PETRAS - Las Dos Caras de Las ONG

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LAS DOS CARAS DE LAS ONG Por James Petras De Nuestraamérica Comentaristas e intelectuales se mostraron sorprendidos cuando muchos líderes y activistas de organizaciones no gubernamentales (ONG) se unieron a la campaña electoral de Vicente Fox y, tras su victoria, esperan recibir puestos dentro de su nuevo gobierno. La idea de que líderes "progresistas" de las ONG se unan a un régimen abiertamente partidario del "libre mercado" parece anómala. No obstante, un análisis más profundo de la historia y antecedentes de funcionarios de ONG en América Latina, así como de su ideología y nexos con donantes externos, podía haber vaticinado este escenario. En la transición hacia la política electoral en Chile, Bolivia, Argentina y América Central, numerosos líderes de ONG se aliaron a regímenes neoliberales que utilizaron su experiencia organizacional y retórica progresista para controlar protestas populares y socavar movimientos de clases sociales. Desde el principio de la década de los 80, las clases dominantes neoliberales, junto con el gobierno de Estados Unidos y gobiernos europeos, se percataron que las políticas del "libre mercado" estaban polarizando a las sociedades en América Latina. Mediante fundaciones privadas y fondos estatales empezaron a financiar a las ONG, mismas que expresaban una ideología contra el Estado y promovían la "autoayuda". A finales de este milenio, existen unas 100 mil ONG en todo el mundo que reciben cerca de 10 mil millones de dólares y compiten con los movimientos sociopolíticos por la lealtad de las comunidades militantes. Aun cuando las ONG han criticado violaciones a los derechos humanos, rara vez denuncian a sus benefactores en Europa y Estados Unidos. A medida que aumentó la oposición al neoliberalismo, el Banco Mundial (BM) incrementó los donativos destinados a las ONG. El punto fundamental de convergencia que comparten las ONG y el BM era el rechazo de ambas entidades al "estatismo". Superficialmente, las ONG criticaban al Estado desde un perspectiva de "izquierda" en la que defendían a la "sociedad civil", mientras que al BM lo criticaban en nombre del "mercado". En realidad, el BM y los regímenes neoliberales aprovecharon las ONG para minar el sistema de seguridad social estatal, y fueron utilizados y reducidos a medios para compensar a las víctimas de las políticas neoliberales. Mientras los regímenes neoliberales disminuían los niveles de vida y saqueaban la economía, las ONG se fundaron para promover proyectos de 1

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LAS DOS CARAS DE LAS ONG Por James PetrasDe Nuestraamérica

