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PARTE SEGUNDA.

PRECEPTIVA ESPECIAL.-

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SECCIÓN PRIMERA.

DIDÁCTICA.

1.

0131.-t AS IIISTÖltICAS.

p. yu_volvgo X.

Descripción de los bienes que tiene España.

Pues esta España que dexhnos, tal es comoel paraiso de Dios, ca rHose con cinco rios ca-dales, que son Duero cd, Ebro, é Tajo, é Guadal-quivir é Guadiana; é cada uno de ellos tiene entresi é el otro grandes montañas é tierras; é los va-lles los llanos son grandes é anchos; é por labondad de la tierra y el humor de los nos llevanmuchos frutos é son ahondados. Otro si en Espa-ña la mayor parle se riega con arroyos é fuentes;e nunca la menguan pozos en cada logar que loshan menester. E otro si España es bien ahondada(le mieses, é deleitosa de frutas, viciosa de pesca-

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212dos, sabrosa de leche A de todas las cosas que sede ella facen, é llena de venados, A de caza, cu-bierta de ganados, lozana de cavallos, provechosade mulos A de mulas, A segura A abastada de cas-llenos; alegre por buenos vinos, folgada de abun-damiento de pan, rica de metales, de plomo é deestaño, A de argen vivo, A de fierro A de arambre,de plata, A de oro, A de piedras preciosas, A detoda manera de piedra mármol, A de sales demar, A de salinas de tierra, A de sal en peñas, é deotros veneros muchos de azul y almagra, greda éalumbre , é otros muchos de quantos se fallanen otras tierras.

(C•iniea general de Espannad

FERNANDO DEL fULGAR

tru-i e . (111j. s, (le St-intillitilct.

Era hombre agudo A discreto, é de tan grancorazón, que ni las grandes cosas le alteraban, nilas pequeñas le piada entender. En la continen-cia de su persona A en razonar de fabla mostrabaser hombre generoso A magnánimo. Fablaba muybien, A nunca le oian decir palabra que no fuesenotar, quien para doctrina; quien para placer. Eracortés A honrado de todos los que ä él venia'', es-pecialmente de los hombres de ciencia. Como fuóen edad que conoció 'ser defraudado en su patri-monio la necesidad, que despierta el buen enten-dimiento, A el corazón grande, que no deja caersus cosas, le ficieron poner tal dilijencia, que vecespor justicia, veces por las armas, recobró todos

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21:jsus bienes. Era caballero esforzado, ú ante de lafacienda cuerdo é templado, ê puesto en ella eraardid é osado; é ni su osad ¡a era sin tiento, ni ensu cordura se mezcló jamas punto de cobardía

(Claros varonrs di• Castilla.)

Ji PIEGO bURTADO DE 'MENDOZA

Del libro I."

liabia en el reino de Granada costumbre antigua,como la hay en otras partes, que los autores dedelitos se salvasen y estuviesen seguros en lugaresde sefiorio: cosa que mirada en comun y por lahaz, se juzgaba que daba causa á mas delitos,favor ä los malhechores, impedimento ä la justiciay desautoridad ä los ministros della. Pareció, porestos inconvenientes, y por ejemplo de otros esta-dos, mandar que los señores no acojiesen gentede esta calidad en sus tierras, confiados que bas-taba solo el nombre de justicia para castigallosdonde quiera que anduviesen. Manteniase estagente con sus oficios en aquellos lugares, casa-banse, labraban la tierra, däbanse á vida sosegada.También les prohibieron la inmunidad de las igle-sias arriba de tres dias; mas despues que les ¡un-taron los refugios, perdieron la esperanza de se-guridad, y diéronse ä vivir por las montañas, ha-cer fuerzas, saltear caminos, robar y matar. Entróluego la duda, tras el inconveniente, sobre á quétribunal tocaba el castigo, nacida de competenciade jurisdicciones; y no obstante que los generalesacostumbrasen hacer estos castigos, como parte

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214del oficio de la guerra, cargaron, a color de sernegocio criminal, la relación apasionada ú libre dela ciudad, y la autoridad de la audiencia, y plisoseen manos de los alcaldes, no excluyendo en parteal Capitan General. Dióseles facultad para tomar

sueldo cierto número de gente, repartida pocosó pocos, it que usurpando el nombre, llamabancuadrillas, ni bastante para asegurar, ni fuertespara resistir. Del desdén, de la flaqueza de pro-visión, de la poca experiencia de los ministros encargo que participaba de guerra, nació el descuido,ó fuese negligenoia A voluntad de cada uno, queno acertase su emulo. En fin, fué causa de crecerestos salteadores (mon fiés los llamaba la lenguamorisca) en tanto número, que para oprimillos Areprimillos no bastaban las unas ni las otrasfuerzas. Esto fue el cimiento sobre que fundaronsus esperanzas los unimos escandalizados y ofen-didos , y estos hombres fueron el instrumento.principal de la guerra.

ta tierra ne Granada )

Ti . JUAN DE VA1VANA

Libro 9. 0—Capitulo 16.

Cómo se ganó la ciudad de Toledo por Alfonso VI.

