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El Círculo DAVE EGGERS

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  • El CrculoDAVE EGGERS

    BIENVENIDO AL CRCULO

    El Crculo, la empresa de internet ms in uyente del mundo, es un campus cargado de modernidad y tecnologa punta con espaciosas o cinas de diseo, cafeteras acristaladas y acogedoras instalaciones.

    El Crculo te ofrece estas, conciertos al aire libre, actividades deportivas, clubes de todo tipo,

    y hasta un exclusivo acuario de peces exticos de la fosa de las Marianas.

    El Crculo uni ca tus direcciones de email, per les de redes sociales, operaciones bancarias y contraseas, dando lugar a una nica identidad virtual y veraz,

    en pos de una nueva era de civilidad y transparencia.

    NO HAY SECRETOS ENTRE AMIGOS

    El Crculo es una hbil y moderna sntesis de inge-nio swiftiano y pronosticacin orwelliana [...], un tra-bajo tan relacionado con nuestro tiempo que podra ser considerado la observacin satrica ms acertada del principio de la era de internet.

    The Guardian

    Fecha de publicacin: 2 de octubreFragmento de la novela - Prohibida su venta

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  • El Crculo

    DAVE EGGERS

    Traduccin deJavier Calvo

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  • Quedan prohibidos, dentro de los lmites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrnico o me-cnico, el tratamiento informtico, el alquiler o cualquier otra forma de cesin de la obra sin la autorizacin previa y por escrito de los titulares del copyright. Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Repro-grficos, http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra.

    Ttulo original: The Circle 2013, Dave Eggers 2014, de la presente edicin en castellano para todo el mundo: Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. Travessera de Grcia, 47-49. 08021 Barcelona 2014, Javier Calvo Perales por la traduccinPrimera edicin: octubre de 2014Printed in Spain Impreso en EspaaISBN: 978-84-397-2908-2Depsito legal: B-16727-2014Fotocomposicin: La Nueva Edimac, S. L. Impreso en Cayfosa (Barcelona)

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  • El futuro no conoca ni lmites ni fronteras. Y tanto era as que los hombres ya no tenan donde almacenar su felicidad.

    John Steinbeck, Al este del Edn

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  • LIBRO PRIMERO

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    Dios mo, pens Mae. Es el paraso.El campus era enorme y laberntico, inundado de los colores

    del Pacfico, y sin embargo no haba detalle que no hubiera sido tenido en cuenta y diseado con la mxima habilidad. En unas tierras que antao haban sido unos astilleros, despus un autocine y por fin un mercadillo y un solar deprimido, ahora haba lomas suaves y verdes y una fuente de Calatrava. Y una zona para picnics, con mesas desplegadas en crculos concntricos. Y pistas de tenis, tanto de tierra como de hierba. Y una cancha de voleibol, donde ahora estaban los niitos de la guardera de la empresa, corriendo, chillando y reverberando como el agua. Y en medio de todo esto tambin haba un centro de trabajo, ms de ciento sesenta hect-reas de acero pulido y cristal que albergaban la sede de la empre-sa ms inf luyente del mundo. El cielo era impoluto y azul.

    Mae estaba cruzando todo esto en su travesa a pie, desde el aparcamiento al edificio central, intentando transmitir la impre-sin de que se senta cmoda all. El sendero serpenteaba alre-dedor de las arboledas de limoneros y de naranjos, y entre sus adoquines rojos y silenciosos destacaban losas desperdigadas con mensajes suplicantes de inspiracin. En una de ellas haba la palabra Suea grabada a lser en la piedra roja. En otra pona: Participa. Y haba docenas ms: Encuentra tu comunidad, Innova, Imagina. A punto estuvo de pisarle accidentalmente la mano a un joven con mono de trabajo gris que estaba insta-lando una nueva losa con la inscripcin Respira.

    Aquel lunes soleado de junio, Mae se detuvo frente a la en-trada principal, bajo el logotipo grabado en el cristal. Aunque la empresa todava no tena seis aos de antigedad, su nombre y su logotipo un crculo rodeando una trama de lneas entreteji-das, con una pequea c en el centro ya se contaban entre los ms conocidos del mundo. En aquel campus central trabajaban

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    ms de diez mil empleados, pero el Crculo tena oficinas por todo el planeta, y segua contratando todas las semanas a cente-nares de mentes jvenes y brillantes. Llevaba cuatro aos segui-dos siendo elegida la empresa ms admirada del mundo.

    A Mae ni se le habra ocurrido que tuviera posibilidades de trabajar en un lugar as de no haber sido por Annie. Annie era dos aos mayor que ella y ambas haban compartido habitacin durante tres semestres en la universidad, en un feo edificio que haban hecho habitable gracias a lo extraordinariamente unidas que estaban; eran algo a medio camino entre amigas y hermanas, o bien primas a quienes les gustara ser hermanas y as tener una razn para no separarse nunca. El primer mes que haban vivido juntas, Mae se haba roto la mandbula una tarde-noche, tras desmayarse durante los exmenes finales por culpa de la gripe y la mala alimentacin. Annie le haba dicho que se quedara en la cama, pero Mae haba ido al 7-Eleven en busca de cafena y haba despertado en la acera, bajo un rbol. Annie la haba lle-vado al hospital y haba esperado all mientras le cosan la man-dbula, y despus se haba quedado toda la noche con Mae, dur-miendo a su lado en una silla de madera, y luego, ya en casa, se haba pasado das alimentando a Mae con una caita. Era un nivel tremendo de compromiso y aptitud, que Mae no haba visto nunca en una persona de su edad o ms o menos de su edad, y a partir de entonces Mae le haba sido leal de una forma que ella misma no habra imaginado nunca.

    Mientras Mae segua en Carleton, probando distintos itine-rarios troncales, primero historia del arte, despus marketing y por fin psicologa, y sacndose la carrera de psicologa sin tener plan alguno de trabajar en ese terreno, Annie se licenci, hizo su MBA en Stanford y recibi ofertas de trabajo de todas partes, aunque la ms importante fue la del Crculo, adonde lleg cua-tro das despus de terminar el mster. Ahora tena un ttulo altisonante directora de Garantizar el Futuro, bromeaba ella y anim a Mae a que se presentara a un puesto de trabajo en la empresa. Mae lo hizo, y aunque Annie insista en que no haba usado sus inf luencias, Mae estaba segura de que s las haba usa-do, de manera que ahora senta una deuda incalculable hacia su amiga. Haba un milln de personas, mil millones, que querran

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    estar donde estaba Mae en aquel momento: entrando en aquel atrio de diez metros de altura y surcado por la luz de California, en su primer da de trabajo para la nica empresa que importa-ba realmente.

    Empuj la pesada puerta para abrirla. El vestbulo era tan largo como un desfile y tan alto como una catedral. Las alturas estaban llenas de oficinas, cuatro pisos de oficinas a cada lado, con todas las paredes de cristal. Brevemente invadida por el vr-tigo, baj la vista, y en el suelo inmaculado y resplandeciente vio ref lejada la expresin de preocupacin de su cara. Not una presencia detrs de ella y oblig a su boca a sonrer.

    T debes de ser Mae.Mae se gir para encontrarse una cara joven y hermosa sus-

    pendida encima de un pauelo violeta y una blusa de seda blanca.Soy Renata dijo.Hola, Renata. Estoy buscando aA Annie. Ya lo s. Est de camino. A Renata le sali de la

    oreja un ruido, un tintineo digital. Mira, estRenata estaba mirando a Mae pero viendo otra cosa. Interfaz

    retinal, supuso Mae. Otra innovacin que haba nacido all.Est en el Viejo Oeste dijo Renata, volviendo a mirar a

    Mae, pero llegar pronto.Mae sonri.Espero que lleve galletas y un caballo bien recio.Renata sonri cortsmente pero no se ri. Mae saba que la

    empresa bautizaba cada parte del campus con el nombre de una poca histrica; era una estrategia para que aquel lugar enorme resultara menos impersonal y menos corporativo. Mucho mejor que llamar a los sitios Edificio 3B-Este, como hacan en el lti-mo sitio donde Mae haba trabajado. Solo haban pasado tres semanas desde su ltimo da de trabajo en las instalaciones mu-nicipales de su pueblo se haban quedado estupefactos al pre-sentar ella su dimisin, pero ya le pareca imposible el haber malgastado una parte tan grande de su vida all. Al cuerno con aquel gulag, pensaba Mae, y con todo lo que representaba.

    Renata segua recibiendo seales de su auricular.Oh, espera dijo. Ahora me est diciendo que est liada.

    Renata mir a Mae con una sonrisa radiante. Por qu no te

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    acompao a tu mesa? Me dice Annie que pasar a buscarte den-tro de una hora ms o menos.

    Mae se emocion un poco al or aquello, tu mesa, y se acord inmediatamente de su padre. Su padre estaba orgulloso. Muy orgulloso, le haba dejado grabado en el buzn de voz; deba de haberle grabado el mensaje a las cuatro de la madruga-da. Ella lo haba encontrado al despertarse. Muy, muy orgullo-so, le haba dicho con voz estrangulada. No haca ni dos aos que Mae se haba licenciado y all estaba ahora, trabajando re-muneradamente para el Crculo, con seguro mdico incluido y con un apartamento en la ciudad; por fin ya no era una carga para sus padres, que tenan otras muchas cosas de que preocu-parse.

    Mae sigui a Renata hasta el exterior del atrio. En el jardn salpicado de luz haba un par de jvenes sentados sobre un mon-tculo artif icial, con una especie de tablet transparente en las manos y hablando con gran intensidad.

    T estars en el Renacimiento, que es aquello le dijo Re-nata, sealando al otro lado del jardn, en direccin a un edificio de cristal y cobre oxidado. Es donde est toda la gente de Ex-periencia del Cliente. Habas venido aqu alguna vez?

    Mae asinti con la cabeza.S. Unas cuantas veces, pero a ese edificio no.As que has visto la piscina, la zona deportiva. Renata hizo

    un gesto con la mano en direccin a un paralelogramo azul y al edificio enorme y anguloso, el gimnasio, que se elevaba tras l. Por all estn los centros de yoga, crossfit, pilates, masajes, spin-ning Me han dicho que haces spinning, no? Ah detrs estn las pistas de petanca y el nuevo espacio para jugar a espiro. La cafetera est al otro lado del csped Renata seal la exu-berante extensin verde, donde haba un puado de personas con ropa de trabajo y desparramados como si estuvieran toman-do el sol en la playa. Y ya hemos llegado.

    Se detuvieron delante del Renacimiento, tambin provisto de un atrio de diez metros, con un mvil de Calder girando lentamente en las alturas.

    Ah, me encanta Calder dijo Mae.Renata sonri.

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    S, ya lo s. Se lo quedaron mirando juntas. Este estaba colgado en el Parlamento de Francia. O algo parecido.

    El viento que las haba seguido hasta el interior hizo girar ahora el mvil de tal manera que uno de sus brazos se qued sealando a Mae, como si le diera la bienvenida en persona. Renata la cogi del codo.

