Orlando Fals Borda - Subversión y Cambio Social (Subversión en Colombia)

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Cuando los países se transforman, algunas ideas encierran a veces un sentido que contradice la realidad del cambio. Tal sucede con el con¬cepto de "subversión". Tradicionalmente, la subversión se ha visto como algo inmoral, negativo y destructor de la sociedad. Pero es po-sible ver la subversión bajo otra luz. Al analizar sociológicamente la historia de Colombia desde la conquista española hasta hoy, pasan¬do por las revoluciones de 1850, los movimientos de 1925, las frustra¬ciones de 1948, la "convalecencia democrática" de 1957 y la aparición de movimientos contemporáneos como el de Camilo Torres, el autor de este libro descubre que la subversión puede tener una dimensión positiva: la que se deriva del esfuerzo creador de un pueblo, a través de metas valoradas que retan un orden social injusto.

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Orlando Fals Borda

Subversión y Cambio SocialEdición revisada, ampliada y puesta al día de "La Subversión en Colombia"

EDICIONES TERCER MUNDO

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Primera Edición Española

Abril d e 1 9 6 7

Segunda Edición Revisada

D iciem bre d e 1 9 6 8

Esta edición revisada y ampliada se publica también en inglés, a cargo de la Columbia University Press, New York

bajo el título "Subversión and Social Change”(en circulación en febrero de 1969).

Versión alemana en preparación.

Nuevas publicaciones del autor:

REVOLUCIONES INCONCLUSAS EN LA AMERICA LATINA

(Análisis de problemas actuales del hemisferio) México: Editorial Siglo XXI (diciembre de 1968).

FROM MARGINAL TO SIGNIFICANT CHANGE IN LATIN AMERICA

(Conferencias dictadas en Inglaterra)Oxford y Londres, 1969.

LA COLABORACION CIENTIFICA Y EL COLONIALIS­MO INTELECTUAL

(Ensayos escritos en 1968)Bogotá, 1969.

Derechos reservados por el autor.Apartado Aéreo 11012Bogotá, ColombiaImpreso y hecho en Colombia

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A Camilo Torres

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Indice

Págs.

PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION ................................... xiii

PROLOGO A LA PRIMERA EDICION ................................... xix

1 LA SUBVERSION Y LA HISTORIA ................................ 1Fines e Ideales ........... ................................................ 7

2 LA DESCOMPOSICION DEL ORDEN ............................. 13La Idea del Orden Social ........................................... 13La Subversión como Concepto Sociológico .............. 15 •Transición e Incongruencia ........................................ 20Cambio, Desarrollo y Revolución .............................. 23El Análisis de la Descomposición del Orden ............. 28

» IX ORDEN SOCIAL DE LOS CHIBCHAS ...................... 33Valores Sacros y Tolerantes ...................................... 34Comunidad y Providencia ........................................... 36Del Vecindario al Estado ........................................... 37La Azada y la Energía Humana ................................ 38

•I I ORMACION DEL ORDEN SEÑORIAL .......................... 39Utopía Absoluta y Utopía Relativa ........................... 39La Subversión Cristiana .............................................. 43r.l Ajuste en los Valores ............................................. 45l'.l Ajuste en las Normas ............................................. 51SHiores y Ladinos ........................................................ 53I I Salto al Arado y al Hierro ..................................... 57i .i Paz Hispana ............................................................ 61

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Subversión y Cambio Social

Págs.

SUBVERSION Y FRUSTRACION EN EL SIGLO XIX ... 67El Mito de la Igualdad ................................................ 69Normas en Contrapunto .............................................. 74Economía e Ideología ................................................. 76Los Subversores Liberales ......................................... 79La Captación de la Antiélite ................................. 83El Sentido de la Frustración ................................. 86

AJUSTE Y COMPULSION DEL ORDEN BURGUES ... . 91Creación de una Clase Media Rural ........................... 92Formación de la Gran Burguesía ................... .......... 96La Compulsión Religiosa y el Bipartidismo ............. 101Ajuste Liberal y Captación de Núñez ........................ 106Consecuencias de la Claudicación ............................. 110

SUBVERSION Y FRUSTRACION EN EL SIGLO XX ... 113Acumulación Técnica y Punto Crítico ...................... 114El Reto Socialista ....................................................... 120Difusión de la Ideología Secular ................................ 124Captación Positiva y Violencia ................................. 129Algunos Resultados del Cambio ................................ 138

EL ORDEN DEL FRENTE NACIONAL ........................... 143El Nuevo Ajuste Político ........................................... 143Las Instituciones del Orden ...................................... 146Sentido de la Transición Actual ................................ 149

REITERACION DE LA UTOPIA .................................... 151Introducción del Pluralismo Utópico ........................ 153Decantación de la Utopía Pluralista ......................... 159

ALTERNATIVAS PARA LA PROYECCION ..................... 161Bases para la Proyección del Cambio ................... .. 162Estrategia de la Subversión ...................................... 166

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Págs.

GALERIA DE HEROES SUBVERSIVOS .............................. 172173

APENDICE A — ALGUNAS TIPOLOGIAS DE SOCIEDADESEN TRANSICION ........................................................ 175

APENDICE B — DEFINICION DE CONCEPTOS SOCIOLO­GICOS ......................................................................... 177Componentes del Orden Social ................................... 177Elementos de la Subversión ...................................... 180Tipos y Etapas de la Captación de Antiélites ........... 186

APENDICE C — BASES CONCEPTUALES DE LA INVES­TIGACION PROYECTIVA ........................................... 191

APENDICE D — RESUMEN: EL CAMBIO SOCIAL EN LAHISTORIA DE COLOMBIA, 1493-1968 ...................... 195

BIBLIOGRAFIA ...................................................................... 197

Indice xi

INDICE ANALITICO 213

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SU BVERSIO N Y C A M B IO SOCIAL

| Ä ^ ' ® " ' IColección

EL DEDO EN LA HERIDA

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Prólogo a la segunda edición

SUBVERSION Y FRUSTRACION:

EL POR QUE DE LA PRESENTE EDICION REVISADA

Escribí el libro La Subversión en Colombia en 1966, durante un período relativamente corto, y apremiado en especial por dos ineludibles factores.

El primero fue de índole intelectual^ aunque al mismo tiem­po tuviera algo de espiritual: el tratar de entender el sentido de las sucesivas frustraciones del destino histórico del pueblo colombiano, y el papel que en ellas han jugado —y jue­gan— las diversas generaciones.. Así, en mi caso, debía pregun­tarme, cuál es'-o. debe ser la fundón d e la generación de “ la Violencia” , aquella nacida entre 1925 y 1957 (el período de la última subversión nadonal), especialmente la del grupo que lle­gó a la adolescencia hacia 1948 y que sufrió en carne propia el desastre nacional por todos recordado. ¿Qué se espera de ella en la presente coyuntura histórica? Camilo Torres Restrepo, portavoz de esa promoción nacional, había muerto hacía poco: el sentido de su vida rebelde y el ejemplo de su muerte desa­fiante dramatizaban la urgencia del estudio que desde entonces me proponía.

Motivado en esa forma, fui concibiendo lasideas centrales sobre la subversión, justificada (o utópica) que aparecen en este volumen, escribiendo a veces desordenadamente y sin pres­tar la debida atención a la forma literaria. De allí resultó un libro que tuvo un mensaje central y un marco relativamente clnros, pero cuya expresión fue pesada e incoherente. Algunos amigos me hicieron ver estos defectos y me indujeron a prepa­rar una edición revisada, ésta, que hoy sale a la luz pública y que, si no alcanza aún la sencillez requerida, por lo menos pre­tende acercarse al lector con mayor humildad y comprensión.

I’rro esta revisión no es sólo de palabras y de redacción: tam­bién lo es de orientaáóa^^El segundo, factor. .que .m e- había- arú-

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xiv Subversión, y Cambio Social

mado a escribir sobre la subversión en Colombia fue el haber observado en la política nacional, entre 1966 y 1967, algunos signos de renovación ideológica y política que, en mi opinión, * debían estimularse. Son tan escasas las oportunidades históricas y en que se articula^ grupos rebeldes en las capas superiores de/^ la sociedad, que el descubrir aún los más pequeños líhtomas'de ' una "antiélite” me llenó de esperanza, no sólo como científico social colocado ante la posibilidad de ver confirmarse ante sus ojos una de sus hipótesis, sino como colombiano interesado des­de hace muchos años en buscar soluciones constructivas a los problemas de la sociedad. Con el fin de estimular una salida política que parecía potehciaJmente incruenta, destaqué en mi libro el papel de las antiélites del pasado, esperando, quizás ingenuamente, que las que se delineaban entonces en el Movi­miento Revolucionario Liberal y en el llamado “ Grupo de La • Ceja” tomarían conciencia de la coyuntura política nueva en que se encontraban. Creí que podrían llevar el actual y defec­tuoso orden social al punto crítico del desarrollo, aquel a partir del cual se hacen inevitables las modificaciones sociales y eco­nómicas profundas que requiere el país.

Pero los acontecimientos señalaron rumbos distintos. Durante el curso del año 1967 se empezó a advertir que la temida posi­bilidad de la entrega claudicante de las antiélites mencionadas (que no la de todas las masas que les habían seguido), podía tener lugar. En efecto, incapaces de llevar a su plena realiza­ción lo que voceaban —y sujetos a señuelos y prebendas difíci­les de resistir— los “ grupos renovantes” de los partidos tradi­cionales ( con alguna honrosa excepción) decidieron dar una hu­millante marcha atrás en su corta rebelión. Pronto perdieron efectividad como grupos claves del impulso hacia el nuevo or­den social que decían buscar, y se dejaron sorber por los caudi­llos y gamonales antiguos, dejando un vacío político en el país. Como, a pesar de todo, éste no es el mismo país de las gamo- nalías antiguas, y el pueblo puede ser capaz por sí solo de se­guir adelante, el vacio político creado no podrá llenarse sino ¡por otros grupos y .Jideres jnás__decididos que aquéllos, paraefectuar el cambio socio-económico radical que es necesario.

En consecuencia, enseñado por estos hechos, he rectificado las apreciaciones sobre alternativas que incluí en la primera edición del libro. Por supuesto, subsisten las tesis presentadas, porque se basan en evidencias históricas y sociológicas que no han sido rebatidas y que, en todo caso, deben sufrir todavía la prueba del tiempo y de la crítica seria. Pero cambian los actores. Los grupos claves del futuro no se podrán encontrar entre los dirigentes nuevos o viejos de los partidos tradicionales, a menos que quie-

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Prólogo a la Segunda Edición xvii

nes subsistan en éstos los devoren por dentro para transformar­los fundamentalmente. Los que van a hacer el nuevo país no son ni podrán ser sólo liberales ni conservadores por tradición, ni tampoco comunistas o socialistas de vieja estampa. Serán otros colombianos animados por la acción moral de la justicia, que irán en busca de la razón de ser de su propia existencia y la de la nación: al hacerlo, con firme decisión de actuar y sin temor a las consecuencias, lograrán destruir la pesada y triste heren­cia que ahoga el porvenir, y así forjar al “ nuevo hombre” co­lombiano.

Por eso, la presente edición se dirige a los grupos “subveisp- im s” de este país, entendidos como lo propongo en este libro, y que pueden hallarse en muchos sectores sociales, así al descu­bierto como en la clandestinidad, en la ciudad y en el campo, y entre grupos inconformes, rebeldes y de protesta por causa. Según el análisis que aquí presento, tales grupos en conciertoo en dispersión, constituyen actualmente la categoría clave que j icsla para asegurar los cambios profundos necesarios en Colom-J¡ Ida. Con ellos surge el compromiso personal inevitable de aque­llas aue saben que la historia avanza al paso con los pueblos. M organizarse coherentemente para la acción política, en tales grupos subversores radicará la esperanza real del país, si es i/iie Colombia quiere dejar de ser nación marginal para colo­carse en posición de avanzada en el mundo moderno.

En efecto, este impulso creador nacional estará asegurado si luí subversores, unidos en su diversidad, logran hacer bien la tiilnersión: esto es, desarrollar desd'e el comienzo una ejtrate- fin lídccuada que proclame y administre la contra-violencia he- k hit ya inevitable por la represión, el estancamiento y la corrup- ||'/(ín <leí orden político y social vidente: y~que tome en cuenta, iiilrmás, los complejos mecanismos y factores del cambio social, n unómico y tecnológico que llevan al clímax revolucionario, pa­ta inducirlo y propiciarlo,

l)i' los subversores organizados podría surgir un movimiento luicinnid independiente formado por gentes nuevas de los diver-

\rrtores y grupos, que realice esa necesaria tarea de recons- n m l ión de la sociedad. 'Sería un movimiento decidido a satisfacer Iim aspiraciones de autonomía, dignidad y soberanía del pueblo itiliitiiliiano frente a explotadores internos y externos — los im- fii'i iulisliis de nuestra época, tales como los grupos expansionis- ln* y oligopolios internacionales más vinculados a nosotros—,..... que se empeñaría en realizar los sueños de progreso* hleiirntar de nuestros empleados, campesinos, obreros y gen- (i * mui /finadas de ciudades y aldeas, todos ellos víctimas de la

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x i v Subversión y Cambio Social

injusticia reinante. Este movimiento-subversivo^-bien concebido y trabajado, podría dar cauce a las energías de muchas gentes de toda condición hoy desorientadas, y destruiría la apatía po­lítica y la resignación que han vencido a las masas necesitadas. Se romperían así los ciclos de frustración que han empañado nuestra historia.

Esta última proposición sobre la necesidad de “ hacer bien la subversión” , organizándola y administrándola desde el principio, merece aclaración. La idea se basa en el planteamiento de este libro, que postula el final de la subversión anterior en 1957, cuando surge el nuevo statu quo del Frente Nacional. Esta tesis tiene la ventaja de identificar claramente las fuerzas ideológi­cas encontradas de la rebelión justificada y del orden injiisto (lo que tiene primacía actual tanto para el análisis como para la acción inmediata), y de reconocer con realismo las dificul­tades inherentes a la tarea organizativa del cambio subversivo ( la desarticulación actual de las “ izquierdas” revolucionarias, marxistas o neo-cristianas, por ejemplo) .f Sostengo que el régi­men del Frente Nacional, con su maquinaria política tradicio­nal, tiene todas las probabilidades de perpetuarse, es decir, pue­de consolidar por la coerción <fl nuevo orden social-burgués que no es satisfactorio sino para la oligarquía bipartidista que aquel régimen representa. De allí que se necesite enfatizar la comple­jidad y dificultad de la lucha que queda por delante, porque significa romper con una sociedad deforme que vuelve a em­prender la marcha reforzando ritualmente lo anterior, y hacien­do más efectivo y técnico el viejo orden transmitido en etapas superadas por la historia. Sin embargo, la realización de esta ingente tarea no puede desanimar a aquellos que deseamos un verdadero cambio, sino que debe hacernos más sobrios y agudos en cuanto al procedimiento para alcanzarlos

Tal interpretación proyectiva es tácticamente preferible a aque­lla otra que sostiene que todavía andamos en el período subver­sivo anterior. En el fondo, no vale la pena discutir la fecha exac­ta de terminación de períodos históricos, tarea por demás arti­ficiosa cuando permanecen los argumentos centrales del análi­sis. No obstante, la idea de que la subversión anterior no ha terminado, tiene ciertas desventajas: ( i ; porqué crea un optimis­mo falaz de pensar que ya pasó lo peor del período subversivo y que no falta sino “ un empujón” para llegar a las metas del nuevo orden, lo cual es evidentemente erróneo; y 2® porque deja todavía en manos de los dirigentes de la anterior subversión los comandos de la lucha, siendo que ha quedado demostrada la in­eficacia de aquéllos para “ compulsar” y sostener el impulso re­volucionario.

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Prólogo a la Segunda Edición :xvii

A todas luces, esto no es conveniente: se dilapida alegremente la energía de los grupos claves de la “ generación decisiva” que ahora puede surgir, y se reduce la posibilidad de que aparezcan nuevos jefes — de diferente estilo y con espíritu y ánimo juve­niles, como los de los primeros Libertadores— , personas relati­vamente desconocidas, sin compromisos con el pasado político, que tendrían mayor resonancia entre las nuevas masas. Además, el triunfo de una causa se alcanza con disciplina, visión y de­dicación, atributos que toma tiempo desarrollar y que, por des­gracia, no abundan en nuestro medio. Estas son las calidades y condiciones que aparecen como necesarias para “ hacer bien, la subversión” , si se aceptan las tesis de este libro.

Sobra decir que sigo esperando que esta obra sea de utilidad para tan patriólica,.tarea, y que sirva más a los amigos que a los enemigos del cambio. Quizás se logre demostrar en esta for­ma cómo se liga una ciencia propia —independiente de mod'elos extranjeros inaplicables■— con la práctica necesaria en un mo­mento de crisis colectiva: cuando la sociología y la historia, le­jos de ser instrumentos de la dominación y la explotación tra­dicionales, sirvan al país a través de una seria y ardua aplicación de los métodos científicos, para ayudarle a salir del coloniialis- n10 económico e intelectual, el vacío espiritual, y la prostración cultural y técnica que lo frustran como pueblo.

Orlando F als Borda

Marzo de 1968

¿i

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Prólogo a la primera edición

El presente libro es primordialmente el resultado de una preo­cupación: la del futuro de Colombia. País privilegiado en mu­chos aspectos, que una vez fue capaz de desarrollarse solo y de sobresalir como pueblo progresista y heroico en la América La­tina, ha venido en decadencia durante el presente siglo. A través de una serie de frustraciones colectivas, “nuestro lindo país co­lombiano” se ha visto estrangulado por deformidades espirituales, económicas y políticas. Semejante desastre exige atención y de­be producir preocupación, no solo entre las clases dominantes a cuyas decisiones se debe la debacle, sino entre los científicos sociales cuya misión es entender el sentido de aquellos aconte­cimientos, así como el de los que habrán de venir.

La encrucijada es tan compleja que no queda otro camino que examinar la situación con una nueva objetividad, aquella deri­vada de la aplicación dtíl método científico a realidades proble­máticas y conflictivas. Por regla general, la objetividad se ha vinculado, hasta ahora, al estudio de problemas de “ alcance me­dio” , con técnicas de corte seccional. En el presente caso, los problemas que se plantea el científico, por lo agudo y apremian­te del conflicto, llevan en sí cierta tendencia a buscar salidas, a señalar alternativas y hasta a hacer admoniciones y llamadas a la acción, como ocurre en este libro en las secciones referentes a la situación actual y sus alternativas. Esto es así, porque se anhela ganar el conocimiento, no como una meta en sí mismo, sino para proyectar hada el futuro una sociedad superior a la existente.

Colombia necesita que se le estudie desde este nuevo ángulo, porque requiere proyectarse hacia el futuro con claridad de mi­ras y al menor costo social. El país ha pagado muy caro en vidas humanas y en recursos materiales los ensayos anteriores que de­sembocaron en frustraciones colectivas, en estancamiento econó­mico y en atraso tecnológico. Los intelectuales y hombres de ciencia colombianos, por lo menos, deberíamos sentir la urgencia

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X X Subversión y Cambio Social

de comprometernos en esta gran tarea del siglo, cual es la de diseñar y vigilar la construcción de una Tmeva- sociedad--entre nosotros, capaz de llevar a su realización plena las potencialida­des de la tierra y de llenar las aspiraciones de quienes la habi­tamos y trabajamos, especialmente las de los miembros de las cla­ses humildes. Ese es el compromiso central a que lleva este li­bro. Lo he escrito, no solo como un estudio sociológico, sino tam­bién con el fin de aclarar algunos procesos históricos que inci­den en las realidades actuales,, con miras a delinear una estra­tegia que pueda ser útil para asegurar el advenimiento de aque­lla sociedad superior a que todos aspiramos.

Admito, pues, que tengo el sesgo de lo que Lester W'ard lla­maría la “ télesis social” , o sea, el reconocimiento de la finalidad\ en los hechos sociales. Al admitirlo, reconozco también dos ele­mentos concomitantes r 1 ) que^eL conflietova implícito en todo esfuerzo estratégico de superación colectiva; y 2) que el modelo que emerge del análisis de los procesos históricds nacionales es el det~~drsvquUibrio social. El empleo de este modelo, junto ton e f enioaue dé l a télesis. lleva a la recomendación del métbdo nroyectivo. que han favorecida-en-sus tratados los sociólogos más tLenuinamente interesados en—situeieiaues de “progreso” y con­flicto. (Véase el Apéndice C.).

Por supuesto, el adoptar el modelo del desequilibrio no im­plica rechazar de plano el otro sesgo, el de los funcionalistas que quedan dentro del marco del equilibrio, porque éste puede ser útil en el análisis de aspectos o sectores relativamente estables de las sociedades humanas. En la práctica, como lo enseñan di­versos autores, resulta fructuoso combinar el estudio de lo está­tico con el análisis de lo dinámico, y en este libro se trata de se­guir aquellas pautas y señalar rutas para realizar esfuerzos si­milares posteriores. Se observan, de paso, aquellas incongruen­cias teóricas que ocurren cuando se trasladan literalmente los mismos conceptos de un marco a otro.

Al reconocer las dificultades técnicas de la tarea que me pro­puse, quiero anticipar, además, que la aplicación del método proyectivo dentro del marco del conflicto y del desequilibrio puede atraer las iras de aquellos grupos cuyos intereses se ven afectados por el estudio del cambio social. Esto es así porque quedan visibles los mecanismos que han venido usando, conscien­te o inconscientemente, para imponerse de manera autocràtica al resto de la sociedad.

La dominación de los grupos religiosos, políticos y economi- mos tradicionales se ha basado, en especial, en la ignorancia del

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Prólogo a la Primera Edición xxi

pueblo. Como ésta se eroda tarde o temprano por la investiga­ción sociológica seria, la sociología se mira por aquellos como “ ciencia subversiva” , tal como sucedió con la ciencia política en los días del período dictatorial de Bolívar, o con la ciencia eco­nómica durante la década de 1940.

Esta puede ser, en verdad, una prueba de fuego para las ciencias sociales en los países que surgen hoy: su efectividad como tales puede compulsarse en razón de su capacidad de en­tender lo que se quiere decir con el término “subversión” . Una sociología comprometida a través de sus practicantes en este sen­tido, puede ofrecer más aportes de entidad a la sociedad y a la ciencia que la sociología “aséptica” o la pseudociencia que se enseña en algunas universidades del país bajo la guisa de sociología. Esto debe ser así, porque la verdadera sociología (la científica) encara los problemas vitales de la colectividad y no los disfraza con esguinces de diferente índole. Cuando la so­ciología evita el compromiso que la lleva a los sitios de acción y pasión, temiendo los ataques que le puedan dirigir algunos grupos interesados, no logra tampoco llegar al corazón de la explicación de los cambios históricos, y se frustra allí mismo su razón de ser como ciencia positiva y como factor real del pro­greso de los pueblos.

No sobra recalcar, finalmente, que otro propósito de este en­sayo histórico-social ha sido entender mejor la naturaleza de la transformación que se desarrolla hoy en Colombia y, por posible analogía, en otros países del “ tercer mundo” . Aunque esta tarea se realiza aquí dentro de un marco relativamente diferente, no

j se innova conceptualmente porque sí, ni mucho menos se preten- j de ofrecer ninguna teoría del cambio social. Se espera que el i libro sea leído y considerado como un todo, pues se ha integra­

do conceptualmente de manera sistemática, y sería una falta ética citar sus partes o comentarlas fuera de contexto. Es posible que

i del empleo experimental del marco ofrecido en este libro puedan derivarse algunas hipótesis de interés, que animen a los estu­diosos a investigarlas más profundamente. Ello sería provecho­

so, ya que serviría, entre otras cosas, para descartar lo que deba ser olvidado de este empeño.

Siendo que la América Latina parece acercarse al momento histórico de su afirmación universal, no podemos menos que pres­tar ordenada atención a las características de la situación actual. En Colombia se hace necesario proyectar las alternativas que fa­ciliten la solución de los problemas inherentes a esta situación. Porque todavía está incompleta la tarea de ganar las metas va­loradas que tanto algunos dirigentes como el pueblo mismo han

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xxii Subversión y Cambio Social

planteado desde 1925. Son metas que han vuelto a reiterarse i dramáticamente en nuestros días, para modificar fundamental­mente un orden social que sigue siendo injusto. Este es el esfuer­zo que debe ir determinando el otro impulso creador trascendente, aquél que llevaría hacia la transfiguración de Colombia.

Escribir un libro no es un simple acto de voluntad. El que hoy sale a la luz pública es el resultado de un proceso de mu­chos años de investigación sociológica e histórica, combinada con aplicaciones prácticas en situaciones reales de cambio social. Co­mo es de suponer, el pensamiento aquí contenido no proviene de una sola fuente o escuela, ni está condicionado por una sola serie de contactos. Refleja el estímulo que el autor ha recibido de aquellas experiencias y del contacto personal y discusión con co- - legas colombianos y de otras partes del mundo. A ellos quisiera destacar particularmente para testimoniarles mi reconocimiento personal, sin que ello implique que sean responsables de lo con­signado en este libro.

En primer lugar, debo mencionar a los compañeros de lucha universitaria y del esfuerzo de creación académica y científica que culminó en la antigua Facultad de Sociología, hoy Departamen­to de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacio­nal de Colombia. Descuella en este grupo el padre Camilo Torres Restrepo, símbolo de nuestra “ generación de la Violencia” , cuya visión ideológica y consistencia de carácter se están perfilando con claridad. El fútil silencio que se ha decretado en el país so­bre su vida y su obra en favor de la causa de la renovación nacio­nal, queda compensado con creces, no solo por la lealtad de los diversos grupos nacionales que mantienen viva su memoria, sino por la resonancia internacional que el padre Torres ha ganado desde su muerte en febrero de 1966. Sus principios, y el relato de su vida, aparecen con comentarios en publicaciones de todo el mundo, y se incluyen en agendas de reuniones eclesiásticas y seglares. Son actos de justicia que seguirán multiplicándose a medida que pase el tiempo.

La influencia intelectual y personal del Padre Torres ha sido y seguirá siendo importante. Fue el tipo del subversor moral, de los que abren trocha nueva. Por eso, el dedicarle este libro es no solo un acto de amistad, sino uno de justo reconocimiento a su contribución para entender el sentido de la época en que nos ha tocado vivir.

Otros colegas de la Facultad, colombianos y extranjeros, me brindaron esencial ayuda en la confección de este libro, espe­cialmente con sus críticas al primer borrador o a través de co-

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Prólogo a la Primera Edición xxiii

mentados en diversas ocasiones. Son ellos: María Cristina Sa- lazar, Gerardo Molina, Jorge Graoiarena, Darío Mesa, EduardjlL Umaña Luna, Carlos Castillo, Cecilia Muñoz de Castillo, Ro­drigo Parra, Federico Nebbia, Guillermo Briones, Tomás Ducay, Luis Ratinoff, Humberto Rojas, Alvaro Camacho, Magdalena León Gómez y Fernando Uricoechea.

En igual sentido debo expresarme sobre los profesores T. Lynn Smith (Universidad de Florida), losé A. Silva Michele- na (U. Central de Venezuela), Frank Bonilla (M.I.T.), Celso Furtado (U. de París), Bryce Ryan (U. de Miami), Wilbert E. Moore (Russel Sage Foundation), Charles Wagley, Lewis Hanke y Amitai Etzioni (U. de Columbia), Arthur Vidich (New School for Social Research), Kalman Silvert (Dartmouth College), A. Eugene Havens (U. de IFisconsin), Florestan Fernándes (U. de Sao Paulo), Luis A. Costa Pinto (United Nations Institute for Training and Research), Andrew Pearse (Instituto de Capa­citación e Investigación en Reforma Agraria), José Matos Mar (U. de San Marcos) y Pablo González Casanova (U. Autónoma de México) ; así como también agradezco los comentarios re­cibidos de los reverendos Gonzalo Castillo C., Juan A. Mackay y François Houtart.

No menor ha sido la influencia crítica de mis alumnos de la Universidad Nacional de Colombia y de las Universidades de Wis- consin y Columbia durante el año de 1966, a quienes presenté el marco diseñado para este libro. Grande fue también el estímulo que recibí durante mi visita a Cambridge en enero de 1967, cuan­do después de mi exposición sobre el concepto revaluado de sub­versión, hicieron comentarios muy útiles los profesores Gino Ger- mani y Albert O. Hirschman (U. de Harvard), Everett E. Hagen (M.I.T.) y Glaucio A. Dillon Soares (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) entre otros.

Entre los compañeros de lides intelectuales cuyas obras he utilizado en más de una ocasión en este libro, se destaca el doctor Otto Morales Benítez. Sus estudios sobre la colonización de la región quindiana, sobre los caudillos y otros temas de inte­rés colombianista, aparte de la devoción de su autor a la defen­sa del hombre y de los recursos naturales del país, serán tareas que apreciaremos los colombianos cada vez más.

Al Land Tenure Center y al Departamento de Sociología Ru­ral de la Universidad de Wisconsín, al Instituto de Estudios La­tinoamericanos y al Departamento de Sociología de la Universi­dad de Columbia debo el importante apoyo institucional que hizo posible que terminase este libro durante el año de 1966.

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xxiv Subversion y Cambio Social

A sus directores: Peter Dorner, Douglas C. Marshall, Charles Wagley y Herbert H. Hyman, respectivamente, van mis cordiales agradecimientos.

A mis familiares y amigos personales que me animaron en la tarea, no menos que al dedicado personal de secretaría que con paciencia elaboró el texto para la imprenta, les rindo tam­bién mis más sinceros reconocimientos. Ahora, al terminar esta etapa, la ayuda de todos no será menos esencial, porque se ini­cia otra durante la cual será indispensable contar también con su apoyo y amistad.

Orlando F als B orda

Bogotá, febrero de 1967.

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La Subversión y la Historia*

El mundo de las palabras encierra cosas insospechadas, a ve­ces tan sutiles, que su verdadero sentido no se revela sino a es­critores geniales o a aquellos devotos de la lingüística que hacen de esa fascinante búsqueda la razón de ser de su existencia. Al acceso del lego queda un universo simplificado de palabras en que los objetos se interpretan según pautas transmitidas de padres a hijos, por la tradición. Muchas veces los términos se­ñalan contrastes profundos —lo negro, lo blanco— , y como la tradición es fuerte, esos contrastes primarios se trasladan al campo de la moral. Aparecen entonces vocablos que tienen que ver con “lo bueno” y lo “malo” , “ lo apropiado” y “ lo condena­ble” , a través de los cuales se enseña desde pequeño a compor­tarse en sociedad. r

Pero generalmente no se entrena para buscar otros tonos y di­mensiones que la vida real pudiera ir produciendo. Esto es na­tural, por el proceso simplista de la enseñanza del niño. Lentá^ mente, ya en la adolescencia, empieza a dibujarse ese indefi­nido universo de lo ambiguo y de lo inclasificable. Al entrar a ese mundo inasible, se descubre, perplejo, que el contacto con la realidad puede volver tornasol el colorido simple de los con­ceptos y de las ideas de las cosas que transmiten las palabras, dejando muchas veces sin sentido los vocablos aprendidos.

Al perder el fondo tradicional, el lenguaje se vuelve entonces confuso, en tal forma que una palabra dicha por una persona puede no entenderse en el mismo sentido por otra, aunque posea una cultura semejante. Cuando esto ocurre —cuando en la co­munidad empiezan a hablarse lenguajes diferentes aunque el idioma sea el mismo—, apárece el cisma ideológico que distin­* Los títulos de las obras citadas y otra información bibliográfica, se

encuentran al final del libro. En el texto solo se citan el año de im­presión y las páginas pertinentes, además del apellido del autor. La primera parte de este capítulo se transcribe de otras obras del autor no publicadas en Colombia.

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gue a una profunda transición social: los gobernantes se aislan en aquella fraseología vacua de todos conocida; los pobres mur­muran de su “lucha” y su “necesidad" en un contexto difícilmen­te aprehensible a los intelectuales; los jóvenes adoptan una je ­rigonza propia que abre aún más la brecha entre las genera­ciones; los sacerdotes gesticulan en el pulpito sin llegar a la mente de los feligreses; muchos profesores no logran hacer des­pertar el talento de sus estudiantes, cuyo universo real se sitúa más allá de la imaginación de los preceptores rutinarios. Y así en otras expresiones comunes de la vida en síJffiedad.

La Torre de Babel de ideas que es síntoma de la transición so­cial profunda lleva muchas veces a hacer revaluaciones de aque­llo aprendido en la niñez, es decir, de las creencias relacionadas con asuntos fundamentales y con la orientación personal. El im­pacto del cisma, el descubrimiento de la ambigüedad, la apari­ción de la perplejidad, van llevando a una redefinición de la vida. Es como si se volviera a nacer, y se sintieran de nuevo las tensiones de crecimiento. Pero esta vez se puede tomar una di­rección distinta, adquiriendo el hombre dimensiones que quizás no plazcan a sus mayores y que a la vista de éstos pudieran pa­recer deformaciones. Pero hé ahí la esencia del asunto: en ese momento, lo que es monstruoso, inmoral, malo o negro para aquellos dejados atrás inmersos en la tradición, podrá ser m o­ral, conveniente, o blanco para aquellos otros que añadieron nuevas dimensiones a la vida y enriquecieron el vocabulario vital.

Son muchas las palabras que tienen ese tinte tornasol y que cambian de color según el ángulo del que se miren, especial­mente cuando se ven a la luz de las cambiantes circunstancias históricas: violencia, justicia, libertad, utilidad pública, revolu­ción, herejía, subversión. Puede verse que son conceptos arrai­gados en emociones, que hieren creencias y actitudes y que in­ducen a tomar un bando definido. Por eso son valores sociales; pero pueden ser también “antivalores” , según pl Jarin qTip so fá - vorezcs^ durante el cisma de la transición. Cada uno de esos con­ceptos lleva en sí la posibilidad cíe su contradicción: no se jus­tifican sino- en un determinado contexto social. Bien pueden en­tenderse según la tradición; pero también pueden concebirse y justificarse con referencia a hitos colocados hacia el futuro, que impliquen un derrotero totalmente distinto a aquel anticipado por la tradiciónj

Esta es la posibilidad relativa, contradictoria, flexible, futu­rista, que no se enseña en la niñez cuando las cosas son más bien blancas o negras. Quizá el entrenamiento en la contradicción

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desde niño ^ea insufrible y no produzca sino esquizofrénicos o locos. Peroí ocurre que la ^es'adaptación surge en la sociedad, ((Hiérase o Mío, cuando ésta se halla inmersa en momentos de <,onflictQ_y^ensióii_eonio lo s ,actuales. Evidentemente, no se en- I retía para anticipar estas tensiones ni para vivir en mundos tan conflictivos. Si así fuera, sería fácil entender la naturaleza real de la "subversión” que corre hoy por campos y ciudades, en universidades y entre intelectuales, en las clases altas y en las bajas, y de cuyas consecuencias se lee a diario en los periódicos de todo el mundo-7► I’cro la .palabra' “subversión” es una de aquellas que no se en­tienden sino para Teferirsff^ar artos que van en contra de la so­ciedad, y por lo tanto designa algo inmoral. Sin embargo, llega el momento de preguntarse: ¿Cuál es la realidad en que se mue­ve' y justifica la llamada “subversión” ? ¿Qué nos enseña sobre este particular la evidencia histórica? ¿Qué nos dicen los hechos actuales sobre los denominados “subversores” y otros “ antiso­ciales” y “enemigos de la sociedad” ? /

►Una vez que se estudian las evidencias y se analizan los he­chos, aparece aquella dimensión de la subversión que ignoran los mayores y los maestros, que omiten los diccionarios de la lengua, y que hace enmudecer a los gobernantes: se descubre asi cómo muchos subversores no pretenden “destruir la sociedad” porque sí, como un acto ciego y soberbio, sino más bien recons­truirla según novedosas ideas y siguiendo determinados ideales,o “utopías!!^_jq4¿g--no_a.CQg£_ l a _ t r a d i c i ó n . Como lo observaba Ca­ín us 13951, pp. 25-36), el _rebelde es un hombre que dice “no” , pero_qne nr> renuncia a su mundo y le dice “SÍ” , por cuanto en (“t to v a el sentido de la “/Conciencia de su lucha.) Esta falta de congruencia consciente con la tradición puede ser muy positiva, y hasta constructiva. ¿No ocurre a veces que la falta de moral y el sentido encubierto de la destrucción se hallan precisamente en la tradición?/

Como en épocas pasadas, cuando hubo similares cismas ideo­lógicos, este esfuerzo de reconstruir a fóndo la sociedad es pe­noso, contradictorio, violento y revolucionario; asimismo va con­torneando y forjando en su yunque al nuevo pueblo y al nuevo hombre. Este, en el fondo será un rebelde, y sus actitudes gira­rán en tomo a la rebeldía. El acto de la re-vuelta, con el m o­vimiento contrario que implica la palabra, hace al hombre an­dar por nuevos senderos que antes no había vislumbrado, le hace pensar y le hace dudar, adquiriendo, quizás por primera vez, la conciencia de su condición vital. Esta conciencia es subversiva.

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Además, como la rebelión implica esta conciencia, y aquella en sí misma es constructiva,» ! snhversor rebelde adquiere una ac- ttitui.positiva, h a c ia ja sociedad: no puede dejarse llevar pjir..elresentimiento. —en el sentido de Se hele r— que es una intoxica­ción de uno tnismo y que no proyecta una imagen futurista. Le­jos de consumirse como un resentido, el subversor se sacrifica por el grupo v se torna en un gran altruista. Por "esoTal fin de duentas, la-conciencia del subversor rebelde es una conciencia de la nalactüddad que despierta, y que lleva a todos auffiST Inusi­tada aventura pastenr.iaL/

-Con el correr del tiempo y el descubrimiento de las nuevas perspectivas sociales, los llamados “subversores” pueden llegar

, a ser na^innaiAc . n... mártires v santos seculares. Por esoluego se canonizan o veneran. Recuérdese no más .al monje Sa-

. vonarota, tan subversivo y herético en sus días, que hubo de ser quemado vivo. Hoy es respetado y va en camino a los altares. Recuérdese a los otros rebeldes de la historia —Jan Hus, Lutero, Espartaco, Moisés, para hablar de los más antiguos— a quienes

i hoy se adscriben funciones positivas de regeneración o renova- í ción social. Reléase la historia de las naciones y véanse los ca ­

sos concretos de la llamada “subversión” que en los_j»QBae«tos de su aparición no fueran árdu-ament^ criticados, acerbamente incomprendidos, mil veces cruentamente sofocados por persone- ros de la tradición cuya estatura moral no alcanzaba ni al tobillo de los revoltosos, y cuya causa de defensa del orden no podía ser justa »T¡n estos rastn los nt ¡sociales .jux.-DadxÍa,n_-S.er-.l(>S-£»h- versorsa, sino aquellos que dcTendieron-^! -orden-injusto, creyen­do que era justo sólo porque era tradicional^^3in ir tan lejos, puede ilustrar esta tesis lo ocurrido a los jó ­

venes del Nuevo Reino de Granada que se atrevieron a traducir “Los derechos del hombre y del ciudadano” en Santa Fe de Bo­gotá, y a pensar distinto en 1794: se les expulsó de las univer­sidades y seminarios, se les encarceló, se les desterró. El chan­tre de la Iglesia neogranadina de aquellos días de cisma les llamó “ociosos, libertinos, y dedicados a la moderna por sus perversas máximas, inclinados y propensos a la subversión” (véa­se el capítulo 5). Y luego se registra, para vergüenza de la Igle­sia y del chantre mismo, que aquellos jóvenes “libertinos y sub­versivos” eran ,en.x.ea!idad los campeones de una nueva libertad-! Pero esto 'ño se aceptó de veras sino en 1819, cuando el movi­miento de independencia se había fertilizado con la sangre y v i­gorizado con la persecución de aquellos llamados “subversores” de unos años atrás. De seguro este, conflicto se ha venido repi­tiendo periódicamente, cada vez que aparecen rebeldes verdade-

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ramente ju ativados hacia la transformación social y que poseen una nueva visión de las cosas. Asi irrumpen en la historia aque­ja s personas que ponen en duda, con razón y justicia, la he­rencia del ancestro y el acervo tradicional.' j

El período que se vive hoy en muchas partes del mundo es un momento histórico subversivo en el mismo sentido futurista, constructivo y positivo que tenían los fundadores de las repú­blicas americanas en el siglo XVIII. Muchos lo han sostenido y documentado ya: vivimos el momento crucial de una subversión histórica en que se sientan las bases de una nueva sociedad.r Volvamos, pues, a preguntarnos: ¿Qué hay detrás de la palar bra “subversión” ? Quizás pueda verse ahora que esta palabra (¡ene una significación infundida por la realidad social y la re­latividad histórica. No es un- concepto blanco, ni tampoco es ne­gro. Surge del proceso" de la vida colectiva como un hecho qye no puede negarse y al que es mucho mejor mirar de frente para entenderlo en lo que realmente es. No es moral ni inmoral, por­que su naturaleza no proviene sólo 'de la dinámica histórica del pasado, sino_.de-. la _provección utópica que tienp la acción sub­versiva hatia~el-fut.uro.rf

Esta posibilidad de la función positiva de la subversión ( pro­blema epistemológico en el fondo) se olvida periódicamente por los pensadores ortodoxos que tienden a saturarse de la tradición. El análisis de las experiencias latinoamericanas (y de otras par­les) prueba que inuchas transformaciones significativas y pro­fundas de la sociedad han sido posibles por efecto de la acción subversiva y el pensamiento rebelde. Esto en sí no es nuevo. Pero al llevar la tesis al período actual, para poder entender es­tos momentos cruciales de la colectividad, es necesario darle al concepto de subversión aquella dimensión sociológica que per­mita una explicación menos deformada e interesada, y menos nebulosa, que la ofrecida por publicaciones periodísticas y la influyente literatura “macartista” . Esta explicación sociológica uo puede ser otra que la basada en la comprensión de hechos sociales, como las ideologías, las motivaciones, las actitudes, las metas y la organización de los ¿subversores mismos. Por supuesto, estos hechos van cambiando con los tiempos, porque las causas por las cuales se Jgfegja se van modificando. Pero la explicación ■;()(' i o 1 ó g i c ít^^'igT^Trecer respuestas y "evidencias que en otra luíma serían imposibles de alcanzar en este campo.

Muchos de estos hechos sociales que causan la subversión, o que la conforman escandalizarán a aquellos miembros del “üis- leina” tradicional que se benefician económica y políticamente

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de las incongruencias y las inconsistencias del orden social exis­tente, y que son expuestas al sol por los subversores. La apro­bación de los grupos privilegiados no puede esperarse cuando los cambios propuestos son tan profundos que echan por tierra sus intereses creados. En todo caso, para comenzar a entender este asunto, tómense como punto de partida las motivaciones y pretensiones de los rebeldes. »Cuando la rebeldía nace del es­pectáculo de una condición propia, injusta e incomprensible, o cuando surge de observar en otros los efectos degradantes de la opresión, o cuando a través de la rebelión se busca la solidari­dad humana como defensa de una dignidad común a todos los hombres, así, con todo esto, el ser subversor no puede convertirse sino en algo positivo para la sociedad. Así tendría que registrar­lo la sociología actual.

Aunque este tema es tan antiguo como las civilizaciones his­tóricas, fa relación entre el orden y la violencia ha encontrado su más conocido expositor en Thoma^ Hobbes. A través de las páginas de su Leviatcrn (1651) se presentan con dramática fuer­za los polos opuestos del violento y primario “estado natural” y del coercitivo y ordenado “estado social” , con el fin de explicar el propósito de la vida en comunidad. La comunidad se ha or­ganizado para controlar la violencia que dominaría a los hom­bres por la escasez de recursos de que disponen para subsistir. Pero la conquista de la violencia no implica que se hubiera va­cunado a la sociedad contra ella. En efecto, el orden que emerge por la coerción social lleva en sí mismo los ingredientes sufi­cientes para hacerlo problemático: es un orden basado en ten­siones e incongruencias que se mantienen vivas, aunque puedan quedar mvisibtes-:— "

Es lógico esperar que un orden social tan precario sufra cam­bios de significación, y la historia universal así lo demuestra. Ilustres estudiosos desde Heráclito hasta ToyriliSfi han escrito sobre el devenir y el fluir, la tesis, antítesis y síntesis, el Yin y el Yang, la Luz y las Tinieblas, el mundo terreno y la Nueva Je- rusalén. Las sociedades humanas experimentan ritmos que van de una relativa estabilidad a un período de intensa mutación, para llegar a otra etapa de relativa estabilidad>Los altibajos principales aparecen como oleadas que surgen de empeños co­lectivos para transformar la sociedad, de acuerdo con determi­nadas pautas políticas y religiosas, o simplemente idealistas.

