Practico Memoria Completa Para 23-10

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18/10/13 Un viaje a Argentina | Edición impresa | EL PAÍS elpais.com/diario/2010/12/07/opinion/1291676411_850215.html 1/3 TZVETAN TODOROV 7 DIC 2010 Los Montoneros y otros grupos asesinaban, secuestraban, atracaban y volaban edificios El genocidio camboyano mató al 25% de la población. La represión argentina, el 0,01% TRIBUNA:LA CUARTA PÁGINA Un viaje a Argentina Una sociedad necesita conocer la Historia, no solo tener memoria. En el caso argentino, un terrorismo revolucionario precedió al terrorismo de Estado de los militares, y no se puede comprender el uno sin el otro Archivado en: Opinión En noviembre de 2010, fui por primera vez a Buenos Aires, donde permanecí una semana. Mis impresiones del país son forzosamente superficiales. Aun así, voy a arriesgarme a transcribirlas aquí, pues sé que, a veces, al contemplar un paisaje desde lejos, divisamos cosas que a los habitantes del lugar se les escapan: es el privilegio efímero del visitante extranjero. He escrito en varias ocasiones sobre las cuestiones que suscita la memoria de acontecimientos públicos traumatizantes: II Guerra Mundial, regímenes totalitarios, campos de concentración... Esta es sin duda la razón por la que me invitaron a visitar varios lugares vinculados a la historia reciente de Argentina. Así pues, estuve en la ESMA (Escuela Mecánica de la Armada), un cuartel que, durante los años de la última dictadura militar (1976-1983), fue transformado en centro de detención y tortura. Alrededor de 5.000 personas pasaron por este lugar, el más importante en su género, pero no el único: el número total de víctimas no se conoce con precisión, pero se estima en unas 30.000. También fui al Parque de la Memoria, a orillas del Río de la Plata, donde se ha erigido una larga estela destinada a portar los nombres de todas las víctimas de la represión (unas 10.000, por ahora). La estela representa una enorme herida que nunca se cierra. El término "terrorismo de Estado", empleado para designar el proceso que conmemoran estos lugares, es muy apropiado. Las personas detenidas eran maltratadas en ausencia de todo marco legal. Primero, las sometían a unas torturas destinadas a arrancarles informaciones que permitieran otros arrestos. A los detenidos, les colocaban un capuchón en la cabeza para impedirles ver y oír; o, por el contrario, los mantenían en una sala con una luz cegadora y una música ensordecedora. Luego, eran ejecutados sin juicio: a menudo narcotizados y arrojados al río desde un helicóptero; así es como se convertían en "desaparecidos". Un crimen específico de la dictadura argentina fue el robo de niños: las mujeres embarazadas detenidas eran custodiadas hasta que nacían sus hijos; luego, sufrían la misma suerte que el resto de los presos. En cuanto a los niños, eran entregados en adopción a las familias de los militares o a las de sus amigos. El drama de estos niños, hoy adultos, cuyos padres adoptivos son indirectamente responsables de la MARTES, 7 de diciembre de 2010 ARCHIVO EDICIÓN IMPRESA

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Genocidio

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    TZVETAN TODOROV 7 DIC 2010

    Los Montoneros y otros

    grupos asesinaban,

    secuestraban, atracaban y

    volaban edificios

    El genocidio camboyano

    mat al 25% de la poblacin.

    La represin argentina, el

    0,01%

    TRIBUNA:LA CUARTA PGINA

    Un viaje a ArgentinaUna sociedad necesita conocer la Historia, no solo tener memoria. En el caso argentino, un

    terrorismo revolucionario precedi al terrorismo de Estado de los militares, y no se puede

    comprender el uno sin el otro

    Archivado en: Opinin

    En noviembre de 2010, fui por primera vez a Buenos Aires, donde permanec una semana. Mis

    impresiones del pas son forzosamente superficiales. Aun as, voy a arriesgarme a

    transcribirlas aqu, pues s que, a veces, al contemplar un paisaje desde lejos, divisamos

    cosas que a los habitantes del lugar se les escapan: es el privilegio efmero del visitante

    extranjero.

    He escrito en varias ocasiones sobre las cuestiones que suscita la memoria de

    acontecimientos pblicos traumatizantes: II Guerra Mundial, regmenes totalitarios, campos de

    concentracin... Esta es sin duda la razn por la que me invitaron a visitar varios lugares

    vinculados a la historia reciente de Argentina. As pues, estuve en la ESMA (Escuela Mecnica

    de la Armada), un cuartel que, durante los aos de la ltima dictadura militar (1976-1983), fue

    transformado en centro de detencin y tortura. Alrededor de 5.000 personas pasaron por este

    lugar, el ms importante en su gnero, pero no el nico: el nmero total de vctimas no se

    conoce con precisin, pero se estima en unas 30.000. Tambin fui al Parque de la Memoria, a

    orillas del Ro de la Plata, donde se ha erigido una larga estela destinada a portar los nombres

    de todas las vctimas de la represin (unas 10.000, por ahora). La estela representa una

    enorme herida que nunca se cierra.

    El trmino "terrorismo de Estado", empleado para designar el

    proceso que conmemoran estos lugares, es muy apropiado. Las

    personas detenidas eran maltratadas en ausencia de todo marco

    legal. Primero, las sometan a unas torturas destinadas a arrancarles

    informaciones que permitieran otros arrestos. A los detenidos, les

    colocaban un capuchn en la cabeza para impedirles ver y or; o, por

    el contrario, los mantenan en una sala con una luz cegadora y una

    msica ensordecedora. Luego, eran ejecutados sin juicio: a menudo

    narcotizados y arrojados al ro desde un helicptero; as es como se

    convertan en "desaparecidos". Un crimen especfico de la dictadura

    argentina fue el robo de nios: las mujeres embarazadas detenidas

    eran custodiadas hasta que nacan sus hijos; luego, sufran la misma

    suerte que el resto de los presos. En cuanto a los nios, eran

    entregados en adopcin a las familias de los militares o a las de sus amigos. El drama de

    estos nios, hoy adultos, cuyos padres adoptivos son indirectamente responsables de la

    MARTES, 7 de diciembre de 2010

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    muerte de sus padres biolgicos, es particularmente conmovedor.

    En el Catlogo institucional del parque de la Memoria, publicado hace algunos meses, se

    puede leer: "Indudablemente, hoy la Argentina es un pas ejemplar en relacin con la

    bsqueda de la Memoria, Verdad y Justicia". Pese a la emocin experimentada ante las huellas

    de la violencia pasada, no consigo suscribir esta afirmacin.

    En ninguno de los dos lugares que visit vi el menor signo que remitiese al contexto en el cual,

    en 1976, se instaur la dictadura, ni a lo que la precedi y la sigui. Ahora bien, como todos

    sabemos, el periodo 1973-1976 fue el de las tensiones extremas que condujeron al pas al

    borde de la guerra civil. Los Montoneros y otros grupos de extrema izquierda organizaban

    asesinatos de personalidades polticas y militares, que a veces incluan a toda su familia,

    tomaban rehenes con el fin de obtener un rescate, volaban edificios pblicos y atracaban

    bancos. Tras la instauracin de la dictadura, obedeciendo a sus dirigentes, a menudo

    refugiados en el extranjero, esos mismos grupsculos pasaron a la clandestinidad y

    continuaron la lucha armada. Tampoco se puede silenciar la ideologa que inspiraba a esta

    guerrilla de extrema izquierda y al rgimen que tanto anhelaba.

    Como fue vencida y eliminada, no se pueden calibrar las consecuencias que hubiera tenido su

    victoria. Pero, a ttulo de comparacin, podemos recordar que, ms o menos en el mismo

    momento (entre 1975 y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en

    Camboya. El genocidio que desencaden caus la muerte de alrededor de un milln y medio

    de personas, el 25% de la poblacin del pas. Las vctimas de la represin del terrorismo de

    Estado en Argentina, demasiado numerosas, representan el 0,01% de la poblacin.

    Claro est que no se puede asimilar a las vctimas reales con las vctimas potenciales.

    Tampoco estoy sugiriendo que la violencia de la guerrilla sea equiparable a la de la dictadura.

    No solo las cifras son, una vez ms, desproporcionadas, sino que adems los crmenes de la

    dictadura son particularmente graves por el hecho de ser promovidos por el aparato del

    Estado, garante terico de la legalidad. No solo destruyen las vidas de los individuos, sino las

    mismas bases de la vida comn. Sin embargo, no deja de ser cierto que un terrorismo

    revolucionario precedi y convivi al principio con el terrorismo de Estado, y que no se puede

    comprender el uno sin el otro.

    En su introduccin, el Catlogo del parque de la Memoria define as la ambicin de este lugar:

    "Solo de esta manera se puede realmente entender la tragedia de hombres y mujeres y el

    papel que cada uno tuvo en la historia". Pero no se puede comprender el destino de esas

    personas sin saber por qu ideal combatan ni de qu medios se servan. El visitante ignora

    todo lo relativo a su vida anterior a la detencin: han sido reducidas al papel de vctimas

    meramente pasivas que nunca tuvieron voluntad propia ni llevaron a cabo ningn acto. Se nos

    ofrece la oportunidad de compararlas, no de comprenderlas. Sin embargo, su tragedia va ms

    all de la derrota y la muerte: luchaban en nombre de una ideologa que, si hubiera salido

    victoriosa, probablemente habra provocado tantas vctimas, si no ms, como sus enemigos.

    En todo caso, en su mayora, eran combatientes que saban que asuman ciertos riesgos.

    La manera de presentar el pasado en estos lugares seguramente ilustra la memoria de uno de

    los actores del drama, el grupo de los reprimidos; pero no se puede decir que defienda

    eficazmente la Verdad, ya que omite parcelas enteras de la Historia. En cuanto a la Justicia, si

    entendemos por tal un juicio que no se limita a los tribunales, sino que atae a nuestras vidas,

    sigue siendo imperfecta: el juicio equitativo es aquel que tiene en cuenta el contexto en el que

    se produce un acontecimiento, sus antecedentes y sus consecuencias. En este caso, la

    represin ejercida por la dictadura se nos presenta aislada del resto.

    La cuestin que me preocupa no tiene que ver con la evaluacin de las dos ideologas que se

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    enfrentaron y siguen teniendo sus partidarios; es la de la comprensin histrica. Pues una

    sociedad necesita conocer la Historia, no solamente tener memoria. La memoria colectiva es

    subjetiva: refleja las vivencias de uno de los grupos constitutivos de la sociedad; por eso

    puede ser utilizada por ese grupo como un medio para adquirir o reforzar una posicin poltica.

    Por su parte, la Historia no se hace con un objetivo poltico (o si no, es una mala Historia), sino

    con la verdad y la justicia como nicos imperativos. Aspira a la objetividad y establece los

    hechos con precisin; para los juicios que formula, se basa en la intersubjetividad, en otras

    palabras, intenta tener en cuenta la pluralidad de puntos de vista que se expresan en el seno

    de una sociedad.