    Ests lista? Subamos por aqu.Entraron en un ascensor de cristal ligeramente tintado de

    color naranja. Las luces se encendieron y Mae vio que apareca su nombre en las paredes, junto con su foto del anuario de su instituto. bienvenida, mae holland. A Mae le sali un ruido de la garganta, casi como una exclamacin ahogada. Llevaba aos sin ver aquella foto y se alegraba mucho de haberla perdido de vista. Deba de ser cosa de Annie, atacarla una vez ms con aquella imagen. Estaba claro que la chica de la foto era Mae la boca ancha, los labios finos, la piel cetrina y el pelo negro, pero en aquella foto, ms que al natural, sus pmulos marcados le da-ban una expresin severa, y sus ojos castaos no sonrean, sino que se limitaban a mostrarse pequeos y fros, listos para la gue-rra. Desde la poca de la foto en la que sala con dieciocho aos, furiosa e insegura Mae haba ganado un peso que la favoreca mucho; la cara se le haba suavizado y le haban salido curvas, unas curvas que llamaban la atencin a hombres de todas las edades y motivaciones. Despus de acabar la secundaria, se haba esforzado por ser ms abierta y ms tolerante, y ahora la puso nerviosa el hecho de ver all aquel documento de una poca remota, en la que ella siempre estaba pensando mal del mundo. Justo cuando ya no la poda soportar ms, la foto desapareci.

    S, todo funciona con sensores le dijo Renata. El ascensor lee tu acreditacin y te saluda. Esa foto nos la dio Annie. Debis de ser muy amigas si tiene fotos tuyas del instituto. En todo caso, espero que no te moleste. Es algo que hacemos sobre todo con las visitas. Y normalmente se quedan impresionadas.

    A medida que el ascensor suba, fueron apareciendo por las paredes del ascensor las actividades programadas para la jornada, imgenes y texto que se desplazaban de un panel al siguiente. Cada anuncio vena acompaado de vdeo, fotos, animacin y msica. A medioda haba un pase de Koyaanisqatsi, a la una

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    demostracin de automasajes y a las tres refuerzo abdominal. Un congresista del que Mae no haba odo hablar nunca, canoso pero joven, daba una rueda de prensa en el Ayuntamiento a las seis y media. En la puerta del ascensor se lo vea hablar en un estrado, con banderas ondeando detrs, remangado y cerrando los puos para mostrar su severidad.

    Las puertas se abrieron, partiendo al congresista por la mitad.Ya hemos llegado dijo Renata, saliendo a una estrecha

    pasarela de rejilla de acero.Mae baj la vista y not que se le encoga el estmago. Poda

    ver hasta la planta baja, cuatro niveles ms abajo.Mae intent aparentar ligereza.Supongo que no ponis aqu arriba a nadie con vrtigo.Renata se detuvo y se gir hacia Mae, con cara de preocu-

    pacin.Por supuesto que no. Pero tu perfil decaNo, no dijo Mae. No me pasa nada.En serio. Te podemos poner ms abajo siNo, no. En serio. Est perfecto. Lo siento. Estaba de broma.Renata estaba visiblemente agitada.Vale. T dmelo si hay algn problema.Te lo dir.De verdad? Porque Annie querr que me asegure.De verdad, te lo prometo dijo Mae, y sonri a Renata, que

    se recuper y sigui andando.La pasarela lleg a la planta principal, amplia, llena de ven-

    tanas y dividida en dos por un largo pasillo. A ambos lados, las oficinas tenan fachadas de cristal del suelo al techo, con sus ocupantes visibles en el interior. Todos ellos tenan su espacio decorado de forma elaborada pero con gusto: una oficina estaba llena de parafernalia martima, la mayor parte de la cual pareca f lotar en el aire, colgada de las vigas al descubierto, mientras que en otra haba hileras de bonsis. Pasaron frente a una pequea cocina con todos los armarios y los estantes de cristal y la cuber-tera magntica, pegada a la nevera en filas pulcras, todo ilumina-do por una enorme araa de luces donde resplandecan bombillas multicolores, extendiendo sus brazos de color naranja, melo-cotn y rosa.

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    Pues esta es la tuya.Se detuvieron ante un cubculo, gris, pequeo y cubierto de

    un material que pareca lino sinttico. A Mae se le cay el alma a los pies. Era casi exactamente igual que el cubculo donde haba estado trabajando los ltimos dieciocho meses. Era lo pri-mero que vea en el Crculo que no haba sido replanteado, que guardaba algn parecido con el pasado. El material que cubra las paredes del cubculo era ella no se lo crea, le pareca impo-sible arpillera.

    Mae era consciente de que Renata la estaba observando y tambin de que su propia cara estaba traicionando algo parecido al horror. Sonre, pens. Sonre.

    Te parece bien? dijo Renata, recorriendo rpidamente la cara de Mae con la mirada.

    Mae oblig a su boca a indicar algn nivel de satisfaccin.Genial. Es bonito.No era lo que se haba esperado.Muy bien, pues. Te dejo para que te familiarices con el espa-

    cio de trabajo, y enseguida vendrn Denise y Josiah para orien-tarte y darte lo que necesites.

    Mae volvi a componer una sonrisa, y Renata dio media vuelta y se march. Mae se sent, notando que el respaldo esta-ba medio roto y que la silla no se mova, tena las ruedas atasca-das, todas las ruedas. Le haban puesto un ordenador en la mesa, pero era un modelo muy antiguo que ella no haba visto en ninguna otra parte del edificio. Mae estaba desconcertada, y su estado de nimo se desplom en el mismo abismo donde haba pasado los ltimos aos.

    Acaso alguien todava trabajaba en una empresa de servicios pblicos? Cmo haba acabado Mae trabajando all? Cmo lo haba tolerado? Cuando la gente le preguntaba dnde trabajaba, casi prefera mentir y decir que no tena trabajo. Acaso la cosa habra sido mejor de no haber estado en su pueblo?

    Despus de seis aos aproximadamente de odiar su pueblo y de maldecir a sus padres por haberse mudado all y por some-terla a aquello, a sus limitaciones y a su escasez de todo diver-

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    siones, restaurantes, mentes iluminadas, recientemente Mae haba empezado a recordar Longfield con algo parecido a la ternura. Era un pueblecito situado entre Fresno y Tranquillity, constituido en municipalidad y bautizado en 1866 en honor de un granjero sin imaginacin. Ciento cincuenta aos ms tarde, su poblacin haba crecido hasta quedarse un poco por debajo de las dos mil almas, la mayora de las cuales trabajaban en Fresno, a unos treinta kilmetros de distancia. Vivir en Longfield era ba-rato, y los padres de las amigas de Mae eran guardias de seguri-dad, maestros y camioneros aficionados a la caza. De las ochenta y dos personas que se haban graduado en la promocin de Mae, ella era una de las doce que haban ido a una universidad de cua-tro aos, y la nica que haba ido al este de Colorado. El hecho de que se marchara tan lejos, y contrajera una deuda tan grande, solo para regresar y trabajar para el Ayuntamiento local, era algo que la destrozaba, y tambin a sus padres, aunque de puertas afuera dijeran que su hija estaba haciendo lo correcto, aprove-chando una oportunidad slida y empezando a pagar sus crdi-tos de estudios.

    El edificio de los servicios municipales, el 3B-Este, era un bloque funesto de cemento con ventanas en forma de estrechas ranuras verticales. Por dentro, la mayora de las oficinas tenan las paredes de hormign y todo estaba pintado de un verde horri-ble. Era como trabajar en un vestuario. Mae era aproximada-mente una dcada ms joven que el resto de los ocupantes del edificio, y hasta los que estaban en la treintena eran de otro siglo. Se maravillaban de las habilidades de ella con los ordenadores, que eran bsicas y comunes a todo el mundo que ella conoca. Pese a todo, sus compaeros de trabajo en el edificio municipal estaban asombrados. La llamaban Centella Negra, en referencia casposa a su pelo, y le decan que tena un porvenir muy hala-geo en la gestin municipal si jugaba bien sus cartas. En cuatro o cinco aos, le decan, podra ser jefa de informtica de toda la subestacin! La exasperacin de ella no conoca lmites. No haba ido a la universidad, pagando 234.000 dlares de for-macin de lite en el terreno de las humanidades, para acabar en un trabajo as. Pero era un trabajo, y a ella le haca falta el dinero. Sus crditos de estudios eran voraces y exigan ser alimentados

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    todos los meses, de manera que acept el trabajo y el sueldo y se mantuvo alerta por si apareca algo mejor.

    Su supervisor inmediato era un hombre llamado Kevin, que trabajaba como director visible de tecnologa del departamen-to de servicios pblicos pero que, paradjicamente, no saba nada de tecnologa. Saba de cables y de salidas dobles; debera haber estado manejando un equipo de radioaficionado en su stano en lugar de supervisar a Mae. Cada da de cada semana llevaba la misma camisa de botones de manga corta y las mismas corba-tas de colores oxidados. Era ofensivo a todos los sentidos, con un aliento que ola a jamn y un bigote peludo y alborotado, como dos patitas que emergan, hacia el sudeste y el sudoeste, de unos orificios nasales enormes.

    No habra habido problema, pese a sus muchas ofensas, de no ser por el hecho de que estaba convencido de que a Mae le importaba todo aquello. Estaba convencido de que a Mae, licen-ciada por Carleton, llena de sueos especiales y dorados, le im-portaba su trabajo en el departamento de gas y electricidad. De que ella se preocupara si Kevin consideraba que no haba ren-dido lo suficiente durante un da determinado. Aquello la pona furiosa.

    Las ocasiones en que l la llamaba a su despacho, en que ce-rraba la puerta y se sentaba en una esquina de su mesa, eran atroces. Sabes por qu te he hecho venir?, le preguntaba, como si fuera un polica de carreteras que la hubiera hecho parar. En otras ocasiones, cuando estaba contento del trabajo que ella ha-ba hecho esa jornada, haca algo peor: la elogiaba. La defina como su protegida. Le encantaba aquella palabra. La presenta-ba a las visitas as, diciendo Esta es mi protegida, Mae. Es bas-tante espabilada, la mayora del tiempo, y le guiaba un ojo como si l fuera un capitn y ella su segundo de a bordo, los dos veteranos de muchas aventuras sonadas y devotos el uno del otro para siempre. Si ella misma no se lo impide, le espera un futuro halageo.

    Ella no lo poda soportar. Cada da que haba pasado traba-jando all, los dieciocho meses, se haba preguntado si tal vez podra pedirle un favor a Annie. Nunca se le haba dado bien pedir aquella clase de cosas: que la rescataran, que la sacaran de

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    all. La idea la haca sentirse una molestia, un engorro, un incor-dio, como lo llamaba su padre, algo que no le sala con natura-lidad. Sus padres eran personas discretas a quienes no les gustaba molestar a los dems, personas discretas y orgullosas que no aceptaban regalos de nadie.