Para entender la historia colombiana en sus grandes ritmos y desde el punto de vista sociológico, resulta importante anali­zar los empeños colectivos que periódicamente han surgido para transformar la sociedad local. Tales esfuerzos son movimientos

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sociales, y como tales poseen una dinámica propia con mecanis-* mus adecuados para llegar a las metas que se proponen. A través <lo éstas se define, obviamente, el propósito de la sociedad?' Por eso, en el fondo, los movimientos sociales son luchas que podrían considerarse como “teleológicas”, para usar el término talos (pro­pósito, finalidad) que presentara el sociólogo Lester Vv ird a fi-

Ínrs del siglo pasado/Estas luchas se expresan en elementos so- i'i.'ilcs, como son los grupos enfrentados, las ideas que discuten y las técnicas que emplean.

Cuando se analiza la historia en esta forma, se logra descubrir situaciones subversivas que se ocultan en los textos más cono- eidos. Además, se puede pensar en “anticipar la historia” , pro­yectando ha.cia el futuro los fenómenos estudiados. Porque todas estas cosas llevarían en sí mismas el propósito de la sociedad, sin el cual, s i, segum Qs_^l í obbeSr aa soriji j o s i bl e la organiza­ción social (Cf. Hegel, 1896).

Fines e Ideales.

Distintos de los) procesos del mundo orgánico (plantas y ani­males), los del superorgánico (el hombre, la sociedad) llevan en sí mismos una finalidad fundamental. Esta es tesis clásica de la sociología desde los días de Comte, Spencer y Ward. Comte, como se sabe, acepta la idea del “ desarrollo” como propia de la so­ciedad, para llevar al hombre, a través de sucesivas etapas, ha­cia la sociedad positivista (1851-^1854). Spencer establece una “ ley del progreso” que conduce a metas de libertad, seguridad y riqueza por medio de sucesivas diferenciaciones en los grupos (1857). Ward menciona una “ley de agregación” para explicar el tránsito del universo a una sociogenia, en la que esta última etapa debería permitirle al hombre controlar la sociedad para alcanzar el sumo bien y la felicidad (1883).

Despojadas del misticismo que impidió la seria consideración de estas teorías, bien puede verse su básico acierto, a través de los procesos históricos. En efecto, en cada uno de los grandes ritmos —o empeños colectivos periódicos— que se han estudiado en Colombia, se destacan las metas hacia las cuales se han m o­vido las sociedades: en buena parte han sido “utopías” , es decir, estimulantes ideas que aguijonean la acción para llegar a una “tierra prometida” . Pero desgraciadamente estas ideas al fin se condicionan por la realidad ambiente, dejando sólo residuos en la historia con huellas de las tensiones producidas.

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Subversión y Cambio Social

Para el análisis sociológico de la historia colombiana, el con­cepto da utopía puede ser útil. Las ideas utópicas se encuentran al comienzo de cada uno de los grandes períodos de transición subversiva examinados aquí. Se observa que una vez presentada y condicionada una utopía y resuelto el conflicto subsiguiente, aparece un nuevo orden social relativamente estable, aunque con otras tensiones e incongruencias. Por esta razón, para fines del presente libro se ha buscado sustentación teórica en dos obras aparentemente contradictorias, pero que llegan a comple­mentarse en el plano de la sociología del conocimiento y en la interpretación proyectiva de la historia: Ideología y Utopia», de Karl Mannheim (1941) y Die Revolution, del anarquista alemán Gustav Landauer (1919).

Mannheim conciba la utopía como un complejo- de ideas i que tienden a determinar actividadés cuyo objeto “ e^ ' módíflcar el orden social vigente; s;on “orientaciones que trascienden la rea­lidad cuando, al pasar al plano de la práctica, tienden a des­truir. .. el orden de cosas existente en una determinada época” (1941, p. 169. Como tal, se opone a la “ideología” , que' es el com­plejo de ideas que buscan el mantenimiento del orden establecidoo el de una particular situación social. Por lo mismo, la utopía (que significa “sin lugar” ) es irrealizable, lo cual lleva a Man­nheim a postular la existencia de utopías absolutas y relativas. Las relativas son las que se alcanzan parcialmente, con su por­ción da ideología. Hay por lo mismo cierto proceso de pérdida —que llamaremos “decantación”— en la transición que va de una utopía a su realización. Puede verse que ninguna se puede alcanzar de lleno, antes bien la realización de la utopía deja al descubierto las inconsistencias, contradicciones e “hipocresías” de las sociedades humanas.

La naturaleza misma del orden social vigente es objeto de la observación crítica de Landauer. AI orden social lo llama die Topie o “topía” y le concede características de estabilidad y autoridad derivadas de las instituciones tradicionales, por un período determinado de tiempo (1919, p. 12). La relativa esta-* bilidad de la topía va cambiando gradualmente, hasta que lle­ga a un punto de equilibrio inestable: allí surge la utopía para llevar a formas de acción colectiva y de exaltación popular. No obstante, este paso no realiza la utopía, sino que conduce a una nueva topía, debido al proceso interno de contradicción, implíci- ¡ to en toda sociedad humana; y así se escalonan los pasos su­cesivamente. Ahora bien, aparece un período histórico durante; el cual la antigua topía no existe más, ni tampoco se ha alean-

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zado la nueva. Este período conflictivo e indeciso se denomina "revolución” y lleva de la relativa estabilidad de la primera to- pia a la relativa estabilidad de la segunda.

Tanto Mannheim como Landauer están de acuerdo, por lo tan­to, en que las utopías sólo se ganan parcialmente, dejando re­siduos en los ordenes sociales o produciendo utopías relativas. Esto implica no sólo un proceso evolutivo, sino también uno dialéctico, pues el orden vigente permite que surjan “ ideas y valores que contienen. . . las tendencias irrealizadas que repre­sentan las necesidades de cada época. . . capaces de destruir el orden vigente” (Mannheim, 1941, p. 175).

Sin embargo, aunque postularon el papel de una minoría sub­versiva que introduce y lucha por la utopía, ninguno de estos dos pensadores se detuvo lo suficiente como para indicar qué otros elementos sociales forman parte del período “revoluciona­rio” , esto es, los elementos del proceso de decantación de la uto­pía absoluta. Este es un vacío que bien merece ser llenado. Por­que, precisamente, Colombia se encuentra en uno de esos pe­ríodos de transición entre órdenes sociales, cuando se quiere descartar una topía de muchos años, para buscar una nueva y reconstruir la sociedad.

Resultó infructuosa la búsqueda, de un planteamiento espe­cífico de esta clase. Los pensadores dan el salto de una etapa de desarrollo histórico a otra, señalando que existe el período agudo de transición a que se ha hecho referencia, pero sin dar indica­ciones sistemáticas sobre la naturaleza misma de este. Los prin­cipales autores describen aspectos generales o parciales del fe ­nómeno. Así por ejemplo, Marx en sus estudios de la revolución en Francia (1928, trad. inglesa de C. P. Dutt), y Engels en los de Alemania y Austria (1933, ed. inglesa de la M arxist L ibrary ), <'stab_j_ecpn la relaciñn_entre jdgolopías y grupos económicos en la “ promoción y frustración de movimientos Sociales. Ogbum describe las situaciones de retrajo cultural que existen entre los componentes materiales y no materiales de un orden social (1922; od. rev. 1950). Toynbee subraya*el papel del cisma en el cuerpo social, el de las minorías creadoras y dominantes y el del pro­letariado interno, es decir, muestra la importancia de la orga­nización social en el proceso de formación y decadencia de las civilizaciones (1947). Sorokin destaca la importancia de los va- lw.es y de las ideas en el cambio social, para llevar a una socie­dad de un tipo de cultura “ ideacional” a otra “ idealista” o “sen­sorial” (1957). Seguramente, con base en estos autores se puede derivar un marco sociológico que permita ordenar y sistematizar las observaciones sobre los hechos mismos de la transición. Aná-

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logos resultados pueden obtenerse de la lectura de los modernos continuadores de la sociología del conflicto: Simmel (1908; ed. 1955), Coser (1956; ed. 1961), Muncb (1956) y Dahrendorf (1958, 1959). — * -----------

Lo que se necesita, en últimas, para entender los ritmos socio- históricos colombianos, es un concepto maestro semejante al de "revolución” de Landauer, que describa y analice satisfactoria­mente la condición o situación de la transición especifica, es decir, la conformación de] orden cambiante durante el período crítico, y no solo los procesos del cambio definidos corrientemen­te, o sus resultados (diferenciación, revolución, conflicto, asi­milación, aculturación, acumulación adopción, etc.) Se necesita un “modelo” o una abstracción mental que abra la posibilidad del analisis de los componentes del orden social vistos en una etapa muy dinámica y contradictoria, y que también logre sis­tematizar las observaciones adecuadamente. En cierta forma, habría de obtenerse una “ instantánea” del proceso de transición, en el sentido de Bergson (1930, p, 327), no solo para determinar sus elementos y factores estáticos (también llamados sincróni­cos), sino para facilitar la aprehensión dinámica del fenómeno, y para establecer sus relaciones de causa y efecto en el tiempo. Este intento de armonizar lo estructural con lo dinámico con fines de entender una situación de cambio, podría ayudar a analizar el temple subversivo de la sociedad que se tiene hoy entre manos en Colombia, y que tiende a eludirse cuando va sometida al rigor científico.

Si se toma, pues, el periodo crítico de la transición y se con­cibe como expresión temporal de una entidad en sí misma, po­drían aislarse los elementos sociales que llevan de un orden so­cial a otro. Es importante reconocer las posibilidades que ofre­ce el concebir esta entidad superorgánica como un tipo de so­ciedad transicional, con su propia forma de integración distinta de la sociedad relativamente estable de la que surge en un m o­mento dado. La tipología de esta clase no ha dejado de hacer incursiones en la literatura sociológica; pero no lleva muy lejos, aparte de demostrar lo esperado, es decir, que las sociedades que cambian rápidamente muestran contrastes internos agudos (véase el Apéndice A).

En cambio, el estudio de la dirección de la transformación (que es otra forma de plantear el telos) puede ayudar a entender el problema de la transición entre órdenes sociales.

Los sociólogos atrás mencionados están de acuerdo en soste­ner que el cambio social eri momentos de desarrollo intenso im­plica una dirección y que tiene un propósito colectivo expreso. Las metas resultantes son las que determinan la dirección del

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proceso. Por eso es un factor valorativo el que en últimas hace mover a una sociedad en determinado sentido, para dejar su marca en la historia. Estos valores quedan sujetos al acondi­cionamiento producido por elementos tecnológicos, económicos y demográficos.

La explicación de esta clase (teleológica,) que ha tenido tan distinguidos propulsores en la sociología, es pertinente. Ella lleva nuevamente a las tesis iniciales sobre topía y utopia, por- <iue no puede haber utopías ni movimientos sociales sin metas.Y en’ realidad, bien se ve para el caso de COlumbláTTjTIe'Tia ha­bido por lo menos tres ocasiones en que aparecen utopías rela­tivas que van produciento transiciones agudas: 1) la transición misional, que impulsó a los conquistadores y los padres doctri­neros a modificar la forma de vida americana, y a construir con ella una nueva sociedad mediante la alianza de la__cruz con la espada: 2) la transición liberal-democrática, que en parte era una reacción contra la topía anterior, contra las “cometas y cam­panas” (Sarmiento, 1883), y que hizo descartar parcialmente, por primera vez, la herencia colonial; y 3) la transición socialista, cuya ideología surge en Colombia hacia 1925, en respuesta a los mpdernos movimientos de redención del proletariado, por el des­cubrimiento de los mecanismos dé control de los medios de pro­ducción.

Como veremos, las tres utopías que aparecen en estos períodos se decantaron al cabo de un tiempo, dejando tras de sí residuos en forma de órdenes sociales condicionados por las metas o pro­pósitos colectivos que se perseguían. Un cuarto período de tran­sición parece delinearse en nuestros días, al combinarse las con­diciones sociales y económicas del momento con una reiteración más auténticamente americana de la utopía socialista. Así en el pasado como en el presente, en todos estos períodos se destaca plenamente el propósito social; y el esfuerzo de llenar ciertos modelos o de alcanzar determinadas metas ha llevado o lleva a períodos de agudos conflictos sociales en que cumplen deter­minadas funciones las ideologías, los grupos, las instituciones y las técnicas.

Se ha postulado que estos períodos son expresiones tempora­les de un hecho social en sí mismo —la “revolución” de Lan- dauer— que hace las veces de puente entre las realidades que quedan como residuos de la utopia frustrada, y aquellos elemen­tos nuevos que se buscan en ofraT Vale décfr, entre el orden so­cial que se quiere superar, y el otro que aún no se alcanza. Esa es la entidad específica que recibe atención central en este libro y para cuyo estudio se propone concebirla sociológicamente. Es la condición social que se llama subversión.

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2 La Descomposición del Orden

Del análisis de la historia de Colombia se desprende que toda subversión, por el hecho de incidir, produce la descomposición del orden social en que se experimenta. Las contradicciones que genera la subversión llegan a ser de tal magnitud, que el orden social que emerge del proceso es distinto del de su iniciación. Para entender la trascendencia de este proceso y proseguir la discusión iniciada, es indispensable tener una idea muy clara ■sobre lo que es el or.ti.pn social. También resulta importante fijar anticipadamente el sentido de algunos conceptos que se em ­plean a todo lo largo del texto, como cambio, desarrollo y revo­lución, relacionándolos con la idea central de subversión. Y ade­más conviene sentar las réglas de procedimiento para el estudio de los períodos históricos que nos interesan.

La Idea del Orden Social.

Hay muchas maneras de concebir el orden social, de allí que reine confusión al respecto. Que tiene atributos de realidad, lo demuestra la persistencia con que aparece, así en obras del siglo pasado como de la actualidad, lo que indica que puede poseer utilidad como concepto para referirse a los modos de vida predominantes en una región y en un pueblo. Definido en los términos más generales, /un orflgn social ~1 pftp iunto di» for- mas de vida actuante que se manifiestan en una sociedad du- ralTtB íífT jpi'lüífo histórico* a través de mecanismos conformados l>or elementos gflcinrnlt^rales. Esta definición es demasiado am­plio "para que pueda ser útil en una investigación sociológica, y por eso se hace indispensable especificar cuáles son aquellos mecanismos cuyo intercambio permj.tr' advertir la existencia y sentir la ~ g ulsgiciones del orden social. Se encuentran expresio­nes concretas de estos mecanismos en complejos como la agri­cultura, en instituciones como la iglesia, o en grupos como la parentela. Una visión de conjunto de ellos podrá advertir cierta

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congruencia formal, de la que se deriva la sensación de entidad que tiene el orden social: así, las prácticas agrícolas, la insti­tución eclesiástica, y el grupo familiar pueden verse como he­chos sociales que se soportan mutuamente. Sin embargo, dentro de esta armonía formal se advierten contrapuntos inarmónicos e in­consistencias estructurales (Batesim^ 1958, pp. 171-197).

Para entender mejor estos mecanismos de congruencia formal e inconsistencia latente conviene agrupar los elementos afines en “componentes” operativos. Asi, el orden social puede con­cebirse como una entidad real, y definirse como aquel conjunto de componentes congruent.ps g inarmónicos que suministran a los habitantes de una determinada región una imagen social propia y del mundo, y un estilo ~proT>To de actuar, percibir y eva- luar. Tanto este estilo como aquella imagen deben registrarse com in a duración suficiente como para transmitirse de una ge­neración a otra' (cf. Mannheim, 1941, p. 170; Gellner, 1965, pp. 60-61). Los componentes del orden social son:

1. Los valores sociales;'2. Las normas sociales;3. La organización social; y4. Las técnicas.

No debe causar sorpresa que estos componentes resulten ser ¡los conceptos más básicos y antiguos de la sociología; en efecto, su importancia es tanta, que sin ellos no es posible articular la

j explicación sociológica. (Los lectores encontrarán las definicio­nes en el Apéndice B). A través de sus diferentes combinaciones, los sociólogos de ayer y de hoy pueden describir y codificar los

1 hechos principales de la vida en comunidad. Este amplio marco : se considera indispensable porque debe servir como punto de partida para desarrollos teóricos específicos y para las hipótesis de trabajo sobre el cambio social. En especial, este marco desta­ca la relatividad de los componentes del ordan social, porque estos debCTT CóñCSbirse y entenderse dentro de una determinada situación: en efecto, los valores, las nórmasela organización so­cial y las técnicas, como los elementos concretos que difieren de ellos o los contradicen, están histórica y sociológicamente deter­minados.

No obstante, hay cierta ventaja en ver estos componentes co­mo básicamente congruentes, no solo porque van juntos en la realidad, sino porque permiten ejecutar estudios de procesos con “ instantáneas” estructurales. Además, los componentes presen­tan una jerarquía según su importancia en la integración del

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La Descomposición y el Orden 15

orden social, y en especial los valores y las ideas dominantes tienden a tener efectos saturantes mediante su irradiación en los otros componentes (cf. Smelser, 1962, pp. 25-33) 1. Esto no quiere decir que los otros componentes no tengan efectos en el orden social, especialmente como causales del cambio. Particu­larmente se destaca el impacto que la acumulación autónoma en el componente tecnológico pueda tener en un momento dado, al estimular reacciones internas de origen demográfico o econó­mico. Sin embargo, estas reacciones en sí deben lograr el sopor­te de los valores y traducirse a instituciones para que su efecto tenga alguna permanencia.

Por estas razones, es conveniente evitar concepciones parcia­les del orden social, como la idea de “orden moral” (Cooley, 1902; Redfield, 1957), o la del “mito de autoridad” (Maclver, 1947, p. 42), o la de las “reglas de conducta” (Goodenough, 1963, p. 100), que cubren apenas los valores o las normas. Tampoco es satis­factorio decir que el orden social es un conjunto de sistemas con subsistemas relativamente autónomos, porque se duplica la definición corriente de sociedad como sistema social mayor, y se cae en defectos lógicos (Moore, 1963, p. 15).

Lct Subversión como Concepto Sociológico.

Hemos dicho que los planteamientos utópicos sobre nuevas metas sociales se decantan por la realidad ambiente, y se con-

1 Smelser plantea su "teoría del comportamiento colectivo" dentro del marco de la teoría de la acción social de manera paralela a como se realiza aquí. Sin embargo, reconoce que los "componentes de la acción social” constituyen una jerarquía según "su importancia en la inte­gración del orden social" (subrayado nuestro). Por otra parte, la teoría de la acción social lleva al uso del concepto de sistema social, que sigue Smelser y que se evita en este libro por los peligros mo­nistas y de circuito cerrado que ofrece, aparte de que se basa en unidades dudosas que dificultan la explicación proyectiva de las so­ciedades. Esto ha dado lugar a polémica y desorientación científica (cf. Moore, 1966; Cahnman y Boskoff, 1964, p. 10).

Por esta causa, aquí se ha preferido como marco teórico el con­cepto de orden social al de "estructura’’ o al de "sociedad” , porque estos dos tienen referentes específicos en la literatura sociológica mo­derna, tendiendo a emplearse en el contexto más reducido del sistema social. Igualmente, los conceptos afines a orden social, como "civiliza­ción” y "cultura”, también se han descartado, por denotar entidades aún más amplias que los órdenes como se conciben aquí. Así, sin salir del campo de la civilización o cultura occidental, se experimen­tan tres órdenes sociales en Colombia, desde la conquista española hasta hoy.

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16 Subversión y Cambio Social

vierten en utopías relativas con su porción de ideología. Esta utopía lleva a descubrir las incongruencias latentes en los com­ponentes que articulan el orden social. En estos casos, la utopía aparece como .un conjunto da ideas y de valores sociales que tienden a fijar la dirección que toma el cambio social. Así bus­ca expresión en las normas y apoyo en la organización social.

Pero también surgen otros fenómenos que inducen al cambio significativo en el orden social. Estos son los factores promovi­dos por diferencias sociales y regionales, por las vinculaciones económicas y políticas entre las naciones (sus relaciones de do­minación y dependencia) y por el intercambio interno entre los componentes de] orden social. Puede ocurrir, además, que la acumulación propia del complejo tecnológico produzca resulta­dos secundarios de consideración.

Estos condicionantes —aislados o en acumulación— tienen efecto sobre el orden social, tendiendo a descomponerlo en sus elementos internos al llegar a un punto crítico adecuado. Sería algo semejante a la refracción de la luz solar a través de un prisma. Ocurre aquí un fenómeno análogo de refracción, peculiar a la entidad superorgánica estudiada, que destaca y revela las con­tradicciones del orden social, hasta entonces latentes, inconscien­tes o encubiertas.

El impacto del conflicto desencadenado por las utopías tiene la virtud de iluminar las incongruencias en las formas actuales de vida. Por el proceso dialéctico inherente dicho impacto hace que una serie de valores, normas, instituciones y grupos, con los, elementos tecnológicos que le son coadyuvantes, mantengan su ritmo y dirección, polarizándose y coligándose alrededor de la condición natural de tradición.

Pero debido al desgaste interno o derrota del orden vigente, y por áquellas tendencias irrealizadas que representan las ne­cesidades y urgencias de la época, se refractan los elementos contrarios (hasta entonces latentes) que se manifiestan ya abier­tamente para retar a los elementos tradicionales. Estos contra- elementos, que son respuestas dialécticas a los componentes de la condición de tradición, son:

ÍJ. Los antivalores2 ' Las contranormas; *

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tl .i Descomposición y el Orden 17

.'l. La organización rebelde ("disórganos” ) y4. Las innovaciones técnicas >Kstos contra-elementos se integran y polarizan a su vez entre

• l, conformando la situación o condición competidora en el se­no de la misma sociedad, que se denomina subversión.

La subversión se define, por lo tanto, como aquella condición11 refleja las incongruencias internas de un orden social, des­cubiertas por miembros de éste en un período histórico determi­nado a la luz de nuevas metas valoradas que una sociedad quie- iv alcanzar s.

El período de una subversión corre desde la articulación de las Incongruencias del orden vigente luego del impacto utópico, hasta la emergencia del nuevo orden social, que reflejará, por lo menos parcialmente, las metas de los grupos antes considera­dos rebeldes.

El conflicto que aparece en condiciones de subversión, tiene no sólo variaciones regionales, sino también modalidades his­tóricas.

En ceneral, pueden distinguirse dos tipos de subversión del <>i den v i ) ) la producida por conquista militar-ideológica; y 2) la mlzal 0- nacional. Tanto en la una como en la otra se trata de imponer un cambio radical en las pautas de vida de un pueblo, lo cual se verifica dentro de un determinado período de tiempo y con similares mecanismos y factores. Estas proposiciones se elaboran en los capítulos siguientr-

1 Véanse las definiciones en el Apéndice B.Los elementos que se integran en la subversión son respuestas a

la condición contraria, y por eso se reúnen en cuatro categorías que replican las de la tradición. No se implica con ello que exista una realidad dual o dicotomía, que dé lugar a las conocidas tipologías polares. Es posible concebir, dentro del espacio de la refracción del orden social, diferentes grados de agudez en la subversión, y aún el caso de asimilación o captación de grupos por uno u otro lado, ¡iinstes ideológicos o fenómenos similares. Sin embargo, para fines de análisis del fenómeno de transformación social en Colombia, es­pecialmente hoy día, el prestar atención directa al extremo concreto de la subversión permite fijar, aislar y examinar los hechos sociales inás pertinentes. Futuras investigaciones podrían sondear el espacio <lc la refracción del orden que queda entre los dos extremos que se enfrentan claramente en una subversión.

t lia términos puramente políticos, y viendo los casos raizales, la subversión puede definirse también como un derecho natural de los pueblos a luchar por su libertad y autonomía.

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1 8 Subversión y Cambio Social

La subversión tiene una trascpnrienn'a : su aparición implica contradicciones de tal categoría, que causan la transformación profunda del orden social en que se experimentan, Por eso, la subversión no debe confundirse con cualquier aspecto del cam­bio social: es índice de inconsistencias y discordancias 'que van desde las agregaciones mayores de la sociedad hasta los grupos locales y en la propia personalidad.

Cuando la subversión se aproxima al clímax, crea organismos, técnicas y actitudes conducentes ak cambio que producen una aguda sensación de perplejidad, anomia o inseguridad en la conducta social. Esto se lleva a cabo a través de tres m ecanism os de com pu lsión : la hegemonía política (a través de conquista o rebelión), la habilidad directiva, y la difusión social con satu­ración de lo nuevo y dispersión de elementos rebeldes. (Estos conceptos se elaboran en el Capítulo 4). Estos mecanismos le van imponiendo dirección al cambio social, se manejan en tumo por los grupos tradicionalistas y por los subversores, que buscan im­poner sus respectivos puntos de vista y metas valoradas.

Naturalmente, una sensación de perplejidad brota de este en­frentamiento en los valores y en las normas. Esta indecisión pue­de durar mucho tiempo. Sin embargo, una situación perma­nente de indecisión no es posible, porque esa no es la meta que persiguen ni la subversión ni la tradición. El proceso lleva así a un anticlímax, sintomático de que los grupos van buscando el ave­nimiento. La habilidad con que lo hacen y la estrategia de cap­tación de oponentes que aplican en momentos cruciales, pueden ser factores suficientes para el éxito de sus respectivas ideolo­gías. Del vigor y la persistencia de los elementos subversores —o de sus contrarios— dependerá la duración del período agudo y el anticlímax del conflicto.

Se inicia finalmente un proceso maestro de aju ste entre la condición de tradición y la condición de subversión, que busca la estabilización relativa en un nuevo orden social. Para el efec­to Se aplican no sólo los mecanismos compulsores ya menciona­dos, que tratan de mantener la dirección del cahibio, sino tam­bién los factores estab ilizan tes que implantan las raíces para que crezca la futura tradición, y se asegure la supervivencia de los elementos transformados. Los factores estabilizantes que se estudian aquí son: la socialización del desarrollo, la legitima­ción de la coerción, la persistencia ideológica y el apoyo técnico (Véase el Capítulo 4). Estos factores toman en cuenta: 1) las incompatibilidades de los elementos en conflicto, para imponero buscar la sustitución, el compromiso, la tolerancia mutua o la acomodación; 2) las compatibilidades de los elementos, para

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I ii Descomposición y el Orden 19

producir la asimilación, la amalgama, la adición, y /o la acumu­lación; y 3) la capacidad de difusión, saturación y control da los nuevos elementos en los niveles básicos de Integración, como la comunidad y la familia.

Durante este período de ajuste—con la compulsión que le acom­paña— empieza a surgir la nueva topía. Con los elementos que de­ja la confrontación se forma el nuevo orden social. Este, con­vertido en otra tradición, llevará implícitos los residuos con­tradictorios para una eventual subversión. Y así se repite el pro­ceso (cf Hegel, 1896). (Véase la Gráfica N? 1 que muestra el impacto descomponedor del conflicto y la utopía con sus condi­cionantes, la refracción del orden y el ajuste-compulsión de la tradición y la subversión que lleva al nuevo orden social).

GRAFICA N‘ 1

Descomposición Dialéctica del Orden Social

Orden 1

t[ Condicionantes i

IUtopia

Valores Normas Instituciones Técnicas | TRADICION)

Topía

k Antivalores Gontranormas DisórganosInnovaciones técnicas [SUBVERSION]

Orden 2

No se implica con este esquema que haya una tendencia en l a historia de Colombia por la cual se repita un ciclo de cambio periódicamente en idénticas secuencias, y sin reversiones. Se establecen mecanismos y factores que son comunes a los cuatro casos estudiados, ya que los cuatro pertenecen a la misma ca­tegoría conceptual de “subversión” . Pero se determinan también l a s diferencias culturales de cada época, y el diverso papel que l a s Meas y las condiciones económicas y sociales juegan en las

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20 Subversión y Cambio Social

cadenas de causalidad de los cambios. Por Jo mismo, este es un esquema abierto.

Transición e Incongruencia.

No todas las pautas de la tradición se pierden en los períodos de la subversión. Por el contrario, aún con conquista militar, el' orden social tiende a ser muy durable, adquiriendo resistencia al camfeio y produciendo organismos qye se enfrentan a los que buscan o tratan de imponer el cambio. Pero este conflicto en sí mismo debilita el orden, llevándolo a las más graves incon­gruencias.

En efecto, durante estos períodos conflictivos, aumenta la sen­sación de que las normas aprendidas anteriormente no ofrecen una base firme de conducta, ni una referencia estable en casos de duda sobre cómo'actuar. La incongruencia aparece de mu­chas maneras que van desde quiebres en la cultura material hasta crisis en el recinto más sagrado de las convicciones per­sonales.

En consecuencia, la vida se torna paradQjieaT~-eontradictoria y llena de escollos para la explicación- racional. Aún así, los con­trastes que presenta tienen una atracción peculiar: el estímulo de lo inesperado o el acicate de lo arriesgado, dentro de p a u ­tas antiguas que van perdiendo su rancio sabor. Es una vida di­námica en que se mezcla lo antiguo, lo presente y hasta algo del futuro, en que toda norma parece tener, de manera casi igual­mente aceptada, su contranorma.

En lo que tiene que ver con el período de transición actual, solo es necesario echar una rápida mirada al contorno para des­cubrir que no todo está cortado ya por la tijera que fijó los lí­mites a la estable sociedad colonial. Han ocurrido tantos agrie­tamientos de instituciones aparentemente monolíticas y desli­zamientos y derrumbes dg, mitos personales y colectivos, que ta­les hechos no podían menos que dejar a flor de tierra la raíz y sustancia de la tradición señorial, segando los veneros que por cuatrocientos años le dieron impresionante vitalidad. Y aún así, es reconocible todavía la fisonomía de las costumbres golpeadas, y se siente el rumor de la corriente de la tradición que sigue ba­rriendo el cauce profundo del cambio.

Estas incongruencias se notan en todos los niveles, desde los de la sociedad nacional hasta los de la comunidad local. Por una parte, se montan grandes luchas en el plano de las ideas, muchas de las cuales- tienen origen en planteamientos revolu-

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La Descomposición y el Orden 21

cionarios y utópicos a la Mannheim, que buscan el progreso de la sociedad colombiana, especialmente de las clases trabajado­ras. Profesores, universitarios, y a veces los mismos obreros y campesinos descubren las desigualdadesr-e-rafriómicas y las in­consistencias..morales, hasta entonces encubiertas, del o'írférTvi­gente; las traducen instintivamente a la~5ccToñ y se declaran en rebeIdía~contra~ellas. ¿e |nn7° " mapa-o igg palles v a los cam­pos, EÍlIinT.repi rio gesto para dramatizar sus puntos de vista y acelerar el cambio, buscando el poder politicr» para imponer sus ideales. Pero, por otra parte, saltan a la brecha grupos y perso­nas comprometidas con la continuidad del orden, dispuestos a contrarrestai-g l—efecto dé.lo¿j tfrupm-fHibvoTcnrns.

Así, las incongruencias se agudizan cuando aparecen no solo grupos nuevos de estampa revolucionaria, sino también el m o­vimiento contrario de “ l fa Manr> -Tfcg-ra” Se organizan huelgas, guerrillas y brigadas; pero también surgen organismos de con­trachoque, bien financiados y aviados. Se establecen comandos de propaganda y juntas de acción comunal que luego se captan sutilmente; se jn h lica n rev is tas y fo lle to s mn el fin rio h acer despertar al pueblo, que se terminan con sangrías económicas pfWocácla,s por personeros del statu quo. Aparece la 'crisfiana re- bBlíúmJe sacerdotes comprometidos con la lucha social; y la reacción da la institución eclesiástica local, en anatemas fulmi­nantes. Levantan su voz los intelectuales de avanzada del libe­ralismo y del conservatismo, en oportuno esfuerzo para renovar las plataformas de los partidos; solo para que los jefes de los mismos contesten con las componendas y las máquinas de vo­tos de antaño.

De allí que en estos periodos de conflictos heroicos se hable de “casis jaora l” y se experimente una aguda sensación de per- , plejidad. No hay respuesta que satisfaga. Además, sube la in­tensidad de las tensiones internas. Aumenta la criminalidad, y se recrudece la inseguridad personal en las ciudades y en el cam­po. Los jóvenes ignoran a sus padres y se levantan murallas de incomprensión 'cfeniro y fuera de ia tamilia. Las i gl es i aspierd en parte-de au grey,-el electorado doocrla da~tos partidos, y los co­mentaristas de prensa ven reducidaT'str'elíéntelá. Los empresa­rios luchan con los obreros que quieren impedir el cierre de las fábricas. Y como si este cuadro digno de Hobbes no fuera sufi­ciente, la nación como tal sufre un ocaso en el concurso mun­dial y sigue al margen de las decisiones importantes que ata­ñe» a la técnica y la cultura universales.

Mientras tanto, en los niveles fundamentales de la comunidad y la familia también se libran batallas en pro y en contra de la

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22 Subversión y Cambio Social

tradición del orden social. En muchos sitios, este conficto se constata al menor esfuerzo del investigador: por ejemplo, hay letreros colocados en encrucijadas de caminos principales que anuncian importantes innovaciones, como cooperativas agríco­las, e invitan a detenerse en las mismas a los camiones de re­parto que llevan víveres y artículos de las ciudades hacia el campo. Pero tales establecimientos, con sus reglas impersonales de funcionamiento, están localizados cerca de antiguas tiendas de cerveza, donde siguen reuniéndose'en plena camaradería los campesinos jugadores de tejo y taba, como en los viejos tiempos.

A poca distancia de las carreteras pueden encontrarse lotes ex­perimentales donde entidades oficiales, con la aprobación de los dueños, están adelantando ensayos para sembrar productos agrícolas mejorados. Sin embargo, los dueños de estos lotes, tan receptivos aparentemente al cambio, tienen otros a corta distan­cia, donde se inclinan reverentes ante la tradición y siguen sem­brando a la antigua sus semillas como si no conociesen entidad técnica alguna.

Si el visitante se quedase a dormir en alguna de aquellas ca­sas —la mitad del tradicional techo de paja, la otra de la resis­tente teja de asbesto fabricada en la ciudad— tendría la sorpre­sa de encontrar, al lado de las efigies sacras que cubren parte de la pared, el diploma enmarcado que testifica el curso sobre desarrollo de la comunidad ofrecido en alguna universidad, al que asistió el hijo mayor. Más acá, sobre una mesita de noche, aparece un inusitado invasor, el radio de transistores. Al ama­necer, cuando la familia se apresta a levantarse para reanudar la jornada, se escuchan al mismo tiempo, en irreverente mezcla, el rezo acompasado de la abuela que despierta y el corrido me­jicano sonando en la radio que ha encendido, como su primer movimiento del día, el joven nieto que se despereza en la pe­numbra.

Este joven, a su vez, puede ser víctima de incongruencias que experimenta consciente o inconscientemente. Por ejemplo, aun­que acepte la radio como un hecho mecánico, seguirá echándole sal al agua que acaba de borbotear de un nuevo pozo, para ase­gurar mágicamente que el líquido siga manando. Ansia ser cho­fer o mecánico y salir a conocer el mundo; pero también le tira el afán de no perder la seguridad del nicho de su comunidad, llevando consigo las actitudes del campesino. Se burla de los fan­tasmas que desterró la luz eléctrica en su caserío; pero sigue cre­yendo en los mohanes de los ríos, concebidos ahora, no como los gigantescos animales- de oro de anfaño, sino como negras loco­motoras.

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En fin, es fácil ver que semejantes incongruencias se observan en e] trato familiar (especialmente a través del conflicto entre las generaciones) en la interpretación de fenómenos naturales, en diferentes técnicas agrícolas y hasta en la personalidad. Por supuesto, los ejemplos descritos son parciales, y no destacan suficientemente que en los mismos sitios están persistiendo va­lores que disminuyen la velocidad del cambio, que tienen que ver. con instituciones económicas, políticas, religiosas y educativas. Sin embargo, es significativo registrar no solo la tendencia sa'- turante del cambio que va afectando a todas las instituciones, sino la aceptación muchas veces discordante de lo nuevo dentro de lo antiguo. Creencias' o actos que en décadas pasadas hubieran producido dura protesta o severa sanción, son hoy aceptados como parte normal de las cosas, y las gentes buscan el acomodo necesario para seguir la rutina de la vida dentro de los nuevoso inestables moldes culturales. Algunos logran cierta acomoda­ción; otros experimentan serias tensiones psicológicas o sociales.

Incongruencia, discordancia, inconsistencia, anomia, crisis m o­ral, son así atributos de la situación de subversión por la que pa­san muchas gentes de Colombia. Es un proceso de descomposi­ción del orden y de creación de una nueva sociedad, en el que están envueltos todos voluntaria o involuntariamente, los de avanzada y los rezagados, los desconfiados y los arriesgados, los viejos y los jóvenes. Es un proceso que muchas veces no se puede entender ni sentir, porque se va embarcado en él. Pero que de­ja su marca indeleble en las costumbres y creencias.

Cambio, Desarrollo y Revolución.

Las ideas de cambio, desarrollo y revolución mencionadas en las páginas anteriores, y que se utilizan también más adelante, merecen un corto tratamiento con el fin de relacionarlas con el marco conceptual que se ha adoptado.

El cambio social, entidad genérica de lo aquí estudiado, se en­cuentra inmanente en la sociedad, por el hecho de existir (Soro- kin, 1957, Caps. 38 y 39). Según la unidad a que se atribuya, puede ser de origen intgm o (endógeno) o externo (exógeno). Según el grado de intencionalidad es espontáneo (sin anticipar)o dirigido (planificado) (Moore, 1963, pp. 29-30). El cambio si­gue cursos “noíi»ales” (con efectos latentes e inconscientes) du­rante la vigencia del orden social, pudiendo alcanzar etapas evo­lutivas de largo alcance (Sahlins y Service, 1960). Solo cuando se acelera, o cuando cambia del rumbo acostumbrado, se toma en parte consciente y empieza a adquirir un sentido definido. Ni

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24 Subversión y Cambio Social

aún el cambio dirigido es necesariamente subversivo porque pue-' ', de aplicarse dentro de márgenes apropiados por agencias o ins­tituciones interesadas en controlarlo para mantener el status quo. El cam bio tnrna snhiMrcii^ m a n f l a pmmnni.-cn 1nf¡ ^grupos rebeldes comprometidos con la transición entrp órrtpnes socia les, r ^ '

En contraste, si se acepta que toda subversión tiene una fina­lidad histórica, el esfuerzo para alcanzar sus metas da una to­nalidad especial al cambio y lo convierte en desarrollo socio-eco­nómico. Este es una especie de movimiento social. Por lo tanto, el elemento proyectivo viene a ser parte importante de la defi­nición de desarrollo socioieconómico. Así lo señalan, entre otros, Furtado y Femándes. En efecto, Furtado (1961) sienta las bases para determinar las diferencias entre un país desarrollado y otro subdesarrollado', empleando conceptos clásicos de la ciencia eco­nómica como el modelo de la nación capitalista, los índices de productividad y la tasa de acumulación de capital; el crecimiento de la renta y el producto bruto nacional y la diversificación de los servicios. Da un segundo paso (1965-1966) para reconocer el papel de los grupos dominantes en la promoción y detención del proceso del desarrollo, la incidencia de los factores políticos y la importancia de las ideologías. Femándes explica el desarrollo de la siguiente manera: “El desarrollo social traduce, literal­mente, la forma histórica por la cual los hombres luchan, social­mente, por el destino del mundo en que viven, con los ideales correspondientes de organización de la vida humana y de domi­nio activo y creciente sobre los factores de desequilibrio de -la sociedad de clases” (1960, p. 223).tP'C, ( v O

( Viéndolo en esta forma, el desarrollo socioeconómico debe serV i el proceso que lleva de un orden social a otra "Se gana el des- J arrollo cuando se completa la transición entre un orden social í y el siguiente, esto es, «o >-iY>a resuelve v supera la sub­

versión correspondiente. ^

Los científicos han fijado indicadores para saber si un país ,se mueve o no en esta dirección, especialmente en el sentido con­temporáneo de buscar la modernización y la industrialización. Sin embargo, el concepto como tal no puede considerarse aplica­ble solo a situaciones modernas y, si así fuera, no tendría mayor importancia. El término mismo, con igual sentido, no es nuevo, pues ya aparece en discusiones del Economiste francais en 1895 (“países en vía de desarrollo” ). El fenómeno, por lo tanto, tiene periodicidad histórica. Puede decirse que hubo desarrollo al adop­tarse por los americanos el orden de vida colonial, así hubieran

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I ii Dci.composición del Orden 25

iwnllil.i m uchos va lores qu e fuesen superiores a los de los ib é ­rico*. Y tam bién lo h u b o al crearse en C olom bia nuevos grupos económ icos entre 1848 y 1867.

I .n« diferencias entre aquellosi procesos y e l actual d e “ m od er- n l/urlón ", al qu e generalm ente se design a com o “ desarrollo” , «'»ti » ‘ flff q Uf> dp form a : 1) por e l m a yor én fasis que•u» cmiiM-de hoy a la p la n ifica ción raciona l y a l con tro l técn ico , rom.» i fHultado de la acu m u lación c ie n t ífica ; 2 ) por la naturale- U ili' loa grupos claves q u e ju e g a n p a pel en la tran sición indus- ntu l; .1) por la naturaleza de lo s valores y la s norm as transm i- tliliin i ii Jas situaciones de con tacto y tran sición ; y 4) por fe n ó ­m e n o H 'lativam ente nuevos, co m o e l de la "estratificación in* (el iiiirloiial” y la s pautas de d om inación y depen den cia en las M'liirliHH's económ icas y p olíticas entre los pa íses m odernos illu iow ltz, 1966). H ubo desarrollo hasta en la sangrienta y d i ­fícil etnpu. de la subversión socia lista del presente sig lo , lo que puede verse no so lo a través de los índ ices econ óm icos y dem o- in A fin im del período, s in o tam bién por el esencial ca m b io en a c - IItikIch y valores experim en tado por e l cam pesin ado, tod o lo> mil dio origen a un n u evo orden soc ia l en Colom bia.

Si> dirá qu e esto es extender dem asiado el con cepto de d£&- nrrollu. Sin em bargo, la a lternativa sería peor: reducirlo a s in ó ­nim o tic m odernización , en cu y o caso debería descartarse. Por- (|in\ com o se d ijo antes, la idea m ism a de m odern ización (com o In de trad lclonalidad) es relativa y necesita referentes e sp ecífi­co* i*n tiem po y lu ga r para q u e se entienda caba lm en te su sen ­tido. Kn otra form a podría equ ivaler a la im ita ción serv il d é lo s pul mi t» < | nt* hoy se consideran m odernos, so lu ción qu e d ebe es- IuiIIiumi« cu idadosam ente en lo s países su bdesarrollados, porque puede k it histá iica y socia lm en te in ap lica b le en estos. Ni si- <|dlci ii cm peculiar a la m ód en íización (de h oy ) la idea de la p la - iilflcudón , porque m u chas sociedades de la an tigü ed ad consi- itnlenni realizar, a su m anera, el m ism o tipo de activ id ad con- tmlnilit <> cam bio socia l d irig ido. En m u chos aspectos, e l.es fu erzo i iilniil/iidor español fu e p lan ifica d o , y en una m ed ida y con una efectividad tales qu e tod avía h oy se observan sus efectos.

l*oi c m o, si se va a utilizar e l con cep to de desarrollo, deberá i iiiiIcmIiiino si este fen óm en o ocurrió en el pasad o y reconocérsele >>ii inliiliul proyectiva y de m ov im ien to s o c ia l4.

I Al tu i mui la evidencia del proceso del desarrollo en otros períodosliUtriilcoN, se responde a la justa crítica de Blumer (1966) que ob-m ivh In poca seriedad de algunas monografías que pretenden estu-

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26 Subversión y Cambio Social

Desde otro punto de vista, el desarrollo viene a ser también el proceso por el cual se descompone el orden y se frustra la utopía absoluta? Al pasar la sociedad de un orden social a otro, el des­arrollo preservará elementos del orden anterior y buscará ajus­tes y compromisos a veces frustrantes. De allí resulta la posibi­lidad empírica de medir el efecto del desarrollo al cabo de a l­gún tiempo, para determinar en qué medida se va apartando de las metas originales estipuladas por la utopia, y si el progreso es significativo o no. Uno de los criterios fundamentales que pueden utilizarse para este fin es el del “costo social” . A través del “costo” se podría establecer en qué campos hubo avance y a expensas de qué elementos tradicionales o subversivos (Horo­witz, 1966, pp. 65-69; Silva Michelena, 1967).

Esta posibilidad empírica es especialmente atrayente como parte del método proyectivo, diseñado para anticipar los efectos del cambio según instituciones o sectores, y que puede deducirse de los planteamientos de las páginas anteriores. Evidentemente, sería útil arrojar luz sobre cómo hacer menos costosa la transi­ción social. Permitiría también evaluar procesos de desarrollo ya terminados, en los que hubiera desenlaces no anticipados, así como estancamiento y decadencia de algunos sectores.