    La Historia nos ayuda a salir de la ilusin maniquea en la que a menudo nos encierra la

    memoria: la divisin de la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos,

    vctimas y verdugos, inocentes y culpables. Si no conseguimos acceder a la Historia, cmo

    podra verse coronado por el xito el llamamiento al "Nunca ms!"? Cuando uno atribuye

    todos los errores a los otros y se cree irreprochable, est preparando el retorno de la violencia,

    revestida de un vocabulario nuevo, adaptada a unas circunstancias inditas. Comprender al

    enemigo quiere decir tambin descubrir en qu nos parecemos a l. No hay que olvidar que la

    inmensa mayora de los crmenes colectivos fueron cometidos en nombre del bien, la justicia y

    la felicidad para todos. Las causas nobles no disculpan los actos innobles.

    En Argentina, varios libros debaten sobre estas cuestiones; varios encuentros han tenido lugar

    tambin entre hijos o padres de las vctimas de uno u otro terrorismo. Su impacto global sobre

    la sociedad es a menudo limitado, pues, por el momento, el debate est sometido a las

    estrategias de los partidos. Sera ms conveniente que quedara en manos de la sociedad civil

    y que aquellos cuya palabra tiene algn prestigio, hombres y mujeres de la poltica, antiguos

    militantes de una u otra causa, sabios y escritores reconocidos, contribuyan al advenimiento de

    una visin ms exacta y ms compleja del pasado comn.

    Tzvetan Todorov es semilogo, filsofo e historiador de origen blgaro y nacionalidad francesa. Traduccin de Jos Luis Snchez-Silva.

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  • 18/10/13 El deber de memoria | Edicin impresa | EL PAS

    elpais.com/diario/2011/01/27/opinion/1296082805_850215.html 1/2

    REYES MATE 27 ENE 2011

    El desaparecido planea

    sobre la sociedad como un

    fantasma que exige justicia

    TRIBUNA:

    El deber de memoria

    Archivado en: Opinin

    "Es hora de contar los pormenores de esta conmocin nacional antes de que lleguen los

    historiadores". (Los funerales de la Mam Grande, Gabriel Garca Mrquez)

    El deber de memoria nace de Auschwitz porque aquello fue pensado como un proyecto de

    olvido. No deba quedar ningn resto fsico del pueblo judo para que se olvidara su

    contribucin metafsica a la historia de la especie. El proyecto tuvo lugar, por eso hablamos de

    crimen contra la humanidad, pero no se consum porque Hitler fue vencido y eso nos obliga a

    recordarle. Honrar la memoria de Auschwitz es entender el alcance del deber de memoria.

    Esa memoria es peligrosa, por eso no sorprenden ataques como los del historiador Tzvetan

    Todorov en este mismo peridico a propsito de la memoria argentina. Todorov se pregunta si

    una lectura del pasado argentino hecha desde la memoria de las vctimas no atenta contra la

    verdad y la justicia de la historia. No hay que olvidar, dice, que las vctimas eran terroristas y

    que, de haber triunfado, hubieran llenado el pas de sufrimiento. Al ser ese el contexto de la

    represin de la dictadura militar, hay que evitar un lenguaje simplificador como hablar de

    vctimas y verdugos o buenos y malos. Hablando as no hacemos justicia a lo que ocurri y,

    para hacerla, hay que conocer los hechos, tal y como hace la historia.

    Urge aclarar en qu medida la verdad y la justicia, que Todorov

    reclama para la historia, son ya impensables sin la referencia a la

    memoria. El filme Shoah, de Claude Lanzmann, abre con una

    secuencia en la que Srebnik, un superviviente, camina cabizbajo

    hasta un punto en el que seala al suelo mientras dice "era ah". Ah

    no hay nada, un poco de csped envuelto por el silencio de un bosque perdido en Polonia.

    Pero ah estaba la cmara de gas. La mirada de la vctima devolva a la realidad de ese lugar

    una presencia olvidada que forma parte del mismo, como los rboles y el aire que se respira.

    La mirada de la vctima permite conocer una parte de la realidad que sin ella sera inaccesible.

    Gradowski, el Sondercomando de Auschwitz que ocult entre las piedras del horno crematorio

    las pginas de su diario, se jug la vida escribiendo porque saba que la historia podra contar

    cmo, cuntos y dnde murieron, pero no cmo vivieron. Eso solo lo saban ellos. Los

    perdedores guardan el secreto de saber como nadie que la historia pudo haber sido de otra

    manera.

    Todo esto para decir que la memoria es conocimiento y no solo sentimiento. La memoria nos

    prohbe confundir realidad con facticidad, con hechos, porque de la realidad forman parte los

    no-hechos, lo que no ha llegado a ser y que, segn Aristteles, no son dignos de que la ciencia

    (la historia) repare en ellos.

    JUEVES, 27 de enero de 2011

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    Y, volviendo a Argentina, cmo explicar la suspensin del tiempo que ocurre en el caso del

    desaparecido? El tiempo se detiene para las vctimas y eso afecta al resto de la sociedad que

    no puede seguir adelante como si nada hubiera ocurrido. El desaparecido planea sobre la

    sociedad como un fantasma que exige justicia. El tiempo de la memoria cuestiona al de la

    historia.

    Por eso hay que hablar de justicia anamntica. El historiador, dice Todorov, hace justicia

    sealando el contexto de la violencia, sus antecedentes y consecuencias. Bienvenidas esas

    aportaciones que no empequeecen la justicia de la memoria, que es otra cosa. Lo suyo es

    someter a juicio la justicia histrica tan proclive a justificar la produccin de vctimas por

    exigencia del guin. El filsofo Hegel justifica las masacres histricas como precio del

    progreso; los polticos, los sacrificios de los ms dbiles con la promesa de que as,

    renunciando a sus conquistas, seremos ms competitivos y se generar ms empleo.

    Pues bien, la justicia anamntica juzga el inters general desde el destino del individuo singular

    que, siendo inocente, es objeto de una violencia inmerecida. Se pone del lado de Dostoievski

    para quien una sola lgrima infantil era ya un precio excesivo para la armona universal. Este

    rigor ante el sufrimiento de un inocente es condicin necesaria para exigir una poltica sin

    violencia. La memoria es justicia porque no soporta que la injusticia sea el precio de la poltica.

    Y hay que decir que inocentes eran los montoneros desaparecidos porque, aunque fueran

    delincuentes, tenan derechos a ser juzgados reglamentariamente y no ajusticiados. Inocentes,

    respecto a la violencia sufrida. Eso no significa que las ideologas sean iguales, pero la

    evaluacin crtica de sus diferencias se hace en otro negociado, en el de las ideas polticas.

    A diferencia de la justicia de la historia, reclamada por Todorov, y que se sustancia en una

    explicacin de los hechos, la justicia memorial no puede descansar mientras haya una injusticia

    no reparada. Hechos que para la historia estn debidamente explicados y clasificados, son, sin

    embargo, casos abiertos para la memoria porque mientras la injusticia no haya sido saldada, no

    se puede hablar de justicia histrica, sin que valgan moralmente las amnistas o prescripciones

    por muy legales que puedan ser.

    Reyes Mate, profesor e investigador del CSIC, es autor de La herencia del olvido, premio Nacional de Ensayo.

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    UNA ESTANCIA EN ARGENTINA. RPLICA AL ARTCULO DE TZVETAN TODOROV UN VIAJE A ARGENTINA

    MARA GARCA YEREGUI1

    El ao 2010 concluy en Argentina con las sentencias de dos de los juicios realizados por los crmenes cometidos durante la ltima dictadura cvico-militar, entre 1976 y 1983. Concretamente, el juicio de Crdoba ha significado la segunda cadena perpetua para Jorge Rafael Videla en los ltimos veinticinco aos. La pri-mera de estas condenas de la justicia argentina, al que fuera presidente del go-bierno de facto hasta 1982 y Comandante en Jefe del Ejrcito desde 1975, tuvo lugar en la sentencia del crucial Juicio a las Juntas Militares en 1985, hito excep-cional en el tratamiento de los crmenes de las dictaduras que sufri el Cono Sur. El juicio se realiz a escasos dos aos de la cada del gobierno de facto, el auto-denominado Proceso de Reorganizacin Nacional que, entre otras polticas, implementara un sistema clandestino de desaparicin de personas como medio de represin poltica. Dado el mtodo represivo, el Proceso pasara a ser deno-minado, genricamente, terrorismo de estado hacindose, as, hincapi en su metodologa represiva como forma nominativa del mismo.

    Para Espaa el ao 2010 fue tambin particular en cuanto a la investigacin y la intervencin de la justicia en el pasado represivo del pas. En este caso con la imputacin del juez Baltasar Garzn como presunto prevaricador, consecuencia de las denuncias interpuestas por agrupaciones de extrema derecha como Manos Limpias o Falange Espaola2. Supuesto delito de prevaricacin del que se acusa al juez por el auto de octubre de 2008 con el que pretenda abrir una investiga-

    1 Por razones de extensin y, dadas las caractersticas del texto, optamos por eliminar el importante y extenso aparato crtico bibliogrfico que conformaba la versin original del artculo, antes que eliminar alguna de las argumentaciones que planteamos en l. Una versin muy reducida de esta rplica apareci en el diario Pblico, el 29/I/2011.

    2 Aclararemos que Manos Limpias fue el primero en interponer denuncia, en mayo de 2009; despus se sumaran Libertad e Identidad y Falange Espaola. En un primer trmino se aceptaron las tres denuncias pero, finalmente, el juez Varela, frente a los recursos presentados por el abogado de Garzn, tras pedir la subsanacin de los textos de acusacin para cumplir la Ley de Enjuiciamiento Criminal dando plazo de un da, rechaz la aceptacin de la denuncia de Falange en abril de 2010.

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    MARA GARCA YEREGUI

    cin judicial por desapariciones durante la Guerra Civil y algunos aos del fran-quismo.

    Pues bien, el pasado 7 de diciembre el peridico El Pas publicaba un artcu-lo del filsofo, semilogo e historiador Tzvetan Todorov3 titulado Un viaje a Argentina. Dado nuestro trabajo de investigacin doctoral historiar el conflicto entre memorias colectivas de los casos argentino y espaol en sus procesos de democratizacin y las estancias en Argentina con tal fin, planteamos un anlisis crtico de los contenidos del susodicho artculo.

    Efectivamente, el filsofo y semilogo blgaro, nacionalizado francs, recoge como uno de los argumentos principales en forma de aviso y correccin esgri-mida como necesaria una, ya recurrente, oposicin reduccionista entre una de las acepciones del concepto memoria y herencias del modelo historicista de la historia como disciplina cientfica absolutamente objetiva y contenciosa de la ver-dad. Una confrontacin que, reconocemos, nos ha sorprendido por la forma en la que ha sido esgrimida a lo largo del artculo. Esta acotada perplejidad viene pro-vocada por la trayectoria del relevante autor cuya reflexin sobre las problemti-cas de la verdad vena marcada por afirmaciones como esta: no se trata de esta-blecer una verdad (lo que es imposible) sino de aproximrsele, de dar la impresin de ella, y esta impresin ser tanto ms fuerte cuanto ms hbil sea el relato. En principio, Todorov est muy lejos del positivismo histrico. Sin embar-go, los argumentos y la forma de plasmarlos en el artculo que nos concierne plantean muchos y problemticos interrogantes, para nosotros, extremadamente preocupantes.