Los calores del verano comenzaban; por la cualcausa y por el mucho trabajo y poco manteni-miento, como es ordinario, picaban enfermedadesde que moría mucha gente. Estaban en este aprieto,cuando S. Isidro se apareció entre sueros ú Ci-

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priano Obispo de León, y con semblante ledo ygrave y lleno de magestad le avisó no alzasen elcerco, que dentro de quince dias saldrían con laempresa , porque Dios tenia escogida aquellaciudad para que fuese asiento y silla de su gloriay de su servicio. Acudió el Obispo al Rey, dióleparte de aquella visión tan serialada, con que lossoldados se animaron para pasar cualquier men-gua y trabajo, por esperanzas tan ciertas que lesdaban de la victoria. Era así que los cercadosPadecían á la misma sazón mayor necesidad yfalta de todo, tanto que se sustentaban de jumentosy otras cosas sucias por tener consumidas lasvituallas; halläbanse finalmente en lo último de lamiseria y necesidad: ellos flacos y cansados, losenemigos pujantes, que ni excusaban trabajo nitemían . de ponerse ä cualquier riesgo. Acordaronpersuadir al Rey moro tratase de conciertos. Ape-llidäronse los ciudadanos unos ä otros y de tropelentraron por la casa Real y con grandes alaridosrequieren al Rey moro ponga fin ä trabajos ycuitas tan grandes, antes que todos juntos pere-ciesen y se consumiesen de pena, tristeza y nece-sidad. Alteröse el Rey moro con aquella demanday vocería de los suyos; que mäs parecía motiu yfuerza. Sosegöse empero, y hablöles en estasustancia.

«Bueno es el nombre de la paz, sus frutos gus-«tosos y saludables; pero advertid, So color de«paz no nos hagamos esclavos. A la paz acompafian«el reposo y la libertad: la servidumbre es el mayor«de los males, y que se debe rechazar con todo«cuidado con las armas y con la vida si fuere ne-«cesario. Gran mengua y mueitra de flaqueza no«poder sufrir la necesidad y falta por un poco de

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9.16«tiempo. Mas fácil cosa es hallar quien se ofrezca«á la muerte y á perder la libertad que quien sufra«la hambre Yo Os aseguro que si os entreteneis«por pocos dias y no desmayais, que saldreis de«este aprieto; ca los enemigos forzosamente se«irán, pues padecen no menos necesidad que vos,«y por ella y otras incomodidades cada (Ha se les«desvandan los soldados y se les van. Además que«muy en breve nos acudirán socorros de los nues-«tros que cuidan grandemente de nuestro trabajo.»

No se quietaron los Moros con aquellas razones:el semblante no se conformaba con las esperanzasque daba. Parecía usarian de fuerza, y que todosjuntos, si no otorgaba con ellos, irian á abrir alenemigo las puertas de la ciudad. Grande aprietoy congoja; por la cual forzado el Moro, vino en quese tratase de conciertos, como lo pedían sus va-sallos. Salieron comisarios de la ciudad, que dadoque afligidos y humildes, en presencia del Rey D.Alfonso le representaron sus quejas: acusáronle eljuramento que les hizo, la palabra que les dió, laamistad que asentó con ellos y las buenas obras queen tiempo de su necesidad recibió de aquella ciu-dad y de sus moradores: después de esto le dijeronque, si bien entendian no era menor la falta quepadecian en los reales que dentro de la ciudad,todavia vendrian en hacer algun concierto comofuese tolerable, hasta pagar las párias y tributoque se asentase. A esto respondió el Rey, que fuétiempo en que se pudiera tratar de medios: que alpresente las cosas estaban en término que ä menosde entregarle la ciudad no daría oidos ä conciertoninguno. Sobre esto fueron y vinieron diversasveces, en que se gastaron algunos dias. La faltacrecía en la ciudad y la hambre de cada (Ha era

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e11inayor. Los nuestros estaban animados de ante§,y de nuevo mas porque los enemigos fueron losprimeros á tratar de concierto. Finalmente, losmoros vinieron en rendir la ciudad con las condi-ciones siguientes: el alcázar, las puertas de laciudad, las fuentes, la huerta del Rey (heredadmuy fresca á la ribera del rio Tajo) se entreguenal Rey D. Alonso: el Rey moro se vaya libre á laciudad de Valencia ó donde él más quisiere; lamisma libertad tengan los moros que le quisierenacompañar, y lleven consigo sus haciendas y me-naje: it los que se quedaren en la ciudad no lesquiten t, us haciendas y heredades, y la mezquitamayor quede en su poder para hacer en ella susceremonias: no les puedan poner más tributos delos que pagaban antes ú sus Reyes 7 los juecespara que los gobiernen conforme á sus fueros yleyes, sean de su misma nación, y no de otra.

