Podemos, Hacia Una Nueva Razón Común
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Podemos: hacia una nueva razón común
JUAN MEDEM
Activista del círculo de Podemos Arganzuela y del equipo Construyendo Pueblo
Hace unos meses me encontraba en una charla en la Universidad de
Verano de Izquierda Anticapitalista. En esa charla un compañero
señalaba que una de las limitaciones del 15-M fue la falta de
efectividad de este movimiento. Con razón, indicaba que el
nacimiento de comisiones y grupos de trabajo en las distintas plazas
fue exacerbado, difícil de controlar y a consecuencia de ello, muy
poco coordinado. Sin estar en desacuerdo sobre los hechos —el 15-M
era un caos, un hermoso caos— lo que me resultaba llamativo era
que la causa de estos problemas se centrara en una cuestión
organizativa, en un problema de método. Nos han faltado reflexiones
serias sobre el 15-M que nos ayuden entender el desarrollo de las
fuerzas sociales y políticas posteriores, entre ellas Podemos. Me
gustaría dar pie aquí a una que nos lleva a varias cuestiones que hoy
candentes.
Independientemente de las causas que motivaran el 15-M, pocas
veces hemos sido capaces de afrontar una limitación existente desde
el principio: el disenso. El disenso en un sentido profundo, que
abarca las diferencias en nuestros posicionamientos políticos. El
gran problema del 15-M no fue el método. En realidad el método, la
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forma de organizarnos, era un efecto de problemas más profundos,
concretamente, la falta de un discurso político común, la
heterogeneidad, la falta de homogeneidad en nuestras trayectorias
biográficas, las contradicciones de los activistas para llegar a las
capas populares, en resumen, la falta de una razón común construida
en la lucha. Sobre esta falta de razón común existía un disenso y el
15-M lo resolvió a su manera, priorizando ciertas necesidades, dando
continuidad al movimientos en la medida de sus posibilidades. La
heterogeneidad era tan grande que el disenso se presentaba como
una acción de carácter disolvente, disgregador. Por ello la política
del consenso, de la irrepresentabilidad, tomó tanta fuerza. Era una
manera intuitiva de conjurar a los fantasmas.
Cuando no hay espacio para el disenso, y sin embargo la búsqueda
de la unidad es necesaria, uno de los mecanismos organizativos de
los que nos solemos dotar es la proliferación de órganos de trabajo.
La razón es sencilla: si no podemos solventar nuestras diferencias en
el debate, lo que hacemos directamente es relajar la unidad de
acción, que todos puedan operar en la dirección que deseen sin que,
eso sí, intenten imponer a otros sus líneas políticas. Exceso de
comisiones por falta de unidad política que refleja desorganización y
diferencias políticas. La descoordinación era efecto de nuestra falta
de criterio político como colectivo, como comunidad, de la falta de un
discurso amplio y común que nos representara a todos dentro de
nuestra pluralidad. Muchos activistas cogimos un tren en marcha sin
tener mucha idea de hacia dónde nos llevaría. Sabíamos que era un
tren que no podíamos dejar pasar. A algunos les gustaba más que a
otros, pero sólo cogiéndolo podíamos empezar a caminar. Si hoy en
día alguien en Podemos nota algo semejante dentro de los círculos, si
ve de nuevo descoordinación y autonomización de las comisiones, si
percibe que las asambleas sólo sirven para refrendar la labor de las
comisiones, que no pierda de vista que este es un problema político y
que exige en primer lugar tener estrategias para introducir el debate
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político en los círculos. Para convertir a las asambleas en verdaderos
órganos deliberativos que tracen líneas de intervención. Todo esto
dificultado por un proceso estructural que hasta cierto punto vacía
de contenido a los círculos.
