Pedro Páramo

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Pedro Páramo es la novela de la soledad, de la muerte, del miedo y, entre otros ejes temáticos, de los murmullos. La soledad se siente entre las líneas y entre los nadies, que pululan en el ambiente de la novela y en el sentimiento de los personajes; la muerte vaga por Comala, pero en la paradoja de este pueblo es la vida dentro de la obra; y el miedo acompaña a Juan Preciado: en cada momento que habla con un personaje fantasmal. El miedo salta en la cara de la hermana de Donis por el pecado cometido; el miedo convive con las mujeres violadas por Miguel Páramo; el miedo mata a Juan preciado en complicidad con los murmullos, que fijan el ambiente de la muerte y de la vida. Estos indican que los personajes están muertos, pero que, gracias a los recuerdos, recobran vida entre murmullos. Los personajes parecen vivos en el infierno comalteco, y crean el mundo que hace posible que cada página se entreteja con las otras. El padre Rentería, como personaje, entrelaza la temática religiosa de la obra, a partir de las decisiones que conllevan culpas, de la sentencia y el perdón. Y a la vez, en el ámbito religioso, es un sucedáneo o ejemplo de Pedro Páramo, en cuanto que también oprime a los fieles con la censura moral- religiosa. En este sentido, “(…) el padre Rentería es un fiel reflejo de la opresión que la Iglesia como institución ejerce en el pueblo, violencia de tipo espiritual y paralela a la física encarnada por Pedro Páramo”. (González Boixo, 176). Esta violencia espiritual es tomada por el pueblo como un hecho normal, como disposición y voluntad divina, casi del mismo modo como comprenden y se subyugan al poder del cacique. Según la Real Academia de la Lengua Española, el bien es “Aquello que en sí mismo tiene el complemento de la perfección en su propio género, o lo que es objeto de la voluntad, la cual ni se mueve ni puede moverse sino por el bien, sea verdadero o aprehendido falsamente como tal”, y el mal es “Lo contrario al bien, lo que se aparta de lo lícito y honesto”. No se entra en precisión filosófica pues estos conceptos son muy amplios y bastante debatidos. Pero, ya aclarado esto, ¿por qué se dice que el padre Rentería está entre el bien y el mal? El padre Rentería es el perdón de Comala, el que tiene la potestad de limpiar pecados. El pueblo lo ve con respeto, con fe, con la esperanza de la absolución de los pecados que comete en torno a Pedro Páramo. Las mujeres se acuestan con él, tienen hijos con él, y le entregan a sus hijas y luego se arrepienten ante el cura, y este solamente escucha: “Me acuso padre que ayer dormí con Pedro Páramo”. “Me acuso padre que tuve un hijo con Pedro Páramo”. “De que le presté mi hija a Pedro Páramo”. (Rulfo, 101). Los pecados del padre Rentería son producto del autoritarismo de Pedro Páramo, pues incluso los asuntos clericales pasan por las manos del cacique, y de aquí parte la configuración de la Iglesia por medio del padre Rentería, que perdona solo a un sector, muy reducido, de Comala, a pesar de sus pecados. Perdona por interés y por un temor que se emparenta con el respeto: interés, en primera medida, por el lucro para el mejoramiento del templo: El padre cura quiere setenta pesos por pasar por alto lo de las amonestaciones. Le dije que se le daría a su debido tiempo. Él dice que le hace falta componer el altar y que la mesa de su comedor está toda desconchinflada (Rulfo, 59),

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Pedro Páramo es la novela de la soledad, de la muerte, del miedo y, entre otros ejes temáticos, de

los murmullos. La soledad se siente entre las líneas y entre los nadies, que pululan en el ambiente de

la novela y en el sentimiento de los personajes; la muerte vaga por Comala, pero en la paradoja de

este pueblo es la vida dentro de la obra; y el miedo acompaña a Juan Preciado: en cada momento

que habla con un personaje fantasmal. El miedo salta en la cara de la hermana de Donis por el

pecado cometido; el miedo convive con las mujeres violadas por Miguel Páramo; el miedo mata a

Juan preciado en complicidad con los murmullos, que fijan el ambiente de la muerte y de la vida.

Estos indican que los personajes están muertos, pero que, gracias a los recuerdos, recobran vida

entre murmullos.

Los personajes parecen vivos en el infierno comalteco, y crean el mundo que hace posible que cada

página se entreteja con las otras. El padre Rentería, como personaje, entrelaza la temática religiosa

de la obra, a partir de las decisiones que conllevan culpas, de la sentencia y el perdón. Y a la vez, en

el ámbito religioso, es un sucedáneo o ejemplo de Pedro Páramo, en cuanto que también oprime a

los fieles con la censura moral- religiosa. En este sentido, “(…) el padre Rentería es un fiel reflejo de

la opresión que la Iglesia como institución ejerce en el pueblo, violencia de tipo espiritual y paralela

a la física encarnada por Pedro Páramo”. (González Boixo, 176). Esta violencia espiritual es tomada

por el pueblo como un hecho normal, como disposición y voluntad divina, casi del mismo modo

como comprenden y se subyugan al poder del cacique.