Finalmente, en cuanto al encaje del concepto de revolucjón dentro de este marco: hay que destacar la obvia diferencia en­tre el cambio social que se realiza por compulsión violenta y aquel que se alcanza con ajustes y maniobras política;?" dentro del período de una subversión (de allí que el concepto de “re­volución” de Landauer sea más amplio que el de revolución como ,se entiende aquí). Ambos tipos de cambios pueden hacer avan­zar la sociedad hacia las metas de la utopía. En efecto, ha habido casos en que la condición de subversión se supera sin apelar a la violencia total, cómo ocurrió en el Japón hacia 1871. Sin em ­bargo, puede llegar un momento en que el empleo de la~vioIeñ - cia~'Sg tra;ce ihdíspé«sa&l<^:nara evitar la TFüsTración del impulso <¡nhypi^¡imr--fiTrprmrWiTnlTi«aj fnw n -egtratpgrjq predominante para alcanzar las metas valoradas ñor accesión al poder politico. Esto ocurre especialmente cuando los grupos rebeldes han avanzado

diar el “ desarrollo” , y cuyo sentido se evade porque sus autores no estudian el subfondo histórico. Así, no debe hacerse este concepto sinónimo de modernización, aunque el paso hacia tin tipo concreto de modernización —dentro de un "modelo” capitalista, socialista o de una índole que sea propia de América Latina— puede formar parte de las metas de muchas sociedades contemporáneas o dé los diseños que preparan los ideólogos y planificadores de nuestros días.

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;i Descomposición del Orden 27

i >n posición y scxonsicieran en peligro de perder lo alcanzado (Brinton, 1952, pp. 277-285). Aparecen entonces los elementos “precipitantes” (Maclver, 1942, pp. 163-164) o “aceleradores” de la subversión (Johnson, 1966, pp. 98-99). El uso de la violencia y el aprovechamiento de las circunstancias de "precipitación” convierten al desarrollo, en ese momento, en una revolucióñT'1

Obsérvese que las circunstancias propicias para la revolución emergen del período de subversión inmediatamente anterior al golpe revolucionario. Hasta cierto punto, una revolución se pre­para directa o indirectamente al comienzo, de la subversión y estalla según las necesidades y el desenvolvimiento posterior. Por eso no tienen éxito las revoluciones que se intentan como actos aislados o que surgen a raíz de un momento de entusiasmo fanática. *■ ~ " “

Bien puede verse este proceso de preparación y de aceleración por precipitantes en los casos revolucionarios de países como Mé­xico en 1910, Rusia en 1917, China en 1949 y Cuba en 1959. Una vez avanzada la necesaria subversión, se decide actuar con la violencia para seguir compulsando el cambio. A partir detestei rT ^ M e ^ ^ a güdi za'7á~á n a rqu i a, aumentan la "perplejidad, la in­decisión y la inseguridad en las gentes, y se derrumban las pau­tas de expectación de la conducta establecidas por la generación anterior. Esta situación persiste hasta que termina la revolución (cf. Johnson, 1966, pp. 2-/14).

NEn Colombia no ha habido sino dos casos de revolución con­

cebida en esta forma, una entre 1853 y 1854, y otra en 1948. Am­bas fueron frustradas en cuanto a las metas globales que se proponían. No obstante, se realizó un desarrollo socio-económico que se venía impulsando desde los años anteriores, cuando se iniciaron las subversiones correspondientes. Indudablemente, la revolución triunfante compele más hacia la utopía absoluta (Hobsbawm, 1959); no llega a alcanzarla (Landauer, 1919). Pero dramatiza la transformación social y económica y abre grandes posibilidades/de invención y experimentación social.

Obviamente, revolución no es lo mismo que golpe de Estado, circulación o relevo de grupos dominantes (élites) dentro del mismo orden, o guerra palaciega (Sorokin, 1957, Parte III; Men- dieta, 1959). Además la revolución riphp versa r-ninn .nú—■ca.flpjo y consecuencia"he la otra violenci^, la de la represión q_coe£eión reaccionaria que sigue su curso por los canales tradicionales. Si

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28 Subversión y Cambio Social

ella se encuentra justificada por la élite del poder para mante­ner situaciones incongruentes con las metas valoradas de la so­ciedad, no se ve cómo no pueda aprobarse la violencia en manos de quienes buscan la terminación de las injusticias. Este es el concepto de la rebelión justa, o “contraviolencia” , al cual se vol­verá más adelante.

El Análisis de la Descomposición del Orden.

Debe advertirse otra vez que el presente libro no es sino un primer esbozo para fijar algunos hitos prominentes que se dedu­cen del análisis sociológico de la historia de Colombia. Por la naturaleza de los datos y las circunstancias del trabajo, esta obra en sí representa la combinación de dos técnicas ínvestiga- tivas: una predominantemente histórica, con basa en lectura de fuentes primarias y secundarias, por las que se trató de consta­tar algunas recurrencias en la historia del país; y otra técnica predominantemente sociológica, por la cual se llevaron algunas hipótesis al terreno en diversas comunidades contemporáneas. La observación de los hechos históricos y la constatación de eviden­cias actuales han sido tareas esenciales para concebir este libro. Además, con los datos obtenidos se pueden establecer cadenas de causalidad y efecto. De estas se gana un concepto más pre­ciso del papel que han jugado en la historia —y juegan aún— cierto tipo de grupos claves; y se esclarece también la función de las filosofías, ideas y actitudes que les inspiraron —e inspi­ran— a actuar en momentos cruciales.

No se trata, pues, de una historia cronológica que culmina con estudios actuales. Se trata más bien de un análisis de procesos sociales vistos en el pasado y en el presente con fines compa­rativos, para ganar un mayor entendimiento de las realidades que nos rodean y para contestar la manida pregunta, ¿de dóndjj vpnirnnsjy para dónde vamos? En cuanto al pasado, este se es­tudia a través de aquellos sucesos históricos que fueron regis­trados por cronistas, archiveros, historiadores y autobiógrafos, aún admitiendo las desventajas, derivadas de las fallas de ob­servación y de sistematización de sus obras: no queda otra al­ternativa. En cuanto al presente, se procede a través de la ob­servación directa y medición sistemática de fenómenos sociales en diversas regiones del país.

Este libro se basa en las implicaciones derivadas del estudio histórico, y no presenta sino datos cualitativos e hipótesis gene-

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i i Descomposición del Orden 29

1 nli"., «launas de las cuales se han puesto a prueba en varias ■ nmunldades B.

< Unís monografías permitirán la confrontación de hipótesis con I d i '.ilidad actual, midiendo lo que sea mensurable, y propo- illeudo las correcciones que sean necesarias®.

I’iirn el efecto, tanto en el análisis histórico como en la medi-• 11‘> 11 sociológica actual se aplican seis reglas ,de procedimiento,i ni ni desarrollar el marco de referencia del estudio de la sub­versión:

l . Aíslense no solo los elementos y factores que producen la• ".labilidad del orden social, sino los contradictorios (encubiertos> manifiestos) que explican su implícita inestabilidad.• la observación sistemática de los fenómenos del cambio socio-eco­

nómico en Colombia, por parte del autor, cubre desde 1955 hasta la fecha. Durante este período, en diferentes lugares se realizaron estudios empíricos (individualmente o en colaboración), algunos de los cuales dieron origen a diversas publicaciones. En Colombia: mu­nicipios centrales de Bóyacá; Buga y Siloé (Valle); San José de Albán y Consacá (Nariño); Líbano, Cunday y Villarica (Tolima); Yarumal y Piedrasblancas (Antioquia); Tolú,(Córdoba); Sucre (Bolívar); mu­nicipios centrales del Chocó; Candelaria, Manatí y El Bosque (Atlán­tico); San Pedro de Arimena (Meta); Leticia (Amazonas); Fómeque, Manta, Machetá y Chocontá (Cundinamarca). El autor se ha man- lenido en casi permanente contacto con la comunidad de Chocontá y el vecindario de Saucío, en Cundinamarca, desde 1950, cuando pri­mero los estudió. (Se publicaron los informes respectivos de aquel contacto con la realidad rural, en 1955 y 1961). En Saucío se reali­zaron tres encuestas totales (1958, 1961, 1964), en busca de datos y medidas sobre los fenómenos de transformación social y el autor participó activamente en los procesos del cambio en un esfuerzo para dirigirlo hacia metas de desarrollo. Hay informes parciales (1959, 1961 b, 1965 a). El estudio de 1965 a plantea por primera vez el tema de la contranorma, y analiza estadísticamente el cambio de actitu­des entre los campesinos según grupos de tenencia de la tierra. Los informes subsiguientes, basados en datos recogidos en el terreno, se relacionarán concretamente al marco de referencia presentado en este libro (que no fue elaborado sino en 1966) y pondrán a prueba las hipótesis que de él se deriven.

6 Debido a la importancia que han tenido las utopías originadas en Europa para la transformación de los órdenes sociales en Colombia, la presente obra destaca inevitablemente los factores externos del cambio. No quiere ello decir que los elementos de transformación interna no sean importantes y, en efecto, podrá observarse que, aun­que se fija en el exterior la fuente ideológica del cambio, se analizan los mecanismos locales que autónomamente traducen aquellas ideas al ‘ contexto nacional, con su propia dinámica. En otros países ame­ricanos los procesos son distintos y merecen tratamientos especiales.

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30 Subversión y Cambio Social

2 . E specifiques^ la naturaleza de los e lem entos qu e participan en la transform ación socia l, especia lm en te su con ten id o cultural.

3. Refiéranse íos elementos a tiempo y lugar concreto, para evitar la relatividad de conceptos como tradición y modernidad.

4. Adóptese una perspectiva popular, en el sentido de esta­blecer la influencia que en los grupos dirigentes puedan tener movimientos de masas o, por el contrario, el efecto que las cam­pañas dirigidas por élites puedan tener en las comunidades lo ­cales y en las clases trabajadoras.

5. Reúnanse los elementos según analogías o rasgos dominan­tes, para permitir la visión de conjunto de los procesos y la cons­trucción de conceptos generales (como "ethos” y “marco nor­mativo” ).

6. Determínense los grupos claves que resulten fundamentar les para el funcionamiento de la sociedad durante los períodos estudiados en tal forma que ayuden a distinguirlos. Con la de­terminación de tales grupos puede identificarse un orden social o una subversión, lo cual es económico en descripción y dis­cusión.

El análisis histórico-social de las crisis a que da lugar la des­composición de órdenes en Colombia, cuenta con el valioso apor­te del profesor Luis López de Mesa, quien publicó su Escrutinio sociológico de la historia colombiana en 1956. Es esta una obra más sistemática que el anterior y clásico estudio. De cómo se ha formado la nación colombiana, por el mismo autor. (1934) 7. Es­tas obras sirven como punto de partida a los planteamientos de este libro.

Percibe el profesor López de Mesa seis “frustraciones” en la historia de Colombia, al estilo de Toynbee con sus tesis sobre el reto y la respuesta: 1) la desaparición de la cultura de San Agustín, por el impacto de la invasión Caribe; 2) la “ desapari­ción” de la cultura Muisca o Chibcha, por la conquista española; 3) la decapitación de la intelectualidad colonial durante la re­conquista española en la guerra de independencia; 4) la disolu­ción de la Gran Colombia en 1830 ; 5) la falta de articulación na-

7 Fue este el primer estudio integral moderno de la nacionalidad colombiana, que combina la historia con la sociología, la economía y la psicología social. Tratados semejantes posteriores (como los de Nieto Arteta, Montaña Cuéllar, García, Liévano Aguirre, Hernández Rodríguez, Gómez Hurtado, Jaramillo Uribe, etc.), son menos ambi­ciosos, aunque' igualmente importantes. (Véase la bibliografía).

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I .ii Descomposición del Orden 31

elonal a fines del siglo XIX, el desastre de la última guerra civil y la pérdida del Istmo de Panamá en 1903; y 6) “la Violencia” política de 1948 y años subsiguientes.

Tanto el enfoque del profesor López de Mesa como el del pre- MiMito libro reconocen las crisis de la conquista española y las <lii período reciente de “la Violencia” . Difieren en cuanto a San Agustín, el efecto de la guerra de liberación nacional, la Gran< '< «tombía, y la concepción del desastre de Panamá.

Un cuanto al primer punto —San Agustin—, sería posible el acuerdo si se hubiese empezado aquí con el análisis del siglo V, cuando, según parece, se hallaba la cultura agustiniana en pleno apogeo (Duque Gómez, 1963, p. 107). Sin embargo, todos los investigadores admiten que el misterio de San Agustín no no ha resuelto todavía y cualquier intento interpretativo puede resultar aventurado. Aún así, es muy loable que el profesor Ló-> pe/, de Mesa hubiese fijado el comienzo de la historia de Co­lombia en San Agustín y no en la fundación de Santa Marta o <le Santa Fe de Bogotá, como es la tendencia de muchos acadé­micos de la historia.

Las otras divergencias se deben naturalmente al desarrollo de til hipótesis eentral del profesor: que la causa de las frustracio­nes en Colombia es el desequilibrio que existe entre las clases111 lelectuales__^_£l_pii£ble_eiCgi»ii^":;K - ceñtrode-^ :ave3adrrdel pueblo Colombiano “está muy alto” , en la oligarquía, lo cual ha­ce,que la estructura sea inestable (p. 274). De allí se entienden lus fallas de 1816 a 1830 y de fines del siglo XIX. Puede verse (|ue ésta es una concepción de la historia vista desde arriba, des­de el ángulo de los grupos dominantes.

Naturalmente, esta concepción desde arriba no permite adver­tir la otra dimensión, aquella que se descubre con la perspecti­va y posición del pueblo mismo. Una vez que se traducen los hechos históricos a movimientos de participación de masas, por haber sido estas involucradas en los procesos del cambio, resal- tun los Comuneros y las crisis de la subversión de 1848 a 1867, <iue estudiaremos más adelante, y que el profesor López de Mesa omite en su análisis. Dentro de esta concepción popular de la historia, adquieren mucha más importancia los hechos de la dic­tadura de José María Meló, por ejemplo, que las “ dictaduras” de Itafaél Núñez, la compulsión religiosa de Miguel Antonio Caroo el escepticismo de José Manuel Marroquín. Por lo mismo, las

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32 Subversión y Cambio Social

guerras de independencia y la partición de la Gran Colombia no aparecen sino como apoteósicos relevos de clases dirigentes, sin mayores consecuencias sociales y económicas para el pueblo.

No deja de tener razón el profesor López de Mesa en cuanto al papel que las élites colombianas han jugado en las calami­dades que el país ha sufrido. Por ejemplo, su valiente recrimi­nación a “los cuatro” causantes de la Violencia, es una pieza de antología. Solo resta complementar estas tesis del profesor con el examen de otros conceptos, lo cual se hará en los capí­tulos siguientes.

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3 El Orden Social de los Chibchas

Es difícil realizar un estudio a fondo del orden de cosas exis­tente en Colombia antes de la llegada de los españoles, ni tam­poco és ello necesario para fines del presente libro. Aplicar a aquella historia puntos de vista un poco exigentes, es poco me­nos que imposible. No hay documentos de aquella época que puedan ilustrar al respecto y los datos disponibles son todos de origen arqueológico o provienen de crónicas parcializadas, escri­tas poco después de la Conquista. Tales datos impiden extender­se sobre el tema, desde el punto de vista sociológico.

No será posible tampoco hacer una síntesis que cubra todas las culturas precolombinas, porque difieren mucho unas de otras. Como alternativa, siguiendo el precedente sentado por el profe­sor López de Mesa, se puede tomar como grupo central a los Chib­chas que ocupaban la sabana de Bogotá, cuyos dominios se ex­tendían hasta la comarca de los Guanes, en lo que hoy es De­partamento de Santander.

En esta región central se estableció la capital virreinal y des­de allí gobernó la élite peninsular. Pero ya antes de la Conquista era el sitio donde florecía la cultura más avanzada de toda el área (Pérez de Barradas, 1950-1951). La infuencia de los Chib­chas se hacía sentir en porciones alejadas de su territorio, m e­diante vinculaciones militares y de trueque de productos. Los dialectos de aquellas porciones, que cubrían casi todo el país colombiano de hoy, se emparentaron con la lengua Chibcha. Por lo tanto, la cultura de este grupo central es de gran importancia para entender las formas de vida actuante que regían en toda el área antes de la Conquista. Su grupo clave era ecológico-Jiu- mano: el vecindario rural que llamaban sybyn1.

1 La palabra sybyn se encuentra en la Gramática, vocabulario, cate­cismo y confesionario de la Lengua Chibcha, compilada con base en el original del Padre Bernardo de Lugo por Ezequiel Uricoechea (1871, p. 127). Significaba "capitán", y por extensión "capitanía”, según el uso de los españoles.

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34 Subversión y Cambio Social

Los sybY» tenían importancia básica entre los Chibchas, a juz­gar por los relatos de los cronistas. Semejaban. los más conocidos ay lilis de la etapa formativa del imperio incaico, y parece que funcionaban de manera similar. De allí se deriva el adjetivo áylioo para bautizar el orden que se estudia. No necesariamente es aplicable este término a la civilización incaica (o a la azteca) en el momento de la Conquista, ya que esta había avanzado considerablemente hacia una estructura autocràtica y centrali­zada. No obstante, quizás pueda aplicarse a grupos menos des­arrollados políticamente, como era el caso de los Chibchas 2

Estudiaremos aquí los componentes del orden áylico: sus va­lores, normas, organización social y técnicas.

Valores Sacros y Tolerantes.

Cuando llegaron los españoles a la sabana de Bogotá —bau­tizada por ellos como “el valle de los Alcázares” por la multitud de cercados que se abrió ante sus ojos— los Chibchas tenían una civilización muy peculiar. Por una parte, habían dejado la eta­pa puramente tribal y empezaban a vislumbrar un nuevo tipo de sociedad. Por otra, no habían llegado a la complejidad de otras culturas como la incàica. Colocados en situación intermedia, los pueblos Chibchas aparentemente experimentaban un activo pro­ceso de cambio que les hacía receptivos a los intrusos conquis­tadores.

Esta actitud hacia el cambio que saturaba sus valores, hacía el orden social algo flexible y orientado hacia el futuro como pa­rece que ocurrió también entre los Mayas en determinados mo­mentos de su historia (Spinden, 1930). Irónicamente, no fueron las huestes del rey Chibcha, Aquiminzaque, las que lograron aquel ideal valorado por la sociedad, sino las de su enemigo, el político-militar Hernán Pérez, hermano del conquistador Gon­

2 Se quiso evitar el uso de los términos “ indigena'’, "nativo” , "primi­tivo” o "tribal” para designar este orden, por tener connotaciones negativas o de inferioridad, en relación con los otros órdenes, lo cual no sería productivo, ni se ajustaría a la realidad de aspectos específicos de las sociedades estudiadas .Tampoco se ajustaría a la regla de ver la historia en lo posible desde el ángulo popular, en este caso desde la perspectiva del pueblo conquistado. Además, no se encontró justificado emplear el término "Chibcha” , por denotar este una cultura y no la organización social cuya vigencia es crítica en el orden respectivo. Sería como emplear el término "Occidental” para referirse al orden señorial, así perdiéndose en el océano de sentidos que tiene esta compleja entidad cultural.

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zalo Jiménez de Quesada. Con Hernán Pérez culminan las ten­dencias de unificación del imperio Chibcha. Pero al mismo tiem­po que logra la unidad política de la región, este capitán intro­duce cambios espectaculares en la vida de los grupos locales.v Los valores dominantes que aparecen son los de un grupo dis­

puesto al desarrollo social y alerta a las posibilidades del con­tacto cultural con los españoles. Es un ethos de tolerancia inci­piente en contraste con la actitud de resistencia que tuvieron tanto las civilizaciones americanas más adelantadas (la Azteca y la Cuzaueña) como los grupos menos desarrollados (los Pijaos y los Motilones, por ejemplo). Siendo que está conformado por dos elementos, uno religioso y otro de disposición al desarrollo, este ethos podría ser de Sacralidad tolerante, como resumen de un conjunto que incluiría principalmente los siguientes valores:

1. Una orientación animista hacia los fenómenos del univer­so, con aceptación pasiva del poder de la naturaleza sobre el hombre. Esta orientación se ve muy clara en los ritos de ferti­lidad descritos por los cronistas, y en el papel que jugaban cier­tos animales como la rana, la culebra y el lagarto (Piedrahita, 1942, I, pp. 14 et passim). Los Chibchas adoraban el Sol y la Lu­na; y las rocas, las montañas y el viento también compartían la veneración popular (Simón, 1953, II, pp. 249-250; Piedrahita, 1942, 1, pp. 40-45). Buena parte de los ritos religiosos y de las impresionantes ceremonias que realizaban en los lagos, tenían raíces animistas (Zerda, 1883; Triana, 1951, pp. 156-161; Zamora, 1945, I, p. 202; Simón, 1953, II, pp. 163-U70).

2. Una orientación familista (primaria) en las relaciones so­ciales. Parece que predominaba la unión monógama en grupos locales, aunque los uzaques eran polígamos. La identificación por la línea materna estimulaba vinculaciones amplias de pa­rentelas, útiles para las tareas del campo y la acción guerrera. Ño había conflictos ni recelos sino entre tribus, especialmente entre los grupos del norte y del sur. La lealtad a los diversos uzaques se simbolizaba de diversas maneras, como pendones y señales corporales (Castellanos, 1886, I, pp. 69-Í72).

3. Un tipo de actividad natural, es decir, orientada hacia el ritmo del medio ambiente en que vivían. El respeto a las for­mas y procesos de la naturaleza era muy grande, especialmente aquellos conectados con expresiones animistas. El agua tenía características especiales, por las diversas expresiones que to­maba en la región: las cataratas del'Tequendama, inundaciones periódicas de la sabana, pantanos de donde sacaban fibra para diversas artesanías, lagos sagrados, lluvias y neblinas que tenían

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sentido específico. Los Chibchas estaban a merced de los ele­mentos naturales, en cuanto al ciclo y la actividad agrícolas.

También aprovecharon de la naturaleza de manera ingeniosa, como lo demuestra la vivienda y los materiales que usaban pa­ra su construcción, la fabricación de instrumentos musicales, ollas, telas, pigmentos y decoraciones varias, la domesticación del curí (conejillo de indias) y la extensa herbología de que disponían.

4. Una tendencia futurista inmediata y concreta en cuanto a las metas colectivas de la sociedad. La sociedad Chibcha parece que combinaba el impulso socio-político con el religioso. La_eyi= dencia recogida a raíz del proceso de asimilación culturaTídu- rante laJ^olorua, -irigica ¿fue la religión. CHTbc'ha era mucho más fuerte y resistiinta_al-ramhirj-q.ue.pj .a parato m líRcórFéro la so- ciedad~local resultó tan receptiva al cambio, queden íog ptimSr ros meses de* contacto con los jespañoles, los ChibcFás- hicieron esfuerzos para asimilar a aquellos'com o"’’hilos del sol” (Suagua -gua). Estos, según__ las__jeyendas, eran esperados fSimári,1953, I. pp. 281-5282). También se mezclaron con elíos racialmente y aún adoptaron las nuevas herramientas y prácticas de mane­jo de la tierra que traían los conquistadores. Hubo el caso de un uzaque que al día siguiente de conocer a Quesada pidió ser bau­tizado (Castellanos, 1886, I, p. 107; Aguado, 1906, p. 136); no que hubiese abandonado sus antiguas deidades, sino que este uza­que experimentó pocas dificultades en asimilar las nuevas. La receptividad cultural se demostró después, aun ante la resisten­cia que provocaron los mismos españoles con sus abusos, al apren­der los nativos el castellano y olvidar casi completamente su pro­pio idioma en el curso de sesenta años (véase el próximo ca­pítulo).

Comunidad y Providencia.

El marco normativo de los Chibchas, legitimado por sus valo­res sacros, llevaba a planos más concretos las metas y principios que guiaban la conducta de los grupos. Con las naturales salve­dades provenientes del empleo de fuentes secundarias, parecen discernirse los siguientes conjuntos de las muchas normas per­tinentes; 1 ) el de la estabilidad comunal para asegurar la iden­tidad, homogeneidad y continuidad de los grupos primarios, y para reforzar la ayuda mutua y la acción colectiva en las ta­reas de subsistencia; y 2 ) el de la providencia, como compulsión a respetar las formas genéticas de utilización del medio am ­

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El Orden Social de los Chibchas 37

biente natural, lo que les llevó a tener una concepción elemen­tal de la riqueza y de la acumulación de recursos.

La estabilidad comunal se manifiesta en la forma como so­brevivieron los vecindarios Chibchas el impacto de la Conquista, a pesar de las mitas y mingas que impusieron los españoles. Lo­graron los naturales defender sus grupos primarios, los mismos que Ies habían servido para trabajar en común la tierra de los caciques y sacerdotes, para organizar los destacamentos de gue­rreros, laborar las artesanías y fijar los sitios de comercio, así como para procrearse y transmitir la cultura tradicional.

La idea de la providencia se documenta con las descripciones de las burdas herramientas agrícolas que utilizaban los Chib­chas. Además, la vivienda y las técnicas de curación, las cos­tumbres de transacción en los mercados, y los medios de trans­porte también expresaban estas normas. La principal excepción es la construcción de terrazas agrícolas (Broadbent, 1964b). Pero estas no tuvieron aquí la importancia que alcanzaron en otras partes del continente.

Del Vecindario al Estado.

Como se dijo antes, los Chibchas estaban integrados con base en unidades pequeñas o vecindarios primarios, los sybyn, que los hispanos identificaron como “parcialidades” , “ partes” o “ca­pitanías” . La parcialidad era un conjunto de familias, muchas veces emparentadas entre sí por la línea materna, que convivían en un determinado espacio geográfico bajo la dirección de un capitán (Broadbent, 1964a, pp. 15-22). Era el grupo primario fun­damental en que se formaba el individuo, y donde se activaban instituciones de ayuda mutua y utilización individual o colecti­va de la tierra. Parece que se identificaban con un toponímico o, en su defecto, con el nombre del capitán de turno.

De esta etapa del vecindario, los Chibchas estaban pasando a otra basada en la conveniencia de un Estado central, gracias al predominio que empezaba, a ejercer el Zipa o rey de Hunza (hoy Funza), sobre los uzaques o jefes de tribu. Se reconocían jerar­quías entre los uzaques y capitanes. Los primeros, como los reyes, vivían en aldeas cercadas, algunas de considerable tamá- ño; los capitanes residían a campo abierto con sus respectivos vecinos, practicando una agricultura sedentaria. Así, los Chib­chas presentaban castas incipientes, con algunas familias di­rectoras (los procesos de la herencia de cargos y propiedades, por ejemplo, aún eran flexibles, y se practicaba la exogamia junto

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38 Subversión y Cambio Social

con la endogamia). Predominaban los papeles personales ads­critos y la acción resultante, en términos generales, era pres- criptiva porque ni los valores ni las normas permitían fácilmente la desviación en la conducta personal.

Existía, además, una especialización económica regional con sitios de mercado y transacción comercial, una religión con a l­gunas prácticas de peregrinación en común (“correr la tierra” ) y un sistema de comunicación entre los cercados. Los Chibchas tenían también grupos especializados en diversas artes y oficios.

La azada y la energía humana.

La adaptación al medio ambiente natural la realizó el grupo Chibcha mediante el palo cavador y la azada de madera con punta de piedra, con periódicas aplicaciones del fuego a la ma­leza. Para el efecto, sus parcialidades se asentaron en pobla- mientos dispersos en porciones secas de las sabanas y en los declives de las colinas donde a veces construyeron rudimentarias terrazas. Los tubérculos, (especialmente las papas, los cubios, las rubas y las ibias) fueron su principal alimento. Tanto sus formas de asentamiento como e] cultivo de tubérculos ha per­sistido a través de los siglos (País Borda, 1957, caps. 4 y 9). Ade­más, los Chibchas poseían técnicas empíricas de cuidado de la salud, conocimientos básicos de metalurgia, hilandería, orfe­brería, minería y construcción; pero no conocían la rueda y su astronomía era muy rudimentaria. Las armas de ataque y de defensa se reducían a artefactos sencillos que dependían exclu­sivamente, como los elementos anteriores, de la energía humana.

Con estos elementos culturales se enfrentaron los Chibchas al conquistador hispano. El primer contacto, corto e intenso, fue destructivo de los grupos locales. Era el primer golpe de los in­vasores que llegaban impulsados por una ideología extraña a la sociedad americana. Los episodios siguientes descompusieron el antiguo orden y moldearon uno nuevo, a través de actos de per­sonas e instituciones que buscaban transformar los vecindarios Chibchas en grupos de feudatarios. Así desaparece formalmente el orden áylico, dejando apenas su marca en elementos aislados que se involucran en el nuevo orden gracias a la tenacidad de los descendientes de los Chibchas y también por la tolerancia realista que les demostraron muchos conquistadores.

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4 Formación del Orden Señorial

No es necesario hacer aquí una reconstrucción de la cultura hl.spánica del siglo XVI (como se hizo con la Chibehaj para ex­plicar las formas que aparecieron en el territorio ocupado por los i'fipañoles en Tierra Firme. Por una parte, hay mucha y conoci­da información sobre el particular. Por otra, solo interesa deter­minar cuáles fueron los elementos generales de la sociedad y cultura hispánicas, de entre la gran variedad que ofrecían las di­versas regiones de la península, que fueron trasladados a las co­lonias para impornerlos allí.

La condición de conquista y subyugación llevó a la adopción por la fuerza de muchos aspectos de la cultura del vencedor; pe­ro también los vencidos que sobrevivieron al primer choque lo­graron aplicar un criterio selectivo, que aceleró la aceptación de determinadas innovaciones y retardó la de otras, mediante la defensa de valores del orden áylico tradicional. Tanto la re­ceptividad como la resistencia a estas innovaciones permiten descubrir en la Conquista mecanismos y factores que arrojan luz sobre los procesos subversivos.

Utopia absoluta y utopia relativa

De los elementos hispánicos trasladados a la América, nin­guno tuvo mayor trascendencia que el aparato político-religioso diseñado a raíz del descubrimiento. La filosofía general que le animó y la teoría del Estado a que dió lugar fueron, seguramen­te, producto de la época; pero en ello también intervinieron las cualidades del pueblo español y la personalidad idealista de los reyes, especialmente de Isabel I de Castilla, la Católica. Mujer fuerte, era una reina de profundas convicciones cristianas, for­madas al calor de la lucha contra infieles. Como defensora de la fe e impulsora de la empresa de Colón, no podía menos que tras­ladar sus ideas a actos de gobierno. La toma de Granada le había

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40 ¡Subversión y Cambio Social

confirmado en su creencia de que era la voluntad divina para que se esparciera la fe cristiana en el jmundo recién descubierto.

Fue así como el descubrimiento de Mmérica podía interpretar­se com o un premio sobrenatural a un pueblo místico y heroico que, a diferencia del resto de Europa, fiabla sacado a la religión de los fríos claustros y de las discusiones de concilios, para co ­locarla en el frente de batalla, en la :realidad de la confronta­ción violenta (Ganivet, 1923). Y había triunfado. Un Estado así no podía ser un fin en sí mismo, sino un medio para acrecentar el Reino de Dios en la tierra. La expansión americana brindaba esta oportunidad. Del intento de aprovecharla al máximo se de­rivó la dinámica utopía inicial de la «conquista, que combinaba la espada con la cruz, de la que em ergió la Iglesia-Estado como "instrumento histórico de la epopeya católica” (De los Ríos 1927); esta era la utopía misional. El dlesarrollo de la utopía mi­sional afectó por igual a América y a España, transformándolas a ambas.

La idea misionera de la reina Isabefl aparece ya en los docu­mentos cruzados con la Santa Sede, p#ra producir la Bula Inter Caeteris, de Alejandro VI, el 3 de M ayo de 1493. El compromiso adquirido por los reyes de Castilla se: basaba en la convicción de que no solo había necesidad de salvar las almas de los indios, sino que estos estaban dispuestos a albrazar la fe católica. Esta oportunidad no podía dejarse pasar por alto. Para alcanzar esa meta, el Papa, como Vicario de Cristo en la tierra, otorgó el patronato a los reyes de Castilla, a quienes se tituló en adelante “Patriarcas de las Indias” .

La utopía misional quedó plasmada en las primeras instruc­ciones (capitulaciones) entregadas a 3°s descubridores y expe­dicionarios. En toda empresa debía haber capellán o confesor, para que vigilara la conducta de soldados y colonos y viera que se alcanzaran las nuevas metas valoradas: la finalidad de jus­ticia y la necesidad de salvación de los hombres, dentro del marco del cristianismo. La conquista española vino a ser así “ uno de los más gigantescos esfuerzos que el mundo haya visto de hacer valer los preceptos cristianos en las relaciones entre las personas” (Hanke, 1949, p. 1).

España podía hacerlo: en aquella época era la principal po­tencia de Europa. Los reyes —especialmente Carlos I (V de Alemania)— tuvieron cuidado de impartir las ordenes del caso, inclusive trataron de entender mejor la naturaleza del contacto cultural en las “Indias Occidentales” . Autorizaron una serie de experimentos en La Española, Cuba, Venezuela y Guatemala,

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Formación, del Orden Señorial 41

con el fin de ver cómo se evitaban perjuicios a los nativos (Han- ke, 1935). Grandes debates se suscitaron en las primeras déca­das del siglo XVI para determinar la naturaleza del "justo títu lo” de los reyes a las tierras de América, las circunstancias en que pudiera alegarse “guerra justa” en esas comarcas (Solórzano,

' 1647), y la “ humanidad” del indio.La propia experiencia colonizadora del sur de España abrió

la posibilidad de conseguir un nuevo tipo de poblamiento para las tierras de ultramar, con plaza rectangular y calles rectas, un poco más eficiente que el tradicional de la Iberia (Foster, 1960). El ambiente renacentista de la época estimuló a muchas perso­nas a concebir innovaciones de todo tipo, desde inventos mate­riales de mil clases (nuevos tipos de barcos, herramientas y ar­mas, por ejemplo), hasta el bautizo de regiones y ciudades como “Nuevas” . Hasta las utopías basadas en i « República de Platón —que encontraron eco en Tomás Moro y Campanella— dieron lugar a ensayos sociales importantes en América, como los hos­pitales-pueblos del Obispo Vasco de Quiroga, en México (Zavala, 1937). Fray Bartolomé de las Casas, seguramente, personificó esta utopía y batalló por ella hasta la muerte.

Juzgando según estos hechos, a la élite política e intelectual de la España de aquel entonces la animaba un cierto afán de colocarse a la altura de las circunstancias y aprovechar la opor­tunidad para crear una civilización superior. Por esta razón pue­de advertirse que la religión dejaba de ser una experiencia mís­tica o meramente espiritual, para aportar una ideología espe­cifica, traducible a elementos de organización social. Esta es la de un nuevo mundo cristiano con una “ética colonial escolás­tica” y con derechos y doctrinas, como ocurre con las ideologías seculares (Hoffner, 1957). Así, es un conjunto de ideas prácticas tanto como un complejo de ritos y creencias lo que se tras­planta a la América para crear el nuevo orden.

Sin embargo, la utopía absoluta encontró eco solo en la élite irubernamental de España y en unos cuantos apóstoles, algunos do los cuales ingresaron al santoral romano. No pudo ser tradu­cida al contexto americano (ni al español) sino a través de se­gundones y representantes que eran menos idealistas. A estas gentes también les atraía el destello de lo utópico, para empe­zar nueva vida o crear una sociedad en América que fuese en muchos aspectos superior a la de Europa. Pero en el proceso di­luyeron la utopía absoluta de los reyes y papas para producir una utopía relativa con su propia ideología: esta era la de los •gentes del señorío, que tenían que hacerle frente a la realidad inmediata de los indígenas y a la conquista.

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Así, la utopía absoluta queda registrada en las Leyes de las Indias y simbolizada en la corona del Rey Patriarca; la utopía relativa se traduce al ambiente americano en el derecho con­suetudinario indiano.

Las leyes de la utopía absoluta se obedecen; pero no se cum­plen en la realidad. Se brinda homenaje al rey como lejana dei­dad que unifica el imperio; pero se gobierna a través del muy humano Consejo de Indias.

Los conquistadores tenían sus propias ideas respecto a la na­turaleza de su misión. Es de general conocimiento que muchos no vinieron a América sino con afán de riqueza y ansia de po­der. Pero justificaron estos impulsos pecaminosos a través de la religión, como puede advertirse en las crónicas de todos los países. El poner a Dios, Santiago o la Virgen al servicio de las huestes conquistadoras para capturar a un rey idólatra y tomar sus tesoros, por ejemplo, fue cosa muy común (cf. Groot, 1889, I, p. 23).

Sin embargo, una vez satisfecha la codicia terrenal, los con­quistadores se volvieron colonos, y reconstruyeron la sociedad local según la utopía relativa. Así, por ejemplo, tomaron la idea de la behetría y la transformaron en la encomienda; se liberaron de las constricciones de la Mesta e inventaron la hacienda; se declararon insatisfechos con los confusos poblamientos de la pe­nínsula y construyeron pueblos según un diseño racional; cola­boraron con los misioneros en el adoctrinamiento de los indios, para quienes hallaron posiciones convenientes en la estructura de la nueva sociedad, sin destruirlos; promovieron un ajuste en­tre lo americano y lo hispano que debía destacar lo mejor y más útil de ambos, destruyendo del primero lo que según la utopia debía ser destruido.* De todo el intento idealista de la época habla de quedar un

residuo manifestado en las formas de la vida actuante no solo en los nuevos dominios, sino también en la península. Estas formas diluidas de la utopía fueron las instituciones que surgie­ron de las situaciones reales, la imágen social propia y del mun­do y el estilo hispano-criollo de actuar, percibir y evaluar. Vale decir, se dibuja el nuevo orden señorial —basado en el grupo clave de los “señores”—, que se forma en el periodo subversor de la Conquista como consecuencia de la decantación de la uto­pía misional absoluta.

Si la meta final era la formación de una “Ciudad de Dios” , las metas reales resultaron ser la traslación y reproducción de una ideología, con condiciones, sustituciones y adopciones:

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«••«lo o.h, la de la sociedad señorial que regia en la península ibé- ilrn. Aún así, esta utopía relativa fue efectiva para transformar i«l nnlen local. El Patriarca de las Indias habría de gobernar, al fin tic cuentas, a vasallos que querían ser no ángeles sino hom- Ihiv»; y más que hombres, señores. A esta decantación de propósi- h»i queda sujeta la sociedad colonial.

1.a «ubversión cristiana.

l .l trasplante a Tierra Fírme de los ideales de la utopía m l- dlimnl, y su traducción realista a valores y normas concretas y u i Ipos de organización señorial produce la descomposición del ni .leu vigente. Este proceso permite que aparezca la condición nmipleta de subversión en las sociedades indígenas.

Pura entender cabalmente la naturaleza de este conflicto, es necesario examinar la forma como los componentes del orden A vi Ico (valores, normas, organización social y técnicas) se pola­rizaron y coligaron entre si al refractarse el orden con la llegada ilc Jos españoles, confirmando la condición natural de tradición. Nt' nrtlculan estos componentes y se hacen más conscientes, de- lililo al impacto cultural y enfrentamiento que le hacen los ele­mentos del orden intruso durante el climax del conflicto. Este n.urilcto hace ver lo intruso como valores nuevos que se opo­nen a los tradicionales de los Chibchas; como normas extrañas unir las activadas localmente; como instituciones sociales di- frn'iites, que buscan la modificación de las autóctonas; y como Inculcas y prácticas novedosas y hasta extraordinarias, que com­plementan o suplantan las desarrolladas por los agricultores y niirsanos de la región. En otras palabras, durante este períodoilo climax de la confrontación los valores, las normas, institu- i limen y técnicas de la subversión cristiana se ven como contra «Momentos, desde el punto de vista del pueblo americano que de­fiende sus tradiciones. Estos contra-elementos son respuestas tila lácticas a la condición existente, y por eso pueden reunirse en lus cuatro categorías que replican las de la tradición, y que fueron introducidas en el Capítulo 2: antivalores, contranormas, iiUArganas e innovaciones técnicas, respectivamente.

I.ii imposición de conquista resultó efectiva principalmente en ln tnmsformación de las instituciones políticas, en la destruc - i Irtn extorna del culto al dios Bochica, y en la adopción de com- |i I h |h n sociales aislados, como el mercado, el vestido, el idioma \ lim prácticas agrícolas. Pero no fue tan efectiva en otras ex- |irn«li>nos socio-culturales, como el contenido valorativo de la ii'llulói) Chibcha, los mitos, leyendas y creencias populares, la m i O m I c u y la herbología, y ocupaciones como la alfarería, mine-

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ría e hilandería. Estas fueron áreas en las que se realizaron ajustes entre lo subversivo hispano y lo tradicional americano (véase más adelante).

No obstante, la matanza de los jefes principales durante el climax del conflicto entre 1537 y 1539, produjo una desmorali­zación casi completa entre los Chibchas. Hubo grupos que hu­yeron a los montes; otros realizaron suicidios colectivos; aún otros se retrajeron socialmente de los españoles (Aguado, 1906, p. 207). Las epidemias de enfermedades nuevas como las vené­reas y las viruelas, fueron aniquilantes. La anomia de la sub­versión llevó al pueblo a la pasividad y la resignación que ha­bría de caracterizarla por varios siglos.

La duración y características de este período de indecisiones en el orden local pueden derivarse de los datos sobre adopción de complejos socioculturales hispánicos, por parte de los indíge­nas, y sobre la acomodación definitiva de éstos en el nuevo or­den social. Parece que el último levantamiento de entidad pro­movido por los uzaques de Tundama y Sugamuxi, ocurrió en la parte norte de la región Chibcha hacia 1540. Después no se tiene noticia alguna de acción bélica, y bien parece que los grupos to­dos empezaron a acomodarse. En cambio, hubo una intensa lucha de los americanos para defender sus tierras de cultivos, lucha que al fin se ganó parcialmente con el reconocimiento legal y amojonamiento de los resguardos de tierras hacia fines del si­glo XVI (Fals Borda, 1957, pp. 72-77; 1961a, pp. 115-116). Este im ­portante hecho no era todavía índice suficiente de la absorción de la cultura Chibcha al grupo dominante, aunque ya se habían delineado los marcos en los cuales se conformaría el nuevo orden señorial.

Siguiendo las pautas de la utopía, era obvio que el campo re­ligioso sería esencial para medir el alcance de la subversión cristiana del orden local. En efecto, se registra hacia 1590 de manera significativa, aunque solo por su aspecto formal, el sur­gimiento del culto a Nuestra Señora de Chiquinquirá que, por sus características de romería regional, podría interpretarse co­mo una sustitución de los desplazamientos antiguos hacia Sua- moz y Guatavita (Groot, 1889, I. pp. 193-197; Triana, 1951, p. 159). En otros aspectos el cambio fue más completo, como parece que ocurrió con el vestido y el idioma nativos, elementos simbólicos de la mayor importancia que nos pueden ayudar a fijar las fe ­chas de terminación de esta subversión, así como algunas pautas de su resolución.

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I ni mación del Orden Señorial 45

Según los datos disponibles, el vestido Chibcha sufrió dos ata- i |i h '.s : uno proveniente de los misioneros españoles que a través do sucesivas ordenanzas prohibieron la desnudez, obligando a l<w indios a llevar calzones y blusas, y a recortarse el cabello; y otro proveniente de los yanaconas o guias Quechuas que un gru­po de conquistadores había traído consigo desde el Perú, quie­nes introdujeron el bayetón o ponchó originario de los Mapu- rhes-Huilliches, la pieza que más tarde se convierte en la ruana

! nctual. Ambas contranormas implicaron serios conflictos con la tradición local: el recorte del cabello era un castigo, como era Infamante colocarse al cuello una manta cortada al estilo del bayetón. En todo caso, ya a fines del siglo XVI los indígenas se vestían conforme a las nuevas normas, y hasta los caciques ha­blan adoptado el vestido del hidalgo español (Fals Borda, 1953).

En igual forma, hacia 1598 el idioma Chibcha ya no se em­picaba para realizar actividades fundamentales, como las co- miírciales. Los Jesuítas descubrieron que podían hacerse entender de los nativos en español, y descartaron el habla Chibcha que habían aprendido en el convento (Groot, 1889, I, pp. 211, 226). lis posible que en el seno de la familia el dialecto tradicional hubiese continuado, y la supervivencia de algunas palabras Chibchas hasta hoy así lo testifica. Pero la emergencia de una nueva generación en contacto abierto y aceptado con los espa­rtóles, eliminó la posibilidad de la resistencia idiomàtica fuerte que se halló entre los americanos de habla Quechua, Aymara o Maya, por ejemplo.

Estos datos relativos a la absorción de nuevos elementos cul­turales: el idioma y el vestido de los grupos subversores cristia­nos, la posesión de la tierra de los resguardos, y la aparición del culto a Nuestra Señora de Chiquinquirá, nos indican que el pe­riodo de contradicción aguda y pronunciada incongruencia de la subversión del orden local termina hacia fines del siglo XVI, es decir, al cabo de dos generaciones (60 años) a partir del contacto de 1537. La congruencia cultural y social se reconstruye luego con base en la sociedad y cultura de los grupos dominantes, ha­ciendo los ajustes necesarios para asegurar la estabilidad, pero compulsando la dirección hacia el ethos hispánico. Surge enton­ces una sociedad totalista, mucho más resistente al cambio y más “sacra” que la que aparentemente tenían tanto los chibchas como los hispanos de la península.

El ajuste de los valores.