    En el artculo encontramos esta dicotoma, articulada recurrentemente por un sector del gremio de los historiadores, segn la cual la memoria colectiva resul-tara estar reducida al uso pblico del pasado, siempre supeditada a una manipu-lacin poltica acotando el concepto de poltico al juego partidista y al poder gubernamental y, por lo tanto, al servicio de los intereses del poder imperante; llegando incluso a ser exclusivamente definida como la instrumentalizacin pol-tica del pasado en el presente. Bajo esta perspectiva, el historiador sera el faro de la verdad frente a la parcialidad y manipulacin con intereses concretos de la memoria. La Historia sera la comprensin y reflexin, enraizada en la contextua-lizacin de los hechos; mientras que la memoria representara el maniquesmo impuesto al pasado para rditos presentes, por parte de un colectivo con poder y fines especficos. Un planteamiento reduccionista y simplificado que resulta

    3 Tzvetan Todorov es un importante acadmico con reconocimiento institucional: recibi el premio Prncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008. Adems de ser un especialista en mltiples reas entre las que destacan sus reflexiones sobre la memoria colectiva con ttulos como Los abusos de la memoria, Paids, Barcelona, 2008 [1995] y Memoria del mal, tentacin del bien. Indagacin sobre el siglo XX, Penn-sula, Barcelona, 2002.

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    UNA ESTANCIA EN ARGENTINA. RPLICA AL ARTCULO DE TZVETAN TODOROV UN VIAJE A ARGENTINA

    nicamente operativo si aceptamos una definicin unilateral de la historia como disciplina y dejamos al concepto de memoria sin mayores calificativos y explica-ciones, eliminando, as, la necesidad de profundizar, complejizar y analizar las problemticas existentes en torno a la gran multiplicidad de conceptos que no-minamos con ese trmino. Con esta oposicin, las reivindicaciones sociales con-trarias a la hegemona oficial desaparecen como tales o son reducidas a meras manipulaciones. Vienen tambin anuladas, con esta dicotoma fija, las grandes reflexiones y diversos debates que derivan de la multiplicidad de conceptualiza-ciones de la memoria, acerca de su o sus fenomenologas segn las escuelas y las perspectivas disciplinares que la trabajan sociolgicas, filosficas, psicolgi-cas; adems de su relacin e implicancia con la construccin de identidades, no solo desde arriba sino tambin desde abajo; y sus mltiples significados depen-diendo, efectivamente, de los contextos en la que la indaguemos.

    Esta dicotoma excluyente no solo reduce la problemtica de la memoria sino que puede convertir a la Historia, tambin de forma reduccionista, en un instru-mento de legitimidad de una verdad y, por lo tanto, til para el poder, procla-mndose paradjicamente como lo contrario. Volviendo a contar con la propie-dad exclusiva de la verdad, la historia podra retomar un viejo papel legitimador de la constitucin de autoridad y convertirse en un instrumento para la imposi-cin de los criterios oficiales y clsicos de hegemona como vector de memoria manipuladora, es decir, justo lo contrario de lo que se supone que, afirm Eric Hobsbawm, debe ser el ejercicio de historiador.

    Nos preguntamos si es consecuencia de esta reduccionista crtica a la memo-ria colectiva la causa de la cantidad de olvidos que ha sufrido el seor Todorov en su pretensin aclaratoria de la historia argentina. Cuntas realidades, actores, contextos, hechos, acontecimientos, discursos y manipulaciones han sido obvia-dos en el artculo, poniendo supuestas luces sobre otras cuestiones. Todo ello bajo el autoconstruido presupuesto de veracidad como historiador, el de la His-toria [que] no se hace con objetivo poltico. La memoria es selectiva mientras la historia es sinnimo de verdad y justicia como nicos imperativos. Aunque as fuera, como potencia y pretensin cientfica y metodolgica, Todorov seala unas realidades supuestamente desaparecidas o ausentes en el debate argentino sobre el pasado, mientras no menciona u oculta otras, por lo que sus conclusiones re-sultan parciales e inductivas dando resultado a una interpretacin tambin ten-denciosa o susceptible de ser considerada como ideolgica pero disfrazada de pretensiones universalistas y aspticas que las legitimaran como relativa verdad absoluta. Desde el punto de vista histrico, el equivalente de estos olvidos en referencia a la memoria u ocultaciones en referencia al ejercicio del poder ser el desconocimiento del caso concreto de la historia argentina de los aos sesenta y setenta, as como de los conflictos entre memorias e interpretaciones de aquellos aos que han tenido lugar a lo largo de las dcadas siguientes.

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    La tesis central del artculo arguye que el terrorismo de estado vino precedi-do por un terrorismo revolucionario que, en ltimo trmino, dada su anteriori-dad, sera el desencadenante del golpe de estado y de la violencia ejercida por el rgimen que este instaur. En esa lgica, el objetivo habra sido restablecer el orden amenazado por la violencia revolucionaria. Es decir, que la lucha armada revolucionaria sera previa y causante de la posterior violencia estatal reacciona-ria, entendida como una respuesta ante el peligro provocado por la extrema iz-quierda lo que los sectores reaccionarios y castrenses denominaban la subver-sin. Y as, Todorov afirma: un terrorismo revolucionario precedi y convivi al principio con el terrorismo de Estado, y no se puede comprender el uno sin el otro. Parece faltar la afirmacin inducida: de no haber existido la lucha armada, no hubiera habido violencia estatal sistemtica. Pues bien, esto, lejos de ser un olvido explicativo, fue el mensaje dominante recibido por la sociedad argentina durante dcadas.

    La lucha armada existi. Tambin tuvo lugar un plan sistemtico de desaparicin de personas. Ambos estn relacionados con la Guerra Fra y el contexto mundial de los aos setenta. Pero el binomio explicativo cerrado que se propone es, cuanto menos, reduccionista, polticamente tendencioso e histricamente falsario.

    Los argumentos planteados por Todorov como renovadores del supuesto ma-niquesmo de la memoria hegemnica en la actualidad argentina percibido en dos lugares de memoria emblemticos de Buenos Aires4 es una de las viejas versiones de ese pasado que desde hace treinta aos estn presentes en la socie-dad argentina con mayor o menor auge y legitimidad segn los diferentes mo-mentos y puntos de inflexin de los conflictos existentes entre versiones interpre-tativas del pasado y memorias colectivas. La interrelacin planteada entre ambas violencias es algo que no ha abandonado su pretensin dominante de la memo-ria hegemnica nacional acerca del pasado, aunque con importantes variantes que van desde la justificacin del propio golpe de estado, a la denominada teo-ra de los dos demonios de la restauracin democrtica. Esta versin, inaugurada como relato en el prlogo del Nunca Ms5, vertebr la equidistancia dominante entre la celebracin del juicio a los excomandantes y la de los juicios a las cpu-las guerrilleras en la dcada de los ochenta. Desconoca el profesor Todorov que tuvieron lugar estos juicios, ausentes totalmente en el artculo? Es ms, la equidis-tancia causal entre ambas violencias fue una de las piedras angulares de la cons-truccin de legitimidad tanto de las llamadas leyes de impunidad Ley de Obe-

    4 La antigua ESMA (Escuela de Mecnica de la Armada) uno de los mayores centros clandestinos de detencin del pas y el, recientemente construido, Parque de la Memoria.

    5 Nunca Ms, Informe de la Comisin Nacional sobre la Desaparicin de Personas, Eudeba, Bs As, 1984. La publicacin tuvo lugar el 20 de septiembre de 1984, tras la creacin de dicha Comisin, el 12 de diciembre de 1983, por el gobierno de Ral Alfonsn, quince das despus de tomar la presidencia.

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    diencia Debida y Punto Final6, como de los indultos otorgados por Carlos Menem: un perdn ejecutivo aderezado con discursos legitimadores que coloca-ban en paridad ambas violencias a travs del mensaje de la necesidad de perdn y reconciliacin de las vctimas de los enfrentamientos sufridos.

    Para comprobar la presencia dominante del discurso que plantea como causa de la violencia implementada por la Dictadura a la violencia guerrillera, dado que la primera sera una respuesta de la segunda, debemos acudir al prlogo de Ernesto Sbato en la publicacin del Informe de la Comisin Nacional sobre la Desaparicin de Personas, con el simblico nombre de Nunca Ms, ya citado. En l se estableca la hegemnica teora de los dos demonios con la que se gestion la violencia de la Dictadura en la transicin democrtica: Durante la dcada del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provena tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda [] a los delitos de los terroristas, las Fuer-zas Armadas respondieron con un terrorismo in nitamente peor que el combati-do. Vemos la convergencia con lo sugerido por Todorov en el susodicho artculo: Tampoco estoy sugiriendo que la violencia de la guerrilla sea equiparable a la de la dictadura [] los crmenes de la dictadura son particularmente graves por el hecho de ser promovidos por el aparato del Estado, garante terico de la legalidad []. Sin embargo, no deja de ser cierto que un terrorismo revolucionario precedi y convivi al principio con el terrorismo de Estado y que no se puede comprender el uno sin el otro.

    En estas interpretaciones, ambas violencias son igualmente cali cadas como terrorismo. El ejercido desde el estado estar considerado ms grave7, pero viene interpretado como una respuesta al precedente; por lo tanto, el causante original del terror global desencadenado ser la lucha armada de las guerrillas.

    Todorov no solo pareciera desconocer lo que signific esta teora explicativa dominante en la Argentina de Alfonsn y en la dcada posterior, sino que no menciona los juicios que tuvieron lugar como el, ya nombrado, a las Juntas Mili-tares, e ignora que las cpulas guerrilleras fueron igualmente juzgadas y conde-

    6 Las leyes de Obediencia Debida y Punto Final fueron aprobadas en 1986 y 1987, respectivamente, por el mismo gobierno de Ral Alfonsn. La primera supuso el acotamiento de las responsabilidades pe-nales a los altos mandos de las Fuerzas Armadas por entender que segn la jerarqua militar la obediencia a las rdenes de los superiores limitaba la responsabilidad en la ejecucin de torturas y asesinatos. La segunda, despus del levantamiento de Semana Santa de los Carapintadas, limit por decreto la presenta-cin de ms querellas y la apertura de juicios.

