Otra Entrevista Mario Levrero

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1 M ARIO LEVRERO es un escritor urugua- yo con una vasta obra en novelas y cuen- tos. También dirige, a través del correo electrónico, un taller literario virtual. Lo siguiente es una síntesis de la correspondencia mantenida con el escritor en el marco de ese taller. —¿Qué papel les adjudicás en la escritura li- teraria a las técnicas? ¿Y al argumento? —En mi opinión, lo principal, casi diría lo úni- co que importa en literatura es escribir con la mayor libertad posible. En todo caso podés usar técnicas para corregir, pero jamás para escribir. Aunque en realidad siempre se usan técnicas, pero son técnicas propias que uno va descubriendo, o creando mien- tras escribe. Si usás técnicas aprendidas, son apren- didas de otros; así nunca escribirás con tu estilo per- sonal, es decir, no se te reconocerá, por mejor escrito que esté el texto. Cuando el autor sabe demasiado sobre el argu- mento, a veces se apura a contarlo, y la literatura va quedando por el camino. La literatura propiamente dicha es imagen. No quiero decir que haya que evi- tar cavilaciones y filosofías, y etcétera, pero eso no es lo esencial de la literatura. Una novela, o cual- quier texto, puede conciliar varios usos de la pala- bra. Pero si vamos a la esencia, aquello que encanta y engancha al lector y lo mantiene leyendo, es el argumento contado a través de imágenes. Desde lue- go, con estilo, pero siempre conectado con tu ima- ginación. —En ese énfasis por la imagen, ¿no hay riesgo de caer en una suerte de “descripcionismo”, de que sólo prime la imagen? —Yo no creo haber hablado de descripciones; suelen aburrirme mortalmente. Hablé de imágenes, y las imágenes no se contraponen a la acción, sino que la cuentan de la mejor manera. No es lo mismo decir “le dio tremenda trompada” que decir “el puño chocó contra la carne blanda y la aplastó hasta que se oyó el crujir del hueso”, o cosa por el estilo. Tampoco dije que el relato deba consistir ex- clusivamente en imágenes, sino que eso es la esen- cia; pero a menudo la esencia pura es desagradable, como por ejemplo, la vainilla; si la mezclás en un refresco pasa mucho mejor. Hago hincapié en las imágenes porque es la gran falla de nuestra literatu- ra; todos somos retóricos, todos cantamos la justa, todos sabemos cómo arreglar los males del país, to- dos estamos deseosos de mostrar nuestra visión del mundo, todos queremos volcar nuestros sentimien- tos (oh, las mujeres que escriben poemas llenos de abstracciones: estoy triste, qué mal me siento, el mundo es terrible). Desde el punto de vista litera- rio no dicen nada, pero nada; el lector simplemente se paspa. Mientras tanto, la literatura queda por el camino; el lector se distrae, y la literatura nacional adelgaza y muere. Si agarrás a los grandes, por ejemplo, a Felis- berto, recordarás sin duda cuando les levantaba las polleras a los muebles, o a la vieja que tomaba mate metiendo la bombilla por un agujero del tul. Son imágenes. Andá al capítulo cuarto de La vida breve de Onetti, se llama “Naturaleza muerta”, es cien por ciento descriptivo y uno de los fragmentos más no- tables de nuestra literatura. Sin acción ni persona- jes ni invención; sólo imágenes. —¿Cómo lograr el balance adecuado entre imágenes y descripciones, para que no entorpez- can el desarrollo de la trama? —Es fácil: tenés que pensar (al corregir, no el escribir; cuando se escribe hay que soltarse, sin nada que inhiba la escritura) si tal descripción es necesa- ria para la acción que estás narrando. Eso te dará el lugar adecuado. Luego pensá si no han pasado de- masiadas descripciones sin nada de acción y ahí te- nés la proporción acertada. Al leer un texto tuyo después de un tiempo (nunca antes de, digamos, un mes), si hay excesos de descripción lo notás ense- guida porque te aburrís. —¿Cuándo considerás que un relato no es ve- rosímil? —Cuando no está bien resuelto. Ambas expre- siones (verosímil y bien resuelto) son casi sinóni- mos. Cuando digo que algo no es verosímil, quiero La escritura literaria según Levrero El arte de hipnotizar Pablo Silva

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Mario Levrero

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MARIO LEVRERO es un escritor urugua-yo con una vasta obra en novelas y cuen-tos. También dirige, a través del correo

electrónico, un taller literario virtual. Lo siguientees una síntesis de la correspondencia mantenida conel escritor en el marco de ese taller.