Obviamente, los españoles contaban con una reserva cultural compleja y sazonada, la de la cultura occidental, que no podían

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dejar de utilizar, asi se hubiesen hecho esfuerzos por la Corona para superarla moralmente. Precisamente, la fuerza de aquellas costumbres y creencias llevadas al otro lado del océano fue la que impidió ver en el orden señorial la expresión perfecta de la utopía misional y la que dió origen a parte de las contradic­ciones ulteriores. En cambio, aparecieron valores, normas e ins­tituciones muy humanas, que se resumen aquí como las formas de vida actuante durante la época colonial.

Estas formas de vida —contra-elementos del orden áylico— no ocurren por la decantación de la utopía solamente, sino que flejan también la influencia de elementos del orden local cam­biante. No fue posible realizar en la colonia una imposición to­tal, de conquistador a conquistado. En efecto, se hallan señales de avenimiento y comprensión en muchas áreas de contacto. Se desarrolla, en cambio, un proceso de ajuste y compulsión que lleva a la nueva topía, es decir, al nuevo orden social. Como se recordará, por el ajuste se busca la asimilación, el sincretismoo la acomodación entre los elementos discordantes; y por la com ­pulsión se persigue imponer dirección al cambio para alcanzar luego su estabilización relativa (Capítulo 2 ). /

Dentro del primer componente ( los valores), el ethos y los valores centrales o dominantes son los que determinan el sen­tido vital y afectivo de la sociedad, y los que ofrecen el marco existencial para la conducta de las gentes. Aún a. riesgo de sim ­plificar el fenómeno, podría plantearse la tesis de que los anti­valores dominantes de la “topía hispánica” (que condicionaron buena parte del ajuste por razón de la Conquista) giraban alre­dedor de dos ideas capitales: la idea de las castas como patrón de vida moralmente justificada, y la idea de la concentración urbana como modelo de forma civilizada de organizar y contro­lar la sociedad. De la combinación de estas dos ideas, en una es­pecie de ethos de urbanismo de castas, surgen los patrones de conducta fundamentales para la vida en las colonias americanas.

La idea de las castas, como capas sociales en que se perpetúan los linajes y se evitan las mezclas con determinados grupos, era muy antigua en España. Se remonta por los menos a los tiem­pos de la desintegración del imperio romano, cuando aparecieron los feudos. En la península ibérica, el feudalismo tuvo ciertas modalidades que le distinguieron del de otros países, esencial­mente en lo relativo a los fueros y a ciertos derechos de los feu­datarios y vasallos (Hinojosa, 1905; Zavala, 1935). Su estructura fundamental se basaba en posiciones adscritas y hereditarias, resumidas en dos capas sociales superpuestas: la de los señores

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i 1« iln lo» siervos. Al afianzarse como valor social, la idea de Ua recibe la sanción positiva de la Iglesia, cuyos teólogosin mim en argumentos’ que justifican su existencia. Son los ar- HUiiM'ntoM (|ui> se esgrimen por el grupo comandado por Juan Gi- ii»'m tlr Hepúlveda y por -el obispo Juaii de Quevedo a primeros i|«| «linio XVI, para reforzar la posición de los encomenderos. Una |wr«i>!iu «unvencida de estos argumentos no podía menos que HililMlrlr actitudes de aceptación de las diferencias entre los gru- |miü I especialmente los económicos y los raciales), y racionali- *.i, Iitn diferencias como hechos dentro del orden natural del uní- vetan. Lnfl condiciones en que se verificó la Conquista, por su- MUtiNln, vinieron a facilitar la aplicación de estas ideas y a con- i l i i n i i i m u bondad en más de un sentido. Encontraron expresión pWM'11'tn en las contranormas y en las instituciones señoriales

i'xllidiaremos más adelante.

I n Idea de ciudad había alcanzado alguna prominencia en Es- I•«n«i a raíz de la ocupación árabe, cuyas concentraciones urba- ii«« mui <>j foco de una gran civilización. Implica este complejo 1« «i i .«i rlclón de una élite administrativa, política, religiosa y le- limlii di'iitro de un medio circunscrito, a veces limitado por cons- Imu i limen defensivas, grupo que depende para su subsistencia iln un campesinado en el área rural circundante (extramuros), I n» i ampesinos quedan dominados por el grupo citadino de po-i |im ....i el cual establecen intercambios económicos (la moneda,nn «Interna de mercados), y al que rinden servicio militar e im- H111' n 11 i«i (Kedfield, 1956). Se produce así un nivel de integración ■ni iii| que incluye tanto los grupos locales rurales como los de In enneentración urbana con ellos conectados. Para el caso de Iiin niinimldades del antiguo dominio Chibcha, tales grupos fun-• Imui 11 ni primero en las capitales (Santa Fe, Tunja). Más tarde, hI i ii rer las reducciones o convertirse en parroquias, aparecieron iin también los grupos blancos de la burocracia y la adminis-11H i ti ni \

i mi ente complejo urbano, se procede a convertir gradualmen- tn ii Iiih Indígenas americanos en campesinos o labradores, como I n « ite Castilla, con fines muy concretos de manejo social y con- i|n| e ' iinómico y religioso. En consecuencia, uno de los primeros i «luí i-ns de la administración colonial fue concentrar la pobla- i'lrtu nativa en pueblos o reducciones donde se civilizara deacuer- iln mu las pautas conocidas en la península. Por supuesto, no t m l i i e l complejo se duplicó, y este ingente esfuerzo de civilizar i 11 a ví'm de concentraciones urbanas se convirtió en un fracaso |imii t u l en aquellas regiones donde ya existía el poblamiento■ lUjirimu. l,os españoles hubieron de aceptar entonces el ajuste

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con los habitantes, dejándolos asentados conforme a sus cos­tumbres, y exigiéndoles solamente la convocatoria semanal con fines de doctrina y mercado en los centros de servicios y reduc ciones. No obstante, poco a poco se fue estableciendo con éxito una estructura político-urbana centralizada, más madura y fuer te que la vigente antes de 1537. Viene a reforzarla la institución religiosa, que abre la posibilidad de realizar integraciones co­munales mucho más amplias que los antiguos vecindarios.

x- La imposición de los antivalores del urbanismo, naturalmente

) produce efectos significativos en los valores tradicionales. En es te sentido pueden advertirse tres procesos de ajuste y compul sión distintos: 1 ) asimilación de los valores antiguos del animis­mo, la familia, y la naturaleza; 2 ) sustitución de los valores fu- -fturistas por los valores del ultramundo y la sumisión terrenal; y 3) adición de valores nuevos, como son los del neo-manl■queísmo.Vi» -...

En cuanto a los ajustes de asimilación con el animismo y los valores relacionados con la familia y la naturaleza, debe recor­darse que en estos tres aspectos la cultura Chibcha era compati­ble con la hispánica. Por ejemplo, en relación con el animismo mágico, la creencia en la malignidad de los vientos o en el mal de ojos, que muchas veces se imputa a los indígenas, en realidad era española. Así, leyendas, fábulas e imágenes, especialmente las relativas a los animales y frutos autóctonos (como la rana, el lagarto, el maíz y la piña) se mantuvieron y propagaron junto a aquellas otras traídas de la península ibérica. Se reforzaron en esta forma las creencias populares, los mitos, y las leyendas de ambos pueblos, creando un núcleo popular muy resistente, rico y variado al mismo tiempo, que se expresó de paso en el arta “barroco-americano” .

Esta base cultural se amplía con el arreglo al que se hubo de llegar luego por la adopción de algunas deidades y conceptos cristianos, a través de sincretismos y de estímulos sensoriales. En vista de las dificultades de comprensión que experimentaron los americanos, se enfatizaron desmedidamente las imágenes, los ritos y la liturgia como alternativas de misión. Asi, con la tole­rancia de los clérigos, se adoraba a una deidad tricéfala como si fuese la Santísima Trinidad; las imágenes de Bochica se in crustaban dentro de los crucifijos; se quemaba la palma bendita para aplacar la tempestad (Groot, 1889, I, pp. 327, 427; Fals Bor­da, 1961a pp. 280-284). Las dificultades de entender ideas teoló­gicas como “alma” y “adoración” eran insuperables, (Uricoechea, 1871, p. xlix). En fin, el sincretismo y el formalismo impuestos por el ajuste con el animismo local hubieron de dejar a la reli-

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glrin popular y campesina casi vacua de su sentido original (Ma- rlAd-Ku!, 1934; R:ojas, 1928), en lo que se refundieron con la uto- |ilii decantada que trajo la Conquista.

I »«"ule otro pumto de vista, aunque los chibehas podían ser po- IIkmmios, en la práctica parece que predominaba la monogamiaV iiM los requerimientos que sobre el particular hacían los mi-........ros no debieron encontrar mucha resistencia, por la compa-(llillldad de este' tipo de familia con el orden señorial en Espa- Hu Quizás las prácticas familiares indígenas que subsistieron |hii más largo tiiempo —y que se observan aún en diferentes lo- t nliiludes de la región andina— fueron el incesto y el amaño,.......quedaron sujetos a fuertes restricciones. Además, buena par­lo <Ir la educación familiar pasó a la institución religiosa, en el i i t I i i I h de las reducciones donde se aprendía la religión católica,o en las haciendas con obreros concertados. En esta forma, fue Mi II llegar a una síntesis entre los antivalores y los valores tra-

I rtlelnimles de la familia, que quedaron prácticamente reforzados I i1 ti Ia colonia.

IV manera semejante, entre los valores y antivalores relacio­nado* con la naturaleza se experimentó el mismo tipo de ajuste. I'»lili» los españoles como los americanos tenían reverencia porlii Mudre Natura,, y la tecnología de la época era de tipo adapti- vii, respetuosa de los procesos genéticos del ambiente. Las aeti- ttnli'N básicas de respeto al medio ambiente natural se reforza-........ Mutuamente. También hubo asimilación y adición en áreas........ la música y la recreación, en las que los Chibehas se ex-|n emitían mediante instrumentos esencialmente naturales (flau­tín» ile ehusque, guacharacas, caracolas), mientras qne los espa- ftnli'N aportaron instrumentos de cuerda como la vihuela y el mii».

Kn cambio, el ultramundo fue uno de los antivalores que más mifutl/aron los misioneros españoles. En esto alcanzaron impre- «Inmmto éxito por medio de la imposición de los ritos y la Himpla de la Iglesia, elementos que, como se dijo antes, estaban miAw ni alcance de la mentalidad indígena. No hay indicación •• 11'<■ no de que hubiese habido esta actitud ultramundana entre luí* « lilbchas antes de la Conquista, como condicionante negati­vo ile cultura. Los chibchas se refugiaron en ella como escape rt mi condición de pueblo subyugado, sublimando su tedio vital ni Ihm visiones del otro mundo que les presentaban los curas iliielrlneros.

Ilii produjo en esta forma un complejo bifronte: 1 ) el fatalis­mo pnslvo e indolencia entre las gentes que sustituyeron la an­

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tigua y más dinámica idea del futuro, de lo que testifican casi todos los observadores de la época colonial; y 2 } la sumisión y subordinación a las castas superiores que convirtieron a los cam­pesinos en gleba encadenada a la tierra. De alli provienen acti­tudes de resignación tan saturantes como la de “ Dios lo dio, Dios lo quitó”, o la reacción del “ ¿Para qué?” , y la superficialidad en asuntos de raligión que todavía se advertían en 1950 (Fals Borda, 1961a, pp. 276-280).

El ultramundo de sumisión no se reduce a los grupos domi­nados: también aparece en los grupos dominantes como una pauta de conducta que justifica la sumisión y la espera en las gentes subyugadas. Para los grupos superiores, la sumisión es parte del ordenamiento moral de las cosas y, como tal, la forma normal de vida dentro de la señorialidad. En el fondo, la sumi­sión es una actitud positiva hacia el presente. Por una parte, los nuevos grupos dominantes aseguran la riqueza, el prestigio y el poder terrenales; y por otra, los campesinos encuentran en estos valores un ancla de seguridad cuya pérdida acarrearía no solo castigos tales como la expulsión del lote concertado en la ha­cienda, el cepo y el látigo, sino también el descarte del nicho respectivo en el cielo. La aceptación de estas actitudes pasivas fue tan profunda en el área andina del Nuevo Reino de Granada, que se alcanzó una verdadera Paz Hispana, alterada solamente durante la revuelta de los Comuneros (véase más adelante).•

Los antivalores del neo-maniqueísmo se añaden al nuevo or­den señorial como parte de la doctrina cristiana transmitida a los americanos. Implica ver la naturaleza humana como peca­minosa, lleva al desprecio del hombre como fuente de pecado y de maldad y conduce a la búsqueda del supremo bien y de Dios como Paracleto y refugio de bondad.

Esta introducción de la idea del pecado como lo concibe un cristiano, produjo confusión en costumbres indígenas simples y ,no solo en la antropofagia, la desnudez, la poligamia y el ayunta­miento matrimonial o amaño que podían estar cumpliendo fun­ciones adecuadas. Además, los ídolos fueron vistos como perso­nificaciones del demonio. Pero muchos americanos persistieron en sus creencias, a ocultas. La persistencia de muchas de esas prácticas de antiguo valoradas, es elemento de la clásica “re­serva del indio” , su “melancolía” y desconfianza, que distinguen todavía a los campesinos de hoy en muchas partes.

Es más: al enfatizar la búsqueda de Dios como refugio de bon­dad se brinda al creyente un escape de su sufrida condición te­rrenal, confirmando desde nuevos ángulos su pasividad política

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y social y bendiciendo su conformidad con el orden de castas. De este mundo solo habrá escape en ]a muerte. Por eso resultó fun­cional promover entre los indígenas la idea del Cristo Ensan­grentado, crucificado e impotente —el Cristo de la tradición po­pular, “nacido en Tánger” que hizo una vez decir a Unamuno (1922): “ Este cristo de mi tierra es tierra”— y no el Cristo Resu­citado que suscitaría actitudes más positivas hacia la vida. El culto de la muerte lleva a actitudes de menosprecio de la vida terrenal, al ascetismo y a la pasividad entre los creyentes (Mac- kay, 1933; López de Mesa, 1934, pp. 14-/15). Por eso el neo-mani- queísmo reúne una serie de antivalores que imponen el nuevo orden a través del temor, convirtiéndose luego en defensa casi inconmovible de la tradición señorial.

El Ajuste en las Normas.

Un proceso de ajuste y compulsión parecido al experimentado por los valores, ocurre también en el marco normativo del orden señorial. Del orden áylico continúan las dos normas generales de estabilidad comunal y la idea de la providencia, con adaptacio­nes a la condición de subversión impuesta por la Conquista. Se adicionan dos juegos de contranormas por los hispánicos: las de rigidez prescriptiva y las de moralidad acrítica.

Las antiguas normas de estabilidad comunal se asimilaron primordialmente al esquema de las reducciones y los resguardos de tierras. Tanto las unas como los otros respetaron la forma co­lectiva de utilización de la tierra y la tradicional organización indígena. Los caciques mantuvieron su posición como capitanes, adquiriendo nuevas funciones de mando y nuevos papeles que cumplir frente a los conquistadores. Los españoles, a su vez, impu­sieron condiciones análogas de morada y labor a los particulares que quisieran poseer tierras, así fuese por merced, venta o compo­sición. Estos ajustes fueron importantes porque consiguieron fijar la población rural a las tierras ocupadas, y permitieron a los es­pañoles acomodarse como casta superior en la estructura de las comunidades, sin destruir los sistemas en funcionamiento. Así aseguraron la continuidad de los grupos y el pago de los tribu­ios. Solo el concertaje rompió la comunidad, al desplazar a fam i­lias aisladas hacia terrenos de haciendas. Pero allí se construyó otra comunidad, que encajó también dentro del orden señorial.

Las contranormas españolas sobre la providencia no parece que hubieran sido muy incompatibles con las normas tradicio­nales. Tanto los hispanos como los Chibchas estaban a merced de la naturaleza en muchos aspectos, aunque los primeros poseían

SÍ bI i o te c a U 1 S

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herramientas y medicinas superiores. De todos modos, los ame­ricanos adoptaron animales y técnicas agrícolas y mineras del orden intruso, y los españoles a su vez asimilaron elementos de la herbología, la agricultura y la comida indígenas. Además, los españoles trajeron una concepción de mercadeo y de comercio a basa de moneda que, según parece, tenía contrapartes algo equi­valentes entre los Chibchas (Aguado, 1906, p. 266; Simón, 1953,II, p. 273; Oviedo y Valdés, 1852, II, p. 409). En este campo por lo tanto, no parece que hubiera habido mayor conflicto, y se fa ­cilitó el ajuste entre los elementos.

En cambio, la rigidez prescriptiva hubo de ser adicionada a la tradición local. Incluye aquellas gormas que perpetúan la es­tructura de castas sustentada por el etlios de la cultura hispá­nica. Por estas normas se discrimina según raza, ocupación y po­sición social, práctica especialmente prominente en la educa­ción, el gobierno local y la promoción de funcionarios y clérigos. Los que pertenecían a “castas inferiores” , tenían sangre de "m a­la raza” o seguían ocupaciones serviles, casi no podían levantar cabeza. Y, al contrario, los que eran de las castas superiores no podían degradarse adoptando ocupaciones domésticas o haciendo oficios manuales. La prosapia era calidad fundamental para la vida distinguida y para las promociones políticas, religiosas y sociales. Tal fue el caso en la región andina, donde se formaron tres castas: la “ chapetona” de los señores, burócratas y hacenda­dos; la de los artesanos y ladinos; y la de los pequeños agricul­tores e indígenas.

La moralidad acritica se refiere a aquellas normas del orden señorial que derivan su vigencia solo por el acatamiento' a la autoridad formal, especialmente la política y la religiosa (pres­cripciones, dogmas y creencias) 1. Se afianzan con el correr de los años. En la parte política, consistente con la utopía, se refu­gian en la imagen “sacra” del rey de España, que llega casi a ser deificado por los indígenas; en la parte religiosa, se legitima por la regla “Doctores tiene la Santa Madre Iglesia” . Se cons­tata en comunidades rurales de ayer y de hoy al analizar actitu­des hacia algunas prácticas agrícolas, como el cuidado y des­

1 Este es un componente de la "inercia cultural” o la tendencia a con­servar las costumbres por el solo hecho de su existencia. Por lo tanto, envuelve un cierto sentido de “no racionalidad” desde el punto de vista secular. En realidad es una racionalidad concebida en términos del orden señorial que es prescriptivo; Becker la llama prescriptive raíionality (1957, pp. 136, 147, 156). Obsérvese que la conducta puede ser también racional en otros aspectos normativos, organizativos o tecnológicos, dentro del orden señorial.

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tracción de la semilla; o hacia algunas innovaciones, como jun­tas comunales y hospitales. La legitimidad de estas normas no se encuentra en ninguna estructura que hoy denominaríamos “racional” , ni tampoco en el orden local, del que serían contra­normas: solo se justifican con referencia a los valores entonces emergentes del orden señorial.

Señores y Ladinos.

La difusión de contranormas y antivalores corrió a cargo de una serie de instituciones y grupos establecidos por los españo­les, a los que respondieron los americanos con nuevas formas de organización social. Los conquistadores partieron de su concep­ción peninsular del urbanismo de castas; los Chibchas respon­dieron con organismos adecuados para la tarea de difusión de lo nuevo a diversos niveles, llegando al vecinal. Algunos de estos organismos eran subversivos de la sociedad local.

Como se dijo antes, una dificultad que desvirtuó el sentido de la utopía misional absoluta fue que los súbditos que se trasla­daron a la “ tierra prometida” no tenían ni el idealismo ni la v i­sión profètica de los Reyes Católicos. Las actitudes y las nor­mas que transmitieron aquellos cristianos peculiares a los gru­pos locales, solo en parte dejaron traslucir el destello de la uto­pía. Por el contrario, buena parte del impulso de los conquista­dores provenía del no muy celestial afán de riqueza y ansia de poder. Su ideal de hombría era el soldado, y aún los religiosos y místicos resultaron ser “caballeros a lo divino” . Aunque habla­ban mucho de lo justo, demostraron tener solo una idea abstrac­ta de la justicia, y en cambio poseían un sentido humano muy concreto (Mackay, 1933, p. 17).

Por eso, no debe sorprender que los esfuerzos de Fray Bartolo­mé de las Casas para organizar a su malhadada colonia agrícola de Cumaná se hubieran venido a pique, porque los labradores que llevó de España decidieron “sentirse caballeros” , “yéndose con los conquistadores a robar” (Las Cajsas, 1929, Libro 3, caps. 156-160). Por eso mismo declaraba Bernal Díaz, en su Historia verdadera, que sus compañeros habían venido a servir a Dios, pero también a enriquecerse (1943, II, p. 394).

El transplante del señorío fue automático con el del cristianis­mo. Por un lado, estaba el derecho de guerra, por otro, había los antecedentes de las behetrías en la península (Ots Capdequí, 1946; Knllesteros, 1944, I, p. 689). No menos efecto tuvo la docilidad de Inuma parte de los grupos americanos conquistados. Sobre este

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particular se libró una batalla entre los defensores de la utopía misional y los conquistadores que no podían subsistir sin la ser­vidumbre de los indios. La humanitaria expedición de las Nue­vas Leyes de 1542 por Carlos V (última victoria de los utopistas) que ordenaban terminar las encomiendas, produjo rebeliones en todas partes, especialmente en el Perú, hasta el punto que el mismo Emperador hubo de echar pie atrás cuatro años más tar­de. Evidentemente, había tocado un mecanismo fundamental en la transmisión del señorío a la América.

La encomienda, con sus instituciones subsidiarias: el reparti­miento, el tributo y la doctrina (Zavala, 1935), se estableció en la región andina desde 1538, poco después de la llegada deQue- sada*a la sabana de Bogotá. No implicaba poseer tierras, porque era más que todo una forma de control de tributos y de adoctri­namiento religioso. A los indios había de servirles y tratarles bien, sin tomar sus posesiones. Sin embargo, en la práctica la encomienda se tornó en pleno instrumento de dominación eco­nómica, lo que permitió tomar ilegalmente la tierra de los en­comendados.

Esta tendencia se mantuvo aún frente a la oposición de los re­yes. Una vez expedidas las Nuevas Leyes (aunque en la práctica lo habían hecho desde antes), el estratégico grupo de encomen­deros inventó una institución de tenencia que satura luego la historia de América: la hacienda, con los mismos elementos se­ñoriales ya descritos, excepto el tributo, y dentro del marco le ­gal de las mercedes de tierras (Bishko, 1952). El tributo pasa a camuflarse en otro invento social, el sistema de concertaje, con residencia de trabajadores agrícolas sin tierras en porciones de haciendas, mercedes o estancias, viviendo en condiciones servi­les (Fals Borda, 1957, pp. 77-81). Así se duplica el binomio señor- siervo que regía en la península ibérica.

Con los elementos provistos por estos dos grupos básicos de en­comenderos y hacendados, se obtienen las bases sociales, polí­ticas y económicas para establecer una estructura institucional de dominio resistente al cambio y sumamente eficaz, que confir­ma la existencia de las castas. A las rudimentarias castas del orden áylico, una vez decapitadas con la muerte de Zipas y Za­ques, se sobrepone ahora una superior, la de los señores blancos. Además de encomenderos y hacendados, entran también a ella los grupos de la burocracia colonial, la oficialidad y la jerarquía eclesiástica. Se confirma así el predominio de las posiciones ads­critas, y el conjunto de sus valores y normas induce a la acción eminentemente prescriptiva.

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Mientras tanto, en el estrato inferior de la sociedad de castas H(» acomodan los americanos. No resulta de este proceso de aco­modación una distribución uniforme. Aparecen distintos grupos colocados en diferentes posiciones y supliendo funciones que van haciendo más compleja y diferenciada a la sociedad local.

La subversión del orden local provino no tanto del grupo con­quistador, como de personas, grupos y entidades del orden tra­dicional que compartieron desde temprano aquel intento. Estos organismos tendieron un puente entre las dos culturas, y en los primeros años hubieron de enfrentarse abiertamente a los per- .soneros tradicionales de su propia sociedad. Sin embargo, con el respaldo institucional de los señores, estos subvertores lograron romper resistencias en muchos campos. A estos grupos-puentes <le la subversión cristiana y a las personas que los componían, se los denominó “ladinos” . Dentro de nuestro marco de referencia, los grupos ladinos constituyen un tipo de organización rebelde cuyas normas y valores son básicamente los de los españoles, en oposición a los tradicionales del orden áylico. Su influencia llega hasta el nivel básico de los vecindarios rurales, a través de un proceso de difusión y saturación subversiva. Este proceso fundamental del que son personeros y motores, les hace conver­tir en grupos claves del período. De ellos depende, en gran parte, la adopción de lo nuevo y la estabilidad del orden emergente.

El primer conjunto de ladinos, y el más importante, destaca un fenómeno que se encuentra en las subversiones estudiadas en el presente libro: la división del grupo dominante tradicional, para dar paso a un grupo rebelde, iconoclasta, que no comparte el or­den de vida existente. En las dos subversiones posteriores, este grupo rebelde surge espontáneamente, sin necesidad de coacción militar externa. En el caso de la presente subversión, el cambio es exogenético e impuesto parcialmente. Pero es en toda forma una confrontación de fuerzas que parte en dos a la élite local tradicional creando una “antiélite” . De allí que pueda denomi­narse antiélite aquel conjunto de personas que perteneciendo a los grupos de alto prestigio dejuna sociedad, se toman contradi prden de cosas existente por razones ideológica?, buscando .el cambio del orden y el dominio del poder político (cf. Eisenstadt, 1964, pp. 308-316; Bottomore, 1964, p. 9). (Véase también el Apén­dice B).

La antiélite de la época de la Conquista, dentro de la sociedad local en cuyo seno ocurre la subversión, se forma con los caci­ques que se convierten al cristianismo (así fuese nominalmente), tomando a la casta superior española como su grupo de referen­cia y enfrentándose a los antiguos reyes o uzaques que persis­

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tían en hacer resistencia. Esta antiéllte se distingue de varias maneras: 1 ) por la adopción del vestido del hijodalgo; 2 ) por el aprendizaje del idioma español, para lo cual contaron con es­cuelas especiales y organizadas por la Iglesia; 3) por la acepta­ción de cargos dentro de la nueva estructura social, como los de sacristán, gobernador de resguardos o recolector de tributos; 4) por la adquisición de haciendas propias al estilo de los españo­les; 5) por la adopción de nombres españoles y del título de Don; y 6) por la formación de alianzas militares con españoles para combatir tribus enemigas (V. Restrepo, 1895; Triana, 1922; Groot, 1889). La asimilación de las pautas señoriales por los antiguos caciques les tomó, en muchos casos, en peores déspotas que an­tes. El ejemplo de su “cristiano” grupo de referencia, con las nue­vas formas de coerción y castigo, inflamó el ansia de mando de los gobernadores indígenas, decantando todavía más la utopía misional, y produciendo incongruencias latentes en el orden se­ñorial.

Otro grupo subversivo importante, cuya influencia en el nuevo orden creció con el correr de los años, fue el grupo de indígenas comunes que se asimilaron culturalmente al grupo dominante. Estos son los ladinos propiamente dichos, que se acomodan en posiciones secundarias dentro de la estructura de castas. Sus gru­pos de referencia parecieron ser tanto los españoles como la an­tiélite ladina.

En especial, sobresalen como ladinos aquellos indígenas que salieron de los resguardos para adoptar una artesanía o comer­cio, o con el fin de localizarse de manera permanente en las ha­ciendas, como concertados o mayordomos. Este grupo incluye: los que adoptaron nuevos oficios de tipo europeo, como la talabarte­ría, la curtiembre, la herrería, la sastrería y la zapatería; los pri­meros en emplear la tecnología española en la agricultura y la minería; los que se dedicaron a actividades varias como vende­dores ambulantes de cosas hispanas o como sirvientes persona­les de los encomenderos y sus familias; los que aprendieron a cantar la misa y canciones populares españolas y a ejecutarlas en instrumentos musicales europeos, para lo cual los misioneros establecieron algunas escuelas; y los que acomodaron las arte­sanías propias como la orfebrería, la alfarería y la hilandería en la posición subordinada que les esperaba en el nuevo orden.

También pertenecen a esta categoría los mestizos, que empe­zaron a alcanzar posiciones de responsabilidad hacia 1570, y cu­ya lealtad dividida les hizo inclinarse hacia el campo de lo his­pánico. El hecho de que no hubiese habido mujeres blancas du-

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rinte los primeros quince años de la Conquista en esta parte de America, produjo una incongruencia latente en el orden señorial, que tenía que ver con la posición marginal, muchas veces injus- tu, de los nuevos ladinos-mestizos que surgieron por aquellas circunstancias. Este proceso de amalgama racial fue esencial en■ I ajuste del nuevo orden y estratégico para la durabilidad délas nuevas formas de vida. Sin embargo, como grupo paria que no podía vivir en los resguardos indígenas ni ser vecinos plenos en Ihs parroquias de blancos, los mestizos iniciaron serias ofensivas en varias direcciones. Por una parte, contra los indios para apro­piarse de sus tierras; por otra, en busca del reconocimiento de españoles para ingresar a instituciones de prestigio, como la eclesiástica. Su labor de saturación subversiva por eso es impor­tante. El predominio de este grupo va creciendo a medida que se multiplica, mientras decaen las comunidades indígenas; es decir, a medida que la subversión cristiana se va resolviendo, ajustando sus elementos al nuevo orden señorial.

Parece que estos procesos de ajuste y compulsión, asimilación y acomodación social, amalgama racial y difusión de valores y normas subversivas, fueron más efectivos y rápidos en Colombia que en otros países de América. De allí surgen muchas de las di­ferencias contemporáneas con otras sociedades americanas. Lo cual destaca el papel que aquellos procesos jugaron para impar­tirle una dirección determinada al cambio social que fomenta­ban. Los grupos dominantes —señores (con los clérigos) y ladi­nos— fueron fundamentales en este sentido. Hubo también otros agentes de cambio que merecen mencionarse: los protectores de in­dios, como españoles de respeto que mantenían contactos regula­res con sus protegidos; los corregidores de indios, con derecho a re­sidencia en los resguardos, de quienes se cree fueron elemento fundamental en la difusión de las nuevas prácticas agrícolas; y los agricultores blancos, pobres y aislados (del tipo que inmi­gró a Antioquia) que se denominaron “vecinos y agregados” y que después jugaron papel importante en las invasiones de res­guardos (Fals Borda, 1957, p. 93). Cabe esperar que un análisis más profundo de estos elementos como grupos de referencia que buscaban la durabilidad del nuevo orden y la subversión del antiguo, logre clarificar más el proceso del ajuste histórico y social que vamos describiendo.

El salto al arado y al hierro.

Durante la misma época, tuvo lugar un importante proceso de acumulación tecnológica. Los vehículos de rueda y los animales de tiro y transporte, las herramientas, el sistema del arado de

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confirmado en su creencia de que era la voluntad divina para que se esparciera la fe cristiana en el mundo recién descubierto.

Fue asi como el descubrimiento de América podía interpretar­se com o un premio sobrenatural a un pueblo místico y heroico que, a diferencia del resto de Europa, había sacado a la religión de los fríos claustros y de las discusiones de concilios, para co­locarla en el frente de batalla, en la realidad de la confronta­ción violenta (Ganivet, 1923). Y había triunfado. Un Estado así no podía ser un fin en sí mismo, sino un medio para acrecentar el Reifio de Dios en la tierra. La expansión americana brindaba esta oportunidad. Del intento de aprovecharla al máximo se de­rivó la dinámica utopía inicial de la conquista, que combinaba la espada con la cruz, de la que emergió la Iglesia-Estado como “ instrumento histórico de la epopeya católica” (De los Ríos 1927); esta era la utopía misional. El desarrollo de la utopia mi­sional afectó por igual a América y a España, transformándolas a ambas.

La idea misionera de la reina Isabel aparece ya en los docu­mentos cruzados con la Santa Sede, para producir la Bula Inter Caeteris, de Alejandro VI, el 3 de Mayo de 1493. El compromiso adquirido por los reyes de Castilla se basaba en la convicción de que no solo había necesidad de salvar las almas de los indios, sino que estos estaban dispuestos a abrazar la fe católica. Esta oportunidad no podía dejarse pasar por alto. Para alcanzar esa meta, el Papa, como Vicario de Cristo en la tierra, otorgó el patronato a los reyes de Castilla, a quienes se tituló en adelante ‘ ‘Patriarcas de las Indias” .

La utopía misional quedó plasmada en las primeras instruc­ciones (capitulaciones) entregadas a los descubridores y expe­dicionarios. En toda empresa debía haber capellán o confesor, para que vigilara la conducta de soldados y colonos y viera que se alcanzaran las nuevas metas valoradas: la finalidad de jus­ticia y la necesidad de salvación de los hombres, dentro del marco del cristianismo. La conquista española vino a ser así “ uno de los más gigantescos esfuerzos que el mundo haya visto de hacer valer los preceptos cristianos en las relaciones entre las personas” (Hanke, 1949, p. 1).

España podía hacerlo: en aquella época era la principal po­tencia de Europa. Los reyes —especialmente Carlos I (V de Alemania)— tuvieron cuidado de impartir las ordenes del caso, inclusive trataron de entender mejor la naturaleza del contacto cultural en las “ Indias Occidentales". Autorizaron una serie de experimentos en La Española, Cuba, Venezuela y Guatemala,

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con el fin de ver cómo se evitaban perjuicios a los nativos (Han- ke, 1935). Grandes debates se suscitaron en las primeras déca­das del siglo XVI para determinar la naturaleza del "justo títu­lo” de los reyes a las tierras de América, las circunstancias en que pudiera alegarse “guerra justa” en esas comarcas (Solórzano,

i 1647), y la “humanidad” del indio.La propia experiencia colonizadora del sur de España abrió

la posibilidad de conseguir un nuevo tipo de poblamiento para las tierras de ultramar, con plaza rectangular y calles rectas, un poco más eficiente que el tradicional de la Iberia (Foster, 1960). El ambiente renacentista de la época estimuló a muchas perso­nas a concebir innovaciones de todo tipo, desde inventos mate­riales! de mil clases (nuevos tipos de barcos, herramientas y ar­mas, por ejemplo), hasta el bautizo de regiones y ciudades como “Nuevas” . Hasta las utopías basadas en La República de Platón —que encontraron eco en Tomás Moro y Campanella— dieron lugar a ensayos sociales importantes en América, como los hos­pitales-pueblos del Obispo Vasco de Quiroga, en México (Zavala, 1937). Fray Bartolomé de las Casas, seguramente, personificó esta utopía y batalló por ella hasta la muerte.

Juzgando según estos hechos, a la élite política e intelectual <le la España de aquel entonces la animaba un cierto afán de colocarse a la altura de las circunstancias y aprovechar la opor­tunidad para crear una civilización superior. Por esta razón pue­de advertirse que la religión dejaba de ser una experiencia mís­tica o meramente espiritual, para aportar una ideología espe­cifica, traducible a elementos de organización social. Esta es la de un nuevo mundo cristiano con una “ética colonial escolás­tica” y con derechos y doctrinas, como ocurre con las ideologías «oculares (Hoffner, 1957). Asi, es un conjunto de ideas prácticas tunto como un complejo de ritos y creencias lo que se tras­planta a la América para crear el nuevo orden.

Sin embargo, la utopía absoluta encontró eco solo en la élite gubernamental de España y en unos cuantos apóstoles, algunos do los cuales ingresaron al santoral romano. No pudo ser tradu­cida al contexto americano (ni al español) sino a través de se- Kundones y representantes que eran menos idealistas. A estas tientes también les atraía el destello de lo utópico, para empe­zar hueva vida o crear una sociedad en América que fuese en muchos aspectos superior a la de Europa. Pero en el proceso di­luyeron la utopía absoluta de los reyes y papas para producir una utopía relativa con su propia ideología: esta era la de los nifcntes del señorío, que tenían que hacerle frente a la realidad inmediata de los indígenas y a la conquista.

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Asi, la utopía absoluta queda registrada en las Leyes de las Indias y simbolizada en la corona del Rey Patriarca; la utopía relativa se traduce al ambiente americano en el derecho con­suetudinario indiano.

Las leyes de la utopía absoluta se obedecen; pero no se cum­plen en la realidad. Se brinda homenaje al rey como lejana dei­dad que unifica el imperio; pero se gobierna a través del muy humano Consejo de Indias.

Los conquistadores tenían sus propias ideas respecto a la na­turaleza de su misión. Es de general conocimiento que muchos no vinieron a América sino con afán de riqueza y ansia de po­der. Pero justificaron estos impulsos pecaminosos a través de la religión, como puede advertirse en las crónicas de todos los países. El poner a Dios, Santiago o la Virgen al servicio de las huestes conquistadoras para capturar a un rey idólatra y tomar sus tesoros, por ejemplo, fue cosa muy común (cf. Groot, 1889,I, p. 23).

Sin embargo, una vez satisfecha la codicia terrenal, los con­quistadores se volvieron colonos, y reconstruyeron la sociedad local según la utopía relativa. Así, por ejemplo, tomaron la idea de la behetría y la transformaron en la encomienda; se liberaron de las constricciones de la Mesta e inventaron la hacienda; se declararon insatisfechos con los confusos poblamientos de la pe­nínsula y construyeron pueblos según un diseño racional; cola­boraron con ios misioneros en el adoctrinamiento de los indios, para quienes hallaron posiciones convenientes en la estructura de la nueva sociedad, sin destruirlos; promovieron un ajuste en­tre lo americano y lo hispano que debía destacar lo mejor y más útil de ambos, destruyendo del primero lo que según la utopia debía ser destruido.* De todo el intento idealista de la época había de quedar un

residuo manifestado en las formas de la vida actuante no solo en los nuevos dominios, sino también en la península. Estas formas diluidas de la utopia fueron las instituciones que surgie­ron de las situaciones reales, la imágen social propia y del mun­do y el estilo hispano-criqllo de actuar, percibir y evaluar. Vale decir, se dibuja el nuevo orden señorial —basado en el grupo clave de los “señores”—, que se forma en el periodo subversor de la Conquista como consecuencia de la decantación de la uto­pia misional absoluta.

Si la meta final era la formación de una "Ciudad de Dios” , las metas reales resultaron ser la traslación y reproducción de una ideología, con condiciones, sustituciones y adopciones:

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I'm iiiih lón. del Orden Señorial 43

««tu «- i, la de la sociedad señorial que regía en la península ibé- rli'tt, Aún así, esta utopia relativa fue efectiva para transformar i>l orden local. El Patriarca de las Indias habría de gobernar, al fin dr cuentas, a vasallos que querían ser no ángeles sino hom­bre«; y más que hombres, señores. A esta decantación de prqpósi- lim queda sujeta la sociedad colonial.

t-n mibvorsión cristiana. J

MI trasplante a Tierra Firme de los ideales de la utopía mi­sional, y su traducción realista a valores y normas concretas y0 llpox de organización señorial produce la descomposición del un leu vigente. Este proceso permite que aparezca la condición completa de subversión en las sociedades indígenas.

r.u'n entender cabalmente la naturaleza de este conflicto, es mu-osarlo examinar la forma como los componentes del orden Ayllco (valores, normas, organización social y técnicas) ¡se pola- flruron y coligaron entre sí al refractarse el orden con la llegada de los españoles, confirmando la condición natural de tradición. Nr articulan estos componentes y se hacen más conscientes, de- liiiln al impacto cultural y enfrentamiento que le hacen los ele­mentos del orden intruso durante el climax del conflicto. Este Win nieto hace ver lo intruso como valores nuevos que se opo­nen n los tradicionales de los Chibchas; como normas extrañas mile las activadas localmente; como instituciones sociales di- fercnle.s, que buscan la modificación de las autóctonas; y como IíciiIcuh y prácticas novedosas y hasta extraordinarias, que com­plementan o suplantan las desarrolladas por los agricultores y MiIcNimos de la región. En otras palabras, durante este periodo tic cIJmax de la confrontación los valores, las normas, institu- nloiion y técnicas de la subversión cristiana se ven como contra elementos, desde el punto de vista del pueblo americano que de- riemlc sus tradiciones. Estos contra-elementos son respuestas illitlcélicas a la condición existente, y por eso pueden reunirse cu liet cuatro categorías que replican las de la tradición, y que furriHi introducidas en el Capítulo 2: antivalores, contranormas, rfin.ti.níiia» e Innovaciones técnicas, respectivamente.

1 .11 Imposición de conquista resultó efectiva principalmente en in i mi información de las instituciones políticas, en la destruc-1 iriii exlerna del culto al dios Bochica, y en la adopción de com- })ln|iM nocíales aislados, como el mercado, el vestido, el idioma \ I«« prácticas agrícolas. Pero no fue tan efectiva en otras ex- incniones socio-culturales, como el contenido valorativo de la lelltllrth Chlbcha, los mitos, leyendas y creencias populares, la mutilen y la herbología, y ocupaciones como la alfarería, mine­

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ría e hilandería. Estas fueron áreas en las que se realizaron ajustes entre lo subversivo hispano y lo tradicional americano (véase más adelante).

No obstante, la matanza de los jefes principales durante el climax del conflicto entre 1537 y 1539, produjo una desmorali­zación casi completa entre los Chibchas. Hubo grupos que hu­yeron a los montes; otros realizaron suicidios colectivos; aún otros se retrajeron socialmente de los españoles (Aguado, 1906, p. 207). Las epidemias de enfermedades nuevas como las vené­reas y las viruelas, fueron aniquilantes. La anomia de la sub­versión llevó al pueblo a la pasividad y la resignación que ha­bría de caracterizarla por varios siglos.

La duración y características de este período de indecisiones en el orden local pueden derivarse de los datos sobre adopción de complejos socioculturale,s hispánicos, por parte de los indíge­nas, y sobre la acomodación definitiva de éstos en el nuevo or­den social. Parece que el último levantamiento de entidad pro­movido por los uzaques de Tundama y Sugamuxi, ocurrió en la parte norte de la región Chibcha hacia 1540. Después no se tiene noticia alguna de acción bélica, y bien parece que los grupos to­dos empezaron a acomodarse. En cambio, hubo una intensa lucha de los americanos para defender sus tierras de cultivos, lucha que al fin se ganó parcialmente con el reconocimiento legal y amojonamiento de los resguardos de tierras hacia fines del si­glo XVI (Fals Borda, 1957, pp. 72-77; 1961a, pp. 115-116). Este im ­portante hecho no era todavía índice suficiente de la absorción de la cultura Chibcha al grupo dominante, aunque ya se habían delineado los marcos en los cuales se conformaría el nuevo orden señorial.

Siguiendo las pautas de la utopía, era obvio que el campo re­ligioso sería esencial para medir el alcance de la subversión cristiana del orden local. En efecto, se registra hacia 1590 de manera significativa, aunque solo por su aspecto formal, el sur­gimiento del culto a Nuestra Señora de Chiquinquirá que, por sus características de romería regional, podría interpretarse co­mo una sustitución de los desplazamientos antiguos hacia Sua- moz y Guatavita (Groot, 1889, I. pp. 193-197; Triana, 1951, p. 159). En otros aspectos el cambio fue más completo, como parece que ocurrió con el vestido y el idioma nativos, elementos simbólicos de la mayor importancia que nos pueden ayudar a fijar las fe ­chas de terminación de esta subversión, así como algunas pautas de su resolución.

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Según los datos disponibles, el vestido Chibcha sufrió dos ata­ques: uno proveniente de los misioneros españoles que a través «Ir sucesivas ordenanzas prohibieron la desnudez, obligando a los indios a llevar calzones y blusas, y a recortarse el cabello; y otro proveniente de los yanaconas o guías Quechuas que un gru­po de conquistadores había traído consigo desde el Perú, quie­nes introdujeron el bayetón o ponchó originario de los Mapu- dies-Huilliches, la pieza que más tarde se convierte en la ruana actual! Ambas contranormas implicaron serios conflictos con la tradición local: el recorte del cabello era un castigo, como era Infamante colocarse al cuello una manta cortada al estilo del bayetón. En todo caso, ya a fines del siglo XVI los indígenas se vestían conforme a las nuevas normas, y hasta los caciques ha­bían adoptado el vestido del hidalgo español (Fals Borda, 1953).

En igual forma, hacia 1598 el idioma Chibcha ya no se em­pleaba para realizar actividades fundamentales, como las co­merciales. Los Jesuítas descubrieron que podían hacerse entender de los nativos en español, y descartaron el habla Chibcha que habían aprendido en el convento (Groot, 1889, I, pp. 211, 226). Es posible que en el seno de la familia el dialecto tradicional hubiese continuado, y la supervivencia de algunas palabras Chibchas hasta hoy así lo testifica. Pero la emergencia de una nueva generación en contacto abierto y aceptado con los espa­ñoles, eliminó la posibilidad de la resistencia idiomàtica fuerte que se halló entre los americanos de habla Quechua, Aymara o Maya, por ejemplo.

