Por Tomás SEGOVIA...Por Tomás SEGOVIA Dibujo de fltan SORIANO e REO que no volveré nunca a...
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UNIVERSIDAD DE MEXICO
Por Tomás SEGOVIADibujo de fltan SORIANO
UN ALMA ENFERMAeREO que no volveré nunca a enamorarme. Tengo el alma envenenada, todolo que toco se torna decepcionante,
lo siento como si entre mis manos entraraen descomposición. Esto es lo que Cecilia me ha dejado, a modo de cruel recuerdo, como otras dejan una enfermedad carnal. Nunca loaré amarla de verdad, peroeso precisame;te, lo sé, me impedirá siempn~ amar a otra.
La pequeña Cecilia. Así la llamaba yoal principio, es extraño. La conocí no sécuándo, pensé que pesaba poco, que sucuerpo menudo debía de ser huidizo ysuave. Me fui aficionando a ella. La encontraba agradable, ligera. Despedía unaatmósfera de limpieza, de facilidad, parecia hecha para manejar sin esfuerzo, ellatan frágil, a los más incómodos hombretones. Me gustaban sus formas, que habíapodido ver en shorts un día: era delgadapero sin ángulos, discretamente carnosa,con delicadas redondeces que no habíasospechado y que me encantaron porqueno se imponían, apremiantes, como suelenotros encantos más bastos que soncomo un atropello. Todo su cuerpo parecía una obra exquisitamente conseguida.Era claro, casi límpido, y pronto despertó en mí una atracción muy especial. Loapetecía como algo refrescante; necesitaba su frescura para apagar una sed queantes no me conocía.
No creí que fuera difícil. Ella era lúcida, tranquila, habíamos hablado de todo.Jugué limpio, dejé adivinar honradamente lo que había en mí. Entonces empecéa chxar contra su extraño juego. Me incitaba, se esquivaba, voh:a a ponerse amano, amagaba con darse, otra vez se escurría, y así un día y otro y otro. Yo estaba desconcertado, creia que esas tácticas sólo existían en mujeres de otro nivel. mujeres que no hubieran podido interesanne nunca. Pero ella saltaba sincesar de un nivel a otro. Imposible Jlacerfrente: si ya creia estar hablando con unasimple coqueta, replicando dócilmente a~a mecánica conocida, repetida siempreIgual, bastaba una frase cáustica, una mirada burlona, para cambiarlo todo, saltara otro clima, y yo me hundía en una amarga .vergüenza. Me enseñába el trapo rojo,dejaba que embistiera, me lo escamoteaba ;. y yo dab~ topes al aire, impotente yrabIOSO, zaherido por las burlas. Hablando en algún bar, en el auto parado denoche en una esquina, en la piscina desu casa adonde algunos días me invitaba.tomaba a veces un tono tan spnsato. tancomprensiYo y sel-eno, que yo poco a pocorecobraba la sensación de otros tiempos,cuando entre nosotros existía aquella comprensión que tanto me satisfacía. Y acababa por crepr de nuevo, con inmenso alivio, en las palabras que decíamos. Hablab~ de mí con cierta ternura apenas irúrllca; me hacía confidencias sobre mí mismo; dejaba entrever en una atmósfera decomplicidad la curiosidad que yo le producía; lIe~aba incluso a. mirarme un poco encendIda, con los oJos levemente nublados. Pero en el sofá me rechazaba revolviéildose de pronto furiosamente' como dispuesta a defender su honra hastala muerte. Cuando yo, inesperadamenteconvertido en odioso ultrajador de doncellas, me apartaba asombrado ante aquellasituación ridicula, ella soltaba tjna larga,alegre carcajada. Parecía divertirse deveras; yo sen~ía casi vértigo, no daba pie,me yeía perdIdo, terriblemente estúpido.
En la calle me recobraba un poco, trataba de hacer mi composición de lugar,siempre confusa, como quien vuelve deun desmayo. La conversación a veces sehacía violenta. Entonces ella confesaba,casi emocionada, que dos dias antes meamaba apasionadamente. Pero yo no había sal:>i<:io percibirlo, intuir, responder al
llamado, y en cambio ahora ... Paralizado de arrepentimiento por mi torpeza, detemor a alejar más todavía la preciosaoportunidad, yo quedaba vacío, incapazele acción. Entonces era cuando parecíagustarle más. Me llevaba y traía como aun niño, me protegía, me consolaba, mehacía una caricia sonriendo con melanco-
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so, yo no tenía el menor derecho sobresu vida. Y la conversación derivaba rápidamente hacia mi estupidez y mi irremediable brutalidad. Al cabo de algúntiempo, toda otra situación llegó a hacérseme inimaginable.