—¿Qué papel les adjudicás en la escritura li-teraria a las técnicas? ¿Y al argumento?

—En mi opinión, lo principal, casi diría lo úni-co que importa en literatura es escribir con la mayorlibertad posible. En todo caso podés usar técnicaspara corregir, pero jamás para escribir. Aunque enrealidad siempre se usan técnicas, pero son técnicaspropias que uno va descubriendo, o creando mien-tras escribe. Si usás técnicas aprendidas, son apren-didas de otros; así nunca escribirás con tu estilo per-sonal, es decir, no se te reconocerá, por mejor escritoque esté el texto.

Cuando el autor sabe demasiado sobre el argu-mento, a veces se apura a contarlo, y la literatura vaquedando por el camino. La literatura propiamentedicha es imagen. No quiero decir que haya que evi-tar cavilaciones y filosofías, y etcétera, pero eso noes lo esencial de la literatura. Una novela, o cual-quier texto, puede conciliar varios usos de la pala-bra. Pero si vamos a la esencia, aquello que encantay engancha al lector y lo mantiene leyendo, es elargumento contado a través de imágenes. Desde lue-go, con estilo, pero siempre conectado con tu ima-ginación.

—En ese énfasis por la imagen, ¿no hay riesgode caer en una suerte de “descripcionismo”, de quesólo prime la imagen?

—Yo no creo haber hablado de descripciones;suelen aburrirme mortalmente. Hablé de imágenes,y las imágenes no se contraponen a la acción, sinoque la cuentan de la mejor manera. No es lo mismodecir “le dio tremenda trompada” que decir “el puñochocó contra la carne blanda y la aplastó hasta quese oyó el crujir del hueso”, o cosa por el estilo.

Tampoco dije que el relato deba consistir ex-clusivamente en imágenes, sino que eso es la esen-

cia; pero a menudo la esencia pura es desagradable,como por ejemplo, la vainilla; si la mezclás en unrefresco pasa mucho mejor. Hago hincapié en lasimágenes porque es la gran falla de nuestra literatu-ra; todos somos retóricos, todos cantamos la justa,todos sabemos cómo arreglar los males del país, to-dos estamos deseosos de mostrar nuestra visión delmundo, todos queremos volcar nuestros sentimien-tos (oh, las mujeres que escriben poemas llenos deabstracciones: estoy triste, qué mal me siento, elmundo es terrible). Desde el punto de vista litera-rio no dicen nada, pero nada; el lector simplementese paspa. Mientras tanto, la literatura queda por elcamino; el lector se distrae, y la literatura nacionaladelgaza y muere.

Si agarrás a los grandes, por ejemplo, a Felis-berto, recordarás sin duda cuando les levantaba laspolleras a los muebles, o a la vieja que tomaba matemetiendo la bombilla por un agujero del tul. Sonimágenes. Andá al capítulo cuarto de La vida brevede Onetti, se llama “Naturaleza muerta”, es cien porciento descriptivo y uno de los fragmentos más no-tables de nuestra literatura. Sin acción ni persona-jes ni invención; sólo imágenes.

—¿Cómo lograr el balance adecuado entreimágenes y descripciones, para que no entorpez-can el desarrollo de la trama?

—Es fácil: tenés que pensar (al corregir, no elescribir; cuando se escribe hay que soltarse, sin nadaque inhiba la escritura) si tal descripción es necesa-ria para la acción que estás narrando. Eso te dará ellugar adecuado. Luego pensá si no han pasado de-masiadas descripciones sin nada de acción y ahí te-nés la proporción acertada. Al leer un texto tuyodespués de un tiempo (nunca antes de, digamos, unmes), si hay excesos de descripción lo notás ense-guida porque te aburrís.

