Oscar wilde y el arte

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Estudios e Historia de las Artes - grupo A Claudia Adelina Negrete Luna 6 de Octubre de 2014 Oscar Wilde y el arte En el prefacio de su libro “El retrato de Dorian Grey”, Oscar Wilde elabora una especie de manifiesto de sus ideas a propósito del arte, de las relaciones entre el artista y su obra, entre la obra y el espectador, y aún, entre el artista, su obra y el crítico, resumiendo con la habilidad que lo caracteriza, las complicaciones que estos lazos apasionados crean y desarrollan. Inicia definiendo como Dios al artista, y a la finalidad del arte como el acto de mostrar la obra, ocultando al artista. Es como si quisiera dejar al creador de arte en un nicho protegido del mundo “terrenal” de espectadores y críticos antes de continuar su discurso. Una vez que el artista está a salvo en un Parnaso del siglo XIX rodeado de las Musas, se ocupa de su adversario más difícil: el crítico. Para Wilde es un traductor que da su versión de la obra en base a la impresión que le causa. Leyendo esta parte viene a la mente el dicho italiano “traduttore, traditore” (algo así como: traducir equivale a traicionar). Parece reflejar en ese párrafo su propia lucha contra los críticos y la sociedad victoriana en donde se desenvolvió brillantemente, como equilibrista genial, hasta que fue demasiado para los cerrados espíritus de la época que lo hicieron pagar el precio más alto posible. Sutilmente excluye del círculo mágico de los “entendimientos cultos” que aprecian el arte, a aquellos que tienen el defecto de encontrar “un sentido feo en las cosas bellas” y refiriéndose a los libros (aunque creo que se puede aplicar al arte en general), dice que no hay libros morales o inmorales sino libros bien o mal escritos y más adelante

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Estudios e Historia de las Artes - grupo A Claudia Adelina Negrete Luna 6 de Octubre de 2014

Oscar Wilde y el arte

En el prefacio de su libro “El retrato de Dorian Grey”, Oscar Wilde elabora una especie de manifiesto de sus ideas a propósito del arte, de las relaciones entre el artista y su obra, entre la obra y el espectador, y aún, entre el artista, su obra y el crítico, resumiendo con la habilidad que lo caracteriza, las complicaciones que estos lazos apasionados crean y desarrollan.

Inicia definiendo como Dios al artista, y a la finalidad del arte como el acto de mostrar la obra, ocultando al artista. Es como si quisiera dejar al creador de arte en un nicho protegido del mundo “terrenal” de espectadores y críticos antes de continuar su discurso.

Una vez que el artista está a salvo en un Parnaso del siglo XIX rodeado de las Musas, se ocupa de su adversario más difícil: el crítico. Para Wilde es un traductor que da su versión de la obra en base a la impresión que le causa. Leyendo esta parte viene a la mente el dicho italiano “traduttore, traditore” (algo así como: traducir equivale a traicionar). Parece reflejar en ese párrafo su propia lucha contra los críticos y la sociedad victoriana en donde se desenvolvió brillantemente, como equilibrista genial, hasta que fue demasiado para los cerrados espíritus de la época que lo hicieron pagar el precio más alto posible.

Sutilmente excluye del círculo mágico de los “entendimientos cultos” que aprecian el arte, a aquellos que tienen el defecto de encontrar “un sentido feo en las cosas bellas” y refiriéndose a los libros (aunque creo que se puede aplicar al arte en general), dice que no hay libros morales o inmorales sino libros bien o mal escritos y más adelante resumirá magistralmente en dos líneas el concepto de que la moral con que lleva su vida el artista es parte de sus herramientas y la moral del arte es la sublimación de esa herramienta imperfecta.

Compara con un rabioso Caliban (personaje al que Shakespeare hace encarnar la parte más materialista y primitiva del ser humano, en su obra “La Tempestad”), a los que no aprecian uno u otro estilo, que declaran su aversión a tal o cual época artística, lo que nos dice mucho a propósito de la gran apertura de espíritu que debe haber tenido Wilde para apreciar el arte y disfrutar la vida. Para él ningún artista hace su obra para demostrar algo y nunca es morboso, vicio y virtud son materiales para el arte y el arte puede y debe expresarlo todo.

Siendo escritor, es interesante que Wilde prefiera dar a la música el lugar de arte ejemplar desde el punto de vista formal y demuestra su experiencia como autor teatral, al dar al oficio de actor el puesto de artista arquetípico de la representación de los sentimientos.

Termina su “prefacio-manifiesto” autorizándonos a disfrutar el arte ya que la única excusa para hacer algo inútil es poder admirarlo y “todo arte es completamente inútil”.