Cecilia desapareció de mi vida repentinamente. Uno de sus amantes logró sacarla por fin de su remolino fantasmalcomo una pesca preciosísima. No sé quéhabrá sido de ellos. Tal vez Cecilia estéabsorta levantando sus terribles laberintos para esta alma privilegiada. Tal vezse ha apagado, renunciado a la ilusión deexistir que con sus juegos de espejosconseguía. N o sé, Cecilia es inesperada:no cree en su realidad, corre hacia loque cree ser y se le esfuma - y tieneque seguir y seguir sin descanso, sintérmino, hasta el infinito, hasta la nada.Tiene que destruir, corromper, envenenar. Su mirada hiela las cosas y luegolas traspasa.
Desde entonces estoy solo, soy un incurable. Recuerdo con una nostalgia escalofriante aquellos meses, cuando mivida era infinita como el infierno. Sóloel glacial abrazo del mal podría despertarme. Nunca amaré a otra, a una quetal vez no llegará al fonclo; que tal vezno vendrá revestida, como un verdugo,del ropaje llameante del destino; que talvez no me hará sentir, como una puntaacerada que me haga casi aullar otra vezde desesperación y de abandono, su fatalmisión de aniquilarme totalmente. Todas me parecen pequeñas, ninguna podría sepultar hasta mi último latido enla inmensa frialdad de su abismo.
La base de existencia de la burguesíahaitiana es muy variable: la política, laindustria, el comercio, los bienes heredados. El modo de vida no lo es menos:viajes, vida de casta, exclusividad de deportes lujosos tales como el tennis, mezclas por uniones matrimoniales, etc.
Una observación: el nivel intelectuales muy bajo. Ahora bien, la producción ola continuación de esta sociedad calcadasobre la producción y sobre las colisiones políücosociales -con el fin de quela disociación siga siendo marcada- sehace. muy débil. Los elementos nuevospierden cada vez más el gusto de los estudios y su sentido de existencia se dirigeúnicamente hacia el mantenimiento delos goces por medios desvergonzados.Esta sociedad dividida en clases crea males cada vez- mayores para el país, descontento por la excentricidad y el egoísmo de su género de vida, y despierta lasconciencias clorm iclas.
Así, la minoría de Haití vive en un espejismo, en las ilusiones peligrosas queprecipitan su caída, en la ignorancia másabsoluta de las teyes de la historia, y sueña en la eternidad de sus goces y de susprivilegios. La estructura social actual deHaití es real: una clase posee sin producir, una clase produce sin poseer. Seestá, lejos, en consecuencia, de la sociedad humana, igualitaria, del establecimiento de la sociedad sin cLases.
¿l/na clase 'III('dia?
Es seguro que existe una clase mediaen Haití. Pero Jos mismos fenómenos queconducen a la clase proletaria a no for-
Por BONAPARTE
todo, destruyéndome miserablemente. Cecilia se me escapaba como el humo, comola pérfida onda, no tenía bulto.
De esta niebla devorante no me salvóni siquiera el descubrimiento de que meengañaba. Pude pensarlo en el primermomento, a solas; pero junto a ella nunca nada llegaba a ningún sitio, todo recomenzaba sin fin, ilimitadamente. A vecesconfesaba, se lanzaba en explicaciones tancomplicadas, tan llenas de repentinos recodos, que yo acababa por perderme. Alfinal resultaba ser yo vituperable y cobarde, causante, casi autor de su infidelidad. Luego negaba todo, se mostrabaultrajada, cambiaba el sentido de todassus confesiones anteriores, ante mis propios ojos, con una rapidez de prestidigitador que me dejaba sin aliento. Otrasveces no tenía nada que explicarme, entre nosotros no había ningún compromi-
ESTRUCTURA DE LA SOCIEDADHAITIANA
L A DIFERENCIACIÓN entre las clasessocii\les en Haití es muy marcada.Los fenómenos que determinan al
mismo tiempo la clase y la sociedad sonaparentes; pero el gracia de adaptaciónes muy diferente, ya sea porque el accesoa una clase "superior" o más desahogadaes nuevo, o porque la degenerescenciaroe una parte de la sociedad antiguamentedesahogada y que sigue reivindicando oviviendo según concepciones caducas quenada justifica. En cualquiera de los doscasos, el carácter burgués persiste, incluso cuando la asimilación a la clase se hahecho posible gracias a factores incoherentes.
y la dase proletaria, por su lado, vive,como en todos los países "civilizados",con medios reducidos, en la necesicIad ytambién en la servidumbre disfrazada delibertad. La servidumbre necesariamenteno debe hacerse oficial para que sea real.