    Y Mae era igual, pero aquel trabajo la estaba convirtiendo en otra persona, en alguien capaz de hacer lo que fuera para mar-charse. Todo resultaba repulsivo. Haba literalmente una fuente de oficina. Haba literalmente fichas perforadas. Certificados de mrito cada vez que alguien haca algo que se consideraba espe-cial. Y el horario! De nueve a cinco, nada menos! Todo daba la sensacin de ser de otra poca, de una poca justamente olvida-da, y le infunda a Mae la sensacin de que no solo ella estaba echando su vida a perder, sino que la empresa entera estaba echan-do a perder la vida en general, desperdiciando potencial humano y ralentizando la rotacin del planeta. Y el cubculo que ella tena en aquel lugar era un concentrado de todo aquello. Las mamparas que la rodeaban, destinadas a facilitar que se concen-trara plenamente en el trabajo que tena entre manos, estaban cubiertas de arpillera, como si cualquier otro material la fuera a distraer, o bien fuera a sugerirle formas ms exticas de pasar su tiempo. De manera que se haba pasado dieciocho meses en una oficina donde pensaban que, de todos los materiales que ofrecan el hombre y la naturaleza, el nico que su plantilla de-ba ver, todo el da y todos los das, fuera la arpillera. Una ar-pillera a granel, arpillera de pobres, rebajada de precio. Juraba por Dios, para sus adentros, que cuando se marchara de all ja-ms volvera a tocar aquel material, ni siquiera a admitir su existencia.

    Y no esperaba volver a verlo. Con qu frecuencia, despus del siglo xix, con la excepcin de las tiendas del siglo xix, se en-contraba uno arpillera? Mae daba por sentado que no se la encon-trara nunca ms, y sin embargo all estaba ahora, en aquella nue-va oficina del Crculo, y cuando la vio, y sinti su olor a moho, se le llenaron los ojos de lgrimas:

    Puta arpillera murmur para sus adentros.De pronto oy un suspiro a sus espaldas, seguido de una voz.Ahora me da por pensar que esto no ha sido tan buena idea.

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    Mae se dio la vuelta y se encontr a Annie, con los brazos en jarras y los puos cerrados, con pose de nia enfurruada.

    Puta arpillera dijo Annie, imitando su mohn, y luego se ech a rer. Cuando se le pas la risa, consigui decir: Ha sido increble. Muchas gracias, Mae. Saba que lo odiaras, pero quera ver cunto. Siento que hayas estado a punto de llorar. Joder.

    Ahora Mae mir a Renata, que tena las manos en alto en gesto de rendicin.

    No ha sido idea ma! dijo. Me ha obligado Annie! No me odies!

    Annie solt un suspiro de satisfaccin.He tenido que comprar este cubculo en Walmart. Y el

    ordenador! Me cost una eternidad encontrarlo en internet. Yo pensaba que podramos traer un trasto parecido del stano o algo similar, pero la verdad es que en todo el campus no tene-mos nada que sea as de viejo y de feo. Por Dios, tendras que haberte visto la cara.

    A Mae le lata el corazn con fuerza.Ta, t ests enferma.Annie fingi confusin.Yo? Yo no estoy enferma. Yo soy la leche.No me puedo creer que te hayas esforzado tanto para ha-

    crmelo pasar mal.Pues s. As es como he llegado a donde estoy. Todo es cues-

    tin de planificacin y de puesta en prctica. Le dedic a Mae un guio de vendedor y a Mae se le escap la risa. Annie era una luntica. Ahora vmonos. Voy a ensearte todo esto.

    Mientras la segua, Mae tuvo que recordarse a s misma que Annie no siempre haba sido una alta ejecutiva de una empresa como el Crculo. Hubo un tiempo, apenas haca cuatro aos, en que Annie era una estudiante universitaria que llevaba pantalo-nes de pijama de franela de hombre a clase, a las cenas y a las citas informales. Annie era lo que uno de sus novios, y haba habido muchos, siempre mongamos y siempre formales, llama-ba una friki. Pero poda permitirse serlo. Su familia tena dinero, desde haca muchas generaciones, y adems era muy guapa, tena

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    unas pestaas muy largas, un hoyuelo en la barbilla y un pelo tan rubio que solo poda ser natural. Todo el mundo conoca su efervescencia y su incapacidad aparente para dejar que nada la molestara ms de un minuto. Pero tambin era una friki. Era f laca y desgarbada, y usaba las manos de forma exagerada, peli-grosamente, cuando hablaba, y era propensa a irse grotescamen-te por las ramas en las conversaciones y a las obsesiones extraas: las cuevas, la perfumera amateur o la msica doo-wop. Era ami-ga de todos sus ex, de todos sus los y de todos los profesores (los conoca a todos en persona y les mandaba regalos). Haba estado involucrada en casi todos los clubes y causas de la universidad, o bien los haba dirigido, y sin embargo encontraba tiempo para dedicarse en cuerpo y alma a su trabajo de curso bueno, a todo, mientras que en las fiestas siempre era la ms dispuesta a poner-se en ridculo para que los dems se relajaran y tambin la ltima en marcharse. La nica explicacin racional de todo esto habra sido que no durmiera, pero no era el caso. Dorma de forma opulenta, entre ocho y diez horas al da, poda dormir en cual-quier parte, en los trayectos en coche de tres minutos, en el re-servado mugriento de una cafetera cercana al campus, en los sofs de la gente, en cualquier momento y lugar.

    Mae saba todo esto de primera mano, puesto que haba he-cho de chfer para Annie en muchos trayectos largos, por toda Minnesota, Wisconsin y Iowa, con rumbo a incontables y casi siempre insignificantes competiciones de cross-country. Mae haba conseguido una beca parcial para correr en Carleton, que era donde haba conocido a Annie, dos aos mayor, a quien se le daba bien correr sin apenas esforzarse, aunque solo le preocu-paba de vez en cuando el hecho de si ella, o el equipo, perdan o ganaban. En una competicin Annie se entregaba por com-pleto, provocando a los oponentes e insultando sus uniformes o bien sus resultados en los exmenes de aptitud acadmica, y en la siguiente se mostraba completamente desinteresada en el re-sultado pero contenta de estar participando. Y durante aquellos largos trayectos en su coche, que ella prefera que condujera Mae, Annie pona en alto los pies descalzos o bien los sacaba por la ven-tanilla, y empezaba a hablar ociosamente sobre el paisaje que atra-vesaban, o bien se pasaba horas especulando acerca de lo que

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    ocurra en el dormitorio de sus entrenadores, un matrimonio con peinados idnticos y casi militares. Mae se rea de todo lo que deca Annie, y aquello la distraa de las competiciones, don-de ella, a diferencia de Annie, necesitaba ganar, o por lo menos clasificarse bien, para justificar el subsidio que le haba suminis-trado la universidad. Siempre llegaban pocos minutos antes de la competicin, y Annie se haba olvidado de en qu carrera tena que correr, o bien el hecho mismo de si tena que correr.

    As pues, cmo era posible que aquella persona dispersa y ridcula, que segua llevando un pedazo de su manta de infancia a todas partes en el bolsillo, hubiera ascendido tanto y tan depri-sa por el Crculo? Ahora era una de las cuarenta mentes ms cruciales de la empresa la Banda de los 40, con acceso a sus planes y datos ms secretos. O que pudiera forzar la contrata-cin de Mae sin esfuerzo alguno? O que pudiera organizarlo todo en una simple cuestin de semanas despus de que Mae se tragara finalmente su orgullo y le pidiera el favor? Aquello daba fe de la voluntad interior de Annie, de su misteriosa y crucial nocin del destino. Por fuera, Annie no daba seales de poseer una ambicin llamativa, pero Mae estaba segura de que dentro de Annie haba algo que insista en aquello, en el hecho de que ella deba estar all, en aquel puesto, sin importar de donde vi-niera. Si hubiera crecido en la tundra siberiana, ciega e hija de pastores, aun as habra llegado a donde estaba ahora.

    Gracias, Annie se oy decir a s misma.Atravesaron unas cuantas salas de conferencias y reas de des-

    canso y se adentraron en la nueva galera de la empresa, donde colgaba media docena de obras de Basquiat, recin adquiridas de un museo casi arruinado de Miami.

    No las merecen dijo Annie. Y siento que ests en Expe-riencia del Cliente. S que parece una mierda, pero te aseguro que la mitad de los altos cargos de la empresa empezaron ah. Me crees?

    Te creo.Bien, porque es verdad.Salieron de la galera y entraron en la cafetera de la segunda

    planta El Comedor de Cristal ya s, es un nombre espanto-so, le dijo Annie, diseada para que los comensales comieran

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    repartidos en nueve niveles distintos, con todos los suelos y las paredes de cristal. A primera vista daba la sensacin de que haba un centenar de personas comiendo suspendidas en el vaco.

    Atravesaron la Sala de Prstamo, donde se prestaba cualquier cosa, de bicicletas a telescopios pasando por alas delta, gratis, a cualquier miembro de la plantilla, y luego entraron en el acuario, un proyecto defendido por uno de los fundadores. Se plantaron ante un tanque, tan alto como ellas, lleno de medusas, lentas y fantasmagricas, que ascendan y descendan sin razn ni din-mica aparente.

    Te voy a estar vigilando dijo Annie, y cada vez que hagas algo magnfico me asegurar de que se entere todo el mundo para que no tengas que estar mucho tiempo ah. Aqu la gente asciende de forma bastante segura, y ya sabes que contratamos casi exclusivamente a gente de dentro. De manera que haz las cosas bien y mantn la cabeza gacha y te asombrar lo deprisa que vas a salir de Experiencia del Cliente y cazar algn puesto suculento.

    Mae mir a los ojos de Annie, que resplandecan bajo la luz del acuario.

    No te preocupes. Estoy contenta de estar en cualquier pues-to de aqu.

    Es mejor estar al pie de un escalafn por el que quieres subir que en medio de uno por el que no, verdad? De una mierda de escalafn hecho de mierda

    Mae se ri. Fue la impresin de or aquellas palabrotas pro-cedentes de una cara tan dulce.

    Siempre has dicho tantas palabrotas? No recuerdo esa fa-ceta tuya.

    Lo hago cuando estoy cansada, que es casi siempre.Con lo dulce que erasLo siento. Joder, lo siento, Mae! Me cago en la puta, Mae!

    Vale. Vamos a ver ms cosas. La perrera!Hoy no trabajamos o qu? pregunt Mae.Trabajar? Esto es trabajar. Esta es la tarea que te asignan el

    primer da: familiarizarte con el lugar y con la gente y aclima-tarte. Sabes cuando te ponen suelos nuevos de madera en casa?

    Pues no.

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    Bueno, pues cuando te los pongan vas a tener que dejarlos ah diez das, para que la madera se aclimate. Y luego te instalas.