Hiciéronse los juramentos de la una parte y dela otra como se acostumbra en casos semejantes,y para seguridad se entregaron por rehenes per-sonas principales moros y cristianos. Hecho estoy tomado este asiento en la forma susodicha, elRey D. Alonso, alegre cuanto se puede pensar porver concluida aquella empresa y ganada ciudadtan principal, acompañado de los suyos Li manerade triunfador hizo su entrada. y se fué á apear alAlcazar It 25 de mayo, dia de San Urban, Papa ymártir, el año que se contaba de nuestra salvaciónde 1085. Algunos de este cuento quitan dos anospor escrituras antiguas y privilegios Reales, en quepor aquel tiempo el Rey D. Alonso se llamabaRey de Toledo. Lo cierto es que aquella ciudadestuvo en poder de moros por espacio como detrescientos y sesenta y nueve años, en que por

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ei8Ser los moros poco curiosos cri su manera de edi-ficar y en todo género de primor, perdió mucho desu lustre y hermosura antigua. Las calles angostasy torcidas, los edificios y casas mal trazadas,hasta el mismo palacio Real era de tapieria, queestaba situado en la parte en pie al presente, unhospital muy principal que los afros pasados selevantó y fundó ä costa de D. Pedro Gonzalez deMendoza, Cardenal de Espaia, Arzobispo de To-ledo. La mezquita mayor estaba en medio de laciudad, en un sitio que va un poco cuesta abajo,de edificio por entonces ni grande ni hermoso:POCO adelante la consagraron en Iglesia, y despuésdesde los cimientos la labraron muy hermosa ymuy ancha.

(Histeria de Espaia.)

p. 4hToplo

Del Capitulo 19.

Describese el modo de guerrear de los indios de Tabasco,y la victoria que sobre ellos alcanzó Hernán Cortés.

Luego que amaneció dispuso (1) que oyese misatoda la gente; y encargando el gobierno de la in-fantería ä Diego de Ordáz, montaron á caballo ély los demás capitanes, y empezaron su marcha alpaso de la artillería, que caminaba con dificultadpor ser la tierra pantanosa y quebrada. Fuéronseacercando al parage donde, segón las noticias de

(1) Hernen CortAs.

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los prisioneros, se habia de juntar la gente delenemigo; y no hallaron persona de quien poderinformarse, hasta que llegando cerca de un lugarque llamaban Cinthla, poco menos de una legua delcuartel, descubrieron á larga distancia un ejércitode indios tan numeroso y tan dilatado que o sele hallaba el término con lo que alcanzaba la vista.

Describiremos cómo venian, y su modo de gue-rrear, cuya noticia servirá para las demás ocasio-nes de esta conquista, por ser uno en casi todaslas naciones de Nueva Espaia el arte de la guerra.Eran arcos y flechas la mayor parte de sus armas:sujetaban el arco con nervios de animales,correas torcidas de piel de venado; y en las flechassuplian la falta del yerro con puntas de hueso yespinas de pescados. Usaban también un género dedardos, que jugaban ó despedian. segun la nece-sidad, y unas espadas largas, que esgrimian it dosmanos, al modo que se manejan nuestros mon-tantes, hechas de madera, en que ingerian, paraformar el corte, agudos pedernales. Servianse dealgunas mazas de pesado golpe, con punta de pe-dernal en los estremos, que encargaban it los másrobustos: y habia indios pedreros, que revolvian ydisparaban sus ondas con igual pujanza que des-treza. Las armas defensivas, de que usaban sola-mente los capitanes y personas de cuenta, erancolchados de algoclon mal aplicados al pecho; petosy rodelas de tabla 6 conchas de tortuga, guarne-cidas con láminas del metal que alcanzaban; y enalgunos era el oro lo que en nosotros el hierro.Los demás venian desnudos, y todos afeados convarias tintas y colores, de que se pintaban elcuerpo y el rostro: gala militar de que usaban,creyendo que se hacian horribles á sus enemigos,

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‘21iy Sirviéndose de la fealdad para la fiereza, corrióse cuenta de los Arios de la Germania: por cuyacostumbre, semejante á la de estos indios, diceTácito, que son los ojos los primeros que se hande vencer en las batallas. Cenian las cabezas conunas como coronas, hechas de diversas plumaslevantadas en alto: persuadidos también A que elpenacho los hacia mayores y daba cuerpo A susejércitos. Tenian sus instrumentos y toques deguerra, con que se entendian y animaban en lasocasiones: flautas de gruesas caras, caracolesmarítimos, y un género de cajas que labraban detroncos huecos y adelgazados por el cóncavo,hasta que respondiesen á la baqueta con el sonido:desapacible música, que debía de ajustarse con ladesproporción 'de sus ánimos.

Formaban sus escuadrones amontonando másque distribuyendo la gente; y dejaban algunastropas de reten que socorriesen á los que peligra-ban. Embestian con ferocidad espantosos en el es-truendo con que peleaban, porque daban grandesalaridos y voces para amedrentar al enemigo: cos-tumbre que refieren algunos entre las barbari-dades y rudezas de aquellos indios, sin reparar enque la tuvieron diferentes naciones de la antigüe-dad, y no la despreciaron los romanos; pues JulioCésar alaba los clamores de sus soldados cul-pando el silencio en los de Pompeyo; y Caton elMayor, solia decir que debla más victorias á lasvoces que á las espadas: creyendo unos y otrosque se formaba el grito del soldado en el aliento delcorazón. No disputamos sobre el acierto de estacostumbre; solo decimos que no era tan bárbaraen los indios que no tuviese algunos ejemplares.Componíanse aquellos ejércitos de la gente natural,

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221y diferentes tropas auxiliares de las provinciascomarcanas, que acuchan A sus confederados,conducidas por sus caciques, ó por algún indioprincipal de su parentela, y se dividian en compa-filas cuyos capitanes guiaban; pero apenas go-bernaban su gente, porque en llegando la ocasiónmandaba la ira, y á veces el miedo: batallas demuchedumbre, donde se llegaba con igual ímpetual acometimiento que á la fuga.