Estos datos relativos a la absorción de nuevos elementos cul­turales: el idioma y el vestido de los grupos subversores cristia­nos, la posesión de la tierra de los resguardos, y la aparición del culto a Nuestra Señora de Chiquinquirá, nos indican que el pe­riodo de contradicción aguda y pronunciada incongruencia de la subversión del orden local termina hacia fines del siglo XVI, es decir, al cabo de dos generaciones (60 años) a partir del contacto de 1537. La congruencia cultural y social se reconstruye luego con base en la sociedad y cultura de los grupos dominantes, ha­ciendo los ajustes necesarios para asegurar la estabilidad, pero compulsando la dirección hacia el ethos hispánico. Surge enton­ces una sociedad totalista, mucho más resistente al cambio y más “sacra” que la que aparentemente tenían tanto los chibchas como los hispanos de la península.

El ajuste de los valores.

Obviamente, los españoles contaban con una reserva cultural compleja y sazonada, la de la cultura occidental, que no podían

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dejar de utilizar, así se hubiesen hecho esfuerzos por la Corona para superarla moralmente. Precisamente, la fuerza de aquellas costumbres y creencias llevadas al otro lado del océano fue la que impidió ver en el orden señorial la expresión perfecta de la utopia misional y la que dió origen a parte de las contradic­ciones ulteriores. En cambio, aparecieron valores, normas e ins­tituciones muy humanas, que se resumen aquí como las formas de vida actuante durante la época colonial.

Estas formas de vida —contra-elementos del orden áylico— no ocurren por la decantación de la utopía solamente, sino que re-* fie jan también la influencia de elementos del orden local cam­biante. No fue posible realizar en la colonia una imposición to­tal, de conquistador a conquistado. En efecto, se hallan señales de avenimiento y comprensión en muchas áreas de contacto. Se desarrolla, en cambio, un proceso de ajuste y compulsión que lleva a la nueva topía, es decir, al nuevo orden social. Como se recordará, por el ajuste se busca la asimilación, el sincretismo o la acomodación entre los elementos discordantes; y por la com ­pulsión se persigue imponer dirección al cambio para alcanzar luego su estabilización relativa (Capítulo 2 ).

Dentro del primer componente ( los valores), el ethos y los valores centrales o dominantes son los que determinan el sen­tido vital y afectivo de la sociedad, y los que ofrecen el marco existencial para la conducta de las gentes. Aún a riesgo de sim­plificar el fenómeno, podría plantearse la tesis de que los anti- valores dominantes de la “topía hispánica” (que condicionaron buena parte del ajuste por razón de la Conquista) giraban alre­dedor de dos ideas capitales: la idea de las castas como patrón de vida moralmente justificada, y la idea de la concentración urbana como modelo de forma civilizada de organizar y contro­lar la sociedad. De la combinación de estas dos ideas, en una es­pecie de ethos de urbanismo de castas, surgen los patrones de conducta fundamentales para la vida en las colonias americanas.

La idea de las castas, como capas sociales en que se perpetúan los linajes y se evitan las mezclas con determinados grupos, era muy antigua en España. Se remonta por los menos a los ¡tiem­pos de la desintegración del imperio romano, cuando aparecieron los feudos. En la península ibérica, el feudalismo tuvo ciertas modalidades que le distinguieron del de otros países, esencial­mente en lo relativo a los fueros y a ciertos derechos de los feu­datarios y vasallos (Hinojosa, 1905; Zavala, 1935). Su estructura fundamental se basaba en posiciones adscritas y hereditarias, resumidas en dos capas sociales superpuestas: la de los señores

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y la de los siervos. Al afianzarse como valor social, la idea de las castas recibe la sanción positiva de la Iglesia, cuyos teólogos producen argumentos que justifican su existencia. Son los ar­gumentos que se esgrimen por el grupo comandado por JuanGi- nés de Sepúlveda y por él obispo Juan de Quevedo a primeros del siglo XVI, para reforzar la posición de los encomenderos. Una persona convencida de estos argumentos no podía menos que adquirir actitudes de aceptación de las diferencias entre los gru­pos (especialmente los económicos y los raciales), y racionali­zar las diferencias como hechos dentro del orden natural del uni­verso. Las condiciones en que se verificó la Conquista, por su­puesto, vinieron a facilitar la aplicación de estas ideas y a con­firmar su bondad en más de un sentido. Encontraron expresión concreta en las contranormas y en las instituciones señoriales que estudiaremos más adelante.

La idea de ciudad había alcanzado alguna prominencia en Es­paña a raíz de la ocupación*, árabe, cuyas concentraciones urba­nas eran el foco de una gran civilización. Implica este complejo la aparición de una élite administrativa, política, religiosa y le ­trada dentro de un medio circunscrito, a veces limitado por cons­trucciones defensivas, grupo que depende para su subsistencia de un campesinado en el área rural circundante (extramuros). Los campesinos quedan dominados por el grupo citadino de po­der con el cual establecen intercambios económicos (la moneda, un sistema de mercados), y al que rinden servicio militar e im ­puestos (Redfield, 1956). Se produce así un nivel de integración social que incluye tanto los grupos locales rurales como los de la concentración urbana con ellos conectados. Para el caso de las comunidades del antiguo dominio Chibcha, tales grupos fun­cionaron primero en las capitales (Santa Fe, Tunja). Más tarde, al crecer las reducciones o convertirse en parroquias, aparecieron allí también los grupos blancos de la burocracia y la adminis­tración.

Con este complejo urbano, se procede a convertir gradualmen­te a los indígenas americanos en campesinos o labradores, como los de Castilla, con fines muy concretos de manejo social y con­trol económico y religioso. En consecuencia, uno de los primeros esfuerzos de la administración colonial fue concentrar la pobla­ción nativa en pueblos o reducciones donde se civilizara de acuer­do con las pautas conocidas en la península. Por supuesto, no todo el complejo se duplicó, y este ingente esfuerzo de civilizar a través de concentraciones urbanas se convirtió en un fracaso parcial en aquellas regiones donde ya existía el poblamiento disperso. Los españoles hubieron de aceptar entonces el ajuste

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con los habitantes, dejándolos asentados conforme a sus cos­tumbres, y exigiéndoles solamente la convocatoria semanal con fines de doctrina y mercado en los centros de servicios y reduc­ciones. No obstante, poco a poco se fue estableciendo con éxito una estructura político-urbana centralizada, más madura y fuer­te que la vigente antes de 1537. Viene a reforzarla la institución religiosa, que abre la posibilidad de realizar integraciones co­munales mucho más amplias que los antiguos vecindarios.

La imposición de los antivalores del urbanismo, naturalmente* produce efectos significativos en los valores tradicionales. En es­te sentido pueden advertirse tres procesos de ajuste y compul­sión distintos: 1 ) asimilación de los valores antiguos del animis-

,m o, la familia, y la naturaleza; 2 ) sustitución de los valores fu - turistas por los valores del ultramundo y la sumisión terrenal; y 3) adición de valores nuevos, como son los del neo-mani- queísmo.

En cuanto a los ajustes de asimilación con el animismo y los valores relacionados con la familia y la naturaleza, debe recor­darse que en estos tres aspectos la cultura Chibcha era compati­ble con la hispánica. Por ejemplo, en relación con el animismo mágico, la creencia en la malignidad de los vientos o en el mal de ojos, que muchas veces se imputa a los indígenas, en realidad era española. Así, leyendas, fábulas e imágenes, especialmente las relativas a los animales y frutos autóctonos (como la rana, el lagarto, el maíz y la piña) se mantuvieron y propagaron junto a aquellas otras traídas de la península ibérica. Se reforzaron en esta forma las creencias populares, los mitos, y las leyendas de ambos pueblos, creando un núcleo popular muy resistente, rico y variado al mismo tiempo, que se expresó de paso en el arte “barroco-americano” .

Esta base cultural se amplía con el arreglo al que se hubo de llegar luego por la adopción de algunas deidades y conceptos cristianos, a través de sincretismos y de estímulos sensoriales. En vista de las dificultades de compjensión que experimentaron los americanos, se enfatizaron desmedidamente las imágenes, los ritos y la liturgia como alternativas de misión. Así, con la tole­rancia de los clérigos, se adoraba a una deidad tricéfala como si fuese la Santísima Trinidad; las imágenes de Bochica se in­crustaban dentro de los crucifijos; se quemaba la palma bendita para aplacar la tempestad (Groot, 1889, I, pp. 327, 427; Fals Bor­da, 1961a pp. 280-284). Las dificultades de entender ideas teoló­gicas como “ alma” y “adoración” eran insuperables, (Uricoechea, 1871, p. xlix). En fin, el sincretismo y el formalismo impuestos por el ajuste con el animismo local hubieron de dejar a la reli­

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gión popular y campesina casi vacua de su sentido original (Ma- riátegüi, 1934; Rojas, 1928), en lo que se refundieron con la uto­pia decantada que trajo la Conquista.

Desde otro punto de vista, aunque los chibchas podían ser po­lígamos, en la práctica parece que predominaba la monogamia y así los requerimientos que sobre el particular hacían los m i­sioneros no debieron encontrar mucha resistencia, por la compa­tibilidad de este tipo de familia con el orden señorial en Espa­ña. Quizás las prácticas familiares indígenas que subsistieron por más largo tiempo —y que se observan aún en diferentes lo ­calidades de la región andina— fueron el incesto y el amaño, pero quedaron sujetos a fuertes restricciones. Además, buena par­te de la educación familiar pasó a la institución religiosa, en el recinto de las reducciones donde se aprendía la religión católica,o en las haciendas con obreros concertados. En esta forma, fue fácil llegar a una síntesis entre los antivalores y los valores tra­dicionales de la familia, que quedaron prácticamente reforzados en la colonia.

De manera semejante, entre los valores y antivalores relacio­nados con la naturaleza se experimentó el mismo tipo de ajuste. Tanto los españoles como los americanos tenían reverencia por la Madre Natura, y la tecnología de la época era de tipo adapti- vo, respetuosa de los procesos genéticos del ambiente. Las acti­tudes básicas de respeto al medio ambiente natural se reforza­ron mutuamente. También hubo asimilación y adición en áreas como la música y la recreación, en las que los Chibchas se ex­presaban mediante instrumentos esencialmente naturales (flau­tas de chusque, guacharacas, caracolas), mientras qne los espa­ñoles aportaron instrumentos de cuerda como la vihuela y el arpa.

En cambio, el ultramundo fue uno de los antivalores que más enfatizaron los misioneros españoles. En esto alcanzaron impre­sionante éxito por medio de la imposición de los ritos y la liturgia de la Iglesia, elementos que, como se dijo antes, estaban más al alcance de la mentalidad indígena. No hay indicación alguna de que hubiese habido esta actitud ultramundana entre los Chibchas antes de la Conquista, como condicionante negati­vo de cultura. Los chibchas se refugiaron en ella como escape a su condición de pueblo subyugado, sublimando su tedio vital en las visiones del otro mundo que les presentaban los curas doctrineros.

Se produjo en esta forma un complejo bifronte: 1 ) el fatalis­mo pasivo e indolencia entre las gentes que sustituyeron la an­

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tigua y más dinámica idea del futuro, de lo que testifican casi todos los observadores de la época colonial; y 2 ) la sumisión y subordinación a las castas superiores que convirtieron a los cam­pesinos en gleba encadenada a la tierra. De allí provienen acti­tudes de resignación tan saturantes como la de “ Dios lo dio, Dios lo quitó", o la reacción del “¿Para qué?” , y la superficialidad en asuntos de religión que todavía se advertían en 1950 (Fals Borda, 1961a, pp. 276-280).

El ultramundo de sumisión no se reduce a los grupos domi­nados: también aparece en los grupos dominantes como una pauta de conducta que justifica la sumisión y la espera en las gentes subyugadas. Para los grupos superiores, la sumisión es parte del ordenamiento moral de las cosas y, como tal, la forma normal de vida dentro de la señorialidad. En el fondo, la sumi­sión es una actitud positiva hacia el presente. Por una parte, los nuevos grupos dominantes aseguran la riqueza, el prestigio y el poder terrenales; y por otra, los campesinos encuentran en estos valores un ancla de seguridad cuya pérdida acarrearía no solo castigos tales como la expulsión de] lote concertado en la ha­cienda, el cepo y el látigo, sino también el descarte del nicho respectivo en el cielo. La aceptación de estas actitudes pasivas fue tan profunda en el área andina del Nuevo Reino de Granada, que se alcanzó una verdadera Paz Hispana, alterada solamente durante la revuelta de los Comuneros (véase más adelante).

Los antivalores del neo- maniqueísmo se añaden al nuevo or­den señorial como parte de la doctrina cristiana transmitida a los americanos. Implica ver la naturaleza humana como peca­minosa, lleva al desprecio del hombre como fuente de pecado y de maldad y conduce a la búsqueda del supremo bien y de Dios como Paracleto y refugio de bondad.

Esta introducción de la idea del pecado como lo concibe un cristiano, produjo confusión en costumbres indígenas simples y ,no solo en la antropofagia, la desnudez, la poligamia y el ayunta­miento matrimonial o amaño que podían estar cumpliendo fun­ciones adecuadas. Además, los ídolos fueron vistos como perso­nificaciones del demonio. Pero muchos americanos persistieron en sus creencias, a ocultas. La persistencia de muchas de esas prácticas de antiguo valoradas, es elemento de la clásica “re- serva del indio” , su “melancolía” y desconfianza, que distinguen todavía a los campesinos de hoy en muchas partes.

Es más: al enfatizar la búsqueda de Dios como refugio de bon­dad se brinda al creyente un escape de su sufrida condición te­rrenal, confirmando desde nuevos ángulos su pasividad política

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y social y bendiciendo su conformidad con el orden de castas. De este mundo solo habrá escape en la muerte. Por eso resultó fun­cional promover entre los indígenas la idea del Cristo Ensan­grentado, crucificado e impotente —el Cristo de la tradición po­pular, “nacido en Tánger” que hizo una vez decir a Unamuno (1922): “ Este cristo de mi tierra es tierra”— y no el Cristo Resu­citado que suscitaría actitudes más positivas hacia la vida. El culto de la muerte lleva a actitudes de menosprecio de la vida terrenal, al ascetismo y a la pasividad entre los creyentes (Mac- kay, 1933; López de Mesa, 1934, pp. 14V15). Por eso el neo-mani- queísmo reúne una serie de antivalores que imponen el nuevo orden a través del temor, convirtiéndose luego en defensa casi inconmovible de la tradición señorial.

El Ajuste en las Normas.

Un proceso de ajuste y compulsión parecido al experimentado por los valores, ocurre también en el marco normativo del orden señorial. Del orden áylico continúan las dos normas generales de estabilidad comunal y la idea de la providencia, con adaptacio­nes a la condición de subversión impuesta por la Conquista. Se adicionan dos juegos de coritranormas por los hispánicos: las de rigidez prescriptiva y las de moralidad acrítica.

Las antiguas normas de estabilidad comunal se asimilaron primordialmente al esquema de las reducciones y los resguardos de tierras. Tanto las unas como los otros respetaron la forma co­lectiva de utilización de la tierra y la tradicional organización indígena. Los caciques mantuvieron su posición como capitanes, adquiriendo nuevas funciones de mando y nuevos papeles que cumplir frente a los conquistadores. Los españoles, a su vez, impu­sieron condiciones análogas de morada y labor a los particulares que quisieran poseer tierras, así fuese por merced, venta o compo­sición. Estos ajustes fueron importantes porque consiguieron fijar la población rural a las tierras ocupadas, y permitieron a los es­pañoles acomodarse como casta superior en la estructura de las comunidades, sin destruir los sistemas en funcionamiento. Así aseguraron la continuidad de los grupos y el pago de los tribu­tos. Solo el concertaje rompió la comunidad, al desplazar a fam i­lias aisladas hacia terrenos de haciendas. Pero allí se construyó otra comunidad, que encajó también dentro del orden señorial.

Las contranormas españolas sobre la providencia no parece que hubieran sido muy incompatibles con las normas tradicio­nales. Tanto los hispanos como los Chibchas estaban a merced de la naturaleza en muchos aspectos, aunque los primeros poseían

b i b l i o t e c a U 1 §

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herramientas y medicinas superiores. De todos modos, los ame­ricanos adoptaron animales y técnicas agrícolas y mineras del orden intruso, y los españoles a su vez asimilaron elementos de la herbología, la agricultura y la comida indígenas. Además, los españoles trajeron una concepción de mercadeo y de comercio a base de moneda que, según parece, tenía contrapartes algo equi­valentes entre los Chibchas (Aguado, 1906, p. 266; Simón, 1953,II, p. 273; Oviedo y Valdés, 1852, II, p. 409). En este campo por lo tanto, no parece que hubiera habido mayor conflicto, y se fa ­cilitó el ajuste entre los elementos.

En cambio, la rigidez prescriptiva hubo de ser adicionada a la tradición local. Incluye aquellas normas que perpetúan la es­tructura de castas sustentada por el ethos de la cultura hispá­nica. Por estas normas se discrimina según raza, ocupación y po­sición social, práctica especialmente prominente en la educa­ción, el gobierno local y la promoción de funcionarios y clérigos. Los que pertenecían a “castas inferiores” , tenían sangre de “ma­la raza” o seguían ocupaciones serviles, casi no podían levantar cabeza. Y, al contrario, los que eran de las castas superiores no podían degradarse adoptando ocupaciones domésticas o haciendo oficios manuales. La prosapia era calidad fundamental para la vida distinguida y para las promociones políticas, religiosas y sociales. Tal fue el caso en la región andina, donde se formaron tres castas: la “chapetona” de los señores, burócratas y hacenda­dos; la de los artesanos y ladinos; y la de los pequeños agricul­tores e indígenas.

La moralidad acrítica se refiere a aquellas normas del orden señorial que derivan su vigencia solo por el acatamiento a la autoridad formal, especialmente la política y la religiosa (pres­cripciones, dogmas y creencias) J. Se afianzan con el correr de los años. En la parte política, consistente con la utopía, se refu­gian en la imagen “sacra” del rey de España, que llega casi a ser deificado por los indígenas; en la parte religiosa, se legitima por la regla “Doctores tiene la Santa Madre Iglesia” . Se cons­tata en comunidades rurales de ayer y de hoy al analizar actitu­des hacia algunas prácticas agrícolas, como el cuidado y des­

1 Este es un componente de la "inercia cultural” o la tendencia a con­servar las costumbres por el solo hecho de su existencia. Por lo tanto, envuelve un cierto sentido de "no racionalidad” desde el punto de vista secular. En realidad es una racionalidad concebida en términos del orden señorial que es prescriptivo; Becker la llama prescriptive rationality (1957, pp. 136, 147, 156). Obsérvese que la conducta puede ser también racional en otros aspectos normativos, organizativos o tecnológicos, dentro del orden señorial.

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trucción de la semilla; o hacia algunas innovaciones, como jun­tas comunales y hospitales. La legitimidad de estas normas no se encuentra en ninguna estructura que hoy denominaríamos '‘racional” , ni tampoco en el orden local, dal que serían contra­normas: solo se justifican con referencia a los valores entonces emergentes del orden señorial.

Señores y Ladinos.

La difusión de contranormas y antivalores corrió a cargo de una serie de instituciones y grupos establecidos por los españo­les, a los que respondieron los americanos con nuevas formas de organización social. Los conquistadores partieron de su concep­ción peninsular del urbanismo de castas; los Chibchas respon­dieron con organismos adecuados para la tarea de difusión de lo nuevo a diversos niveles, llegando al vecinal. Algunos de estos organismos eran subversivos de la sociedad local.

Como se dijo antes, una dificultad que desvirtuó el sentido de la utopía misional absoluta fue que los súbditos que se trasla­daron a la “tierra prometida” no tenían ni el idealismo ni la v i­sión profètica de los Reyes Católicos. Las actitudes y las nor­mas que transmitieron aquellos cristianos peculiares a los gru­pos locales, solo en parte dejaron traslucir el destello de la uto­pía. Por el contrario, buena parte del impulso de los conquista­dores provenía del no muy celestial afán de riqueza y ansia de poder. Su ideal de hombría era el soldado, y aún los religiosos y místicos resultaron ser “caballeros a lo divino” . Aunque habla­ban mucho de lo justo, demostraron tener solo una idea abstrac­ta de la justicia, y en cambio poseían un sentido humano muy concreto (Mackay, 1933, p. 17).

Por eso, no debe sorprender que los esfuerzos de Fray Bartolo­mé de las Casas para organizar a su malhadada colonia agrícola de Cumaná se hubieran venido a pique, porque los labradores que llevó de España decidieron “sentirse caballeros” , “yéndose con los conquistadores a robar” (Las Casas, 1929, Libro 3, caps. 156-160). Por eso mismo declaraba Bernal Díaz, en su Historia verdodera, que sus compañeros habían venido a servir a Dios, pero también a enriquecerse (1943, II, p. 394).

El transplante del señorío fue automático con el del cristianis­mo. Por un lado, estaba el derecho de guerra, por otro, había los antecedentes de las behetrías en la península (Ots Capdequi, 1946; Ballesteros, 1944, I, p. 689). No menos efecto tuvo la docilidad de buena parte de los grupos americanos conquistados. Sobre este

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particular se libró una batalla entre los defensores de la utopía misional y Jos conquistadores que no podían subsistir sin la ser­vidumbre de los indios. La humanitaria expedición de las Nue­vas Leyes de 1542 por Carlos V (última victoria de los utopistas) que ordenaban terminar las encomiendas, produjo rebeliones en todas partes, especialmente en el Perú, hasta el punto que el mismo Emperador hubo de echar pie atrás cuatro años más tar­de. Evidentemente, había tocado un mecanismo fundamental en la transmisión del señorío a la América.

La encomienda, con sus instituciones subsidiarias: el reparti­miento, el tributo y la doctrina (Zavala, 1935), se estableció en la región andina desde 1538, poco después de la llegada deQue- sada a la sabana de Bogotá. No implicaba poseer tierras, porque era más que todo una forma de control de tributos y de adoctri­namiento religioso. A los indios había de servirles y tratarles bien, sin tomar sus posesiones. Sin embargo, en la práctica la encomienda se tornó en pleno instrumento de dominación eco­nómica, lo que permitió tomar ilegalmente la tierra de los en­comendados.

Esta tendencia se mantuvo aún frente a la oposición de los re­yes. Una vez expedidas las Nuevas Leyes (aunque en la práctica lo habían hecho desde antes), el estratégico grupo de encomen­deros inventó una institución de tenencia que satura luego la historia de América: la hacienda, con los mismos elementos se­ñoriales ya descritos, excepto el tributo, y dentro del marco le ­gal de las mercedes de tierras (Bishko, 1952). El tributo pasa a camuflarse en otro invento social, el sistema de concertaje, con residencia de trabajadores agrícolas sin tierras en porciones de haciendas, mercedes o estancias, viviendo en condiciones servi­les (Fals Borda, 1957, pp. 77-81). Así se duplica el binomio señor- siervo que regía en la península ibérica.

Con los elementos provistos por estos dos grupos básicos de en­comenderos y hacendados, se obtienen las bases sociales, polí­ticas y económicas para establecer una estructura institucional de dominio resistente al cambio y sumamente eficaz, que confir­ma la existencia de las castas. A las rudimentarias castas del orden áylico, una vez decapitadas con la muerte de Zipas y Za­ques, se sobrepone ahora una superior, la de los señores blancos. Además de encomenderos y hacendados, entran también a ella los grupos de la burocracia colonial, la oficialidad y la jerarquía eclesiástica. Se confirma así el predominio de las posiciones ads­critas, y el conjunto de sus valores y normas induce a la acción eminentemente prescriptiva.

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Mientras tanto, en el estrato inferior de la sociedad de castas se acomodan los americanos. No resulta de este proceso de aco­modación una distribución uniforme. Aparecen distintos grupos colocados en diferentes posiciones y supliendo funciones que van haciendo más compleja y diferenciada a la sociedad local.JÉT - ■

La subversión del orden local provino no tanto del grupo con­quistador, como de personas, grupos y entidades del orden tra­dicional que compartieron desde temprano aquel intento. Estos organismos tendieron un puente entre las dos culturas, y en los primeros años hubieron de enfrentarse abiertamente a los per- soneros tradicionales de su propia sociedad. Sin embargo, con el respaldo institucional de los señores, estos subvertores lograron romper resistencias en muchos campos. A estos grupos-puentes de la subversión cristiana y a las personas que los componían, se les denominó “ladinos” . Dentro de nuestro marco de referencia, los grupos ladinos constituyen un tipo de organización rebelde cuyas normas y valores son básicamente los de los españoles, en oposición a los tradicionales del orden áylico. Su influencia llega hasta el nivel básico de los vecindarios rurales, a través de un proceso de difusión y saturación subversiva. Este proceso fundamental del que son personeros y motores, les hace conver­tir en grupos, claves del periodo. De ellos depende, en gran parte, la adopción de lo nuevo y la estabilidad del orden emergente.

L El primer conjunto de ladinos, y el más importante, destaca un fenómeno que se encuentra en las subversiones estudiadas en el presente libro: la división del grupo dominante tradicional, para dar paso a un grupo rebelde, iconoclasta, que no comparte el or­den de vida existente. En las dos subversiones posteriores, este grupo rebelde surge espontáneamente, sin necesidad de coacción militar externa. En el caso de la presente subversión, el cambio es exogenético e impuesto parcialmente. Pero es en toda forma una confrontación de fuerzas que parte en dos a la élite local tradicional creando una “antiélite” . De allí que pueda denomi­narse antiélite aquel conjunto de personas que perteneciendo a los grupos de alto prestigio de una sociedad, se toman contra ql prden de cosas existente por razones ideológicas, buscando el cambio del orden y el dominio del poder político (cf. Eisenstadt, 1964, pp. 308-316; Bottomore, 1964, p. 9). (Véase también el Apén­dice B).

La antiélite de la época de la Conquista, dentro de la sociedad local en cuyo seno ocurre la subversión, se forma con los caci­ques que se convierten al cristianismo (así fuese nominalmente), tomando a la casta superior española como su grupo de referen­cia y enfrentándose a los antiguos reyes o uzaques que persis­

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tían en hacer resistencia. Esta antiélite se distingue de varias maneras: 1) por La adopción del vestido del hijodalgo; 2) por el aprendizaje del idioma español, para lo cual contaron con es­cuelas especiales y organizadas por la Iglesia; 3) por la acepta­ción de cargos dentro de la nueva estructura social, como los de sacristán, gobernador de resguardos o recolector de tributos; 4) por la adquisición de haciendas propias al estilo de los españo­les; 5) por la adopción de nombres españoles y del título de Don; y 6) por la formación de alianzas militares con españoles para combatir tribus enemigas (V. Restrepo, 1895; Triana, 1922; Groot, 1889). La asimilación de las pautas señoriales por los antiguos caciques les tomó, en muchos casos, en peores déspotas que an­tes. El ejemplo de su “cristiano” grupo de referencia, con” las nue­vas formas de coerción y castigo, inflamó el ansia de mando de los gobernadores indígenas, decantando todavía más la utopía misional, y produciendo incongruencias latentes en el orden se­ñorial.

Otro grupo subversivb importante, cuya influencia en el nuevo orden creció con el correr de los años, fue el grupo de indígenas comunes que se asimilaron culturalmente al grupo dominante. Estos son los ladinos propiamente dichos, que se acomodan en posiciones secundarias dentro de la estructura de castas. Sus gru­pos de referencia parecieron ser tanto los españoles como la an­tiélite ladina.

En especial, sobresalen como ladinos aquellos indígenas que salieron de los resguardos para adoptar una artesanía o comer­cio, o con el fin de localizarse de manera permanente en las ha­ciendas, como concertados o mayordomos. Este grupo incluye: los que adoptaron nuevos oficios de tipo europeo, como la talabarte­ría, la curtiembre, la herrería, la sastrería y la zapatería; los pri­meros en emplear la tecnología española en la agricultura y la minería; los que se dedicaron a actividades varias como vende­dores ambulantes de cosas hispanas o como sirvientes persona­les de los encomenderos y sus familias; los que aprendieron a cantar la misa y canciones populares españolas y a ejecutarlas en instrumentos musicales europeos, para lo cual los misioneros establecieron algunas escuelas; y los que acomodaron las arte­sanías propias como la orfebrería, la alfarería y la hilandería en la posición subordinada que les esperaba en el nuevo orden.

También pertenecen a esta categoría los mestizos, que empe­zaron a alcanzar posiciones de responsabilidad hacia 1570, y cu­ya lealtad dividida les hizo inclinarse hacia el campo de lo his­pánico. El hecho de que no hubiese habido mujeres blancas du­

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rante los primeros quince años de la Conquista en esta parte de América, produjo una incongruencia latente en el orden señorial, que tenía que ver con la posición marginal, muchas veces injus­ta, de los nuevos ladinos-mestizos que surgieron por aquellas circunstancias. Este proceso de amalgama racial fue esencial en el ajuste del nuevo orden y estratégico para la durabilidad de las nuevas formas de vida. Sin embargo, como grupo paria que no podía vivir en los resguardos indígenas ni ser vecinos plenos en las parroquias de blancos, los mestizos iniciaron serias ofensivas en varias direcciones. Por una parte, contra los indios para apro­piarse de sus tierras; por otra, en busca del reconocimiento de españoles para ingresar a instituciones de prestigio, como la eclesiástica. Su labor de saturación subversiva por eso es impor­tante. El predominio de este grupo va creciendo a medida que se multiplica, mientras decaen las comunidades indígenas; es decir, a medida que la subversión cristiana se va resolviendo, ajustando sus elementos al nuevo orden señorial.

Parece que estos procesos de ajuste y compulsión, asimilación y acomodación social, amalgama racial y difusión de valores y normas subversivas, fueron más efectivos y rápidos en Colombia que en otros países de América. De allí surgen muchas de las di­ferencias contemporáneas con otras sociedades americanas. Lo cual destaca el papel que aquellos procesos jugaron para impar­tirle una dirección determinada al cambio social que fomenta­ban. Los grupos dominantes —señores (con los clérigos) y ladi­nos— fueron fundamentales en este sentido. Hubo también otros agentes de cambio que merecen mencionarse: los protectores de in­dios, como españoles de respeto que mantenían contactos regula­res con sus protegidos; los corregidores de indios, con derecho a re­sidencia en los resguardos, de quienes se cree fueron elemento fundamental en la difusión de las nuevas prácticas agrícolas; y los agricultores blancos, pobres y aislados (del tipo que inmi­gró a Antioquia) que se denominaron “vecinos y agregados” y que después jugaron papel importante en las invasiones de res­guardos (Fals Borda, 1957, p. 93). Cabe esperar que un análisis más profundo de estos elementos como grupos de referencia que buscaban la durabilidad del nuevo orden y la subversión del antiguo, logre clarificar más el proceso del ajuste histórico y social que vamos describiendo.

El salto al arado y al hierro.

Durante la misma época, tuvo lugar un importante proceso de acumulación tecnológica. Los vehículos de rueda y los animales de tiro y transporte, las herramientas, el sistema del arado de

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madera y los cultivos de voleo se añadieron a la cultura ame­ricana. También se introdujeron nuevos tipos de armas y téc­nicas de defensa y combate en que se utilizaba la fuerza hu­mana en combinación con la energía animal. Esta tecnología fue elemento coadyuvante de la subversión cristiana: en efecto, rompió resistencias en porciones duras de la cultura tradicional que no habría sido posible dominar en otra forma. Particular­mente efectivo fue el impacto de la nueva técnica en las activi­dades de subsistencia.

Este salto gigantesco en el desarrollo económico de América desgraciadamente ha sido poco estudiado. Muy poco se sabe del impacto que estas adopciones tuvieron en las herramientas an­tiguas y en las prácticas tradicionales del uso de la tierra y de la energía.

Hay, no obstante, alguna información sobre la forma como la tecnología peninsular ayudó a reforzar el orden señorial. En primer lugar, las herramientas para el laboreo de la tierra fue­ron de propiedad casi exclusiva de los españoles: eran escasas y costosas y no se encontraban sino en las haciendas (Friede, 1944). Siendo tan superiores a las indígenas, esta discriminación era de esperarse. Sin embargo, a raíz del sistema de las mitas (mineras y agrícolas) los americanos fueron conociendo y apren­diendo las prácticas nuevas, utilizando en sus propias faenas las herramientas de los encomenderos y hacendados, que eran mu­cho más eficientes que las macanas y los “ganchos” de madera (Mojica, 1948, p. 19). Esto fue particularmente importante en la aplicación de los nuevos elementos a la minería de esmeraldas y sal gema, y en cultivos tradicionales como los tubérculos y el maíz, donde la azada ancha de hierro podía levantar las plantas (y los surcos), más fácil y eficientemente que los “ ganchos” . Es- posible, por tanto, que hubiese habido una rápida difusión, si no de la propiedad de la azada, por lo menos de la utilización de esta. Pero esta utilización quedó bajo el control de los señores. Hoy, como se sabe, el azadón e? herramienta ubicua en la re­gión andina, y el “gancho” ha quedado relegado a funciones se­cundarias —como el afloje de la tierra— y a la cosecha de tu­bérculos en tierras arenosas.

Una discriminación social parecida sucedió con la introduc­ción del trigo, la cebada, el centeno y la avena, que fueron sem ­brados en los primeros años primordialmente por y para los es­pañoles (Simón, 1953, III, p, 124; Aguado, 1906, p. 315). El control de los granos y su comercio quedó en manos de la casta superior a través de los molinos que se construyeron en parroquias de

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blancos y en algunas haciendas. En todo caso, los americanos aprendieron pronto a uncic. los bueyes, arar la tierra y sembrar al voleo, tarea de enseñanza que luego recayó en los corregido­res como medio para asegurar el tributo (Groot, 1889, I, pp. 317, 516-520). La velocidad y extensión da la adopción del trigo puede juzgarse fácilmente por la lectura de las crónicas y por los datos sobre grandes cosechas en la región. Tuvo tal intensidad, que algunos observadores opinan que buena parte de las tierras de Cundinamarca y Boyacá que hoy son eriales, se tornaron asi por la plantación del trigo y la excesiva rotación de la tierra (Smith, 1948). Las espigas se trillaban con mulares de haciendas. Más tarde, los granos se difundieron a la campiña de los resguardos indígenas, donde desplazaron parcialmente a la quinua, de la que se hacía el “pan” tradicional 2.

La introducción de animales domésticos también enfatizó di­ferencias según castas. Parece que había animales que se acep­taban y difundían más fácilmente que otros entre los nativos, y unos llevaban ciertos rasgos de distinción que no compartían otros más rústicos. Fueron hechos de que seguramente tomaron nota los “extensionistas agrícolas” españoles de aquella época. La gallina europea, por ejemplo (pudo haber habido variedades americanas, cf. Sauer, 1952, pp. 57-60), fue tan popular que en muchos casos “volaba” delante de los conquistadores, difundién­dose espontáneamente en regiones a las cuales los peninsulares todavía no habían llegado (Aguado, 1906, p. 475). La oveja tuvo una gran aceptación entre los campesinos, creando una tradi­ción que hasta hoy nos llega, de que ella es como la caja de ahorros del pobre; en cambio, los vacunos fueron como el banco de los ricos, que tendieron a monopolizarlos (Fals Borda, 1961a, p. 97; Kubler, 1946).

De igual manera, el ganado caballar se restringió a los señores, hacendados y caciques de la antiélite; guardó los rasgos aristo­cráticos que tenía en el sur de Europa desde la era de los ro­manos. Esta actitud hacia el caballo parece importante, porque no permitió el traslado a esta parte de América del arado avan­zado en el que el caballo, y no el buey, es la fuente principal de energía (cf Jovellanos, 1887, p. 362; White, 1962, caps. 1 y 2).

2 Por otra parte, quizás debido a la naturaleza del terreno y a la calidad de las semillas, no tuvo éxito el empleo de la guadaña para cosechar los granos, y se limitó a la tarea de la pequeña hoz; pero no se han encontrado datos históricos que prueben este aserto. Hoy no se usa la guadaña, que es más eficiente, casi para nada (Fals Borda, 1958).

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Esta preferencia del buey por el caballo indujo la adopción de determinados tipos de arados y de tecnologías menos eficientes que las empleadas en el centro y norte de Europa que, al tras­ladarlas a Inglaterra y a los Estados Unidos de América, permi­tieron el extraordinario desarrollo de herramientas mejoradas a principios del siglo XIX (Fussell, 1952; T. L. Smith, 1953). En esta forma, la región andina hubo de permanecer en la etapa del arado rudimentario. Y, al mismo tiempo, a través de la adopción diferencial de tales animales, se protocolizó y reforzó la estructura de castas y la economía de la sociedad señorial.

Hubo otros animales, como el cerdo y el perro (distintos al goz­que americano), que sufrieron una transformación al ser acep­tados por los grupos nativos. Utilizados durante la conquista como fuerzas de ataque —el cerdo hozando las sementeras de los indios, el perro de presa destrozando y matando— pasaron a ser casi constantes compañeros de los campesinos. Pero no se conocen detalles del proceso. Además se registró la introducción de muchos otros elementos a la región, algunos de los cuales, como el cultivo del anís y del olivo, están hoy prácticamente olvidados. Algunas frutas europeas (peras, manzanas, ciruelas) se aclimataron y crecieron al lado de las nativas (uchuvas, ce­rezas, curabas, moras), En muchas partes llegaron a ser patri­monio del rico y del pobre, del español y del americano.

No obstante, en términos generales puede argumentarse que la mayor producción que resultó de todas estas innovaciones e introducciones, no se irradió con equidad entre familias de la colonia. La tecnología nueva sirvió para aumentar la riqueza y afianzar el poder de las castas dominantes. Es este un fenóme­no que también se observa en transiciones posteriores. La acu­mulación tecnológica, principalmente en lo agrario y pastoril, se llevó a cabo con relativa velocidad y eficiencia como elemento de apoyo del orden señorial. Nunca dejó de reforzar a este, y su desenvolvimiento posterior ni siquiera le hizo llegar al punto ■crítico en que se producen otros efectos dinámicos.

Y Solo en la región de Santander se logró desarrollar cierta in­dustria fabril en la segunda mitad del siglo XVIII, que hizo aflo­rar algunos síntomas de subversión del orden señorial un poco más tarde (Nieto Arteta, 1962, pp, 46-47, 322-625). Allí ocurrió, precisamente, el primer acto importante de sedición en el país, al levantarse los Comuneros en 1781.

Debe destacarse esta revuelta que por su brevedad no logró convertirse en una verdadera subversión, aunque tuvo los ingre­dientes revolucionarios del caso. La confusión ideológica que

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reinaba entonces, la división que se provocó entre los dirigentes de la rebelión (pues para los indios fue un movimiento nativista, de retorno al pasado pre^colonial y para los criollos algo pura­mente fiscal), y la ingenuidad con que todos procedieron, frus­traron un hecho social que pudo tener grandes consecuencias sociales y económicas. La sangrienta represión de los cabecillas genuinamente subversivos, como José Antonio Galán, resultó efec­tiva dentro del molde reducido de la colonia. Sin embargo, los motines y asonadas comuneras sentaron las bases y crearon los antecedentes para la revuelta política, treinta años más tarde (Morales Benítez, 1957, pp. 82-102). No se modificó entonces el orden señorial; pero la acumulación tecnológica, especialmente en las artesanías, continuó, para tornarse en elemento importan­te de la subversión liberal de 1848.

La paz hispana.

Una vez resuelta la subversión cristiana, sostenida su finali­dad, y defendidos sus objetivos durante dos generaciones por los señores y otros grupos renovantes, el orden señorial adquiere una estabilidad impresionante.

Casi todas las instituciones establecidas por el ajuste socio- cultural promovido desde el comienzo del proceso, subsistieron por varios siglos a pesar de la oposición de la Corona a algunas de ellas. La encomienda, por ejemplo, que había sido declarada ilegal por los reyes de España en el siglo XVI, y abolida por úl­tima vez por Felipe V en 1718, persistió durante muchas décadas más; todavía había unos cuantos encomenderos al declararse la independencia en 1810 (Hernández Rodríguez, 1949, p, 232). Los resguardos empezaron a decaer solo a mediados del siglo XVIII por las invasiones de agregados y mestizos; pero no desapare­cieron de la región central sino a mediados del siglo siguiente. El concertaje sobrevivió en muchas partes hasta el siglo XX. El habla castellana del siglo XVI se cristalizó y perduró en las expresiones de los campesinos andinos hasta finales del siglo XIX (Cuervo, 1914, p. xxiv), y persiste hoy en algunas regiones aisladas. Nombres propios todavía en uso, como el de Pioquinto, se refieren al Papa Pío V, reinante en el siglo XVI.

Bailes y coplas populares, como el torbellino y el bambuco tienen origen muy probable en la música que trajeron los con­quistadores y que preservaron los campesinos como cosa propia (Fals Borda, 1961a, pp. 222-229). Y así por el estilo.

¿Cómo se logra tan extraordinaria estabilidad? La contesta­ción a esta pregunta aclara algunos procesos que pueden ser

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útiles de seguir en otros movimientos sociales. Es importante entender las etapas que se sucedieron. Hubo una primera de in­tenso conflicto, o clímax, entre 1537 y 1541, en que se siente el im­pacto destructor de la conquista impelida por la utopía misio­nal. En estos años se reta y subvierte por los cristianos el orden existente (que era moral para los americanos), se crea una an­tiélite y se aplican todos los elementos de violencia, coerción y persuasión para imponer el cambio. Sigue luego el anticlímax de la subversión, entre 1541 y 1595, durante el cual la antiélite se institucionaliza mediante un proceso de compulsión y ajuste entre hispanos y americanos. Y por último, ocurre una etapa de estabilización relativa de 1595 en adelante —luego de dos ge- raciones en este caso—, en la que los grupos señoriales domi­nantes mantienen la dirección del cambio en el nuevo orden.

El éxito obtenido en la institucionalización del cambio duran­te los periodos de clímax y anticlímax puede entenderse como el resultado de la aplicación de varios mecanismos compulsores dentro del proceso general a que se ha hecho referencia. Los mecanismos de compulsión que resaltan son: 1 ) la dominación hegemónica; 2) la habilidad directiva; y 3) la difusión social.

1. La dominación hegemónica implica la conformación de un equipo gobernante que piensa de manera similar respecto de la transformación social y económica, y que es capaz de aplicar el poder eficazmente para ganar las metas valoradas’. Implica la constitución de grupos de referencia rebeldes dentro de la estruc-

v tura de.poder de la sociedad para respaldar a los grupos afines que actúan en las comunidades locales. Con este objeto en la época de la colonia se coordinaron las maquinarias del Estado y la Iglesia para promover la subversión cristiana y el desarro­llo en todos los niveles de la sociedad. La tarea estatal se redu­jo entonces a procesos de ajuste entre la subversión y la tradi­ción, tales como la asimilación cultural, la sustitución de valo­res, la amalgama racial, el sincretismo religioso "y la acumula­ción tecnológica. Esta eficaz alianza entre el Estado y la Iglesia proveía no solo el combustible ideológico sino el aparato para respaldar las decisiones relativas a la marcha de la nueva so­ciedad. Se satisfacían así todos los componentes del orden social, y se alcanzaba una armonía o congruencia formal entre ellos, suficiente como para producir un verdadero monolito cultural.

2. La habilidad directiva exige que las personas que coman­dan la subversión ejerzan el liderazgo con inteligencia,! antici­pando sagazmente el movimiento de los adversarios, disimulando debilidades, retirándose estratégicamente para volver a cargar con

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mayor empeño, aprovechando al máximo los recursos disponi­bles y atacando con decisión o astucia, según las circunstancias. Esta habilidad fue característica evidente de los conquistadores y sus colaboradores, los señores y los clérigos. La falta de ella lleva a frustraciones y fracasos en transiciones a nuevas etapas de desarrollo, como veremos más adelante.

3. La difusión social es proceso indispensable para llevar el cambio y su ideología a todos los niveles de la sociedad, espe­cialmente el vecindario y la familia, que son fundamentales para estos propósitos. El hecho de haber existido una dispersión de se­ñores, ladinos y mestizos cristianos decididos a fomentar la sub­versión del orden y la transformación de la sociedad local, fue esencial para el advenimiento del mundo señorial.

De igual importancia son los factores estabilizantes que se aplicaron parcialmente durante el período de la subversión (por haber sido corto e intenso), pero con mayor constancia después, y cuyo fin es mantener la dirección del cambio, asegurar sus f i ­nes, y evitar posibles frustraciones. Van implícitos en el proceso de la compulsión. Son ellos: 1) la socialización del desarrollo; 2) la legitimación de la coerción; 3) la persistencia ideológica; y 4) el apoyo tecnológico.

1. La socialización del desarrollo exije el control pleno de los medios de dominación por un tiempo prudencial (por lo menos una generación), suficiente para que las nuevas normas y va­lores se transmitan de padres a hijos, dejen de ser vistas como inmorales y adquieran la fuerza y congruencia de la tradición. Los señores y ladinos —a través de los mecanismos de ajuste y compulsión que diseñaron y aplicaron— lograron superar la con­dición de subversión, dando impulso para que el nuevo orden siguiera adelante automáticamente.

2. La legitimación de la coerción implica la imposición de un cierto grado de control necesario para evitar el caos y el desor­den, que puedan perjudicar el alcanzar las metas valoradas. Los españoles lograron dominar la situación gracias a la eficaz m a­quinaria político-religiosa que estuvo a su disposición.