    Y en esta comparacin, la madera soy yo?La madera eres t.Y luego me instalo.S, luego te instalamos. Te clavamos con diez mil clavos

    pequeitos. Te va a encantar.Visitaron la perrera, un concepto ideado por Annie, cuyo

    perro, el Doctor Kinsmann, acababa de fallecer, pero que haba pasado unos cuantos aos de felicidad all, sin necesidad de ale-jarse de su propietaria. Por qu iban miles de empleados a dejar sus perros en casa cuando los podan traer aqu, para que estu-vieran con gente y con otros perros y tuvieran quien los cuida-ra en vez de estar solos? Este haba sido el razonamiento de Annie, rpidamente aceptado y ahora considerado visionario. Visitaron a continuacin la discoteca que a menudo se usaba de da para algo llamado baile exttico, que segn Annie era muy buen ejercicio, despus vieron el enorme anfiteatro al aire libre y el pequeo teatro interior Aqu hay unos diez gru-pos de improvisacin cmica, y por fin llegaron al almuerzo en la cafetera principal de la primera planta, en cuyo rincn, sobre una tarima, haba un hombre tocando la guitarra que se pareca a un cantautor ya mayor al que los padres de Mae escu-chaban

    Ese no es?S dijo Annie, sin aminorar la marcha. Hay alguien todos

    los das. Msicos, humoristas, escritores. Es el proyecto personal de Bailey, traerlos aqu para que puedan tener visibilidad, sobre todo teniendo en cuenta lo mal que estn las cosas ah fuera para ellos.

    Saba que venan a veces, pero dices que es todos los das?Los contratamos con un ao de antelacin. Tenemos que

    sacudrnoslos de encima.El cantautor estaba cantando apasionadamente, con la cabeza

    inclinada y el pelo cubrindole los ojos, rasgando febrilmente la guitarra con los dedos, pero la enorme mayora de la cafetera le prestaba poca atencin o ninguna.

    No me imagino cunto debe de costar eso dijo Mae.

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    Oh, por Dios, no les pagamos. Ah, espera, a este tipo lo tie-nes que conocer.

    Annie detuvo a un hombre llamado Vipul, que segn Annie pronto iba a reinventar la televisin entera, un medio que estaba ms encallado que ningn otro en el siglo xx.

    En el diecinueve ms bien dijo l, con un ligero acento indio y un ingls preciso y distinguido. Es el ltimo sitio en el que los clientes nunca consiguen lo que quieren. El ltimo ves-tigio de la organizacin feudal entre el creador y el espectador. Ya no somos vasallos! dijo, y enseguida se excus.

    Este tipo est a otro nivel dijo Annie mientras cruzaban la cafetera.

    Se detuvieron en otras cinco o seis mesas, conociendo a gen-te fascinante, todos los cuales trabajaban en algo que Annie califi-c de revolucin mundial, cambio histrico o cincuenta aos por delante de su poca. El espectro de trabajos que se lleva-ban a cabo all era asombroso. Conocieron a un par de mujeres que estaban trabajando en un vehculo de exploracin submari-na que hara que la fosa de las Marianas dejara de ser un misterio.

    Harn un mapa de la fosa como si fuera Manhattan dijo Annie, y ninguna de las mujeres le discuti la hiprbole.

    Se detuvieron junto a una mesa donde haba un tro de j-venes mirando una pantalla incorporada a la mesa que mostraba planos en 3-D de un nuevo tipo de vivienda de bajo coste que se poda adoptar por todo el mundo en vas de desarrollo.

    Annie cogi de la mano a Mae y tir de ella hacia la salida.Ahora vamos a ver la Biblioteca Ocre. Has odo hablar de

    ella?Mae no haba odo hablar de ella, pero no quera confesarlo.Annie le ech una mirada de complicidad.En realidad no deberas verla, pero yo digo que s.Entraron en un ascensor de metacrilato y nen y ascendieron

    por el atrio, a lo largo de cinco niveles de plantas y oficinas vi-sibles.

    No entiendo cmo estas cosas pueden encajar en el balance final dijo Mae.

    Oh, Dios, yo tampoco lo entiendo. Pero esto ya no es una simple cuestin de dinero, como imagino que sabrs. Hay sufi-

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    cientes ingresos para mantener las pasiones de la comunidad. Esos tipos que trabajan en las casas sostenibles eran programa-dores, pero un par de ellos estudiaron arquitectura. De manera que escribieron una propuesta, y a nuestros Sabios les entusiasm. Sobre todo a Bailey. Le encanta dar rienda suelta a la curiosidad de las grandes mentes jvenes. Y su biblioteca es una locura. Es en esta planta.

    Salieron del ascensor a un largo pasillo, este con acabado de madera de cerezo oscura y nogal, donde una serie de araas de luces emitan una serena luz de color mbar.

    Qu clsico coment Mae.Has odo hablar de Bailey, verdad? Le encantan estos rollos

    antiguos. Caoba, bronce, vidrieras de colores. Es su esttica. En el resto de los edificios est en franca minora, pero aqu hace lo que quiere. Mira esto.

    Annie se detuvo ante un cuadro de gran tamao, un retrato de los Tres Sabios.

    Espantoso, verdad? dijo.El cuadro era torpe, como si lo hubiera pintado un artista de

    instituto de secundaria. En l los tres hombres, los fundadores de la empresa, estaban colocados en formacin piramidal, los tres vestidos con sus mejores galas y con expresiones que hablaban, caricaturescamente, de sus personalidades. Ty Gospodinov, el visionario y nio prodigio del Crculo, llevaba unas gafas ano-dinas y una capucha enorme, sonriente y mirando a la izquierda; pareca estar disfrutando del momento, l solo, sintonizado con una frecuencia lejana. La gente deca que bordeaba el sndrome de Asperger, y la imagen pareca subrayar esa idea. Con su pelo negro y descuidado y su cara sin arrugas no aparentaba ms de veinticinco aos.

    A Ty se lo ve perdido, verdad? dijo Annie. Pero no es posible que lo estuviera. Ninguno de nosotros estara aqu si l no fuera tambin un genio de la direccin empresarial. Debera ex-plicarte la dinmica. Vas a ascender deprisa, o sea que te la expli-car.

    Ty, cuyo nombre completo era Tyler Alexander Gospodinov, era el primer Sabio, explic Annie, y todo el mundo lo llamaba Ty a secas.

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    Eso lo s dio Mae.Ahora no me interrumpas. Te estoy dando la misma charla

    que les doy a los jefes de Estado.Vale.Annie continu.Ty era consciente de ser, en el mejor de los casos, socialmen-

    te torpe, y en el peor un completo desastre para las relaciones interpersonales. As pues, apenas seis meses antes de que la em-presa saliera a Bolsa, tom una decisin tan sagaz como provecho-sa: contrat a los otros dos Sabios, Eamon Bailey y Tom Stenton. La maniobra tranquiliz a los inversores y acab triplicando el valor de la empresa. La salida a Bolsa cosech tres mil millones de dlares, una cifra sin precedentes pero no inesperada, y una vez olvidadas todas las preocupaciones monetarias, y con Sten-ton y Bailey a bordo, Ty fue libre de f lotar, de esconderse y de desaparecer. A cada mes que pasaba se lo vea menos por el cam-pus y en los medios. Se fue volviendo un ermitao, y su aura personal, de forma intencionada o no, se magnific. Los espec-tadores del Crculo se preguntaban: Dnde est Ty y qu anda tramando?. Sus planes se mantenan en secreto hasta el momen-to mismo de anunciarse, y cada vez que el Crculo presentaba alguna novedad estaba menos claro si vena del propio Ty o si era producto del grupo cada vez ms grande de inventores, los mejores del mundo, que ahora la empresa tena en su redil.

    La mayora de los observadores daban por sentado que l continuaba involucrado, y algunos insistan en que tanto su im-pronta personal como su talento para las soluciones globales, elegantes e infinitamente ajustables a escala, seguan presentes en todas las innovaciones importantes del Crculo. Haba fundado la empresa al acabar el primer ao de la universidad, sin ninguna visin particular para los negocios ni metas mensurables. Sola-mos llamarlo Nigara deca su compaero de piso en uno de los primeros artculos publicados sobre l. Las ideas le salan as, le brotaban de la cabeza a millones, a cada segundo de cada da, era una cosa sobrecogedora, no se acababa nunca.

    Ty dise el sistema inicial, el Sistema Operativo Unificado, que combinaba todas las cosas de la red que hasta entonces ha-ban estado separadas y mal hechas: los perfiles de usuarios de

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    medios sociales, sus sistemas de pago, sus distintas contraseas, sus cuentas de correo electrnico, sus nombres de usuario, sus preferencias y todas y cada una de sus herramientas y manifesta-ciones de intereses. La vieja forma de hacer las cosas una tran-saccin nueva y un sistema nuevo para cada pgina y cada com-pra era como coger un coche distinto para hacer cada recado. Lo normal no es que necesites tener ochenta y siete coches, di ra ms tarde, despus de que su sistema hubiera conquistado la red y el mundo.

    As pues, lo que hizo l fue ponerlo todo, todas las necesida-des y herramientas de todos los usuarios, en un solo recipiente, y as es como invent TruYou: una sola cuenta, una sola identi-dad, una sola contrasea y un solo sistema de pago por persona. Se acabaron las dems contraseas y las identidades mltiples. Tus aparatos saban quin eras, y tu nica identidad el TruYou, el yo verdadero, imposible de deformar o enmascarar era la per-sona que pagaba, se inscriba, responda, haca de espectador y reseaba, vea y era vista. Tenas que usar tu nombre de verdad, que estaba vinculado con tus tarjetas de crdito y tu banco, de manera que pagar siempre resultaba simple. Un solo botn para el resto de tu vida en la red.

    Para usar cualquiera de las herramientas del Crculo, que eran las mejores, las ms dominantes, ubicuas y gratuitas, tenas que hacerlo como t mismo, como tu yo real, como tu TruYou. Se haba acabado la era de las identidades falsas, de los robos de identidad, de los nombres mltiples de usuarios, de las contrase-as y los sistemas de pago complicados. Cada vez que queras ver algo, usar algo, comentar sobre algo o comprar algo, haba un solo botn, una sola cuenta, todo bien ligado y fcil de rastrear y simple, todo operable por medio del telfono mvil o el or-denador porttil, la tablet o el retinal. En cuanto te hacas con ella, tu cuenta nica ya te llevaba hasta el ltimo rincn de la red, hasta el ltimo portal y la ltima pgina de pago, hasta todo lo que quisieras hacer.

    TruYou cambi internet, de cabo a rabo, en el curso de un ao. Aunque haba pginas que al principio se resistieron, y los defensores de internet libre clamaron por el derecho de ser an-nimo en la red, TruYou se propag como un maremoto y aplas-

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    t toda oposicin significativa. Empez con las pginas comer-ciales. Por qu iba una pgina no pornogrfica a querer usuarios annimos cuando poda saber exactamente quin estaba entran-do por su puerta? De la noche a la maana, todos los foros de comentarios se volvieron civilizados y todos los que posteaban se volvieron responsables. Los trolls, que hasta entonces haban sido ms o menos los dueos de internet, fueron repelidos de vuelta a las tinieblas.