—¿Cuándo considerás que un relato no es ve-rosímil?

—Cuando no está bien resuelto. Ambas expre-siones (verosímil y bien resuelto) son casi sinóni-mos. Cuando digo que algo no es verosímil, quiero

�a escritura literaria según �evrero

El arte de hipnotizar

Pablo Silva

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decir que como lector no lo creo. Y te aseguro quesoy muy crédulo cuando la realización me encanta(me hipnotiza, quiero decir). El texto ideal seríaaquel en el cual el lector pierde de vista el hecho deque está leyendo y cree que esas cosas que se trans-miten a su cerebro están sucediendo realmente. Enese sentido, puede haber extraterrestres y fantasmasy enanos multicolores, siempre que el lector crea enellos en ese momento porque el autor lo engatusó.La verosimilitud, entonces, significa en este con-texto engatusamiento.

—¿Cómo elaborás el inicio de los textos? Aveces parece difícil lograr un buen principio que“enganche” al lector y que sea coherente con laobra…

—No sé por qué, pero casi siempre tengo querehacer los comienzos de mis cuentos. Es posibleque al comenzar algo, uno arrastre de cosas anterio-res el estilo o el modo de decir. Y resulta que cadarelato tiene su propio estilo; es un bloque, va juntocon el argumento y todo lo demás. Pero uno trata dehacer lo que sabe, o lo que le salió bien la vez ante-rior, y arranca con eso. Después uno va chocandocontra el cuento existente, a medida que lo va des-cubriendo y sacando a luz, y ahí empieza a ajustar-se, a escuchar mejor lo que tiene adentro.

—¿Qué es eso de que “cada relato es un blo-que”, “tiene su propio estilo”? Me hace acordara aquello que decía Miguel Ángel de que él sólose limitaba a sacar el mármol que le sobraba albloque.

—Vos sabés que la percepción no es objetivani mecánica; cuando yo miro algo, estoy proyectan-do mucho de mí, o todo, sobre el objeto. Al mismobloque de mármol Miguel Ángel le sacaría ciertascosas, yo otras, vos otras distintas. El diálogo queuno entabla con el objeto no es diálogo sino monó-logo narcisista. Creo que si lo pensás es muy fácilde entender. Cualquier cosa que vayas a narrar laestás rescatando de esa forma de percibir(se). Y ahíes donde aparece el estilo personal; por eso insistoen encarar a los alumnos de mi taller con ellos mis-mos, a que experimenten con la percepción.

—¿Cuándo y cómo te das cuenta de que el esti-lo no es el apropiado, el que te pide el tema?

—En mis cosas, me doy cuenta cuando no mesiento con el estado mágico de la escritura inspira-da. No me divierto, no sufro, no estoy metido porcompleto en el texto. Esto me pasa cuando escriboregularmente por necesidad económica. Uso un ofi-cio, uso algo de inspiración, pero me doy cuenta deque eso que aparece ahí no es “nuevo”.

En los textos ajenos me doy cuenta porque mepasa casi lo mismo; la lectura me puede entretener,

pero no deslumbrar. Y lo ves en la facilidad con quevas prediciendo lo que va a venir, porque todo tiendea encajar en un molde. El texto no es una cosa viva.

Lo último que leí que me produjo una impre-sión tremenda, pero tremenda, como pocas cosas enlos últimos años, es Franny y Zoey, un libro de Sa-linger. Ahí ves claramente lo que es un texto vivo,un texto inspirado.

—¿Cómo corregir, pulir y aun rehacer un textosin perder el entusiasmo en el proceso?