Comentaristas e intelectuales se mostraron sorprendidos cuando muchos líderes y activistas de organizaciones no gubernamentales (ONG) se unieron a la campaña electoral de Vicente Fox y, tras su victoria, esperan recibir puestos dentro de su nuevo gobierno. La idea de que líderes "progresistas" de las ONG se unan a un régimen abiertamente partidario del "libre mercado" parece anómala. No obstante, un análisis más profundo de la historia y antecedentes de funcionarios de ONG en América Latina, así como de su ideología y nexos con donantes externos, podía haber vaticinado este escenario. En la transición hacia la política electoral en Chile, Bolivia, Argentina y América Central, numerosos líderes de ONG se aliaron a regímenes neoliberales que utilizaron su experiencia organizacional y retórica progresista para controlar protestas populares y socavar movimientos de clases sociales. Desde el principio de la década de los 80, las clases dominantes neoliberales, junto con el gobierno de Estados Unidos y gobiernos europeos, se percataron que las políticas del "libre mercado" estaban polarizando a las sociedades en América Latina. Mediante fundaciones privadas y fondos estatales empezaron a financiar a las ONG, mismas que expresaban una ideología contra el Estado y promovían la "autoayuda". A finales de este milenio, existen unas 100 mil ONG en todo el mundo que reciben cerca de 10 mil millones de dólares y compiten con los movimientos sociopolíticos por la lealtad de las comunidades militantes. Aun cuando las ONG han criticado violaciones a los derechos humanos, rara vez denuncian a sus benefactores en Europa y Estados Unidos. A medida que aumentó la oposición al neoliberalismo, el Banco Mundial (BM) incrementó los donativos destinados a las ONG. El punto fundamental de convergencia que comparten las ONG y el BM era el rechazo de ambas entidades al "estatismo". Superficialmente, las ONG criticaban al Estado desde un perspectiva de "izquierda" en la que defendían a la "sociedad civil", mientras que al BM lo criticaban en nombre del "mercado". En realidad, el BM y los regímenes neoliberales aprovecharon las ONG para minar el sistema de seguridad social estatal, y fueron utilizados y reducidos a medios para compensar a las víctimas de las políticas neoliberales. Mientras los regímenes neoliberales disminuían los niveles de vida y saqueaban la economía, las ONG se fundaron para promover proyectos de "autoayuda" que absorberían, temporalmente, a pequeños grupos de desempleados pobres, a la vez que reclutaban líderes locales. Las ONG se convirtieron en "el rostro comunitario" del neoliberalismo y se relacionaron íntimamente con los de arriba y complementaron su labor destructiva. Cuando los neoliberales transferían lucrativas propiedades estatales, privatizándolas para los ricos, las ONG no fueron parte de una resistencia sindical. Por el contrario, se mostraron activos en la creación de proyectos privados, promoviendo el discurso de la iniciativa privada ("autoayuda") al dedicarse a fomentar la microempresa en las comunidades pobres. Las ONG crearon puentes ideológicos entre pequeños capitalistas y los monopolios que se beneficiaron de las privatizaciones --todo en nombre del antiestatismo y la construcción de la sociedad civil. Mientras los ricos creaban vastos imperios financieros a partir de las privatizaciones, profesionales de clase media que trabajaban con las ONG recibían pequeños fondos para financiar sus oficinas, sus gastos de transporte y sus actividades para promover actividades económicas a pequeña escala. Lo importante aquí es que las ONG despolitizaron a sectores de la población, ignoraron sus compromisos hacia actividades del sector público y se valieron de líderes sociales potenciales para la realización de proyectos económicos pequeños. En realidad, las ONG no son no gubernamentales. Reciben donativos de gobiernos extranjeros o funcionan como agencias subcontratadas por gobiernos locales. Igualmente importante es el hecho de que sus programas no son calificados por las comunidades a las que ayudan, sino por sus benefactores extranjeros. Es en ese sentido que las ONG sabotean la democracia al arrancar programas sociales de las manos de las comunidades y de sus líderes oficiales, para crear dependencias a cargo de

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funcionarios no electos, provenientes del extranjero, quienes eligen y ungen a sus interlocutores locales. La ideología de las ONG en cuanto a sus actividades privadas y voluntarias destruye el sentido de lo "público"; la idea de que el gobierno tiene la obligación de procurar a todos sus ciudadanos. Contra esta noción de responsabilidad pública, las ONG fomentan la idea neoliberal de una responsabilidad privada hacia los problemas sociales y la importancia de los recursos para resolver estos problemas. De tal suerte, las ONG imponen una doble carga sobre los pobres: el pagar impuestos para financiar a un Estado neoliberal que sirve a los ricos; y el autoexplotarse de manera privada para satisfacer sus propias necesidades. Muchos de los líderes y militantes de las ONG son ex marxistas o "post marxistas", quienes toman prestada mucha de la retórica referida a "dar poder al pueblo", "el poder popular", "la igualdad de género" y "el liderazgo de las bases como el único que logra legitimidad", mientras que alejan la lucha social de las condiciones que marcan la vida de las personas. Las ONG se convierten en un vehículo organizado que permite la movilidad social ascendente para desempleados o profesionistas ex izquierdistas mal pagados. El lenguaje progresista disfraza el núcleo conservador de las prácticas de las ONG. Ejemplo de esto es el hecho de que la naturaleza local de las actividades de las ONG tiene siempre que ver con "dar poder", pero los esfuerzos de estos organismos rara vez van más allá de una influencia en pequeñas áreas de la vida social, utilizando los recursos limitados y siempre dentro de las condiciones permitidas por el Estado neoliberal. En lugar de dar educación política sobre la naturaleza del imperialismo y sobre las bases clasistas del neoliberalismo, las ONG discuten sobre "los excluidos", "los indefensos" y "la extrema pobreza" sin jamás pasar de sus síntomas superficiales para analizar el sistema social que produce estas condiciones. Al incorporar a los pobres a la economía neoliberal a través de acciones voluntarias que son exclusivamente de la iniciativa privada, las ONG crean un mundo en el que la apariencia de una solidaridad y acciones sociales ocultan una conformidad hacia las estructuras nacionales e internacionales del poder. No es casual que las ONG se hayan convertido en entes dominantes en ciertas regiones donde las acciones políticas independientes han decaído y el neoliberalismo rige sin oposición alguna. La conversión de líderes de las ONG; de abanderados del "poder popular", a simpatizantes del presidente electo conservador, Vicente Fox, es por lo tanto perfectamente comprensible. Los funcionarios de las ONG proporcionan la retórica "populista" en torno a la sociedad civil que legitiman las políticas del libre mercado. A cambio, sus nombramientos como funcionarios gubernamentales satisfacen sus ambiciones de movilidad y ascenso social. Para los ex izquierdistas, el antiestatismo es el pasaje que les concederá tránsito ideológico de la política de clases y el desarrollo comunitario hacia el neoliberalismo. Para los intelectuales críticos, el problema no es sólo el neoliberalismo del "libre mercado" que viene de las cúpulas, sino también el neoliberalismo de la "sociedad civil", que proviene de abajo.

