no sabemos cómo despertar. El sentimiento no se sujeta a la razón sino a la acción, por eso hay que poner el autoarrancador y hacerlo ya. Los estados de ánimo acompañan a quien se moviliza. Para entusiasmarse, precisamente, hay que apropiarse del entusiasmo y transformarlo en acto. El entusiasmo disfruta con lo mínimo, se manifiesta en lo que hace, se lleva a sí mismo a todas partes. Y el fracaso no lo asusta: el disfrute está en el proceso y no en el resultado, lo importante es cómo viaja. Su felicidad no es la estación a la que arriba sino la manera en que disfruta del viaje”. Este concepto de Krell lo refuerza Rozitchner cuando afirma que “lo importante del entusiasmo es que es un fin en sí mismo, es decir, que es el entusiasmo mismo el que te da la felicidad, no que ella deriva del fin al que el entusiasmo se dirige”

Retomando la denotación de entusiasmo como “exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por cosa que lo admire o cautive”, por ser el sentido con que más se usa dicha palabra, debemos coincidir con el especialista argentino Juan Manuel Bulacio que el entusiasmo “es una emoción en sí mismo”. Luego, en ese carácter, es algo intangible, en el sentido de que no es accesible a los sentidos, pero por ser una sensación es perceptible, esto es, se siente. Ese “sentir” le quita lo abstracto para objetivarlo como algo concreto. Y, ¿cómo se siente?. Como una “energía” que nos llena de plenitud y nos moviliza, precisamente por lo que admiramos o nos cautivamos.

Como el entusiasmo “mueve” todas una serie de sensaciones distintas, no es posible describirlo

como una emoción determinada, sino como una mezcla de emociones en las que interviene el tesón, el fervor, la tensión o concentración en algo que nos distrae de otras cosas, en una fuerza avasalladora para hacer o sentir, combatir por un ideal o comenzar cualquier empresa que creamos digna y justa. Si bien, como gama o repertorio de emociones, no podemos definirlo dentro de las emociones conocidas, tampoco debemos decir que es imposible de describir por ser una emoción indefinida. Lo es respecto a lo conocido, pero al decir “entusiasmo” estamos nominando esa sensación especial indescriptible pero específica y su especificidad está en su propio nombre. Dada sus características de optimismo, deseo o anhelo, motivación y fuerza “para hacer”,

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Bulacio cree que el entusiasmo “se trata de una combinación de dos estados anímicos: la motivación y el optimismo”. Nosotros no disentimos con el criterio, pero pensamos que la motivación y el optimismo son sólo algunas de las principales cualidades del entusiasmo. Una fuerza tan grande, que semánticamente se emparienta con la divinidad, necesariamente debe ser mucho más que una mera suma de dos o más condiciones o cualidades.

Coincidimos plenamente con el especialista argentino en que “el entusiasmo supone un

estado anímico que impulsa a la acción” puesto que motivación y ánimo se caracterizan por “mover” las fuerzas y facultades espirituales hacia una acción determinada. También dijimos que entusiasmo es optimismo y optimismo es siempre un estado de ánimo positivo que al decir de Bulacio, consiste en las creencias positivas que las personas tienen de sí mismas, de los demás y del mundo en general. Pero es conocido que una persona no puede vivir en un “estado permanente e invariable de ánimo” cada segundo, todas las horas, todos los días, todo el año y toda la vida. Hay un ciclo variable polifásico donde habrá días que es más positivos que otros o días que se cruzará algún sentimiento negativo o pesimista. Pero el saldo final no es una mera suma y resta de estados positivos y negativos, sino la actitud persistente que marca el carácter y el temperamento. Esto aleja la “transitoriedad” de un estado determinado y le da “continuidad” como carácter o temperamento.

Así hay personas signadas por un carácter o temperamento positivo y otras por lo negativo.

A pesar de las oscilaciones, en las personas de tendencia positiva en el transcurso de la vida, según Bulacio, “la tendencia de base es bastante estable, con lo cual, aun en condiciones difíciles, la persona entusiasta intentará encontrar las mejores respuestas a la demanda de la situación, aumentando las posibilidades de éxito”. Estos dos criterios unidos, persona entusiasta y posibilidades de éxito, es lo que motiva a los estudiosos de la mente y la conducta humana a rescatar el concepto de entusiasmo sobre esas condiciones.

Silvia Mazza define que “una persona entusiasta es ante todo, alguien que no especula, que

no se mide, que se entrega. Al punto tal que se deja ganar por un impulso interno en contacto con algún estímulo externo; una persona tan generosa que ni siquiera importa la calidad del objeto (que puede ser mínimo) y, sin embargo, es causa suficiente para que el entusiasta se encienda y contagie a los demás con su propio fuego. El entusiasmo habla del derecho a apasionarse por lo que sea, y de ser libres para volcarnos al mundo, según nuestro propio modo”.

Irma Sanchis piensa que las personas entusiastas llevan “la fe en ellas mismas y en que la

vida merece la pena y su alegría reside en atreverse a ser, en realizar las posibilidades que llevan dentro”.

Krell alude a que los entusiastas son seres proactivos que no se atan a los hechos en sí sino que

buscan generarlos y que logran lo que quieren, justamente, porque creen en “lo posible”. Desde otra perspectiva, Rozitchner agrega que el entusiasmo es una especie de camino subjetivo para acceder al sentido de las cosas y una especie de punto de ebullición que nos cocina para realizarnos. Asimismo, piensa que para evitar el egoísmo social, fruto de la actual crisis espiritual, la sociedad necesita de los entusiastas, que son personas que se olvidan de sí mismos para sumarse al trabajo comunitario, al “equipo comunitario”, de forma tal que una comunidad se realiza exactamente cuando cada individuo de ella se afirma a sí mismo. Cuando esa sociedad o comunidad deja que cada uno de sus miembros desee y se entusiasme libremente, se generan lazos sociales dentro de ella, mucho más sólidos.

Desde un punto de vista práctico, como es el entusiasmo aplicado a la empresa y al trabajo, en

la opinión de Daniela de León el entusiasmo en el ámbito laboral engendra un sentimiento que propicia el éxito, porque estimula la laboriosidad (vitalidad laboral), creatividad (formas innovadoras con proyectos o iniciativas de excelencia de trabajo y producto) y ayuda al liderazgo. Por esta razón,

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en el esquema empresarial, el entusiasmo siempre debe ir de adentro hacia fuera (éxito personal) y de arriba hacia abajo (éxito de gerenciamiento) y ambos contribuyen al éxito empresarial. Como antes dijimos, siguiendo lo preconizado por Krell, en la empresa el entusiasmo genera el espíritu de equipo. Es sabido que las emociones impactan en el organismo provocando reacciones diversas en diferentes órganos. En el entusiasta las reacciones o manifestaciones orgánicas están relacionadas con la euforia que se despierta cuando encara un proyecto o se pone en acción. Bulacio expresa que son manifestaciones orgánicas nacidas por una sensación de bienestar pues, se experimentan sensaciones ansiosas positivas que son expresiones corporales reflejadas en el tono muscular que se tensa en forma expectante, ni demasiado relajado ni tenso del todo, sino con un tono justo y suficiente para ser activado y predispuesto a la acción que se encara o empieza. Toda la fisiología humana se desata acompañando un estado de emoción positiva que interviene no sólo en los músculos sino en el aparato digestivo, en el sistema cardiovascular y en el sistema nervioso.. Lo orgánico también se refleja en la situación vital que se está atravesando, en la calidad de vida y en las expectativas razonables de cada persona. El estado anímico es preponderante cuando se está entusiasmado y supera estados conflictivos como pueden ser los depresivos y modera aumentado o equilibrando los estados eufóricos. De algún modo, el entusiasmo aumenta la vitalidad orgánica y espiritual. Voluntad y abulia Denotativamente abulia es la “falta de voluntad o disminución notable de su energía”. Nosotros creemos que falta, en el sentido de ausencia o inexistencia, es un concepto no aplicable a la voluntad, porque si existiese la ausencia de esta facultad seguramente sería como parte de un síndrome de daño severo del sistema nervioso con profunda alteración o déficit mental. Por sí sola no hay una patología de la voluntad como agenesia, esto es, la falta congénita exclusiva de voluntad. Cuando no hay voluntad es porque existe una severa alteración o déficit mental por daño neurológico. Luego, la abulia debe ser considerada siempre como una alteración de la energía volitiva o disminución de la conciencia volitiva, pero no, inexistencia de la misma. Si existiese una disminución de la voluntad, acá falta debe ser entendido no como carencia o privación, sino como defecto de la voluntad.

Aclarado el concepto denotativo en lo relativo al significado de la palabra falta, podemos referirnos ahora las personas abúlicas que son personas incapaces de tomar una decisión porque carecen de fuerza para romper el conflicto mental en que les ha puesto una excesiva reflexión sobre las alternativas a seguir provocando la indecisión. Es lo que antes vimos como persona indecisa. La abulia como falla patológica, acompaña otro cortejo de signos y síntomas que definen algunas alteraciones o enfermedades mentales. Por ejemplo, en un trastorno de depresión, la abulia puede ser uno de los signos del mismo. Pero cuando una persona es de naturaleza abúlica, es decir, que posee una personalidad abúlica, esto es una actitud reversible.

Hay que distinguir entre signo patológico y actitud personal. El signo patológico puede ser, o

no, reversible. La actitud siempre es reversible. El abúlico grave vegeta en la inactividad, por excelencia. Pero cuando se trata de actividades automáticas, habituales, cotidianas, que no exigen una toma de decisiones sobre la base de la elección por deliberación de opciones determinadas, realiza actividades normales aunque sin mucho entusiasmo y en forma mecánica. Son actos rutinarios. De igual modo, una emoción brusca violenta o un estímulo tónico, puede despertar una reacción volitiva que le lleva a actuar en forma impensada o espontánea o reactiva y por esta razón, su mente no influye negativamente en la activación de la energía dinámica vital. Hay un antiguo aforismo por el cual se creía que toda idea tiende a transformarse en acto:

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“todo cuanto entra por el espíritu sale por los músculos”. Es una especie de tendencia volitiva, esto es, la tendencia que tiene toda idea a transformarse en acto. Pero este concepto, casi ley psicológica, no es obligadamente tal cual, sino que como todo acto humano está rodeado de una serie de variables. Por ejemplo, si estamos considerando muy atentamente los múltiples y distintos motivos por los cuales resulta útil el desarrollo de la voluntad, veremos que teóricamente hay una inclinación natural al acto volitivo y el deseo permanente del desarrollo de la voluntad.

Pero para que esto ocurra, es necesario que las personas normales tengan el hábito de razonar meditadamente todas las cosas sometidas a su conocimiento y criterio. Esta meditación razonada no es algo que espontáneamente se instala en todos, a pesar de que todos cuentan con esa facultad. Para que tenga lugar en forma sistemática, es necesaria una educación, especialmente una educación como entrenamiento mental. Hay que educar a la mente y para esto hay que conocer sus mecanismos y los modos de reacción personal de nuestra mente y cuales con sus condicionamientos culturales (instrucción, lenguaje, actitud existencial, educación recibida, el contexto ambiental, etc.).

De todo esto puede surgir: ¬ personas que tengan la costumbre de practicar la contemplación mental de sus razonamientos y en practicar su autoeducación psíquica ¬ personas que no puedan, no sepan o no quieran usar dicha contemplación ni autoeducarse en ella

En alguna medida la costumbre de meditar nuestros actos, fines y tendencias dependerán de nuestros motivos y de la capacidad de atención y concentración psíquica con que estemos preparados. Es razonable que aquellos que puedan utilizar el método de razonar sus actos tendrán una capacidad y una actitud personal de concentración, atención y motivación, suficiente para lograr sus metas y propósitos y obtener un resultado óptimo de su meditación. Y, consecuentemente, quien no esté suficientemente preparado en esas cosas sólo tiene dos posibilidades: ser un abúlico o incapaz de producir acciones efectivas en su vida o encarar la factibilidad de vigorizar eficazmente sus actos mentales trazando un plan claro y posible de las modificaciones que desee y deba introducir en su personalidad y sopesando las ventajas que dichas modificaciones le aportarán.

Obviamente, cada persona tiene un proyecto existencial individual determinado y cada

proyecto es diferente al de los otros. También hay gente que no sabe o no quiere tener dicho proyecto. Quienes lo tienen, según la finalidad que persigan, se inspirarán en las fórmulas más adecuadas para la consecución o realización de su proyecto en particular. En estos casos su funcionamiento mental o cerebral puede ser suficiente para sus metas. Pero en el caso de los que no saben, no quieren o son indecisos, vacilantes e inertes, éstos necesitan activar ese funcionamiento mental en forma acelerada, para lo cual hay medios físicos y psíquicos que le resolverán muchas dificultades.

La movilidad física y psíquica estimula la excitación cortical del cerebro y lo predispone a

agudizar sus facultades para mejorar su aplicación. Inversamente la inmovilidad psicofísica tiende a deprimir la excitación cerebral que estimula el pensamiento y la meditación, las únicas armas que hacen formidable al ser del hombre. Esto de la concentración mental para resolver un problema o realizar un proyecto es posible observarlo en las personas que alcanzan el éxito de sus propósitos. Son seres activos físicamente (se mueven de una forma u otra, ya sea caminando, paseando, realizando trámites o diligencias, viajando) pero no descuidan la meditación (dedican bastante tiempo al análisis de sus conflictos o planes), buscando los medios para realizarlos o sintetizando todo para comprenderlo mejor. Consultan con la almohada y muchos de ellos, sabiamente, discuten, conversan o consultan a otros para tener diversos puntos de vista).

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Los abúlicos, generalmente, no poseen la cualidad de poder concentrarse, no cultivan la

meditación y, en general, además de indecisos son abandonados en su persona e inertes en sus acciones. Incluso tiene baja autoestima. Esto lo trataremos cuando veamos algunas ideas para fortalecer la voluntad. El proceso que acompaña a la motivación auténtica Si la motivación es la facultad que nos permitiría desarrollar nuestro ser, la consecución de un buen desarrollo, esto es, un desarrollo auténtico, culminaría con la obtención de una personalidad armónica, integrada completamente en su entorno, con gran satisfacción por su logros y una vida apacible y rodeada por una gran voluntad de poder cambiar todo lo necesario a fin de resolver positivamente todas las dificultades y problemas que la existencia plantea a cada persona, en forma cotidiana y a lo largo de la vida. Los investigadores y estudiosos norteamericanos son los que más se han preocupado para encontrar todos los elementos que encadenados llevan a conseguir una vida aceptable y muy cerca de la satisfacción personal que puede representar un grado de bienestar igual o parecido a la felicidad. Naturalmente, también para evadir el fracaso, la frustración en grado completo y conseguir “triunfos” que sin ser de gran magnitud, son suficientes para mantenernos en equilibrio. Patrick O’Dooley ha resumido un “decálogo” de todos los resultados de los estudios realizados sobre la cuestión y propone a los siguientes elementos, como variables determinantes de acciones satisfactorias: 1. actitud positiva 2. entusiasmo 3. determinación 4. motivación 5. confianza 6. optimismo 7. dedicación 8. alegría 9. capacidad de escucha 10. paciencia

Es una lista más o menos abarcadora de las principales “virtudes” de una persona satisfecha. Pero es indudable que habría otros factores como la convicción de la fe en lo que se cree y proyecta y las esperanzas férreas de alcanzar todos los objetivos, o la mayor parte de ellos. Otro detalle importante es el punto de vista que se tiene sobre lo que se hace.

Es clásica la parábola o anécdota o narración relativa a tres picapedreros que labraban piedras

para construir una catedral. Uno de ellos pensaba que hacía su trabajo por obligación. Otro, porque era el oficio tradicional de la familia. Pero un tercero opinaba con orgullo que su profesión de albañil le permitía construir una catedral que sería una obra de arte dedicada a Dios. Es indudable que este picapedrero era el auténticamente motivado y era feliz con lo que hacía, pues estimaba que su pequeña obra contribuía a la grandeza de la humanidad y la historia del mundo.

Cada persona, desde la humildad de su posición en su entorno y en el mundo, es un engranaje

precioso (o al menos importante) en el mundo, en el presente, para su historia y la construcción del porvenir. ¿Por qué importante?. Porque cada vida es un efecto por sus acciones que pueden ser

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ejemplo o al sumar el número de las acciones arrojar un factor de modificación de peso. Si uno se dedica al bien, dejará huellas positivas que contribuirá con otros similares al curso del devenir de su comunidad y de la humanidad.

De igual modo, quien produce el mal también “contagia” y la cadena de los “maliciosos”

tendrá los frutos dañinos de las acciones personales. Esto no necesita muchas explicaciones ni escuelas filosóficas ni principios científicos. Surge de la simple observación de la vida diaria, cotidiana, y del estado en que se encuentra el mundo, en el momento en que vivimos en él. La historia concatena después esos momentos una vez que pasaron. Voluntad de sentido de Frankl Víctor Frankl postula que existe una voluntad de sentido que actúa como una fuerza primaria que busca el sentido de las cosas, especialmente el sentido de la vida y estima que esta voluntad de sentido no es “racionalización secundaria” originada en impulsos instintivos. No constituye un mecanismo de defensa ni formación de reacciones, ni principio de fe, sino que es una cuestión de hechos concretos. Por lo tanto, esta voluntad de sentido no es un impulso moral ni un impulso religioso, sino un impulso vital o esencial del hombre. Por lo tanto, no es un invento de la conciencia del hombre, sino un sentimiento inherente.

La conciencia volitiva

¿Qué es conciencia volitiva? Cuando realizamos actos conscientes interviene la voluntad. Nosotros hemos definido ya que es voluntad. Ahora repasaremos brevemente algunos conceptos sobre conciencia (que antes habíamos formulado en el parágrafo relativo a la conciencia) para después ubicarnos en las relaciones entre conciencia y voluntad. La conciencia, por su propia definición es el mundo interior del hombre. Es la “propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. También representa el conocimiento interior del bien y

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del mal y el conocimiento exacto y reflexivo de las cosas”. Bien pensada, la conciencia es la que nos permite darnos cuenta o percatarnos de las cosas o de juzgar una ley o la moral.

En otras palabras: conciencia es darnos cuenta de lo que nos está pasando a nosotros y de lo que pasa alrededor nuestro y juzgar a las cosas que pasan con un sentido de ética y moral. La conciencia, en alguna manera, es la forma de aprehender la realidad. Otras definiciones la explican como el “conocimiento inmediato de sí mismo que tiene el ser humano, de sus estados mentales y de relación con la realidad, integrado por un grado suficiente de vigilancia (funcionamiento nervioso) y de lucidez (funcionamiento psicológico)”.

Luego, es evidente que todo acto lúcido o consciente necesita de esta facultad mental que hemos analizado como conciencia, pues ella nos dirá la calidad del acto en cuanto a si es bueno o malo, útil o inútil, verdadero o falso, necesario o innecesario, etc. Es lo que nos ayuda a analizar todo el proceso volitivo, desde la deliberación hasta la decisión. Esta aplicación de la conciencia al acto volitivo o volición, es lo que llamamos conciencia volitiva.

Decisión e indecisión Nosotros hemos analizado ya algunos aspectos de las personas decididas y de las indecisas, al denotar lo que es la voluntad y en el parágrafo de la abulia, donde marcamos lo que es un hombre decidido y lo qué es un hombre indeciso. Ahora repasaremos estas dos actitudes a la luz de la conciencia. Cuando hay que evaluar si se toma o no una decisión interviene la voluntad. Pero la motivación de una decisión siempre nace con la “toma de conciencia” del problema o cuestión a evaluar y resolver. En el momento en que se estudia qué es lo que lleva al hombre a determinar o no una decisión, aparecen las llamadas teorías deterministas de la voluntad, que son las que no admiten la libertad en los actos volitivos del hombre. Estas teorías parten de la creencia de que todos los actos volitivos humanos ya están prefijados o determinados de antemano. En las teorías indeterministas, contrariamente se postula la libre elección de los actos volitivos. Esto también lo analizamos al ver el tema de la relación entre voluntad y libertad. En definitiva, quien gobierna o a quien compete gobernar nuestra mente y, por ende, los actos volitivos y acciones que ella procrea, es la conciencia. Luego, cuando debe determinar las acciones malas o buenas, puede ocurrir que muchas veces las acciones malas “empañen” la nitidez de la conciencia y puede ocurrir que la conciencia no aborrezca o deseche la mala acción permitiendo que ésta tenga lugar, a pesar de estar sabiendo que es una “mala acción”. ¿Por qué no siempre la conciencia no acierta a rectificar una mala acción u oponerse a cometerla, a pesar de reconocerla como indebida?. Esto puede deberse a varios fenómenos. Uno de ellos, sencillamente nuestra voluntad no sirve en muchos casos para imponernos el obrar al dictado de la conciencia. Nuestra mente se suele mostrar neutral ante las cualidades de las cosas. Se limita a registrar la presencia de un impulso o un deseo. La conciencia es la que debe dictaminar si procede o no dar curso a lo que imaginamos. La conciencia se halla radicada en el entendimiento y de acuerdo con él, estampa, o no, el “cúmplase” que sanciona su efectividad. Pero aquí surge la intervención del agente ejecutivo, la voluntad, sin cuya acertada gestión podremos comprobar que en ocasiones el hombre se comporta en sentido contrario a lo que ordena su propia conciencia. En este caso, su voluntad, como agente ejecutivo, ha fallado lamentablemente y ha cometido una mala acción a sabiendas de que aquello estaba mal y no debía haberse hecho. Seguir, o no, voluntariamente los dictados de la conciencia, dependerá en estos casos de las motivaciones que conlleva una mala acción. Acá pueden ocurrir varias cosas cuando hay “fallas de la voluntad” o de la “conciencia volitiva”:

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1. Obnubilación de la conciencia: por una emoción violenta que anula el poder volitivo de frenar una acción mala, a pesar de que conscientemente se ha reconocido expresamente como acción indebida, por ejemplo, lo que ocurre con un impulso homicida no psicopático sino desatado por esa emoción violenta. 2. Motivaciones poderosas: generalmente los impulsos instintivos o compulsiones obsesivas disparadas por emociones negativas como puede ser una ambición desmedida, la avaricia, la falta de pudor, un bajo instinto exacerbado, etc., pueden ser más persuasivos que las razones de ética o moral de la conciencia frente a un hecho inmoral o mala acción. Estas motivaciones son las que anulan la conciencia del bien del mal al momento de actuar. No es que no se sepa que se está actuando mal. Todo lo contrario: se tiene “plena conciencia”, pero las motivaciones negativas arrollan la voluntad de “seguir los dictados de la conciencia”, para plegarse a los “dictados de la conveniencia indebida”. Así se cometen delitos, actos corruptos, aberraciones sexuales, etc. Las motivaciones se escudan tras los llamados pseudorrazonamientos, que consisten en racionalizaciones, más o menos falsas, para justificar un hecho malo. Un ejemplo es cuando un hombre que comete una violación sexual aberrante, trata de justificarla por explicaciones como “impulsos pasionales irrefrenables”, “instinto irrefrenable”, etc. O aquel delincuente que hecha la culpa a la sociedad o a la familia de ser como es. 3. Conciencia complaciente o permisiva: es la que a pesar de reconocer la maldad de un hecho, lo lleva a cabo porque sus conceptos éticos o morales son muy elásticos o, mejor dicho, los relativiza con frases tales como “fue sin querer”, “todo el mundo lo hace”, “no creí que hiciera mal”, “nadie es perfecto”, “errar es humano”, etc. El repertorio de justificaciones o de interpretaciones relativas de la moral, en detrimento de lo auténtico y “lo que debe ser” es amplio. Cada vez más, el ingenio humano despliega más energía en justificar los actos malos que en reprimirlos. El provecho secundario que puede obtener de un acto malo impera más que la dignidad de obrar cabalmente, esto es, obedeciendo a su conciencia cuando le señala un acto malo y este aviso es totalmente comprendido. La conciencia complaciente es como una “conciencia anestesiada”: está presente pero no opera. 4. Conciencia indiferente: es el estado de conciencia que actúa como autómata pues no se molesta en cumplir su cometido: juzgar la bondad o maldad de un acto. Es lo que ocurre al individuo que ante un fenómeno que debe criticar o ejercer la autocrítica de sus actos, responde con una actitud del “qué me importa”, “al traste con eso”, “no me interesa si es bueno o malo”. Esto puede operar como un rechazo activo a la responsabilidad de decidir y evaluar o como una “conciencia perezosa” que no asume el trabajo de decidir. También puede interpretarse como debilidad de conciencia o falta de confianza en sí mismo.

Felizmente, no siempre ocurre que haya “fallas de conciencia o voluntad”. El hombre ha demostrado que puede conducir correcta y firmemente su mente, conciencia y voluntad. Una conciencia volitiva poderosa, dispersa los impulsos indebidos o equivocados e impide enérgicamente la comisión de malas acciones.

Hay un dilema que debe resolverse: ¿la voluntad es débil porque la conciencia lo es, o la

conciencia no opera porque la voluntad es endeble?. Sabemos que puede haber fallas de conciencia y fallas de voluntad y en la interacción de ambas, una influye sobre la otra, en caso de fallas. Si la conciencia es débil, la voluntad lo será y viceversa. Pero esta interacción también opera en sentido contrario: una conciencia fuerte determina una voluntad fuerte y viceversa. Esto pareciera operar como que cuando algo falla, es porque en realidad el defecto está en ambas facultades mentales: conciencia y voluntad. En virtud de esta razón, el empleo resuelto y decidido de la voluntad puesta al servicio de la conciencia volitiva, tiene como tantas cosas, anverso y reverso.

La volición admite una cosa o la rechaza de plano. Significa que hay voluntad para hacer o no

hacer (voluntad de comisión, o voluntad de omisión). Ambos casos dan lugar a posición inflexible en quien se acomoda a los dictados de la conciencia. En este caso la conciencia opera como un refuerzo de la voluntad, al darle el visto bueno a las decisiones. Quién goza del uso de una “voluntad decidida”,

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cuando se le presenta la ocasión de llevar a cabo una acción indigna o reprobable, siempre e incuestionablemente responderá en forma inmediata con un “¡No!” y no existirá razón alguna para torcer su voluntad o quebrar su conciencia. Esa misma persona cuando es solicitada para el concurso de una acción abnegada, heroica o beneficiosa, simplemente no dirá ni sí ni no, directamente la realizará, por el pleno acuerdo o concordancia entre conciencia y voluntad, entre los principios éticos y morales y la dignidad o integridad de la persona que los sustenta. Los riesgos de la conciencia volitiva El riesgo se origina cuando la voluntad de un sujeto no es categórica en su pronunciación en relación con los dictados de la conciencia. En este punto debemos reiterar o transcribir conceptos vertidos anteriormente. Ya hablamos de las fallas de voluntad y de conciencia. Ante una propuesta perversa, indigna e impertinente, los tímidos e indecisos con conciencia y voluntad débiles, no resistirán el “dominio tentador” y responderá a la tentación indebida como si ésta lo apremiase a responder malamente. En estos casos se escudan con excusas tales “Bueno, si usted se empeña...” o “Si usted insiste...”, o “Si a usted le parece bien”, etc. El “si” condicional es precisamente eso: es como si el acto fuese condicionado por una relativa insistencia de otras personas o factores impulsivos o compulsivos a llevar a cabo una acción cuestionable. Por lo tanto el débil de carácter, conciencia y voluntad simulará que su acción es condicionada bajo el “imperio de las circunstancias” (acción condicionada imperativamente).

Hemos analizado la voluntad débil que se aviene a cometer una acción mala o no debida. Dentro de este contexto debemos analizar también a otra forma de voluntad y conciencia débiles: son las personas que puestas ante la disyuntiva de realizar un acto no competente o participar en una acción meritoria, responde con un “veremos”, “tal vez sí”, “a lo mejor”, etc. Acá existen más probabilidades de que por desconfianza, reserva o falta de confianza en sí mismo, una petición no sea atendida. El indeciso no participa en las proposiciones de actuar bien o mal. Ya hemos aludido a la característica curiosa de que tanto la conciencia como árbitro y la voluntad como motor de acción, estriban su poder en la confianza o desconfianza que cada cual tiene en sí mismo.

Si por intentar no cometer un error o desliz, buscamos evitar toda situación de tentación, esta

actitud demuestra, de algún modo, que no nos sentimos seguros del todo para resistir una tentación. Esto se debe a la creencia arraigada de que la exposición a la tentación, lejos de fortalecer nuestra conciencia y voluntad, en realidad es un riesgo difícil de superar. De ahí el refrán popular que dice “la ocasión hace al ladrón”. Si uno rápidamente escucha este proverbio, a primera vista es totalmente razonable. Para eso está el otro refrán que lo que refuerza: “tanto va el cántaro al agua, que termina por romperse”. Si uno se expone indefinidamente a una tentación, es como natural que se quiebre y ceda a la misma.

Estos dichos se basan en la experiencia de los casos de aquellos que no tuvieron la suficiente

fuerza de ánimo para mantener una conciencia y una voluntad poderosas para resistir toda tentación, cualquiera sea la cantidad de veces que esté expuesto a ella. Así, quien maneja grandes sumas de dinero ajenas, tarde o temprano, si tiene una oportunidad conveniente (ocasión) como puede un control deficiente o una permisividad de los dueños del dinero, echará mano de sumas tentadoras. O sea, es muy posible que se motive lo suficiente para vencer todos los argumentos de su conciencia y fuerce a su débil voluntad a ceder al impulso de apoderarse de aquello que sobradamente sabe que no es suyo. La complacencia de su conciencia volitiva y de su autocrítica, hace que su conciencia volitiva sea muy amplia y esto cause su escasa resistencia para llevar a cabo la mala acción.

Contrariamente, un individuo dota de una conciencia volitiva estrecha, no permite que

ninguna tentación avasalle el fuerte criterio de un acendrado sentido de honestidad e integridad que le

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inspire un tremendo respeto por las posesiones ajenas, cualquiera sea la naturaleza de la misma (desde los bienes hasta la mujer del prójimo). El no escapar a las oportunidades (ocasiones) de quebrar nuestra moral y exponernos sin temor a la misma, es una especie de autoexamen o un “ponernos a prueba” a nosotros mismos. Ello nos permitirá comprobar la solidez de nuestra honradez.

Si nuestra decencia es abigarrada, ni remotamente nuestra conciencia y voluntad (conciencia

volitiva) se verá tentada de caer en la degradación por varios motivos: 1º. Nuestro pensamiento no concebirá ni por un segundo la idea de cometer lo indebido 2º. Si casualmente nuestro subconsciente nos juega la mala pasada de esbozar aunque sea la sombra de una apetencia impertinente, la conciencia volitiva la ahogará inmediatamente suprimiendo o sublimando la sugestión subconsciente. Es cuando uno se dice a sí mismo: “eso, ni pensarlo”, “absolutamente no” 3º. Estaremos permanentemente vigilando nuestras reacciones exteriores e interiores para evitar las fallas conscientes o inconscientes que permitan el acecho tentador.

Luego, todo riesgo de “caída en el pecado” no es la ocasión en sí, sino las conciencias volitivas débiles o mal formados, señal de una personalidad ineducada o falta de madurez, por mal desarrollado del carácter y la falta o déficit de conciencia volitiva. Sólo el que esté seguro de sí mismo podrá actuar natural y espontáneamente sin rehuir ninguna ocasión de tentación. Esto será su mejor señal de una conciencia y voluntad fuertemente aleccionadas. En la puja por sobreponerse a toda tentación se podrá apreciar en sí mismo la existencia de dos fuerzas incitadoras: • La conciencia, el juicio, la razón y la reflexión que todas juntas forman una fuerza especial y poderosa • El automatismo, fuerza traicionera que se apodera del desprevenido y de quien no se preocupa por fortalecer su conciencia volitiva

Ambas fuerzas están siempre en pugna. Puede ocurrir que un día tengamos una obligación que no está sujeta a medios coercitivos absolutos, como puede ser estudiar, pero fuera de nuestra habitación una hermosa mañana nos incita a salir. Si el sentido de responsabilidad de cumplir con nuestra obligación de estudiar se basa en una estrecha conciencia volitiva, esto permite superar el automatismo de la tentación de lo más fácil: abandonar los libros e irnos a gozar de una mañana esplendorosa.

Ceder al automatismo es la conciencia volitiva amplia y débil. La debilitación del automatismo

es conseguida metódicamente: primero dominando los impulsos más insignificantes y después seguimos con otros más importantes y esto logrado paso a paso, lleva a la rápida subordinación del automatismo a los dictámenes de la conciencia volitiva. Por esto es necesario crear conciencia. Las posibilidades de la conciencia volitiva Hemos analizado algunos riesgos de la conciencia volitiva. Salvando los mismos, en general y por razones obvias, debemos aceptar que la conciencia volitiva es un elemento fundamental de los actos volitivos conscientes. Sin conciencia nos sería poco posible, o prácticamente imposible, orientar adecuadamente toda nuestra volición. Como venimos repitiendo desde varios parágrafos anteriores, el hombre está constituido por tres esferas espirituales. Dentro de esas tres esferas de la vida del hombre, esta la esfera volitiva. Si está integrada a las otras dos, significa que la estará necesariamente lo intelectual y lo emocional intervendrán en lo volitivo.

La conciencia nace en la esfera intelectual o inteligencia. Está regulada por ella, pero también

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lo está por la emoción o el afecto. La voluntad, en estricta conjunción con estas dos esferas, participa también en lo intelectivo y lo emotivo o afectivo. La conciencia es lo que orientará sus motivaciones, encauzará sus deseos y la inteligencia y el afecto permitirán que la volición no sea perniciosa sino útil a la existencia humana. Tanto la inteligencia, como la emotividad y la voluntad se encuentran e integran dentro de la conciencia, para proceder a los actos racionales y conscientes. Es acá donde actúan las llamadas inteligencias: emocional, intelectiva, social, instintiva y, ¿porqué no?, una inteligencia volitiva. Esto lo analizaremos en otro parágrafo. Insistimos muchas veces en que el hombre, por su naturaleza inteligente, debe buscar el significado de su vida o existencia personal. Dentro de ella, la de sus actos vitales. Y por lo tanto, la significación de su actuar debe estar dentro de un carril, ya sea como proyecto o plan u otra intencionalidad que hace a la consecución de sus fines, metas, propósitos o intenciones particulares.

En este quehacer es la conciencia volitiva la que ejerce la función rectora de la acción fecunda.

A través de ella, la potencia intelectiva y la energía o fuerza emocional nos permitirán reforzar la acción auténtica para encaminar metódicamente nuestra vida hacia un destino propio o afín a la naturaleza o esencia del hombre. La luz que ilumina nuestras ideas, fruto de percepciones interiores o exteriores, proviene de la conciencia y la inteligencia. Mantener vigentes a ambas desarrollando todas sus potencialidades posibles, es lo que nos asegura que también desenvolveremos nuestro accionar vital dentro de los parámetros naturales y correctos. La desviación de las conductas biológicas y racionales naturales se debe en gran parte a que nuestro espíritu no tiene vigorizadas sus esferas vitales de la inteligencia, la emoción y la voluntad. Cualquiera de ellas que no esté disponible con todos sus alcances, entorpecerá la función de las otras. Repetiremos hasta el hartazgo nuestro estribillo: un hombre inteligente, pero sin emoción ni voluntad, es un hombre incompleto, un hombre emotivo, pero sin inteligencia ni voluntad es un ser desintegrado, un hombre voluntarioso pero sin inteligencia ni emotividad es un hombre laborioso pero sin norte. El hombre íntegro, cabal, auténtico y dotado de plena autoridad, es el que posee en perfecto funcionamiento las tres esferas vitales:

1. es inteligente 2. afectivo 3. y voluntarioso todo esto simultáneamente. En bloque. La función de la conciencia volitiva es conseguir, con la ayuda de la inteligencia y el afecto, que todo el funcionamiento psicofísico del hombre se adapte lo más ajustada y ortodoxamente a estar integrado en los tres niveles, en forma proporcionada y armoniosa, sin excesos de una u otra esfera. Sólo la justicia en la intervención de los tres elementos, sin que haya excesos o déficit de ellos, será la base del hombre genuino y cabalmente desarrollado. Conciencia volitiva y mística En un estado místico hay un goce que produce en el alma humana el ajuste del deseo con el objeto, por una emoción inefable del encuentro con la cosa querida. Esto necesita de un temperamento místico, que es lo que otorga tanta intensidad y evidencia en un encuentro místico. Este encuentro místico tiene infinidades de gama y matices en todas las formas de las actividades del hombre. Ya hemos resaltado y ahora transcribimos, que Bagehot llama a esto la emoción de la convicción, de forma tal que en el acto de intuición propio del misticismo, la percepción de una verdad, cualquiera sea su grado, se acompaña de una descarga emotiva que otorga a esa intuición la calidad de certidumbre y la hace adquirir la fuerza de una creencia. Este sería uno de los mecanismos de formación de creencias en el hombre, sobre todo el de la fe y también del afecto amor como querer a una persona o cosa. Esta emoción de la certidumbre es lo constituye uno de los grandes resortes de la voluntad como móvil difuso inconsciente de determinadas acciones humanas (religiosas, artísticas, conductas afectivas, etc.) Recordemos, también, que Ramón y Cajal ha descrito esa emoción que

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ayuda a desentrañar la esencia del querer (como afecto y voluntad) en aquellas manifestaciones en que no es imprescindible el conocimiento por mero esfuerzo intelectual, sino que éste puede provenir de una actividad espiritual distinta: “Este placer indefinible, al lado del cual todas las demás fruiciones de la vida se reducen a pálidas sensaciones, indemniza sobradamente al investigador de la pesada y perseverante labor analítica, precursora, como el dolor del parto, de la aparición de la nueva verdad”. Siempre el misticismo, una vez que inspira al artista, al científico y a los religiosos, produce una descarga emotiva que concluye o acompaña a un acto volitivo. Conciencia volitiva, querer, emoción y afecto. Teoría erótica de la voluntad de Pittaluga Ya adelantamos que una descarga emotiva, más o menos intensa, acompaña siempre al cumplimiento de un acto de voluntad. En la esfera estrictamente afecto-emotiva parece un arco tensado por el deseo que busca una finalidad para hacerla centro de sus flechazos. Esa finalidad es el objeto de su esfuerzo, de su querer y significa, en esta particular circunstancia, la posesión del objeto querido. Esta es la base de la teoría erótica de la voluntad, formulada por Pittaluga en lo relativo al querer como sentimiento de afecto. Pero la posesión del objeto querido varía de acuerdo a la finalidad. Así el hombre de ciencia quiere la posesión de una verdad concreta, el filósofo quiere la posesión de la verdad universal o absoluta, el artista quiere la posesión de la belleza de su obra; el hombre, en general, quiere la posesión de bienes, el amante la posesión de su amada y el místico la posesión de su ideal artístico o religioso (posesión de Dios). Dentro del orden emocional, los factores más dispares en la mezcla compleja de la esencia humana, intervienen como resortes que tensan a la voluntad. Nuestros afectos obedecen, a la vez, a instintos primarios, a impulsos subconscientes, a deseos diversos, a pasiones, a propósitos intelectuales, a decisiones calculadas fríamente, a decisiones basadas en las convenciones sociales y morales de la comunidad. Todo esto no tiene nada que ver en forma directa con cada “querer” personal en sí, con acto estricto de voluntad o con la postura espiritual del hombre que está detrás de un querer. Son, más bien, móviles o motivos que engendran ese estado particular que lleva al querer y en virtud de los cuales nuestras potencias se preparan para reaccionar de distintas formas. Unas veces con lentitud o pereza, otras veces más rápidamente o bien en forma exaltada y tumultuosa, según el objeto del deseo y el querer. De este modo, la voluntad puede ser: • endeble: cuando las pasiones y apetencias son menguadas y las excitaciones sensibles pobres y los móviles del querer escasos o vulgares • enérgica: si las apetencias y pasiones son ricas en estímulos y hay una capacidad de recios y enconados móviles del querer

En la persona humana bien equilibrada, la voluntad no se doblega y las querencias no se forman, si los móviles no son adecuados, si los resortes que han de animarlas para el esfuerzo de querer, no corresponden por su condición y jerarquía, al impulso temperamental o a la resistencia del carácter. Finalmente, retomando la idea de Pittaluga en su teoría erótica de la voluntad, quizás acá hay un error de interpretación pues el concepto de querer en español, significa también una relación de afecto y deseo. Cuando una persona dice a otra “te quiero”, está manifestando un deseo de posesión de la misma. El objeto de este deseo puede ser meramente un deseo sexual de posesión o un afecto de amor. Como es un sentimiento difuso y vago, sino está encaminado con lo sexual, hay que pensar junto con Santa Teresa que el querer como afecto es una actividad sentimental debida a un estado de espíritu en virtud del cual la simpatía y la benevolencia hacia los demás se truecan en fervorosa adhesión. También interviene el deseo de colaboración para alcanzar otros bienes, para compartir las dichas propias y las venturas, o para aminorar las desdichas y males ajenos, y así llegar juntos, dentro de lo posible, a una cierta perfección. Esta interpretación castellana de la palabra querer funde dos conceptos: amor y voluntad o deseo sexual y voluntad. Ambos conllevan el deseo de la posesión de la persona que se desea o se ama y la voluntad tiende a realizar la posesión en forma efectiva. Esta tendencia volitiva es lo que distingue a querer de amar. Son dos verbos con distintos matices de

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significación. Mientras el amor es un sentimiento puro, que no necesariamente implica posesión y por lo tanto no está ligado a la voluntad en forma indisoluble, el querer siempre necesita un acto volitivo para concretar la posesión. Querer, en castellano, es polisémica, pues puede provenir del latín del infinitivo querer y en este caso es cariño, amor. Pero si proviene del latín quaerĕre significa tratar de obtener y se aplica al deseo, apetito, voluntad, determinación, pretensión, intención, amar, etc.

La teoría erótica de la voluntad es sintetizada por Pittaluga de la forma siguiente:

1º. Todo acto de voluntad es acto de posesión 2º. Toda voluntad de actuar es un propósito de posesión 3º. Todo acto de posesión implica un goce o emoción placentera: el placer de la posesión 4º. Toda voluntad de actuar como esfuerzo de la voluntad o propósito de posesión entraña la evocación del placer de posesión 5º. El goce máximo del acto de posesión está en la posesión amorosa 6º. Los actos de la voluntad están impregnados por un vago y difuso erotismo porque la posesión de lo que se quiere es una expresión de estima amorosa hacia la cosa misma

Los objetos o fines del querer humano son infinitos, tantos como la versatilidad del espíritu humano abarca. Pero referidos a cosas elementales, podemos agruparlos de tres formas, más o menos generales, aunque no taxativas: a. De naturaleza física: posesión de cosas o personas b. De naturaleza emotiva, afectiva o espiritual: posesión de virtudes y afectos o sentimientos, de mística c. De naturaleza intelectiva: posesión del conocimiento y la verdad (ciencia, filosofía, etc.) Conciencia volitiva, temperamento y carácter Hemos incluido estas cuestiones y las anteriores dentro de la conciencia volitiva, porque de algún modo están en íntima relación con los actos conscientes voluntarios. Sabemos que sobre la personalidad del hombre influye una combinación de una gama infinita de factores. Estos factores pueden ser en parte: 1. constitucionales o congénitos 2. adquiridos por educación 3. adquiridos por hábitos y costumbres

Entre los factores constitucionales, desde el punto de vista psicológico, se consideran cualidades o manifestaciones tales como: ⇒ temperamento ⇒ carácter

Luego, en este punto, carácter funciona como un signo de voluntad fuerte o firmeza de espíritu. Nosotros ya estudiamos las cualidades de temperamento y carácter.

INTELIGENCIA VOLITIVA

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¿Qué entendemos por inteligencia volitiva? Antes de podernos explicar qué es la inteligencia volitiva, es necesario adquirir un amplio concepto sobre qué entendemos por inteligencia, en general, como facultad mental fundamental del hombre, madre de todas las otras facultades. Ese primado es el que hace que la inteligencia sea el motor de todas las funciones mentales. En ese sentido es que los investigadores modernos pretenden usar determinados aspectos inteligibles para poder educar las facultades mentales y poder permitir el desarrollo adecuado de nuestros niños y jóvenes aun no desarrollados, o bien, introducir el cambio en aquellas personas que no aprendieron a usar debidamente todas sus facultades.

Con relación al dilema de si podremos o no cambiar nuestra naturaleza, el aforismo que predica “no es posible cambiar nuestra naturaleza” es totalmente verdadero, pues cambiar la naturaleza sería como volver a crear el hombre y, por lógica, no es una tarea al alcance humano, por lo menos, hasta donde alcanza los actuales conocimientos. Además, si admitimos que la esencia o naturaleza humana es posible de ser cambiada, tendremos que admitir la posibilidad de obtener otro ser que no sea humano (¿acaso no lo cambiaríamos?).

¿Por qué afirmamos esto en referencia a un cambio?. Por la simple razón de que la palabra

cambio o acción de cambiar está referida, según la RAE, a “tomar o hacer tomar, en vez de lo que se tiene, algo que lo sustituya” y esto puede ser convertir lo que tenemos en “otro, especialmente en lo opuesto o en lo contrario”. Hasta donde ahora se sabe transformar (cambiar) al ser humano por otro ser distinto sería sólo obra de la propia naturaleza o, para el caso de los creyentes, obra de Dios. Luego, ante la visión actual de imposibilidad de que este cambio ocurra desde el hombre, lo más probable es que debamos aceptar otro aforismo más acertado: “combatamos nuestro modo de ser, y éste reaparecerá prestamente”.

¿Qué significa esto?. Ante la presunción de que nuestro ser no se puede conocer tal cual por un

acceso directo tanto de medios científicos como de disciplinas psicológicas o filosóficas, tendremos que aceptar la oferta de Heidegger de conocer ese ser a través de la modalidad humana que es el conjunto de los “modos de ser” del ser del hombre. En consecuencia, si nuestro modo de ser es correcto, por más que intentemos cambiarlo, la experiencia nos mostrará el equívoco por los resultados. Pero si nuestro modo de ser es incorrecto, el cambio del mismo hará que aparezca otro modo de ser más auténtico y esto es “reaparecer el ser”. Equivale a decir que si buscamos nuestro verdadero ser, éste estará disponible. El hombre ha mostrado inequívocamente que puede tener modos de ser auténticos e inauténticos.

Asimismo, la experiencia también ha demostrado que para que nuestro ser “verdadee”, esto es, sea verdadero o se muestre lo más cerca posible de lo qué realmente es, es necesaria una condición muy primitiva de hombre natural, como era la idea del “salvaje” pensado por Rousseau (estado natural puro) o bien, lo más conocido y probado, es que ese hombre se autoeduque en busca de su ser real. Pero el hombre no es un ente que tenga una sola forma de ser. Cada hombre muestra su ser de formas diferentes. Sabemos que el ser del hombre tiene notas fundamentales como es la inteligencia (la primera nota y la básica) y luego vendrán otras como el sentido del tiempo y el espacio, de la realidad, la constitución de un mundo, etc.

Pero cada hombre individualmente usará esas notas fundamentales de diferentes modos. Si los

usa adecuadamente será hombre auténtico. Si contrariamente equívoca el modo, será inauténtico. La inautenticidad puede llegar a despojar al hombre de sus notas esenciales como la inteligencia, el afecto y la voluntad. En este caso, hablamos de despersonalización o deshumanización, el fenómeno que hoy se ha enseñoreado de media humanidad, sumergiéndola en la más tremenda crisis espiritual, históricamente conocida. De ahí la necesidad urgente de que el hombre obre a través de su inteligencia

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para cambiar los modos de ser. La aplicación de la inteligencia en cada una de sus esferas espirituales se ha dando en llama inteligencia emocional, inteligencia social, inteligencia comunicativa, incluyendo lo que nosotros hemos llamado inteligencia intelectiva, inteligencia instintiva. En suma: aplicar la inteligencia a ordenar todo lo relativo al modo de expresar una esencia genuina. Con este sentido aplicaremos la frase inteligencia volitiva.

Las facultades mentales son mecanismos operativos de la mente que no son pasibles de ser ubicados anatómicamente en el cerebro, pero que se sabe que dependen de él y en él residen, con una probable participación “in toto” de la masa cerebral completa. Toda la corteza, todos los hemisferios y todos los centros participan en la producción de esas facultades mentales que necesitan también todos los circuitos nerviosos, transmisores y toda reacción bioquímica o bioeléctrica para ser producidas. Todo lo que hemos analizado hasta acá de la parte anatomo-fisiológica del cerebro y todos los mecanismos vistos, confluyen para realizar las facultades mentales.

Una vez más, para no olvidarlo, recordaremos que estas facultades constituyen el espíritu del

hombre y le confieren la calidad de ser racional e inteligente. La inteligencia es una abstracción hasta ahora imposible de definir en sí, en su magnitud y en su alcance y mucho más en su cuantificación, lo que se pretende groseramente a través de la medición del llamado cociente intelectual. Para que opere la inteligencia en general es necesaria la intervención de la voluntad.

Si estuviéramos de acuerdo con algunas de las teorías filosóficas sobre la voluntad, tendríamos

que aceptar la teoría de la voluntad por expresa que la voluntad siempre se manifestaría, en un instante dado, como el efecto del impulso que en ese momento o circunstancias hicieran más poderoso. Si bien es cierto que nuestros impulsos, nuestras impresiones y nuestros juicios primarios son el resultado de nuestros condicionamientos psicofisiológicos coyunturales, esto no significa que la voluntad sea, esencialmente, impulsiva. El impulso, como estímulo, motivación, deseo o interés, es parte del proceso volitivo, pero no lo es todo. Las circunstancias se imponen si el hombre no está prevenido para confrontar con ellas en la mejor forma posible y siempre apuntando a su verdadera esencia. No es menos evidente que una buena educación de la voluntad, adquirida por un autoimpulso o fuera de nosotros mismos, pero reflejada en todos los casos en nuestra conciencia, puede crear en nosotros primero la idea y después la decisión.

Este es el camino de doble mano que antes analizamos. Si nos educamos para entender, abarcar

y controlar los impulsos, es totalmente posible hacerlo y de ese modo evitar la reacción automática o automatismo que nos puede condicionar natural o socialmente a proceder sin razonar y sin límites. La primera condición del cambio o educación de la voluntad, y en general de todas nuestras facultades, es tener la noción de que estamos actuando automáticamente y con el control inteligente y despertar la idea de reaccionar contra ese automatismo. La persona que toma conciencia de la oportunidad en que reacciona percibiendo su realidad automática, y experimentado el determinismo o imperio de las circunstancias que le quita la libertad personal, está en camino de pensar en el cambio, aunque todavía no domine las situaciones vitales. El comprender su automatismo le permite el entendimiento de la noción de servidumbre (en el sentido de esclavitud). Este es el primer paso de la inteligencia volitiva: comprender cuando se está actuando por un automatismo esclavizante y comparar esto con lo que sería un acto libre y guiado por la inteligencia. Los extremos de la voluntad

Dentro de la inteligencia volitiva debemos aprender a superar algunos extremos de la vida volitiva. Es conocido por todos, la existencia de dos tipos de personas colocadas en extremos opuestos: aquellos que tienen un compulsivo “afán de terminar” todo lo que se empieza y los que se enrolan en el “nunca acabar” porque jamás parecen finalizar lo que han comenzado a hacer.

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El síndrome del “afán de terminar” se da en aquellas personas que, por ejemplo, comienzan a leer un libro y tratan de hacerlo en el “menor tiempo posible” porque tiene obligadamente que terminar de leerlo. Son las personas que a veces intentan hacerlo en una “sola sentada” y se quedan leyendo toda una noche, aunque deba madrugar para realizar un compromiso o tarea ineludible. Y esto les ocurre con “cualquier” libro sea, o no, importante. Algunos psicólogos piensan que los seres humanos tienen una tendencia o afán innato de terminar todo lo que han iniciado. Pero algunos hacen de esto una cosa absoluta y se transforman en “terminadores compulsivos”, mientras que otros se toman su tiempo y, generalmente, no terminan lo que iniciaron. Son los “terminadores morosos”(desidioso).

Kurt Koffka, pionero de la psicología de la Gestalt, explicó que cuando uno dibuja un círculo, pero por cualquier motivo lo deja sin cerrar, el cerebro tenderá indefectiblemente a cerrarlo. Explicó que este “efecto de cierre” se manifiesta como tensiones que son producto de “pautas neuronales imperfectamente formadas que conducen inevitablemente a su propia terminación”. La memoria alimenta el afán de terminación con otro recurso mental llamado el Efecto de Zeigarnik. Este efecto tiende a mantener latente en la mente, el recuerdo de las tareas que no alcanzan a completarse. Sólo una vez que se acaba con lo que se comenzó, el recuerdo de la tarea terminada se va desvaneciendo lentamente. Esto ocurre porque opera un sentimiento de realización. El Efecto de Zeigarnik sería una especie de frustración frente al sentimiento de realización. La manía de terminar quizás sea una cualidad excesiva. Las personas obsesionadas por terminar las cosas pueden perder la perspectiva de sus objetivos.

En este sentido, Ray Fowler remarca que “por lo menos, el desidioso tiende a ser

expansionista y puede llevar una vida más variada. Sin embargo, la vida de un terminador compulsivo puede ser demasiada limpia, apretada y estrecha”. Reprimir un afán obsesivo de terminar las cosas hace posible, en alguna medida, disfrutar más de la vida. Un terminador compulsivo se comporta en el empleo como un “adicto al trabajo” y esto es nocivo. Si modera su impulso quizás logre programar fines de semanas más placenteros y gratificantes que quedarse a trabajar. Es probable que en el caso de una adicción al trabajo haya problemas que causan la misma, como por ejemplo, desconfianza de sí mismo, sentimientos de inadecuación, falta de capacidad para soportar las tensiones. Esto le lleva a quedarse en un empleo sin porvenir en un tiempo interminable, a fin de que nadie les acuse de que “abandonaron” algo por incapacidad. Está demostrado que la fidelidad a un monotrabajo después de 25 años a lo único que conduce es a un premio como puede ser un reloj o una medalla de oro. ¿Valió la pena de sacrificar toda una vida?.

En el extremo contrario la adicción a la diversión se puede transformar en un fanatismo que

nos impulse a terminar las cosas para tener más tiempo para el placer. O convertir una tarea en puro placer. En este caso no se abandona algo por el miedo de perder el puro placer de hacerlo. ¿Cómo poner fin al desenfreno compulsivo de terminar las cosas?. Reconociendo que tanto el “cierre” como el Efecto de Zeigarnik pueden convertirnos en esclavos. Este reconocimiento ya es haber librado y ganado la mitad de la batalla para cambiar el estado pernicioso de los extremos. Pero esto solo no es suficiente sino que también hay que agregar una dimensión de valor. Así, se debe justipreciar cada tarea a emprender para saber si vale la pena o no. El aprender a desechar los “proyectos que no valen la pena” nos aliviará en parte la compulsión del cierre o de acabar. (Fowler).

Otra cosa es también aprender a dejar cosas en suspenso, para distribuirlas en el tiempo. Quizás

una lectura ininterrumpida nos obligar a mal distribuir el tiempo y la energía. Interrumpirla para reiniciarla en otro tiempo más oportuno puede ser una buena medida. Esto significa que toda tarea que no debe ser terminada en forma obligada de una sola vez, puede ser distribuida de forma que resulte más provechosa y menos fatigante. (Walder). Se debe tener un término medio entre la compulsión total

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y la desidia. Psicología de la morosidad

En general, a la morosidad (lentitud, dilación, demora, falta de actividad o puntualidad) se le puede considerar como un fenómeno donde se mezclan la desidia (negligencia, inercia), pereza, indecisión (falta de decisión o dificultad para decidir, irresolución, perplejidad), cobardía y temor al fracaso y a la frustración, etc. Los terminadores morosos padecen una especie de fenómeno de fobia a la terminación. Normalmente los desidiosos crónicos suelen poseer atestados todos los proyectos realizados a medias, junto con un pasado repleto de esfuerzos muy tibios en lograr la superación personal. En estos casos, según los psicólogos, parece existir una escasa tolerancia a la frustración y sus expectativas están presentes sin fundamento en la realidad. Es como que no soportan una “molestia” actual con miras a una ganancia futura, por lo que se tornan impacientes y dejan a un costado todos los esfuerzos por terminar las cosas.

A este grupo pertenecen los que cambian continuamente de empleo con la esperanza de lograr

encontrar otro que tenga mejor compensación que los que posee actualmente. También pertenecen al grupo aquellos que anulan todo esfuerzo para completar una cosa, sólo porque padecen una especie de temor a fracasar. Luego, si no entregan un producto acabado, de ese modo evitan cualquier crítica adversa. El “estudiante eterno” es otro personaje de este conjunto. Acá el temor a finalizar los estudios quizás se deba a que la conclusión de sus estudios le obliga a salir a competir en la búsqueda de una ubicación profesional en un campo casi cruel y frío como es el de la ubicación laboral satisfactoria.

Más remotamente, puede existir un sentimiento de repulsión al éxito porque

inconscientemente existe una baja autoestima que crea el sentimiento de culpa de considerar que se obtiene algo inmerecidamente. En este conjunto complejo de razones de los terminadores morosos existe también otro temor: el completar una cosa puede estar unido a un temor al fin último que es la muerte. Esto lo interpreta Ray Fowler como que “existe una antigua superstición de que si uno completa la obra de su vida, muere”.

Una de las soluciones para este síndrome de morosidad podría ser comprender algunas de las

razones que le llevó a no completar lo que comenzó. Si se logra comprender esto, se plantea el problema de cómo cambiar la conducta de morosidad. Los especialistas en administración de tiempo aconsejan que se trate de disponer de períodos de tranquilidad para dedicarlos a planear como lograr los medios de finalizar lo que se empezó a hacer y luego premiarse cuando se concluye una tarea. Lo principal es concentrarse en terminar primero el proyecto más satisfactorio o el que tenga mayor urgencia.

No obstante, vencer la fobia a terminar no se limita sólo a la administración del tiempo, por

lo que William Knaus cree que el esfuerzo por administrar el tiempo puede ocasionar la postergación de las buenas ideas y aconseja combinar la táctica de la buena administración del tiempo con algunas reglas de psicología aguda: • Establecer un programa. Anote todas las cosas que tiene que hacer y calcule cuánto tiempo requerirá cada una. Trate de desarrollar un sentido más realista del tiempo del tiempo que cada cosa necesita. Fije plazos que se cumplan para cumplir metas antes del tiempo estipulado en que debe finalizar un compromiso (Loretta Walder) • Desarrollar poco a poco la fuerza de voluntad. Al obligarse a completar una tarea menor, como realizar una compra o cortar el césped, se está fortaleciendo en forma gradual el afán o deseo de terminar las cosas.

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• Aprovechar el período de concentración de la atención. Cada persona tiene un período personal de capacidad de atención o concentración. De ese modo, si el período personal es de 20 minutos y la tarea requiere una concentración de una hora, lugar de dispersarse deben realizarse ejercicios para aumentar la atención y dividir la tarea por períodos acordes con la capacidad personal de atención. Por ejemplo, cada veinte minutos intercalar un corto lapso (30 segundos) para caminar, tomar agua o realizar tensión dinámica (ejercicios isométricos) y luego volver a concentrarse por otros veinte minutos. (Leon Tec)

De todos estos estudios y situaciones planteadas, lo ideal es que en todas las personas haya una cierta combinación de cierre y Efecto de Zeigarnik para evitar caer en uno de los dos extremos de voluntad que hemos señalado. El principio propuesto por Walder de prorratear el tiempo dedicado a terminar las tareas, en los casos posibles, no evitar ser compulsivos. Quizás también ayude en todo esto aprender a cultivar un cierto sentido del humor.

Cuando algo le impida llegar a completar una tarea que parecía urgente, en lugar de frustrarse

tómese unos minutos para observar lo que ocurre a su alrededor y disfrute de ese recreo. Es probable que el suspenso recreativo hasta llegue a provocarle risa en relación con el afán sin sentido de terminar algo a costo de su felicidad y de su salud. De este modo puede suceder que no toda película que está viendo valga la pena de seguirla hasta los créditos de su fin. Llevar una buena vida es más importante que proponerse terminar el grabado del Taj Mahal en un mondadientes.

La morosidad, a la que algunos llaman “el arte de seguir viviendo en el ayer”, es una característica que en algún grado compartimos todos. Tendemos a relegar ciertas tareas, en manera especial, las que nos resultan desagradables. Para justificar una mayor tolerancia solemos pensar, como autojustificación, que esa morosidad es un rasgo de personalidad que se manifiesta como un tipo de debilidad humana, en escala leve e inofensiva. Pero cuando “nuestra morosidad” empieza a interferir con lo que deseamos obtener de nuestra vida, ya no la consideramos tan leve ni tan inofensiva.

Knaus sostiene que la morosidad roba años a la existencia de las personas porque socava las energías, las emociones y el tiempo. Señala como elemento importante de esa morosidad, las secuelas que los temores, la inseguridad y la baja tolerancia a lo desagradable (cualidades de la morosidad) pueden desembocar en una adicción al alcohol, angustia y depresión anímica.

Bechtel se pregunta si la morosidad sólo equivale a mala administración del tiempo y al viejo vicio que llamamos pereza. Lenora Yuen y Jane Burka consideran que la morosidad conforma un complejo trastorno psicológico que no es frecuente curar con remedios sencillos. Para sobreponerse a la costumbre de la morosidad, lo primero es tomar amplia conciencia de que tenemos el problema y debemos estar atentos a cómo y cuándo estamos relegando en forma constante, lo que obligadamente tenemos que hacer. Generalmente solemos anteponer razones que resultan muy lógicas, para posponer la tarea a realizar. Pero un examen atento de esas excusas nos lleva a descubrir que no son tan racionales en absoluto, como creemos. En el fondo, comprendemos que los pseudorrazonamientos que usamos son falacias que expresan un “torbellino interno” desatado por dos motivaciones básicas: 1. la inseguridad 2. la evasión de lo que consideramos molesto o desagradable

Knaus insiste en que la persona que suele en modo habitual rehuir o postergar las tareas que debe cumplir, sufre de un “sentimiento de inadecuación” que puede llegar hasta el miedo al fracaso que resulta paralizante. Ese “terror al fracaso” lo lleva a no hacer en forma indefinida, lo que debiera cumplir. La inseguridad llega a un punto culminante en los perfeccionistas, por fijarse normas muy alta o elaboradas para llevar a cabo algo, temen emprender cualquier labor. Los que evaden en forma

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sistemática las tareas desagradables o molestas, según Knaus, se vuelven morosos por miedo a los sentimientos de angustia o incomodidad que se despiertan al inicio de determinadas labores. Debido a que generalmente casi todas las cosas que debemos afrontar en la vida cotidiana nos crea tensiones y frustraciones. Por esta razón, algunos neurocientíficos posmodernistas llaman “microestresores” a todos esos actos cotidianos molestos. Pero los que adquieren el hábito de relegar las tareas que les resultan antipáticas, siempre terminan decepcionándose de sí mismos, dado que, entre los varios inconvenientes, suelen calcular mal el tiempo que tardarán en concluir un determinado trabajo.

Las psicólogas Yuen y Burka, que antes nombramos, suelen dar seminarios sobre la morosidad y han extractado de sus alumnos algunas de las excusas que suelen exponer para no realizar una labor. Algunos ejemplos son: “he trabajado tanto que merezco un respiro”, “esperaré a que esté inspirado”, “mañana tendré tiempo suficiente para hacer esto”, “lo haría si dispusiera de más tiempo”. Tomar conciencia plena de los modos en qué se es moroso no lo es todo sino sólo el comienzo de la batalla. Bechtel propone algunas sugerencias para lograr cerrar la brecha o trecho que media entre deber o pensar hacer algo y hacerlo efectivamente. Las sugerencias Betchel para poner “manos a la obra” son: 1. fijarse metas específicas y factibles de realizar: Yuen sostiene que los morosos tienen tendencia a pensar en términos globales sobre las tareas pendientes y no ha hacerlo desde el punto de vista de inmediatez, por considerar “beneficiosa” la demora. Usan los pseudorrazonamientos más hábiles, en ese sentido de beneficio. 2. debe aprenderse a admitir que no todos los proyectos y tareas tienen que ser perfectas: lo más importante no es la forma perfecta sino la realización más factible. 3. tener el “enfoque de queso suizo”: este método es propuesto por Alan Lakein, asesor en administración. Consiste en que el proyecto global debe considerar como un todo donde es posible “hacer agujeros”. Es decir, tomar una porción del proyecto y realizarla en un lapso determinado. De esta manera, un gran proyecto no se hace “de golpe” sino por partes pequeñas. Esta concepción lleva a considerar más fácil el inicio de una tarea y cada pequeño lapso invertido en el trabajo, se considera un logro satisfactorio que llevará a concluir lo empezado. Una de las formas del “enfoque de queso suizo” es empezar una tarea y en medio de ella, tomarse un descanso para realizar otra. Al reiniciar algo empezado impresiona como más fácil que algo que no se comenzó antes. 4. Gratificarse por cada logro: a medida que vaya obteniendo éxito en su afán de superar el sentimiento de morosidad, programe una actividad agradable, en especial si la tarea realizada era muy desagradable o tediosa. Enseñar a los hijos a decidir Hemos considerado que las facultades mentales, para un funcionamiento óptimo, deben ser educadas, es decir, aprender a ser utilizadas. En el caso de las decisiones, hemos repasado como la vida humana está llena de decisiones que influyen en la conducta personal y el proyecto existencial, esto es, en la forma en qué se habrá de vivir. El estilo individual del desarrollo de la vida es fruto de una decisión. Pero decidir es un proceso difícil y complicado basado en una gran responsabilidad. Esto es lo que hace necesario que se aprende a decidir apenas se nace. Indudablemente, los niños deben decidir apenas nacen. La primera decisión es buscar y reclamar su alimento. Posteriormente cada niño irá decidiendo las formas de reclamar sobre sus necesidades básicas, que dependen exclusivamente del cuidado que los padres ejercen sobre ellos. Si los padres no están atentos a cómo resolver esas necesidades y la mejor forma de hacerlo, el niño deberá reclamar la atención. Es ahí donde decide cómo hacerlo. Las vías naturales del reclamo son mediante expresiones de molestia y fastidio. El niño sucio primero se agitará y luego, si no encuentra solución, llorará. El mismo procedimiento será para todo lo que necesite.

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Cuando el niño va creciendo, va aprendiendo a formular reclamos de otras cosas, como puede

ser un juguete o un sonajero o elegir si estar en la cuna, en una sillita para bebé o en los brazos de alguien. Estos “reclamos” a veces no son atendidos debidamente por los padres, por no considerarlos dentro de sus necesidades vitales. Algo más sutil es la necesidad de ternura o cariño y que muchos padres tampoco advierten. Desde la cuna y hasta que el niño aprenda a hablar y caminar, los padres deberán ayudarlo en sus necesidades básicas, pero también a otras necesidades de estima y confort. Para esto deben estar atentos a los “reclamos” de esos niños y consecuentes con ellos adoptar medidas de satisfacción, o no, del reclamo, según la pertenencia del mismo. Las medidas de disciplina (acostumbrar a dormir en un horario determinado, a no tocar objetos riesgosos, a no reclamar “mañas” como es querer estar permanente en brazos, etc., son en parte la forma de educar para que el niño aprenda a tomar decisiones, en parte para adoptar las conductas que la familia le enseña.

Más tarde, el aprendizaje de decisiones lo será en otras cosas ha medida que el niño tenga

nuevas necesidades. Si el niño decide por el “berrinche” para reclamar los deberán enseñarle que no es la vía correcta. De igual modo será con el control de esfínteres, el horario de dormir y comer, etc. La elección de ropas y juguetes en etapas más avanzadas. Y así sucesivamente el papel de los padres será en apoyar el esfuerzo valedero de sus hijos, aceptar las decisiones valederas y rechazar las inadmisibles. La adquisición de responsabilidad sobrevendrá gradualmente a medida que el niño aprenda, bajo una correcta enseñanza familiar, a asumir las consecuencias de sus decisiones y aprender lo qué es positivo y lo qué es negativo. Los padres que enseñan a decidir con sensatez y dentro de las normas éticas y urbanas, son los que verdaderamente lograrán hijos con una capacidad volitiva de decisiones acertadas y correctas, para ellos y para otros y, sobre todo, en beneficio de la familia y la sociedad. Pero es muy importante el desarrollo volitivo desde la cuna. Dinamizar voluntariamente el espíritu

Ya bosquejamos algunas ideas en cuanto a la reactivación de las funciones cerebrales, mediante la meditación y la energía física. Luego la reactivación espiritual comprenderá:

∗ una dinámica psicofísica ∗ el concurso de aspiraciones auténticas ∗ el manejo voluntario de la energía vital ∗ la regulación de los impulsos ∗ buscar posibilidades de esfuerzo ∗ fortalecer el carácter y el temperamento

De la dinámica psicofísica ya adelantamos al hablar de la concentración de nuestra atención en

las cuestiones fundamentales, especialmente sobre nuestros defectos y los conflictos a resolver y la aplicación de la meditación inteligente a la búsqueda de conductas que nos lleven a un modo de ser aceptable en relación con nuestra esencia inteligente. También aludimos a la importancia de poner en movimiento nuestro cuerpo, instrumento necesario para toda acción consciente. Del concurso de aspiraciones auténticas, debemos entender por aspiración a la propensión hacia el logro de algo. Luego, para poner en práctica esa aspiración es preciso que la persona sea ya capaz de realizar un pequeño esfuerzo. Para esto habrá de recurrir a su sano juicio, lo que significa que en el curso de una jornada deberá tomar conciencia de sus diversos movimientos interiores, especialmente los nacidos de aspiraciones.

Para ser efectivos, es decir, adquirir capacidad, el primer paso es que esos movimientos se

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traduzcan en estados de conciencia como el deseo vehemente de adquirir tal o cual facultad o de eliminar cualquier defecto. Esto es, un deseo irrefrenable de un mayor bienestar espiritual y material para procurar una satisfacción cualquiera, especialmente la dirigida a su perfección espiritual. De igual modo para adquirir la prudencia de una conducta sabia que le aconsejará cuáles son los objetos o bienes materiales realmente necesarios y cuáles los superfluos, qué tipo de influencia personal deberá tener y sobre qué, si tiene conciencia clara de perseguir un fin o meta auténtica.

La costumbre de asociar a las aspiraciones la noción del desarrollo de la voluntad para

realizarlas, crea la disposición hacia el esfuerzo, ya sea en forma momentánea o permanente. La permanencia dependerá de la continuidad con que nos esforcemos, pues será una verdadera suma de esfuerzos. A un esfuerzo obtenido, debe seguir otro y así, sucesivamente, hasta el logro deseado. La perspectiva de poder adquirir una personalidad auténtica con un cuerpo sano y una moral robusta (mens sana in corpore sano) nos permitirá adecuar el conjunto de nuestros actos vitales o conducta, para mejorar todas nuestras situaciones existenciales, de poder regirnos a nosotros mismos con principios provechosos y, en un orden general, de poder concretar nuestro proyecto existencial personal, o sea, lograr el objetivo que da sentido a nuestra vida. Esta perspectiva será el resultado de la serie de “ideas fuerzas” que podremos llegar a encauzar en provecho de nuestra voluntad.

Para evitar la indecisión y la inercia de la abulia postrante, es necesario un caudal grande de

autoestima como un egotismo superior, no como egocentrismo ni egoísmo. Si no nos amamos bien a nosotros mismos, no habrá alicientes para ser mejores de lo que somos. Fortalecer nuestras decisiones y nuestra voluntad es repetirnos constantemente, en un machaque inacabable, que de ningún modo consentiremos que afloren nuestras tendencias inferiores que ponen trabas a la realización de nuestros mejores deseos.

Por otro lado, debemos tener en cuenta que la voluntad resuelta significa siempre, directa o

indirectamente, una ventaja sobre nosotros mismos y los demás, porque nuestro poder volitivo regula la eficacia de nuestras reacciones contra todo cuanto las circunstancias tiendan a imponernos como negativo, desagradable o doloroso, como también la de nuestra acción para aceptar nuestras apetencias debidas y rechazar las indebidas, con un estricto control volitivo.

Al hablar de poder volitivo hablamos de energía volitiva, esto es una relación entre energía y

voluntad. Esa energía, obviamente, proviene de la usina de nuestro sistema nervioso, quien nos proporciona percepciones y sensaciones como estímulos sensuales (a través de los sentidos) o como intenciones o estímulos interiores. Estos estímulos endógenos o exógenos que actúan como motivaciones, si son suficientemente imperiosos, accionan nuestra voluntad e inducen la acción, la cual nuestra conciencia tratará de encauzar hacia lo que debe ser para ser beneficioso y positivo. Esta energía difunde por nuestro cuerpo y nuestra mente bajo el timón de la voluntad y la conciencia. Una para hacer y otra para dirigir.

Luego el secreto está en saber generar y encarrilar esa energía para conservarla y no

malgastarla y saberla renovar oportunamente. Esto es un tónico para nuestra volición, para que permanezca en una acción sostenida cuando las circunstancias lo reclamen ante las oportunidades que la vida nos ofrece. La presencia y el buen uso de esa energía requieran una buena salud espiritual y física, que impidan la patología volitiva, aquella que enferma a la voluntad y la debilita o anula. Asimismo para adquirir la sabiduría del manejo de la energía vital, dado que la ignorancia nos hace derrochar inútilmente esa energía, que en el caso de los asténicos psicofísicos podría servirles para salir de su adinamia o anestesia volitiva. En cuanto a la posibilidad de esforzarse esto significa que ser enérgico en una cosa y obrar como si ya se fuera enérgico, por lo menos ocasionalmente, es el comienzo del esfuerzo positivo. Por

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consiguiente, no debemos decir nunca: “para observar lo precedente es menester tener ya voluntad”. Aunque esto sea parcialmente veraz en cuanto a observarlo continuamente y sin fatiga, por lo que no es prudente pensar que desde un principio debemos arrancar con este esfuerzo sostenido y enérgico. Para esforzarse, sobre todo en adaptar nuestra propia conducta, no es preciso contar con la voluntad preformada. Si esto se postulase, estaríamos en abierta contradicción contra nuestro propósito de exponer la idea de una educación volitiva para adquirir una voluntad firme.

La posibilidad de esforzarse es posible observarla empíricamente, aun en individuos imperfectamente dotados de capacidad volitiva, pues muchos de ellos realizan tentativas de resistencia o de persistencia aunque no logren salir victoriosos de ese esfuerzo. El fruto del esfuerzo surge cuando este esfuerzo se realiza en forma permanente y progresiva, con permanente práctica del mismo. Aunque uno se crea muy fuerte, no debe alimentar la ilusión que desde el primer día veremos el resultado del esfuerzo al poner en marcha estas normas de conducta. El objetivo inmediato de quien comienza a transitar la senda del esfuerzo para capturar y dominar su propia voluntad, es estar en sobreaviso. Esto significa que se debe estar atento para no claudicar al primer desgano y no reprimir los impulsos positivos.

Si uno no obtiene el triunfo inmediato hay que evitar la inútil emoción del despecho. Lo

primero a desechar, es son los impulsos negativos reiterativos, sobre todo los de mayor intensidad y asiduidad. Si del combate salimos indemnes y triunfamos sobre ellos, el vigor que se coloca en esta acción es parte del proceso del dominio volitivo, puesto que los impulsos negativos son el principal escollo para lograr el control de nuestra volición. Esta lucha está en relación también con nuestro temperamento y carácter. Hay un encadenamiento entre voluntad, temperamento y carácter y una interrelación. Para manejar lo volitivo es preciso contar un con carácter y temperamento acordes. Ellos también deben ser educados y controlados para lograr el dominio completo de nuestra vida. Voluntad y psicosinergia

En términos médicos, sinergia se refiere, básicamente, a una asociación o cooperación de movimientos y actos correlacionados y se aplica a funciones de órganos o acción análoga de medicamentos. En Neurología es la facultad por la que se agrupan adecuadamente los movimientos para la ejecución de actos que requieren ajustes especiales, es decir, de una sincronización. Para la RAE, sinergia deriva etimológicamente del griego y significa cooperación y está referida a la acción de dos o más causas cuyo efecto es superior si se suman los efectos individuales. De todas estas acepciones podemos extraer la noción de sinergia como lo que contribuye a la asociación de actos correlacionados para una cooperación sincronizada de efectos, a fin de que se potencien los mismos.

La psicosinergia sería, entonces, el método utilizado para coordinar todas las energías que

confluyen en la mente y en el cuerpo, pero especialmente de las acciones o funciones mentales, a fin de que haya un correlato de todas las funciones mentales para que actúen en forma simultánea cooperando a la potenciación de esas funciones, de forma tal que el resultado de la sinergia es un efecto superior al que resultaría de usar las potencias mentales por separado. Es la conjunción de todas las funciones para lograr una mejor acción mental y obtener resultados más poderosos y eficientes.

A la psicosinergia se la conceptúa como el “magnetismo del alma” dado que actúa como un

verdadero imán para reunir todas las potencias espirituales para actuar en forma sincronizada y ordenada a fin de aprovechar todo el poder mental individual. En realidad, debería conceptuarse como “magnetismo del espíritu” que es el verdadero imán de todas las energías mentales y corporales.

¿Cómo se utiliza este método?

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Es patente que todos tenemos una determinada actitud frente a la vida, los problemas, las

diferentes situaciones que afectan nuestra organización vital cotidiana. Esto marca la diferencia de un ser humano a otro, porque si bien dos seres humanos pueden parecer iguales, en realidad hay diferencias que radican, precisamente, en el modo con que se enfrentan los problemas y las cuestiones vitales rutinarias, tanto personales, como sociales.

En este contexto, la psicosinergia ofrece un medio eficaz para enfrentar las cuestiones, en

manera particular, los conflictos que nos rodean o se nos presentan, de modo tal que lo hagamos con la mayor serenidad o paz espiritual. Que esos problemas no nos alteren a tal punto de que perdamos la noción de una vida correcta y auténtica.

El método psicosinérgico implica, como magnetismo espiritual, tomar una actitud frente a la

vida que implique la organización y el aglutinamiento de todas las energías individuales, en especial las espirituales (conciencia de ser, manejo mental, manejo de sentimientos y emociones, aplicación de la inteligencia a todo lo que sea de contenido socio-ambiental) para crear un resultado que esté unido al propósito y sentido que demos a nuestra vida personal, de forma tal que esté orientada a nuestro propio bien y contribuya al bien de todos los demás. Muchos queremos ser o sentirnos útiles, sirviendo o trabajando o haciendo acciones de diferentes tipos que nos sirvan a nosotros y a los otros. Dichas acciones traducen la conciencia del sujeto que las hace. Así, si alguien tiene deseos de hacer el bien prestando un servicio a la comunidad, suele, en su imaginación, pensar que va a hacer lo mejor posible. Eso conlleva el sentimiento de querer hacer de la propia vida lo mejor en todos los planos en que uno se desempeñe (familia, trabajo, vecindad, sociedad en general) pero todo eso vale no en un mero y simple trabajo por algo, sino en una verdadera relación o idea que llevemos a cabo en cualquier forma de participación que optemos o aceptemos.

Pero la condición de una acción participativa óptima y verdadera es que sea libre y no esté

condicionada por fallas de la voluntad o el influjo de emociones negativas o conflictos que signifiquen verdaderas barreras en la participación real y eficaz. Esto es, conseguir una conducta humana equilibrada y activa, serena y proyectada con un verdadero “programa de vida”. En esto interviene el beneficio de la psicosinergia que nos lleva a sincronizar toda nuestra energía vital (psíquica y física) para poder vivir plenamente todas nuestras potencias espirituales como ser humano. Una conducta orientada, sin más rodeos, al bien propio y de todas las personas que nos rodean.

Pero la psicosinergia no se trata sólo de modificar la conducta humana, dado que este fin se

esmera más por cambiar sólo las formas con que esa conducta se manifiesta cada hombre en el mundo. Un ejemplo muy particular es el caso de los egresados de los colegios religiosos, los cuales reciben una formación especial ética y moral para conformar una determinada forma de conducta. Pero la realidad es que a medida que viven se alejan de todo lo que aprendieron. La conducta debe ser el resultado final de aplicar la psicosinergia y no el objeto de la misma. Mientras la educación formal de la conducta nos lleva a acciones y reacciones, a cambios de una conducta por otra, según las circunstancias y las posibilidades (que suelen ser varias), la psicosinergia busca ordenar nuestra mente y cuerpo para un proyecto existencial definitivo, el cual no tiene intenciones de fijar conductas rígidas, sino de dinamizar el espíritu para poder responder adecuadamente a las circunstancias, pero no con conductas sólo formales, sino con conductas auténticas modeladas en nuestro verdadero ser. La psicosinergia tiende a que la idea que nos formamos sobre nuestra persona, la que imaginamos para desarrollar una determinada conducta, no sea sólo una idea imaginaria, sino que reforcemos nuestra expectativa dotando a nuestra mente y nuestro cuerpo de verdades aptitudes para lograr nuestros fines o metas propuestas. La psicosinergia es despertar nuestras capacidades dormidas, nuestra habilidad personal, aprovechando al máximo las potencias o facultades de nuestra mente y cuerpo. Encauzar las energías en un solo punto para que actúen en bloque colaborando una con la otra y así lograr ser lo que

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realmente somos y no lo que creemos ser. El ordenamiento de nuestro ser bajo la confluencia de todas nuestras potencias espirituales ofrece una sola salida hacia un orden que no es sólo un cambio interno o externo, sino el encuentro final y definitivo de nuestra sabiduría y paz interior. Hay personas que intentan mantener un exterior inmutable mientras en su interior van trasladando y reprimiendo conflictos que afectan su vida interna. Es el caso de aquellos que pueden llegar a ser un monje meditador, como el caso de determinados budistas que consiguen una paz interior pero sólo en el caso único de tener una vida retirada del mundo. No pueden convivir en el mundo occidental donde deberían trabajar, convivir con otros, automantenerse por sí mismos o formar una familia. Si lo intentan recrean el conflicto que los llevó a refugiarse en la meditación y en la vida social aislada (vida de monasterio). O bien, el caso de los sacerdotes católicos que subliman su vocación natural de ser padres, para adoptar la decisión de ser “padres espirituales” de los niños que necesiten su asistencia material y espiritual. Si bien una determinada situación de vocación o conflicto les lleva al sacerdocio, el trabajo que realizan sirve para mantener una determinada identidad (monje o sacerdote) pero no les permite regresar al mundo normal de los laicos, creando un círculo vicioso pues el conflicto de reintegrarse a una vida que abandonaron les obliga a permanecer en el estado elegido.

Desde otro punto de vista, la psicosinergia plantea una nueva alternativa para escapar de los

conflictos de la vida normal cotidiana, en manera especial, la agobiante o conflictiva. Esa nueva alternativa es la transformación de la conciencia. La transformación de la conciencia en la psicosinergia La conciencia, como función o potencia espiritual tiene una esencia natural que es inmodificable en sí. Pero las formas de manifestación de esa conciencia es lo factible de ser transformado. Desde la psicosinergia, transformar la conciencia consiste en usar todo lo que uno es y tiene, en forma libre y responsable, canalizando, juntando y unificando toda la energía espiritual en la dirección exclusiva de conocernos más y mejor. Es lograr saber exactamente cómo somos y lograr una conciencia plenamente identificada con el ser propio nuestro, de manera que esa conciencia se reubique en el plano de la existencia, a la cual pertenece su verdadera esencia. Para esto deberán estudiarse plenamente las sensaciones en general y las emociones en particular, el conjunto de nuestras ideas o ideologías y todas tendencias sublimes y nobles que pueden anidar en nuestra mente y expectativas existenciales. Luego, el principal postulado de la psicosinergia es lograr una práctica para transformar nuestra conciencia, utilizando todo que somos y tenemos en nuestra esencia para conocernos más y mejor. Insistimos en la conciencia sinérgica porque es el único factor de unidad que nos permite “darnos cuenta” de las cosas, de lo que nos pasa y cómo o por qué nos pasan las cosas, hechos y circunstancias o la presencia de determinadas cuestiones concretas o abstractas. Con la conciencia nosotros “vemos” el transcurso de nuestra vida. Pero sucede que nuestra “manera de ver las cosas” no parece estar entrenada, normalmente, para conocer, comprender y aceptar la constancia de los cambios. Los cambios están presentes desde que nacemos hasta que morimos. Hay cambios groseros de nuestro cuerpo. Es obvio que el cuerpo del recién nacido, del niño, del adolescente, del adulto y del anciano, no están conformados de igual forma. En unos hay menor desarrollo, en otros se desarrollan determinadas potencias y al final, el mal uso o la falta de uso adecuado más el proceso natural del envejecimiento, producen atrofias. Así transitamos de la inmadurez a la madurez, de la juventud a la senectud y a ello se suman los cambios sociales que suelen ser numerosos, abruptos y a veces, violentos. Sin embargo, impresiona como que de alguna manera nos “acostumbramos” a que las cosas ocurran. En parte porque el proceso de desarrollo biológico escapa a nuestras posibilidades (nacer, desarrollarse y declinar hasta morir) y depende de nuestra voluntad o expectativas. Podemos adquirir algunas destrezas y habilidades individuales, pero el curso de la vida será igual e inexorable para todos. Tal vez esto produzca algún automatismo o fatalismo fundamentado en el determinismo biológico de

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nacer, crecer y morir. Pero lo esencial al espíritu no es ajustarse estrictamente al destino biológico, sino cumplir su propio destino de desarrollo. El espíritu, a diferencia del cuerpo, tiene una cronología y una energía distinta a la biológica. De esa forma es sabido que un cuerpo viejo puede tener un espíritu joven y viceversa. También conocemos que nuestro cuerpo puede obstaculizar nuestro espíritu pero que ese espíritu puede ser el más valioso sostén del cuerpo. La unidad indisoluble y el fenómeno holístico que conforman el ser humano en la aparente dualidad cuerpo-espíritu nos indica que no hay tal dualidad, aunque se manifiesten, a veces, como si lo fueran. La conciencia sinérgica es la encargada de tenernos atentos a no caer en la trampa de considerarnos duales sino conocernos como un todo integrado en forma completa al mundo. Los cambios propios del cuerpo no deben afectar al espíritu ni ser vividos como críticos. Es común hablar de las “crisis” del niño que pasa a púber, del púber que llega a la adolescencia y de las “crisis” del adulto y del viejo. Pareciera que vivir es sólo conocer y sentir períodos críticos en el sentido de sufrimiento y dolor, de decepción y depresión. La falta de una conciencia sinérgica que nos ayude a “darnos cuenta” de nuestra verdadera potencia psicofísicoespiritual, de que somos nosotros que debemos “pilotear” nuestra vida y no dejar que la existencia transcurra “a la deriva” sin un proyecto, un trayecto y un destino o meta definida. La rutina termina encostrando al espíritu y lo oculta hasta empequeñecerlo de una manera que pareciera no existir, no estar presente. La ausencia de la conciencia sinérgica nos lleva a vivir con un “piloto automático” como si las cosas que nos pasan no nos pasan a nosotros sino a otros. Nos enajenamos siempre pensando en “otro” y en los “otros” como si todo sucede por culpa de otros y sólo le ocurre a otros. Son otros los que pueden tener accidentes, los que se enferman, los que mueren. Hay una pérdida de inmediatez de que “nos puede ocurrir a nosotros” y ya, no en un futuro hipotético. La conciencia sinérgica nos ayuda a recobrar el sentido y el sentimiento de realidad, de que las cosas nos ocurren a nosotros y que somos susceptibles de que nos suceda lo mismo que a los otros. Es una conciencia “avisadora” y “previsora” pues nos enseña a que debemos aprender a trazar una ruta existencial y dejar que nuestra vida marche “según la arrastren las corrientes” de turno. La conciencia sinérgica es “tomar conciencia de nuestra vida” y “darnos cuenta” de nuestra existencia y qué es lo mejor para ella. La rutina nos impone mitos, manías y costumbres, como refugio frente a la imprevisibilidad de nuestras circunstancias. Buscamos en el refugio de todas esas “comodidades” una especie de identidad y de estabilidad. Cuando asumimos una actitud colectiva nos “engrupamos” (formamos grupos) de una forma determinada y es como si abriésemos un paraguas o instaláramos una carpa que nos proteja de la “intemperie” de la vida. Estas “formalidades” externas nos sirven para creer que con ellas estamos protegidos y “no pasa nada” frente a los avatares. Pero la realidad es otra. El aparente bienestar de aceptar una estabilidad e identidad social común nos crea un grave problema con nuestra esencia. El espíritu no se conforma de la misma manera que nosotros, con las simples apariencias. Su profundidad exige cosas más acordes con la grandeza y dignidad de ese espíritu. El choque de nuestra “chatura” como criaturas biológicas y sociales con el empuje que nuestro espíritu nos da y su exigencia de responder a nuestra naturaleza con equilibrio y armonía, nos producen una conmoción interior que puede ser consciente o inconsciente. De todos modos, cualquiera sea el modo de esa conmoción el resultado siempre es ansiedad y angustia y todos los males que surgen de ellas (depresión, estrés, negativismo, etc.). Pronto, esa “angustia existencial” tiende a ser tapada, cubierta, con determinadas actividades que emboten el cuerpo y los sentidos y la propia conciencia. Así, se eligen las “actividades extremas”: apego excesivo al trabajo, al deporte, a la vida social, a las actividades culturales o a cosas menos elevadas como puede ser una actividad incontrolada sexual. Muchos se “tapan” con tabaco, alcohol o drogas. Otros se refugian tapando la conciencia, la mente y el espíritu con los trastornos psíquicos. Por eso tenemos una sociedad plagada de “adictos” a algo. O bien de gente llena de manías, complejos, obsesiones y preocupaciones que le desquician la mente y terminan con ataques de pánico,

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fobias y otras formas de desequilibrio espiritual. Los sucesos negativos de llevar una vida sin control y no tener “conciencia” de lo que nos ocurre, invierte la intención primaria y natural de una tendencia a favor de la vida, del crecimiento y de la expansión espiritual, para polarizar una actitud de pérdida del sentido de la supervivencia, del respeto a la vida propia y ajena y caer en la cultura del abandono y la violencia en todas sus formas. Luego, la asinergia de la conciencia desequilibra la armonía natural de las potencias espirituales (inteligencia, voluntad y afectos) para llevarnos a la ruindad, a la decadencia y a la enfermedad. Psicosinergia y espacio vital El hombre habita un espacio físico y él mismo conforma una especie de espacio individual inmerso en el espacio físico que le rodea y al que llama ambiente o medio. Todos los cambios positivos o negativos se dan en ambos espacios que conforman el espacio vital o espacio donde un individuo desarrolla su vida personal, tanto física como espiritual. Luego, la transformación de la conciencia, propósito de la psicosinergia, se da en ese espacio vital en un doble camino: del espacio se reciben estímulos y sensaciones y de la transformación de la conciencia emanan influencias sobre ese espacio. Esto opera como un “recibir” y un “dar”. El propósito psicosinérgico de despertar capacidades y de experimentar habilidades personales pero proyectadas al grupo, pueden conformar grupos humanos que transformen, a su vez, el espacio vital común. De esta forma, una sociedad y humanidad enajenada puede llegar a encauzarse hacia un mejor y más digno destino que el actual y la gente logre llegar a ser lo que verdaderamente es y no lo que aparente o cree que es. Significa borrar la apariencia para mostrar la esencia. Cambiar meras formas o formalidades por modos de ser más auténticos y beneficiosos. El cambio del espacio vital operado por el cambio a una conciencia sinérgica es otro de los propósitos de la psicosinergia. El hombre se cambia a sí mismo, para ayudar a cambiar al mundo. De esta manera lo que hoy es negativo, vergonzoso y causa culpas puede llegar a ser algo positivo, motivo de orgullo por recuperar la dignidad propia del ser humano. Esa dignidad que lo diferencia de todo otro ser vivo y de todas las cosas existentes. Puede que el estímulo de transformación surja del propio espacio vital o provenga de nuestro propio cerebro. Nuestro cerebro es un instrumento, ya lo hemos remarcado intensamente, destinado a captar, traducir y emitir información. Esto nos lleva, muchas veces, a que nuestras reacciones puedan ser el fruto de situaciones pasadas que han sido reformuladas o reestimuladas y que nos lleva a actuar como si las situaciones pasadas fueran actuales, cuando la realidad es otra y esas circunstancias idas ya no son tales. La mayoría de las veces respondemos a las influencias ambientales de formas que no podemos controlar de ningún modo. Hoy tiende a ser lo habitual en todos. Las reacciones no controladas ni previstas son la consecuencia lógica de la falta de preparación espiritual, de una imprevisión espiritual de no haber “puesto a punto” todas las potencias y facultades espirituales que están a nuestra disposición inmediata. Puede que esto ocurra porque se nos enseña a leer y escribir, a manejar instrumentos y vehículos, a conocer ciencias y otras instrucciones. Pero nadie sabe, quiere o puede enseñar sobre nosotros mismos, lo qué somos o cómo somos y como es y opera nuestra “sistema espiritual” en lo psíquico, anímico y físico. Esto nos lleva al analfabetismo espiritual, razón por la que muchos no hemos aprendido a conducir con el mismo acierto tanto el exterior de nuestra como el interior de nuestro espíritu. La psicosinergia busca la alfabetización espiritual, el conocimiento de sí y de nuestro espíritu para poder manejarlo y lograr tomar el timón de nuestra existencia con un proyecto cabal que tenga un trayecto definido y al cual trazaremos y seguiremos debido a las capacidades adquiridas al haber conocido y ordenado nuestras potencias interiores y aprendido a usarlas para el bienestar psicofísicoespiritual. Así, no sólo guiaremos nuestra vida sino que mejoraremos todo el espacio vital propio y ajeno. Psicosinergia y salud. El bienestar espiritual.