Según la Real Academia de la Lengua Española, el bien es “Aquello que en sí mismo tiene el

complemento de la perfección en su propio género, o lo que es objeto de la voluntad, la cual ni se

mueve ni puede moverse sino por el bien, sea verdadero o aprehendido falsamente como tal”, y

el mal es “Lo contrario al bien, lo que se aparta de lo lícito y honesto”. No se entra en precisión

filosófica pues estos conceptos son muy amplios y bastante debatidos. Pero, ya aclarado esto, ¿por

qué se dice que el padre Rentería está entre el bien y el mal?

El padre Rentería es el perdón de Comala, el que tiene la potestad de limpiar pecados. El pueblo lo

ve con respeto, con fe, con la esperanza de la absolución de los pecados que comete en torno a

Pedro Páramo. Las mujeres se acuestan con él, tienen hijos con él, y le entregan a sus hijas y luego

se arrepienten ante el cura, y este solamente escucha: “Me acuso padre que ayer dormí con Pedro

Páramo”. “Me acuso padre que tuve un hijo con Pedro Páramo”. “De que le presté mi hija a Pedro

Páramo”. (Rulfo, 101).

Los pecados del padre Rentería son producto del autoritarismo de Pedro Páramo, pues incluso los

asuntos clericales pasan por las manos del cacique, y de aquí parte la configuración de la Iglesia por

medio del padre Rentería, que perdona solo a un sector, muy reducido, de Comala, a pesar de sus

pecados. Perdona por interés y por un temor que se emparenta con el respeto: interés, en primera

medida, por el lucro para el mejoramiento del templo:

El padre cura quiere setenta pesos por pasar por alto lo de las amonestaciones. Le dije que

se le daría a su debido tiempo. Él dice que le hace falta componer el altar y que la mesa de

su comedor está toda desconchinflada (Rulfo, 59),

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información que Fulgor daba a Pedro Páramo después de ir al templo de Dios para que el padre

Rentería preparara rápidamente todo lo referente al matrimonio de Pedro Páramo con Dolores

Preciado.

El temor, asociado con el respeto, en segunda instancia, es otro factor que hace que el Padre

Rentería perdone a unos pocos, que son cercanos al cacique del pueblo. Respeta y le teme al poder

de Pedro Páramo, que incluso doblega al mismo Dios: “Entró en la sacristía, se echó en un rincón, y

allí lloró de pena y de tristeza hasta agotar su lágrimas. –Está bien, señor, tú ganas- dijo después”

(Rulfo, 40), oración del padre Rentería cuando perdonó a Miguel Páramo, el hijo de Pedro, muy a

su pesar.

Por otro lado, las decisiones del padre Rentería son otra demostración del papel de la Iglesia en los

años 10 y 20 del siglo pasado. El hecho de haberse unido a la Guerra Cristera: “se ha levantado en

armas el padre Rentería” (Rulfo, 170), de no querer perdonar a Miguel Páramo (aunque luego lo

haya hecho), de acusar a este por la violación de su sobrina, que en últimas no fue violación, lo

caracterizan como un personaje que actúa de tal forma por sentimientos del momento, y no por una

valentía que sería aplastada por el temor y respeto a Pedro Páramo. Las decisiones del padre

Rentería conllevan culpas, que lo transportan a uno de los estados más críticos de lo humano: la

consideración de ser malvado. Esto se evidencia en soliloquios que el personaje hace durante el

transcurso de la novela; el padre Rentería se pierde en divagaciones y, gracias a estas, se puede

comprender, de mejor forma, el bien y el mal que lo acorralan:

La voz del padre Rentería se debate en la discusión de lo que es y representa para los otros y para sí

mismo como sacerdote; su historia se sitúa durante el periodo del cacicazgo de Pedro Páramo. En el

desarrollo de la discusión está influido principalmente por dos voces: la de dios, y la del demonio,

representado por Pedro Páramo (Eustolia Erióstegui, 35, 2005).

El padre Rentería está entre el bien y el mal: entre Dios y Pedro Páramo; entre el cielo y el infierno.

Sus decisiones lo llevan a un mal estado; todo indica que actúa por medio de Dios, pero sus

decisiones y voluntades son intermediadas por el cacique: está en la encrucijada del bien y del mal.

El padre Rentería es un personaje que representa, ya veremos cómo, la Iglesia del México de

principios del siglo XX.

Ahora bien, el padre Rentería es la voz de Dios, pues como representación de él en la Iglesia

encamina a los fieles por el sendero del bien, aunque tome decisiones que lo llevan a él y a Comala

por el sendero contrario, el del mal. Comala es un pueblo de pecado, donde las ánimas penan

porque el pecado cometido en vida las condena. Las decisiones del padre Rentería hacen de Comala

un río de fantasmas, que recuerdan sus errores y sus culpas:

Comala, ciudad purgatorio donde los muertos deshabitan un presente sin esperanzas, sin cambios,

sin futuro. Ciudad de ánimas en pena que tiene los ojos puestos en las nucas, rumiando un pasado

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que tendrá siempre el mismo gusto y el mismo disgusto. (…) Ciudad de espectros que platican

entre ellos y de monólogos que repiten y gastan las pequeñas soledades de vidas en desamparo,

desgarradas para siempre de sí mismas ( Carvalho da Silva, 1).