3. Lá persistencia ideológica requiere la fidelidad de los gru­pos rebeldes especialmente en las antiélites, a los principios del movimiento subversivo, aunque estos no sean sino decantacio­nes de utopías o lleven a ajustes sucesivos. Hubo mística, vigor y constancia en la conquista y en la primera época colonial. Las metas de dominación y los ideales de la sociedad estaban cía-

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ros, y a ellos se dedicaran los señores y los ladinos, casi sin va­riar de opinión, por lo menos durante el período crítico de la pri­mera socialización de una generación por otra en el siglo XVI.

4. El apoyo tecnológico resulta cuando los elementos relacio­nados con el uso de la energía y el empleo de la tierra, la in­dustria, la defensa, el transporte, la comunicación, la medicina y actividades similares, refuerzan el orden social o su transfor- formación a través de una tecnocracia o de un cuerpo especiali­zado, o por medio de grupos sociales que practican las nuevas técnicas. Evidentemente, las innovaciones promovidas por los españoles, especialmente en la agricultura y las pautas de de­fensa, rompieron resistencias en la tradición e hicieron a los grupos dominantes aún más poderosos y prósperos.

En contra de la impresión general que sa tiene sobre la diver­sidad de condiciones entre 1.a Conquista y las crisis históricas posteriores, el análisis sociológico tiende a demostrar que tanto en la una. como en las otras se han empleado estos mecanismos y factores de cambio. En el fondo, los agentes del cambio bus­can imponerlo primero, y mantenerlo luego. No hay razón para diferenciar, en este sentido, a los subversores cristianos de los liberales, los socialistas y los plurálistas que vienen después. Una prueba de esto estriba en la manera como los grupos incon- formes con la tradición indígena lograron difundir la subversión cristiana al nivel de las masas: se realizó en tal forma que la socialización familiar se tornara, a partir de ese momento, en defensa de la nueva tradición y en fuente de resistencia a otros cambios significativos. Este hecho enseña que el verdadero de­sarrollo es aquel que satura hasta el vecindario, la ' parentela y la personalidad, y que en estos niveles ocurre el enfrentamiento real con la tradición, donde se decide el triunfo o el fracaso de los movimientos reformistas o revolucionarios. Por esta razón, los mecanismos del cambio social resultan ser esencialmente los mismos en 1560 como en 1860 y 1960, y así se plantea en los ca­pítulos siguientes.

Por otra parte, la eficacia del monolito señorial salta a la vis­ta, pues no ha habido un imperio moderno que haya logrado tamaño control geográfico ni tanta influencia política así en los niveles regionales como en las estructuras locales. Con este totalismo no se logró realizar la utopía misional absoluta; pero sí se pudo ganar unaj>az social casi sin precedentes en la his­toria universal.

Sin embargo, esta no parecía ser una paz totalmente produc­tiva. Por una parte, era un poco artificial, tomando en cuenta

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el aislamiento económico y cultural de las colonias que promovió el Consejo de Indias. Por otra, vino a ser algo cercano a la "paz del cementerio” , que era una de las pasiones espirituales de San Ignacio de Loyola. En efecto, aunque fracasaran los experimen­tos humanitarios del siglo XVI, los Jesuítas de Loyola sí logra­ron realizar, a su modo, la utopía: las reducciones del Paraguay fueron su triunfo más dramático. Pero tanto allí como en el Nuevo Reino de Granada, el pueblo que laboraba la tierra y que rezaba con unción en los templos estaba condicionado mecánica y ritualmente, por la religión y el Estado, a una indigna posición servil. De esta contradicción profunda, de este sopor de tumba, no habría de empezar a salir sino en el siglo XX.

El totalismo político estable que resultó de la subversión cris­tiana permitió que surgieran hechos significativos que deben tomarse en cuenta para el estudio de las subversiones siguientes, porque destacan las incongruencias históricas de la señorialidad: son los extremos de la opulencia y la pobreza en el país; el hambre del pueblo campesino que vive en tierra fértil; la igno­rancia que degrada al hombre cristiano; las hipocresías y el fa ­riseísmo de las altas clases sociales; el contraste entre la Iglesia universal y el establecimiento eclesiástico nacional. Son expre­siones de un pueblo que no pudo encontrarse a sí mismo, y que ha sufrido por las fallas de sus dirigentes y por el vacío espiri­tual que ha dejado el descarte de utopías.

En todo caso, cumplida la tarea de desarrollo, los elementos de la subversión cristiana se decantaron en compañía de los va­lores ajustados del orden americano, para tomar las formas la ­tentes y manifiestas, armónicas e incongruentes del nuevo orden señorial. Así produjeron otra imagen propia y del mundo y un nuevo estilo de conducta, de percepción y de evaluación de las cosas, dentro del marco general de la civilización occidental.

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Subversión y Frustración en el Siglo XIX

La paz hispana se mantuvo por tres siglos hasta principios del XIX, sin que hubiera surgido mientras tanto ninguna sub­versión fundamental. Pfl siquiera la rebelión de los Comuneros gjiede catalogarse como tal, porque el esfuerzo de Galán (el úni- 90 dirigente de alguna vd^toT~RirrSSfo£adf> en su.cuna sin gue

l ¿ £ r a ¿ D 3 Í ^ en la sociedad colonial.^r Tampoco puede considerarse como subversión la guerra de la Independencia, excepto en cuanto al reto que sus personeros hi­cieron a algunas normas del orden señorial. Pero el hecho de la guerra en sí mismo es importante, y en cierta forma preparó el advenimiento del impulso subversor de 1848, cuando no solo las normas sino también los valores fueron afectados. Seguramente los libertadores abrigaban grandes ideales, y Bolívar fue quien más enfatizó las metas a alcanzar. Pero la acción de éste no tuvo el poder de saturación social necesaria para inducir una verdadera transformación, y sus generales y otros subordinados preservaron muchos aspectos de la señorialidad. De ahí que bue­na parte del sueño de Bolívar no se hubiera realizado, y que el Libertador muriera pensando que había “arado en el mar” . '

El estudio de la subversión liberal que ahora haremos, cuyo momento revolucionario ocurre en Colombia entre 1848 y 1854 (con su anticlimax hacia 1867), permite observar todo el proceso transformador que va de un orden social a otro, en condiciones de autonomía y equilibrio políticos. La subversión cristiana ha­bía tenido a su favor la situación de conquista: los señores y los Ladinos apoyaron y fomentaron la subversión contra el liderazgo americano tradicional, a través de medios que iban desde la coerción física hasta el compromiso y la tolerancia. En el caso i de la subversión liberal, ocurre al principio un serio cisma en el seno del grupo dominante. Pero este se articula luego y reac­ciona exitosamente ante la revolución, promoviendo los ajustes necesarios para asegurar su propia continuidad. J

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Tanto en la una como en la otra situación, se producen ten­siones, conflictos, y anomias profundas y significativas, a través de similares mecanismos de cambio social, condicionados por las circunstancias históricas. Ambas subversiones se alimentan de utopias que primero iluminan las incongruencias larvadas y las inconsistencias encubiertas de los ordenes sociales vigentes, pa­ra luego decantarse en la realidad. El impacto de la subversión cristiana toma dos generaciones, durante las cuales se confor­ma el orden señorial, para perdurar en ocho más. El de la sub-} versión liberal no alcanza a completar una generación, y por eso se protocoliza su frustración; pero aún así, lleva a transfor­maciones importantes debidas a la fuerza dialéctica del pensa­miento utópico, que ayuda a descomponer'él orden señorial. Los tradicionalistas hubieron de transigir con esta nueva filosofía, y aceptar algunos ajustes para superar la peligrosa situación. ¡

Las contradicciones latentes del orden señorial, vistas a la ? luz de los ideales humanitarios de su comienzo, empezaron a adquirir contornos de relieve desde mediados del siglo XVIII. Por una parte, se agudiza el problema moral de la esclavitud por la política de los Borbones de intensificar y organizar me­jor la trata de negros. Con estos antecedentes, se permite la crea- "1 ción de nuevas compañías comerciales que se enriquecen exa- f geradamente, a costa de los productores de las colonias, como fue el caso de la Güipuzcoana (Arcila Farías, 1946). La tierra misma, paradójicamente, empieza a escasear, tornándose en un grave problema económico y político. Las soluciones que tratan í de dársele a este asunto, a través de composiciones de tierras, demoliciones de resguardos, venta o cesión de realengas y re- / conocimiento de mayorazgos y manos muertas, solo empeoran * la situación, afirmando la existencia de una oligarquía de pro- , pietarios y de una masa indigente de agregados, arrendatarios y 1 vecinos blancos pobres. Se aumentan abusivamente los im pues-/ tos y se desestimulan las artesanías de donde surgen graves tensiones con los grupos productores como los del Socorro en Santander, donde se inició la revuelta de los Comuneros. Toma auge el contrabando de metales preciosos por el Chocó y otros sitios (Liévano, 1963, III, pp. 75-98). Estos síntomas políticos y económicos, preludio de los graves hechos que se sucederían más adelante, también indicaban un renacer de la conciencia americana, como una nueva ideología que abriría las puertas a la sedición y con la que se examinarían críticamente los as­pectos más Incongruentes del régimen señorial.

España misma, bajo los reinados da Carlos III y Carlos IV ,1 pasaba por una época de ajuste y compulsión que llevó a un

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Subversión y Frustración en el Siglo XIX 69

gran resurgimiento intelectual. Era la época de Jovellanos y de los sabios de la Sociedad Económica de Madrid. Independien­temente del resto de Europa (aunque alerta al pensamiento inglés y francés que hizo posible la revolución en sus países), estos sabios habían hecho un inventario del Imperio, poniendo en cuarentena muchas ideas tradicionalistas y proponiendo impor. . tantes innovaciones políticas, sociales y económicas.

En esta atmósfera de tolerancia hacia las posibilidades de > cambio, y bajo aquellas condiciones sociales y económicas, se formaron los progresistas virreyes que van de Manuel Guirior a Pedro Mendinueta, gobernantes del Nuevo Reino de Granada entre 1773 y 1803. En los cofres de uno de ellos, don José de Ez- peleta, llegó a la colonia un libro cuya lectura habría de esti­mular el contagio de la nueva utopía: la de la Revolución Fran­cesa, con su lema de “Libertad, igualdad, fraternidad” .

El mito de la igualdad.

El movimiento ilustrado de los Borbones halló expresión en las colonias, especialmente en los planes de estudios que trataron de dar un vuelco a los anticuados sistemas educacionales que imperaban hasta ese momento. También repercutió en impre­sionantes empeños de investigación científica. Por su parte, el virrey Guirior estimuló las reformas educativas propuestas por su fiscal, don Francisco Antonio Moreno y Escandón, adelanta­das luego por el virrey-arzobispo Antonio Caballero y Góngora, que pusieron al día la enseñanza de ciencias como la astro­nomía y la medicina. Luego llegó a Santa Fe don José Celestino Mutis, grande maestro e investigador, organizador de la Expedi­ción Botánica, cuya obra atrae la atención y la visita de cientí­ficos europeos.

De aquel ambiente estimulante de investigación y estudio de las realidades americanas —que en parte desafiaba las normas de Ja moralidad acrítica— emerge un con junto juvenil que se convertiría en paladín de la guerra de Independencia quince años más tarde. Comenzando con simples actividades literarias, en tertulias como la Eutropélica y la del Buen Gusto, jóvenes como Camilo Torres, Frutos Joaquín Gutiérrez, José Fernández Madrid, José María Lozano, Francisco José de Caldas, José Luis Azuola, Francisco Antonio Zea, Joaquín Camacho y Antonio Nari- ño, fueron adquiriendo conciencia de grupo político y, a la vez, conciencia americana (Posada e Ibáñez, 1903, pp. 16, 119). De sus labios habría de salir el mensaje del nuevo humanismo, el que

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agitó a Europa en el siglo XVIII, y cuyo eco al fin llegaba a la colonia.

En el nuevo humanismo resplandecía el ideal de la igualdad entre los hombres. La igualdad se había tornado en grito de gue­rra intelectual y civil en Europa, especialmente desde cuando John Locke la postuló como función de la libertad, justificando ideológicamente el ascenso de las nuevas clases propietarias de Inglaterra. Era también un resultado de la reacción secularista de la época impulsada por el reto científico al dogma religioso, reto personificado por Galileo y Copérnico en lo físico, y por Ma- chiavelli en lo social. La idea de la igualdad encontró apoyo en

•los filósofos de la ilustración, a través de la concepción del pro- greso y de la felicidad y perfección del hombre. Por eso la igual­dad se convirtió en meta valorada de los arquitectos de la Re­volución Francesa.

Es esta concepción integral de la transformación de la socie­dad humana, con sus implicaciones revolucionarias, la que ani­ma a pensadores como Rousseau a escribir tratados como el Dis­curso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (1755). Su influencia en toda Europa no deja de causar impactos polí­ticos. El mensaje roussoniano llega al Nuevo Reino de Granada, paradójicamente, a través de un libro escrito por un realista fu ­ribundo (que publicó luego el panegírico de Luis XVI y María Antonieta), el señor Christophe Félix de la Touloubre (Galart) Montjoie: Las causas y comienzo de la Revolución 1. No era un

■ libro entusiasta por los acontecimientos de la Bastilla; perc con­tenía la transcripción de la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano” . Un oficial de la guardia del virrey

1 No fue posible al autor constatar la existencia del libro que los historiadores más conocidos indican como el Montjoie, la Historia de la Asamblea Constituyente de Francia (Henao y Arrubla, 1952, p. 311). Según el esbozo de la personalidad de Montjoie contenida en la edición inglesa de su Historia de la Conspiración de Maximilien Robespierre (1796, p. A-2), él solo escribió L'ami du roí y Les causes et commencement de la Revolution, en los primeros días de la Re­volución Francesa, y la Historia de la Conjura de Orleans y los libros sobre la pareja real, años más tarde. El mismo Nariño nunca espe­cificó de dónde tomó la Declaración (Posada e Ibáñez, 1903, pp. 51-110).(Nota: Ya en imprenta este capítulo, se confirmó por la Academia Colombiana de la Historia, exactamente, lo sostenido aquí sobre Montjoie y el libro que usara Nariño para traducir los Derechos del Hombre).

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Ezpeleta entregó a Antonio Narifio ese libro en Agosto de 1794 (Vergara y Vergara, 1903).

Nariño traduce la “Declaración”, la imprime en su propio ta­ller y sale a venderla a la calle. No ha repartido o vendido sino unas pocas copias, cuando el gobierno y la sociedad declaran todo subversivo. Impresionado, Nariño trata de recoger los ejem­plares sueltos y quema el resto (Posada e Ibáñez, 1903, p. 95). Demasiado tarde. Es apresado, juzgado y condenado a presidio en Africa, extrañamiento perpetuo de América y confiscación de bienes. Se aprovecha esta coyuntura para poner en pretina a los jóvenes de las tertulias literarias, a quienes se les llama “ociosos, libertinos y dedicados a la moderna por sus perversas máximas, inclinados y propensos a la subversión” , según decla­ración del chantre de la iglesia, el doctor Diego Terán (Posada e Ibáñez, 1903, p. 50). Así comienza en el Nuevo Reino de Gra­nada el impacto de la nueva utopía, la utopía del liberalismo democrático.

Marginado Nariño temporalmente, la concreción de la utopía liberal-democrática encuentra un campeón en su compañero in­telectual, el jurisconsulto payanés Camilo Torres. Frente a la crisis política producida en España por las invasiones napoleó­nicas, Torres destaca la importancia estratégica de mantenerse leal a la corona española sin intermediarios, dando a entender que las colonias deben empezar a ser tratadas como verdaderas provincias, como las de la península. Protesta así por la discri­minación que hace la Junta Central de España contra los crio­llos americanos, recordando que éstos son descendientes directos de los conquistadores. En su “Memorial de agravios” (20 de no­viembre de 1809) pide justicia y declara que los americanos no quieren seguir siendo “manadas de ovejas al arbitrio de merce­narios” y clama por la “Igualdad, santo derecho de la Igualdad!”

Pero la lectura del Memorial indica que Tgrres no piensa aquí en la igualdad social roussoniana ni en las metas humanitarias de la revolución francesa, sino en algo mucho más pragmático como es la igualdad entre los dos grupos blancos de la casta su­perior de la sociedad colonial: los “españoles peninsulares” y los “españoles americanos” . Esta reducción ideológica de la utopía liberal y su rápida decantación siguen condicionando los even­tos sucesivos que llevan a la declaración de la Independencia en 1810 (cf. Umaña Luna, 1952).

No obstante, la visión rebelde de Torres y sus amigos lleva a la utilización de los preceptos de la Revolución Francesa —y luego los de la Revolución Norteamericana— para envolver al

UIS

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pueblo en el esfuerzo de desplazar al grupo gobernante. Se em ­pieza a sostener entonces que la “soberanía reside' esencialmente en la masa de¡ la nación” , tesis opuesta a la monárquica de de­recho divino. Esta contra-ideología sirve para sostener los pun­tos de vista de la élite criolla frente a los intereses de los “ cha­petones” . Gracia? al hábil manejo demagógico de los "chisperos” del 20 de Julio de 1810, se impone él punto de vista de Torres y se releva al grupo gobernante español por los criollos distingui­dlos. Pero los excesos de la “masa de la nación” , estimulados por la corta orgía de la destitución del virrey Antonio Amar y Bor- bón y los abusos a su mujer, llevan prontamente al nuevo gru­po dominante a decretar el alejamiento del pueblo, declarando “reo de traición” a quien lo convocase nuevamente (Henao y Arrubla, 1952, p. 349). Siguen así “ iguales” pero separados. La nueva igualdad solo se alcanza entre los miembros de la casta dominante.

Es así como el grito de Independencia no implicó un aparta­miento radical de la forma de vida señorial: era más que todo una operación de tipo formal con cambio en el personal de guar­dia. Así por ejemplo, las gentes, acostumbradas al boato del vi­rrey, echaron en cara al presidente Jorge Tadeo Lozano su sen-

. cillez en el trato, lo que fue elementó de su ulterior destitución. El primer congreso de aquella “Patria Boba” , convocado en Di­ciembre de 1810, se dio a sí mismo el tratamiento de “Alteza Se­renísima” , y sus miembros eran personeros de la alta sociedad y del clero que estaba a favor del relevo en el gobierno. Seguían interpretando la utopía liberal a su acomodo, decantándola aún más por la creación de instituciones que no afectaban la situa­ción social y económica fundamentalmente, sino que la disimu­laban con nuevas vestiduras.

' Dos de estas nuevas instituciones eran el caudillismo y la de­mocracia representativa. Los caudillos, o "Supremos", transfie­ren al contexto “democrático” las antiguas pautas de señoriali- dad (cf. J. M. Samper, 1861): Carmona en Cartagena, González en el Socorro, Reyes Patria en Tunja, luego Neira, Herrán, Mosque­ra y tantos otros. Según el historiador de la época, don Juan Fran­cisco Ortiz, los caudillos eran “especie de reyezuelos que se apo­yaban en las montoneras, es decir, en tropas de infantería o ca­ballería colectadas a la ligera y mal disciplinadas” (1907, pp. 121-122). Según otro historiador autorizado, don José Manuel Res- trepo, “ donde quiera que hubo un demagogo o aristócrata ambi­cioso que deseara figurar, se vieron aparecer juntas independien­tes y soberanas, aún en ciudades y parroquias miserables” (1858, I, p. 89). Por eso, los caudillos empiezan a fomentar conflictos en­

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tre si, llevando a las primeras guerras civiles en Colombia. Des­aparecidas las autoridades de la colonia, el poder real al nivel de la comunidad rural recae en aquellas personas capaces de 7 levantar montoneras y de ejercer influencia y control en las res-J pectivas comunidades, es decir, en los hacendados coloniales y\ en los nuevos terratenientes creados por la república para com-) pensar servicios prestados. Estos hacendados disponen de arren­datarios y concertados organizados con segundones a quienes se les denomina “ gamonales” quedando listos para el pronuncia­miento o la guerra- civil. Entre todos mantienen sin afectar la \ estructura de castas existente, dejando a la masa de la pobla- \ ción en su tradicional situación subordinada.

Por otra parte, la adopción de las instituciones de la demo- ‘"i cracia representativa, al estilo de las de los Estados Unidos de América, produjo también incongruencias en todos los niveles, ' como observó don Mariano Ospina Rodríguez en 1842 (cf. López Michelsen, 1955, pp. 136-202). El hecho mismo de redactar cons-r tituciones con base en textos extraños era en sí incongruente; - pero como esto era parte del procedimiento democrático, había de producirlas para “ afianzar la felicidad pública” . La moda a constitucional se torna en excusa para suplantar unas élites por : otras, mediante una cadena de conflictos civiles que toma casi J todo el siglo XIX. En el fondo, tanto las constituciones como los conflictos reflejaban las inconsistencias implícitas en el injerto \ de la utopía liberal que dejaba intacto el régimen señorial „ y diluía el ideal democrático de la igualdad. Solo existió una especie de “democracia ateniense” , para las minorías gobernan­tes e ilustradas.

Sin embargo, esta peculiar idea de igualdad llevó a las cla­ses dominantes a fomentar la adopción de una ética individua­lista y empresarial muy emparentada con la “calvinista” , que había sido ingrediente de la revolución industrial en Europa (Smelser, 1959; M. Weber, 1958). Florece esta mentalidad entre los miembros de la élite, (que luego forman una alta burgue­sía), y entre el grupo antioqueño, del que surge una clase media rural. En desarrollo de estas nuevas actitudes se otorga a los “ indígenas” el pleno derecho de propiedad sobre las tierras de resguardo, con el fin de convertirlos en ciudadanos. Es rito que se cumple para demostrar la evolución de la sociedad hacia eta­pas más civilizadas, considerando la propiedad colectiva como

^primitiva, tendencia que empezaban a documentar los etnólogos basados en tésis darwinistas. En consecuencia, se ordena por el Congreso de Cúcuta repartir los resguardos, según ley del 11 de octubre de 1821, para que “ los indígenas recuperen en todo

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sus derechos, igualándose a los demás ciudadanos” , orden que empieza a cumplirse hacia 1839. Termina así el criterio comuna- lista de propiedad de la tierra que había sido preservado en la colonia y que recogía ajustes del orden áylico; se acaba tam­bién con los requisitos de morada y labor en la tierra para ser propietario, que habían impuesto los españoles. El resultado fue protocolizar la desigualdad económica existente,' empeorando en muchos casos la situación de los campesinos.

A pesar de todo, con el avance político y el afianzamiento de la República empieza a observarse una clara tendencia a m o­dificar el orden señorial, así ‘en la élite como en grupos popu­lares (Morales Benitez, 1957, pp. 12-13). Esta tendencia tuvo dos antecedentes discernibles, uno interno y otro externo. El interno fue la reacción local anti-española que siguió a la guerra de li­beración; el externo, la intensificación de los contactos cultura­les y económicos con Europa. Entre ambos llevaron a los grupos dominantes a revisar la situación, para tratar de impulsar el país hacia las metas democráticas que los libertadores habían dibujado. Este impulso va llevando, durante la década de 1840 a 1850, al importante fenómeno de la subversión liberal. ,

Normas en contrapunto

La reacción interna anti-española, consecuencia natural de la encarnizada guerra de liberación, llevó a la sociedad local y a sus grupos gobernantes a adoptar posiciones .a impulsar polí­ticas que tendían a negar parcialmente la herencia señorial. Bo­lívar, Santander, Zea y los más connotados dirigentes de la Gran Colombia trataron de modificar el marco normativo de la socie­dad colonial, aún ante la oposición de entidades tradicionales importantes. Sin embargo, por respeto a éstas y por exceso de prudencia, no se atrevieron a retar los valores mismos. De allí que sus esfuerzos hubiesen tenido solo resultados superficiales, que afectaron más la forma que la sustancia de la sociedad de sus días (cf. Bushnell, 1966). >

Las contranormas liberales más evidentes fueron aquellas que retaron las normas señoriales de rigidez prescriptiva y estabili­dad comunal. Los libertadores eliminaron los mayorazgos y los títulos nobiliarios, suprimieron los tratamientos oficiales de m a­gistrados (para llamarlos simplemente “ciudadanos” ) y demo­cratizaron un tanto los títulos personales. El “Don” empezó a difundirse libremente -como aparece en la novela documenta] del período, la Manuela, de Eugenio Diaz( editada en 1889)- pa­ra no detenerse más: en efecto, en años posteriores, “cualquier

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mi lcio que adquiera una partida de muías y un potrero, obtiene «le hecho el título de Don, según don Miguel Samper( 1898, I, p. 1110). Otra liberación formal de las normas de rigidez, fue la ex­pansión del título de “Doctor” , cuyo uso, antes muy restringido, niifKízó a generalizarse en 1848 cuando" personas como don Aqui- lm l’arra aceptaron como “ distinción personal” que les dijeran "Joctor” , sin serlo (Parra, 1912, pp. 684-685).

' Un poco más atrevidos fueron los cambios exigidos por con- Ir/i normas que derruían el sistema señorial de educación, que hasta entonces estaba restringida a las castas superiores. Los lí<tb ornan tes impulsaron la instrucción pública, organizaron uni­versidades oficiales, establecieron escuelas Lancasterianas, adop- Inron textos utilitaristas (recibidos a través de los españoles li­bréales) y estimularon la difusión de la Biblia. No hay duda <lo que aumentó prodigiosamente el número de estudiantes en las escuelas (Fals Borda, 1962). s

Pero también se radicalizó la oposición da la Iglesia Católica, cuyos obispos hubieron de predicar contra las “ filosofías racio­nales” de Kant y Hegel, contra Bentham y la Sociedad Bíblica Británica. Para poner fin al asunto, los obispos citan a San Aga- lón y recuerdan a los creyentes que “la novedad, no es admisi­ble entre católicos” (Mosquera, 1858, pp. 5, 174, 477 et passim). Bolívar, desilusionado quizás por el atentado contra su vida en septiembre de Í828, se encarga de detener este contrapunto en bis normas, suprimiendo los textos utilitaristas, restringiendo a Ins sociedades bíblicas y persiguiendo a los universitarios. En efecto, ya para el Libertador, ¡“Las ciencias políticas que se han enseñado a los estudiantes de”"la universidad contienen muchas máximas opuestas a la tranquilidad de los pueblos” ,! por lo que eran condenables (citado por Nieto Arteta, 1962, p. 82). Postura que se repite periódicamente en la historia de Colombia, con Idénticos fines. El puntillazo final lo da don Mariano Ospina Rodríguez hacia 1843 con la expedición de su plan educativo (con­siderado “cuartelario” por muchos) que era de temple católico y autoritario.

' Otro intento de quebrar las normas de rigidez prescriptiva fue la organización de las logias masónicas, a las que se afiliaron la élite gobernante y otras personas selectas del común (Hoenigs- berg, 1940; Ortíz, 1907, p. 64). Esta era otra forma de movilidad social que se abría a los ciudadanos con expectaciones novedosas do conducta y de relación social. La Iglesia también atacó las logias. Sin embargo, debido a la tendencia selectiva que demos­traron en el reclutamiento de sus miembros, y por la reacción

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clerical de fines del siglo (cf. Rivera y G., 1897, p. 303), quedó la masonería reducida a los grupos dominantes y muy debili­tada en su influencia, persistiendo, con efectos más que todo ceremoniales, durante el siglo XIX.

Es cierto que la situación económica y de orden público de la post-guerra no permitía mayores experimentos. Esta actitud prudente se resume en la memoria de don Francisco Soto, secre­tario de hacienda del presidente Santander en 1833: “No tanto importa crear como conservar lo que existe” , lo que da fuerza a la política proteccionista del Estado y al mantenimiento del statu quo. Pero esto no fue obstáculo para imponer contranormas individualistas y debilitar las normas de estabilidad comunal cu­ya principal expresión se hallaba en los resguardos indígenas y en las reducciones. Como se dijo antes, por ley se tornaron en pro­pietarios absolutos e individuales quienes por tradición habían venido sembrando la tierra cobijados por concesiones colectivas de la Corona. Es posible que en estos resguardos ya se hubiera de­teriorado la situación encontrándose expresiones de explotación in­dividual; pero ello no eliminaba la supervivencia de las propias tierras en común, los ejidos y pastizales de que se beneficiaban todos los comuneros. Además, no se había puesto en duda la bon­dad de la filosofía misma de la comunidad, hasta cuando la In­dependencia permitió la llegada del liberalismo y el mito de la propiedad individual absoluta. Ya se mencionaron los efectos eco­nómicos de las medidas que debilitaron las normas de estabilidad comunal. Estas normas tuvieron que seguir la alternativa de la actual “vereda” o vecindario rural, en el que dominan los peque­ños propietarios.' El hecho de que la reacción anti-española de la post-guerra no hubiese pasado del marco normativo, como hemos visto (de­jando casi sin tocar el área más vital de los valores), era un desarrollo que bien podía preverse. No obstante, prepara y re­fuerza las transformaciones que tuvieron lugar un poco más adelante, cuando no solo se atacan las normas señoriales, sino también los valores, produciendo los organismos necesarios pa­ra realizar la subversión. Esta etapa, que se estudia en seguida, estuvo más relacionada con factores externos, porque tuvo que ver con las nuevas relaciones de intercambio económico y cul­tural con Europa, así como con las revoluciones democráticas de 1848 en Francia, Austria y Alemania. *

Economía e ideología ,-jf

La llegada de la subversión liberal se anuncia por un cambio en la política económica nacional y la reacción social que pro-

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(lujo: la adopción de Ja libertad de la industria y de los cambios hacia 1847, por el primer gobierno del general Tomás Cipriano de Mosquera, siendo secretario de hacienda, don Florentino Gon­zález.

* González, distinguido economista llegado de Europa hacia poco (donde se entusiasmó con las innovaciones del libre-cambio in­glés), insistió en mantener la estructura latifundista del país para organizar la exportación de productos agrícolas. Adoptando una posición neo-<mercantilista y de “ dejar hacer” , retiró el apoyo a las nacientes industrias locales, provocando la oposición de de los artesanos. Esta decisión abrió la puerta a la subversión, y preparó la escena para los dramáticos acontecimientos poste­riores. \7

Las medidas económicas más importantes tuvieron que ver con el fenómemo del comercio internacional y el transporte interno. Empezaron a abrirse caminos carreteables, a mejorarse algunos canales (como el del Dique y el de Puebloviejo' en la costa atlán­tica), a establecerse la navegación a vapor por el río Magdalena y a planearse los primeros ferrocarriles. Se extinguieron además, ciertos monopolios estatales heredados de la colonia, como el del tabaco, para ceder paso a la iniciativa privada y fomentar las primeras grandes industrias agrícolas (véase el próximo capí­tulo). \

' Tres años más tarde, se ordenó por el presidente José Hilario López hacer un inventario nacional de recursos naturales, crean­do una Comisión Corogràfica encabezada por el coronel Agustín Codazzi, cuyo equipo ejecutó una extraordinaria faena, solo com­parable a la de la Expedición Botánica del siglo XVIII. La Co­misión Corogràfica alimentó el localismo y el incipiente nacio­nalismo, infundió mayor confianza en el valor de lo propio, y animó a los grupos dominantes a seguir adelante en su esfuerzo de transformación económica (Morales Benitez, 1957, pp. 210-212). >

' Estas iniciativas encontraron fuerza adicional en los tumul­tuosos eventos de la Revolución Francesa de 1848, la que derribóa Luis Felipe. Los granadinos seleccionaron de esta revolución, no la forma concreta de ella —que era hasta cierto punto anti- máquinista por venir de artesanos y estudiantes que miraban al pasado y no tanto hacia el futuro— sino su contenido, expresado en ideologías como el socialismo (del qué Éngels llamó “utópi­co” ), el anarquismo y el positivismo. \

Alfonso de Lamartine y su Historia de los Girondinos se con­virtieron en profeta y biblia de las nuevas utopías. Los grana­

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78 Subversión y Cambio Social

dinos ilustrados adoptaron también, de paso, la conciencia na-* cionalista que irrumpía en Europa —especialmente en los estados italianos y alemanes— con el fin ostensible de integrar el país, i A través de este esfuerzo de autoexamen y comparación ideoló­gica, quedaron visibles, de manera significativa, las incongruen-'' cias y tensiones del orden señorial, es decir, se entró al período : de una subversión (cf Nieto Arteta, 1962, pp. 115-119, 229-238). Específicamente, se atacaron los valores señoriales sobre la na­turaleza, el ultramundo y el neo-maniqueísmo.

A través de los avances mecánicos de la industria, empiezan a vislumbrarse los antivalores de la antigua idea de la natura­leza; son los mismos que llevarían a la articulación en Colom­bia de los valores técnicos en el siglo XX. El saber que existía \ la posibilidad de controlar los procesos naturales, así fuese par­cialmente, no dejaría de provocar expresiones de incredulidad en las gentes sencillas de aquella época. Pero esta idea revolu­cionaria tuvo efectos inmediatos en la sociedad y cultura, y prue­ba de ello fue la actitud retadora de buena parte de los artesanos de Bogotá durante los años críticos de la subversión. Las instala-» ciones rudimentarias del Socorro y Boyacá empezaron a dar paso a industrias menores, como algunas nuevas en la sabana de Bo­gotá (Ospina Vásquez, 1955, pp. .138-139 et passím). Sin embar­go, este desarrollo técnico fue reducido, debido a la política l i ­brecambista de González. Más adelante, como veremos, estos an­tivalores mecánicos fueron absorbidos por el orden burgués.

A la idea del ultramundo se le ataca por el lado de las pautas de sumisión que se imponían en los tiempos coloniales. Habién­dose puesto en entredicho el parapeto formal de la sociedad his­pánica, la aparición de caudillos y otros nuevos jefes llevaba a una revaluación en las relaciones con los subordinados. En el campo estas relaciones se mantuvieron casi inmodificadas. Pero no fue así en las ciudades como Bogotá, Buga, Cali y Medellín, donde se organizó una masa casi irreprimible. En sus incursio­nes al campo, estas gentes crearon una atmósfera de terror (véa­se más adelante). El efecto general fue de desafío a los valores del ultramundo, por apoyar a los antivalores liberales.

Algo semejante ocurrió con los valores señoriales del neo-ma­niqueísmo. Si estos llevaban al desprecio del hombre como fuen­te de pecado y de maldad, y al refugio pasivo en Dios, los anti­valores de la utopía liberal presentaban una meta contrastante de superación actual de la condición humana. Según las nuevas

\ ideas, el hombre podía alcanzar el progreso y la felicidad en esta vida mediante el cultivo de la inteligencia y la razón; y podía

V

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Subversión y Frustración en el Siglo XIX

alcanzar la perfección mediante nuevas formas de sociabilidad. Por eso, la idea de la igualdad debía dejar de ser un mito; y la sociedad granadina debía pensar más en el goce de la vida que en los suplicios del infierno.

El plantamiento de estas ideas heréticas conducía igualmente a debilitar las normas de rigidez prescriptiva y moralidad aeri­fica por cuanto aquellas implicaban ]a apertura de canales de movilización social antes cerrados, la adquisición de una con­ciencia de clase, y un desafío a las costumbres que emanaban de Tas instituciones tradicionales. Por ejemplo, una contranorma que empezaba a ser general tenía en ascuas a la Iglesia: era la “manía teológica” de muchos laicos que “se creían con el dere­cho de reglamentar las cosas de la Iglesia (calificando) las en­señanzas de ella o repudiando con desprecio las que les placía” (Mosquera, 1858, II, pp. 700 y sigs.). Un secretario de gobierno, don José María Plata, pudo reírse impunemente de los cánones sagrados en plena Cámara de Representantes en 1852; por la misma época se calificó como “ monigote morado” al arzobispo Mosquera (Cuervo y Cuervo, 1954, II, pp. 1356, 1377); y en Mari­quita y otros sitios se decretó la supresión del catecismo del pa­dre Astete (Mosquera, 1858, II, pp. 339 y sigs.). Así la situación de la Iglesia se hizo cada vez más débil como personera y de­fensora de las normas señoriales, porque los otros grupos domi­nantes querían abrir cauce a las contranormas liberales.' Al mismo tiempo, los partidos políticos sufrieron una serie de confusiones ideológicas y erosiones en su organización. El par­tido conservador, al principio, pudo llamarse liberal; y vicever­sa. Hubo también “ Gólgotas” (utopistas) y “Draconianos” (libe­rales viejos). La falta de cohesión en los partidos les llevó a una situación caótica en la que perdieron su autoridad algunos jefes y personeros notables, v

Los Subversores Liberales '

Principalmente, el impacto de la ideología liberal se registra en la organización social a través de dos asociaciones: la Socie­dad Democrática y la Escuela Republicana, que se convierten en grupos subversivos. Las Sociedades Democráticas, en particular, fueron el mecanismo innovador más importante en esta época de aguda transición.

No se han hecho estudios detenidos de esas Sociedades. Por indicaciones aisladas, se sabe que no eran cosa nueva en el país, pues ya desde 1838 había fundado el ex-ministro del general Santander, don Lorenzo María Lleras, una “Sociedad democráti-

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co-republicana de artesanos y labradores progresistas” en Bogo­tá, con filiales en Tunja y la Villa de Leiva, que se limitó a di­fundir información cultural (Arboleda, 1933, I. pp. 300-302). Sir­vieron estos grupos para combatir a los “ministeriales” del pre­sidente José Ignacio de Márquez, que se pusieron del lado de los clérigos durante la guerra de los conventos de Pasto (1839-1841). Sin embargo, las sociedades eran esencialmente informativas, en lo que se distinguieron de los significativos núcleos formados hacia 1848, que quizás eran sus continuadores. En esta nueva i época, aún bajo la dirección de don Lorenzo María, estaban con­formadas por artesanos agitados por las medidas librecambistas del gobierno, y por estudiantes del nuevo Colegio Nacional (Uni­versidad). Al aliarse estos grupos en el nuevo contexto histórico (como lo habían hecho hacia poco sus contrapartes franceses en el Campo de Marte), se produjo un impacto subversivo de consi­deración. Hubo alrededor de 200 Sociedades establecidas entre 1847 y 1852 en todo el país, en sitios como Cali, Buenaventura, Cartago, Popayán, Pasto, Tunja, Sogamoso, Zipaquirá, Chocontá y Cartagena (J. M. Restrepo, 1963, II, pp. 169-172; Galindo, 1900, p. 43; Gilmore, 1956, pp. 200-203). ,

En estas Sociedades se hablaba del “progreso” y de los ideales \ democráticos de la última revolución francesa, y de paso se res­paldaban los intereses de los artesanos que querían def ender sus industrias. Por eso no eran ellas comunalistas, sino que respeta­ban (con Bentham y Locke) el principio de la propiedad. Asegu­ra Aníbal Galindo que en ellas se predicaban “las más exagera­das teorías de libertad y de igualdad, en menosprecio del predo­minio de las clases superiores de la sociedad” , lo que llevó a 1 "innumerables atentados, violencia contra las personas y la pro­piedad (Galindo, 1900, pp. 50-54; Camacho Roldán, 1892, pp. 82- 84, 87; Cuervo y Cuervo, 1943, II, pp. 134 y sigs).

\ Que las Sociedades Democráticas lograron cierta difusión al nivel de la comunidad local (de allí su significación), lo de­muestra la organización de grandes cuadrillas, bandas y gue­rrillas en la capital y en algunas regiones) del pais, como la sa­bana de Bogotá, el Cauca y el Valle del Cauca; hubo enfrenta­mientos violentos y actos de guerra. Sobresalientes fueron las bandas organizadas por el doctor José Raimundo Russi, “perso­naje raro” según Henao y Arrubla (1952, p. 668), que era también institutor, juez parroquial y secretario de la Sociedad Democrá­tica (Cuervo y Cuervo, 1954, II p. 1365). Russi trabajó en la sa­bana de Bogotá, y fue seguramente elemento innovador entre el pueblo humilde de la capital con el que se vinculó personalmente y en cuyo barrio vivía para ayudar mejor a los pobres. En el Va-

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lie del Cauca aparecieron las bandas de la “era del zurriago” , y otras muy temibles y bien organizadas formadas por libertos (Ri­vera y Garrido, 1897, pp. 206-211). Estas sembraron el terror en­tre hacendados y campesinos entre Cali y Cartago (cf. Cuervo y Cuerva 1954, II, pp. 1366-1370). Hubo también movimientos po­pulares contra algunos gamonales de provincia, como el reali­zado en Chocontá en 1853 contra la familia dominante de los Maldonado Neira (Fals Borda, 1961a, p. 24), y desplazamientos de gentes causados por hechos locales de violencia, como ocurrió en Cartago (Cuervo y Cuervo, 1954, II, pp. 1372-1373).

/ Fue importante también la intervención de las Sociedades De­mocráticas en la política formal. En primer lugar, su participa­ción tumultuaria en el recinto del Congreso fue factor que llevó a la elección de José Hilario López como Presidente de la Repú­blica, el 7 de marzo de 1849. Sin el apoyo de las Sociedades, el general José María Obando tampoco habría llegado a la Presi­dencia de la República en 1853. Indudablemente, la subversión liberal contaba con un elemento fundamental en estas activas asociaciones populares. *

Pero las Sociedades Democráticas no actuaron solas, por lo me­nos al comienzo: tenían un grupo subversor de referencia en otra asociación denominada Escuela Republicana, fundada el 25 de septiembre de 1850. Este grupo pertenecía a las clases dominan­tes; pero pretendía divorciarse de ellas porque a la luz de la utopía liberal había advertido ya las incongruencias e inconsis­tencias del orden señorial. Se enfrentaba a la élite con las nue­vas ideologías en boga en los medios prestigiosos de París. Era así un grupo de antiélite, con ínfulas de revolucionario y apa­rentemente decidido a propiciar la transformación del orden vi­gente. x

7 Los miembros de la antiélite de la Escuela Republicana cifra­ban entonces entre los 20 y los 30 años de edad: eran Salvador Camacho Roldán, Santiago y Felipe Pérez, Aníbal Galindo, Ma­nuel Murillo Toro, José María Samper, José María Rojas Garrido y Foción Soto, entre otros. Perseguían el cambio social acelerado bus­cando fórmulas anti-coloniales, antihispánicas y anti-clericales —como lo confiesa uno de ellos a fines de siglo— enfrentándose a la opinión de los miembros más maduros de la élite que juzgaban imprudente la rapidez y acumulación de estas reformas. Los jó ­venes no respetaban las instituciones tradicionales, como la Igle­sia. En efecto, algunos miembros, como José María Samper, sos­tenían que “el catolicismo se opone a la república” , y llamaban "clerigalla” al clero (Ortiz, 1907, pp. 239; cf. J. M. Samper, 1946-

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1948, I, pp. 237-239). Creían que "para todo podía y debía ape­larse a la razón humana por medio de la libre discusión” y que lo más importante era acercarse a la opinión pública “como el más firme apoyo de las instituciones republicanas” , por lo que estimularon e impusieron la libertad de prensa (Camacho Rol- dán, 1889, pp. XII-XIII; 1923, pp. 75-76, 195-196). Según don Aqui- leo Parra, estos muchachos rebeldes carecían de “experiencia política” , dando a entender que aprenderían a tiempo la lección y que luego de sus ilusos esfuerzos regresarían al seno del gru­po madre (Parra, 1912, pp. 146-147). Asi iba a ocurrir, en efecto.'

De rebote, los jesuítas que habían vuelto al país en 1844, orga­nizaron también unas sociedades para contrarrestar a las Socie­dades Democráticas. Se llamaron ellas, las Populares; y su gru­po superior de referencia se denominó la Filotémica. Estuvieron presididas por don Mariano Ospina Rodríguez (Ortíz, 1907, p. 203). Pero estos grupos, en cuanto tales, no fueron tan efectivos como sus contrarios (Cuervo y Cuervo, 1954, II, pp. 1353-1354; He- nao y Arrubla, 1952, pp. 667, 668; Morales Benítez, 1957, p. 213).

El ímpetu de estos grupos rebeldes fue tan grande en un co­mienzo, que los Congresos de 1850 y 1851 se vieron compelidos a dictar, una trás otra, medidas que afectaban tanto los valores como el marco normativo y la organización del orden señorial. Su enunciado es obvio: ley de descentralización de las rentas pú­blicas (20 de abril de 1850); ley que suprimía el grado científico para ejercer profesiones y que organizaba escuelas sostenidas por el Estado (15 de mayo de 1850); ley de expulsión de los Je­suítas (24 de mayo de 1850); ley que establecía escuelas gratui­tas de artes y oficios en los colegios nacionales (8 de junio de 1850); ley de libre enajenación de las tierras de resguardo por los indígenas y eliminación definitiva del tributo (22 de junio de 1850); ley sobre desafuero eclesiástico (14 de mayo de 1851); ley de libertad definitiva de los esclavos, la que según don Joa­quín Mosquera (Cuervo y Cuervo, 1954, II, p. 1373) tuvo el efec­to de “ un terremoto” al nivel de las comunidades rurales (21 de mayo de 1851); ley que atribuía a los cabildos y a los vecinos parroquiales el nombramiento de los curas (27 de mayo de 1851). Así se traducían al formalismo de la ley, algunas de las ideas motoras de la utopía liberal de la época. \

La última ley mencionada merece destacarse, no solo porque pretendió atacar las bases tradicionales del control eclesiástico, llegando hasta los grupos locales básicos y estimulando una par­ticipación activa de la feligresía en el manejo de las parroquias; sino porque fue el origen de un cisma en Antioquia al siguiente año y del destierro del Arzobispo Mosquera de Bogotá y los obis-

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pos de Cartagena y Pamplona, por desobedecerla (Mosquera, 1858, II, pp. 497 y sigs.) Un poco más adelante se llegó a hablar en la Cámara de Representantes de cisma total de la iglesia gra­nadina para separarla de Roma, en inusitado movimiento enca­bezado por el sacerdote y diputado don Juan Nepomuceno Azue- ro (Cuervo y Cuervo, 1954, II, p. 409).