Consideremos el fenómeno populista desde esta perspectiva. Si bien
las mareas, las asambleas populares, la PAH, las manifestaciones, las
marchas, nos han hecho avanzar un trecho en la percepción de los
problemas en nuestra sociedad, si bien nos han ayudado a conquistar
parte del sentido común, no han resuelto el problema fundamental
de la conquista del poder por parte de las clases subalternas. Y de
nuevo, si algo así sucede, es porque no tenemos una razón común,
un discurso potente y amplio sobre la problemática del poder del
Estado, de la explotación, de la configuración de las clases, de cómo
se lleva a cabo la transformación colectiva. El fenómeno populista no
sólo se apoya sobre las bases de un proceso interclasista, pues todo
proceso de transformación social debe ser capaz de apelar a una
amplia mayoría social para presentarse como alternativa real1. El
fenómeno populista remite a que las diferencias políticas y la falta de
una razón común persisten entre nosotros. Sobre esta base se puede
entender la fuerza del liderazgo carismático que proyecta Pablo
Iglesias. El líder a través de los medios de comunicación es un nexo
reconocible por muchas personas que sienten un enorme malestar
ante la actual crisis de régimen. Puesto que lo único que une a los
200.000 inscritos a día de hoy en Podemos es Pablo Iglesias, esto de
por sí vuelve al propio Pablo Iglesias imprescindible, en tanto que es
el espejo —el significante— donde se reconocen ideológicamente las
personas que apoyan a Podemos. Y la imprescindibilidad de Pablo
Iglesias reside en que al no tener nada más en común entre nosotros
—quizás el odio hacia la casta, aunque no para todos significa lo 1 De hecho, es un error afrontar el debate en el terreno «interclasista», porque el
discurso populista sale reforzado gracias a su forma de entender la conquista de la hegemonía. La cuestión de la razón común que citamos más adelante exige un concepto de hegemonía más materialista, basado en la creación de comunidad a través de la lucha y no tanto, o no sólo, mediante la elaboración de un discurso determinado
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mismo—, sobre esa desorganización, el líder se refrenda
constantemente al ser capaz de tomar las decisiones sobre el
disenso, sobre la heterogeneidad de las diferencias políticas. Frente
a nuestra desorganización, asumimos el liderazgo carismático,
puesto que es capaz de tomar la decisión efectiva y soberana que
hace que Podemos siga moviéndose.
La fragilidad de un proceso como este es mucho mayor de lo que
muchos piensan. Algunos ya lo comparan con el PSOE, aunque
nosotros diríamos más bien que Podemos está en disputa, que
Podemos puede ser la organización de integración de las capas
populares —como lo fueron el PSOE y los sindicatos mayoritarios en
el régimen del 78’— en un régimen post-setentayochista. También
puede ser la organización de la ruptura democrática con el régimen
que abra un proceso constituyente que trascienda, con mucho, el
cambio de constitución. Cuando hablamos de «proceso
constituyente» hablamos de conquista de las instituciones, pero
también de conquista de las calles. Una constitución tiene unas
bases materiales, y ninguna constitución se sostiene si no es capaz
de integrar a una mayoría social que lucha por el poder político.
Pero hablamos de fragilidad porque Podemos, si bien tiene algo de
PSOE, carece a día de hoy de ciertas posiciones que tenía el PSOE.
En primer lugar la falta de una lealtad partidaria de las capas
populares que el PSOE heredaba de la república. En segundo lugar,
la falta de una Internacional Socialista que le apoye, ni mucho menos
la financiación de fundaciones como la Friedrich Ebert. En tercer
lugar Podemos, como el PSOE en su momento, carece de aparato,
pero a diferencia de éste quizás carezca también de lugares y medios
económicos que puedan dotarle de cuadros para el aparato, lo cual
hace de la organización a día de hoy algo absolutamente dependiente
de la Universidad Complutense para obtener los militantes que le
doten de organicidad. Y cuarto y más importante: Podemos no goza
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de las oportunidades de las que gozaba el PSOE. No tiene el espacio
que tenía el PSOE. El PSOE gozó de tres recursos que a día de hoy
no tiene Podemos a la vista. Tuvo la posibilidad llevar a cabo la
modernización del país y de consolidar una constitución que con
todas sus limitaciones era siempre mejor que el franquismo. Tuvo la
posibilidad de llevar a cabo la desindustrialización con fondos
europeos y con subvenciones que posibilitaron que las luchas
obreras no fueran más agresivas. Y tuvo a su mano el recurso de
potenciar la industria del ladrillo que produjo un efecto riqueza y de
integración de las capas populares. Podemos no tiene ninguno de
estos tres recursos en sus manos a día de hoy. Y de hecho esto lo
hace mucho más dependiente, mucho más sensible a todas las
contradicciones. También porque el PSOE llegó al poder en un
momento de reflujo en las movilizaciones, que habían alcanzado su
cénit en el 76’.