—Bueno, son tres cosas distintas. En general,hay algo común a los tres procesos: conviene dejarpasar un tiempo (depende de cada uno, pueden serdías o meses) hasta que el texto se vea como es. Siuno está todavía bajo la sugestión de la creatividad,no ve el texto como es, sino como lo tiene en lamente, y le suele parecer perfecto. Se trata de ver eltexto como quien mira una fotografía de sí mismo,que siempre impresiona peor que mirarse al espejo,porque en el espejo uno crea su imagen; en la fotono. Veamos:

Corrección: esto es ni más ni menos un trabajotécnico, que puede ser divertido o no, según el ta-lante de cada cual. Pero es más bien mecánico: leerel texto buscando rimas, repeticiones enojosas, ca-cofonías, erratas y cosas así.

Pulido: hay que leer el texto en un estado muyatento, viendo si en algún momento hay algún fac-tor de perturbación en la lectura, algo que, aunqueno se pueda identificar la causa concreta, uno “sien-te” que no está bien, algo por lo cual uno preferiríapasar rapidito. Subrayar eso y seguir, hasta el final.Después buscarle la vuelta a cada caso particular,tratar de desentrañar por qué eso no resuena bien. Aveces se trata de su relación con lo que se veníadiciendo (salta una incongruencia, alguna repeticiónde palabra, etc.) y a veces de algo propio de esefragmento. A veces ayuda preguntarle a otro.

“Refacción”, si cabe el término: hay que quitarlimpiamente el fragmento que no marcha y tratar dehacerlo de vuelta buscando un clima similar al delmomento de la creación. Situarse en la escena y noconservar nada del texto descartado. Por más lindoque parezca en alguna parte, hacerlo todo de vueltacomo si fuera por primera vez, visualizando nueva-mente la escena, la imagen que lo originó. Lo mis-mo para agregar algo, al principio, en el medio o alfinal de un texto. Visualizar siempre la escena antesde escribir.

Hay veces que basta cambiar de lugar el frag-mento eliminado, sobre todo en una novela, pero nohay que contar mucho con eso.

—¿Hasta cuándo corregir, rehacer, pulir?

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—Bueno, hasta que te deje razonablemente sa-tisfecho. Hasta que sientas que se puede publicar.Yo siempre recurro a algún lector amigo, que memerezca confianza, para que lea y opine. A vecesun lector común, mientras sea buen lector, te dicecosas acertadísimas; a menudo les hago caso. Pornorma nunca publico nada que no hayan visto otrosojos que no sean los míos.

—¿Qué pasa si en el proceso de corrección per-dés el entusiasmo, si el texto ya no te causa sensa-ciones placenteras o positivas de ningún tipo?

—A veces los textos descansan por años…Habitualmente, semanas o meses. Las cosas bre-ves y escritas como trabajo, como las “Irrupcio-nes”, de todos modos las voy acumulando en bo-rrador y revisando cada tanto; cuanto más tiempopasa entre la escritura y la corrección, tanto másfácil es la corrección. Y no hay nada como la pu-blicación o, mejor dicho, la inminencia de la pu-blicación: cuando estoy por enviar un texto, le doyun vistazo, y es seguro que cambio bien a últimomomento tres o cuatro cosas que estaban realmen-te mal. No sé si les pasará a otros, pero siempretrabajo para mí y con la mente puesta en alguienque lo vaya a leer (el amigo lector, mi mujer, quientenga a mano); recién tomo conciencia de que va ahaber lectores desconocidos cuando estoy por man-darlo, y ahí funciona la adrenalina, y las macanassaltan por sí solas.

Para la corrección funciona otra forma de ins-piración, otra parte del cerebro. Desde luego, noproduce lo mismo que escribir, pero a mí me resultaun ejercicio atractivo. También se puede no corre-gir; muchos no lo hacen. Después de todo no es unpecado que un texto no sea perfecto.

—¿Puede el argumento, por ejemplo, salir deuna simple asociación de ideas, de un disparate in-telectual?

—Tenés que sacarte de la cabeza la idea de quese escribe a partir de la palabra, y sobre todo a partirde la invención (intelectual). Se escribe a partir devivencias, que sólo pueden traducirse mediante imá-genes. Las palabras sirven para describir las imáge-nes; por sí solas no generan otra cosa que discursoso simple información.