Comala se ve deshabitada de la vida y poblada por la muerte. Las almas penan por su propio

pecado, por el pecado del pueblo, que fue confesado y no perdonado por el padre Rentería. Un

ejemplo de esto es la muerte de Eduviges Dyada, que muere sin el perdón de Dios, por haberse

suicidado, por haber ido en contra de sus designios: “Pero ella se suicidó. Obró contra la mano de

Dios” (Rulfo, 46, 1981), afirma y decide el padre Rentería, sin darle el perdón. Solo hay una

posibilidad: las misas gregorianas, pero cuestan mucho: “Digo tal vez, si acaso, con las misas

gregorianas; pero para eso necesitamos pedir ayuda, mandar traer sacerdotes. Y eso cuesta dinero”

(Rulfo, 47, 1981).

Se esboza desde ya el interés del Padre Rentería, que está entre el bien y el mal: da el perdón a los

feligreses (hayan sido buenos o malos), siempre y cuando tengan cómo pagar. El padre Rentería

configura las acciones de la Iglesia, pues es su representación en Comala. Para dar el perdón, el

padre Rentería piensa, primero, en sus propios intereses.

Por otra parte, la conversación entre Juan Preciado y Dorotea muertos no gira únicamente en torno

a Pedro Páramo, sino también a los hechos y personajes que entretejieron su vida, sus felicidades y

sus llantos. El padre Rentería le negó el perdón a Miguel Páramo: “— ¡No! —dijo moviendo

negativamente la cabeza. No lo haré. Fue un mal hombre y no entrará al Reino de los Cielos. Dios

me tomará mal que interceda por él” (Rulfo, 38). Esta fue una decisión de valentía y coraje: valentía,

por decirle un No al cacique del pueblo; coraje, por el recuerdo de la muerte de su hermano, por la

memoria de la violación de su sobrina.

La decisión, sin embargo, no dependía solo de él. Estaba la fuerza mayor, el Dios del cielo, la última

voz. Presentó el problema ante Dios, después de que Pedro Páramo puso sobre el reclinatorio

algunas monedas de oro:

El padre Rentería recogió las monedas una por una y se acercó al altar.

—Son tuyas —dijo —. Él puede comprar la salvación. Tú sabes si éste es el precio. En cuanto a mí,

Señor, me pongo ante tus plantas para pedirte lo justo o lo injusto, que todo nos es dado pedir... Por

mí condénalo, Señor.

Y cerró el sagrario.

Entró en la sacristía, se echó en un rincón, y allí lloró de pena y de tristeza hasta agotar sus

lágrimas.

—Está bien, Señor, tú ganas— dijo después (Rulfo, 40).

A partir de esto, pueden notarse, a simple vista, dos decisiones: una impulsada por un sentimiento

de rencor (un rencor vivo) muy humano; otra, motivada por el interés clerical, por la limosna para

el templo, por el pago de la indulgencia. La segunda decisión del padre Rentería vencía los

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recuerdos de la maldad de Miguel Páramo por una razón: el dinero, “El dinero como cobro por su

intercesión en la salvación de las almas”, dice González Boixo (171). Ejemplo de esto es la muerte

de Eduviges arriba citada, pero no se reduce a una única cita. El interés del padre Rentería se

demuestra en otro pasaje de la novela:

El padre cura quiere sesenta pesos por pasar por alto lo de las amonestaciones. Le dije que

se le darían a su debido tiempo. Él dice que le hace falta componer el altar y que la mesa

de su comedor está toda desconchinflada. Le prometí que le mandaríamos una mesa

nueva (Rulfo, 59).

Esta información se la daba Fulgor a Pedro Páramo después de haber ido a arreglar el próximo

matrimonio del cacique con Dolores. Se evidencia el grado de interés del padre Rentería; ve la

posibilidad de sacar tajada para el Templo y para su comodidad de hogar. Pasar por alto las

amonestaciones cuesta sesenta pesos, y su nueva decisión colecciona culpas:

(…) el padre Rentería, es uno de sus más aplicados pecadores. Corrupto y ganancioso, entrega el

perdón por dinero y por él condena a las ánimas a quedarse eternamente sin salvación. No puede

ayudar a su comunidad con el perdón de la gracia divina, pues él es apenas uno más destinado a

deambular en ese purgatorio repleto de ánimas entregadas a expiar sus pecados (Carvalho da Silva,

2).

En el anterior apartado, Carvalho da Silva presenta al padre Rentería como un pecador, como una

ánima del purgatorio comalteco. La razón por la cual el padre Rentería no puede perdonar se debe

a que él también es un pecador; tal vez el más grande de todos. Aquí no cuenta solo el interés, sino

que a través de él, entregó a Comala en manos de Pedro Páramo. ¿Cuál es, pues, la culpa del padre

Rentería?: Perdonar la muerte de Miguel Páramo, perdonar por interés y condescender ante las

maldades de Pedro Páramo. De esto último es consciente, porque ayudó a Pedro Páramo a crecer

como mala yerba:

El asunto comenzó—pensó—cuando Pedro Páramo, de cosa baja que era, se alzó a mayor.

Fue creciendo como una mala yerba. Lo malo de todo esto es que todo lo obtuvo de mí:

“Me acuso padre que ayer dormí con Pedro Páramo”. “Me acuso padre que tuve un hijo

de Pedro Páramo”. “De que le presté mi hija a Pedro Páramo (Rulfo, 101).