' Más aún: el impulso renovante iba llevando a debilitar la es­tructura de la propiedad agraria y a retar la condición señorial en los cam pos/Que esto empezaba a ser posible, lo testifica Eu­genio Díaz en su Manuela. Ya los amigos del nuevo gamonal don Tadeo pedían tierras, protestaban por las condiciones de los arriendos y renegaban de los hacendados y sacerdotes coligados contra ellos (1889, II, pp. 181-182 et passim). Los acontecimientos violentos del Cauca y del Valle del Cauca denominados “retozos democráticos” , también lo indicaban con claridad.

En estas circunstancias, la organización en revuelta pudo im­poner en marzo de 1853 como presidente de la República al po­pular general José María Obando, a quien la élite despreciaba y tenía desconfianza. El impulso rebelde llegó entonces a ser tan grande que los grupos subversivos lograron lo que nunca les havuelto a ocurrir en la historia de Colombia: llegar al dominiocompleto del poder del Estado. Tal es el sentido del golpe de Es­tado del general José María Meló, el 17 de abril de 1854. Este es el único caso de una revolución exitosa en Colombia, aunque no hubiera perdurado sino por pocos meses, hasta el 4 de diciembre del mismo año.»

Esta fecha demarca la fase aguda, o clímax, de la subversión liberal. Sus peligros para la oligarquía tradicional eran eviden­tes. Naturalmente, hubo de dar lugar a inmediatos esfuerzos para detenerla.

La Captación de la Antiélite.

Los hechos que se suceden en este período ilustran un proceso social importante que pocas veces se estudia: el de la captación de la voluntad de la antiélite por los grupos dominantes, con el

j . fin de detener el impulso subversor en que ella se ve envuelta y Zde variar el sentido de su movimiento. En el presente caso, ocu­

rre una captación de modalidad reaccionaria ya que los jóvenes rebeldes ceden ante la presión de sus mayores y de los perso- neros de los grupos dominantes. Esto ocurre por temor a la pér­dida de posición, prestigio y recursos, o por atracción con pre­bendas y privilegios, o por la violencia física, todo lo cual puede llevar a los miembros de la antiélite al compromiso ideológico

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y a la prostitución de los ideales de la subversión. En el caso que vamos a estudiar, a consecuencia de este proceso vuelven arrepentidos al seno de las familias y de los grupos originales los hijos pródigos que se habían hipnotizado temporalmente con el afán de la protesta (véase el Apéndice B).’ Como era de esperarse, durante el clímax de la subversión en­tre 1851 y 1854, ocuce_la reacción. En vista de los acontecimien­tos tan “extraordinarios y escandalosos” a que dio lugar, la sub­versión liberal provocó el despertar de los grupos tradicionalis- tas, que pudieron articularse ideológicamente y tomar concien­cia de su propia tradición, quizás por primera vez. Estos desta­can como ideas claves las de la autoridad, el orden y la religión, en respaldo a los valores y las normas señoriales. >c' ■

El refrenamiento del proceso comienza con un levantamiento armado en Pasto (la provincia más conservadora y católica del país) en Mayo de 1851, que es prontamente sofocado. Acto segui­do se agudiza el conflicto en la propia capital donde adquiere características de Jucha de clases. Estas se identifican por el ves­tido: “los de ruana” o “guaches” por un lado, conformados por los de las Sociedades Democráticas, sus amigos y parientes; y “los de casaca” o “cachacos” por el otro, compuesto por los miem­bros de las clases altas, adineradas y educadas. Estos grupos chocan repetidas veces en las calles y plazas de Bogotá, en las barras del Congreso y en las corridas de toros, (V. Ortiz, 1855, pp. 22-25). Las mismas tensiones, con análogos símbolos, se co ­munican a los campesinos: entre estos se acude a la posesión o falta de las botas, es decir, resultan “los descalzos” constituidos por los arrendatarios y la ruralía en general; y “ los calzados” , que eran principalmente los hacendados y los clérigos con sus respectivas familias (Henao y Arrubla, 1952, pp. 683-684; Díaz, 1889, I, pp. 111 et passim).

Es obvio que este movimiento revolucionario y clasista no po­día ser bien visto por los colegas, pares y parientes de la clase dominante, más aún, si llegaba a sus últimas consecuencias, m o­dificando la estructura agraria y trastornando los valores del or­den señorial. Así, muchos padres de familia ordenaron a sus hi­jos retirarse de las Sociedades, y en el Colegio Nacional se su­primió el ciclo de enseñanza superior para disminuir el contin­gente revoltoso (Cuervo y Cuervo, 1954, II, pp. 1367-1370, 1420; Ortíz, 1907, pp. 204-214). /^ No se sabe exactamente en qué momento empezaron a cambiar de actitud los jóvenes de la antiélite. El hecho aparece en 1853, cuando se observan síntomas de distanciamiento entre ellos y

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las Sociedades Democráticas, como si los “hombres maduros” de las familias liberales (de que habla Camacho Roldán) hubiesen ejercido presión para detener la marcha revolucionaria y captar a los miembros de la antiélite. En los conflictos clasistas de ese año, los de la Escuela Republicana se ponen de parte de los “ ca­chacos” y se traban en lucha cuerpo a cuerpo con “los de ruana” . Así lo informa don Rufino Cuervo en Carta a don Joaquín Mos­quera, de 3 de agosto de 1853 (Cuervo y Cuervo, 1954, II, p. 1421). Especialmente, el retiro del grupo superior de referencia se re­gistra cuando en el campo empiezan a aparecer gamonales de nueva estampa opuestos a los tradicionales, que generalmente eran hacendados con buen número de arrendatarios o concerta­dos a sus órdenes. Por lo visto, el control de las gentes del cam­po estaba quedando en manos de personas que no eran de fiar, muchas veces en funcionarios regionales del gobierno, que no tenían conexiones con el grupo oligárquico tradicional. Tal era el caso del doctor Russi, el de don Tadeo, y el del gobernador de la provincia de Cartago, don Carlos Gómez, complicado luego en represiones locales violentas (Cuervo y Cuervo, 1954, pp. 1371- 1372)./

La copa rebosa cuando el general Meló, un militar de clase in­ferior (antes comerciante de Ibagué), usurpa el poder con el apoyo de los draconianos y los artesanos. Esto pudo ser un error táctico de los subversores, porque el presidente Obando simpa­tizaba con estos; pero quizás el golpe era inevitable, porque ac­tuó como acelerador de la revolución la amenaza de un ataque al general Meló a raíz de un grave incidente que tuvo con un subalterno en el cuartel de Bogotá. Naturalmente, los rebeldes pensaban que la toma del poder era la única forma de defender la subversión liberal y las conquistas alcanzadas, i

: A la percepción del peligro revolucionario de subversión de cla­ses salta todo el grupo dominante, unido esta vez contra el nue­vo “tirano” y “la hez de la sociedad” . Con la excusa de restaurar "la democracia y la legalidad” la élite monta una campaña m i­litar comandada por los mismos que habían iniciado las refor­mas, pero que ahora estaban arrepentidos de sus actos; el gene­ral Mosquera, José Hilario López, Manuel Murillo Toro, Tomás Herrera y otros. Los antiguos miembros de la Escuela Republica­na, como Camacho Roldán, Galindo y los Samper, identificados otra vez con la élite, empiezan a darse golpes de pecho y a tor­narse en escritores y oradores más ortodoxos (Galindo, 1880, pp. 295-307; M. Samper, 1898, II, pp. 762-764; Lozano y de la Vega 1939, p. 227; Ortiz, 1907, pp. 202, 240). \

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A la fuerza de la represión se añadió la falla del general Me­ló como dirigente revolucionario. Según su propio amigo y cola­borador, el antiguo rector dal Colegio Nacional don Juan Fran­cisco Ortiz, Meló resultó ser un líder débil e indeciso. Se rodeó de personas ineficaces e inmorales que rió imponían respeto. Se inmovilizó en Facatativá mientras sus enemigos tomaban a Hon­da y se reunían en Congreso en Ibagué, lo cual fue un error gra­ve de estrategia política y de táctica militar. Arrinconado más y más en~posíciones indefendibles, Meló hubo de capitular en su propio cuartel de caballería, en el corazón de la capital, el 4 de diciembre de 1854 (Ortiz, 1907, pp. 219-221). v

Derrocada la dictadura de Meló, fue el joven Camacho Roldán el encargado de enjuiciar los acontecimientos de los años ante­riores como fiscal acusador del presidente Obando. A uno de los más entusiastas promotores de las Sociedades Democráticas, el vi ce-presiden te José de Obaldía, se dio la tarea de terminarlas en 1855, enviando prisioneros a Panamá más de 150 artesanos comprometidos (Cuervo y Cuervo, 1954, II, p. 1401). Estas inter­venciones políticas de Camacho y Obaldía, ya captados por la élite, señalan la terminación de las Sociedades Democráticas en aquella etapa aguda del conflicto (pues estos organismos siguie­ron intermitentemente en décadas posteriores, quizás hasta 1880)> La entrega de la antiélite subraya el refrenamiento de la sub­versión y el advenimiento, muy apropiado, de los gobiernos conser­vadores de Manuel María Mallarino y Mariano Ospina Rodríguez.

I Con estos presidentes se inicia el ajuste para llegar al nuevo orden burgués. Esta tendencia, interrumpida solo por interregno de las presidencias de Mosquera (1860-1867), se estudia en el próximo capítulo. Mientras tanto, la desilusión al nivel popular quedo bien expresada por boca de don Francisco Novoa, el he­rrero “melista” del pueblo de la Manuela, cuando exclamó:

“Los mismos que nos enseñaban en la Sociedad Democrática que ni la propiedad ni la autoridad deben ser respetadas, fueron los primeros que se armaron para tomamos cuenta de la suble­vación contra el gobierno y de la expropiación, exagerando los hechos” . ,

Y la vuelta al ethos de la pasividad se destaca nuevamente, al aceptar don Francisco que, “Yo puedo ser liberal sin ser re­volucionario de aldea” (Díaz, 1889, II, pp. 240-241).

El Sentido de la Frustración.Del estudio de la etapa aguda, o clímax, de la subversión li­

beral se derivan algunas conclusiones que pueden ayudar a en­tender no solo el fenómeno desde el punto de vista proyectivo,

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: lno las implicaciones que tiene para otros movimientos socia­les de similar alcance./

Kn primer lugar, una subversión no es neoesariamente irrever­sible, así sean radicales las incongruencias y agudos los con­flictos que fomente entre los componentes del orden social has­ta el punto mismo de la revolución. Se necesita muc,ho más que la voluntad de iniciar las mutaciones. Los elementos subverso- res pueden desaparecer, no solo por absorción asimilativa como l'ue el caso de la transición colonial, sino también por refrena­miento efectivo, dispersión o captación reaccionarias, aplicadas durante el periodo agudo de la transición.,

Sin embargo, por el solo hecho de aparecer la subversión, por la intensidad de los conflictos que desencadena, por el descu­brimiento de las incongruencias, injusticias y aberraciones del orden vigente, no llega a ocurrir nunca un retorno absoluto a la situación anterior.',Puede surgir un orden social semejante al anterior, pero distinto de éste en aspectos cualitativos, materia­les y tecnológicos de significación. Así, los grupos tradicionales colombianos, aunque triunfan sobre la revolución en 1854, no lo­gran recapturar en su esencia el orden señorial que venía ri­giendo hasta 1848. En cambio, después de la violenta represión inicial, auspician un ajuste entre elementos subversores y tra­dicionales, lo que les lleva al nuevo orden burgués./

Por eso se abren paso durante este período algunos valores y normas que los distinguen del orden anterior, y que permanecen en los ajustes posteriores. Sobresalen los valores mecánicos, que hacen posible la introducción de varias innovaciones tecnológi­cas; los del ¿nacionalismo, que tiene implicaciones para la élite en vista de su trascendencia en las relaciones con otros estados; y los del individualismo empresarial, que encuentra adherentes entre los nuevos ricos de las capitales y el grupo antioqueño, con efectos secundarios entre los campesinos de antiguas áreas in­dígenas. Se traducen a normas de kássez faire y de democracia formal, con la ubicua deformación caudillista, p¡Or lo que la sub­versión liberal abre verdadero boquete en la integración del país. Permanecen también los ajustes en las normas de rigidez pres- criptiva impuestos por el advenimiento formal de la República.i

Debe destacarse el importante papel -innovador —y represor a la vez— que jugó en este caso la-antiélite. Por un momento sé vislumbraron las tremendas consecuencias que una escisión de este tipo en los grupos dominantes podría acarrear en el resto

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de la sociedad. Este fenómeno de rebeldía interna —que puede tener modalidades positivas, como se estudia más adelante— ha ocurrido varias veces en la historia, especialmente cuando las antiélites se componen de personas inconformes que protestan por las inconsistencias normativas y contradicciones morales del orden social en que viven.

El comienzo revolucionario y la dispersión posterior de la sub­versión liberal destacan otra vez (como en el caso de la subver­sión cristiana y el orden señorial) el papel crucial que juegan los mecanismos compulsores y los factores estabilizantes para asegurar transformaciones duradera^ en la sociedad. De los tres mecanismos compulsores necesarios para provocar los ajustes de la subversión (estipulados en el Capítulo 4), dos se hicieron presentes en este caso, con grave falla del tercero. En efecto, du­rante el período de la transición liberal-democrática se alcanzó un nivel satisfactorio de dominio hegemónico de la maquinaria política. Se difundió y adoptó, aunque a medias, una nueva ideo­logía y se establecieron los grupos rebeldes necesarios para sa­turar de subversión todos los niveles sociales inclusive el comu­nal. Esta tarea de cambio revolucionario se empezó a cumplir satisfactoriamente.

/Desgraciadamente — y esto £ue crucial— se registraron gra­ves fallas en el liderazgo del movimiento, que lo debilitaron, le descuidaron los flancos y le impidieron mantener la iniciativa. Peor aún: además de sufrir la desmoralizante falla en el lideraz­go, la revolución liberal no pudo llamar a su favor los factores estabilizantes que aseguraran el desplazamiento del cambio ha­cia la dirección deseada. Así, se aplastó, la subversión antes de que .completara siquiera el primer ciclo de socialización, sin dar­le tiempo a la esencial transmisión de las nuevas normas y ac­titudes de padres a hijos. Se falló en el control de algunos m e­canismos del poder y no se alcanzó a legitimar la coerción, pro­duciendo en cambio un caos innecesario que debilitó la acción coherente y la efectividad de la subversión; y no hubo constan­cia en la acción ni fidelidad a la ideología de los grupos sub- versores, en tal forma que se registraron claudicaciones entre los rebeldes. ^

$Además, la falta de una- tecnología nueva» apta para romper

la tradición, y el descuido de una mayor participación popular en el componente tecnológico impidieron que este factor de la técnica coadyuvase positivaménte durante el período de la sub­versión para cimentar el poder insurgente. Las innovaciones téc­

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nicas realizadas no estuvieron bajo el control de los subversores, n Iiio que cayeron en manos de aquellos grupos que estaban com ­prometidos a mantener el orden señorial. Los señores las usaron, no solo para defender la condición de tradición, sino para im ­pulsar el ya inevitable ajuste del cual surgiera un orden social «■xpedito a sus necesidades, en las nuevas condiciones. Este era el orden burgués cuyo proceso formativo se estudia en el próxi­mo capítulo. \

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Ajuste y Compulsión del Orden Burgués

' Los mecanismos aplicados para detener la revolución liberal c impedir la descomposición del orden señorial —'tales como la «■aptación reaccionaria de la antiélite y la represión violenta—110 fueron suficientes para vpjver atrás el reloj de la historia, y la fuerza de las ideologías nuevas, como reacción normal con­tra el mundo colonial, impedía tal retorno al pasado. En cambio, se llegó a un acuerdo para asimilar los residuos de la subversión a los elementos de la tradición, con el fin de avanzar hacia un estado post-colonial que tuviese “ democracia” y “libertad” co­mo metas valoradas del desarrollo económico y social (cf. Man- nheim, 1941, p. 179). Como no se podía alcanzar la utopía liberal absoluta, este acuerdo sirvió para reconstruir la sociedad de ma­nera realista, en una nueva “topía” . Fortaleció este movimiento la aparición de una nueva tecnología: en efecto, hacia la misma época de estos ajustes empezaron a sentirse en Colombia los impactos de la invención de la máquina de vapor. *

La dinámica de la subversión liberal haría esperar que sus personeros se tomaran en grupos claves para imponer su vo­luntad en la conformación del orden social naciente, para que los ajustes se hicieran sentir más sobre la condición de tradición. Eso, por lo menos, fue lo ocurrido en la situación de conquista en el siglo XVI. Empero en el período que ahora estudiamos, se realiza un extraordinario trueque en los papeles históricos de las colectividades envueltas en el conflicto. Los liberales, a cuya influencia e iniciativa se debió la subversión, resultan a la lar­ga experimentando los retrocesos más significativos, admitiendo entre sus seguidores la captación reaccionaria; mientras que los tradicionalistas, al principio arrinconados por el cambio, tornan su pánico en victoria por la asimilación para sí de los grupos claves que imponen su ideología innovadora. Al ajuste liberal responden los conservadores con la compulsión burguesa.

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92 Subversión y Cambio Social

' Los nuevos grupos claves resultan ser aquellos que aprovechan económicamente la reacción post-colonial, y que de paso apoyan el retorno al clericalismo como defensor del orden. Son grupos que aparecen en algunas ciudades como Bogotá y Medellín, a raíz de la liberación del monopolio estatal del tabaco y el fo­mento de productos nuevos, como el café. A ellos les acompañan las familias que colonizan el sur del Estado de Antioquia. Estos grupos burgueses en esencia, se van tornando fundamentales pa­ra la constitución del orden social. Son asimilados por el partido conservador, que en esa forma gana el papel de compulsor del orden y arquitecto de la nueva sociedad. \

r

Al terminar el anticlímax de la subversión en 1867, el ajuste dentro del campo liberal cayó en manos del doctor Rafael Nú- ñez, el General Julián Trujillo y don José María Samper, gigan­tes del cálculo y arquitectos del compromiso. Desgraciadamente se volvieron víctimas de los riesgos que tomaron frente a sus contrarios más avezados y persistentes. Y el apremio sobre la dirección del cambio y la aplicación de los torniquetes de la compulsión conservadora, fueron las trascendentales tareas de don Miguel Antonio Caro y de don Carlos Holguín. Entre estos hombres se completa la metamorfosis de la sociedad colonial, para dar paso al orden burgués en Colombia. ,

Este desarrollo social y avance socioeconómico del siglo XIX sienta las bases del país actual. Se trabaja sobre la descompo­sición parcial del orden señorial, del que permanecen valores y normas con pocas variantes, apenas las requeridas por las inno­vaciones políticas (“democracia representativa” , nacionalismo), comerciales (la issez fa ire ) y tecnologías (antivalores mecánicos). Se debilita así en varias regiones del país el antiguo abolengo, para permitir el surgimiento de un nuevo tipo de campesinado; además, aparece una nueva aristocracia del. dinero. Se crea tam­bién el sistema de los dos partidos principales compuestos am­bos por gentes de todas las clases sociales, partidos que se for­man a raíz de la intensidad del conflicto político, que tomó visos de guerra santa. ,

Hacia estos cruciales elementos de organización social del or­den burgués, como productos de un intenso proceso de ajuste y compulsión, se dirige nuestra atención en el presente capítulo.

Creación de una clase media rural.

Quedó dicho antes que el orden señorial tenía sus represen­tantes en determinados sitios como las capitales de los virreina­tos, donde confluían los elementos más vinculados con las ins-

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A |uste y Compulsión del Orden Burgués 93

(Unciones directrices de España. Se podía imponer allí fácil­mente los patrones señoriales de vida. En cambio, en provincias marginales como Antioquia, no fue posible establecer plena­mente el orden señorial, por lo menos con la seriedad de Santa F(> de Bogotá, Cartagena o Popayán. El caso de Antioquia m e­r e c e estudio especial.

Los orígenes de la sociedad antioqueña están todavía envuel­tos en misterio. Por descripciones disponibles (tales como las relaciones del mando, los informas de oidores y los escritos de científicos e historiadores como José Manuel Restrepo), no pa­rece que hubiera florecido allí el orden señorial, sino más bien una sociedad de propietarios-comerciantes en ciudades como Santa Fe de Antioquia, Rionegro, Marinilla y Medellín. Para ellos la agricultura no era una forma sacra de vida con concer­tajes y tributos, sino un negocio con mercado interno asegurado en comunidades mineras, como Santa Rosa, Yolombó y Canean. No tenían pergaminos de nobleza ni reparaban en trabajar con las manos. Podían pensar, aún en 1781, en actos heterodoxos, como libertar esclavos (J. M. Restrepo, 1849, pp. 210-215; Posada, 1933, p. 26) y tumbar la selva para asentarse, como ocurrió en Don Matías y en Yarumal, por los mismos años. Evidentemente el libertar negros no era práctica general, y la colonización sel­vática contradecía la forma clásica del asentamiento español porque los conquistadores preferían los abiertos y las explana­das ya civilizadas por los indios. Por lo tanto, existe la sensación de haber sido la de Antioquia una civilización algo diferente, marginal y semi-aislada en el virreinato, excepto en cuanto a la producción y exportación de minerales preciosos (Hagen, 1962, pp. 364-378).

1 Varios factores parece que impidieron en Antioquia el flore­cimiento del orden señorial: 1 ) la rápida desaparición de los in­dígenas por epidemias o por abusos de los mineros, lo que ter­minó también prematuramente con las encomiendas locales (Za- vala, 1935, p. 329); 2) el predominio de la minería sobre la agri­cultura como actividad económica, lo cual frustró el desarrollo de la hacienda y de la tecnología del arado, pues solo en Me­dellín se usaba el arado de madera: muchos alimentos, como el cacao y el trigo, se importaban (J. M. Restrepo, 1849, p. 216; J. Parsons, 1949, p. 62); 3) el origen humilde o de común vasallo de muchas familias que llegaron a la región entre los siglos XVI y XVIII (vascuences, asturianos, andaluces, gitanos, sefarditas, sol­dados, cristianos nuevos; Simón, 1882-1892, V, p. 322), con acti­tudes diferentes respecto al trabajo manual y la propiedad de la tierra.

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94 Subversión y Cambio Social

Estos hechos son fundamentales para entender el subsecuen­te desarrollo autónomo de la colonización hacia el sur, porque de allí emerge una clase media rural, la primera en el país y quizás también en toda la América Latina. El movimiento de colonos empieza poco después de establecerse la Gran Colombia. Los antioqueños emigran por el decaimiento de la agricultura y la minería en las comunidades antiguas, por el crecimiento demográfico y las hambrunas, y por la ilusión de las guacas de oro indígena y la j^ e n d a da.. Pi pinta. También tuvo su efecto la presión reformista de un grupo de comerciantes medellinenses es­tablecidos en compañías colonizadoras y constructoras de cami­nos, como los que en 1835 eran dueños del extenso territorio de Caramanta (J. Parsons, 1949, pp. 85-95). A estos comerciantes, em ­presarios y contratistas les interesaba el fomento de productos co­merciales no señoriales para exportarlos a Europa y los Estados Unidos: habían descubierto que ya el caf|j. por ejemplo, era buen negocio en Centro América (Ospina Vásquez, 1955, pp. 244-246, 275; J. Parsons, 1949, p. 137). \/

Esta nueva mentalidad burguesa se desarrolla aquí interna­mente y en aislamiento político-económico (Hagen, 1962, p. 370; cf. Weber, 1958). Se esparce rápidamente sin atacar la propiedad rural. Los colonos, en efecto, salían a tierras del Estado o lati­fundios abandonados, cubiertos de selvas. En realidad hubo una expansión de la civilización antioqueña, y como tal reprodujo los valores, las normas, la organización social y las técnicas de esa peculiar sociedad. Sin embargo, las actitudes diferentes res­pecto a la tierra entre los “paisas” antioqueños les permitieron explotar las nuevas posesiones dentro de una modalidad nove­dosa de corporación familiar. Esto les abrió posibilidades autó­nomas de independencia económica, ganando al mismo tiem­po una aureola de dignidad para el trabajo como no había en otras partes del país. Rompieron así, en buena medida, las nor­mas antiguas de rigidez prescriptiva. El resto de la sociedad colombiana hubo de transigir con ellos, aunque los ajustes sub­secuentes hubieron de provocar actos de violencia, \

Clásica fue la ocupación de las selvas del Quindío y áreas ad­yacentes, que más tarde constituyeron el departamento de Cal­das, colonización que siguió hacia el sur para culminar en 1880 y 1890 en porciones alejadas del Valle del Cauca y del Tolima. Los veinte jefes de familia que fundaron a Manizales en 1848, todos de origen humilde (algunos arrieros) se organizaron en “comunidad” , como una asociación fraternal basada en la ins­titución del “ convite” o intercambio de brazos. Le hicieron fren­te con sus hachas y la realidad de la ocupación, a los intereses

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poderosos de los latifundistas que no poseían sino los papeles de la cédula real. En el caso de Manizales, había una, fechada <‘ii 1801 y concedida a don, José María Aranzazu. Los descendien- les de éste, entre ellos un presidente del Estado de Antioquia, se opusieron a la ocupación de aquellas tierras, de lo que se deri­varon graves choques y hechos de sangre. Se realizó al fin una I ransacción en el terreno, en 1851. El pleito terminó con un de­creto del Congreso dos años más tarde, por el cual se apoyaron los intereses de los colonos, pero reconociéndoles algunos dere­chos a los dueños legales de la tierra ( Morales Benítez, 1951, pp. 24-27, 70-80)) Así, los subversores de la capital van estimulando la creación de la pequeña propiedad, para luchar contra el lati­fundio selvático. Procesos semejantes se observan en El Líbano, ni norte del Tolima (Santa, 1961) y en Támesis, al sur de An- lloquia (Havens, 1966). La tendencia a apoyar la clase media i ural se mantiene hasta la Ley 61 de 1874, con la que los colo­nos ganan reconocimiento jurídico. También les fueron útiles los decretos de 1882, cuando se estimula oficialmente la coloniza­ción. Para entonces, el gobierno había concedido todas las tie­rras baldías que pedían las nuevas comunidades antioqueñas, y que llegaron a sumar 96.000 fanegadas y 194.000 hectáreas (J. Parsons, 1949, p. 98).

Un resultado de este esfuerzo fue la creación de un nuevo tipo de hombre pequeño-burgués, cuya misión era la producción de riqueza. Ño se avergonzaba del trabajo, se educaba y podía de­mostrar que “se puede vivir pobre y morir rico” . Gentes con es­ta mentalidad no podían dejar de formar una civilización espe­cial, cuyas bases fueran anticoloniales, anticlericales y meca- nistas. Pero debido a la derrota de la revolución liberal y a la actitud defensiva que tuvieron los elementos de este partido, la mayoría de los antioqueños entraron a la corriente conservadora que buscaba la supervivencia de aspectos principales de la tra­dición. En esto cumplió un papel importante el gobierno autori­tario del general Pedro Justo Barrio y el de su sucesor, el ban­quero don Recaredo Villa, quienes convirtieron a Antioquia en bastión conservador y en soporte de la Iglesia Católica (lo cual lleva a los liberales, de paso, a buscar equilibrio geopolítico, de­sarrollando como fortaleza liberal al opuesto Estado de Santan­der; M. Samper, 1898, I, pp. 259, 298). \

Con ^1 respaldo de la burguesía en las ciudades antioqueñas —primero con sus exportadores, comerciantes y compañías cami­neras, luego con sus pequeños industriales— florece en los cam­pos la sociedad minifundista del café y de los pastos artificiales. Los descendientes de los colonos y arrieros que habían tumbado

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las selvas del Quindio, alcanzan aceptable prosperidad. Sin el estigma de los cultivos de surco de las comarcas señoriales, los campesinos del Quindio y del sur de Antioquia perpetúan la clase media rural ya mencionada, cuya influencia se sigue sin­tiendo hoy ^ pesar de las sucesivas particiones de sus tierras por herencia. Estos minifundistas cafeteros son progresistas y ju- deizantes en cuanto a la economía y las aventuras comerciales; pero son tradicionalistas en cuanto a la religión y a determina­das normas de conducta. En esta forma, juegan un papel fun­damental, no solo en el desarrollo de la economía nacional con su propia “étiea- eatóuaista” , sino en el equilibrio politico, cons­tituyéndose en columna vertebral y en manantial del fuerte .con - servatismo del pueblo colombiano. Con ellos se gana buena par­te de la batalla inicial por la compulsión burguesa en Colombia.

Formación de la gran burguesía. 'y

Así como las gentes pobres de Antioquia despiertan y aprove­chan de la situación post-colonial para cambiar de posición social y romper parcialmente la estructura de castas, también se experimenta por los mismos años el surgimiento de una clase nueva de grandes empresarios. Este esfuerzo produce un avance económico autónomo, sin que hubiesen sido necesarias ni la importación de capitales ni las inmigraciones masivas extran­jeras.

v Dos actividades económicas eran particularmente atractivas para el grupo empresarial, dentro de las metas de la “libertad democrática” (que también impulsaba a la burguesía europea contemporánea) (Toynbee, 1947, pp. 288-289). Eran ellas: 1) la plantación y la concesión selvática con miras a la explotación de productos agrícolas; y 2 ) el comercio representado por la im­portación de manufacturas extranjeras y la exportación de ar­tículos nacionales especialmente el tabaco, el añil, la quina y el café. Más tarde, el grupo empresarial se embarca también, en grande, en la industria nacional de transformación.

\Estas actividades implican, por lo menos, los siguientes ele­

mentos sociales:'D ía aceptación de nuevos antivalores mecáni­cos; *-2 ) una orientación nacionalista, cón una mayor identifica­ción con el solar patrio;1 ) una mayor conciencia de la maqui­naria del Estado y de su burocracia para fines de manipulación y control;1 ) una orientación externa con crecientes vinculacio­nes con mercados y grupos económicos extranjeros; y l5) el des­plazamiento de la aristocracia colonial. Estudiemos someramen­te estos elementos.

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i » plantación se hace posible una vez que se abren las adua­nan y triunfa la política librecambista de Florentino González. K1 producto que más se prestó para este tipo de explotación en muidla época, con mercado seguro en Europa —especialmente i-n Alemania— fue el tabaco. Así, se suprime su monopolio por■ I restado, y a la cabeza de su explotación y exportación se co­locan los hijos jóvenes de los nuevos ricos: los Samper, Cama- dio, Montoya, Sáenz, Nieto, Latorre, Umaña, Brigard, Argáez, IT/uno, Tanco y otros, como los describe detalladamente don Medardo Rivas (1946, pp. 117, 119, 130-136, 144, 205, 262-263, 277,

No había entre ellos diferencias políticas. '¡Inda 1850 estos nuevos empresarios empiezan a bajar a la

vertiente del Magdalena medio, tumbando las selvas de la re­glón y abriendo campo al tabaco. Fundan en el cercano puerto ili' Ambalema una gran factoría, en la que se prepara el produc­to para la exportación (Díaz, 1889, II, Cap. XX). Ya por el río Mngdalena corrían los primeros vapores de rueda traídos del exterior por Juan B. Elbers y sus sucesores. Pero todo esto, en riMilldad, no era sino una expansión de tipo hacendil y capita­lina, que trasladó a aquella región los elementos del antiguo (inlen señorial (Ospina Vásquez, 1955, pp. 196, 198). Este impul- m<> civilizador habría de durar hasta 1870 cuando se cierran las compras de tabaco colombiano en Bremen. ,

El activo grupo de empresarios agrícolas no se desanimó por la caída del precio del tabaco. Sus plantaciones fueron converti­das en dehesas de ganado y en cultivos de caña o café, o se convirtieron en fincas de recreo. La tierra se destacaba ya como refugio primordial para el capital y el ahorro, y como un seguro en casos de guerra civil. La nueva aristocracia hacendil procede entonces a hacerse titular baldíos de cuyas selvas explota nue­vos productos de exportación, como la quina, el añil y el caucho; empieza a comprar a bajos precios los lotes que los “ indígenas” habían recibido durante el reparto de los resguardos, y a con­solidarlos en fincas mayores; y rematar las tierras que el Es­tado había tomado de la Iglesia a través de los decretos de des­amortización. Así se forman nuevos latifundios.

Por otra parte, hubo un mecanismo que impidió el completo retorno al orden señorial una vez derrotada la revolución libe­ral, y propició el advenimiento del burgués. Este mecanismo Xue la tecnología. Comenzando con el mejoramiento de la navega­ción por el rio Magdalena, sigue con la urgencia de construir otros medios modernos que facilitaran el transporte y el control de los productos de exportación, cuyo comercio era la base de la economía nacional y la fuente de prosperidad de los grupos do­

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minantes. Con tal fin, se dedicaron grandes sumas y recurso» para la tecnificación de vías y medios de comunicación articu lados con la “ espina dorsal” del rio Magdalena. Así se creó un movimiento social de envergadura que llevó a la presidencia de la república a quienes don Manuel Briceño llamaba, “los pre­sidentes ferrocarrileros” (1878, p. 9): Manuel Morillo Toro, San tiago Pérez y Aquileo Parra. Estos jí.'fes liberales, provenientes de familias no muy ricas, pero distinguidas, del Tolima, Candi namarca y Santander, respectivamente, se convirtieron en hom bres importantes de negocio, o fueron accionistas y empresarios de entidad. /

Exceptuando el caso especial de Panamá, la fiebre construc­tora comienza con la línea férrea entre el nuevo y floreciente puerto fluvial de Barranquilla y la cercana rada de Sabanilla (1869-1871), línea que fue alargada después a Puerto Colombia entre 1888 y 1893 (Ortega, 1932; Rippy, 1943, pp. 650-663). En 1874 se inicia el ferrocarril de Medellín a Puerto Berrío, en el Magdalena; en 1878 comienzan las líneas portuarias de Cali y Cúcuta; entre 1881 y 1891 empieza a construirse el ferrocarril de Bogotá al Magdalena y de Bogotá a Nemocón, hacia el norte. En la misma época se construyen otras líneas inconexas, que para 1915 ya sumaban 1082 kilómetros.

Simultáneamente, el primer telégrafo se instala entre Bogotá y Conejo en el rio Magdalena, en 1865; la conexión por cable con el exterior se hace en 1882. Los primeros teléfonos y tran­vías aparecen en Bogotá en 1884. Algunas segadoras y trillado­ras mecánicas se importan a las haciendas, y por la misma épo­ca se sugiere la compra de vehículos terrestres y otros aparatos de vapor (Camacho Roldán, 1893, pp. 442-448; M. Samper, 1898, I, 136).

La acumulación del ahorro le permite al grupo clave burgués dar un paso más hacia la diferenciación social: el constituir, por fin, la industria nacional. Se pensaba entonces que no podía haber nación moderna sin industrias, y éstas debidamente prote­gidas. Las artesanías de mediados del siglo (hierro, loza, papel)

\ habían sido muy rudimentarias y de corta vida. Así, los prijne- rogjntentos industriales serios se registran con telares de mano e hilados en Samacá (Boyacá) y en Medellín, hacia 1886, En An- tioquia aparece una fábrica de aparatos de beneficiar café, de invención autóctona, lo que destaca la importancia que para el desarrollo industrial regional había tenido la clase media cam

_pesina. Instalaciones para la elaboración de chocolate, fique, v i­drio y cerveza (como la fábrica de Bavaria en 1891) empiezan su

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producción. Una fábrica de abonos químicos surge en Bogotá en IKlH, pero se cierra poco después por falta de mercado entre Int. ngri cultores; por lo visto, los. campesinos no habían desarro­llado aún ningún interés por los antivalores técnicos: las no­vedades en este campo eran solo privilegio de la élite; (Ospina Vrt-iquez, 1955, pp. 307-313). Casi simultáneamente, aparecen las IiiMItuciones bancarias: en 1864 llega el Banco de Londres, Mé- h i**o y América del Sur; él primer banco de colombianos, el de Hojiotá, se protocoliza en 1871, y el Nacional, en 1881; la Compa­ñía Colombiana de Seguros inicia operaciones en 1874. En todas cutas instituciones aparecen como accionistas los nuevos ricos tic ambos partidos, especialmente los del grupo liberal que ha­lda sido captado. »

f I'.’ste extraordinario avance socio-económico se realiza a pesar tío las guerras civiles que tuvieron lugar durante el período. En­riquece a los grupos dominantes, como queda descrito; no bene- flola a las clases humildes sino marginalmente, abriendo pocos cuñales de ascenso social y económico. Se repite en parte la his­teria de la adopción tecnológica del siglo XVI, cuando los ele- montos más avanzados y eficientes, como los utensilios de hie­rro, las caballerías y las armas, fueron exclusiva propiedad de Iji élite. Ahora ésta es propietaria directa o indirecta de los nue­vos medios de transporte y de comunicación y de los aparatos tío vapor, tan estratégicos dentro de la nueva estructura econó­mica, como lo eran la carreta y el caballo en el orden señorial.\

Este efecto diferencial de la tecnología en los grupos sociales loma cada vez más próspera a la gran burguesía, por los nego­cios de exportación e importación, por las vinculaciones extran­jeras y por el dominio de la maquinaria económica, técnica y estatal que ella tenía. El avance económico fomenta el arreglo y el acomodo en las nuevas clases dirigentes de ambos partidos, o| de la subversión liberal y el de la tradición conservadora. Pa­ra ambos podía haber oportunidad de enriquecerse. Por eso, en \ la nómina de los nuevos ricos se encuentran tanto de los unos como de los otros. Y siendo que para el decidido fomento de las técnicas y explotaciones adoptadas había necesidad de relativa paz, los más envueltos en los negocios fueron dejando a un lado sus ímpetus, belicosos, descartando las charreteras de general rebelde para tornarse en promotores d e l1'ordení' Quizás esta si­tuación burguesa fue uno de los factores que indujeron a don Aquileo Parra, ya próspero hombre de negocios, a ser demasiado indeciso y débil como director del partido liberal durante los duros días de 1890 a 1900, cuando se había acorralado a la co­lectividad y los jóvenes pedían la guerra civil. ¡

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1 De la mayor significación fue el proceso de circulación, suplan, tación y asimilación que el grupo de empresarios realizó con la antigua aristocracia de abolengo. Al arruinarse esta por aferrar­se a la estructura virreinal ya incongruente, o por la incapaci­dad que sus miembros demostraron para la administración di­recta de sus negocios, la aristocracia busca amalgamarse por matrimonios con los nuevos ricos. Los Quijano se emparentan con los Nieto; los Valenzuela con los Samper; los Torres con los Sáenz; los Eivas con los Montoya. Todos mantienen las actitu­des básicas del mundo señorial; pero son los “recién llegados” quienes levantan vuelo con sus aventuras comerciales, con su nueva concepción del mundo, y también por su afán de lucro que, según el viajero Edouard André, era algo impresionante, (André, 1884, p. 531; von Schenck, 1953. p. 25). *

Inevitablemente, hacia estos grupos nuevos de la gran bur­guesía, claves dentro del nuevo orden, se va desplazando el po­der. Los potentados del dinero ejercen influencia política a tra­vés de sociedades formalmente literarias, como el Olimpo Radi­cal (entre 1865 y 1875; Rodríguez Piñeres, 1950), o por conducto de parientes en, el ejército y en los partidcis, que alcanzan a ma­nipular la maquinaria del Estado./Así llegan a transmitirse los cargos directivos de la sociedad, como si fueran herenciasjfami- liares: de Pedro Alcántara Herrán a su primo Francisco Javier Zaldúa; de Santiago Pérez a su hermano Felipe; de Felipe Za­pata a su hermano Dámaso; de Manuel Murillo Toro a su ente­nado Nicolás Esguerra; de Francisco Soto a su hijo Foción; de Salvador Camacho Roldán a su cuñado Nicolás Pereira Gamba; de Miguel Samper a su cuñado Miguel Ancízar o a su influyen­te hermano José María; de Mariano Ospina Rodríguez a su nie­to Pedro Nel (y de Pedro Nel a su sobrino Mariano Ospina Pé­rez); de Carlos Holguín a su hijo Jorge; de Miguel Antonio Ca­ro a su primo por matrimonio Marco Fidel Suárez. (Es el ante­cedente de la misma tendencia a heredar posiciones políticas en años más recientes: la de Alfonso López a su hijo Alfonso López Michelsen; la de Laureano Gómez a su hijo Alvaro; la de Gus­tavo Rojas Pinilla a su hija Maria Eugenia; la de Jorge Eliécer Gaitán a su hija Gloria de Valencia), peí ' -

De paso, la transición del poder político y económico preludia la decadencia de las ciudades nobles: Santa Fe de Antioquia, Pamplona, Buga, Popayán, Cartagena, Mompós; y el surgimiento de los centros comerciales de Medellín y Cali y, hacia finales del siglo, los de Barranquilla y Bucaramanga. Como símbolo, es­ta decadencia de la nobleza en sus varias formas no podía de-

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moMtrar mejor que se estaba viviendo dentro de un nuevo orden....luí, en el que actuaba con nuevos valores de apertura haciaI n máquina, el mundo, la nación y las cuentas bancarias.

I.a Compulsión Religiosa y el Bipartidismo.

Los golpes de la reacción llevaron al partido liberal a ejecu- Inr sucesivos ajustes en su política y en su posición dcwtrin>aria.\ La fuerza del bando contrario, en cambio, llenó exitósamente sus fu liciones de compulsión para que el desarrollo siguiera la direc- rlAn que más le convenía. Con este objeto los conservadores tu­vieron no solo la palanca de la tradición —una ventaja en sí misma— sino una mística extraordinaria que les permitió per- •il.stlr sin desfallecer. Esta mística no se derivaba de la platafor­ma ideológica del antiguo partido boliviano. Provenía más que ludo de las convicciones personales, de la confianza en la m o­ralidad de las ideas, de cierta tendencia quiliasta que agudizó Ins confrontaciones. En fin, provino del fanatismo religioso del (pie dieron amplias muestras tanto los personeros conservadores, como las masas agitadas.

Sabida es la forma como se recrudecen los conflictos cuando van envueltas en ellos las convicciones religiosas. Esa fue la ex­periencia europea durante el medioevo (entre cristianos y contra •el Islam), y singularmente durante las guerras entre las iglesias en el siglo XVI. Los bandos se delimitan perfectamente según va­lores maniqueos: o se_va .en favor o en contra de la Iglesia, y se está con Dios o el Diablo. IJa son permisibles las posiciones in- lermedias. En esta forma la contienda se torna en pugna tre­menda, en la que juegan por igual los rencores personales, las rencillas de familia y la intolerancia, y en la que el odio adquie­ro dinámica propia para polarizar las posiciones.

Esta lucha religiosa —emotiva, rencorosa y personal— hace pasar en Colombia a segundo plano la conciencia de clase so­cial, y elimina los conflictos basados en la autoidentificación

\ popular. Los partidos políticos colombianos se convierten en simples aglomeraciones donde quedan cobijados tanto los miem­bros de la élite como las personas de las clases bajas que com­parten s.u inclinación. Estas adquieren allí una cierta sensación de satisfacción y de seguridad, de acomodo con la vida. Así, el aparato partidista colombiano, al dividir verticalmente a la so­ciedad, agrupa a las gentes en bandos contrarios solo según sen­timiento clerical o anticlerical, conservador o liberal y no según las clases sociales. Además, con esta división se logra al mismo tiempo producir una diferenciación regional según partidos, crean­

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do fortines homogéneos de liberales o conservadores en pueblos y veredas con fines de defensa. Como estas actitudes están rela­cionadas con Xa identificación con las clases superiores, _SSJKSU- cita el neo^maniqueísnao de sumisión, para adoptar reglas de conducta política y social basadas en el conformismo (Torres, 1963, p, 95).¿

' Este bipartidismo policlasista y conformista que caracteriza a Colombia tiene origen en la confrontación religiosa de la sub­versión liberal de ,1848 a ISGjT» Hasta ese momento, los partidos habían sido grupos" personalistas, seguidores de caudillos o ga­monales sin mucha urgencia de identificación ideológica, que diferían muy poco respecto a principios (J. M. Samper, 1886, I,> p. 206). Esto se ve con la lectura de los primeros manifiestos sus­critos por los ideólogos de los partidos en 1849, que lo fueron Jo­sé Eusebio Caro y Mariano Ospina Rodríguez, por el conserva- tismo, y Ezequiel Rojas, por el liberalismo (Santa, 1964, pp. 44- 52). Pero la intensidad de los conflictos inspirados por la subver­sión fue de tal monto, que las gentes hubieron de alinearse cla­ramente en uno u otro bando.

