Poesía - Juan Alberto Peña Lebrón (1930- )

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JUAN ALBERTO PEA LEBRN (1930-)

Nace en Estero Hondo, Puerto Plata el 23 de junio de 1930. Su infancia transcurre en el campo hasta 1942, ao en que se traslada a Imbert. Al ao siguiente obtiene el Premio Escolar Ramfis que era otorgado al estudiante de 6to. grado que resultara ganador en un concurso a nivel nacional. Este premio consista en costear al agraciado los estudios en la capital hasta el trmino de su carrera. Se traslada entonces a Santo Domingo e ingresa en la Escuela Normal de Varones, donde, entre otros, son sus maestros Pedro Mir y Andrs Avelino. Se inicia en las letras publicando en 1948 en la seccin Colaboracin Escolar de El Caribe, creada y dirigida por Mara Ugarte, firmando sus trabajos con el nombre de Agripino Pea Lebrn, nombre que luego cambia legalmente por el de Juan Alberto. Se le considera uno de los miembros de la llamada Generacin del 48. Despus de una primera etapa nerudiana, la influencia que ms ha perdurado en l es la poesa de habla inglesa, sobre todo la de Thomas Stearns Elliot (18881965). Su extremado concepto del rigor motiva lo reducido de su obra. Mximo Avils Blonda escribe el prlogo de su nico libro rbita inviolable: La muerte, en Pea Lebrn, no es una preocupacin fsica ni metafsica, sino una imagen meramente potica, como un smbolo de la constante angustia del vivir... smbolo de esa destruccin (pesimismo creciente, derrotismo), de ese aniquilamiento de todas nuestras fuerzas frente al existir, y que, sin embargo, contiene un fondo de esperanza y fe en el hombre en sus posibilidades ms puras y valiosas. Estudios y notas crticas de Pea Lebrn sobre poesa fueron publicados en Rebelin, rgano literario que dirigi Manuel Valerio. All aparece El tema del amor en la poesa dominicana en nuestros das, donde rebate conceptos emitidos por Antonio Fernndez Spencer en el debatido prlogo de El sol y las cosas, libro de Marcio Veloz Maggiolo. Con este trabajo se solidarizaba Pea Lebrn con sus compaeros de generacin, quienes se dieron por aludidos en dicho prlogo. Despus de sus primeros poemas, nostlgicos y evocadores, en la segunda parte de rbita inviolable encontramos poemas intensos como Salutacin a Job, smbolo de una colectividad. Sus ltimas inquietudes se orientaron a un gran poema con pretensiones picas, enraizado en la historia dominicana, proyecto que hasta la fecha no se ha materializado. Ms bien podemos decir que el poeta se ha ido retirando de la poesa hasta el extremo de que ya lleva largos aos sumido en un desalentador silencio para quienes lo admiramos. Fue uno de los directores de la revista Testimonio. Es Doctor en Derecho por la Universidad Autnoma de Santo Domingo. Fue profesor de literatura hispanoamericana y de espaol, en la Universidad Catlica Madre y Maestra de Santiago. Vive en Moca, donde ejerce su profesin de abogado. Obra publicada: rbita inviolable (1953). PRELUDIO GRIS Callad. La brisa nueva puede sentirse sola. Oigo pasos en la neblina: su tamao no bast a mi vaco. Nada bast; quin lavar su nombre de fresco aroma, de rocos recin llegados a la ribera de los besos. Atardecer, t nunca sospechaste esta palabra: ausencia. Cada da ella regaba los ocasos con extraos sollozos. Tal vez algunas cosas se sientan solitarias: gris nocturno, la brisa nueva, mas el corazn debe ungirse de olvido. Cendal de gris espacio sigue la misma ruta despierta de su sombra desplegada... SALUTACIN DE JOB La ilimitada paciencia tiene su lmite, la sombra tiene su contorno indeciso que encierra dentro de un crculo de espera perfectamente fijo las inconstantes variaciones, los sucesos de ltima hora, las cadas y recadas, las admoniciones y las protestas. Pero ahora yo pregunto: a este asunto ceido, a esta inestable sinfona sin ecos, a la vida y la muerte, al llegar y al partir de tantos indecisos momentos, de tantas incontables sospechas, el temor y el horror, el decir y el callar, y ms all de todo tener que ser, aparecer, aplaudir o llorar. Yo pregunto dormido, yo pregunto despierto, a medioda, en la oscura ciudad, en la calle partida por la muerte, en el desvencijado atavo de la suerte, en este orden de cosas, de besos sin control, de medidas, de fiebre, de rganos satisfechos, qu caos, qu rueda de marfil descifra la ltima gota de un suspiro, el llanto de un violn, la paciencia agotada del hombre perfecto? Porque ya es necesario, es justo, es suficiente tenerlo todo o nada, comunicar lo perdido, entregarnos al arma homicida, derribar la botella, hundir el dedo ndice en la masa, hundir la rota tabla, la ltima salvacin; Es necesario suspirar bajo el olvido, es justo maldecir el recuerdo sepultado, es suficiente para tanto rencor una mnima dosis de sustancia mortal, de vino seco, de hostias sepulcrales, para atender a las llamadas urgentes, al SOS del herido en la noche traidora, desarmar al bandido que nos vela la siesta, odiar el cielo que pasa cada da con su mirada inmvil. Aunque todo es intil: permanecer inquieto carece ya de toda significacin cierta. Y lo mejor de todo, de toda realidad sombra es tener que buscar la forma sin sentido donde nada se dice del tema; de la lluvia se habla constantemente; la vida no interesa. Hermoso es todo esto, la nota falsa, el ruido sin dolor ni alegra, la palabra peinada, olorosa, educada, inclinada, indecisa. Callemos cada da y sigamos