A partir del párrafo citado, se evidencia la culpabilidad del padre Rentería por sus acciones. El

padre Rentería se sabe culpable, es consciente de que por su culpa el pueblo se condena. Una culpa

heredada por sus decisiones, motivadas estas por el temor y respeto a Pedro Páramo. Cuando el

padre Rentería viaja a Contla a una reunión con el párroco de aquel lugar, este le hace ver sus

errores. En resumidas cuentas, el padre Rentería había entregado la Iglesia a Pedro Páramo, había

entregado a Comala entera:

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Ese hombre de quien no quieres mencionar su nombre ha despedazado tu iglesia y tú se lo

has consentido. ¿Qué se puede esperar ya de ti, padre? ¿Qué has hecho de la fuerza de

Dios? Quiero convencerme de que eres bueno y de que allí recibes la estimación de todos;

pero no basta ser bueno (Rulfo, 108).

“No basta ser bueno” le dice el padre de Contla al padre Rentería. No basta tener un

comportamiento aceptable para el pueblo, hay que luchar con rectitud por él, con justicia, es decir,

hay que perdonar porque Dios lo permite y no porque se pague el perdón. Hay que actuar con

sabiduría y valentía ante confesiones similares. González Boixo afirma que “(…) la confesión se

convierte en un símbolo en la novela” (177), y tiene toda la razón, porque es el principio de la

condena de las almas cuando no hay perdón de por medio; una condena dada por el padre

Rentería, cuya potestad se rige por el dinero y por las voluntades de Pedro Páramo. De aquí, parte

la idea de la Iglesia como ente que condena. Si la gente se confiesa es porque le teme intensamente

al infierno y porque sabe que ha pecado por voluntad de Pedro Páramo, por algo que tiene que ver

con él. El padre Rentería no perdona porque el pueblo es pobre, porque no saca ningún provecho

del perdón. La religión se vuelve, de esta manera, punitiva y deja aun lado la idea de salvación.

González Boixo afirma al respecto:

La religión, elemento básico en la concepción de la vida para los personajes de Rulfo, se presenta

ciertamente con dos características: como una religión adulterada por las supersticiones unidas a

ella y como una religión punitiva, contrariamente al carácter de «salvación» que el catolicismo

predica (167).

El hecho de que el padre Rentería no perdone los pecados hace de la Iglesia un lugar de castigo, y

no un medio de salvación. Las supersticiones de las que habla el crítico hacen referencia al concepto

de infierno y a lo que hay después de la muerte, características de la religiosidad mexicana

heredada de antaño:

Poco a poco se llegó a la simbiosis resultante en la religiosidad de pueblos mestizos, como

el mejicano. Mestizos tanto en etnia como en cultura. El mejicano es hoy tan cristiano como

lo era ayer fiel devoto de Quetzalcoatl, solo que ha cambiado el rito y los dogmas, los

edificios y los ropajes. (Manrique Miguel, 83).

Miguel Manrique aclara con el apartado anterior que el mejicano trae consigo y con su cultura la

religiosidad de siempre; tal vez, también acompañada de supersticiones que tengan que ver con la

vida después de la muerte. Después de la aclaración, retomemos: Al ser punitiva, la Iglesia

contradice uno de sus preceptos: la salvación que predica. Y todo intermediado por pedro Páramo,

que destruye la iglesia, pero no la material, no el templo; sino la iglesia como pueblo: el pueblo de

Comala.

El padre Rentería asume su culpa, es consciente de lo que ha hecho y de las decisiones que ha

tomado; se siente malo. Después de la conversación con el padre de Contla, habla con su sobrina:

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¿A dónde va usted, tío? (…).

- Voy a ir un rato a caminar, Ana. A ver si así reviento.

- ¿Se siente mal?

- Mal no, Ana. Malo. Un hombre malo. Eso siento que soy. (107).

Sus propias decisiones lo señalan y lo culpan, pues son contraproducentes con lo

que siente, es decir, el sentimiento de arrepentimiento, de culpa y de congoja. El padre Rentería toma la decisión de dejar a Comala en manos de Pedro Páramo, y

este la destruye. Todo se hace como el cacique lo manda, todo, incluso el perdón de

Miguel Páramo, que no lo merece.

La culpa del padre Rentería crece en la medida en que recapacita en sus hechos. Le

da el perdón al hijo de Pedro Páramo, y no perdona al resto por interés, es decir,

porque no tienen cómo pagar el cielo. Pedro Páramo es la potestad en persona,

pues todas sus voluntades se llevan a cabo, incluso el perdón de Dios para su hijo:

Pedro Páramo constituye, en breve, una crónica que registra la trayectoria de un avatar de «la

voluntad del poder». Esa voluntad se fortalece al imponerse en los ajenos, y no entra en declive

hasta encontrar una meta inalcanzable: el afecto de Susana. Por fin convencido de su derrota, la

voluntad del poder se aniquila, realizando así el acto último de autonomía individual (…), (Tittler,

5, 1981).