    Por su parte, quienes deseaban o necesitaban rastrear los mo-vimientos de los consumidores en la red haban dado con su Valhalla: ahora los autnticos hbitos de compra de la gente real se podan registrar y calibrar en gran medida, gracias a lo cual el marketing se poda orientar con precisin quirrgica. La mayora de los usuarios de TruYou, la mayora de los usuarios de internet que solo queran simplicidad, eficiencia y una experiencia limpia y funcional, se quedaron encantados con los resultados. Ya no les haca falta memorizar doce identidades y contraseas; ya no ne-cesitaban tolerar la locura y la rabia de las hordas annimas; ya no tenan que aguantar marketing al por mayor que, en el mejor de los casos, intentaba acertar tus gustos y erraba el tiro por un ki-lmetro. Ahora los mensajes que uno reciba eran precisos y certeros y, en la mayora de las ocasiones, hasta bienvenidos.

    Y Ty haba llegado a todo esto ms o menos por accidente. Estaba cansado de recordar identidades, de introducir contrase-as y la informacin de su tarjeta de crdito, de manera que dise un cdigo que lo simplificara todo. Acaso us a prop-sito las letras de su nombre en TruYou? Segn l, solo fue cons-ciente de la coincidencia ms adelante. Acaso tena alguna idea de las implicaciones comerciales de TruYou? l afirmaba que no, y la mayora de la gente daba por sentado que ese era el caso, que la monetizacin de las innovaciones de Ty era cosa de los otros dos Sabios, que eran quienes tenan la experiencia y la visin de negocio para hacerla realidad. Fueron ellos quienes explotaron econmicamente TruYou, quienes encontraron for-mas de cosechar ganancias con todas las innovaciones de Ty, y fueron ellos quienes hicieron crecer la empresa hasta convertir-la en la fuerza que absorbera en su seno a Facebook, Twitter, Google y por fin a Alacrity, Zoopa, Jefe y Quan.

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    Tom no sale muy bien seal Annie. En realidad no tie-ne tanta pinta de tiburn. Pero he odo decir que a l le encan-ta el cuadro.

    A la izquierda y por debajo de Ty estaba Tom Stenton, el presidente de magnitud colosal y autodenominado Capitalista Prime le encantaban los Transformers, vestido con traje ita-liano y sonriendo igual que el lobo que se comi a la abuela de Caperucita Roja. Tena el pelo oscuro, con vetas grises en las sienes y una mirada inexpresiva e indescifrable. Su modelo eran los agentes burstiles de Wall Street de los aos ochenta, carentes de reparos a la hora de exhibir su riqueza y de mostrarse solteros y agresivos y posiblemente peligrosos. Era un titn global mani-rroto de cincuenta y pocos aos que pareca hacerse ms fuerte a cada ao, y derrochaba su dinero y su inf luencia sin miedo. No le daban miedo los presidentes. No le intimidaban los pleitos de la Unin Europea ni las amenazas de los hackers chinos patroci-nados por el Estado. Nada le preocupaba, nada le resultaba inal-canzable y nada estaba fuera de su rango salarial. Era propietario de un equipo de la NASCAR y de un par de yates de carreras y pilotaba su propio avin. Era el anacronismo del Crculo, su presidente extravagante, y generaba sentimientos encontrados entre muchos de los jvenes utpicos del Crculo.

    El consumo extravagante al que era aficionado se encontra-ba notablemente ausente de las vidas de los otros dos Sabios. Ty tena alquilado un apartamento destartalado de dos dormi-torios situado a unos kilmetros de distancia, pero la verdad era que nadie lo haba visto llegar nunca al campus ni tampoco marcharse de l; simplemente se daba por sentado que viva all. Y todo el mundo saba dnde viva Eamon Bailey, en una casa de tres dormitorios muy visible y profundamente modesta, si-tuada en una calle ampliamente accesible a diez minutos del campus. Stenton, sin embargo, tena casas en todas partes: en Nueva York, en Dubi y en Jackson Hole. Una planta en lo alto de la Millenium Tower de San Francisco. Una isla cerca de la Martinica.

    Eamon Bailey, de pie junto a l en el cuadro, pareca estar completamente en paz, y hasta disfrutando, en compaa de aquellos hombres, que eran los dos, por lo menos en apariencia,

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    diametralmente opuestos a los valores de l. Su retrato, debajo y a la derecha del de Ty, lo mostraba tal como era: canoso, de cara rubicunda y ojos centelleantes, risueo y sincero. Era la cara pblica de la empresa, la personalidad que todo el mundo aso-ciaba con el Crculo. Cuando sonrea, que era casi constante-mente, sonrea su boca, sonrean sus ojos y hasta sus hombros daban la impresin de sonrer. Era mordaz. Era gracioso. Tena una forma de hablar que resultaba al mismo tiempo lrica y mun-dana, concedindoles a sus oyentes expresiones maravillosas y un momento ms tarde puro sentido comn en el idioma de la calle. Era de Omaha, de una familia de seis miembros excesiva-mente normal, y no tena bsicamente nada notable en su pasa-do. Haba estudiado en Notre Dame y se haba casado con su novia, que haba estudiado al lado, en Saint Marys, y ahora ellos tambin tenan cuatro hijos, tres hijas y por fin un varn, aunque el nio haba nacido con parlisis cerebral. Ha nacido especial haba dicho Bailey al anunciar el nacimiento a la empresa y al mundo. As que lo querremos todava ms.

    De los tres Sabios, Bailey era el que ms nmeros tena de dejarse ver por el campus, para tocar el trombn estilo Dixieland en el concurso de talentos de la empresa, y tambin el que ms nmeros tena de aparecer en tertulias televisivas en representa-cin del Crculo, soltando risitas cuando hablaba quitndole importancia de tal y de cual investigacin de la Comisin Fe-deral de Comunicaciones, o bien cuando desvelaba alguna nue-va aplicacin ultraprctica o alguna innovacin tecnolgica que cambiaba las reglas del juego. Le gustaba que lo llamaran To Eamon, y cuando se paseaba dando zancadas por el campus, se comportaba como un to entraable, un Teddy Roosevelt en su primer mandato, accesible, genuino y vocinglero. Los tres juntos, tanto en la vida real como en aquel retrato, componan un rami-llete extrao y discordante, pero no haba duda de que la com-binacin funcionaba. Todo el mundo saba que funcionaba, aquel modelo tricfalo de direccin, y prueba de ello es que la din-mica fue emulada por todas las compaas del Fortune 500, con resultados desiguales.

    Entonces pregunt Mae por qu no se pudieron pagar un retrato de verdad hecho por alguien que supiera hacer su trabajo?

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    Cuanto ms miraba aquel cuadro, ms extrao se volva. El artista haba colocado a los Sabios de tal manera que cada uno tena puesta una mano en el hombro del de al lado. El resultado no tena sentido alguno, y desafiaba la forma en que los brazos podan doblarse o estirarse.

    A Bailey le mata de la risa dijo Annie. l lo quera en el vestbulo principal, pero Stenton lo vet. Sabes que Bailey es coleccionista y todo eso, no? Tiene un gusto increble. O sea, tiene imagen de ser el f iestero, el to normal y corriente de Omaha, pero tambin es un entendido en arte, y est bastante obsesionado con conservar el pasado, y hasta el arte malo del presente. Espera a ver su biblioteca.

    Llegaron a una puerta enorme, que pareca y probablemente fuera medieval, diseada para mantener a raya a los brbaros. Al nivel del pecho le sobresalan dos llamadores gigantes en forma de grgolas, y Mae solt el chiste fcil.

    Vaya par de melones.Annie solt un soplido de burla, pas la mano por un panel

    azul de la pared y la puerta se abri.Annie se volvi hacia ella.Para f lipar, no?Era una biblioteca de tres plantas, tres niveles construidos

    alrededor de un atrio abierto, todo a base de madera, cobre y plata, una sinfona de colores apagados. Habra con facilidad diez mil libros, la mayora encuadernados en cuero y colocados pul-cramente en unas estanteras relucientes de barniz. Entre los li-bros se erigan severos bustos de seres humanos notables, griegos y romanos, Jefferson y Juana de Arco y Martin Luther King. Del techo colgaba una maqueta de la Spruce Goose, o tal vez era la Enola Gay? Haba una docena aproximada de globos terrqueos de anticuario iluminados desde el interior, con una luz suave y mantecosa que calentaba diversas naciones perdidas.

    Muchas de estas cosas las ha comprado cuando estaban a punto de ser subastadas o directamente perdidas. Es su cruzada personal, ya sabes. Visita las fincas cadas en desgracia y habla con la gente que est a punto de verse obligada a malvender terriblemente sus tesoros, y no solo les paga precios de mercado, sino que les da a los propietarios originales acceso ilimitado a las

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    cosas que l les ha comprado. Luego los ves a menudo por aqu, tipos canosos que vienen a leer o a tocar sus cosas. Uy, esto lo tienes que ver. Te va a dejar alucinada.

    Annie llev a Mae escaleras arriba, por los tres rellanos reves-tidos de intrincados mosaicos, que Mae dio por sentado que eran reproducciones de piezas bizantinas. Subi ayudndose de la barandilla de bronce y repar en que esta no tena huellas dactilares ni manchas de ninguna clase. Vio lmparas de lectura verdes de contable, y telescopios entrecruzados de colores cobre y dorado relucientes, orientados al otro lado de las muchas ven-tanas de cristal biselado.

    Mira hacia arriba le dijo Annie, y ella obedeci, y se en-contr con que el techo era una vidriera que representaba fe-brilmente una multitud de ngeles desplegados en crculos. Es de una iglesia de Roma.

    Llegaron al piso superior de la biblioteca, y Annie condujo a Mae por una serie de angostos pasillos f lanqueados por libros de lomos redondeados, que a ratos le llegaban casi a la coronilla: biblias y atlas, historias ilustradas de guerras y levantamientos, de naciones y de pueblos desaparecidos largo tiempo atrs.

    Muy bien. Mira esto dijo Annie. Espera. Antes de ense-rtelo, tienes que aceptar un acuerdo verbal de confidenciali-dad, de acuerdo?

    Vale.En serio.Te lo digo en serio. Me lo estoy tomando en serio.Bien. Ahora, cuando mueva este libro dijo Annie, sa-

    cando un volumen de gran tamao titulado Los mejores aos de nuestras vidas. Mira ahora dijo, y retrocedi un paso. Lenta-mente, la pared, que albergaba un centenar de libros, empez a moverse hacia dentro, revelando una cmara secreta en el inte-rior. Frikismo de primera, verdad? dijo Annie, mientras en-traban.

    La cmara interior era redonda y estaba llena de libros, pero el foco de atencin era un agujero en mitad del suelo, rodeado de una baranda de cobre; por el agujero del suelo descenda un poste, en direccin a las regiones desconocidas de ms abajo.

    Hace de bombero? pregunt Mae.

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    Ni puetera idea dijo Annie.Adnde va a parar?Que yo sepa, va a parar al aparcamiento de Bailey.A Mae no se le ocurri ningn adjetivo para aquello.T has bajado alguna vez?Qu va, el mero hecho de ensermelo ya fue un riesgo.