LA SOLIDARIDAD PRIVATIZADA

Cuando los llamados neo-liberales, instalados en el poder como por arte de magia, comenzaron el remate de los bienes del Estado con el claro objetivo de financiar con su producto el pago de los intereses de una insaciable y descomunal deuda externa, en parte de la población que contemplaba el insólito espectáculo se instaló el siguiente diálogo: - ¿Qué harán estos cuando hayan terminado de rematar los bienes de la abuela? - No te aflijas, cuando esto suceda terminarán rematando a la misma abuela...Todos reímos con lo que pareció sólo un chiste adaptado a la coyuntura.Antes que el remate llegara a su fin, las consecuencias de eso que, eufemísticamente, sus propios autores dieron en llamar "privatizaciones", comenzaron a dejarse sentir con la fuerza de un tornado devastador: la desocupación, llegada a límites nunca antes experimentados, generó, como efecto lógico y proporcional a sus dimensiones, la exclusión de millones de personas del circuito normal de funcionamiento de una sociedad medianamente civilizada.

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Entre esos excluidos estaban los marginados de siempre, pero ahora moviéndose en otra categoría, mucho más precaria y desgraciada. Porque a la carencia presente de los bienes básicos se le sumaba la carencia de esperanza por conseguirlos en el futuro. Esto nunca les había sucedido antes de esta manera.Pero lo realmente nuevo de la nueva situación no era sólo eso. Una multitud, extraída de otras categorías sociales, hacía irrupción en la de los excluidos y se sumaba, en extraña promiscuidad, con los marginales de antes.Entre ellos se pudo advertir la presencia de muchos que, al comienzo del remate, habían aplaudido con frenesí las nuevas medidas, convencidos de que la panacea universal había llegado a nuestras playas.

Como los aztecas, ante las velas desplegadas de los barcos españoles capitaneados por Hernán Cortés, abrieron sus brazos a aquello que se anunciaba como "inversión de capitales", "modernización industrial y agrícola", "capacidad de competir en el mercado internacional" al que tendríamos acceso, convertidos en "primermundistas" gracias a la "globalización" generosa de la economía mundial...Como los aztecas, tardaron demasiado tiempo en advertir que el brillo de los espejos de colores no alcanzaba a cubrir el valor real del oro y la auténtica pedrería de las joyas de la abuela que, en su ingenuidad, habían entregado a cambio. Cuando los aplausos cesaron y de las gargantas resecas de sus protagonistas brotó el grito desesperado de "capitalismo salvaje" ya era demasiado tarde.