La voluntad de Pedro Páramo se impone en el pueblo, y el pueblo lo permite, le entrega a sus hijas, a sus mujeres, les presta su vientre para que en él engendre. El

padre Rentería sabe lo que sucede, y no hace nada; solo escucha, y perdona solo

cuando le conviene. Pedro Páramo encuentra un freno a tal poder, halla a Susana San Juan, que aniquila la voluntad de su poder con la indiferencia, la locura y el

desamor. Susana San Juan es el freno a la opresión social de Pedro Páramo y a la

religiosa del padre Rentería, como se verá más más delante.

El padre Rentería deja en manos de Pedro Páramo el pueblo de Comala y lo

condena por siempre. He aquí la importancia del personaje: sin el padre Rentería no hay condenación, sin condenación no hay almas en pena, y por ende, no hay

novela. La decisión de perdonar al adinerado y la de condenar al resto lo llenan de

culpas que lo martirizan. ¿Qué tanto es perdonar al mundo, cuando se tiene la posibilidad? No perdona a María Dyada porque actuó en contra de los designios

de Dios: se suicidó. El no perdón del padre Rentería es ejemplo de una violencia

espiritual, una violencia que se corresponde al poder de Pedro Páramo:

(…) es también la violencia espiritual de la Iglesia como institución que les niega la absolución de

sus pecados. Este último punto es, sin duda, muy importante, porque la Iglesia aparece como

cooperadora de las otras violencias, bien porque esté unida a los ricos, bien porque contribuya al

mantenimiento de este tipo de sociedad (González Boixo, 169).

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Tal como lo afirma González Boixo, el crítico que más ha trabajado el asunto

religioso en la obra de Juan Rulfo, la Iglesia, que en Comala está a cargo del padre

Rentería, ayuda a que la violencia social que crea Pedro Páramo se mantenga. Por eso el padre Rentería es culpable: culpable de tomar la miedosa decisión de

entregar a Comala al cacique, culpable por permitir que todo se haga como Páramo

lo dice: en “la Iglesia católica es imprescindible reconocer el supremo poder terrenal del cacique”, afirma Tittler (Tittler, 2, 1981), y confirma, a la vez, la

influencia de Pedro Páramo con respecto a las decisiones de la Iglesia, es decir, con

respecto a las decisiones del padre Rentería. Por eso perdona a Miguel Páramo y por eso condena a María Dyada. Luego recapacita al respecto:

¿Por qué aquella mirada se volvía valiente ante la resignación?¿Qué le costaba a él perdonar,

cuando era tan fácil decir una palabra o dos, cien palabras si éstas fueran necesarias para salvar el

alma. ¿Qué sabía él del cielo y del infierno? (Rulfo, 55).

¿Qué le costaba perdonar? A él, nada. Pero de perdón no se vive, y la Iglesia saca

tajada en cualquier repartida. A él no le costaba perdonar, si la confesión iba

acompañada de una ayuda para el templo, si el alma tenía dinero para pagar sus pecados. Aquí aparece el interés nuevamente, y nuevamente la culpa:

El padre Rentería se revolcaba en su cama sin poder dormir: “Todo esto que sucede es por mi

culpa—se dijo—. El temor de ofender a quienes me sostienen. Porque esta es la verdad; ellos me

dan mi mantenimiento. De los pobres no consigo nada; las oraciones no llenan el estómago. Así ha

sido hasta ahora. Y estas son las consecuencias. Mi culpa. He traicionado a aquellos que me quieren

y que me han dado su fe y me buscan para que yo interceda por ellos para con Dios. ¿Pero qué han

logrado con su fe? ¿La ganancia del cielo? ¿O la purificación de sus almas? Y para qué purifican su

alma si en el último momento… (Rulfo, 45).

El padre Rentería se siente culpable de lo que sucede en Comala; es decir, se siente

mal por haber dejado que las cosas llegaran hasta tal punto, que Pedro Páramo hubiese acabado con su Iglesia. Pero es consciente también de que los adinerados

como Pedro Páramo son los que le dan de comer, que no puede atenerse a los

pobres, ni ayudarlos, porque prima su beneficio: llenar su estómago. El padre Rentería está entre la espada y la pared; está entre el bien y el mal: sabe que

traiciona a los que confían en él, pero reconoce también que, si no los traicionara,

su Iglesia como templo se acabaría, que sería una víctima más del poder devastador del cacique del pueblo.

Tal vez la culpabilidad mengüe un poco cuando deja de pasar por alto las voluntades de Pedro Páramo. Esto ocurre cuando decide tomar las armas para irse

a luchar en la Guerra Cristera, a mediados de la década del 20 del siglo pasado. Se

afirma esto porque, partiendo del hecho de que Pedro Páramo representa el

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autoritarismo gubernamental de la Revolución mexicana y de la post-revolución y

que la Iglesia tenía potestades similares, queda esta supeditada al Estado, y se

levanta en armas contra el gobierno de Calles, que reglamenta el artículo 130, que tiene como fin la restricción de la autonomía de la Iglesia. El comienzo de todo se

presenta en el momento en que tanto el Estado como la Iglesia quieren liderar el

monopolio carismático:

En tiempos de Madero, la Iglesia había lanzado un partido (PCN) y hasta 1926, con la misma

energía demagógica de las otras fuerzas políticas, multiplica las manifestaciones de masas. (…). Y

como el Estado y la Iglesia exigen al mismo tiempo y de manera totalitaria el monopolio

carismático, la guerra tenía que ser total desde el momento en que ambos pretenden el dominio

universal (Jean Meyer, Enrique Krause y Cayetano Reyes, 219, 1977).