De este género era la milicia de los indios; ycon este genero de aparato se iba acercando pocoA poco á nuestros españoles aquel ejército, 6aquella inundación de gente, que venia, al parecer,anegan-do la campaña. Reconoció Hernán Cortésla dificultad en que se hallaba, pero no desconfiódel suceso, Antes animó con alegre semblante äsus soldados; y poniéndolos al abrigo de una emi-nencia que les guardaba las espaldas, y la artilleríaen sitio que pudiese hacer operación, se emboscócon sus quince caballos, alargändose entre la ma-leza, para salir de través cuando lo dictase la oca-sión. Llegó el ejército de los indios A distanciaproporcionada, y dando primero la carga de susflechas, embistieron con el escuadrón de los es-pañoles tan impetuosamente y tan de tropel , queno bastando los arcabuces y las ballestas ä de-tenerlos, se llegó brevemente ä las espadas. Eragrande el extrago que se hacia en ellos: y la arti-llería, como venían tan cerrados, derribaba tropasenteras; pero estaban tan obstinados y tan en sí,que en pasando la bala se volvian á cerrar, y en-cubrían ä su modo el daño que padecian, levan-tando el grito y arrojando al aire puñados de tier-ra, para que no se viesen los que caian, ni SQ

Pudiesen percibir sus lamentos.

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222Acudia Diego de Ordaz á todas partes, haciendo

el oficio de capitán sin olvidar el de soldado; perocomo eran tantos los enemigos, no se hacia pocoen resistir: y ya se empezaba ä conocer la desi-gualdad de las fuerzas, cuando Hernán Cortés,que no pudo acudir antes al socorro de los suyospor haber dado en unas acequias, salió á la cam-paña, y embistió con todo aquel ejercito, rom-piendo por lo más denso de los escuadrones, yhaciéndose tanto lugar con sus caballos, que losindios heridos y atropellados cuidaban solo deapartarse de ellos, y arrojaban las armas parahuir, tratándolas ya como impedimento de su li-gereza.

Conoció Diego de Ordaz que había llegado elsocorro que esperaba, por la flaqueza de la van-guardia enemiga, que empezó ä remolinar con laturbación que tenia á las espaldas; y sin perdertiempo avanzó con su infantería, cargando A losque le oprimían con tanta resolución que los obli-gó á ceder, y fué ganando la tierra que perdían,hasta que llegó al paraje que tenían despejadoHernán Cortés y sus capitanes. Uniéronse todospara hacer el último esfuerzo, y fué necesarioalargar el paso, porque los indios se iban reti-rando con diligencia, aunque caminaban haciendocara, y no dejaban de pelear á lo largo con lasarmas arrojadizas: en cuya forma de apartarse, yescusar concertadamente el combate, perseveraronhasta que estrechándose el alcance, y viéndoseotra vez acometidos, volvieron las espaldas, y sedeclaró en fuga la retirada.

(Historia de Nueva España.)

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pEL fADE eARIANA

Discurso de Pelayo it sus tropas.

«Conviene usar de presteza y de valor para quelos que tenemos la justicia de nuestra parte, so-brepujemos á los contrarios con el esfuerzo. Cadacual de las ciudades tiene una pequetia guarniciónde moros: los moradores y ciudadanos son nues-tros, y todos los hombres valientes de Espariadesean emplearse en nuestra ayuda. No habráalguno que merezca nombre de cristiano, que nose venga luego ä nuestro campo. Sólo entreten-gamos á los enemigos un poco, y con corazonesatrevidos avivemos la esperanza de recobrar lalibertad, y la engendremos en los ánimos denuestros hermanos. El ejército de los enemigosderramado por muchas partes, y la fuerza de sucampo está embarazada en Francia. Acudamos,pues, con esfuerzo y corazón, que esta es buenaocasión para pelear por la antigua gloria de laguerra, por los altares y religión, por los hijos,mujeres, parientes y amados, que están puestosen una indigna y gravísima servidumbre. Pesadacosa es relatar sus ultrajes, nuestras miserias yPeligros; y cosa muy vana encarecellas con pala-bras, derramar lágrimas, despedir suspiros. Loque hace al caso es aplicar algún remedio á laenfermedad, dar muestra de vuestra nobleza, yacordaos que sois nacidos de la nobilísima sangrede los godos. La prosperidad y regalos nos enfla-q uecieron e hicieron caer en tantos males; las