¿ Una burguesía colmada?
Puede comprobarse sin embargo quepermanece igual lo que determina la clase, a saber: el modo de división del trabajo, el modo cle vida, los privilegios.el modo de repartición de la producción.Pero muchas gentes en nuestra sociedadde facto tienen la idea, la mentalidad declase "superior" sin apoyarse sin embargo en factores económicos que los favorezcan.
lía. Dos días después, no era raro que,tras otro desconcertante escamoteo, mereprochara precisamente mi infantilismode aquel día. Si yo en ese momento, enlugar de no entender nada con mi grosera sensibilidad, hubiera hecho algo, ungesto decidido, un acto inteligente ... Pero era demasiado tarde, y en aparienciayo no tenía remedio. Hubiera queridodar patadas contra aquel laberinto de espejos, hundirme en mi torpeza renunciando a todo. Pero estaba tan desesperado,y tan m;:deado ya por mi desesperación,que sólo podía seguir por aquella cuesta,con la fuerza de la inercia, en medio deun atónito vacío.
Así estaban las cosas cuando de pronto un día se me entregó. Fue todo tanbrusco y tirante que no tuvimos tiempode sentir ·ternura. Yo no obtuve gran placer, ni creo que ella ninguno; y sin embargo recordaré siempre aquel día único,aquella sensación de reposo casi fuera deltiempo cuando, reclinada la cabeza sobresu cuerpo fresco y pequeño, me adormecí unos segundos. Me sentía como el náufrago que yace por fin, exhausto, en laorilla de la que ya desesperaba desgarradoramente: asido en el último instantea aquella poca materia delicada, sustraídopor milagro a un ml1lido turbio y confuso que se precipitaba en el vacío.
Pero aquello fue sólo un respiro. Eln.áufrag:o, salvado de la muerte, seguíaSIendo Juguete de las olas. Ahora Ceciliahablaba sin cesar, larga, fríamente, denuestra relación. Examinaba despiadadamente su imposibilidad, su esencia absurda e inútil. Nuestros encuentros eran como de conspiradores; nos juntábamospara hablar sombríamente de aquello como de un insondable pecado que habíaque ocultar en la oscuridad a todo trance.Este espan toso secreto nos ligaba de unamanera tan terrible y casi ultraterrena,que cualquier otro lazo hubiera sido risible entre nosotros. Y era precisamenteporque éramos amantes, porque lo habíamos sido una noche, por lo que no podíamos vivir como hombre y mujer. Yotodavía lo intentaba a veces, en ciertosaccesos de salud y buen sentido cada vezmás raros. Pero pronto abandonada, sin
.tiéndome atrozmente vulgar, aquella pretensión ñoña de vivir por lo menos nuestro pecado - puesto que no tenía remed~o. Nuestra culpa era más grande que laVIda, y parecí~ que la rebajaríamos cobardemente al dispersarla en hechos cotidianos. Eramos dos monstruos castos.. Seguimos viviendo en el vértigo. Ceci
ha me buscaba, me huía, pedía mi apovo,me abandonaba con desprecio. Me telefoneaba a las horas más insólitas faltabaen cambio a las citas, cambiaba' los plan.es en el ~ltimo momento. Cuando porfm nos velamos, evocaba con frenéticacuriosidad los más nimios detalles denuestro amor de un día. Decía que no volvería a verme, pero volvía bruscamente.Otras veces sentía gran piedad por mí,prometía que me cuidaría y me consolaríahasta la muerte como una trágica hermana. y después se reía de mis torpes remordimientos de hombre, hablaba con alegre dese~lVoltura,,ridicu~izabami ingenuidad: ¿com.o habla podIdo yo creer queaqu~llo le Imp?rtaba? Hacía su papel demUjer sana, libre, un poco frívola conla misma perfección, la misma convi'cciónque los otros. Yo vivía en un mundoi~real, corriend~ ?etrás de fantasmas queSlll cesar se dISIpaban, tropezando con