La Iglesia, entonces, puede agrupar una gran cantidad de gente que comparta su

ideología: “También el temor-respeto por la Iglesia es, una vez más, incentivo de

alzamiento” (Miguel Manrique, p. 85), pero el gobierno de Calles no lo permite, prohibiendo el culto en las parroquias: “La Iglesia podía proclamar a gritos en

todas las parroquias, con una apariencia de razón las injusticia de la ley, azuzar a

la resistencia y hasta justificar tal vez la religión” (p. 226). Sin embargo, Jean Meyer, Enrique Krause y Cayetano Reyes afirman, citando a Lagarde, que Lagarde

encontró a Calles el 26 de agosto y transcribe las palabras siguientes: “Me declaró que, en su

opinión, cada semana sin culto haría perder a la religión católica un dos por ciento

aproximadamente de sus fieles” (…) “se alegraba de la suspensión del culto” y que “estaba

decidido a acabar con la Iglesia y a librar de ella, de una vez para siempre a su país” (p. 224).

Tanto el clero como el Estado quieren el predominio de la Iglesia, y tras el artículo

130 de la Constitución política mexicana se desata una guerra que deja centenares

de muertos. A esta guerra se unen los feligreses y campesinos, por un lado, y los callistas, por otro; es por esto que Tilcuate le pregunta a Pedro Páramo:

Se ha levantado en armas el padre Rentería. ¿Nos vamos con él o contra él?

-Eso ni se discute. Ponte al lado del gobierno. (Rulfo, 170),

Y se ve al fin la ruptura entre el padre Rentería y Pedro páramo. La decisión de levantarse en armas

y de unirse a la Guerra Cristera contradice sus pasadas acciones. El padre Rentería se ha sentido

culpable de lo que ha hecho y permitido en Comala, y aprovecha el momento para reivindicarse.

De la misma manera como el Estado y la Iglesia se desligaron uno de la otra, el padre Rentería se

deshizo del lazo que lo unía a las acciones y voluntades del cacique. El padre Rentería y Pedro

Páramo son, respectivamente, metáforas de la Iglesia y del Estado del México de principios del

siglo XX.

Pero no fueron estas las únicas acciones que lo pusieron en tal estado. En la novela, el padre

Rentería es un mediador entre la tierra y el cielo para todo el pueblo. Pedro Páramo no fue el único

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que suplicó perdón (para su hijo). Ya se ha visto que muchas mujeres llegan a confesarse ante el

padre Rentería para que las absuelva de sus pecados, que son producto del autoritarismo del

cacique. Por ejemplo, Dorotea, que junto a su locura, va a confesarse por ser la Celestina de Miguel

Páramo, la que le conseguía mujeres:

La primera que se acercó fue la vieja Dorotea, quien siempre estaba allí esperando a que se abrieran

las puertas de la iglesia. Sintió que olía a alcohol. -¿Qué, ya te emborrachas? ¿Desde cuándo? -Es

que estuve en el velorio de Miguelito, padre. Y se me pasaron las canelas. Me dieron de beber tanto,

que hasta me volví payasa. -Nunca has sido otra cosa, Dorotea. -Pero

ahora traigo pecados, padre. Y de sobra (Rulfo, 108, 1981).

El padre Rentería no creía que Dorotea, por su locura, pudiese cometer algún

pecado. Trató de ignorar lo que había acabado de oír, pero ella insistió, hasta que le

confesó que era ella la que le conseguía las muchachas a Miguel Páramo. Fueron

“retemuchas” dijo, y aunque el padre Rentería le deseó que Dios la perdonara, sentenció también que jamás vería el cielo, es decir, jamás llegaría a la gloria que

ella deseaba: el encuentro con el hijo que nunca tuvo:

-¿Cuántas veces viniste aquí a pedirme que te mandara al cielo cuando murieras? ¿Querías ver si

allá encontrabas a tu hijo, no, Dorotea? Pues bien, no podrás ir ya más al cielo. Pero que Dios te

perdone. -Gracias, padre. -Sí. Yo también te perdono en nombre de él. Puedes irte. -¿No me deja ninguna

penitencia? -No la necesitas, Dorotea. -

Gracias, padre. -Ve con

Dios. (P. 109)

Tales son las acciones del padre Rentería, que condena al pueblo, que lo convierte en fantasma, en

soledad y miedo. Pues toda alma pena en el desierto de Comala, que produce miedo. Juan Preciado

lo siente en cada paso, en cada conversación que tiene con algún espectro, con algún ser que

sobrevive en los recuerdos de doña Eduviges, de doña Dolores, de Donis, de la hermana de este y

de Dorotea. Sus recuerdos recrean el ambiente de antaño, traen de vuelta a Pedro Páramo y

explican el cómo se llega hasta ahí, hasta esa soledad con fantasmas que producen miedo. Miguel

José Pérez y Julia Enciso describen este ambiente de la siguiente forma:

La historia de Comala es, es pues, la historia de un pueblo que ha perdido el Paraíso y permanece

envuelto en el sopor que conlleva el sentimiento de culpa. Sin redención ni esperanza posible; sin

ley, sin justicia y sin perdón, sus habitantes se encuentran encerrados entre cuatro paredes vacías,

atrapados por el miedo y la angustia (p. 182: 2003).