Ante sus ojos se levantaba un "nuevo orden" para el que sus constructores lo habían previsto todo. Incluido el derrumbe, supuestamente definitivo, de toda esperanza de que las cosas podrían ser de otra manera. Como un decreto imperial inapelable, se proclamó a los cuatro vientos del planeta que se trataba del "pensamiento único" que nos había permitido llegar al "fin de la historia". Fuera de esto, lo único posible era el caos.Para aplacar las iras de antiguos privilegiados venidos a menos y de marginales convertidos en excluidos, se acuñaron nuevas expresiones que pretendieron renovar el brillo de oropeles rápidamente envejecidos. Según estas nuevas expresiones, las inversiones crearían nuevas industrias generadoras de empleo a granel. La justicia y la equidad vendrían de la mano de una abundancia que, para concretarse, requeriría el sacrificio de "todos".Pasa el tiempo -cronológicamente breve pero pródigo en "resultados"- y los excluidos del proceso de transformación experimentan que, efectivamente, la abundancia se va generando pero, con el mismo ritmo que esto sucede, los beneficios son cargados en los mismos barcos que trajeron a los nuevos conquistadores, que vuelven a surcar de nuevo el mar, rumbo a sus playas de origen.Pero el "verso", que pretende infundir racionalidad a todo esto, sigue con nosotros con renovada vigencia.

Como a aztecas bárbaros, supuestamente beneficiados con una "nueva civilización", pretenden hacernos creer en "productos brutos internos" que crecen a ritmos inéditos, como si el sólo enterarnos de esa noticia fuese suficiente para sentirnos integrados a un consumo de bienes que, en realidad, nunca llegan a satisfacer auténticas necesidades.

Con el transcurrir del tiempo, el verso montado, mil veces desmentido por la realidad, pierde consistencia, no sólo para sus destinatarios, sino también para sus mismos autores.La nueva situación genera nuevos problemas que afectan, incluso, a quienes soñaban con ser sus únicos beneficiarios.En realidad, las fallas que se van detectando afectan no sólo al sector de los nuevos desposeídos sino, incluso, a los generadores del propio sistema. Se trata de fallas inherentes a la concepción misma de las estructuras montadas.

Se hace, por lo tanto, imprescindible revisar los planos de la construcción porque es allí donde, sin duda, se han cometido graves errores de cálculo.

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Pero la historia nos demuestra que esto no pueden realizarlo los propios diseñadores -y principales beneficiarios- de los sistemas económicos, políticos y sociales que, como tales, debieran convertirse en suicidas si lo intentaran.Entonces, lo que hacen es lo único que, históricamente, pueden hacer: buscar paliativos que mejoren el funcionamiento de un organismo de por sí defectuoso.El neoliberalismo -versión vigente del sistema capitalista-, al intentar aplicar principios fundamentales del liberalismo clásico está poniendo al descubierto, en la práctica, más que cualquier otra versión, esas fallas estructurales del sistema.Algunos resultados de la aplicación a ultranza de esos principios comienzan a afectar el funcionamiento del propio organismo, perjudicando directamente los intereses de sus promotores.Se trata del funcionamiento del célebre mercado, concebido como el corazón mismo del sistema.

Es sabido que es requisito fundamental para un buen funcionamiento del mercado capitalista un cierto equilibrio entre la oferta y la demanda de los bienes producidos, convertidos en mercancía al ser incorporados a esa estructura.

Ese equilibrio abarca, asimismo, al proceso de producción y a la capacidad de consumo de la población. Pero la aplicación ortodoxa de los principios de la doctrina liberal, implementada por el neo-liberalismo, ha comenzado a romper ese equilibrio, lo que constituye, sin duda, una de las principales preocupaciones de algunos de los actuales teóricos del capitalismo.Están constatando que la misma tecnología, que es causa del crecimiento de la productividad y, por tanto, de la producción, lo es asimismo de la expulsión de multitudes del circuito mercantil, en cuanto potenciales consumidores.Cuando creían haber descubierto la prescindibilidad definitiva de la siempre molesta masa de trabajadores, advierten, con angustia, que ésta sigue siendo imprescindible como consumidora de la exuberante cantidad de bienes surgidos de las entrañas de sus industrias robotizadas.

Al ser excluida del proceso de producción, esa masa se está viendo incapacitada para ejercer su función dentro del proceso de consumo, tan esencial como aquel para el buen funcionamiento del mercado. Corazón del sistema, como lo hemos definido más arriba, el mercado sólo funciona correctamente cuando su aurícula (oferta) y su ventrículo (demanda) operan con el mismo ritmo, lo que hace posible que la circulación de bienes se realice de manera normal y sin sobresaltos infartantes.