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Hemos repasado cómo el vivir o existir en forma desordenada y artificial nos afecta no sólo el espíritu sino también al cuerpo y lo que conocemos como “salud” es lo primero en desequilibrarse produciendo el estado de “enfermedad” que sería lo contrario de salud. El vivir fuera de foco, en forma indebida nos puede llevar al tedio, a la rutina o a una completa desorganización individual y social. La reacción normal, cuando se percibe lo anormal, es buscar “situaciones nuevas” o distraernos de los que nos pasa bajo formas de esparcimientos o de fuga (viaje o fuga geográfica, adicciones o fugas psicológicas, ensimismamiento o fuga del mundo). De este modo hay cambios de trabajos o profesiones, viajes de vacaciones o de placer o de entretenimiento, búsqueda de pasatiempos en el deporte, el cine, la video, la TV o la computadora (lo más intelectuales o artísticas buscan refugios en la lectura o en el arte). Pero esto es lo que opera como un “dejà vu” (ya visto) al recrear situaciones vividas como si fueran nuevas, cuando la realidad es distinta. La búsqueda de lo nuevo puede desembocar en esa conducta iterativa, aparentemente distinta pero que en el fondo es “más de lo mismo” que buscamos dejar en un pretendida renovación, o bien, puede encontrar una verdadera fuente creativa que nos lleve a algo esencialmente nuevo. Éste es el encuentro con la conciencia sinérgica como fuente de conocimiento directo (en inglés: awareness). Es cuando la conciencia se da cuenta de los cambios reales y tiene capacidad para provocarlos incluso. La capacidad de percepción del cambio real es la primera etapa de la conciencia sinérgico y, por lo tanto, de la psicosinergia. El encuentro con una conciencia sinérgica nos permite interpretar a los cambios como situaciones novedosas que hay que vivir con alegría y positivismo, buscando la posibilidad de crear también nuevas alternativas tanto en lo conductual como en lo imaginativo y lo productivo. Esta nueva sensación o encuentro con una conciencia sinérgica consiste en una especie de comunicación con uno mismo y con el espacio vital y los otros que nos rodean y el despertar de un sentimiento amoroso como una función de esa comunicación. Esto es lo que se entiende por bienestar espiritual, primer paso para los otros dos bienestares de la salud: el físico y el social. En psicosinergia, salud es igual a bienestar espiritual. El bienestar espiritual es la carencia de una relación inarmónica entre el individuo y el medio en que vive. De esta manera hay un verdadero síndrome de adaptación, no a través de lo físico, como postula Selye, sino en base al orden del espíritu. El síndrome de desadaptación física nos lleva al estrés, pero la desadaptación espiritual nos anula como seres humanos y contribuye, con la desadaptación física, a la enfermedad. Salud y enfermedad, son dos facetas de la vida humana que están íntimamente ligadas a estímulos del medio y al equilibrio interior. A mayor equilibrio interior, menor impacto de los estímulos ambientales, pues el correcto manejo de nuestras potencias espirituales nos indicará la conducta auténtica que evitará lo dañino para adoptar lo beneficioso. La conciencia sinérgica, como la conciencia moral, nos inducen al bien y a la evitación del mal, entiéndase estos términos tanto en lo ético y moral como en lo espiritual. Lo físico será el resultado de la ecuación que surge de equilibrar nuestro interior con lo exterior, pero siempre procurando primero afinar ese interior espiritual, usando todas nuestras energías para integrarnos al mundo y al universo, ya que somos parte ineludible de ese todo. Sólo la comprensión global de nuestra vida personal nos producirá el auténtico bienestar espiritual o felicidad necesaria para dar un gran sentido a nuestra vida. El propósito de esta Psicología Espiritual es acercar algunos conocimientos más ordenados de nuestro espíritu y sus procesos, para que del mismo modo que un mecánico, siguiendo el manual de un vehículo, sepa como repararlo si está dañado, colocando cada pieza en el lugar que corresponde y ayudando a que funcionen en forma sinérgica: unas apoyando a las otras y en el conjunto siendo el motor del vehículo. Voluntad como función reguladora La voluntad es una facultad para hacer y no hacer, según lo hemos definido. Cuando la voluntad decide por “no hacer”, pone en marcha los mecanismos de inhibición o de indecisión. La indecisión ya la hemos abordado. En cuanto a la inhibición voluntaria es un sistema de regulación que actúa a nivel psicológico y fisiológico. A través de ella se pueden impedir o reprimir acciones o el

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ejercicio de facultades y hábitos. Mediante la inhibición, una persona se abstiene de actuar o, si ha empezado una acción, la detiene, deja de actuar. Otro modo de inhibirse es quedarse fuera de un asunto o cuestión, mediante la abstención de no abordarlo (entrar en él o tratarlo). Es frecuente en la época actual (comienzos del siglo XXI), la presentación de inhibiciones por debilitamiento del deseo, lo que provoca aburrimiento, apatía, abulia y desencanto y algunas formas depresivas. La inhibición voluntaria es tanto psíquica como física. Cuando un individuo se decide por “hacer” se activa bajo la motivación y la acción por ejecución de movimientos corporales o físicos y la actividad psíquica. Son movimientos voluntarios por lo que James les llama ejecuciones secundarias para distinguir todo lo relativo a lo automático o reflejo, lo que considera como ejecuciones primarias. Las acciones automáticas y reflejas las controla el sistema nervioso periférico o autónomo. Las funciones motoras voluntarias dependen del sistema nervioso central. Hasta ahora se creía que ambos sistemas era independientes, pero los últimos estudios revelan conexiones entre ambos sistemas nerviosos, a tal punto que aún los movimientos reflejos y automáticos pueden lograr ser controlados por la voluntad, mediante el adiestramiento del sistema nervioso central. James, siguiendo la teoría de Carpenter, concibe a la voluntad como una acción ideomotora. Esta teoría desmiembra al proceso volitivo en dos mecanismos: 1. la idea voluntaria 2. la acción motora voluntaria James explica que “algunas veces basta la mera idea, pero otras ha de intervenir o preceder al movimiento, un elemento consciente adicional en forma de orden, mandato o asentimiento expreso”. De este modo, la acción ideomotora sería “la continuación del movimiento sobre un mero pensamiento, sin una orden especial, como el tipo del proceso de volición Dondequiera que a la idea siga un movimiento sin vacilación e inmediato, tendremos una acción ideomotora” Piensa que todos los actos de nuestra vida diaria (caminar, estación bípeda o sedente, hablar, etc.) están regidos por “el puro fluir del pensamiento” como mero impulso voluntario. La ejecución de una acción ideomotora presume “la ausencia de toda noción de conflicto en la mente”. Este principio funciona como que no hay nada en la mente (mente vacía) o lo que hay en ella, “no entra en conflicto” con la resolución de una acción ideomotora. Cuando hay deseo de una acción pero no se ejecuta voluntariamente (conflicto entre deseo y voluntad) se plantea una acción inhibitoria. Para que haya consumación de una acción ideomotora no tiene que haber ideas inhibitorias o, al menos, las mismas no deben tener tal peso como para no poder ser desechadas mediante la deliberación. Todos estos conceptos permiten a James concluir, a modo de principio fundamental que “el movimiento es el efecto inmediato natural del proceso de sensación, por poco relacionada que con él pueda hallarse la cualidad de la sensación. Así es en la acción refleja, en la expresión emocional y en la vida voluntaria. Toda representación de un movimiento suscita un cierto grado el movimiento actual que es su objeto; y lo suscita en grado máximo cuando ninguna otra representación antagónica, presente al mismo tiempo en la mente, evite su aparición” Con estos principios, James deja establecido que puede existir un bloqueo o inhibición de mando, pero también, aclara que ambos mecanismos (bloqueo y acción) exigen el mismo esfuerzo. Esto implica, en su idea, que hay dos corrientes nerviosas opuestas: la que determina la inacción (bloqueo o inhibición) y la que pone en marcha la acción ideomotora. Volvemos a insistir que la ideas de James son meramente descriptivas de los fenómenos volitivos, debido a que es un investigador “científico” que intenta hacer valederas sus conclusiones sobre la base de la anatomía y la fisiología y concibe a la mente como una simple acción o facultad

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cerebral. No sostiene, en ningún momento, que el cuerpo (cerebro y músculos) puedan ser puestos bajo la acción de una fuerza espiritual. Incluso, piensa que las ideas son obra y efecto exclusivo del cerebro, siempre como concepto fisiologista. Acepta el fenómeno de la existencia de las ideas, pero no alude a que estas ideas son fruto de la acción espiritual, sino un resultado de la acción de las neuronas cerebrales. En consecuencia, no es la voluntad como facultad espiritual la que regula los actos humanos, sino es la voluntad como facultad neuronal cerebral producida por acciones biofisicoquímicas y conducida a través del sistema nervioso, tanto central como periférico. Las ideas son elaboradas por el cerebro debido a estímulos o impulsos ambientales o endógenos. La descripción de los fenómenos voluntarios es una sola. Lo que varía es la concepción de quien origina esos fenómenos. De ahí surgen claramente dos posiciones antagónicas: la que predica que el cerebro es el único responsable de los actos voluntarios como causa y efector, y la posición nuestra en el sentido de que realmente el cerebro es órgano efector (instrumento) pero la causa de los fenómenos voluntarios radica en la fuerza espiritual. Factores de una decisión correcta Es necesario saber reconocer que nuestra vida, en general, está constituida por la suma de decisiones que tomamos en todas las esferas sociales en que nos desenvolvemos (familia, trabajo, vida social). Decidir sobre cualquier cosa o cuestión lleva siempre a una situación límite o crucial al momento de optar por una decisión u otra. Esta encrucijada puede ser resuelta con una decisión rápida, la cual si no es acertada puede ser fuente de consecuencias que son un verdadero desastre; o por una decisión lenta que, también, si no es acertada por ser llevada más allá de los límites prudentes de tiempo puede entrañar una pérdida de oportunidad o generar oposición. Esta clara situación impone el criterio que para decidir no sólo importa el qué sino que involucra, asimismo, el cuándo. De ahí la importancia de saber reconocer los momentos críticos de la una decisión y la pauta temporal necesaria que sea la más adecuada. Dos investigadores de los factores de decisión correcta, Edwin Kiester y Sally Valente Kiester arribaron a las siguientes conclusiones (que ellos proponen como moralejas): 1. Saber elegir el momento adecuado para una decisión importante: muchas veces las decisiones importantes suelen acompañarse de una expectativa sobre las circunstancias más favorables. Pero puede ocurrir que los acontecimientos obliguen a tomar decisiones en el momento preciso en que estas son necesarias, aunque no sean aparentemente las circunstancias ideales. Hay saber discernir la oportunidad más que considerar sobre lo propicio. 2. Un análisis excesivo paraliza las decisiones: Es frecuente que quienes deben tomar decisiones muy importantes demoren en hacerlo para reunir la mayor cantidad posible de datos y analizarlos varias veces, repitiendo la operación interminablemente. El motivo de tal pulcritud reside en la esperanza de encontrar un detalle convincente que indique el mejor camino y el que menos oposición cause, a fin de obtener el consenso pleno. El pro de este método es que permite reunir muchos datos útiles, pero la contra más temible es que no puedan reunirse todos los datos necesarios o una multitud de datos sólo sirva para una gran discusión sin llegar a un consenso. En este caso, el árbol tapa al bosque. Si bien la meta de esta forma de proceder es el dominio total de la información y la búsqueda de un consenso absoluto, puede ocurrir que: la discusión aleje el esfuerzo de obtener el consenso o que demasiada información lleve a una decisión irrelevante o extemporánea. En cambio, los que deciden rápido, si bien no llegan a obtener el total de la información considerada ideal, son los que han aprendido que estar inmersos en una gran cantidad de datos en lugar de ayudar constituye una pantalla que tapa el panorama general y esto impide llegar a la decisión correcta. Una decisión rápida, adoptada en el tiempo razonable y útil y con una mediana eficacia es más deseable que no llegar a una decisión

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en tiempo y forma. La obtención de un consenso absoluto es importante, pero si obstaculiza una toma de decisión más vale un consenso mínimo y parcial que ayude a decidir bien. 3. Evitar presiones para decidir sin antes estudiar otras alternativas: muchas veces el entorno y las personas suelen ejercer presiones con opiniones o petición de adopción de determinadas conductas frente a un caso presunto. Lo primero es certificar si el diagnóstico de situación es exacto y después investigar todas las posibilidades o alternativas de solución. Es lo que en Medicina clásicamente se conoce como “pedir una segunda opinión”. No se debe decidir en cosas que ameritan un estudio mejor y que pueden tener opciones diferentes y contrapuestas. Lo primero es dilucidar bien la cuestión y conocer todo el repertorio de soluciones para escoger la mejor. 4. Aprender a decidir rápidamente cuando la espera significa eliminar una opción importante: Puede ocurrir que cuando está acaeciendo un hecho importante, tomar una decisión rápida impide que haya consecuencias funestas. Puede ser el caso de una invasión en una guerra, de la aparición de una enfermedad, de la oportunidad de una adquisición, etc. Estos casos y otros similares llevan a decidir rápidamente una determinada conducta, pues la demora puede significar un agravamiento de un hecho o la pérdida irreparable de una oportunidad. 5. Es bueno seguir las intuiciones en la toma de decisiones: Adrienne Miller hace notar que muchas veces, incluyendo una preparación cuidadosa sobre una cuestión determinada, no se llega a una toma de decisiones. Es posible que una de las causas sea que la mente consciente está buscando una solución que la mente inconsciente rechaza o no está convencida. Aconseja seguir la intuición pues ésta se basa en experiencias y emociones difíciles de cuantificar, pero que ayuda a que una decisión sea más pertinente que otra ante una igualdad de condiciones entre las dos opciones a decidir. Esta investigadora ha estudiado el clásico tema de Hamlet sobre el “ser o no ser”, clave fundamental de una decisión y lo ha llamado síndrome de Hamlet, en el cual las emociones juegan un papel preponderante a la hora de tomar una decisión. 6. Hay que fijar un plazo para decidir: hemos analizado que decidir muy rápido como hacerlo con una gran demora puede resultar contraproducente. De ahí la necesidad cuando una decisión puede exigir mucho estudio, fijar un plazo concreto para llegar a una toma de decisión. Cuando un problema despierta mucho debate, su solución puede ocasionar una demora insoluble, por lo que es conveniente establecer un lapso prudente para decidir. 7. Tomada una decisión debe aplicarse con el máximo de energía: es factible que se logre tomar una decisión pero al ponerla en práctica pueden existir factores que debiliten su aplicación. Para evitar estas situaciones que atentan contra el éxito completo, la experiencia aconseja que si se ha considera que la decisión es correcta y oportuna debe ejecutarse en forma sumaria.

No todas las personas son líderes sociales o empresarios que deban tomar decisiones que impliquen el destino histórico de un país, la ganancia o pérdida de millones de pesos o ganar o perder una guerra, pero sí en la vida diaria se debe decidir sobre inversiones que pueden significar un acierto total o llevar a la quiebra personal en lo económico; permitir la cura de una enfermedad o morir por no haber decidido o decidido equivocadamente; errar una vocación por no haber decidido seguir lo que nuestra intuición y voz interior nos dictaba claramente, etc. De ahí que el análisis de los factores de decisión que hemos propuesto sea de posible ayuda y orientación para un “mejor decidir”.

Voluntad práctica El “emprendedor” social: fórmula del “éxito social” La voluntad práctica es la voluntad puesta en acción. Una de las formas de la voluntad práctica es la que ejerce el llamado “emprendedor social”. Según la RAE (Real Academia Española) emprendedor es el “que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas” y emprender es “acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño. Se usa más comúnmente hablando de los que encierran dificultad o peligro”. “Tomar un camino el camino con resolución de llegar a un punto”.

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Una de las formas de aplicar la inteligencia social es el de ser un “emprendedor social” y uno de los modelos es el ofrecido, por los especialistas de marketing, como entrepreneur. Pablo Aristizabal explica que entrepreneur es una palabra inglesa derivada del latín inter prendere y que entiende con la acepción de “el que se mete y hace la tarea”. Pero también el inglés la acepta como empresario y ése es el sentido que hoy se le da entre los estudiosos del marketing. Empresario es la “persona que toma a cargo una empresa”. Naturalmente, una empresa puede ser, no sólo una entidad comercial o industrial o económica, sino cualquier emprendimiento que se realiza, esto es, “acometer y comenzar una obra”. Emprender tiene mucho que ver con empezar y “empezar es haber recorrido la mitad del camino”. Hoy, el marketing o ciencia del estudio del mercado, llama entrepreuner a todos los que realizan emprendimientos de empresas comerciales, especialmente los llamados microemprendimientos que se encuentran en el rango de las PYMES (pequeñas y medianas empresas). Nosotros rescatamos el término entrepreuner como emprendedor en sentido general, pero le aplicaremos todos los conceptos que se usan en lo comercial, pues de alguna manera esos conceptos se han extraído de prácticas sociales positivas.

Según Gerardo Saporosi, un especialista mendocino en marketing, el entrepreneur es una especie de “mecanismo social de búsqueda de oportunidades, en un mundo que se debate en la cresta de una de las tantas crisis que vivió la humanidad”. En el campo de esta especialidad dedicado al estudio del mercado y del desarrollo del profesional, del industrial y del comerciante, se considera al entrepreneur como un “estilo de vida” que nace con la insatisfacción en el modo como se va desarrollando una carrera profesional, industrial o comercial.

Con este incentivo, frente a los problemas que la crisis le plantea, se transforma en un

verdadero sorteador de obstáculos, ya que busca eludir los mismos a través de caminos no explorados convencionalmente. Es un constante hacedor de proyectos en los que pone toda su capacidad, coraje y entusiasmo, siendo un gran motivador de grupos de trabajo. En otras palabras: busca el éxito intentando eludir el fracaso.

Otra característica que Saporosi resume del entrepreneur se refiere a que es “enérgico y

obsesivo con el sistema” y “asume la realidad”. No actúa por lucro sino que desea “la libertad de acción” y “nunca se siente víctima”. Toma “la extraordinaria decisión de dejar una marca en el mundo”. Nosotros pensamos que esta propuesta hecha para el liderazgo empresarial, en realidad es una verdadera propuesta social que puede extenderse a todos los órdenes de la vida social del hombre y que nosotros hemos preferido llamarla emprendedor social. Este modelo de inteligencia social obviamente no es para mediocres ni tibios. En un modelo de compromiso y responsabilidad personal frente a la sociedad. La crisis espiritual, más que la económica, afecta a nuestra sociedad y le causa modorra a manera de una verdadera siesta social que se impone en medio del trajín, donde ingenuamente se pretende “pasar la crisis” sumiéndose en un sueño, el cual más que reparador, es un instrumento de fuga. El “emprendedor social” es una especie de líder social que en constante vigilia trata de sacudir esa “sociedad somnolienta”, para empujarla hacia un norte o una guía espiritual que le permita superar todos los conflictos y mejorar la calidad de vida social, a través del mejoramiento de la calidad de vida personal. Busca la “excelencia social” merced a la “excelencia personal”. Permanentemente propone

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proyectos de acción, “proyectos de vida”, que tienden a desarrollar tanto la personalidad de uno, para luego ayudar a mejorar la personalidad de otros. Acá no se trata de un éxito empresarial, salvo que se tome a la vida propia como la mejor empresa que una deba emprender o realizar.

Si es así, la búsqueda de oportunidades se centra para lograr un “éxito de vida” o, mejor dicho, un “vivir exitoso”. El fracaso de una vida es también el fracaso social. La crisis impone siempre una especie de dificultad o conflicto que cada persona debe resolver de una forma distinta a otras. No hay un modelo universal para un estilo de vida humana en la sociedad.

Pero sí hay algo en común en todos los hombres y que es propio de su naturaleza: la

inteligencia, la afectividad y la voluntad y, en esta tríada, el hombre debe basar sus proyectos usando de ellas para “arar el camino” de su vida personal y social. Hemos insistido que sin el fundamento de esa tríada, no hay proyecto vital positivo que sea pasible de llevar a un cambio exitoso, sortear la crisis y encontrar la senda adecuada para no caer en la desesperación y el fracaso.

Este “emprendedor social” es una persona que se halla en “estado de emprender”, esto es,

tiene una voluntad de crear, recrear, accionar, reaccionar, iniciar, reiniciar, intentar, reintentar, hacer y rehacer para que la rueda de la creación de valor comience a girar. Jugando con las palabras, al decir “estar en emprendedor” sería algo así como “ser en sí y ser en otro”. Esto sabe a como si al mismo tiempo que operamos sobre nosotros activándonos para algo, ese algo alcanza y activa al otro, generando una cadena de acciones positivas.

En ese ser y hacer ser nos realizamos y ayudamos a otros a realizarse y cuando nos

comprometemos y responsabilizamos con el otro es cuando “comenzamos a vivir en sociedad”. En lenguaje cristiano, sería “empezar a amar al prójimo como a mí mismo”. De esta forma, un emprendedor no es sólo el que interviene en la creación de una empresa de cualquier naturaleza sino es alguien que se encuentra con otros emprendedores en forma individual o dentro de una empresa determinada (ONG, comercio o industria, en una profesión), en infinidades de corporaciones social de la más variada naturaleza.

Cuando uno se transforma en emprendedor se convierte en una “relacionador de entornos” y

cada uno de esos entornos es una manera de abordar el “día a día” (lo cotidiano) con una mezcla de innovación, transformación, creatividad y optimismo. En este ámbito, emprender no es sólo tener una buena idea, sino también saber identificar la buena idea como una oportunidad. En este caso, oportunidad es el momento de lograr un cambio y por esto, el emprendedor es un “agente de cambio”. El cambio social es sustentar la competencia noble y positiva de la sociedad, donde todos hacen algo y compiten por hacerlo mejor.

El emprendedor se modifica a sí y busca modificar a otros para multiplicar a los

emprendedores. Por esta razón, ser un agente de cambio es una real virtud porque es el que hace que las cosas sucedan, y sucedan para lograr otro estado mejor. Hasta acá nos guiamos por conceptos de Aristizabal que hemos adaptado a los fines de generalizarlos para aplicarlos a sentido más amplio que sería el “emprendedor social”.

Los emprendedores son los que encuentran las “propuestas de valor”. Son propuestas valiosas

que ayudan a deleitarse deleitando. Esto significa que lo que la propuesta pone en movimiento, empieza o hace, no sólo regocija a quien la comienza sino que también a los que se benefician con la propuesta o la comparten. Así, el “emprendedor social” es un “satisfactor social”, esto es, es un agente de cambio que ayuda a los que conviven con él a alcanzar un estado de satisfacción interior y exterior, a alcanzar el éxito y prestar servicios a la gente para que ésta mejore o se perfeccione y “cambie”.

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El “emprendedor social” es la esperanza de una sociedad en quiebra espiritual. Es el hombre

auténtico que sabe asumir la realidad circundante y encontrar en ella todo lo que hace que la vida “valga la pena” de ser transitada. Pero no se queda con su creatividad dentro de su bolsillo. Sale a pelear con “el sistema” para buscar el cambio del mismo. Es un creativo que busca compartir con otros todo lo que él va encontrando. Por eso es un “hacedor de proyectos” que comparte generosamente con sus prójimos, sin importarle si otros intentan usufructuar lo que él descubre. Sabe que sus ideas, por más que sean retiradas de su autoría, cundirán aunque no se le atribuya a él, el éxito. Le importa sólo que sus proyectos se realicen y que no le pongan “piedras en el camino”. Lucha por su independencia social sin buscar aplausos. Leyes del éxito

Para el emprendedor cualquier medio ético es lícito si le lleva al éxito y le evita el fracaso. Es un verdadero “gestor del trabajo en equipo” y estudia los esquemas sociales de su realidad

circundante para no estar “fuera de la realidad” y “tener los pies en la tierra” a fin de que sus propuestas sean realizables y compartibles con otros. Trata de darle sentido a su vida, a la realidad y “agitar las conciencias ajenas” para que participen de esa continua búsqueda de sentido y encuentren, junto con él, el modo de vida que supere el conflicto, el fracaso y la frustración. No se conforma con “seguir la corriente” sino que muchas veces sufre grandes dificultades, precisamente, por remontar hacia arriba, “contra la corriente” y se afana por no ser llevado “aguas abajo”, a causa de no haber intentado el esfuerzo de nadar hacia una meta que le ayude a realizarse como hombre íntegro, cabal y auténtico.

En este sentido, parece guiarse denominada “la prueba cuádruple”:

1. ¿es la verdad? 2. ¿es equitativo para todos los interesados? 3. ¿creará buena voluntad y mejores amistades? 4. ¿será beneficioso para todos los interesados?

El emprendedor social es un “experto en motivación”. Michael Jeffreys resume en los

siguientes “consejos prácticos” lo que define a un experto en motivación: 1. asumir toda la responsabilidad: de nosotros depende que las cosas sucedan 2. tener un objetivo o propósito claro en su vida: un compromiso lleva a hacer bien las cosas 3. siempre redactar un plan sobre lo que se propone hacer 4. estar dispuesto a pagar el precio que resulte de sus decisiones: aprender a ser un “responsable social” 5. convertirse en experto: tratar de ser “el que más sabe” en el campo en elige actuar 6. nunca darse por vencido: sacar beneficios de sus fracasos, aprendiendo “lo que no debe hacer” 7. ser presto en la acción: una vez que sabe lo que se tiene que hacer y cómo hacerlo, hacerlo inmediatamente, “ya”. No se debe demorar. La demora es indecisión.

Hay otras fórmulas o leyes para el éxito y son las siete leyes espirituales del éxito que propone el Dr. Deepak Chopra, médico nacido en la India. Sintéticamente, estas siete leyes son: 1. potencialidad: implica descubrir quienes somos, conocernos a sí mismos y luego tratar de vivir de acuerdo con quienes somos y no con qué dirán o con una falsa imagen de sí mismo. No debemos condicionar nuestra forma de ser a lo que otros quieren o esperan de nosotros, sino tratar de

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ser nosotros mismos en todo momento, sin claudicaciones ni concesiones. El poder del Yo atrae nuestros deseos. 2. ley del dar: esta ley sería algo así como dar según la intención de lo que uno quiera recibir. Funcionaría como una ley del dar en función del recibir. Por lo tanto si deseo amor debo dar amor, si quiero alegría, debo brindarla primero. Nosotros hemos criticado un poco esta intención de dar condicionada a un fin. Pero si la intención es dar sin espera de recibir, automáticamente esta ley se cumpliría independiente de la intención con que se da algo. La generosidad espiritual casi siempre recibe la reciprocidad cuando se actúa con sinceridad y autenticidad. Sólo si nuestra conducta es artificiosa o muy elaborada, fracasará. 3. ley del karma: el karma es un término hindú y provisoriamente puede traducirse como “lo que soy en cada circunstancia”. Chopra nos enseña que tenemos infinitas opciones para cada situación. Estas opciones están en cada uno de nosotros y dependerá de la elección que hagamos en nuestro presente, aquí y ahora. Luego, en el instante de decidir, la elección certera será el karma personal que nos lleve al éxito. 4. ley del menor esfuerzo: esta ley nace del concepto de que la inteligencia natural funciona con toda facilidad y despreocupación cuando no la teñimos con el preconcepto, el a priori, la creencia o el dogma condicionante, es decir, no oponemos resistencia a la fluidez natural de la inteligencia. Para esto Chopra nos pide que fijemos el norte de las acciones en nuestra mismidad, en nuestro interior, en nuestro espíritu para no hacernos permeables a la crítica exterior que puede condicionar nuestra acción espontánea e inteligente. Esta inmunidad contra esa crítica nos hace perder el temor a los desafíos y así podemos evolucionar sin perder energía desgastante, o sea, como dice la ley, con el menor esfuerzo. El menor esfuerzo, en este concepto, no es trabajar menos para conseguir algo, sino la emergencia de la inteligencia natural sin realizar mayor esfuerzo. 5. ley de la intención y el deseo: el hombre se diferencia de otros seres vivientes o inanimados porque posee una energía especial y un contenido de información y ambos se materializan a través de un sistema nervioso único en la escala biológica. Toda la energía propia de su espíritu y los datos que conoce, son experimentados como pensamientos, sentimientos, emociones, deseos, recuerdos, instintos, impulsos y creencias. Cuánto más auténticos y verdaderos sean esos actos, actitudes y aptitudes mentales, como motor de la intención y los deseos, más cerca estará de lograr la meta (éxito). 6. ley del desapego: para que la ley anterior funcione, debemos despegarnos de esperar un determinado resultado. Nuestra conducta debe ser medida por las intenciones y deseos y no por sus resultados. Quienes especulan con un resultado pueden ser frustrados. La búsqueda del resultado condiciona las intenciones y deseos y no priva de la espontaneidad y la libertad de elegir y hacer. Esta ley se puede interpretar como una “libertad para crear” sin depender del fruto de la acción. Siempre que se penetre en lo nuevo, en lo distinto, lo no habitual, fuera de la rutina, lo lógico es la desazón que nos produce sentimientos de inseguridad e incertidumbre y esto está fuera de todo cálculo de certeza. Es azar. Por eso la creatividad es la fuente de todas las posibilidades y la fuerza para hacer sin esperar ni saber que resultará de lo nuevo. 7. ley del dharma: éste es otro término hindú y así como el karma opera como lo que soy en cada circunstancia, el dharma es “lo que soy yo en exclusividad”, como obra única e irrepetible en otro. Por lo tanto hay cosas que cada individuo o persona puede hacer mejor que cualquiera otra en el mundo. Es la habilidad personal exclusiva. Cada talento personal tiene una expresión única que se manifiesta según la necesidad espiritual que lo impulse. Cuando se cumple esta expresión personal exclusiva, se hace real la ley del dharma.

Las leyes del Dr. Chopra, están muy cerca de la espiritualidad hindú mezclada con conceptos existencialistas. Es una especie de síntesis del pensamiento oriental y occidental moderno. Esto posiblemente lo logró por provenir del mundo oriental y convivir en el occidental, donde estudia y se forma. Es una especie de “yoga filosófico”, donde todo el potencial espiritual que el yoga adquiere no queda encerrado en sí como una especie de perfección personal para un fin superior no terreno. Acá la

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perfección interior se vuelca al exterior y se manifiesta como potencia espiritual para un quehacer. Es una potencia en acción. Y esto lo diferencia del yoga puro que sólo es potencia sin acción exterior.

El Dr. Chopra nos da algunas claves para comprender y aplicar sus siete leyes espirituales del

éxito: ¬ “La pregunta ¿qué gano yo con esto? es el diálogo interno del ego. La pregunta ¿cómo puedo ayudar? es el diálogo interno del espíritu” ¬ “Somos la divinidad disfrazada y el espíritu divino que vive dentro de nosotros en un estadio embrionario buscar materializarse plenamente” ¬ “Necesitamos acercarnos de una manera más espiritual al éxito y a la riqueza, que no es otra cosa que el flujo abundante de todas las cosas buenas hacia nosotros” ¬ “El dinero realmente es un símbolo de la energía vital que intercambiamos y de la energía vital que utilizamos como consecuencia del servicio que prestamos al universo” ¬ “Si al dar sentimos que hemos perdido algo, el regalo no ha sido en realidad y entonces no generará abundancia. Cuando damos a regañadientes no hay energía detrás de nuestro acto de dar” ¬ “La mayoría de las personas piensa que el corazón es sensiblero y sentimental, pero no es así. El corazón es intuitivo; es holístico y no contextual, es relacional. No se orienta a perder o ganar.” ¬ “Cuando nuestro punto interno de referencia es el ego, cuando buscamos poder y control sobre los demás, o la aprobación del resto del mundo, desperdiciamos nuestra energía” ¬ “La única diferencia entre nosotros y un árbol es el contenido de información y de energía de nuestros respectivos cuerpos” ¬ “La fuente de la abundancia, de la riqueza o de cualquier cosa en el mundo físico es el yo, es la conciencia que sabe como satisfacer cada necesidad. Todo lo demás es un símbolo: vehículos, casas, cheques, ropa, aviones” ¬ “El apego es producto de la conciencia de la pobreza, porque se interesa siempre por los símbolos. El desapego es sinónimo de la conciencia de la riqueza, porque con él viene la libertad para crear.” ¬ “Lo desconocido es el campo de todas las posibilidades, siempre fresco, siempre nuevo, siempre abierto a la creación de nuevas manifestaciones. Sin la incertidumbre y sin lo desconocido, la vida es sólo una vil repetición de los recuerdos gastados.” ¬ “No somos seres humanos que tienen experiencias espirituales ocasionales, sino todo lo contrario: somos seres espirituales que tienen experiencias humanas ocasionales.”

Para Chopra éxito y espiritualidad son la misma cosa. Esto quiere decir que el autor no identifica éxito con triunfo como la salida de lo conflictivo a través de la espiritualidad. Éxito es alcanzar la espiritualidad y por lo tanto se transforma en significado y propósito en la vida, a través del auto descubrimiento, el que es definido por Chopra como “una travesía que dura toda una vida; es muy excitante embarcarse en un viaje que no tiene destino final. El éxito no es una meta, es un viaje, es el sentido del significado y el propósito de la existencia, es el sentido de la conexión con la creatividad. Es la habilidad de amar y tener compasión, la habilidad de experimentar la alegría y compartirla con otros. Tan pronto como uno alcanza una meta, un nuevo desafío aparece, es algo que nunca termina”.

Emprendedor y desinterés Cuando citamos a Saporosi, este autor nos hizo ver que los entrepreneurs “no actúan sólo por lucro”. Esto significa que la vocación de emprender no es sólo ganar dinero sino es un deseo de

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autorrealizarse. Aristizabal completa la idea afirmando que en el momento en que se decide ser emprendedor, es decir, encontrarse en un “estado emprendedor”, el éxito consiste en crear, hacer nacer algo y no sólo obtener un beneficio personal. Si se tiene en cuenta este concepto, es muy importante para evitar las frustraciones en que nos sume la sociedad moderna cuando iniciamos “algo por algo”. Si el “por algo” no se encuentra, nos frustramos. En cambio, el mero hecho de emprender algo para buscar un éxito más allá de una ganancia personal, con el fin de ordenar o dar vuelta una situación de peor a mejor, no se busca el éxito personal y el deleite personal sino también el éxito y deleite de otros según lo explicamos antes. Por esta razón, los emprendedores van más allá del mero hecho de “ganar algo”, especialmente dinero u otras prebendas personales. Para un emprendedor el dinero o las prebendas personales serían sólo instrumentos importantes o medios pero no fines en sí, sino la herramienta para lograr el verdadero fin soñado de hacer algo importante y transformador que trascienda más allá de lo cotidiano y común y deje “marca” en la vida de uno y de los otros. “Haga historia” en el sentido de hacer y triunfar, en transformar. Por esa razón, el emprendedor puede crear por encima de toda situación difícil que se le presente en su quehacer y a medida que hace sólo siente que lo importante es disfrutar de lo que está haciendo y no de lo que puede ganar personalmente en lo que hace. En realidad, el verdadero fin de un emprendedor genuino no es “ganar algo” sino encontrar algo que le dé plenitud y alegría que comparta con otros. Siempre lo obtenido en beneficio personal será una consecuencia eventual del camino hacia su verdadero propósito, pero nunca el fin en sí. El desprendimiento de un verdadero emprendedor es que, siempre, todo emprendimiento (cualquiera sea su carácter o dimensión) está sustentado en un sueño. Y la fuerza de la imaginación (imaginar es más que pensar, más que proyectar, más que ambicionar, es pensar en grande, ser audaz), de voluntad y de convicción sólo se forja bajo el techo de los grandes sueños. Walt Disney afirmaba “si uno puede imaginarlo, soñarlo, entonces puede realizarlo”. La amalgama de sueño e imaginación es la que crea nuevos horizontes y mundo, fundamentado en lo que creemos y soñamos, en nuestras propias y sinceras convicciones interiores y no sólo por lo que otros nos influyen o ideas prestadas. El emprendedor no sigue modas sino las crea. Por eso, no pierde el tiempo ocupándose de lo que hacen o dicen otros ni de criticar sus fracasos o imitar sus éxitos. Los fracasos y éxitos siempre son propios y originales y no la imitación de otros. El emprendedor de verdad camina siempre el camino de la rectitud y evita la senda torcida de la simulación y la mentira y jamás cree que un error sea algo absoluto sino una experiencia que indica un camino equivocado. Al buscar la verdad se vuelve desinteresado en todo lo que no signifique autenticidad. Por esa razón, todo emprendedor tiene algo de sabio, dado que “la sabiduría sería la felicidad en la verdad”. Un emprendedor hace sólo lo que piensa, intuye, siente en sí mismo y no lo que se dice por modo o lo que es “lo que se acostumbra” o “lo usual”. Es un trasgresor de lo habitual y por eso es creativo. La autenticidad y la conducta original con las claves de la credibilidad, la fuerza y la energía del espíritu emprendedor (Aristizabal) Siempre los emprendedores siguen su “voz interior”, su vocación y esto los lleva al éxito pues no copian a nadie. Dejan que fluya ese interior al exterior con todo lo que siente y cree y por esto sólo salen cosas creativas y originales que constituyen éxitos. Por eso, un emprender “es” y no “parece ser”. Generan luz propia para iluminarse e iluminar a otros, creando espacios para compartir con otros y son líderes geniales de esos espacios y entornos. Sentido común para triunfar

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En la inteligencia social el sentido común para triunfar no es nada más que el buen juicio obtenido por experiencias adversas. Los fracasos obran como maestros para indicarnos cual es la senda que no debemos recorrer. Mahoney propone las siguientes conductas sociales como base para evitar el fracaso: ¬ Invertir en la gente importante haciéndolos amigos: es lo que antes llamamos la “red de relaciones confiables” ¬ Investigar las indicaciones de los expertos antes de seguirlas: es lo que se conoce como obtener “una segunda opinión” ¬ Saber ser un buen y eficiente colaborador: esto es aprender a buscar y asumir responsabilidades respondiendo con la mayor rapidez y eficiencia, buscando “ser imprescindible” o, al menos, “el más útil”. Esto le ayudará en su profesión o en la empresa para la cual trabaja, como asimismo para la comunidad en la que vive ¬ Estar atento a no caer ni en el temor ni en la codicia ni en los siete pecados capitales: el temor puede ser despertado con fines incorrectos para obtener de nosotros una determinada conducta o bien puede surgir cuando se debe actuar en forma decisiva o creadora, a causa de creer que se pueden correr riesgos. Para esto hay que recelar de aquellos que con argumentos intimidatorios pretenden obtener algo y tener confianza en nuestra propia capacidad para realizar cosas. En cuanto a la codicia hay que estar atento para no caer en ella de nuestra parte y evitar la codicia ajena. En lo relativo a los siete pecados capitales pueden ser nuestro entierro social por cuanto la soberbia nos aísla; la avaricia nos impide gozar de lo que poseemos, pensando en obtener más de lo ajeno; la lujuria nos trae consecuencias de las cuales es imposible librarse; la ira nos vuelve insociables y desperdicia nuestra mejores energías y tiempo; la gula nos enferma con la obesidad y otras afecciones al mismo tiempo que nos coloca en desventaja cuando debemos competir con quienes controlan este apetito desmedido; la envidia revela nuestras flaquezas y nos resta fuerza para gozar de nuestros dones por vivir deseando lo ajeno; la pereza que nos hace holgazanes, descuidados y desorganizados nos pone en condiciones de derrota frente a nuestros competidores concentrados en trabajar. ¬ Aprender a ponerse en el lugar de los demás: esto nos enseña, como en una especie de ajedrez, a aprender a prever como piensan y actuarían los otros y evitaríamos caer en trampas y sucias jugadas. Interesan la visión de los otros en nuestras circunstancias, sus reglas de juego, su cultura y sus antecedentes. Los nuestros ya los conocemos, en cambio ignoramos a los ajenos. Aprender a empatizar nos evitar los dolores de ser víctimas del dolo y la deslealtad, pero también conoceremos mejor a los que pueden ser nuestros amigos. ¬ Concentrarse a pensar en forma clara y definida sobre sus metas, actitudes y acciones: debemos tener contracción en aquello que nos interesa y es necesario evitando las dispersiones en acciones vanas. Esto nos obligará a cuidar como nos expresa y nos enfrentamos con el entorno y las personas, la forma en qué opinamos y pensamos y nuestra postura o concepto frente a los vaivenes naturales de la vida social. La concentración nos hará tener nuestra estima siempre en alto porque demostrará que tenemos valores perfectamente definidos y sabemos adónde nos dirigimos. Por otro lado, tenemos la ventaja de permanecer firmes frente a los embates de las modas dudosas, de ideas extrañas que suelen arrastrar a los que no reflexionan. Ser fiel a sí mismo es la mejor demostración de poseer sentido común.

Lograr el “éxito personal” no es una cuestión de mera ambición sino debe ser la meta auténtica de los que desean darle un sentido positivo a su vida. No se trata de buscar triunfar por una cuestión de honores, de estatus o de sobresalir, sin que otra cosa motive estas situaciones. La meta de triunfar no debe ser una vanidad sino sólo la voluntad de alcanzar un proyecto existencial y tratar de cumplirlo. Desde este punto de vista, el triunfo significa alcanzar la autenticidad. Pero a pesar de llamarse “éxito personal”, en realidad no el algo que se geste en la intimidad individual sino es fruto de un desenvolvimiento social. Siempre “éxito” involucra la presencia de otros. Recordemos que éxito,

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etimológicamente viene del latín exitus que significa salida. Este significado oficia como que tener éxito es salir a la palestra social y ser reconocido. Es

triunfar en algo y obtener el reconocimiento del resto de la sociedad. Desgraciadamente la RAE relaciona a éxito sólo con “fin o terminación de un negocio o asunto” o el “resultado feliz de un negocio, actuación, etc.” o “buena aceptación que tiene una persona o cosa”.

Así, éxito sólo es terminar algo sin otro aditamento o tener un “resultado feliz” en algo o

“tener buena aceptación”. En realidad, la Academia hubiera definido mejor si hubiera dicho que éxito es dar salida a un proyecto o a un trabajo el que finaliza con un resultado feliz por tener una buena aceptación general. No sólo referido a “negocios” o “asuntos” o “actuaciones” sino a cualquier acción social, incluyendo el proyecto existencial personal.

Resumiremos todo lo relativo a éxito con cuatro conclusiones que formuló Riley:

1. Aprender a ser parte de un equipo: siempre vivir significa pertenecer a un grupo (familia, trabajo, escuela, iglesia) el cual debe ser considerado como un equipo y “ser parte de un equipo” significa interactuar con el grupo participando junto a todos los miembros del mismo en las tareas diarias de convivencia o cuando se trata de lograr un proyecto personal o grupal. Siempre el grupo-equipo será el resorte que nos impulse o el instrumento que nos ayude a conseguir una meta o realizar nuestros proyectos. Hay que recordar que todo grupo-equipo tiene pactos escritos o tácitos que establecen los valores y las metas de todos los integrantes del conjunto y interactuar signifique participar de todos esos valores y metas personales y comunes. 2. Aceptar el cambio: vivir significa asistir a una sucesión interminable de cambios que no siempre son claros en el momento en que éstos ocurren. Pero lo esencial es saber captar la existencia y presencia del cambio y aceptarlo cuando dicho cambio nos ayuda a aprender y crecer. La capacidad de cambio es la clave de todo éxito. 3. Evitar la complacencia: esto quiere decir que no hay que conformarse con “lograr algo” y quedarse ahí, estanco, con lo logrado. Sentirse satisfechos con algunos logros puede conllevar la tendencia a olvidar las penurias y la inseguridad que existían antes de algún logro y que siguen latentes después del mismo. La complacencia es tener la ilusión de que “la lucha ha concluido”. De ninguna manera esto ayuda al triunfo sino es un “quedarse en el camino”. El triunfo significa superación constante de sí mismo, pensar y planificar siempre el futuro y tener nuevos horizontes en la meta, una vez que se logró algo. Se debe tener un “repertorio de posibilidades o probabilidades” de vida y no quedarse sólo en una cosa y repetirla hasta el cansancio, sólo porque una vez nos ayudó a “triunfar”. El triunfo no reside en una sola cuestión, sino en la permanente alerta por seguir alcanzando fines y metas en la vida. 4. Tener siempre una actitud existencial: si bien, denotativamente, actitud es una postura del cuerpo, también es “disposición de ánimo de algún modo manifestada”. Prácticamente, puede ser interpretada como “capacidad para actuar”. Precisamente, la vida tiene reveses y la capacidad de actuar frente a ellos y enfrentarlos es lo que hace que logremos mantener la vida en un nivel satisfactorio. Para que no haya frustraciones, nuestra actitud vital es eso: saber enfrentar los problemas de vivir y encontrarles una salida o solución. Esto es tener una “actitud existencial triunfadora”, de forma tal, como afirma Riley, la actitud es la madre de la suerte. Triunfar es alcanzar logros grandes o pequeños que ocurren cuando se rechaza el “miedo a vivir”, o sea, el miedo paralizante al fracaso. “Tener actitud” es saber escuchar la voz interior que nos aconseja positivamente y rechazar las ideas negativas. Así se adquiere valor y se refuerza el impulso vital personal y las diferentes capacidades. Formación de niños emprendedores

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Es común escuchar que los niños actuales pasan muchas horas frente a una pantalla de televisor o computadora y leen muy poco o nada y rara vez participan en otras actividades sociales o al aire libre o la práctica de un hobby. Es puede suceder porque los padres y los educadores no se preocupan en alentar y motivar la iniciativa personal. Los jóvenes y niños triunfadores han sido los que de algún modo recibieron un impulso inicial de padres o educadores. Algunas de las formas de fomentar la iniciativa personal de los niños pueden ser: ¬ Permitirles que tomen decisiones por sí mismos: hay que enseñarles a tomar decisiones sensatas y a que confíen en su buen juicio. Previamente hay que inculcarles una escala de valores que conformen lo que se considera sensato y de buen juicio. En todo el proceso hay que darles demostración de que se les tiene fe y se cree en ellos y en sus posibilidades de triunfar. ¬ Ofrecer aliento permanente: todos los padres desean que sus hijos tengan lo que ellos desearon y no obtuvieron, sobre todo algunas posesiones y metas. Para tratan de proveerle todas las necesidades y algo más. Esta actitud es contraproducente. Los niños deben aprender que para obtener algo deben esforzarse y trabajar mucho. Deben tener metas propias y no esperar que sus padres le den cosas o le propongan lo que deben hacer. Feldman sostiene que los padres constituyen “la fuerza más poderosa en la vida de sus hijos. Les pueden allanar el camino dándoles aliento y aceptándolos en forma incondicional. No siempre estarán de acuerdo con lo que piensan, pero ellos jamás deben dudar de que los acepta tal como son”. Hay que dar a los niños la oportunidad de triunfar y siempre reconocer y elogiar los esfuerzos que hagan. Para esto, una de las claves es hablar de ellos positivamente en las conversaciones con otros adultos. Se debe fomentar su propia independencia y animarlos permanentemente a exponer sus puntos de vista. Si un niño cree que su opinión es valiosa, estará preparado para llegar más lejos que los que creen que sus pensamientos no importan. Hay que tratar de entender e impulsar la individualidad y las motivaciones personales. ¬ Descubrir la clave sus principales intereses: Todos los niños suelen tener intereses especiales. Hay que tratar de averiguar cuáles son los intereses personales de cada niño y alentarlos a cumplirlos ¬ Ampliar los horizontes de los niños: descubrir cuales son los intereses de un niño puede ser una tarea imposible o difícil si previamente no se le enseña o muestras cuáles son las cosas importantes de la vida y las maravillas del mundo. Los niños suelen no hacer bien las cosas que a nosotros nos parecen interesantes, pero si se descubre que algo de lo que intentan hacer les da alegría e impulso, hay que alentarlos a que sigan practicando eso que despertó vivamente su interés. ¬ Hay que poner a trabajar a los niños: esto significa que si se quieren niños independientes, Feldman sostiene que hay que enseñarles a trabajar, a competir y a tener logros. Si un niño pide algo que no se puede comprar por no tener el presupuesto correspondiente, hay que explicarle tal situación y enseñarle un método para juntar dinero y poder autofinanciar su deseo. Esto puede lograrse fijando lo que se llama “mesada”, es decir, una cierta cantidad de dinero a cambio de que el niño colabore en tareas rutinarias de la casa (limpieza, cuidado de animales, realizar compras o “mandados”, etc.) La participación de los niños en las tareas cotidianas del hogar, además de enseñarles el valor del trabajo, despertar capacidades, les da una idea mejor de cómo manejar un hogar y saber cocinar, lavar y planchar una prenda y realizar otros menesteres que en alguna oportunidad les podrá ser útil. Lo necesario es enseñarles la responsabilidad de aprender a hacer las cosas bien y no sólo “sacarse la tarea de encima”. De igual modo hay que enseñarles el valor del dinero dándoles sumas razonables por los trabajos realizados y cómo invertir ese dinero sin desperdiciarlo (derrocharlo). El objetivo es enseñar a los niños a desenvolverse en lo relativo a tener una actitud positiva hacia el trabajo y a manejar sus intereses económicos, esto es, aprender a autodesarrollarse o autorrealizarse para aprender a vivir bien. Para esto hay que aprender a poner límites a la pasividad y promover la actividad. Hay que retirarlos creativamente de una adicción excesiva a las pantallas o actividades pasivas inútiles, para fomentarles pasatiempos creativos o actividades formadoras. Cuando un niño dice “estar aburrido” no hay que caer en la trampa de llevarlo al cine, al circo o cosas similares sino desviar el tedio a un interés por algo, especialmente por lo que pueda motivarlo a participar en tareas estimulantes o que abran la imaginación para juegos atractivos.

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¬ Dar el ejemplo: de todo lo que se predique a los hijos, primero deben hacerlos los padres, pues los niños aprenden mucho por imitación de los mayores. Si los padres y educadores muestran iniciativa o capacidad emprendedora, seguramente los niños estarán dispuestos a escucharlos cuando se les transmita iniciativas de emprendimientos. Programa Empretec de la ONU: decálogo del “buen emprendedor” 1. Buscar oportunidades: actuar antes de que las circunstancias lo obliguen 2. Ser persistente: no detenerse fácilmente ante los obstáculos y cambiar de estrategias para enfrentarlos 3. Cumplir con los compromisos: recurrir a todos los sacrificios personales con tal de terminar un trabajo a tiempo 4. Exigir eficiencia y calidad: poner esmero en hacer mejor, más rápido y más barato las cosas. Trabajar para garantizar normas de excelencia 5. Correr riesgos calculados: no hay que apresurarse y calcular riesgos y evaluar alternativas. Buscar reducir los riesgos y controlar los resultados 6. Fijar metas: poner objetivos medibles a corto plazo y tener visión clara y específica del largo plazo 7. Buscar información: procurar personalmente los datos necesarios sobre mercadeo, posibles clientes o mercado, proveedores adecuados, competencia, red de distribución 8. Planificar sistemáticamente: dividir las grandes tareas en subtareas con tiempos establecidos. Revisar los planes constantemente, mantener registros fehacientes, llevar una contabilidad clara, adecuada, minuciosa y “puesta al día”, controlar la evolución de lo planeado para la toma de decisiones 9. Ser persuasivo y construir redes de apoyo: Hay que valerse de estrategias deliberadas para influenciar y persuadir a otros. Saber desarrollar y mantener una red de contactos de negocios para asegurar el mercadeo 10. Tener confianza en sí mismo: hay que saber atribuirse a sí mismo y a su conducta cuáles son las causas de los éxitos y los fracasos. Hay que tener y saber expresar la autoconfianza o confianza en las propias habilidades para enfrentar y confrontar desafíos.

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VII

LA EDUCACIÓN DE LA MENTE

La cuestión de la educación mental del hombre

El adiestramiento del pensamiento origina un pensamiento intencional y voluntario. Seguir el curso de los pensamientos sin control mental da lugar a un pensamiento condicionado al impulso emotivo. Éste es el fenómeno que hoy está presente en toda la humanidad. La falta de educación para desarrollar una buena personalidad conlleva la falta de un control adecuado de la mente y de las sensaciones. La situación desesperante de un hombre sin rumbo, guía ni proyecto espiritual y peregrinando al vaivén del oleaje, sin timón ni brújula (mucho menos sin la guía satelital) ha conducido a Mark Greenberg a pensar que hay un desarrollo del pensamiento y una educación del corazón.

Salvando las eventualidades lingüísticas, esta proposición reflota el concepto antiguo (hoy

vulgar) de que el corazón es el órgano de la emoción y de los sentimientos. Ahora se sabe que las sensaciones activan el sistema nervioso y éste con sus trayectos de los nervios simpáticos y vagales, maneja neurotransmisores como la adrenalina y la acetilcolina, y de acuerdo al tono normal (normotonía), a un tono bajo (hipotonía) o exceso de tono (hipertonía), habrá una secreción normal, baja o alta de los dos neurotransmisores que regulan el sistema nervioso llamado autónomo. Una emoción o un sentimiento fuerte, sea positivo o negativo en su forma, siempre resulta dañino en su acción funcional sobre el cuerpo. Puede conducir a una hipertonía adrenal y provocará arritmia como la taquicardia o una vasoconstricción tan severa que puede llevar a un infarto, un shock o a la muerte súbita por ataque de isquemia prolongado o por paro cardíaco en sístole. Todo dependerá de la intensidad de la emoción, de la reactividad de la persona y del estado previo del cuerpo, especialmente en lo cardiovascular.

Contrariamente, una sensación intensa, como el miedo, puede producir una hipertonía vagal y

paralizar el corazón en diástole provocando la muerte súbita, o un colapso vascular intenso que también lleva a la lipotimia (desmayo) en su expresión más suave. Nadie duda, debido a la experiencia innegable y sumamente patente, que cuando se está bajo el influjo de una sensación conmocionante su corazón galopa o se detiene. El impacto sensitivo en el órgano, es el que más impresiona por sus efectos. Pero el hecho de ser un órgano receptor, no efector, de las sensaciones, no le da al corazón ninguna primacía ni papel o rol significativo en la causa, emergencia o modulación de esas sensaciones. Simplemente es la “víctima” de ellas o su esclavo.

Si aceptamos, como hemos venido desarrollando el tema o cuestión, que lo espiritual es uno y actúa en bloque solidario y no en compartimientos estancos, no hay ya material de duda para aceptar plenamente que el espíritu y su operadora, la mente, es lo único que puede generar o percibir sensaciones. Bajo este principio sencillo y elemental, y aceptando que el espíritu es intelecto, sensación y voluntad, ya no podemos concebir más que habrá una “sensación mental o intelectiva” y una “sensación del corazón”. Si la mente está en el cerebro, otro principio inapelable, todas las sensaciones son “sensaciones del cerebro” y no habrá más quienes “piensen con el estómago o el

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corazón” (según el concepto vulgar metafórico). Ergo, no hay una educación de la mente o una educación del corazón o una educación del estómago. Sólo puede aceptarse la educación del corazón como una metáfora, donde el corazón es el símbolo del afecto.

Pero, únicamente, hay una sola educación: la de la mente. Y dentro de ella, en especial, la

educación de la inteligencia como principal elemento espiritual que es la esencia del ser humano. Ella es la conductora de los pensamientos y nos llevará a aprender a pensar, en primer lugar, en segundo lugar a aprender a sentir y por último a aprender a querer o hacer. Así, intelecto, afecto y voluntad habrán “aprendido” lo que cada uno debe ser para actuar en concordancia con la verdadera condición de lo que creemos que es el ser humano.

La inteligencia es un don único y por su excelencia y calidad superior estimo que no es algo

para ser desperdiciado en destruir sino está destinado para construir y crear, siguiendo el principio superior ordenador natural que opera en todo el universo. La naturaleza siempre tiene cataclismos pero sólo después que éstos pasan sabemos que la meta de los mismos es crear nuevas condiciones para un fin determinado (a menos que esos cataclismos de los elementos naturales sean el fruto de acciones artificiales humanas). De igual modo, los cataclismos espirituales son conmociones que las crisis existenciales nos plantean para recrear un modo de ser o adaptarnos a una situación imperante, ajena a nuestra voluntad y a nuestra habilidad de superación. Pero de no mediar esos cataclismos espirituales, la mente y su operador, el espíritu, tienden a llevar al hombre, como una verdadera homeostasis, a un supuesto estado superior de armonía y paz espiritual que sólo es compatible con aquello que nosotros hemos llamado bondad (lo bueno).

Sin más vueltas, lo bueno es lo positivo. Y lo positivo es lo constructivo. También, sin más

vueltas, lo constructivo es lo que no daña. Y así, sucesivamente, como un eterno retorno, volveríamos al manoseado concepto del salvaje bueno o del hombre naturalmente bueno, concepto que muchos abandonan al observar el devenir histórico de la humanidad masiva, que estadísticamente está más inclinada al daño y la destrucción, que a la bondad y a la construcción. Bíblicamente, a menos que pensemos que hay una ingenuidad bíblica, Adán nació “bueno” y luego, por su propia voluntad, adoptó el “mal”. Salvando estos conceptos que pueden parecer muy abstractos o como provenientes de una concepción simplista, vamos al fenómeno real del hombre que todos conocemos y hoy, ignorando si es verdad o mentira lo bíblico, nos enfrentamos con un hombre que potencialmente puede ser bueno o malo. Esto es, que en sí lleva la semilla de la ambivalencia como antes lo hemos resaltado.

Tratar de averiguar qué es realmente el hombre, es una cuestión retórica y más abstracta que

asumir y afrontar la realidad palpable. Si “lo bueno” es deseable por sus resultados, lo lógico, o sea el “buen uso” de nuestra inteligencia, es que adoptemos la bondad. Si éste es el principio inteligible, por intuición debemos aferrarnos a él y no discutir más. Todo lo que digamos sobre el bien y el mal contendrá siempre aspectos relativos que pueden ser malos o buenos, positivos o negativos, dada la existencia real de la dualidad. La cuestión principal no es saber qué predomina en la naturaleza del hombre para ser tal, sino que nuestra misión natural es la libertad de espíritu que nos impone la obligación de deliberar y decidir.

Si nuestro cerebro y mente son anatomofisiológicas normales y encontramos alguna pequeña

guía o brújula o un proyecto que nos enseñe lo más correcto, nuestra inteligencia imperativamente debe buscar la senda del buen camino. Esto lo predicó Buda y Cristo, los dos grandes maestros del amor humano. De un amor esencial que nada tiene que ver con todos los nombres y cualidades y distinciones que tratamos de darle a una sensación pura, por nuestro tradicional sofismo intelectual y académico. Si estamos sosteniendo que podemos educar la mente para expresar correctamente nuestro espíritu, esto es, nuestra verdadera esencia inteligente, luego todas las sensaciones, voluntarias e

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involuntarias, conscientes o inconscientes, en el momento en que llegan a nuestra conciencia y las percibimos, dejan de ser automáticas para, de algún modo, pasar a depender de nuestro dominio. Si una sensación es fuerte o débil, pura o reformada, genuina o bastarda, más que un impulso irrefrenable, es el fruto de un control defectuoso de nuestra mente, en especial de nuestra inteligencia y voluntad.

El budismo piensa que el estado natural mejor del hombre es el bondadoso y por eso habla de una compasión budista algo distinta de la compasión que nosotros sostenemos habitualmente. Pero también, el budismo nos dice que previo a ese estado hay que adiestrar la mente en forma muy especial (profunda y perseverante) para primero desentrañar todas las complejidades de nuestra persona en particular y así, al conocerlas y tomar conciencia de ellas, podemos empezar el entrenamiento para su control, y mediante éste atenuarlas, bloquearlas o eliminarlas cuando son negativas.

Ese adiestramiento mental, insistimos, será el filtro que elimina lo negativo, para dar paso a la

expresión de lo positivo. Evita o erradica el mal para instalar el bien. El hombre educado, o sea, entrenado o adiestrado mentalmente convertirá a la bondad en un hábito de por vida y su lema será la estabilidad interior con una mente equilibrada, armoniosa, estable y bajo estricto control. No hay margen para el error o la improvisación. No hay margen para lo irrefrenable. Sólo hay margen completo para la posibilidad absoluta de la bondad y la imposibilidad definitiva del mal. Esto no significa que el hombre que surja del entrenamiento mental nunca más en toda su vida volverá a tener contacto con lo negativo o destructivo. De ninguna manera. Significa que su entrenamiento le vuelve un experto piloto con timón, brújula y una bitácora e itinerario perfectamente trazado y conocido, para llegar al “buen puerto”, cualquiera sea la tormenta que lo agobie. Y si cuida el barco (su cuerpo), éste tampoco sucumbirá por los cataclismos que seguramente deberá enfrentar en un mar, que no siempre es tranquilo, como es la vida.

Dejemos a los occidentales el método cartesiano de dudar, y busquemos la certeza, cualquiera

sea su naturaleza, para dejar fluir sin obstáculos a la libertad espiritual que nos permite llegar a la verdad espiritual. Y esto no es utópico, metafórico, abstracto, poético ni ilusorio. Es una realidad. Si lo bueno no daña, la verdad espiritual es la bondad. Y firmes en esta convicción, dejemos de fluctuar en la duda de si sabremos, o no, encontrar el modo de gobernar nuestras sensaciones y acciones para lograr esa bondad. Esto también está probado realmente. Sólo depende de que nosotros tengamos el deseo y la voluntad de convencernos definitivamente de la existencia y de la posibilidad total de la bondad y de adoptarla para nuestra vida.

Todo razonamiento dubitativo es pseudorrazonamiento porque la realidad ha mostrado la

posibilidad cierta del “buen hombre”. Si bien, estadísticamente, la humanidad histórica y actual no es el paradigma de ese concepto, el camino correcto de la inteligencia nos conduce a ser “la excepción de la regla”, esto es, el “hombre extraordinario” del budismo. Al decir “extraordinario” no decimos ni artificial ni sobrenatural. Es el hombre natural que supera a lo que hoy es un hombre ordinario, en el sentido de lo cotidiano y común (estadístico) para salir de esa masividad “común y ordinaria” para lograr un nivel de conciencia, de conducta y mental distinto a lo habitual y guiado hacia una meta perfeccionista que sólo tiene un simple deseo: no dañar a nada ni a nadie y no dejarse dañar.

Para esto hay que recuperar el sentido de las cosas, cuestiones y entes, logrando un lenguaje que nos guíe, sin extravíos ni polémicas estériles, al hallazgo de ese sentido. No encontraremos ningún sentido si nos comunicamos con las palabras no debidas. El lenguaje sin sentido quita el sentido a todo. No es una cuestión de nominalismo. No es que debamos “dar nosotros el sentido” mediante una palabra. La cosa es: mediante la palabra debemos definir aquello que hemos buscado e investigado en la cosa en sí, mediante su análisis y síntesis (ver todos los aspectos posibles y luego integrarlos a un todo). El sentido no lo ponemos nosotros sino es la cualidad real de la cosa. El sentido abstracto que nuestra mente “fabrica” depende de nosotros, pero ya sabemos, por una de las tantas definiciones, que

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verdad es la coincidencia de lo que pensamos con lo que las cosas son realmente. El entrenamiento mental nos lleva, entonces, a que logremos discernir entre lo que es dar un

nombre nosotros a las cosas para adaptarlas a lo que nosotros creemos que son, sin indagar su naturaleza y lo que es dar un nombre a lo que ya hemos averiguado qué es. Ergo, la palabra tiene que ser un reflejo de la realidad en sí y no un reflejo de lo que nosotros interiormente creemos que son o imaginamos que deben ser. Esa palabra auténtica, el verdadero logos de nuestra esencia intelectual, es el arma que podemos usar para lograr lo que aparentemente es muy difícil, pero que realmente no es imposible: la verdadera vida espiritual humana cuyo fin es el bien, sin más nombres ni cualidades ni condiciones ni tantas vueltas retóricas o retorcidas. Y bien también es muy sencillo: no hacer daño a nadie y evitar que otros lo hagan. Buscar más ideas abstractas en nombre de la ciencia o de la filosofía o de otras manías del hombre, es perder el tiempo. Ha terminado el tiempo de búsqueda de nuevas intuiciones y secretos no necesarios.

La historia ha mostrado y demostrado que el hombre está alcanzando su plenitud espiritual

como nunca lo ha hecho y dispone de un arsenal lingüístico también único en toda la historia de la cultura. Sólo debemos concentrarnos, poner toda la voluntad en el consenso de unir criterios para lograr una sola palabra para una única verdad y no poner nombres nada más por que nuestra mente nos pone trampas para no ver lo invisible para ella, pero no inexistente. Los occidentales debemos dejar de analizar tanto el cuerpo humano, debemos soslayar algo la filosofía y la ciencia de la molécula y avanzar más sobre el conocimiento del espíritu. Y la única herramienta, aunque no se crea, es la palabra. Es el único medio de llegar y encontrar el espíritu. Los budistas y los entrenadores de la mente, sin palabras, no pueden inducir tal adiestramiento. Sólo la palabra es lo que “objetiva” lo subjetivo, es lo que “materializa” lo inmaterial. Luego, centremos más la atención en ella y empecemos la tarea más básica: depurar el lenguaje, buscando traducir lo mejor posible lo que otros nos quieren decir e indagar más sobre nuestras sensaciones y la similitudes con las sensaciones de otros. Sin los otros, no hay vida espiritual. Nuestro espíritu será siempre un “nosotros”. De no ser así, no tiene sentido tanta potencia o poder espiritual. Aún las plantas y los animales tienen conductas significadas por acciones que han llevado a muchos a pensar en una inteligencia animal y vegetal.

Pero, independientemente de las creencias, concepciones o percepciones intelectuales o

afectivas, no hay dudas que la vida es la maravilla de nuestro planeta. Y, la reina de ella, es la vida humana. No olvidemos que sólo el hombre puede hablar de inteligencia, pero no es bueno que empiece a distribuir la creencia que el don de la inteligencia es patrimonio de todos los seres vivientes. Sólo la vida es patrimonio de todos los seres vivientes. Y no hay dudas de que esa vida pone un alma animal y vegetal. Pero la inteligencia es sólo del hombre. Las acciones sensitivas manejadas por instintos y estímulos, provoca reacciones vitales que son similares en todos los seres vivos. Empero, que haya similitud en las reacciones biológicas, no significa que todos los seres vivos son iguales en su esencia. Obviamente, hay diferencias notables entre la vida vegetal, la animal y la de otros seres vivos (de los que aún hay problemas para saber si son vegetales o animales). De lo que no hay dudas es que la vida existe. Tampoco hay dudas de que es una vida inteligente, pero sólo se permite manifestarse como tal en el hombre.

Lo importante de todo esto, es como lo define el Dalai Lama: existen diferentes formas de razonamiento, pero algunas son válidas y otras no. La modalidad utilizada para el cultivo de la compasión, por ejemplo, se asienta en experiencias y observaciones válidas. De igual modo, el Dalai Lama piensa que los correlatos cerebrales de la acciones y pensamientos humanos que busca la neurociencia occidental no es importante porque, naturalmente, todos estos elementos deben provocar modificaciones en distintas regiones neuronales y manejar distintos neurotransmisores a través de conexiones sinápticas también diversas y múltiples. Si bien hay zonas cerebrales individualizadas para distintas sensaciones y reacciones, no significa que necesariamente una sensación

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o una reacción deban tener siempre un correlato anatomofisiológico y que éste sea el mismo. La neurociencia ha mostrado y demostrado que de una forma u otra el cerebro reacciona

totalmente, si bien predominan zonas determinadas y que es capaz de crear cuanta conexión, redes y neuronas necesite a medida que le van llegando nuevas sensaciones y estímulos. Luego, no importa tanto buscar los correlatos anatomofisiológicos sino centrarnos directamente en los modos o maneras o técnicas que nos lleven al adiestramiento mental adecuado, a través de razonamientos válidos. Si el razonamiento válido usa una zona cerebral determinada y el no válido una distinta, no tiene sentido saberlo, pues la educación espiritual no consiste en poner electrodos en esas zonas y de ese modo generar lo válido o lo inválido. Tampoco destruyendo “zonas negativas” (las asociadas a las sensaciones y reacciones negativas) se eliminan las mismas. Está demostrado que estimular o destruir zonas cerebrales no determina una conducta autónoma. Tampoco genera una teoría filosófica ni conceptos. Más aún, destruir partes del cerebro (como ocurre con la lobotomía) influye en las sensaciones y reacciones, pero convierte al hombre en un autómata que no puede coordinar ni asociar debidamente sus ideas. Si bien se interrumpe el circuito de una preocupación compulsiva insana, se genera también un pensamiento incompleto que, a los postres, significa tanto o más insano que lo que se pretendió corregir con la lobotomía.

Asimismo, sin más vueltas, toda corrección u ordenamiento mental depende de nuestra forma de pensar. Y el adiestramiento mental es un pensamiento concentrado y ordenado. Y esto es meditación. Para discernir en estado meditativo correcto de uno incorrecto, se ha llamado a la buena meditación, la meditación profunda, crítica, trascendental. Pero, aparte de las posibles cualidades nominales, lo más importante es distinguir que la meditación o concentración en pensar bien, es cuando la materia sobre la cual se piensa da por efecto una conducta que tienda a no dañar y a evitar el daño propio y ajeno. Esto puede alcanzarse con una perspectiva religiosa o fuera de ella. Pero es muy difícil alcanzarlo con las actuales perspectivas científicas, filosóficas o psicológicas.

La humanidad, históricamente, ha convivido con la esclavitud, la desprotección de la infancia,

la denigración de la mujer, la tortura, la guerra, el pillaje y la delincuencia y, ahora le agrega el terrorismo y la epidemia voluntaria como es la droga y el SIDA y otras infecciones. A los científicos “de la vida” sólo les importa el fenómeno molecular y la biología molecular es la reina de todos, incluyendo las flamantes neurociencias. Les interesa más los derechos humanos, el origen de la vida, la naturaleza del sufrimiento y otras abstracciones de una realidad distorsionada, que buscar la verdadera esencia humana.

La filosofía sigue, eternamente, en un continuo retorno, formulando preguntas ante las crisis y

su último tema es el ser del hombre, pero no tanto lo qué el hombre es sino los modos con que el hombre de hoy “es”. Si Kant se preocupó por algunos imperativos categóricos, no alcanzó a establecer bien su preocupación, aparentemente más lógica, de cómo el hombre debe ser para lograr una vida más llena de sentido y de menores efectos negativos. Acá, si hay un imperativo categórico del “deber ser”, sin otra retórica, es el de evitar el daño. Llámese a esto positivo, inteligente, bueno, moral, ético, virtud, no-pecado, etc., pero no importa, tanto, cómo se denomine sino “cómo se hace”. Y de alguna manera, Kant tenía “razón” al defender a la razón como la mejor arma para lograrlo. Lo único discutible es que no todo es pura razón, pues la afectividad y la voluntad son los complementarios que hace “razonable” a la razón.

La dignidad del hombre reside en el respeto de sí y de los otros y ese respeto es no dañarse ni

dañar a otros y esto es resultado de los sanos pensamientos. La sanidad mental y de los pensamientos es todo lo que contribuye a los imperativos apremiantes de la salud y la educación que lleven al hombre, y con él a toda la humanidad, al florecimiento de la paz, la armonía y bienestar individual y social.

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Sin salud ni educación no hay posibilidad de encontrar un hombre estabilizado, armónico y

correcto. La falta de una de ellas, impide la expresión de un hombre cabal. Pero si la sociedad sólo se ocupa de enfermar y matar, a través de la tecnología científica y económica, la educación sólo estará destinada a eso: a evitar el contagio o el contraer enfermedades y a educarse para trabajar y subsistir. Así, la enseñanza “educativa” será un mero adquirir habilidades prácticas y lo espiritual es el gran ausente o el convidado de piedra, que puede introducirse a veces, en algún programa “educativo” como el entenado de la educación, bajo algunas premisas religiosas o pseudocientíficas de la sociología y la psicología o de la filosofía.

El paradigma de felicidad y bienestar y dignidad de la humanidad actual no es la perfección

espiritual, sino el confort material, tecnológico, el goce de los derechos, la libertad del desenfreno, y obtener buenos alimentos y medicamentos transgénicos, para tapar del daño de la estupidez. El programa de educación en la sociedad moderna, a través de la escuela y la universidad, es un programa de “materias”. Aún en las “ciencias espirituales” (filosofía, psicología, religión, sociología, etc.) hay “materias” que se solazan en repasar la larga lista de los métodos fallidos pero no proponen una “materia” estrictamente espiritual de lo correcto. La historia de la filosofía, y de las técnicas académicas nos muestra que son tan rigurosas y llenas de recovecos, que finalmente sólo se aprende muy bien a escribir y a ordenar el pensamiento “filosófico”.

Pero en la práctica, la filosofía antigua no mejoró mucho al hombre y la filosofía actual está

inclinada a lo pragmático de criticar la realidad circundante y, como lo hiciera Erasmo, a resaltar la perpetua estupidez de la humanidad, bajo la forma de “locuras” diversas. La filosofía pragmática posmodernista es buena para resaltar los graves problemas sociales, pero no buscan ordenar al espíritu. Por otro lado, los “gurúes” orientales se ha transformado en rectores espirituales mediante sesudos libros, muy bien escritos o la fundación de institutos especiales para técnicas de meditación y perfeccionamiento espiritual, pero los “egresados” y los lectores de todo eso no han logrado modificar ni a sí mismos, ni al entorno, ni han influenciado en la humanidad.

Mientras, los “gurúes” se rodean de una delicada y fina elite, de muy buenos y pingües ingresos

económicos, que les permita pagar el confort de los “gurúes” (viajes, hoteles y una “buena vida”). Ni Chopra, ni Osho, ni otros “notables” van hacia una humanidad humilde sufrida y doliente, como lo hicieron Buda y Cristo, sino viajan en cómodos aviones o barcos, visten las mejores telas y se hospedan en lujosos hoteles para ir a disertar en salones fastuosos mediante el cobro de una jugosa inscripción en el “curso”. De igual manera, los institutos que manejan también exigen el pago de sumas onerosas para humildes, pobres y necesitados. Los que pueden pagar la “educación espiritual” están tan empantanados en ganar dinero para pagar esa educación que no pueden aplicar la bondad de esa educación, pues le impediría el goce terrenal de mantener sus fortunas personales. Incluso, el propio Dalai Lama debe sostener un aparato similar, pues evidentemente, sin dinero, no hay forma de “propagar” el pensamiento espiritual.

Así, la “educación espiritual”, la verdadera educación del hombre, se diluye en un momento en

que el pensamiento humano ha logrado un alto vuelo, mas lo material sigue petrificado en un bloque indestructible, de forma tal que lo espiritual va en un ascensor muy pequeño, con poca capacidad de contención de viajeros, mientras lo material se queda en el piso extenso de la chatura humana, la mayor cantidad de la humanidad. Sigue siendo el lastre eterno. El fenómeno de la elite que sigue a los “gurúes” orientales o que se han internado en alguna institución dedicada a la meditación profunda al estilo oriental, budista o hindú, no se transforman ni adoptan el “estilo de vida compasivo” o la “perfección espiritual” de un pensamiento positivo, con sentimientos positivos. Esto lleva a Wallace a preguntar el por qué de este fenómeno. Se autocontesta aduciendo la razón de que la mayor parte de esos casos no se halla inserta en un marco de comprensión adecuado, con lo cual se le

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ha considerado más un lujo, que una necesidad imperiosa. Habrá que buscar un medio menos materialista para que la educación espiritual llegue a todos

los que la necesitan. Habrá que educar una generación de maestros que lleguen a donde los necesitan sin necesidad de tener un capital económico cuantioso. El costo en dinero de esa educación debe estar adaptado a las posibilidades reales de pago. Sin esas premisas, no habrá nuevos Budas ni Cristos que salven a la humanidad de hoy y Dios, para muchos, seguirá teniendo la cara del dólar, del euro y del yen. El hallazgo de una forma práctica para resolver el círculo vicioso

Hemos analizado los fenómenos de la vida emocional en lo oriental y en lo occidental. Advertimos que el mundo, la humanidad, en general ha desviado su conducta, su vida en pleno, del sendero natural de su índole inteligente y de su verdadero espíritu. El vacío o pérdida espiritual ha bloqueado al hombre de hoy para comprenderse y comprender a los demás. Le ha provocado una anestesia total de su espíritu que no le permite tomar conciencia de lo que le ocurre. Por más grandes maestros que la humanidad haya detentado y que sus doctrinas se conserven y se recuerden a muchos miles de años, es muy magro el porcentaje de hombres que optan por buscar y seguir el sendero espiritual genuino.

A pesar de que haya grupos de hombres que se preocupen por estudiar y buscar esa senda

espiritual inherente a su condición humana, por más entusiasmo que pongan en la oferta de ayudar a otros a compartir sus logros positivos, se encuentran con la barrera inexpugnable de la indiferencia, del odio, del desinterés y de la falta de motivación y entusiasmo de la humanidad sufriente, para cambiar. Los más avispados, usan de esos progresos, o como un “hobby” social muy entretenido e interesante, o como una veta de mayor rentabilidad. Así los que enseñan lo hacen para los que pueden pagar y los que aprenden lo hacen para dominar a otros y lograr de ellos un lucro determinado. Todo esto denota un grave problema que es la distorsión espiritual del hombre y la paradoja terrible: cuánto más logra avanzar en su perfeccionamiento espiritual y autoconocerse mejor, más lejos está la humanidad de alcanzar esa meta.

Aunque haya una intención de “contribuir a un mundo mejor” es patente que la oferta de quienes se preocupan por mejorar no tiene un correlato de demanda. Es una oferta muy limitada, pero la demanda es más constreñida que la oferta. La preocupación sincera de quienes desean un cambio positivo para un mundo mejor encuentra más escollos que los vividos por Buda o Cristo. Al menos ellos fueron escuchados. Y, a pesar de la bondad del mensaje, en el caso particular de Cristo, el Maestro terminó siendo incomprendido y crucificado. Hoy la incomprensión no reside en clavar en una cruz de madera al ufano predicador. Hoy la crucifixión es la indiferencia total. El calvario del predicador es que nadie quiere escuchar ni prestar interés.

El interés ha prendido en un grupo universitario, pero los intelectuales que son atraídos por el aprendizaje espiritual, pronto saldrán a dar su propio mensaje, tergiversando la enseñanza inicial. La pedantería y la soberbia intelectual por haber adquirido una habilidad o un conocimiento distinto al que tienen otros, les llena de un sentimiento de superioridad (¿complejo de superioridad de Adler?) y caen en fundamentalismos. Se empecinan en una determinada ruta y se cierran a otras posibilidades. No desean aprender más de los otros que intentan enseñarles algo. Enseñar implica saber aprender. Todo esto lleva a que, aunque todo el mundo reconozca, hoy los problemas generados por el vacío espiritual, en especial, la violencia social, muestran que en la práctica no hay voluntad de cambio. Y, a pesar de que se haya iniciado la revisión del sistema educativo, se sigue con los moldes tradicionales, sin alejarse ni una millonésima de milímetro de ellos. Todo proyecto resulta novedoso y atractivo, parece tener consenso y adhesión incondicional, pero en la práctica todo oficia como una mera declaración de

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principios y se acaba con la completa disipación en una nada.

No obstante, es útil que el hombre oriental y el occidental aúnen sus esfuerzos para seguir conociendo las experiencias espirituales positivas que lleven al hombre a un encuentro sincero consigo mismo para su perfeccionamiento espiritual. Todo lo que se logra y se escribe es positivo si se encamina hacia la verdad. Abre la mente a otras posibilidades y es posible que esto prenda en otros. Lo importante es que los esfuerzos no se diluyan en demasiadas “áreas de investigación”, algunas de ellas muy interesantes y entretenidas, pero que parten de fundamentos inadecuados.

De igual modo, el formar a otros debe hacerse con el gran esfuerzo de oponerse al sistema del

establishment que enseña su propio sistema de valores. Este sistema pervertido actual que se ocupa de leyes, del contenido de los medios de información y maneja la infraestructura y el contenido de la educación, le resulta muy difícil asumir un cambio para convertirlo en algo auténtico y no tan superficial e inane como lo es ahora. Si es difícil, dice Goleman, cambiar la legislación vigente relativa a la tenencia y uso de armas, tanto más lo será reformar el sistema educativo, a menos que encontremos el modo adecuado de presentar la absoluta necesidad de esos cambios.

Wallace, cita a James, para recordar que en la educación es más preponderante obtener la

atención de los alumnos o educandos por lo que dice el profesor, que introducir conocimientos. Lo común es la total falta de atención o de una atención parcial que es insuficiente para crear un clima de concentración necesario para enseñar y aprender. Cada día es más grave el problema de atención, sobre todo del niño, el que ha merecido un capítulo especial de la psicopatología médica por el llamado “hiperactivo”.

Goleman sigue pregonando la alfabetización emocional y está muy entusiasmado con el

programa para adultos en ese sentido, el que ha sido llamado “el cultivo del equilibrio emocional”. Es cierto que este autor ha conmovido a una gran parte del mundo con sus libros, junto con otros “gurúes”, pero también es cierto que el interés de la humanidad es tan transitorio como el éxito editorial. Muchos libros vendidos, pero pocos lectores convertidos.

El entrenamiento de la mente

La ductilidad del cerebro, comprobada por las investigaciones de la neurociencia, puede ser aumentada con el adiestramiento mental, siendo uno de los medios, la meditación. Estas prácticas provocan cambios cerebrales que mejoran la salud mental y física y promueven estados de ánimo positivos, como puede ser la felicidad. Estos estados de ánimo no son rasgos biológicos inmutables que se puede heredar por un medio genético estricto, sino son estados mentales pasibles de ser sometidos a transformación con entrenamiento mental debido.

Las transformaciones permanentes del cerebro y la personalidad que promueven el bienestar

personal, son denominadas, por Davidson, “rasgos alterados” de conciencia. Este autor afirma: “los resultados parecen evidenciar la posibilidad de que uno pueda seguir avanzando en el proceso de transformación y, como reiteradamente han afirmado algunos grandes contemplativos, acabe liberando su mente de las emociones conflictivas. Entonces, empieza a cobrar sentido la noción de iluminación”.

Si bien la posibilidad de liberar la mente de las emociones destructivas trasciende el marco de la

psicología posmodernista, no es un óbice para los que hacen del entrenamiento de la mente un hábito y entrega su vida al cultivo de las cualidades espirituales. Este entrenamiento permite alcanzar la libertad interna ideal como punto final de proceso de desarrollo del potencial humano y que en algunas concepciones religiosas constituye el arquetipo de la santidad. En esta cuestión, lo que realmente hay

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que aprender es la humildad y la disciplina mental, de la forma en que lo hace el verdadero meditador que puede disciplinar su mente y se libera de las emociones negativas.

El entrenamiento mental no debe ser buscado y usado como un espectáculo circense de

demostración de superpoderes mentales, ni para realizar otros tipos de proezas o disfrazar milagros. El autentico desarrollo espiritual no consiste en lograr determinados estados excepcionales o en la realización del autocontrol psicofísico como puede ser la anulación del reflejo del sobresalto o el dominio espectacular de la respiración y los latidos cardíacos, sino en lograr manejar las emociones destructivas (celos, ira, miedos, etc.) de forma tal que puedan anularse o llevarse a una mínima expresión. El adiestramiento mental ayuda a que las personas vivan con más tranquilidad y es aplicable, especialmente, a las que sufren o experimentan mayor cantidad de altibajos espirituales o de estados de ánimo, buscando en modo particular, el estado de bienestar físico y mental.

La mente sutil

Ya hemos expuesto que nadie duda del correlato entre mente y cuerpo, de tal forma que cuando la mente enferma, influye en el cuerpo y viceversa. Pero cuando es el cuerpo enfermo primero, el que influye en la mente, no significa que es el cerebro el que induce un estado mental anómalo. Es que la mente, al encontrar un cuerpo alterado orgánicamente de forma tal que involucre el cerebro, este órgano de la mente no permite una expresión mental adecuada y se produce una expresión distorsionada.

El concepto de mente sutil no es otro que la existencia del espíritu como ente independiente

en su esencia, pero dependiente en su existencia o manifestación de un medio de expresión que necesariamente debe ser orgánico. Este espíritu, como ya lo hemos aclarado antes, es el que comanda a la mente y usa a dicha mente y su órgano de asiento (cerebro) para manifestarse. Si los mecanismos o procesos mentales y el órgano están indemnes, siempre existirá un correlato entre una acción del espíritu sobre la mente y la activación de un determinado circuito neuronal y sus sinapsis, en mayor o menor complejidad, de acuerdo al estímulo espiritual que opere. Este correlato de la actividad espiritual con la mente y el cerebro es la llamada mente sutil.

En manera especial, cuando la expresión espiritual es completa y efectiva, sin distorsiones.

Pero si algún mecanismo mental u orgánico no está debidamente constituido, el espíritu o mente sutil no puede expresarse o se expresa totalmente deformada. Un cuerpo enfermo que produce actos mentales anormales no significa que esto es así porque el órgano enfermo es el responsable de los impulsos y pensamientos patológicos.

Definitivamente hay que desplazar la creencia aparente biologista de que el cerebro, por sí

solo, es capaz de crear un pensamiento, un concepto o una función mental. El operador mental único es el espíritu y la mente y el cerebro son sólo receptores y efectores del estímulo espiritual pero nunca la causa del mismo. Ésta, y no otra, es la razón por la cual un cerebro enfermo produce una distorsión o trastorno mental. No permite la expresión del espíritu. Pero dicha no-expresión no significa que exista en el afectado un espíritu dañado. El espíritu no enferma. Sólo lo hace el cuerpo. El espíritu no se distorsiona. La mente, sí.

Las experiencias transforman el cerebro y la mente, no por la mente y el cerebro en sí mismo, sino que el espíritu al captar determinados estímulos, si tiene los mecanismos mentales ordenados, actuará con la mente sutil y dará lugar a un acto mental inteligente, auténtico. Su acción provoca estímulos que activan regiones cerebrales y esos estímulos espirituales son las causas de los cambios cerebrales. La actividad espiritual dependerá de la “permeabilidad” de la mente a los estímulos del espíritu. Esa permeabilidad dependerá de factores ambientales y socio-culturales. Si yo tengo en mi

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mente el lenguaje suficiente para formar un juicio valorativo o concepto de un estímulo sensorial o de un estímulo espiritual endógeno, mi mente formulará un acto pertinente con su correspondiente correlato neuroquímico y dará lugar a la correcta expresión espiritual. Pero si no hay permeabilidad idónea de la mente o el cerebro, no hay expresión espiritual correcta.

Si bien se ha dicho que el entorno es muy influyente (factor del medio o ambiente) y que el cerebro es causa de sensaciones y emociones, no necesariamente hay un determinismo interno que impide el cambio interno. Esto debe traducirse como que el medio, entorno o ambiente puede ser muy incisivo desde el exterior. De eso no hay dudas. En cuanto a la influencia cerebral, personalmente creemos que no hay ningún efecto en lo mental (en lo relativo a conceptos, emociones, etc.) que sea causado por el cerebro, tal como lo hemos explicado. La teoría de la influencia cerebral en sensaciones, emociones y conductas, debido a que es el cerebro en sí el que genera pensamientos o estados mentales anormales o normales, daría lugar, con justicia, a pensar que la mente es marioneta del cerebro, en el sentido de que el cerebro es el que mueve los hilos que conducen a la mente.

Nuestra idea es bien clara: es la mente la que mueve al cerebro y ella conduce los hilos, siendo

el cerebro marioneta de la mente, en lo intelectivo, afectivo y volitivo. El cerebro sólo comanda las funciones fisiopatológicas del cuerpo y es el instrumento para que la mente se exprese. Insistimos, una vez más para que quede definitivamente establecido, que el doble camino lo es, únicamente, en sentido instrumental: cuando el cuerpo o el cerebro enferma, influyen en la mente simplemente porque la mente tiene averiado su instrumento de expresión. De ahí que se hable de un doble camino cuando se afirma que si el cuerpo enferma, enferma la mente y viceversa. El doble camino es sólo eso: una mutua influencia. Pero la naturaleza de esa influencia no es igual. No significa bajo ningún concepto que el cuerpo o el cerebro enfermo manejen la mente. La influencia cerebral y la influencia corporal son sólo instrumentales. Expresado de otra forma: no es lo mismo el fin (causa) que el medio (instrumento). Esto es en lo patológico.

En lo emocional o sensitivo es siempre la mente la que comanda el cuerpo. En las situaciones

normales, fisiológicas, todos los actos corporales son regidos por la mente en cuanto a la motivación. El cerebro sólo se ocupa de realizar las operaciones necesarias para que el cuerpo responda a la mente. Es como el motor de un auto, pero la conducción del auto es responsabilidad del conductor y no del motor. En las funciones normales, el cerebro con el cuerpo es el motor (en cuanto a medio o instrumento), pero el espíritu es el conductor (en cuanto a las motivaciones) de todas las acciones humanas. La causalidad es siempre descendente: de la mente al cerebro o cuerpo. No hay causalidad ascendente. El hecho de que el movimiento de una mano o un miembro produzcan efectos en el cerebro, no es porque la mano o el miembro se muevan a sí mismos. Todo acto motor o sensitivo, en términos de neurología (funciones sensitivo-motoras del sistema nervioso central) nace en el encéfalo y desciende a la periferia. Un estímulo externo (herida, quemadura u otra lesión) genera un reflejo medular automático (dolor, reflejo motor de defensa, etc.) pero recordemos que la médula es una extensión del sistema nervioso central y posee neuronas de cortocircuito.

No es necesaria la intervención instantánea del cerebro al momento de la lesión. La medula

tiene una programación automática para defender al cuerpo del daño, pero todo lo que vendrá después sí es modulado por el cerebro. El hecho de que la medula intervenga no significa que sea la causa del suceso total. La causa del movimiento reflejo y el dolor es el estímulo externo y la medula es la que origina la reacción refleja. Luego, si quisiéramos expresar una causalidad cierta, lo objetivo y lógico es el estímulo externo. Así ocurren los hechos en lo sensitivo-motor periférico. Todo movimiento o sensibilidad neuronal no influye modificando el cerebro en el sentido mental. Lo modifica en lo anátomofuncional para producir actos reactivos a los estímulos externos. Cuando es el cerebro el que produce un movimiento o un dolor, es un estímulo endógeno y subjetivo, pero en esto no interviene la mente en sí, sino las vías nerviosas y las funciones neuronales reactivas. La mente puede inducir un

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cambio cerebral que produzca una sensación interna, pero el cerebro no puede generar por sí funciones o actos mentales. El dolor lo produce el cuerpo y el cerebro, la sensación de sufrimiento la mente. Y así sucesivamente.

No se debe confundir a los cambios cerebrales que producen las funciones normales del

cuerpo y sus reacciones naturales, con los cambios cerebrales que producen los actos mentales. Los cambios cerebrales, en general, serán de la misma naturaleza puesto que intervienen las

mismas neuronas, los mismas sustancias mediadoras y las mismas reacciones neuroquímicas, dado que el cerebro es una especie de efector de vía común final tanto para las funciones corporales normales como para la materialización de las expresiones espirituales.

Pero la similitud de las reacciones no habilita a pensar y a creer que todo es lo mismo. Esto es

mezclar apariencias con esencias. Y esa mezcla es cognición falsa. Los denominados actos involuntarios de ninguna manera autorizan a pensar que la mente no está involucrada. Recordemos que las facultades mentales están regidas por el intelecto o razón, la afectividad con la emocionalidad, lo consciente o inconsciente, y la volitividad o volición es sólo otra facultad mental que opera en bloque pero que no siempre se manifiesta.

Así como en la génesis de una emoción, la razón no interviene “de entrada” (salvo que medie

un especial, extenso e intenso entrenamiento), tampoco todos los actos mentales afectivos y/o intelectivos van acompañados de un acto volitivo. La voluntad será siempre el instrumento de un querer o un desear hacer algo, pero por sí misma no tiene aptitudes para inducir pensamientos o sensaciones. La voluntad siempre es reactiva. Yo “tengo” voluntad, quiero ponerme a pensar, pero la motivación no es la voluntad en sí sino otros intereses gestados previamente por la intelectualidad o la afectividad. La voluntad ayuda a deliberar la elección de los pensamientos o sensaciones a pensar y una vez hecha la selección, induce al pensamiento a actuar. La voluntad se empeña, una vez que la motivación actúa primero. Los actos o hechos involuntarios no significan que sea el cuerpo que los comanda sin intervención de la mente en lo relativo a procesos intelectuales y emotivos o afectivos. El cuerpo sólo comanda las reacciones reflejas condicionadas por estímulos no mentales.

Por otro lado, cuando la voluntad no se manifiesta con precisión, como puede ser en un estado de fatiga o cansancio o agotamiento, y un individuo “desactive” su mente en forma aparentemente involuntaria, en realidad no hubo una voluntad activa de pensar “estoy cansado, ergo, dejo de operar mentalmente”, pero hay un trasfondo pasivo en el que la voluntad está programada con una especie de piloto automático, en la que deja de funcionar y no se manifiesta activa, como el resto de las funciones o actos mentales. Luego, el relajamiento mental no es fruto voluntario totalmente en todos los casos. Es también una operación mental que la mente puede optar por expresa voluntad condicionada (caso del relajamiento corporal y mental para dejar la mente en blanco) o estar programada para una desconexión automática cuando la infraestructura mental o corporal no están en condiciones para ser usadas (caso del agotamiento). No debemos olvidar que hay mecanismos activos y mecanismos pasivos en la mente. Los activos son los conscientes y los pasivos suelen ser inconscientes. Lo de voluntario e involuntario depende también del registro de la conciencia.

Un acto es voluntario o involuntario según la registre la conciencia en una de esas

condiciones. Generalmente, se denomina involuntario porque no interviene la conciencia en forma activa, salvo en la percepción automática. Nos damos cuenta de que hubo un movimiento involuntario en el momento en que ocurre o después de ocurrido. La conciencia no interviene en la producción del acto involuntario, el cual queda así en la condición de pasivo e inconsciente. Es muy importante distinguir todo esto, pues de otro modo será muy incomprensible todo lo atinente a voluntario e involuntario. No hay correlatos cerebrales distintos en ambas cosas. Hay reacciones neuronales

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distintas, obviamente. Lo involuntario exige menos actividad mental que lo voluntario. Luego un acto involuntario ocupa menos a la mente y la actividad mental restringida utiliza menos circuitos neuronales y neuroquímicos.

Otro aspecto a distinguir es cuando estando plenamente consciente, la mente queda “quieta” y la conciencia activada es una conciencia en suspenso, silenciosa, pero no quieta. La que está quieta es la mente, pero la conciencia está activa contemplando la quietud mental y esperando cualquier reacción de la misma. Luego, la inactividad mental en plena conciencia, no significa que la mente y la conciencia no trabajan. Simplemente quiere decir que la mente no se expresa con un acto mental concreto. Pero el sólo hecho de estar vigil, ya significa que está activada y no hay tal estado de inactividad sino hay un estado de inexpresión mental. La actividad mental que se realiza en la supuesta inactividad no es registrable por la conciencia y esto la hace una conciencia abierta pero sin expresar ninguna otra actividad.

Volviendo al esquema informático, equivale a la pantalla de computadora que queda quieta una

vez encendida y en suspenso hasta tanto se manipule una tecla, el mouse o se inicie un trabajo o se solicite la apertura de archivo. La pantalla abierta pero quieta no significa que el resto de la computadora no esté en actividad. Mantiene una actividad latente con toda su programación encendida, la cual será patente en la medida que el operador comience a ordenar a través del teclado o del mouse, una acción precisa. Mantener a la pantalla encendida obliga a mostrar el escritorio o el protector de pantalla, lo que está indicando la acción automática de los programas que están latentes y automáticos en la computadora.

El control mental obliga a que cada vez que un pensamiento o sensación no pertinente acude a

nuestra mente, del mismo modo que procedemos en la computadora con los archivos que no utilizamos o que no conviene tener guardados, los debemos enviar a la “papelera”. Con este primer paso limpiamos el archivo mental. En la papelera tendremos oportunidad de abrir, o no, lo que hemos eliminado de la mente, para repasar, o no, lo ocurrido. Si consideramos que nada de lo eliminado tiene valor, procedemos a la depuración total y eliminamos todo el contenido de esa papelera. Este ejemplo de la papelera de reciclaje de la computadora es usado por Carlos Gibert, y agrega que si esos elementos enviados o “guardados” en la “papelera” psíquica se acumulan y se guardan por mucho tiempo, sería como “si se escondiera la basura debajo de la alfombra”, pues tarde o temprano, el exceso de “basura espiritual” acumulada llenará un espacio de nuestro disco duro mental que puede entorpecer de alguna manera, su efectividad de trabajo. Así como un disco duro fragmentado y lleno de espacios con archivos inútiles queda con problemas de correcto funcionamiento, una papelera espiritual sobrecargada crea un bloqueo de funciones mentales y crea tensión espiritual o psíquica. Esta tensión es lo que causa el distrés y la enfermedad psicosomática. Luego, la solución es “eliminar” todos los archivos de esa papelera y pasar el “liberador de espacio” para que termine de borrar los archivos parásitos que no alcanzamos a detectar.