    7 Una argumentacin que no compartimos dado que un golpe de estado ilegal pero triunfante plan-tear una nueva legalidad para el ejercicio de su poder, la cual no eximira al estado reconstituido de su ilegalidad inicial o su criminalidad fundacional. Esto nos llevara a poner en discusin la tesis de Todorov que generaliza a cualquier estado como garante terico de la legalidad, en trminos de legitimidad absolu-ta, cuando, en realidad, ser garante de una legalidad, la suya, que no implica buen gobierno en s misma. Esta problemtica no es menor en este caso, dado que el golpe de estado se dar contra un gobierno demo-crticamente elegido y, por lo tanto, de forma ilegal contra una legalidad previa democrtica.

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    nadas. Ambos demonios seran y, de hecho, fueron juzgados por los crmenes cometidos y como consecuencia de la operacin de interpretacin nacional, en cierta manera, igualados. La sociedad quedaba sumida en la victimizacin tctica entre ambas violencias, entre los dos demonios que generaran vctimas: los desapa-recidos, efectivamente victimizados y despojados de su compromiso poltico; y la sociedad en su conjunto que gestionaba, as, su culpabilidad ante la explosin tele-visiva de testimonios de las torturas y atrocidades cometidas por las fuerzas de segu-ridad que durante algunos meses evidenciaba en lo que se vino a llamar el show del horror aquellos crmenes que una parte de esa misma sociedad haba querido silenciar y negar bajo el gobierno dictatorial.

    As pues, defendemos que hubo, como insina Todorov, una construccin de la vctima inocente del desaparecido. Sin embargo, reproduce la falsa y construida ima-gen, segn la cual, todo aquel que haba desaparecido era un terrorista que haba sido asesinado de manera ilegal, s, pero por criminal. En el artculo escribe: no se puede comprender el destino de esas personas sin saber por qu ideal combatan ni de qu medios se servan. El visitante ignora todo lo relativo a su vida anterior a la detencin: han sido reducidas al papel de vctimas meramente pasivas que nunca tuvieron voluntad propia ni llevaron a cabo ningn acto [] en su mayora, eran combatientes que saban que asuman ciertos riesgos. La consideracin de que de-pende de lo que haya hecho la persona torturada y asesinada para ser considerada vctima de esas torturas, vejaciones y asesinatos estaba presente en la Argentina y viene reproducida por las palabras de Todorov. Los guerrilleros asuman la posibili-dad de morir, contamos con multitud de fuentes y evidencias que as lo constatan, pero la metodologa y la sistematizacin de su eliminacin durante la Dictadura no responden a los trminos de un combatiente: secuestrados, encerrados en condicio-nes infrahumanas, torturados para delatar sistemticamente, obligados a trabajar para sus captores y, finalmente, fusilados clandestinamente o arrojados al ro de La Plata en los llamados vuelos de la muerte. En la Argentina no hubo una guerra civil pero, de haber sido as, existen corpus legales que establecen el trato a prisioneros de guerra y estipulan la punibilidad de los crmenes blicos.

    La gravedad que, desde nuestro criterio, tienen las palabras de Todorov nos so-brecoge ya que, no solo falsea la heterogeneidad de las vctimas del terrorismo de estado reducindolas a guerrilleros, sino que relaciona y reduce la comprensin del destino de aquellas personas en base a su ideal, es decir, a su ideologa poltica, como si la misma fuera la causa de su desaparicin, tortura y asesinato. Esa expli-cacin exculpa en parte al ejecutor, al victimario activo, a las Fuerzas Armadas y a los responsables de la puesta en marcha de un plan represivo; como si los propios militantes polticos fueran implcitamente responsables de lo acontecido por ser eso, militantes. As se invisibiliza la accin en la represin y, por lo tanto, son acotadas las culpabilidades y responsabilidades en crmenes demostrados.

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    Cierto es que para Todorov segn lo escrito en el artculo la ideologa y la identidad poltica de los militantes de la izquierda de los setenta es considera-da como un ideario, de por s, condenable: tampoco se puede silenciar la ideo-loga que inspiraba a esta guerrilla de extrema izquierda y al rgimen que tanto anhelaba. Aunque ms adelante matiza con cierta contradiccin: No hay que olvidar que la inmensa mayora de los crmenes colectivos fueron cometidos en nombre del bien, la justicia y la felicidad para todos. Las causas nobles no discul-pan actos innobles. Estamos de acuerdo con esta ltima afirmacin, sin embargo, si la ponemos en relacin con la paridad establecida: antiguos militantes de una u otra causa, pareciera que ambos colectivos, los militares y los militantes, tuvie-ran en sus ideologas concepciones diferentes de lo justo para la sociedad pero una misma pretensin de justicia colectiva sus respectivas causas nobles, que ambos sucumbieron, por igual, a tales objetivos y a los mtodos equivocados para conseguirlos. Nos parece que semejante consideracin es simplificar con cierto grado de manipulacin los conflictos sociales, las relaciones de poder exis-tentes, las ideologas polticas y las caractersticas de la violencia.

    Otro de los puntos clave a tratar, que ya hemos introducido antes, son los sujetos perseguidos para ser desaparecidos y eliminados, es decir, las vctimas del sistema represivo clandestino de la Dictadura. Todorov plantea que estos eran, salvo excepciones, guerrilleros: su tragedia va ms all de la derrota y la muerte: luchaban en nombre de una ideologa []. En todo caso, en su mayora, eran combatientes que saban que asuman riesgos. Los militantes del ERP y del brazo armado de Montoneros fueron perseguidos y desaparecidos pero, en absoluto, fueron los nicos, ni restringidos objetivos del sistema de represin clandestina del estado. Por el contrario, la pretensin era acabar con la movilizacin de un espectro amplio de la sociedad, frenar la movilizacin de masas que representa-ban una amenaza para los planes polticos y econmicos de sectores de la lite y la oligarqua argentinas y, tambin, de otro gran ausente de la contextualizacin histrica del artculo, la injerencia proautoritaria de los EE.UU. en la regin. La demostracin de la amplitud de sectores sociales que fueron objetivos a reprimir, vctimas en los centros clandestinos de detencin, la encontramos no solo en los testimonios e historial de los desaparecidos y supervivientes, sino en las propias declaraciones del gobernador militar de la provincia de Buenos Aires en mayo de 1977, General Ibrico Saint Jean, que apuntan a ese objetivo de realizar una ope-racin quirrgica en la sociedad argentina que conllevaba un sistema de elimina-cin de sectores movilizados poltica y socialmente de la misma: Primero mata-remos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, despus a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes, y finalmen-te mataremos a los tmidos. La propia autonominacin de las juntas militares tambin apuntara a ello, recordemos, Proceso de Reorganizacin Nacional.

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    Volviendo a la consideracin de vctima de la violencia como vctima inocen-te, esta debe vincularse a la preexistente definicin de inocencia en el imagina-rio colectivo. El inocente sera, efectivamente, pasivo, sin relacin con lo poltico, es decir, no militante, sin ideologa, apoltico. La interrelacin entre vctima e inocencia constituy un punto de partida interpretativo para condenar la violen-cia ilegal de la Dictadura. Derivado de ello, el paradigma de los derechos huma-nos super la dicotoma construida pero reprodujo la conceptualizacin hegem-nica de inocencia, ocultando, en parte, la propia razn de la represin: la eliminacin por razones polticas, con el fin de reorganizar una especie de nueva Argentina fiel a la que sera su esencia tradicional. En cierta manera, la despolitiza-cin pareca requerida para la escucha social de ciertos sectores. Una victimizacin del desaparecido con el objetivo de que las torturas y asesinatos cometidos fueran considerados masivamente como violaciones contra los derechos de todo hombre y mujer. Cierto es que, en parte, se segua reproduciendo la exigencia implemen-tada en algunos sectores de la opinin pblica de que solo aquel ajeno a la mi-litancia poltica pudiera ser considerado inocente fuera inocente. Ese para-digma de inocencia haca factible que los crmenes cometidos contra la militancia poltica perdieran parte de la fuerza de la condena social de algunos sectores y la desaparicin forzada viera atenuada la consideracin de su naturaleza criminal. La victimizacin y despolitizacin de las personas perseguidas y represaliadas, precisamente por razones polticas, permita, finalmente, una identificacin entre ellas y la sociedad. Una sociedad tambin victimizada como forma de gestin de su culpabilidad pasiva tras el colapso del rgimen.

    No obstante, esta primera fase de la victimizacin y despolitizacin del desa-parecido8 que estructur las demandas segn el paradigma de los derechos hu-manos llevado a cabo, en buena parte, por las Madres de la Plaza de Mayo, se ha revisado y superado. La Asociacin de Madres de Plaza de Mayo y Madres. Lnea Fundadora vienen reivindicando parte de las causas por las que sus hijos fueron desaparecidos y asesinados. Sin embargo, Todorov plantea que la victimi-zacin y ocultacin de la militancia persiste hoy como hegemnico. Esta aseve-racin nos permite atrevernos a deducir por nuestro trabajo de investigacin que su visita al Casino de Oficiales de la ESMA no ha sido acompaada de las visitas guiadas ordinarias que explican el centro clandestino de detencin usual-mente. Explicaciones en las que siempre hemos estado en cuatro visitas con diferentes guas; adems de en otros centros clandestinos de detencin en Capital Federal son comentados estos cambios, contribuyendo, en la mayor parte de los casos, a la crtica de la teora de los dos demonios y a la recuperacin de la

    8 Imagen opuesta a la figura del terrorista subversivo previamente creada y que posibilit durante los aos de la Dictadura frases como las locas de la plaza o por algo ser, junto al marketing del mun-dial del 78 de los argentinos somos derechos y humanos.

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    identidad poltica de los desparecidos y represaliados. En lo que se refiere al Parque de la Memoria y el muro que simboliza la herida abierta en la sociedad argentina, no se hace referencia en el artculo a la inclusin de nombres anterio-res al 24 de marzo de 1976, es decir, previos a la implementacin de la sistema-tizacin del mtodo represivo, lo que implica una consideracin de la conflictiva situacin vivida antes del golpe de estado.

    El discurso de reconciliacin del artculo tampoco supone ninguna novedad para la Argentina. Todorov hace un llamamiento a la reconciliacin, insinuando que esta resulta ajena o minoritaria en aquel pas, sin mencionar la hegemona y repercusin que tuvo en otros momentos, con otros gobiernos; ni las connotacio-nes, intereses y actores que, generalmente, representan los discursos de reconci-liacin. l afirma: En Argentina, varios libros debaten sobre estas cuestiones; varios encuentros han tenido lugar entre hijos o padres de vctimas de uno u otro terrorismo. Su impacto global sobre la sociedad es a menudo limitado, pues, por el momento, el debate est sometido a las estrategias de los partidos. Sera ms conveniente que quedara en manos de la sociedad civil y que aquellos cuya pa-labra tiene algn prestigio, hombres y mujeres de la poltica, antiguos militantes de una u otra causa, sabios y escritores [] contribuyan al advenimiento de una visin ms exacta y ms compleja del pasado comn. Con estas afirmaciones Todorov falsifica el origen de las memorias que critica vinculndolas exclusiva-mente a partidos polticos. De esta manera es negada la lucha de diversos colec-tivos de la sociedad civil que han conseguido llevar sus reclamos contra la nega-cin y la impunidad de los crmenes represivos o la ocultacin de la identidad poltica de las vctimas de la represin desde una posicin de exclusin a una amplia legitimidad en la opinin pblica.