Al constatar esta falla vital, propia de la estructura misma del sistema, se hace imprescindible reconstruir un puente por el que la deteriorada masa consumidora pueda recuperar su capacidad de cumplir con su rol en el proceso de consumo de mercancía. Esta reconstrucción deberá ser realizada sin el más mínimo menoscabo de la esencia del sistema económico implantado.

Para lograrlo será preciso respetar dos premisas esenciales:

-Evitar todo tipo de disposiciones capaces de afectar la esencia del modelo económico impuesto.- Hacerlo de manera que el operativo cumpla con la norma más importante de la teoría liberal: la rentabilidad. Lo que implica, sobre todo, reducir costos al máximo.

La primera condición se consigue imponiendo reglas de juego que respeten el modelo y aseguren su intangibilidad; mientras que lo segundo requerirá la utilización de "mano de obra" barata. Si fuese posible, gratuita.

Implementar mecanismos aptos que conduzcan eficazmente a la consecución de estos objetivos es lo que pretenden algunos economistas del sistema (como Jeremy Rifkin, después de exponer su tesis sobre el "fin del trabajo" - Cfr. Jeremy Rifkin - El Fin del Trabajo - Paidos, 1996), con propuestas que comienzan a implementarse también entre nosotros.Básicamente, estas propuestas consisten en un esquema de sociedad dividida en tres sectores fundamentales:

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Un primer sector, hegemónico, intocable en su esencia, constituido por la llamada "economía de mercado", denominado Sector Privado. Condición indispensable de este sector es su total autonomía.

El segundo sector, denominado Sector Público y compuesto por las instituciones de un Estado de nuevo tipo, es concebido como una especie de "puente" entre el primero y el tercero. Finalmente, un llamado "Tercer Sector", supuestamente independiente del primero, con otro tipo de economía, llamada por sus propulsores "economía social". Este tercer sector de la sociedad, que surgirá en la "era post-mercado" constituye lo específicamente novedoso de la propuesta. El eje central dinamizador lo constituye una "solidaridad" de nuevo cuño, a la que queremos referirnos de manera especial.Creemos que la importancia del tema está dada por el hecho de que consideramos que se trata de una "iniciativa" por la que el neoliberalismo intenta corregir el desequilibrio, al que nos hemos referido, producido en el interior de su mercado que, por efecto de la exclusión masiva operada en el proceso de producción, se reciente por la creciente disminución de la demanda, al tiempo que crece desmesuradamente la oferta, gracias, sobre todo, a la rápida incorporación de las nuevas tecnologías.

No parece casual que, desde hace algún tiempo, altos exponentes de los intereses de los capitales internacionales comiencen a hacer "llamados a la solidaridad" y se muestren tiernamente "compasivos" con los desposeídos, que ellos mismos contribuyen, de mil manera, a despojar. El tercer sector que proponen y están procurando poner en marcha deberá, por una parte, dinamizar la multitudinaria mano de obra desocupada -que fuera esencial en el proceso productivo del pasado industrial- hoy innecesaria gracias a la incorporación del robot y perjudicial a la competencia que requiere disminuir costos de producción.Llama la atención que los mismos hombres que proclamaron una sociedad basada exclusivamente en el mercado y dinamizada por la rentabilidad, se sientan, de golpe, preocupados por los resultados "inhumanos", originados por el proceso que ellos mismos desencadenaron.Fueron también ellos quienes, en un pasado no muy lejano, descartaban explícitamente de sus concepciones valores éticos tradicionales, en nombre de una "modernidad" sin retorno.

Los mismos que llegaron a considerar virtud el individualismo y la competencia, y un vicio pernicioso lo comunitario y la solidaridad hoy proclaman la necesidad urgente de organizar a los despojados en comunidades basadas exclusivamente en la solidaridad. Pero todo esto deberá ser realizado sin que el primer sector de la economía de mercado, para el que siguen vigentes esas primeras "virtudes", se vea en lo más mínimo afectado y, mucho menos, perjudicado.Por eso, la propuesta incluye una exaltación de la "autonomía" del tercer sector con respecto a los dos restantes. La propia "solidaridad" que propugnan ha de ser de "uso exclusivo" de este sector, sin que el primero y el segundo se vean, en manera alguna, contaminados por ella, evitando así sus perniciosos efectos...