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224adversidades y trabajos nos aviven y nos des-pierten. Direis que es cosa pesada acometer lospeligros de la guerra: ¿cuánto más pesado es quelos hijos y mujeres hechos esclavos sirvan ä ladeshonestidad de los enemigos? ¡Oh grande y en-trafiable dolor, fortuna trabajosa y áspera , quevosotros mismos seais despojados de vuestrasvidas y haciendas! todo lo cual es forzoso quepadezcan los vencidos. El amor de vuestras cosasparticulares, y el deseo del sosiego por venturaos entretiene. Engaiiais os si pensais que los par-ticulares se pueden conservar destruida y asoladala república: la fuerza (testa llama á la manera queel fuego de unas casas pasa á otras, lo consumirátodo sin dejar cosa alguna en pié. i,Poneis la con-fianza en la fortaleza y aspereza de esta comarca?A los cobardes y ociosos ninguna cosa puedeasegurar; y cuando los enemigos no nos acome-tiesen ¿cómo podrá esta tierra estéril y menguadade todo sustentar tanta gente como se ha recojidoá estas montafias? El pequerio número de nuestrossoldados os hace dudar; pero debeis os acordarde los tiempos pasados y de los trances variablesde las guerras, por donde podeis entender que novencen los muchos, sin() los esforzados. A Dios,al cual tenernos irrita lo antes de ahora, y alpresente creemos está aplacado, fácil cosa es yaun muy usada deshacer gruesos ejércitos con lasarmas de pocos. z,Teneis por mejor conformaroscon el estado presente, y por acertado servir alenemigo con condiciones tolerables? como si estacanalla infiel y desleal hiciese caso de conciertos,05 de gente bárbara se puede esperar que seráconstante en sus promesas. bPensais por venturaque tratarnos con hombres crueles, y no antes

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225con bestias fieras y salvajes? Por lo que á mi toca,estoy determinado con vuestra ayuda de acometeresta empresa y peligro, bien que muy grande porel bien común muy de buena gana; y en tantoque yo viviere, mostrarme enemigo no más áestos bárbaros, que ä cualquiera de los nuestrosque rehusare tomar las armas, y ayudarnos enesta guerra sagrada, y no se determinase de vencer.

morir como bueno antes que sufrir vida tanmiserable, tin estrema afrenta y desventura Lagrandeza de los castigos para entender ä los co-bardes que no son los enemigos los que más de-ben temer.»

(Historia de España.)

kiv1kEßTR0 f RA gpRI QUE fLOREg.

También es común deducir el nombre de Burgosde la lengua alemana con motivo de un caballerollamado Nuño Belchides, que dicen era Aleman, yvino en romería ä Santiago de Galicia: y casó conuna hija del Conde D. Diego, ä quien el [lev D.Alfonso III. mandó poblar la Ciudad: y de aquítoman la ocasión de nombrar Burgos ä la Ciudad,por llamarse asi las aldeas en Aleman.

Yo quisiera que dieran pruebas de ser extranjero,y de Alemania, el expresado Nuño: pero ni las danni yo las he encontrado, ni otros que empezaronä dudarlo, desde Garibay lib. '19, cap. 5, y real-mente el nombre de Nurro es todo nuestro, noTudesco, Alemán, si de Colonia; y ya vimos quedesde el tiempo de los Romanos, y de los Godos,era conocido y usado entre los Latinos el nombre

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4226de Burgos Pudo pues ser usado acá, sin nece-sitar recurrir á Príncipe extranjero.

Poco después de poblarse la Ciudad de Burgos,nació en ella para eterna gloria suya, y honor dela cristiandad el exclarecido héroe Fernan-Gon-zález, que si como fué príncipe en lo civil hubierasido perso nage eclesiástico, nos diera copiosisimoasunto para formar un libro lleno de mil proezas.Ahora le mencionarnos por honor de la patria, ypor las muchas menciones que corren de sunombre aun en la linea Eclesiástica, pues fuéinsigne bienhechor y propagador de la Iglesia.La casa donde nació quedó bien señalada enBurgos donde hasta hoy se conserva el ArcoTriunfal, que para eterna memoria erigió änombre la Ciudad con nueve pirámides en la formaque la estampa representa á la vista: y por cuantola inscripción no cabe en tarjeta , la ponemosaquí:

FERNANDO CONSALVI CASTELE ASSERTOItl. SILE

.ETATIS PILESTANTISSIMO DUCI. MACNORUM IIEGUM CENE

TORI. SVO MI. IN TUS DOM VS AREA SVPTV PVBILICO AD liii VS

NOMINIS. ET VIIRIS GLORIA.: MEMORIA SEMPITERNAM

Después de éste produjo Burgos otro de los ma-yores Héroes del mundo, Rodrigo Diaz, llamadoel CID, apellidado de Durar , por ser Señor deBivar lugar corto al Norte de Burgos, cosa de dosleguas. El nacimiento se pone en el año de 1026,el bautismo en la Parroquia de S. Martin: la casaconservé el nombre de las Casas del Cid, que elmonasterio de Cardeña, su heredero, cedió ä laCiudad por un corto censo annal, como dice Ber-ganza (T. I. pag. 398). La genalogia de estes dosesclarecidos Príncipes, conforme anda recibida,

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2 7queda puesta arriba en el cap. 7 título de Castill(t.En el Tomo siguiente daremos su Retrato al hablardel Real monasterio de S. Pedro de Carderia, queera sus delicias y tiene su venerable cuerpo.

9:spafia sagrada )

p. ¡MANUEL jOßt QUINTANA.

El Cid.

En medio de semejante oscuridad se divisa uncampeón, cuya fisonomía, ofuscada con los cuen-tos populares y la contrariedad de los autores, nopuede determinarse exactamente, pero cuyas pro-porciones colosales se distinguen por entre lasnieblas que le rodean. Este es Rodrigo Diaz, lla-mado comunmente el Cid, Campeador, objeto deinagotable admiración por el pueblo, y de eternasdisputas entre los críticos; los cuales, desechandopor fabulosas una parte de las hazañas que de élse encuentran, se ven precisados â reconocer porciertas otras igualmente extraordinarias.