    Se insina en el artculo que la construccin de memoria actual est dominada por los partidos y es ajena a la sociedad civil. Nada ms lejos de este plantea-miento est la historia de los llamados organismos de derechos humanos y su relacin con los diferentes gobiernos y partidos. El kirchnerismo ha podido usar como eje legitimador a parte de los mismos, algunos de sus reclamos y banderas9. Constatar este uso del gobierno es una cosa, pero, de ah a eliminar toda la lucha de ms de treinta aos de parte de la sociedad y el origen de sus memorias e identidades, no ajenas a la parcialidad marcada por sus experiencias y construc-ciones, pero que hicieron posible que crmenes sistemticos no quedaran ocultos ni impunes para toda la sociedad, es cambiar la historia de la Argentina de las ltimas dcadas.

    9 Aclaramos que esto no fue una manipulacin para conseguir el poder sino una gestin en su ejercicio; y recalcamos el papel de la justicia argentina, despus de que Nstor Kirchner lo posibilitara desde el ejecutivo, para declarar inconstitucionales las leyes de impunidad y los indultos aplicados, pre-viamente, por decisiones exclusivamente ejecutivas, como fueron los decretos menemistas.

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    Las reuniones entre vctimas de uno y otro terrorismo han sido, hasta el mo-mento, una articulacin acotada a asociaciones vinculadas al crculo castrense y familiares de militares que proclaman la memoria completa como vctimas del terrorismo subversivo, autoproclamndose presos polticos de la justica argen-tina por los juicios que estn teniendo lugar contra presuntos represores. Esa propaganda de reconciliacin es puesta en marcha a travs de supuestos encuen-tros que, en realidad, han sido la utilizacin sectorial de consecuencias personales muy concretas del robo y apropiacin de hijos de detenidos-desaparecidos por parte de familias afines al rgimen militar. Un claro ejemplo es el caso de Eva Da-niela Donda, hija de desaparecidos y apropiada, en contra de que su padre apro-piador sea juzgado por el estado de derecho. En la gestin personal de su propia tragedia considera como a un padre, al que fue tambin un represor activo. Inter-preta la represin ilegal y sistemtica por la maquinaria coercitiva del estado du-rante la Dictadura como una guerra civil, segn el discurso exculpatorio de los militares. Ella es el smbolo de una doble vctima equiparable: vctima como hija de detenidos-desaparecidos y vctima como hija de un militar juzgado. Este es un ejemplo de las sectoriales y utilitarias reuniones entre vctimas a las que hace alu-sin Todorov. Daniela Donda se rene en pro de la reconciliacin nacional con hijos y nietos de vctimas por la subversin. Es decir, corresponden al uso de una experiencia personal traumtica para un fin de legitimidad de un sector que carece del mismo para la mayora de la poblacin y que se maquilla, as, con el discurso de reconciliacin y pacificacin nacional que promocionan. Discursos que coexis-ten con proclamas de heroicidad y martirio de los soldados salvadores de la patria que deberan ser condecorados por su sacrificio.

    Obviando todo esto, Todorov tampoco menciona la presencia de una tipolo-ga del discurso de reconciliacin que oper para que despus de la sublevacin militar de Semana Santa el gobierno de Ral Alfonsn aprobara la ley de Punto Final. Y, por supuesto, no hace referencia alguna a la aprobacin de los indultos para la reconciliacin nacional que concedi Carlos Menem en 1989 y 1990. Discurso que planteaba la accin de la guerrilla y la represin clandestina de la Dictadura a modo de enfrentamiento paritario. Por supuesto, los indultos no cumplieron su autorreclamada funcin reconciliadora sino que aseguraron la im-punidad, favorecieron la implantacin de polticas econmicas neoliberales simi-lares a las de Martnez de Hoz durante el gobierno militar, como ministro de Economa, y consiguieron, por fin, estabilizar las relaciones con las Fuerzas Ar-madas, tras levantamientos sectoriales durante los aos ochenta.

    Otro planteamiento central: el periodo 1973-1976 fue el de las tensiones ex-tremas que condujeron al pas al borde de la guerra civil. En esta aseveracin y en otras inducciones realizadas a lo largo del texto se establece que el golpe de estado del 24 de marzo de 1976 se daba en un contexto preblico. Sin embargo, importantes estudios realizados por historiadores y otros profesionales de diver-

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    sas disciplinas de las ciencias sociales10 han apuntado que las guerrillas estaban muy debilitadas cuando el golpe tuvo lugar. Por qu se esgrimi acabar con el terrorismo y la subversin como excusa legitimadora del golpe si ya estaban siendo desarticulados y en retroceso? Por qu no tuvo lugar antes si la razn del mismo era esa? Por qu, si la amenaza guerrillera era tan fuerte, no provoc el estallido de la guerra civil por oposicin y resistencia al propio golpe militar?

    La contextualizacin histrica que reclama Todorov nos sirve para desmentir una afirmacin hecha por l con ese mismo presupuesto. En primer lugar, los dos principales grupos armados en Argentina, el ERP11 y Montoneros12, no comienzan su lucha a partir de 1973 sino en la dcada del sesenta. Todorov omite que la va de las armas comienza en un contexto de lucha contra la Dictadura del general Ongana que instaurara la doctrina de la seguridad nacional en el pas. Nos parece importante sealar dos datos para la comprensin de la historia argentina: primero, el pas sufre seis dictaduras militares a lo largo del siglo XX, y, por otro lado, 1973 es el ao de la restauracin democrtica desde los aos cincuenta, ya que, las de aquel ao, fueron las primeras elecciones libres desde el exilio del General Pern, las primeras en las que el peronismo no estuvo proscrito. Es en ese contexto dictatorial en el que las luchas sociales y sindicales adquieren una intensidad y fuerza de importante calibre en la sociedad argentina, cuyo ejemplo ms emblemtico fue el Cordobazo en 1969.

    En circunstancias dictatoriales, pero con una importante movilizacin y orga-nizacin social, poltica y sindical, acorde con el contexto de toda Amrica Latina, algunas de estas agrupaciones y partidos polticos deciden tomar las armas. El origen de la violencia es una lucha armada contra el gobierno dictatorial. Esta va fue considerada como modo legtimo de lucha por algunos sectores sociales pe-ro no encarna la movilizacin de masas poltica y social que actu ms all e independientemente de las organizaciones armadas. Movimiento o movimien-tos populares que fueron el objetivo a eliminar por la dictadura del Proceso con el fin de poder implementar un modelo econmico y social al que esta heterog-nea movilizacin se opona. La lucha armada supuso una va violenta que no fue ni excepcional ni exclusiva de los movimientos de la izquierda poltica. Una le-gitimidad o/y ejercicio de la violencia no acotada a la izquierda ya que la violen-cia coercitiva e institucionalizada del estado y otros tipos de violencias estaban

    10 Por ejemplo el de Marcos Novaro y Vicente Palermo La dictadura militar, 1976-1983. Del Golpe de Estado a la restauracin democrtica, Historia Argentina, 9, Paids, Buenos Aires, 2006, entre otros auto-res.

    11 El Ejrcito Revolucionario del Pueblo. Parte armada del PRT, Partido Revolucionario del Pueblo. 12 Agrupacin de la izquierda peronista que no se reducira a la guerrilla sino que encarnara, tras un

    rapidsimo crecimiento, un movimiento de masas gestionando la Juventud Peronista, entre otras organiza-ciones dentro del movimiento.

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    presentes y, aunque con importantes diferencias continan estndolo, contaban con su coto, bien arraigado, de legitimidad y promocin.

    En marzo de 1973, con la celebracin de las elecciones electorales, vuelve el sistema democrtico a la vida poltica argentina. La victoria fue para el peronismo de Cmpora. Victoria que se repiti en la nueva convocatoria de elecciones tras el retorno de Pern al pas desde Espaa. Cierto es que tras este cambio de rgimen poltico, de la dictadura a la democracia parlamentaria, la lucha armada, aunque con algunas limitaciones de accin, continu. Sin embargo, hay ejemplos de impor-tantes y decisivas derrotas militares que desarticulan y debilitan en gran medida a estos grupos antes del golpe. As le sucedi al ERP con el ataque a la guarnicin de Monte Chingolo en 1975. De hecho, defendemos como hiptesis que uno de los factores que explica que el golpe del 24 de marzo triunfara sin que, ni siquiera este desencadenara una guerra civil, fue el debilitamiento de la guerrilla.

    La represin contra las organizaciones de izquierda fue ejecutada antes del golpe por bandas paramilitares y parapoliciales de extrema derecha como la Tri-ple A (Alianza Anticomunista Argentina) bajo las rdenes de Lpez Rega, ministro de Bienestar Social en el gobierno de Pern y, a la muerte de este, principal hombre del gobierno de Isabel de Pern. Estas organizaciones y sus acciones tambin estn ausentes en la interrelacin entre violencias planteada por Todorov como tesis explicativa de los aos setenta argentinos.

    Incluso poniendo en primer plano estos enfrentamientos y asesinatos polti-cos, nunca se vivi situacin de guerra civil en el estado argentino. La violencia poltica estaba presente pero la gran mayora de la sociedad no viva en un esta-do de guerra, en absoluto. La conceptualizacin del enfrentamiento como guerra vena definida por las teoras de la guerra revolucionaria instauradas en los cuer-pos de coercin con gran influencia reaccionaria durante la Guerra Fra en toda Amrica Latina. El discurso de los militares argentinos afirmaba estar librando una guerra contra el comunismo. Y los modelos represivos aplicados venan influidos por esas mismas teoras militares. Citamos a la Escuela de las Amricas de EE.UU. y al Ejrcito francs durante la independencia argelina. Cuerpos que, no solo influiran doctrinariamente segn los preceptos del anticomunismo, sino metodo-lgicamente en la represin de los gobiernos militares en los pases del sur. El Plan Cndor y las responsabilidades de Henry Kissinger en la articulacin de los gobiernos represores de buena parte de los estados del continente, tampoco son planteadas como causalidades de la violencia sistemtica del estado dictatorial por Todorov.

    La diferencia de una situacin preblica con la conflictividad que se viva en los aos setenta en Argentina es manifiesta tan solo con definir lo que es una guerra civil: una confrontacin entre dos bandos constituidos militarmente, es decir, dos ejrcitos armados, que se enfrentan por instalarse en el poder del estado-nacin.