    Eso me dijo. Y ahora yo te lo estoy enseando a ti, lo cual es una tontera. Pero es una muestra de la mentalidad del tipo. Puede tenerlo todo y elige tener un poste de bombero que baja siete plantas hasta el aparcamiento.

    Del auricular de Annie sali aquel ruido como de una goti-ta, y ella dijo Vale a quien estuviera al otro lado de la lnea. Era hora de marcharse.

    Bueno me dijo Annie en el ascensor. Estaban bajando a las plantas principales del personal. Tengo que irme a trabajar un rato. Es hora de la inspeccin de los alevines.

    Hora de qu? pregunt Mae.Ya sabes, pequeas empresas emergentes que confan en

    que la enorme ballena, o sea nosotros, las encontremos lo bas-tante sabrosas como para comrnoslas. Una vez por semana mon-tamos una serie de reuniones con esos aspirantes a Ty, y ellos intentan convencernos de que necesitamos adquirirlos. Es un poco triste, porque es que ya ni siquiera fingen que tienen ingre-sos, ni potencial para conseguirlos. Pero escucha, te voy a poner en manos de dos embajadores de la empresa. Los dos se toman su trabajo muy en serio. De hecho, ndate con ojo con su devo-cin por el trabajo. Ellos te ensearn el resto del campus y yo te recoger para la f iesta del solsticio que hay despus, vale? Empieza a las siete.

    Las puertas se abrieron a la segunda planta, cerca del Come-dor de Cristal, y Annie le present a Denise y a Josiah, los dos de veintisis o veintisiete aos, los dos provistos de la misma sinceridad de mirada serena y los dos con camisas de botones sencillas de colores elegantes. Los dos le dieron sendos apretones a Mae con ambas manos y parecieron a punto de hacerle una reverencia.

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    Aseguraos de que no trabaje hoy fueron las ltimas pala-bras de Annie antes de desaparecer otra vez en el ascensor.

    Josiah, un tipo f laco y muy pecoso, volvi hacia Mae su mi-rada de ojos azules que no parpadeaban nunca.

    Nos alegramos muchsimo de conocerte.Denise, alta, delgada y asitica-americana, sonri a Mae y a

    continuacin cerr los ojos, como si estuviera saboreando el momento.

    Annie nos lo ha contado todo de vosotras dos, nos ha dicho que os conocis de siempre. Annie es el alma de este sitio, as que tenemos mucha suerte de tenerte aqu.

    Todo el mundo quiere a Annie aadi Josiah.La deferencia que mostraban hacia Mae resultaba algo inc-

    moda. Estaba claro que eran mayores que ella, pero se compor-taban como si ella fuera una eminencia de visita.

    En fin, ya s que quiz resulte en parte redundante dijo Josiah, pero si no te importa nos gustara hacerte la visita guia-da completa que les hacemos a los recin llegados. Te parece bien? Prometemos que no ser muy pesado.

    Mae se ri, les encareci a hacerlo y se puso a seguirlos.El resto del da fue un revuelo de habitaciones de cristal y

    presentaciones breves e imposiblemente clidas. Todo el mundo a quien le presentaban estaba ajetreado, al borde del exceso de trabajo, pero aun as estaban emocionados de conocerla, felices de tenerla all, cualquier amiga de Annie Le ensearon el cen-tro sanitario y le presentaron al mdico con rastas que lo llevaba, el doctor Hampton. La llevaron a ver la clnica de urgencias y le presentaron a la enfermera escocesa que admita a los pacientes. La llevaron a ver los huertos orgnicos, de un centenar de metros cuadrados, donde haba dos hortelanos empleados a tiempo completo dando una charla a un grupo de circulistas mientras estos probaban la ltima cosecha de zanahorias, tomates y col rizada. Luego la llevaron a ver la zona de minigolf, el cine, las boleras y la tienda de comestibles. Por fin, en lo que a Mae le pareci que era la esquina misma del campus poda ver la ver-ja del otro lado y los tejados de los hoteles de San Vincenzo donde se alojaban los invitados del Crculo, visitaron las resi-dencias de los empleados de la empresa. Mae haba odo hablar

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    de ellas: Annie le haba contado que a veces se quedaba a pasar la noche en el campus y que ya prefera aquel alojamiento a su pro-pia casa. Mientras caminaba por los pasillos y vea aquellas pul-cras habitaciones, todas con sus relucientes cocinas americanas, mesas de trabajo, sofs de lo ms mullido y camas, Mae tuvo que admitir que su atractivo era visceral.

    De momento hay ciento ochenta habitaciones, pero esta-mos creciendo deprisa dijo Josiah. Con unas diez mil personas ms o menos en el campus, siempre hay un porcentaje de gente que trabaja hasta tarde o que necesita echar una siesta durante el da. Estas habitaciones siempre estn libres y limpias: basta con mirar en internet cules estn disponibles. Ahora mismo se lle-nan deprisa, pero el plan es que en los prximos aos haya por lo menos varios miles de habitaciones.

    Y despus de las fiestas como las de esta noche, siempre se llenan dijo Denise, con lo que pretenda ser un guio de com-plicidad.

    La visita continu a lo largo de la tarde, con una parada para probar la comida de la clase de cocina, que aquel da imparta un famoso chef joven conocido por no desperdiciar ninguna parte de ningn animal. El chef le present a Mae un plato llamado asado de careta de cerdo, que Mae prob y descubri que saba como el beicon pero ms grasiento. Le gust mucho. En su re-corrido por el campus se cruzaron con otros visitantes, grupos de estudiantes universitarios, cuadrillas de vendedores y lo que pareca ser un senador acompaado de las personas que se ha-can cargo de l. Pasaron por un saln recreativo con mquinas de pinball antiguas y una pista de bdminton interior, donde, segn Annie, tenan en nmina a un antiguo campen del mun-do. Para cuando Josiah y Denise la devolvieron al centro del campus, ya empezaba a atardecer y el personal estaba instalando antorchas tiki en la hierba y encendindolas. Varios millares de circulistas empezaron a congregarse con la puesta del sol, y all, entre ellos, Mae supo que ya nunca jams querra trabajar ni siquiera estar en ninguna otra parte. Su pueblo natal, junto con el resto de California y el resto de Estados Unidos, le parecan un caos total perdido en un pas en vas de desarrollo. Fuera de los muros del Crculo, todo era ruido y pugna, fracaso e inmundicia.

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    Aqu, sin embargo, todo se haba perfeccionado. Las mejores personas haban construido los mejores sistemas, y los mejores sis-temas haban cosechado fondos, unos fondos ilimitados que ha-can posible aquello: el mejor lugar para trabajar. Y era natural que lo fuera, pens Mae. Quin poda construir una utopa ms que la gente utpica?

    Esta f iesta? Esto no es nada le asegur Annie a Mae, mientras paseaban junto a la mesa de doce metros del bufet. Se haba hecho oscuro y el aire nocturno estaba refrescando, pero en el campus reinaba una calidez inexplicable y brillaban cente-nares de antorchas rebosantes de luz de color mbar. Esta fies-ta es idea de Bailey. No es que vaya de Madre Tierra ni nada, pero s que le gustan las estrellas y las estaciones, de forma que el solsticio es patrimonio suyo. En algn momento aparecer y dar la bienvenida a todo el mundo, o por lo menos tiene cos-tumbre de hacerlo. El ao pasado llevaba una especie de cami-seta sin mangas. Est muy orgulloso de sus brazos.

    Mae y Annie pasearon por entre la hierba frondosa, llenando sus platos y luego encontrando asiento en el anfiteatro de piedra construido sobre un arcn alto y cubierto de hierba. Annie se dedic a rellenarle el vaso a Mae con una botella de Riesling que le explic que se haca en el mismo campus, una especie de brebaje nuevo que tena menos caloras y ms alcohol. Mae mir al otro lado del csped, hacia las antorchas susurrantes y desple-gadas en hileras, cada una de las cuales conduca a los celebran-tes a una actividad distinta limbo, kickball, el baile del Carro Elctrico, ninguna de ellas relacionada de ninguna forma con el solsticio. La aparente arbitrariedad y la ausencia de horario imperativo generaban una fiesta que planteaba pocas expectati-vas y las rebasaba con facilidad. Todo el mundo se puso como una cuba rpidamente y Mae no tard en perder a Annie, y por fin en perderse del todo, hasta que pudo encontrar el camino que llevaba a las pistas de petanca, que estaban siendo usadas por un pequeo grupo de circulistas de ms edad, todos ya en la treintena, para jugar a los bolos con melones. As consigui re-gresar al csped, donde se uni a una partida de un juego que

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    los circulistas llamaban Ja, y que pareca consistir simplemente en tumbarse, superponiendo los brazos o las piernas o ambas cosas. Cada vez que la persona que tenas al lado deca Ja, t tambin lo tenas que decir. Era un juego espantoso, pero de momento Mae lo necesitaba, porque le estaba dando vueltas la cabeza y se senta mejor estando horizontal.

    Mira a esta. Qu en paz se la ve dijo una voz cercana.Mae se dio cuenta de que la voz, que era de hombre, se esta-

    ba refiriendo a ella, de manera que abri los ojos. Pero no vio a nadie junto a ella. Solo vio el cielo, que estaba en su mayor parte despejado, con volutas de nubes grises sobrevolando rpi-damente el campus con rumbo al mar. A Mae se le cerraban los ojos, aunque saba que no era tarde, no deban de ser ms de las diez, y no quera hacer lo que haca a menudo, que era quedar-se dormida despus de un par o tres de copas, de manera que se puso de pie y se fue en busca de Annie, o de ms Riesling, o de ambas cosas. Encontr el bufet pero lo encontr devastado, como un banquete asaltado por animales o por vikingos, de manera que camin hasta la barra ms cercana, donde se haba acabado el Riesling y solo se ofreca un brebaje a base de vodka y alguna bebida energtica. Se march de all, preguntndole a la gente con quien se cruzaba si haban visto el Riesling, hasta que not que se le pona delante una sombra.

    Hay ms por all dijo la sombra.Mae se gir para encontrarse con unas gafas que emitan

    destellos azules y que coronaban la silueta difusa de un hombre. Este dio media vuelta para marcharse.

    Te sigo? pregunt Mae.Todava no. Ests quieta. Pero si quieres ms vino tendrs

    que seguirme.Ella sigui a la sombra, primero por el csped y despus por

    debajo de un dosel de rboles altos por entre los cuales se filtra-ba la luz de la luna, como un centenar de lanzas plateadas. Ahora Mae pudo ver mejor a la sombra; llevaba una camiseta de color arena y una especie de chaleco por encima, de cuero o de ante, una combinacin que Mae llevaba tiempo sin ver. Por fin el hombre se detuvo y se agach al pie de una cascada, una cascada artificial que caa por el costado de la Revolucin Industrial.

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    He escondido aqu unas cuantas botellas dijo, con las ma-nos sumergidas en el estanque que recoga el agua de la cascada.