El sentimiento de culpa se apodera de todos los habitantes de Comala, se sienten pecadores y se

crean el miedo de parar en el infierno. Con tal sentimiento se acercan los feligreses al confesionario

del padre Rentería, pero este los condena a vivir en pena por siempre, por su propio beneficio y por

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permitir que Pedro Páramo actúe conforme a su voluntad. Y es así como se configura, a partir de la

imagen del padre Rentería, la Iglesia como institución, y el caso de Dorotea es el mejor ejemplo:

No se cuestiona en la obra de Rulfo la validez de la religión como tal, sino la concepción que de la

misma tiene esa comunidad rural que Rulfo ha creado: una religión que no ofrece un mensaje de

salvación, que está plagada de elementos cercanos a la superstición; una religión, por último, que a

nivel de institución eclesiástica también les niega la salvación espiritual (González Boixo, 177).

A Dorotea se le negó la gloria por su locura y por sus pecados. Se le negó lo que

para ella era la gloria: ir al cielo a conocer al hijo que nunca tuvo. Los elementos de superstición de los que habla González Boixo, como ya se afirmó arriba, hacen

referencia al después de la muerte, al miedo a la condena. El perdón del padre

Rentería para con Dorotea es un perdón que no salva, sino que condena. La

concepción de Comala con respecto a la religión es condenatoria, y Dorotea lo

confirma con congoja:

El cielo está tan alto, y mis ojos tan sin mirada, que vivía contenta con saber dónde

quedaba la tierra. Además, le perdí todo mi interés desde que el padre Rentería me

aseguró que jamás conocería la gloria. Que ni siquiera de lejos la vería… Fue cosa de mis

pecados, pero él no debía habérmelo dicho. Ya de por sí la vida se lleva con trabajos. Lo

único que la hace a una mover los pies es la esperanza de al morir la lleven a una de un

lugar a otro; pero cuando a una le cierran una puerta y la que queda abierta es nomás la

del infierno, más vale no haber nacido… (Rulfo 96, 97: 1981).

Este párrafo presenta la condena de Dorotea y el perdón condenatorio del padre Rentería. Dorotea

habría preferido que el padre no le hubiese dicho nada para seguir soñando con la posibilidad de

conocer a su hijo en el cielo. El padre Rentería le quitó la esperanza, tal como Pedro Páramo había

borrado cualquier indicio de esperanza en todo el pueblo de Comala. Los dos, como ya se ha dicho,

son símbolo de opresión social y espiritual.

Por otro lado, el caso de Susana San Juan es un caso especial. El padre Rentería se enfrenta a una

mujer que no cree en Dios; una vez más está entre el bien y el mal. Se dirige a su casa antes de su

muerte para alcanzarla a confesar. Mientras tanto, ella conversa con Justina sobre la vida, la tristeza

y los ruidos de la tierra, y le pregunta:

-¿Tú crees en el infierno, Justina? -Sí, Susana. Y también en el

cielo. -Yo sólo creo en el infierno -dijo. Y cerró los

ojos. (Rulfo, 159).

Susana San Juan empieza a configurarse como la barrera para las dos opresiones. Pedro Páramo no

puede con ella; su amor y la indiferencia de ella lo dominan. El padre Rentería, por su parte, se

encuentra con una mujer que no quiere ser confesada, que finge repetir las palabras que el padre le

ordena que diga cuando en realidad está susurrando los recuerdos de Florencio. El padre Rentería

alcanza a dudar que tenga ella algo de qué arrepentirse:

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Tuvo intenciones de levantarse. Dar los santos óleos a la enferma y decir: "He terminado." Pero no,

no había terminado todavía. No podía entregar los sacramentos a una mujer sin conocer la medida

de su arrepentimiento. Le entraron dudas. Quizá ella no tenía nada de que arrepentirse. Tal vez él

no tenía nada de que perdonarla. Se inclinó nuevamente sobre ella y, sacudiéndole los hombros, le

dijo en voz baja:

-Vas a ir a la presencia de Dios. Y su juicio es inhumano para los pecadores. Luego se

acercó otra vez a su oído; pero ella sacudió la cabeza: -¡Ya váyase, padre! No se mortifique por mí.

Estoy tranquila y tengo mucho sueño. Se oyó el sollozo de una de las mujeres escondidas en la

sombra. Entonces Susana San Juan pareció recobrar vida. Se alzó en la cama y dijo: -¡Justina, hazme

el favor de irte a llorar a otra parte! Después sintió que la cabeza se le

clavaba en el vientre. Trató de separar el vientre de su cabeza; de hacer a un lado aquel vientre que

le apretaba los ojos y le cortaba la respiración; pero cada vez se volcaba más como si se hundiera en

la noche. (Rulfo, 167: 1981).