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    La conclusin no nos ofrece muchas dudas al compararlo con el caso espaol. Comparacin de inters dada la aficin demostrada por la historia comparada, aunque la suerte de comparacin realizada en el artculo est lejos de poder ser considerada como tal. La comparacin necesita de las metodologas investigativas y los marcos tericos con los que cuenta la disciplina de la historia, bien lo sabe Todorov. No obstante, la establecida por l aqu resulta inaceptable y tendencio-sa: Como fue vencida y eliminada [la guerrilla de extrema izquierda], no se pue-den calibrar las consecuencias que hubiera tenido su victoria. Pero, a ttulo de comparacin, podemos recordar que ms o menos en el mismo momento (entre 1975 y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en Cam-boya. El genocidio que desencaden caus la muerte de alrededor de un milln y medio de personas, el 25 % de la poblacin del pas. Las vctimas de la repre-sin del terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas, representan el 0,01 % de la poblacin.

    Todorov, en su obsesin por presentar el conflicto argentino como derrota-victoria de dos bandos equiparables, compara el genocidio camboyano con el terrorismo de estado argentino y combina esta pretensin comparativa con la historia contrafactualnegacin absoluta de la, tan reclamada, historia cientfi-ca: luchaban en nombre de una ideologa que, si hubiera salido victoriosa, probablemente habra provocado tantas vctimas, si no ms, como sus enemigos. Descontextualizada e historiogrficamente inviable, la comparacin entre el rgi-men de Pol Pot y la izquierda argentina, a partir de partidos y grupos polticos que nunca ejecutaron sistemticamente y no llegaron al poder, es improcedente e inadmisible. En un ejercicio de anlisis crtico se barajan hiptesis y deduccio-nes lgicas, acotadas por los instrumentos disciplinares; nunca, elucubraciones entre un hecho consumado y otro que no se produjo.

    Todorov juega a las malabares de una historia inexistente con tres variables: la dimensin cuantitativa, la cronologa y la ideologa. En realidad estas tres va-riables juegan roles complementarios pero no paritarios en su articulacin. La central en su argumentacin es la ideologa tanto al comparar el clculo por-centual de los eliminados en ambos casos en relacin con la poblacin de cada uno; como en la comparacin entre el rgimen de Pol Pot y lo que l denomina extrema izquierda argentina. La ideologa es la que justifica las relaciones inter-puestas en su propuesta y el mensaje que deriva al lector. La cronologa, la d-cada de los setenta, dota de anclaje formal a la construccin posterior de ambas comparaciones. Y la dimensin cuantitativa estructura la primera comparacin entre regmenes para proporcionar, despus, la conclusin final de carcter conjetural y contrafactual que derivar en la establecida relacin entre ideologa y nmero de vctimas. Es decir, que la criminalizacin de la ideologa per se es posible gracias al andamiaje realizado: primero, la presentacin como confronta-cin blica entre partes equitativas a todos los niveles y, despus, la comparacin

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    con un rgimen que compartiendo, tericamente, la ideologa resulta mucho ms sanguinario en porcentaje de vctimas ni siquiera utiliza cifras enteras que el rgimen militar argentino; como clmax del mensaje: insina, a travs de las vc-timas ficticiamente potenciales, que resultara mucho ms sanguinaria que el ex-terminio sufrido.

    Pues bien, a modo de ejemplificacin: uno de los partidos emblemticos del maosmo en Argentina fue Vanguardia Comunista. Caracterizado por su pblica y manifiesta oposicin a la lucha armada. La gran mayora de sus militantes conti-nan desaparecidos.

    Para concluir, a pesar de la concepcin de guerra revolucionaria de la Guerra Fra, la Argentina histricamente nunca estuvo a punto de entrar en guerra civil. La supuesta guerra sucia contra la subversin es un eufemismo falsario para justificar la sistemtica eliminacin del considerado como enemigo: militantes polticos, sociales, sindicales, psiclogos, profesores, estudiantes, pensadores, revoluciona-rios, peronistas, marxistas o cristianos que estuvieran en contra de la Dictadura, de sus polticas econmicas neoliberales y de los preceptos reaccionarios de las Fuer-zas Armadas. En conclusin, el golpe fue justificado por la accin guerrillera, iden-tificada como terrorista. No obstante, este argumento fue una excusa legitimadora del levantamiento para una parte de la opinin pblica, ya que la lucha armada estaba prcticamente desarticulada antes del susodicho golpe y, por lo tanto, antes del plan desaparecedor implementado por el gobierno militar.

    Todorov concluye: Si no conseguimos acceder a la Historia, cmo podra verse coronado por el xito el llamamiento al Nunca ms!? Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable, est preparando el retorno a la violencia. Esperamos que no se insine que, dada la situacin actual de la memoria oficial, Argentina est ms cerca de que la violencia vuelva en las mis-mas formas que antao. Sobre el uso del miedo al retorno del pasado para frenar reclamos de justicia y reivindicaciones pblicas sabemos mucho en nuestra querida Espaa.

    MARA GARCA YEREGUI

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  • 18/10/13 Memoria completa y reconciliacin - 10.04.2012 - lanacion.com

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    lanacion.com | Opinin

    La historia sobre los hechos ocurridos en la Argentina durante las dcadas del 60 y del 70 se

    est escribiendo bajo una fuerte influencia de intenciones polticas. Los sentimientos, y ms

    particularmente los resentimientos, constituyen hoy la lente predominante con que se

    analizan esos hechos. El dolor que la prdida de un ser querido deja de por vida impide la

    objetividad y serenidad para evaluar el pasado. Esto es comprensible en quienes han sido afectados

    por aquella violencia, sean de uno o de otro bando. Pero la falta de objetividad y la parcialidad no son

    comprensibles en instituciones pblicas o privadas responsables de educar a quienes, por su

    juventud, no fueron testigos de aquello. Tampoco es entendible que se haga un reconocimiento oficial

    y se indemnice a terroristas que murieron atacando cuarteles y comisaras, o colocando bombas, y

    que se ignore a los soldados, oficiales y policas que murieron defendindolas, cumpliendo con su

    deber.

    Desde hace nueve aos, la maquinaria oficial ha volcado su capacidad meditica en exacerbar

    sentimientos y exponer una visin de la historia propia de los sectores ms cercanos a las ideas

    revolucionarias que motorizaron al ERP, los Montoneros y otros grupos armados. Esta sesgada visin

    ha alcanzado hoy a diversos sectores de la intelectualidad, del periodismo y de la poltica, y se impone

    en las aulas de escuelas y universidades. Con el lema "Memoria, juicio y castigo a los culpables", se

    ha desarrollado una enorme presin sobre la Justicia, volcndola hacia el juzgamiento de solo una de

    las partes. Los avances hacia la reconciliacin que se haban dado con las leyes de obediencia

    debida, de punto final y los indultos fueron desandados con la anulacin, claramente inconstitucional,

    de esas leyes. Los numerosos juzgamientos y condenas a militares, policas, gendarmes y civiles han

    dejado de lado el principio de legalidad, as como el de la irretroactividad de la ley penal. El

    argumento de que en la represin de los grupos armados no rigieron estas garantas no puede

    usarse como justificativo para violarlas por parte de un gobierno constitucional.

    El agravante de los delitos en la represin del terrorismo por haber sido realizados desde el Estado

    tampoco exculpa ni quita gravedad a los crmenes cometidos por los grupos armados. Por otro lado, la

    derrota de esos grupos hizo posible evitar sus designios de hacer de la Argentina otra Cuba.

    El primer grupo guerrillero, los Uturuncos, apareci en 1959. En 1964 inici su accionar subversivo el

    Ejrcito Guerrillero del Pueblo que, en 1968, tom la denominacin de Ejrcito Revolucionario del

    Pueblo (ERP). Luego emergieron las FAL, FAR y los Montoneros. La violencia de estos grupos actu

    sobre gobiernos de facto y constitucionales y alcanz su clmax en 1974 y 1975, durante las gestiones

    de Juan Domingo Pern e Isabel Martnez de Pern. La falsa afirmacin que hoy da marco a la historia

    oficial, de que se trataba de jvenes idealistas que lucharon contra dictaduras, no resiste ningn

    cotejo con la realidad conocida.

    En 1973 triunf una frmula de coalicin presidida por Hctor Cmpora pero con fuerte participacin

    de los Montoneros y elementos de ultraizquierda. El da de la asuncin de Cmpora le arrancaron un

    decreto de indulto que liber a ms de 2000 guerrilleros condenados por la Cmara Federal Penal. Al

    da siguiente, el nuevo Congreso sancion la amnista y disolvi ese tribunal. De inmediato, los

    liberados reanudaron sus crmenes y ataques, incluyendo a los jueces que los haban condenado.

    Pern no tard en reemplazar a Cmpora y actuar contra la subversin. Slo dos das despus de

    haber asumido, los Montoneros asesinaron a Jos Ignacio Rucci, su ms cercano y leal dirigente

    sindical. Esto lo llev a decir que "cuando los pueblos agotan su paciencia, suelen hacer tronar el

    escarmiento". Fue Pern quien ide la Triple A como mtodo irregular e ilegal para actuar contra una

    guerrilla, y con la triple A apareci la tcnica de desaparicin de personas.

    A la muerte de Pern lo sucedi su esposa. Los grupos armados tomaban cuarteles, colocaban

    bombas, secuestraban, asesinaban, e iniciaban acciones militares en el monte tucumano. En

    septiembre de 1975 ocurra en el pas una muerte por razones polticas cada 19 horas, en tanto que

    hacia el 19 de marzo de 1976 se produca un muerto cada cinco horas y estallaba una bomba cada

    tres. Fue entonces cuando el gobierno constitucional, a cargo de Italo Luder, dict el decreto 2772,

    que estableca: "Las Fuerzas Armadas procedern a ejecutar las operaciones militares y de seguridad

    que sean necesarias a los efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el

    pas". En una reunin de Luder con los comandantes, en la que stos le expusieron los mtodos

    alternativos para derrotar el terrorismo, el presidente en ejercicio opt por el ms efectivo pero ms

    susceptible de derivar en delitos represivos fuera de control. A partir de entonces, y no del 24 de

    marzo de 1976, se debe considerar el inicio del accionar de las Fuerzas Armadas. Hubo 908

    desapariciones durante el gobierno de Isabel Pern, una parte de las cuales se debe adjudicar a la

    Triple A.

    Los mtodos de la represin del terrorismo aplicados por fuerzas irregulares (Triple A) a partir de

    Martes 10 de abril de 2012 | Publicado en edicin impresa

    Editorial I

    Memoria completa y reconciliacin

    Hoy se rinde homenaje a quienes murieron atacando cuarteles y comisaras y no a quienes perdieron

    la vida defendindolos

  • 18/10/13 Memoria completa y reconciliacin - 10.04.2012 - lanacion.com

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    1974, o regulares a partir de 1975, comprendieron crmenes y delitos que nunca debieron haber

    ocurrido. Pero tambin fueron crmenes los cometidos por los grupos subversivos que iniciaron una

    verdadera guerra civil. No se puede juzgar una parte sin hacerlo con la otra. No es posible interpretar,

    contra la jurisprudencia internacional, que la calificacin de lesa humanidad y la imprescriptibilidad no

    alcanza a los crmenes de organizaciones armadas que incluso eran sostenidas por Estados

    extranjeros y algunos de cuyos integrantes ocupaban tambin empleos pblicos. Seguramente no

    hubiera habido represin ilegal si en mayo de 1973 no se hubiera eliminado la Cmara Federal Penal

    y sta hubiera continuado juzgando los crmenes del terrorismo. Fueron los grupos armados quienes

    luego de amnistiados continuaron accionando con mayor ferocidad.