Para hablar de la fragilidad de Podemos, nos gustaría ahora llevar a
cabo una crítica al Equipo Técnico y a su forma de organizar la
Asamblea Ciudadana. Todo el proceso de producción de documentos,
toda la dificultad que se ha puesto a la hora de poder votar por
partes, de votar enmiendas, ha hecho que el proceso de
transacciones haya sido limitado. A esto se suma que a los
compañeros del Equipo Técnico tampoco les pareció adecuado
alargar los tiempos de intervención de las ponencias extendiendo con
ello la duración de la asamblea. Finalmente tuvimos ponencias que
defendían su texto en 3 ó 4 minutos. Esto ha generado que una
asamblea que debería haberse caracterizado por una profunda
deliberación política, haya quedado más bien en un espectáculo
televisivo. Muchos no teníamos claro si eso era un mitin o una
asamblea. Nos preocupa que este tipo de cosas sucedan,
especialmente si señalamos la fragilidad de Podemos, su volatilidad.
Tanto más cuanto que, cuando los debates se resuelven por medio
del espectáculo, es posible que deriven en dos procesos no
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excluyentes. El primero de ellos es que una parte de los debates se
resuelva en los medios de comunicación. Y una tendencia como esta
conduce directamente a que sean los medios de comunicación los
que apuesten por unos candidatos u otros, por unos textos u otros. El
otro peligro es que lo que preocupa a las personas más activas en
Podemos, y a la ciudadanía en general —por ejemplo, cómo
intervenimos en una situación de urgencia social— quede postergado
y con este debate, también nuestras contradicciones, nuestra falta de
un discurso potente, nuestra desorientación política. Podemos es
muy frágil y el ascenso de un ciclo de luchas en el futuro podría
hacer que estallase. Pues el líder seguirá siendo un instrumento
válido mientras las encuestas electorales sean favorables y mientras
la indefinición de la dirección sobre temas importantes pueda
mantenerse. Pero un revés electoral, o la obligación de posicionarse
políticamente en algún tema polémico que no satisfaga a todos los
electores, puede hacer que la organización se resquebraje en sus
contradicciones. El liderazgo carismático no lo puede todo. Menos
aún cuando es tan dependiente de los medios de comunicación.
Sin embargo no podemos desestimar la capacidad agregadora que a
día de hoy ha tenido la estrategia de un populismo ciudadanista.
Existen muchas personas que miran a Podemos con esperanza, y
mucha gente que participa de forma activa en el día a día de la
organización. La dirección ha sabido recoger las sabias palabras de
Gramsci al hablar de la necesidad de un condottiero ideal —un
príncipe— que pudiera reencarnar lo que la población siente como
cualidades para la lucha y necesidades históricas para el momento.
Este proceso es muy complejo, porque dadas las condiciones de
heterogeneidad de las personas que trabajan en Podemos, la división
interna es consustancial a su desarrollo, pero la propia necesidad de
unidad sobre la que se apoyan las prácticas de la dirección —que
explotan la “necesidad” de obtener victorias de las capas populares,
por tanto, de los activistas, frente a la actual agresión destituyente
![Page 7: Podemos, Hacia Una Nueva Razón Común](https://reader036.fdocuments.mx/reader036/viewer/2022082614/55cf9244550346f57b950311/html5/thumbnails/7.jpg)
del pacto social del 78’— hace que toda afinidad política que plantee
disensos profundos sea fuertemente rechazada. Los círculos, como
terreno de la construcción de la unidad2, se revuelven cada vez que
perciben este peligro.
Pero esto no quiere decir que en los círculos no se pueda hablar de
política, sólo que la emergencia de lo plenamente político debe
seguir unos cauces que muchos activistas desconocíamos. Decía
Clara Marañón en su intervención en la Asamblea Ciudadana que
Podemos es un puente. El proceso aglutinador está dado, pero la
dirección en la que puede desembocar nos es desconocida. Los
círculos viven hoy una cierta crisis en tanto que, tras las elecciones
europeas, se han quedado sin orientación política, pues el ciclo ha
acabado y ha empezado otro sin una estrategia clara. Por otra parte
los procesos de hiperactivismo exigidos por las dinámicas de las
europeas se mantienen con vida. Los círculos necesitan hablar de
política, es urgente tener debates de verdad, aunque estemos en el
proceso de aprendizaje de cómo se hace algo así. Porque la exigencia
que ponen muchos círculos es que los debates políticos sean
mantenidos desde lo colectivo, no desde lo individual. Los círculos
ponen una exigencia que quizás sea la marca de algo particular de
nuestro tiempo. Hoy sólo podemos apostar por la ruptura
democrática construyendo una razón común, hoy el activista debe
ser capaz de pulsar los sentimientos de una asamblea, captar las
emociones y las aspiraciones, sentirse y hablar como parte de un
colectivo para no romper la unidad. Pero también es necesario no
sólo captar ese sentir y hablar desde él, sino que es necesario desde
ese sentir volver a hablar de política. Hacer política hoy es construir
2 Los círculos tienen una muy interesante dimensión comunitaria. Debo esta observación a varios compañeros polítólogos que militan en PODEMOS y que han vivido los procesos populistas latinoamericanos. Aparece aquí una de las dicotomías más profundas del proceso populista: la necesidad de unidad sólo se puede conseguir a través de la instancia convocante —el líder— y de la dimensión comunitaria de las células políticas. Pero los disensos existen, entre otras cosas, porque sino el proceso populista carecería de su aspecto primordial: aglutinar en la diferencia
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una razón común, construir pueblo.