Para que esta propuesta se vaya concretando se está echando mano a las llamadas Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) y se comienza a invertir en un nuevo tipo de publicidad. Como si se tratara de una mercancía más de las que circulan en sus mercados y se promueven a través de la prensa y la TV, la solidaridad ha comenzado, de golpe, a ser noticia.

De repente, quienes -a veces desde siempre- la practicaron se convierten en los "héroes" de los nuevos tiempos. Son presentados como los nuevos "modelos" que, gracias al ingenio periodístico de algún comunicador público, pueden incluso circular por pasarelas televisivas, antes destinadas exclusivamente al desfile de otros modelos, más vistosos y elegantes, aunque menos virtuosos y conmovedores.Con una generosidad impropia de un sistema fundado sobre el egoísmo individualista, carísimos espacios de publicidad comienzan a estar gratuitamente disponibles para el buen curita que entregó su vida a paliar con su limosna el hambre de una multitud que crece día a día, para le generosa "mamá" de 200 niños desamparados, para el abnegado ciudadano que asumió de por vida, como una vocación personal, la responsabilidad de un hogar de chicos de la calle... Todo esto que, por fortuna, está

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funcionando en el planeta desde hace siglos, es presentado, de repente, en estos espacios como una "novedad" de nuestro tiempo. Los "llamados a la solidaridad" forman parte de este nuevo panorama publicitario. Tampoco debe faltar y no falta una exaltación de esa "generosidad tan argentina" del conjunto de la sociedad... ¿Se trata, acaso, de un "apéndice" del operativo por el que, en un tiempo extredamente breve, se transfirió el patrimonio público al sector privado. Eso que el ingenio popular ha dado en llamar "el remate de las joyas de la abuela"?. Si así fuera, quienes predijeron que, acabado éste, se procedería a rematar a la propia abuela, no estaban demasiado equivocados...

La solidaridad, que en una época concebimos como un valor universal, necesario para el buen funcionamiento de toda la sociedad humana, ha pasado a ser un requisito exclusivo de un sector de esa misma sociedad.

Como la abuela solitaria y despojada de todo valor trascendental, la solidaridad entró en la subasta. De ahora en más será la encargada, por decreto de quienes sustentan su propio poder en el valor de las joyas que otrora a ella le pertenecieran, de movilizar y motivar al sector de los excluidos.

Así concebida, la solidaridad deja de ser un valor ético universal, motor que propulsa las relaciones de convivencia de toda la sociedad definiendo una concepción de la especie humana, y se convierte en un engranaje más del sistema económico vigente, al que se le asigna la función de capacitar a grandes sectores para que vuelvan a ser eficaces consumidores de un mercado atosigado de oferta y carente de suficiente demanda.Cuando irrumpió en el proceso productivo la robótica que, en poder de un sistema perverso de privilegio de minorías poderosas, amenazaba con una histórica y definitiva desaparición de la intervención humana directa en la producción de bienes y servicios, muchos participamos de la pesadilla que nos mostraba la extinción definitiva de multitudes en aras de la felicidad sin límites de una elite de privilegiados. Excluida de su concepción de sociedad la noción misma de solidaridad, considerada como una especie de contra-valor para el buen funcionamiento del mercado y los estados y por lo tanto perjudicial para el conjunto de los individuos, la relación entre los humanos sería la pura competencia.En esa perspectiva, "la supervivencia del más apto" -definición darwinista, de dudosa validez universal, incluso para explicar la evolución de las especies, como pretendiera su autor- se convertiría en la principal justificación del modelo imperante. ¿Qué pasaría con la multitud de "no aptos", es decir de los millones de seres humanos carentes de poder económico para "competir"?

Lo lógico, dentro de una semejante concepción, sería la definitiva y total exclusión de esa multitud, considerada como un "lastre" del que hay que desprenderse para bien de la verdadera "sociedad", constituida por los privilegiados dotados de "aptitud" para sobrevivir. Pero es aquí donde interviene el aspecto, al parecer no previsto por los diseñadores del sistema,: los productores descartables son los mismos que cumplen, gracias a su integración al proceso productivo, la función de consumidores. Por lo tanto, la masa de excluidos de la producción deberá ser, de alguna manera, recuperada como consumidora que asegure la "demanda" imprescindible, sin la cual el mercado capitalista no funciona.