    Deberamos reflexionar si, estando la sociedad dispuesta a perdonar y a admitir que ex terroristas

    ocupen hoy cargos de gobierno, no debera promoverse con la misma generosidad una reconciliacin

    y amnista que comprenda los dos bandos protagonistas de aquel trgico pasado. .

  • 18/10/13 Sobre la Memoria completa y reconciliacin de La Nacin - Marcha - Una mirada popular de la Argentina y el mundo

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    Sobre la Memoria completa y reconciliacin de La Nacin

    OpininJueves, 12 Abril 2012 03:03

    Varios ttulos del diario La Nacin durante la dictadura (izquierda) y la versin digital de la editorial del 10/04 (derecha)

    Por Ignacio Kostzer y Jonathan Gueler*. Bajo ese ttulo La Nacin public el pasado 10 de abril en su versin impresa una polmica editorial que

    pinta de cuerpo entero el pensamiento y accionar poltico de este grupo empresarial.

    Encuadrar esta nota en el marco de la teora de los dos demonios sera una concesin, y a que abiertamente propone una suerte de reconocimiento a

    soldados, oficiales y policas que murieron cumpliendo con su deber en la dcada del 7 0. En esta lnea, se pronuncia contra la derogacin de las ley es de

    obediencia debida y punto final y las vuelve a reiv indicar, junto con los indultos a los genocidas, como avances hacia la reconciliacin.

    La Nacin expresa una gran preocupacin por el respeto al principio de legalidad y otras garantas, alegando que la anulacin de las ley es del perdn

    resulta "claramente" inconstitucional, an cuando fue la propia Corte Suprema de Justicia de la Nacin la que determin la constitucionalidad de los

    juicios. Si seguimos el razonamiento propuesto por la editorial, hubiera resultado imposible, por ejemplo, condenar a los criminales nazis, y a que estos

    actuaron conforme a derecho, por lo que no podran haber sido juzgados.

    El diario La Nacin habla de represin al terrorismo por parte del Estado y esta peligrosa maniobra terminolgica no puede ser soslay ada. A partir de

    197 6 el Estado argentino instrument un plan sistemtico de asesinatos, secuestros, desaparicin forzosa, torturas, v iolaciones y sustraccin de menores

    contra la poblacin civ il. Esto tiene, en la Argentina y en al mundo, una sola definicin: se llama "Terrorismo de Estado", le guste o no al diario La Nacin.

    Es por este motivo que muy variados tribunales de nuestro pas y del exterior han definido a los delitos cometidos en ese marco como crmenes de lesa

    humanidad. Resulta inadmisible que un diario que se pretende parte del juego democrtico y que dice defender las libertades pblicas intente hacernos

    retroceder ms de treinta aos hacia concepciones arcaicas y reaccionarias que hoy cuentan con un rechazo generalizado en nuestra sociedad.

    En este artculo, que inv itamos ferv ientemente a leer, no hay lugar para la ms mnima sutileza, y esto queda demostrado cuando festeja literalmente que

    la derrota de esos grupos hizo posible ev itar sus designios de hacer de la Argentina otra Cuba. Es decir, se reiv indica explcitamente el accionar

    terrorista del Estado, por haber combatido y asesinado eficazmente a los que pelearon contra esa sangrienta dictadura.

    A este diario solo podemos reconocerle el mrito de la coherencia histrica. Son los mismos que apoy aron cuanto golpe de estado presenciaron y

    protegieron desde sus pginas a la dictadura militar genocida. Son los que hicieron millonarios negocios con el gobierno de facto, cuy o caso emblemtico

    es el de la adquisicin de la empresa Papel Prensa.

    A 36 aos del golpe militar, el diario La Nacin mantiene su posicin respecto del mismo. Mantiene tambin sus estrechos v nculos con el

    establishment econmico y con amplios sectores de la derecha poltica argentina, operando permanentemente a favor de los lineamientos de los

    organismos internacionales contra los intereses populares, pidiendo mano dura y represin contra el pueblo argentino mientras pregona la

    reconciliacin con los genocidas. Nada de todo esto puede sorprendernos, pero tampoco puede dejar de indignarnos.

    Por nuestros compaeros y compaeras estudiantes desaparecidos, repudiamos esta editorial del diario La Nacin y llamamos a todos los dirigentes

    polticos y sociales, periodistas, organismos de derechos humanos, personalidades de la cultura y a la opinin pblica en general a extender este rechazo.

    *Presidente y Secretario de Derechos Humanos de la Federacin Universitaria de Buenos Aires respectivamente.

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  • POLITICA DE LA MEMORIA

    Contradicciones de la memoria completa

    http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2006/12/30/u-01336169.htm Numerosos libros que reclaman la memoria completa de la violencia de los 70 reivindican abiertamente el terrorismo de Estado. Este artculo analiza el tramado ideolgico que vincula reconciliacin con retrica de feroz confrontacin; represin y mano dura; los militares y Juan Carlos Blumberg.

    MARCOS MAYER. [email protected]

    Durante mucho tiempo, los defensores de la represin durante la dictadura optaron por el silencio escritural, o por los textos de circulacin restringida entre aclitos y seguidores, que sirvieran ms que nada para mantener las viejas msticas. Hay una amplia lista de esos libros, que no suelen aparecer bajo un sello editorial reconocido con unas pocas excepciones, que repiten argumentos, frmulas y retricas, cuando no prrafos enteros para justificar o negar lo ocurrido o para buscar una especie de equilibrio entre violencias donde todo resulte doloroso pero inevitable. Despus de ms de quince aos de democracia, hoy parece haber llegado, de la mano de la modernizacin, de los sitios de Internet y de una formulacin ms prolija y ordenada del material, un nuevo deseo de superar los lmites de la interna y alcanzar pblicos ms masivos. Un deseo que parecera confirmar el nmero de lectores de La otra parte de la verdad de Nicols Mrquez (en su sitio se habla de 25.000 ejemplares). Hasta entonces, lo que se escriba estaba destinado a la interna, aunque hubo algunas circunstancias puntuales que marcaron la aparicin de algunos libros. Fue el caso del hoy condenado ex comisario bonaerense Miguel Angel Etchecolatz, quien al quedar exonerado por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida de la condena de 23 aos de prisin que le haba impuesto la Justicia, puso en los quioscos La otra campana del Nunca Ms. Acompa esa edicin con un operativo de prensa que incluy un penoso episodio junto a Alfredo Bravo en el programa de Mariano Grondona. Por otro lado, luego de la repercusin de El Vuelo, en el que Horacio Verbitsky volcaba el relato de los vuelos de la muerte que le haba hecho Adolfo Scilingo, el mismo militar consider que tal vez no le vendran mal unos pesos e hizo circular sin xito por varias editoriales el manuscrito de Para siempre nunca ms, donde copiaba prrafos enteros de sus propias y anteriores declaraciones. Finalmente el libro apareci en edicin de autor y durante el juicio que se le celebr en Espaa, Scilingo, cuando se le leyeron prrafos que lo inculpaban, dijo desconocer el contenido que se le atribua y que haba puesto su firma en la obra a cambio de 300 dlares. Como puede verse, se trataba de responder con un texto a una circunstancia acotada, a un hecho puntual, al que se aluda sin mayores eufemismos. A esto, se sumaba un desorden particular, lo que llevaba a pensar que sus autores los haban escrito sin nimo alguno de perdurabilidad.

  • Esto es uno de los aspectos que ha cambiado tanto en los recientes textos de Vicente Massot y Nicols Mrquez como en In Me moriam, tres tomos editados por el Crculo Militar en el que, como una especie de negativo del Nunca Ms, se da la lista de las vctimas del accionar guerrillero, con datos personales y circunstancias en que se produjeron los atentados. Por un lado, puede pensarse que efectivamente el lento proceso que llev del anuncio de la derogacin de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida a su concrecin plante para los seguidores del Proceso la necesidad de un debate pblico que saliera en defensa de los militares e integrantes de las fuerzas de seguridad que debieran concurrir a los estrados. Pero si se atiende a los links de los sitios de la Web, se ve que uno de los que aparece de manera constante, adems de sitios vinculados a organizaciones anticastristas con base de operaciones en Miami, es el de Juan Carlos Blumberg. Esto implica el trazado de un mapa ideolgico y la idea de una asociacin con un personaje del presente. Al mismo tiempo, asocia el discurso de la mano dura con el de la represin de la dictadura, pues hay elementos en comn entre ambos. Esta posibilidad de reencontrar de manera explcita un sistema de alianzas, que por ahora no va ms all de una adhesin simblica o de la presencia de algn poltico reconocible en algn acto de Memoria Completa, ha llevado a un aggiornamiento de la manera en que los textos organizan el material ideolgico. El libro de Etchecolatz es un permanente caos, sin una lnea que articule retratos biogrficos, justificaciones ideolgicas, presentaciones judiciales y argumentos en los que se mezclan supuestos documentos de la guerrilla con noticias de los diarios de la poca. Escrito con un llamativo descuido, es justamente ese desorden el que lleva a que se repita palabra por palabra un prrafo, con connotaciones sobre las que vale la pena detenerse: "No luchamos para quitar vidas, sino para desterrar un mal que quera someterla (supuestamente se refiere a la patria) a la opresin, para desechar una implementacin ideolgica jams aceptada por los argentinos o una sutil intencin de desvirtuar nuestra identidad Cristiana. Porque no nos gusta la intromisin de insectos forneos". El "argumento" remite a una prosapia de larga data inaugurada en la segunda mitad del siglo XIX por el positivismo con su sistema de metforas mdicas para describir el funcionamiento social: organismos, anticuerpos, curas radicales, las cirugas sin anestesia que poblaron los discursos de Menem. Segn esta perspectiva, que fue hegemnica durante el Proceso y que apareca de manera persistente en la publicidad oficial, la subversin era una invasin de ideas e idiosincrasias forneas y ajenas al sentir de los argentinos. Etchecolatz se inscribe claramente dentro de esa lnea y sus acciones se describen como una guerra santa, en la que se defenda a la vez la cruz y la bandera. El primer libro de Nicols Mrquez que irnicamente es homnimo del to abuelo de Garca Mrquez, en cuya historia se inspir El coronel no tiene quien le escriba persiste algo de ese caos, surgido tambin de la necesidad de sumar argumentos, la mayora de los cuales ya son muy conocidos: que se trat de una guerra no convencional y por lo tanto lo ocurrido no puede juzgarse con parmetros de la Convencin de Ginebra, que el golpe del 76 cont con el beneplcito de una parte mayoritaria de la poblacin, que la prctica de la desaparicin de personas haba comenzado durante el gobierno de Isabel Pern. Pero aparecen en su libro dos conceptos que si bien no son nuevos resultan especialmente problemticos y difciles de comprender: la reconciliacin y la