El control mental tiene esas herramientas similares a la informática que nos permite

“desfragmentar”, “liberar espacios” y “eliminar” archivos indeseables, limpiando el disco duro mental y todos los programas espirituales que necesitamos para funcionar en forma óptima. El principal problema es aprender a manejar las “herramientas del sistema” que están incursas en los “accesorios” de nuestros “programas” mentales. Nuestra mente tiene censores internos para captar o receptar cuales son los archivos que no nos sirven o los infestados por virus desprogramadores de nuestro espíritu. Estos son los “pilotos internos” activos. La adquisición de conceptos auténticos sobre valores y sensaciones positivas, una voluntad tenaz y entrenada para buscar, perfeccionar y practicar todo lo necesario para nuestra perfección y madurez espiritual y el conocimiento de las técnicas de control (concentración, meditación eficaz, etc.) nos permitirán llevar en forma activa el timón de nuestra existencia y no vivir con “piloto automático” en un rumbo caótico y desviado. La mente sutil

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positiva debe ser el radar o antena existencial, el timón seguro y el itinerario existencial auténtico. Los conceptos de mente educada y mente ineducada (mente superior y mente inferior)

Se ha hablado de una mente superior y de una mente inferior, para indicar dos modalidades de funcionamiento mental. La mente inferior sería la forma cotidiana, sin adiestramiento alguno, que el hombre utiliza para relacionarse con su realidad. Esta mente no cuestiona ni lo absoluto ni lo relativo, ni cómo es el tipo de conocimiento que posee. Se deja llevar por impulsos. La mente superior es la mente adiestrada y controlada, que asimila la realidad con sentido crítico. Lo de la mente superior y mente inferior tiene mucho que ver, desde algunos aspectos, con la forma de captar la realidad, la apariencia de los entes o fenómenos y la esencia de los mismos. La apariencia no se refiere a la mera aparición de un fenómeno o ente. Se refiere a que éste se da a conocer de una manera que “parece ser” algo, pero que en realidad no lo es. La captación de la realidad bajo la forma de apariencias, es propia de la mente inferior, mientras que la captación de la realidad en la esencia de los entes o fenómenos (lo que éstos son verdaderamente) es propio de la mente superior. Mente inferior y mente superior no son dones o condiciones personales congénitas o heredofamiliares, ni dotes extranaturales de una persona o individuo determinado. Es la consecuencia de una mente no entrenada (mente inferior) o de una mente adiestrada (mente superior). Sólo una mente entrenada podrá distinguir entre apariencia y esencia y captar la realidad en forma más cercana a la verdad. Tanto las prácticas orientales como los estudios occidentales, han demostrado que la mente humana trabaja en forma distinta cuando está debidamente adiestrada, en relación con una mente no adiestrada. La conducta en general y la forma de pensar y sentir en particular, diferencia a una persona con entrenamiento mental de una persona no entrenada mentalmente. Este fenómeno ha sido observado tanto en Oriente como en Occidente y es lo que llevó a diferentes pensadores y estudiosos a formular una gradualidad de superior e inferior para referirse a los niveles mentales que detentan las personas que se sometieron, o no, a la educación mental.

En general, se reservó el criterio de mente inferior para aplicarse a la gente común, al hombre cotidiano, simple, que vive según las reglas y usos del conjunto social en el cual está inmerso, sin cuestionar al sistema. Sólo “sigue la corriente” del mismo modo que un borrego permanece en el rebaño, perdido en el “montón” y haciendo “lo que todo el mundo hace”. Es una especie de hombre que se ha quedado en lo “físico”, en el mero horizonte estimúlico y vive como lo hace todo animal gregario, “domesticado” por la costumbre ancestral del grupo, sea manada, rebaño o cualquier otro apelativo según la naturaleza del animal. No llega a la trascendencia metafísica que se supone que está en un “nivel más alto” que el simple nivel ambiental físico estimúlico.

Este “nivel más bajo” es lo que se considera un “nivel chato”, no elevado y el hombre que

surge de él es lo que Ortega y Gasset consideró como el “hombre-masa”. Este hombre es el que ha originado algún tipo de discriminación cuando se inserta en un grupo de costumbres distintas a las que él está vulgarmente habituado. El hombre de mente inferior puede estar inserto en diferentes grupos sociales. Puede ser el pobre de solemnidad, marginado socialmente, el hombre medio de la “masa trabajadora”, el hombre de la “clase media” o el hombre de la “clase alta” o estar en un grupo de poder clasista (clase política, clase empresaria, clase de “estrellas sociales” como son los grandes artistas populares o destacados deportistas, etc., que arriban o construyen grandes fortunas o un estatus social elevado conocido como establishment o “jet set”). Incluso, en estos grupos puede haber hombres “educados a medias” o “semialfabetos” que han completado un estudio de nivel universitario o que posee una determinada erudición que le lleva a un nivel intelectual de grandes conocimientos.

Pero, en general, todas estas personas viven y piensan “superficialmente” a pesar de haber

logrado una determinada habilidad o tener un “alto cociente intelectual” para descollar en una

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actividad o en una posición social. Carecen de los dones de la espiritualidad completa, del pleno uso de la inteligencia aplicada a su vida intelectual, sensitiva y volitiva, de forma tal que no tiene en armonía de funciones a todas sus facultades mentales. Estos hombres poseen todos el mismo espíritu. No hay diferencias de espíritu. Sólo hay un funcionamiento mental diferente para cada uno de ellos y, frecuentemente, cada grupo tiene un funcionamiento estándar para todos sus miembros. En esta estandardización consiste el concepto de masividad como “conjunto de hombres de igual comportamiento” que hace tabla rasa de las identidades individuales. Todos poseen una “identidad común” para el grupo al cual pertenece. Tanto es así que hay un “sentimiento de identificación” con el grupo, el que es muy fuerte, de tal manera que impide todo cambio, para no ser “marginado” del grupo. Además, la masificación le impide o bloquea todo sentimiento de cambio o deseo de hacer algo “fuera de lo común”. Especialmente en lo referente al “cambio de mentalidad”.

Este “hombre común” es el blanco especial del “vacío espiritual” que hemos comentado y que

es patrimonio de casi toda la humanidad actual de este comienzo de siglo XXI. Es el hombre apresado por el hambre, la peste, la violencia (bajo las formas de delincuencia, terrorismo, guerra, guerrillas y otros impulsos tanáticos o sentimientos destructivos), la ignorancia, los trastornos mentales (estrés, ansiedad, angustia, depresión, fobias, etc.). Es un verdadero “discapacitado espiritual” o “inválido espiritual”, pues, en la mayoría de los casos, no quiere, no puede y no sabe como capacitarse espiritualmente. Si puede, no sabe o no quiere, si sabe no puede o no quiere, si quiere no sabe o no puede, como llegar a esa capacitación o cultivo del espíritu. Éste es el hombre que vive en la oscuridad y padece “oscurecimiento espiritual” En cambio, la mente superior es la antinomia o inversa del hombre-masa. Es el hombre que supo encontrar la senda espiritual y transitar por ella para lograr alcanzar el conocimiento de su espíritu, es el que está “iluminado” por su inteligencia posee un “espíritu iluminado” por lo que los orientales, en especial, los budistas, lo consideran en estado de iluminación. Es el hombre que trasciende el nivel estímulo físico y alcanza la plenitud metafísica. Adquiere la capacidad de moverse a un nivel superior de mente y conciencia y sus facultades mentales intelectuales, sensitivas y volitivas funcionan en forma armoniosa, logrando un estado de plenitud y madurez espiritual que le torna ecuánime y sabio. Puede superar todos los conflictos del medio en que vive y por esto deja de ser un “hombre ordinario”, esto es, un “hombre-común”, un “hombre-masa”. Se torna el “hombre extraordinario”. Es que puede comprender a todos y entenderse con todos en forma justa, plácida y bondadosamente.

Ha adquirido virtudes y valores que conforman una conducta de integridad y pleno dominio de sus actitudes y aptitudes. Su predisposición es de comprensión y tolerancia, sin que esto signifique compartir lo que los otros hacen indebidamente. La tolerancia y comprensión significa no discriminar pero de ningún modo es permisibilidad, indiferencia, impunidad, sino es una actitud de no agredir ni marginar a quien es diferente de su modo de ser. Si considera que es oportuno y factible, es el hombre predispuesto a ayudar, a acompañar a otros que necesitan de él. Esto es lo que origina el sentimiento de compasión que para el oriental es el completo sentimiento de bondad, mientras que para el occidental es la conmiseración por el otro que sufre. El sentimiento de bondad es un sentimiento de amor por el prójimo, cualquiera sea su condición, es decir, sufra, o no. El sentimiento de compasión en el sentido de conmiseración es una sensación de empatía con el sufrimiento ajeno o bien un sentimiento de lástima o piedad por el que carece de algo o sufre.

El hombre de mente superior tiende al sentimiento de bondad o de compasión en el sentido

oriental. Esta situación de trascendencia a un nivel más allá de lo físico le hace un “hombre extraordinario” es decir, “fuera de lo ordinario” que luego analizaremos. En relación, al hombre común u ordinario, es casi un “hombre perfecto”. Si éste hombre superior se encuentra en una comunidad religiosa se le considera en estado de santidad. El hombre común lo ve como un fuera de

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serie.

El sentimiento de superioridad o inferioridad mental, con relación al entrenamiento mental, ha sido advertido por varios autores, mucho de ellos guiados por el mismo sentimiento que anida en el pensamiento oriental, el que ha sido el mayor contribuyente al criterio del hombre superior. Paúl Brunton habló de un “yo superior”. González Pecotche habla directamente, de mente superior y mente inferior. Paúl Ekman lo llama el “hombre extraordinario”.

Brunton habla de la manifestación del yo superior por su vida sensitiva, especialmente por la

expresión de “los bellos sentimientos. Brunton es un autor que pasó muchos años de su vida en la India donde tomó contacto con la cultura hindú, especialmente el yoga, y aprendió los métodos de adiestramiento mental propios de esa disciplina. Ha escrito algunas obras tratando de hacer una especie de síntesis entre el pensamiento oriental y el occidental posmodernista. Ha logrado una interpretación cabal de ambas culturas y sus escritos son de una claridad meridiana, a la vez que con magistral didáctica explica las cuestiones más intrincadas, tanto en lo metódico como en lo espiritual. Postula, mucho antes que Goleman que los sentimientos y las emociones pueden ser controlados y educados por la inteligencia.

En lo que Brunton llama la cultura espiritual de los sentimientos bellos o sentimientos

elevados, comienza a describir lo que él considera sentimientos bellos con la descripción del sentimiento religioso. Lo destaca como un sentimiento universal pero que no debe confundirse con la mera adoración de lo considerado religioso sino el estado de misticismo que eleva la conciencia y el espíritu a un sentimiento especial: el sentimiento de Dios al que describe como que “llega a ser realmente eficaz en tanto que evoca la cualidad de aspiración, el anhelo de ser elevado sobre nuestra falible condición hacia lo que es divino y santo... Pueden tomar la imagen y la vida del Señor y meditar sobre su existencia real... con tanta intensidad que todos los demás pensamientos queden excluidos... deben visualizar situaciones y sucesos hasta que ‘cobren vida’ en ellos. El elemento místico... trasciende la persona y se convierte en presencia. Cuando se alcanza este elevado grado de renacimiento espiritual, Dios ya no aparece más como un ser distinto y separado, sino que la personalidad entera se funde en Él, se entrega a su llamado absoluta e incondicionalmente”. Otro sentimiento bello que Brunton resalta es el sentimiento de la belleza de la naturaleza que al igual que el sentimiento religioso, la presencia imponente de la obra de la naturaleza nos puede sobrecoger en éxtasis profundo. El autor pregunta: ¿Quién no se ha sentido conmovido ante un hermoso paisaje, ante uno de esos paisajes que exigen el florido lenguaje de la poesía para hacerles amplia justicia? ¿Quién no tuvo uno de esos momentos de elevación en que uno se queda ensimismado ante una escena de impresionante esplendor que induce a absorberse en su sublime contemplación?.

Brunton enlaza el arrobamiento que causa la naturaleza bella con la poesía, y cree que la poesía es la única que puede expresar esta belleza. Esto coincide con aquel clásico concepto de que poesía es la expresión de lo bello. El arrobamiento puede ocurrir ante el cantero de flores de nuestro jardín, el engrandecimiento de la montaña y el mar, los colores indescriptibles de los amaneceres y atardeceres, la diversa atracción de un bosque o la presencia majestuosa de animales impresionantemente bellos. El éxtasis ante la belleza natural queda indeleble en el recuerdo y Brunton dice: “una y otra vez, la sublime memoria nos persigue y anhelamos que este divino momento vuelva otra vez”. Finalmente, Brunton destaca la presencia de esos bellos sentimientos como expresión de lo que él llama el Yo Superior de cada uno y resalta el último sentimiento bello: el sentimiento de la belleza del arte humano. Es la capacidad de conmoción que todo ser humano siente al escuchar una

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melodía vibrante o melodiosa, ver una pintura sobrecogedora o leer un libro emocionante, contemplar una escultura armoniosa, etc.

El pensador nos dice: “Descartar por un momento las actividades rutinarias de la existencia ordinaria y entrar en un mundo concebido por la genuina creación artística, es experimentar una expansión del horizonte más allá de lo puramente personal, una elevación de sentimientos más allá de lo meramente material. Por cierto se puede, cuando se sabe hacerlo, utilizar las producciones del artista, no sólo para gozarlas sino como una palanca que levanta el alma a un grado de conciencia que difiere mucho de la conciencia común... El gran artista, en la exaltada belleza de su aprehensión, es alguien que transmite inconscientemente valores que están más allá de su concepción normal”. Todos estos sentimientos bellos deben ser captados de forma tal que “se empieza con la admiración, se pasa a la adoración y se llega, por último, a la inspiración. El momento de contacto electrizante debe ser buscado y captado, los primeros sentimientos de elevación o de encanto no deben ser desechados, por negligencia, sino, al contrario, deben considerarse como el hilo que, al seguirse, nos guía a un estado de inefable riqueza. Importa no disipar la exaltación evitando correr tras la próxima impresión mental o sensación física. Es menester esforzarse para desechar los pensamientos y las emociones extrañas, de modo que el alma se abstraiga de la rutina personal, se eleve a una atmósfera más alta y se encuentre en la vitalidad espiritual que es alimentada por las notas de música, la inspiración divina o cualquier forma bella que adopte la naturaleza” En otros parágrafos, nosotros hemos advertido sobre determinados placeres éticos y estéticos y algunas sensaciones especiales, entre las cuales quedan los sentimientos bellos o elevados que preconiza Brunton. Hemos dicho que pocas cosas hay en la vida que merecen vivirse plenamente y enumeramos: 1. el sentimiento religioso o placer de sentir a Dios 2. el amor a la belleza de la naturaleza 3. el sentimiento ético de la bondad y la conducta moral 4. la presencia de los seres humanos bellos: la persona amada, el amigo inapreciable, la sonrisa de un niño o la belleza de un bebé, la belleza femenina (o del cuerpo humano en general) 5. una buena comida 6. una auténtica relación de pareja vivida con un intenso amor y el goce total de la piel

Muchos creerán que incluir una “buena comida” entre las supuestas cosas “espirituales” puede resultar algo materialista y fuera de lugar. Pero todos sabemos el tremendo goce y deleite que produce no solo degustar un buen plato sino el sólo hecho estético de verlo. Bien dice el refrán que una buena comida comienza entrando por la vista y luego por el gusto. Independiente de la gula o el desenfreno u otros sentimientos bastardos, el placer de un buen comer es otro de los goces inmediatos de la “buena vida” que mucho tiene que ver con la salud física y espiritual.

Otra concepción importante de “buena comida” es la correcta elección de los nutrientes para

alimentar debidamente a nuestras células, pues una mala o deficiente nutrición nos produce enfermedad y es fruto de un pensamiento deformado. Nos guste, o no, nuestra vida y forma de pensar depende de nuestro cuerpo y si éste no es un “buen instrumento” o está enfermo, no habrá una mente y una vida digna. Acá sería válido decir “dime cómo comes y te diré como piensas”. Los más grandes acontecimientos espirituales de la humanidad ocurrieron en una buena mesa (la última cena de Jesús, los banquetes de Platón, etc.). Excluimos de este sentimiento, los desvaríos de las cenas romanas descritas en algunas bacanales. Quede bien en claro que nos estamos refiriendo a una degustación auténtica y placentera y no a usos o costumbres degeneradas o deformadas. En esta tesitura, quizás un “buen apetito” pueda ser una versión de un auténtico sentimiento por la buena comida.

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Brunton termina su concepto de buenos sentimientos con el pensamiento de: “hay que

intentar deliberadamente el cultivo de aquellos sentimientos y cualidades de carácter que ayudan en la persecución de una vida más elevada. Todas las expresiones emocionales como la ira, el odio, los celos y el temor son totalmente indeseables. Tal vez nos demos cuenta de ello al tratar con algo tan completamente invisible en sí como la emoción, pero un sentimiento de antagonismo o de sospecha puede ser más destructor por sus resultados, no sólo en nosotros, en carácter y circunstancia y, aún más, al apagar la luz espiritual que podría ayudarnos, sino también en los demás, pues se traslada silenciosa y telepáticamente a través del espacio hasta que golpea en forma invisible a la persona que le dio nacimiento. Por eso, no sólo hay que prestar atención a los sentimientos indeseables y protegerse contra ellos – su primera manifestación no puede evitarse, quizás – sino que se debe comprender que para el mundo interior, en el cual la mente funciona telepáticamente, estas cosas son realidades definidas”

En cambio, González Pecotche concibe, desde su punto de vista logosófico, que la mente humana es un “sistema mental”, el cual fluctúa entre dos polos opuestos: la ignorancia y la sabiduría. Dentro de ese “sistema mental” ubica dos tipos de mentes: una mente inferior y una mente superior. Aclara que “ambas son exactamente iguales en su constitución, mas no así en su funcionamiento y prerrogativas. Son dos esferas de calidad, volumen y actividad diferentes”.

A nuestro entender, la postulación de González Pecotche se funda en una concepción muy

especial del concepto alma que este autor lo considera como un “ente material”. Pareciera ser que la idea de alma es como lo que debe ocuparse de organizar y mantener la vida corporal, esto es, la salud y la subsistencia material del cuerpo, para lo cual la mayor preocupación del alma serían los meros “asuntos físicos” de la vida humana, a los cuales este autor considera que “por elevados que sean no obedecen a precisas demandas de la vida superior”. En esta idea, el alma es lo que rige la vida común, rutinaria y rige el mundo de los escépticos y los legos en la verdad, para los cuales “toda verdad es un mito”.

Todo ocurre como que esa mente inferior “pragmática” conduce automáticamente la vida de

todos los hombres “comunes” o cotidianos de la sociedad y al ocuparse del “mundo físico” no puede superar la barrera o “fronteras de lo superior” y “se detiene automáticamente” ante lo superior por considerarlo más allá de sus posibilidades. Contrariamente, la mente superior está regida por el espíritu, cual estaría “a cargo” de una “vida superior” que ubica en lo metafísico. No obstante, esta mente superior abarca todo, tanto lo físico como lo metafísico y lo hace a través de un pensamiento englobador. El autor cree que la concepción de una mente única se debe a una especie de imperfección de la “conciencia de la realidad”, pues es como si no alcanzaran a comprender la diferencia entre una mente inferior y una mente superior. Los valores de la mente superior son propios del “individuo como ente consciente” y “cauces para la verdadera formación del ente pensante, del espíritu, en las altas esferas del pensamiento creador”.

El mérito de este autor argentino es haber discernido claramente la diferencia entre alma y

espíritu. Sólo que disentimos en la separación estricta que realiza de ambos fenómenos pues, nuestra concepción difiere en que creemos que ambos fenómenos es lo mismo, pero con diferentes manifestaciones, como lo aclaramos previamente. Igual criterio corre el concepto mente: es una sola pero puede funcionar en distintos niveles. Pero la diferencia de manifestación no es en el ámbito de mente. La mente, tal como lo expusimos, es el medio de expresión del espíritu, el cual a su vez es el medio de expresión del alma, entendiendo por expresión del alma, la manifestación de los modos del ser del hombre. De ahí la diferencia con que cada hombre maneja su mente. También coincidimos que hay diferentes formas de captar e interpretar la realidad y de “tomar conciencia” de la vida.

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Con González Pecotche aceptamos que el hombre para perfeccionarse debe optar por una “vida consciente”, es decir, tomar conciencia de los valores espirituales y cultivarlos para lograr expresarse con toda la grandeza y dignidad de ser pensante e inteligente. Esto es lo que diferencia, (en nuestro punto de vista, que coincide con la concepción oriental), a la mente superior de la mente inferior. La mente inferior es el uso inadecuado de nuestra mente, la cual prácticamente “no se usa” totalmente sino en forma parcial, para la resolución de los problemas inmediatos surgido de la necesidad vital básica (comer, subsistir socialmente, etc.). Cuando el hombre comienza a interesarse por el manejo más completo y complejo de su mente, es ahí donde “toma conciencia” de todo su valor como ser humano y emprende el desarrollo mental que lo lleva a una función mental más amplia. Este entrenamiento mental es la misma mente que opta por un pensamiento superior y se transforma en mente superior.

Obviamente, lo superior de la mente está en lo metafísico. El espíritu, como el alma, son

entes que si bien residen en un fenómeno físico que es el cuerpo a través del cual se manifiestan y animan, siguen siendo de naturaleza inmaterial en su propia esencia. Por eso se mueven más allá de lo físico, esto es, en lo metafísico. En la síntesis de los pensamientos diferentes sobre la concepción de mente, alma y espíritu, debemos aceptar todos los puntos de vista porque todos han captado aspectos reales y veraces en esta particular cuestión de diferenciar mente, alma y espíritu.

Puede haber una interpretación ligeramente diferente, pero esto no es un óbice ni desmerece

lo que cada autor piensa. El valor fundamental es que se comprendió que hay una diferencia entre alma y espíritu y que el manejo de la mente, que es una sola en su esencia, reside en la forma. Si la forma de manejar esa mente es parcial tendremos una mente disminuida en su capacidad de función y en esto reside esa supuesta “inferioridad”, mientras que la mente que funciona en forma total, holísticamente, es una mente de mayor valor y esto la vuelve superior con relación a la otra forma de uso parcial. Los resultados de uno u otro manejo mental son lo que marca la completa diferencia de calidad mental. El producto es el índice de excelencia mental. En esta cuestión, estamos todos de acuerdo: hay excelencia mental absoluta cuando se ha adquirido la mente superior.

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La meditación o concentración en pensar ¿Qué es meditar? Adiestrar la mente es aprender a pensar y la forma de hacerlo es a través de dos medios: 1º. conocer un lenguaje auténtico adecuado que “nos dé letra” para pensar y 2º. aguzar el instrumento mental, lo que se logra con la meditación.

La práctica de la lectura de textos culturales adecuados y el entrenamiento en el aprendizaje

del lenguaje correcto es obra del instrumento de una buena lectoescritura. Por lo tanto, la adquisición de un lenguaje auténtico pertinente es lo previo a la meditación.

En cuanto a la meditación, la RAE nos dice que meditar es “aplicar con profunda atención el

pensamiento a la consideración de una cosa o para discurrir sobre los medios de conocerla y conseguirla”. De esto es evidente que “profunda atención” es concentración y concentración es “fijar la mente en un punto”. Para esto debo hacer una abstracción de los sentidos, que es como prescindir de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto (a menos que la concentración sea en el uso de uno de esos sentidos).

No debo distraer estos sentidos usándolos al mismo tiempo que deseo meditar. Esta primera

premisa me dice claramente que debo buscar un “espacio físico de aislamiento” o aprender a aislarme “en medio de la vorágine”. Lo primero es más sencillo que lo segundo, aunque ambas cosas son factibles.

Empecemos por lo más sencillo y comprensible: aislarnos físicamente. Esto lo hacemos

automáticamente cuando vemos una película, escuchamos música o leemos atentamente algo. Luego, es cuestión de observar atentamente como disponemos los sentidos en esas situaciones para después aprender a hacerlo cuando estemos dispuestos a meditar. Esta educación de los sentidos es primordial. Sin ella no hay concentración, sin concentración no hay meditación.

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Cuando oramos con devoción, es decir, “conversamos con Dios”, estamos en absoluta prescindencia de los sentidos. La meditación es lo mismo que la oración. Es una conversación con nosotros mismos, en lugar de conversar con Dios. Por lo tanto la predisposición para la meditación es la misma que la predisposición a orar. De igual manera el científico, el artista y el filósofo cuando van a crear algo de su especialidad, se concentran tan profundamente que esto también es meditación. Nosotros tenemos que aprender a concentrarnos en las cosas inmediatas a nuestra necesidad cotidiana.

Esta actitud significa aprender a vivir. No es cuestión de pensar cualquier cosa, sino sólo

aquellas que nos van en forma inmediata, con la que tenemos que habérnosla sin escapatoria alguna. Una de ellas es la salud. Hay dos formas de habérnosla con la salud: para prevenirla o para curarla. En ambas situaciones debemos meditar. La oración es una forma de meditar como lo veremos luego.

En esta particular cuestión, Herbert Benson, médico norteamericano, ha escrito un libro. En

él describe como muchos pacientes enfermos del corazón aprendieron a disminuir el estrés y con ello mejoraron la hipertensión arterial, los accesos anginosos y otros malestares cardíacos. La meditación es estudiada por la medicina norteamericana desde finales de la década del ’60 y ha ido en auge hasta el presente. Luego, meditar no es sólo aprender a pensar sino también aprender a prevenir y curar las enfermedades. La concentración necesita básicamente dos cosas importantes: deseo intenso y voluntad férrea para hacerlo. Sin ellas no habrá perseverancia o tesón. Hay dos cosas a tener en cuenta para meditar, aparte de la concentración o anulación de los sentidos: la relajación y la respiración. La concentración eficaz La concentración es la técnica meditativa básica que consiste en centrar la atención en un solo objeto. Es universal y tradicional en todas prácticas meditativas espirituales y fuera del campo de la espiritualidad. Para centrar la atención en un punto es preciso dejar de lado los innumerables pensamientos y deseos que revolotean por la mente y que operan a modo de distracciones. Kierkegaard decía: “la pureza de corazón significa querer sólo una cosa”

Aprender la capacidad de concentración necesaria para realizar un determinado trabajo con eficacia y éxito es una acción que exige un adiestramiento o educación previos. La completa y exacta concentración en una tarea nos lleva a producir con gran calidad y menor tiempo y a la altura de los más competentes.

Adquirir la capacidad de enfocar la atención en forma completa en una tarea determinada

puede ser la clave del éxito, mientras que la distracción o dispersión mental puede ocasionar el fracaso, aun de lo que tenía asegurado un éxito. Es lo que ocurre con el deportista que comienza a trabajar con ahínco una competencia, toma la delantera pero es derrotado por “desconcentrarse” en el transcurso de la gesta. Fijar la atención es crear una “zona” de extrema concentración que lo hace inmune a las distracciones.

Para esto se necesitan algunas de las siguientes condiciones:

ϖ Practicar la concentración y la tarea a realizar: la clave es saber fijar la atención y evitar las interferencias internas y externas que nos distraigan, realizando la tarea totalmente ensimismado en ella en forma repetitiva, varias horas al día ϖ Investigar y usar el mejor sistema: la rutina de trabajo que se ha comprobado como eficiente nos lleva a sistematizar todas nuestras acciones en función de la eficiencia. Csikszentmihalyi asegura que la adquisición de nuestra propia “zona”: “es lo mismo que hace un atleta antes de competir o un sacerdote antes de oficiar. La conducta regida por el hábito los ayuda a concentrarse

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en la tarea que tiene por delante. La actividad ritual afina la mente”. Todos debemos y podemos crear un ritual para casi cualquier tarea que debamos desarrollar. ϖ Hacer más difíciles las tareas: ponerse vallas propias o sea inventarse retos, ayuda no sólo a concentrarse para resolver esos retos, esto es, obligarse a utilizar todo el potencial posible que tenemos a nuestra disponibilidad. Cuanto más alto sea el grado de dificultad más nos ayudará a conseguir gradualmente nuestra “zona”. El estado de fluidez perfecto se produce cuando nuestras capacidades están a la altura de nuestros propios retos (Csikszentmihalyi). Esto funciona como que no hay que competir con otros sino con nosotros mismos. La autocompetencia nos produce mayor perfección. ϖ Pensar en voz alta: hablar consigo mismo ayuda a ordenar el pensamiento y la tarea, pues vamos recordando y memorizando los pasos a realizar y sólo esta actitud ya es de por sí ordenadora de nuestra mayor concentración. Al mismo tiempo, vamos practicando nuestra rutina. Al concentrarnos en las palabras dirigimos la atención a una sola cosa: de la cual estamos hablando. Y hablar exige concentración mental. ϖ No dejar para mañana lo que se puede hacer hoy: este refrán popular nos recuerda la frase de José Ingenieros: “el mañana es la mentira piadosa con se engañan las almas moribundas. ¡Ahora mismo o nunca!. Esto implica educar nuestra voluntad al servicio de la concentración. Si pensamos llevar al futuro una acción ocurren dos cosas: instalamos la preocupación por lo que no terminamos y salimos de nuestra “zona” inmediata, perdiendo la concentración. Pensar en el futuro desconcentra. Un buen tenista no debe preocuparse en ganar el partido sino en el momento en que debe jugar debe concentrarse en “su mejor tiro”. Si un buen tiro es seguido por otro también bueno, seguramente ganará. Postergar algo o pensar en el futuro abandonando el presente es salirse de la “zona” que tenemos aquí y ahora. ϖ Intercalar un poco de ocio “productivo”: para evitar que la rutina sea un tedio o que la excesiva concentración y trabajo nos fatigue al punto de hacernos perder la eficiencia, debemos saber intercalar un descanso apropiado que no nos aleje demasiado de la “zona” pero no que nos dé el respiro suficiente o la serenidad necesaria para renovarnos. El estrés de la concentración puede evitarse respirando profundamente mientras trabajamos, tomando “posiciones cómodas” que no nos tensionen o escuchando una música agradable o decorando el medio para tornarlo apacible y gratificante a los ojos. Una vez renovado, termine su tarea. El “buen ocio” aconseja no emprender una nueva tarea sino estamos descansados física y psíquicamente. Ventajas fisiológicas de la meditación El estudio Davidson demostró que la meditación de una hora diaria, seis días a la semana aumenta la concentración de anticuerpos cuando se realiza una vacuna y que prepara para afrontar mejor el estrés, además de activar regiones del cerebro relacionadas con el buen humor. Todo esto provoca una sensación de bienestar que puede durar hasta cuatro meses después de dejar de meditar. Davidson sostiene: “la meditación produce cambios biológicos medibles en el cerebro y en el resto del cuerpo. No hace daño, puede ser muy eficaz y es posible combinarlas con otros tratamientos”. La meditación y su relación con el misticismo, la inspiración y la oración La meditación profunda es el camino para alcanzar los estados de éxtasis, misticismo, inspiración y calar en la profundidad de la oración. Todos estos estados los estudiamos en el parágrafo anterior. Sabemos que esos estados necesitan de la meditación para poder alcanzarnos y hacer de ellos una práctica positiva para enfrentar los conflictos y trazar un proyecto existencial auténtico. La relajación Para aprender a meditar y concentrarse bien es necesaria la relajación corporal y aprender a

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respirar. Lader, que también atiende lo relativo a terapéuticas no farmacológicas como parte de una educación antiestrés o antiansiedad, aconseja: 1) meditación (Benson, 1975) 2) entrenamiento autogénico (Luthe, 1963) 3) relajación progresiva (Jacobson, 1938) Estas técnicas, especialmente la relajación, a la vez que permiten concentrarnos para meditar disminuyen una gran variedad de trastornos de ansiedad y estrés (Tarler-Benlolo, 1978) porque produce disminución de: a) el tono muscular b) la frecuencia cardiaca c) la presión arterial d) la frecuencia respiratoria. Estas intervenciones terapéuticas como la relajación, constituyen una medicina alternativa: técnicas mente-cuerpo, reconocidas por el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos.

¿Cuál es el poder que se desarrolla con el simple hecho de sentarse en silencio?. Benson nos explica que la meditación afecta la actividad cerebral en el estado de relajación. Interviene sobre el sistema nervioso límbico, el que controla el metabolismo, la presión arterial, la respiración y el ritmo cardíaco.

Las técnicas de relajación y meditación más conocidas y usadas, son las propuestas por los

yoghis o yogas: 1º. Elegir la postura o posición: la mejor es sentado o acostado en forma cómoda con la columna enderezada 2º. Buscar el estado de relajación que se hace en dos etapas: respiración profunda y relajación muscular 3º. Concentrarse fijando la mente en un punto o imagen mental 4º. Elegir lo que se meditará 5º. El tiempo dedicado a meditar no debe superar períodos mayores de media hora. Podrá meditarse varias veces al día pero nunca más allá de 20 a 30 minutos, el período útil de completa concentración mental. El método para esto comprende: 1. Sentarse o acostarse en una posición cómoda: la postura clásica es sentado en el suelo con las piernas cruzadas, sobre un pequeño almohadón redondo, o bien, acostarse boca arriba sobre un colchón o suelo con alfombras o mantas adecuadas, o, también sentarse en una silla con respaldo recto y mullido. Hacer esto en un ambiente agradable o preparado como es agregar aromas, flores, velas, etc. O bien, en cualquier lugar que se necesita o se crea conveniente. 2. Enderezar la columna vertebral: si está sentado imagine una vertical entre su coronilla y el techo o, si está acostando hágalo sobre una superficie recta donde asienten correctamente talones, nalgas, ambos hombros y la cabeza. También apoyar sobre una pared recta bien los talones, ambas nalgas, ambos hombros y la nuca endereza la columna vertebral y alivia dolores. La columna recta evita malas posiciones que causan incomodidad y dolores y deformaciones. Columna recta o enderezada no es lo mismo que rígida o tensa. 3. Practicar respiración profunda nasal: llene respirando por la nariz por complete sus

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pulmones (ayúdense proyectando el abdomen hacia delante, “sacar panza”). Concéntrese en cada aspiración (inspiración) lentamente y una vez logrado ese lleno pleno de sus pulmones concéntrese en la espiración o suelta de aire, la que puede hacer suavemente por la boca, como silbando, o por la nariz si lo prefiere y debe extraer todo el aire, esta vez contrayendo o hundiendo el abdomen hasta estar seguro de que no queda nada de aire en los pulmones. Reinicie el proceso tantas veces como sea necesario hasta sentirse suelto o libre, esto es relajado. Luego explicaremos por separado la respiración profunda. 4. Relajación muscular: se comienza con un método de aflojamiento de los músculos de la cara bajando levemente la mandíbula y como llenando la boca de aire. Esto afloja y baja la lengua y evita apretar los dientes. Luego se relaja el tronco bajando los hombros y comenzando la respiración profunda, sigue el abdomen el cual al aflojarse se distiende levemente y, finalmente, los miembros superiores al dejarlos levemente posando sobre los muslos con las manos abiertas y los miembros inferiores al entrecruzarlos o extenderlos con las rodillas levemente dobladas. Cada uno deberá estudiar y elegir la forma de relajar los músculos, los cuales tendrán que quedar completamente flojos sin tensar ninguna parte del cuerpo. La relajación se controla con la mente, la cual deberá enviar mensajes de relax a cada parte del cuerpo. Relajarse bien puede conseguirse con el primer intento o deberá recomenzarse cada vez que algún grupo muscular entre en tensión. Esto significa que relajarse puede abarcar varios intentos. 5. Elegir el objeto sobre el cual se va a meditar y concentrarse en él: ya explicamos que concentrarse es tratar de aplicar todos los sentidos a la cuestión a meditar, abstrayéndose de todo otro estímulo exterior. Todos sus sentidos miran hacia dentro. Hacen introspección u examen de conciencia, o retiro espiritual. Una forma de ayuda a concentrarse es empezar haciéndolo con una oración profunda conocida. Esto remplaza a los mantras de los yogas. Durante el intento de concentración pueden aparecer imágenes o ideas o pensamientos, o molestias físicas o preocupaciones o ansiedades u otras molestias psíquicas. En cuanto se perciban estas molestias o distracciones, hay que reintentar iniciar la concentración (reconcentración) 6. Tiempo empleado en meditar: Conviene empezar a practicar relajación y meditación en períodos cortos que van desde diez minutos como mínimo a media hora como máximo. Cuando se haya logrado dominar la respiración y concentración y la meditación en sí, el tiempo puede extenderse a todo lo que sea cómodo y necesario o el tema a meditar lo exija. Técnicas de respiración profunda: eje de la relajación eficaz Saber respirar es la base de la única técnica eficaz para relajarse. Para aprender a respirar es necesario manejar las técnicas de la llamada respiración profunda. Respiración es “acción y efecto de respirar” y respirar es “absorber el aire los seres vivos, por pulmones, branquias, tráqueas, etc., tomando parte de la sustancias que lo componen y expelerlo modificado”.

En realidad el proceso de la respiración es más complicado y comprende varias etapas:

ventilación intercambio gaseoso pulmonar respiración celular

La ventilación es el comienzo del proceso pues ventilar es “hacer correr o penetrar el aire en

algún sitio” y esto es lo que comúnmente se le llama respirar, porque se cree que respirar es la introducción del aire a los pulmones a través de la boca o nariz y de la tráquea. El proceso ventilatorio comprende dos mecanismos: • inspiración o aspiración: es el mecanismo por el cual se introduce el aire al aparato respiratorio

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• espiración: es el mecanismo por el cual se expulsa el aire inspirado.

El aire, una vez que llega a los pulmones, produce un intercambio gaseoso al nivel de alvéolo pulmonar, que es la unidad anatomofisiológica del pulmón y allí, la pared alveolar que está adjunta a la pared de los vasos capilares del pulmón, permite la difusión, por simple mecanismo de gradiente, de gases a través de la membrana que une el capilar con el alvéolo. Del aire pasa oxígeno al capilar y del capilar sale anhídrido carbónico. Finalmente, la sangre, a través de la hemoglobina de eritrocitos o glóbulos rojos, transporta el oxígeno hacia las células y al nivel de la membrana celular hay un nuevo intercambio gaseoso (respiración celular), donde la célula absorbe el oxígeno del glóbulo rojo y le cede el anhídrido carbónico. La sangre, con su carga de anhídrido carbónico, vuelve al pulmón y allí reinicia el ciclo con el ya descrito proceso de intercambio gaseoso. En síntesis: la verdadera respiración es la que realiza la célula, porque el oxígeno absorbido lo utiliza en los procesos fisicoquímicos de oxidorreducción con participación de las llamadas enzimas respiratorias.

El aparato respiratorio con sus vías superiores (boca, nariz, laringe, tráquea) y sus vías

inferiores (bronquios, alvéolos) y la sangre, son simple conductores del aire y su oxígeno, pero la transformación química del oxígeno, en agua y anhídrido carbónico, se realiza en la célula a través del metabolismo celular. A nosotros nos interesa el proceso de ventilación, pues la llamada técnica de respiración profunda (que en realidad debería llamarse ventilación profunda), centra en los mecanismos de inspiración y espiración. Para inspirar, hay que poner en marcha un mecanismo nervioso central (el centro respiratorio) que controla la ventilación autónoma (la que no depende de la voluntad) y un mecanismo periférico en la que intervienen los músculos respiratorios (que pueden ser controlados tanto autonómicamente como por la voluntad). Esta última condición de control voluntario nos permite manejar los músculos de la ventilación que son los que están en el tórax y el diafragma, que separa la cavidad torácica de la abdominal.

En la inspiración intervienen tanto los músculos torácicos como el diafragma. Cuando

predomina la acción de los músculos torácicos, se produce la ventilación torácica, en la cual el tórax se expande hacia delante y hacia los costados (expansión torácica). Es lo que comúnmente se denomina “sacar pecho”. Este mecanismo es el que actúa en la llamada ventilación superficial (en lenguaje común: respiración superficial).

Cuando predomina la acción del diafragma, éste expande en dirección a la cavidad abdominal y

aumenta la cavidad torácica a expensas de su abombamiento hacia la cavidad abdominal. Este mecanismo es mucho más efectivo que el torácico, pues incorpora mayor cantidad de aire (aumenta el volumen total del aire inspirado). Constituye la ventilación abdominal o comúnmente respiración abdominal y es lo que vulgarmente se conoce como “sacar panza”. La ventilación abdominal sería la ventilación natural o fisiológica. Es la llamada “respiración profunda” (ventilación profunda). El uso del corsé y otras vestimentas, que adelgazaran la cintura e hicieran esbelta la figura femenina, el embarazo, etc. siempre “obligó” a la mujer a la ventilación torácica y ésta es la que predomina naturalmente en la mujer. Los bebés o recién nacidos, realizan la ventilación abdominal por ser la fisiológica. Los hombres, al descuidar su figura y predominar el status de que “echar panza” era signo de prosperidad, en su mayoría realizan ventilación abdominal y por lo tanto en él predomina ese tipo de ventilación.

La combinación de ambas ventilaciones, torácica y abdominal, constituyen la ventilación total

y completa. Es la que utilizan atletas, deportistas y profesionales del canto. A los efectos de los fines de la técnica respiratoria antiestrés, debemos conocer como se lleva a cabo la ventilación profunda o abdominal. Esta técnica la practicaron por siglos los yogas hindúes y ellos son verdaderos maestros, junto con otros pueblos orientales (japoneses, lamas, budistas, etc.). Actualmente, la reactivación de estas técnicas con fines médicos, ha llevado a diversos médicos y centros de estudios a investigarlas y

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enseñarlas. En EE.UU., entre los diversos institutos dedicados a esto, está el Centro de Medicina Holística de Washington D.C. que enseña esas técnicas a enfermos que la necesitan por diversas causas.

El director de dicho Centro (y profesor de psiquiatría clínica de la Universidad de

Georgetown), James Gordon, explica: “la respiración lenta y profunda quizás sea la mejor arma de que disponemos contra el estrés. Cuando hacemos entrar aire hasta la parte baja de los pulmones, donde el intercambio gaseoso es más eficiente, todo cambia: el ritmo cardíaco se vuelve más lento, disminuye la presión arterial, los músculos se relajan, cesa la ansiedad y la mente se calma”.

A los beneficios señalados por Gordon, el doctor André Weil agrega que “mejora la mala

digestión crónica y los ciclos de sueño y energía”. Pamela Peeke prescribe técnicas de ventilación a sus pacientes, los cuales ya no son sólo embarazadas próximas a dar a luz, sino también a los que padecen cáncer, especialmente de pulmón, insuficiencia cardiaca, fibrosis quística, trastornos pulmonares (asma, bronquitis, etc.) y otras afecciones, aconseja el método de pasear caminando y conversando. El hecho de caminar y hablar obliga a una ventilación profunda. Peeke sostiene que “es muy difícil respirar superficialmente mientras se camina”.

De paso también, mientras se camina y se habla, no se come. La especialista también afirma

que en un mundo en que el estrés es algo común, la reacción de “pelear o huir” se ha convertido en “angustiarse y comer”. Al no producirse ninguna reacción física inmediata cuando el estrés ha preparado al organismo para la batalla, la excesiva concentración de hormonas del estrés, máxime cuando es crónica, estimula el apetito, lleva a la hiperorexia, sobre todo de alimentos ricos en grasas y dulces, y se llega a la obesidad, la que hace que se acumulen células adiposas en todo el organismo, especialmente al nivel de abdomen y el sobrepeso consecuente. Este sobrepeso es llamado por Peeke, peso tóxico, por ser un peso que intoxica al organismo. La acumulación de grasa en abdomen, y especialmente bajo el diafragma, impide la respiración profunda y es causa de enfermedades mortales como la apnea del sueño.

Unos de los principales difusores de las técnicas de respiración profunda son Carol Krucoff y

el doctor Mitchell Krucoff, quienes llaman a esa técnica, respirar con el estómago (base de la respiración abdominal profunda).

Los pasos que estos profesionales recomiendan son:

Acuéstese boca arriba y póngase un libro sobre el vientre (abdomen). Relaje los músculos

abdominales e inspire profundamente hasta levantar el libro. Al exhalar el aire, el libro debe bajar. De este modo se introduce aire, no sólo en la parte alta del pecho, sino en la región inferior de los pulmones, lo que distiende la cavidad torácica completa.

Incorpórese y llévese la mano derecha al abdomen y la izquierda al pecho. Respire profundamente de modo que la mano derecha se mueva hacia delante y hacia atrás, mientras que la izquierda se queda relativamente inmóvil. Inspire por la nariz con la boca cerrada y exhale después por la boca como si estuviera silbando lentamente. Cuando esta maniobra es realizada correctamente se siente una sensación placentera intensa.

Mientras mira el segundero de un reloj, inspire despacio hasta llenar el abdomen durante cinco segundos. Después exhale durante otros cinco segundos.

4. Realice respiraciones abdominales profundas durante todo el día, por ejemplo, al despertar, antes de dormir y ante cualquier situación angustiosa.

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Algunos tipos de meditación en la concepción budista

El lama Öser distingue tres tipos de meditación: 1. la meditación de la devoción (es la que se dedica al misticismo y al encuentro con Dios y la religión) En esta meditación, el discípulo evoca mentalmente una profunda sensación de gratitud hacia sus maestros y, sobre todo, hacia las cualidades espirituales que éstos encarnan. Es una especie de “meditación de la compasión” porque se centra en la bondad del maestro y reflexiona que para generar el amor y la compasión es imprescindible evocar el sufrimiento de los seres vivos y el hecho de que todos ellos aspiran a liberarse del sufrimiento y alcanzar la felicidad. Por esto, hay que permitir que sólo haya amor y compasión en la mente de todos los seres, tanto amigos como los seres queridos cercanos, los desconocidos e incluso, hasta los enemigos. Se trata de generar una cualidad amorosa de compasión sin objeto preciso, que no excluya a nadie y que permita impregnar la totalidad de nuestra mente. En la meditación de la devoción existe la visualización que consiste en la elaboración detallada y precisa de la imagen de una deidad. Se va creando una imagen completa hasta que uno es capaz de mantenerla en su mente de un modo claro y distinto. La representación de una deidad es muy compleja para cada uno de los meditadores y las creencias. También en esta meditación existe la técnica de “concentración en un punto” pero esta concentración es absoluta y con un contenido mental determinado que puede ser místico, extático, creativo, intuitivo, inspiración, etc. 2. la meditación de la vacuidad: consiste en cultivar la certeza y la confianza profunda de que no hay nada que pueda desestabilizar la mente, un estado decidido, firme e incuestionable en el que, ocurra lo que ocurra, no existe nada para ganar ni nada para perder. Acá hay vacío mental absoluto en lo relativo a los estímulos externos y una concentración total en adquirir un estado de inmutabilidad 3. meditación del “estado de apertura”: la mente permanece abierta, inmensa y consciente, sin ningún tipo de actividad mental intencional. Se trata de una especie de presencia abierta y sin distracción en la que la mente se centra en nada. En ese estado aparecen algunos pensamientos débiles, pero no se articulan en largas cadenas, sino que simplemente acaban desvaneciéndose. Hay concentración relativa en un punto.

Cuando entran en el estado de apertura se alejan totalmente de las sensaciones y percepciones

o estímulos recibidos por los sentidos y esto amortigua no sólo los sonidos sino lo visto o tocado, por esa “distancia” perceptiva que ocurre con la capacidad adquirida a través de la práctica meditativa de alta concentración. Para conocer si la técnica está bien hecha, se utiliza el reflejo de sobresalto (reflejo que nos hace saltar rápidamente ante un estímulo sonoro o visual intenso). El reflejo de sobresalto mayor conduce a las emociones perturbadoras. El reflejo de sobresalto aminorado y controlado por una técnica meditativa lleva a un nivel de ecuanimidad emocional (Ekman)

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Las personas “extraordinarias” (desarrollo espiritual) Concepto de persona “extraordinaria”

La Psicología tradicional tiende a interesarse más en los aspectos problemáticos, anormales y ordinarios de la mente y sectoriza o compartimenta todos los fenómenos mentales separándolos de la manifestación individual global (método analítico). Da prioridad a lo anatomofisiológico y a lo experimental científico.

La Psicología posmodernista encabezada por la escuela americana, especialmente la

Universidad de Harvard (grupo Harvard), tiene al frente de dos grupos líderes: 1. el grupo psicológico liderado por Daniel Goleman que estudia las emociones (Davidson, Ekman, Seligman) 2. el grupo médico de “terapia del alma” encabezado por Herbert Benson y que estudia la tríada cuerpo-mente-alma (Byrd, Dossey, Mattews)

Esta Psicología tiende a estudiar los mecanismos normales del hombre, en el sentido espiritual y holístico, dando origen a un nuevo estudio de la mente y de sus facultades y poderes comunes y extraordinarios, pero siempre en lo fisiológico y no patológico. Tiene un enfoque totalmente distinto a la Psicología tradicional la que incursionó en lo anatomofisiológico con la convicción biologista de que el cuerpo era el origen de los fenómenos espirituales.

La Psicología que hemos llamado posmodernista, en cambio, piensa lo contrario: los

fenómenos espirituales son los que condicionan las respuestas anatomofisiológicas, especialmente las neuroendocrinas y las reacciones emocionales.

Las diferencias de los puntos de vista han modificado totalmente la visión de la mente humana

y de la psicología y ha revolucionado todos los conceptos tradicionales cambiando totalmente las concepciones de Freud y de todos los otros psicólogos que hasta ahora habían conducido a una psicología analítica.

La nueva psicología tiende a la síntesis y al estudio de las reacciones naturales y normales

del hombre pero dentro del orden espiritual. El espíritu es el principal elemento rescatado con un nuevo sentido, concepto y significado. Descubre al hombre como la máxima posibilidad de un misterio extraordinario y de potencias no usadas, lo que permite antelar para el futuro una escuela de formación mental en lo espiritual que contribuya a una nueva evolución espiritual del hombre, acrecentando su poder natural y esencial.

El concepto de hombre “extraordinario” nace de la estricta observación y conocimiento de personas con capacidades y poderes mentales superiores que las distinguen notablemente del común. Se hallan excepcionalmente por encima de la media normal no sólo en lo intelectual sino también en lo emocional, afectivo y social. Sin dudas, poseen cualidades humanas sobresalientes que llaman la atención poderosamente de todos.

Esto da origen a la denominada psicología positiva cuyo propulsor fundamental es Martín

Seligman sobre sus estudios y trabajos sobre el optimismo y la felicidad. Si bien Seligman no es del grupo Harvard (pertenece a la Universidad de Pennsylvania) que hemos citado, lo incluimos en él por la afinidad de sus estudios. El proyecto del hombre “extraordinario” es propuesto por Ekman quien va

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más allá de la bondad y la positividad para determinar límites más elevados del ser humano. Según su teoría, los “extraordinarios” existen en todas las sociedades y culturas pasadas y actuales y en todas las tradiciones religiosas, especialmente las contemplativas como ocurre con el budismo y doctrinas afines.

Independientemente de sus tendencias culturales y religiosas, según Ekman, los

“extraordinarios” comparten cuatro cualidades diferentes: 1. emana de ellos una sensación de bondad que siempre es advertida por los demás. No es una sensación tipo cualidad difusa o aura afectuosa sino es un verdadero estado de la persona. No son personas que adoptan actitudes de bondad para manifestar tal carisma, sobre todo en la vida pública (para Ekman son fraudulentos o inauténticos) y luego en lo personal ser todo lo contrario. El esencialmente bondadoso lo es en todos los momentos de su vida íntima y pública. Tienen una total transparencia de actos y actitudes. No dejan lugar a dudas. Son auténticos cabales. 2. poseen falta de interés personal. Muestran una gran despreocupación por la fama, el ego y los status sociales. Están más allá de todas las ambiciones circunstanciales y del apego a las cosas materiales y personales. Se preocupan más por los otros. No les interesa formar currículo de su vida ni viven del reconocimiento ajeno de su posición, importancia o virtudes. Tienen una falta total de egoísmo y son pura generosidad. 3. presencia personal que los demás encuentran nutricia. La gente busca estar con ellos porque se sienten sumamente a gusto y satisfechos completamente sin saber explicar por qué es así. Su sola presencia da gozo, paz y plenitud. Son buscados y apreciados por esa cualidad. 4. asombrosa capacidad de concentración y atención. No pierden el hilo de una conversación ni la urbanidad y la atención cuando hablan. Siempre están prestos a escuchar a los otros antes de responder o hablar. Manifiestan interés sincero por lo que los otros piensan. Lo que más llama la atención es que sus actitudes son muy contagiosas.

Habría que agregar a estas cualidades otra principal: viven meditando espiritualmente y combinan los estados mentales espirituales con la práctica continua del amor y la compasión acompañados de una total empatía con los otros. Viven en una total expansión dando sensación de coraje y confianza. Quizás la nota más sobresaliente del desarrollo espiritual es la humildad, virtud señera de ese desarrollo. Quien alcanza el mayor grado de humildad quizás sea el que haya logrado el mayor desarrollo espiritual.

El hombre extraordinario no es el hombre perfecto. Pero esta perfección no significa algo

absoluto sino relativo. Es un hombre común que ha encontrado a su inteligencia y la aplica naturalmente. Este postulado tan sencillo de enunciar no es algo espontáneo sino que surge de un verdadero entrenamiento duro y agotador que necesita de toda nuestra vocación, voluntad y tesón para lograrlo. Es lo que algunos hemos llamado educación, para separar este término del tráfico del léxico que se empeña en cambiar la naturaleza de la palabra creando un verdadero “terrorismo intelectual”. Darle polisemia a una palabra es peor que el derrumbe de las torres gemelas norteamericanas o el desastre de la torre de Babel.

En vez de jugar con las palabras, debemos tomarlas con seriedad y aprender a usarlas en lugar

de prostituirlas. Recuperar un lenguaje esencial es el primer paso para todo entendimiento posterior. De nada vale que yo hable de amor como compasión con el prójimo, mientras que otros creen que amar es destruir al enemigo.

De nada sirve que yo hable de amor pensando en el prójimo, mientras otros interpretan que el

amor es un sentimiento para sí y nadie más. Esta es la mejor razón para ponernos a definir amor con un alcance universal y único y no ponernos a clasificar los “amores” existentes, los posibles y los

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ideales. O hay un solo amor que puede expresarse de muchos modos, pero siempre en el mismo sentido, o tendremos que buscar neologismos para eso que hoy confundimos con el amor universal.

Sólo con la recuperación de la palabra o logos como instrumento básico, será posible aprender

a pensar y después de esto dominaremos la inteligencia esencial. Cuando esto se logre, todas las sensaciones y las acciones posibles podrán ser controladas porque tendrán un sentido verdadero y no las falsas suposiciones que la mente construye. Si no ordenamos el lenguaje ocurrirá lo que este diálogo absurdo sugiere: un hombre pregunta a otro: -Perdone, ¿me podría decir qué hora es?. El hombre mira el reloj y contesta: -viernes. El otro exclama azorado: -¡Uy, me pasé dos cuadras! Y el interlocutor responde:- Que se mejore pronto.

El dominio mental no es nada más que el dominio de la inteligencia. Esto no significa que en el concierto espiritual, lo intelectual sea lo privativo. En la manifestación espiritual, inteligencia, afectividad y voluntad van en bloque, simultáneamente y en forma simbiótica: una no es posible sin las otras. Pero la dirección de la acción espiritual, indudablemente, va de la mano o batuta de la inteligencia junto con la coordinación de la afectividad y la volitividad. En este contexto entendemos a inteligencia en un único sentido: la herramienta fundamental para encontrar la verdad, esto es, la autenticidad. Si así ocurre, el pensamiento será correcto, el conocimiento verdadero y la espiritualidad es la esencial, la apropiada y el producto el “hombre extraordinario”.

Otra realidad es la única alternativa actual del “hombre ordinario”. No hay matices medios en

esta cuestión. El justo medio aristotélico lo es para el funcionamiento armónico y equilibrado del espíritu en sus tres componentes intelectuales, afectivos y volitivos. Pero no lo es para el producto final: la vida humana. El hombre semijusto, semisabio es un semihombre. La injusticia del otro lado de la semijusticia, puede equilibrar en sentido de anular la media justicia. De igual modo pasará con el equilibrio, la plenitud y todas las otras cualidades necesarias para una correcta expresión del ser humano.

Occidente debe terminar de una vez por todas, con los devaneos de la ciencia. La ciencia en general y la neurociencia en especial, como la tecnología en general, son juguetes muy apasionantes. Averiguar cual es el último átomo que interviene en una reacción fisiológica o constituye una sustancia orgánica normal o anormal, es muy interesante y útil para la anormalidad. Pero la normalidad no necesita nada de eso. Si es manejada bien, lo normal (entiendo por esto a lo esencial o natural) funciona sin otro aditamento. El hombre, como la naturaleza toda, ya trae su propia “caja de herramientas” para todo lo que realmente necesita. El resto es por añadidura.

Si una célula, cualquiera sea su naturaleza funciona, en el caso del hombre lo es por influjo del

alma y ésta se manifiesta por el espíritu. Luego todo lo que le ocurra a esa célula a escala molecular o funcional será el producto de una acción anímica, pero con alguna influencia espiritual. Insistimos una vez más: ¿para qué sirve conocer tantos y tan complicados mecanismos fisiológicos y patológicos de la mente y gastar tanto tiempo y plata en investigarlos? ¿No sería más racional intentar corregir la fuente de los males que es la caja de Pandora de un espíritu mal expresado? ¿Qué importa si la falla es de la inteligencia o de la emoción o de la voluntad? ¿Para qué sirve saber de la conducta, de la motivación, y de otras expresiones espirituales sino conocemos al verdadero espíritu?. Estas preguntas están dirigidas a lo que consideramos los “errores fundamentales” de las “ciencias espirituales” como la psicología y afines y a otros “ciencias” más “científicas” como las neurociencias.

Hay una frase de Goleman que encierra todas estas cuestiones y es una frase señera por su

impactante realidad: “no debemos olvidar que la ciencia también está sujeta a cambio”. Si el espíritu, como esencia humana, es uno e inmutable (no cambia en sí, sino que tiene variados modos de ser que lo manifiestan gradualmente), significa que no puede ser abarcado por algo mutable. El

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verdadero saber debe ser tan inmutable como la esencia de lo sabido. Borges decía que su padre era “bueno, como toda persona inteligente”, con lo cual

confirmaba lo que decía José Martí: “La inteligencia da bondad, justicia y hermosura, como un ala levanta el espíritu; como una corona, hace monarca al que la ostenta”. Ante la verdad de estos pensamientos, ser bueno, aun en un mundo acometedor, aparece como si fuera “una conducta en desuso”, que se acerca a cierta noción de endeblez o desgano. Con vehemencia se afirma que es más difícil ser justo que bueno, y el éxito aparece como consecuencia de comportamientos hostiles y de rechazo ante cualquier obstáculo que impida su realización, también el de carácter humano.

El éxito es competencia y la competencia es exclusión. La exclusión, sin ser maldad expresa,

no siempre puede apoyarse en la bondad, pues el sólo hecho de excluir algo o alguien ya implica un alejamiento de toda bondad. La bondad, sin embargo, es atributo de los fuertes, de los bien nacidos, de los que conoce el flujo y el reflujo del amor. Amor y bondad son dos ingredientes inseparables y uno no subsiste sin el otro. Los fuertes y bien nacidos son los que pueden ejercer la generosidad (otra cualidad de la bondad), sin temor a ser defraudados y sembrar entusiasmo sin pensar en retribuciones. Los bondadosos se muestran como excelentes supervisores al colocarse en el lugar del otro, lo conocen lo suficiente como para ofrecerle la tarea que se ajuste a sus condiciones. Cuando surge el error, no piensan en las causas tanto como en las circunstancias y, al analizarlo, sin contienda ni acusaciones, impiden su repetición.

El vigor espiritual de los buenos les permite controlar pasiones y arrebatos y logran así que sus

decisiones nazcan del equilibrio y la armonía. Los buenos sonríen a menudo, desde la libertad de no verse envueltos en resentimiento u ojerizas, agravios o rencores. La salud emocional se contagia y sus colaboradores rinden mejor después de una buena carcajada. La alegría es patrimonio de la bondad. La rabia produce debilidad y el iracundo siente que se le nublan y se le aflojan las piernas y se le cierra el corazón. No está en el estado adecuado para solucionar o definir una situación. El hombre bueno, contrariamente, es enérgico y exigente, jamás blando. Lucha con firmeza por sus convicciones, desterrando la injusticia, el odio o la indiferencia. Al no sospechar de las acciones ajenas, despierta lo mejor de los otros, aun sin proponérselo.

Hay un ejercicio de voluntad al buscar acercarse al prójimo desde la comprensión y la

sabiduría, pues nadie que ayude a los demás, deja de ayudarse a sí mismo. Platón afirmó que buscando el bien de nuestros semejantes, encontrábamos el nuestro, Buda hizo de eso la razón de su doctrina y Lao Tsé dejó una frase para la posteridad:”Por accidente del destino, un hombre puede gobernar al mundo por un tiempo, pero la virtud del amor y de lo bello puede gobernar al mundo para siempre” Liberación de emociones destructivas

En este parágrafo seguiremos lo postulado por Goleman. El primer paso, dijimos, para liberarse de las emociones destructivas es reconocerlas cuando están presentes. Para esto hay que examinarlas cuidadosamente para descartar que no sean entes inconmovibles sino susceptibles de ser modificados. Por ejemplo, el caso de la ira. Para quien sufre un fuerte acceso (ataque) de cólera o ira, éste parece irresistible (incontrolable) e inevitable. En esa circunstancia, oficia como algo natural sentirse impotente para abandonar el estado de furia y sólo nos resta entregarnos pasivamente a él, experimentando toda su intensidad. Pero esto ocurre porque en ningún momento (ni antes, ni durante, ni después) analizamos esos accesos intermitentes de ira o enfado.

Lo primero es comenzar, básicamente, por preguntarse ¿qué el enfado?. Tanto para realizarse

la pregunta como para meditar la respuesta debemos tomar distancia del acceso de ira. ¿Cómo

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hacerlo?. Debemos recordar lo que ocurre cuando a distancia observamos una tormenta de verano que primero es precedida por aire huracanado, luego un oscuro nubarrón y luego la lluvia torrencial que sólo permite apreciar un entorno de aire y vapor. No obstante, la luz solar no desaparece del todo (no hay oscuridad total como en la noche sin luna). Dentro del “nublado” hay un resto de luz solar. Lo mismo debería ocurrir con el enfado. Si no observamos con cierta distancia lo que ocurre, pasará exactamente como con la tormenta de verano. El viento, la semioscuridad, el ruido de truenos y la fuerza de la lluvia nos abruman de tal forma que nos sentimos amenazados y muchas personas se aterrorizan. Pero todos sabemos que a pesar de la pomposidad solemne del estruendo y la oscuridad, no hay nada grave en la tormenta (salvo que caiga un rayo o se provoque un inundación).

Todas las sensaciones son sólo fruto de actitudes subjetivas alimentadas por el estímulo

sensorial de los signos de la naturaleza. Así es también como concebimos a la ira. En medio de ella, las sensaciones subjetivas terroríficas nos llevan a pensar que estamos ante un gigante poderoso y apremiante (el gigante rojo de Mira y López) Pero si nos entrenamos mentalmente para tomar distancia de la tormenta huracanada iracunda y la observamos directa y objetivamente, Matthieu nos dice que “tiende a desaparecer de nuestra mirada, como la escarcha que se derrite con el sol de la mañana. Y es que, cuando se la observa directamente, pierde toda la fuerza”. Esto opera como si observáramos cómodamente la tormenta veraniega desde el interior de una casa confortable y segura, que nos da sensación de protección y fortaleza y así vemos como la tormenta, con el paso del tiempo y a corto plazo, se diluye y desaparece y vuelve a fulgurar el sol. El entrenamiento mental es la casa segura que nos protege de la tormenta iracunda.

Cuando todo pasa comprendemos que si bien ocurren eventos naturales algunos de ellos no son

fatales ni definitivos. De igual modo, las emociones pueden ser (y son) de presentación natural, pero ninguna de ellas, por sí, es fatal y definitiva. Son pasajeras y volátiles. Esta es la condición primordial que permite: primero comprenderlas y estudiarlas (contemplarlas) y en segundo lugar, prevenirlas (adiestramiento mental).

Concluye Matthieu que “las cualidades negativas de las emociones son algo intrínseco a

ellas. Es el aferramiento asociado a las propias tendencias, el que provoca una reacción en cadena, en la que el pensamiento inicial acaba convirtiéndose en ira, odio o animadversión. Pero el enojo, en sí mismo, no es algo sólido, es decir, no es una cualidad que pertenece a la naturaleza esencial de la mente”. Por esta condición nos podemos relacionar con las emociones destructivas o negativas, no sólo a través de la observación (tomando distancia de ellas) sino también entrenándonos para una transformación interna que nos inmunice a los efectos que ocasionan el paso o aparición de esas emociones.

De no ser así, esas emociones se adueñan poco a poco de la mente y acaban transformándose

en estados de ánimos que finalizan en rasgos temperamentales. Así se habla de “tipos violentos” o “tipos iracundos o irascibles” o “tipos irritables”. Pero de ninguna manera esto es cierto. Así como el entrenamiento mental nos lleva al equilibrio y la armonía interior, el dejar liberadas al arbitrio de las emociones a la mente, éstas se insertan en ella y se comportan como una segunda naturaleza. Operan como un entrenamiento para ser mentalmente emocional (entrenamiento inverso al budista y al de la meditación o contemplación trascendental). Es como si el hombre, en lugar de tomar el timón de su vida, navega a la deriva o con un “piloto automático” en una especie de filosofía del “dejar hacer” y “dejar pasar”. Es como si fuera indiferente al transcurrir de su propia vida, no “toma conciencia” de ella ni de su valor y sólo se limita a respirar, a la catarsis de sus esfínteres, comer y dormir. O a dar rienda suelta a sus placeres sensuales y a sus emociones básicas, entre las cuales no está, precisamente, el amor. Más bien, suelta sus instintos bajos. En estas condiciones es más una bestia que un hombre.

Pero el hombre que se preocupa por su vida y busca una “buena vida” es el que empuña con

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decisión el timón del trayecto de su existencia y comienza a “trabajar sus emociones” para adquirir el dominio de ellas. Mas esto no es algo súbito y completo de golpe. Se debe avanzar de modos y en niveles diferentes que se pueden subdividir, según Matthieu, en tres: principiante, intermedio y avanzado. 1º. El primer nivel o nivel principiante es el modo de evitar las consecuencias de las emociones destructivas buscando el antídoto de cada una de ellas. Así, por ejemplo, el amor es el antídoto del odio, la templanza el antídoto de las pasiones, etc. En esta etapa debemos contemplar los aspectos desagradables de un objeto de deseo compulsivo y tratar de hacer una valoración más objetiva del mismo. Respecto de la ignorancia o falta de discernimiento, debemos tratar de perfeccionar nuestra comprensión de lo que hay que conseguir y de lo que hay que evitar. En el caso de la envidia, cada vez que enfrentemos con la felicidad ajena y las buenas cualidades y logros de otros, debemos dominar todo impulso negativo de no reconocer ese estado del otro y, contrariamente, debemos empatizar (colocarnos en el lugar del otro) a fin de compartir su alegría y felicidad. Nos sorprenderemos al reconocer que tácitamente eso nos hace más felices que vivir envidiando. Cuando se trata del orgullo, el antídoto es aprender a apreciar los logros de los demás, a no discriminar a nadie, a considerar a todos iguales a nosotros, reconocer nuestros propios defectos y cultivar la humildad. En este nivel se considera que hay tantos antídotos como emociones existen. 2º. El segundo nivel o nivel intermedio hay que considerar si habría un antídoto común a todas las emociones negativas o destructivas. Para Matthieu, “este antídoto sólo puede encontrarse en la meditación, en la investigación de la naturaleza última de las emociones negativas, en cuyo caso descubrimos que todas ellas carecen de solidez intrínseca, en perfecta consonancia con lo que el budismo denomina vacuidad. No es que súbitamente se desvanezcan en la nada, sino que sólo se revelan más insustanciales de lo que a simple vista parecían. Este proceso permite desarticular la aparente solidez de las emociones negativas” de modo que vaciar de contenido a las emociones (realización de su naturaleza vacía) es una forma de actuar sobre todas las emociones cualquiera sea su modo o forma de expresión, puesto que aunque se presentan con formas diversas, todas carecen de existencia independiente (necesitan de una mente predispuestas a captarlas y permitirles que se expresen) 3º. El tercer nivel o nivel avanzado suele ser el más arriesgado porque no consiste sólo en neutralizar las emociones con antídotos ni descubrir su naturaleza vacía, sino que acá hay que comenzar un proceso de transformación interior que lleve también a transformar las emociones e, incluso, usarlas como catalizadores (intervienen pero sin ningún efecto) para sustraernos de su influencia. Matthieu ejemplifica esto como alguien que cae al mar pero se salva nadando hasta la orilla. Es decir, las emociones están presentes pero no nos afectan porque estamos entrenados interiormente para escapar de ellas. En esta opción se usan y transforman las emociones para fortalecer la propia práctica espiritual. Pero para ello debemos previamente contar con la inmunidad a esas emociones, pues de otro modo, asimilarlas y no poderlas neutralizar significarían que nos envenenarían hasta llevarnos a la muerte espiritual. Por eso se afirma que es un método riesgoso.

Los tibetanos comparan a estos tres niveles como las tres formas de tratar una planta venenosa: arrancarla de raíz completamente (antídoto): echar agua hirviendo sobre ella (reducción a la nada) o conseguir un animal que la ingiere y sea inmune al veneno (las digiere sin intoxicarse).

El dilema que podría presentar es ¿cuál es el mejor de estos tres métodos o niveles?. Matthieu

responde sin dilaciones que el mejor de los métodos es el de transformaciones interiores, porque funciona mejor o se adapta a un determinado individuo o persona. Aunque de todos modos, de nada vale preguntar por la mejor calidad de un método, pues en el caso de tener que abrir una puerta no importa si la llave que funciona es de hierro, plata u oro. Lo importante es que sirva para abrir la puerta. No es la forma sino la función más útil la que determina la excelencia del método. Si nuestra capacidad se muestra suficiente para el tercer método quizás éste sea el más tentador, pero si se fracasa

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será peor el remedio que el mal.

Hemos expuesto antes si el manejo de las emociones debe asumirse antes, durante o después de las mismas. Es evidente que el primer nivel que hemos analizado, el abordaje del principiante, se realiza durante la presentación de la emoción. Esto es así porque frente a la emoción, primero la experimenta y al hacerlo toma conocimiento de ella, lo que le permite darse cuenta de los aspectos negativos de las mismas. Eso le habilita también para razonarlas cuando investiga las consecuencias de ver que afecta dañando a otros y no nos aportan felicidad. Al percibir la distinción entre las emociones que nos causan felicidad y las que causan daño, comenzamos un camino de discernimiento que nos llevará, en la próxima experiencia, a reconocer las emociones ya experimentadas y, en consecuencia, a comprender que si asumimos su control y evitamos la rienda suelta de las mismas, no sólo evitaremos el daño sino que de cierto modo obtendremos algún tipo de satisfacción o felicidad.

La buena experiencia con esta práctica es la que nos hace idóneos para el abordaje de

emociones posteriores en el mismo momento que se presentan. La experiencia nos permite “abortar” el impulso incipiente e impedir el progreso y la expresión total de la emoción dañina. Hemos logrado lo crucial: liberarnos de la emoción apenas ésta aparece en la mente. Evitamos la secuencia de pensamientos y actos negativos. La experiencia positiva es la que nos hace aptos para concentrar (fijar) el pensamiento en la emoción, reconociendo o determinando su forma, color, ubicación, intensidad y causa posible, etc. hasta lograr vaciarla de contenido cuando comprendemos su naturaleza. Esta práctica permite el vaivén o intermitencia de pensamientos negativos bloqueados por pensamientos positivos, impidiendo la sucesión o cohorte de actos y pensamientos destructivos que sucede cuando la emoción o pensamiento negativo no se aborta, impide o bloquea. La práctica nos “familiariza” con las emociones y sus antídotos, y nos permite convivir con ellas sin lesionarnos ni lesionar a otros.

Puede que en algún momento, ejemplifica Matthieu, nos suceda con las emociones como con

los gases del aparato digestivo. Cuando se presentan generan molestia y dolor y nos enfrentamos con dos disyuntivas: los retenemos o los expulsamos. Pero la retención prolonga el dolor y el sufrimiento y la expulsión, si no es oportuna, tampoco es una solución. O practicamos no comer lo que produce esos gases o practicamos la oportunidad de expulsarlos (lugar y forma adecuada y que no produzca escándalo o efectos perniciosos) Con las emociones ocurre algo de esto. Si las retenemos sufrimos, pero si las expulsamos violentamente puede ser tan lesivo como retenerlas. Luego hay que aprender a no darle curso o a expulsarlas en forma adecuada y oportuna.

Matthieu dice: “con la práctica, llega un momento en que la amabilidad acaba

impregnando la mente del practicante y se convierte en una especie de segunda naturaleza, de modo que el odio desaparece de la corriente mental y resulta imposible dañar voluntariamente a otro. Cuando el odio no se presenta no hay que nada que deba ser reprimido. Ésta es una prueba del efecto de la práctica espiritual” Contrarrestar las aflicciones

Una simple enunciación o nominalismo no sirve para desplazar o contrarrestar un estado aflictivo o una emoción negativa. No basta con decir “esto es malo” para que desaparezca. Tampoco la mera aspiración, deseo o plegaria puede ser motivo de neutralización de aflicciones y emociones negativas o destructivas. Es necesaria la intervención de la razón como inteligencia real (inteligencia no aflictiva) y mediante ella se aplican los antídotos que sirven para eliminar o aminorar una aflicción o emoción destructiva. En el caso de un deseo exagerado y distorsivo, la recta razón contrarresta la atracción indebida por haber imaginado cualidades atractivas, concentrando la atención en las cualidades menos atractivas.

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Del sopesamiento de cualidades aparentemente atractivas y del conocimiento de las cualidades

no atractivas surgirá una justipreciación que evitara el error de una visión distorsionante. De esa forma también se seleccionan los antídotos específicos para cada emoción destructiva. Se cultivará la amabilidad y el amor para contrarrestar o neutralizar, dijimos antes, al odio y la hostilidad. Los antídotos específicos no ofician como factores de realización ni de sabiduría, sino que sólo cumplen el rol esencial de neutralizadores de aflicciones, para despejar el camino hacia la realización y la sabiduría. La meditación budista obliga primero a cultivar la compasión y el amor prestando atención a todos los aspectos de la realidad que alientan y despiertan esas virtudes. Luego, el amor y la compasión no nos llegan por arte de magia o milagro sino que ocurren cuando reparamos en ellos a través de las facetas de la realidad que nos llevan a cultivar esos valores.

Si bien los occidentales consideran a la emoción como algo que se pone en movimiento, la

perspectiva budista concibe que la mente pueda ponerse en marcha o despertar de su letargo, de dos formas distintas; 1. de una forma cognitiva que usa la razón o inteligencia que ayudan a despertar el amor y poner en movimiento las emociones constructivas o positivas 2. de una forma automática, con poca cognición y más fundamentada en sensaciones interiores o sentimientos y que dan lugar a las visiones distorsivas de la realidad, puesto que se actúa más impulsiva que racionalmente.

El budismo se inclina más a la razón inteligente adiestrada por la meditación para comprender la naturaleza o esencia de la realidad en su aspecto verdadero y usarla para tratar adecuadamente a las aflicciones y sus secuelas de emociones negativas o destructivas. La ausencia de una razón inteligente adiestrada en la comprensión fiel de la realidad, es la que lleva a la cosificación eternalista o a algún tipo de negación nihilista. El cultivo de la razón inteligente a través del adiestramiento es el establecimiento de una cognición válida.

Hemos hecho referencia a la visión occidental en donde en el nivel convencional de la existencia cotidiana todas las personas funcionan como si el yo y los objetos que los rodean, fuesen entidades permanentes. En cambio, la visión budista de la “vacuidad del yo” concuerda con los modelos del “yo virtual”, desarrollados tanto en los campos de la biología y de la ciencia cognitiva occidental. Incluso la filosofía y la psicología occidental consideran al yo como una propiedad emergente en la interfaz que hay entre la mente y el mundo, especialmente el externo.

Del mismo modo que la mente, el yo carece de sustancia (existencia insustancial) y no puede

ser situado en ningún lugar anatómico, basándose en los procesos biológicos, en particular los de la neurociencias y los cognitivos subyacentes. No obstante, mediante un mecanismo mental ilusorio de la mente, se termina cosificando al yo y atribuyéndole una existencia sólida que no resiste un análisis profundo.

El Dalai Lama cree que “cosificar la realidad” involucra tanto la incomprensión de su

naturaleza esencialmente vacía, sea visto esto en forma absoluta o relativa, tanto a la naturaleza fenomenológica de la realidad como a su naturaleza ontológica. Desde la perspectiva budista la realidad cotidiana y relativa es el reflejo fenomenológico de nuestras experiencias cotidianas. Sólo el nivel último revela su verdadera naturaleza.

La percepción sensorial (cognición sensorial) puede tener, y de hecho lo tiene, percepciones

falsas o equivocadas. Pero, en términos de la cognición conceptual existe un número infinito de perspectivas sobre cualquier cosa que se presente en la mente. Allí no se trata sólo de saber si es blanco

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o negro, sino si es verdadero o falso. Para esto, la cognición mental selecciona determinados rasgos concretos del objeto en cuestión, cosa que no ocurre con la percepción sensorial. La selección cognitiva mental es la que determina lo verdadero.

Pero puede ocurrir que la selección funcione de modo distinto en diferentes personas y esto

lleva a que dicha selección en una persona elimine un aspecto determinado del objeto y lo considera verdad, mientras que otra elimina otra cosa que puede ser lo contrario de lo que eliminó la primera y también lo considera verdad. Cuando la selección se realiza sobre todos los aspectos del objeto (visión global u holística) mediante la meditación profunda o pensamiento crítico metafísico, hay menos probabilidades de errar, que cuando se observa la cosa u objeto sólo desde algunos de sus aspectos.

La visión global criteriosa lleva a un conocimiento más cabal de la cosa y a una verdad más

absoluta. La visión aspectual, aunque sea muy minuciosa, sólo lo es de una parte del todo y por lo tanto es un conocimiento parcial que lleva a una opinión que puede tener sólo una verdad parcial (la referida al aspecto estudiado o meditado). La visión global, holística es propia de la filosofía y de la metafísica y la perspectiva budista. La visión aspectual lo es de la cotidianeidad y de la ciencia en general.

En el fondo de todas estas concepciones o puntos de vista, tanto occidental como budista, yace la cuestión de una definición semántica de la mente humana, a fin de evitar la confusión lógica que produce intentar la comprensión del mundo, puesto que el uso de la mente humana nos lleva a una multiplicidad de posibilidades sobre formas indeterminadas de aparecer. Las cosas aparecen siempre de una forma tal que no son explícitas “de entrada” a la mente humana.. Esto ocasiona la circunstancia de que cada uno, según su cultura, el entrenamiento de sus sentidos y su adiestramiento mental, llegue a conclusiones diferentes, variadas e innumerables (prácticamente cada persona, un punto de vista) tanto en lo cotidiano como en lo científico, artístico e, incluso, en lo filosófico.

Es evidente que la decantación milenaria de las culturas lleva a diferentes caminos y

perfeccionamiento. El occidental vive más en función de su mundo objetivo, externo, de su entorno, el oriental prefiere indagar más su mundo interno. Es indudable que hay dos cosas indiscutibles y verdaderas: hay una realidad y un hombre inmerso en esa realidad. La realidad que no es un ser humano, es siempre algo externo u objetivo al ser humano. Para poder compenetrarse bien de la realidad, el mundo interno del ser humano debe contactarse con el mundo externo de su realidad extracorporal. Es ahí donde está el nudo gordiano de todas las interpretaciones y concepciones filosóficas, científicas, religiosas y artísticas. Es ahí donde rige aquello de físico y metafísico, de natural y sobrenatural. En el ámbito de las cosas, de la realidad que no abarca el hombre, es decir, lo que generalmente se considera el “mundo natural” donde los entes animados e inanimados se rigen por leyes ajenas a su voluntad y sólo son meros receptores de los estímulos de ese mundo y engranajes pasivos de los procesos naturales.

En cambio, en el mundo humano las cosas cambian un poco. Si bien el hombre no escapa a su

condición natural de animal, posee una condición espiritual que lo eleva por sobre todos los otros entes animados e inanimados y le permite sustraerse al devenir de lo natural para desplegar una creatividad, que él mismo, llama artificialidad. El mundo humano convive con lo natural y lo artificial, pero vive artificializando lo natural e inventando tecnología que modifiquen todo lo natural. Por lógica, la visión del mundo también es otra. Y en esa visión está la presencia de la creatividad humana que le lleva a una interpretación especial de las cosas no humanas. Precisamente, su costumbre de cultivar lo artificial le lleva también, comúnmente, a percibir “artificialmente” a su mundo o a interpretarlo “artificialmente”. Si no fuera así, la naturaleza del hombre sería esencialmente sabia. Pero la realidad es otra: así como el hombre “crea” la artificialidad de su mundo, así mismo deberá usar su potencia inteligente para reencontrar el camino de lo natural, en especial, de su naturaleza o

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esencia. En lo intelectual, la artificialidad del pensar puede “crear” un “pensamiento artificial” (inauténtico).

Pero como le ha costado conocer lo exterior, que es más evidente que lo interior, lógicamente reencontrarse a sí mismo le es mucho más pesaroso y de gran dificultad que tratar con los objetos que tiene “a la mano” y “a la vista”. Lo que él mismo ha llamado su alma, su espíritu, su mente no es algo que esté “a la mano” y “a la vista” sino que está “encostrado” en su “mismidad”. Desde allí debe “salir” su ser para contactar el mundo externo, lo objetivo. Para liberarlo, el hombre debe raer la costra que lo encierra. Esto lo consigue con la meditación correcta. Pero como este ser no es una materia plástica que como la lengua de un reptil salga y aprese el objeto para interiorizarlo, debe crear una especie de puente especial entre su interior y su exterior, a fin de que ambos se encuentren armoniosamente. Esa situación vuelve al hombre un pontífice entre su mismidad y el exterior. Pero para que el hombre pueda vivir y permitir que su interior “salga” al exterior debe estar despierto. Pues, necesariamente, son sus sentidos el camino para formar el puente y esos sentidos funcionan plenamente cuando el hombre está vigil (despierto).

El estado vigil es el estado consciente y allí interviene ese fenómeno mental que se ha llamado

conciencia. Ahí está el principal fenómeno humano, pues a través de su conciencia el hombre podrá establecer un puente entre su interior y su exterior y a su vez crear las condiciones para que la asimilación de la interacción entre lo externo y lo interno, o que la reflexión introspectiva para conocer sólo su interior sea la correcta. Esto es, aprenda a conocer la verdad, la esencia de todo, “lo que las cosas son en sí”. Sin la maravilla de su conciencia no podría conocer, ni saber, ni manifestarse. La conciencia es el punto crucial de su existencia y de su vida como ser humano, pues es la encargada de poner al descubierto algunos modos de su ser, y el conjunto de esos “modos de ser”, a medida que se expresan le darán el carácter de persona (entendiendo acá, por personalidad, al conjunto de esos “modos de ser” individuales).

Precisamente de esa conciencia salen tantos nombres y conceptos, uno de los cuales es el yo,

para designar ese particular fenómeno de mi conexión personal, particular de mi mismidad con la exterioridad y con la interioridad. Por eso, los orientales han comprendido mejor que es más útil canalizar esa conciencia debidamente para que el interior pueda conectarse correctamente con el exterior y no entenderse tanto como si cada uno fuera algo distinto de otros hombres. Esa es la razón por la que el budismo y otras perspectivas orientales aconsejan considerarse a sí mismo como parte de los otros hombres y por esto piden, en especial los budistas, una actitud de amabilidad y amor que impida dañarse y dañar a otros. Si esa idea es comprendida y adoptada no tiene tanto sentido el yo sino que hay otro sentido superior que es el “nosotros”.

Aunque parezca increíble, la sencillez de estos razonamientos ha sido resistida para enfundarse en otros criterios e interpretaciones más basados en lo personal que en lo universal. De ahí que aparezcan las actitudes y comportamientos humanos como diversos y predomine más el sentimiento personal que el colectivo. Por lógica, lo personal es más propio del animal que del hombre, pues lleva a pensar posesivamente, a crear un yo y ese yo es el centro de todo lo demás. Naturalmente el yo lleva a “lo mío” y este sentido de propiedad es la fuente de todo aquello que hemos llamado emociones destructivas pues genera la hostilidad con todas sus secuelas de belicosidad, ira, enfado, etc. y el sentimiento profundo de propiedad es lo que pone “a la defensiva” de que no se dañe “lo propio” y aparece la envidia, los celos, el odio y todos los mecanismos defensivos que se quieran postular o interpretar como fenómeno observado.

Tiene razón la perspectiva occidental de que ciertas ocurren porque realmente ocurren pero la

ocurrencia no significa que sea lo que deben ser. También tiene razón el oriental de lo que piensa y hace porque ha descubierto otras ocurrencias como es la presencia espiritual pura. Lo que el hombre

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común debe comprender, más aún el occidental, es que en lugar de discutir si hay coincidencias o contradicciones o diferencia de criterios, lo que hay que tratar es de averiguar cual postura es la más cercana y conveniente a la verdadera esencia del hombre. Si bien la occidentalidad ha errado en mucho el camino espiritual real, la orientalidad ha olvidado un poco que el hombre para ser espiritual necesita de una vivienda, un alimento y un vestido. Asimismo, el hombre que ha cultivado su espíritu, el hombre extraordinario que hemos descrito, el que se maneja con el pensamiento superior, puede lograr llegar a un mínimo de confort (en el sentido de proveer lo más necesario para subsistir), mas, esto no soluciona la preocupación por el otro que no puede llegar al estado superior y en su “inferioridad” sucumbe al hambre, la enfermedad, la violencia y al impulso homicida indiscriminado, bajo el cual sucumbe tanto la vida ajena como la propia.

La perspectiva oriental, especialmente la budista, es maravillosa desde lo espiritual y es casi la

más perfecta desde lo humano, pero paradójicamente pertenece a un grupo selecto de iluminados. No es el común denominador de los países budistas, en los cuales la mayoría sucumbe no sólo a sus propias emociones destructivas sino que es víctima de las emociones destructivas ajenas. Tanto la occidentalidad como la orientalidad, cuantitativamente están al borde de un pandemonium. Sólo la voluntad redentora de los iluminados puede hacer que se sume una mayor cantidad de hombres a la senda verdadera.

Pero es que en la realidad los iluminados están muy ensimismados, de forma tal que obran como “aislados” del resto de la humanidad. Esto impide que haya una oferta de mejor humanidad y que no se genere el interés de una demanda de mejor humanidad. La mayoría de la humanidad estuvo y está más obnubilada por la “necesidad imperiosa inmediata” de su alimento físico que por el alimento espiritual.

De nada vale que Buda, Cristo, Mahoma, Gandhi u otros grandes iluminados hayan dejado

sus enseñanzas porque ellas no alcanzan a todos o no son correctamente recibidas e interpretadas por todos. Los “gurúes” fabricados en la India u otros “maestros budistas” (Chopra, Osho, etc.) cuestan mucho dinero para que den unas charlas que sólo benefician a grupos que son más esnobistas que discípulos entrenados. Los monjes budistas, no son como los monjes de ciertas religiones (católicas, ortodoxas, evangélicas) que salen a predicar para convertir. Al budismo, como al judaísmo y de algún modo al mahometismo, no le interesa mucho propagar sus enseñanzas y buscar adeptos. Se limitan a “estar ahí” y a abrirse sólo a aquellos que en forma manifiesta quieren integrarse al grupo. El Dalai Lama no predica su doctrina como el Papa en forma que llegue a todos por todos los medios posibles. El conocimiento budista y el tibetano quedan expresamente reservados a elites muy especiales. Luego, reconozcamos de una vez, que la mayoría de la humanidad vaga huérfana de maestros que la eduquen. O hay pocos maestros y mucha humanidad. O no hay mucho interés de enseñar y aprender. Otra cuestión a meditar. Cómo lograr el equilibrio emocional

Lo más simple sería pensar que el equilibrio emocional puede surgir de una mera ecuación entre emociones destructivas y emociones constructivas. Es como afirmar que nuestra mente se equilibra si el número de emociones destructivas puede ser neutralizado por igual número de emociones constructivas. Pero admitir esto sería admitir que se puede ser “malo” en un momento del día y “bueno” en otro, o en determinados períodos de la vida alternar un “período malo” con uno bueno. Pero si queremos decir que las emociones opuestas pueden actuar simultáneamente podríamos caer en una trampa sin salida porque es imposible ser irascible y apacible a la vez.

Quizás la alternancia es la probabilidad lógica entre emociones positivas constructivas y las

negativas destructivas, y sería más razonable aceptar que cuando se genera y se percibe una emoción

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de un sentido, como reacción se esbozaría la de signo contrario. Esta alternancia operaría como un “piloto automático” en un organismo naturalmente dotado de equilibrio. Pero la realidad y la experiencia muestran que si bien hay ambivalencia emocional en todas las personas que naturalmente tienen emociones destructivas y constructivas, la operabilidad mental no se comporta de acuerdo a lógicas o suposiciones racionales. Los fenómenos emocionales se “dan” simplemente y las posibilidades ciertas son: o estamos adiestrados para manejarlas o ellas nos manejan a nosotros. Lo normal es lo último.

De no ser así, no estaríamos inmersos en la discusión de esta cuestión. Pero tres cosas quedan

claras:

1. la primera es que las emociones existen y que son numerosas y diversas, 2. la segunda es que pueden dominarnos por completo anulando razón y voluntad y ocasionando grandes pasiones o apegos 3. y la tercera es que mediante entrenamiento adecuado podemos ejercer un dominio mental sobre las mismas. Esta tercera cuestión es lo que genera el cultivo del equilibrio emocional que es lo practicado como estilo de vida por los budistas y yoghis y lo propuesto occidentalmente por Goleman como inteligencia emocional.

Es muy patente que las disidencias sobre el método, técnica o modo en que se logra el cultivo

del equilibrio emocional o el control y armonía emocional, dividen a orientales y occidentales en actividades muy disímiles aunque el objeto de la cuestión y los fenómenos sean una misma cosa. No sólo hay problemas lingüísticos-semánticos tras el afrontamiento de la cuestión, sino que median toneladas de cultura en algunas décadas de siglos que marcan sendas diferencias en la forma de pensar, vivir y apreciar la realidad.

Mientras Occidente se ha centrado más en lo objetivo del mundo circundante y en la forma en que el hombre suele expresarse como ser humano, en Occidente simplemente se han concentrado en lo subjetivo, en el interior del hombre y allí han ido a buscar preguntas y respuestas sobre lo que el hombre es y debe manifestar ser y no se han detenido únicamente a observar e interpretar los modos de ser del hombre. Más aún: mientras Occidente fija su atención más en lo patológico que en lo fisiológicos o normal, Oriente directamente trata de que todo sea lo fisiológico y lo normal, para erradicar lo patológico. He ahí, en una muy acortada síntesis personal mía desde un punto de vista propio, de las principales diferencias entre el modo de pensar y vivir de un mundo (occidental) y el otro (oriental).

Luego, no sólo hay que superar lo lingüístico-semántico que de por sí es una respetable barrera, sino hay que lograr una “empatía mental” entre ambas culturas, de las cuales es más lo que Occidente tiene que aprender de Oriente que la inversa. Mientras Occidente discute las partes y los métodos probables, Oriente directamente aborda y adopta el todo bajo el único método probado: el uso completo de todos los atributos mentales puestos al servicio de un funcionamiento armónico de la mente, esto es, de la mejor manifestación del espíritu humano.

La vida espiritual es, definitivamente, la senda que lleva a todos los valores supremos absolutos

universales del hombre: la Verdad y el Bien; la Felicidad y la Plenitud. De nada sirven todas las ciencias occidentales ni la metafísica occidental, si la civilización que éstas implican no ha mostrado a través del tiempo y la historia que haya sido la senda mejor. Ninguna religión ha mostrado, históricamente, la bondad del budismo, especialmente el tibetano. En tanto que los budistas tibetanos han alcanzado un estilo de vida armonioso, sin pasiones, y han comprendido mejor que nadie aquel mandato de “ama a tu prójimo a ti mismo”, pero sin apegarse demasiado a ninguno de los dos, Occidente, sus doctrinas y sus religiones, han sido una ristra interminable de contradicciones, pasiones y resultados más

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destructivos que constructivos para la esencia del hombre. El adelanto tecnológico es la excusa del progreso de la civilización, pero la realidad es como

que todo esto opera como “el peine del calvo” o el “cenicero de motocicleta” o el “guardabarros de avión”. El hombre occidental llega a la cúspide de su saber tecnológico pero está muy atrás para comprender y conocer su propia esencia. Hay una “evolución de la civilización” que conlleva la “involución espiritual”. Luego, todo el brillante quehacer de la “aparatosidad” occidental, ha sumido al hombre en el ludismo del confort y de un falso placer sensual, mientras ha anestesiado su mayor poder: su propia esencia manifestada por su espíritu. La ciencia occidental es la “realidad de lo mutable, temporal o transitorio, parcial, relativo y contradictorio”. No hay una unidad racional, lógica, sensata en la “ciencia académica” ni en la tecnología occidental. Hay aparatos que maravillan por su complejidad y eficiencia como aparatos, pero que en lugar de mejorar al ser del hombre, lo alejan cada vez más de sí mismo, vaciando de todo contenido y significado al hombre mismo.

Luego, ¿cómo entender, conocer y dominar las expresiones espirituales del hombre desviado?.

O mejor: ¿cómo llegar a saber lo qué debería ser la expresión del hombre naturalmente normal, es decir, el hombre verdadero?. Este es el nudo gordiano de nuestro incipiente siglo XXI para el hombre en general y el occidental en especial. El vacío espiritual evidente y el “desentrenamiento mental” para lo espiritual, lo descolocan de su evolución biológica natural y de su progreso esencial, el cual está condicionado sin ninguna duda, al cúmulo de saber cultural adquirido a través de la evolución histórica. El hombre ha experimentado muchas cosas para aprender a adoptar lo positivo y descartar lo negativo. Aprender a ser cada vez más sabio y lograr lo que se ha considerado la verdadera evolución del hombre: su perfección espiritual.

Pero su equilibrio emocional está desquiciado por las emociones que obnubilan su inteligencia, la principal herramienta del saber y la verdad. Tanto es así que no puede encontrar una definición a su propio ser. No puede, lingüísticamente, alcanzar un acuerdo semántico para llegar a un concepto claro de lo qué es la mente, el alma, la vida y el espíritu del hombre. Por lo tanto, para encontrar un equilibrio emocional y, mejor que ello, un “equilibrio mental” que significaría un “equilibrio espiritual” lo primero es condicionar el más maravilloso de todos los instrumentos inventados por el hombre: la palabra. Sin ella no hay conceptos, sin conceptos no hay juicios, sin juicios no se puede pensar correctamente, mejor dicho, no se pueden pensar.

Todo el secreto de todo, reside, entonces, en la palabra (logos, verbum, parábola). A través de

ella se desentraña el significado de los pensamientos y por medio de ellos, el saber de nuestra mente y por la sabiduría mental alcanzamos la sabiduría espiritual. Es muy importante saber como nombra el oriental su realidad y cómo el occidental, porque, lo creamos o no, nos sea evidente o no, esa realidad dependerá más de las palabras con que la describamos, de lo que es ella misma verdaderamente. Quizás el mayor desafío del siglo XXI sea que el hombre “aprenda” a construir un lenguaje más espiritual y menos académico, que llene de un inmenso contenido a sus palabras y que no las emplee como a sus aparatos tecnológicos: considerándolos un don meramente lúdico. Jugar con las palabras como lo hicieron los sofistas y lo sigue haciendo el hombre actual, es jugar “a lo Babel”. Cada vez comprendemos menos, por lo tanto sabemos menos, en consecuencia no sabemos pensar y el resultado final es la vida hueca.