Tarea gigantesca y sumamente delicada. Se trataba de hacer surgir de la hecatombe producida por el nuevo modelo capitalista a millones de seres humanos, llamados a movilizar, en una nueva e inédita situación, los alicaídos mercados (sobre todo en su nivel de hiper y supermercados...). Tarea difícil y aparentemente costosa la de devolver poder adquisitivo a tanto hambriento, sin pensar en volverlo a incluir, como en otro tiempo, en el proceso productivo, en el régimen salarial. Se hacía imprescindible la idea genial que sacara al modelo del nuevo atolladero y apareció el genio que la expusiera: que esa tarea la cumplan los mismos excluidos. Así aparece la brillante iniciativa de privatizar la solidaridad.

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Se trata de la solidaridad de los mismos afectados por la crisis descomunal, convertidos ahora en un elegante "tercer sector", que deberá encontrar la forma de autofinanciar, en un circuito cerrado de economía de nuevo tipo, la satisfacción de sus necesidades.

No se trata, sin embargo, de una forma de "auto-abastecimiento", sino de una manera de capacitarse como consumidores de un mercado necesitado de demanda. Esta propuesta, surgida del ámbito de la propia economía de mercado, retoma el concepto de "solidaridad" para encuadrarlo en un tipo de sociedad fundada sobre principios que se le oponen radicalmente. Son los propios teóricos y constructores del neoliberalismo quienes definen el "nuevo orden" a partir de conceptos como "individualismo", "egoísmo", "desigualdad" y "competencia". Para ellos, el único incentivo histórico capaz de movilizar voluntades en aras del crecimiento y la producción material es la búsqueda del propio beneficio individual. Por otra parte, la felicidad del hombre está indisolublemente ligada a la posesión (propiedad) de bienes materiales, lo que implica y justifica la lucha despiadada por obtenerla.

El resultado final del proceso es un hombre definido como simple "consumidor" de bienes materiales. Lógicamente al conjunto de los individuos así concebidos se lo deberá llamar "sociedad de consumo".

Pretender injertar en este contexto el desechado concepto de solidaridad debería, al menos, despertar nuestras sospechas. Pero nuestras sospechas se intensifican al considerar la pretendida simultaneidad y autonomía de los sectores "economía social" por un lado, y "economía de mercado" por el otro. Lo que equivale a afirmar que éste seguirá rigiéndose por las leyes que erigen en virtud el individualismo materialista y la felicidad-consumo, mientras aquel deberá funcionar impulsado exclusivamente por la solidaridad entre pares y el amor entre hermanos..

Esta situación, de por sí cargada de incoherencia, deja ver la verdadera trampa que encierra cuando comenzamos a analizarla desde la dimensión del poder hegemónico de nuestra sociedad. No se necesitan grandes elucubraciones para afirmar, sin margen de error, que el verdadero poder en el "nuevo orden" globalizado reside en el primer sector, conformado por la economía de mercado, ya que es allí donde se toman todas las grandes decisiones capaces de conmover hasta sus cimientos la vida de los pueblos.

Reflexión para la militancia:

Este tema adquiere una especial importancia para quienes estamos empeñados en mantener viva la utopía de un mundo mejor, ya que el denominador común de todos los que lo pretendemos es, precisamente, la solidaridad, sobre la que deberá construirse una nueva forma de convivencia humana.

Esa es la razón por la que creemos que el análisis que precede ha de ser considerado sólo como una inquietud, que se sentirá satisfecha si logra despertar algún interés por esta propuesta del nuevo modelo capitalista que, a nuestro entender, encierra una ambigüedad peligrosa, una trampa capaz de comprometer en la empresa a muchas buenas voluntades engañadas.

Pensamos que, dada su naturaleza, esta propuesta de "solidaridad privatizada" debe ser analizada con mayor profundidad, en función de establecer una estrategia para nuestro accionar militante, que no puede agotarse en una actitud negativa de rechazo a todos los emprendimientos destinados a paliar la situación de los seres humanos excluidos de la sociedad que debería albergarlos.

Miguel RamondettiEnero 98

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