  • verdad. Disparos a ciegas Hay algo que se mantiene entre La otra parte de la verdad y La mentira oficial: no hay personaje que aparezca que no est acompaado de su correspondiente epteto: "la terrorista Alicia Eguren de Cooke", "el dirigente gramsciano Juan Carlos Portantiero", "el lamentable figurn Anbal Ibarra" "el eterno cachafaz Antonio Cafiero" son slo unos pocos ejemplos de la larga lista, donde slo se salvan los "pensadores" Mariano Grondona y Bernardo Neustadt y aquellos que, an perteneciendo a los bandos enemigos, sostienen conceptos o informan hechos que se adecuan a las ideas generales del libro, como es el caso de Juan Gasparini, de reconocida militancia montonera y que logra librarse de toda calificacin. El tono beligerante general se extiende a situaciones (se compara al gabinete de Cmpora con un "bolsillo de payaso", se caracteriza a diputados y senadores oficialistas actuales como "fundas de ltex a sueldo") y vacila alrededor de algunas personas, como el caso de Juan Jos Sebreli, a quien se execra o reivindica segn convenga a los argumentos planteados. Es tan fuerte ese tono de confrontacin, que en un momento el texto habla de s mismo como "el libro de marras", como si ignorara que referirse a algo de esa manera implica una forma muy intensa de menoscabo. Este cedazo descalificador no se queda en una lista de personajes, cuya bestia negra es, previsiblemente, Miguel Bonasso, sino que se extiende a formas de pensamiento y de accionar poltico. Se critica ferozmente al "progresismo", a los medios de comunicacin, a lo que se considera un inmovilismo congnito de la derecha nacional y a ciertos "mitos democrticos" como aquel que supone que se trata del gobierno del pueblo. Todo este minucioso escrutinio hace difcil imaginar cules seran los sectores que habran de reconciliarse. Salvo que, aunque los libros no lo digan y por puro descarte, lo que est en juego sea una reconciliacin entre corporaciones, que son las nicas que no son puestas en tela de juicio en estos libros, ni siquiera aquellas que se supondra criticables desde esta perspectiva, como podra ser el caso de los sindicatos. Otra pista sobre los significados posibles de la reconciliacin, la brinda Vicente Massot en su libro Matar o morir: "Toda guerra irregular que apela al terrorismo implica un proceso de regresin hacia lo tribal, cuya naturaleza radica en la no distincin entre violencia y crimen. Con estas coincidencias particulares e insalvables: que el ejercicio del terror como arma poltica supone transformar a las personas contra las que se apunta, de sujetos cuya existencia se valora, en meros objetos destinados a ser destruidos. Cuando una organizacin poltica se militariza y se vertebra bajo las caractersticas de guerrilla, en realidad est rompiendo los fundamentos de la guerra convencional. (...) los aparatos armados clandestinos recusan las insignias fijas y visibles en las ropas de sus combatientes, no portan armas abiertamente y jams respetan las costumbres del Derecho de Guerra, caractersticas que los igualaran a los ejrcitos regulares. Al violarlas, el

  • guerrillero pasa a convertirse en criminal. Y la guerra, a partir de ese momento, adopta las formas de la enemistad absoluta, que nunca se da entre ejrcitos clsicos". Adems, de estar muy lejos de la ausencia total de sofisticacin de Etchecolatz, este planteo establece que la lucha antisubversiva ha dejado una marca indeleble y que en verdad no hay reconciliacin posible ms que en la eliminacin del enemigo y de sus expresiones ideolgicas. La reconciliacin implicara la destruccin (el famoso trmino aniquilacin, tan discutido) del otro en tanto tal. Reconcilimonos! Se puede encontrar una cierta renuncia a este afn de desaparicin del otro en Un canto a la patria, escrito por Arturo C. Larrabure en homenaje a su padre, muerto por el ERP en 1974. El problema es que Larrabure pareciera no poder salir de la trama de Memoria Completa, y a pesar de sostener en muchos captulos de su extenso libro que la enseanza que le entreg su padre fue la necesidad de perdonar, acept que su libro fuera beligerantemente presentado por Bernardo Neustadt. En el contexto planteado y dada la imposibilidad de resolver el tema de la reconciliacin cuyo espritu est en contradiccin con la retrica, el contenido y el sistema de alianzas en que entran estos textos, lo que parecera importar es la verdad. De modo similar a lo que ocurre con el revisionismo del Holocausto con su reciente episodio en Irn, se trata de relativizar las cifras, discutir en trminos semnticos (en el caso argentino, la nocin de genocidio) y desviar los ejes de debate: por ejemplo, suele afirmarse en estos libros que, como resume Mrquez, "no fueron 30.000 ni inocentes". Pero, ante esta repeticin de procedimientos, si de verdad se trata, sorprende que se citen frases improbables de Gramsci sin referencia bibliogrfica alguna, como hace Mrquez en su primer libro, un error que repara en parte en el segundo, pero cuando se busca en las innumerables referencias a qu texto de Lenin pertenece la frase "Nunca hemos rechazado el terror ni podemos rechazarlo (...) esencial en un momento dado del combate" se comprueba que ha sido extrada de La rebelin de la nada o los idelogos de la subversin cultural, de Enrique Daz Araujo y cuyo ttulo es explcito respecto de sus inclinaciones ideolgicas. Es el mismo tipo de arrebato que recorre las pginas de cada uno de estos textos y que no parece la mejor premisa metodolgica si la tarea propuesta es la de establecer verdades. Frente a esta actitud cabe pensar en dos hiptesis, o la verdad, pese a las declaraciones, es un valor absoluto o no puede decrsela. Hay momentos en La mentira oficial donde se la roza en un par de prrafos cuya ambigedad no deja de producir cierto escozor. Luego de aludir a los inconvenientes con la prensa y los poderes mundiales que hubiera acarreado dar a publicidad las

  • ejecuciones a guerrilleros, Mrquez sostiene que "el cuestionamiento que debe hacerse al respecto recae sobre la forma del procedimiento pero no sobre la legitimidad y necesidad del combate en s. Vale decir: las crticas pueden caer sobre aspectos de tinte domstico, o sea en cuanto a lo accesorio, pero no sobre lo principal". Es casi admitir que hubo ejecuciones en masa, algo que tambin declarara uno de los principales impulsores de esta defensa, Ramn Genaro Daz Bessone, director del Colegio Militar, en la pelcula Escuadrones de la muerte - La Escuela Francesa, dirigida por la periodista francesa Marie-Monique Robin. Una sinceridad que recuerda al clebre discurso de Himmler ante las SS en Posen y que contiene una especie de resumen de la llamada "solucin final" y que culmin en el Holocausto. Reconciliaciones imposibles y verdades a medias pero siempre brutales. Una forma de ver el mundo que no se resigna al exilio y que parece creer encontrar hoy una brecha para volver a decirse. No siempre el huevo de la serpiente logra tener cra, pero no deja de aspirar a sobrevivir como especie cuando encuentra un nido donde pueda llegar a establecerse.

  • La Sociedad Rural Argentina al pas Texto de la solicitada publicada por la SRA con fecha 24 de marzo de 1977:

    http://www.reddenoviolenciaactiva.org/rnvactiva/index.php?option=com_content&task=view&id=2402&Itemid=38

    En el primer aniversario del Gobierno de las Fuerzas Armadas

    Hoy hace un ao que el pas se debata en la ms profunda de las crisis por las que ha atravesado en su historia.

    La corrupcin, la falta de autoridad, el desgobierno, el crimen como medio poltico, eran caracteres dominantes de la situacin. En lo econmico, la inflacin descontrolada y el desorden fiscal eran insostenibles. Se estaba al borde de la cesacin de pagos; en suma, el pas se desintegraba.

    En esos momentos todos estbamos dispuestos a dar cualquier cosa por tener garantas mnimas de vida y de bienes, por volver a respirar aire puro.

    Fue en tan graves circunstancias que las Fuerzas Armadas tomaron las riendas del pas con patritico empeo, para evitar su desarticulacin total. Su advenimiento al gobierno fue apoyado por todos. En aquel momento nadie medianamente informado crey en la posibilidad de revertir la situacin en un plazo breve.

    Un ao despus, juego de una ardua labor, varios e importantes son los logros materializados. Quizs mayores an de lo que nos puedan parecer sin la suficiente perspectiva.

    La guerrilla aptrida y brutal, amparada en buena medida por las anteriores autoridades, ha sufrido rudos golpes y est en franca retirada. Ahora se dedica desde el exterior a atacar al pas a travs de la prensa izquierdista, cnicamente abusando de la calificacin de derechos humanos, que ellos jams quisieron respetar.

    Sin embargo, queda mucho por hacer. Es indispensable reforzar el proceso dndole otro ritmo, lograr definiciones y tomar decisiones que hacen al fondo del mismo y que son necesarias para proyectar a la Nacin hacia su modernizacin, conforme al plan econmico inicialmente enunciado.

    En efecto, debemos desarmar el andamiaje creado por casi 35 aos de una lenta pero sistemtica estatizacin socializante, que en definitiva ha demostrado su fracaso al empobrecernos a todos y al no haber dado los frutos que algunos sectores ansiosos, confundidos o equivocados, esperaban de su aplicacin.

    Este proceso requiere el apoyo y sacrificio de todos los sectores, sacrificio que deben hacer no slo los empresarios y los obreros, sino especialmente el Estado, dando el ejemplo a travs del reordenamiento presupuestario, que ya ha comenzado la liquidacin de las empresas estatales y el redimensionamiento de la burocracia.

    Ahora no debe dominarnos la impaciencia. Volvamos nuestra memoria al 24 de Marzo de 1976 y comparemos la actual situacin con aquella, recordemos etapas similares y veremos que las experiencias pasadas nos indican la inconveniencia de actitudes demaggicas, de aperturas polticas prematuras, que pueden entorpecer o demorar una efectiva recuperacin del pas en todos los rdenes.

    La Sociedad Rural Argentina reitera frente a los productores y la ciudadana en general su apoyo a toda accin que signifique completar el proceso iniciado el 24 de Marzo de 1976, para poder lograr as los fines propuestos, que en definitiva son los grandes objetivos nacionales.

  • CARTAABIERTADERODOLFOWALSHALAJUNTAMILITARhttp://www.literatura.org/Walsh/rw240377.html1.Lacensuradeprensa,lapersecucinaintelectuales,elallanamientodemicasaenelTigre,elasesinatodeamigosqueridosylaprdidadeunahijaquemuricombatindolos,sonalgunosdeloshechosquemeobliganaestaformadeexpresinclandestinadespusdehaberopinadolibrementecomoescritoryperiodistadurantecasitreintaaos.ElprimeraniversariodeestaJuntaMilitarhamotivadounbalancedelaaccindegobiernoendocumentosydiscursosoficiales,dondeloqueustedesllamanaciertossonerrores,losq