El Dalai Lama ha definido magistralmente la incongruencia lingüística que nos domina:

“Pero el hecho de que Occidente disponga de un término concreto... no necesariamente significa que esté, en especial, interesado en comprender su naturaleza”. Esta corta sentencia del maestro mayor del budismo tibetano ha diagnosticado certeramente la peor falla de todo el sistema de pensamiento de Occidente: muchas palabras, pero poco sentido y nada de comprensión de las mismas.

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La conclusión más razonable sería lo inverso: seleccionar un conjunto menor de términos, por un método de síntesis para que no haya tantos sinónimos que ofician como “más de lo mismo”, cada palabra elegida debe contener un significado muy concreto y bien preciso, de alcance universal y todos deben buscar consenso para aceptar una misma palabra con un único sentido. Lo opuesto, que es lo que ocurre hoy, no significa libertad de expresión, de creatividad o riqueza cultural o espiritual.

Tampoco es expresar la originalidad individual o personal. En lo esencial no hay originalidades

o creatividades personales. Lo creativo es aprender nuevos aspectos de un mismo fenómeno, en la medida que estos nuevos aspectos nos sirvan para perfeccionar el saber. De otro modo, todo operaría como “muy ingenioso” pero vacuo, pues sólo sería otra forma del ludismo a que es afecto este hombre siglo XXI.

Si hay un interés genuino en aprender la verdad, particularmente en la cuestión del ser humano y su espíritu y todo lo que hay tras de ello, hay que disponerse a cambiar todo aquello que no ha hecho efectivo ningún resultado positivo para los fines últimos de la existencia humana y del por qué del hombre. Sé muy bien que no faltará un “ingenioso” que pretenda presentar lo que digo como otra “utopía” más o como un oculto fundamentalismo para eliminar “la diferencia de otras opiniones”. Esta es, efectivamente, la apariencia de lo que manifiesto. Pero así como he tratado de calar más profundo en mis propias palabras, buscando rescatar una etimología más universal y comprensible y seleccionando las mejores experiencias para apoyar mis conceptos, hay detrás de mi intención la genuina inquietud de pensar sobre lo más cercano a la verdad de la realidad y del hombre. No es una afirmación superficial egoísta, ni una intención de creer que sólo lo que yo digo es “lo que debe ser”.

He citado puntual y taxativamente las experiencias comprobadas de la universalidad de algunos

asertos. Quizás sea muy ingenuo al invitar a otros a buscar un consenso. Pero entiendo que sin el esfuerzo de comprender lo que cada uno quiere decir, no hay entendimiento mutuo y universal posible. Para eso, lo primero es lo primero: ponernos de acuerdo en lo qué queremos expresar con cada palabra que hablamos, escribimos o inventamos. Es preferible un neologismo concreto y cargado de sentido, que un sinónimo de analogía que no expresa un significado concreto y lúcido y sólo da vueltas sin lograr hacernos comprender lo verdadero.

Esta intención es, además de aprender a conocer la naturaleza y el valor del lenguaje oral y

escrito, evitar el sofismo, la retórica, la mera opinión o un “simple decir” para buscar el “decir verdadero”: sintético, concreto, pleno de sentido y de consenso universal. Cuando digo hombre, debe entenderse por tal todo ser vivo, independiente de rasgos individuales, que tenga los atributos del ser humano, la esencia más que la forma.

Sin embargo, no sucede lo mismo cuando digo Dios. Si bien todos aceptan la referencia a un

“ser superior” al “ser humano”, de ahí en más, la palabra puede ser cualquier cosa, según la intención del que habla. Esta forma caótica de interpretar o de usar las palabras es lo que se pretende resaltar para llegar a aceptar la existencia del fenómeno, en primer lugar, y en segundo lograr buscar la forma de modificar lo inútil. Nos guste, o no, la palabra es una herramienta, un útil. Sino cumple la utilidad para la que fue creada, es una palabra inútil.

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La formación de la identidad ¿Qué es la identidad?

Identidad es un vocablo muy usado. Pero, como ocurre con todas las palabras que solemos emplear en forma literaria, científica o cotidiana, los significados o conceptos varían considerablemente según la intención o el objeto al cual quiere hacerse referencia. Así, identidad pasa a ser una palabra polisémica, de significados múltiples según la intención del que habla o el campo especifico a aplicar. No es lo mismo una identidad personal, que una identidad de género, que una identidad social, etc.

Partiendo de una base sencilla e inmediata, lo primero a considerar cuando se trata de desarrollar una idea o concepto de una palabra determinada, es ir a lo denotativo, a lo que el diccionario de la lengua expresa o define de esa palabra. En nuestro caso, el diccionario de la Real Academia Española (RAE), si empezamos con identidad nos encontramos que es la “cualidad de idéntico” “hecho de ser una persona o cosa la misma que se supone o se busca”: Idéntico surge del prefijo ídem y “dícese de lo que es lo mismo que otra cosa con que se compara” “muy parecido”. Esto, en cuanto a la palabra identidad en sí misma. En lo referente a la raíz o prefijo ídem, significa “el mismo”, “lo mismo”.

Jugando un poco con la etimología, podemos concluir que identidad es la conjunción de ídem con entidad. Según la RAE, entidad es “ente o ser” “lo que constituye la esencia o la forma de una

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cosa”. En el caso particular del hombre, siempre se ha dicho que su esencia o ser es algo encerrado, dentro del hombre, en su intimidad. Es lo que constituye su mismidad o sistencia. Luego, la entidad del hombre es su propia mismidad, sistencia o intimidad, la cual es muy poco accesible en forma directa por la razón o el conocimiento. Cuando un hombre logra expresarse según su entidad, “lo qué él es”, se puede decir que se ha expresado “a sí mismo”. Lo que se manifiesta o expresa es “lo mismo” “su mismidad” y esto significa que lo expresado es “lo mismo que su entidad”. Esta idea o expresión sería la significación semántica de identidad. La identidad ontológica o esencial es la conformidad de la expresión de la yoidad (como manifestación de la mismidad) con lo qué realmente es esa mismidad. Puede ser una manifestación espontánea o bien resultar de un proceso de educación esencial. Cuando la conformidad entre la yoidad manifestada y la mismidad es plena, hablamos de una identidad auténtica, en palabras de la Filosofía Antropológica. Quizá la frase más famosa que ha definido a identidad, es la escrita en la Biblia, cuando Dios se definió a sí mismo como “yo soy el que soy”. Ése es el significado etimológico y esencial del vocablo identidad.

Pero una cosa es la semántica y la autenticidad y otra el uso. A continuación transcribiremos algunas opiniones expresados por escritores mendocinos en un encuentro realizado en Mendoza, en octubre de 2005 sobre el tema “Literatura e identidad”.

Rolando Concatti, escritor mendocino, afirma que “la identidad pertenece a la antropología, la psicología, la sociología, la historia de la cultura. Responde a la pregunta: ¿quién soy yo?; a la pregunta ¿quiénes somos nosotros?. Intenta una mirada al pasado, a las raíces, pero también al presente y al incierto futuro”. La identidad no es una “cosa” rotunda, definitiva, sino algo vulnerable y una cuestión. Siempre incluye elementos raciales, históricos, lingüísticos, como también componentes imaginarios, simbólicos, míticos, futuristas. Porque los humanos no quieren sólo ‘sobrevivir’ sino también ser ‘personas’, quieren sentir un reconocimiento individual y social. Por eso uno de los sentimientos primarios es el “sentimiento de pertenencia”: necesito saber que existo. Instintivamente, la mayoría de las personas busca al menos el reconocimiento mínimo de pertenecer a un grupo sea cual fuere, incluso uno imaginario: un grupo religioso, un club de fútbol, una banda de rock. La pérdida total de la identidad... es la deshumanización... que lleva a la indiferencia y al silencio de los otros... La identidad está llena de paradojas. La primera es su carácter de gran medida inconsciente. Si preguntamos a los jóvenes contestarán extrañados ¿Qué sé yo de la identidad? ¿Qué me importa la identidad?. Vivimos uno de los momentos de la historia de más mutación, de más trasvasamiento de identidad, sobre todo en los jóvenes. Al extremo que sociólogos y estudiosos hablan de una ‘identidad líquida’, en movimiento, nunca estable. Maleable a los mensajes globalizadores que arrasan y unifican gustos y valores, sometida al vértigo consumista. Otra paradoja es que siendo por tendencia universal, abierta a su tiempo, la identidad tiene un polo de exclusividad, de uno mismo, de intransigencia a negociar lo más íntimo, lo más propio. Ciudadano del mundo, sí, pero también de mi estricto misterio, mi pueblo, mi lengua, mi religión, mi destino. Por eso, la violenta globalización actual ha multiplicado los focos de resistencia, de retorno a la naturaleza, a lo local, a religiones ancestrales, a lo distinto. Y todo con tendencia a los extremos. De modo que nuestro tiempo, que debería ser el de la racionalidad y el diálogo, es cada más el de las exclusiones, los extremismos; cada vez más el del capitalismo fundamentalista unívoco y el de los fundamentalismos opositores, volcado con furor al terrorismo. No hablamos pues de un temita más o menos ‘culturoso’, la identidad, sino de un dilema donde nos va la historia, el futuro”

José Luis Menéndez, otro escritor mendocino, sostiene que Identidad no es un concepto unívoco. En un primer sentido sería el conjunto de características, historia común, habilidades, etc., por las cuales un grupo de personas se reconocen y asocian entre sí. Se puede hablar de identidades nacionales, profesionales, genéticas o de cualquier otra clase. Siempre se tratará, en definitiva, de reconocer un conjunto de rasgos básicos, que naturalmente, en tanto se apliquen a grupos en

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movimiento y no a individuos petrificados, admiten algunas diferencias, exclusiones, y a veces, hasta rasgos o condiciones opuestas”

Jorge Ricardo Ponte, sociólogo y arquitecto mendocino, piensa: “según nuestra opinión, la realidad no existe como tal sino que siempre es una representación de un grupo de individuos, de allí que, hablar de identidad nos llevaría necesariamente a fijar la atención sobre la representación social de la misma. La identidad, en tanto representación social, no sólo nos permite definirnos y diferenciarnos ante los demás sino que también nos permite construirnos a nosotros mismos y forjar la autoestima del grupo de pertenencia. Esta idea de identidad como algo inasible conspira, obviamente, con la representación de la identidad que tienen determinados grupos sociales, para quienes la identidad nacional, por ejemplo, es algo fijo y permanente, un modelo al cual hay que ajustarse y al cual se apela en el discurso, a retornar recurrentemente. Por eso se entiende que se diga de la sociedad contemporánea que “habría perdido sus valores”. ¿Cuáles valores?. Los establecidos ‘a priori’ como los caracterizantes de una determinada identidad fija como inmutable. Como cada grupo social tiene una identidad fijada como modélica, los modernos, los progresistas, los tradicionalistas, los iconoclastas, etc. y cada uno pretende imponer su propia representación de la identidad, se verifica en el campo social una lucha de poder que se refleja en una lucha de representaciones sociales sobre la identidad. De este proceso suele no tenerse conciencia”.

Marta Castellino sostiene: “En otras palabras, la identidad es una dimensión profunda, insita en el ser, y que cada uno expresa de acuerdo con una serie de variables individuales, a partir de una raíz común” Es evidente que todas estas opiniones vertidas nacen de conceptos extraídos parcialmente de la sociología, la psicología, la antropología y la filosofía.

En Psicología, identidad es lo que se refiere al “desarrollo de una percepción coherente e íntegra de uno mismo” Esta definición es muy amplia y general y la misma Psicología se encargará luego de ir especificando los grados y tipo de percepciones que se tenga de diferentes aspectos de una misma persona. Luego, en forma inmediata, la percepción “coherente e íntegra de uno mismo” significaría lograr conocerse cómo se es realmente. Hemos dicho que el ser o esencia personal es de algún modo inaccesible en forma directa a la razón o conocimiento. Por lo tanto, ese conocimiento se irá adquiriendo según las formas o modos de expresarnos (los “modos del ser” de Heidegger). La Psicología se encarga de ilustrarnos que la percepción de uno mismo, en cierta forma, no sólo lo es por una introspección o autorreflexión (autopercepción) en busca de nuestras sensaciones íntimas que dan forma a las ideas y pensamientos que constituyen nuestra personalidad, sobre la base de una “idea de sí mismo”. Esa autopercepción se completa con la percepción “de las funciones que se desempeñan o se pueden desempeñar en la sociedad y del compromiso que se tiene para usar ciertos valores o creencias como guías de vida y de las relaciones con los demás”. Esto equivale a una “expresión pública” o “externa” del “uno mismo” y constituye una especie de identidad social y constituye una especie de compromiso con la imagen de uno mismo frente a los demás. Esta expresión “social” de uno mismo, es lo que ha llevado a pensar a algunos investigadores o autores de un proceso de formación de identidad. En consecuencia, esa formación de identidad, como proceso, exige un desarrollo y se origina la “teoría del desarrollo humano” y así Erikson, psicólogo alemán autor de esa teoría, cree que el desarrollo psicosocial es la base de la formación de la entidad social de una persona. El mismo autor pensó que la consolidación de ese desarrollo y formación de entidad empieza en la adolescencia y llega hasta la primera adultez.

La identidad social no sólo es una expresión de uno mismo a través de su personalidad y modos de presentarse en sociedad o el conjunto de conductas desarrolladas en ella. Hay muchas formas de tener una identidad social. La primera y más primordial, incluso impuesta por ley, es la identidad

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individual que exige: 1. nombre y apellido 2. documentos de identidad 3. estado civil 4. edad 5. profesión o estado social 6. identificaciones individualísimas: huellas dactilares, DNA, fisonomía, etc. Después de la identidad individual vendrán las otras identidades sociales como: 1. pertenencia étnica 2. pertenencia a un grupo social: político, religioso, civil, status económico, etc. 3. nacionalidad, etc. Identidad y adolescencia

Si seguimos algunas ideas de investigadores, en que la identidad comienza a consolidarse en la adolescencia, según algunas escuelas psicológicas, en esa etapa etaria, el adolescente enfrenta una crisis entre el desarrollo y la difusión de una identidad (identidad difusa). Es una transición o tránsito difícil donde puede gestarse o no, una identidad eficiente. Eficiente en tanto y en cuanto el joven logre comprenderse a sí mismo, comprender a los demás y al medio social en el que vive y debe desarrollarse. Asumirse a sí y asumir a los demás y lograr un rol social satisfactorio implica un desarrollo considerado como positivo para llegar a la madurez y, posteriormente, a la plenitud individual. Pero lo más frecuente es que esta etapa etaria sea falible y plena de carencias. Especialmente hoy en que no hay un medio social que contenga debidamente a niños y adolescentes y que mal contiene a los adultos. Puede que un niño al llegar a la adolescencia tenga un desarrollo considerado como satisfactorio, o bien, no llegue a tenerlo (carencias o desarrollo disminuido) o bien desarrolle una dimensión más allá de ciertos límites. El primer escalón para el desarrollo, y dentro de él la adquisición de una identidad, es la asunción de determinados valores y creencias. Tanto la niñez como la adolescencia son etapas etarias llena de necesidades y de pocos elementos o medios para cubrirlas por sí mismos, sin el apoyo de la comunidad. Estas necesidades si son satisfechas llevan a un estado de seguridad, pero si no llegan a ser cubiertas suficientemente, se desarrolla un sentimiento de inseguridad, que el niño y el adolescente naturalmente poseen. La percepción de un sentimiento de inseguridad lleva al púber o adolescente a buscar cosas que le ayuden a paliarlo o encubrirlo. Teoría Marcia: formación de la identidad en adolescentes

James Marcia cree que hay cuatro formas en que un adolescente puede alcanzar los objetivos de formar una identidad: 1. Jóvenes que intentan evitar el desarrollo de una identidad personal independiente del medio social en el que conviven. Así, pues, sin más asumen todos los valores y concepciones de sí mismos, los que extraen del ambiente o contexto social y familiar en el que están inmersos. Para hacerlo no realizan ningún tipo de análisis de los mismos ni reflexionan sobre la conveniencia o inconveniencia de los mismos, si los perjudican o benefician. Se cree que esta forma de adquirir identidad es negativa pues no ha intentado dudar de la autenticidad de la identidad que asume y sólo aceptan a ciegas cuánto le propone el medio o los otros que le rodean 2. Muchos jóvenes “postergan” la búsqueda o el encuentro con su identidad constituyendo una verdadera moratoria de identidad. Suele ocurrir en aquellos jóvenes dependientes aún hasta la edad adulta (más allá de los veinte años de edad) que son “mantenidos por la familia” y por lo tanto no

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piensan ni necesitan trabajar o formar su propia familia. Estos jóvenes constituyen una franja mayoritaria en la sociedad argentina actual. Son los que pasan muchos años en el mero análisis de las opciones sociales y los valores que la sociedad ofrece y no pasan de una conducta de ensayos (pero no concreciones) de opciones personales. No adquieren ningún compromiso prematuro con las opciones que usan o estudian. 3. Existen jóvenes que no pueden llegar a optar una conducta que les permite dirigir el proyecto de su vida o existencia y no adquieren seguridad suficiente para asumir algo, desechando definitivamente otras opciones. No anclan en cosas definidas y se mantienen en niveles de absoluta relatividad, dado que no admite o no puede admitir algo absoluto y definitivo. A esto se le ha denominado difusión de identidad. Consiste en “vivir el instante” sin cuestionar ni planear ningún futuro. Los problemas o necesidades se van resolviendo a medida que se presentan y con cualquier modo, generalmente transitorio. No asumen ningún compromiso consigo ni con nadie y carecen de todo plan o meta para su vida. 4. A este grupo pertenecen los jóvenes que logran una identidad manifestada en un compromiso, que como luego veremos, sea no fanático. Ese compromiso debe serlo con un conjunto de valores que originen una dirección y un sentido a la vida personal, un proyecto existencial individual. En ese proyecto se adopta una imagen no rígida de sí mismo, lo que permitiría consolidar una especie de fidelidad bajo la imagen de fortaleza del yo (Erikson). Consiste en ser fiel a uno mismo, tomando la total responsabilidad de su vida propia y personal, en total convivencia y armonía con los otros.

Cuando un joven no llega a consolidar una identidad, dijimos, aparece un sentimiento molesto de inseguridad, al que tiende a encubrirse. Una de las maneras de lograr ese encubrimiento es asumir exageradamente su compromiso social como una manera de sentirse persona segura. Ese aferramiento hipertrofiado a determinadas creencias, generalmente rígidas, configura una persona que vive de extremos, esto es, de fanatismos. Adquiere ideas fijas y extremistas que no forman de ningún modo una identidad pero que le da una sensación de falsa seguridad. Aferrarse tozudamente a un valor o creencia, de cualquier naturaleza, es como si estuviera naufragando en medio del mar y encuentra un elemento flotante al que le da sentido de seguridad. Esta idea extremista es una especie de flotador que le permite sobrenadar y no hundirse en un medio que considera hostil e inseguro. Los extremismos son diversos: una idea política, religiosa o social, una moda, una costumbre, etc. Explica dicho extremismo las conductas irregulares o desviadas que abarcan desde la militancia en grupos antisociales, hasta la delincuencia, la drogadicción y la perversión sexual.

Otra posibilidad opuesta es que el adolescente no llegue a vislumbrar alguna creencia o valor que le infundan seguridad y no ve en los que la sociedad le ofrece, un camino válido para su desarrollo e identidad. En este caso constituye un inconformista, rebelde, cínico o escéptico que repudia todos los valores y creencias imperantes en su medio, incluyendo a su propia familia. No admite asistir a ninguna institución social y es un marginado de la escuela, de la familia, y de la sociedad en general. Lo mismo que el extremista, puede distorsionar su personalidad y la ausencia de una identidad que le dé seguridad le lleva a conductas desviadas. Tanto el extremista como el escéptico y rebelde son dos formas activas de conductas adolescentes. Por eso, la tipología de Marcia, en su cuarta proposición, habla de no fanatismo.

Pero también sucede que algunos jóvenes aprenden otro tipo de conducta anómica, según la

teoría de la anomia de Robert K. Merton, y pueden llegar a ser conformistas, ritualistas o retraídos, constituyendo un grupo social pasivo. Estos jóvenes no alcanzan a comprender las metas que deben alcanzar, no se siente capaces de adquirir valores y creencias que les provea de una formación social y un desarrollo eficiente y por lo tanto, o abandonan todo (retraídos) o manifiestan una adhesión pasiva (conformismo) o desarrollan conductas con formas sociales aceptadas pero que no son asumidas con convicción (ritualismo). La falta de un identidad auténtica es la causa de la conducta desviada y anómica (conducta que no tiene reglas o normas aceptables y útiles o carece de todas ellas).

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Quien mejor ha estudiado las conductas anómicas es el sociólogo norteamericano Robert K.

Merton. Veamos que explica este autor de esas conductas anómicas. Tipos de adaptación individual Merton hace diferencias entre los tipos de reacciones individuales en situaciones particulares en que una persona puede encontrarse frente a los objetivos y normas de una sociedad y completamente aparte del lugar del individuo en la estructura social y las reacciones individuales donde el individuo, desde el lugar que ocupa en la sociedad, se sitúa frente a la estructura social. Estas reacciones son las que Merton denomina adaptación de los individuos dentro de una sociedad portadora de cultura. Para clasificar esos tipos de adaptación, Merton hace el siguiente cuadro: Modos de adaptación Metas culturales Medios institucionalizados I - conformidad acepta acepta II - innovación acepta rechaza III - ritualismo rechaza acepta IV - retraimiento rechaza rechaza V - rebelión rechaza y sustituye rechaza y sustituye Estas categorías se refieren a la conducta que corresponde al papel social en tipos específicos de situaciones, no a la personalidad de los individuos. Son tipos de reacciones más o menos duraderas y no tipos de organización de la personalidad. Conformidad Merton afirma que “la conformidad tiende a seguir siendo la reacción habitual (...).En la medida que es estable una sociedad, la conformidad con las metas culturales y los medios institucionalizados es la adaptación más común y la más ampliamente difundida”. El engranaje de expectativas que constituye todo el orden social se sostiene por la conducta moral de sus individuos, que representa conformidad con las normas de cultura consagradas, aunque, quizás, secularmente cambiantes. Merton aclara que conformidad no significa rigidez de normas, sino que admite el cambio pero dentro del marco normativo. Sin embargo, señala que hay que distinguir “la conducta que puede llamarse de superconformidad o de supersumisión a las normas institucionales, que representa franca comodidad, de la que fue analizada sociológicamente como divergente”. La superconformidad funciona como una conformidad en exceso. Pero, en realidad, como a la teoría de la anomia interesa la conducta divergente, a este tipo de adaptación el autor no presta mayor análisis. Innovación Entre las causas de la innovación puede existir una combinación de la importancia cultural con la estructura social y esa combinación produce una presión intensa que obliga a la desviación de la conducta. La presión dominante empuja hacia la atenuación gradual de los esfuerzos legítimos, pero en general ineficaces, y el uso creciente de procedimientos ilegítimos, los que resultan más o menos eficaces. La sustitución total de procedimientos legítimos o el uso total de procedimientos ilegítimos, configuran el estado de adaptación conocido como innovación. El equilibrio entre los fines culturalmente señalados y los medios, se hace muy inestable con la importancia cada vez mayor de alcanzar los fines, cargados de prestigio, por cualquier medio. Esta concepción alcanza ribetes

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maquiavélicos del aforismo “el fin justifica los medios”, lo que debe ser traducido como que cualquier medio es bueno para alcanzar un fin. Esta forma de pensar es la que produce la conducta desviada, porque de algún modo, la importancia dadas a los fines se vuelca a los medios y ya no importa el principio ético-jurídico de legitimidad o ilegitimidad. En la combinación estudiada, la falta de oportunidades, o sea, el cierre de acceso a los medios legítimos, o el estrechamiento de los mismos, juntamente con la exagerada importancia del objetivo, explican la conducta desviada. No obstante, que esa conducta sea explicada por las circunstancias de no consecución de medios legítimos, adecuados a un fin, la no consecución de medios no produce frecuencia elevada de conducta desviada. Sólo cuando un sistema de valores culturales exalta, por encima de todo lo demás, ciertas metas-éxito comunes para población en general, mientras que la estructura social restringe o cierra el acceso a medios legítimos a una parte considerable de la población, para alcanzar esas metas, es cuando se produce la conducta divergente en gran escala. En síntesis: por sí solo el no acceso legítimo a los medios para alcanzar una meta-éxito no es suficiente para generar la conducta desviada de una comunidad. El hecho en sí configura una causa, pero esto es en sentido cualitativo. En sentido cuantitativo, es decir, lo que genera conducta desviada masiva en la comunidad, es cuando los medios legítimos se cierran a una gran cantidad de los miembros de la comunidad: hay una relación directa pues a mayor cantidad de excluidos, mayor cantidad de conducta desviada. Este análisis teórico puede ayudar a explicar las correlaciones variables entre delincuencia (como tipo de conducta desviada) y otras variables como la pobreza (medios cerrados o restringidos para acceder a la riqueza).

La formulación de este punto y los ejemplos dados por Merton al analizar la innovación, llevaron a algunos sociólogos como Cohen, a identificar innovación con delincuencia y, desde ese punto de vista, innovación no sería el uso de medios ilegítimos o su alternativa del rechazo de medios legítimos, sino directamente el uso de medios ilícitos o ilegales. Esto conduce a que Merton aclare que los medios legítimos no son exclusivamente los legales, pues comprende a éstos y otros tipos de medios no contemplados por la ley, pero sí aceptado por la sociedad ética. En cuanto a los medios ilegítimos, de igual modo, no solo comprenden y abarcan a los medios ilícitos o ilegales, sino a una gama de medios no contemplados en la ley pero que indudablemente generan conductas desviadas. Así Merton sale al cruce de la identificación de la teoría de la anomia con la explicación de la delincuencia dejando debidamente remarcado que los medios ilícitos o ilegales están incluidos en los medios ilegítimos, pero no los constituyen exclusivamente. En los nuevos supuestos de la teoría de la anomia, Merton resume lo siguiente: • la teoría trata de objetivos de diferentes clases, culturalmente destacados y no sólo de un objetivo determinado, por ejemplo, el éxito monetario o riqueza • distingue formas de conductas desviadas que pueden estar muy alejadas de las que representan violaciones de la ley • la conducta divergente no es por necesidad disfuncional para el funcionamiento eficaz y desarrollo del grupo social • los conceptos de desviación social y de disfunción social no albergan premisas éticas ocultas • de la teoría surge que otras metas culturales suministran una base para estabilizar los sistemas cultural y social. Ritualismo El ritualismo implica el abandono o la reducción de los altos objetivos culturales del gran éxito y de la rápida movilidad social a la medida en que pueda uno satisfacer sus aspiraciones. Pero aunque rechace la obligación cultural impuesta o aunque reduzca sus horizontes, el ritualista sigue respetando de manera casi compulsiva las normas institucionales. Cuando en una sociedad el uso de medios para alcanzar los objetivos culturales se da con una lucha en forma competitiva o la lucha competidora

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incesante, produce ansiedades agudas para lograr el objetivo. Para mitigar esas ansiedades, el ritualista rebaja en forma permanente el nivel de aspiraciones. O bien, el miedo de no alcanzar los objetivos produce inacción o, mejor dicho, acción rutinizada (lo que comúnmente se llama “seguir la rutina”). El ritualismo es una reacción a una situación que parece amenazadora y suscita desconfianza. Entonces la reducción de los objetivos (búsqueda de objetivos menores o alcanzables fácilmente) da satisfacción y seguridad. De ahí las frases del ritualista “juego sobre seguro”, “estoy contento con lo que tengo”, “no aspires a demasiado y no tendrás desengaño”, “no me afano por nada”. Es la actitud implícita de quien teme “ser señalado” o que “le sucederá algo”. En resumen, ritualismo es el modo de adaptación para buscar en forma individual un escape privado de los peligros y frustraciones que al ritualista le parecen inherentes a la competencia para alcanzar las metas propuestas. Luego abandona las metas (las rechaza) y se aferra estrechamente a las seguras rutinas de las normas institucionales. Las normas de socialización hacen que muchos individuos soporten una pesada carga de ansiedad en ciertas clases sociales. Así, lo que podría llamarse clase media baja, por las presiones de una severa preparación, está más propensa a caer en el ritualismo, siendo un ejemplo típico de esto, el burócrata. Merton sindica al ritualista como el ubicado en la primera etapa de las seis que López y Mira fija como graduación del miedo (uno de los CUATRO GIGANTES DEL ALMA): “Prudencia y moderación: observado desde afuera el sujeto parece moderado, prudente y modesto. Mediante la autorrestricción voluntaria limita sus pretensiones y sus ambiciones y renuncia a todos los placeres que implican riesgo o exposición. En esta etapa, el individuo está ya bajo la influencia inhibitoria del miedo. Por el contrario, más bien se siente satisfecho de sí mismo y orgulloso porque se considera dotado de mayor perspicacia que los demás seres humanos”.Así como la conformidad es la adaptación más frecuente, el ritualismo es la menos frecuente. Retraimiento Los retraídos están en la sociedad pero no son de ella. Más que adaptados parecen mal adaptados o inadaptados sociales. A esta categoría pertenecen algunas actividades adaptativas de los psicóticos, los egotistas, los parias, los proscritos, los errabundos o vagabundos (vagos o “casos sociales”), los borrachos crónicos y los drogadictos. Aunque físicamente están presentes, psíquicamente están ausentes o alejados de las metas de la sociedad. La lucha para alcanzar los objetivos a través de medios institucionalizados en todos los esquemas vistos, se mantiene, pero mientras el innovador busca medios ilegítimos o no aceptados y el ritualista se aferra a medios cómodos para mantener una formalidad de lucha que no sostiene en realidad, el retraído directamente no lucha. No participa. Es un verdadero marginado dentro de la sociedad. El conflicto de la incapacidad para alcanzar los objetivos a través de los medios propuestos, lleva al retraído al derrotismo, el quietismo y la resignación absoluta, que operan como verdaderos “mecanismos de escapes”. En esta situación, el escape es completo. El retraído resuelve el conflicto abandonando ambos elementos: metas y medios. El escape, en cierta manera, opera como eliminador del conflicto y el individuo queda socializado con su retraimiento, como un “marginado social”. Se dice que está “socializado” porque queda dentro de la sociedad con su quietismo. El retraído sufre la discriminación y el rechazo social que es la condena que la sociedad da a quien no acepta sus valores y no lucha por ellos y, esta sociedad, persigue a los retraídos incesantemente, como dice Merton, “hasta sus guaridas”. El retraimiento suele darse en las llamadas familias problemas, esto es, las familias que no viven de acuerdo con las expectativas normativas que prevalecen en el medio social. La pasividad psíquica o intelectual que se observa en ciertas capas de trabajadores, puede ser una especie de retraimiento. Otros casos de retraídos sociales se encuentran entre viudos y jubilados “de oficio” o retirados del trabajo (cesantes). El retraimiento en ellos se manifiesta por nostalgias por el pasado e indiferencia por el presente. Queda por ver si en la conducta retraidista entran las clases de apatías sociales (política, cultural, organizadora), que actualmente

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estudian los sociólogos en determinados sectores de la comunidad. Rebelión Mientras las otras adaptaciones de la conducta desviada se ven más en el plano individual que colectivo, probablemente la rebelión sea el único tipo de adaptación colectiva. Esta adaptación lleva a los individuos que están fuera de la estructura social ambiente, a pensar y tratar de poner en existencia, una estructura social nueva. Postula cortar de raíz (radicalismo) todo aquello que considera que hay que cambiarse, es decir, quiere arrancar de cuajo una determinada meta u objetivo o determinados medios, pero no en forma gradual sino en forma abrupta, súbita y violenta. Es la actitud que está a la base de determinados revolucionarios que buscan cambiar la sociedad más por la violencia que por la persuasión y con el instrumento de doctrinas fundamentalistas (por ejemplo, marxismo, fascismo, etc.). Antes de examinar la rebelión, como modo de adaptación, debe ser distinguida de un tipo superficialmente análogo, pero diferente en esencia, que es el resentimiento. No es lo mismo un resentido social que un rebelde social. El resentimiento social es un sentimiento muy complejo, en el cual engranan tres elementos básicos:

sentimientos difusos de odio, envidia y hostilidad sensación de impotencia para expresar esos sentimientos contra quien los suscita el sentimiento constante de esa hostilidad impotente.

El punto esencial que distingue resentimiento de rebelión es el verdadero cambios de valores: el resentimiento no implica verdaderos cambios de valores (sólo el desplazamiento de aquellos que molestan), la rebelión sí contiene cambios verdaderos de valores. Para el resentido, el rechazo de valores no es porque no los desee, sino que no los puede alcanzar. Son como las “uvas verdes” de la fábula de la zorra. En cambio para el rebelde, lisa y llanamente, no hay deseo de determinados valores y los rechaza abiertamente, independientemente de que pueda alcanzarlos o no. En el resentimiento se condena lo que se anhela en secreto y no se tiene; en la rebelión directamente se condena el anhelo, pues no hay deseos de esos valores. Pero no hay que desconocer que aunque resentimiento y rebelión son dos cosas diferentes, la rebelión organizada puede aprovechar un vasto depósito social de resentidos y descontentos, a medida que se agudizan las dislocaciones institucionales. Cuando hay quiebra o disloque institucional, está montada la escena para la rebelión como reacción adaptativa. Pero para pasar a la acción política organizada no sólo hay que negar la fidelidad a la estructura social vigente, sino que hay que trasladarla a grupos nuevos poseídos por un mito nuevo. El mito aquí, tiene una función dual:

sitúa la fuente de la frustración en gran escala en la estructura social existente pinta otra estructura social distinta a la existente donde supone que no dará lugar a la

frustración que padece. El mito es como una especie de carta o título para la acción rebelde. Naturalmente, en toda acción política hay dos planteos claros y distintos: • o se lucha por una ideología • o se lucha en contra de ella. Al mito que políticamente los rebeldes tratan de imponer, se le opone el contra-mito de los conservadores que son los que no desean cambiar los objetivos culturales. El conservador a ultranza (no desea ningún cambio) son los conformistas políticos. El conservador moderado es que admite que puede haber un cambio, pero éste debe partir conservando las estructuras útiles existentes y ese

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cambio no debe ser brusco sino gradual. El gradualista está en un camino intermedio entre el conservador conformista y el rebelde social. El mito conservador afirma que las frustraciones están en la naturaleza de las cosas y ocurrirán en cualquier sistema social (incluso en el que proponen los rebeldes). Niega el valor del mito rebelde. Trata de explicar la inevitabilidad de las frustraciones o sino trata de desviarlas de la estructura social para ubicarlas en el individuo. Así, razona diciendo que el “fracaso” es el individuo porque en la estructura social vigente “realmente todo individuo consigue lo que se propone”. Ambos mitos, tanto el rebelde como el conservador, según George Pettes, trabajan por el monopolio de la imaginación, con el cual tratan de definir la situación en tales términos que muevan al frustrado:

hacia la rebelión (rebelde o revolucionarismo) o que se aparte de ella (conservadurismo).

A pesar de los que pueda pensarse, los frustrados que llegan a rebeldes no pertenecen a los estratos deprimidos de una sociedad, sino son típicamente individuos de una clase en ascenso. Porque estas clases en ascenso son los que organizan al resentido y el rebelde, dentro de un grupo revolucionario. De esta forma, rebelión puede identificarse con revolución. Cuando la rebelión se limita a elementos relativamente pequeños e impotentes (en cuanto a número) de una sociedad, suministra un foco latente (potencial) para la formación de subgrupos, subculturas, que se distancian o separan físicamente del resto de la comunidad, pero están unidos entre sí. Ejemplos de este tipo están en los adolescentes automarginados que se reúnen en “pandillas” o en “patotas”, que entran a formar parte de un movimiento juvenil con una subcultura distintiva propia (hippies, beat, heave metal, etc.). Sin embargo, esta reacción tiende a ser inestable, a menos que los grupos nuevos y las nuevas normas estén suficientemente aislados del resto de la sociedad que los rechaza. Cuando la rebelión se hace endémica en una parte importante de la comunidad, suministra una base para revolución, que refunde la estructura normativa y la estructura social (por ejemplo, la revolución francesa del siglo XVIII.

Para cerrar lo referente a la adquisición de identidad en la adolescencia, de acuerdo a todo lo expresado, debemos concluir que el proceso de identidad tiene importante conexión o dependencia con el contexto social en que está ubicado el adolescente. También depende mucho de la influencia familiar, la cual está íntimamente relacionada con usos y costumbres de una sociedad, puntualmente en lo referido a la crianza de niños y adolescentes. En esta cuestión influyen las pautas sociales que crean diferencias culturales para criar un niño o una niña. Este es uno de los primeros pilares en la consolidación de identidad en hombre y mujeres. Es tradicional, por ejemplo, que en la cultura occidental la mujer haya adquirido la convicción de que la imagen social y su propia identidad están entrelazada con la idea de ser uno de los pilares de formación de nuevas familias, en su rol de procreadora principal. En tanto que los varones, si bien también tienen un rol de progenitores, éste no está tan relacionado con la formación de la familia, en cuanto a la concepción y parto de los niños y su cuidado inmediato y crianza ulterior, tareas consideradas netamente como femeninas. El varón tiene inculcado un rol de otros aspectos ocupacionales como proveedor o mantenedor de las necesidades materiales o económicas de la familia. Por lo tanto, su rol está más ligado con lo profesional u oficio, es decir, con el trabajo que desempeñará para sostener el hogar. Si bien las costumbres actuales han modificado un poco el sentido de los roles familiares de los padres, aún sigue predominando un sentido de identidad más hacia lo profesional en el hombre que en la mujer. También en la mujer actual hay un sentido de identidad profesional, pero convive con el lazo más fuerte del sentimiento de maternidad, dado que la mujer considera siempre como prioritario la crianza y la educación de los hijos y la consecución de una pareja matrimonial estable y satisfactoria.

Para Erikson, la búsqueda de identidad en los jóvenes les ocasiona una serie de crisis. Así, después de la primera crisis de identidad, los jóvenes en su búsqueda de una identidad deben resolver al mismo tiempo otra crisis que fluctúa entre la intimidad y el aislamiento o ensimismamiento. De

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acuerdo con todo lo que hemos estado tratando sobre este tema, cuando un joven por razones de premura económica, debe adoptar el rol de un adulto, es probable que presionado por las circunstancias tenga que adquirir un cierto sentido de identidad, pero lo hará en una de las formas que Marcia propone: la de no contraer un verdadero compromiso, porque no pudo analizar y reflexionar sobre ese rol que le toca cumplir obligadamente.

Necesariamente, para hablar de formación de identidad, hay que tratar todo lo relativo al autoconcepto, autoestima, autoimagen y autorrealización. La cuarta proposición de Marcia está relacionada con la madurez o plenitud. Usos y criterios de la identidad y las crisis actuales Hoy está muy en boga hablar de “crisis de identidad” tanto en el orden personal como en lo social y en otros órdenes. Desde el punto de vista político se habla de una “crisis de identidad nacional” donde algunos pueblos, especialmente el argentino, tiene grandes problemas para identificar un ser nacional específico, ignorando que si existe una identidad nacional de argentino, ésta no esta conformada por un “ser nacional” único, sino por un “mosaico” de étnicas y culturas. También se habla de crisis de “identidad personal” y una de las más graves es la llamada “crisis de identidad genérica”. La identidad de género es la referida al “conjunto de aspectos sociales, conductuales y culturales de la masculinidad y de la feminidad, tan opuestos entre sí como las diferencias biológicas. La identidad de género se ve reforzada continuamente por muchas pautas de vida social y por las expectativas de cómo debe comportarse cada sexo. En la mayoría de las culturas, se espera que los hombres sean independientes, activos, ambiciosos y capaces de controlar sus emociones, a su vez, se espera que las mujeres sean dependientes, sensibles, emotivas y que proporcionen apoyo al varón”. El creciente aumento de la frecuencia y número de casos de homosexualidad, plantean abiertamente una enorme crisis de identidad de género, donde confusamente muchos hombres se creen y actúan como mujeres en forma abierta y viceversa. Algunos cambios sociales y económicos también han creado un cambio de roles masculinos y femeninos y esto hace que las condiciones señaladas para diferenciar las identidad de género, mediante el desempeño de determinados roles rígidos, hoy han llevado a buscar redefiniciones de la identidad de género. Sin embargo, el estricto orden natural implica que siempre hay una diferencia neta psicofísica en el género referido a lo sexual en el hombre y la mujer. Sabemos que como entes humanos, el ser es el mismo para el hombre y para la mujer, aunque la ciencia emplee la palabra hombre para designar el género humano. Por esa razón, la identidad de géneros se refiere específicamente a la identidad sexual que abarca no sólo la posesión de órganos sexuales sino también la configuración de roles sociales de feminidad y masculinidad. La conformación física de los órganos sexuales es una distinción ineludible del género sexual de varón y mujer, como lo es de macho y hembra entre los animales. Lo que puede prestarse a confusión es lo relativo a los roles sociales de feminidad y masculinidad. También es evidente que la presencia física de la mujer, mostrada sin ocultamientos o enmascaramiento define su diferencia con el hombre. Lo que iguala los roles sociales son las modas de vestir y las conductas que ahora se han invertido por diferentes razones económicas y políticas que constituyen razones sociales. Puede que una mujer se constituya en una profesional sobresaliente, en una ejecutiva de empresa y económicamente sea el sostén del hogar. Puede que acceda al poder político y compita abiertamente esos roles, y otros, tradicionalmente manejados por el hombre. Pero lo que no podrá cambiarse nunca es el rol biológico de padre y madre y siempre será la mujer la guía espiritual del hogar y de la crianza de los hijos.

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madurez espiritual Las personas maduras Es habitual escuchar hablar de las personas maduras o inmaduras. ¿Qué se quiere decir con estas palabras?. No hay un consenso homogéneo sobre definiciones precisas y taxativas, pero en general puede decirse que los términos se aplican, en el caso de maduro, a personas que actúan con algún grado de sensatez, mientras que inmaduras son aquellas que no manifiestan conductas totalmente sensatas. También podría decirse que maduras son las personas más o menos serias, responsables e inmaduras aquellas que realizan conductas irracionales o irresponsables. Si pretendemos hacer una lista completa de los criterios de madurez e inmadurez, seguramente podríamos llenar algunas páginas más. Así podemos incluir los que llegan a la vejez con dignidad y porte propio de la edad que se ostenta y aquellos que tratan de aparentar ser jóvenes usando pelucas, ropas juveniles, adoptando actitudes juveniles, etc. De este modo, el ridículo es otra de las notas de la inmadurez. Simplificando enormemente la cuestión, diríamos que hay: 1. rasgos de personalidad positivos 2. rasgos de personalidad negativos

Los rasgos positivos de la personalidad son los que, lógicamente, contribuyen a la personalidad auténtica, es decir, la adecuada al ser humano en su carácter de ente inteligente. Son los rasgos que contribuyen a desarrollar debidamente el ser personal de cada individuo para lograr una vida plena y llena más de satisfacciones que de frustraciones. Son los rasgos que ayudan a adquirir la sabiduría, el equilibrio y la armonía de un buen vivir y convivir socialmente. Serían los rasgos propios de una persona madura.

Contrariamente, los rasgos negativos de la personalidad son los que llevan a la personalidad

inauténtica y a la vida indigna de un ser inteligente. Son los que nos conducen un mayor tiempo a la insatisfacción vital, a la inadaptación social o a la indiferencia por los valores y las virtudes que hacen valiosa la vida humana. Por esta razón, son los rasgos comunes en los inmaduros.

Antes de seguir, debemos tener una idea de la connotación del término madurez. Según la

RAE, la madurez, en lo relativo a las personas, es el “buen juicio o prudencia, sensatez”, “edad de la

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persona que ha alcanzado su plenitud vital y aún no ha llegado a la vejez”. Según estos conceptos, habría dos vertientes que considerar en lo relativo a la madurez de la personalidad humana:

⇒ la relativa a la conducta en sí ⇒ la correspondiente a su desarrollo biológico

La madurez referente a la conducta es una cuestión que está, de alguna manera, relacionada con el desarrollo biológico. Pero el desarrollo biológico es el puntapié inicial de lo que llamamos madurez personal. Es indudable que un niño recién nacido no tendrá una madurez biológica (corporal, del sistema nervioso y de su mente) suficiente para autoabastecerse. Esto lo va adquiriendo a medida que crece en la edad y en la niñez, pubertad y juventud completará el desarrollo biológico. También, en ese desarrollo evolutivo biológico, habrá un acompañamiento de un desarrollo evolutivo espiritual.

Cuando alcance ambos desarrollos, biológico y espiritual, (evolución biológica y espiritual completa) llegará a lo que el diccionario llama plenitud vital, esto es, tendrá la máxima capacidad para desarrollar su vida personal en forma auténtico (vivir como ser inteligente o racional, afectivo y volitivo). La plenitud es el más elevado nivel de desarrollo en sus potencialidades y capacidades como ser humano, esto es, su autorrealización. Psicológicamente, el sujeto maduro se vuelve más consciente de sí mismo, reconoce sus capacidades y sus limitaciones y afina la elección y ejecución de sus intereses. Esto contribuye a que la persona sea independiente y se sienta con todas las posibilidades de formar y hacer cargo con responsabilidad plena, de todo el transcurso de su vida.

La inmadurez es cuando no alcanza ninguno de los dos desarrollos en forma completa

(evolución biológica y espiritual incompleta o parcial). Por lo tanto, es una especie de incapaz de desarrollar una vida auténtica, pues carecerá de responsabilidad e independencia, no sabrá reconocer sus limitaciones ni sus capacidades y no adquirirá el sentido de cómo mejorarlas o adquirirlas. Un rasgo importante de la madurez espiritual, junto a otros, es adquirir estabilidad emocional que le permita desarrollar una vida afectiva relacional competente que satisfaga todas sus necesidades afectivas y que le haga sentirse más seguro de sí mismo. Otro rasgo es la responsabilidad social donde su propia seguridad emocional personal le permita un compromiso profundo con el grupo social o comunidad a la cual pertenece y convive. En este sentido, lo principal es el respeto a sí mismo y a los demás, la confianza que se tenga a sí mismo que inspire en los demás hacia él y el respeto de la libertad y derechos ajenos. Si bien, la edad y el proceso de maduración están estrechamente relacionados, debemos advertir que no son equivalentes. No todo individuo que alcance una determinada edad tendrá automática el grado de maduración necesario o correspondiente a ese grupo etario. Esto ocurre porque la maduración biológica depende del tiempo que transcurre, pero la psicológica dependerá del estilo o forma de vida que le toque vivir. Las personas maduran según la experiencia que adquieren, del aprendizaje a tomar decisiones y del aprendizaje de evaluar errores y aciertos para aprender de ellos y seleccionar más los aciertos y desechar errores. Estos son los pasos necesarios para madurar completamente en sentido personal, emocional, físico, político, social, etc. Por consiguiente, la madurez consiste en tres cosas esenciales: 1. compromiso, 2. estabilidad 3. y responsabilidad,

lo que es fundamental para la convivencia en sociedad y esos tres principios deben tener una base

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sólida que es un conocimiento completo de sí mismo basado en una reflexión profunda sobre sí. La inmadurez es obviar todo esto o algunas de estas cuestiones (inmadurez total o parcial). Tanto la madurez como la inmadurez parcial implica tener un grado de madurez y otro de inmadurez simultáneamente, a tal punto que sólo podrá hablarse de madurez parcial si el grado de inmadurez es poco y viceversa: habrá grado de inmadurez parcial cuando el grado de madurez es menor. Del desarrollo o evolución biológica, la Psicología Evolutiva se ha ocupado de estudiar las diferentes etapas etarias y las condiciones para que una persona adquiera la evolución pertinente o suficiente, esto es, la madurez correcta. Mira y López entiende que la Psicología Evolutiva es un método preferencialmente prospectivo que no debe de perder de vista la unidad de sentido “que impera a lo largo de la vida psíquica individual, a través de sus múltiples variaciones expresivas, y que asimismo aspire a poder sacar de su comprensión, un provecho que lo capacite para el pronóstico de la dirección de su desarrollo. Comprender cómo es el sujeto individual y anticipar hacia dónde va el curso de su vida psíquica son las dos grandes tareas de la Psicología Evolutiva... Aspira a comprender el desarrollo de las actividades psíquicas del ser humano desde el momento en que es concebido en el vientre materno, hasta el instante en que, traspasada su adolescencia, empieza a considerar los caracteres definitivos de su personalidad”. Estos caracteres definitivos de personalidad son los que marcarán la madurez o inmadurez. Autorrealización Hemos antelado que madurar es, en cierta medida, alcanzar la autorrealización, es decir, la realización de sí mismo. Todos los seres humanos tienen potencialidades. Por potencialidad entenderemos al conjunto de posibilidades o de capacidades generativas, es decir, capacidades para ejecutar cosas y producir efectos, que tiene cada persona. Espiritualmente, las tres potencialidades más importantes son las del espíritu, referidas al entendimiento, la voluntad y la memoria. Potencia es, en suma, todo el esfuerzo de que uno es capaz de realizar para desarrollar una personalidad auténtica.

Ergo, en este sentido, autorrealización sería el proceso mediante el cual una persona desarrolla sus potencialidades. La potencialidad es una cualidad latente que en sí no es, no se ha manifestado pero que tiene la posibilidad de llegar a ser algo. Desde el punto de vista de la autorrealización, los seres humanos poseerían dos tipos principales de potencialidades: 1. Potencialidades de la especie: las que comparte con todos los seres de la especie humana 2. Potencialidades individuales: las que dependen individualmente de cada persona y que en parte son resultado de factores constitutivos como puede ser una determinada carga genética, pero que también influyen mucho los factores ambientales o sociales

En realidad ambas potencialidades terminan siendo un producto de las interacciones entre lo constitutivo y lo ambiental. Otras se adquieren por vocación o por desarrollo de aprendizajes tempranos.

En este sentido, existe en el ser humano una plasticidad cerebral que es frutos de los millones

de sinapsis o conexiones entre las neuronas (células del sistema nervioso) que son estimuladas externamente por la percepción sensorial o internamente, por estímulos internos. Hay en esta plasticidad cerebral un “período ventana”, llamado así porque es cuando el cerebro exige ciertos tipos de entradas (en inglés input) para crear, despertar o estabilizar determinadas estructuras y funciones nerviosas para que persistan un tiempo considerable, de acuerdo a determinadas intencionalidades. La

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época de la mayor plasticidad cerebral y la mayor cantidad de períodos ventanas ocurre desde el nacimiento hasta la niñez donde el niño va madurando sus funciones sensitivas y motoras. En este período también se abren las ventanas del desarrollo emocional en lo relativo a la respuesta al estrés y los sentimientos más finos o sensibles como la alegría, tristeza, empatía, envidia, amor, orgullo y vergüenza. Pero también se desarrollan impulsos de odio, hostilidad o violencia.

A medida que se forman nuevas conexiones se van inutilizando algunas de las existentes,

especialmente las que dejan de usarse. Hay un equilibrio entre nuevas conexiones y conexiones desactivadas. Hasta los diez años de edad predominan las conexiones nuevas sobre las desactivadas. Después de esa edad hay un cambio brusco en el cual las conexiones no utilizadas desaparecen por sí, independientemente de la formación de nuevas conexiones y, por otra parte, la cantidad de formación de nuevas conexiones desaparece notablemente.

Este proceso es el que contribuye a moldear la estructura individual del cerebro que camina

hacia la adultez. A la edad de 18 años podríamos afirmar que de no mediar un esfuerzo o educación o instrucción especial, normalmente tanto la formación como la destrucción de las conexiones cerebrales, si no median enfermedades o lesiones del cerebro, se estabilizan relativamente, de tal manera que ambas pierden intensidad.

Aprovechando el concepto que acabamos de verter, en el sentido de la mediación de un

esfuerzo, instrucción o educación especial, corresponde remarcar que tanto la actividad como los intereses individuales repercuten en la autorrealización de todo ser humano. Así, si uno se preocupa por aprender y desarrollar determinadas capacidades o conocimientos, tendrá mayores posibilidades de una autorrealización más completa y precoz. Ergo, podemos deducir que el proceso de autorrealización dependerá de factores hereditarios predisponentes y de influencias ambientales, pero ambas variables no son exclusivas para el desarrollo de la autorrealización, puesto que lo más importante es lo que haga el individuo en sí para responder a sus necesidades y demandas personales y ambientales al tomar decisiones o planificar una acción, actividad o futuro. El desarrollo y, en especial, la autorrealización ha sido preocupación de los psicólogos actuales y de épocas pasadas, quienes se preocuparon por fijar las características del hombre autorrealizado.

A partir de mediados de la década de los ’50 los psicólogos existencialistas (Maslow, Rogers y Rollo May) y los psicólogos con tendencia al psicoanálisis culturalista (Erich Fromm, Karen Horney y Harry Sullivan) destacaron las siguientes características: ⇒ Autoafirmación ⇒ Espontaneidad ⇒ Objetividad ⇒ Capacidad para satisfacer los deseos corporales ⇒ Autoconocimiento ⇒ Comportamiento consistente ⇒ Metas bien definidas ⇒ Capacidad para aprender de la experiencia ⇒ Equilibrio entre aceptación y emancipación del grupo En lo relativo a la autorrealización, es interesante conocer el pensamiento de Frankl: “al declarar que el hombre es una criatura responsable y que debe aprender el sentido potencial de su vida, quiero subrayar que el verdadero sentido de la vida debe encontrarse en el mundo y no dentro del ser humano de su propia psique, como si se tratara de un sistema cerrado. Por idéntica razón, la verdadera meta de la existencia humana no puede hallarse en lo que se denomina autorrealización.

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Ésta no puede ser en sí misma una meta por la simple razón de que cuanto más se esfuerce el hombre por conseguirla más se le escapa, pues sólo en la misma medida en que el hombre se compromete al cumplimiento del sentido de su vida, en esa medida se autorrealiza. En otras palabras, la autorrealización no puede alcanzarse cuando se considera un fin en sí misma, sino cuando se la toma como efecto secundario de la propia trascendencia. No debe considerarse al mundo como simple expresión de uno mismo, ni tampoco como mero instrumento, o como medio para conseguir la autorrealización”. Autorregulación

La autorrealización está íntimamente ligada a la autorregulación que es la capacidad de darse normas a sí mismo, independientemente de toda regulación del ambiente o medio externo. El comportamiento o conducta humana estaría así modelada por factores exógenos ambientales y por factores endógenos espirituales. Algunos autores (Albert Bandura) proponen que el hombre es un ser que ejerce un continuo control sobre su conducta y en el proceso de evolución de su desarrollo va adquiriendo o incorporando a su interior diversos patrones o normas de conducta, de acuerdo a las cuales actúa. Uno de estos patrones es el referido a la autoimagen o conjunto de expectativas y creencias sobre sí mismo en relación con el mundo que lo rodea y este bagaje de expectativas y creencias son los que regulan u orientan todas las interrelaciones con su entorno.

En virtud de esto pueden ocurrir cosas diversas. Algunos, con la autorregulación, activan o

desconectan procesos dirigidos a lograr las metas propuestas. En este caso, la autorregulación funciona como nota constitutiva del autocontrol conductual de la persona. Pero para otros, la autorregulación consistiría en una autoobservación conductual por la que el individuo vigila constantemente todo su comportamiento para evaluarlo, a fin de corregir o mantener el curso de conducta adoptada. Por sus modalidades, la autorregulación tiene mucho que ver con una conducta ética o moral.

En el proceso de su desarrollo un individuo puede autorregular su comportamiento de forma tal

que se adapte o cumpla las normas éticas o morales tanto en lo personal como en lo social, o bien, comportarse renegando de ellas. En forma similar se desarrollan conductas que respetan, o no, el principio de autoridad que gradúa los valores de determinados roles sociales, especialmente el ejercido por agentes represores (justicia, policía) que imponen castigos a las conductas desviadas. La persona bien autorrealizada y autorregulada no se rige por el principio de premios o castigas. Simplemente desarrolla una conducta personal y social ética y moral porque esencialmente entiende que así corresponde y no proceder sobre la base de beneficios o perjuicios que la misma le reporte. Hay un respeto casi natural a la autoridad y a todos los miembros de la comunidad a la cual pertenece.

De modo similar ocurre con la etiqueta social que le exige la cortesía y la cordialidad con

todos, una manifestación correcta y equilibrada, sin escándalos y una correcta presentación de acuerdo a las circunstancias que le rodeen. Estas conductas debidas se desarrollan haya o no espectadores de la misma, pues como nacen de la íntima convicción de que son naturalmente aceptables, no se ajustan a normas convencionales o de hipocresía. Siempre se procede del mismo modo, tanto en la intimidad como en presencia de los demás. No siempre los principios éticos, morales y estéticos que la gente adopta, a pesar de creerlos correctos, lo son. Así, los fanáticos, compulsivos y fundamentalistas, como los psicópatas, creen a pie juntillas que las normas, creencias y conductas que adoptan son las adecuadas, aunque violen las reglas universales de moral, ética y estética. Esto puede deberse a un indebido desarrollo de la autorregulación o de la carencia de modelos educadores en padres y maestros y los adultos en general que modelan la conducta infantil.

En consecuencia, en lo atinente a lo moral habría diferentes niveles de activación de

mecanismos de autorregulación:

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¬ Conducta: se pueden activar procesos de autocontrol en el nivel de la conducta misma ¬ Consecuencias: se activan procesos de autocontrol antes de desarrollar una conducta, evaluando las consecuencias que la misma puede traer (control de las consecuencias sobre sí) ¬ Producción de víctimas: la activación del proceso de autocontrol tiene lugar al considerar que una conducta puede ocasionar víctimas por un daño probable (control de las consecuencias a los demás)

Los niveles de activación se corresponden con mecanismos autorreguladores de desactivación que serían los responsables de conductas erradas: 1. Al nivel de conducta hay tres mecanismos autorreguladores de desactivación que se usan para disfrazar u ocultar las conductas inmorales, las que debe presentarse con el ángulo más favorable a fin de evitar la reprobación de nuestra conciencia y la crítica adversa ajena:

a. Justificación: se aceptan determinados moldes de conducta indebida, cuando se tenían activados los modelos de conductas éticas, cambiando los conceptos morales debido a determinados argumentos considerados como pseudorrazonamientos. b. Comparación paliativa: es la realizada cuando alguien pretende minimizar la gravedad de su conducta comparándola con la de quienes se comportan peor que uno mismo c. Usos de eufemismos: es el uso de la llamada etiquetación eufemística que consiste en nominar a las acciones dudosas o indebidas utilizando términos o eufemismos que consiste en una “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. De esta forma se pretende que la conducta inmoral se vuelve más aceptable tanto para uno mismo como para los demás 2. En lo atinente a las consecuencias, de igual modo los mecanismos desactivadores se manifiestan a través de acciones como minimizarlas, desdeñarlas o redefinirlas desde una perspectiva distinta a lo moral. Estos desactivadores se utilizan cuando las inconductas en lo moral nos atormentan y no nos dejan vivir en paz. En este caso, se consideran que las consecuencias negativas son males necesarios o inevitables, pero cuando aparentemente son usadas para alcanzar metas supuestamente más altas o éticas, los desactivadores funcionarían como que “el fin justifica los medios” 3. En la cuestión de la victimación, la desactivación consiste en:

a. deshumanizar a la víctima: para presentarla como una persona inferior o distinta de nosotros, a fin de justificar el trato bajo normas diferentes de las consideradas apropiadas para aplicarnos a nosotros y a otros que consideremos iguales a nosotros. La presunta desigualdad de la víctima, le hace pasible a que se le aplique un trato inmoral. Es el criterio de los discriminadores raciales, religiosos y políticos b. culpar a la víctima: “echar la culpa a la víctima” es un modo de aseverar que se merece el trato inmoral. Así una violación sexual se trata de justificar por la presunta provocación que la víctima causa en el violador o un robo de joyas a un portador de ellas se debe a la ostentación provocativa de las mismas c. atribuir una responsabilidad difusa: esta desactivación es la que se usa cuando se pretende imponer pretextos como la “obediencia debida” a la “orden superior”. Es esgrimida en instituciones que exigen una subordinación a funcionares que se consideran superiores o responsables de dar ordenes que supuestamente los subordinados deben acatar fielmente sin desobedecerlas, analizarlas o discutirlas. Es el caso más común que emplea la policía o el ejército cuando realizan masacres o genocidios inmorales. La responsabilidad difusa es aquella en que, de cierta manera, los actos inmorales que uno cometen no son de responsabilidad directa de uno mismo, sino de los que supuestamente le ordenaron

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o le obligaron a hacerlo en forma coercitiva.

La desviación de las normas morales constituye los trastornos de la conducta, de los cuales los principales son:

1. agresión a personas y animales: con amenazas o intimidación, provocación de riñas físicas, utilización de armas o instrumentos dañinos, crueldad física, robo con violencia, forzar físicamente para realizar acciones indignas 2. destrucción de la propiedad: mediante la provocación de incendios, destrucción deliberada o daños estéticos (pintarrajear frentes, verjas, raspar o arruinar la pintura de un auto, etc.) 3. fraudulencia o robo: mentiras, estafas o fraudes en general para engañar a las personas con el objeto de obtener bienes, favores o evitar el cumplimiento de obligaciones, robo sin violencia de valor o de dinero 4. violaciones graves, en general, de las normas morales: ocurren con la delincuencia en general, la conducta escandalosa o inmoral en público, la promiscuidad sexual o las desviaciones sexuales como el incesto, drogadicción en general (tabaquismo, alcoholismo, uso de drogas, etc.

La autorregulación auténtica es la que se obtiene cuando la familia y los individuos

comprenden que lo más importante es aprender a vivir respetando y aplicando las normas morales de la sociedad en que convive y que debe evitar por todos los medios aplicar o aprender los mecanismos de desactivación o desconexión que le llevan a no acatar o violar esas normas, reglas y principios. Autoestima

Básicamente, autoestima es la estima que se tiene uno mismo (estimación de sí mismo) y consiste en una especie de evaluación general que un individuo realiza de sí mismo. Es una evaluación que puede ser negativa o positiva y es producto de un proceso dinámico. Es dinámico porque es un movimiento continuo en el que va tomando diversas formas o cambios a medida que se desarrolla una persona. Es, quizás, uno de los procesos que más influye no sólo en la formación de la identidad sino también en la dirección de una vida.

Una de las formas de concebir la autoestima es la de comparar el yo real con un yo ideal. Es

decir, comparar lo que soy con lo que quisiera ser. Cuando las circunstancias de la vida imponen la necesidad de una ética o moral aparece la tercera proposición: lo que uno debiera ser. Es obvio que en la medida que uno crece o se desarrolla tiene un sentimiento de autopercepción, de percepción de sí mismo. Este sentimiento puede ser certero o equívoco.

En parte, la autopercepción puede deberse a una serie de valores y creencias adoptadas para sí

mismo en base a una idea determinada (formación de imagen de sí mismo). Pero la acción interpersonal con otros, nos lleva irremediablemente a tener la idea de cómo pueden llegar a percibirnos otros. Así, la formación de la propia imagen puede adoptar en parte la incorporación de la percepción de los demás y sobre eso desarrollar ideas, conceptos, imágenes y expectativas de uno mismo. Generalmente, en esta etapa de adquisición de autoestima, influye mucho la idea de valores que predomina en ese momento en la sociedad, especialmente en lo referido a lo que las personas deben ser, de cuales son los roles sociales más valiosos. Luego, según la vocación personal y la idea de moral y ética individual, muchos elegirán un camino de vida en lo político, lo religioso o lo artístico, o bien desarrollará una profesión convencional.

Muchos de esos patrones se elegirán por n concepto de estética o de conveniencia (son los

más aceptables). En ello juega el sentido que prevalece en lo relativo a lo que se espera de cada persona en cuanto a relaciones familiares y sociales y otros valores similares, transmitidos

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culturalmente, por diferentes vías, a una persona. Con los fundamentos de estos elementos, cada ser humano desarrollará una idea de sí, sobre la cual construirá algo similar a un yo ideal. Sin embargo, en lo relativo a la autoestima, puede ocurrir que no siempre la idea que uno se forma de sí, sea la idea que otros tienen de uno.

Otro fenómeno es que hay diferentes niveles de autoestima. Por ejemplo, en lo relativo a la

presencia física una persona pueden sentirse satisfecha, o no, con su aspecto personal. Así, muchos que son encontrados atractivos por otros, pueden no tener tal idea de sí mismos y esto les lleva a buscar otra idea de desarrollo personal más exigente, tanto de autosuperación, como iniciar una competición por superar a otros.

Muchos investigadores consideran que las personas que poseen elevada autoestima, no se debe

que esa valoración esté basada en considerarse excelentes en todo sentido, sino que la razón es que creen que su yo real está identificado con su yo ideal o, al menos, no perciben como muy alejados sus ideales. Otro concepto es que la autoestima alta puede darse en una situación en que un medio valora mucho la atracción personal, pero hay quienes escapan al molde de atractibilidad para centrar su idea en la valiosidad personal, la que no depende de la belleza física sino de otras variables.

Es decir, la alta autoestima puede adquirirse porque el yo real se identifica con un yo ideal

como puede ser la atractibilidad física (belleza personal) o bien porque se siente más satisfecho con adquirir un ideal de valiosidad (valor personal) como puede ser la inteligencia o la habilidad o capacitación para algo.

Contrariamente, las personas que se consideran de baja autoestima, son las que no pueden

obviar las diferencias que median entre su yo real y sus expectativas de un yo ideal. No pueden sustraerse a las valoraciones que hace el medio en que viven (padres, amigos, compañeros) a las cuales da mucha importancia con relación a su propia autopercepción. Luego, si su autopercepción es que no es bella ni valiosa, seguramente su autoestima caerá muy bajo y se sentirá desdichada.

Para escapar a valoraciones falsas o no auténticas, es necesario fijar que la autoestima es algo que debe surgir y desarrollarse en el marco de un contexto de relaciones y que de ninguna manera debe resultar de valoraciones personales subjetivas, ni de ninguna valoración independiente de las personas que le rodean y que él considera importante. No se debe valorar lo que uno cree que debe ser ni lo que los otros traten de imponerle cómo debe ser. La autoestima debe surgir de una buena estimación de sí mismo puesta al servicio de otros. Naturalmente la autoestima surge de una autoimagen y esta autoimagen se forma desde los primeros años influyendo en ella los factores individuales y familiares a los que se agregan los factores sociales. La verdadera autoimagen y autoestima no debe surgir de la conformidad de la persona con los valores culturales que se le proponen, sino con aquellos que considere auténticos para sí.

La autoestima auténtica, que no debe confundirse con egocentrismo, egoísmo o narcisismo

consiste en amarse a sí mismo, lo que es una necesidad humana imperiosa para sentirse satisfecho consigo mismo. Los que se autoestiman auténticamente saben comprender mejor y aceptar las cosas en la forma en que éstas ocurren. La autoestima ayuda a entablar relaciones con otros, abandonando toda timidez y encontrándose completamente identificado y dichoso en casi todas las interacciones sociales.

Asumen estas relaciones con ahínco y cordialidad y buscan cultivarlas como un modo de ser

insoslayable. Son personas que están dispuestas a aceptar todos los cambios positivos y a sobrellevar los negativos o conflictivos. Encaran a todas las situaciones con ánimo flexible y razonable y buscan soluciones tanto para los problemas propios como ajenos. Prestan el oído a lo que los otros les dicen,

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escuchan a todos, y respetan las opiniones ajenas aunque no se dejen influenciar por las mismas, sobre todo cuando éstas no aportan lo necesario o debido a una buena conducta. Tienden a confiar en su propio criterio, al que forman de una manera que no cause daño a nadie y busque la dignidad y la justicia.

Generalmente, la autoestima es forjada por el esfuerzo personal. Pero se puede ayudar a

formar la autoestima de otro, “regalando” la propia. Así como autorreconocemos nuestros méritos debemos reconocer los ajenos y expresar ese reconocimiento en voz alta y en forma manifiesta. Agasajar los éxitos ajenos y alabando a la gente que hace bien las cosas, apoyándolos en todo, es una forma de transferir nuestra autoestima como estima al otro. La autoestima es algo contagioso. Pero no sólo se muestra en los momentos de felicidad, sino también cuando se presentan problemas y uno acude a ayudar a quien los sufren, colaborando con su recuperación espiritual y material.

La autoestima consiste en un saludable sentimiento de nuestra propia valía. Cuando es posible

compartirla amando y recibiendo amor de otros, colaboramos a mantener nuestra autoestima y a formar o aumentar la autoestima ajena. Para esto no debemos declinar en el esfuerzo continuo, cotidiano, minuto a minuto, de pensar y actuar centrándonos en crear y mantener dicha autoestima propia y ajena. Diferencia entre autoestima y egoísmo Tierno ha hecho una sinopsis muy interesante para diferenciar las características entre autoestima y egoísmo. Si bien ambas son características individuales o individualistas y ambas se refieren a un amor a sí mismo, en el egoísta el amor a sí mismo es aberrante y no lo comparte con los demás (ama a tu prójimo como a ti mismo) por lo que, según Tierno, el egoísmo es puro individualismo. Es un amor a sí mismo inauténtico. Contrariamente la autoestima es también una individualidad, pero una individualidad amorosa auténtica que además de enriquecer a quien la detenta, lo aleja del narcisismo, del egocentrismo, del empobrecimiento espiritual, del aislamiento social y produce dicha. Veamos la sinopsis propuesta por Tierno, que nosotros hemos levemente modificado: AUTOESTIMA EGOÍSMO (amor auténtico a sí, pero compartido con otros) (amor inauténtico a sí y nadie más) Amor verdadero auténtico y respeto a sí mismo Amor inauténtico a sí mismo, sin respeto propio y con mucho de temor o miedo de sí mismo Acepta sus virtudes y defectos (a los que tiende No se acepta como es o tiene una exagerada a corregir) y se acepta como es falsa idea de un engaño valor de sí mismo (egocentrismo) o no se siente a gusto con lo que es y lo que tiene Su autosatisfacción auténtica consigo no le No siente autosatisfacción o cultiva un sentimiento lleva a compararse con nadie, compite sólo deformado y falso, se compara permanentemente con sí mismo para automejorarse. No siente con otros, a los que envidia y odia por sus éxitos o envidia de otros. Le apena el fracaso ajeno. logros o se alegra por sus fracasos. Comparte y desborda su autoamor sobre los Mira sus propios intereses y no puede sobreponerse demás a quienes trata de hacer participar en a los mismos, vela por su propia felicidad sin dicha personal y la felicidad ajena aumenta importarle la ajena y le satisface la desdicha de otros su felicidad personal

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Autoconcepto

Para cerrar el concepto de identidad, desde el punto de vista psicológico, es necesario referirnos a la cuestión del autoconcepto. Este vocablo significaría literalmente “concepto de sí mismo”. Su uso fue introducido por Carl Rogers, quien propuso en inglés el término self- concept. En su teoría, el prefijo auto (self), significa “sí mismo” y estaría sobrepuesto con los significados del yo y el ego. Sin embargo, en psicoanálisis, algunos autores distinguen self del ego utilizado en la teoría psicoanalítica. En la idea de Rogers, el self como “sí mismo” se desarrolla o forma en el instante en que un individuo toma conciencia o percibe su identidad, su continuidad vital, sus afanes y su autoimagen. Este autor postula que el autoconcepto está conformado con todas las ideas y percepciones que dan forma al yo, o sea, al “mi mismo”. El significado del término involucra también, la toma de conciencia de “qué soy yo” y de lo “qué puedo hacer”.

Luego, desde este punto de vista, necesariamente el autoconcepto tiene influencia no sólo en

la percepción individual del mundo o entorno, sino también de la propia conducta. De la forma o modo que se conforme el autoconcepto, un individuo puede considerarse optimista o positivo, o bien, pesimista o negativo, según sea su visión objetiva de las cosas. Pero no siempre el autoconcepto conlleva una visión objetiva sino que, a veces, tiene orígenes subjetivos, principalmente en lo relativo a la percepción de una determinada autoimagen. De acuerdo con el autoconcepto basado en la autoimagen, el individuo valora sus experiencias personales. En alguna manera, las personas íntimamente anhelan desarrollar una conducta adecuada a su idea de autoimagen. Su conducta debe ser plenamente identificada con su autoimagen. Luego, todas las experiencias, sensaciones y pensamientos que no concuerdan con la coincidencia de conducta y autoimagen, se tratan de desechar por no creerlas pertinentes y, consecuentemente, las excluye de su conciencia. La secuela de esta marginación consciente abre una brecha considerable entre el yo (self) y la realidad en que está inmerso el individuo. Esto constituye un factor de riesgo de llegar a tener sentimientos de angustia y ansiedad, frente a lo que se considera incongruencia entre experiencia y autoconcepto. Para evitar la tendencia a la rigidez del autoconcepto y de la autoimagen, que debieran ser siempre procesos dinámicos como la identidad misma, hay que tender a formar una imagen correcta de la propia realidad. Si se comprende correctamente la realidad que se debe vivir, es probable que la misma sea aceptada y las conductas se traten de adaptar a la misma. Esto evita el proceso inverso, donde se pretende adaptar la realidad a la idea del propio autoconcepto y autoimagen. Quienes pierden la plasticidad de adaptarse, son los que con su rigidez adquieren las perturbaciones emocionales, fruto de la no coincidencia de su autoconcepto y autoimagen con sus respuestas conductuales y emocionales frente a la realidad. En cambio, los que aceptan esa realidad mantienen una relación armónica y equilibrada entre autoconcepto, autoimagen, sensaciones y comportamiento social. Esto constituye, en la teoría de Rogers, la autoaceptación. Las personas que tienen una buena y correcta autoaceptación son las que gozan de una autoestima elevada. La autopercepción, para concretarse como tal, apela a la realización de inferencias que se hacen de otras personas en relación a sus sentimientos, actitudes que manifiestan en su comportamiento y en su expresión o comunicación, ya sea en el orden verbal (lo que expresan por palabras) como en el orden no verbal (gestos, actitudes, conductas). Incluso, abarca todas la autorreferencias a las actitudes propias o personales, las cuáles tratan de ser interpretadas mediante inferencias que las haga perceptibles o concretas, en manera especial, cuando las señales internas pueden contener algún grado de ambigüedad. Así, hay una “serie de conclusiones o autojustificaciones” como pueden ser “comí de más porque mi hambre era mayor” o “he roído mis uñas por estar muy

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ansioso”. Quizá, estas autoevaluaciones sean frutos de una observación de analogías con conductas de otros, o bien, pueden surgir como negación de otros problemas o sentimientos. Lo cierto, es que tanto las inferencias subjetivas como las objetivas influyen notablemente en la formación del autoconcepto. Luego, retomando la idea de identidad desde el punto de vista de la Psicología en el sentido de que es “desarrollo de una percepción coherente e íntegra de uno mismo”, la autopercepción sería así, el fundamento de la formación del sentimiento de identidad personal. Madurez psicoafectiva El desarrollo auténtico de una vida afectiva requiere de aprendizaje y entrenamiento, esto es, de una educación y sólo se alcanza con la madurez psicoafectiva, a la que Tierno define como: ¬ “Sentirse como persona un ser humano singular, único, distinto a los demás y con infinitas posibilidades, pero sin olvidar que también somos seres sociales y necesitamos relacionarnos con nuestros semejantes, de forma gratificante y gozosa, para un mutuo enriquecimiento” ¬ “Mostrar verdadero interés por uno mismo y tener muy claro que, como ser humano, vale tanto como cualquiera, porque la dignidad y la valía nos vienen dadas desde nuestra misma esencia, por el hecho de ser personas.” ¬ “Sentirse autónomo, responsable, pleno de uno mismo; resolver los propios problemas y no esperar que los otros lo hagan por uno. Es estúpido buscar afuera a culpables y responsables en un vano intento de exculpación o de justificación” ¬ “Tener una concepción dinámica de la persona humana con fe en la humanización y mentalidad abierta para el cambio” ¬ “Conocer en profundidad la propia esencia de ese “si mismo”, como lugar de identidad de la persona, donde permanecen latentes las aptitudes, las cualidades y los dones de nuestra mente, de nuestro corazón y de nuestro espíritu” ¬ “Cultivar la dimensión social y relacional, el sentido de integración y participación activa, en la vida familiar, el grupo social y la comunidad de la que se forma parte” ¬ “Aceptarse plena e incondicionalmente en todos los aspectos, respecto a lo que se es y a lo que se tiene, también a las propias limitaciones y debilidades, y ocuparse en cuerpo y alma de lo único importante: ¡vivir! ¬ “Practicar el autodiálogo positivo, sin olvidar jamás que, en buena medida, llegamos a ser y a convertirnos en lo que pensamos y decimos de nosotros mismos” ¬ “Desarrollar la capacidad de empatía, de “sensibilidad alterocéntrica” (los otros son el centro de mi atención) “Tener una gran amplitud de conciencia, una capacidad muy desarrollada para la comprensión, la generosidad y el perdón, preocuparse por los más necesitados y perseguidos, por sus necesidades, sufrimientos y carencias” ¬ “Ser tolerante, flexible, condescendiente, con capacidad para disculpar, en el sentido de admitir que es propio de todos los humanos, sin excepción, equivocarse y cometer errores, tener momentos de debilidad” ¬ “Procurar tener buen carácter y sentido del humor, porque éste es casi siempre una prerrogativa de toda mente sana y bien organizada, típica de personas poco o nada conflictivas”“Activar la alegría, el júbilo, las risas y sonrisas que nos cargan de energía física y psíquica, y dejar a un lado la tristeza, el desánimo y la pena que nos la roban” ¬ “No ir por la vida de “guerrero”, ya que quien así se comporta por todas partes, encuentra enemigos contra los que luchar” (a la vez que nos transformamos en enemigo de todos) ¬ “Saber que lo negativo no es constitucional de la persona, que tenemos infinitas posibilidades y jamás está todo perdido” ¬ “Ser capaces de admitir hasta de buen grado las adversidades, dificultades y contratiempos o, al menos, no sorprendernos demasiado de que nos visiten de vez en cuando”

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¬ Desarrollar la capacidad para disfrutar de todo, de las cosas más cotidianas y sencillas, en cualquier momento y lugar” ¬ “Vivir el día a día, el minuto que se me escapa, sin notarlo, por entre los dedos de la mano de mi existencia. Centrar en mi vida presente y consciente todas mis energías, pensamientos, sensaciones y gozos” ¬ “Moverse como ‘pez en el agua’ en un razonable y cómodo término medio, que nos protege de cometer graves errores, así como de innecesarios sobresaltos y de caer en estados de ansiedad y estrés crónico, al pretender lograr imposibles” (Acordarse de que todo lo vivimos y sentimos según nuestra forma particular de vivir y sentir) ¬ “Sentir gozo por amar y por sentirse amado, y disfrutar sensiblemente la íntima, profunda e indescriptible vivencia de ser alguien que ha pasado a ocupar el primer plano en el pensamiento y el corazón de otra persona” ¬ “Creer en el “milagro humano”, lo cual significa que en los peores momentos, en las situaciones más críticas, siempre se puede cambiar a mejor, encontrar otras alternativas y evitar o al menos paliar en parte, una posible catástrofe” ¬ “Ponerse al día, renovarse constantemente. Nunca estaremos capacitados para conseguir la perfección en algo, pero la excelencia está a nuestro alcance” ¬ “Hacer buenos amigos y saber conservarlos es otra de las características que adornan a las personas con un alto grado de madurez psicoafectiva” ¬ “Trascender lo material, lo pragmático, lo personal, y elevarse hacia unos niveles más altos de humanización, buscando la bondad y el bien de la gran familia humana”

Ergo, educar auténticamente es imbuir al otro de afecto, de humildad, de comprensión hacia sí y otros, de orientarlo hacia el desinterés por lo mezquino, a enseñarle con el ejemplo a tener autoestima y a manifestarla como amor al prójimo, el que siempre debe ser considerado como un “igual a mí”, al que debo tratar como me gustaría que me tratarán a mí o como yo intento tratarme. En cuanto al sentido de la vida, los dos polos, mundo y hombre, son los ejes posibles de llenar de sentido para poder valorar la vida en su plenitud de sentido. Para lograr esto hay que tener amor a la vida y acá unimos dos valores esenciales: vida y amor. Solamente amando a la vida, la misma cobra sentido pleno.

RESILIENCIA Vulnerabilidad y resiliencia como concepto de inmadurez y madurez Concepto de vulnerabilidad

La vulnerabilidad tiene mucho que ver con la inmadurez y puede ser una de las claves de la misma. ¿De dónde provienen los conceptos de vulnerabilidad y resiliencia?. La creatividad médica para plantear, con puntos de vista actuales, problemas ya conocidos, lleva a utilizar palabras nuevas (neologismos) para viejas cuestiones.

Todos sabíamos de aquellas personas que parecen ser “hechas con un molde determinado” al

que tradicionalmente llamábamos predisposición o, en términos médicos, diátesis. Siempre se suponía, en la base de todos estos términos, un esquema genético ligado con lo heredofamiliar. Se es así porque

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“se viene de familia”. O bien aquellos a los cuales, si bien no tenían antecedentes heredofamiliares o genéticos presumibles o demostrables, se les consideraba idiopáticos o idiosincrásicos o primarios. Nosotros preferimos llamarlo misterio ontológico (al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen) y seguir con una pregunta abierta a nuevos puntos de vista para dilucidar las cuestiones indescifrables.

Sin dudas que siempre habrá un inquieto que quiera plantear la cuestión de lo indescifrable y

postulaciones más actualizadas que traen nuevas palabras. Así aparecen hoy dos neologismos: vulnerabilidad y resiliencia. En nuestro idioma español, vulnerabilidad era la condición del “que puede ser herido, o recibir lesión física o moralmente”, pero el neologismo médico adquiere otra connotación.

Juan Carlos Stagnaro afirma: “El término vulnerabilidad ha sustituido al de diátesis. Se

refiere explícitamente a una predisposición en el nivel genético, ambiental y fenotípico. Pero se puede ir más allá en el análisis de este concepto y pensarla no como defecto sino como potencia. En otros términos, la vulnerabilidad puede ser definida como una disposición innata expresada en función de lo adquirido, en diversos momentos de la vida, aún muy tempranos; a un determinado desarrollo fenotípico, es decir, una capacidad, y no un destino irremediable e irreversible.

Esta perspectiva para entender la vulnerabilidad le otorga al concepto una fructífera

utilidad, ya que permite articular los datos provenientes del patrimonio genético de un individuo con los determinantes ambientales, ya fueran estos precoces, durante la etapa del desarrollo, o más tardíos. El término vulnerabilidad así entendido, significa que una persona tiene una aptitud fenotípica para desarrollar conductas específicas en ciertas condiciones. Se despeja así el riesgo de caer en determinismos rígidos y se puede analizar cada caso en sus aspectos etiopatogénicos, pronósticos y terapéuticos, combinando factores en una ecuación dinámica y plástica a la vez”.

En esta cita, el autor deja claramente señalada la conveniencia de que se enfoquen aquellos

aspectos médicos que se creían irreversiblemente condicionados por factores genéticos, especialmente en lo fenotípico (expresión física de acciones genéticas), con un punto de vista más relativista y menos absolutista, a fin de que se considere la reversibilidad o la prevención de esos fenotipos a cuya expresión contribuyen factores ambientales.

Frente a la excesiva aceptación incondicional del determinismo genético, el Dr. Alberto J.

Solari considera que existe “menoscabo de los factores ambientales en la enfermedad: el excesivo protagonismo de la Genética puede oscurecer los factores dietarios, infecciosos, tóxicos y ocupacionales de la enfermedad”. Esto significa que la vulnerabilidad, si bien puede tener fenotipias que se relacionen con lo genético, es indudable que el agente más poderoso es la acción de los factores ambientales. Luego el conocimiento de esos factores puede ayudar a frenar, revertir o prevenir a la vulnerabilidad. Generalmente, las denominadas “personas vulnerables” son las que ceden más fácilmente a la acción de determinadas factores que le llevan a un desequilibrio de su homeostasis, por acción alostática. Cuando este desequilibrio cronifica es cuando aparece la enfermedad. En el caso del estrés/distrés es el paradigma de la enfermedad psicosomática. Todo lo referido a la vulnerabilidad los resumiremos en el siguiente esquema: Vulnerabilidad genética Eventos adversos o (por predisposición o adquirida) experiencias traumáticas tempranas

Factores ambientales Traumas

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Estrés cotidiano Eventos vitales Fenotipo vulnerable (CRH)

• Hiperactividad HPA y sistema CRH Hiperactividad sistema noradrenérgico • Afección de la neurogénesis en hipocampo

Neurotoxicidad del hipocampo

Cambios o alteraciones neurobiológicos Cambios conductuales y emocionales (ansiedad, depresión, angustia)

Autoestima y vulnerabilidad emocional Muchos fracasos personales se deben en gran parte a una especie de baja autoestima y de una especie de debilidad emocional que nosotros preferimos llama vulnerabilidad emocional entendiendo a vulnerabilidad en los términos de Stagnaro, Soria y Montenegro Arraigada, en el sentido que vulnerabilidad más que una predisposición constitucional es una consecuencia del desarrollo vital anormal por hechos tempranos ocurridos en la vida en la infancia y/o adolescencia. Estos hechos pueden estar referidos a elementos culturales como el tipo de educación recibida, el trato social y familiar establecido y los hábitos y costumbres del entorno inmediato. La vulnerabilidad emocional es la inclinación a ceder ante las llamadas presiones emocionales, las cuáles pueden provenir de nuestro interior (presiones endógenas) o del exterior (presiones exógenas). La resiliencia emocional, en este caso, sería la protección o resistencia contra esas presiones para no ceder ante las mismas. Actuaría como un muro de contención o coraza emocional. La vulnerabilidad permite, en nuestras relaciones interpersonales, que otras personas abusen del vulnerable mediante el chantaje emocional que consiste en realizar planteos directos sobre las tendencias vulnerables específicas nuestras para obtener de nosotros algo. Esto es lo que se denomina manipulación emocional. Las tendencias vulnerables han sido clasificadas por Bruce Baldwin 1. sentimiento de culpabilidad, si no cede a lo pedido 2. temor al conflicto y al enojo del que realiza la demanda, si no se le satisface 3. sensibilidad exagerada hacia los que manifiestan desgracias, contando historias de “mala suerte” para despertar la compasión e inducir la ayuda. Es lo que se conoce vulgarmente con el nombre de “lagrimas de cocodrilo”: los que lloran hipócritamente sin sentir nada por lo que supuestamente lloran 4. debilidad ante la adulación: es cuando frente a una adulación procedemos a aceptar algo y nos volvemos sumamente complacientes 5. temor a la desaprobación: se accede a una petición, para evitar el rechazo afectivo o social 6. inseguridad personal o social: cuando no se asume con firmeza y responsabilidad el rol o papel social que le toca desempeñar en la familia, en el trabajo y en las relaciones sociales en general y cede con presteza a las amenazas o acusaciones 7. miedo a ser aislado: se presta a las demandas indebidas por temor al alejamiento de los que lo presionan y quedar distanciado de los que lo rodean. 8. miedo a ser considerado diferente: es cuando alguien que incorrectamente lo presiona trata de

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hacerle ver que “no es como lo demás” en tono de reproche

La mejor forma de evitar estas debilidades es estar seguro de lo que uno es, para evitar la manipulación de sentimientos de inferioridad (culpa, inseguridad, etc.) o de superioridad (vulnerabilidad al halago). Cuando alguien en forma agresiva o dominante intenta ejercer una presión, lo mejor es devolver la agresión para terminar con el juego. Además, “lo que hace todo el mundo” no es un motivo de presión valedero, porque puede ocurrir que “todo el mundo” esté haciendo lo incorrecto (que es lo más probable). Luego, no hay que apegarse al marco de referencia de otras personas para definir nuestros propios valores y vivir apegados a esas personas (salvo que comprobadamente su amistad o convivencia sean sensiblemente beneficiosas). Se debe aprender a identificar con precisión cuál es la intención con que otras personas, situaciones o emociones se nos presentan cotidianamente para requerir nuestra participación voluntaria o involuntaria. En este sentido hay dos cosas positivas a hacer: conocer y corregir nuestras debilidades por un lado y por el otro aprender a resistir las falsas presiones o el chantaje emocional. Si se adquiere la astucia para superar a los manipuladores y subsanar las propias deficiencias emocionales, se adquiere no sólo el afecto sincero de otros, sino también el respeto.

La debilidad personal puede ser fuente de una especie de afecto de los otros hacia nuestra

persona, pero es un “afecto de interés”, con total falta de respeto. Los vulnerables que caen en la depresión, en el estrés, en la drogadicción o en la enfermedad psicosomática, según las psicólogas y docentes argentinas, Lea Teitelman y Diana Arazi, son personas que actúan “como si les faltaran elementos en la caja de herramientas de la vida” y por esto temen no salir airosas de cada prueba a que son sometidos por la vida. Tienen tendencia autorreferencial en las situaciones de desgracia, lo que le lleva a pensar o decir “esto tenía que pasarme a mí”, pasando por alto las circunstancias de que a cualquiera le puede pasar de todo y no que hay predestinados. Concepto de resiliencia y referente de madurez

Precisamente, la reversión de la vulnerabilidad nos lleva a la resiliencia. Si la vulnerabilidad es el referente de la inmadurez, la resiliencia lo es de la madurez. Ser resiliente es ser maduro.

¿Qué significa el término resiliencia?. En Física, este término se aplica al material resistente a

impactos. Es probable que la raíz etimológica de esta palabra provenga del inglés resilience que tecnológicamente significa elasticidad y figurativamente, resistencia. Esta etimología denota una capacidad física para adquirir la plasticidad necesaria (elasticidad) para revertir algo o bien la resistencia a un cambio, lo que le permite al metal recuperar su forma y volumen o incluso aumentarlo tras ser sometidos a temperaturas excesivas u otros factores físicos que modifiquen su tamaño o volumen y su contextura fisicoquímica. Así la resiliencia opera como una recapacitación o recuperación de capacidad. Todo funciona como que la vulnerabilidad es una entidad que ayuda a introducir cambios adversos, mientras que la resiliencia es la recuperación de esa resistencia para oponerse al cambio y revertirlo o adaptarse elástica y positivamente al mismo. En otras palabras, resiliencia es resistencia y capacidad de recuperación frente a situaciones de esfuerzos o traumatismos. La resiliencia como mayor plasticidad espiritual interior puede ser natural (predomina lo genético) o genético (predomina la educación y los factores ambientales tales como los eventos tempranos de la vida. Visto así, la resiliencia es una especie de invulnerabilidad a la adversidad.

Carlos Soria aclara: “el concepto de vulnerabilidad tiene un par complementario que es el

concepto de resiliencia. La resiliencia alude a la capacidad de superar la adversidad y salir fortalecido de ella. Quizás nuestras próximas reuniones giren en torno a este tema: ¿por qué determinados sujetos tienen la capacidad de rebotar y recuperarse?. Eso también tiene un fundamento psicológico, evolutivo y biológico. Estos sujetos aplican lo que planteó Mao Tse Tung

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con su metáfora de la táctica del bambú: pueden doblarse para volver a enderezarse con más fuerza. No salen devastados sino fortalecidos de la situación de conflicto o, como decía Nietzsche, utilizan la “táctica del arroyo”: retroceden para pegar el salto. Esto supone la puesta en juego de todos los mecanismos de plasticidad yoica en cuanto a recursos y disponibilidad biológica.”

Hernán Montenegro Arraigada refuerza el concepto de resiliencia como capacidad de una

persona para enfrentar las adversidades de la vida y superarlas, llegando, inclusive, a ser transformado por ellas. Aplica esta idea en relación con el desarrollo de los niños para dotarlos de esa capacidad, fundamentando tal formación en el amor, el cual funcionaría como antídoto de la vulnerabilidad y factor fundamental de la resiliencia, sobre todo en el niño.

A su vez hace un poco de historia sobre el origen del concepto resiliencia al que ubica como

desarrollado en Inglaterra a comienzos de la década del ’90, pero en su discurso habló del desarrollo actual del término por parte de los norteamericanos, lo que favorece nuestra idea de su etimología anglosajona. Estima que un concepto con apenas una década, a pesar de su intenso uso actual, no ha dado lugar a preparar un cuerpo de conocimientos que pudieran estar haciendo posibles sistemas educativos y de salud para Latinoamérica. Piensa que la resiliencia está relacionada con “los factores protectores que permiten a los niños y adolescentes no sucumbir a circunstancias adversas de las que se supone que pueden salir con heridas físicas y/o mentales y, además, hacer de su vida algo positivo”. Las circunstancias adversas de los niños fincan en los factores ambientales de maltratos, accidentes, enfermedades graves, entorno social y/o familiar con mala influencia y otros factores conflictivos similares. Teitelman y Arazi sostienen que existen tres pilares que sostienen la capacidad de resiliencia:

1. La capacidad de juego: consiste en “no tomarse las cosas a pecho”, de modo que el temor impida hallar las salidas. En esto, el sentido del humor opera como si las cosas se miraran con “un largavista al revés” (se aprecian de un tamaño sensiblemente menor al real, o sea, se empequeñecen). Esto permite tomar distancia de los problemas. Después de esta primera actitud entran en acción la creatividad personal, la preservación de los intereses personales, la capacidad de relativización para dimensionar más adecuadamente los sucesos, el pensamiento positivo que desplaza a las sensaciones negativas y el desarrollo de una capacidad lúdica que consiste en realizar juegos de imaginación para tomar más en broma y menos en serio los problemas. Esto evita causas de alarma. Esta capacidad es la que permite tomar a las desgracias como una especie de juego o desafío que se transforma en un reto a superar. El sentido lúdico es precisamente como una especie de acción de “abrir la puerta para ir a jugar”. Esta idea de diversión, bien entendida, se aplica a un sano buen humor que resta seriedad a las contrariedades, las que se enfrentan con sonrisas más que con lágrimas. En otras palabras: la adquisición de capacidad para superar las contingencias adversas es como especie de goce. Es un aprender divirtiéndose. Es conocido el dicho popular de que “los santos llevan espinas por fuera y rosas por dentro” 2. La capacidad de encarar las situaciones con un sentimiento de esperanza: esto determina que se busque a alguien en quien depositar afectos, admiración y sea modelo que sirve como guía y estímulo. Es lo que vulgarmente se conoce como “engancharse” con alguien o con un grupo de “buena onda” que tenga actitudes optimistas y de autoestima. Esto lleva a constituir redes de sostén o contención que son grupos que enriquecen espiritualmente y evitan que una persona se sienta como en una especie de “intemperie vital”. Cuando los vínculos son de afecto y se constituye una red de relaciones confiables se constituye un grupo de amigos. Otras veces hay como una especie de guía espiritual que puede ser un psicoterapeuta, un maestro, un religioso o cualquier persona con virtudes de dar aliento y ejemplos positivos. Todos estos conjuntos son “grupos de resiliencia” que obran dando apoyo y estímulos permanentes. 3. El autosostén: se basa en una autoestima adecuada, optimista, positiva y esperanzada. Se puede resumir como un mensaje que la persona elabora para sí misma al decirse “Yo sé que esto me puede

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pasar” y así se previene para los malos trances, de modo que cuando éstos llegan están “dentro de lo esperado”. A diferencia del vulnerable que es pesimista y autorreferencial, el resiliente piensa: “me quiero, confío en mí, me puedo sostener en la vida y puedo superar esta desgracia”. El autosostén opera como una autoconfianza en las propias capacidades. Pero el elemento más importante y básico es el optimismo.

Para Montenegro Arraigada la resiliencia infantil debe trasladar el foco de estudio y residir

más en los factores protectores que los de riesgos. Naturalmente no se puede proteger lo que no se conoce, pero es probable que lo que quiere significar claramente este estudioso es que en lugar de centrar la atención sobre las causas de la adversidad, se tome al conocimiento o estudio de ellas como factor previo para ir a lo más profundo que es estudiar la forma de prevenirlas o revertirlas. Refuerza el concepto de resiliencia diciendo que “La resiliencia es un estar más que un ser y tiene que ver con el resultado de un conjunto de factores genéticos, temperamentales, familiares y ambientales que se dan en conjunción en un momento determinado”.