    Como no encontr nada, se puso de rodillas y hundi los brazos hasta el hombro. As consigui agarrar dos botellas finas y verdes, se incorpor y se gir hacia ella. Por fin Mae pudo verlo bien. Su cara era un tringulo de contornos suaves, que finalizaba en una barbilla con un hoyuelo tan sutil que ella no lo haba visto hasta aquel momento. Tena piel de nio, ojos de hom-bre mucho mayor y una nariz prominente que, a pesar de es tar torcida, consegua conferirle estabilidad al resto de su cara, como la quilla de un yate. Sus cejas eran gruesas lneas que corran hacia sus orejas, redondas, grandes y de color rosa princesa.

    Quieres volver a la partida o?Pareca estar sugiriendo que el o poda ser mucho mejor.Claro dijo ella, dndose cuenta de que no conoca a aquel

    tipo, no saba nada de l.Pero como tena aquellas botellas, y como ella haba perdido

    a Annie, y adems confiaba en todo el mundo que estuviera dentro de los muros del Crculo, y en aquel momento tena tan-to amor para todo el mundo que estuviera dentro de aquellos mu ros, donde todo era nuevo y todo estaba permitido, Mae lo sigui de regreso a la f iesta, o por lo menos a su extrarradio, donde se sentaron en una escalinata circular y alta que domina-ba el csped y se quedaron mirando cmo las siluetas del fondo corran, chillaban y se caan.

    El hombre abri las dos botellas, le entreg una a Mae, dio un sorbo de la suya y dijo que se llamaba Francis.

    No Frank? pregunt ella.Cogi la botella y se llen la boca de aquel vino acaramelado.La gente intenta llamarme as, pero yo les digo que no.Ella se ri y l tambin.Trabajaba en desarrollo de proyectos, le explic, y llevaba casi

    dos aos en la empresa. Antes haba sido una especie de anar-quista, un provocador. Haba conseguido el trabajo hackeando el sistema del Crculo hasta llegar ms adentro que nadie. Ahora formaba parte de su equipo de seguridad.

    Hoy es mi primer da coment Mae.No te creo.

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    Y luego Mae, que tena intencin de decir No es coa, decidi innovar, pero en el curso de su innovacin se hizo un lo y acab articulando las palabras No es coo, dndose cuen-ta casi al instante de que recordara aquellas palabras, y se odiara a s misma por decirlas, durante dcadas.

    No es coo? pregunt l, en tono neutro. Me parece muy tajante. Has tomado una decisin con muy poca informa-cin. No es coo. Uau.

    Mae intent explicarle lo que haba tenido intencin de decir, el hecho de que se le haba ocurrido, o por lo menos a algn departamento de su cerebro se le haba ocurrido, introducirle algn cambio a la expresin. Pero no importaba. Ahora l se es-taba riendo, y saba que ella tena sentido del humor, y ella saba que l tambin lo tena, y de alguna manera l la haca sentir se-gura, le daba la sensacin de que no volvera a sacar aquello a colacin, de que aquella ordinariez que ella acababa de decir quedara entre ellos, de que los dos entendan que todo el mundo cometa equivocaciones y de que, si todos reconocan el hecho de ser igualmente humanos, igualmente frgiles y propensos a decir cosas ridculas y a hacer el ridculo mil veces, haba que dejar que aquellas equivocaciones cayeran en el olvido.

    Primer da dijo l. Pues felicidades. Un brindis.Entrechocaron las botellas y dieron sendos sorbos. Mae le-

    vant su botella hacia la luna para ver cunto quedaba; el lquido se volvi de un color azul como de otro mundo y ella vio que ya haba engullido la mitad. Dej la botella.

    Me gusta tu voz dijo l. Siempre la has tenido as?Grave y ronca?Yo la definira como curtida. Dira que tiene alma. Co-

    noces a Tatum ONeal?Mis padres me hicieron ver Luna de papel cien veces. Para

    animarme.Me encanta esa pelcula dijo l.Pensaban que yo acabara siendo como Addie Pray, munda-

    na pero adorable. Queran a una chica masculina. Me cortaban el pelo como a ella.

    Pues a m me gusta.Te gusta el pelo estilo chico?

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    No. Tu voz. De momento es lo mejor que tienes.Mae no dijo nada. Tuvo la sensacin de haber recibido una

    bofetada.Mierda dijo l. Ha sonado raro? Estaba intentando ha-

    certe un cumplido.Hubo una pausa incmoda; Mae haba tenido unas cuantas

    experiencias terribles con hombres que hablaban demasiado bien y que se saltaban los peldaos que hiciera falta para aterri-zar en cumplidos inadecuados. Se gir hacia l, a fin de confir-mar que no era lo que ella haba pensado generoso e inofensi-vo, sino deforme, nervioso y asimtrico. Cuando lo mir, sin embargo, vio la misma cara suave, las mismas gafas azules y los mismos ojos ancianos. Tena una expresin af ligida.

    l se qued mirando su botella, como si quisiera echarle la culpa.

    Solo quera hacer que te sintieras mejor con tu voz. Pero supongo que he insultado al resto de ti.

    Mae pens en aquello un momento, pero su cerebro, atibo-rrado de Riesling, andaba despacio y con movimientos pegajo-sos. Por fin renunci a analizar la declaracin de l o sus inten-ciones.

    Creo que eres raro le dijo.No tengo padres dijo l. Quizs eso me disculpa un poco?

    Luego, consciente de que estaba revelando demasiado y de forma demasiado desesperada, dijo: No ests bebiendo.

    Mae decidi dejarle que abandonara el tema de su infancia.Ya he terminado dijo. Ya me ha hecho efecto del todo.Lo siento de verdad. A veces me equivoco con el orden de

    las palabras. En esta clase de cosas me lo paso mejor cuando no hablo.

    Eres raro de verdad volvi a decir Mae, y lo deca en serio.Tena veinticuatro aos y nunca haba conocido a nadie as.

    Aquello probaba la existencia de Dios, pens ebriamente, no? El hecho de que hubiera podido encontrarse a miles de personas a lo largo de lo que llevaba de vida, todos tan parecidos y todos tan olvidables, y de pronto apareciera aquel tipo, nuevo y extra-vagante y hablando de forma extravagante. Cada da haba algn cientfico que descubra alguna especie nueva de rana o de ne-

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    nfar, lo cual tambin pareca confirmar la existencia de algn artista divino del espectculo, de algn inventor celestial que nos pona juguetes nuevos delante, escondidos pero no demasiado, all donde nos pudiramos topar con ellos. Y aquel tal Francis era algo completamente nuevo, un espcimen nuevo de rana. Mae se gir para mirarlo, plantendose la posibilidad de besarlo.

    Pero estaba ocupado. Con una mano estaba vaciando su za-pato, del que caa un chorro de arena. Con la otra pareca estar arrancndose a mordiscos la mayor parte de la ua.

    Ella sali de su ensoacin y pens en su casa y en su cama. Cmo va a volver la gente a sus casas?Francis contempl una mel de personas que parecan estar

    intentando formar una pirmide.Pues estn las residencias, claro. Pero apuesto a que ya estn

    llenas. Tambin debe de haber ya unas cuantas lanzaderas listas. Probablemente te lo hayan dicho.

    Hizo un gesto con la botella en direccin a la entrada prin-cipal, donde Mae pudo distinguir los techos de los minibuses que haba visto al llegar aquella maana.

    La empresa hace anlisis de costes de todo. Y un empleado que se fuera en coche a casa demasiado cansado o, en este caso, demasiado borracho para conducir en fin, a largo plazo las lanzaderas salen mucho ms baratas. Y son unas lanzaderas tre-mendas. Por dentro son como yates. Solo les falta tener camas.

    Tener camas, eh? Ya te gustara.Mae le dio un puetazo a Francis en el brazo, consciente de

    que estaba coqueteando, consciente de que era una estupidez coquetear con otro circulista en su primera noche y de que era una estupidez beber tanto en su primera noche. Pese a todo, estaba haciendo todas aquellas cosas y adems feliz de hacerlas.

    Una f igura se acerc f lotando hacia ellos. Mae mir con curiosidad apagada y distingui primero que la figura era feme-nina. Y despus que la figura era Annie.

    Te est acosando este tipo? pregunt.Francis se apart rpidamente de Mae y se escondi la bote-

    lla detrs de la espalda. Annie se ri.Francis, por qu ests siendo tan furtivo?Lo siento. Pensaba que habas dicho otra cosa.

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    Uau. Conciencia culpable! He visto que Mae te daba un puetazo en el brazo y he hecho un chiste. Pero ests intentan-do confesar algo? Qu has estado tramando, Francis Garbanzo?

    Garaventa.S, ya s cmo te llamas.Francis dijo Annie, dejndose caer torpemente entre am-

    bos, necesito pedirte una cosa, en calidad de estimada colega tuya pero tambin de amiga. Me dejas?

    Claro.Vale. Puedes dejarme un rato a solas con Mae? Es que ten-

    go que darle un beso en la boca.Francis se ech a rer pero enseguida se interrumpi, cons-

    ciente de que ni Mae ni Annie se estaban riendo. Atemorizado y confuso, y visiblemente intimidado por Annie, no tard en bajar las escaleras y alejarse por el csped, esquivando a los cele-brantes. A continuacin se detuvo en medio del csped, se dio la vuelta y levant la vista, como para asegurarse de que Annie tena efectivamente intencin de reemplazarlo en el puesto de acompaante nocturna de Mae. Una vez confirmados sus mie-dos, se meti debajo del toldo de la Edad de las Tinieblas. Inten-t abrir la puerta pero no lo consigui. Tir de ella y la empuj, pero la puerta no se movi. Consciente de que lo estaban mi-rando, se alej hasta doblar la esquina y desapareci de la vista.

    Y dice que est en el equipo de seguridad dijo Mae.Eso te ha contado? Francis Garaventa?Supongo que no me lo tendra que haber contado.Bueno, no se ocupa realmente de la seguridad-seguridad. No

    es del Mossad. Pero acaso he interrumpido algo que claramen-te no tendras que estar haciendo en tu primera noche aqu, pedazo de idiota?

    No has interrumpido nada.Yo creo que s.No. Qu va.Que s. Lo s.Annie localiz la botella que Mae tena a los pies.Yo crea que se nos haba acabado todo haca horas.Quedaba algo de vino dentro de la cascada, en la Revolu-

    cin Industrial.

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    Ah, s. La gente esconde cosas ah.Acabo de orme a m misma decir: Quedaba algo de vino

    dentro de la cascada, en la Revolucin Industrial.Annie mir hacia el otro lado del campus.Lo s. Joder. Lo s.