parlando, mirando el mundo, comiendo pan, visitando los cines, recibiendo promesas, adiestrando las uas, deteniendo el gemido, lamiendo el plato, bendiciendo el cielo, recobrando paciencia con nuestras suaves manos de varn perfectsimo y sombro. Despus de todo, un da incierto el Seor premiar la esperanza. LLUVIA Lluvia dormida en el ramaje, nota que muere dulcemente, cundo, cundo retornar hacia ayer, hacia el distante paisaje de la luz? rota la bruma cundo tornar despierto? Tal vez no canta el mar bajo la niebla que am, ni el alto cielo emerge sobre la ruta del olvido. Tal vez ya todo ha muerto all, donde la lluvia no sonre. Una sonrisa tiene el llanto, un vago signo de tristeza que asoma su velada ternura cuando en la lluvia muere dulcemente la lenta meloda de otros aos. LA ISLA (Canto VII) Eras la tierra, lo firme y perdurable frente al mar, frente a la nube fugaz y a las estrellas, tenaz en tu cimiento, inasequible a lo efmero viendo nacer la aurora y morir el ocaso mientras el tiempo desgajaba sus madejas de sueo. Viste pues, a los extraos arribar cuando caa el otoo: rostros severos, de barba hirsuta y piel ardiente, surgidos del ocaso cual desechos lanzados por el mar violando con sus plantas la virginal arena. Conmovida en tu entraa, te estremeciste de estupor y la flecha del odio rasg tu vestidura de inocencia pero ya estaba escrito en los signos del cielo y en vano reclamaste la furia de tus dioses. Llegaron con metales, con fulgurantes ojos, con furor, aferradas las manos a sus extraos instrumentos de muerte, reseco el labio, sediento el sexo por la larga travesa marina y el corazn en extravo por el impacto de lo indescifrable. Y t que eras lo firme y perdurable te resignaste a su despojo, y los viste cruzar tus valles, vadear los ros en su delirio, talar los bosques, labrar la dura piedra, levantar ciudades hasta caer rendidos de fatiga bajo el sueo. Pero emerga la aurora con su fragancia de miel como los duros senos de tus hijas y de nuevo tornaban a su afn, como si un dios maligno los empujara en pos del oro, en pos del fruto prohibido de tu huerto, y no bastaba el da para saciar su vido empeo, y no bastaban las sombras para calmar su sueo enfebrecido, y as amaron, y odiaron, y murieron y discurran los aos, y t permanecas. Permanecas, oh tierra, inconmovible bajo el cielo, viendo pasar las nubes, contemplando el oleaje, oyendo el melanclico rumor del viento entre tus bosques, renaciendo en verdores al asomar la primavera, adulta en tu dolor de sangre y llanto. As pasaba el tiempo y maduraba tu estupor mas ellos erigieron ciudades frente al mar, junto a tus ros, y otros llegaban sedientos, y partan a otras playas, o combatan y amaban y moran, y la sangre de tus hijos aneg de sollozos tu pecho palpitante. Tierra en medio del mar, bastin ms firme que los siglos, cun frgiles los hombres, fugaces como un soplo ante tu piedra enardecida! Porque breves sus das fueron y sus noches amargas bajo constelaciones sin memoria ante cuya mirada impasible te asaltaron y desgarraron tu entraa, tu manto virginal, como a ramera, en pos del oro, como si un dios maligno los empujara. Llegaron con metales, surgidos del poniente, sobrevivientes de todos los naufragios humanos, los hubo marineros, soldados, mercaderes, delincuentes de rostros tenebrosos, monjes, aventureros, visionarios de trastornada luz en la mirada. Algunos calmaron su ansiedad abrevando en tu verdor, refrescando la ardida frente al soplo de tus aires, y as llegaste a amarlos, olvidando su vicio y su crueldad, mientras tus hijos sufran la dentellada de sus ltigos. Extrao el hado tuyo, tierra surgida del misterio marino: amar al extranjero que te cubri de ultrajes; pero breve es la vida de los hombres y fugaz su destino, breve la muerte, borrando toda huella en la arena del tiempo; dnde la lanza est, la flotante altivez de sus penachos, el asalto brutal, la hora de la traicin, el brazo sin reposo, donde el soberbio mstil, el velamen henchido de terral; de todo slo queda la luz intacta del ocaso, y presidiendo el rito furioso de la muerte los smbolos severos de la cruz y la espada. Extranjeros de torva faz, llegaste a amarlos en su hora de dolor, y en ti aliviaron su congoja, pero tambin los viste enloquecer bajo la furia del esto o en las noches del trpico con los labios ardidos por la fiebre, y ellos tambin te amaron a su modo, cegados por tu luz, en medio del delirio, consumidos de angustia, recordando su tierra, su distante pas, y sus hijos, sus cantos y sus guerras. Llegaron con la espada y con la cruz, y combatieron sin piedad y lmite no hubo a su pasin y su extravo, almas llameantes avivadas por las rfagas del destino, aventureros, monjes, soldados, mercaderes; eran crueles y osados y limpios de temor, y a veces la ternura lata en sus corazones con un rumor confuso y nadie pudo comprender su insensatez, su fiero orgullo y su vida codicia por el oro y los metales. Cegados en su afn, bajo el cielo pursimo, sus das fueron breves cual llama que consume la brisa; y edificaron ciudades con nombres de sus reyes y sus santos, combatieron, saquearon, fornicaron, tuvieron hijos, y nacieron los hijos de sus hijos, y levantaron templos, mas no tuvieron tiempo para soar, y en el polvo sus huesos hoy yacen olvidados, mientras t permaneces, oh tierra, infatigable en tu labor de ser lo firme y perdurable frente al mar, bajo el cielo!