Estos conceptos se entrelazan con los de Stagnaro, Soria y Solari en cuanto a la expresión

genética y la interacción con factores ambientales para condicionar una determinada personalidad, pero también refuerza la afirmación de Soria de la complementariedad entre vulnerabilidad y resiliencia pues ambas cosas tienen el mismo sustrato biológico y ambiental pero son dos caras opuestas de un mismo proceso.

Montenegro Arraigada fundamenta su tesis en que es necesario propulsar como factores

protectores o resilientes a:

• la autonomía e independencia del niño, • la capacidad de ver alternativas de solución a los problemas • que pueda posponer gratificaciones inmediatas en pos de metas mejores • que tenga sentido del humor • una auto imagen positiva • mantener un vínculo estable con al menos una persona significativa • haber sido querido en forma incondicional

Entre las condiciones o factores que exige de los padres para ayudar a sus hijos con los factores

resilientes, recomienda:

1. que procrear un hijo sea siempre algo deseado 2. evitar por todos los medios los embarazos no deseados 3. que exista una relación muy estrecha del recién nacido con su mamá a través de la lactancia materna 4. proporcionar estímulos amorosos visuales, táctiles y auditivos al bebé (hablarle mucho, cantarle canciones dulces, contarle cuentos y ayudarlo a estimular el lenguaje correcto evitando hablarle en formas inadecuadas y hacerlo siempre en forma normal 5. evitar crearle temores a cosas que le rodean 6. darle espacio físico y psíquico para su autonomía e independencia física y psico afectiva 7. permitir aprender todo con su propia experiencia tomando sólo las previsiones del caso para evitar accidentes o experiencias negativas 8. saber poner límites firmes y claros 9. no emitir mensajes contradictorios de parte de ambos padres (contradictorios en el sentido de textos contradictorio de ambas opiniones o contradictorios en el sentido de decir una cosa y hacer otra) 10. ayudarlo a superar frustraciones y el egocentrismo, incitándolo a participar del grupo familiar

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y a compartir sus conductas. No crear “espacios propios discriminatorios”. Factores promotores de resiliencia El estudio Grotberg encontró los siguientes factores de promoción de resiliencia en niños, adolescentes y algunos jóvenes adultos: 1. Personas del entorno, en quienes se pueden confiar y profesan cariño incondicionalmente 2. Personas que ponen límites para enseñar a evitar los peligros o problemas 3. Personas que muestran, por medio de su conducta, la forma correcta de proceder (ejemplos personales) 4. Personas que ayudan a quienes están enfermos o en peligro, o a alguien que necesita aprender experiencia positiva 5. Ser una persona que sabe ganar el aprecio y el cariño de los otros 6. Ser feliz haciendo algo bueno para los demás, ayudándolos en sus necesidades y mostrándoles afecto sincero 7. Respetarse a sí mismo y a los otros 8. Responsabilizarse por todos los actos propios 9. Actuar con la seguridad de que todo saldrá bien 10. Poder hablar de las cosas que le asustan o inquietan 11. Buscar el modo de resolver los problemas que se encuentren 12. Tener control o autodominio sobre los deseos de hacer cosas peligrosas o incorrectas desde algún punto de vista 13. Saber buscar y encontrar el momento apropiado para hablar con alguien o actuar en alguna circunstancia 14. Saber encontrar a quien preste ayuda cuando se lo necesitan

Se han proclamado como derechos a la resiliencia, los siguientes; ⇒ Derecho a ser tratado con dignidad y respeto ⇒ Derecho a equivocarnos y hacernos responsables de nuestros propios errores ⇒ Derecho a tener nuestras propias opiniones y nuestros propios valores, esto es, derecho a experimentar y expresar nuestro pensamiento propio, así como ser nuestros únicos jueces en lo personal ⇒ Derecho a considerar nuestras propias necesidades tan importantes como las de los demás ⇒ Derecho a poder cambiar nuestras opiniones, ideas o línea de acción y a intentar cambiar todo lo que no nos satisface ⇒ Derecho a protestar o defendernos cuando somos tratados con injusticia ⇒ Derecho a detenernos a pensar antes de actuar y evitar actuar bajo presiones ⇒ Derecho a pedir lo que queremos o necesitamos y a hacer menos de lo que humanamente somos capaces de hacer para evitar el sobreesfuerzo dañino ⇒ Derecho a ser independientes, a decidir qué hacer con lo que es nuestro, con nuestro propio cuerpo y nuestro tiempo si ello no nos causa daño a nosotros o a otros. ⇒ Derecho a sentir y expresar el dolor ⇒ Derecho a ignorar los consejos ajenos impropios y a rechazar peticiones no pertinentes, sin sentirnos culpables o egoístas ⇒ Derecho a estar solos, aún cuando otros deseen nuestra compañía si con ello no causamos ningún daño ⇒ Derecho a no justificarnos ante los demás cuando no corresponde, a no responsabilizarnos de los problemas ajenos y no anticiparse a las necesidades y deseos de los otros, ni estar pendiente de su

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buena voluntad ⇒ Derecho a elegir no comportarnos siempre de manera positivo o socialmente convencional y de actuar espontáneamente. Fisiopatología de la vulnerabilidad y la resiliencia La vulnerabilidad se relaciona como que el cerebro reacciona ante las tensiones de la vida cotidiana en forma negativa y el hecho traumático aumenta la vulnerabilidad cuando actúa sobre zonas cerebrales donde existen sustancias como el glutamato y neurotransmisores similares que producen una citotoxicidad neuronal disminuyendo el grupo de neuronas o promoviendo la muerte neuronal.

Pero este proceso no es irreversible y en las personas resilientes se ponen en juego otras sustancias neurotransmisoras que radican en el hipocampo y que favorecen la formación o la activación de nuevas neuronas y redes de sinapsis que contrarrestan los factores tóxicos y ayudan al aprendizaje de técnicas de resistencia a la adversidad.

Es indudable que en estos cambios fisiopatológicos interviene una carga genética de predisposición, el temperamento y el estado de ánimo o humor. Estos elementos son protectores cuando tienden a formar actitudes positivas u optimistas y esperanzadoras (factores resilientes) y son dañinos cuando generan actitudes negativas o pesimistas (factores de vulnerabilidad). En resumen: en la vulnerabilidad juega un factor decisivo la neurocitotoxicidad, en la resiliencia la restauración neuronal y la formación de nuevas redes sinápticas.

Los aminoácidos excitatorios, en particular el ácido kaínico, producen excito-toxicidad. La administración sistémica de glutamato ocasiona una necrosis neuronal circunscripta a regiones ubicadas fuera de la barrera hematoencefálica. La captación de glutamato por células gliales del sistema nervioso atenúa la toxicidad. La regulación de las cantidades de glutamato presente en el medio extracelular y en la hendidura sináptica depende, entre otros factores, de la captación neuronal, de la captación de células gliales y del equilibrio con el metabolismo del GABA. El fenómeno tóxico se da cuando sobreviene un déficit no compensado en alguno de esos mecanismos.

Entre los mecanismos citotóxicos debemos señalar a:

⇒ La activación de los calpains, que degradando los distintos constituyentes del citoesqueleto celular desorganizan las terminaciones ⇒ La activación de las fosfolipasas con producción del ácido araquidónico y radicales libres ⇒ La producción de monóxido de carbono y de un exceso de óxido nítrico que promoverían una inhibición terminal de la secuencia respiratoria mitocondrial

Se conocen intoxicaciones alimentarias que involucran los receptores glutamatérgicos: el latirismo por consumo de una leguminosa (lathyrus sativus) por antagonismo irreversible de los receptores AMPA; el síndrome Guam por consumo de un aromato (Cicus circinalis) por antagonismo de receptores AMPA y NMDA. Las propiedades tóxicas de los aminoácidos excitatorios se manifiestan en enfermedades degenerativas como la esclerosis lateral amiotrófica y el envejecimiento, lo que despierta el interés por la investigación de estas estructuras y de aquellas moléculas que desarrollan sobre dichas estructuras, fenómenos de alta y baja regulación (up y down-regulation). En el hipocampo, el fenómeno citotóxico puede ser en parte compensando por la actividad concomitante de una sinapsis gabaérgica (tipo B) que podría contribuir a acotar sus efectos tóxicos. La reactivación neuronal es función también de neuronas del hipocampo en las que los receptores glutamatérgicos provienen de la vía comisural de Schäffer.

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El fenómeno aparece como un refuerzo de interacción entre neuronas pre y postsinápticas. Se

da siempre después de una estimulación sostenida. Por esta razón, el fenómeno se considera soporte o uno de los soportes de la función mnésica. Gracias a él se conserva el recuerdo de la coactivación de dos neuronas en el circuito sináptico. Esto es reforzado por el aprendizaje. El glutamato o aminoácidos excitatorios que produce citotoxicidad provienen de fuentes distintas a las del glutamato que favorece la restauración neuronal en el sistema glutamatérgico del cerebro. Beneficios de la resiliencia Edith Henderson Grotber asevera que la resiliencia es una capacidad efectiva para enfrentar las adversidades como se ha explicado en su definición, sino también como una gran capacidad que contribuye a la promoción y mantenimiento de la salud mental y emocional en general. Es importante saber que la resiliencia ayuda en las adversidades pero antes debemos conocer los alcances del término adversidad. La Real Academia Española entiende por adversidad todo lo que contrario, enemigo y desfavorable o lo opuesto materialmente a nuestros intereses o la oposición que ciertas cosas o cuestiones nos ofrecen en forma desfavorable o dañina. Es todo infortunio o mala suerte o cualquier situación desagradable en que pueda encontrarse una persona. Esta denotación puede complementarse con la connotación de que adversidad es todo lo que provoca daño y/o sufrimiento.

Para Viviana Kelmanowicz la adversidad es cualquier situación de pesar que provoca estado de crisis y nos enfrente directamente con la pregunta ¿Qué hago ahora? Y esto nos lleva a evaluar o adopta diferentes opciones: o vivirlo con vulnerabilidad u ofrecer resiliencia. Francisca Infante prefiere extender el significado de adversidad dando definiciones o casos concretos y así habla de: 1. constelación de muchos factores de riesgos: vivir en la pobreza, factores sociales (económicos, políticos, etc.) que nos impiden alcanzar determinados objetivos 2. situaciones personales especiales específicas: muerte de familiares queridos, especialmente padres, hermanos; pérdida brusca de bienes o fortuna 3. hechos catastróficos: terremotos, inundaciones, sequías, caída de rayos, guerras, explosiones extensas, disrupción social 4. daños personales: abusos sexuales, ataque físicos por delincuentes, secuestros, robos, enfermedades terminales 5. situaciones cotidianas distresantes: discordias familiares especialmente con los cónyuges o hijos u otros familiares cercanos, conflictos vecinales, conflictos laborales especialmente con los trabajos agotadores o explotadores o la violencia de los superiores, reclamos insistentes de pagos de deudas, etc.

Estos hechos, en la opinión de la investigadora Infante pueden ser definidos como realmente objetivos, lo que se demuestra por la evidencia del daño real y demostrable o bien como subjetivos, en tanto que quienes sufren las adversidades las perciban como totalmente dañinas o insuperables o se las vea como algo posible de reponer, refaccionar o de superar.

Si sólo se considera a la adversidad desde el punto de apreciación o evaluación personal de la

misma, en este sentido, para Viviana Kelmanowicz “la adversidad es subjetiva. Lo que tal vez para algunos es una pavada, a otros les hace sentir que todo se les viene abajo”. En este punto, la investigadora se refiere a las posiciones frente a las adversidades, de un resiliente (considerar lo ocurrido como una “pavada” o cosa banal subsanable) y de un vulnerable (sentir que el mundo se le desploma encima y todo es irremediable).

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Entre los beneficios de la resiliencia Diana Zabalo remarca la existencia de características o fortalezas que permiten superar los problemas y que nosotros ya hemos destacado, como son el optimismo y la esperanza, pero que esta investigadora adiciona a otra cualidad muy importante que denomina hiperrealismo que consiste en no estar demasiado inmersos en una realidad sino “tener los pies demasiados bien puestos sobre la tierra”, lo que impide volar y pasar por encima de la adversidad. Esto se debe a que resilir, en el latín, significa saltar o pasar por encima. Quizás, los resilientes son los que enfrentan a la adversidad con determinado grado de inocencia manifestada como presunta ignorancia de la gravedad. Esta resta de gravedad es lo que permite superar la desgracia y vencerla.

Finalmente, la autora cita otras características favorables de los resilientes:

1. Autoestima: se juzgan a sí mismos como valiosos y merecedores de atención 2. Exoestima: ponen gran esfuerzo en construir redes sociales confiables como es la amistad, las que funcionarán como sostén ante la adversidad. Aprenden a mirar el punto de vista del otro. 3. Autoconfianza: tienen la convicción de que sus acciones pueden cambiar las cosas. Desarrollan la capacidad de tolerancia a las pérdidas. 4. Introspección: poseen la capacidad de autoexamen o examen de conciencia que les permite reconocer sus propios errores y superarlos, como así también sus aciertos y repetirlos 5. Independencia: se apoyan en sí mismos para solucionar los conflictos y no dependen de otros o de decisiones ajenas 6. Sentido de buen humor: tienen la cualidad de desdramatizar todas las malas situaciones buscando el costado humorístico de las mismas y han aprendido a tomarse a sí mismo con humor, riéndose de sus propios defectos 7. Creatividad: a los problemas los enfrentan buscando soluciones inéditas o fuera de las habituales, no tomando actitudes estereotipadas 8. Curiosidad: desarrollan el deseo de conocer nuevas situaciones o métodos que les permitan evadir o resolver la contrariedad o adversidad 9. Actitudes resolutivas y sociales: participan de actividades sociales donde se desarrollan aptitudes y actitudes de resolver problemas o de entrenarse para afrontarlos. Suelen ser miembros de organizaciones no gubernamentales (ONG) 10. Cultivan la moralidad: sostienen, defienden y enseñan conductas éticas 11. Compromiso: asumen con toda responsabilidad y dedicación las tareas que emprenden 12. Flexibilidad: no incorporan esquemas fijos de comportamientos, sino que tienen capacidad de cambio cuando las circunstancias lo requieren. Esta capacidad de flexibilidad puede resumirse en el concepto de “borrón y cuenta nueva”. 13. Siguen modelos: generalmente han tenido, han observado o han buscado personas que les sirvieron de modelos para marcar pautas o adquirir capacidades de superación.

La resiliencia, además de los atributos personales, puede ser fruto de una conducta familiar, de una cultura social o de interacciones sociales. Por lo tanto, es una cualidad adquirida que puede ser aprendida y enseñada. Aprender a ser resiliente, como signo de madurez, es aprender a comenzar a ver la vida desde otro ángulo que no sea el común, especialmente el que ahora se estila a usar como producto del vacío espiritual. Es apreciar la parte positiva de todos los acontecimientos vitales cotidianos y del transcurso de toda la vida y saber tejer redes sociales que favorezcan situaciones que nos alejen de adversidades evitables y nos sirvan para afrontar y sobrellevar las que no podemos soslayar y nos acaecen contra toda suerte de previsión.

La Psicología Positiva que postula Seligman adopta los postulados de George Vaillant

sobre las fortalezas que él ha denominado “defensas maduras”, a saber:

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1. altruismo (que nosotros hemos visto como exoestima y capacidad de participación social a favor de otros) 2. capacidad de aplazar la gratificación 3. previsión del futuro (saber tejer redes sociales y evaluar nuestro propio porvenir) 4. sentido del buen humor 5. alegría de vivir 6. satisfacción con la propia vida 7. sentido subjetivo de salud física y mental 8. ser valientes y no timoratos 9. ser amables y ejercer la cortesía social 10. ser originales o creativos

Seligman estima, basado en las virtudes resaltadas en todas las culturas que rigieron a lo largo de la historia de la Humanidad, que habría en todas ellas seis virtudes básicas, que son necesarias tanto para la madurez como para la felicidad personal: 1. sabiduría y conocimiento 2. valor 3. amor y humanidad 4. justicia 5. templanza 6. espiritualidad y trascendencia

Este conjunto de fortalezas y virtudes, están dentro del bagaje de las personas maduras y felices, de los que supieron lograr una vida humana auténtica. El desarrollo auténtico de una vida afectiva requiere de aprendizaje y entrenamiento, esto es, de una educación y sólo se alcanza con la madurez psicoafectiva, a la que Tierno define como: ¬ “Sentirse como persona un ser humano singular, único, distinto a los demás y con infinitas posibilidades, pero sin olvidar que también somos seres sociales y necesitamos relacionarnos con nuestros semejantes, de forma gratificante y gozosa, para un mutuo enriquecimiento” ¬ “Mostrar verdadero interés por uno mismo y tener muy claro que, como ser humano, vales tanto como cualquiera, porque la dignidad y la valía nos vienen dadas desde nuestra misma esencia, por el hecho de ser personas.” ¬ “Sentirse autónomo, responsable, pleno de uno mismo; resolver los propios problemas y no esperar que los otros lo hagan por uno. Es estúpido buscar afuera a culpables y responsables en un vano intento de exculpación o de justificación” ¬ “Tener una concepción dinámica de la persona humana con fe en la humanización y mentalidad abierta para el cambio” ¬ “Conocer en profundidad la propia esencia de ese “si mismo”, como lugar de identidad de la persona, donde permanecen latentes las aptitudes, las cualidades y los dones de nuestra mente, de nuestro corazón y de nuestro espíritu” ¬ “Cultivar la dimensión social y relacional, el sentido de integración y participación activa, en la vida familiar, el grupo social y la comunidad de la que se forma parte” ¬ “Tener una gran amplitud de conciencia, una capacidad muy desarrollada para la comprensión, la generosidad y el perdón, preocuparse por los más necesitados y perseguidos, por sus necesidades, sufrimientos y carencias” ¬ “Aceptarse plena e incondicionalmente en todos los aspectos, respecto a lo que se es y a lo que se tiene, también a las propias limitaciones y debilidades, y ocuparse en cuerpo y alma de lo único importante: ¡vivir! ¬ “Practicar el autodiálogo positivo, sin olvidar jamás que, en buena medida, llegamos a ser y

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a convertirnos en lo que pensamos y decimos de nosotros mismos” ¬ “Desarrollar la capacidad de empatía, de “sensibilidad alterocéntrica” (los otros son el centro de mi atención) ¬ “Ser tolerante, flexible, condescendiente, con capacidad para disculpar, en el sentido de admitir que es propio de todos los humanos, sin excepción, equivocarse y cometer errores, tener momentos de debilidad” ¬ “Procurar tener buen carácter y sentido del humor, porque éste es casi siempre una prerrogativa de toda mente sana y bien organizada, típica de personas poco o nada conflictivas” ¬ “Activar la alegría, el júbilo, las risas y sonrisas que nos cargan de energía física y psíquica, y dejar a un lado la tristeza, el desánimo y la pena que nos la roban” ¬ “No ir por la vida de “guerrero”, ya que quien así se comporta por todas partes, encuentra enemigos contra los que luchar” (a la vez que nos transformamos en enemigo de todos) ¬ “Saber que lo negativo no es constitucional de la persona, que tenemos infinitas posibilidades y jamás está todo perdido” ¬ “Ser capaces de admitir hasta de buen grado las adversidades, dificultades y contratiempos o, al menos, no sorprendernos demasiado de que nos visiten de vez en cuando” ¬ Desarrollar la capacidad para disfrutar de todo, de las cosas más cotidianas y sencillas, en cualquier momento y lugar” ¬ “Vivir el día a día, el minuto que se me escapa, sin notarlo, por entre los dedos de la mano de mi existencia. Centrar en mi vida presente y consciente todas mis energías, pensamientos, sensaciones y gozos” ¬ “Moverse como ‘pez en el agua’ en un razonable y cómodo término medio, que nos protege de cometer graves errores, así como de innecesarios sobresaltos y de caer en estados de ansiedad y estrés crónico, al pretender lograr imposibles” (Acordarse de que todo lo vivimos y sentimos según nuestra forma particular de vivir y sentir) ¬ “Sentir gozo por amar y por sentirse amado, y disfrutar sensiblemente la íntima, profunda e indescriptible vivencia de ser alguien que ha pasado a ocupar el primer plano en el pensamiento y el corazón de otra persona” ¬ “Creer en el “milagro humano”, lo cual significa que en los peores momentos, en las situaciones más críticas, siempre se puede cambiar a mejor, encontrar otras alternativas y evitar o al menos paliar en parte, una posible catástrofe” ¬ “Ponerse al día, renovarse constantemente. Nunca estaremos capacitados para conseguir la perfección en algo, pero la excelencia está a nuestro alcance” ¬ “Hacer buenos amigos y saber conservarlos es otra de las características que adornan a las personas con un alto grado de madurez psicoafectiva” ¬ “Trascender lo material, lo pragmático, lo personal, y elevarse hacia unos niveles más altos de humanización, buscando la bondad y el bien de la gran familia humana”

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La “valorización” espiritual Conceptos de valores y axiología

Hoy es difícil ascender en la vida si otros no nos acompañan. Para vivir con ellos

necesitamos tener valores y ponerlos en práctica

“La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas”

Karl Marx

A nte la crisis actual que se manifiesta como un evidente vacío de valores o vacío axiológico, nuestra propuesta en este trabajo es buscar la adopción de una escala de valores, para lo cual proponemos los

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valores naturales (vida, muerte, amor) y los valores éticos (moral, bien, mal, virtud, urbanidad) que han regido con probada eficacia en las sociedades que los encontraron y los pusieron en práctica. Pero el uso indebido, o no uso de esos valores (obsoletismo), al decir de Jaime Barylko fueron valores perdidos para algunas generaciones y, según nuestro criterio, desconocidos en las generaciones siguientes a las que los perdieron.

Una de las funciones espirituales es establecer los valores. Para mejor entender esto, haremos una extensa digresión sobre los valores. Como primera medida, daremos un significado o sentido a la palabra valor, para saber en qué dirección iremos. Según nuestra costumbre, entenderemos por valor, en primera instancia, lo que nos dice la Real Academia Española y así tendremos que es “grado de utilidad o aptitud de las cosas para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite” o bien, “cualidad del ánimo que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros”. Estas denotaciones, claramente, marcan dos sentidos opuestos para un mismo vocablo. Por un lado, valor es una condición utilitaria para aplicar a cosas que se tornan “valiosas” por cuestiones utilitarias, económicas o financieras. En ese sentido, valor es una palabra-instrumento para ser aplicada a un objeto o cosa que sirve para… Así una piedra puede ser “preciosa” si reúne ciertas cualidades que configuran una “gema” (piedra valiosa) esencialmente por su uso suntuario y su valor económico (precio). Una piedra común puede ser “buena o mala” para construir algo o para determinados usos. Por otro lado están los “valores” financieros que se cotizan en la Bolsa. Por ende, quede perfectamente establecido que los valores utilitarios, si bien se denominan valores, no es el sentido que queremos utilizar en este trabajo. Se ha remarcado esta acepción denotativa para marcar diferencias en el uso de la voz valor, que puede inducir confusiones como luego veremos más adelante. En cambio, la otra acepción de la palabra valor es la referida a “cualidades del ánimo” que tienen que ver con la ética, la moral y las prendas personales que puede poseer un hombre cabal. Si bien la calificación de valores morales no cuadra perfectamente, por lo menos nos permite establecer una primera diferenciación del otro uso del vocablo valor, pues, en este sentido denotativo sólo puede ser aplicado a personas o por una persona para indicar determinadas cualidades de objeto que tengan que ver con lo estético y lo ético. Desde ya, y para evitar naturales confusiones, determinemos, por lo menos y en forma gruesa dos calidades distintas de valores o denotaciones de la palabra valor: el concepto utilitario asignado exclusivamente a objetos y cosas independientes de la persona y sólo asignado a los fines de su uso, y el concepto moral, ético y estético. Por lo tanto, nuestra intención es referirnos a este último, al cual daremos una connotación especial::

Los valores son “cualidades del ánimo” que se consideran como bienes deseables que nos

permiten condicionar nuestra conducta a principios éticos, morales y estético, o calificar virtudes (prendas) personales como es la disposición especial para acometer grandes empresas y arrostrar peligros o conflictos.

Se considera como valores todas las concepciones morales de una sociedad en relación con objetos, sujetos y circunstancias que se consideran deseables alcanzar y conservar, y con base en las cuales se juzga la corrección, la adecuación, eficacia y dignidad de las acciones propias o ajenas. Los valores predominantes en una sociedad son generalmente el reflejo de sus creencias más profundas y sus ideales más excelsos. No obstante, es posible que en virtud de un desvío colectivo de una sociedad y la pérdida de su culturización, esto permita que esa sociedad altere su espiritualidad normal y llegue a concebir como valores lo que en realidad son valores inauténticos. Por eso es necesario distinguir entre valores inauténticos y valores auténticos. El sólo hecho de tener que realizar determinadas distinciones de las cualidades de los valores éticos, morales y estéticos, ya nos dice que los valores son pasibles de ser a un análisis especial. Ortega y Gasset denominó dimensiones a este tipo de distinciones de un valor y consideró que existían tres dimensiones de un valor:

1. cualidad

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2. rango 3. materia

Pero lo que Ortega y Gasset hizo fue aplicar estas dimensiones tanto a los valores utilitarios

como a los valores éticos, morales y estéticos y es ahí donde creemos que existe un cierto desacierto pues más oportuno es dividir de entrada los tipos de valores en relación al sentido o concepto denotativo o connotativo, que intentar catalogar en un mismo nivel (nivel semántico), el concepto de la palabra valor. Esto evita aquello de definir a los valores en forma indirecta, como sugiere el filósofo español en comparación con los colores. Es una serie de conceptos intermedios, producto de la escuela peripatética de Aristóteles. Este método es bueno para distinguir determinados valores personales y su ubicación en una escala de valores determinados como familias de valores y su graduación en los polares, contrarios o dualidades que existen entre un valor y un disvalor. Pero entiendo que no es aplicable para una definición o concepto general de valores dentro del contesto moral, ético y estético que estamos considerando. Una cosa es distinguir determinada gama o repertorio de aspectos de un valor en relación a similares y otra distinta es definir en forma precisa la esencia semántica del vocablo valor. El hombre puede vivir “valorizando” su vida y para esto utiliza una determinada axiología. Cuando no lo hace, es como si careciera de valores y “desvaloriza” su existencia. La madurez espiritual, en gran medida, se adquiere dando valores al modo de vivir.

Nos resta ahora referirnos a la disciplina científica o filosófica que trata de los valores

morales, éticos o estéticos. Se ha propuesto para tal efecto al vocablo axiología. A la palabra axiología la RAE no la tenía incluida en su vocabulario, a pesar de ser un término ampliamente usado en Psicología y prácticamente ser una rama de esa ciencia, tampoco es muy usada en algunos textos de psicología. Recién en la 22ª edición la agrega con la definición filosófica de “teoría de los valores”. De igual manera la encontramos en una enciclopedia que la define como derivada etimológicamente del griego axios = que vale y de logos = tratado, lo que traducido sería “el tratado de lo que vale” pero denotativamente es la “ciencia que trata de los valores”. La raíz axios es traducida por la RAE como “digno”, “con valor”. Esto liga, en cierto modo, a valor con la dignidad. Lo magro de las denotaciones de axiología nos lleva a considerar que axiología debería ser incorporada también como “conjunto de valores”.

La persona versada en axiología es el axiólogo o axiologista. Todo lo relativo a la axiología

es lo axiológico. En forma pragmática podríamos considerar a la axiología personal como el conjunto de valores que una persona adopta como guía de su conducta en su proyecto vital. La axiología auténtica, en la intención de este trabajo, sería las que no conduce a la adquisición de una actitud espiritual o completa espiritualidad, en consonancia con nuestra esencia de seres inteligentes, afectivos y volitivos.

Es nuestra intención configurar una verdadera escala de valores como base de una axiología

existencial y así tenemos como auténticos valores a:

1. vida 2. amor (como autoestima o amor auténtico a sí mismo o exoestima o amor auténtico hacia otro como caridad) 3. libertad 4. ética o moral 5. virtudes 6. cultura 7. urbanidad 8. trabajo 9. integridad

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10. servicio 11. verdad, autenticidad y autoridad 12. sociabilidad 13. amistad 14. simpatía 15. familia 16. sufrimiento 17. muerte

La escala de los valores humanos es muy extensa. Nosotros tratamos de resumir los que creemos más importantes. La lista que acabamos de citar no es taxativa sino tentativa. Luego, aclaramos, hay otros valores más a considerar.

Robbins opina que “aunque poseyéramos todas las cosas del mundo, seguiríamos sintiendo

como sino tuviéramos nada. Tal es el poder de ese elemento crítico y definitivo al que llamamos valores”. Para este autor, los valores son “las creencias particulares, personales, individuales, que una persona sustenta en relación con lo que le parece importante”.

Introduce un nuevo concepto de valor, que es el de ser creencia y algo que parece importante.

Incluso va más allá y sentencia que los valores son un sistema de creencias, que incluye los conceptos sobre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Completa su definición y concepto de valores diciendo: Nuestros valores son las cosas hacia las cuales hemos de tender necesariamente; de lo contrario, no nos sentimos plenamente realizados. La sensación de congruencia, de armonía y de unidad personal con uno mismo deriva del sentimiento de estar realizando nuestros valores a través de nuestro comportamiento real. Incluso determinan aquello de lo que huiremos. Rigen todo nuestro estilo de vida. Determinan cómo reaccionaremos ante cualquier experiencia vital dada. Vienen a ser como el sistema operativo de un ordenador... Los valores son como el sistema operativo del discernimiento en el cerebro humano”.

Acá, Robbins nos introduce en otras definiciones básicas: los valores además de ser creencias

en algo importante, son un sistema operativo del discernimiento del cerebro humano. Serían una especie de ordenadores de la vida (“son la base que define nuestras relaciones ante cualquier experiencia de la vida”). Si tomamos literalmente los conceptos de este investigador, teóricamente no podríamos desarrollar nuestra vida social sin poseer valores. Nosotros creemos que en alguna medida es así. Por eso nos propusimos resaltar la axiología, en busca de una senda existencial que nos permite desarrollar nuestra existencia en un sentido auténtico y satisfactorio.

No nos proponemos buscar el éxito, que es la meta de Robbins. Simplemente es proponer

medios para desarrollarnos en el transcurso de nuestra vida lo más armoniosamente posible, sin errar en lo fundamental y para mantener el sentido plena de nuestra existencia. Es indudable la influencia del ambiente en la adquisición y el desarrollo de los valores. La familia, la calle, el trabajo, la escuela, la iglesia y otras instituciones nos proponen diferentes modelos de valores. Pero la elección de los valores más convenientes es una cosa personal que requiere la decisión voluntaria y meditada. Los valores “pegados” por la sociedad que nos rodea no siempre son los que nos permiten desarrollarnos felizmente. Más bien suelen ser escollos que nos anquilosan con conductas automáticas que matan la creatividad personal.

En los últimos tiempos no es frecuente que los valores medios de nuestra sociedad sean los más

operativos y los más convenientes. Así como el hombre medio en general, está despojado de grandes y buenos valores, el mismo mal padece la comunidad que nos rodea. Los buenos modales, el buen conversar, el buen vestir de nuestra tradición hispana y europea sólo quedó relegado a un grupo muy

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reducido. Los valores usados por nuestros antecesores los consideramos “demodé” o cursis. Por eso los desdeñamos y abandonamos. No los cultivamos ni profundizamos ni adaptamos a la vida actual. Simplemente los ignoramos. Es como si estuviéramos atravesando un período histórico social de desvalorización del hombre y su existencia. Sin embargo, en una nueva forma de reflexionar, es probable que el rescate de esos valores nos permita reencontrar mucho de lo que no tenemos o hemos perdido. Escala de valores

Robbins propone incorporar a la escala de valores, los siguientes:

∗ amor ∗ éxtasis ∗ comunicación mutua ∗ respeto ∗ diversión ∗ progreso personal ∗ respaldo ∗ desafío ∗ creatividad ∗ belleza ∗ atracción ∗ unidad espiritual ∗ libertad ∗ sinceridad

Coincide con nosotros en el amor, la libertad, la sinceridad, el respeto y, además, nos propone la belleza, la creatividad, la diversión, la comunicación interpersonal y la unidad espiritual como otros valores deseables. Ojala nuestra mente y nuestra conciencia nos ilumine para comprender todo lo que se nos presenta como valores apetecibles y podamos adquirirlos.

Los valores, como objetos culturales, son pasibles de ser aprendidos y enseñados, pero la

educación axiológica exige:

1º. Tener una escala de valores como guía 2º. Que hayan “modelos ejemplares” que nos sirvan para conocer como se manejan esos valores y para aprenderlos por imitación. Sin educadores no hay modo de formar educandos. 3º. Que exista la voluntad expresa de adoptar una escala de valores Criterios de Seligman para la selección de valores y virtudes: conjunción de fortalezas, valores y virtudes Este autor propone tres criterios que considera básicos para seleccionar los valores y virtudes positivas: 1. que estén presentes y se valoren prácticamente en todas las culturas existentes y conocidas 2. que se valoren en sí mismo, esto es, por derecho propio y no como medio para alcanzar otros fines 3. que sean manejables, alcanzables, esto es, maleables o dúctiles a fin de poder ser adoptados y usados

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Las “fortalezas” de Seligman

Entre los valores o “fortalezas” que propone Seligman, según lo vimos recién, figuraban: • optimismo (en primer lugar) • las “defensas maduras” de Vaillant: ∗ altruismo ∗ capacidad de aplazar la gratificación ∗ previsión del futuro ∗ sentido del humor • valentía • amabilidad • originalidad

En cuanto a las virtudes esenciales o principales, después de revisar los principales códigos y pensadores de la ética y la moral, Seligman ha seleccionado lo que considera seis virtudes claves: 1. sabiduría y conocimiento: incluye curiosidad, amor por el conocimiento, criterio o juicio, originalidad o ingenio, inteligencia social y objetividad y perspectiva 2. valor: expresado como valentía, perseverancia e integridad 3. amor y humanidad: incluye amabilidad, generosidad, cariño, capacidad de amar y ser amado 4. justicia: manifestada como civismo, imparcialidad o ecuanimidad, liderazgo 5. templanza: como autocontrol, prudencia y humildad 6. espiritualidad y trascendencia: a través de la capacidad de disfrutar de la belleza o sentimiento de estética, gratitud, esperanza, capacidad de perdonar, sentido del humor y entusiasmo

Seligman completa sus criterios sobre valores y virtudes, clasificándolas en: ⇒ tónicas: las que se ejercitan varias veces al día (amabilidad, curiosidad, lealtad, espiritualidad) ⇒ fásicas: las que se ejercitan en determinados momentos o fases de la vida (perseverancia, objetividad, justicia y valor). Una acción fásica en toda la vida puede ser suficiente para demostrar valor Seligman usa conceptos como “fortaleza” y “virtudes” que primariamente usó Aristóteles. Esto nos obliga a aclarar ambos conceptos. Nos hemos preocupado por rescatar el término fortaleza debido a que Seligman la sugiere como concepto fundamental para explicar su idea de felicidad auténtica. Emplea a fortaleza como el ejercicio activo (actitud y conducta) de los valores y virtudes que él considera positivos para alcanzar los estados de felicidad, basados en los rasgos de positividad que parten del pensamiento positivo y las emociones o sentimientos positivos. Para Seligman, fortaleza opera según la definición de la RAE como fuerza o vigor que actúa como defensa natural para oponer los valores y virtudes a los conflictos de la existencia y evitar el pesimismo, la depresión y el sufrimiento como estilo de vida y obtener en forma sistémica y aprendida los estados de felicidad como optimismo y sentimiento de bienestar. Ha ideado la Psicología Positiva y la propone como un cambio de la Psicología tradicional para adaptar la ciencia psicológica a las verdaderas necesidades actuales y mejorar los trastornos mentales y físicos que depara el vacío actual de la humanidad, expresado como vacío existencial o vacío espiritual que en el fondo no es más que un vacío de sentido de la vida. Desde luego, así como

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enfoca Seligman el problema, fortaleza termina siendo la colección de todos los valores positivos (virtudes, sentimientos y emociones, positivos), lo cual, en el fondo, opera como una verdadera escala axiológica o tabla axiológica positiva. En cuanto a virtud, la RAE define que es “actividad o fuerza de las cosas para producir o causar sus efectos. Eficacia de una cosa para conservar y o restablecer la salud corporal. Fuerza, vigor o valor. Poder o potestad de obrar. Integridad de ánimo y bondad de vida. Disposición constante del alma para las acciones conformes a la ley moral. Acción virtuosa o recto modo de proceder. Cada una de las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templaza) que son principio de otras en ellas contenidas. Hábito de obrar bien, independientemente de los preceptos de la ley, por sola la bondad de la operación y conformidad con la razón natural. Cada una de las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad)”. Desde la óptica denotativa, la virtud parece oficiar como una especie de catálogo de algunos conceptos definidos como valores. De todos modos, desde Aristóteles, fortaleza, valor y virtud están firmemente conjugados alrededor de un mismo concepto que los hace participar de la misma identidad. La escala de valores o axiología de Scheler Scheler sustentaba una especial idea de valores a los que consideró como algo susceptible de ser sometido a jerarquías: las jerarquías de los valores, la cual estaba supedita a una graduación de inferiores a superiores, de menor a mayor, teniendo en cuenta la agradabilidad. Resumida, la escala propuesta era: 1. Grado inferior: son valores que comprende lo agradable y lo desagradable 2. Grado superior: van de menor a mayor y comprende: a. Valores vitales b. Valores espirituales c. Valores religiosos d. Valores morales

Conceptos de Jaime Barylko sobre los valores. El fenómeno de la “desvalorización espiritual” En este parágrafo, se transcribe casi textualmente una conferencia de Jaime Barylko, a la que tituló “Pérdida de los valores”.

“Vamos a analizar la palabra “perdidos” y después vamos a analizar la palabra “valores”.

Perdidos no significa aniquilados, algo que estaba de más. Perdido cuando no se sabe como se entra o se sale de una situación. No se encuentra un algo. Los valores están... pero perdidos. En cuánto no sabemos dónde están o no sabemos cómo encontrarlos. Sabemos un poco en qué consisten, otro poco no sabemos cómo se traducen. Estamos en una especie de bosque o selva, donde el estar perdido es la situación primordial del hombre contemporáneo. Mucha gente aprendió a hablar de valores y a decir frases como “lo que faltan son valores”. Pero el concepto de valor no está claro y distinto. Como quería Descartes: los conceptos tienen que ser claros en sí mismos y distintos de otros conceptos. Si tenemos la tendencia de envolvernos con frases y con palabras y con expresiones y declamaciones, todo eso se vuelve como un caldo de vapor nebuloso que a veces produce satisfacción, pero no da claridad ni distinción. Los valores son aquellos elementos que constituyen la trama de la existencia de una sociedad; la trama comunicativa entre los seres de una sociedad. Cada sociedad es distinta, cada sociedad tiene otros modos, otras costumbres, pero todas existen en cuanto contienen y están fundamentadas en esa trama llamada valores. Al decir trama se piensa en una tela cuyos hilos se entrecruzan y se sostienen unos a otros. Si se rompe un hilito, la

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trama se mantiene. Si se va rompiendo otro hilito aislado de otro lado, la trama también se mantiene. Pero si se siguen rompiendo hilitos pequeños acá, allá y acullá, de a poquito la trama, en algún momento, se empieza a deshacer. De igual modo ocurre con una pared: si se comienza a sacar de a un ladrillo, los primeros no alteran la pared, pero después de sacar varios, la pared se desmorona. No hay que pensar que sacar un solo ladrillo por vez no alterará la trama, a pesar de que la pared tenga miles de ladrillos. Un ladrillo por vez y por varias veces termina derrumbando el muro. De igual modo que el tejido y la pared, el mundo de los valores se comporta como una cosa sólida y compacta, pero interdependiente. Un valor depende de otro. Si se van sacando poco a poco, se terminan por derrumbar todos los que quedan. Por ejemplo, todos los seres humanos, hoy más que nunca, están anhelantes y deseosos de amor. Nunca en toda la historia de la humanidad se leyó, se estudió, se escribió y se habló tanto de amor como en este siglo XXI. Nuestros antepasados conocían la palabra pero no la usaban tanto. Pero, en el momento actual, es momento de exigencia de amor, de proclamación de amor, de deseo de amor, de necesidad de amor. Esto constituye al amor en un valor. La gente quiere ese valor, lo que no saben o no quieren saber es que los valores están entramados, intercomunicados y sus hilos corren en todas las direcciones, tanto vertical como horizontal y oblicuas. De ese modo, el amor siempre estará entramado con otros valores, tales como compromiso, responsabilidad y respeto. El hombre de hoy, una especie de salvaje, entra en una especie de supermercado de valores y pide amor. Adquiere un paquete en el que el amor viene junto con el compromiso de un lado y el respeto de otro y la responsabilidad también por distinto lado. El hombre salvaje insiste que sólo quiere amor pero no los otros valores. Así, una persona que se quejaba de esposa, a la que llamaba pareja, vivía una relación angustiosa. Se le preguntó si amaba a su señora y contestó que sí, pero no la “bancaba”. (Bancar es un neologismo o un vulgarismo sinónimo de tolerar, aceptar). El problema del amor en pareja es la convivencia. Es muy difícil convivir sin compromiso, responsabilidad y respeto. Mucho menos amar. Los valores exigen una educación que, como toda educación, va de abajo para arriba. Y el de abajo para arriba significa que nadie puede amar a alguien a menos que previamente lo respeta. Y si lo respeta no va a tener ningún problema de tolerancia (“bancamiento”), porque el respetar significa eso, implica el compromiso de la presencia ajena, de la existencia ajena, como parte de mi existencia. Pero hoy se disociaron los valores y esto ha hecho que los valores por separada, se pierdan. Por eso el amor está perdido y mucha gente anda perdida. Una causa de esto es la juventud “súper-perdida” por aquello que alguna vez llamé “el miedo a los hijos” Porque se tuvo miedo a las palabras, se tuvo miedo a causarles traumas con la base de una psicología barata, no científica. En Argentina la gente tiene tendencia a ser más psicólogos que gente. Y todos psicologizan. Y todos entienden y quieren entender e interpretar al otro (aunque no se entiendan ni interpreten a sí mismo). Así, nacieron generaciones de chicos con padres (en lo biológico) pero sin padres (en la función de convivir y educarse). Esos padres ejercieron lo que entendían por amor y si se les pregunta si aman a sus hijos, ellos afirman que sí aman a sus hijos. Y ¿en qué consiste, entonces, ese amor? Consiste en que los hijos hacen lo que quieren, porque si no, según entienden esos padres, ¡pobre chico!: tienen miedo de dejarle alguna huella, algún trauma, que mañana lo haga infeliz. Lo que está haciendo infeliz al chico, no mañana sino ya, hoy, es esa permisividad excesiva que es como un abandono, cuando con un golpecito constante en la espalda se le dice “hacé lo que te parezca” o aquello de “y vos, ¿qué pensás?”. O, sino, el remanido cuento que “hay que hablar con los chicos”. Pero, los chicos (¡pobrecitos!) no saben donde están ni dónde tienen los padres que quieren hablarle. Porque cuando llega el momento de que el padre quiere hablar, se presenta el problema de qué hay que hablar con los chicos, por un lado, y por el otro, cuando el padre le dice al hijo “quiero hablar con vos”, da la casualidad de que el hijo, en ese momento, no quiere hablar. Y ahí se produce la falta de respeto y comienza a decaer el sentimiento de amor mutuo. Así, en hechos concretos, como la obligación de asistir a la escuela o al trabajo, si un padre le pide al hijo que se levante de la cama para cumplir esa obligación, el niño responde “¿te parece?” y esta frase hace dudar al padre que se pone a pensar si le parece o no le parece. En muchos casos termina por coincidir con el hijo y le permite no cumplir con su obligación. El padre tiene que tener convicciones firmes para transmitir a

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su hijo, el cual, por su inmadurez natural, no es responsable de sus dudas o de su inexperiencia y falta de responsabilidad. El padre debe ayudarle a madurar y no lo va a lograr permitiendo que prevalezca la inmadurez sobre la razón y la obligación. No hay escapatoria. Hay que ir a la escuela, al trabajo, hay que cumplir con las obligaciones aunque no se tenga muchas ganas ni deseos. Una obligación no permite ningún parecer. Hay que cumplirla. Por la falta de los hijos y de los padres, hoy a más de la mitad de los chicos argentinos les parece que no hay nada grave en repetir el grado. Incluso los padres lo cuentan como un hecho accidental, tonto, banal, como que “no pasa nada” Y comienzan las justificaciones: “a lo mejor tuvo problemas y por eso perdió el año” ¿Dónde estuvieron ese año los padres? La tragedia no está en perder uno o dos años, sino en la falta de responsabilidad de padres e hijos, en la excesiva permisividad que hacen perder la noción de responsabilidad y obligación, llevando todos los valores a ser relativos. Es aquí donde empiezan a retirarse de a uno los ladrillos de una sólida pared para, finalmente, lograr que ésta se derrumbe. Cada día que un padre es permisivo con sus propias obligaciones y con las de sus hijos, va destruyendo la trama de los valores y perdiendo la noción de los mismos. Y esto sí será, finalmente, una tragedia o drama que sume a la sociedad posmoderna en la incertidumbre. Y es por eso que hay incomunicación. Esto quiere decir que se pierde otro valor: la comunicación. Esto se debe a nuestra afirmación anterior de que los valores vienen en un paquete, todos juntos. Luego, la cosa es muy sencilla: se tienen, o no, todos los valores en el paquete que cada uno desea adquirir. Así, cuando el paquete es completo, cada elemento valor condiciona a otro elemento valor. En el caso de la comunicación, cuando ésta falta (incomunicación), trae como consecuencia a la soledad y la soledad es consecuencia, a su vez, de aceptar la premisa: “yo hago la mía y vos hacés la tuya”. Si la decisión de “hacer la mía” es en relación con una realización privada, profesional y personal, como es seguir una vocación, elegir una profesión, establecer un comercio o una industria, ahí es muy acertado “hacer la mía”. Pero cuando se trata de involucrarse con otras personas (amigos, vecinos, hijos, esposa, etc.) es imposible “hacer la mía” en forma aislada y personal.En la relación con los demás, lo que comunica a la gente es lo que hacemos juntos. Si no, no hay comunicación. Hacer juntos, eso es lo importante y eso es comunicarse. No se debe “hacer la mía”, sino “hacer lo nuestro”. Participar dentro de un mismo valor, que es como navegar juntos dentro de un mismo barco, donde quizás cada uno contemple un horizonte distinto pero lo hace en conjunto con los horizontes distintos de otros. Lo que comunica no son estrictamente las palabras ni tampoco las ideas. Las ideas forman parte del lado individual personal. Lo que puede ligar a dos personas no es lo que ellos creen individualmente, por separado, ni las ideas ni las opiniones. Lo que une a dos personas es la vida en común, los valores en común, las responsabilidades en común. Es la unión en común, pero dentro de los mismos valores. En común es lo que produce la palabra comunicación. Luego, comunicación significa un mundo en común con el otro. Esto no es meramente una transmisión de palabras, frases, ideas, lo que la gente llama, a veces, “diálogo” (que en realidad son intercambio de monólogos”). Si se quiere realmente comunicar, además de transmitir información al otro, que puede ser importante o no, hay que compartir la misma vida y los mismos valores. Es la trama de valores lo que nos puede ligar, en cuanto somos hilos de esa trama. En las demás cuestiones podemos discrepar, pero en la comunicación en lo único que hay que estar de acuerdo es en los valores, sólo en saber y cumplir en qué es respeto, qué es responsabilidad, qué es solidaridad. El amor significa no sólo pronunciar palabras reconfortantes en los momentos difíciles, sino en apoyarnos física, material y espiritualmente, pero, por sobre todo, estar juntos en la tormento compartiendo todo. Muchas veces, sobre todo los argentinos, deducimos que alguien puede amarnos porque en algún momento recibe algún tipo de apoyo de ese alguien. Pero en la realidad, muchos de esos apoyos son como una capa delgada de seda fina que nos envuelve y seguimos sufriendo bajo esa capa de sea. Por eso hay que quitarnos esa seda y quedarnos al desnudo para conocernos realmente y conocer a los demás. Basta de frases bonitas, basta de decir “hay que ser solidario”. El argentino tiene una manía verborrágica, tiene algo así como una idea mágica del lenguaje, que si uno dice “hay que ser solidario” y se va a dormir tranquilo, considera que ya salvó a la humanidad. Pero en realidad no hizo nada, dijo y nada más. No hay que parecer solidario sino ser solidario

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(“hacer solidario”). No sólo hay que pronunciar frases sino que en la vida diaria cada frase que se pronuncia hay que modelarlas, o sea, hay que educar con el modelo. Así educar al hijo, educar a la esposa, educar al prójimo está bien, pero por sobre todo, hay que permitir que ellos me eduquen a mí también. No es que educar sea sólo hablar de una perfección mía, sino es un aprendizaje constante, en el que se me va la vida al encontrarme con mis prójimos, con la gente y ver en ellos no sólo modelos negativos, sino modelos positivos y favorables. A mi vez, brindar mi propio modelo positivo. Dar y recibir lo positivo. Esto es autoeducarse y ayudar a educar a otros. Los valores no están perdidos en el sentido de aniquilados. Están disueltos en un desorden, en un caos y hay que recuperarlos. Pero no con palabras, ideas o creencias. Tampoco yendo a estudiar en una universidad, sino yendo a revisar nuestra propia vida e inquirir si la vida que vivimos nos satisface. Así de sencillo. En la vida moderna, cuando uno se pregunta por su propia vida, hay una sensación universal de negatividad. Quizás concurre a ello el tema conocido de los desamparados sociales, de los desocupados y de toda esa gente que está al margen de la densidad existencial. La presencia de estos problemas desmienten, por su propia presencia, todas las frases solidarias pronunciadas, las cuales resultan frases. Por eso hay que coincidir con Perelman: o cambiamos las frases, o cambiamos la realidad.La realidad no se cambia pidiendo a otros que hagan esta tarea. Se cambia cambiando cada uno de nosotros. Joyce escribe: “si no podemos cambiar a Irlanda, cambiemos de tema”. No se va a cambiar algo sólo hablando del cambio. Para modificar una realidad hay que tener la conciencia de que “vivir es hacer algo”. No es esencial para vivir con el prójimo sólo estudiar y hacer algo. Siempre habrá algo de enigma en mí y en el prójimo. La situación primordial es aprender a “ser entre enigmas”. Para esto tengo que eliminar las barreras de mi ego, de mi superyo, de mi mucha soberbia. Hay que terminar con aquello de que “cada uno cargue con su problema” y “yo soy yo y vos sos vos”. La fuente de los valores es que yo sin vos no soy y eso lo explicó Martín Buber en su libro YO Y TÚ. Con el yo y tú configuramos la palabra básica. Nace uno y ya es “yo y el otro”; uno es los otros y eso va a costar esfuerzo volver a tomarlo porque es sabiduría antigua.”

Como adelantamos en el inicio de este trabajo, Barylko sostiene la tesis de que la sociedad

actual tiene una “pérdida de valores”. En este contexto, el pensador ha usado el concepto interpretar a “pérdida” con el sentido de “perder”: “dejar de tener, o no hallar, una cosa que se poseía, ya sea por culpa o del poseedor, por una contingencia o desgracia”. También perder puede ser: “desperdiciar, disipar o malgastar una cosa”, “no conseguir lo que se desea, espera o ama”, “ocasionar un daño a las cosas desmejorándolas o desluciéndolas”.

Creemos que el fenómeno observado en la sociedad actual, en parte, se debe a todas las

denotaciones que hemos vertido sobre perder. Pero es probable que también no haya posibilidades de haber tenido o conocido ciertos valores o no haber adquirido la noción de un valor. Puede deberse a que las generaciones intermedias entre los que tenían algunos valores y los que no tienen ninguno, sean los responsables de haberlos perdidos. Ese “perder” afecta a las generaciones posteriores a los “perdedores” y es ahí donde nosotros pensamos que funciona mejor el concepto de “valores desconocidos” pues al perderlos y no tenerlos, no hubo posibilidades de que esas generaciones conocieran o tuvieran esos valores.

Esa sería, para nosotros, la mejor explicación de la humanidad actual, la cual tiene,

efectivamente, una “pérdida” porque “carece y está privada” de los valores que otras generaciones anteriores detentaron. Es una sociedad “desvalorizada” en el sentido de “desvalimiento” por estar “desamparada, abandonada y privada de ayuda o socorro” porque no tiene el sentido de los valores perdidos.

Esa sociedad desvalorizada, a la cual la pérdida de valores ha oficiado como una “quita de

valores”, ha sido llevada también a otra pérdida importante que el “desvalor” como “cobardía o

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miedo”, lo que puede ser interpretado como una “falta de valentía” o coraje. El “sentirse desvalida” hace funcionar a estas generaciones actuales como “faltadas de mérito o estimación”, es decir, una disminución de su autoestima. Todos sabemos que la frase “falta de valor” se aplica a aquellos que se comportan como cobardes, que carecen de valentía y están “acobardados y amedrentados”.

Esa “falta de valor” por la desvalorización analizada es la que produce la cobardía de enfrentar

auténticamente a la vida y, en consecuencia, se padece un cierto “miedo a vivir”. Todo nuestro trabajo e intención es referirnos a valores espirituales ciertamente (lo que descarta toda alusión a posesiones materiales). Esa quita o pérdida de valores con la consiguiente ausencia de los mismos que conlleva el desconocimiento actual, es lo que ha producido un “vacío”, un hueco en el cual no hay un valore estimable o deseado, sino una especie de desprecio por lo que se intenta enseñar o mostrar como valor. Es un poco la moraleja de la zorra y las uvas: lo que no se puede alcanzar, no sirve, “no tiene valor”.

Este vacío “por falta de valores y de valor” es un verdadero vacío espiritual o

“desvalorización espiritual” porque el hombre actual se siente menospreciado e inútil y renuncia a buscar el medio de recuperar el conocimiento y el uso de los valores espirituales que hacen a su esencia de hombre, a su autenticidad. Ahora, ya no sólo funciona por la quita o pérdida de valores, sino que transita un especial estado de ánimo de total indiferencia, de una “anestesia axiológica” pues ha perdido todo interés y deseo de esos valores e, incluso, los desprecia (tal vez por considerar obsoletos o inalcanzables).

Quizás el mayor defecto no estriba en la actitud personal intrínseca, en la cual el hombre se

comportaría como lo hace ahora porque interiormente nada lo motiva a revalorizarse, sino que el entorno o medio donde vive, lo extrínseco, es lo que está desvalorizado. No tiene ninguna herramienta válida para revalorizarse. Todos sabemos y lo predicamos que esa “revalorización” sólo se obtiene por educación. Pero, curiosamente, la educación es otro de los valores ausentes. La prédica actual de algunos autores de valía como el propio Barylko, o Goleman u otros autores de “autoayuda” oficia como una “prédica de desierto” pues con solo exponer que esos valores existen no es suficiente para originar un interés y una motivación para el aprendizaje y el cambio. Sin ganas de aprender ni de cambiar, aunque se consigue un instrumento eficiente de educación, difícilmente se pueda educar a quien no quiere ser educado. Esta indiferencia por la educación es la “pérdida de la valentía” que ocasionó la “pérdida de valores” y el vacío espiritual por “vacío axiológico”. Hoy los expertos deberán luchar denodadamente por despertar la curiosidad, al menos, para que la gente se sienta motivada o impulsada a volver su atención e interés por los valores espirituales.

De algún modo, tanto Barylko como Goleman y otros tratadistas, nos hacen entender que

los valores morales, éticos y estéticos son conceptos relacionales o relativos entre dos personas o entre una persona y un objeto. Esta condición es la que les confiere el grado de estimación que resalta Ortega y Gasset. Pero debemos de reconocer que si empíricamente en la realidad todo funciona como que la escala de valores que una persona, una sociedad o una etapa histórica de la humanidad está sujeta a la estimación de determinados valores y al deshecho de otros, esencialmente no es así como deben de concebirse y usarse los valores. Los valores positivos, aquellos que son inherentes a la condición de ser humano, son inmutables e imperativos. El desconocimiento o rechazo de los mismos como pérdida, abandono o ignorancia, nos deshumaniza, según el particular análisis que de este tema acabamos de hacer.

Conocer como históricamente el hombre se ha comportado en relación a la adopción, o no,

de valores, especialmente los positivos, nos da conocimiento de las fluctuaciones propias de las dualidades esenciales del hombre que rige toda escala de valores. Volvemos a iterar que los valores resaltan debido a los antivalores y siempre todo será planteado como contrarios. Pero la existencia de

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los contrarios o polaridades o dualidades de ninguna manera torna relativos a los valores esenciales. Los prejuicios como pseudovalores La falta de medios para revalorizar, ha llevado a otro fenómeno social como es tratar de llenar el vacío axiológico con pseudovalores y uno de ellos es el prejuicio. Podemos tener una idea del concepto de los prejuicios si denotativamente decimos que es una formación de juicios antelados, lo que significa que esos juicios se forman antes del tiempo oportuno o sin tener un cabal conocimiento de las cosas o cuestiones prejuzgadas.

Si hacemos un análisis objetivo, generalmente lo que se conoce por prejuicio son juicios formados por una opinión o una actitud desfavorable a algo, que se emiten o se adquieren de antemano, sin haberlos sometidos a la experiencia personal o comprobación directa, con pruebas objetivas, de la validez, solidez y verdad de lo que se está preenjuiciando. Normalmente, los prejuicios están mantenidos e impregnados con una gran intensidad emocional que resiste todo análisis y razonamiento. Lo común es que los prejuicios se desarrollen en un grupo social en relación con otros grupos sociales que se diferencian del grupo preenjuiciador por algunas cuestiones culturales como pueden ser la religión, la política, la raza, el status económico, etc.

Si bien las creencias religiosas o políticas, la adopción de una situación o status socioeconómico, incluso la pertenencia racial, pueden ser considerados valores culturales para algunos grupos sociales, en el caso de los prejuicios, la oposición de determinadas características de estos valores puede ser considerada como un antivalor o adopción de falsos valores. Los prejuicios, como discriminación, son aplicados por diferentes razones o por extremismos fundamentalistas y pueden ir de un grupo mayoritario a uno que detenta una minoría cultural dentro de una sociedad (que es la mayoría de los casos) o viceversa: de una minoría que impone por la fuerza y la violencia a la mayoría de la comunidad (casos de grupos revolucionarios o religiosos fundamentalistas o fanáticos).

Los prejuicios siempre determinan, por parte de los prejuiciosos actitudes negativas como son

el desprecio, la discriminación y la violencia. Esto genera una reacción en el grupo preenjuiciado ocasionando un “contraprejuicio” que termina obrando como “prejuicio vs. prejuicio” y adopta las mismas actitudes del prejuicio original. Las consecuencias inmediatas de estos desencuentros culturales son la adopción de conductas disvaliosas conflictivas que conllevan confrontamientos entre los grupos actores con un marcado distanciamiento o alejamiento social. Los valores inauténticos (desvalores o disvalores) Son los adoptados por algunas personas por considerarlos como valores eficaces para un fin, sin importar el medio de lograrlos. La lista es muy larga pero ya hemos hablado de los prejuicios. A esto habría que agregar falsedad, fama, riqueza, poder, egocentrismo o egoísmo o falta de autoestima auténtica. También serían valores inauténticas las creencias que se vuelven fundamentalismos o intolerancia como el racismo o el fundamentalismo político o religioso. La ira hostil o agresividad o violencia es otro desvalor. También lo es el desprecio o burla hacia los demás o la indiferencia como la falta de caridad.

La anestesia sensitiva que priva de todo sentimiento amoroso, incluyendo el amor a la vida propia y ajena. El aislamiento social puede ser considerado un gran valor por los anacoretas, eremitas y otras personas que deciden un enclaustramiento voluntario para dejar de actuar en sociedad. La conducta aislacionista, de acuerdo a la esencia del hombre en el sentido del ser con... opera como un valor inauténtico. Reafirma este concepto Aristóteles cuando afirma que el hombre que vive sólo o es Dios o es bestia.

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Generalmente, toda conducta adoptada para un fin que no se base en los llamados valores

auténticos, puede considerarse como valorada inauténticamente cuando esa conducta no se ajuste a la esencia del hombre (inteligencia, afectividad, voluntad, sociabilidad). La idea de valores a través del tiempo

Hace más de cuatro mil años, en el Imperio Medio de Egipto, un poeta escribió: ¿Con quién puedo hablar hoy? El hombre manso ha desaparecido, el iracundo domina a todos, La iniquidad que azota la Tierra no tiene fin. Y el mundo está en manos de criminales. Hay en el texto una especie de nostalgia en la que el autor parece evocar una forma de antigüedad más apacible y justa. Esta idea de que “todo tiempo pasado fue mejor” (o mores, o tempora) parece haber rondado siempre en la humanidad, desde que el hombre comenzó a escribir su historia. La filosofía se ocupó tempranamente de los valores que debían regir la conducta humana. Aristóteles indagó sobre la ética considerándola como una verdadera ciencia de la conducta humana y dentro de ella consideró la búsqueda del concepto del mayor bien humano, concluyendo que éste era la felicidad y que la misma constituía parte de una constelación que el filósofo griego consideró como virtudes. Desempeñarse en la sociedad con inteligencia social requiere de nosotros la posesión de determinados valores que nos lleven hacia una verdadera axiología social que nos permita desempeñarnos con autenticidad, veracidad e integridad. Ya definimos que los valores se consideran como bienes deseables que nos permiten satisfacer necesidades, proporcionar bienestar o deleite, acometer grandes empresas y arrostrar peligros o conflictos. Primariamente, también lo expresamos, la primera escala de valores está regida por la vida como el primer valor o el más deseable y por la muerte como el valor último o el menos deseable. Entre estos dos valores ubican muchos otros que cada persona incorpora de acuerdo a sus necesidades, búsqueda de satisfacciones o tipos de conflictos que deba enfrentar. Las virtudes que hemos comentado son también valores personales deseables en tanto y en cuanto nos proporcionan un grado de utilidad o de aptitud personal.

Volvemos a retomar el discurso sobre las sensaciones y sentido y observando lo dicho sobre valores, podemos comprender mejor lo que habíamos afirmado sobre la confusión que puede ocurrir entre discernir cuando una palabra, por ejemplo, amor, puede ser un sentimiento, una emoción, un instinto, un valor o una virtud. El espíritu obra con amor y cuando lo hace, salvo ligera variantes, el amor es todo eso en bloque. Todo dependerá si la sensación obra con un efecto o motivo en especial que genere una acción o es una actitud existencial o si es una sensación pasajera o permanente y cuáles son los efectos que causen.

A través de estos fenómenos daremos “sentido” a la palabra y a la vez tendremos un “sentido

de amor”. De igual modo, como ya hemos comentado, habrá un sentido de:

¬ realidad ¬ ética

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¬ estética ¬ placer ¬ virtud ¬ belleza ¬ bondad ¬ justicia ¬ equilibrio o armonía

y así, sucesivamente. Todas las abstracciones especialmente las cualitativas (cualidad o calidad o calificación) exigen “tener sentido de...”, pues la apreciación de lo abstracto, siempre dependerá de un sentido determinado y específico. Amor y libertad están inspirados en el mismo principio: lo primero es no dañarse uno ni dañar a los demás. La libertad inauténtica es la que pretende imponer nuestra voluntad, deseo o acción, arrastrando con todos los derechos ajenos y sin ningún tipo de freno. Esto es lo que se conoce como libertinaje, una de las formas degradadas de la libertad. Naturalmente, el libertinaje significa ausencia total de responsabilidad (irresponsabilidad absoluta). Otros valores, como bienes deseables, son la ética, la cultura y la urbanidad. De la ética hemos adelantado algo pero recordamos que en general, ética y moral van de la mano y se refiere a las buenas costumbres, a los buenos usos, a los buenos modos. Particularmente en este último punto referido a “los buenos modos” queremos detenernos para referirnos a la urbanidad como todo lo referido a la cortesía, comedimiento, atención y buen modo. Como antes lo resaltamos, la urbanidad es un valor algo despreciado más que deseado, porque quizás de insistió sobre ella en forma compulsiva, en la familia y la escuela. En el afán de lograr esos buenos modales, se les ritualizó al extremo de imprimirle una rigidez sin sentido y convertirla en un frío convencionalismo. Pero no es tan así. La urbanidad es un valor que debe ser enseñado, en lo posible, desde la infancia en el seno de la familia y completar la educación en todos los actos de la vida social. Pero si no es enseñado, como un valor esencialmente aprendido, no puede adquirirse. No se nace con la urbanidad sino que ésta es adquirida como hábito aprendido de otros. El hombre con urbanidad es el hombre cortés, amable con los demás y también comedido o servicial, ambos atributos muy necesarios para manifestar nuestra caridad. En el caso del hombre trabajador, el trabajo es el primer bien deseable, después de estos bienes primordiales a todo hombre, que terminamos de enunciar. El trabajo comparte todas las definiciones dadas de valor, pero hay que agregarle una tercera: “cualidad en virtud de la cual se da por poseerla cierta suma de dinero o equivalente”. Por lo tanto, además de un grado de utilidad para satisfacer necesidades y proporcionar bienestar, como cualidad del ánimo que permite acometer empresas, es también placentero y da deleite y la condición de ganar dinero nos lleva a la satisfacción de necesidades primarias, pero también abre la posibilidad de adquirir bienes y servicios y de obtener riqueza. Estas definiciones, además de completar las virtudes del trabajo, hacen comprender porqué es un auténtico bien. Por cierto, para ser aprehendido como un bien, el hombre debe tener la suficiente disposición de ánimo para gozar con el trabajo y no sufrir con él, puesto que si es visto como castigo o algo agobiante, nunca podrá ser tenido como un bien o un valor, sino como algo despreciable.

El trabajo, además de la retribución que permite vivir bien o, por lo menos, con decoro, socialmente da seguridad, dignidad y estima social, dando a veces esta estima un cierto prestigio social. Un desocupado social vive su situación como una especie de estigma social, no sólo por la privación de una fuente de recursos, sino porque no es estimado socialmente. Cuando el hombre presenta algún tipo de conflicto pierde el deseo de trabajar y en este caso la desocupación es voluntaria y lo lleva (como la involuntaria), a un deterioro espiritual. Y un hombre espiritualmente mutilado no es receptivo de ningún tipo de trascendencia, se anonada y queda reducido, muchas veces, a una especie de piltrafa social. El trabajo es también un medio de instrumentar el mundo, y por esto es un valor cultural. Es cultura. El aprendizaje de un oficio o una profesión permite al hombre desarrollar sus

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capacidades esenciales y por esto tener proyectos existenciales cotidianos. Nietzsche transcendió porque fue un espíritu clarividente de su época, en la misma igualdad

que lo fueron los antiguos griegos y todos los grandes pensadores de cada época. Siempre, desde algún punto de sustento, estos pensadores se dan cuenta de que su época vive al borde de un cambio inevitable. Sólo que algunos cambios son inadvertidos y otros cataclísmicos. El previsto por Nietzsche, exactamente, fue cataclísmico. Por esta condición es que predica que hacen falta hombres nuevos, para los cuales ni la salud ni el bien ni la verdad ni la belleza, deben ser todo lo que hasta ahora fueron.

Esto lleva a otro concepto de Nietzsche (Umwertung) que provisoriamente puede ser entendido como transvaloración. Transvaloración puede ser lo que surge de “pasar a través” de todos los valores posibles, o bien, una translocación de valores los que cambian de un lugar a otro (los que están últimos pasan a primer lugar y viceversa) o bien una transmutación o cambio de naturaleza de los valores. Probablemente la transvaloración propuesta por el pensador alemán, en el fondo, sea una transmutación. Pero transmutar es obtener algo nuevo y distinto a lo que ha mutado. Efectivamente, el pensamiento nietzscheano va en esa dirección, dado que pide una verdadera sustitución de valores considerados tradicionales, por otros nuevos, que permitan llenar el “vacío existencial” que él intuyó y que hoy es patente. Ese vacío existencial que se gesta en el siglo XIX, se agrava en el XX y se enseñorea en el incipiente siglo XXI. Algunos autores han interpretado que Nietzsche considera a las actitudes filosóficas como “actitudes frentes a los valores” en lugar de “posiciones del pensamiento ante la realidad” Incluso, la inversión de todos los valores (subversión) sostenida ya desde la época del pensador alemán, en los últimos años de su existencia, es lo que le llevó a la idea de transvaloración que oficia de algún modo como la inversión no sólo de valores sino de conceptos filosóficos. La filosofía de Nietzsche tiende, desde cierta perspectiva, a funcionar como si el valor se transformarse en una especie de juicio o “fundamento esencial” en la concepción del mundo humano, de manera tal que el valor tiende a predominar sobre la realidad. Nuestra idea sobre el particular es que no debe analizarse a la realidad como función de ningún valor, sino que el hombre debe tender a interpretar o “construir” su realidad, sobre la idea de los valores y de ahí nuestra propuesta de reencontrar una axiología individual y social para reconstituir un “mundo mejor”. Siguiendo a Aristóteles, podemos asimilar a Nietzsche con el concepto de que la vida humana sólo tiene sentido si está orientada hacia el bien, entendiendo por bien a la moral y la ética que rijan una conducta recta, sabia, armónica y responsable. De ahí la importancia esencial de los valores, puesto que el bien es parte principal de ellos. Los pensamientos de Nietzsche, significaron una actitud de reconsideración de valores que involucraba una especie de especulación tácita sobre la aceptación o negación de valores, puesto que para cambiar o transmutar habría que renunciar a determinados conceptos para reemplazarlos por otros (negación de unos para aceptación de otros). Hoy podemos considerar que después de Nietzsche, han surgido otros movimientos de consideraciones de los valores, entre los cuales destacan los que toman posición de aceptación (preferencia) o rechazo (repugnancia) de los valores; otros movimientos buscan reivindicar a los valores como reflexión sobre determinado fundamento para concebir al mundo. Estos movimientos debieron enfrentarse a otro posmodernista que basado en una concepción relativista histórica pretendía negar la existencia de toda verdad, con lo cual se amenazaba abiertamente la existencia de valores, por negarse “el valor de los valores”. La resistencia al relativismo posmodernista genera otro movimiento de oposición que trata de superar a los movimientos que le precedieron en el sentido de afirmar la preferencia de valores y reinstalarlos como una verdad para alcanzar una existencia mejor. Sin embargo, las tendencias actuales no parecen ser muy permeables a las concepciones axiológicas y parecen comportarse más dentro del relativismo que de la acepción completa de los valores fundamentales. Ese relativismo parece acercarse a Nietzsche en lo que atañe a transmutar valores, pero lo hace en forma negativa y como si la aceptación o negación de los valores estuviese fuera de la cuestión. El relativismo no discute formalmente si los valores debieran estar o no, sino simplemente parece indicar que los son cosas que pueden plantearse

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en determinadas situaciones pero no son absolutos para tenerse como guía. Aun, pretender que los valores deben enseñarse, defenderse y practicarse, resulta obsoleto. La indiferencia y la teoría del obsoletismo sean, quizá, los pilares prevalentes en el relativismo axiológico posmodernista. A través de todos los siglos, a manera de rasgo multisecular, todos los hombres han tendido a creer que las antiguas virtudes tienden a desaparecer en las épocas que se consideran actuales o modernas. Todo parece operar como que los valores ostentados por una generación pasada (viejos valores), al aparecer una nueva generación caen o desaparecen y las costumbres consideradas tradicionales, sobre todo las honestas o basadas en la integridad, parecen derrumbarse y no ser respetada en esas generaciones últimas. A pesar de todos los siglos transcurridos desde que aparece la historia, en este siglo XXI todavía la gente sigue creyendo que ahora la moralidad de la humanidad y la devoción a la virtud, la justicia y el honor se han convertido en una especie de estanque llenado hace mucho tiempo por nuestros abuelos, pero que el agua ha ido filtrando paulatinamente desde que esa generación senil desapareció y el estanque cada día se agota más y más. De esta forma, todo lo construido esta derruido. Mas, si nos detenemos a pensar serenamente y con buena memoria, o contamos con la presencia de algunos de esos abuelos sobrevivientes y con buena lucidez mental, nos podemos encontrar con la sorpresa de que ellos también habían creído que los que fueron sus abuelos (nuestros tatarabuelos) también se habían esforzado en llenar dicho estanque y ellos (nuestros abuelos) eran los responsables de evitar que se fuera vaciando. Ante este fenómeno evidente cabe preguntarse: cómo ¿no está, pues, vacío el estanque? Esta pregunta tiene una respuesta. El orden moral pasa por etapas de decadencia y de regeneración, por un continuo renacimiento que contrapesa a la muerte de los valores. La sociedad parece olvidar que cada nueva generación debe volver a pelear batallas decisivas en su propia época, para descubrir por sí misma las verdades que fueron evidentes a sus predecesores. En forma cíclica, el hombre parece destruir constantemente todos los símbolos considerados antiguos u obsoletos y con ese modo de actuar se aleja u oculta muchas verdades muy antiguas. Es como si por ser demasiadas obvias perdieran su encanto o, quizás, no le fueron correctamente transmitidas o explicadas. Las generaciones que deben usar valores y virtudes sufren una especie de desgaste y terminan con una rutina que fosiliza el uso de valores y los transforma en algo ritual, a tal punto que comienzan a funcionar como una especie de hipocresía o ritual sin sentido, al ser vistos como convenciones ridículas. Ese desgaste axiológico socava las fuerzas espirituales y las desmorona produciendo el vacío axiológico. Pero como el fenómeno no es masivo, es decir, no todos pierden la fe en los valores en forma total y al mismo tiempo, mientras unos van cayendo en el azoramiento de no encontrar la senda moral y ética, otros van redescubriendo lo que cada valor encierra y esto genera renovadas energías espirituales. Aparecen nuevos puntos de vista o los valores, sin perder su esencia, se visten de nuevos significados, más o menos profundos que los que tenían anteriormente. Así, veremos en casi todas las generaciones de la humanidad, una determinada porción, más o menos extensa, que se torna hipócrita, insensible, atea y escéptica o corrupta, con una tremenda pereza espiritual, mientras otra porción de la misma humanidad, también más o menos extensa (todo depende de la cuantía de la primera porción) encontrará valores renovados y una vitalidad espiritual distinta que conserva una reserva moral y ética que le permite luchar no sólo para mantener las virtudes y valores, sino para imponerlos a otros. Frente a este panorama, es donde el hombre debe adquirir conciencia de su poder espiritual y que la ética y la moral es parte de su grandeza como ser único en el universo. Si se es creyente religioso, debe considerarse como la mayor obra de la creación divina, como una parte de ese Dios que las sagradas escrituras consignan como una criatura “hecha a su imagen y semejanza” de su creador. Esta idea debe ser el móvil o motivo para que dicho hombre asuma definitivamente su rol de “recreador axiológico” de la sociedad en que le toca vivir. Dar el ejemplo es la mejor forma de crear y recrear valores. “Cada vida es una profesión de fe. La conducta de cada hombre es un sermón mudo que predica durante toda su vida a los demás” (Henri-Frederic

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Amiel) Es discutible el método para enseñar valores. Si bien el ejemplo es un formidable instrumento, se cree que debe ser completado con la prédica. Aunque muchos dudan que los jóvenes puedan asimilar valores morales y adquirir espiritualidad con sólo explicarles lo que significa “verdad”, “justicia”, “virtud”, “integridad”, etc. Los conceptos terminan siempre siendo abstractos a pesar de las definiciones y denotaciones que se les apliquen. Por norma general, los hábitos, puntos de vista, creencias y modos de juzgar el contacto vital entre ellos, su familia y el medio en general siguen las fórmulas y usos que se estilan en la sociedad circundante. El “uso general” o la “moda” tienen más validez que cualquier otra reflexión moral o ética. Si el medio generalizado es corrupto, lo usual será serlo. Esto demuestra claramente que los principios éticos no sólo es cuestión de enseñanza y aprendizaje sino que requieren un modelo en particular para imitar. Es indudable que a mayor vacío espiritual y falta de valores, educación y cultura, mayor es el peso del aprendizaje por imitación. Sobremanera, cuando todos hacen lo mismo y se instala la fuerza de la costumbre como razón valedera para adoptar una costumbre. No es la racionalidad, sino más bien la emocionalidad la que condiciona los comportamientos, a falta de racionalidad. Estas conductas aprendidas por modelaje lo mismo pueden inclinarse tanto a lo moral como a lo inmoral. Estos fenómenos son el fundamento de que el hombre debe repensar continuamente su esencia de ser inteligente y espiritual para estar atento a los cambios negativos que denigran esa esencia y, con esa especial vigilancia sobre sí y sobre los otros, encontrar mayores y mejores posibilidades de tener y mantener modelos de la conducta que es la dignifica al hombre como tal y lo aleja de su condición biológica de animal que puede funcionar como una verdadera bestia. La razón no es una facultad que se autoimpone sino más bien parece ser una función fácilmente bloqueable y desplazable de forma tal que puede ser autoanulada. Esto quiere decir que aunque el hombre esté dotado de inteligencia o razón, no necesariamente en forma automática se comportará completamente como ser totalmente racional. La irracionalidad es el antípoda que parece funcionar mejor que la razón misma. Por esto, es que el hombre puede tener ciclos depresivos en el repertorio de valores y actuar en forma salvaje y descontrolada, creando la confusión de la corrupción, la guerra, el vandalismo (terrorismo) y la delincuencia o su autodestrucción mediante la droga, el abandono de su persona, etc. No obstante, debemos reconocer que hay núcleos de jóvenes en cada generación que son beneficiado por victorias, que si bien no han fruto de su propio esfuerzo, tuvieron el mérito de descubrirlas por sí mismos y de ese modo reflotar todos los significados de virtudes y valores tales como libertad, justicia, autoestima, amor al prójimo, solidaridad, y otro conjunto de palabras de ésas que son “palabras esculpidas en los monumentos” o en los tratados de ética o religión. Así, cuando una generación lucha por un valor como es la libertad, tal vez pueda legar esa libertad a la generación que le sigue, pero lo que no puede hacer es traspasarle la intensa experiencia personal que significó lograr esa libertad. Toda experiencia individual es impactante para quien la tiene pero puede llegar a carecer de sentido para quien no la conoce o no la tuvo, y ser totalmente incomprensible. Pero la paradoja más grande que sufren todas las generaciones humanas se encuentra en los preceptos morales vacíos. ¿Cuáles son esos preceptos? Son los que se predican pero no se siguen y que dieron origen al adagio popular de “haz lo que digo, pero no lo que hago”. Esto es muy común de los padres que pretenden “inculcar” en sus hijos determinados valores morales, pero que ellos desdicen con su conducta activa. Si dicen “no debes mentir” pero luego le enseñan a que si alguien les busca, les digan que no se encuentran en el domicilio. Esto originó el chiste vulgar de la nena que le dice a quien requiere por la presencia de su madre: “mi mamá dice que no está”. De igual modo ocurre con el padre que predica el amor a la familia pero no le asiste ni espiritual ni económicamente porque dilapida su dinero en otras cosas, o es infiel, o es indiferente a los afectos filiales y conyugales. Es incontrovertible que los niños aprenden de sus padres. De tal manera que bien podría decirse “dime qué padres tienes y te diré quién eres”. Aunque estos hechos o sucesos sean comunes y repetitivos de

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generación a generación, hay investigadores o autores que no consideran como catastrófica a esta situación. Son los que piensan que uno de los primeros pasos de toda renovación moral es quitarle a los valores, ideales y virtudes imperecederas (aquellas que nos vienen desde la antigüedad en forma cabal) toda forma de hipocresía con que han sido dotados. En este sentido, cabría muy bien la frase pronunciada por un político argentino: “mejor que decir es hacer”. Esto quiere decir que no hay que sólo predicar sino dar el ejemplo haciendo primero uno, lo que intenta enseñar a otros. Estos mismos investigadores ven en la actitud de rebeldía de muchos jóvenes, hacia las costumbres hipócritas y estereotipadas de sus mayores, un signo de buena salud espiritual y una de las herramientas para iniciar la tarea de quitar la costra podrida con que está revestida casi la mayoría de los valores y virtudes. Quizás una manera de contribuir a que esos jóvenes puedan recuperar valores y volverlos a ser vigentes, es la oportunidad de poder participar en grandes empresas, de esas que se viven en todas las épocas, dado que lo común es que se trate de alejar o de cerrarle el acceso para que esos jóvenes se consagren participando de una gran obra constructiva. Lo primero es reconocer cuando esos jóvenes detentan méritos, alentarlos a mantenerlos y aumentarlos y después permitirles la preparación para ingresar a la experiencia de ser parte de un proyecto. Esta acción de buscar y encontrar los jóvenes con ideales y ganas de hacer cosas, es, en cierta medida, dar un empujón motor para que las energías morales de la juventud se pongan en actividad y se conviertan en cuidadores y defensores de esos valores que tienden a debilitarse y desaparecer o perderse. Para esto, la “generación decadente” presente deberá asumir una postura dolorosa como es reconocer sus defectos y su inutilidad y tratar de infundir a esos adolescentes ansiosos de un mundo mejor que ellos son los bastiones más fuertes para defender en la sociedad en que deberán vivir, la recreación de valores y virtudes y la aplicación de ellas a sus conductas. Esta actitud será el escudo más perfecto para afrontar las dificultades y los desastres que le deparan las sociedades destruidas por esa generación de mayores que no supieron, no pudieron o no quisieron asumir el papel de valientes y construir un mundo pleno de buenas cosas y costumbres, de la belleza espiritual y moral. Los que restamos con algo de fuerzas morales y somos supervivientes de la devastación de la ruindad espiritual que es consecuencia de haber desviado la integridad y la honestidad, debemos de algún modo tratar que las nuevas generaciones asuman su rol de redentores y entablen su propia batalla, para adquirir experiencia propia en la propiedad de valores y virtudes. Y, lo más necesario, que no los dejen morir. De ahí la plena vigencia de estas ideas de Gardner: “En una palabra, el orden moral no es algo puesto en el santuario de los documentos históricos ni guardados aparte como la vajilla familiar de plata. Es algo vivo y cambiante, ni mejor ni peor que la generación en cuyas manos ha sido confiado. Toda sociedad es como la hagan y rehagan continuamente los elementos que la integran. A algunos les asustará la tarea por lo ardua, pero a otros los moverá para emprender nobles acciones”. La idea de valores en Ortega y Gasset El filósofo español comenta sobre el concepto de valores basándose en el concepto del vocablo realidad que da la RAE. Esta situación plantea algunas reflexiones que iremos desarrollando paso a paso. Pero primero daremos nuestro concepto de realidad. Es evidente, y no supeditado a ninguna contradicción ni controversia, que existe un sujeto (hombre) y un objeto o mundo exterior a él (el medio estimúlico que lo rodea). Este fenómeno innegable es el punto de partida para poder entender otro fenómeno, ubicado en el sujeto mismo, que es el llamado mundo interior, o sea, todo lo que encierra dentro de su mente y cuerpo. Previamente, dejaremos aclarado que nuestro concepto de mundo, en esta particular cuestión, es el ámbito de sentido de las cosas, fenómenos y sensaciones. El mundo interior es la subjetividad que desde algunos puntos de vista se considera como el “sí mismo” y esto da origen a dos nuevos neologismos: el que considera a sí como sistencia y a mismo como mismidad y esa interioridad subjetiva (intimidad) de sistencia y mismidad es donde reside el ser del

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hombre y es probable que esa mismidad sea el propio espíritu humano que plasma al concepto del ser humano.

En el espíritu están todas las notas primordiales que destacan a la ontología del ser humano. No es descabellado ni ilógico, ni mucho menos irracional, identificar a espíritu como manifestación o expresión del ser humano. Estos tres elementos (hombre, mundo exterior y mundo interior) constituyen la realidad. Los diferentes puntos de vista manifestados por los filósofos sobre los valores, en forma especial a la relación entre la realidad, los valores y la vida, han dado lugar a las ideas de jerarquías y graduaciones, clases y rangos de valores, las cuales serán, obviamente, distintas, según concepciones objetivistas o subjetivistas. Hemos criticado estas posiciones porque a nuestro entender siempre la valoración es una acción espiritual propia del hombre y es un producto de su mente aplicado a la realidad. Esto está claro. Por lo tanto, los valores no residen en los objetos sino se aplican a los mismos. Esto debe poner fin, desde una lógica estricta e irrebatible, a toda concepción que intente dividir a los valores en objetivos y subjetivos. Los valores, al estar insertos en el espíritu del hombre son parte de su vida y están determinados en ella ineludiblemente. Lo natural es que el hombre aprenda a conocer esos valores (descubrirlos) en sí mismos para después reconocerlos y aplicarlos al curso de su vida y su relación con otros sujetos y objetos. Éste es el proceso lógico. Toda otra consideración es la mera descripción de fenómenos que no hacen a la esencialidad en sí, sino a formas de expresión de la misma. No hay que confundir esencialidad con formalidad. Es cierto que la apreciación de valores y la adopción de una escala axiológica o desprecio de ella depende de un sentido de estimación propio de cada individuo o persona y el resultado o efecto será, en cierta medida, la suma de resultados o efectos de conductas personales, para marcar una circunstancia histórica. También es cierta la afirmación de Ortega y Gasset en el sentido de la existencia de sensibilidad o ceguera a los valores. Es lo que hemos venido hablando sobre valores y disvalores, conocimiento o desconocimiento, pérdida o hallazgo de los mismos. Pero no debemos confundir los fenómenos que se observan, con la verdad. Si bien los valores funcionan relativamente por todas las variables conocidas, en el fondo, insistimos, los valores verdaderos son inmutables y forman parte de la esencia humana y esto es definitivo. La educación en valores consistirá en resaltar los verdaderos valores éticos, morales, religiosos que hacen a la sabiduría de la vida. Esos valores son los reconocidos como positivos y no deben mezclarse sofismas de graduaciones artificiales o de rangos coyunturales. No debe confundirse lo lingüístico con lo esencial. Lo lingüístico expresa lo formal. La axiología auténtica y positiva expresa lo esencial. Este aserto no es fruto de una posición subjetiva sino la conclusión efectiva de la historia de la humanidad. Los grandes maestros de valores fueron “iluminados” por la positividad, mientras que los antivalores fueron encarnados por hombres “cegados” por la negatividad. Otro hecho insoslayable es que educar es instruir en forma expresa sobre los valores positivos conocidos y ayudar a descubrir y desarrollar esos valores para ser aplicados realmente a la conducta personal. La educación, de Perogrullo, la realiza primero la familia, luego la escuela y en todo momento, la sociedad. Cuando la familia y la escuela están ausentes en la educación, es la causa de una “formación empírica” tomada de los comportamientos colectivos imperantes en la sociedad. Si la sociedad es vacua en valores positivos, será la banalidad la que haga adoptar pseudovalores o antivalores de acuerdo a costumbres, modas y usos. El producto de esa formación empírica no debe confundirse, bajo ningún concepto, como manifestación lícita de antivalores ni creer que eso es producto de una natural estima o elección. Es más factible que el hombre huérfano de una dirección espiritual correcta, se “pierda” en la desorientación y adopte lo que “está a la mano” y “a la vista” como si fuera verdad, pues desconoce lo que la misma es. Esta suerte de creencia que infunde convicciones interiores firmes, de ninguna manera es prueba de relatividad de valores, sino de conductas negativas equívocas por ignorancia. La verdadera educación es la que da sabiduría que obvia las “ignorancias empíricas” que producen las confusiones entre lo esencial y lo formal, y lleva a aceptar lo formal como verdad y tornar a lo esencial como relativo.

Hegel admite que sujeto y objeto no son términos que puedan darse ni pensarse aislados. La

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interpretación según la cual el sujeto va hacia el objeto y se limita a reproducir sus características o determinaciones, es falsa. Sujeto y objeto son términos correlativos, no dos entidades separadas; y, como términos correlativos, actúan uno sobre el otro, en un proceso constante. No hay una realidad fija, dada allí, que el sujeto tenga que conocer reflejándola o aprehendiéndola. Sujeto y objeto se oponen en un proceso creador. La realidad no es una realidad hecha, que podamos simplemente contemplar de una vez para siempre. La realidad se construye, momento a momento, como también, de algún modo, se construye el sujeto. Hay un principio de mutabilidad permanente en la realidad, en el sujeto y en el objeto. A lo sostenido por Hegel, nosotros agregaremos ahora una definición más concreta de realidad y que esa mutabilidad depende de lo que es la realidad en sí y del hombre que la observa y explica. Por tanto, insistimos en considerar que realidad debe ser considerada como conjunto de todas las cosas determinadas o indeterminadas que están u ocurren en nuestras circunstancias externas e internas y que de algún modo son percibidas por nosotros, produciendo efectos, estimulaciones, acciones o reflexiones. Luego, en lo atinente a la realidad, hay dos cosas que discernir: la realidad en sí como conjunto de cosas que existen y el hombre que está inmerso en esa realidad.

Hecha esta larga digresión para dilucidar nuestro concepto de realidad, volvemos ahora sobre

los conceptos de Ortega y Gasset. El filósofo pensaba que los valores son irreales, por cuanto no tienen existencia en sí mismo, esto es, no son visibles. Pero emplear el vocablo irreal es un arma de doble filo puesto que irreal es lo que no existe y también lo que no es verdad. Si nos atenemos a estas denotaciones caeríamos en la inevitable trampa de considerar que los valores son entelequias y en ese sentido, paradójicamente, dejan de ser “valorizados” (pierden valor) puesto que lo falso e irreal es inaceptable. Probablemente traicionó a este notable pensador, el uso estricto de cierto sentido o acepciones de las palabras, pero en el caso de valores no es atinado considerarlos irreales. Los valores son reales por cuando son conceptos perceptibles, pues de otro modo no habría una subjetividad frente a una objetividad. La “objetividad” del concepto valor es su existencia en la mente del hombre como condición inherente. La memoria filética que hemos aludido contiene a determinados conceptos que son comunes y universales a todos los hombres, por lo cual adquieren existencia como entidades que funcionan concretamente. La naturaleza de concepto como subjetividad no quita “realidad”. La “realidad” es que los valores funcionan como sustantivos y por eso nos referimos al “bien” y al “mal” y así, sucesivamente, a otros valores. Sabemos que los sustantivos son vocablos que designan cosas. Cosas concretas y cosas abstractas. Los valores son abstractos y por lo tanto no son visibles como objetos. Pero no hay dudas de que son cosas abstractas. El concepto de cosa lo coloca de lleno en la realidad y los hace reales. De no ser así no estaríamos hablando de ello. En cuanto al concepto de irrealidad en el sentido de que los valores sólo residen en los objetos reales o cosas, como cualidades particulares, tampoco es tan así, debido a que el concepto es patrimonio de la mente del hombre y por lo tanto sólo reside en el hombre. Un animal o una planta no pueden apreciar si un objeto o cosa es buena o mala, bella o fea, falsa o verdadera. Luego, los valores residen en el hombre y sólo en él y es el único responsable para “valorar”, esto es, aplicar valores a los objetos o cosas. Esto explicaría por qué una cosa es bella para unos y fea para otros. Del mismo modo funcionan todos los valores. Es función de la mente del hombre dilucidar sobre la verdad de los entes para poder determinar lo que es falso y verdadero puesto que una misma cosa no puede ser fea y bella a la vez. El principio de identidad no admite el principio de contradicción. Una cosa es buena o es mala. La verdad siempre se expresa en conceptos absolutos, mientras que la contradicción lo hace en términos relativos, pues depende del punto de vista. La verdad se refiere a la esencia global de un ente o cosa, mientras que la relatividad sólo lo hace en la formalidad o modos de ser. Así un hombre puede ser bueno por determinados actos y malo por otros. Pero, en su totalidad o globalidad será bueno o malo si en el balance de su vida predominan unos u otros actos. Sabemos que la formalidad humana implica modos de ser buenos y malos. Esta dicotomía es lo que da origen al concepto de polaridad que nosotros hemos denominado dualidades fundamentales que se encuentran en la esencia de todo hombre. Esta polaridad o dualidad que se encuentra en un valor y su contrario forma la dupla valor-disvalor y nos

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enfrentamos de nuevo a otra dupla que es lo negativo-positivo. A los valores se los considera, como hemos afirmado, positivos y a los disvalores, negativos. Esta acepción es universal y los valores se consideran conceptos universales o universales. Por ejemplo, matar a un ser humano es un acto malo en lo absoluto. Así está considerado en todas las sociedades civilizadas. Sólo se vuelve relativo frente a justificaciones (causa justa) como sería “matar en defensa propia”, aunque hay mártires que prefieren morir antes que matar. Los comportamientos humanos diversos hace muy difícil categorizar los valores.

La cuestión fundamental es por qué existen valores y disvalores. Esta situación conlleva otra a

la que se ha denominado “arbitrariedad subjetiva” en el sentido de que el hombre elija vivir con valores o disvalores. La arbitrariedad es una decisión personal regida por un estilo de vida y un modo de pensar personal. No se es arbitrario sólo en la elección de valores, sino se es en todos los órdenes de la vida. Pero la forma de ser es parte de la esencia humana y esto queda en el misterio ontológico que va desde nuestro origen (¿somos, o no, criaturas? ¿si lo somos, quien nos creó? ¿si no somos criaturas, cuál es nuestro origen?), hasta nuestra esencia (¿cuál es la verdadera esencia humana?). Hasta ahora, la expresión de los modos del ser del hombre, que según Heidegger nos acercan al conocimiento de la esencia, en lo formal ha permitido apreciar que hay hombres buenos y malos. Esto nos lleva, desde el principio, a que la esencia humana contiene, involucra, la polaridad o dualidad. La facultad de elección y decisión es patrimonio de la voluntad y es esa facultad en la que reside la arbitrariedad o el azar. ¿Por qué incluimos el azar? Porque es evidente que nuestra conducta puede ser moldeada por una determinada cultura. En una tribu de caníbales, la antropofagia será una buena costumbre, pero no ocurrirá lo mismo en una ciudad europea (salvo que existan psicópatas que hagan ejercicio de canibalismo como se ha comprobado en algunos casos). Mas, la excepción no hace a la regla. De igual modo, la humanidad ha mostrado y demostrado que los valores positivos son universales y la mayor tendencia del modo de ser considerado auténtico (propio de la esencia del hombre) es tener una existencia plena de valores.

Por lo tanto, la elección de valores nos lleva a otra polaridad real: la autenticidad y la

inautenticidad. Ahora, ¿el hombre “elige” ser auténtico o inauténtico? En cierto modo sí, porque esta dotado de voluntad, libertad y raciocinio. Son los tres vectores que nos llevan a elegir. Si no fuera así, no se debería a una elección, sino a una imposición (por pérdida de la libertad o por azar cultural, o por bloqueo de la capacidad mental de elegir como ocurre en un psicópata). El hombre considerado “normal” (con su capacidad mental completa e intacta) y libre de toda imposición coyuntural es el que está en mejor posición de elegir. Estadísticamente, este hombre decide por la autenticidad basada en lo positivo. Naturalmente, también la decisión depende en gran parte de la educación. Y esta variable no es patrimonio de la esencia, ya que no se nace educado sino con la predisposición a serlo. La educación siempre es un acto social de la existencia humana que lleva a adquirir normas y valores para un comportamiento determinado. Por eso lo cultural actúa como factor de educación.