—¿Cuál es tu criterio para titular un texto?—Siempre uso el mismo sistema: una vez ter-

minado el texto, empiezo a leerlo, seguido o saltea-do, buscando algo que me resuene. Y siempre en-cuentro el título; en mi caso, está siempre en el texto.Aunque a veces me hago el vivo; pero en generalbusco que sea más bien simple y que yo mismo pue-da asociarlo fácilmente con el texto.

—¿Cuándo te das cuenta de que termina un tex-to? ¿Pensás mucho, al escribir, en el final?

—No pienso para nada en el final. A veces, enuna novela (incluso en aquellas de estructura poli-cial, con algún misterio o enigma, como Fauna oDejen todo en mis manos) empiezo a vislumbrar elfinal después de haber pasado los dos tercios deltotal, y me pongo nervioso; ahí me cuesta mantenerun ritmo de escritura parejo y no empezar a corrercomo loco. Es gracioso, pero yo confío en que lostextos preexistan a la escritura (y por supuesto a suformulación mental); están adentro, y ya con su for-ma definitiva, y por eso estoy seguro de que el finalva a venir solo, a caer maduro, incluso cuando hayenigma. Aunque llega un momento en que me pon-go nervioso, porque ¿y si no se resuelve? Pero hastaahora…

Me doy cuenta de que el texto termina porqueno veo cómo seguirlo. Con uno tuve problemas; loguardé como veinte años como principio de novela,y cuando lo releí me di cuenta de que era un relatoterminado; sólo le faltaba una frase de cierre. Nohabía manera de seguirlo.

—¿Qué hay con ciertas reglas del “escribirbien”? Cosas como evitar los adverbios termina-dos en -mente o no repetir palabras…

—No se trata tanto de evitar los adverbios sinode no abusar. Forman palabras muy largas, pesadas,y si te encontrás dos o tres en una misma frase sue-na realmente desagradablemente, verdaderamenterealmente desagradablemente.

También suelen formar rimas con demasiadafacilidad, y la rima en la prosa me hace saltar, si esque es rima. Porque se pueden usar palabras con-sonantes entre sí sin que formen necesariamenterima; el problema es cuando la consonancia se su-braya con alguna puntuación o una forma de ubi-cación en la frase que la hace aparecer como unversito: es un problema de métrica + rima. Por otraparte, a veces acumulo esos adverbios a propósito,uno tras otro, para dar énfasis (o por capricho). EnEl alma de Gardel, por ejemplo, el lector de la edi-torial me hizo notar una frase cargada de adver-bios en -mente, pero la mantuve porque era a pro-pósito; para mi gusto ahí están distribuidos de talforma que no pesan.

Con respecto a eso de no repetir palabras, hayque desconfiar del uso de sinónimos. Si vengo di-ciendo “casa”, y “casa”, y “casa”, y de repente digo“morada” sin nada que lo justifique, me parece dedécima. Yo a veces he abusado un poco de las repe-ticiones, conscientemente, pero cuando no es así, ylas detecto en un texto mío durante la corrección,

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en lugar de sustituir la palabra trato de reorganizartoda la frase, o todo el párrafo.

Eso sí me molesta, si resulta chocante al oído(porque el lector oye el texto), y sobre todo si senota que está ahí por torpeza y no en forma delibe-rada. A veces simplemente se puede eliminar la pa-labra repetida porque es innecesaria. Pero el uso desinónimos para ocultar la falta de elaboración es lamáxima torpeza.

—Y al escribir, ¿le prestás atención a todo eso?,¿son cosas importantes?

—Al escribir, nada, sólo escribir; no pensar nicontrolar (salvo ese foco de atención crítica para queel inconsciente no te lleve al carajo, pero lateral, comodistante, y con mucha cancha para hacer la vista gor-da y no trabar la escritura cuando viene fluida.

Por otra parte, sólo son opiniones mías; no espalabra de Dios. Lo mejor es usar tu propio criterio.

(Publicado en El País Cultural,Montevideo, 27/10/2000, pp. 10-11.)