Nació en Burgos hacia la mitad del Siglo XI,de D. Diego Lainez, caballero de aquella ciudad,que contaba entre sus ascendientes, û D. DiegoPorcelos, uno de sus pobladores y á Lain-Calvo,juez de Castilla. Reinaba entonces en esta provinciaFernando I, que reuniendo en su mano el dominiode León, Castilla y Galicia, fundó la preponde-rancia que después gozó la nación castellana sobrelas demás de la Península, Este monarca tuvo

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cinco hijos y ä todos quiso dejarlos heredados ensu muerte. Ni las desgracias sucedidas por igualdivisión que hizo su padre, el rey de Navarra donSancho el Mayor, ni las representaciones decuantos hombres cuerdos había en su corte, pu-dieron moverle de su intento. El amor de padrelo venció todo; y por hacer reyes á sus hijos, la-bró la ruina de dos de ellos y sumió al Estado enlos horrores de una guerra civil. Cupo en la par-tición Castilla ä Sancho, León ä Alfonso, y Galicia

Garcia, las dos infantas Urraca y Elvira que-daron heredadas, ésta con la ciudad y contornosde Toro, aquella con Zamora; y se dice que todospor mandado del padre juraron respetar esta di-visión y ayudarse corno hermanos. Vana diligencia,jamäs respetada por la ambición, y nunca ménosque entonces ; porque D. Sancho, superior enfuerzas, en valor y en pericia ä sus hermanos,luego que mtiriú su padre revolvió el pensamientoá despojarlos de su herencia y á ser el único su-cesor en el imperio del rey difunto.

Era entonces muy joven Rodrigo Diaz (1065),huérfano de padre; y D. Sancho, por gratitud ä losservicios que Diego Lainez habla hecho al Estado,tenia ä su hijo en palacio y cuidaba de su educa-ción.Esta educación seria toda militar, y los pro-gresos que hizo fueron tales, que en la guerra deAragón y en la batalla de Grados, donde el reyD. Ramiro tué vencido y muerto, no hubo guerreroalguno que se aventajase á Rodrigo. Por esto elRe y , que para honrarle le habia armado poco fintescaballero, le hizo alferez de sus tropas, que enaquellos tiempos era el primer grado de la miliciaal modo que después lo fué la dignidad deCondestable.

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22eDesembarazado Sancho de las guerras extra tras,

volvió su pensamiento ä la civil que tal puedellamarse la que hizo al instante ä sus hermanos.Los historiadores están descordes sobre ä quiende ellos embistió primero; mas la probabilidad estápor la opinión comun,.que designa ä D. Alfonsocomo la primera víctima. Sus estados lindabancon los de Sancho, y no es creible que este qui-siese atacar ántes al más lejano. La lucha nopodía durar mucho tiempo entre dos concurrentestan desiguales. El rey .de Castilla, ardiente, esfor-zado, feroz, con un poder mucho más grande, conuna destreza militar superior á la de todos los ge-nerales de su tiempo, debia arrollar fácilmente alde León, mucho más débil, muy »ven y todaviafalto de práctica en las cosas de la guerra. Masno por eso este príncipe se dejó arruinar en es-trago y peligro de sus contrarios. Vencido enlas primeras batallas, torna fuerzas de su situacióndesesperada, junta nuevo ejército, y vuelve á en-contrar ä su hermano cerca de Carrión. Su ímpetufué tal, que los castellanos rotos y vencidos, aban-donaron el campo de batalla y se encomendaroná la fuga. Rodrigo en este desastre, lejos de perderel ánimo, aconseja al Rey que , reuniendo sustropas dispersas acometa aquella misma noche ásus vencedores.—«Ellos, le dijo, se abandonaránal suefio çon el regocijo de la victoria: y su con-fianza va á destruirlos.» Hecho así, los castellanospuestos en orden por Rodrigo y el Rey, dan conel alba sobre sus contrarios, que descuidados ydormidos, no aciertan á ofender ni ä defendersey se dejan matar y aprisionar. Alfonso huyendo serefugia ä la iglesia de Carrión, donde cae en ma-nos del vencedor, que le obliga ir renunciar el

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g3öreino y salir desterrado á 'l'oled°, entonces poseidade los moros.

Tal es la série de acciones que la historia asignaá este caudillo, entre la muchedumbre de fábulasque la ignorancia añadió despues Todas son gue-rreras, y su exposición sencilla basta á sorprenderla imaginación, que apenas puede concebir quienera este brazo de hierro que arrojado de su patria,con el corto número de soldados , parientes yamigos que quisieron seguirle, jamas se cansó delidiar, y nunca lidió sino para vencer. Escudo ydefensa de unos Estados, azote terrible de otros,eclipsó la magestad de los reyes de su tiempo,pareciendo en aquel siglo de ferocidad y combates,un númen tutelar que , adonde quiera que acu-diese, llevaba consigo la gloria y la fortuna. Losdictados de Campeador, mio Cid, el que en buenhora naseó , han pasado de siglo en siglo hastanosotros, como una muestra de respeto que suscontemporáneos le tenían, del honor y ventura queen él se imaginaban.

tVidas de los espailoles célebres.)

pE VODEßT0 DE LA FUENTE.