Puede parecer difuso cuando decimos construir razón común,
construir pueblo. No lo es en absoluto. Al contrario, pienso en cosas
concretas. Pongamos un ejemplo de Benedict Anderson: las clases
gobernantes precapitalistas producían su cohesión y solidaridad a
través de clientelas, de lealtades personales y a través del
parentesco. La burguesía, dada la complejidad de las sociedad que
surgió a través de la industrialización, no podía seguir usando sólo
estos medios para generar cohesión. El simple hecho de tener que
integrar a las clases subalternas en un proceso productivo tan
complejo como el capitalista la obligó a generar comunidades
imaginadas que compartieran una lengua, unos referentes, unas
prácticas culturales comunes: una nación. Si hablamos de la
izquierda, de las formas de operar de la izquierda actualmente,
notaremos muchas veces el mismo problema. Dentro de los partidos
existen familias —redes de afinidad, de clientelismo, de parentesco
real y simbólico3. Eso es la verdadera vieja política que nos impide
crear algo que queda muchas veces bloqueado por los intereses de
estas familias. Construir una razón común es generar un nuevo
lenguaje, un nuevo discurso, donde nos sintamos reconocidos una
mayoría independientemente del líder carismático. Y a la vez gozar
de una orientación política que nos permita tener claro hacia dónde
dirigirnos. Queremos construir una comunidad imaginada, donde sin
conocernos unos con otros nos sintamos unidos porque sabemos que
luchamos por lo mismo.
Este es quizás el punto de divergencia radical que Construyendo
Pueblo tenía con el documento político de Claro que Podemos, y que
segmentadamente en distintas formas he tratado de expresar aquí.
Si nos situamos en un pensamiento institucional, donde lo
3 Hablo de parentesco simbólico porque en política también se generan procedimientos político-afectivos de apadrinamiento, hermanamiento, filiación o emparejamiento
![Page 9: Podemos, Hacia Una Nueva Razón Común](https://reader036.fdocuments.mx/reader036/viewer/2022082614/55cf9244550346f57b950311/html5/thumbnails/9.jpg)
importante sea llegar al gobierno, se puede defender la posición de
que las municipales no son importantes, que la marca Podemos
podría salir dañada de los casos de corrupción o de mala gestión en
los ayuntamientos. Sin embargo, nos parece que esta orientación no
se sitúa en la perspectiva de una ruptura con el régimen. Nosotros,
en cambio, nos situamos en la perspectiva de construir una razón
común que sirva esta vez sí para hablar de un bloque histórico que
lleva a cabo esa transformación social. Los círculos, los activistas, la
gente, no pueden esperar hasta las generales y mirar después
tranquilamente la gestión de un gobierno que jamás podrá romper
con el régimen sin una movilización popular potente. Nosotros
pensamos que las municipales son el momento, independientemente
de que la forma más adecuada para presentarse sea como Podemos,
como Ganemos o como plataformas ciudadanas. Nosotros pensamos
que el ámbito municipal es el más privilegiado, por cercanía con la
población, para orientar a los círculos en una dirección política
concreta y para movilizar a la ciudadanía. Creemos que en el terreno
municipal, hoy más que nunca es necesario labrar un programa, no
electoral, sino político, no para ganar, sino para vencer, a las élites
político-económicas. Un programa político que vislumbre cómo
articular la movilización en la calle con el asalto en las instituciones,
cómo afrontar el no pago de la deuda en los ayuntamientos, cómo
ganarse a los trabajadores municipales, cómo recuperar la soberanía
en los ayuntamientos, etc. Creemos que es el momento privilegiado
para construir una herramienta que debe ser fundamental para la
transformación de esta sociedad.