    Ya en casa, despus del trayecto en lanzadera y de que alguien le diera un chupito de gelatina a bordo, despus de escuchar cmo el chfer de la lanzadera hablaba en tono nostlgico de su fami-lia, de sus gemelos y de su mujer, que tena gota, Mae no pudo dormir. Se qued tumbada en su futn barato, en su cuarto di-minuto, en el apartamento largo y estrecho que comparta con dos casi desconocidas, ambas azafatas de vuelo, a las que no vea casi nunca. Su apartamento estaba en la segunda planta de un antiguo motel, era humilde, imposible de limpiar y estaba im-pregnado de los olores a desesperacin y comida mala que ha-ban dejado all sus antiguos residentes. Era un lugar triste, sobre todo despus de pasar el da en el Crculo, donde todo estaba hecho con cuidado, cario y el don de la precisin. En su cama baja y espantosa, Mae durmi unas horas, se despert, rememo-r el da y la noche anteriores, pens en Annie y en Francis, en Denise y Josiah, en el poste de bombero, en la Enola Gay, en la cascada y en las antorchas tiki, todas ellas cosas tpicas de las vacaciones y de los sueos e imposibles de conservar, pero tambin saba y era eso lo que no la dejaba dormir y la haca girar la cabeza a un lado y a otro con una especie de felicidad de nia pequea que iba a volver a aquel lugar, al lugar donde pasaban todas aquellas cosas. Que all era bienvenida y le da ban trabajo.

    Le tocaba entrar a trabajar temprano. A su llegada a las ocho, sin embargo, se dio cuenta de que no le haban dado mesa de trabajo, por lo menos una de verdad, de manera que no tena a donde ir. Esper una hora, bajo un letrero que deca hagmos-lo. hagamos todo esto, hasta que lleg Renata y se la llev a la segunda planta del Renacimiento, a una sala amplia, del tama-o de una pista de baloncesto, donde haba una veintena de mesas de trabajo, todas distintas y todas talladas en madera rubia

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    siguiendo patrones orgnicos. Todas separadas por mamparas de cristal y colocadas en grupos de cinco, como si fueran ptalos de f lores. Estaban todas desocupadas.

    Eres la primera en llegar dijo Renata, pero no te queda mucho rato sola. Las zonas de Experiencia del Cliente se suelen llenar muy deprisa. Y no ests nada lejos de la gente con cargos superiores.

    E hizo un gesto amplio con el brazo, indicando la docena aproximada de oficinas que rodeaban el espacio abierto. Los ocupantes de todas ellas eran visibles a travs de las particiones de cristal, supervisores de entre veintisis y treinta y dos aos, iniciando ya sus jornadas, con aspecto relajado, competente y sabio.

    A los diseadores les encanta el cristal, eh? dijo Mae, son-riente.

    Renata se detuvo, frunci el ceo y consider aquella idea. Se pas un mechn de pelo por detrs de la oreja y dijo:

    Creo que s. Puedo comprobarlo. Pero primero debera ex-plicarte cmo funciona esto y qu te espera en tu primer da de verdad.

    Renata le explic los detalles de la mesa, la silla y la pantalla, todo lo cual haba sido ergonmicamente perfeccionado y se poda ajustar para adaptarlo a quienes preferan trabajar de pie.

    Puedes dejar tus cosas y ajustar tu silla, y Oh, parece que tienes un comit de bienvenida. No te levantes dijo, y se apart.

    Mae sigui la mirada de Renata y vio a un tro de caras j-venes que caminaban hacia ella. Un hombre medio calvo de veintimuchos aos le ofreci su mano. Mae se la estrech y el tipo le dej una tablet de gran tamao delante, sobre la mesa.

    Hola, Mae, soy Rob, de pagos. Seguro que a m te alegras de verme. Sonri y despus solt una risa cordial, como si acaba-ra de reparar nuevamente en lo gracioso de su comentario. Bueno dijo. Ya te lo hemos rellenado todo. Solo te queda firmar en estos tres sitios.

    Y seal la pantalla, donde relucan tres rectngulos amari-llos, esperando la firma de ella.

    Al terminar, Rob cogi la tablet y sonri con gran calidez.Gracias y bienvenida a bordo.

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    Dio media vuelta para marcharse y su lugar lo ocup una mujer corpulenta con una piel impoluta de color cobrizo.

    Hola, Mae, soy Tasha, la notaria. Le ense un libro de gran tamao. Tienes el carnet de conducir? Mae se lo dio. Perfecto. Necesito que me eches tres firmas. No me preguntes por qu. Y tampoco me preguntes por qu tiene que ser sobre papel. Normas gubernamentales.

    Tasha seal las tres casillas consecutivas, y Mae firm en las tres.

    Gracias dijo Tasha, y a continuacin le ofreci una almo-hadilla entintada de color azul. Ahora pon tu huella dactilar al lado de cada una. Y no te preocupes, que esta tinta no mancha. Ya vers.

    Mae presion con el pulgar en la almohadilla y luego en las casillas que haba al lado de las tres firmas. La tinta se vea per-fectamente en la pgina, pero cuando Mae se mir el pulgar, lo tena absolutamente limpio.

    Tasha enarc las cejas al ver la cara risuea de Mae.Lo ves? Es invisible. El nico sitio donde se ve es este libro.Aquello era la clase de cosa por la que Mae haba venido. All

    todo se haca mejor. Hasta la tinta para huellas dactilares era avan-zada e invisible.

    Al marcharse Tasha ocup su lugar un hombre f laco con una camisa roja de cremallera. Estrech la mano de Mae.

    Hola, soy Jon. Ayer te mand un e-mail para que me traje-ras tu certificado de nacimiento

    Y junt las manos como si estuviera rezando.Mae se sac de la bolsa el certificado de nacimiento y a Jon

    se le iluminaron los ojos.Lo has trado! Dio una palmada rpida y silenciosa y son-

    ri dejando al descubierto todos los dientes diminutos. La pri-mera vez nadie se acuerda. Eres mi nueva favorita.

    Cogi el certificado y le prometi que se lo devolvera des-pus de hacer una copia.

    Detrs de l apareci un cuarto miembro de la plantilla, un tipo de unos treinta y cinco aos y aspecto beatfico, la persona de ms edad con diferencia que Mae conoca en lo que lleva-ba de da.

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    Hola, Mae. Soy Brandon y tengo el honor de entregarte tu nueva tablet.

    Tena en la mano un objeto reluciente y translcido, de bor-des negros y lisos como la obsidiana.

    Mae estaba aturdida.Pero si estas todava no han salido a la venta.Brandon sonri de oreja a oreja.Es cuatro veces ms rpida que su predecesora. Yo llevo

    toda la semana jugando con la ma. Mola mucho.Y me van a dar una?Ya te la han dado dice. Lleva tu nombre.Puso la tablet de lado para ensearle que le haban inscrito el

    nombre completo de Mae: maebelline renner holland.l se la entreg. Pesaba lo mismo que un plato de cartn.Y a ver, supongo que t ya tenas tablet.S. Bueno, tengo un porttil.Porttil. Uau. Puedo verlo?Mae lo seal.Ahora me da la sensacin de que debera tirarlo a la basura.Brandon palideci.No, no lo tires! Por lo menos recclalo.Oh, no, lo deca en broma dijo Mae. Lo ms seguro es

    que me lo quede. Tengo todas mis cosas dentro.Muy oportuno, Mae! Es justamente lo prximo que voy a

    hacer. Tenemos que trasladar todas tus cosas a la tablet nueva.Ah, ya lo puedo hacer yo.Me concedes el honor? Llevo toda la vida formndome

    para este momento.Mae se ri y apart su silla. Brandon se arrodill junto a la

    mesa de ella y puso la tablet nueva al lado de su porttil. En cues-tin de minutos ya haba trasladado toda su informacin y sus cuentas.

    Vale. Ahora hagamos lo mismo con tu telfono. Tachn!Meti la mano en su bolsa y sac a la luz un telfono nuevo,

    varios pasos significativos por delante del de ella. Igual que la tablet, ya tena el nombre de ella grabado en el dorso. Junt sobre la mesa los dos telfonos, el viejo y el nuevo, y rpidamen-te y sin cable alguno traslad todo el contenido del uno al otro.

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    Vale. Ahora se puede acceder a todo lo que tenas en el telfono viejo y en el disco duro desde la tablet y el telfono nuevo, pero tambin hay copia de seguridad en la nube y en nuestros servidores. Tu msica, tus fotos, tus mensajes y tus datos. No se pueden perder jams. Si pierdes la tablet o el telfono se tardan seis minutos exactamente en recuperar todas tus cosas y descargrtelas en el siguiente aparato. Estarn aqu el ao que viene y el siglo que viene.

    Los dos miraron los aparatos nuevos.Ojal nuestro sistema hubiera existido hace diez aos dijo.

    En aquella poca me cargu dos discos duros distintos, que es como que se te queme la casa con todas tus pertenencias dentro.

    Brandon se puso de pie.Gracias le dijo Mae.De nada dijo l. Y de esta forma te podemos mandar las

    actualizaciones de software, las aplicaciones, todo, y saber que ests al da. En Experiencia del Cliente todo el mundo necesita tener la misma versin de cualquier software, como te puedes imaginar. Creo que ya est dijo, retrocediendo. Luego se detuvo. Oh, y es crucial que todos los aparatos de la empresa estn protegidos con contrasea, de manera que te he dado una. Est escrita aqu. Le dio un papel que tena una serie de dgitos, numerales y smbolos tipogrficos extraos. Espero que la pue-das memorizar hoy y luego tirar el papel. Trato hecho?

    S, trato hecho.Luego podemos cambiar la contrasea si quieres. T me

    avisas y yo te doy otra. Son todas generadas por ordenador.Mae cogi su viejo porttil y lo acerc a su bolsa.Brandon se lo qued mirando como si fuera una especie

    invasora.Quieres que me deshaga yo de l? Lo hacemos de una

    forma muy respetuosa con el medio ambiente.Tal vez maana dijo ella. Me quiero despedir de l.Brandon sonri con indulgencia.Ah. Lo entiendo. Muy bien, pues.Hizo una reverencia y se march, y detrs de l Mae vio

    aparecer a Annie. Tena la barbilla apoyada en los nudillos y la cabeza inclinada.

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    Ah est mi nia, que ya se ha hecho mayor!Mae se levant y le dio un abrazo.Gracias le dijo al cuello de Annie.Oooh. Annie intent separarse de ella.Mae la abraz con ms fuerza.En serio.De nada. Annie logr soltarse al f in. Modrate. O bue-

    no, sigue si quieres. La cosa se estaba empezando a poner sexy.En serio. Gracias dijo Mae con voz temblorosa.No, no, no dijo Annie. Nada de llorar el segundo da.Lo siento. Es que estoy muy agradecida.Para. Annie se acerc y la volvi a coger. Para. Para. Joder.

    Mira que ests chif lada.Mae respir hondo, hasta tranquilizarse.Creo que ya lo tengo bajo control. Ah, mi padre dice que

    tambin te quiere. Todo el mundo est muy contento.Vale. Es un poco extrao, dado que no lo conozco perso-

    nalmente. Pero dile que yo tambin lo quiero. Con pasin. Est bueno? Es un maduro buenorro? Le va la marcha? A lo mejor podemos arreglar algo. Y ahora, te parece bien si nos ponemos a trabajar?

    S, s dijo Mae, sentndose otra vez. Lo siento.Annie enarc las cejas maliciosamente.Tengo la sensacin de que es el primer da de escuela y

    acabamos de descubrir que nos han puesto en la misma clase. Ya te han dado una tablet nueva?