Retrato de Fernando III. (el Santo) de Castilla.

Fernando, mancebo de diez y siete arios cuandofué llamado á suceder á otro monarca tan jovencomo él, y á regir una monarquía agitada por lasambiciones y perturbada por las parcialidades, te-

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134hiendo que hacer frente ä magnates turbulentos,codiciosos y osados, y que contrarrestar la envi-dia y el enojo y resistir los ataques de un padre,poseedor entonces de un reino más vasto y dila-tado que el suyo, comienza ä desplegar en su edadjuvenil aquella prudencia precoz, aquellas prendasde príncipe que le auguraban gran soberano cuan-do alcanzara edad más madura: y aplacando al reyde León , sometiendo y escarmentando ä los so-berbios Laras, previniendo ó frustrando lai pre-tensiones y tentativas de otros díscolos é indóci-les señores, deshace las maquinaciones, conjuralas tormentas, reprime el espíritu de rebelión , yvuelve la paz y el sosiego û un reino que encontróconmovido y despedazado Pero Fernando tenía ásu lado un genio benéfico, un angel tutelar que leconducía y guiaba y era su Mentor en los casosárduos y en las situaciones difíciles. Este Mentor,este ángel, este génio, era una mujer, era unamadre, era la reina doña Berenguela, modelo deprincesas, tipo de discreción y gloria de Castilla.

(Historia general de Espana )

p. fEDRO 9ANTONIO DE Y1LARCÓN.

Capitulo 26.

Batalla de los Castillejos.

Ceuta 1 ° de Enero de 1860.—A !as once de la noche.

¡Qué día! —Cuándo, dónde, cómo principió?—Yo no lo recuerdo.... Una nube de sangre y fuegoenvuelve todavía mi alma. La embriaguez del horrory del entusiasmo embarga aun mi corazón.

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‘JäeNecesito hacerme luz en tanto caos. Ahora Mi-

da veo, nada oigo, nada distingo, sino el conjuntodesordenado de la batalla, el estampido de unmillón de tiros, el cúmulo de los muertos, losarroyos de sangre, los torbellinos de humo, elvolar de los caballos, el relucir de las armas, losgritos del dolor y de la cólera, y sobre esta con-fusión, sobre este infierno, siempre la misma at-mósfera inflamada, el mismo sol ardiente, la mis-ma luz abrasadora.

Muchas horas hace que espiró en el ocaso laúltima lumbre de ese dia y yo la veo brillar aun, ynie quema las pupilas, y enciende la sangre demis venas. Algunas leguas me separan ya del tea-tro del combate: estoy solo, en una sosegada ca-sa de Ceuta, rodeado de paz y de silencio, y auncreo encontrarme allí, en aquel valle, sobre aque-lla montarla; y oigo el estruendo de la pólvora, yel silbido de las balas, y las voces de mando, y elrodar de la artilleria, y los golpes del pico y de lapala, y el bárbaro concento de tanta furia, de tan-ta destrucción, de tanto estrago.

En cuantiosa multitud, por consiguiente, y engrupos más numerosos y apretados que acostum-bran, aparecieron los tenaces marroquíes en loalto de la primera y más próxima de las treslomas consecutivas que, según te he dicho, se le-vantan en frente del moralbito; y aunque desdealli alcanzaban ä nuestras tropas con sus certerasespingardas, era tal la confianza que les inspirabahoy la superioridad de sus posiciones y de su nú-mero (hoy podian contarnos) que se descolgaronsobre la llanura, atacándonos frente á frente y it

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2: 13enerpo descubierto, dando unos gritos espantososy blandiendo sus armas como débiles juncos.

Nuestra infantería, ¿quién lo duda? salió al en-cuentro de aquella impetuosa catarata, que pare-cía querer inundar al valle; en tanto que los dosescuadrones de húsares de la Princesa se adelan-taron á contener á la caballería africana que des-embocaba al mismo tiempo por la callada de laizquierda tratando de recobrar la llanura.

Mandaban á los húsares los comandantes donJuan Aldama y marqués de Fuente-Pelayo. Erandos bizarros escuadrones, com puestos de soldadosescogidos por su valor y gallardía, y de una dis-tinguida oficialidad en que figuraban todas las aris-tocracias, la del valor, la de la fortuna, la del ta-lento y la del apellido. Yo les había visto algunosdias antes intentar en esta misma llanura la teme-raria empresa que han acometido hoy: yo les vi encorrecta formación, rigiendo sus caballos con unaadmirable uniformidad, avanzar contra la caba-llería árabe, que ya tenia meditada la alevosía que,por último, ha perpetrado; y yo creo verles tam-bién recoger esta mañana el guante que arrojaroná la mitad del llano los ginetes marroquies, y ata-carles de frente, y perseguirles en su simuladafuga y desaparecer detrás de ellos por la tremendagarganta cuyo término desconocían ....

Alía ván con sus blancos dormanes con sus brio-sos trotones, con sus brillantes espadas. - La infan-tería mora, que ya asomaba por aquella formidableangostura, es atropellada, acuchillada al paso,puesta en dispersión Pero los húsares no se de-tienen á rematarla.—Los caballeros árabes siguenhuyendo, cada vez más cerca y como estenuadosde fatiga —¡Estos, estos son los adversarios que

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2.34buscan y con los que quieren medir sus armas!Ya los tienen cerca. ....ya esperan alcanzarlos.....