Aunque educar es lograr que cada hombre se exprese cómo es, se cree que la verdadera

educación es la que lleva a la expresión auténtica o genuina, es decir, en la dirección de lo positivo. La inteligencia no admite la negatividad. Y como la inteligencia es el vector de la esencia humana, luego lo positivo es la dirección de la autenticidad. La educación auténtica es la que se basa en lo positivo. La educación erradica la arbitrariedad y es un instrumento que sirve al hombre para orientar su vocación y la elección de un modo de ser o estilo de vida. En lenguaje existencialista, construir un proyecto existencial auténtico. Es evidente, en este tren de razonamiento, que la verdad, la bondad, la justicia y el amor son valores que todo “hombre de bien” aprecia y acata. Su propia evidencia es una prueba que resiste toda resistencia. La evidencia es lo que hace reales a los valores. Por lo tanto, ver a los valores como reales o irreales, son meros puntos de vista, pero a no dudar, lo patente de los valores es lo que los hace reales. Si no fueran propiedad evidente del hombre (que es real) no tendrían existencia.

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Las dualidades fundamentales. Hechos y palabras Para poder hablar de cosas en general o de cuestiones en particular, debemos expresarnos, obviamente, en palabras. No hay comunicación de hechos o “algo que sucede” si no hubiere palabras que lo describan o expresen. Asimismo, si se habla de algo, lo primero a determinar es si es existente o inexistente, real o irreal, verdadero o falso, etc. De acuerdo a la naturaleza de “lo que se habla” habrá otras categorías de cualidades. Así, se habrá de considerar si es bueno o malo, feo o bello, odioso (odiable) o amoroso (amable) y, de este modo, hay una lista extensa que hasta podría considerarse interminable si no fuera que el idioma está limitado por un número determinado de vocablos. De todas estas generalidades, deseo inferir y destacar que no hay dudas de que el hombre se maneja en todos los niveles de su existencia, con dualidades que he denominado fundamentales porque marcan diferencias sustanciales entre los elementos a que esas dualidades se refieren. Por ende, la primera dualidad fundamental es vida-muerte. Es patente que si no estuviéramos vivos no habría existencia y sin existencia no estaríamos analizando ninguna cuestión. Es también palpable y perceptible que todo lo que ha perdido la vida, está muerto. Esta primera dualidad, que también puede interpretarse como que el hombre y los otros seres vivos, son seres “vivos” destinados “a morir”, lo que equivale a decir, “ser vivo” es “ser para la muerte”. La evolución lingüística ha influido notablemente, no sólo para designar, sino también para conceptuar o significar las dualidades. Los griegos representaban a la dualidad vida-muerte como Bios-Thanatos. Y, sucesivamente, si se analiza cada dualidad, veríamos actitudes similares que se destacan históricamente, en cada pueblo y cultura. Diferentes palabras o concepciones, iguales dualidades. Las dualidades se dan en un grupo de dos palabras, generalmente unidas por un guión en su expresión gráfica. Este guión parece significar que ambas palabras están indisolublemente ligadas de tal manera que una no puede existir sin la otra. No se concibe hablar de vida, omitiendo la presencia de la muerte. Ese dúo o par de voces se les designa con diversas acepciones: contrarios, antónimos o, en algunos casos, complementarios (como es el ejemplo macho-hembra, hombre-mujer). Las variables con que se manejan estos dualismos, insisto, son múltiples y diversas. Para poder comprender mejor lo que estas parejas de existentes encierran en sus significados, o sea, el sentido de las dualidades, lo mejor es recurrir a la etimología de las palabras que las nominan. Como es harto conocido, las palabras o vocablos o voces conllevan sentidos, significados y concepciones múltiples. Como tantas veces lo he remarcado, hay varios sistemas lingüísticos para acceder a “lo que las palabras expresan o quieren expresar”. El primer escalón es el idioma sistematizado a través del léxico y la gramática. El registro de los léxicos y acepciones de significados y sentidos, es el diccionario y todas las concepciones de cada palabra que ahí se registran son las denotaciones. Las denotaciones serían algo así como un consenso universal obligado para evitar caer en el fenómeno bíblico de la “torre de Babel”. Son una guía para diferenciar los significados que se le asignan a las palabras y generan la polisemia (acepciones múltiples diversas). Una misma palabra tiene un texto y un contexto que hace al idioma en general y al habla en particular. Una cosa es una lengua en un sistema lingüístico y otra cosa es la “forma del habla común” o “coloquial” o los “estilos literarios”. Todo ocurre en una instancia, que casi estoy tentado de decir, cada hombre es de acuerdo a las palabras que pronuncia. Me he detenido en esta relativa extensa digresión porque la intención de este trabajo es tratar de dilucidad el sentido, la oportunidad y las ideas que giran en torno a las dualidades analizadas. Todo esto surgirá que tenemos en claro que la palabra (texto) está siempre sujeta a la actitud e intención del que las maneja en un determinado entorno (contexto). El idioma organizado y sistematizado es el que origina la denotación de la palabra (lo que está en el diccionario) mientras que el uso habitual y cotidiano nos da la connotación (el significado que cada uno asigna a la palabra que usa).

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La realidad supera toda intención de explicar, comprender y abarcar el mundo del hombre. La forma en que se manifiestan los seres, la universalidad de los conceptos duales, llevan a la conclusión irremediable de la diversidad de los entes. Esa diversidad no es aplicable a entes diferentes en su esencia, sino que también lo es a entes de igual naturaleza, pero con forma distinta o diversa. La existencia real de dos posibilidades distintas de una misma cuestión o entidad es lo que llama la atención y confunde, a veces, las especulaciones metafísicas que el hombre viene realizando desde que adquirió el poder de comunicarse, especialmente, a través de la palabra. Permanentemente he insistido en el modo en que el hombre puede vivir, abarcar y comprender “su” realidad. Pero no es una inquietud original y única y de propiedad exclusiva mía. Es compartida “desde siempre” por todos los hombres o, al menos, por una gran mayoría de ellos. Es notorio el fenómeno de que no todos percibimos igual a una misma realidad. Un mismo fenómeno, percibido en el mismo tiempo y espacio por personas de igual capacidad de percepción y comprensión, es interpretado diferentemente por los actores-espectadores del fenómeno dado en particular. Esto ha originado los puntos de vista y de acuerdo a cómo se manejen los mismos, tendremos comprensiones y pensamientos aspectuales, parciales, o bien, abarcadores, globales, holísticos. Habrá concepciones particulares y universales, disensos o consensos, certeza o duda, conocimiento o desconocimiento. Cada mente elaborará una idea determinada sobre lo percibido de un modo u otro. Esta particularidad de “darse las cosas” nos lleva nuevamente a la diversidad que hemos destacado de las dualidades, con la diferencia de que esa diversidad plasmada en opiniones personales deja de ser duales para transformarse en multiformes. De pensar en este tema con un criterio religioso, deberíamos preguntarnos: ¿por qué Dios nos hizo así? Si lo hacemos en términos de fe o creencia meramente humana y sin connotaciones religiosas, la pregunta pertinente es ¿por qué somos así? que es más o menos como preguntarse ¿por qué la naturaleza nos hizo así? No quiero polemizar sobre las ideas y creencias del origen y naturaleza de las cosas o entes. Simplemente destaco que según la orientación de nuestra mente y pensamiento, cada uno atribuirá su pregunta a lo que presuntamente originó el universo (Dios o Naturaleza). Pero la inquisición intelectual obra como una cuestión incontestable puesto que el interlocutor al que se le formula opera como algo invisible. Así, surge la dualidad de lo visible-invisible y nos enfrentamos con las cosas y entes concretos que constituyen el universo (lo visible) y la posibilidad de algo que ordene, dirija y mantenga en funcionamiento a ese universo, o lo haya creado (lo invisible). Ergo, la cuestión de la existencia concreta de las dualidades y del origen abstracto de las mismas, nos deja sin un sentido completo del ser de las dualidades. Me llamó la atención la idea expresada por Markale en su frase: “el mundo visible, encarnado, y por lo tanto, relativo, sólo puede existir gracias a una sabia oposición entre contrarios. De otro modo, este mundo sería absoluto y equivaldría a nada”. Este pensamiento encierra muchas cosas interesantes. En primer lugar su referencia a “lo visible” como dejando por sentado que expresa fenómenos concretos. En segundo lugar habla de “mundo encarnado” y esto me impresiona como que se refiere sólo al mundo subjetivo del hombre, más que al universo objetivo en sí. Finalmente el aserto de “sabia oposición entre contrarios” que constituye la relatividad a la que hace referencia y que parece interpretar como que sin ella todo sería apreciado como un absoluto carente de todo sentido, en sus palabras, una “nada”. No haber sido más explícito sobre lo que piensa del mundo y su realidad, en especial en lo relativo a las dualidad (contrarios como él las denomina), deja la impresión de que todo lo existente será siempre relativo (en relación a…) en lugar de una existencia certera (ser en sí…) que no sea calificado por otro ente distinto. Sin intención de hacer juegos palabras, está la obviedad de las cosas presentes, perceptibles que son en sí mismas, sin necesidad de que deban ser percibidas por otros para poder existir. Hay una existencia absoluta en ese sentido. La interpretación de las cosas o entes existentes es lo que está sujeto a relatividad. Luego, en este contexto donde se admite lo objetivo y lo subjetivo, es donde se origina parcialmente el concepto dual. Las cosas son como son. El hecho de ser comprendidas de manera distinta y diversa, no modifica la esencia sino la forma (no la forma material o cuerpo de la cosa) sino la forma de su significado o sentido. Luego, la idea del absoluto como nada de Markale es sólo una concepción personal relativa que funciona como un juego de palabras donde el absoluto-nada surge de concebir una relatividad como

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un todo. En el trabajo de comprender la intención no expresada de Markale, mi posición personal es que de haber sido “todo igual” no habría lugar para la creatividad y la fantasía que obran como una especie de sal del espíritu humano. Ese espíritu como ente concreto tiene un modo de ser que le lleva a distinguir diversidades y crear ideas nuevas o recrear las viejas, para encontrar un “sentido de ser” humano. Digo humano porque no conozco con certeza si otros seres vivos lo conciben de igual manera. No conozco expresiones de plantas, animales y cosas animadas que me permitan concluir que el fenómeno de buscar y expresar el sentido de los entes, sea una ocupación, y preocupación, inherente a todo ser vivo. Formulo este juicio que es de Perogrullo para poder referirme a que la existencia de las dualidades, incluyendo la dualidad relativo-absoluta y la de esencia-forma, es producto de la mente del hombre y generada en algunos fenómenos ontológicos que operan como dualidades objetivas naturales. Pero esa dualidad ontológica, como todo lo ontológico, si se intenta ir a la esencia misma de los entes, nos encontraremos con la muralla del misterio. Nuestra mente no está capacitada, por ahora, para conocer certeramente el ser de todos los entes. Nos debemos conformar, como lo hizo Heidegger, de conocer a esos entes sólo por las formas de cómo se expresan, es decir, de los “modos de ser”. Partiendo de esta conciencia plena de mi imposibilidad de acceder al conocimiento de los entes a los que intento conocer y comprender, me veo obligado a tener que aceptar que la concepción del ser de las cosas siempre será algo “sujeto” al modo personal de cada individuo de captar, sentir y explicar lo que percibe o se presenta para ser conocido. Pero una cosa está bien manifiesta: hay diversidad en el hombre (cada hombre es un mundo particular y diverso) y esto nos indica que este hombre no podría existir en un mundo “monoforme” en el cual “todo sea igual para todos” pues tal cosa estaría a contrapelo con el fenómeno que advertimos al analizar los “modos de ser” del hombre en general y de cada hombre en particular. Si, teóricamente, existiese tan “tremenda uniformidad”, crearía una “disconformidad” entre lo que se presenta a la mente del hombre y lo que esta mente es, en el sentido de concebir a las cosas y entes. Sin la posibilidad de poder comprender, interpretar y expresar en forma distinta un mismo fenómeno o cuestión o conocimiento, esa mente humana se encontraría “ociosa” porque su potencial operativo quedaría inerte. La existencia fija, invariable y sin posibilidad de cambio alguno, anularía todo razonamiento y creatividad. Esta posibilidad fue analizada por pensadores existencialistas y la conclusión es que el hombre sería un “ser abyecto”, un ser “caído” a un plano bajo y de quietud que no le permita “proyectarse” frente a un pasado, un presente y un futuro, pues quedaría entrampado en una atemporalidad frente a un mundo de entes inmutables e intranscendentes. No había lugar para la física y la metafísica. Todo operaría como que el hombre queda relegado a vivir como un observador impasible de un mismo cuadro, es decir, un panorama único, igual y eterno. La nulidad de la creatividad significaría, entonces, el tedio, el aburrimiento total (aburrimiento o tedio absoluto). Esto lo han descrito los existencialistas como la “nada existencial”. Pero el fenómeno no es prospectivo, sino retrospectivo. El pensamiento existencialista parte del hecho de un hombre que adquiere la facultad de darle sentido a las cosas o entes y que luego pierde tal facultad. El “vacío de sentido” es lo que produce el “vacío” o “nada existencial”, que como lo describe Sartre sería una especie de aniquilación espiritual del hombre, pues produce un malestar inmenso no encontrar el sentido de las cosas y de la propia vida. Por todo esto es que pienso que Markale se refiere a esa “nada existencial” cuando se refiere a un mundo absoluto que equivale a una nada. Este autor interpreta que las dualidades (contrarios) operan como una realidad conflictiva o de lucha y “esta lucha encarnizada y constante mantiene un equilibrio entre dos fuerzas que no deben superar límites precisos, pues más allá de ellos, todo puede derrumbarse”. Este pasaje es lo que da pie a creer que el pensador se refiere indirectamente a los efectos del tedio y de la “nada existencial” en donde el hombre quedaría destruido. Es decir, el mundo humano sufriría el “derrumbe” señalado por Markale. Cada individuo o persona puede concordar, o no, con estos pensamientos. Pero es incontrovertible que lo notado por los existenciales y Markale configuran un fenómeno cierto. La esencia de la mente humana, exige la existencia de las dualidades,

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no por ellas mismas, sino como parte de la creatividad del hombre. Para que exista la idea de proyección, transcendencia y progreso, que indica un hombre vivo y activo, evolutivo, debe admitirse la diversidad, no de las esencias, pero sí de las formas. El hombre que tiene la posibilidad de recrear su entorno es el que lucha y ama vivir. Cuando todo pierde sentido, sólo tiene sentido morir, inexistir. Y, en esta temática, se abre un amplio repertorio de posibilidad sobre la muerte y la inexistencia del hombre, que nos lleva a otra naturaleza de reflexión. Por esta razón y a fin de no distraernos del tema central de este trabajo que son las dualidades que hemos llamado fundamentales, dejaremos en suspenso explicar cómo el hombre que pierde la dimensión o la posibilidad de recrear o ser creativo termina aniquilado o autoexterminado. Retomando el tema de las dualidades fundamentales que provisoriamente hemos denominada como objetivas y subjetivas, de acuerdo a lo antepuesto, Markale ha puesto en el tapete otro punto de vista que obliga a meditar con mayor puntualidad: las dualidades como contrarios. Hemos deslizado la opinión de que no todos juzgan a determinadas dualidades como contrarios. Muchas de ellas se ven como opciones, como complementos o como meros puntos de vista que recogen o perciben fenómenos concretos. En otros casos, las dualidades surgen de evaluaciones, conceptos o valores. Con todo esto queremos decir que no es sólo factible interpretar a las dualidades como contrarios. El caso concreto de amor-odio, si bien expresan dos sentimientos diversos, la idea de oposición sólo surge cuando concretamente hay afrontamiento de dos personas que ostenten por separado uno de estos sentimientos: una que ama y otra que odia a un mismo objeto de esos sentimientos, en este caso, la relación de pareja. Es ahí donde surge la oposición y la contrariedad. Pero cuando se ama o se odia por separado a objetos distintos, no hay contrarios sino modos de apreciar un ente: se quiere o ama, o no. Otro modo de darse del fenómeno, es cuando frente un objeto, una sola persona debe decir si ama u odia. En este caso es una opción. También las dualidades son duplas de polos opuestos descriptivos de fenómenos dados con esa naturaleza de diversidades oponentes. Las contrariedades de las dualidades o duplas que refieren diversidad en oposición es una manifestación semántica que simplemente señala que tal cosa es excluyente de la otra. En algunos casos, la voz o palabra contrario puede tener la acepción de “que daña o perjudica”, cuando nos referimos, por ejemplo, al mal, al odio, a la mentira, etc. que son los oponentes de los bienes amor, bien, verdad. Pero en el caso de la dupla vida-muerte, no siempre la vida es un bien completo (en el sentido de satisfacción) y la muerte puede llegar a ser benéfica (como ocurre en el sufrimiento intolerable). Esto significa que algunos polos de las dualidades son relativos, mientras que otros pueden adquirir el sentido de absolutos. Donde la relatividad es evidente es en las cuestiones estéticas. Así, la dupla feo-hermoso puede resultar paradójica, pues el objeto que es feo para algunos resulta hermoso a otros, y viceversa. La belleza y la fealdad no son patrimonio intrínseco de los objetos sino cualidades que les atribuye un sujeto. Luego, belleza y fealdad son siempre subjetivas y abstractas. Mientras vida y muerte, amor y odio, aluden entidades concretas en sí mismas (fenómenos biológicos, sentimientos) otras duplas como absoluto-relativo siempre tendrán aristas referenciales ajenas a una entidad propia. Un valor, un fin, una idea, un pensamiento, una acción pueden ser absolutos o relativos de acuerdo a las circunstancias y los puntos de vista. Así, matar a otra persona es, básicamente, un pecado mortal para la religión, pero si la ocasión de la muerte es por causa justa o justificada (accidente, defensa propia) se vuelve relativa en su condición pecaminosa. Además, hay dualidades que más que opuestos son complementos. Por ejemplo, concreto-abstracto. Todo ente concreto necesita de un concepto abstracto para ser conocido y comprendido. Todo lo que la mente del hombre debe procesar para conocer es una mera abstracción. Lo objetivo se comprende cuando se hace subjetivo. El proceso mental requiere de la abstracción para formar un juicio de valoración y conocimiento de las cosas. De ahí que muchos confundan el proceso mental con la realidad y terminen definiendo que toda realidad no es nada más que una construcción abstracta de la mente del hombre. Acá corresponde la dupla sí – no. Es sí por la naturaleza de la introyección del conocimiento del objeto y la formación de la gnosis. Pero es no porque la existencia concreta de cosas objetivas conforma un conjunto de cosas que semánticamente se llaman realidad. Es decir, entonces, que toda realidad forma un todo cuyas partes principales son la objetividad-

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subjetividad. De esta manera, los aparentemente opuestos terminan siendo complementos. Hilando fino, hay muchas aparentes dualidades opuestas que en el fondo son complementarias. Los contrarios son tales cuando se manejan en forma absoluta. Así la dupla Dios-Demonio, Mal – Bien, además de excluyentes en absoluto (no se puede ser dios y demonio a la vez y una cosa no puede ser mala y buena simultáneamente). Pero el mayor problema de las dualidades humanas fundamentales que implican la esencia misma del hombre, surge taxativamente de problemas de índole religiosa. La concepción de fuerzas misteriosas opuestas como son Dios y el Demonio, paradigmas absolutos del Mal y del Bien fueron planteadas en términos de la religión, la cual intenta explicar los fenómenos desde una perspectiva superior y metafísica. El misterio, al ser invaluable para la razón pura, debe valerse de otras instancias mentales y capacidades espirituales como es la fe. Esto significa que el misterio ontológico de las dualidades fundamentales de la esencia humana quedará relegado al desconocimiento total o a la aceptación por mera creencia. Lo que se no se obtiene por el conocimiento directo y objetivo, se reemplaza por la noción subjetiva de la convicción interior que da un conocimiento a través de la fe. Así, Dios como entidad invisible y abstracta, tiene existencia efectiva y real en la creencia arraigada. El hombre, como otro misterio inserto en una persona o individuo real y objetivo en cuanto a su cuerpo y mente, pero que no es tan concreta su esencia o naturaleza, la cual es la que preserva en sí el misterio de la vida humana. Ese misterio sólo puede ser explicado a través de la religión y el hombre resulta ser una criatura, obra de un creador, el que le hace “a su imagen y semejanza” y le “insufla” el movimiento o energía (vis) (ruaj) que se llamará “vida”. Esto ya lo hemos explicado in intenso en el parágrafo respectivo. Luego, la vida o bios es una energía insuflada, como aire, aliento, respiración o viento, dado que insuflar conlleva ese significado. Los vocablos anemos (griego) y anima como spiritus (latín) son etimologías equivalente a viento, aire, aliento y respiración. Los que reniegan del origen del hombre y su alma como cosa creada, desconocen la etimología lingüística y usan los términos alma, vida y espíritu llegando a invertir la creación. No es una fuerza superior y metafísica que origina lo físico sino que la propia materia es la que se origina a sí mismo y se autoordena. Olvidan que la palabra materia designa un fenómeno cuya naturaleza es también un misterio demostrado por la Física posmodernista, ya que se ha descubierto que la materia se puede transformar en energía y viceversa. Más aún: la física que estudia las subpartículas atómicas ha logrado mostrar que la llamada antimateria (lo que hace desaparecer virtualmente a la materia) son sólo subpartículas. Por ende, tanto materia como energía son íntimamente lo mismo: subpartículas ordenadas en modos diferentes: unas en formas sólidas y visibles, otras en sustancias etéreas e invisibles que dieron origen al supuesto de que materia e inmaterial era dos cosas absolutas y opuestas. Hoy, la ciencia física nos dice lo contrario. Lo material y lo inmaterial es más de lo mismo y el concepto no está en la esencia de esas cosas sino en la mente humana que se maneja sólo en el orden biológico obligado de lo que puede percibir, o no. Finalmente, materia e inmateria y antimateria sólo son conceptos abstractos basados en la posibilidad o no posibilidad de percibir los fenómenos que dan lugar al concepto y al vocablo. Es problemática se plantea y asoma porque, nos guste, o no, todo conocimiento y sensación debe ser manifestada con palabras. Pero las palabras no son en sí las cosas que refieren. Una cosa es el ente y otra el vocablo que lo nomina. El vocablo surge de una idea que forma un concepto y todo esto dependerá, inexorablemente, de la capacidad de captar (percibir, registrar) un fenómeno y “formar idea” de él. El concepto es algo más elaborado en el que básicamente influye la idea, pero el significado expresado a través del signo-palabra se transformará formalmente y su comprensión y expresión dependerán no sólo de la idea que se tenga de él sino de la manera en que se expresará esa idea. Y ahí es donde juega el lenguaje, la cultura y el modo de ver o punto de vista. En el fondo, todos los problemas y misterios que encierra lo fenomenológico no es otra cosa que una cuestión lingüística. Quien logre crear el término o vocablo adecuado y sepa emitir el concepto más esclarecedor, será el que consiga hacer conocer mejor a las cosas de las cuáles se habla. Enseñar y aprender, formalmente,

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es un proceso sobre la base del lenguaje y secundariamente por el modelaje. Hemos hecho esta extensa digresión para llegar a comprender que las dualidades que estamos tratando son también palabras. Por lo tanto, los conceptos que encierran esas palabras pueden ser denotativos (del diccionario) o connotativos (lo que la palabra sugiere a cada uno que deba interpretarla). Lo cierto es que hay fenómenos y hay palabras que hablan de ellos y los nominan. El trabajo eficiente del hombre, para comprender adecuadamente la realidad de su entorno y encontrar la verdad y la autenticidad, consistirá en educar su mente a fin de que su razón se equilibre con sus sentimientos y su voluntad y se concentren en hallar el camino (método) que lo conduzca a un razonamiento lúcido y sensato que le dé el arte de una buena vida natural y auténtica. Que sepa interpretar correctamente las palabras que designan su realidad y esto le exige ser culto y educado. Ningún ser humano podrá construir su vida como tal, sino escapa a lo meramente instintivo y biológico (lo físico) e incursiona en lo metafísico. Inteligencia, sentimiento y conducta en la idea de valores

El proyecto The Consortium for Research on Emotional Intelligence in Organizations realizó un estudio multicéntrico, el que determinó que el éxito de una persona se debe en un 23% a sus capacidades intelectuales y un 77% a sus actitudes emocionales. Esto explica el éxito de Goleman en su trabajo sobre inteligencia emocional. La teoría es reforzada por David Viscort cuando afirma que los sentimientos son fundamentales para nuestra completa definición personal y la autenticidad de nuestra mismidad o mundo interior es la fórmula para definir, conocer y formular nuestros propósitos y deseos, al mismo tiempo que obtener los medios para lograrlos o hacerlos efectivos. Carrizo hace notar que la creatividad, el humor, la sensibilidad, la captación y la susceptibilidad, entre otros elementos, no suelen aparecer en ningún test de inteligencia que únicamente miden parámetros operacionales o conocimientos. Es evidente que las variables sentimentales se soslayan en estos estudios que sólo muestran facetas intelectuales no reales y, en algunos casos, equívocos. Carrizo se identifica con Viscort y cree que para desentrañar lo que uno realmente es o puede ser, es necesario “adentrarse en lo genuino a nivel personal”. Pero nos encontraremos con que “lo genuino” es, precisamente, el mayor problema para conocer. La genuinidad funciona como aquello de “lo que el hombre debería ser según su naturaleza o esencia”. El conocimiento certero de esa esencia humana es lo que aún no se dilucida con la suficiente claridad como para poder determinar en absoluto en qué consiste y cómo desarrollarla. Heidegger ha sido uno de los pensadores que con mayor lucidez ha propuesto maneras de acceder a esa naturaleza y lograr formar idea de ella. Pero ese autor explica la imposibilidad de acceder en forma directa a la esencia del hombre y, en consecuencia, debe hacerse indirectamente. Así, la esencia humana deberá ser un extracto (como toda buena esencia) de todas las diferentes personas que componen la humanidad pasada, presente y su proyección hacia futuro. ¿Cuál es, entonces, el método de acceder a esa naturaleza humana? Sin hesitaciones, Heidegger propone conocer los “modos de ser”. Para evitar un catálogo interminable, el filósofo alemán se basa en lo que llama “notas constitucionales” como una especie de denominador común y de ellas, además de la inteligencia, extrae, entre otras cosas, el tiempo y el espacio. Pero no omite notas de corte netamente sentimental como es el “ser con…” que describe en algunos parágrafos o la “curia”. Por otro lado, habla de un ser proyectador (hacedor de proyectos). Mas, es indudable que estas notas definen “lo común” para todo hombre, pero excluye las “modalidades personales” que ordenadas estadísticamente y clasificados por grupos, en el conjunto determinan los “modos de conductas humanas” que están indicando otros parámetros en el “modo de ser” del hombre. El óbice reside en que estas conductas no son patrimonio de la filosofía, salvo en su análisis en particular, sino de la psicología y ciencias similares. Y esas ciencias marcan “tipos humanos” que representan a sectores demográficos y/o estadísticos que llevan a pensar que la esencia humana puede ser única en sus notas constitucionales, pero muy diversa en las “formas de ser”. Así, encontraremos hombres muy inteligentes (los menos) y hombres muy estúpidos (los más). Entre ellos habrá hombres muy buenos (los menos) y hombres muy malos (los más). Sin embargo, no todo es

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negro o blanco. El gris reside en una amplia franja de la humanidad o grupos de hombres, cuyas conductas, comportamientos o modos de ser fluctúan de un polo a otro, o ubican en franjas equilibradas o se sumergen en actitudes de una indiferencia tal que obran y aparecen como enajenados. Si tuviéramos que hacer nuevas estadísticas sacadas un promedio demográfico, por ejemplo, del número total de personas existentes en este momento en el planeta, podríamos encontrarnos con la sorpresa de que menos del 20% llevan una vida coherente con su esencia constitutiva de ser inteligente, proyectar su vida y distribuir el tiempo y el espacio como un mundo armónico y ordenado consigo y el entorno, siguiendo un orden natural de vida. El 80% fluctuará en porcentajes diferentes de conductas extremas inauténticas y gran parte de esa humanidad inauténtica podrá tener visos de conductas inteligentes, pero carentes de totalidad o globalidad. Habrá muy sensitivos pero no inteligentes, o insensibles carentes de sentimiento e inteligencia, o inteligentes con matices bajos de sentimientos y también tendremos los que carecen de conductas inteligentes, sentimentales y se comportan como inhumanos. ¡Es tan grande la variedad que aterra el no poder abarcarla ni clasificarla en toda su extensión! Del redondeo empírico surge un alto porcentaje de deshumanización que preocupa por los niveles de estupidez, extremismos, demencia, violencia, etc., paradigmas que no nos honran como la única criatura inteligente del universo. Lo que más llama la atención es la incapacidad actual, que supera la media histórica, para captar y comprender la realidad que circunda a cada persona. Esta discapacidad para entender la realidad que toca vivir a cada uno es lo que pone en crisis, no sólo la existencia física del hombre (sigue reproduciéndose automáticamente como un rebaño animal sin inteligencia instintiva), sino la vida misma, la cultura y todo el patrimonio humano vital. El hombre actual se maneja más por creencias que por certezas y esto pone en peligro el sentido común, pues se ha perdido la sensatez que es la condición fundamental para expresar un modo inteligente de vivir. La creencia surge de una visión deformada de la realidad, lo que no le permite acceder a conocimientos certeros y, entonces, se refugia en conocimientos a los cuales le atribuye un grado de certeza por convicción interior más que por objetividad intelectual. La existencias de creencias erróneas o ilusorias crea un falso sentimiento de seguridad y actúa en consecuencia. Pero los resultados que saltan a la vista, demuestran lo contrario a tales creencias. Muchos piensan que son libres y otros se resignan considerándose irremisiblemente frustrados o infelices. Carrizo hace nota que Spinosa afirma: “las personas creen ser libres porque son conscientes de sus acciones, olvidando que son inconscientes en sus causas”. Esto funcionaría como una conciencia “a medias” sobre la realidad, la cual capta sólo lo que cree más conveniente o “lo que parece ser” más conveniente. No hay en ello una capacidad de análisis y discernimiento suficiente que garantice la plena eficiencia para una interpretación correcta de la realidad, acorte con “lo qué las cosas son verdaderamente”. Se confunde libertad con verdad y se pone en el altar a la libertad como el máximo valor, cuando lo que realmente vale es la verdad. Cristo lo manifestó en forma contundente y clara: la verdad os hará libres y no al revés. Sólo alcanza la libertad el que comprende y conoce la verdad. Porque en este trabajo estamos analizando la genuinidad y, exactamente, lo genuino es lo verdadero. Si el hombre no conoce la verdad de su ser, no podrá ejercer libremente lo qué es. Buscará o inventará “verdades” ilusorias para justificar lo que hace. Esto se conoce como pseudorrazonamientos y los mismos son la “ausencia total de la lógica” (método necesario para que la razón trabaje en concordancia con la verdad). La razón depende estrictamente de la inteligencia, pero sólo es una parte del pensamiento. Es el instrumento fundamental del pensar, pero la formación de contenidos del pensamiento no dependen sólo de la inteligencia. La inteligencia es rectora, pero necesita a quien dirigir para ser valiosa. Y lo que debe dirigir son los sentimientos y la voluntad. Inteligencia, sentimiento y voluntad son independientes en sí mismos, pero están tan íntimamente ligados que tratar de deslindar a cada uno de ellos no resulta fácil. Podemos definir qué es cada uno. Pero una cosa es nominarlos y otra vivirlos. La esencia de la inteligencia es buscar la verdad de las cosas, comprenderlas e iluminarlas. La naturaleza de los sentimientos o percepciones es sentir y percibir que las cosas existen, están ahí para que las

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conozcamos o usemos de ellas. La voluntad es la capacidad de decidir qué vamos a hacer y cómo lo haremos. Si bien hay una memoria filética instintiva que inconscientemente guía muchos comportamientos físicos y espirituales, ninguna tendencia ancestral nos dará por sí misma la clave de cómo vivir. Nos ayudan pero deben ser guiadas. Los sentimientos son instintivos pero modelados por la inteligencia. El conjunto de inteligencia, sentimiento y voluntad constituyen nuestra mente y ella será armónica si hay armonía entre los elementos que la componen. No se puede excluir a ninguno de ellos, sino que deben estar presentes “en bloque” en cada acto o sensación que tengamos. Pero la simultaneidad que significa actuar en bloque no debe interpretarse que hay anarquía entre ellos sino que debe existir la homogeneidad de propósito e intenciones, pues de otro modo, cada uno va por su lado y el resultado conductual caótico es lo que observamos. La captación de la posibilidad del caos de la conducta es lo que preocupa a quienes bregan por conseguir la autenticidad completa. Carrizo plantea la situación diciendo que “un espíritu alterado libra batallas secretas que le sabotean su concentración y su capacidad de juicio. Al reconocer nuestras conmociones internas, aumentamos la posibilidad de controlarlas. Aunque la información y la lógica colaboren, lo que está determinando el triunfo o el fracaso en nuestro estado anímico”. Este texto mezcla un poco lo que ocurre con lo que podría ocurrir. Reconoce la alteración del espíritu y los conflictos que acarrea pero plantea la posibilidad de un control. Para esto debe haber una información (dato veraz) que coordine con la lógica (ordenamiento de la razón) para evitar la deformación de la realidad. Todo esto se da en el escenario de nuestro estado anímico, donde deben batallar razón, sentimiento y voluntad. Y ese estado anímico está en nuestra conciencia, que no es sólo el estado vigil que nos permite percibir una realidad determinada, sino también la balanza que deberá sopesar la deliberación, las decisiones y las evaluaciones convenientes sobre lo que es bueno o malo, justo o injusto, valioso o inane, etc. Por eso Spinosa habla de la “conciencia de las acciones” porque de acuerdo al dictamen de nuestra conciencia serán nuestros actos. Pero la conciencia no es un acto mental sino un estado de la mente y como instrumento de expresión mental, deberá manifestar lo que contiene la mente, esto es, inteligencia o razón (juicio), sentimientos (afectos e instintos) y voluntad. La mezcla justa de esas capacidades, sazonados por un criterio exacto es lo que posibilita un control y un manejo, es decir, un proyecto de actuar, de guiar nuestra conducta. Si alguna de esas capacidades se desboca o no se somete a la “voluntad de equilibrio” y al uso “juicioso” o sensato, el efecto o acción traducida en conducta, será un evento disparatado (por más justificaciones que se intenten oponer). En otros trabajos hemos destacado la dependencia absoluta entre mente y cuerpo, donde normalmente es la mente la que domina al cuerpo, pero en otras circunstancias lo corporal puede obnubilar a la mente y entonces asoma el desequilibrio. Lo corporal depende de lo ambiental y lo instintivo. Dentro de lo ambiental (hoy denominado ambioma) factores físicos, químicos y biológicos pueden alterar el cuerpo y secundariamente a la mente. Pero el riesgo reside en el tipo de conducta que optemos. Carrizo apunta: “Los investigadores conductistas aseguran que hay circuitos neurológicos involucrados que pueden alterarse o reforzarse con la repetición de ciertos hábitos: el aprendizaje moldea aspectos de la realidad individual y colectiva. Como dice el Dr. Hendiré Weisinger: la inteligencia de las emociones es útil en tiempos de bonanza, pero imprescindible en tiempos de crisis”. Efectivamente, las neurociencias, más que el behaviorismos y otros estudios de la conducta, son las que están dilucidando el funcionamiento de la mente y su acción sobre el S.N.C., en especial el encéfalo y en él, el cerebro. No quedan dudas de que el cerebro es el instrumento de la mente pero ésta influye sobre él y lo modifica, como también cualquier alteración cerebral influye sobre la mente. La manera de conformar un esquema mental correcto lo es a través de la educación y el instrumento más inmediato de la educación es la enseñanza y el aprendizaje. Si enseñamos y aprendemos mal, la

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conducta inadecuada que surja de ese modelaje educativo puede modificar nuestra mente y nuestro cerebro. También es evidente que la suma de conductas individuales constituye conductas colectivas. Asimismo, un pensador brillante puede influir con su conducta personal en la constitución de conductas colectivas. Todo esto nos lleva irremisiblemente a concluir que sólo será posible una verdadera “buena vida” si conseguimos educar nuestra mente para buscar la verdad, la sensatez de nuestros pensamientos y acciones y aprendemos a manejar la inteligencia para regular todas las otras capacidades mentales que no son otra que la expresión de nuestro espíritu y esencia. Como también hemos trabajado sobre la diversidad de los modos de ser, sabemos que hay dualidades que marcan la esencia del hombre. Hay en sus instintos sentimientos buenos y malos. De acuerdo a la función rectora de la mente, en especial, la inteligencia, sabremos controlar los sentimientos, en especial los instintivos y lograr así modelar nuestra mente y nuestro cuerpo en una vida auténtica, aprendiendo a distinguir lo verdadero de lo falso y lo bueno de lo malo. La abundancia de falsedades y maldad no significa que eso sea la verdad de la autenticidad. También está la dupla autenticidad-inautenticidad, lo hace posible la existencia de ambas. La verdadera inteligencia está en encontrar la autenticidad como la verdad de nuestra esencia y educar a nuestra mente para guiar la razón, los sentimientos e instintos, hacer férrea la voluntad para lograr una conducta acorde con esa autenticidad inherente al verdadero hombre. Por elección racional, la esencia del hombre, si bien permite la inautenticidad, tiende a la autenticidad, esto es, a la bondad y a la verdad. La dimensión de los valores de Ortega y Gasset Habíamos adelantado al comienzo de este trabajo, el pensamiento de Ortega y Gasset sobre lo que él consideraba “dimensiones de los valores” y proponía tener en cuenta la cualidad, el rango y la materia. En realidad, el distinguido filósofo español quiso remarcar algunos aspectos en el uso semántico de la palabra valor y, como anteriormente lo dijimos, se aferraba a las denotaciones de la RAE para hablar de valores en general, incluyendo lo que nosotros delimitamos como valores utilitarios únicamente aplicables a los objetos en función de un uso instrumental determinado y los valores éticos, morales y estéticos aplicables a las personas en si y a sus relaciones con otra personas y los objetos, sin sentido utilitario. Si bien separa el valor-utilidad del valor-condición moral, las relaciones que hace entre determinados valores como belleza y respeto, entran en un área controvertible. Pero volviendo a las dimensiones propuestas, nosotros, al igual que Ortega y Gasset usaremos el diccionario de la RAE y veremos que cualidad es “cada uno de los caracteres naturales o adquiridos que distinguen a las personas o los seres vivos en general o a las cosas. Manera de ser de algo o alguien”, mientras que rango, en el sentido propuesto por el filósofo, es “categoría o nivel. Amplitud de la variación de un fenómeno entre un límite menor y uno mayor claramente especificados”. Hay que aclarar que esta denotación encierra dos niveles: uno donde se da un concepto base o etimológico de la palabra y otro que surge de la aplicación “estadística” (valor intermedio entre otros valores en un determinado grupo o repertorio de personas y objetos). Por último, materia es un término polisémico que obliga a circunscribir el sentido que se le quiere dar. Supuestamente el filósofo quiso referirse al sustrato o “realidad primaria de la que están hechas las cosas” pero filosóficamente, materia también es “principio puramente potencial y pasivo que en unión con la forma sustancial constituye la esencia de todo cuerpo, y en las trasmutaciones sustanciales permanece bajo cada una de las formas que le suceden”. Al leer estas denotaciones comprendemos que estamos ante el fenómeno que significa usar las palabras. Es patente que cuando uno se refiere a alguna cosa o cuestión, emplea palabras en un sentido determinado que lingüísticamente es considerado como ad sensum (el sentido que se le quiere dar a la palabra). El sentido es considerado connotación (sentido personal) y por lo tanto, dicho sentido está sujeto a la intención, condición cultural, como elementos personales, y la coyuntura en que se

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pronuncia en sentido dado a la palabra. Naturalmente, la misma palabra puede ser comprendida desde otra perspectiva por otra persona que puede estar en la misma situación coyuntural pero posee una cultura distinta o tiene otro sentido connotativo de la palabra. También las palabras cambian según la coyuntura en que se aplica y es lo que sucede con el uso generacional de las mismas. Esta digresión es útil para distinguir finos matices que no pueden ser nombrados taxativamente, puesto que las variables son infinitas. Pero sirven para alertar que no siempre un concepto puede ser rígido sino que es maleable de acuerdo a la intención y circunstancias en que se use. Así, yo puedo enamorarme de una mujer bella y tributarle todo el respeto que se merece como persona y objeto amado. Luego, belleza y respeto, en este contexto, son valores compatibles y completamente aceptables. También disiento con Ortega y Gasset en lo relativo a un cuadro o pintura. Cuando yo asisto a un museo o pinacoteca me impacta una pintura y la considero admirable, en forma independiente de quien lo pintó. Por lo tanto, admirable no es un valor sino una opinión que emito ante algo que me sorprende. La cualidad de admirable es aplicable tanto a la pintura como al pintor. Velásquez es un pintor admirable y su cuadro La Meninas también es admirable, teniendo en cuenta el sentido denotativo de la palabra admirable. De igual modo, se procede en el manejo de otras palabras y, en especial, del concepto de los valores. No deben mezclarse los conceptos. Un cuadro es valioso por un lado por su precio y por otro, por su arte. Reúne dos valores distintos: el económico y el estético. Naturalmente, el cuado en sí no tiene valores éticos o morales, salvo que el motivo empleado en la figura pintada esté sujeto a una valoración ética o moral. Pero en este caso, el valor no se refiere al cuadro en sí, sino a la motivación del pintor. En este ejemplo es válido realizar consideraciones sobre lo subjetivo y lo emocional donde puede intervenir complacencia o rechazo, sentimientos que no son valores (como la admiración), que se agregan a los conceptos utilitarios y morales o éticos. Pero hay que discernir, como lo propone Ortega y Gasset considerando la materia (objeto), cualidad (pintura) y el rango (estético o moral). Por último, el rango como concepto estadístico, sólo es aplicable a determinadas cualidades del objeto o la persona y en forma relacional. Siempre se será más o menos bueno o malo en relación a… No es una condición inherente al valor en sí, sino al uso de la palabra valor.

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Desarrollo de la capacidad de cambio Concepto y formas del cambio Finalmente, repasados los principales conceptos de la educación mental, nos queda el propósito último: cambiar un estilo de vida inauténtico por uno auténtico. Sólo así será posible todo lo que hemos dicho en este trabajo sobre nuestro espíritu. Según la RAE, cambio es la “acción o efecto de tomar o hacer tomar, en vez de lo que se tiene, algo que lo sustituya” y, también, “mudar o alterar una persona o cosa, su condición o apariencia física o moral”. En forma circunscripta, interesa a este trabajo, como parte de una educación auténtica, la calidad de vida en forma total: cambiar la mentalidad de las personas para adaptarlos a los cambios que se necesitan para obtener todos los niveles de calidad propuestos.

¿Cómo debe ser ese cambio?. Tradicionalmente los cambios históricos se han introducido gradualmente, aunque a veces arrancaron con un concepto de “cambio radical” o “revolucionario”. Hay dos concepciones diametralmente opuesta entre gradualismo y radicalismo o revolucionismo.

El radicalismo o revolucionismo implica el concepto de que todo cambio debe ser introducido

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“de golpe”, velozmente, sin sedimentar, cortando de raíces lo que se pretende cambiar (radicalismo) para reemplazarlo inmediatamente por lo nuevo (revolucionismo). Naturalmente el cambio radical, generalmente, suele ser violento, intolerante, avasallador, porque su esencia así lo exige. Este corte de raíces de valores preexistentes y la colocación abrupta de nuevos valores, en principio conmueve al hombre de forma tal de verse compulsado a realizar y aceptar la idea de un cambio brusco. Pero una cosa es introducir el cambio y otra asimilarlo. A pesar de la aceptación inicial, la incorporación de nuevos valores a través de los usos y costumbres lleva a la paradoja de no lograr su asimilación con la misma inmediatez que se introdujeron. En principio se establece una especie de forcejeo entre lo tradicional y lo nuevo y esta puja bien puede fortalecer o debilitar a uno de los polos litigantes. Pero cuando la controversia es hostil y los cambios se introducen por medios coercitivos “a sangre y fuego” se produce un desgaste social muy grande y a veces una desintegración personal y social del hombre, que lejos de transformarlo, queda despojado de “lo viejo” y “sin lo nuevo”. A los postres, esta forma de cambio radical es desorientación y vacío.

Nuestra intención, basados en la experiencia histórica, es preconizar el cambio gradual.

Después de todo, los “grandes cambios revolucionarios del mundo” como la Reforma, la Revolución Francesa y otros movimientos como el Renacimiento y afines, cuajaron en el mundo después de una sedimentación gradual. Dictar una ley puede ser la base de un cambio, pero nunca el cambio mismo, porque un cambio no se produce con la sola enunciación. Es frecuente que muchos llamados líderes económicos y políticos del mundo actual, de principio del siglo XXI, crean que con sólo enunciar o nombrar un cambio, éste se producirá (nominalismo). Lo gradual es un mecanismo conservador porque parte de lo existente en cada uno buscando seleccionar qué es lo que hay que cambiar y qué es lo que hay que mantener. Lo razonable es partir de aquello que ya existe y que se puede o debe mantener. Esto predispone a conservar la tranquilidad suficiente para razonar e ir aceptando gradualmente los nuevos cambios y la supresión de lo que no conviene mantener de los modos, usos y costumbres, observados hasta el momento de tener que adoptar un cambio.

¿Qué se busca en los valores a mantener?. Aquello que no está deteriorado, que conserva su

utilidad y que puede estar manifestado o no (está manifestado cuando rige un uso o costumbre y está latente cuando es una idea, convicción o principio internalizado pero no usado). El cambio gradual comienza por preconizarse lo más aceptable, aquello que genera adhesión espontánea y que puede introducirse inmediatamente en los usos personales. Los otros valores que pueden ser resistidos o no comprendidos “de entrada”, exigirán una explicación detallada, desde todos los puntos de vistas posibles, para que puedan asimilarse y entenderse porqué es necesario adoptarlos y provocar el cambio. Siempre un cambio: 1. primero debe “estar en el corazón” (debe recibirse con afecto o simpatía), 2. después debe “llegar a la mente” (debe comprenderse cabalmente) 3. y finalmente “debe conquistar a la voluntad” (generar ganas de hacer en forma inmediata).

Por esto el cambio comienza en lo personal, en lo individual, en los modos, usos y costumbre que cada hombre debe desarrollar en su vida cotidiana. Sólo después de conseguido esto, debe introducirse el cambio en la sociedad (modos, usos y costumbres sociales). Lo radical y revolucionario no cumplió históricamente sus fines aparentes de renovar una sociedad que se suponía anquilosada o estancada por esquemas añejos, perimidos y no funcionales. Los cambios violentos dieron resultados magros con devastación y orfandad cultural y espiritual. Muchos hechos revolucionarios desilusionantes por sus resultados inmediatos, obligaron a repensar los cambios propuestos y los métodos con que se instrumentaron y de esta reflexión en varias ocasiones surgió la necesidad de un nuevo replanteo, más racional y lógico, y que graduó los cambios que la revolución propuso, adecuándolos a la realidad de cada comunidad.

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El fenómeno moderno de desorientación o despersonalización por distrés, se debe precisamente a que los cambios que se introducen en la sociedad son rápidos y numerosos, no permitiendo esto que sean asimilados y por eso generan angustia. A través de la historia, lo que benefició a la humanidad en cierta medida han sido los reajustes escalonados que siguieron a los movimientos reformistas o revolucionarios (ajustes conocidos como contrarreforma o contrarrevolución, a los cuales resaltamos en sus aspectos positivos y en los efectos negativos, porque el negativismo en alguna forma iguala a revolucionarios y contrarrevolucionarios y lo negativo, a su vez, hace tan rechazable una reforma como una contrarreforma. Todo acto negativo es condenable aunque intente justificarse como algo lícito o aceptable). Si un cambio que nació revolucionario o radical prendió en la sociedad, lo hizo a través de una necesaria decantación en el tiempo, lo cual significó una cierta gradualidad.

Es lo que sucedió con la Revolución Francesa. Durante el proceso de la misma Constant, en

aguda crítica a la Revolución, asevera: “Cuando en medio de una asociación de hombres se lanza de improviso un principio separado de todos los principios intermedios (que son aquellos que lo hacen descender hasta nosotros y lo adaptan a nuestra situación), se produce un gran desorden, ya que el principio arrancado de todas las conexiones, circundado de cosas que le son contrarias, destruye y subvierte. Mas no es la culpa del primer principio adoptado, sino de la ignorancia de los principios intermedios”. Esto quiere decir que un cambio por una causa nueva debe llegar a la gente a través de una serie reglas que Constant llama principios intermedios. Esos principios son adaptadores de lo nuevo a lo ya existente, de forma tal que pueda ser aceptado sin resistencia. La intermediación, en este caso, es un proceso escalonado que hace a la gradualidad. La diferencia fundamental entre gradualismo o cambio conservador y un radicalismo, estriba en que mientras el cambio gradual suele ser aceptado sin conflicto y con mayor convicción y permanencia en el tiempo, el cambio radical opuestamente puede generar el conflicto, en ocasiones violento, entre quienes aceptan el cambio y lo quieren implantar coercitivamente y quienes lo rechazan y no aceptan la coerción. La falta de asimilación inmediata crea la puja entre aceptación y rechazo. El cambio gradual puede evitar la violencia, tanto de la implantación como del rechazo, porque las propuestas no se imponen por la fuerza sino por la reflexión y la evaluación de su conveniencia o no. La reflexión evaluativa permite saber si el cambio que se intenta será positivo o negativo o, al menos, limar asperezas para su adaptación, lo que evita el temor a lo nuevo, reacción lógica ante lo desconocido.

Lo gradual induce al conocimiento primario de qué es lo que se pretende reformar y qué es

lo nuevo que remplazará lo supuestamente obsoleto. Este acercamiento al objeto le vuelve menos extraño y desconocido, condición sin la cual no hay aceptación inmediata. En otro orden, lo radical no siempre fue solución en lo social y económico, salvo que esté dirigido a una emergencia que exija una solución total y rápida y no a la sociedad en bloque sino a determinados sectores sociales. No es posible la aplicación de cambios a una sociedad en forma masiva y mucho menos por la fuerza. En este trabajo intentamos remarcar que los cambios bruscos, rápidos, en gran número, han producido el choque estresante que disocia en cierta forma la comunidad. El saldo de una transformación abrupta, por más que sea aceptada por la mayoría, siempre ha sido la hostilidad para muchos y resultó con algún tipo de destrucción, a veces casi inhumana, por lo que se infiere que la gradualidad puede ser un método más humano. En los últimos años se han introducido reformas bruscas, a veces sutiles y subliminales, a través de la tecnología y cambios violentos de políticas sociales y económicas. El resultado ha sido una denigración de la dignidad humana, traducida por los niveles de deshumanización social que hemos subrayado en parte.

En los albores del siglo XXI, el hombre debe comprender que alcanzar la calidad total significa que las soluciones inhumanas no son posibles, que se debe “hominizar” todo lo inhumano que hoy existe, entendiendo por inhumano todo lo que es ajeno a la esencia del hombre: a su inteligencia, a su afectividad y a su sociabilidad. Básicamente este trabajo esboza una propuesta de que todo

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cambio debe tener por lo menos en consideración la racionalidad, la afectividad y la sociabilidad del hombre (aclarando que hay más cosas además de esta tríada elemental). La racionalidad y la afectividad descansan en lo individual, siendo apriorístico no hacer lo que va contra esas cualidades.

Obviamente, si el hombre enfrenta actos que no acepta intelectual y emocionalmente, se

siente mal. Cuando un cambio, lejos de conformar las expectativas que sobre él se tenían, causa decepción, enojo, frustración, pérdida de esperanzas y despersonalización, hiere la inteligencia y la emotividad, conlleva el conflicto individual. Algo así ocurre con muchos fenómenos de esta sociedad moderna como la llamada “revolución sexual” que nace con adhesión tumultuosa y se desarrolla entre una sensualidad marcada y un desenfreno sexual debido a una erotización exagerada del hombre y culmina con un hastío o aburrimiento, con un deseo que nunca llega a colmarse y con lo opuesto a lo buscado: la impotencia o desinterés genital. Otra cosa similar acontece con el exceso de confort: al principio se reclamó y aceptó, hoy se trata de rehuir del mismo, avivando el deseo de vivir más “al aire libre” para lo cual se busca vacacionar en camping, practicar deportes, aerobismo, paddle, etc., como si el hombre cansado de tanto facilismo físico, deseara retornar al esfuerzo, rechazando el quietismo y el sedentarismo que le impone tanto aparato electrónico. La idea de introducir cambios tanto en la conducta como en la mente y la emotividad, en relación con la consecución de la calidad total, debe estar tanto en la mente de educandos y educadores en forma simultánea para no crear recelos ni ansiedad. El esfuerzo para realizar el cambio debe ser conjunto, “hombro a hombro” pues ambos deben aprender lo mismo y ejecutar idénticas conductas, para lograr erradicar los usos y costumbres que han llevado a la crisis al sistema actual. La introducción del cambio primero debe ser individual. Luego se debe extender a la sociedad y, por último, llegar a toda la humanidad, a través de la globalización (completar la planificación global).

Resistencia al cambio Todo cambio, obviamente, nace en cómo tomar una decisión y cumplirla para entrar en un programa de “vida nueva”. La idea de cambiar el curso de nuestra vida o erradicar hábitos no convenientes, con frecuencia nos enfrenta a la idea de una vida nueva y así nos entran las ganas de iniciar una dieta, dejar de fumar o de beber, iniciar un estudio o carrera, cambiar de trabajo o dedicarnos a una determinada cosa (deportes para mejorar nuestra condición física, incrementar los lazos familiares, destacar social o económicamente, etc.) También lo más común es que se quiera hacer todo “de golpe” o “de sopetón”, es decir, hacerlo ya, rápidamente. Debido a que el plan se encara sin mayores convicciones, con decisiones bruscas que no han medido debidamente el grado de arraigamiento de nuestros hábitos y costumbres. Por lógica, enfocados así, todos los proyectos de “vida nueva” fracasan en días o escasas semanas. La experiencia descrita nos lleva al razonamiento de que la oportunidad de cambiar para bien debe basarse en una actitud realista. Dicha actitud implica tomar conciencia, o sea, tener conciencia de lo qué nos pasa realmente, porqué nos pasa y cuáles son las probabilidades y métodos que realmente convienen al cambio que deseamos. Incluso, las metas de cambio deben estar dentro de la realidad que nos circunda, de otro modo todo propósito de remplazar lo inconveniente por lo que supuestamente creemos conveniente, se esteriliza. No puedo aspirar a ganar un millón de pesos en un pueblo donde no hay esa cantidad. Por otro lado, se impone el análisis de nuestras motivaciones para cambiar. Estamos obligados a reconocer qué hechos hacen necesario un cambio en nuestras vidas y qué factores nos han llevado a esa situación de querer y buscar un cambio. Recién cuando tengamos bien en claro las motivaciones y las posibilidades de llegar a puerto con los proyectos que realizamos para lograr un nuevo estado de vida, evitaremos la frustración que a menudo nos hacen fallar en nuestra determinación de transformarnos.

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¿Qué produce el fracaso habitual de no lograr el cambio?. En primer lugar debemos considerar que somos producto de nuestros hábitos. Los hábitos y las costumbres que hemos adquirido en nuestras vidas, ya sea por las apetencias personales o la imposición de un determinado medio o la idea de un proyecto de vida, fueron arraigados durante mucho tiempo, el que dependerá de nuestra edad y desde cuándo nos impusimos un hábito. Nacieron de una necesidad real o inventada y el hábito vino a satisfacer esa necesidad que se nos presentó como inmediata o como una gratificación determinada. El cambio para crearse una vida de más calidad, deberá pujar contra las costumbres y hábitos establecidos y prendidos con una gran fuerza en nuestras conductas. Exige un gran esfuerzo para decidir el aplazamiento de la gratificación. Otra barrera para transformarse es nuestra tendencia al equilibrio de las cosas. En biología, a este fenómeno se le conoce como homeostasis y es lo que mantiene constantes la temperatura, el metabolismo, el peso corporal y el estado de ánimo. El equilibrio del cuerpo y la mente es uno de los objetivos más importantes de la persona y este es el fundamento de que una vez adquiridos costumbres y hábitos difícilmente nos deshagamos de ellos si hacerlo significa, en algún modo, romper el equilibrio establecido en nuestra mente y cuerpo a través de ellos, porque todo cambio, aunque sea bueno y necesario, siempre involucra romper el equilibrio previo. La resistencia al cambio explica por qué la sensación de hambre se vuelve irresistible al empezar un régimen o dieta de alimentación, por lo cual empezamos a buscar raciocinios o pretextos para dejar esa dieta. Otro ejemplo es librarse de la adicción a los aparatos electrónicos (TV, computadoras, etc.) uno de cuyos síntomas es refugiarse en ellos por inseguridad frente a otros problemas. Los usos, costumbres y hábitos “de toda la vida” nos lleva a crearnos una imagen de nosotros mismos. Precisamente, la imagen esa que tenemos de nosotros mismos es uno de los impedimentos (en la opinión de Jari Sarasvuo la “causa principal”) de que no llevemos a la práctica nuestras resoluciones. La manera en que nos vemos es la fuerza más poderosa de nuestra existencia. Actuamos de acuerdo con la manera en que nos percibimos. Para poder zafar de lo arraigado, primero hay que soltar la imagen de sí mismo, lo que entraña crearse nuevos valores, modificar el concepto de quién es uno y cambiar las asociaciones que hacemos con modos alternativos de vivir. Los buenos propósitos suelen fracasar ante el seudorrazonamiento de causas de fuerza mayor: no perdemos la adicción a la TV debido a los “excelentes programas” que compulsan a verlos, abandonamos el ejercicio físico por los dolores musculares “insoportables” o la “falta de tiempo”, se abandona una dieta debido al compromiso de asistir a cenas o fiestas donde “no se podía desairar” a quien nos invitó a comer, o el malestar que nos provoca la “hipoglucemia” (a la cual nunca medimos). Lo que realmente ocurre es que a veces el estrés que vivimos es tan grande que hay que aliviarlo con “cosas gratificantes” y por eso accedemos a la molicie de un “buen sofá” antes que el ejercicio que agota, o a comer y beber porque sentimos que “hemos ganado” esa gratificación por el “esfuerzo que veníamos realizando a contrapelo” con lo que habitualmente hacíamos. De igual usamos un cigarrillo o nos tomamos “un tiempo de ocio” distrayéndonos con la PC o la TV. Estos raciocinios son producto del sub o inconsciente que trata de regresar al estado anterior (fenómeno de inercia) y suspender cualquier esfuerzo de cambio que esté rompiendo el equilibrio o cambiando nuestra imagen asumida. En consecuencia, no basta con desear el cambio; hay que asumir la responsabilidad de haberlo decidido. Sarasvuo nos propone “siete leyes” para determinar si se va a poder operar el cambio, así como la probabilidad de que éste sea permanente. Estas “leyes” nos conducen a las cosas prácticas y nos alejan del “idealismo”, de aquel simple anhelo que lo que deseamos pero no estamos

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comprometidos totalmente a realizar. 1. Primera ley: hacer cambios inmediatos en los hábitos. Pero la inmediatez de cambios no significa instalación rápida de ellos. Necesitan tiempo para decantar y por eso todos los cambios son lentos. La tendencia a la pantallaadicción no se extirpa de un minuto a otro, la pérdida de peso necesita de varias semanas o meses. Quienes se han vuelto prisioneros de sus metas empiezan a mostrarse descontentos con la insignificancia de sus progresos en el cambio y acaban por sucumbir a la frustración. El método más eficaz es fijarse como único objetivo un cambio inmediato en el comportamiento y saber que esta inmediatez necesita la resolución o decisión con convicción y la responsabilidad de mantenerla “contra viento y marea” y todas las incomodidades o sensaciones molestas que nos causa suprimir “una vieja costumbre”. Para evitar la frustración póngase objetivos de cuyo cumplimiento pueda ufanarse tanto usted como otros. No piense en cosas que no pueda lograr en ese momento. La tiranía del objetivo lo lleva a compararse injustamente con un resultado lejano. Por eso, no tenga la idea fija del resultado final, sino considere los resultados inmediatos relativos: no bajó un kilo de golpe, pero sí cien gramos; no puede liberarse de la pantalla, pero logró reducir el tiempo que le dedicaba; no hizo una sesión completa de gimnasia, pero logró hacer algunos ejercicios. Lo importante es eso: comenzó a cambiar y va logrando introducir la transformación paulatinamente todos los días. Todos los días bajará cien gramos y robará diez minutos a la pantalla, hará cinco minutos de ejercicio. Esto parece poco pero no lo es. Sume al final del mes y del año y verá que el cambio es posible. 2. Segunda ley: buscar el apoyo de los compañeros de destino. Si quiere tener un apoyo desinteresado y abierto, lo mejor es que busque personas que comparten sus proyectos y objetivos. El éxito de las instituciones de apoyo a los que desean abandonar una adicción radica en que las personas que tienen los mismos problemas se apoyan entre sí. ¿Por qué sugerimos buscar apoyo?. Por que por increíble que parezca habrá personas que no querrán que usted consiga su objetivo. El que se esfuerza por salir adelante, hace que los demás se sientan “empantanados” en el mismo problema que no pueden solucionar. A muchos los han llamado “locos” cuando llenos de entusiasmo han cometido el error de hablar a otros del cambio que están haciendo. Por eso, esos “envidiosos del éxito ajeno” le tentarán a que siga fumando, bebiendo, comiendo, viendo TV, etc. En la comunidad humana se nos trata exactamente como hemos enseñado a los demás a tratarnos. Si lleva uno años mostrándole a todo el mundo que es fumador, que huye del ejercicio como peste, que se pasa todo el día viendo TV y, de pronto, cambia de comportamiento a ojos vistas ¿qué puede esperar?. Sólo comentarios sardónicos, burla, regaños o falsas expresiones de preocupación. Sorprendentemente las personas que más se oponen a su cambio son precisamente las que más le criticaron sus hábitos. Así que busque la ayuda de las personas más indicadas: otros “locos”. Juntos son más fuertes y pueden lograrlo. 3. Tercera ley: realizar los cambios por partes. En la ley anterior antelamos que los cambios bruscos no existen. Si decide enderezar muchas cosas de su vida, todas al mismo tiempo, es probable que no consiga nada. Habrá obstáculos físicos, mentales y sociales que harán desagradable el cambio. Los viejos hábitos que representan un terreno familiar y acogedor, pueden reaparecer casi imperceptiblemente y ser bien recibidos. Si quiere cambiar todo un conjunto de cosas como, por ejemplo, su sedentarismo, tabaquismo y alcoholismo, gula y su afición a la TV, nunca logrará hacerlo “en bloque”. Empiece con uno solo de estos “vicios”. Deje que los otros le sirvan de refugio temporal cuando la aversión al cambio se haga más intensa. Una costumbre que domina nuestra vida es como una obsesión compulsiva que la hace irresistible. Permanecer en ella brinda una falsa sensación de seguridad a una mente asustada frente a lo que considera un proyecto monumental. Renunciar a un hábito de los considerados dañinos a la salud (fumar, beber, comer en exceso) es una manera natural de compensar la seguridad perdida y que nos llevó al hábito tóxico. Es posible que los grandes cambios, los más importantes para nuestra vida, se consolidan después de dos o tres años de estar esforzándose en conseguir la reforma, puesto que no se puede lograr de la noche a la mañana un cambio importante que exige un entrenamiento duro e intensivo. Su misma naturaleza exige tiempo y sólo es efectivo y significativo cuando ese tiempo transcurrió con esfuerzo y sacrificios. Cuando se avanza poco a poco,

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la autoestima crece y aumenta la capacidad para poder hacer frente al siguiente reto. 4. Cuarta ley: No renunciar a nada. Esta ley implica no renunciar a nada que le no le haga daño. Excluye de la renuncia a las costumbres patológicas que generan daño al cuerpo y la mente. Es una ley importante porque lo natural es que no queremos renunciar a nada de lo que consideramos importante. Antes bien, siempre queremos más. ¿Por qué a la larga se alcanza mejores resultados con el método que algunas instituciones de rehabilitación que combinan ejercicios de adecuación con el espíritu de grupo, es decir, grupo de gente con iguales intenciones que nos apoyan?. Porque las personas que acuden a esos centros, como es el caso de los que ayudan a adquirir hábitos correctos de alimentación, no tienen que renunciar a comer lo que les gusta. Al contrario: además de bajar de peso empiezan a comer mejor y hacen amigos nuevos. Es importante ver el cambio a la luz de las cosas que uno gana. Igual le ocurre al que emprende una carrera o estudia: se gratifica con el conocimiento adquirido y ganar amistades entre los compañeros de estudio. Solamente hay renuncia efectiva si el hábito a cambiar es la drogadicción, el tabaquismo, el alcoholismo, etc., o sea todo lo que realmente daña. Caso contrario, no se renuncia a nada sino se ganan y adquieren nuevas cosas. 5. Quinta ley: Disfrutar el progreso lento. Hemos afirmado que mientras más rápidamente quiera usted obtener resultados permanentes, menos probable será que tenga éxito y sus logros serán tan sólo temporales. Los resultados que se obtienen poco a poco son los duraderos y los que se disfrutan con menor esfuerzo. Cuando el cambio se introduce de a poco, el organismo y la mente acceden mejor al cambio y lo aceptan sin penurias. 6. Sexta ley: Resaltar las cualidades propias. La gente que no quiere cambiar quizás no sea capaz de hacerlo. Lo que somos hoy es, en esencia, lo que quisimos ser desde nuestra niñez y juventud y no es probable que se produzcan muchos cambios en las siguientes décadas. Pero sí podemos desarrollarnos y crecer a través de nuestras habilidades, talentos y cualidades. El cambio se producirá sólo si adquirimos una imagen nueva de nosotros mismos y esa imagen tiene alguna raíz en la vida anterior al cambio. Así definiremos nuestra identidad en función de los nuevos hábitos. Nadie alcanza jamás la perfección, por muy competente que sea en algunas cosas de la vida. Reconozcamos y controlemos nuestras debilidades, pero procuremos que cuenten más nuestros puntos fuertes, nuestras mejores habilidades y virtudes. Debemos asirnos con firmezas a nuestros méritos y cultivarlos para compensar los defectos y tener fuerza para despojarnos de ellos. Cuánto mejor apreciemos y comprendamos lo bueno que tenemos, más desearemos deshacernos de lo malo. 7. Séptima ley: no sentirse culpable. No se puede abandonar una mala costumbre con sólo desearlo ni por el hecho de sentirse culpable de ella. Comparar nuestros deseos loables con la conducta que llevamos nos hace sentir culpables y torpes. A su vez, de algún modo, esos deseos refuerzan la conducta que dio origen al sentimiento de culpa y de la cual queremos liberarnos, sobre todo cuando esos deseos quedan sólo en anhelos no cumplidos. Decir “lo estoy intentando”, “tengo que...”, “espero poder hacerlo” son expresiones de una persona irresponsable que no ha madurado. Una obsesión sana puede llenar el vacío que queda cuando una adicción nociva logra desterrarse. Dicho de otro modo: necesitamos actividades sustitutivas porque es más fácil dejar de fumar si adquirimos una pequeña obsesión que remplace al cigarrillo como puede ser hacer ejercicios físicos. Lo único importante de todo esto es que la compulsión de sentirnos culpables por algo no debe llevarnos a la búsqueda, también compulsiva, de la perfección porque esto es el peor enemigo cuando tratamos de lograr algo.

Tipos de cambios Hay muchas formas de cambio: 1. el cambio simple, espontáneo y natural 2. el cambio que depende de nuestra voluntad 3. el cambio que introduce la sociedad El cambio simple o espontáneo

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Es el cambio que nos impone el transcurso de la naturaleza y de nuestra vida. Es el que nos viene con la edad y a medida que vamos viviendo. Estos cambios vienen con el tiempo en que transcurre nuestra vida, no pensamos en ellos hasta que nos damos cuenta que nos han alcanzado. Es cuando cambia nuestra apariencia física exterior, nuestras fuerzas y nuestras ganas, nuestra manera de mirar las cosas y entender la vida.

La vida nos trae de la mano del tiempo un recorrido lleno de contenido y experiencias. No todos los cambios son afortunados sino que generalmente no son los que más nos agradan y por eso no falta la tristeza ni la desesperación, ni el sufrimiento. Pero en los casos adversos no hay que sufrir las penurias sino vivirlas a pleno, pues de ella se sacan enseñanzas y se templa el espíritu y la voluntad. La clave no está en evitar los cambios que vienen a nuestra vida, sino utilizarlos como plataforma de crecimiento. Hay también, diversas maneras de vivir estos cambios: 1. en soledad 2. en compañía y con ayuda de nuestra familia y amigos 3. con firmes convicciones personales para no abatirse 4. con pesimismo, amargura y abatimiento total 5. con fe en Dios, o sin ella 6. despreocupadamente 7. con una preocupación total que opere como obsesión 8. sin esperanzas de que haya cambios positivos 9. con esperanzas apoyadas en lo natural o sobrenatural

Naturalmente, quien atraviesa los cambios despreocupadamente pero con un norte como son las firmes convicciones personal, con la compañía y ayuda de la familia y amigos, con fe en Dios y total esperanza de que el triunfo depende mucho de un pensamiento positivo y una voluntad férrea para superar las angustias y encontrar la manera más feliz de atravesar los malos momentos y de gozar a pleno los buenos, será el afortunado. Quien realice lo contrario será el sucumba a dichos cambios y el transcurso del tiempo será su enemigo y no su aliado. Su paso por la vida no será firme y la propia vida será vivida con sentimiento de inseguridad.

Aun en los cambios naturales, la orientación de nuestras decisiones nos permitirá que nuestra

vida tenga, o no, el rumbo debido. El cambio que depende de nuestras decisiones Hemos dicho que la orientación de nuestras decisiones tendrá mucho que ver en el desarrollo de nuestra existencia y de los cambios que operen en ella. Los cambios naturales son ineludibles. Pero los cambios personales y coyunturales, los que dependen de nuestra inteligencia y voluntad, ellos podrán ser operados con el control absoluto de nuestra voluntad inteligente. Pero no debemos olvidar que para ello debemos tratar de educar nuestra vida emocional, racional e intelectiva y de poseer un algo grado de espiritualidad. Esa riqueza espiritual nos puede provenir de una sólida cultura y formación personal o de la fe en Dios. Lo importantes es saber: ¬ cuando hay que cambiar ¬ cuál es el cambio más conveniente ¬ cuál es la mejor forma de obtenerlo El cambio que introduce la sociedad

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La sociedad, especialmente la que vivió el final del siglo XX y vive el comienzo del XXI, siempre trae cambios importantes que alteran nuestra vida normal. Hasta el siglo XX esos cambios sociales eran introducidos en un número determinado y con algún tiempo de decantación. Pero a partir de la mitad del siglo XX y especialmente en sus postrimerías, los cambios fueron bruscos, violentos, rapidísimos (en días o meses) y en un gran número. Era imposible asimilarlos. Esto trajo una especie de disrupción social con diversos estados personales que albergaban sentimientos de inseguridad personal y colectiva, frustración, sensación de indefensión, aislamiento social, tensión o alerta permanente y el sentimiento de acoso de una amenaza difusa y permanente. Estos cambios, en algunos casos, significa el colapso brusco de nuestra forma de vida habitual y eso introduce un estado de estrés crónico que nos lleva a un estado de furibundia por introyección de la rabia y la frustración que esos cambios nos producen. Estos riesgos, sórdidos o ciertos, atraviesan la intimidad de la mente y el cuerpo y producen una vulnerabilidad para la enfermedad psíquica o física, al mismo tiempo que se vive impulsado por la irascibilidad y la violencia. Si estos cambios nos toman desprevenidos y totalmente desprotegidos de defensas para nuestro espíritu y mente, el resultado es fatal. Pero si hemos educado nuestros mecanismos espirituales internos, sabremos afrontar las crisis y superarlas, saliendo de ellas más fortalecidos. Entre el estado de vulnerabilidad total o el estado de resistencia y aguante total (que ahora se llama resiliencia) pueden haber etapas intermedias que nosotros podemos mejorar procurando adquirir todo aquello que nos lleve a capacitarnos para adaptarnos y superar las dificultades y los sufrimientos. De nuestra educación y formación espiritual dependerá la forma de superar los cambios sociales ajenos a la naturaleza y a nuestra voluntad, pero que pueden mejorar o destruir definitivamente nuestra existencia. Es cierto que las circunstancias externas afectan nuestra vida y a veces nos encontramos atados y perjudicados por decisiones de otros. Esto es lo puede llevarnos a un estado de inseguridad y desconfianza en el que es difícil vivir, cuando las decisiones ajenas nos dañan. La diferencia de enfrentar los cambios que no dependen de nosotros reside en las respuestas que damos a las circunstancias más que por las circunstancias mismas. No es lo que nos pasa lo que determina nuestro pasar, sino las decisiones que tomamos a lo largo del camino. Ellas juegan un papel fundamental en los cambios que enfrentamos. Hemos recibido la capacidad y la riqueza de la libre voluntad y nuestras elecciones nos abren camino hacia el futuro. Debemos entender claramente que no todas nuestras decisiones podrán ser acertadas y llevarnos a las metas deseadas, pero siempre nos dejan la posibilidad de cambiar personalmente para intentar algo nuevo frente a los cambios que otros nos imponen. No importa, en el evaluación final, cuántas decisiones hayamos tomado ni cuántos aciertos o errores hayamos logrado o traído hasta el lugar donde vivimos o estamos. Hasta puede ocurrir que nuestro recorrido no haya sido del todo malo, pero una cosa es cierta: no somos los mismos que cuando comenzamos a transitar la existencia. El cambio siempre, de un modo u otro, positivo o negativo, nos alcanza y por eso debemos estar preparados cuando nos toca el turno para responder frente a dicho cambio.

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Aplicación de la genialidad

¿Qué son los genios?

Se llaman genios a las personas dotadas de aptitudes excepcionales, facultadas para percibir, crear y desenvolverse de un modo descollante en muchos terrenos de la vida. Se destacan por sus células grises (cerebro o materia gris) y sus inteligencias superiores (mentes superiores). Recordemos que al estudiar la atención hablamos de la atención de los genios y ahí dijimos que genio proviene del latín genius que significa numen, inclinación, disposición, humor. También advertimos que todos poseemos genio en relación con la disposición habitual, índole o inclinación natural que, bajo la forma de carácter o energía, obra en cada individuo. Pero, asimismo, aclaramos que en la manifestación extraordinaria de un ser humano, la RAE denota que genio es lo referido “gran ingenio, fuerza intelectual extraordinaria o facultad capaz de crear o inventar cosas nuevas y admirables”. Destacamos, también, que era propio de los genios desarrollar una disposición especial para una determinada cosa como puede ser la ciencia o el arte, de forma tal, que se manifiesta con una capacidad artística o intelectual extraordinaria. Estas acepciones descartaban otras como es considerar el genio como humor (tener mal o buen genio, según se sea malhumorado o alegre) o como carácter propio de cada persona. Evidentemente, la connotación más exacta, en el tema de la genialidad, es la relacionada con lo de numen, en el sentido de inspiración en lo referido al artista o intelectual que resalta de lo común. La genialidad es una sumatoria de: 1. talento 2. ingenio 3. inspiración

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4. psiquis (mente) organizada 5. intuición productiva 6. capacidad para el trabajo creador 7. maestría en diferentes esferas de la vida 8. gran imaginación 9. juicio acertado 10. amplia instrucción 11. enorme capacidad de aprendizaje 12. una curiosidad a toda prueba 13. rebeldía o inconformidad con la rutina

Algunos definen a un genio como “cualquiera que a lo largo de su vida produce un volumen de trabajo influyente de modo efectivo sobre muchas personas durante muchos años”. Esto confirma aquello de que “un árbol se conoce por sus frutos” y que un genio siempre exige un obrar o quehacer trascendente y perenne. Estos criterios enlazan a genialidad con celebridad como veremos al final de este trabajo.

Diferentes estudios europeos y norteamericanos, han demostrado, salvo algunas excepciones,

que en general, las personas desarrolladas intelectualmente por encima del coeficiente medio de inteligencia, casi siempre gozan de buena salud física y mental. La neurología confirma que las inteligencias superiores dependen de la salud y la calidad comunicativa de las neuronas. A su vez, esto está ubicado en un grupo humano que posee mejores conexiones entre el lóbulo frontal, los apriétales y el sistema límbico cerebral. La psicología hace su aporte pero no llama genialidad al fenómeno de relevancia intelectual, sino lo denominan eminencia o inteligencias múltiples, con lo que sugiere la calidad de excepcionalidad. La genialidad sería, psicológicamente, una excepción. La genética sugiere que la genialidad es obra del azar de los cromosomas y aducen que un individuo excepcional puede ser también una combinación de genes mediocres. Es decir, la genialidad no depende de genes especiales sino de una combinación aleatoria de genes comunes.

Los que han intentado medir el desarrollo cognoscitivo elevado en sujetos relevantes, han

descubierto que muchos parámetros guardan relación con la edad. Asimismo todo lo que resalta altos niveles de desarrollo en los procesos de análisis, síntesis, abstracción y resolución de problemas, en especial, los ligados a las facilidades en las áreas razonamiento, memoria e imaginación, creatividad y motricidad, constituye lo que se ha llamado “fórmula divina”, esto es, como si los genios compartieran algún rasgo de divinidad o exaltación del entusiasmo (el dios que cada uno lleva dentro de sí).

En general, los perfiles de talentos especiales (y en especial los saturados en demasía de

elementos culturales) enfatizan marcadamente en el desarrollo verbal y discursivo, en las facilidades para la oratoria y la comunicación inmediata como proceso constructivo con el otro, pues la mayoría de los genios poseen pleno dominio de las herramientas del lenguaje y la persuasión. Esto no significa que sean verborrágicos y pueden ser comunicativos aún con parquedad de palabras, acuñando frases lacónicas pero trascendentes. La genialidad, ¿es congénita o fruto de un desarrollo?

Hay controversias sobre lo que influye en la expresión de la genialidad. Algunos aducen que el

talento, al igual que la genialidad, no se manifiesta de una vez y del todo. Pueden emerger cuando existe un conjunto de factores (coyunturas) que no siempre desembocan en el orden intelectual, sino, también, en lo físico, biológico, psíquico, y hasta en lo familiar y social (incluyendo lo cultural). Esto equivaldría a decir que la genialidad necesita de factores ambientales (ambioma) para desarrollarse o

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manifestarse. De ahí surge la teoría de que la genialidad puede desarrollarse. Alfredo Oscar Fernández

sostiene que el talento, del mismo modo que la genialidad, debe ser estimulado por los pedagogos. Sostiene que éstos deben encontrar una manera inteligente y novedosa de resolver las situaciones de la vida con creatividad. Argumenta que “ese desarrollo por encima de la medida casi siempre es observado en una u otra área del conocimiento. El maestro, al detectar dicho potencial, puede hacer lo posible por estimularlo si no es manifestado en forma actuante (condición de latente o potencial) y por enriquecerlo si se va de los límites de las potencialidades y ya es una realidad. Creo que el sistema de educación y aprendizaje actual impide la aparición de estas dotes, ya que la estimulación desde las aulas no siempre es la mejor”.

Esta última afirmación es reforzada por Daniel Córdoba cuando dice que” los métodos

actuales de educación debilitan la actividad creativa y el talento. En el caso especial de las escuelas de música, no se incentiva para nada a quienes tiene capacidades para sobresalir y no hay siempre el personal capacitado para despertar estas dotes. He conocido mucha gente talentosa que no podido desarrollar sus aptitudes musicales”. Este profesor entiende que hay que referirse más a personas talentosas que a genios, pues el talento puede cultivarse mientras que la genialidad inclina a pensar en la excepcionalidad.

Las condiciones, cualidades o rasgos de la genialidad admiten

1. altos niveles de análisis 2. gran y viva curiosidad por todas las cosas 3. facilidades para relacionar el conocimiento con sus propias vivencias 4. originalidad en los puntos de vista y obras 5. estilo de trabajo y aprendizaje reflexivos 6. capacidad para sacar provecho de los errores propios y ajenos 7. reorientación corroborando la flexibilidad de pensamiento

Sobre el desenvolvimiento y aceptación de la genialidad en lo cotidiano, Graciela Turcot manifiesta: “la genialidad no siempre redunda en beneficio del superdotado y de su sociabilidad, porque generalmente la gente no tiende a aceptar a las inteligencias superiores, que entran en la categoría de lo distinto. En estas personas el área socioemocional es vital y son la familia y el sistema educativo quienes deben acompañar su desarrollo para que tome el cauce correcto. En el caso de los muy pequeños es preciso este apoyo para que no comience la desatención y el aburrimiento porque ya se sabe lo que se está enseñando en el aula. El genio necesita del acompañamiento de la familia y en reiteradas ocasiones allí también es incomprendido”. A pesar de estas claras observaciones, los psicólogos, psiquíatras y pedagogos no logran ponerse de acuerdo (particularmente en Latinoamérica) acerca de qué es más beneficioso: ¬ si crear centros especiales para preparar a aquellos de rendimientos superiores con el ánimo de sobreestimularlos (método calificado por muchos de segregacionista y dañino); ¬ o instruirlos en escuelas comunes dándoles actividades extracurriculares con el fin de que, junto al grupo, su proceso de aprendizaje fluya sin estancamientos, con los saltos propios de sus capacidades y con fluidez adecuada y suficiente.

Ambas propuestas tienen su costado poco explícito. Si ya de por sí, según lo resaltó Turcot la propia genialidad es un factor de aislamiento social, incluirlo en un ambiente separado de lo común aparentemente contribuiría a ese mayor aislamiento. Pero en la práctica se ha visto que tal fenómeno

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no es completo, pues muchos de los egresados de los institutos para niños de inteligencia sobresaliente, se destacan socialmente participando de la comunidad los cuales terminan reconociendo dotes y méritos.

Por otro lado, la escuela común, por los comentarios de Turcot, Córdoba y Fernández, no posee (ni intenta adquirirlos) los medios suficientes para contener a los talentosos y ayudarlos a desarrollarse. No obstante, la mayoría de los genios han egresado de la escuela común, lo que indica que su genialidad es a pesar de los males del sistema escolar. Claro, que como se ha remarcado, los genios que consiguen expresarse son conocidos, pero los genios que se malogran por el ambiente y el sistema educativo, no son casos de estadística por no haberse logrado manifestar. Se ha comentado el temor por la inadaptación y el desequilibrio psíquico que, en ocasiones, puede traer el sobresalir en demasía. A pesar de tal miedo, son los más quienes plantean que los supertalentosos son raros y precisan de una enseñanza especial que la escuela común no brinda, por deficiencias propias de su esquema curricular, en especial, el sobrevenido con la ley federal de la educación en Argentina. Los superdotados necesitan de talleres extraescolares donde desarrollar habilidades y capacidad creativas excepcionales. Muchos profesores creen que la educación actual debe basarse en el rendimiento escolar, en la nota y los alumnos hábiles para preparar y aprobar un examen (habría que recordarles el caso Einstein). Esta situación lleva a pensar a los alumnos que se les prepara más para aprobar exámenes que para aprender lo esencial. Quizá, la universalización de este falso criterio, sea la causa principal de que los métodos educativos en uso estén agotando o eliminando la creatividad personal. Esta situación configura lo que Turcot considera que el sistema ha convertido al maestro en “un mero agente transmisor de contenidos” lo que transformaría al alumno en un “ente pasivo del conocimiento”. Para reformar o transformar esta coyuntura, el maestro o profesor deben fomentar que el alumno se transforme en un “buscador y constructor del saber, lo que muchos expertos llaman el proceso de aprender a aprehender”. El sistema educativo actual peca por recargo de planes de estudios, falta de capacitación y eficiencia de los docentes, insuficiencia en la relación entre las materias que se dictan y el desarrollo verdadero del pensamiento. Turcot indica que “no hay que olvidar que una regla de oro de la enseñanza predica que la persona se apropia del 90% de lo que hace, del 60% de lo que observa y apenas del 10% de lo que escucha”. Siempre se ha sostenido que la educación comienza en la familia, desde la cuna y no concluye al terminar el período escolar de colegios primarios, secundarios y la universidad. Continúa toda la vida y en todas las instancias sociales y culturales de cada biografía personal. Esto nos lleva a que un genio no debe verse sólo desde su intelectualidad sino hay que incluir su talento productivo, motriz y otras de sus grandes cualidades. A esto hay que agregar el ambioma en donde le es vital el conjunto o repertorio de oportunidades y posibilidades para desarrollar, expresar y proyectar su potencial excepcional y sus habilidades no comunes, lo que le lleva a percibir y crear de manera inhabitual y en forma prematura o temprana toda su excepcionalidad. No obstante, hay genios que sólo lo fueron después de adultos o, incluso, en la vejez. No hay edad para la genialidad. Sólo hay oportunidad y reconocimiento apropiado. Algunos rasgos de personalidad de los genios Del conocimiento directo de las personas consideradas genios, se han extraído algunas conclusiones o rasgos de su personalidad: 1. el fracaso no los destruye desde el punto de vista volitivo

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2. al errar intentan comprender la naturaleza de sus errores para emprender otro camino. En su criterio, la equivocación no significa la muerte o ausencia de creatividad y de criterios individuales, sino de no haber hecho lo correcto y efectivo 3. alto grado de confianza en sí mismos 4. son receptivos al elogio y al refuerzo del ego (mantienen una alta autoestima) 5. son muy planificados y planificadores 6. casi nunca actúan de manera impulsiva y caótica ante diferentes disyuntivas Hemos dicho que la genialidad tiene que ver, además de la inteligencia, con el talento y la creatividad, dos formas del manejo de la inteligencia. Genialidad, hábitos y educación. Desarrollo de buenos hábitos. Es incuestionable que la genialidad, de algún modo, está ligada a los hábitos y a la educación. Si uno de ellos falla, puede llevar al fracaso la expresión de un genio. Cuando hablamos de hábitos nos vamos referir específicamente a “los modos especiales de proceder o conducirse, adquiridos por repetición de actos iguales o semejantes, tanto de los originados por tendencias instintivas como de los adquiridos por larga y constante práctica en un determinado ejercicio para facilitar el comportamiento o conducta con una cierta tendencia”.

El tema de este parágrafo es poner en consideración el desarrollo de los buenos hábitos, entendiendo por tales a todo aquello que manifestemos por “tendencia instintiva” o tratemos de adquirir por un duro entrenamiento, para tener una conducta o comportamiento vital (individual y social) de alta calidad o excelencia. Antes habíamos relacionado a genialidad con el ambioma y definimos a ambioma como el medio o ambiente donde se desarrolla un ser vivo. En el caso del hombre es evidente que el ambioma tiene inserto elementos o factores muy diferentes y que esto lleva a hablar del ambioma humano como el medio social o sociedad. Esa sociedad se rige por usos y costumbres los que de generación a generación crean conductas distintas de las cuales se destacan las llamadas “modas” y los hábitos. Con esto queremos decir que los hábitos son parte esencial de la vida cotidiana del hombre en particular y de la sociedad en general. También debemos agregar que hay “buenos hábitos” y “malos hábitos”. Es indudable que al hablar de genialidad nos estamos refiriendo a los buenos hábitos.

Según Daniel Ricart los buenos hábitos que se puede adquirir mediante la educación están relacionados con algunas artes y así tendríamos: 1. hábito de la atención (saber prestar la atención adecuado) 2. el arte de la expresión (saber comunicarse) 3. el arte de saber asumir de improviso una postura intelectual auténtica 4. el arte de ingresar rápidamente en el pensamiento de otra persona (empatía y comprensión del otro) 5. el hábito de saber someterse a la crítica y saber responder o refutar a la misma con el arte de aprender a discutir 6. el arte de saber prestar asenso o disenso en forma oportuna, clara y medida 7. el hábito de prestar atención a pequeños detalles de los que depende la exactitud de nuestras palabras o actos (hechos) 8. el hábito de desarrollar el buen gusto y desechar el mal gusto 9. el arte de saber discriminar, en el buen sentido de la palabra, para distinguir entre lo bueno y lo malo, lo que corresponde o no 10. el hábito de enfrentar todas las situaciones con coraje (impetuosa decisión y esfuerzo del ánimo, valor)

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11. establecer el hábito una sana competencia principalmente para adquirir las habilidades necesarias y ejercerlas debidamente y buscar la sabiduría de vivir, de aprender a competir más con uno mismo para buscar la excelencia que con los otros, por intereses mezquinos. 12. el arte de manejar la inteligencia para manejar nuestras emociones e instintos, los sentimientos y aprender una conducta social positiva (inteligencia positiva con sobriedad mental). La manifestación presuntuosa de intelectual nos puede llevar a una pedantería o falsa idea de sabiduría, por lo que es necesario ser sobrio en el manejo mental. El defecto de la educación

En el artículo que hemos hecho referencia, de Ricart, se trata el tema de enfrentar lo que el autor entiende como desafío: proponerse a buscar y encontrar la excelencia o calidad en la educación.

El motivo o necesidad de ese desafío, lo diremos en las mismas palabras de Ricart: “Hay que

tener en cuenta que vivimos tiempos difíciles. Y que es importante que nuestros egresados asuman su vocación con esperanza y con coraje. Estamos en una sociedad que honra la ambición descontrolada, recompensa la codicia, celebra el materialismo, tolera la corrupción, cultiva la superficialidad, desprecia el intelecto; y pretende luego dirigirse a los jóvenes para convencerlos, con la palabra, de la fuerza del conocimiento y de las bondades de la cultura”

Este párrafo suena que la sociedad actual es paradójica e hipócrita. Por un lado vive y da

ejemplos de la peor calaña y por el otro pretende falsamente y con un doble discurso, enseñar la bondad de todo aquello que desdeña y destroza, entre ello, “la fuerza del conocimiento y de las bondades de la cultura”.

Si bien maneja frases huecas o fetiches, a manera de eslogan carente de sentido como “saber es

poder”, los modelos y ejemplos de conductas individuales y sociales son desastrosos en todos los niveles, especialmente en la familia, la sociedad en general y en los estratos responsables del poder y la conducción social. La educación brilla por su ausencia pues no se distingue entre instrucción y educación y se maneja en forma indistinta ambos términos.

Para colmo de males, la “escuela” y la “universidad” ya ni siquiera, según expresión de Ricart,

tienden a difundir:

1. un conocimiento como cultura general 2. una instrucción concreta como es la enseñanza de materias específicas para adquirir una habilidad técnica o la enseñanza del lenguaje 3. la idea de un alto nivel de exigencia por parte de autoridades escolares que obliguen a los educandos a preocuparse por aprender y estudiar

No obstante, en los medios de comunicación social se difunde permanente la planificación de “la educación”, las presuntas herramientas que se ponen al servicio de esa educación, los planes especiales, las medidas concretas, etc.

La realidad es que todas las acciones concretadas para una pretendida reforma educativa han

sido pésimas, ha terminado de desorganizar y destruir el poco orden del sistema educativo y ha corroído sensiblemente la adquisición de habilidades tan necesarias como la lectoescritura formal y comprensiva, el manejo de la lengua en la expresión oral y escrita.

Para Ricart “los resultados están a la vista: la mayoría de las escuelas no sólo han

producido millones de niños disortográficos, sin nivel académico, y que no saben pensar, sino que

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han hecho que los principales problemas de la escuela pasaran a ser de hablar a destiempo, mascar en clase, correr por los pasillos, violar el código de vestimenta, a ser el abuso de alcohol, el consumo de drogas, los robos y la violencia escolar”.

La formación de hábitos buenos es una utopía en el esquema educativo, familiar y social actual. Esto produce el desánimo lógico de Ricart que coincide con otros autores cuando escribe: “Nuestra nación está en peligro. Los pilares educativos de nuestra sociedad están siendo erosionados por una marea creciente de mediocridad que amenaza nuestro mismo futuro como nación y como pueblo. Cada generación (pasada) de argentinos ha sobrepasado a sus padres en educación y logros económicos.

Por primera vez en la historia de nuestro país, las habilidades educativas de esta generación

(actual) no superarán, no igualarán, ni siquiera se aproximaran a las de sus padres. Es deber de la escuela impedir que los medios de comunicación banalicen las vidas de sus alumnos y no permitir que la moda les imponga la trivialidad como modelo. La escuela debe darles a sus alumnos marcos de referencias concretos de lo que está mal, de poner límites con premios y castigos.

La escuela y la familia no son una democracia dirigida por la mayoría. La escuela y la

familia sí deben estar al servicio de la democracia, que es algo muy distinto. Lamentablemente, vivimos educando rodeados por un mar de pedagogía moderna basada en la ficción de que ninguno de los miembros de la relación maestro/alumno y padres/hijos tienen más autoridad que el otro. Esta pedagogía que ha reinado durante los últimos veinte años del siglo pasado ha alentado una frivolidad en la enseñanza, que ha derivado en el empecinamiento por eliminar todo esfuerzo, y acabado por convertir el aprendizaje en un proceso de consumo en el que lo único que importa es satisfacer a los estudiantes, a costa de la ignorancia académica y de la indisciplina. En el afán de ajustar la oferta a la demanda, los profesorados han enseñado durante veinte años que los maestros no tienen otra obligación que facilitar las digestiones.