A partir de este apartado hay un par de cosas por precisar. Primero, si se presta atención el padre

Rentería tiene la voluntad de darle el perdón a Susana San Juan, la mujer de Pedro Páramo. El

padre niega el perdón cuando sabe que no puede sacar provecho del asunto. Pedro Páramo es el

cacique del pueblo, y por lo tanto, tiene cómo recompensar la salvación de su amada. Pero hay un

problema, y es la segunda cosa por resaltar: la indiferencia de Susana San Juan. Llegar a decirle que

se fuera significa que no necesita de él, ni de la salvación, para morirse. Miguel José Pérez y Julia

Enciso afirman al respecto:

El intenso diálogo que mantiene con Susana San Juan, moribunda, es el mejor exponente de ese

terror religioso en el que el padre Rentería sumerge a los habitantes de Comala, como ejemplo de la

actitud de numerosos representantes de la iglesia. Es un diálogo de una gran fuerza en el que el

padre Rentería insiste amenazador (…). Finalmente, viéndose derrotado, le dice en voz baja y

sacudiéndole los hombros: «Vas a ira la presencia de Dios. Y su juicio es inhumano para los

pecadores» (p. 94). Pero Susana San Juan lo va a rechazar definitivamente. Ya con anterioridad le

había confesado a Justina —que creía en el cielo y en el infierno-: «Yo sólo creo en el infierno» (p.

90). Y un poco antes, en el mismo diálogo con Justina: « ¿Y qué crees que es la vida, Justina, sino un

pecado? ¿No oyes? ¿No oyes cómo rechina la tierra?» (p. 89). Por eso, cansada/hastiada ya de la

insistencia del padre Rentería, le dice definitiva: « ¡Ya váyase, padre! No se mortifique por mí. Estoy

tranquila y tengo mucho sueño» (p. 94, 2003).

Los críticos reconocen dos cosas que se han argumentado durante el desarrollo del presente trabajo. En primera medida, el terror religioso, que hace de la Iglesia, más

que un ente de salvación, un medio para la condena. Y la derrota del padre

Rentería, después de amenazar con supersticiones y concepciones religiosas sobre lo que es la vida después de la muerte. Susana San Juan rechaza el discurso del

padre Rentería y rechaza a la vez el cielo prometido. Y se confirma, de este modo,

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la derrota de las dos opresiones: la del poder social y político y la del poder

religioso.

A modo de conclusión, puede decirse que las decisiones del padre Rentería

conllevan culpas que lo arrastran a un estado de congoja y arrepentimiento. Él es

consciente de su deber cristiano en el pueblo, pero, ante todo, sobresale su interés. Perdona si la persona tiene cómo pagar la salvación, y condena en la pobreza: un

ejemplo de ello es la condena de Dorotea, que no puede llegar a conocer al hijo que

nunca tuvo, o de doña Eduviges, que se suicida y su hermana no tiene dinero para pagar las misas gregorianas; sin embargo, el padre Rentería salva a Miguel

Páramo, el hijo del cacique, a pesar de su maldad; Pedro Páramo tenía cómo pagar

su salvación, y ese poder pagar hace que el padre Rentería termine perdonándolo,

aun cuando sabía que había violado a su sobrina y había asesinado a su hermano .

Este tipo de decisiones conllevan culpas. Empieza a sentirse culpable después de que fue a hablar con el padre de Contla sobre la situación de la Iglesia en Comala.

Esta culpabilidad va consigo, posiblemente, hasta el día en que decide levantarse

en armas para unirse a la Guerra Cristera. Esta ruptura se asemeja a la ocurrida entre el Estado y la Iglesia en aquel tiempo. Retomando: mucho antes de esta

guerra, el padre de Contla le hace ver al padre Rentería que por sus acciones el

pueblo está lleno de pecado. Le reprocha el haber entregado la Iglesia - como comunidad y no como templo- a Pedro Páramo, y que este la había destruido. Se

empieza a sentir malo, según se lo confiesa a su sobrina. No tenía la potestad de

perdonar si él estaba también en pecado:

Tampoco el padre Rentería recibe el perdón de sus pecados. Con su actuación, transforma el miedo

en espanto, porque ni siquiera tras la muerte podrá el hombre alcanzar el descanso. De ahí que los

personajes de la novela rememoren, tras su muerte, los recuerdos, angustiosos, que vivieron (Pérez

y Enciso, 185: 2003).

Por esta razón se condena todo el pueblo, y vagan los fantasmas por el desierto comalteco, de día y de noche, creando un ambiente de miedo, de soledad y de

muerte. Juan Preciado siente el miedo en carne propia, siente los vestigios del

pecado de Comala, un pueblo condenado por el interés del padre Rentería y por su permisión ante las voluntades del cacique. Susana san Juan, por otro lado, se

presenta como la barrera de la opresión social y religiosa de Pedro Páramo y del

padre Rentería: aun pudiendo ser perdonada, se ahoga en su locura y en sus recuerdos, y se condena por siempre entre los recuerdos de su amado Florencio.

Susana se oye sollozar, hundida en el placer de antaño, cuando aún estaba con

Florencio. Juan Preciado no conversa con ella, solo la oye, pero sí dialoga con las demás almas en pena, habla con el pecado del pueblo de Comala, y a través de él,

se entera del pasado. Todo es muerte y pecado, y soledad y pecado en la novela.

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Una soledad, una muerte y un pecado condenados en la eternidad por el padre

Rentería.