En aquel momento, -y al torcer un rodeo de lacañada,—encuéntranse sin enemigos delante de si.Los árabes se han desvanecido como el humo.

En cambio, ven blanquear ä poca distancia unnumeroso y apiñado campamento, todo de tiendascónicas, encerrado en una especie de hoyo queforman cuatro montañas confluentes. ¡Es e: cam-pamento musnlman, el cubil de los lobos, el nidode las águilas!

Esta inesperada aparición les suspende un punto.¡El campamento moro! exclaman llenos de gloriosojúbilo y de mayor denuedo; ¡adelante! ¡adelante!resuena á todo lo largo de las filas; y espolean susardorosos brutos y abanzan con sin igual arrojo,sin pensar en lo que alli pueda sucederles, ni re-cordar que detrás de ellos dejan mil enemigosemboscados.

Pero, de pronto, la tierra falta bajo sus pies:Inindense caballos y caballeros en profundas zan-jas, cubiertas de ramas y de yerbas: un gineterueda sobre otro, y sobre aquél un tercero: fór-manse pilas de miembros palpitantes, que sirvencomo de puente ä los que vienen detrás, y que nopueden contenerse en su desbocada marcha,por empujarles y precipitarles los que le siguen:mas los que logran salvar una de aquellas corta-duras, caen en otra inmediata, y si no en la ter-cera; pues son tres los fosos simulados que de-fienden el paso á los imprudentes húsares. Almismo tiempo estalla sobre ellos una tempestadde tiros: por los dos lados, por la espalda, porarriba, por todas partes les hacen fuego: detrásde cada árbol y de cada piedra reluce una espin-

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garda Ó se vé una nube de humo: una griteríasalvaje acompafia á los disparos, corno diciendoá nuestros compatriotas que están burlados, queestán perdidos sin remedio. Estos bárbaros gritos,esta sangrienta mofa enardece aun más ä los de-samparados húsares; salen, pues, á duras penas,de los fosos, ayudándose, protegiéndose, soste-niéndose como tiernisirnos hermanos; y en tantoque unos escoltan y defienden la retirada de losheridos y contusos, llevando los cadáveres sobreel harzön de sus caballos, otros cargan furiosa-mente á la morisma , acometiéndola por todaspartes, revolviéndose entre ella, sembrando lamuerte donde quiera que alcanzan sus aceros, yabriéndose camino hasta la llanura de los Casti-!lejos por entre una densa nube de enemigos,y serialando las huellas de sus pasos con vil sangresarracena.

¡Ni es esto todo! — Entre aquellos doscientosleones acosados, hubo algunos tan temerarios yresueltos ä morir, que en lugar de emprender unaretirada honrosa, en vista del asesinato aleve deque eran víctimas, siguieron avanzando hacia elcampamento enemigo, penetraron en él, batiéronseallí á pistoletazos y cuchilladas, apoderäronse deuna bandera, y volvieron ä recorrer aquel pavo-roso desfiladero, bajo un diluvio de balas, saltandolos tres fosos milagrosamente, rescatando aunalgunos de sus camaradas, desnudo ya y en poderde los inhumanos marroquíes, y saliendo, por úl-timo, al anchuroso valle, mermados, si, pero novencidos, con la palma del martirio en una manoy con la palma de la victoria en la otra.

En este herede() hecho de armas fueron heridoslos comandantes de los dos escuadrones, muertos

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dos oficiales y heridos casi todos los demás; ochohúsares exhalaron también su último aliento enaquel campo de honor y más de treinta lo regaroncon su sangre. Pero á todos, cualquiera que hayasido su fortuna en tan memorable lid, cabe la.misma prei y corresponde igual alabanza; puestodos pelearon como buenos y merecieron biende la pátria agradecida.

Esta ha sido la memorable batalla de los Cas-tillejos, ganada por menos de ocho mil españolescontra todo el ejército marroquí, compuesto hoyde mas 'de treinta mil combatientes.

Ha durado de sol it sol y en ella han tornadoparte muy gloriosa todas nuestras armas; la arti-llería, la infantería, la caballería, los ingenieros,hasta la marina, peleando, no solo desde la mar,sino tambien en tierra. El enemigo ha empleadotambien todos sus medios de destrucción: su re-nombrada caballería, sus tropas de rey, sus kábílasmontaraces y hasta cartones de montaña. Hemosarrebatado á los moros una legua de terreno y:todas las posiciones en que se han presentado:hemos penetrado en su campamento y obligádolesä levantarlo; les hemos cojido sus muertos y al-gunos prisioneros , y finalmente, nos hemos apo-derado de tina de sus banderas, dando muerteal que la conducía, -- por lo que la historia es-cribirá en letras de oro el nombre de Pedro Mur,soldado de húsares de la Princesa, que ha tenidola gloria de realizar tan grande hazafia.

.Hay además en el combate de hoy una raracircunstancia que hacer valer; y es que su bri-llante éxito se ha debido, sobre todo, al valorpersonal de los generales. Ellos han sido nuestra