Cualquiera que haya frecuentando por placer la música o el deporte que prefiere, sabe que

antes de que surja el gusto, de que el juicio se refine y el cuerpo responda, hay que encarar y mecanizar tareas fatigosas como el solfeo, la teoría musical (en un caso), y la mecanización de movimientos psicomotrices, el desarrollo de lo aeróbico y el entrenamiento muscular (en el otro). Es recién entonces cuando la demanda, ya educada, puede surgir y reclamar. Parece que los han fomentado esto se olvidaron de que nunca se parte de la libertad. Para llegar a ser libres y disfrutar, es necesario primero aprender a someterse a reglas que inicialmente nos son dadas” Genialidad y celebridad. Habíamos antelado que de algún modo, genialidad y celebridad pueden ir de la mano. La RAE nos dice que celebridad es una palabra que deriva del latín y se refiere a “fama, renombre o aplauso que tiene una persona o cosa”, “persona famosa”. Esto significa que celebridad está ligada indefectiblemente a la fama. En este punto, relativo a genialidad y celebridad, quien mejor lo ha expresado fue Fernando Pessoa al analizar en forma especial la celebridad y sus formas. Distingue la celebridad mala de la celebridad buena. Considera celebridad mala aquella que se adquiere por cosas negativas (crueldad, tiranía, el que se vuelve famoso por asesinar o ser asesinado, etc.). La celebridad buena es la notoriedad y dentro de ella analiza la que es alcanzada por los seres humanos excepcionales. Salvando los casos de celebridad por azar o circunstancias azarosas, cuando alguien se vuelve célebre lo es por “la aplicación de algún tipo de habilidad especial, o de la inteligencia, y del reconocimiento de otros de la habilidad especial o la inteligencia que son aplicados. Por habilidad especial se quiere significar

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aquí todo aquello que distingue al individuo de sus pares naturales: una gran audacia, una gran violencia y una gran sutileza son habilidades especiales en este sentido particular; y no hay, esencialmente, más honor en ser un héroe que en ser un genio. El acto o los actos que comprueban al héroe o al genio son igualmente producto del temperamento que puede ser innato, o producto de la educación y del medio (que nadie se da a sí mismo), o fruto de la oportunidad y la ocasión (que muy pocos hombres pueden elegir o crear, si es que hombre alguno elige o crea como causa eficiente)” Después de este pensamiento, Pessoa elabora otro de un contenido muy particular y realiza un análisis (que hace recordar lo propuesto por el filósofo inglés Bertrand Russell): “Los hombres pueden ser divididos en tres porciones o partes, y la división puede seguir la tradicional división de la mente: intelecto, emoción o sentimiento, y voluntad. Hay hombres que son puro intelecto (los filósofos y los científicos); hay hombres que son puro sentimiento (los místicos y los profetas, los fundadores pasivos de las religiones o los propagadores de sistemas religiosos recibidos); hay hombres que son pura voluntad (los estadistas y los guerreros, los líderes de la industria). También puede decirse que hay tres tipos mixtos: hombres de intelecto y sentimiento (artistas de todo tipo); hombres de intelecto y voluntad (los grandes estadistas y los constructores de imperios y las naciones) y los hombres de sentimientos y voluntad (fundadores y divulgadores de religiones espirituales o materiales, los que creen en la Mujer Vestida con el Sol o los que creen en la democracia). Las manifestaciones de la inteligencia Acto seguido de analizar a diferentes formas de tipos excepcionales, Pessoa discrimina formas de la inteligencia y dice: “La inteligencia presenta tres formas superiores, que pueden llamadas genio, talento e ingenio, tomando esta última palabra en su más amplio sentido, de inteligencia activa y brillante, del tipo (mas no del grado) de la inteligencia común, y no en el sentido específico de la capacidad para hacer bromas. Estos tres tipos de inteligencia no son continuos unos con otros, no son categorías o grados de una misma facultad o función. El genio es inteligencia abstracta individualizada, la encarnación concreta temperamental de una facultad abstracta. El talento es inteligencia concreta abstraída. No está ligado como el genio, al individuo, excepto en la medida en que todo lo que pasa en el individuo esté ligado a él, porque es suyo. El ingenio es la inteligencia concreta individualizada y, excepto en el calor de la cosa individualizada, tiene la apariencia y los gestos del genio. Ésta es la razón por la que es tan fácil confundir un gran ingenio con el genio verdadero. El talento, en cambio, está en medio de ambos y se opone por naturaleza, a ambos”. El ingenio, según la RAE, es la “facultad del hombre para discurrir o inventar con prontitud y facilidad. Intuición, entendimiento, facultades poéticas y creadoras”. Esto avala la idea de Pessoa, en el sentido de que ingenio es una de las formas o tipo de la inteligencia, en lo referente a su presencia concreta en un individuo y constituye un rasgo predominante del genio, razón por la que este autor considera que es fácil confundirlo con el mismo genio. Genio e ingenio están en un solo bloque indivisible y la única diferencia es que ingenio es “el genio propio de un individuo”. Reunión de genio, talento e ingenio Con las definiciones que Pessoa nos acerca a genio, talento e ingenio, completamos otros criterios sobre lo qué son estas tres cualidades humanas, a la vez que el autor nos ayuda a distinguir algunos aspectos cualitativos o cuantitativos que diferencian una facultad o manifestación intelectual, de la otra. Ahora completaremos el tema finalizando con otros pensamientos de Pessoa en relación del genio, talento e ingenio, con la celebridad. En este aspecto, el autor comenta: “Podría suponerse que la presencia de más de un elemento intelectual en un solo hombre facilitaría su inmediata

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celebridad. Hasta cierto punto es así, pero en menor grado que el que podría conjeturarse desde la ociosidad de la hipótesis. Un hombre que posee simultáneamente un gran genio y una gran inteligencia, pero poco talento (como Shakespeare), o un gran genio y un gran talento pero poca inteligencia (como Milton), no acumula en su propio tiempo, o en el tiempo que le sigue, los resultados del genio y los resultados de la otra cualidad. Es que estos distintos elementos intelectuales se encuentran mezclados por coexistir en el mismo hombre, y sobre la sustancia de la inteligencia o del talento se derrama el veneno sagrado del genio. La bebida es amarga, aun cuando se conserve algo del sabor habitual. Los antiguos mezclaban el vino con la miel y encontraban la mezcla agradable, pero el néctar no consigue tornar cualquier vino agradable al gusto del paladar común. Un hombre que reuniera en sí, en algún grado, genio, talento e inteligencia, estaría en condiciones de marcar su tiempo con su inteligencia, su época con su talento y la generalidad de los tiempos y eras futuras con su genio. Pero como su genio afectaría el talento y su talento y su genio la inteligencia (porque las cosas que coexisten en la mente, coexisten en fusión íntima y no en simple contigüidad), su talento no sólo sería puro talento y atraería así a generaciones más amplias. Y su inteligencia no sería sólo pura inteligencia y complacería así la simplicidad de todos los presentes”. Pessoa pone ejemplos de cómo en las cosas simples, un hombre que reuniera talento, genio e inteligencia o ingenio no estaría a la altura de sus contemporáneos y esto le ocasiona en la vida cotidiana gran dificultad. Esto ocurre, en la idea del autor, porque “el presente no ve más allá de sus narices y la gracia quedaría envainada a los daltónicos de sus oyentes” En forma independiente del pensamiento de Pessoa, ya hemos resaltado que la genialidad es un bloque homogéneo con el talento y el ingenio. En nuestra idea, difícilmente se den por separado. Lo frecuente es que una vez que un genio se manifiesta, lo hace con talento e ingenio en lo que se destaca como genio. En el latín, ingenium era la naturaleza misma, la índole del hombre y lo ligaban directamente al genio, a tal punto que genio e ingenio eran perfectos sinónimos. Asimismo, con el término índole se referían a la calidad, entre otras características, de las cosas. En lo relativo al ingenio, calidad funciona como excelencia. Madame de Staël consideraba que “el ingenio consiste en reconocer la semejanza entre cosas diferentes y la diferencia entre cosas semejantes”. ¿Qué es el talento? Etimológicamente, talento viene del griego y posteriormente fue adoptado por los latinos y está relacionado con el peso de los objetos y el plato de la balanza. Antiguamente hacía referencia a una moneda imaginaria tanto por parte de griegos como de romanos y estos últimos la hacían equivaler a una suma de dinero. No sé cual fue la relación lingüística que llevó a los latinos a usar la palabra primigenia desarrollando el concepto de ingenium, como entendimiento. Quizá se asoció la capacidad de una persona para sopesar con justicia o justeza las situaciones vitales importantes y poseer determinados valores también personales, para interactuar con éxito en la resolución de dichas situaciones. Así, lo que originalmente se refería a “tomar el peso” de las cosas o a un valor o moneda o cantidad de dinero, unió ambos conceptos para aplicarlos a las personas muy habilidosas que resaltaban sobre las demás por saber justipreciar y entender correctamente lo que debía hacer para alcanzar la excelencia. Con el tiempo, esta adaptación lingüística de talento a determinadas virtudes personales origina el concepto de talentoso para designar a una persona “que tiene talento, ingenio, capacidad y entendimiento”. Tales concepciones llevan a la Real Academia Española a insertar en el diccionario una acepción figurativa de talento como “inteligencia, capacidad intelectual” o “aptitud, capacidad para el desempeño o ejercicio de una ocupación”. Evidentemente, la acepción denotativa no tiene una correlación inmediata con las connotaciones actuales de la palabra talento. Así, hoy se asocia

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talento, muy especialmente, con las personas socialmente brillantes, que sobresalen en forma llamativa sobre el resto de los que le rodean, dotados de una notable inteligencia que le permite destacarse académicamente, o en el arte o en otras disciplinas como trabajo, deporte, etc. La asociación de talento con inteligencia es ineludible, como lo es todas las otras facultades o capacidades humanas. Potencialmente, todos los seres humanos poseen las mismas facultades mentales y por lo tanto, el mayor o menor rendimiento de esas facultades dependerá principalmente de la forma en que son estimuladas en la infancia, en los medios y posibilidades que se han tenido o buscado, en las tendencias individuales y en el deseo de poner toda la voluntad para adquirir o desarrollar una habilidad o facultad. Es indudable que el tesón, las ganas y el entrenamiento son elementos fundamentales para lograr las metas que cada uno se proponga. Esas metas pueden ser únicas o múltiples y de ellas surgirán también el desarrollo de facultades o habilidades únicas o múltiples. Muchos investigadores concuerdan en que “talento tenemos todos”, lo que genéricamente equivale a decir también “inteligencia tenemos todos”. Obviamente, ya por el simple hecho de ser humanos, genéricamente “tenemos todo lo humano”. El quid o meollo de la cuestión no es “lo que tenemos”, sino la capacidad en mostrar, demostrar y desarrollar las “posesiones esenciales”.

De ese modo, como talento se vincula con las facultades excelsas como son la inteligencia y el ingenio, necesariamente, talento será el medio o instrumento que nos lleva a la excelencia. Esta base puede servir a asertos tales como “talento es lo que cada uno de nosotros es capaz de hacer bien”. Pero esta frase, en sí, no define un talento, porque “hacer bien” una cosa puede ser una habilidad de un artesano, un profesional, un comerciante, por lo que eso le transforma en “habilidoso”.

Por lo tanto, “hacer bien” es una nota constitutiva del talento, pero debe ir unida,

indisolublemente, a otra nota: “sobresalir de entre los demás” y a esto hay que agregar otra nota también inherente al talento: “alcanzar la máxima excelencia”.

De ese modo, del conjunto de personas que saben “hacer muy bien” algo, sólo una o algunas

destacarán de ese conjunto y esos serán los talentosos, porque además de saber hacer bien las cosas, las hacen de forma tal que superan a otros habilidosos por lo que se destacan o sobresalen, pero la bondad de su producto es tal, que llega al máximo de la misma, o sea, obtiene la excelencia. Luego, el resultado final es el éxito. Ser exitoso cierra el ciclo del proceso del talento. Es innegable que para ser habilidoso hay que desarrollar la inteligencia. Y esto es un trabajo que debe hacerse apenas uno nace. También es innegable que ello dependerá del entorno en que nacemos y del manejo que la familia hará en el desarrollo del neonato hasta que alcance la madurez o adultez. Este criterio puede llevar a algunos investigadores a sostener, siguiendo un criterio etimológico, que el talento es una dote de monedas, principalmente de oro, que todo el mundo posee, pero que esa dote o “cantidad de dinero” puede involucrar monedas de distintos valores y, además de las de oro, puede haber de plata, cobre, etc. Esto me hace acordar un poco a los premios de los juegos deportivos que miden la excelencia de los participantes galardonando con oro a los más destacados, con plata a los que siguen y con cobre a los ocupan el lugar menos destacado, pero que han alcanzado un grado de éxito. Con este criterio podemos pensar que los que fracasan es porque sólo usaron “monedas de lata”. El “estado de talentoso” Independientemente de las alegorías que se usen para dar idea sobre el talento o graduaciones del talento, hay elementos comunes para alcanzar el estado de talentoso y el primer elemento es la inteligencia. Le sigue el ingenio y otras capacidades con la intuición, creatividad, etc. Pero juega también la oportunidad y el entorno. Y todos ellos se conjugan con el entrenamiento o educación

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especial, sumado a una clara vocación o fijación de metas y a una voluntad férrea manejada con disciplina estricta basada en contracción o concentración total aplicada al fin propuesto. Nada es azaroso, aleatorio o espontáneo. Si alguien tiene mayor o menor facilidad para “hacer algo”, la premura en manifestar sus dones, siempre dependerá del modo en se estimule y logre desarrollarse.

Muchos “dones espontáneos” no son tales, sino el fruto de una formación subliminal, en que los protagonistas (familia, entorno) no toman conciencia de cómo han intervenido, pero que indiscutiblemente fueron los factores indirectos que llevan a manifestar tempranamente y en forma inesperada, un don o dote o habilidad. No hay éxito sin esfuerzo (el cual puede ser mayor o menor según las aptitudes personales). Poniendo el punto de vista en la condición básica de la inteligencia, los conceptos sobre ella han variado según la intención de los investigadores. Los primeros en considerarla desde la perspectiva de adquisición o manifestación de habilidades fue Jean Piaget y actualmente Howard Gardner, quienes insisten en clasificar a la inteligencia en siete u ocho tipos, de los cuales algunas personas desarrollarán uno de ellos o muchos a la vez o todos. De ahí nace el concepto de inteligencias múltiples. Pero todos ellos soslayan algo elemental: la palabra inteligencia fue creada para designar la facultad de discernir. También parece no tener la visión integradora de otras facultades como las afectivas y las volitivas, las que constituyen un bloque activo único con la inteligencia. El talento como facultad espiritual

Otro concepto muy poco resaltado es que todas esas facultades constituyen lo que se llama espíritu (Bertrand Russell). Si bien la inteligencia es una facultad rectora, una especie de directora de las otras facultades, cuando se ponen en acción es muy difícil distinguir quien actúa sobre quien o muchas veces una de ellas pone en funcionamiento a las demás. Este fenómeno dificulta los conceptos compartimentales que surgen de considerar por separado a inteligencia, afectividad y volición.

Finalmente, otro concepto poco conocido o muy confuso es el referido a mente y esto origina

una serie de denotaciones y connotaciones tan diversas y confusas que si uno acude al diccionario, éste dará muchas vueltas, pero terminará definiendo a todas las palabras con idénticos o iguales conceptos y palabras. Si no distinguimos básicamente qué es alma, espíritu y mente, no alcanzaremos a comprender todos los fenómenos que esto involucra. Es necesario establecer pautas de entendimiento o consenso y de esa forma alcanzar a conceptos claros y rectores para explicar todos estos fenómenos. Quizá el hilo conductor para tal asenso sea la vía lingüística etimológica que postula Heidegger, es decir, llenar de contenido a las palabras por el sentido dado al ser creadas. Así, alma y espíritu nacen del griego que se refiere a soplo, aliento, viento (anemos).

Si retomamos, en forma independiente de conceptos religiosos, la idea bíblica de que el hombre es materia espiritual, es decir, “soplada” o “insuflada”, tendríamos el concepto de donde proviene alma y espíritu y el primer significado es vida. Con el soplo, la materia adquiere animación. Este “soplo” equivale a una entidad inmaterial que se “materializa” o “corporiza” al poner en movimiento moléculas de la materia, para “organizarla”, en el caso de la vida animal, formar un “organismo” o conjunto de órganos destinados a la formación del ser vivo.

Como entidad inmaterial puede ser asimilada, a los fines prácticos, como energía o fuerza. Sin

dudas, toda esta energía vital o alma, reside en cada célula o elemento orgánico constitutivo de un ser vivo, incluso a nivel molecular (proteína). Pero cuando esa “alma” anida en una célula especial llamada neurona, manifiesta otras cualidades que se han dando en llamar espíritu (que si bien

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etimológicamente significa lo mismo que alma, se ha querido distinguir dos manifestaciones distintas de una misma cosa: el alma organiza la materia, el espíritu manifiesta las cualidades del alma, distintas a las de mera fuerza o principio organizador).

En este contexto, alma es la expresión de la vida, espíritu es la expresión del alma.

El cuerpo u organismo es el instrumento con que se manifiesta el alma. El cerebro es el

instrumento del espíritu. De ninguna manera debe concluirse que alma es una consecuencia del cuerpo (que sería como decir que el cuerpo crea al alma) ni tampoco es la causa del espíritu sino sólo un instrumento de expresión. Los procesos con que el cuerpo y el cerebro se valen para expresar el fenómeno del alma y del espíritu son distintos. Así hay diferentes funciones orgánicas. Pero en el cerebro hay funciones cerebrales y unas de ellas son las facultades que se conocen como facultades mentales.

Esto crea un nuevo concepto que es mente, que opera como estructura inmaterial, pero que se

aprecia como fenómeno innegable. La dificultad reside en interpretar su esencia. Provisionalmente, siguiendo nuestra línea de pensamiento debe aceptarse que mente es el instrumento para que se exprese el espíritu. Esto aclara porqué la mente es la que ayuda a expresar la inteligencia, los sentimientos y la voluntad. Esto también explica aquello de las mentes diferentes, según el nivel en que se exprese o “actúe” la mente.

Así nacen conceptos de “mente racional” (predominio de la inteligencia o razón) y de los

mecanismos intelectivos (facultad del intelecto) o “mente sensitiva o emocional o afectiva” (predominio de las sensaciones o de la afectividad) o bien de una “mente operadora o volitiva, deliberativa o decisiva (predominio de la volitividad). Según el modo de operación de la mente serán los actos mentales y los fenómenos mentales y de ellos surgirán el sello o carácter de los actos personales. En cuanto al concepto de entrenamiento, desarrollo o educación mental, los últimos conceptos de la neurociencia han permitido dilucidar el concepto de “cerebro proteico” que designa una capacidad de neuronagénesis.. Antes que se creía que el hombre nacía con una dotación determinada de neuronas y que sólo usaba algunas de ellas, en detrimento de las otras que quedaban inactivas. La mayor o menor capacidad de tener más y mejores facultades mentales, dependería del número de neuronas que activara. La neurona que moría no se reemplazaba. Hoy se acepta que efectivamente el hombre sólo usa algunas de las neuronas que posee y no los millones que tiene. Sin embargo, muchas áreas cerebrales, con el uso o entrenamiento debido, han aumentado el número de neuronas que inicialmente traía al nacer la persona.

Este desarrollo de áreas cerebrales, especialmente de la corteza cerebral, modificó el concepto sobre la cantidad de neuronas y su fisiología. Pero también el nuevo concepto introdujo ideas equívocas como creer que algunos nacen con más “masa cerebral” que otros (concepto que creció al conocerse que el cerebro de Einstein tenía un tamaño distinto al de otras personas, por haber desarrollado mayor masa). La neurociencia ha demostrado que no se nace así sino que la masa cerebral se “hace” (desarrolla”) con el uso entrenado de la misma. Luego, toda esta digresión introductoria apunta a que la persona humana y sus cualidades individuales dependerán, normalmente, más de la forma en que se desarrolle y el entorno que se le ofrezca que de condiciones anatomofuncionales congénitas. No se ha demostrado la herencia genética de la inteligencia. También hay que evitar pensar “compartimentalmente”, como si el hombre estuviese dividido en compartimientos.

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Hay una totalidad carnoespiritual que funciona globalmente u holísticamente. No se puede separar emoción de razón y voluntad. Y viceversa. Todo funciona en bloque. Lo que hay que lograr es que funcione en forma coordinada. Y en esto consiste el entrenamiento o educación mental. No hay una mente superior y una inferior, una emocional y una racional, no hay una inteligencia emocional, social, intelectual, etc. No hay pensamientos sensitivomotrices, ni matemáticos, ni artísticos. Sólo hay facultades para generar pensamientos, adiestrar la intuición y la creatividad, deliberar y decidir qué se desea y aplicar toda la mente a lograr lo que se quiere o anhela o desea, buscando la excelencia.

Éste es el secreto que se llama talento y esto es lo que permite aplicar la inteligencia para adquirir habilidades. Pero la inteligencia no es sólo “capacidad de elegir la mejor manera ante las exigencias que presenta el mundo, ni de adquirir conocimiento y utilizarnos en situaciones nuevas”.

Es una capacidad de discurrir sobre todo y de gobernar los sentimientos y la voluntad y de esa

forma seleccionar una forma de vida. Y en este sentido, sí tiene que ver con la adaptación, la adquisición de habilidades, los razonamientos, la solución de problemas y el desarrollo del intelecto (atención, memoria, juicio, etc.). La esencia de la inteligencia no es la adquisición de habilidades sino el “poder comprender lo que las cosas son”, es decir, discurrir.

Por la facultad de comprender puede regir y gobernar, pues los sentimientos no tienen esa

capacidad ni tampoco la voluntad. La esencia del sentir, es sólo eso: la de tener y percibir estímulos e impulsos externos e internos. Sólo la inteligencia podrá interpretarlos u organizarlos. La voluntad ayuda a deliberar, decidir y hacer, pero es la inteligencia la que interpretará qué es lo correcto o lo mejor y la voluntad sólo se encargará de hacerlo o conseguirlo.

Luego, no hay inteligencias diferentes, sino diferentes usos de la inteligencia. Tampoco hay

que confundir lo fisiológico y orgánico (funciones de los órganos) con las funciones mentales o fenómenos espirituales. Para no errar conceptos y conocer certeramente los modos de ser del hombre, hay que aprender a discernir las formas de las esencias. Operacionalmente se puede optar o adoptar criterios compartimentales, pero no debe terminar creyendo que la forma es la esencia. Tal engaño ha generado la problemática actual de la educación y de la vida humana en general.

Ergo, talento no es sólo la posesión excepcional de una inteligencia y de habilidades, sino la

disposición espiritual guiada por la vocación o la intención de una meta determinada y la voluntad de entrenar las habilidades naturales, con el tino particular de saber elegir el mejor medio para alcanzar la excelencia total y lograr el éxito patente o cierto. Los “talentos latentes” puede ser una condición de todos, pero sólo vale la expresión del talento, pues no hay talentoso sin la manifestación de una conducta sobresaliente y triunfadora.

No hay tampoco dudas de que esto debe cultivarse desde que se nace, pero también hay que

saber que “no ha edad” para desarrollar el talento único o múltiple. Todo depende de la concentración, del entrenamiento y de la elección del mejor método.

El entorno ayuda, pero no es esencial. El secreto del talento reside en el logro de las mejores

habilidades para vivir. Pero no hay que confundir talento con sabiduría. La excelencia del vivir es parte de la sabiduría, pero no todos los talentosos son sabios.

Sabiduría no es sólo conocer las cosas, sino adquirir la prudencia de una vida virtuosa (recta,

armónica y equilibrada, acorde con la esencia humana). El virtuosismo es un talento para una especial habilidad. La virtud de saber vivir es la verdadera sabiduría, en forma independiente de todos los talentos que uno tenga. Hay muchos talentosos que llevan una vida pésima, pues no han aprendido a vivir “cómo se debe”, aunque hagan cosas brillantes, exitosas y sobresalientes. La conjunción de

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talento y sabiduría es lo que lleva al “hombre extraordinario”. Edgard Morin ha dicho que sólo como referencias, la complejidad incorpora lo diverso y lo adverso y que no estamos al fin de la historia de las realizaciones del pensamiento, sino que aún no hemos alcanzado los límites del genio humano, razón por la cual permanecemos en la prehistoria del espíritu humano.

LA ENERGÍA OCULTA El potencial latente Se ha advertido que el confort moderno, la permisividad social, el exceso de usos y costumbres

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que no siempre producen actividad útil, el estrés y la despersonalización creciente, llevan al hombre de hoy a una vida fácil en lo referido al esfuerzo personal. Por tanto, se rehuye todo esfuerzo personal y cada vez más se desperdicia un gran potencial energético, que al no manifestar queda en forma latente, es decir, oculto. A este potencial latente no usado es lo que podría considerarse la energía oculta. Así como en Medicina existe el viejo aforismo que pregona: todo órgano que no se usa, se atrofia, así también podemos traspolar esta frase a un contexto moderno comprobando que efectivamente, como dice Leonard “el ser humano es una máquina que se estropea por falta de uso”. Luego esta energía oculta o latente, se hace patente sólo con el uso o sea el movimiento. No es una energía acumulable ni inextinguible: lo que no se usa, se pierde. Cada día que vivimos desaprovechando esa energía, es un momento que despreciamos un capital inapreciable que puede transformar completamente nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestra mente y puede ayudarnos a repersonalizarnos. Leonard afirma que “todos poseemos enormes reservas de energía potencial, más de las que jamás soñaríamos en utilizar” y agrega que el cambio que esa energía puede inducir en nosotros, sólo se conseguiría “si logramos aprovechar de ese vasto recurso, siquiera un diez por ciento adicional” a nuestras tareas cotidianas. Las reglas de Leonard Leonard propone siete reglas para conseguir habilitar y usar de la energía oculta personal:

Ponerse - y mantenerse - en forma. Sacarle ventajas a la ira. Acentuar lo positivo. Ser sincero. Fijarse prioridades. Comprometerse. Mantenerse activo.

Primera regla: ponerse y mantenerse en forma Sin dudas, la energía es movimiento y para lograr el movimiento permanente debemos tener una buena condición física y esto significa “ponerse en forma” o “estar en forma”. El ejercicio físico modela nuestros músculos, desintegra la grasa sobrante del tejido celular subcutáneo (panículo adiposo), mejora la circulación cardiovascular y, con ella, la irrigación de todos los órganos, vitales y no vitales. Pero el más beneficiado es el cerebro, órgano noble, sede de la conciencia y de la inteligencia que nos hace hombre y nos concede el privilegio de ser creativos (cooperadores con la creación y la providencia). El ejercicio, no sólo relaja nuestras tensiones, sino que también es recreativo (si así nos proponemos considerarlo) como el aerobismo, la natación, el ciclismo, la equitación, etc. Además, existen máximas reconocidas universalmente que predican que el ejercicio es salud, el sedentarismo enfermedad y el ocio no aprovechado, vicio. Segunda regla: sacarle ventajas a la ira La ira, según lo hemos considerado anteriormente, es una emoción violenta que nos produce

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daño a nosotros y nos lleva a dañar a otros. Cuando la ira no es manejada con inteligencia emocional, cuando se anula se pierde toda la energía que la misma conlleva. La ira, en sí, es una fuente inapreciable de energía porque moviliza no sólo al ánimo sino a todo el cuerpo. No es cuestión de no tener ni manifestar la ira. No podemos prescindir de un sentimiento-emoción instintivo. Incluso, dice Leonard “hay ocasiones en que resulta apropiado enfurecerse y permitir que el mundo lo advierta”. La ira que Leonard refiere es lo que moralmente sería la ira por justa causa. Pero el consejo real del autor no es que tengamos que enfurecernos siempre que tengamos, o consideremos tener, un motivo justo, sino que es que conveniente explotar la posibilidad de “encausar la ardiente energía de la indignación, de la furia, incluso, y ponerla a trabajar con propósitos constructivos”. Una de las formas de obviar o sublimar la ira es optar por trabajar en algo que nos agrade o, en opinión de Leonard, “en su proyecto predilecto”. Esto funciona como que debemos aplicar la energía furibunda, no sobre el objeto de furia, sino desviarla a la concreción de aquellos planes o intenciones de hacer algo que nos atrae o nos conviene. Goleman, también aconseja manejar y encauzar la ira como energía positiva, es decir, opuesta a lo que normalmente produce: beneficio en lugar de daño. Se debe transformar lo destructivo en constructivo. Este esfuerzo es lo que se debe lograr buscando y usando esa energía oculta que todos poseemos y que, precisamente por ser oculta, desconocemos o ignoramos. Luego, para encontrar y usar esa energía debemos proponernos que así sea, o sea, tener ese propósito, lo que equivale a poner en juego nuestra voluntad a pleno. Valga el viejo aforismo: sólo no se puede, lo que no se quiere. Tercera regla: acentuar lo positivo A nadie se le escapa, según lo que antes expusimos, que la persona optimista tiene mejores perspectivas de vida, mayor plenitud y vive con más sentido que el pesimista. El optimista desarrolla una gran energía positiva y la transmite a sí y a otros. Contrariamente, el pesimista se desgasta con energía negativa que le provoca pesimismo, autodestrucción, pérdida del sentido de la vida y autodestrucción. Incluso es destructivo para otros. Ya analizamos como el optimista ve siempre con el punto de vista positivo (acentúa lo positivo) y vive con euforia, alegría y, a veces, con el “acelerador a fondo”. Goza la vida. Se enferma menos. El pesimista tiene sólo un punto de vista negativo de todo. Vive con tristeza y enferma de depresión y otras cosas. No usa nunca el acelerador sino que es quietista. Sufre la vida pero no la vive a pleno. Vive el sufrimiento de su pesimismo. Una retroalimentación positiva se mantiene a través de la prédica (lenguaje) y de la actitud positiva (ejemplo) y se nutre del elogio eficaz. El optimista encuentra todo elogioso y reparte el elogio sincero. No elogia por compromiso ni falsedad. Da elogio sincero. Quien recibe estas loas se siente estimulado y a su vez elogia al optimista, originando y manteniendo el “feed back” o circuito de retroalimentación positiva. Cuando el elogio es real, aunque sea abundante, nunca es exagerado. Un optimista interpreta, como antes dijimos, a un fracaso o un grave revés de la vida, como un camino positivo ya que le indicó por donde no debe transitar. El fracaso es vivenciado como que se debe intentar la búsqueda de un nuevo camino y así perseverar, tantas veces como sea necesario o como tantos fracasos se encuentren en el camino, hasta encontrar el éxito. Un triunfador o un exitoso, en la mayoría de los casos, llega a ser tal tras muchos fracasos o un gran esfuerzo. A muy pocos les “llueve” el éxito, el cual es muy esquivo y sólo se muestra a quien lo busca con paciencia y tozudez. El pesimista se siente aniquilado o anonadado por un fracaso o revés grave. Tiende a negar la objetividad de los golpes existenciales y se encierra en una subjetividad negativa, en forma opuesta al optimista que reconoce la objetividad de los reveses, los que lejos de amilanarlos, les infunde o llenan de un potente impulso vital (élan) que les sacude la “siesta espiritual” o “letargo existencial”. A lo negativo, paradójicamente, no se le debe negar sino reconocer para transformar en algo positivo. Frente a la desgracia no se gimotea sino que se busca “seguir adelante” y en lo posible “a toda marcha”. Shakespeare, en algún modo, ha manifestado que “el mundo es un teatro, la vida una comedia y nosotros somos los actores” (esto dicho en parafraseo). Luego ante lo inevitable, usemos el reconocido aforismo de los actores: “la comedia debe seguir”. Es decir, si la vida continua, debemos

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seguir viviéndola, pero en positivo. Comentar con otros nuestras desgracias, es útil si sólo lo hacemos por consuelo. Pero usar del lamento como un latiguillo para quedar alelados y justificar nuestra inercia, esto es negativo. Por ello, el lamento debe fortalecernos y no debilitarnos. De manera contraria, es negativo. En esto, Leonard predica que liberarse de lo negativo, da libertad plena para concentrarse en lo mejor de su persona. Cuarta regla: ser sincero No hay nada más vigorizante en la vida o en cualquier sociedad u organización, que decirse mutuamente la verdad. Naturalmente, la expresión de la verdad debe ser auténtica y dicha con un margen de caridad, sobre todo si conlleva alguna connotación agraviante o dañina. Don Constancio C. Vigil, siempre preocupado por una enseñanza moral, expresa en EL ERIAL que “la verdad puede ser dulce o amarga, pero no puede ser mala. La mentira puede ser dulce o amarga, pero no puede ser buena”. El mejor uso de la sinceridad es cuando con ella se pretende revelar un sentir íntimo, pero puede resultar lesiva cuando se manipula para insultar a otros o cumplir un capricho (“salirse con la suya”). La sinceridad no debe ser un arma de doble filo que halaga o hiere sino un hecho gratificante para todos, de forma tal que implique riesgos y desafíos, pero también emoción y, fundamentalmente, que la conducta sincera sea la vía de liberación de todas las tensiones que nos angustian y estresan. Esta liberación es la que pone de manifiesto nuestra energía oculta. Jesucristo claramente predicó “la verdad os hará libre”. Quinta regla: fijarse prioridades No siempre es posible establecer que es lo primero en nuestras vidas, pero cuando decidimos actuar en algo, esto nos obliga primero a analizar nuestra realidad, segundo a elegir un objetivo a cumplir y tercero renunciar a otros objetivos, porque indudablemente un rumbo elegido excluye a otros. La indecisión puede consistir en no realizar ningún acto o acometer empresas de rumbos diversos u opuestos que, naturalmente, significan fracaso o frustración. Nadie puede servir a dos amos simultáneamente y menos si a uno se odia y a otro se ama. O se le elige la virtud o se queda en el pecado. Nunca pecado y virtud coexisten. Por esto se debe optar por metas claras y exclusivas, pues nunca se cumplen simultáneamente muchas metas y menos si éstas son conflictivas u opuestas. Dentro del repertorio de posibilidades, siempre se debe elegir la más necesaria o adecuada primero y cerrar las otras. Un abanico de oportunidades sólo se abre para cerrar para elegir una. Lo cual no significa que no se pueda, una vez cumplido un cometido, elegir otro. O si se eligen otras actividades simultáneas, por lógica deben ser complementarias de la principal. Lo importante es: elegir un sólo camino, acorde con nuestra vocación y necesidad y excluir lo que no sea prioritario. Pretender tener presente y abiertas todas las opciones posibles, sin tener en cuenta lo necesario y prioritario, anula nuestra voluntad y acción, llevándonos a la postración, la desesperación y, como corolario, a la depresión, por ser una situación altamente estresante y frustrante. Una vez elegido con acierto el camino a seguir y hacerlo con toda la voluntad al servicio de la acción inmediata, sin hesitar, nos proporciona una gran energía emergente de esa energía interior, lo que nos quita toda fatiga espiritual, mental o existencial que podamos sustentar. Un proyecto existencial se basa, en gran parte, en los proyectos cotidianos y estos deben construirse haciendo listas de prioridades cotidianas o sea, por día, semana y mes. Luego a estas prioridades se les debe categorizar en primera, segunda, etc. y, naturalmente, se debe comenzar por las primeras. No es factible hacer todo a la vez, pero sí lograr metas por una sola acción a la vez. Y, como dijimos antes, luego se buscan nuevos proyectos una vez cumplidos los primeros. Este sistema se aplica no sólo a las prioridades inmediatas, sino también a las mediatas. Puede ocurrir, y de hecho ocurre, que nuestras prioridades cambien en el curso de realización de un proyecto. Obviamente, esto no es óbice para modificar nuestras acciones según convenga a este cambio de prioridades. La capacidad de cambio es parte de nuestra energía interior, la cual, como toda energía, es movimiento y cambio permanente. No hay energía rígida. No hay realidades “siempre

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iguales”. Eso sí: cualquiera sea su realidad y sus prioridades, siempre deben tenerse muy claramente planteadas y conocidas, pues la certeza diáfana genera energía. Lo que no es claro, es fuente de indecisión. Sexta regla: comprometerse Dice el aforismo: “Busca siempre a un hombre ocupado para que haga algo”. ¿Qué significa esto?. Lisa y llanamente: quien se ocupa es porque sabe comprometerse y cumplir. Toda actividad tiene un plazo firme. Si es trabajo, son los días y los horarios, si es realiza un trabajo contratado o un contrato cualquiera, el plazo y las condiciones es lo primordial. El refrán popular sentencia “No hay plazo que no se cumpla...”. El saber optar por un contrato y cumplirlo en forma y tiempo es saber comprometerse realmente. No importa que los plazos sean fijados por uno u otra persona. Igual deben llevarse a cabo fielmente. El compromiso, cuanto mayor y más largo sea, mayor energía interior engendra y esta energía estará en relación directa con el vigor que infunde cuanto más difícil de cumplir sea el compromiso. Un compromiso complicado de ninguna manera es excusa para no cumplirse. Por el contrario: siempre es un desafío, primero para nuestra capacidad de comprometerse, segundo para nuestra capacidad de hacer y tercero para conocer y emplear nuestra energía interior en ese hacer. El cumplimiento de nuestros compromisos no debe ser causa de exasperación ni mal humor. Realizarlos con alegría y optimismo es parte de nuestro compromiso auténtico, lo cual no significa que empeñemos toda nuestra seriedad en realizar el compromiso adquirido. Luego, una señal de nuestra energía interior es saber comprometerse... ¡y hacerlo! Séptima regla: Mantenerse activo Esto significa que una vez que se eligen metas y se comprometen en algo, el paso siguiente es poner manos en la obra. Es muy importante que la energía interior sea motor constante de ponernos activos. Mantenernos activos no significa que debamos hacer cualquier cosa o hacerla precipitadamente. De ningún modo. Todo lo que se haga debe ser premeditado, meditado y organiza, sin prisa pero sin pausas. La acción debe ser planificada para que no sea en menos de lo necesario, ni en más, es decir, no caer en excesos inútiles y debilitantes. Es sumamente razonable que cualquier acción que se desarrolle contemple el reposo reparador. Este reposo no tiene nada que ver con el ocio depresivo que ocasiona el no hacer nada. Es el reposo lógico que exige el cuerpo y el alma tras cualquier actividad. Es parte del ciclo natural: así como al día sigue la noche, así a la actividad sigue el reposo. La actividad significa el empleo pleno de energía interior, pero el reposo justificado es parte de esa energía. No significa perder energía. Hemos dicho que la energía no se almacena ni se acrecienta sin usarla. La actividad es la única forma de usar esa energía, la cual se incrementa solo en relación con el incremento de nuestra actividad. A mayor actividad, más energía. Por esto es el imperativo de mantenerse activo. Moverse es vivir. Es probable que el desorden en que de alguna manera se lleva a cabo nuestra vida actual, se deba en gran parte a nuestra incapacidad de proponer y realizar proyectos individuales o sociales y esto conlleva un desperdicio de nuestra energía interior y un desaprovecho de cada potencial individual. El desuso de la energía interior es causa de depresión y ésta de insatisfacción. No emplear estas luces naturales que cada uno de nosotros lleva en su interior, es simplemente vegetar en forma irracional. El mundo, de hoy y de siempre, ha ofrecido al hombre retos para que su mente creadora lo embellezca y mejore, al propio tiempo que se logra una mayor perfección individual. Buscar y emplear toda nuestra energía interior creativa es empezar a vivir real y auténticamente. No estamos creados para la inacción sino para la acción. Una acción inteligente y creadora, no rutinaria. Quien se mueve existe realmente y quien existe genera energía interior, la cual solo se incrementa con la acción creadora permanente. ¡He ahí la luz del mundo del hombre! La posesión de una magia interna

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Junto con la energía oculta poseemos una especie de magia interna. Vivir con amor en alguna medida, nos lleva a intentar siempre a “dar una buena impresión” y esto es susceptible de conseguirse si aprendemos a utilizar nuestra magia interna. Esto requiere tener presente cinco reglas propuestas por Ailes y Khaushar: • el mensaje es uno mismo: si se aprovechan las buenas cualidades personales, otras personas desearán disfrutar de nuestra compañía y compartirán sus momentos con nosotros. Para esto se debe hacer una lista de nuestras dotes: apariencia física, energía, equilibrado ritmo al hablar, agradable timbre de voz, gestos y ademanes adecuados y animados, expresividad en los ojos, capacidad de captar el interés de sus interlocutores. Se debe tratar de evitar la timidez y la inseguridad y tener fe en sí mismo y llevar en alto una autoestima positiva.

• Ser uno mismo. Cada vez que se deba practicar una relación interpersonal, la clave está en “ser uno mismo” y actuar con naturalidad, lo que implica ser auténtico y veraz. Las personas de éxito personal son las que se comportan de una misma manera, cualquiera sea la situación en que deban vivir. Se comunican con todo su ser y su expresión oral sincronizando al tono de voz con gestos y ademanes y supedita todas las expresiones a la sinceridad y afectuosidad. Cuando no hay relación entre un gesto y lo que se dice, ya advertimos anteriormente que se crea una atmósfera de desconfianza, puesto que se duda de la sinceridad del que habla. Todo debe suceder de modo tal que cuando se dice “siento un gran placer”, éste se demuestre con los ademanes y todas las otras actitudes, sin ambages. Nuestros interlocutores saben apreciar cuando sinceridad y gestos se corresponden.

• Hablar con los ojos. Siempre que uno se dirija a alguien, sea este “alguien” una o varias personas, hay que mirar a los ojos de los demás sin expresar una fijeza fingida o agresiva, sino una “mirada de interés y concentración” que demuestre que nos interesa de verdad quien conversa con nosotros o a quien yo me dirijo. Cuando se entra a un recinto y se mira a cada uno de los presentes a los ojos y se les sonríe, esto da sensación de aplomo y este aplomo da satisfacción a la gente porque aprecian que se les estima y no se les teme. Nadie se siente satisfecho si se le muestra desconfianza o temor.

• Escuchar antes de intervenir: si se asiste a una reunión, fiesta, entrevista o una simple conversación, no se debe emitir en forma inmediata nuestras opiniones. Antes evaluemos la situación: el estado de ánimo de los presentes (deprimidos, alegres, impacientes, indiferentes, ansiosos, etc.); la disposición hacia nosotros (si tienen interés en dirigirse a nosotros, pedirnos opiniones, aprender algo o resistir cuánto nosotros opinamos). La percepción de lo que ocurre en el fuero interno de las personas que participan con nosotros, nos dará más posibilidades de comunicarles algo.

• Concentremos nuestra energía: antes de tratar por primera vez a alguien, aguardemos un rato en silencio y concentrémonos en lo que vamos a decir o hacer. Para esto aspiremos aire profundamente, reconsideremos los objetivos de la reunión, tanto los nuestros como los de los otros. En el lugar o momento de reunirse olvidémonos de nosotros mismos y pongamos toda nuestra atención en los interlocutores, buscando lo agradable y positivo de los mismos y sintonizando en esa onda con ellos. La energía bien encauzada es como una fuerza magnética que se da cuando se cree sinceramente en algo. Cuando habla una persona cargada de energía, no sólo polariza su ánimo sino el de todo el auditorio. Frente a una persona cargada de energía, uno puede estar en desacuerdo con sus actos o sus palabras, pero no es posible poner en tela de juicio sus convicciones. Concentrar la energía es proyectar decisión y esto es un apoyo importante. Nadie se mantiene interesado en una persona indecisa. Por lo tanto conviene actuar sereno, cauto y prudente, pero no con vacilación

• No tomarse tan en serio: el humorismo disipa la tensión en trances desagradables, evita el

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tedio y predispone a los demás a simpatizar con quien no tiene problemas en verse a sí con una dosis de buen humor. Para evitar el egocentrismo, la pedantería solemne, las conductas acartonadas, hagamos un examen de nuestro ego. ¿Sólo pensamos en nuestros problemas?. ¿Pronunciamos demasiado la palabra “yo”?. ¿Nos quejamos a menudo?. Cuando alguien propone una nueva idea, por costumbre, ¿la objetamos de inmediato y siempre? Si se autocontesta afirmativamente este test, quizás sus amigos, colaboradores o compañeros de tareas y sus familiares lo consideren una persona fastidiosa o egocéntrica. Recuerde siempre: para que su compañía sea grata, es preciso que se sienta a gusto consigo mismo. No haga ningún cambio radical en su personalidad. No adopte poses afectadas. Simplemente sea usted mismo en sus mejores aspectos. Ya posee en su interior la magia necesaria para causar buena impresión, porque nadie puede igualarlo ni superarlo en ser precisamente eso: usted mismo. El equilibrio anímico Sabemos que la emoción es un estado de ánimo y el estado de ánimo tiene un fondo: el humor. El humor tiene dos extremos bien definidos: el buen humor y el malhumor. Ambos constituyen la base del ánimo y de ellos depende la sal de la vida. Pero el predominio exagerado de uno de ellos es pernicioso. El optimismo exagerado puede conducirnos a la imprevisión, a la imprudencia, mientras que el pesimismo exagerado nos deprime y anula. Por lo tanto, lo bueno o excelente, es el equilibrio entre estos dos extremos y en esto reside la inteligencia emocional (IE). No es frecuente poder decidir cuándo podemos dejarnos llevar por la emoción. Lo más frecuente es que ésta se presente y se enseñoree con nuestra voluntad y sea el motor de nuestros actos, tanto controlables como irrefrenables. Conociendo esta cualidad de la emoción y habiendo adquirido la capacidad de reconocerla cuando la padecemos, sobre todo en actos irrefrenables, la IE consiste en controlar su calidad y dirección. No debemos permitir que esa emoción desborde en conductas irracionales y que se prolongue más allá del tiempo que dura el estímulo que la provoca. Se debe procurar que una vez que cesa el estímulo o motivo, debe serenarse lo hiperemotivo o estado emocional exagerado. Hay que saber aceptar la emoción dándole un tiempo y un espacio. No reprimirla sino dimensionarla adecuadamente. Una represión severa o injustificada es tan perjudicial como una falta absoluta de frenos. El equilibrio está en el medio: el control medido en el que no se reprime la emoción sino que se condiciona el tiempo que debe durar y el espacio en el que se debe desarrollar o manifestar. Hay que dejar que la emoción aflore libremente, pero que no desborde. ¿Cuáles son los mecanismos inmediatos de control y equilibrio?:

reconsideración de los motivos de la persona que con su conducta nos puede irritar o molestar desencadenando una reacción emocional violenta o nociva. Por ejemplo, alguien conduce mal un vehículo provocando problemas en la circulación del vehículo que conduce uno, ante esto se debe preguntarse: tendrá una emergencia?, estará enfermo ? estará confuso por un desequilibrio que le provoca algún problema intenso?. Estos planteos son la reconsideración o interpretación positiva de lo ocurre y nos crea conflicto.

alejarse de la situación emocionante negativa, es decir, hay dos formas de tomar

distancia: la primera e inmediata, si es posible, alejarse físicamente del lugar o ambiente que nos provoca malestar emocional. Estar a solas o lejos del problema

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ayuda a reconsiderar positivamente lo negativo. distraerse es la otra forma de tomar distancia con el problema: en esto lo esencial es dejar

de pensar en el problema o tratarlo con indiferencia. El “alejamiento mental” puede hacerse por la simple medida de “cambiar los pensamientos” buscando otros polos de reflexión o en la práctica ir tras de situaciones gratificantes como ser, dar un paseo, hacer ejercicios físicos, tomar un café con un amigo, leer algo placentero o cualquier otro esparcimiento que nos permita “relajar la atención” centrada en la causa de la emoción.

relajarse es otra medida cuando se nota la ansiedad, tensión o la depresión que provoca

una vivencia emocional de cierta intensidad. Saber relajarse es otro mecanismo de escape o de equilibrio. Para relajarnos tenemos la meditación, la respiración profunda y la oración (para aquellos que sean creyentes religiosos), pero por sobre todo tener siempre presente el clásico dilema: si esto tiene solución, para qué me preocupo ?. Y si no la tiene, ¿para qué me preocupo?

Estos son los mecanismos del arsenal a nuestra disposición para librarnos de los estados de ánimo nocivos. Arte de conocer a los demás A menudo juzgamos mal a la gente por lo que es necesario ver detrás de las máscaras que los otros suelen ponerse. Las apariencias engañan y no siempre un semblante amable es sincero. Cuántas veces debemos preguntarnos porqué nos equivocamos tanto o erramos al juzgar a alguien. Casi todos nosotros nos consideramos buenos jueces de la personalidad de los demás guiados sólo por las apariencias, pero no siempre somos capaces de acertar “leer” o “conocer” su interior, razón por la que malinterpretamos sus intenciones y carácter. ¿Cuáles son las causas que nos llevan a equivocarnos? Son varias:

Algunas veces nos dejamos engañar por una buena impresión Otras veces basamos nuestra opinión en prejuicios comunes En otras oportunidades nos hacemos ilusiones acerca de otros y estas ilusiones

distorsionan nuestra percepción correcta de la realidad. La habilidad para juzgar a los demás sin equivocarse es cada vez más importante para nuestro buen comportamiento social. Esto se debe a que nuestros contactos sociales se multiplican cada vez más y también, cada vez más, es difícil conocer a la gente que cada día se encuentra más alterada y simula con mayor habilidad sus defectos. En todas nuestras actividades es indispensable saber reconocer rápidamente las virtudes y las debilidades de nuestros interlocutores. Siempre hay que tener presente tres preguntas básicas:

¿qué clase de persona es? ¿se puede confiar en él? ¿qué opinión tiene de nosotros?

Heiko Ernst nos dice que conviene seguir las reglas siguientes: ¬ No fiarse en la primera impresión: todo encuentro entre dos personas comienza con la

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primera impresión. Sin embargo, al avanzar la relación podemos precisar mejor la primera opinión que nos formamos y, asimismo, cambiar totalmente la misma. Pero, a pesar de cuánto podamos precisar o cambiar nuestra primera impresión u opinión, del primer encuentro dependerá en gran parte nuestro juicio posterior. De esta manera, vale si hubo un apretón de manos fuerte o débil, si existió o no un contacto visual, si vestía en forma sencilla o extravagante. Los datos físicos del primer contacto no deben influir prematuramente sobre conclusiones acerca de determinadas cualidades psicológicas. No siempre apretar fuerte la mano y mirar de frente significa que la persona es fiel o íntegra. No debemos olvidar que las personas atractivas tienen el don de que perdamos el sentido común, pues la atracción poderosa anula la razón común con que juzgamos normalmente a una persona no atractiva.

¬ hay que aprender a interpretar el lenguaje corporal: siempre el lenguaje corporal es buena fuente de información en todo contacto con otra persona, sea éste el primero o los consecutivos. El estado de ánimo subyace en cada gesto y el estado psicológico de un determinado momento, se traduce en determinados movimientos corporales. Por las actitudes físicas se puede deducir si un interlocutor está alegre, aburrido, excitado, deprimido, es afable o idiota, si es sincero o no. Para descifrar el lenguaje corporal debemos tener en cuenta la siguiente regla práctica: es mucho más difícil detectar los sentimientos y actitudes negativos que los positivos, pues existe una ley no escrita que dice que la ira, la envidia, el miedo y la agresividad, deben disimularse (ocultarse). No obstante esto no es tan posible como pueda creerse y de alguna forma puede evidenciarse si una persona es negativa o positiva. Para esto hay que recordar que la deshonestidad se percibe, la mayoría de las veces, en el la habla rápida, la jovialidad injustificada y la tendencia al tocamiento familiar (abrazar, tocar las manos u otras partes del cuerpo, el clásico “palmear la espalda” o el “beso en el aire”. Cuando alguien oculta algo hay signos físicos indirectos (que son los que percibe el aparato detector de mentiras) como ser: sudación, cubrirse la boca, frotarse la nariz, lamer los labios, fruncir exageradamente el entrecejo o, contrariamente, tratar de ser exageradamente jovial. La irritación y el enojo se manifiestan con el enrojecimiento del rostro (rubor intenso), la tensión muscular de la barbilla y el “apretar de labios”, el crispamiento de puños, las manos apoyadas en la cadera o el cruzamiento de brazos. La inseguridad, nerviosismo, miedo, vergüenza o culpabilidad originan parpadeo rápido o miradas furtivas.

¬ los matices de la voz: los mensajes indirectos o directos de estados psicológicos, no sólo se transmiten con signos corporales sino también en la forma de hablar o pronunciar las palabras o el uso de determinadas frases. Muchas una frase no se condice con el tono de voz con que se pronuncia (decir “lo siento mucho” con un tono de poca convicción o, peor aún, casi festivo). O bien consentir algo al tiempo que se suspira. La entonación dice más que las frases en sí. El tono de voz como su volumen, pueden ser también ambiguos. Por ejemplo, “alzar la voz” puede tener la intención de controlar al otro, haciendo que éste baje su voz o se calle. El que habla fuerte parece tener dominio y aplomo de sí y afán de dominar el otro. Pero también, opuestamente, alguien puede hablar fuerte para ocultar su timidez o imponer una argumentación débil o falsa. Contrariamente “hablar en voz baja y pausada o impostada”, puede ser una técnica bien preparada o elaborada para demostrar la seguridad en sí mismo, en lo que se dice y en obligar a los demás a poner atención en lo que habla. Pero, en ocasiones puede ser también signo de tristeza, cansancio, deshonestidad (se cuchichea cuando no se quiere que el otro entienda lo que se dice o cuando se habla mal de otra persona o se dice algo que no quiere que trascienda).

¬ prestar atención exagerada a lo que los otros dicen, a sus gestos, con deseo de desentrañar o descubrir “lo que el otro es realmente”: cuando uno pone atención, paciente y concentración en “estudiar al otro”, fijándose en todos los detalles posibles, en lo que dice y la forma que lo dice, es posible llegar a un conocimiento más cabal del otro. Pero esto que parece tan sencillo y natural, muy pocos saben hacerlo o ponerlo en práctica. Lo normal es no prestar atención debida a los otros y dejarse guiar más por los sentimientos que por la razón y la observación. Más aún: muchas personas, a

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pesar de percibir correctamente signos negativos igualmente acceden a aceptar determinadas situaciones o personas, ignorando los “mensajes” que reciben en contra. Regine Kröner, psicóloga de Friburgo (Alemania) recomienda que nunca hay que interrumpir el discurso ajeno hasta no estar seguro de lo que dice. “Al escuchar, debemos concentrarnos en la forma de hablar de nuestro interlocutor y en las palabras que emplea y no en lo que queremos oír. Es preciso olvidar el ego y los intereses personales”. El oyente correcto es quien mira de frente a quien habla, pero no con insolencia o demasiada intensidad, pues se debe mostrar interés y atención, pero no curiosidad. La atención no debe hacernos perder el respeto. Para poder conocer mejor a nuestro interlocutor, no hay que poner “barreras” entre él y nosotros. No se debe hablar desde atrás de un escritorio o en un lugar inapropiado. Debe saberse elegir el momento y el entorno del diálogo y las formas que refuercen la confianza y la familiaridad, a fin de que el otro “se suelte” y pueda mostrar mejor sus reales facetas espirituales o psicológicas. Provocar circunstancias favorables a los encuentros es una forma práctica y efectiva para conocer mejor una persona.

¬ lo esencial: escoger preguntas correctas. Cuando entre quienes recién se conocen hay un grado de apertura grande, hay que aprovechar esta disposición natural a comunicarse y apoyarse y acelerar el conocimiento con preguntas inteligentes. Una de las formas de preguntar correctamente es presentar interrogaciones sencillas y directas sobre la otra persona (qué familia tiene, dónde nació y/o vive, a qué se dedica, qué pasatiempos le gusta, en qué medios se mueve, etc.). A menudo y naturalmente, el primer encuentro no lleva a una intimidad necesaria y las respuestas pueden ser interesantes pero si profundizar detalles de la intimidad. Sólo el tiempo y la confianza mutua que se dispense dará ocasión a un conocimiento más íntimo. Cuando se pregunta se debe recurrir a la “técnica del embudo”: empezar con preguntas abiertas y de un campo amplio y dejar para después las preguntas más detalladas y precisas. Sería algo así como “ir de lo mayor a lo menor, de lo más grueso a lo más fino, de lo general a lo íntimo”. Hay que evitar las preguntas que se contestan con monosílabos y formular preguntas que obliguen a respuestas detalladas. Por ejemplo, no preguntar “¿ tiene hermanos ?” sino “¿ cuántos hermanos tiene ?”.

¬ tratar de reconocer el verdadero carácter del otro: esta sería la fase final del arte de conocer a los demás. Ni aún siendo expertos en interpretar palabras, gestos y actitudes de los otros, podemos llegar a estar totalmente seguros de “lo que los otros son”. Siempre el conocimiento más aproximado de otra persona va a ser la observación de su comportamiento durante varias ocasiones. Es decir, es importante que transcurra “algún tiempo” desde el primer encuentro. Las acciones son más elocuentes que las palabras. Pero es básico saber aprender a interpretar las acciones ajenas. Theresia Mauch afirma: “La forma en que las personas hacen frente al sufrimiento y a la pérdida de sus capacidades dice mucho de ellas”. Otra regla básica puede ser que si alguien es amistoso y considerado, invariablemente mostrará sus cualidades positivas en casi todas las situaciones, incluso con personas que no son importantes para su imagen o su carrera. Esto muestra que sus actitudes son “de corazón” (sinceras), no fingidas. Recién cuando aprendemos a descubrir las cualidades o defectos perdurables, constantes de los demás, podremos pensar o decir que tenemos en nuestras manos las claves del conocimiento más acertado de su carácter. De otra forma es autoengañarse y vivir erróneamente una relación, lo que nos aleja de nosotros y de los otros, pues nunca aprenderemos a conocer a nuestros prójimos y, por lo tanto, tampoco a amarlos y aceptarlos plenamente. Vivir de pretextos Lucas nos dice que “por lo visto, en la sociedad moderna ya nadie es responsable de nada. Pareciera que en estos tiempos nadie tiene la culpa de nada y cuando alguien nos hace algún mal, no podemos sobreponernos”. La costumbre de culpar a los demás es un vicio de la sociedad moderna: los borrachos no son borrachos sino “enfermos sociales”; los delincuentes no son unos patanes, sino “víctimas de la sociedad”; los drogadictos no son personas que han renunciado a su integridad y se han

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despersonalizado dejándose llevar por un vicio horrible, sino son “víctimas de familias disfuncionales”. De este modo esta sociedad coloca a cada situación negativa o peyorativa una justificación basada en pseudorrazonamientos para ocultar la verdad. No se quiere reconocer que los fracasados o son seres desvalidos que por alguna razón están “programados para perder” o que la falta de éxito se debe a una incapacidad o falta de voluntad para ser mejores. El pretexto es el “caballo de batalla” de todos los fracasos políticos en que cada vez más se basa la acción de los políticos actuales y los errores propios de su incapacidad para gobernar o de sus conductas corruptas, siempre se deben a culpas ajenas: “a fallas del sistema”, “a la herencia dejada por otros gobiernos”, “a las coyunturas desfavorables imperantes”, “a la falta de solidaridad internacional”, a etc. etc. etc. Nunca los políticos reconocerán que sus errores y fracasos son su propia culpa. Y si públicamente llegan a hacerlo, lo harán con el cínico pretexto de que “la situación está dada así” o bien como dijo el ex-presidente argentino Dr. Alfonsin al pronunciar su clásico “no pudimos, no supimos o no quisimos”. Esta “frase tan sincera” fue el gran pretexto público para reconocer que su gobierno fue un desastre político. Es harto conocido que cuando un nuevo gobierno resulta elegido, el pretexto que alega para romper todas sus promesas de campaña electoral, es que sus antecesores ocultaron la desesperada que era la situación socioeconómica de la región que deben gobernar. Con este solemne pretexto, descaradamente rompen sus promesas electorales y hacen todo lo contrario a lo prometido, o lo peor: no hacen nada. Este fenómeno que se da siempre ante un cambio de gobierno de signo político distinto (o incluso del mismo signo como ocurrió con algunas administraciones justicialistas en Argentina). Pero ya la letra de la cantinela es ampliamente conocida por el pueblo con aquello “de la situación heredada”, “el desastre no es culpa de la actual administración”, “nos han dejado con las manos atadas”, o bien como dice el actual presidente de los argentinos, Dr. De la Rua: “el Estado no existe. Fue destruido por la administración anterior”. La inacción o las acciones equívocas de este gobierno le llevaron a una penosa defenestración que, tras una manifestación masiva popular, “huyó” de la casa de gobierno, renunciando escandalosamente al cargo. Jamás un político elegido dirá: “no importa cuanto daño se ha hecho. Yo trataré de repararlo” o bien: “toda mi gestión negativa se debe exclusivamente a mi incapacidad para gobernar”. La lista es larga y muy conocida por lo que seguir con ejemplos sería una aburrida redundancia de lo “ya sabido” o “más de lo mismo”. Laura Schlessinger, doctora en filosofía y conductora de un programa radiofónico de entrevistas en Canadá, es una mujer moralmente partidaria del rigor (¿rigorista?) y no tolera que sus entrevistados le hablen de sus penas o falta de autoestima y les dice directamente: “¡deje de lloriquear, no sea tan egoísta, abandone su autojustificación y deje de hacerse la víctima!”. Ron Russell, profesor de un barrio bajo en una escuela de Toronto donde las reyertas entre pandillas callejeras son “el pan nuestro de cada día”, dice: “Estos muchachos padecen graves dificultades: familias alcohólicas, falta de padre, divorcios, padres que riñen constantemente y cosas por el estilo. Esto es realmente terrible, pero muchos esgrimen su situación como excusa para no esforzarse para salir adelante. Hay chicos que tienen los mismos antecedentes y no se meten en problemas, antes bien progresan social y académicamente, y no alegan su condición como pretexto para portarse mal”.

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Hay muchos estudiosos que piensan que los jóvenes-problemas pueden ser tales en virtud de que muchos padres “apañan” sus conductas desviadas e, incluso, le quitan responsabilidades por las obligaciones que ineludiblemente deberían cumplir. Así, Lee Ann (esposa de Ron Russell), orientadora escolar, sostiene: “algunos padres son capaces de escribir justificantes falsos para que sus hijos no tengan que responsabilizarse de no haber asistido a clase o de entregar tarde un trabajo. He sabido de otros que hacen las tareas de sus hijos y, al llamarlos a cuenta, lo reconocen. ¿Cómo y cuándo debemos enseñar a nuestros hijos a responsabilizarse de sus actos?. Desde que son pequeños. Hay que empezar dejando al niño elegir. Pregúntele, por ejemplo, si quiere ponerse el pijama azul o la amarilla y, una vez que decida, no le permita cambiar de opinión. Para aprender de nuestros errores es necesario afrontar desde temprana edad, las consecuencias de nuestras decisiones. Con demasiada frecuencia los padres se limitan a decir a sus hijos cómo pensar y qué hacer. Más adelante, en la adolescencia, son los compañeros quienes se lo dicen, así que nunca aprenden a pensar por sí solos ni a responsabilizarse de sus actos”. Por otra parte, Sheldon Shaul, psiquiatra canadiense, advierte que no debemos mortificarnos por no poder cambiar de la noche a la mañana. Sostiene: “Darse cuenta de las cosas no conduce forzosamente a un cambio, pero sí representa el primer paso para volvernos responsables. El ser humano y su conducta pueden cambiar. No se nace con autoestima; es necesario ganársela, al menos en parte. Y si carecemos de ella, quizá sea hora de hacer algo al respecto: responsabilicémonos de ganarnos nuestro propio respeto y, por el amor a Dios y a nosotros, dejemos de dar excusas”. Evidentemente, ha llegado el momento de que quienes acostumbramos a echarles culpas a otros, decidamos aceptar nuestras responsabilidades en esas culpas y digamos con mayor frecuencia: “Acabo de hacer la mayor tontería”. Es de hombres íntegros y cabales reconocer nuestras incapacidades y culpas y tratar de enmendarlas, sin excusas ni cargando a otros el fardo de nuestros errores y fracasos. Optar por la “buena conducta” del autoexamen y de conocer y aceptar nuestros errores, tal vez podríamos aprender de ellos para no volver a cometerlos y, de paso, hasta podríamos madurar y llegar a ser buenas personas. Es parte de nuestra educación mental y espiritual. Es nuestro compromiso con nosotros y la vida.

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VIII

MENTE Y SALUD

La mente, como operadora espiritual, según lo hemos establecido a lo largo de este trabajo, tiene una indudable influencia en las funciones orgánicas y, por ende, sobre la salud humana. Enfermar o superar una enfermedad es también cuestión relativa a la acción mental. Hay diferentes ciencias, además de las neurociencias, que están dedicadas a observar y comprobar los fenómenos orgánicos y fisiológicos en los cuales interviene la mente. Una de esas ciencias es la psicoinmunoneuroendocrinología. Psicoinmunoneuroendocrinología La psicoinmunoneuroendocrinología (PNIE) es la parte de las ciencias de investigación biológica humana reciente, que tiene por objeto estudiar las interacciones entre el sistema inmunológico y el sistema endocrino, mediadas por neurotransmisores, o sea, la participación del sistema nervioso. Hasta ahora, tradicionalmente las ciencias de investigación biológica en el hombre había estudiado por separado el sistema inmunológico, el endocrino y el nervioso. Pero todos los trabajos de las últimas décadas han permitido dilucidar que no son sistemas autónomos o interdependientes, sino que sus acciones se encuentran íntimamente entrelazadas. Sin embargando, avanzando aún más en la fisiología de la unidad mente-cuerpo, se está descubriendo que el SNC, comandado por el cerebro, regula todos los órganos humanos. Esto lleva a pensar en ampliar el

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concepto de inmunoneuroendocrinología a otro más generalizado como podría ser psiconeuropanorganología, que más adelante explicaremos. Estas conclusiones llevan cada vez más a comprobar la unicidad de la fisiología del cuerpo humano, el cual es una especie de unidad sellada en el cual todos los fenómenos biológicos que se observan interactúan como si fuese un fenómeno único, pero de facetas múltiples.

Hasta ahora las ciencias mantenían un método aspectual: se estudiaban los fenómenos desde un punto de vista. El nuevo milenio que se inicia con el siglo XXI despejará la incógnita no sólo del genoma humano, sino de todo el organismo. El siglo XX termina con una predominancia de lo biológico en la ciencia, juntamente con el impresionante crecimiento tecnológico. La tecnociencia marcha a la par de la biología molecular, penetrando en los misterios recónditos del cuerpo humano. Los investigadores del futuro ya no pensarán en ver fenómenos individuales, sino tendrán por fuerza que integrar en un todo lo que vayan descubriendo. La Medicina Holística “cuyo fin es tratar a las personas como un todo (cuerpo y mente, juntos), en vez de tratar un problema aislado” es un concepto acabado de Medicina Integral que en síntesis es sinónimo de holística. Es la medicina integradora en el hombre. Es la que pondrá fin a veinte siglos de mirar al hombre como un ente dividido en dos: soma y psiquis. Ya no es ignorado por los científicos que el sistema nervioso finalmente, es el integrador de todos los otros sistemas fisiológicos (incluso los patológicos). Antes se hablaba de un aparato digestivo, de un aparato respiratorio de un aparato nefrourinario, de un aparato cardiovascular y de dos sistemas nerviosos: central y periférico. Hoy se habla del “cerebro” digestivo, respiratorio, cardiovascular, etc. Ni aún las funciones vegetativas, que se creían totalmente independientes de otros sistemas, principalmente del llamado voluntario, son vistas como absolutamente autónomas. Las exóticas demostraciones de faquires y otros “mentalistas” que mostraban dominio “cerebral” de las funciones presuntamente autónomas, hoy son una realidad científica: con la mente el hombre influye en su cuerpo y viceversa. Todavía la ciencia debe acudir a explicaciones con nombres complicados y de difícil seguimiento con mecanismos que parecen de ciencia-ficción y acercan cada vez a concebir a las funciones biológicas con la mente “matemática” que planificó las ciencias informáticas que se manejan en el mundo de las computadoras. La biología molecular genética trabaja de la misma forma que se usa la tijera de la computadora para recortar textos y acomodarlos en un orden determinado para lograr secuencias que lleven a un texto deseado. Todo coincide a tal punto que en muchos aspectos se usa un lenguaje similar para fenómenos de distinta naturaleza, pero con idéntica mecánica. Informática y biología están tan entrelazadas, como que el creativo que las maneja es el mismo instrumento para ambas: el cerebro del hombre. Mecanismos de neuroinmunomodulación del sistema inmunitario El sistema inmunitario se considera desde hace largo tiempo como autónomo y responsable de su propia homeostasis. En la actualidad se sabe que el sistema inmunitario y el sistema nervioso central (S.N.C) están en interacción lo que se denomina neuroinmuomodulación, la que es puesta en evidencia por fisiología experimental. Renoux y cols. mostraron que la ablación de la corteza izquierda en el ratón, implica una reducción de la linfoproliferación, así como de la respuesta a la estimulación de cultivos linfocitarios y de la actividad celular NK (natural killer). La ablación de la corteza derecha induce efectos opuestos. Este control cortical puede ejercerse por intermedio de neurotransmisores y de hormonas: los linfocitos son portadores de receptores para adrenalina, acetilcolina, histamina, endorfinas, ACTH y numerosos y diversos neuropéptidos involucrados en la ansiedad y en el estrés. Las situaciones de estrés están asociadas con el desencadenamiento de algunos trastornos (especialmente afecciones autoinmunitarias e infecciosas) y psiquiátricas (ansiedad). Los mecanismos biológicos de neuroinmunomodulación serían en el ámbito de:

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• Sistema nervioso periférico:

∗ Fibras simpáticas: inervan las zonas de maduración linfocitarias, donde son liberadas catecolaminas y diversos péptidos. A ese nivel el sistema simpático ejerce un control inhibidor ∗ Fibras parasimpáticas: tienen influencia sobre los órganos linfoides • Sistema Nervioso Central ∗ Control cortical ∗ Control subcortical: las lesiones de estructuras como el septum, el hipocampo o la amígdala, implican un aumento de la reactividad linfocitaria. La regulación se realizaría a través de cuatro grandes centros: 1) amígdala: conjunto de núcleos que ubican en el lóbulo temporal, delante del hipocampo. Por un sistema de aferencia (stria terminalis, hipotálamo, sustancia nigra, rafe, parabraquial, locus ceruleus (LC), médula ventrolateral, formación reticular, tracto solitario) le llegan estímulos de situaciones adversas, a las cuales interpreta. Conocida y procesada la información estimuladora, esos núcleos aferentes la proyectan al cortex sensorial prefrontal, olfatorio, núcleos motores del vago, LC, núcleos dopaminérgicos. La amígdala tiene funciones neuromoduladoras y neurotransmisoras. 2) Hipocampo: es el sector del SNC más prolífero en receptores a esteroides y el centro que interviene mayoritariamente en el estrés. Es la estructura de la memoria temporaria y reconocimiento. Si llega a atrofiarse, produce incapacidad para distinguir una información irrelevante de lo que es relevante y pierde la capacidad de atención selectiva. En el estrés/distrés hay disbalance corticoideo por lo que es necesario reconocer las concentraciones fisiológicas o normales, las disminuidas o las aumentadas de las hormonas esteroides liberadas por el proceso distresante. Generalmente hay disminución de factores neurotróficos hipocampales (BDNF) y empieza una atrofia dendrital que lleva a la necrosis neuronal. Los cambios histológicos hipocampales tienen correlato clínico con fallas cognitivas, especialmente en la memoria, atención y aprendizaje. En el área CA3 hipocampal, cuando hay estrés agudo o aumento de la concentración glucocorticoide, hay sufrimiento neuronal. En el estrés crónico o repetitivo se produce atrofia de neuronas del área y cuando el estrés es muy severo o crónico hay muerte neuronal. 3) LC y sistemas adrenérgicos: las neuronas productoras de CRF se proyectan desde la amígdala al LC y sus dendritas anclan en neuronas noradrenérgicas. El CRF libera en el LC la NA y cuando el estímulo distresante se repite crónicamente, el LC desarrolla una capacidad progresiva y en más, para liberar NA, lo que hace produciendo un número mayor de tirosina hidroxilasa. El sistema es controlado por glucocorticoides, los que inhiben la liberación de NA y reducen la respuesta postsináptica a la misma. El control lo hace suprimiendo la respuesta del AMPc. Sin embargo, ese control deja de funcionar con estrés repetitivo y la depresión. 4) sistemas serotoninérgicos; los estudiaremos en detalle en la biofisiopatología del estrés. Sólo mencionaremos dos receptores serotoninérgicos: 5HT1A (good guy) y 5HT2 (bad guy). Cuando los niveles basales activan los receptores McR, producen regulación en baja de los 5HT1A (relación McR/5HT1A). Si actúan niveles elevados se activan los receptores GcR y disminuye el ARN en el 5HT1A y aumenta la actividad de los 5HT2 (relación GcR/5HT2) ∗ Lesiones del hipotálamo: tienen un efecto inhibidor sobre la respuesta inmunitaria. La destrucción de la parte mediana (tuberoinfundibular) del hipotálamo acelera el crecimiento de tumores experimentales y suprime la acción de las células NK, sin afectar a los macrófagos y linfocitos T y B. Es muy importante conocer la neuroanatomía de la ansiedad y, en general, de los trastornos emocionales. En este mecanismo neuroanatómico, el llamado sistema límbico ampliado abarca al sistema límbico propiamente dicho y a sus regiones conexas con el SNC. El sistema límbico propiamente dicho comprende un sistema olfatorio (bulbo olfatorio, estrías olfatorias y las áreas olfatorias corticales prepiriforme, periamigdalina y entorrinal); la formación hipocámpica (hipocampo [asta de Ammon], fórnix o trígono y circunvolución dentada); amígdala (grupo nuclear corticomedial y grupo nuclear basal-lateral); región septal (septum lucidum, área septal, núcleos septales); lóbulo límbico de Broca (circunvolución del cuerpo calloso o cíngulo y circunvolución para

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hipocámpica) Las regiones conexas con el SNC son: áreas límbicas mesencefálicas; hipotálamo; habénula y epífisis; áreas límbicas de neocorteza cerebral y núcleos límbicos talámicos. Este sistema límbico es el que rige el comportamiento y la vida instintiva del hombre. Daniel Goleman, Richard Davidson, Paul Ekman y otros autores realizan estudios sobre las emociones y los estados afectivos y del ánimo en los dos hemisferios cerebrales. Han concluido que la gente cuando tiene emociones negativas (ira, enojo, distrés, depresión) los impulsos se dirigen en forma convergente y activan el hemisferio derecho en las zonas de la amígdala y la corteza prefrontal derecha (región cerebral importante para la hiperdefensa típica de las personas con estrés). La amígdala es la emisora de funciones perturbadoras. En forma opuesta, las personas con tendencia al ánimo positivo, entusiasmo y energía tienen estimulada la corteza prefrontal izquierda. Davidson considera a la corteza prefrontal izquierda como “el centro emocional de la felicidad”. Como ya se explicó cuando funciona el hemisferio derecho, el izquierdo está quieto y viceversa. Esto permite modificar la tendencia natural de la predominancia de un hemisferio sobre el otro. Hay asenso entre los investigadores para considerar a la zona izquierda del cerebro como la de la creatividad. El área prefrontal, especialmente, está vinculada con los estados de ánimo y la liberación de hormonas y neurotransmisores. Es probable que contenga “centros de placer” y es posible que estímulos positivos de la luz, olores, el ejercicio, determinados ambientes agradables y la meditación, estimulen ese centro. • Sistema endocrino ∗ Corticosterona: Basedowsky y cols. comprobaron con estimulación antigénica que esta hormona, al nivel de bazo, aumenta mucho y la noradrenalina baja. Paralelamente las neuronas hipotalámicas se vuelven hiperactivas. ∗ GIF (Glucocorticoid Increasing Factor): es un factor soluble también aislado por Basedowsky, secretado por linfocitos activos y capaz, por efecto en la hipófisis, de elevar los niveles de corticoesterona, disminuyendo la respuesta inmunitaria. ∗ Glucocorticoides: son reconocidos inhibidores de la respuesta inmunitaria. Sin embargo, en dosis bajas, próximas a los valores fisiológicos, los corticoides aumentan la proliferación e las células del sistema inmunitario, mientras que en dosis altas disminuyen esa proliferación. ∗ Células APUD (Amine Precursor Uptake Decarboxilation) del sistema endocrino: son capaces de secretar hormonas tales como la ACTH y probablemente catecolaminas. Estas células se encuentran en el nivel del sistema inmunitario (bazo, timo, ganglios linfáticos) • Endorfinas: actúan sobre las células NK y la formación de tumores secundarios • Neurotransmisores ∗ Serotonina: ejerce regulación inhibitoria sobre el sistema inmunitario, en la respuesta inmunitaria primaria. Luego de la destrucción del rafe, solamente la respuesta primaria aparece aumentada. La serotonina es inhibidora a través del sistema hipotálamo-suprarrenal, mediante una activación del eje corticotrópico. ∗ Catecolaminas: contrariamente, ejercen un efecto estimulante del sistema inmunitario. En los parkinsonianos (déficit de dopamina), existe una disminución del número total de linfocitos T, de la hipersensibilidad retardada y de la respuesta blastogénica a los mitógenos.

Mecanismos de neuroinmunomodulación por estrés El sistema inmunitario se considera desde hace largo tiempo como autónomo y responsable de su propia homeostasis. En la actualidad se sabe que el sistema inmunitario y el sistema nervioso central están en interactuación, neuroinmunomodulación puesta en evidencia por fisiología experimental. Renoux y cols. mostraron que la ablación de la corteza izquierda en el ratón implica

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una reducción de la linfoproliferación así como de la respuesta a la estimulación de cultivos linfocitarios y de la actividad celular NK (natural killer). La ablación de la corteza derecha induce efectos opuestos. Este control cortical puede ejercerse por intermedio de neurotransmisores y de hormonas: los linfocitos son portadores de receptores para adrenalina, acetilcolina, histamina, endorfinas, ACTH y numerosos y diversos neuropéptidos involucrados en la ansiedad y el estrés. Las situaciones de estrés están asociadas con el desencadenamiento de algunos trastornos (especialmente afecciones autoinmunitarias e infecciosas) y psiquiátricas (ansiedad). El locus ceruleus y la amígdala están relacionados íntimamente, junto con el hipocampo y el hipotálamo, de manera tal que el circuito de catecolaminas se extiende hasta la corteza. El cambio en esos circuitos provoca ansiedad, temor, hipervigilancia, quedar fácilmente perturbado o excitado, la disposición para el ataque o fuga y la indeleble codificación de intensos recuerdos emocionales.

Otros cambios, algunos mediados por la IL-6 se producen en el circuito de la región límbica con la glándula pituitaria que regula la liberación del CRF, principal hormona del estrés, cuya secreción en exceso, sobre todo en la amígdala, el hipocampo y el locus ceruleus, alertan indebidamente al organismo para una emergencia que no existe en la realidad. Demasiada CRF hace que el individuo reacciones excesivamente (Nemeroff).

Ante un sobresalto cualquiera o por estímulos multifactoriales se desata una secreción de CRF

que permite una rápida reacción. Esto instala un desequilibrio emocional, el que impacta sobre el SNC a través de la psiquis y produce cambios en el sistema endocrino, el que a su vez altera el sistema inmunológico. Y como dijimos que la reacción es bidireccional, los cambios en el sistema inmunológico alteran el sistema endocrino, el que actuando sobre la psiquis y el SNC llevan al desequilibrio emocional. Cuando el mismo sobresalto se repite, normalmente va disminuyendo la secreción de CRF y las reacciones son cada vez de menor intensidad. Pero ante un hiperreactivo, hipersecretor de CRF, las reacciones siempre serán de igual o mayor intensidad ante el mismo sobresalto, o solo el amago de él. Vistos sintéticamente los experimentos realizados y estudiados precedentemente, a los cuales agregaremos nuevos factores, los mecanismos biológicos de neuroinmunomodulación serían a nivel de: Sistema nervioso periférico:

las fibras simpáticas: inervan las zonas de maduración linfocitarias, donde son liberadas catecolaminas y diversos péptidos. A ese nivel el sistema simpático ejerce un control inhibidor.

las fibras parasimpáticas: tienen influencia sobre los órganos linfoides. Sistema nervioso central: a) control cortical b) control subcortical: las lesiones de estructuras como el septum, el hipocampo o la amígdala implican un aumento de la reactividad linfocitaria. c) Las lesiones del hipotálamo tiene un efecto inhibidor sobre la respuesta inmunitaria. La destrucción de la parte mediana (tuberoinfundibular) del hipotálamo acelera el crecimiento de tumores experimentales y suprime la acción de las células NK, sin afectar a los macrófagos y linfocitos T y B. Sistema endocrino: El sistema endocrino interviene en la neuroinmunomodulación inmunitaria. Basedowsky y cols. comprobaron con estimulación antigénica, que la corticosterona aumente fuertemente y la

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noradrenalina baja, a nivel del bazo. Paralelamente las neuronas hipotalámicas se vuelven hiperactivas. El mismo equipo aisló un factor soluble, el GIF (Glucocorticoid Increasing Factor) secretado por linfocitos activos y capaz, por efecto en la hipófisis, de elevar los niveles de corticoesterona, disminuyendo la respuesta inmunitaria. Los glucocorticoides son reconocidos inhibidores de la respuesta inmunitaria. Sin embargo, en dosis bajas, próximas a la los valores fisiológicos, los corticoides aumentan la proliferación de las células del sistema inmunitario, mientras que en dosis altas disminuyen esa proliferación. Las células APUD (Amine Precursor Uptake Decarboxylation) del sistema neuroendocrino, capaces de secretar hormonas tales como la ACTH y probablemente catecolaminas, se encuentran en el nivel del sistema inmunitario (bazo, timo, ganglios linfáticos). Endorfinas: Ya estudiamos como actúan sobre las células NK y la formación de tumores secundarios. El sistema de endorfinas fue descubierto en la década del 70 por Solomon Snyder (y otros investigadores independientes), cuando encontraron receptores específicamente adaptados a la forma de las moléculas de los opiáceos y este hecho le llevó a buscar las moléculas que concordaran con esos receptores, siguiendo el modelo de cerradura-llave (cerradura son los receptores y la llave las moléculas de los opiáceos). De esta forma se encuentran las endorfinas, encuadradas, al principio, dentro de un grupo general de neurotransmisores encefálicos denominados encefalinas. Dentro de este grupo de endorfinas actualmente se conocen un gran número siendo las más potentes la dinorfina (de acción cien veces más intensa que la morfina); la betalipotropina y las betaendorfinas ya mencionadas. En opinión de Snyder deben existir en el cerebro cerca de doscientos sistemas de neurotransmisores y de ellos sólo se conocen menos de tres docenas. Las endorfinas actúan como “morfinas cerebrales” (morfina generada en el cerebro) y de igual forma que los alcaloides de la amapola opiácea tienen efectos analgésicos y eufóricos (dan sensación de excitación y bienestar). El efecto analgésico se patentiza en el distrés que provoca dolor físico. El efecto eufórico puede darse en situaciones de eustrés. De todos modos, patentes o no, las endorfinas son siempre secretadas en el estado de estrés de cualquier tipo. Las endorfinas, dentro del mecanismo de acción en el estrés, parecen intervenir en disminuir la atención, lo que no sólo facilita la analgesia, sino que prepara para la rápida opción clásica de huir o pelear. Las endorfinas tienen un efecto complejo sobre el sistema inmune. In vivo, los shocks eléctricos inevitables e intermitentes en la rata disminuyen la actividad de las células NK en ausencia de una elevación de betaendorfinas. Esta elevación, habitualmente inducida por los factores de estrés en los shocks denominados opioideodependientes, está aquí bloqueada por un antagonista morfínico. Existirían tumores secundarios a la administración de shocks opioideodependientes, efecto que puede ser reproducido por la administración de fuertes dosis de morfina. El tipo de situación de estrés interviene en aquellas experiencias en las que el shock es controlable por el animal, no observándose disminución de la actividad de las células NK. El comportamiento frente al estrés (coping) modula los mecanismos biológicos. La acción de las endorfinas puede ser anulada por una droga denominada naltrexona y la ACTH. La liberación de ACTH y endorfinas son simultáneas en el momento en que el estímulo estresante comienza a actuar. Pero ambas tienen tiempos de latencia distintos y acciones opuestas. El ACTH sensibiliza al organismo para el dolor y eleva la atención, las endorfinas calman el dolor y disminuyen la atención (como una forma de calmar también el dolor ya que la distracción o dispersión de la atención contribuye a la analgesia). Mientras el ACTH ingresa al organismo mucho más rápido que las endorfinas y actúa en los primeros treinta segundos de desatada la reacción de alarma para alertar sobre el peligro, las endorfinas se incorporan a un ritmo más lento y su acción es patente después de uno a dos minutos de comenzada la reacción alarma y esto permite disminuir la atención y el dolor,

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preparando al organismo para la fuga o la lucha. Cuando el estrés físico es muy severo o impresionante, la liberación de endorfinas es mayor y esto embota la atención selectiva, lo que altera el proceso de la memorización de los acontecimientos que en esos momentos ocurren. Esto explicaría la “amnesia por shock” que sufren la mayoría de los individuos sometidos a grandes accidentes (viales, terremotos, derrumbamientos, etc.), tanto en los casos de traumatismos con conmoción cerebral, como en los que ésta no existe. Es muy frecuente escuchar en la anamnesis de estos traumas, la frase “no sé qué pasó” “no recuerdo qué ocurrió”, etc., o bien se efectúan relatos imprecisos o indefinidos (amnesia retrógrada). Neurotransmisores: La serotonina ejerce regulación inhibitoria sobre el sistema inmunitario, en la respuesta inmunitaria primaria. Luego de la destrucción del rafe, solamente la respuesta primaria aparece aumentada. La serotonina es inhibidora a través del sistema hipotálamo-suprarrenal, mediante una activación del eje corticotrópico. Las catecolaminas, contrariamente ejercen un efecto estimulante del sistema inmunitario. En los parkinsonianos (déficit de dopamina), existe una disminución del número total de linfocitos T, de la hipersensibilidad retardada y de la respuesta blastogénica a los mitógenos. La excesiva secreción de corticoides actúa sobre los linfocitos T, B, y K y sobre componentes tímicos, originando depresión inmunológica (Riley) (Canónico) (Santos Moreira). La depresión inmunológica provoca: a) propensión a infecciones: tanto exógenas como por reactivación de focos endógeno acantonados ( ej. herpes) b) pérdida de las capacidades de: b.l reconocer los elementos propios del organismo (autoinmunopatías) b.2 anular las células malignas, originando neoplasias (oncogénesis por falla inmunológica) Interacción entre sistema inmunitario y SNC A su vez, el sistema inmunitario actúa sobre el SNC. Los linfocitos, que poseen receptores de los neuropéptidos, son capaces de secretar compuestos como ACTH, TSH, prolactina, somatostatina, VIP, GIP (Glucocorticoid Increasing Factor) (GIF 8) y diversas endorfinas. Estos neuropéptidos de origen linfocitario, secretados en pequeñas cantidades no tienen acción sistémica, sino que tienen un papel local de mensajeros intercelulares. Las citoquinas participan en la regulación, en el nivel central, de grandes funciones del organismo: a) desencadenamiento de fiebre (IL -1) b) aumento del sueño lento (IL -1) c) variaciones del humor (IL-1; IL-6) Otras acciones son ejercidas por el interferón y el factor de necrosis tumoral (TNF). Las citoquinas, utilizadas como inmunoestimulantes, conducen a cuadros psicopatológicos complejos, en los cuales tanto la ansiedad como el estrés, están asociados con otros numerosos síntomas. El equipo Kiecolt-Glaser, en grupos de estudiantes, estudió la evolución de subploblaciones linfocitarias en situaciones de estrés. Comprobaron: a) baja del número relativo de linfocitos

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b) disminución de las respuestas a mitógenos (PHA, Con A) c) disminución de la actividad de las células NK d) reducción de la expresión de receptores de IL2 e) disminución del RNA mensajero codificante para esos receptores f) aumento del nivel de IL2 secretada por los linfocitos. Por estos mecanismos, se comprobó que el estrés podría provocar modificaciones en el nivel de la expresión genética, con repercusión en toda la extensión de la cadena. En el estrés crónico se observó: a) disminución de la inmunocompetencia celular b) mayor frecuencia de infecciones, principalmente al nivel de vías aéreas superiores c) los ancianos son más vulnerables al estrés crónicos que los jóvenes. Cuando una reacción de estrés produce hiperprolactinemia y deficiencia central de CRH (CRF) y existe previamente: • dos juegos de genes que intervienen en la codificación anormal de una reacción del sistema inmunológico • una susceptibilidad primaria del tejido u órgano diana: al producirse el ataque celular por los mecanismos efectores, sean éstos humorales o celulares, se produce una respuesta autoinmune (Chrousos, Sternberg y col.) En este caso uno de los efectores principales es una subclase del linfocito T que puede actuar como gatillo de la enfermedad autoinmune y expresar receptores antigénicos autoespecíficos, es decir, para las propias células del organismo, alterando la tolerancia inmunológica natural. Estos linfocitos sólo producen el daño autoinmune en las siguientes condiciones:

no tuvieron la deleción clonal tímica y postímica no perciben señales que inducen anergia o son supresivas tienen receptores de adhesión al tejido autoantigénico son activados por esos autoantígenos y una vez activados no están afectados por

mecanismos de inmunosupresión La interacción inmunoneuroendocrina parte de los estímulos de la corteza cerebral que actúan en el hipotálamo y este con el CRH activa a la hipófisis, la cual puede actuar a través de cualquiera de las hormonas que induce, pero principalmente la acción principal es por catecolaminas y la ACTH sobre las adrenales que producen glucocorticoides. Estos efectores adrenérgicos estimulan tanto a los órganos blancos como a las células inmune tanto T como B e inducen la formación de neurotransmisores, citoquinas, etc. (THF, GIF, TNF, PGF, PAF, ILs 1,2,3,6) las que a su vez por retroalimentación o feedback interactúan con tálamo e hipófisis, regulando no solo la inmunomodulación, la reacción inmunológica, sino que incluso generan reacciones psíquicas determinadas (trastornos de ansiedad, depresión).

Se completa así la vía de interacción inmunoneuroendocrina que se inicia en un sendero neuronal, prosigue en un camino neuroendocrino y termina por el atajo de retorno mediado por los productos de la célula inmune. Estos fenómenos descriptos serían los responsables de muchos cuadros autoinmunes que atacan a tiroides, páncreas, colágeno y otros tejidos y orgánicos, dando lugares a cuadros mixtos o autoinmunidades múltiples en un mismo paciente y en forma simultánea. Asimismo permitiría explicar la formación de tumores cancerígenos por estrés, los que probablemente afectarían a glándulas hormonodependientes (gónadas, mamas, próstata) y cerebro. Los tumores cerebrales por

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estrés físico han sido estudiados en diversos casos, especialmente en contaminación electromagnética, donde las catecolaminas son descargadas por efecto iónico (escuela de Salman). El desequilibrio de los neurotransmisores por vía del distrés físico o psíquico, lleva al desequilibrio endocrino, según los mecanismos explicados y ambos desequilibrios provocan el defecto inmunológico a través de la afección del sistema inmunitario, llegando por ese mecanismo, a la producción de cáncer.

Pero el cuadro que más nos llama la atención en un grupo de pacientes que hemos venido observando, es aquel que semeja como un desborde neuroendocrino que produce una especie de hecatombe multiorgánica que terminan con patologías tiroideas, obesidad, trastornos de ansiedad (pánico y fobias), alteración de páncreas, suprarrenales y enfermedades psicosomáticas (gastritis, HTA, etc.) Este conjunto de manifestaciones patológicas desconcierta a los médicos y el paciente hace un síndrome del albatros pues debe ir detrás de clínicos, neurólogos, oftalmólogos, endocrinólogos, inmunólogos, etc. para que cada especialista se ocupe de los signos patológicos que atañen a su especialidad. Generalmente terminan en manos de psiquiatras y las drogas psicofarmacológicas, a veces, en lugar de atenuar signos y síntomas, paradójicamente, los agravan, agregando la iatrogenia al cortejo de males. Estos pacientes tienen edema de papila, fobias severas y otros síndromes neurológicos y psiquiátricos. Conclusiones Deliberadamente nos hemos extendido en el estudio del sistema neurotransmisor porque era el único recurso para demostrar por qué interactúan cuerpo y mente mediante acciones multisistémicas y, a veces, paradojales. Todos los sistemas estudiados sucintamente, según se vio, están interconectados en lo que podría ser una vía común final para las respuestas de todos los estímulos. El secreto reside en la citoarquitectura o citoesqueleto y las proteínas celulares (proteoma humano) y cómo las mismas moléculas se reacomodan permanentemente para cambiar sus estructuras y presentar diferentes y múltiples funciones. Quizás uno de los mayores secretos reside en los llamados receptores celulares los cuales parecen no existir por sí mismos como entidades fijas o incorporadas a las estructuras celulares, sino son modificaciones de la membrana celular cuya textura le permite adaptarse a las sustancias que la estimulan y aceptarlas o no, mediante la formación de receptores específicos. Es el caso de los receptores de drogas que se están descubriendo recientemente (benzodiazepinas, metformina, capsaicina, etc.). La membrana celular acomoda sus moléculas de diferentes formas (canales iónicos, proteicos, receptores) y acomoda sus proteínas enzimáticas y utiliza los iones diferentes para construir una fisiología celular todavía desconocida en sus dimensiones más amplias. No hay dudas de que son las mismas moléculas las que se “reacomodan” para constituir diferentes productos celulares. De no ser así, debería existir un número infinito de moléculas específicas las que, material y cuantitativamente, serían imposible de contener dentro de un relativo reducido espacio celular. El otro misterio ontológico son los genes, a los que hasta ahora se les atribuyó un papel de transmisores de vida y rasgos genéticos (famosa herencia genética), cuando en realidad son los grandes “operadores celulares” responsables de todas las reacciones normales y anormales de las células y el genoma es el “cerebro celular” que se transforma en el “gran arquitecto”, no sólo de la citoarquitectura o citoesqueleto, sino de todas las transformaciones posibles que el reacomodamiento espacial de las moléculas le permite realizar en forma infinitesimal, ya sea con patrones clásicos o con aparentes nuevos mecanismos (aparentes no por que no existieran desde siempre, sino porque recién ahora se están asomando al conocimiento). Otro misterio resuelto, pero aún poco difundido, es la mecánica o fisiología del citoesqueleto el que mediante un acoplamiento (polimerización) y desacoplamiento (despolimerización) de microtúbulos operados por una proteína muy plástica, puede cambiar permanentemente la “anatomía y fisiología” celular para llegar a transformarla en “fisiopatología celular”.

Este Sistema Molecular Efector Intracelular que en la década del ’80 era apenas conocido, hoy

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ha sido estudiado más profundamente, pero el conocimiento no se ha sistematizado e integrado en forma suficiente para que sea comprendido por igual, por todos los estudiosos e investigadores. Este sistema no indica que existe el primer mensajero, el neurotransmisor, el segundo mensajero y luego un tercer mensajero o moléculas bioactivas que se encargan de todas las funciones celulares, tanto fisiológicas como patológicas. Incluso este Sistema Molecular Efector Intracelular es el responsable del impacto en los genes, desatado por factores ambientales y esto lo señala Kandel en sus tesis de la regulación de la expresión genética por factores sociales.

Así, la investigación de las funciones celulares o biofisiología y biofisiopatología de las células,

se va conociendo desde diferentes puntos de vista y, pareciera, que a veces son cosas desconectadas entre sí, cuando en realidad constituyen un todo sincronizado con una precisión que al comprenderse y abarcarse produce escalofríos. La fisiología molecular celular es uno de los capítulos más apasionantes que se inició con la Biología Molecular, a tal punto que algunos ya piensan que el siglo XXI será el siglo de la Biología. Pero falta la idea integradora de todos esos conocimientos y el convencimiento de que no hay tantas y tan múltiples sustancias, cuyas fórmulas empíricas o desarrolladas llenarían una inmensa biblioteca, a más de otras que se descubrirán, sino que hay una multipotencialidad celular de crear nuevas moléculas con los mismos elementos, a los que puede acomodar y reacomodar en forma continua. Se ha hablado de deleción genética, pero en realidad, en nuestra humilde opinión y ateniéndonos a la observación de los fenómenos hallados y descritos, los genes parecen cambiar durante toda la vida para adaptar las funciones celulares a los estímulos ambientales. Esto rompe la hegemonía del concepto de que los genes sólo operan por predisposición o rasgos adquiridos y transmisibles. Los nuevos hallazgos hablan de mutaciones adquiridas no transmisibles y parece ser que esas mutaciones son cotidianas y frecuentes, mucho más de lo que estadísticamente se ha comprobado. Sólo cuando forman patrones consolidados se pueden describir como mecanismos concretos. Pero no es tanto como hasta hace poco se creía, que hay condicionamientos preestablecidos. No es tan así. Los genes están jugando roles diferentes las 24 horas del día y cada segundo en que la célula vive. Sólo que aun no alcanzamos a conocerlos con detenimiento. Alcanzamos a vislumbrar esa potencialidad creadora cuando un mecanismo se instala en forma continua. Otro concepto fundamental a tener en cuenta y descubierto por la Biología Molecular es que los genes comandan todas las acciones celulares, cualquiera sea su naturaleza (fisiológicas y patológicas). No hay nada en las funciones de la vida, especialmente en la humana, que no sea obra de los genes. Como estos genes se manejan con códigos de aminoácidos que combina el ADN y que mediante el ARN son transmitidos a las “máquinas” productoras de proteínas bioactivas, ahora ya no importa tanto conocer el genoma humano, sino que todo el interés en los próximos años será codificar el proteoma humano. Se cree que puede ser una tarea titánica que supere a la hazaña de haber descifrado el genoma. Todo opera como el cuento aquél que refiere que unos de los ángeles guardianes asignados por Dios a los hombres, viene un día azorado a contarle a Dios: “¡Señor, el hombre ha descifrado su genoma!”. Y Dios enojado respondió: “Ah, pícaro hacker. Ya mismo le cambio la contraseña”. Efectivamente, todo parece obrar como que cada vez que el hombre alcanza una cumbre de investigación con “éxito”, le aparecen nuevos desafíos de forma tal que funciona como “un nunca acabar”. En la puja por reformar artificialmente lo hecho naturalmente, parece ser que la naturaleza tiene mecanismos imprevisibles y desconocidos para pasar la “factura” cada vez que el hombre intenta emularla con creaciones artificiales. Todo lo biológico natural que es reformado por el hombre, tarde o temprano termina con algún tipo de inconveniente y los éxitos son transitorios. Superada una visión integradora y dinámica de las funciones celulares, hemos reconocido al sistema neurotransmisor como un verdadero integrador y regulador de funciones fisiológicas y patológicas. Esto explica la particularidad ontológica o antropológica del hombre: cuando enferma no lo hace por parte como un vegetal, sino que asume un compromiso “in toto”. Compromete todo su organismo, su mente y su alma. La ansiedad y la angustia con el resultado final del estrés y otros factores estimuladores del organismo, que desde el SNC operan comenzando la neurotransmisión para

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actuar sobre el hipotálamo, aparente estación final de todos los sistemas neurotransmisores del SNC en el estrés. El hipotálamo, a su vez, opera sobre la hipófisis, la que actuando sobre el sistema endocrino, integra un sistema neuroendocrino que pone en movimiento los sistemas periféricos, desatando en conjunto, las respuestas centrales y periféricas que conforman todos los cuadros de trastornos mentales y orgánicos, sobre todo, las enfermedades de adaptación o psicosomáticas que originan estímulos crónicos. Tanto las reacciones agudas como crónicas están imbricadas entre sí por el tiempo: el tipo de reacción dependerá de cuanto tiempo dure el o los estímulos y de la rapidez o lentitud de los cambios que estos estímulos generan. Del mismo modo, importa la cantidad y calidad de dichos estímulos. En los últimos tiempos, ya lo remarcamos en un capítulo anterior de este trabajo, en la consulta médica se han visto cuadros de alteraciones multisistémicas, con poco o ningún daño orgánico, pero con gran disfunción y alteraciones mental (caso del ataque de pánico) y, en otros casos se conjugan cuadros endocrinos, vasculares, digestivos, metabólicos y respiratorios que en su conjunto instauran también una patología multisistémica pero esta vez con serio daño anatómico y funcional. Es lo que habíamos llamado “desborde neuroendocrino” o “hecatombe multiorgánica”, y que ahora deberíamos agregar como hecatombe neurotransmisora, la que trastrocan todos los mecanismos fisiopatológicos y enferman multisistémicamente al hombre, desorientando a familiares, médicos y a todo el entorno social. Todo ocurre como si las reacciones naturales, para las cuales estaban preparados los sistemas neurotransmisores, desbocaran ante un tren de estímulos que desborda los límites naturales, transformando en nocivos los sistemas conformados para la defensa del hombre. El tren anómalo de estímulos, originados en cambios veloces y numerosos, por diferentes circunstancias (personales, ambientales, sociales) pone en crisis al hombre de hoy. Este hombre, si no está preparado o educado para “vivir en el conflicto”, al ser impactado por las crisis, activa uno o varios de los sistemas neurotransmisores y catapulta, a manera de alud, la liberación masiva o simultánea de neurotransmisores, dado que la concatenación de los sistemas y circuitos hace que el exceso en uno de ellos, repercute inmediata e indefectiblemente en los demás. La excitación de uno de los sistemas induce cambios en otros y convergen en mecanismos sofisticados para regular (¿o desquiciar?) funciones homeostáticas, instintivas, racionales, afectivas, humorales o tímicas y emotivas (Boullosa y López Mato). La vivencia distresante Ya nos hemos referido al estrés como emoción. Quizás uno de los parámetros que mejor explica la vulnerabilidad o la resiliencia, (esto es, la sensibilidad frente al distrés y la consecuente enfermedad o la resistencia al distrés, sin producir la enfermedad o, si ésta ha aparecido, su mejoría o curación), sea el modo en cómo se vivencia el distrés. De por sí toda situación distresante causa algún influjo o influencia sobre la mente y el cuerpo. Sólo que unos se afectan más, otros menos algunos ni se afectan. Depende si el distrés desata un sentimiento de sufrimiento, desesperación y desesperanza. También Oakley Ray considera como signo positivo e importante para superar al distrés “el aumento de la esperanza y la declinación de la desesperación y la desesperanza”, coincidiendo con esta frase de Leonard Sagan que ha hemos citado. El distrés es un estado que puede ser percibido de maneras distintas según cada persona. No todas las personas poseen una valoración precisa del estado o nivel de distrés al que se encuentran sometidos. También, los factores desencadenantes de distrés y su intensidad, variaban dentro de ciertos límites, de una persona a otra. De igual modo, había factores distresores o distresantes para una persona que no lo eran para otra. Esto último lo destacó Rahe. Todas estas circunstancias nos lleva a tener en cuenta tres factores importantes: 1. Estrés percibido 2. Afecto negativo 3. Eventos Estresantes de la vida

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El estrés percibido es el grado en el cual un individuo percibe o reconoce su estado de distrés y, de alguna manera, es capaz de soportar las demandas cotidianas de la vida que le resultan distresantes. El afecto negativo es el grado a partir del cual una persona se siente infeliz o se encuentra ansioso sobre sí mismo. Vive el estrés con un grado de sufrimiento, desesperación y desesperanza. Los eventos estresantes de la vida, cuya intensidad estudió y midió Rahe, son todas las circunstancias capaces de desencadenar un estado de distrés en un individuo. Los estudios efectuados sobre diversos estados patológicos, han demostrado fehacientemente que cuando hay un estrés percibido, un afecto negativo y eventos estresantes de la vida en alto grado. La elevación de estas variables da una mayor probabilidad de contraer una enfermedad o de manifestarla. Ocurre que hay ciertas infecciones, como las llamadas “virosis acantonadas” cuyo paradigma es el herpes zoster que se adquiere con la varicela durante la infancia, en que el virus queda latente sin manifestarse una vez que pasa el período de recuperación del ataque de varicela. Cuando se produce un evento distresante (físico como exponerse a rayo solares) (o psíquico por situaciones de alta tensión nerviosa), el virus “aparece” con diferentes formas: ramilletes aislados en piel de formaciones herpéticas, o como herpes zoster intercostal o “culebrilla”, como herpes labial o “boquera” o como herpes zona que toma un cuarto del rostro y afecta pómulo, frente y ojo. La intensidad y extensión de la manifestación herpética estará en relación directa con el grado de estrés y la afectación del sistema inmunológico. A mayor estrés y menor reacción inmunológica de defensa (mayor depresión inmunológica), mayor extensión y duración del cuadro. En forma similar, esto puede afectar otras infecciones parasitarias o bacterianas. La cadena de las citosinas tiene un rol preponderante en estas reacciones infecciosas. Se han realizado diversos estudios en grupos de alumnos que rinden exámenes importantes y que esto les causa un alto nivel de estrés. Mucho de esos alumnos que viven el examen como algo muy traumático, enferman de diversos modos o se exacerban infecciones latentes, generalmente del tipo viral, sobre todo los que afectan las vías respiratorias. Por esto, es común la presentación de certificaciones médicas en fechas de rendición de exámenes, lo cual puede ser interpretado como una simulación de enfermedad para no “perder mesa” o recibir una sanción. En realidad no es así. La situación de enfermedad suele ser real y su origen reside en el alto grado de distrés que eleva las tres variables que miden el grado de distrés. Todo esto se aplica no sólo a infecciones graves que incluye el HIV, sino también a determinados tumores malignos o cánceres, los cuales empeoran cuando el paciente no puede superar su distrés. Contrariamente, la adaptación positiva y la resiliencia, no sólo evitan la aparición de la enfermedad, sino como en el caso del HIV y del cáncer puede prolongar la expectativa de vida. Más aún: si la resiliencia es muy fuerte y la autointención de curarse es firme, puede existir la remisión de cualquier enfermedad grave. Tal fue el comentado caso de Norman Cousins, un norteamericano afectado por una espondilitis anquilosante grave que lo postró en silla de ruedas pero que se formuló el firme propósito de curarse y lo logró totalmente. Escribió un libro sobre autocuración que lo hizo famoso y lo transformó en un escritor de éxito. Ray asegura, sobre la base sólida de estudios multicéntricos y multidisciplinarios que el sistema de creencias es el fundamento mayor de salud, enfermedad y muerte. Los individuos pueden enfermar o curar o morir por la aceptación de determinadas creencias. Acuña la frase “la creencia se convierte en biología” y este aserto asienta sobre el hecho cierto de que si se cambia el pensamiento, cambia el cerebro y el cambio cerebral produce cambios en el cuerpo. Establece la fórmula de dos posibles actitudes a asumir frente a una enfermedad: Una actitud negativa no protectora regida por el esquema siguiente: aceptar el diagnóstico + aceptar el pronóstico = tiempo de supervivencia reducido. El paciente que se informa que padece una enfermedad, sobre todo severa o incurable y que sabe que el pronóstico es malo y no intenta nada por mejorar la situación y enfrenta en forma pasible su enfermedad, con seguridad que llevará un curso peor y no podrá zafar del pronóstico fatal. Una actitud positiva protectora bajo el siguiente esquema:

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aceptar el diagnóstico + desafiar y rechazar el pronóstico = tiempo de supervivencia más prolongado. Es el caso de que una vez que conoce que padece una enfermedad severa o incurable, lejos de abatirse o deprimirse y abandonarse a sí mismo, se rebela contra todo destino dado y se propone modificar fundamentalmente su situación. Su primera gran decisión es pensar: me voy a curar e inmediatamente comienza a averiguar todos los factores que pueden favorecer un desarrollo más lento de su enfermedad e, incluso, concentrarse formidablemente con toda su energía mental y volitiva a la obsesión de no morir y de curar su mal. En ningún momento piensa que va a morir sino que tiene la plena convicción de que curará. Esta firme creencia es la que produce las remisiones milagrosas del cáncer o cura enfermedades consideradas como incurables. También es el mecanismo sanador de la fe religiosa. Ray cita a Eric Kandel quien asegura: “la regulación de la expresión genética por factores sociales hace a todas las funciones corporales, incluso a las funciones del cerebro, susceptibles a las influencias sociales”. Esto reafirma el concepto esgrimido por nuestro investigador genético argentino, Solari, el que postuló que las influencias del medio o ambiente contribuyen a la mutación genética. Kandel y otros investigadores aplican esto muy especialmente al sistema nervioso, el que transmite toda la información que recibe del medio o ambiente a las diferentes conexiones neuronales y la interacción de neurotransmisores y otras moléculas bioactivas producen el cambio genético. La epigénesis nace con el concepto de regulación epigenética que, según Kandler, consiste en una clase de modulación genética en que: “los genes tienen una función transcripcional que determina la estructura y la función de las células en las que se expresan. Ésa es la fracción del ADN que determinará el fenotipo. Esta función es altamente regulable por factores del desarrollo, del aprendizaje, de la interacción social y del medio externo en general… La regulación de la expresión de los genes por factores sociales permite que todas las funciones corporales, incluyendo las del cerebro, sean susceptibles de influencias sociales, las cuales serán biológicamente incorporadas en la expresión modificada de genes específicos. Estos cambios, no sólo contribuyen a las bases biológicas de la individualidad, sino también son presumiblemente responsables de la iniciación y mantenimiento de anormalidades de la conducta inducida a través de contingencias sociales”. A las palabras de Kandler, López Mato agrega: “el conocimiento del genoma humano ha socavado radicalmente el concepto de gen porque nos ha demostrado que la cultura es más genética que la genética. Ahora sabemos que los genes patrón, los genes hereditarios, no son lo principal. Lo principal es el gen transcriptor, que es el que hace nuestro fenotipo, ése es el que produce una enfermedad. El gen regulador es el director de cine que corta, empalma y edita el mensaje que le trae el gen patrón. Y, entonces, hoy sabemos que para que se tenga una predisposición a una enfermedad, involucra tanto la predisposición genética como los eventos adversos tempranos. Ambos hacen que se tenga una disposición, un handicap, una vulnerabilidad por la cual, ante eventos vitales, o traumas, o conflictos o estrés, van a producirse alteraciones biológicas y cambios conductuales emocionales”. . Estos conceptos se pueden graficar en la siguiente sinopsis de Nemeroff modificada por López Mato: Vulnerabilidad genética Eventos adversos o (por predisposición o adquirida) experiencias traumáticas tempranas

Factores ambientales Traumas Estrés cotidiano Eventos vitales

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Fenotipo vulnerable (CRH)

• Hiperactividad HPA y sistema CRH Hiperactividad sistema noradrenérgico • Afección de la neurogénesis en hipocampo

Neurotoxicidad del hipocampo (aumento de neurotoxicidad) ↓

Vulnerabilidad al distrés ante eventos vitales o traumas de adultez

Cambios o alteraciones neurobiológicos Cambios conductuales y emocionales (ansiedad, depresión, angustia)

Etimológicamente epigénesis significaría “lo que está por sobre el origen” pero en nuestro caso puede traducirse como “lo que está por sobre los genes”, ya que los genes marcan nuestro origen. La circularidad de las acciones y reacciones entre genoma y ambioma a través de los sistemas del cuerpo humano fue antelada en el 2001 por Matt Ridley cuando afirmó: “si los genes pueden afectar a la conducta y la conducta puede afectar a los genes entonces la causalidad es circular”. Esto lleva a otro nuevo concepto que es la herencia epigenética. La herencia epigenética explica la concatenación de los procesos biológicos en el intricado funcionamiento neurobiológico, psicológico y social, el cual parece estar marcado o gobernado por una cierta relatividad. De esta manera se conjuga relatividad con herencia epigenética para signar todo el proceso biopsicosocial. En este punto, Ridley aclara: “no somos un cerebro que gobierna un cuerpo activando hormonas. Tampoco somos un cuerpo que gobierna un genoma accionando los receptores hormonales. Tampoco somos un genoma que gobierna un cerebro activando genes que activan hormonas. Somos los tres a la vez”. E. Erikson, intentó adelantar una especie de concreción del concepto de epigénesis y afirmó que es un “concepto que integra la definición de crecimiento, desarrollo y evolución humana, donde la persona trascurre sus estadios biopsicosociales en etapas o pasos que dependen uno del otro”. Esto completa la circularidad del ciclo vital en su relación entre genes, cerebro y sistema neuroendocrino y el ambiente social en el cual nos desarrollamos. La epigénesis remata la idea de que los genes son los que comandan todos los procesos biológicos pero actúan en estrecha interdependencia con otros factores psiconeuroendocrinos, a su vez influenciados por el ambiente social o ambioma. Nosotros pensamos que si bien el esquema es circular, en realidad, más que circularidad existe una globalidad donde la interacción es tan estrecha que es imposible separar a las partes del todo y asignar a una de ellas funciones de causalidad. Este fenómeno circular y global es lo que fundamenta la epigénesis y explica la etimología de aquellos fenómenos que están más allá de los genes, que está sobre ellos. En el orden psicológico y psiquiátrico, la anormalidad del desarrollo del ciclo epigenético lleva a las denominadas crisis epigenéticas que constituyen una verdadera antesala para los desórdenes de ansiedad y depresión y constituyen en sí una vulnerabilidad para la ansiedad y la depresión. En este punto Andrea Márquez López-Mato explica las ideas de Erikson, el cual definió a las crisis epigenéticas como crisis del desarrollo que nos permiten el crecimiento. En ese sentido expresa: “los organismos no se hacen, crecen. El genoma no es un plano para construir un organismo sino una

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receta para ‘cocinarlo’. Los condimentos son nuestras vivencias”. Estas crisis se desarrollan en etapas y hay que superar una (la primera crisis) para entrar en otra (la segunda crisis). Cada crisis conlleva pares antagónicos de conductas que deben ser superados mediante una síntesis propia que determina los cambios constitutivos de nuestra identidad, hasta alcanzar la madurez. El proceso de maduración surgiría de pulsiones internas (tesis de Erikson) que tienen todos los seres humanos y que son desencadenadas por estímulos del entorno. Son crisis de desarrollo que permiten la coexistencia con nosotros mismos, con el otro y en sociedad. En realidad la tesis de Erikson de las crisis epigenéticas es otro de punto de vista de lo que ha venido estudiando la Psicología Evolutiva en relación con el desarrollo humano. Así, la primera crisis sería el nacimiento. Duraría hasta el año y medio de edad y está marcada por conductas antagónicas de confianza-desconfianza lo que permite que cada persona desarrolle la esperanzas. La segunda crisis, a los tres años de edad estaría regida por el par antagónico autonomía-vergüenza y duda, que permite el desarrollo de la voluntad. Una tercera crisis que va entre los tres y los cinco años de edad desarrolla la oposición iniciativa-culpa que llevan a instalar la finalidad de la conducta. Hasta acá estas tres crisis tienen por objeto el logro de la autoidentidad es decir que el niño se identifique con su persona. Más adelante, con la crisis que se caracteriza por el antagonismo velocidad-inferioridad se instala la competencia como aventura social y hay un quiebre que se inicia con la identificación del otro. Este quiebre se prolonga en un lapso que va desde los trece a los veinte años de edad y es regida por los opuestos identidad-confusión. Si se elige estar con el otro, se instala la fidelidad. Continuando con el desarrollo epigenético eriksoniano en otras crisis se enfrenta el par antagónico integridad-aislamiento y de esto surgirá la capacidad de identificación con el otro mediante el sentimiento de amor. Las últimas crisis están referidas a la identificación con los otros, es decir, la sociedad en pleno y no sólo con el otro. Es decir, son crisis con lo social. Así, entre los 40 y los 60 años de edad, el par antagónica será productividad-estancamiento y de ahí surge la habilidad de hacer o producir cosas. Desde los 60 años hasta la muerte, la aventura social es la sabiduría y el par antagónico es la integridad-desesperación. A las crisis, según López-Mato, habría que interpretarlas con el idiograma (ideograma) chino que para definir una crisis junta los idiogramas peligro y oportunidad. Esto significa que crisis si bien implica un cierto peligro también conlleva la oportunidad para algo que contribuye al desarrollo y el crecimiento. En este esquema, cada crisis es un peligro si quien la sufre es vulnerable y una oportunidad si se la enfrenta con resiliencia. Es decir, si se responde con vulnerabilidad se entra en el distrés, si se responde con resiliencia cada crisis fortalece más. En consecuencia la disposición de un fenotipo vulnerable nos lleva a responder con distrés y esto puede deberse a que una persona nació con predisposición genética, o es causado por eventos adversos tempranos que son experiencias infantiles patógenas que influencian en la manera de adquirir la modulación del sistema nervioso en los primeros años de la vida donde se produce la mielinización activa del sistema nervioso. Luego, ya sea por genética (predisposición) o por adquisición, se puede tener un fenotipo vulnerable que lleva a vivir en hiperalerta con disminución de la neurogénesis y aumento de la neurotoxicidad. Esto constituye una discapacidad para enfrentar eventos vitales o traumas de la adultez, los que van a producir cambios conductuales o emociones, depresión, enfermedad psicosomática o trastorno de personalidad. Un fenotipo vulnerable ante una depresión o estrés involucra hiperactividad adrenal, con un nivel de neuropéptidos aumentado, disminución monoaminérgica, disminución del sistema inmune. El estudio Nueva Zelandia, se realizó sobre diferentes alelos del transportador de serotonina (SERT). Los individuos pueden tener las siguientes variantes de alelos de SERT: dos alelos largos, variante alelo largo-alelo corto, o dos alelos cortos. Los individuos con dos alelos largos soportan todos los eventos estresantes. En cambio, los que poseen la variante alelo largo-alelo corto o dos alelos cortos (SERT hipofuncionales), no soportan las situaciones estresantes. Los individuos con un SERT menos funcional tienen respuestas terapéuticas pobre a aquellas moléculas que actúan sobre el SERT y responden mejor a moléculas de acción dual. Weinberger (2004) demostró que las personas que

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nacen con algún alelo corto del SERT tienen más predisposición de responder con miedo ante el alerta (reacción de emoción básica). Lo opuesto a la vulnerabilidad es la resiliencia como capacidad humana de superar las situaciones estresantes y salir de ellas fortalecido y cambiado o transformado. La resiliencia puede ser celular (ejemplo: balance de factores de crecimiento neuronal vs. factor de necrosis tumoral); tisular (ejemplo: hormona del crecimiento, prolactina y TRH-CRH); personal (se logra la adaptación a la autonomía) o social (logramos apego, amparo y afrontamiento). Es decir, se puede ser resiliente con ayuda de antidepresivos o teniendo amor y amparo por parte de los que nos rodean. La resiliencia puede ser representada con un acrónimo de aes: • Autonomía: capacidad de independencia • Autorregulación: capacidad de inhibir los impulsos y de hacer • Análisis resolutivo: capacidad de resolver los problemas • Ambiente: sobre todo el ambiente familiar o el entorno en general cálido o amoroso y demandante o con límites, ayuda a ser resiliente • Altas expectativas parentales: • Afecto no competitivo del grupo de pares • Amparo social • Amplio repertorio de oportunidades ante cambios vitales

En lo genético, la resiliencia sería propia de individuos con un par de alelos largos del SERT. Luego, ya sea por factores biológicos o genéticos (genoma) o por factores ambientales (ambioma) un individuo puede tener una revelación resiliente. Esa revelación se afirma en los pilares de Pacheco Bowden: (acrónimo de íes) 1. introspección 2. independencia 3. interrelación 4. iniciativa 5. imagen personal de autoestima 6. ideales morales 7. imaginación creativa 8. ingenio humorístico

Estas revelaciones genéticas o ambientales que llevan a adquirir resiliencia es lo que López-Mato llama epifanías (término que etimológicamente proviene de apofonía que significa revelación). Tener epifanías para ser resiliente a las crisis epigenéticas o eventos traumáticos es adquirir: • autonomía • asertividad • y adaptación ante los cambios y las crisis • mantener una permanente interacción con el medio humano y ambiente • no perder nunca la capacidad de comprender y ser comprendido • poder aprender en lo cognitivo y aprehender en lo intuitivo Es probable que dados los fenómenos que las neurociencias y la biología molecular, especialmente la genética, nos están mostrando diariamente y cambiando conceptos que se tenía por inmutables, la frase de Matt Ridley no sea antojadiza: “no somos un cerebro que gobierna un cuerpo activando hormonas. Tampoco somos un genoma accionando receptores hormonales. No

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somos un genoma que gobierna un cerebro activando genes que activan hormonas. Somos los tres a la vez”. En este terreno, menos aún, serían improcedentes algunos criterios del profesor Francisco Mora Teruel, a los que hemos modificado parcialmente: 1. el medio ambiente es imprescindible y determinante del desarrollo del cerebro, además de la mutación genética adquirida 2. ese desarrollo tiene ventanas plásticas críticas 3. la plasticidad o cambio de forma del cerebro existe durante toda la vida y se produce exclusivamente con la experiencia 4. el medio ambiente es un poderoso determinante en la aparición de las enfermedades del cerebro 5. no hay dos personas con cerebros iguales, incluso hay diferencias de cerebros en gemelos univitelinos Estos hechos estudiados y conocidos abren nuevas perspectivas a la Medicina para el estudio, comprensión y tratamiento de muchas patologías que ahora afectan al hombre y que pretenden considerarse por separado a cada una de ellas, sin tener en cuenta el tronco común que las une. Muchos investigadores albergan la idea de que la mayoría de estas afecciones multisistémicas, o todas ellas, son algo así como lo que clínicamente se considera como “equivalentes de la ansiedad” en los que la ansiedad toma el “disfraz” de patologías orgánicas o funcionales, engañando con su verdadero origen, pues operan como un “trastorno de ansiedad encubierto”. Aunque esta idea no es una generalización, que pretenda que la ansiedad es “la madre de todos los vicios” o males, por lo menos, debe ser tenida en consideración como “probabilidad” de diagnóstico y tratamiento de cuadros multisistémicos, cuya causa no pueda establecerse fehacientemente. Hasta ahora, tradicionalmente, las ciencias de investigación biológica en el hombre había estudiado por separado el sistema inmunológico, el endocrino y el nervioso. Pero todos los trabajos de las últimas décadas han permitido dilucidar que no son sistemas autónomos o independientes, sino que sus acciones se encuentran íntimamente entrelazadas. Estas conclusiones llevan cada vez más a comprobar la unicidad de la fisiología del cuerpo humano, el cual es una especie de unidad sellada en la cual todos los fenómenos biológicos que se observan interactúan como si fueran un fenómeno único, pero de facetas múltiples. Hasta ahora, las ciencias se obcecaron en estudiar las facetas múltiples, en lugar del fenómeno integrado y esto llevó a usar un método aspectual, el que sólo estudia los fenómenos desde un solo punto de vista. La consecuencia inmediata de esto es que hay conocimientos pasajeros que deben ser corregidos a medida que cambian los puntos de vista. La Medicina Holística “cuyo fin es tratar a las personas como un todo (cuerpo y mente juntos), en vez de tratar un problema aislado”, es un concepto acabado de Medicina Integral (aunque se considere una rama de la Medicina Alternativa), que pondrá fin a veinte siglos de mirar al hombre como un ente dividido en dos partes: soma y psiquis. Ya no es ignorado por los científicos que el sistema nervioso, finalmente, es el integrador de todos los otros sistemas fisiológicos (e incluso, los patológicos). Antes de hablaba de un aparato digestivo, de un aparato respiratorio, de un aparato nefrourinario, de un aparato cardiovascular y de dos sistemas nerviosos (central y periférico). Hoy se habla de “cerebro” digestivo, respiratorio, cardiovascular, etc. Ni aún las funciones vegetativas, que se creían totalmente independientes de otros sistemas, principalmente del llamado voluntario, son vistas como absolutamente autónomas. Las exóticas demostraciones de faquires y otros (denominados “mentalistas”), que mostraban un “dominio cerebral” de las funciones presuntamente autónomas (función cardíaca), hoy son una realidad científica. Se sabe, sin dudas, que con la mente el hombre influye en todo su cuerpo y viceversa. La Biología Molecular genética trabaja de la misma forma que se usa la tijera de la computadora personal, para recortar textos y acomodarlos en un orden determinado. La Bioingeniería Genética usa una especie de “tijera genética” y recortando parte de unos genes se los coloca a otros para lograr secuencias con fines deseados. Esto lleva al

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hombre a una nueva dimensión: reproducir la vida en el laboratorio mediante la clonación. También puede crear órganos símiles humanos en los animales con posible aplicación en futuros trasplantes. Toda esta biotecnología nos está indicando claramente que lo único que hace el hombre es reproducir, a mayor escala, lo que la naturaleza viene haciendo en miles de siglos. Se ha estudiado a la psiconeuroinmunoendocrinología (PNIE) como la principal rama de la Medicina que se ha ocupado de todas estas interrelaciones entre mente y cuerpo. Pero hay otras disciplinas (especialidades cardiovasculares, uronefrológicas, gastroenterólogas, etc.) que han comprobado fehacientemente que el distrés afecta a vasos y corazón, riñón y vías urinarias, estómago, intestino, hígado, páncreas, metabolismo de lípidos y azúcar, etc. y de esta forma el cerebro está interconectado con todos los tejidos y órganos del cuerpo. Antes se creía que había “nerviosos cerrados” que producían péptidos activos con funciones hormonales y de actividad fisiológica sobre órganos y tejidos. Incluso se clasificó al sistema nervioso en sistema nervioso central y sistema nervioso periférico, pero hoy la tendencia demostrada por estudios recientes es que no hay dos sistemas nerviosos sino uno solo y éste depende exclusivamente del cerebro. Luego, sólo habría un sistema nervioso cerebral o central como único regulador, a través de diferentes mecanismos interconectados por neuronas centrales y periféricas con una red axonal y un sistema de moléculas bioactivas, cada vez más impresionante, a medida que se van estudiando y conociendo mejor. Todo esto nos lleva a pensar que un neologismo más apropiado para todos estos fenómenos debería ser PSICONEUROPANORGANOLOGÍA, cuya rama principal podría ser la Psiconeuropanorganopatía. El neologismo está compuesto por el prefijo psiconeuro que significa la acción de la mente y el sistema nervioso y se completan con panorganología, donde pan es utilizado en su acepción de todo el universo orgánico que abarcaría a todos los órganos, aparatos y sistemas anatomofisiológicos del cuerpo humano. La Psiconeuropanorganopatía sería lo mismo pero referido a lo patológico de todo el cuerpo humano que dependa de la acción psiconeurológica.

La vida es la maestra que nos enseña que no todo es inmutable sino que puede ser renovado en forma creativa. Todo lo que hemos expuesto hasta acá, es con la intención de generar una reflexión seria y profunda sobre lo que le está ocurriendo al hombre bajo la acción del estrés, al cual debe reconocérsele para evitarlo, prevenirlo y curarlo, so pena de que sea la mayor causa de enfermedad de este siglo.

NEXOS CEREBRO-ÓRGANOS

Nexo cerebro-órgano (eje nervioso cortico-visceral) La neuroendocrinofisiología ha establecido sólidas interacciones entre el sistema nervioso propio de cada órgano (little brain) y el sistema nervioso central (big brain). Se ha establecido fehacientemente que los factores psicológicos desempeñan un papel importante en una variada cantidad de enfermedades hasta ahora denominadas psicosomáticas, por su indudable desencadenamiento por problemas o trastornos psíquicos o del ánimo que se convierten (conversión) en trastornos somatomorfos. Pavlov estudió los reflejos condicionados en animales y estableció un

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modelo de una respuesta única con un eje nervioso córtico-visceral, en el que interviene una red de múltiples mediadores neuronales, endocrinos, de células e intermediarios de la respuesta inmune, mediadores paracrinos y transmisores putativos. De esta forma iremos establecido los nexos más conocidos e investigados hasta ahora, entre los que figura el nexo del cerebro con el intestino, sistema cardiovascular, sistema renal y otros. Nexo cerebro-gastrointestino Se reconoce la existencia de un sistema nervioso entérico (SNE) compuesto por unos cien millones de neuronas. El SNE de le denomina small brain de Kumar, por ser Kumar quien le dio este nombre. Es un sistema complejo de neuronas ubicadas en el tracto gastrointestinal que tiene mayores similitudes con el SNC más que con el sistema SNP o autónomo, como hasta ahora se creía. Estructuralmente forma una red de neuronas conectadas entre sí que conforma una especie de sistema nervioso prácticamente autónomo del SNC. Esto significa que el SNE es la única rama del SNP que mantiene una actividad eléctrica y funcional independiente de la información del SNC. De este modo, los receptores, vías aferentes, interneuronas, neuronas motoras del SNE ubican en las paredes del tracto gastrointestinal. Sin embargo, no obstante estas características de aparente independencia o autonomía, se ha comprobado que existen ciertas funciones interactivas, siendo una de ellas la coordinación antrointestinal, que dependen de la integridad del SNC. Esta característica quita al SNE el carácter de sistema cerrado, criterio que es confirmado por otras relaciones del SNE con otros órganos. Debido a estas interconexiones, el SNE recibe información neurohumoral profusa y, simultáneamente, envía información a otras estructuras, incluso a los mismos órganos digestivos como es el páncreas. Lo hace a través de una red de inervación enteropancreática que está mediada por neurotransmisores colinérgicos. Esta inervación interviene activando tanto a la secreción pancreática exocrina como a la endocrina. Las funciones efectoras del SNE son las responsables de la actividad de segmentación, de los movimientos pendulares, de los complejos migratrices y de la propulsión del sistema gastroenteral. Asimismo, las terminaciones nerviosas del SNE son receptoras de la actividad sensorial, principalmente la que percibe el dolor y la presión, por lo que, a su vez, genera respuestas a los estímulos. Las acciones del SNE son mediadas por neuropéptidos, aminas, enzimas, calcioligandinas y transmisores putativos. Actualmente se da mayor importancia a las aferencias sensoriales, pero se mantiene vigente la trascendencia del sistema efector que genera las respuestas motoras y secretoras, lo cual está estrechamente vinculado al procesamiento a nivel hipotalámico, con la intervención de mediadores endógenos o, incluso, de drogas o fármacos. El SNE genera una actividad coordinada que se reproduce en una conducta más que en un arco reflejo e incluye neuronas ascendentes (sensoriales), descendentes (motoras), secretomotoras y vasomotoras. La inervación vagal y simpática es escasa, pero relevante dada la importancia que poseen estos dos sistemas en la motilidad y secreción gastrointestinal. Esta inervación interviene en un número limitado de neuronas entéricas que tienen a la serotonina como neurotransmisor. Esta inervación es la que comanda el SNE. Los plexos submucosos y mientéricos están estrechamente relacionados y funcionan con neurotransmisores clásicos como la serotonina y la acetilcolina, los que se coliberan con varios neuropéptidos o péptidos activos anteriormente considerados como “hormonas digestivas” (VIP, galanina, neuropéptido Y, somatostatina, colecistoquinina, dinorfinas) y otros compuestos como el ATP y óxido nitroso (NO) para formar respuestas motoras y secretoras semejantes a las del SNC. El NO es el gas responsable de la relajación gástrica que antes se creía que dependía de vías “no colinérgicas-no adrenérgicas”. La coacción e interacción de todos estos elementos muestran la compleja interacción entre el SNE y los sistemas nerviosos simpático y parasimpático. También se han encontrado receptores benzodiazepínicos en el SNE, por lo que los ansiolíticos puede modular funciones gastrointestinales actuando a nivel del SNC a través de sus eferencias vagales y simpáticas y localmente, a nivel entérico.

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El control neurohormonal estudiado es complejo y se organizaría en tres niveles: el SNE, el SNA y centros superiores del SNC. En el SNE interviene un sistema paracrino de comunicación intercelular. En este esquema, el SNA cumple un importante papel como modulador y es el nexo entre el SNE y el SNC, quien, en definitiva, es el nivel más alto de integración y control de todas las funciones vegetativas. Nexo cerebro-aparato cardiovascular

El trastorno fisiopatológico central de la HTA es el aumento crónico de la resistencia periférica. Este aumento puede producirse por: 1) fenómenos humorales (noradrenalina, angiotensina II, mineralcorticoides, otros péptidos). La noradrenalina activa el sistema renina-angiotensina. 2) estímulos neurogénicos del sistema nervioso simpático (Camera y Mayorga, op. cit.) Al estudiar los mecanismos fisiopatológicos del estrés, se conoció la activación del sistema simpático-adrenal, por la cual aumenta la actividad automática del corazón y por lo tanto, la frecuencia cardiaca, el inotropismo y, consiguientemente, la descarga sistólica, circunstancias que tienden a elevar el volumen minuto. Por otra parte, acentúa la contractilidad del músculo liso vascular produciendo vasoconstricción y aumento de la resistencia periférica total por lo que se elevan las presiones arteriales sistólica, diastólica y media. El cerebro, a través de neurotransmisores (sustancias que transmiten el impulso nervioso, tales como las catecolaminas), actúa sobre el sistema nervioso autónomo (el que no depende de la voluntad y rige las funciones automáticas de los órganos), provocando el desequilibrio funcional por alteración del tono (distonía). La hipertonía adrenal (aumento del tono) desatada por la hipersecreción de catecolaminas en el distrés laboral, afecta al aparato cardiovascular. Cuando opera sobre las arterias periféricas provoca primero, en forma funcional, una vasoconstricción y eleva la tensión arterial en forma lábil. Pero si persiste el factor estresante, el sistema de catecolaminas, sobre todo el generado en las suprarrenales por acción de la ACTH, actúa sobre la mácula densa del riñón y libera renina a través de la vía del receptor -adrenérgico (operada específicamente a través de la noradrenalina). La suba exagerada de la presión por acción de catecolaminas (pico hipertensivo o crisis hipertensiva), si altera la presión arterial en los vasos preglomerulares del riñón aumentando la misma, activan otra vía de la mácula densa para producir renina: vía del barorreceptor intrarrenal. De esta manera se activa el sistema renina-angiotensina y si el proceso cronifica, por acción distresante sostenida, se llega a la HTA crónica. Los más afectados por el sistema de renina son los poseen personalidad A, especialmente la H, de ahí que los factores estresantes que llevan a un desfasaje emocional provocando enojo o ira que bien podríamos llamar estado de furibundia, que es la propensión a entrar en estado de furia, enojo o ira. El estudio de la HTA por distrés ocupacional y sus mecanismos fisiopatológicos, se ha realizado multicéntricamente con: 1) Medición bioquímica de los niveles sanguíneos de las hormonas que intervienen en el distrés; 2) Sistema Holter de dos y tres canales, por 24, 48 o más horas; 3) Doppler en reposo y esfuerzo; 4) Tomografía por emisión de positrones (PET); 5) Cinecoronariografía estándar y/o cuantitativa; 6) Historias clínicas y exámenes catastrales periódicos.

Estudios epidemiológicos recientes, que incluyen a la mayoría de los países de Europa, han registrado una disminución en las expectativas de vida, en los últimos diez años en Europa Oriental en

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comparación con los países de Europa Occidental. Esto se atribuyó al brusco cambio de vida al que se vieron sometidos con la caída del régimen comunista. El aumento de eventos se destacó en la población masculina de 40 a 60 años. Esta franja de la población fue la que tuvo que adaptarse a la economía de libre mercado sin estar preparada para ella. Igualmente importante fue el cambio de dieta y el aumento de consumo de cigarrillos que se dio simultáneamente con el cambio económico, especialmente las condiciones laborales nuevas, con alta exigencia de rendimiento y competencia, adquisición de tecnología, etc. Nexo entre cerebro y síntomas corporales generales Los trastornos de ansiedad producen temblores musculares, taquicardia y palpitaciones, sudación profusa, sensación opresiva en cuello y pecho, dilatación pupilar, náuseas o vómitos, diarreas o constipación, rubor o palidez facial, mareos o vértigos. La liberación de CRF y la activación del sistema adrenal o el vagal pueden desatar las denominadas distonías neurovegetativas que en casos graves llegan a la muerte súbita o al colapso, astenia y lipotimias. Otras veces, el trastorno de ansiedad puede generar un trastorno de conversión (antes denominado histeria) donde aparecen parálisis, disfonías, cegueras, sorderas, pérdidas de equilibrio. También existen trastornos en la esfera sexual como la frigidez o falta de deseo en la mujer o la disfunción eréctil en el hombre, también por falta de deseo. En la mujer puede interferir en el ciclo menstrual o en la menopausia. También puede afectarse la micción. En algunos casos particulares, hay compromiso multisistémico y los órganos de choques concomitantes puede ser cardiovasculares y pulmonares, o pulmonares y piel (reacciones pseudoalérgicas), piel y trastornos gastrointestinales, etc. Más raramente se complican varios aparatos a la vez y, en este caso frecuente en estados crónicos de ansiedad, la sintomatología es muy variada y grave y puede llevar a la postración total en algunos casos y al colapso fatal en otros, por fallas multiorgánicas. Cerebro, estrés y enfermedades psicosomáticas

El autor del incremento del uso de la palabra estrés (del inglés stress = tensión), fue Hans Selye, quien definió al estrés biológico, como “una respuesta no específica del organismo a cualquier exigencia que se le haga”. Esta concepción es clara, en la que el estrés, por naturaleza, será siempre una “respuesta a” un estímulo, y éste, a su vez, será permanentemente el agente estresante o estresor. Así, estrés es, en toda situación, una “consecuencia” de la interacción de los estímulos endógenos o ambientales y la respuesta propia de cada individuo.

Estímulo o evento

conmoción psicoorgánica

tensión

estrés

reacción

adaptación respuesta Al referirse a estrés, en el hombre y en el animal, hay que hablar de condiciones anómalas,

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que tienden a perturbar las funciones normales del cuerpo y la mente y, más específicamente en el hombre, hay que considerar al estrés como una influencia que ocasiona desequilibrio emocional. Por lo tanto, es posible distinguir un estrés físico y un estrés psíquico, según que el estímulo externo o interno, impacte en el cuerpo o en la mente. En 1986, Mason aclara que los estresores no puede ser cosas conocidas o habituales del medio, puesto que éstas por ser reconocidas y toleradas, no provocan alarma. Pero cuando hay algo desconocido que irrumpe en forma abrupta y que el individuo afectado reconoce como conflicto o peligro, entonces se establece el estímulo estresante (evaluación cognitivo-simbólica). Es como si la persona afectada reconociera que el estresor no es comparable con otras circunstancias personales experimentadas. Luego, aunque el estímulo estresor pueda tener elementos para que algunos puedan evaluarlo como no amenazante, pasará a ser conflictivo cuando la valoración cognitiva previa lo catalogue como tal. No es la naturaleza del estímulo lo que constituye un estresor, sino su evaluación cognitiva simbólica, que le da categoría de amenaza. Esto funcionaría como el punto de vista desde el que se aprecia dicho estímulo. Teniendo como base lo antepuesto, la llamada reacción de alarma de Selye, que se consideró como una cadena de reacciones psicofísicas frente a un agente o estímulo estresante, determina que la respuesta al estresor no es específica sino general, por lo que se propone el nombre de síndrome general de adaptación. En esta reacción hay una fase aguda o alarma propiamente dicha, y una fase de adaptación (se huye o se lucha con el conflicto) La presencia del estrés, como factor condicionante o desencadenante de las patologías más diversas, es un hecho probado por investigación en la medicina actual. La enfermedad por estrés se instala en el período de adaptación del Síndrome General de Adaptación, es decir, en la faz crónica (aunque hay cuadros por estrés agudo, como lo analizaremos oportunamente), cuando el afectado no ha podido resolver la situación de conflicto que le generó la reacción de alarma. Las enfermedades más representativas, generadas por estrés, son: • Trastornos vasculares: trombosis, atero y arteriosclerosis, agregación plaquetaria • Trastornos cardiacos: enfermedad isquémica (angor, coronariopatía, infarto), arritmias, fibrilación, hipertensión arterial, muerte súbita por fallo de bomba (Eliot) • Trastornos metabólicos: diabetes, hiperglucemia, hiperlipemias (aumento de lipoproteinemia, trigliceridemia, colesterolemia) • Trastornos sexuales y ginecológicos: hiperexcitabilidad, amenorrea, frigidez, dismenorrea, impotencia, parto prematuro, seudoembarazo • Trastornos pulmonares y vías respiratorias: laringitis, bronquitis, asma, rinitis, traqueitis • Trastornos del aparato digestivo: gastritis, úlceras, colon irritable, trastornos de la evacuación, dispepsias • Trastornos osteoarticulares y musculares: tensión muscular, artritis reumatoide, tensión muscular, contracturas musculares, artrosis y reumatismo • Trastornos del sistema inmunológico: la excesiva secreción de corticoides actúa sobre los linfocitos T, B, y K, componentes tímicos, originando depresión inmunológica (Riley, Canónico, Santos Moreira). Esta depresión inmunológica provoca: ∗ propensión a infecciones: tanto exógenas, como endógenas (activación de focos sépticos acantonados, ej. Herpes) ∗ pérdida de las capacidades de:

⇒ reconocer elementos propios del cuerpo (autoinmunopatías) ⇒ anular células malignas (oncogénesis por falla inmunológica) • Trastornos del sistema nervioso:

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∗ trastornos de la conducción nerviosa: temblores ∗ distonías neurovegetativas ⇒ Hipertonía vagal: suele ocurrir como reacción frente a una descarga adrenal intensa, o bien por excitación vagal directa y da: bradicardia, hipotensión, disnea cardiaca y bronquial, lipotimias, malestar general, espasmos esofágicos y gástricos, diarreas o constipación, coledisquinesia, ptialismo, discrinia bronquial, dermografismo, piel fría o acrohipotermia (cara, manos, pies), sudoración (transpiración profusa), náuseas o vómitos, ansiedad, meteorismo, mareos o vértigos, micción frecuente, hipersomnia en la actividad e insomnio en la inmovilidad, confusión mental, miosis pupilar. ⇒ Hipertonía adrenal: ocurre por excitación simpática o adrenal y provoca taquicardia, eretismo cardíaco, disnea, ligera hipertensión arterial transitoria (HTA lábil), edema de laringe (que en grado menor da laringitis y en grado mayor, edema de Quincke), piel seca y caliente, insomnio, irritabilidad, tensión premenstrual, dificultad para la relajación, retención urinaria, constipación, opresión precordial, sequedad de la boca, excitación, aumento del metabolismo basal, mialgias, dermografismo, midriasis. • Trastornos del ritmo circadiano y alteración del sueño • Trastornos psíquicos: neurastenia (astenia psicofísica), cambios de personalidad, conducta violenta o agresividad, fatiga fácil de la atención con pérdida de la concentración, irritabilidad con angustia, inseguridad con poco control en el trabajo, anorexia o bulimia, cefaleas, frustraciones o insatisfacciones, trastornos de ansiedad en los que predominan miedos (fobias), ataque de pánico, estrés postraumático, etc. Estos trastornos concatenan entre sí y con la depresión, dando una especial conmorbilidad • Trastornos sensoriales: puede ser provocados por estresantes físicos o psíquicos: fatiga auditiva, hipoacusia o anacusia, trastornos del equilibrio por lesiones del laberinto, visión dificultada o borrosa (por miosis o midriasis intensa), nistagmos, hiperestesias, parestesias, etc. • Trastornos de la homeostasis • Trastornos de la piel: prurito, hiperpigmentaciones (pecas, manchas), dermatitis, eccema, acné, atopías, etc. • Trastornos renales o nefropatías • Otras patologías: el denominado síndrome metabólico, básicamente constituido por un aumento excesivo del peso corporal, de la presión arterial y de la concentración de colesterol y glucosa en sangre, fue estudiado en relación con el estrés. Se hicieron estudios multicéntricos tanto en animales (monos) como humanos. Tanto la Universidad de Yale (estudios en mujeres) como la escuela nórdica (estudio Per Björntorp) determinaron que el estrés psicológico o mental crónico (prolongado), desencadena el síndrome. Es debido a una “reacción en cadena” que comienza en el hipotálamo, continúa con la hipófisis, para anclar en el sistema endocrino, especialmente afectando a la suprarrenales, productoras de adrenalina y cortisol. Esta última hormona es la que activa el mecanismo para el aumento de las concentraciones de colesterol, insulina y glucosa en sangre y, secundariamente, la acumulación de grasa, especialmente en abdomen, y la presión arterial. Epílogo Todos los fenómenos que hemos repasado, nombrado y mostrado a través del texto de todo este trabajo dedicado a mostrar aspectos espirituales que llevarían a cambiar los conceptos de la psicología como ciencia, tienen la plena intención de demostrar el poder de la mente humana como operadora directa del espíritu. Es tan fuerte la energía espiritual y su acción a través de la mente, que no hay ningún fenómeno ambiental y corporal que no pueda ser influido por la energía mento-espiritual. Conocer profundamente todo lo relativo a mente y cuerpo, desde la óptica espiritual, puede

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ser, y de hecho ya lo es, una verdadera revolución, no sólo de las ciencias espirituales, sino de toda la Medicina del futuro. El problema es que científicos, tecnológicos y médicos sepan comprender la verdadera dimensión de este poder espiritual a través de la mente y logren abarcarlo en una justa dimensión. Se deben dejar de lado todas las pretensiones exclusivamente científicas que ahora se consideran, para entrar a una nueva dimensión que es la conjunción de todas las ciencias con la experiencia empírico para lograr un saber holístico.

FORMACIÓN DE LA PERSONALIDAD PERSONA Y PERSONALIDAD

La dificultad de definir a personalidad El desarrollo del ser (educación) puede, o no, manifestarse a través de la personalidad, de forma tal que si se opta que el camino del desarrollo sea por medio de la personalidad, ésta sería el producto final de una educación determinada. La naturaleza en sí de la personalidad es un tema muy debatido, de igual manera que la persona.

En términos generales la personalidad es todo lo relativo a la persona y, en definición de la Real Academia Española, persona es todo “individuo de la especie humana” u “hombre de prendas, capacidad, disposición y prudencia”. A su vez personalidad es la “diferencia individual que constituye a cada persona y la distingue de otra” o “conjunto de cualidades que constituyen a la persona”. La RAE simplifica en exceso al pretender que persona es sinónimo completo de hombre. La definición tiende a la ecuación persona = hombre. Esto no es así. La palabra “persona” tiene muchos usos y significados. Proviene del latín pérsono (per = mayor; sono = sonido) que significa “resonar”, “retumbar” y se refería a las máscaras (heredadas del teatro griego) que los artistas latinos usaban para realzar, aumentar, la voz. También pérsono puede traducirse como “hablar a través de”.

La etimología de la palabra se ligó, en parte, con otro término latino, personatus (que

significa engañoso) y esto originó, en algunos psicólogos, la idea de que en alguna manera la personalidad era una actitud fingida del hombre para mostrarse públicamente ocultando lo que realmente era o para fingir un rol social. Era, más o menos, lo que hacían los artistas griegos y latinos que cubrían con máscaras su verdadero rostro para dar vida al personaje ficticio de la comedia o la tragedia. La personalidad, resultaba así, una especie de fachada del ser humano, que no mostraba su verdadero ser. Era algo que los individuos usaban para “presentarse en sociedad” y por eso se creía que no era auténtico sino algo para ocultar lo que uno era en realidad. Pero los usos posteriores de esa palabra le dieron diferentes significados y constituye una palabra polisémica (de muchos significados).

En Derecho se denomina persona todo sujeto de derecho, es decir, todo ente (ser o entidad)

capaz de derechos y obligaciones al que es susceptible aplicar las normas de Derecho, aunque no tiene existencia individual física, como ocurre con corporaciones, asociaciones, sociedades, fundaciones y toda otra entidad jurídica. Así una sociedad es una persona jurídica y se le otorga personería jurídica. En Gramática, persona es el nombre sustantivo relacionado con el verbo y se habla de primera, segunda y tercera persona. En Filosofía, persona es un supuesto inteligente y por lo tanto se refiere al hombre. Esto es: el término persona designa al individuo humano concreto.

En cambio, personalidad es un concepto elaborado con el propósito de indicar cómo se

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expresa o es cada persona humana concreta. Entre los distintos significados a personalidad, encontramos la siguiente: “organización integrada de todas las características físicas, cognoscitivas, afectivas y de voluntad de una persona, que la distinguen de otros. El individuo posee una carga neurofisiológica genéticamente determinada (temperamento, genotipo), un desarrollo físico externo (fenotipo) y una historia hecha de experiencias recabadas desde el seno materno hasta el final de su vida. La personalidad resulta del encuentro de todos esos elementos, como factor de unidad, que explica la conducta y justifica la consistencia del carácter. Como el registro de experiencias no se cierra nunca, la personalidad está en continua transformación (es dinámica). El grupo social al que pertenece el individuo, a través de la educación y la cultura, juega un notable papel remodelador de la personalidad”. Quizás ésta sea una de las definiciones más usadas en el sentido de que el concepto de personalidad se usa para referirse al conjunto de características físicas y psicológicas que distinguen a un individuo.

Por lo tanto, la validez de la palabra personalidad depende, en gran medida, de la existencia de

ese conjunto de rasgos y de su expresión constante y congruente en diferentes situaciones y a lo largo del tiempo. Por esta razón, muchos autores proponen que las características de la personalidad provienen de las tendencias internas del individuo, para comportarse de formas determinadas, mientras que otros autores sostienen que la personalidad es dinámica porque sufre variaciones, a veces muy importantes, que influyen en el comportamiento y esas variaciones dependen del contexto (medio o entorno) en que se encuentran las personas. Debido a esto, las conclusiones más aceptadas es que la personalidad es la expresión del proceso adaptativo de un ser flexible y dinámico, y sus manifestaciones pueden cambiar en función de las situaciones y relaciones con las que se encuentra inmersa la persona.

George Kelly da una perspectiva cognitiva de personalidad, en el sentido de que la forma en

que los individuos perciben y construyen la realidad, a partir de su experiencia, determina su comportamiento, sus sentimientos y la manera en que interactúan con el medio. De igual modo, las características de personalidad que los individuos atribuyen a sí mismos o a otras personas, son reconstrucciones cognitivas y no meros descubrimientos del yo. En relación con la autenticidad (lo que realmente se es), Kelly remarca que es difícil pensar que uno pueda no ser uno mismo y que si la interpretación de uno mismo significaría quedarse atrapado en una autodescripción, esto llevaría a darse cuenta que esa caracterización personal es modificable y puede ser cambiada porque resulta de un proceso de reconstrucción de la experiencia personal (formada por la interacción con el medio y otras personas) y por lo tanto no es un mero resultado de que existan características innatas o inmutables. La visión personal desde diferentes perspectivas no da como resultado obligatorio la excelencia personal pero ayuda a enriquecer la vida personal y evitar el encerramiento en sí mismo y la rutina.

Así, se verán otras definiciones como la que concibe comúnmente la gente, ubican a la

personalidad como “la habilidad o destreza que un individuo manifiesta ante los demás”. De este manera, se habla de los que tienen “mucha personalidad” o de “personalidad difícil”, “personalidad agresiva”, “sumisa”, “pusilánime”, “personalidad antisocial”, etc. Un concepto filosófico similar es el Gabriel Marcel (personalidad es intersubjetividad). Estas acepciones populares nos llevan: ∗ a una definición biosocial en la que “la personalidad se define por la reacción de los otros” ∗ o a una definición biofísica en la que “la personalidad radica en las características o cualidades del sujeto”.

De este modo en la definición biosocial, la personalidad no pertenece al individuo sino al juicio de los demás. La definición biofísica implica la presencia de un aspecto orgánico de la personalidad relacionado con cualidades específicas que se pueden medir y describir de forma objetiva. (Rodríguez - Marin Reimat). Para algunos psicólogos la personalidad “sería aquello que ordena y da

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coherencia a los diversos tipos de conducta que el ser humano manifiesta”. Hay otros conceptos filosóficos de persona y personalidad, dados por Santo Tomás, Kant,

Scheler, Mounier, Zubiri y otros. Pero es evidente que estos conceptos se acercan más a la esencia misma del hombre y por lo tanto son conceptos ontológicos. Es indudable que la personalidad y la persona son atributos del ser del hombre, pero no son su esencia en sí sino que la personalidad, en última instancia, serían los “modos de ser” en forma concreta en un hombre determinado. Concretamente: personalidad sería la “modalidad” de ser de cada hombre en particular. Nosotros no queremos profundizar los conceptos filosóficos ni psicológicos sino simplemente aclarar con bastante sentido común, una idea acabada de persona y personalidad, para evitar el desfasaje lingüístico del uso polisémico y de los variados conceptos. Es decir, cuánto más se preocupan los pensadores por definir a persona y personalidad, mayor es la cantidad de puntos de vista, los cuales se refieren a realidades o verdades parciales o a una particular visión o adecuación de esos términos. Pero no hay un concepto unívoco y englobador.

Freud fue uno de los primeros investigadores modernos y asoció la formación de la

personalidad a las experiencias infantiles que marcan el ulterior desarrollo de la personalidad. Alfred Adler, discípulo de Freud, manifestaba que la conciencia era el centro de la personalidad. De ese modo, los seres humanos son conscientes de las razones que determinan su conducta, cuyas motivaciones nacen, principalmente, de los condicionamientos sociales. Esto lleva a Adler a insistir sobre la “singularidad de la personalidad individual”. Carl Jung, otro discípulo de Freud, formó una teoría más compleja de la personalidad sobre la base del “inconsciente individual” y el “inconsciente colectivo” que daban modelos de comportamiento sobre la base de experiencias vividas por el individuo (y que pueden ser olvidadas o reprimidas y por eso pasan a ser inconscientes), o bien, los modelos de comportamientos contienen recuerdos del pasado atávico o ancestral del hombre. A los conceptos de inconsciente individual y colectivo, Jung adicionó la introversión y la extroversión como diferentes tipos psicológicos antagónicos que configuran las diversas personalidades. Otra teoría psicológica de la personalidad es la teoría de los rasgos adquiridos: implica la distinción de los rasgos adquiridos, bien hereditariamente, bien a través de la educación y el entorno, por el individuo y que son los que caracterizan la personalidad de ese individuo. Es importante esta teoría de las personalidades individuales, cuya singularidad destacó Adler, porque si bien muchas personas pueden compartir rasgos comunes, las combinaciones de rasgos es infinita y el resultado de esas combinaciones son los llamados perfiles de rasgos, pues dichos perfiles son tan singulares para cada individuo como sus huellas dactilares o su DNA.

Para evitar una controversia que no hace al fin de este trabajo y porque estas definiciones no

dan una idea cabal de personalidad, a los efectos operativos de su análisis para explicar y corregir la despersonalización, nosotros hemos preferido acudir a Allport un sociólogo que define a la personalidad como mecanismos internos que permiten desarrollarnos frente a conflictos externos o internos (“organización dinámica, en el interior del individuo, de los sistemas psicofisiológicos que aseguran su particular ajuste a su ambiente”) Esta definición, en una acepción provisoria, permite hablar de mecanismos internos que estructuran la personalidad. Estos mecanismos estructurados podrían comprender:

• capacidad plena para resolver conflictos interiores y exteriores • tolerancia a la frustración o insatisfacción • confianza en sí mismo y en las fuerzas propias • voluntad puesta al servicio de los fines fijados, con suficiente fuerza para emprender acciones positivas y oponerse a las negativas • independencia de todo nexo interior o exterior (familiar, grupal, social) para tener capacidad de decisión por sí mismo, sin necesidad de ningún apoyo y fuerza para tomar decisiones

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• poseer una gran autoestima en sentido positivo: quererse para no dañarse y buscar perfeccionarse para no degradarse, evitando el egocentrismo y el narcisismo, rechazando toda idea de autodestrucción • sentimiento de actividad para buscar y tener un proyecto existencial o estilo de vida • poseer una axiología o conjunto de valores que le den sentido a la vida propia y una motivación fuerte para vivir bien y con alegría, armonía y satisfacción • tener una brújula interior, un norte, una guía que permita orientarse en el presente y antelar y programar el futuro con seguridad y certidumbre • aspirar siempre al triunfo, pero no ser triunfalista (“creer que todo es triunfo”, optimismo exagerado sin fundamentos); y saber que todo triunfo exige esfuerzo, aspiración, planificación, trabajo duro y tesonero, entrega total y una práctica intensiva • capacidad de asimilación del fracaso, como experiencia para descartar un camino equivocado, pero nunca como impedimento absoluto o incapacidad insalvable • capacidad para superar la tensión y saber relajarse en forma oportuna y cuantas veces sea necesario • capacidad para buscar y explorar nuevos caminos cuando los que se transitan se cierran o fracasan, sabiendo “empezar de nuevo” y tener voluntad para hacerlo. • sentimiento de realidad, de “ubicación en las circunstancias” “de ser centrado en los hechos” • capacidad de responsabilidad para asumir las consecuencias de todos los actos realizados • capacidad de no tener, evitar o superar el mal humor, la sensación de ahogo, prisión, sofocación, encierro afectivo o espiritual y de sentirse siempre libre y no condicionado a algo. • estar concientizado, esto es, tener conciencia de las cosas para discernir sobre lo bueno y lo malo en forma connatural y no prejuiciosa. • capacidad para poder cambiar cuando las circunstancias lo exijan. Habría más mecanismos para agregar, pero estos son los principales y más importantes y los que hacen básicamente a una personalidad correcta. Estos mecanismos son los que ayudan a desarrollar los modos de ser del hombre. En síntesis: nuestro punto de vista personal es que lo más acertado para abarcar universalmente un concepto de personalidad es adaptar el criterio filosófico de Heidegger en el sentido de asimilar a personalidad como el conjunto de modos de ser o modalidad del ser de cada persona y funcionalmente aceptar la definición de Allport. Ambas sumadas, abarcan casi el 90% de todas las ideas sobre personalidad. Las características de la personalidad las aportan los rasgos adquiridos. En síntesis: personalidad es el resultado de: 1. Modalidad personal de ser o esencia de cada ser (“la personalidad consiste en aquello que una persona realmente es”) 2. Mecanismos de adaptación al medio y las circunstancias 3. Conjunto de rasgos individuales adquiridos La despersonalización

Es evidente que estas definiciones no ayudan a comprender qué es la despersonalización, salvo que se quiera simplificar diciendo que es la alteración o la desaparición de la personalidad. Aún así, quedan lagunas muy difíciles de subsanar. Luego, la despersonalización sería la desestructuración de la personalidad por no tener o haber perdido algunos, muchos o todos estos mecanismos de estructuración y no poder resolver o enfrentar los conflictos internos o externos.

Contrariamente personalizar sería educar para adquirir los mecanismos estructurados que nos permiten desarrollarnos como persona y poder resolver o enfrentar todos los conflictos internos o externos que se tengan en todo el curso de la vida, y que nos ayuden a manifestar nuestra auténtica

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forma de ser; que lleven a buscar el diálogo, a alternar con otros estableciendo relaciones personales reales, afectivas e inteligentes.

¿Cómo se llega a la despersonalización? Ya adelantamos que el distrés como fuente de ansiedad

y angustia puede ser una de las causas modernas principales de la despersonalización. Pero hay factores más profundos como la falta de formación humana por ausencia de valores claros para adoptar y la falta de un norte o razón para existir. Cuando se enfrenta la angustia de un vacío existencial, en donde la vida toda pierde sentido para nosotros, el resultado es la despersonalización total y absoluta. Hay factores personales que nos pueden llevar a la despersonalización como pueden ser los congénitos, adquiridos por una herencia genética o por fallas de la gestación o el parto y que pueden provocar deficiencias como el síndrome de Down, déficit mental, dismetabolismos, adenopatías (enfermedades de glándulas) y otras afecciones que alteran las funciones intelectuales, volitivas y afectivas impidiendo en forma absoluta o parcial, estructurar una personalidad cabal. Las psicopatías genéticas o adquiridas por un desarrollo anormal, afecciones neurológicas o mentales conllevan la despersonalización, igual que algunas neurosis y los trastornos o desordenes mentales como los ocasionados por la ansiedad. Hay etapas etarias que biológicamente provocan inestabilidad como la pubertad y la adolescencia, en donde generalmente comienza a estructurarse la personalidad. De no lograr esa estructuración en tiempo y forma o la aparición de conflictos en estas etapas, ocasionan trastornos por despersonalización, facilitando la adquisición de conductas anómalas o desvíos como la drogadicción o la desadaptación social. La desestructuración de la personalidad en la pubertad y la adolescencia, es fisiológica por lo que debe tenderse a una pronta y correcta educación en estas edades para evitar el desvío o la despersonalización definitiva.

Hay conflictos sociales que llevan a la despersonalización tales como:

1. trauma social intenso: sucesos bruscos que provoquen cambios sociales instantáneos llevan a un estado de shock social y grave alteración mental o física o psicofísica, alterando profundamente la personalidad, con pérdida de identidad y otras manifestaciones dañinas. 2. ambiente familiar inestable, conflictivo, con modelos de vida ausentes o gravemente deformados 3. relaciones interpersonales conflictivas 4. convivencia en núcleos sociales marginados 5. convivencia en una sociedad o núcleos disociados, carentes de formación y/o información sociocultural. (es el fenómeno, en general, de las sociedades de los llamados países del tercer mundo que incluye a Latinoamérica) Todos estos factores y otros más pueden conducir a carencias intelectuales, afectivas o volitivas, que impiden estructurar la personalidad o desestructuran las formadas o constituyen personalidades malformadas. Estas situaciones pueden crear la incapacidad para superar dificultades, la frustración o insatisfacción, la poca confianza en sí mismo, el estado de tensión continua, la pasividad, la dependencia, la dificultad de establecer relaciones, no darle sentido a la vida, el egocentrismo, la incapacidad para lograr satisfacciones y mirar el futuro, constituyendo los rasgos de desestructuración de la personalidad.

En general, la convivencia en un medio social conflictivo, favorece la ausencia de formación o la desestructuración de la personalidad. Por eso no es descabellado “hominizar al hombre” buscando desarrollar la esencia de cada uno y de esta forma “repersonalizarlo” permitiéndole actuar con seguridad, voluntad, firmeza, convicción, decisión, eficiencia, autoridad, autenticidad, en equilibrio consigo y con los demás. Muchos investigadores se preguntan: ¿porqué a unos sí y a otros no?, es decir, en un mismo lugar, en una misma situación personal y social, ¿porqué algunos se “quiebran” y otros no?. No es fácil responder a esta cuestión y no hay explicaciones congruentes de por qué en un

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medio social conflictivo algunos no alteran su personalidad. O bien por qué en sociedades no conflictivas algunos se despersonalizan. Es evidente que de algún modo pueden jugar los factores sociales y personales, pero cuando éstos no están presentes, se cae en una cuestión filosófica u ontológica, es decir, referida al ser propio de cada uno. Hoy se trata de explicar este fenómeno con los neologismos vulnerabilidad y resiliencia. Por vulnerabilidad se entiende a la particular predisposición a sufrir algo. Por resiliencia entendemos lo contrario: a aquello que permite resistir el sufrimiento de algo, e, incluso, salir fortalecido de una crisis. Los postuladores de estos vocablos piensan que el secreto de ser vulnerable o resiliente reside en la forma en que hemos sufrido episodios tempranos, es decir, en nuestra niñez y en los factores ambientales que pueden influir sobre la conducta y el modo de percibir la realidad. Pareciera haber individuos a los que se les “pega” el medio ambiente y obran de acuerdo al medio en que viven y otros hacen suponer que nacen con una “incapacidad para una personalización correcta” (aunque parezca paradójico) y a ellos cabría el refrán popular de “al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen”.

Esta reflexión cae en la cuestión metafísica y en el misterio ontológico, con lo cual lo

dejamos de lado por no ser tema de este trabajo. Al educador sólo le compete llegar a conocer cabalmente quienes son posiblemente “educables” y quienes pueden llegar a ser esencialmente “ineducables”. Esto se resuelve en el transcurso de la actividad educadora, pues si ésta es correcta, por sí, demostrará a los “educables” y a los “ineducables”. El “educable”, aún con serias dificultades, logrará total o parcialmente sus objetivos. El “ineducable”, a pesar de que se empleen todos los medios disponibles y tenga circunstancias a su favor, nunca alcanza a llegar a sus metas, ni siquiera a rozarlas. El educador tiene que aprender a conocer todos los factores de la personalización a fin de poder contribuir a “formar la personalidad” en aquellos que tienen problemas. Debe saber enseñar a adquirir los mecanismos de estructuración a fin de superar los conflictos. Probablemente al educador le sea más fácil tratar de corregir una despersonalización acudiendo al médico, cuando ésta se origina en trastornos de ansiedad u otras formas nosológicas ampliamente conocidas en la psicología y la psiquiatría, pero es evidente que la farmacoterapia, la psicoterapia, la logoterapia y otras “terapias” propias de la Medicina, no pueden lograr superar problemas propios del ser, que exigen un tratamiento más filosófico que científico. En esto es donde el educador de hoy debe transitar caminos desconocidos que debe buscar obligatoriamente e investigarlos para traer, mediante la educación auténtica, el alivio al desconsuelo que sufre el actual hombre. El educador contemporáneo, antes que pensar en la personalización de otros, debe comenzar con anterioridad a autopersonalizarse, a educarse a sí mismo y para eso debe ser más pensador que educador, porque para personalizar y educar a otros, debe contar con su propia experiencia, es decir, su propia personalización y educación. “El hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta” Para hominizar y repersonalizar al hombre es necesario llenarlo de contenido y esto nos lleva al problema de la escala de valores, incluido en la educación, tema que después analizaremos. Otra cosa importante en la educación es la planificación de cómo educar y lo más inmediato es saber y comprender que lo primario es conocer lo qué es una planificación (la que puede ser global y personal). Formación de la personalidad Dijimos que para evitar la despersonalización, el método es formar la personalidad y educar al hombre. Formar es “dar forma a algo” y es evidente, que por definición, la forma de la personalidad dependerá básicamente de lo que el individuo es, esto es, la forma de ser. Esa forma de ser es un modo de expresar o presentar lo que el individuo es en un contexto preconstituido como es el mundo en que vive, o sea, el medio que habita. Ese medio que ahora llamamos ambioma, lógicamente esta apriorísticamente constituido por: 1º. La familia 2º. Las instituciones sociales

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3º. La tradición cultural 4º. El lenguaje 5º. Los usos y costumbres 6º. La escala axiológica 7º. La enseñanza y aprendizaje recibida en virtud de todo lo anterior Todas estas cosas son los medios de formación, pero en realidad constituyen una especie de contexto donde está inserto el ser humano como individuo concreto y particular. Si consideramos que la esencia del hombres es una y pero que su expresión es múltiple, debemos forzosamente admitir que esa esencia es el texto en sí, el que se manifiesta con las formas que recibe del contexto. Otra forma de enunciar esto sería que la formación de la personalidad dependerá de la educación que se reciba. Naturalmente, el hombre como ente esencialmente pensador, puede en un momento determinado de su vida reflexionar sobre sus verdaderas necesidades vitales o ansiar una vida auténtica y, si el medio no lo educó en esa dirección, decide voluntariamente realizar un cambio de sus circunstancias. En este caso, la formación de la personalidad es el resultado de una decisión personal voluntaria. Luego, la formación de la personalidad puede ser: 1º. El resultado del medio o ambioma o circunstancias personales de cada individuo, como resultado del modelaje ambiental 2º. El resultado de una educación personal motivada por una vocación individual 3º. El proceso seleccionado por una decisión personal voluntaria sobre la base de una necesidad vital o la búsqueda de una autenticidad Así, la personalidad puede resultar de un “dejarse llevar por las circunstancias ambientales” o bien ser la consecuencia de una educación particular sobre el fundamento de una vocación individual que obliga al cambio de las circunstancias. Pero, quizá, la verdadera formación de la personalidad resulta de un entrenamiento mental o espiritual muy especial que surge del descubrimiento de un sentimiento de autenticidad, de un amor a la verdad (en el sentido de tratar de ser lo que real o esencialmente se es) y que lleva al proceso de desarrollar una forma de ser totalmente acorde con la situación de persona inteligente, sensible y voluntaria. Si la vocación esencial del hombre es el bien, naturalmente su inteligencia tenderá a escapar de todo lo pernicioso que le rodea y a buscar el bien y el amor como medios de encontrar la satisfacción interior, la paz y la armonía consigo y los otros. Este es el camino hacia la formación de una personalidad auténtica con todos los sentimientos y valores positivos y constructivos y el rechazo de sensaciones y valores negativos y destructivos. El hombre educado Para completar en sentido de la educación es insoslayable definir qué se entiende por “hombre educado”. Hemos insistido hasta el hartazgo y reiterado en forma cansadora, que las palabras tienen los significados que se les quieren dar o buscar. Lo más natural es la polisemia debido a los diferentes puntos de vista, lo que hace que cada uno dé a las palabras que emplea, el concepto que le da la convicción desde su punto de vista. Precisamente, adquiere una posición determinada para dar significado a lo que quiere decir. Esta polisemia es la que impide llegar a consensos útiles para explicar un fenómeno, sobre todo cuando no se tiene la capacidad empática del pensamiento englobador que lleva a investigar todos los puntos de vista, antes de quedarse con un significado único. Esta digresión nos sirve para comprender mejor por qué la educación de un hombre o persona puede ser considerada desde varios puntos de vista: 1. como el “hombre culto” 2. o el “hombre urbano o educado”

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3. el “hombre autorrealizado” 4. el “hombre maduro” El “hombre culto” Según la denotación de la Real Academia Española, es persona culta la “dotada de las cualidades que provienen de la cultura o la instrucción”. En este concepto, el vector fundamental es el conocimiento adquirido a través de la instrucción formal (escuela o universidad) o informal (autodidaxia). Hay pueblos cuyos habitantes son cultos porque adquieren conocimientos a través de la tradición cultural rica o extensa. Son pueblos que resuman cultura a través de sus ciudades históricas, usos y costumbres heredades desde épocas antiquísimas y mantenidas por esa tradición particular; la presencia de museos, sitios históricos, monumentos, etc. Se respira un ambiente culto y cultural, rústico o refinado. También existen personas que adquieren valores o virtudes a través de las artes, especialmente la literatura, museos, pintura, teatro. Leer mucho y variado, conocer las obras literarias, musicales o teatrales principales, tanto clásicas como populares y actuales, modela una forma de pensar, de conducirse en la sociedad, un estilo de vida. El “estilo de vida” culto. Estas cosas configuran lo que hemos llamado el hombre culto, que se completa con el refinamiento urbano que luego estudiaremos. El hombre culto se “cultiva”, se forma, se educa, a través de una tradición que le llega por herencia ancestral o por la adquisición de conocimientos especiales (instrucción). Por esa razón es un hombre instruido. Sin embargo, es bueno reconocer que no se debe confundir hombre culto con hombre instruido. Todo hombre culto es un hombre instruido, pero no todo hombre instruido es culto. Un hombre meramente instruido puede ser erudito o sabio. Erudito es el que tiene un conocimiento lato sobre un tema único o dominar en detalle varios tópicos, materias o conocimientos. El erudito auténtico puede constituir un hombre culto o puede ser sólo erudito y actuar inauténticamente convirtiéndose en un “pedante” cuando intenta demostrar o querer ser superior a otros o les falta el respeto al considerarlos con desprecio, como ignorantes o inferiores, por no compartir sus conocimientos u opiniones. Contrariamente, el sabio es el que logra organizar sus conocimientos, que sin ser totales y profundos sobre una cuestión determinada, sirven para ser utilizados provechosamente. El sabio, en el manejo del conocimiento, opta por una conducta prudente y expectante hacia el otro, respetando a todos y a cada uno en particular, sus modos de ser. Generalmente, los hombres sabios auténticos se comportan como hombres cultos. Instruirse es parte del proceso de educación, pero no significa educación total. De ahí, que el hombre culto es una especie de hombre educado, pero puede serlo parcial y no cabalmente, como luego veremos al tratar la autorrealización y la madurez. El hombre urbano Siguiendo las denotaciones académicas, el “hombre educado” es el “que tiene buena educación o urbanidad”. Urbanidad significa “cortesanía, comedimiento, atención y buen modo”. El comedimiento involucra la cortesía y la cortesanía, que además de la atención, conlleva el agrado. Acá, el vector principal de la urbanidad es la cortesía que consiste en “demostración o actos con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene una persona de otra”. En síntesis: el hombre urbano o cortés, es el que desarrolla una conducta que tiene en la mira al “otro”, al prójimo, a los demás, en general. Esto le lleva a ser un “hombre atento”. Pero el objeto de su relación interpersonal es el “buen modo” de comportarse y, por lo tanto, todos sus actos o demostraciones hacia los demás serán agradables, amables y afectuosa, rodeadas de un respeto total. Considera al prójimo como una persona que debe ser objeto de un trato correcto, que impulse una relación armoniosa y positiva, evitando la agresión en todas sus formas (a través de gestos, golpes, miradas o palabras hirientes), el mal trato y toda demostración de falta de respeto.

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Acá, los buenos usos modales con la forma de usos y costumbres corteses, funcionan como una especie de agasajo del otro, el que se transforma en un ser importante para el hombre urbano. La persona que depura todos los actos de su conducta individual, en sus relaciones interpersonales, le ayuda a mantener un buen trato, agradable, afectuosos, cortés. Esto lo transforma en un “hombre refinado”. Lo refinado le lleva a un “buen hablar”, un “buen vestir” y a elegir todo aquello que significa una cierta pompa como muestra de buen gusto y del arte de saber agradar y hacer que él se sienta importante pero con la condición de que también haga sentir importante a los otros con los que se relaciona. El hombre refinado, siempre, conoce y aplica las reglas protocolares de “una buena mesa”, una “excelente recepción”, etc. Pero, por sobre todo, lo que hace y piensa lo ejecuta con toda convicción y sinceridad, lo que le hace auténtico. Cuando un hombre adopta una mera formalidad simulando cortesía para lo cual adquiere formas refinadas, lo hace por esnobismo o “figuración social” y es un inauténtico. Se acerca más a la hipocresía y la conveniencia personal que al verdadero agasajo y respeto del otro. El otro sólo es un objeto que “le sirva para...” fines egoístas. Luego, es necesario para ser urbano cabalmente, ser instruido en los usos, costumbres y modales ajustados a reglas de urbanidad y cortesía y del refinamiento social. Si toda esta actitud de aprendizaje y demostración es auténtica, en esto consiste la verdadera educación para “ser urbano, cortés y refinado”. Del mismo modo que el hombre culto, el urbano o cortés es también un hombre educado pero puede no llegar al grado completo de educación por falta de autorrealización y/o madurez.

El hombre autorrealizado

Se considera a la autorrealización como el proceso mediante el cual un hombre desarrolla sus potencialidades, esto es, sus posibilidades intelectuales, afectivas y volitivas. El hombre autorrealizado (self-sufficient) es el logra tener un proyecto existencial o proyecto de vida auténtica. Consigue cumplir sus metas y realizar sus posibilidades como persona, porque se ha desarrollado a sí mismo, lo que él es (autosuficiencia). Esta autorrealización puede ser a través de un proceso educativo formal y disciplinado en forma académica o puede ser por autodidaxia (self-man).

Es autorrealizado el que logra manifestar su propio ser o personalidad, en forma más o menos

completa y auténtica y alcanza un grado alto de satisfacción consigo y su vida y se vuelca hacia los demás, siempre, positivamente. No sólo cumple objetivos sociales sino que principalmente logra expresar una formación espiritual completa, a través del manejo suficiente de su intelecto, afecto, emoción, instintos y voluntad. Constituye el hombre equilibrado, armonioso, aplomado, centrado, que domina la realidad y sus circunstancias personales o entorno. Sabe conducir su vida y tiene claramente fijado “lo que debe hacer”. Combina “lo que es” con lo que “debe ser” y lo que “quiere ser”. Supera todo conflicto interior y exterior. No es un superhombre sino un hombre común que transita su existencia sin mayores altibajos porque afronta y maneja las situaciones vitales con pericia y éxito relativo. De hecho, un autorrealizado suele ser un hombre culto y urbano, aunque no necesariamente sea totalmente instruido. Es el que está más cerca del concepto etimológico de hombre educado, porque educación en su raíz etimológica significa “desarrollo del propio ser” y es autorrealizado el que lo consigue en gran medida. El hombre maduro

Es habitual escuchar hablar de las personas maduras o inmaduras. ¿Qué se quiere decir con estas palabras? No hay un consenso homogéneo sobre definiciones precisas y taxativas, pero en general puede decirse que los términos se aplican, en el caso de maduro, a personas que actúan con algún grado de sensatez, mientras que inmaduras son aquellas que no manifiestan conductas totalmente sensatas. También podría decirse que maduras son las personas más o menos serias, responsables, e inmaduras aquellas que realizan conductas irracionales o irresponsables.

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Si pretendemos hacer una lista completa de los criterios de madurez e inmadurez, seguramente

podríamos llenar algunas páginas más. Así podemos incluir los que llegan a la vejez con dignidad y porte propio de la edad que se ostenta y aquellos que tratan de aparentar ser jóvenes usando pelucas, ropas juveniles, adoptando actitudes juveniles, etc. De este modo, el ridículo es otra de las notas de la inmadurez. Simplificando enormemente la cuestión, diríamos que hay: 3. rasgos de personalidad positivos 4. rasgos de personalidad negativos

Los rasgos positivos de la personalidad son los que, lógicamente, contribuyen a la personalidad auténtica, es decir, la adecuada al ser humano en su carácter de ente inteligente. Son los rasgos que contribuyen a desarrollar debidamente el ser personal de cada individuo para lograr una vida plena y llena más de satisfacciones que de frustraciones. Son los rasgos que ayudan a adquirir la sabiduría, el equilibrio y la armonía de un buen vivir y convivir socialmente. Serían los rasgos propios de una persona madura. Contrariamente, los rasgos negativos de la personalidad son los que llevan a la personalidad inauténtica y a la vida indigna de un ser inteligente. Son los que nos conducen un mayor tiempo a la insatisfacción vital, a la inadaptación social o a la indiferencia por los valores y las virtudes que hacen valiosa la vida humana. Por esta razón, son los rasgos comunes en los inmaduros. Antes de seguir, debemos tener una idea de la connotación del término madurez. Según la Real Academia Española, la madurez, en lo relativo a las personas, es el “buen juicio o prudencia, sensatez”, “edad de la persona que ha alcanzado su plenitud vital y aún no ha llegado a la vejez”. Según estos conceptos, habría dos vertientes que considerar en lo relativo a la madurez de la personalidad humana:

⇒ la relativa a la conducta en sí ⇒ la correspondiente a su desarrollo biológico

La madurez referente a la conducta es una cuestión que está, de alguna manera, relacionada con el desarrollo biológico. Pero el desarrollo biológico es el puntapié inicial de lo que llamamos madurez personal. Es indudable que un niño recién nacido no tendrá una madurez biológica (corporal, del sistema nervioso y de su mente) suficiente para autoabastecerse. Esto lo va adquiriendo a medida que crece en la edad y en la niñez, pubertad y juventud completará el desarrollo biológico. También, en ese desarrollo evolutivo biológico, habrá un acompañamiento de un desarrollo evolutivo espiritual. Cuando alcance ambos desarrollos, biológico y espiritual, (evolución biológica y espiritual completa) llegará a lo que el diccionario llama plenitud vital, esto es, tendrá la máxima capacidad para desarrollar su vida personal en forma auténtico (vivir como ser inteligente o racional, afectivo y volitivo). La plenitud es el más elevado nivel de desarrollo en sus potencialidades y capacidades como ser humano, esto es, su autorrealización.

Psicológicamente, el sujeto maduro se vuelve más consciente de sí mismo, reconoce sus

capacidades y sus limitaciones y afina la elección y ejecución de sus intereses. Esto contribuye a que la persona sea independiente y se sienta con todas las posibilidades de formar y hacer cargo con responsabilidad plena, de todo el transcurso de su vida. La inmadurez es cuando no alcanza ninguno de los dos desarrollos en forma completa (evolución biológica y espiritual incompleta o parcial). Por lo tanto, es una especie de incapaz de desarrollar una vida auténtica, pues carecerá de responsabilidad e independencia, no sabrá reconocer sus limitaciones ni sus capacidades y no adquirirá el sentido de cómo mejorarlas o adquirirlas.

Un rasgo importante de la madurez espiritual, junto a otros, es adquirir estabilidad emocional

que le permita desarrollar una vida afectiva relacional competente que satisfaga todas sus necesidades

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afectivas y que le haga sentirse más seguro de sí mismo. Otro rasgo es la responsabilidad social donde su propia seguridad emocional personal le permita un compromiso profundo con el grupo social o comunidad a la cual pertenece y convive. En este sentido, lo principal es el respeto a sí mismo y a los demás, la confianza que se tenga a sí mismo que inspire en los demás hacia él y el respeto de la libertad y derechos ajenos. Si bien, la edad y el proceso de maduración están estrechamente relacionados, debemos advertir que no son equivalentes. No todo individuo que alcance una determinada edad tendrá automática el grado de maduración necesario o correspondiente a ese grupo etario. Esto ocurre porque la maduración biológica depende del tiempo que transcurre, pero la psicológica dependerá del estilo o forma de vida que le toque vivir. Las personas maduran según la experiencia que adquieren, del aprendizaje a tomar decisiones y del aprendizaje de evaluar errores y aciertos para aprender de ellos y seleccionar más los aciertos y desechar errores. Estos son los pasos necesarios para madurar completamente en sentido personal, emocional, físico, político, social, etc.

Por consiguiente, la madurez consiste en tres cosas esenciales: compromiso, estabilidad y

responsabilidad, lo que es fundamental para la convivencia en sociedad y esos tres principios deben tener una base sólida que es un conocimiento completo de sí mismo basado en una reflexión profunda sobre sí. La inmadurez es obviar todo esto o algunas de estas cuestiones (inmadurez total o parcial). Tanto la madurez como la inmadurez parcial implica tener un grado de madurez y otro de inmadurez simultáneamente, a tal punto que sólo podrá hablarse de madurez parcial si el grado de inmadurez es poco y viceversa: habrá grado de inmadurez parcial cuando el grado de madurez es menor. Del desarrollo o evolución biológica, la Psicología Evolutiva se ha ocupado de estudiar las diferentes etapas etarias y las condiciones para que una persona adquiera la evolución pertinente o suficiente, esto es, la madurez correcta. Mira y López entiende que la Psicología Evolutiva es un método preferencialmente prospectivo que no debe de perder de vista la unidad de sentido “que impera a lo largo de la vida psíquica individual, a través de sus múltiples variaciones expresivas, y que asimismo aspire a poder sacar de su comprensión, un provecho que lo capacite para el pronóstico de la dirección de su desarrollo. Comprender cómo es el sujeto individual y anticipar hacia dónde va el curso de su vida psíquica son las dos grandes tareas de la Psicología Evolutiva... Aspira a comprender el desarrollo de las actividades psíquicas del ser humano desde el momento en que es concebido en el vientre materno, hasta el instante en que, traspasada su adolescencia, empieza a considerar los caracteres definitivos de su personalidad”.

Estos caracteres definitivos de personalidad son los que marcarán la madurez o inmadurez.

Luego, hombre maduro es que alcanza lo que hemos conceptuado como madurez y tendría todas las cualidades necesarias para ser el verdadero hombre educado.

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142. Levy, Norberto - LA SABIDURÍA DE LAS EMOCIONES, Bs. As. 2000 143. Muñoz Martín F. y Feduchi Canosa I. LA ANGUSTIA INFANTIL BBPG (16) Edit. Quórum, España, 1986 144. Pulpeiro, A. - STRESS Y PSIQUISMO EN LA ÚLCERA PÉPTICA CRÓNICA, Acta Gastroenter. Latinoamer. (18): 161-171, 1988 145. Alberto J. Solari - GENÉTICA HUMANA 146. Araceli Galindo Laguna -LA CULPA. MANIPULACIÓN Y REPRESIÓN DEL SENTIMIENTO, Editorial Quórum, Madrid, 1987 147. Ortega y Gasset - MIRABEAU, O EL POLÍTICO, 1923 148. Darwin – LA EXPRESIÓN DE LAS EMOCIONES EN EL HOMBRE Y LOS ANIMALES, 1872 149. Boskis, B – STRESS, REACTIVIDAD Y APARATO CARDIOVASCULAR, Publicaciones Gador, Bs. As., 1990 150. R. J. Davidson, K. M. Putnam y C.I. – DYSFUNCTION IN THE NEURAL CIRCUITRY OF EMOTION- A POSSIBLE PRELUDE TO VIOLENCE, Science 290: 591-94, 2000 151. Dollard - FRUSTRACIÓN Y AGRESIÓN, Universidad de Yale, EE.UU. 152. Montejo Carrasco - TRATADO SOBRE LA AGRESIVIDAD: 85-91, l987 153. Gracilazo y Ardariz – EL STRESS, ENEMIGO SOLAPADO (PSICOSOMATISMO Y STRESS), Rev. Resp. Científ., Bs. As. 1980 154. Krestchmer - HISTERIA, REFLEJO O INSTINTO 155. kinsey, alfredo – INFORMES KINSEY, 1953 156. Masters & Johnson – EL VÍNCULO DEL PLACER, 1975 157. Simón de Beauvoir - LA VEJEZ ROSA 158. Freud, S. – OBRAS COMPLETAS. Vol. 2 “Una teoría sexual y otros ensayos”; Vol. 13 “Psicología de la vida erótica” 159. Fisher, Helen – ANATOMÍA DEL AMOR, publicado en EE.UU. 160. Howe Colt, George – VIRTUDES DEL TACTO, publicado por Life, N. York, EE.UU. agosto de 1997 161. David M. Halperin - CÓMO SER HOMOSEXUAL. Universidad de Michigan, EE.UU. 162. Frederik Koning – LOS ERRORES SEXUALES, Editorial Bruguera, Barcelona, 1975 163. Rostand, Jean y colaboradores – COSTUMBRES AMOROSAS DE LOS ANIMALES, Editorial Sudamericana, Bs. As., 1973 164. David a. Fryxell – TERMINAR O NO TERMINAR… “Kiwanis”, noviembre-diciembre 1985, Indianápolis, Indiana, EE.UU. 165. William Knaus - “Do It Now” (HÁGALO AHORA) 166. Ortega y Gasset - LA REBELIÓN DE LAS MASAS 167. Herbert Benson - LA RESPUESTA DE LA RELAJACIÓN (The Relaxation Response), EE.UU., 1975 168. Csikszentmihalyi, Mihaly – FLUIDEZ: LA PSICOLOGÍA DE LA EXPERIENCIA ÓPTIMA (Flow: The Psychology of Optimal Experience) 169. Yogi Ramacharaka – CIENCIA HINDÚ YOGI DE LA RESPIRACIÓN, Editorial Kier, Bs. As. 1988 170. Krucoff, Carol-Krucoff, Mitchell – HEALING MOVES: HOW TO CURE, RELIEVE AND PREVENT COMMON AILMENTS WIT EXERCISE, Harmony Books, EE.UU. 2000 171. Ian Mitroff – CÓMO PENSAR CON CLARIDAD, Editorial Norma, Bogotá, 1999 172. Jari Sarasvuo, “Cómo tomar una decisión... y cumplirla” 173. Edoardo Weiss – LOS FUNDAMENTOS DE LA PSICODINÁMICA, Editorial Psique, Bs. As., 1957 174. Robert K. Merton – TEORÍA DE LA ANOMIA, Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1968 175. Erik Erikson – IDENTIDAD Y ADOLESCENCIA, Edit. Siglo XXI, Méjico, 1974 176. Erikson E. y cols. – VITAL INVOLVEMENT IN OLD AGE, Edit. W.W. Norton & Co., Nueva York, EE.UU., 1989 177. Albert Bandura – SOCIAL FOUNDATIONS OF THOUGHT AND ACTIÓN, Englewood clifss; Prentice-Hall, EE.UU., 1986 178. Linda Davidoff – INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA, Editorial McGraw Hill, Méjico, 1984 179. A. M. de Waelhens – LA PHILOSOPHIE DE MARTÍN HEIDEGGER : 81-91, Lovaína. 180. M. Merleau-Ponty – LA STRUCTURE DU COMPORTEMENT : 260, P.U.F., París 1949 181. M. Pradines – TRAITÉ DE PSYCHOLOGIE GÉNÉRALE : 19, P.U.F, París. 182. Richard Walker - REVIEW OF GENERAL PSYCHOLOGY 183. Alejandro Rozitchner - TEORÍA SOBRE EL ENTUSIASMO 184. Silvia Sassaroli – LA INHIBICIÓN, Actualidad Psicológica, N° 341, mayo 2006

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185. George Leonard – LA ENERGÍA OCULTA, ESQUIRE, N.Y., EE. UU., mayo de 1988 186. Libby Lucas- LA ERA DE LOS PRETEXTOS, Life Fashion, Toronto, Canadá, 1998

ÍNDICE TOMO III

VI – VIDA VOLITIVA Mente y voluntad ¿Qué es la voluntad?. Concepto, 1 El proceso volitivo, 2 Dominio de la voluntad, 7 Voluntad y libertad, 8 Voluntad y motivación, 12 Voluntad y deseo, 19 La motivación como “usina de entusiasmo”, 20 Voluntad y abulia, 28 El proceso que acompaña a la motivación auténtica, 30 La conciencia volitiva: ¿Qué es la conciencia volitiva?, 32 Decisión e indecisión, 32 Los riesgos de la conciencia volitiva, 34 Las posibilidades de la conciencia volitiva, 36 Conciencia volitiva y mística, 37 Conciencia volitiva, querer, emoción y afecto. Teoría erótica de la voluntad de Pittaluga, 37 Conciencia volitiva, temperamento y carácter, 39 La inteligencia volitiva ¿Qué entendemos por inteligencia volitiva?, 40 Los extremos de la voluntad, 42 Psicología de la morosidad, 43 Enseñar a los hijos a decidir, 46 Dinamizar voluntariamente el espíritu, 47

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Voluntad y psicosinergia, 49 La transformación de la conciencia en la psicosinergia, 51 Psicosinergia y espacio vital, 53 Psicosinergia y salud. El bienestar espiritual, 54 Voluntad como función reguladora, 55 Factores de una decisión correcta, 57 Voluntad práctica El “emprendedor social”: fórmula del éxito social, 59 Leyes del éxito, 61 Emprendedor y desinterés, 64 Sentido común para triunfar, 66 Formación de niños emprendedores 68 Programa empretec de la ONU: decálogo del buen emprendedor, 69 VII – EDUCACIÓN DE LA MENTE La cuestión de la educación mental del hombre, 71 El hallazgo de una forma práctica para resolver el círculo vicioso, 77 El entrenamiento de la mente, 79 La mente sutil, 79 Los conceptos de mente educada y mente ineducada (mente superior y mente inferior), 83 La meditación o concentración en pensar ¿Qué es meditar?, 91 La concentración eficaz, 92 Ventajas fisiológicas de la meditación, 93 La meditación y su relación con el misticismo, inspiración y la oración, 93 La relajación, 94 Técnicas de respiración profunda, 96 Algunos tipos de meditación en la concepción budista, 98 Las personas “extraordinarias” (desarrollo espiritual Concepto de persona “extraordinaria”, 100 Liberación de emociones destructivas, 104 Contrarrestar las aflicciones, 107 Cómo lograr el equilibrio emocional, 111 La formación de la identidad ¿Qué es la identidad?, 116 Identidad y adolescencia, 119 Teoría Marcia: formación de la identidad en los adolescentes, 119 Tipos de adaptación individual, 121 Conformidad, 121 Innovación, 122 Ritualismo, 123 Retraimiento, 123 Rebelión, 124 Usos y criterios de la identidad y las crisis actuales, 126 Madurez espiritual Las personas maduras, 128 Autorrealización, 130 Autorregulación, 132 Autoestima, 134 Diferencia entre autoestima y egoísmo, 136 Autoconcepto, 137

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Madurez psicoafectiva, 138 Resiliencia Vulnerabilidad y resiliencia como concepto de inmadurez y madurez Concepto de vulnerabilidad, 141 Autoestima y vulnerabilidad emocional, 143 Concepto de resiliencia y referente de madurez, 144 Factores promotores de resiliencia, 147 Fisiopatología de la vulnerabilidad y la resiliencia, 148 Beneficios de la resiliencia, 149 La “valorización” espiritual Establecer valores, 155 Escala de valores, 157 Las “fortalezas” de Seligman, 158 Desarrollo de la capacidad de cambio Concepto y formas del cambio, 160 Resistencia al cambio, 163 Tipos de cambio, 167 El cambio simple o natural (espontáneo), 167 El cambio que depende de nuestras decisiones, 168 El cambio que introduce la sociedad, 168 Aplicación de la genialidad ¿Qué son los genios?, 170 La genialidad ¿es congénita o fruto de un desarrollo?, 171 Algunos rasgos de personalidad de los genios, 172 Genialidad, hábitos y educación. Desarrollo de buenos hábitos, 174 El déficit de la educación, 175 Genialidad y celebridad, 177 La manifestación de la inteligencia, 177 Reunión de genio, talento e ingenio, 178 ¿Qué es el talento?, 179 El “estado de talentoso”, 180 El talento como facultad espiritual, 181 La energía oculta El potencial latente, 185 Las reglas de Leonard, 185 La posesión de una energía interna, 189 El equilibrio anímico, 190 El arte de conocer a los demás, 191 Vivir de pretextos, 194 VIII – MENTE Y SALUD Psicoinmunoneuroendocrinología, 197 Mecanismos de neuroinmunomodulación del sistema inmunitario, 198 Mecanismos de neuroinmunomodulación por estrés, 201 Interacción entre sistema inmunitario y SNC, 204 Conclusiones, 206 La vivencia distresante, 208 Nexo cerebro-órganos

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Nexo cerebro-órganos (eje nervioso cortico-visceral), 217 Nexo cerebro-gastrointestino, 217 Nexo cerebro-aparato cardiovascular, 218 Nexo cerebro y síntomas corporales generales, 219 Cerebro, estrés y enfermedades psicosomáticas, 220 Epílogo, 222 Formación de la personalidad. Persona y personalidad La dificultad de definir a la personalidad, 253 La despersonalización, 257 Formación de la personalidad, 259 El hombre educado, 260 El hombre culto, 260 El hombre urbano, 261 El hombre autorrealizado, 262 El hombre maduro, 262 Bibliografía, 265 Índice, 270