' Las heridas que se infligieron los grupos subversores y los tradicionalistas fueron tan profundas, que no podían menos que producir un grave cisma en el cuerpo social. Los liberales tenían el poder y habían articulado una posición revolucionaria anti­colonial y anticlerical, de desafío a las normas y valores del orden señorial, especialmente los del ultramundo, la idea de la natura­leza, la rigidez prescriptiva y la moralidad acrítica. Sus contrarios no podían hacer otra cosa que articularse también ideológicamen­te, y para el efecto acudieron a las fuentes de la tradición, en las que descollaba el factor religioso. Por .¡esta, lejos de ser la religión católica un “elemento de unidad nacional” y de “orden social” , coma.-reza . la Constitución, ha sido, en realidad fuente de «ODflic- to y raíz de la cruenta desunión entre los colombianos. \

El momento crucial de esta articulación ideológica del con- servatismo clerical ocurre el 5 de mayo de 1853, cuando don Ru­fino Cuervo hace circular la “Exposición Católica” redactada por él, y que había consultado primero con los jerarcas de la Igle­sia. En esta Exposición don Rufino se refiere a la “serie de ac­tos contra la Iglesia de Jesucristo en la Nueva Granada desde 1850” y que enumera a continuación, actos algunos de los cuales fueron mencionados atrás en este libro: la expulsión del arzo­bispo de Bogotá y de los obispos, la atribución a asociaciones po­pulares del nombramiento de los párrocos, la supresión de fue­ro eclesiástico, la cancelación de primicias y la expropiación del

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fwnilmirlo arzobispal. Declara que estos son "graves ultrajes y iti Minnnes contra lo más sagrado de nuestras convicciones y lo 111 fi >i caro de nuestros afectos” , lo cual lleva a defender a la re- ll«lrtn católica, apostólica y romana ‘ ‘porque es la religión de ntU'fflra conciencia, la religión de nuestro corazón, la religión de nuestros recuerdos, la religión de nuestras esperanzas; la soste­nemos porque la consideramos como una propiedad de familia... porque es el único y poderoso elemento de moral y civilización |imi* nuestras ignorantes y heterogéneas masas populares.... por. <|iic os el verdadero principio conservador del orden social, tan uMiumente amenazado por los bandos y parcialidades que se ill putan el poder en nuestra amada patria. El profesar, conser­var y defender nuestra augusta religión es algo m á s... que una f"cuitad, es un deber y deber santo, deber de honor, deber de con­ciencia, deber de cuyo cumplimiento habremos de responder ante o| Juez eterno” . El señor Cuervo sugiere luego diversas formas de invión para mantener la unidad de los católicos ante sus enemi* K<m, para terminar comprometiendo principalmente a lo siguiente: "(’roer, confesar y defender hasta rendir la vida, los dogmas, mis- (crios y doctrinas de la religión ca tó lica ...; reconocer, acatar y obedecer la autoridad del Pontífice Romano, vicario de Jesucristo cu la tierra... sin que sea parte para separamos de esta obedien­cia el temor, los halagos, el menoscabo en los intereses, la pér­dida de los destinos, la miseria, la persecución, ni linaje alguno do padecim ientos...; emplear nuestros esfuerzos, recursos y rela­ciones para que, revocándose las leyes antieclesiásticas, sea rein­tegrada la Iglesia en el pleno goce de su libertad de su autoridad y de sus derechos...; comprometernos de la manera más solem­ne a sostener con nuestras propias fortunas el culto católico, enlii parte que nos toque, siempre que la nación no contribuya com ­pletamente para estos objetos; no convenir jamás en que los in­tereses de la religión sean sometidos a los de la política; y bajo este concepto no apoyar ninguno de los partidos políticos que hoyo más tarde se presentaren en la Nueva Granada hostilizando los principios y los intereses religiosos consignados en la presen­te exposición” (Cuervo y Cuervo, 1954, II, pp. 1411-1416).

I ‘ La declaratoria de guerra santa no podía ser más clara. La Exposición Católica de don Rufino Cuervo, leída en las iglesias

I de la capital, se reparte por todo el país y queda suscrita por/ centenares de personas. Obsérvese que ella llega a las unidades

básicas de la sociedad, a la comunidad y a las veredas del cam- \ l>o, a través de los curas párrocos. \

La lucha se lleva también a esos niveles locales traduciéndose a la vida personal y vecinal. Al campesino, como al elemento de

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' ciudad, se le compele a identificarse con la religión de los pa­dres.; Es la mejor manera de alcanzar una sensación mínima de seguridad; y esta actitud, suficientemente socializada por la fa ­milia, se va trasmitiendo a los hijos. Por eso la afiliación po­lítica del colombiano se toma pronto, y por primera vez, en he­rencia familiar.^ A partir de ese momento, se vuelve un crimen horrendo, una inmoralidad, "voltearse” para adoptar las ideas del bando contrario. Por eso empiezan a hallarse veredas y co­munidades homogéneamente conservadoras o liberales, en acti­tud de auto-defensa, a raíz de aquel conflicto político-teligioso. Tal fue el caso de El Cocuy, liberal, contra Güicán, conservador, comunidades que tuvieron tan marcado papel en la guerra de 1885. Así también lo fue en casi toda la región andina (Martín, 1887, pp. 84-86; cf. Fals Borda, 1961a, pp. 297-302). i

En general, las contiendas internas a partir de 1853 —que solo obstensiblemente buscaban el control del Estado y el usufructo del presupuesto, o el cambio de una Constitución— tuvieron en el fondo visos religiosos.1 En armonía con las consignas de don Ru­fino Cuervo eran aspectos tácticos del movimiento de recupera­ción del conservatismo.' Valiosas en ese sentido son las observa­ciones de los actores contemporáneos. Ellos no vacilan en afir­mar que en las refriegas de liberales y conservadores apareció aquel elemento de guerra santa que hacía de ellas conflictos cruentos y despiadados. Tómense al azar las descripciones de don Juan Francisco Ortiz: hacia 1857, dice él, los dos bandos acu­dían a guerrear gritando unos, “Viva la libertad!” y los otros "¡Viva la religión!” Los primeros eran “rojos, herejes” ; los se­gundos, ‘ ‘godos, fanáticos” (1907, p. 301). En igual sentido se pro­nuncia don Luciano Rivera y Garrido, quien observa la intensi­dad del conflicto al nivel familiar, señalando cómo antiguos amigos ni se saludan, y transmiten a la próxima generación las antipatías y los odios entre familias. Los principios que se in­vocan son: por una parte, los de la religión, la moral, la propie­dad y la familia; y por la otra, los antivalores y contranormas de la libertad, el progreso, la soberanía popular y el derecho de sufragio (Rivera y Garrido, 1897, pp. 307-308). Las mismas ca­racterísticas de guerra santa son observadas por diplomáticos extranjeros, como sobre la que se había terminado en 1861 (Shaw, 1941, p. 581).

1 Las tensiones religiosas suben al decretarse en 1861 la des­amortización de bienes de manos muertas por Mosquera, ya que afectan los intereses de la Iglesia. Alcanzan el clímax al expe­dirse la Constitución “ atea” de Rionegro en 1863, con sus res-

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tricciones al clero y su reto a la moralidad acrítica. Además, se expulsa a otro arzobispo, don Antonio Herrán, de Bogotá.

Pronto se coligan las fuerzas de derecha, estimuladas por la condena del liberalismo que hizo el Papa Pió IX en 1864. Apro­vechan una división interna del partido de gobierno y varios incidentes con Mosquera, y se fragua un golpe de Estado para derrocar al Gran General. Este es apresado el 23 de mayo de 1867, antes de poder expedir medidas adicionales que hubieran empeorado las relaciones entre los partidos e impedido los ne­cesarios ajustes. Tal evento marca el ocaso definitivo de la sub­versión liberal (Liévano, 1966, pp. 49-84) J. ,/ '

El conflicto religioso aflora nuevamente, y ya con total desfa­chatez, durante la contienda civil originada en el Cauca en 1876, que es considerada por muchos como una verdadera “revolución clerical” . En efecto, su consigna era “ Dios, Patria y Libertad” , y, según parece, recibió estímulo de la segunda guerra carlista en España y la restauración de la monarquía católica con Alfonso XII, al desplomarse la República española en 1875 (Lema, 1927; Strobel, 1898).N

Acusaban los clericales-conservadores al liberalismo de impo­nerse fraudulentamente en las elecciones, aplicando el principio de que “el que escruta elige” - Naturalmente, ante este hecho se debía contestar con “eL-Santo derecho de insurreceió»” (Briceño, 1878, pp. 3, 59). Pero, ante todo, los clericales protestaban por la Imposición de la política educativa del presidente Eustorgio Sal­gar y de su director de Educación don Dámaso Zapata, cuyas ini­ciativas de implantar escuelas normales (bajo la dirección de profesores alemanes protestantes), junto con la libertad de en­señanza y de Cátedra, olían a masonería y a “plagio de la mo­nárquica Prusia” (Zapata, 1960). En el Cauca, los obispos organi­zaron sus propias escuelas y sociedades, desobedeciendo al pre­sidente del Estado, don César Conto. Este cierra "a bala” la So­ciedad Católica de popayán (establecida para contrarrestar la Democracia local), y se prende la guerra en la parte sur del país. Ya era presidente de Colombia, don Aquileo Parra.

Los católicos del Cauca buscan inmediatamente el apoyo de los de Antioquia, proponiendo como razón de guerra la aproba­ción de leyes o decretos sobre tuición de cultos y la insistencia

1 Sobre este particular se destacan los arreglos a que llegaron los jefes de la fracción “radical” del liberalismo, con el jefe del conser- vatismo, don Carlos Holguín, para rectificar la política de Mosquera frente a las comunidades eclesiásticas (Liévano , 1966, p. 62).

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en la educación libre. Se levanta casi simultáneamente una gue­rrilla en Guasca (Cundinamarca), cuya Acta de Pronunciamien­to “en el nombre de Dios” , fechada el 22 de Agosto de 1876, sin­tetiza la exposición de Rufino Cuervo (Briceño, 1878, p. 212). Este aspecto de guerra santa se encuentra también en las diversas proclamas que justifican la acción como “ en guarda de nuestras creencias religiosas” (p. 289), y en las cartas suscritas por cre­yentes bogotanos (p. 322). Se dramatiza con la aparición de sol­dados que concurrieron a la batalla de Los Chancos, en el Va­lle del Cauca, con cuadros de Pío IX y de Cristo con charreteras, y aún otros cargados de cruz y con el pelo largo, a imitación del Nazareno. Hubo soldados que insistían en ostentar sobre el unifor­me un escapulario, con lo que irritaban a los liberales (pp. 228, 281).

La sola sombra de “gobierno teocrático” conservador, sirvió para unir a los liberales alrededor del amenazado gobierno del presidente Parra, lo cual no había sido anticipado por los rebel­des. Esto les hizo sufrir algunos reveses. Pero también estos tu­vieron en su contra a la burguesía que empezaba a enriquecerse, y cuya prosperidad corría grave riesgo con la guerra. Así, a la primera señal de derrota el fortín antioqueño cede y su presiden­te Recaredo Villa, cabeza de los' burgueses dél Estado, urge a sus generales para qUe hagan la paz e impidan que la guerra entre a Antioquia (Briceño, 1878, pp. 244-246). Esta se termina poco después. Pero alcanza a consagrar las profundas, divisiones par­tidistas que el elementa religioso había producido en el pueblo colombiano, como mecanismo de compulsión para asegurar el triunfo conservador dentro del nuevo orden burgués».

Ajuste Liberal y Captación de Núñez.

El hecho de que queden derrotadas las fuerzas conservadoras en 1877, no quiere decir que triunfen los antiguos principios sub- versores de la sociedad. Por el contrario, ya para entonces co­rría una fuerte tendencia dentro del liberalismo —especialmente el aburguesado— para hacer arreglos con los opositores ideoló­gicos. Uno de los más visibles capitanes de este movimiento fue don José María Samper, el antiguo furibundo anticlerical. Para este, “el partido liberal se ha perdido por exceso de fuerza y falta de responsabilidad” , produciendo una “oligarquía sapista” (por el “sapo” Ramón Gómez que organizó hacia 1862 una ma­quinaria política corrupta en Cundinamarca). Por eso no mere­cía perpetuarse en el poder (Briceño, 1878, pp. 115-122). Poco más adelante Samper se incorporó al conservatismo, y le siguie­

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ron Camaeho Roldán, Camilo A. Echeverri, Ramón Santodomin- go Vila, Nicolás Péreira Gamba, y muchos otros (p. 44).

Viendo la escritura en la pared, el mismo venoedor de los Chan­cos, el general Julián Trujillo, se comprometió a realizar los si­guientes ajustes: 1) libertad de sufragio; 2) respeto a la sobera­nía de los Estados (que se estaban conservatizando uno tras otro); 3) libertad religiosa de la mayoría católica; y 4) enseñan­za de la religión católica en las escuelas (Briceño, 1878, p. 69). Trató de llevar este programa a la práctica, como presidente de la República, en 1878.

Correspondió darle posesión de la presidencia al doctor Ra­fael Núñez, entonces presidente del Senado, quien articula en ese momento la consigna maestra del ajuste político: “ Regeneración fundamental o catástrofe’” . Núñez representa, en efecto, el pro­totipo de la captación reaccionaria realizada durante el período que siguió a la subversión liberal (Soto, 1913, I, p. 27). En sus manos iría a consagrarse el triunfo definitivo del ajuste que m o­dificó al liberalismo de fin de siglo, y que le acercó, en parte, a

yla forma conservadora de manejo del poder. \

Núñez, comenzó como un liberal rebelde en su nativa Carta­gena, donde fue presidente de la Sociedad Democrática en 1849, director de La Democracia —ardiente tribuna de las libertades proclamadas en la última revolución francesa—, partidario del general José María Obando, y anticlerical de remate (Lozano y De la Vega, 1939, pp. 124-125). Sancionó la nueva Constitución de 1853 e implantó con su firma los decretos sobre desamortiza­ción de los bienes de la Iglesia.

Un viaje a Europa le hizo ver nuevos horizontes y le llevó a leer sociólogos entonces de moda, como Herbert Spencer, a quien llegó a considerar como el “verdadero fundador” de la sociolo­gía, en vez de Comte (Núñez, 1885, pp. 393-416). Este descubri­miento de las ciencias sociales tuvo un ingrediente ideológico que le permitió a Núñez colocarse mejor, políticamente, a su vuelta de Europa. No solo Núñez, sino muchos otros de su co­rriente, como Camaeho Roldán, descubrieron en Spencer un puen-

: te intelectual para unir el tradicionalismo conservador al impul - . so renovador, técnico y científico del liberalismo. (C.A. Torres, 1935, pp. 155-157). Este partido, en afán de compromiso con el conservatismo, rechazó, en efecto, al irreligioso (y anticlerical) positivismo de Comte (Jaramillo Uribe, 1964, pp. 440-444). En cambio, el sociólogo inglés se tornó en ljéroe_cultural de las ge­neraciones burguesas de fin de siglo, y sus libros reemplazaron

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en 1882, en la cátedra universitaria, a los de Bentham y Destutt de Tracy (Camacho Roldán, 1892, pp. 204-244).

Poco a poco, Núñez va derivando de la sociología spenceriana “ una Ideología más serena" para suceder “al pernicioso imperio de teorías extrañas, a la indigesta asimilación de principios utó­picos” (Lozano y de la Vega, 1939, p. 177). En 1874 ya empieza Núñez a conceder que “ la conjura jacobina contra el catolicismo en una nación católica, no suena bien” y, poco más tarde, le ad­mite en carta a don Carlos Martínez Silva que “no soy decidida­mente anticatólico” (p. 185). En esta forma como político sutil que es, y con el ansia de poder que le anota el profesor López de Mesa, va preparando su acceso al gobierno, cortejando a los jefes y grupos burgueses sin distinción de partido.

Ideológicamente, Núñez va racionalizando su captación, a to­no con la tendencia de los tiempos. Ya para él, “los conservado­res se han liberalizado, y los liberales han comprendido que de la noche a la mañana ninguna semilla puede convertirse en pro­ductivo árbol” (cit. por Lozano y de la Vega, p. 206). En sus co­mentarios sobre la República Francesa, recuerda que “las re­públicas se han perdido frecuentemente porque sus fundadores y administradores han creído que marchaban más con solo acele­rar el paso, cuando todo en la naturaleza indica que progreso significa efectivamente graduación; esto es, movimiento orde­nado y paulatino. Todo mecanismo dinámico debe tener un,re­gulador; es decir, un contrapeso, algo contrario al impulso pre­dominante. Las monarquías requieren instituciones liberales ac­cesorias, y las repúblicas instituciones restrictivas o conservado­ras” (Núñez, 1885, p. 456). El mismo Núñez se casa en 1877 con una matrona conservadora, lo que no deja de ejercer influencia en su conducta posterior (Liévano, 1946, pp. 125-131). El politico se va despojando así de sus antiguas vestiduras radicales, cau­sando confusión en la generalidad de las gentes. Con razón ha­bía discusiones al nivel comunal sobre si Núñez, ya presidente era en realidad liberal o “ godo” , como lo constató en Zipaquirá el general Foción Soto en 1884 (1913, I, p. 201).

Núñez y los que le acompañaban, dieron el salto a “las dere­chas” definitivamente, al fracasar la guerra civil de 1884 a 1885 que se había organizado por los liberales radicales para derri­bar al que ya consideraban traidor. Fue una guerra en la que también jugó el elemento religioso, como lo señalan el general- médico Julio Corredor (Martín, 1887, p. 325), y el ministro de la Argentina en Bogotá, don Miguel Cañé (1907, p. 138). Y de la cual también se derivaron otras lecciones pertinentes.

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El conflicto de 1884 a 1885 es un tratado sobre cómo no hacer una revolución: hubo fallas en la táctica, descuido en la orga­nización, desprecio por la técnica, falta de recursos y un lide­razgo errátil y falto de consistencia:. Demuestra, además, lo fú ­til del empleo de la violencia en condiciones en que el pueblo no puede responder positivamente a ella. Son increíbles y des- corazonadoras las descripciones que trae el general Foción Soto sobre la falta de entusiasmo entre sus «»partidarios por la gue­rra contra Núñez. Esto impidió levantar la moral del ejército, obtener dineros para pagar los soldados y conseguir la comida para las raciones. Es difícil entender cómo se lanzaba a un par­tido a la guerra con solo un mecánico de Labateca para fabri­car las municiones, o con carpinteros que fueron incapaces de construir adecuadamente las escaleras necesarias para trans­poner las murallas durante el sitio de Cartagena (Soto, 1913, I, p. 148: II, pp. 64-65). Las inconsistencias y deserciones del pro­pio director de la guerra, el general Sergio Camargo, solo son comparables a las ineptitudes de sus subordinados. Entre todos llegan al holocausto de La Humareda, donde es acribillada la

\ flor y nata de los rebeldes liberales.

La derrota del partido liberal, con Núñez aún en el poder, com­pele a éste a acercarse más al partido conservador, con cuyas ar­mas se había defendido. Don Carlos Holguín, quien había diri­gido hábilmente a la colectividad conservadora propiciando la captación de Núñez y de su grupo, y capturando Estado tras Es­tado a través de elecciones locales, cede entonces el puesto a su cuñado, don Miguel Antonio Caro. Caro, es el artífice de la com­pulsión final. Su legado histórico se registra en la Constitución de 1886 que rige aún en Colombia y en la adopción del Código Civil. Así, Núñez imparte formalmente sus instrucciones al Con­sejo de Delegatarios en 1885 para redactar la nueva Constitución que suplante la de 1863. Pero es el señor Caro quien impone sus puntos de vista, para asegurar el triunfo de la burguesía y del partido clerical (Torres García, 1956; Lozano y De la Vega, 1939, pp. 33-34).

Mientras Núñez, marginado al fin en su casa del Cabrero en Cartagena, dudaba si volvía o no al poder —y entonces, con quién gobernaría—, los conservadores tomaron decididamente las rien­das del Estado. Impusieron la centralización política, el régimen presidencial y, ante todo, protocolizaron legalmente la nueva alianza del Estado con la Iglesia. Un Concordato con la Santa Sede fue aprobado en 1888, que concedió a la Iglesia pleno con­trol sobre la educación nacional, total autonomía de gobierno, el fuero eclesiástico antes disputado, y ventajas fiscales. Dispuso

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110 Subversión y Cambia Social

también que se indemnizara a la Iglesia del perjuicio por la desamortización de sus bienes mediante pagos anuales “por to­da la eternidad” , y que se protegiera a la Iglesia CatóMca déla competencia de otros cuerpos eclesiásticos. ,

Consecuencias de la Claudicación.

Inevitablemente, aunque sin llegar a la etapa política preco- lonial (en lo cual se había logrado el acuerdo entre la subversión y la tradición), se produce el retorno a algunas pautas de lase- ñorialidad. La tradición señorial empieza a sentirse otra vez en todas partes: vuelven por tercera vez los jesuítas y reconstruyen sus instituciones, pero ahora respetando el marco burgués. En las antiguas áreas de resguardos, donde los latifundistas se em ­peñaron en formar haciendas, reaparece la institución colonial del concertaje (Fals Borda, 1961a, 11. 137-138; Triana, 1951, p. xii). El renacer de la hispanidad clerical se siente también en el campo intelectual, saturándose con la reacción de Balmes y con el movimiento greco-latino capitaneado por los Caros y Cuer­vos, que motivó la queja por “el retorno a lo español” de Eze- quiel Uricoechea (1871, pp. xlvii-xlviii). Se afirma la misma ten­dencia reaccionaria con las abrogaciones de disposiciones libe­rales, efectuadas por los presidentes conservadores que se suce­dieron a Núñez. Hubo arbitrariedades y persecuciones, de que se quejan repetidamente escritores como Fidel Cano, Nicolás Es- guerra y Miguel Samper: el decreto sobre actos subversivos del 17 de febrero de 1888 (por publicaciones contra la Iglesia las au­toridades y el sistema monetario, y por incitaciones clasistas); la “ley de los caballos” del 25 de mayo de 1888. Se afirma la reacción con las actitudes de desprecio al pueblo del común —“los ‘¡ indios”— descritas en la literatura del período, lo cual señala la resurrección del espíritu de castas.■ La. captación reaccionaria de Núñez y de su grupo, enseña has­

ta dónde puede llevar la claudicación ideológica cuando solo se va en busca de los gajes del poder concebido como un fin en sí mismo. Se puede racionalizar la situación y considerarla como una “evolución” del pensamiento de Núñez, como han hecho los amigos de éste. Por supuesto, se advierten también las tenden­cias dominantes de la sociedad burguesa hacia la “ democracia católica” (apoyada por el triunfo carlista-alfonsista en España), que pudieron haber llevado a Núñez a la entrega ideológica para “evitarle mayores males al país” y mantenerle su unidad polí­tica hasta cierto punto amenazada (Liévano, 1946, p. 430). Puede ser toda ella una “política realista” , que eliminó del liberalismo sus elementos utópicos (Jaramillo Uribe, 1964, p. 289) > Sin em-

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bargo —y esto es fundamental— también puede juzgarse la cap­tación según los actos de los gobiernos que siguieron a Núftez: éstos, muy intolerantes, fueron la afirmación reaccionaria de muchas tesis fundamentales a las que se oponían los liberales, aún durante la época más tranquila del ajuste.

' Los conservadores y los burgueses, con Caro y Holguin a la cabeza, emplearon todos los elementos a su disposición para lo ­grar tales resultados: ofertas de posición, de prestigio, de ven­taja económica; o amenazas de sanción social basadas en el temor y en la violencia. Supieron utilizar al tiempo las ideas y las armas. Pero lo hicieron sin caer en cuenta que, al buscar el aniquilamiento del contrincante, cerraban canales y destruían mecanismos que hubieran hecho de Colombia un país mucho

, más adelantado, moderno y próspero de lo que alcanzó a ser£ El orden burgués no fue del todo feliz, porque mantuvo incon­gruencias inaceptables que volvieron a estallar más adelante. Por eso el proceso estudiado enseña también cuán fácil es de­rivar del ajuste a la claudicación y de ésta a la reacción que frustra el progreso.

Evidentemente, el juego de ajuste y compulsión no es cosa de niños. Es una prueba de persistencia, apremio y fuerza dirigida a llevar al oponente a posiciones descubiertas. Como quedó ex­plicado antes (Capítulos 2 y 4), mediante el ajuste se aprovechan las oportunidades para enfatizar determinados puntos de vista, que pueden ser los de la transformación o los de la tradición. Por la compulsión se trata de imponer dirección y dinamismo al cambio. Ambos procesos implican una ágil estrategia que com­bina la persuación con la coerción y la violencia, la formación de cuadros directivos (técnicos e ideológicos) y la difusión de consignas en los momentos precisos, cuando las circunstancias de la sociedad y el estado mismo del conflicto lo van reclaman­do. Exigen un liderazgo de múltiples recursos, constante, tenaz, capaz de embestir y retroceder, hacer finta y contraatacar, que utilice con destreza los mecanismos y factores del cambio social atrás estudiados.

Como hemos visto por el caso de Núñez y su grupo, en este juego vital por el poder existe el peligro de que el ajuste se con­vierta en claudicación, y que la compulsión se transforme en im ­posición. Ello depende en buena parte de los factores de poder y técnica que puedan llevar los grupos a la arena de las con­frontaciones. Depende de la respuesta del pueblo a los empeños subversivos; y también de la personalidad de los dirigentes. El ajuste es un arreglo de largo alcance, con adaptación a las ten­

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dencias históricas de un pueblo y en armonía con visiones de estadista. En cambio, la claudicación es arreglo de corto alcan­ce, una maniobra que tiencte á oscurecer la visión de conjunto y a confundir la estrategia general del movimiento, tanto como también la oscurece y confunde el imprudente empleo de la vio­lencia en momentos o lugares en que ella es contraproducente.

Así se implanta el orden burgués. El triunfo de las "derechas” y del partido clerical no pudo serles arrebatado, a pesar de las sangrientas y destructivas guerras civiles que se sucedieron en 1895 y de 1899 a 1902 (“de los mil días” ), que casi eliminan al partido liberal. En el nuevo período histórico tales guerras re­sultaron ser contraproducentes, aunque al partido liberal no le quedaba abierta sino la posibilidad de la violencia, en vista de que las otras salidas para realizar una acción política legítima le habían sido cerradas por gobiernos intolerantes.

El efecto apocalíptico de la “ guerra de los mil días” , seguida por la intervención norteamericana en 1903 que culminó con la secesión de Panamá, hizo despertar al país a la realidad de que, en efecto, se estaba andando ya en un nuevo orden social. Para asegurar la transformación se necesitaba ganar la paz e iniciar otra vez todo el ciclo del cambio, empezando con la búsqueda de una nueva utopía que levantara los ánimos y justificara la eventual rebelión, así como la necesaria articulación nacionalis­ta frente aí “Coloso del Norte” . Esto se lograría un poco más tarde./

De todos modos, el predominio político y económico del con- servatismo que surge de esa época ayuda a explicar la intole­rancia básica, la profunda resistencia al cambio y la tendencia a mantener formas anticuadas de conducta política y social que se observan hoy en muchos sectores del país. Dicho predominio permite también que sobreviva el orden burgués hasta la déca­da de 1920 a 1930, cuando nuevas fuerzas sociales y económicas le hacen un desafío radical. '

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7 Subversión y Frustración en el Siglo XX

Desde fines del siglo pasado y durante los primeros años del actual hubo en Colombia una acumulación de cambios sociales mayores y menores que anticipaban transformaciones profundas en la sociedad (cf. Moore, 1963, pp. 50, 71; Cooley, 1909, p. 328). Algunos políticos sensibles a estos cambios, como Núñez y Caro, se fueron inclinando hacia diferentes concepciones del Estado,

N para hacer frente a las nuevas situaciones. Así, se declararon por el intervencionismo y algunas formas de “socialismo cris­tiano” (Torres García, 1956, pp. 226-228). Estas metas las adop­ta parcialmente el partido conservador.

El proceso de acumulación se ve claro en el componente tec­nológico: por la naturaleza misma de las innovaciones mecáni­cas se van descubriendo "instrumentos” para producir algunos cambios sociales y económicos. Estos se conciben dentro de una nueva racionalidad: la de los fines “modernos” (como la meta de “nación civilizada” ) relacionados con determinados medios que se justifican ideológicamente.

Esta tendencia “ instrumental” se reforzó con la adopción déla ética empresarial. Sin embargo, esta ética no llegó a saturar la sociedad. Solo segmentos sociales como la alta burguesía y los colonos antioqueños de clase media —en su mayoría conserva­dores— siguieron la tendencia instrumental de la época. Los otros grupos y las comunidades rurales permanecieron cobijadas por el antiguo ethos del urbanismo de castas.

Los procesos sociales que hacen su aparición en el siglo XX son similares a los de mediados del anterior. Pero existe una difeigncia básica entre ellos: mientras la introducción de la uto­pia liberal en 1848 no brindó el apoyo de la tecnología a los gru­pos subversores del momento (sino que lo pasó a los burgueses), en el siglo XX la acumulación técnica multiplica las posibilida-

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des de descomposición de] orden, prepara la llegada de la utopia hace más fácil la labor de zapa de los grupos subversores.íLa nueva utopia que aparece en ¿304, es socialista.' Sus efec­

tos, sin embargo, solo empiezan a registrarse en la década do 1920, acondicionados por el avance económico y social anterior que destacó las tensiones e incongruencias del orden burgués. |

El impulso del nuevo cambio va abriendo curso a la adopción de actitudes incompatibles con las tradicionales. Como se expli­ca más adelante, empieza a emerger otro ethos, el de la secu- laridad instrumental, que incorpora los nuevos antivalores y las nuevas contranormas. Debido a que este ethos surge al mismo tiempo con los primeros planteamientos del socialismo, el ethos aparece envuelto en el manto ideológico de éste. Pero no deben confundirse las dos cosas. La, secularidad es una forma de vida v y una categoría analítica social; el socialismo es una ideología política, con expresión concreta en la organización social. El aná­lisis que sigue trata de reconocer principalmente la importancia del impacto de la s.eeularidad que se venía incubando, para ha­cer avanzar la sociedad burguesa colombiana hacia el punto crí­tico de acumulación, a partir del cual se requieren cambios más decisivos y profundos. Estos son los cambios en los valores, las normas y las instituciones que llevan a otra subversión.^

Al cabo de dos generaciones, al fin el orden burgués no puede hacerle frente al impacto combinado de la utopía socialista, la secularidad y la acumulación técnica. El conflicto a que da lu­gar vuelve a enfrentar a los elementos tradicionales con los de la nueva condición de subversión, llevando a uno de los períodos más cruentos de la historia colombiana, aquel que desemboca en la corta revolución de 1948 y en la subsiguiente frustración por “ la Violencia” . El ciclo se completa con la vuelta al ordeií en 1957, esta vez uno que sintetiza lo burgués con algunos as­pectos de la subversión socialista: el Frente Nacional. Todo este período ilustra los prooesos básicos de ajuste y compulsión, de captación y refrenamiento a que se ha hecho referencia, en busca del dominio de los mecanismos del cambio social.

\

Acumulación Técnica y Punto Critico.

t Las innovaciones técnicas en la agricultura, la energía, la in­dustria, el transporte, la defensa, la comunicación, la medicina y actividades similares, que se habían ido acumulando desde mediados del siglo XIX, fueron llevando insensiblemente a un punto crítico que inducía y exigía transformaciones profundas

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los valores, las normas y la organización social del orden lués. ./}

K.i el capítulo anterior quedaron descritas algunas de las fo ­raciones principales que fueron básicas para el desarrollo de

in liados de siglo y el crecimiento económico posterior: el bar- fluvial, el ferrocarril, el telégrafo, el teléfono, el tranvía, a l­

gunas segadoras y trilladoras mecánicas y otros aparatos de va­lí- >r. El ahorro acumulado en años anteriores le permitió a la burguesía pensar en la industrialización, y así se instalaron los primeros telares mecánicos, una fábrica de aparatos de benefi­ciar café, y la industria del chocolate, el fique, el vidrio y la

. cerveza. Al mismo tiempo aparecieron instituciones bancadas y entidades de seguros. La riqueza acumulada, no obstante, no quedó bien distribuida entre los grupos que la hicieron posible.

^La acumulación técnica se acelera cuando el gobierno del ge­neral Rafael Reyes (1904-4909) echa por tierra las disposiciones (interiores e implanta el proteccionismo aduanero. Al amparo de este presidente cuya concepción del progreso era la máquina y cuyo modelo era don Porfirio Díaz, el dictador mexicano, flore­cen las grandes industrias que hoy existen en Colombia: Tela­res Medellín (1906), Coltejer (1908), Obregón y Cervecería Bolí­var (1908), Cemento Samper (1909), y muchas otras fundadas después. En el campo comienzan en firme las grandes planta­ciones modernas e instalaciones de beneficio del »banano y la caña de azúcar (Ospina Vásquez, 1955, pp. 326-344; Eder, 1959).- ' /

Esta política se mantiene durante la Primera Guerra Mundial. Al mismo tiempo aumenta la población rápidamente, llegando a casi seis millones en 1918, cifra singular si se compara con las muy modestas del lento aumento anterior. Este aumento tam­bién indujo modificaciones al orden social, al variar las condi­ciones en la “escala social” \ CWilson y Wilson, 1945, pp. 24-26).

I ■ /A l cambiar las relaciones de producción, al fomentarse la “ ins- trumentalidad” y al aumentarse la población, se va propiciando un proceso natural de diferenciación social, surgiendo nuevos grupos e instituciones que sirven para mantener las innovacio­nes: bancos, seguros, casas de comercio, fábricas, compañías de transportes.|Con las empresas se crean algunos canales nuevos de ascenso social, crece la pequeña burguesía urbana y se forma un proletariado. Todo este proceso afecta al antiguo ethos del ur­banismo de castas. Al quebrarse algunas tradiciones, al fomen­tarse algunas actitudes nuevas adaptables al orden burgués (so-

, bre todo por el “efecto de demostración" de los grupos asalariad

crslón y Frustración en el Siglo XX 115

I j R I . j f . - f Y

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116 Subversión y Cambio Social

dos) no podía dejar de afectarse las relaciones entre las castas, para llevarlas a una mayor conciencia de sí mismas y convertir­las en clases más abiertas/ El descubrimiento del espíritu dc-t clase es, en estas circunstancias, un punto crítico que determina el curso de los acontecimientos posteriores. Con este fin los gru­pos afectados buscan el apoyo ideológico necesario. v' Los intelectuales de la gran burguesía, siempre alerta a sus intereses, ya habían observado los movimientos políticos-socia­les que habían sacudido a Europa hacia fines del siglo XIX. Par­ticularmente atrayente era la creación de la primera República Española, con sus tildes de anarco-sindicalismo y socialismo. * El parlamentarismo en otros países de Europa, también era sín­toma de grandes cambios.'ÍLa escritura en la pared era cada vez más clara: se acercaba una gran revolución que retaría la es­tructura de castas del orden burgués, por acción simultánea so­bre dos de sus componentes: el tecnológico y el valorativo. Aní­bal Galindo lo expresó así en 1880:

'/ “Las fases características de esta revolución económica son tres: 1) la accesión de todas las clases, hasta las más ínfimas, a los bienes y comodidades de la riqueza, por el extraordinario in­cremento de la producción y por la ínfima baratura a que salen los productos fabricados con la ayuda de esos autómatas que trabajan por salarios infinitesimales: la fotografía, la oleografía, la telegrafía, la litografía, la imprenta, la máquina de coser, las máquinas de hilar y tejer el algodón, han puesto al alcance de las últimas clases sociales, comodidades, placeres y fruiciones que eran antes el privilegio de los potentados de la tierra; 2) la anu­lación creciente del trabajo muscular, del trabajo de bestia de carga, impuesto al trabajador antes del progreso, y su reem­plazo por el trabajo intelectual y moral de la atención y de la vigilancia, a que van quedando reducidas las funciones del obre­ro en el taller moderno. Por todas partes, mutatis mutandi, el car­guero pasa a la categoría de guarda o vigía de un camino de h ierro ...; y 3) la dislocación de los grandes centros de pobla­ción, para buscar el nivel del trabajo y del salario en el mer­cado del mundo, merced a la rapidez, a las falacias y a la bara­tura con que pueden efectuarse los viajes por las modernas vías de comunicación" (Galindo, 1880, p. 308).

La pequeña burguesía que resulta de este primer proceso tien­de a identificarse con las clases altas, de quienes depende su subsistencia; pero no se desvincula aún de sus orígenes humil­des y, en los primeros momentos de crisis, se pone de parte de

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obreros y artesanos. Solo más adelante, aumentada en sus efec­tivas y asimilada más profundamente por los grupos superiores, tiende la nueva clase media a ser conservadora y partidaria de la acomodación social. No obstante, su surgimiento tiene conse­cuencias profundas en la conciencia de clase de los elementos proletarios y campesinos, que empiezan a entender las diferencias <lo su posición social. Aspiran entonces a la posesión de recur­sos, ventajas y prebendas y al goce de los diversos medios de la producción económica.

Este Importante descubrimiento de que es posible una forma de vida diferente, y que ella puede ganarse por el esfuerzo, la educación, el comercio o la industria, despierta la energía la- lente del pueblo y le hace estar alerta a las oportunidades de mejoramiento. Es la época que identifican los obreros y campe­sinos ancianos de hoy, al recordar los eventos pasados: "Cuando llegó el progreso...” El "progreso” resultaba del “efecto de de­mostración", de las oportunidades de avance y de los nuevos me­canismos de empleo, y de las posibilidades de salir de la pro­vincia y de dejar el nicho comunal.

Todo esto no puede ser intencional. Los grupos dominantes n o ' podían anticipar las consecuencias inherentes al proceso tecno­lógico y económico que propiciaban, sino en una forma lejana y teórica, como lo hacia Aníbal Gallndo. Para éste, los beneficios de semejante “revolución” no podían llegar a Colombia sino cien uftos más tarde. Pero la subversión ya era Inevitable: en efecto,' la acumulación tecnológica, con sus consecuencias en la divi­sión del trabajo y en la identificación clasista, no podía menos que llevar al orden burgués a su punto critico de descomposi­ción.

Un primer síntoma de tensión entre las clases ocurrió en 1919, a raíz de la primera Guerra Mundial y el período de estrechez económica que por esa causa sufrió el país. El gobierno de don Marco Fidel Suárez (ilustre escritor de origen humilde, aunque captado por las oligarquías a través de vínculos educativos y matrimoniales) había decidido adquirir en el exterior algunos centenares de uniformes para la policía. Los sastres de Bogotá y otros artesanos se organizaron para solicitar al presidente que solo se comprara la tela en el extranjero, y que los trajes se con­feccionaran en el país. Determinaron salir a las calles para ex­presar su sentir, el domingo 16 de marzo de 1919. Ese día la policía atacó a la multitud y hubo muertos y heridos. Los acontecimien­tos dieron pábulo al descontento, impulsando el conflicto cla­sista y obrero-patronal. Para hacer frente a hechos tan fuera de lo común, el gobierno se encontró completamente impreparado.

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dos) no podia dejar de afectarse las relaciones entre las castas, para llevarlas a una mayor conciencia de sí mismas y convertir­las en clases más abiertas/ El descubrimiento del espíritu den clase es, en estas circunstancias, un punto critico que determina el curso de los acontecimientos posteriores. Con este fin los gru­pos afectados buscan el apoyo ideológico necesario. yv

Los intelectuales de la gran burguesía, siempre alerta a sus intereses, ya habían observado los movimientos políticos-socia­les Que habían sacudido a Europa hacia fines del siglo XIX. Par­ticularmente atrayente era la creación de la primera República Española, con sus tildes de anarcosindicalismo y socialismo. H El parlamentarismo en otros países de Europa, también era sín­toma de grandes cambiosXLa escritura en la pared era cada vez más clara: se acercaba una gran revolución que retaría la es­tructura de castas del orden burgués, por acción simultánea so­bré dos de sus componentes: el tecnológico y el valorativo. Aní­bal Galindo lo expresó así en 1880:

/ “Las fases características de esta revolución económica son tres: 1) la accesión de todas las clases, hasta las más ínfimas, a los bienes y comodidades de la riqueza, por el extraordinario in­cremento de la producción y por la ínfima baratura a que salen los productos fabricados con la ayuda de esos autómatas que trabajan por salarios infinitesimales: la fotografía, la oleografía, la telegrafía, la litografía, la imprenta, la máquina de coser, las máquinas de hilar y tejer el algodón, han puesto al alcance de las últimas clases sociales, comodidades, placeres y fruiciones que eran antes el privilegio de los potentados de la tierra; 2) la anu­lación creciente del trabajo muscular, del trabajo de bestia de carga, impuesto al trabajador antes del progreso, y su reem­plazo por el trabajo intelectual y moral de la atención y de la vigilancia, a que van quedando reducidas las funciones del obre­ro en el taller moderno. Por todas partes, mutotis mutandi, el car­guero pasa a la categoría de guarda o vigía de un camino de h ierro ...; y 3) la dislocación de los grandes centros de pobla­ción, para buscar el nivel del trabajo y del salario en el mer­cado del mundo, merced a la rapidez, a las falacias y a la bara­tura con que pueden efectuarse los viajes por las modernas vías de comunicación” (Galindo, 1880, p. 308). #■

La pequeña burguesía que resulta de este primer proceso tien­de a identificarse con las clases altas, de quienes depende su subsistencia; pero no se desvincula aún de sus orígenes humil­des y, en los primeros momentos de crisis, se pone de parte de

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obreros y artesanos. Solo más adelante, aumentada en sus efec­tivos y asimilada más profundamente por los grupos superiores, tiende la nueva clase media a ser conservadora y partidaria de la acomodación social. No obstante, su surgimiento tiene conse­cuencias profundas en la conciencia de clase de los elementos proletarios y campesinos, qua empiezan a entender las diferencias de su posición social. Aspiran entonces a la posesión de recur­sos, ventajas y prebendas y al goce de los diversos medios de la producción económica.

Este importante descubrimiento de que es posible una forma de vida diferente, y que ella puede ganarse por el esfuerzo, la educación, el comercio o la industria, despierta la energía la ­tente del pueblo y le hace estar alerta a las oportunidades de mejoramiento. Es la época que identifican los obreros y campe­sinos ancianos de hoy, al recordar los eventos pasados: “ Cuando llegó el progreso...” El “progreso” resultaba del “efecto de de­mostración” , de las oportunidades de avance y de los nuevos me­canismos de empleo, y de las posibilidades de salir de la pro­vincia y de dejar el nicho comunal.

Todo esto no puede ser intencional. Los grupos dominantes no podían anticipar las consecuencias inherentes al proceso tecno­lógico y económico que propiciaban, sino en una forma lejana y teórica, como lo hacia Aníhal Galindo. Para éste, los beneficios de semejante “revolución” no podían llegar a Colombia sino cien años más tarde. Pero la subversión ya era inevitable: en efecto,\ la acumulación tecnológica, con sus consecuencias en la divi­sión del trabajo y en la identificación clasista, no podía menos que llevar al orden burgués a su punto crítico de descomposi­ción.

Un primer síntoma de tensión entre las clases ocurrió en 1919, a raíz de la primera Guerra Mundial y el período de estrechez económica que por esa causa sufrió el país. El gobierno de don Marco Fidel Suárez (ilustre escritor de origen humilde, aunque captado por las oligarquías a través de vínculos educativos y matrimoniales) había decidido adquirir en el exterior algunos centenares de uniformes para la policía. Los sastres de Bogotá y otros artesanos se organizaron para solicitar al presidente que solo se comprara la tela en el extranjero, y que los trajes se con­feccionaran en el pais. Determinaron salir a las calles para ex­presar su sentir, el domingo 16 de marzo de 1919. Ese día la policía atacó a la multitud y hubo muertos y heridos. Los acontecimien­tos dieron pábulo al descontento, impulsando el conflicto cla­sista y obrero-patronal. Para hacer frente a hechos tan fuera de lo común, el gobierno se encontró completamente impreparado.

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A raíz de los negocios que surgieron de la bonanza económica por la indemnización de Panamá desde 1924 ("la danza de los millones” ), fue quedando más y más claro que los beneficios no se estaban irradiando con ninguna atención a la equidad. La bonanza no llegaba a los grupos menos privilegiados sino en escala muy reducida^-Esto dio mayores perfiles a la nueva pers­pectiva de clase, y agravó la situación de conflicto. En efecto, la intensificación de la construcción de carreteras y ferrocarriles, que atrajo a un buen número de campesinos con jornales artifi­cialmente más altos, hizo que la agricultura sufriera en todas partes. Se encarecieron los alimentos, se produjo una inflación y descendió el nivel de vida. Las gentes se agitaron en las ciuda­des; no regresaron al campo. Los jornaleros de vías pasaron a las nacientes industrias como obreros en condiciones no muy sa­tisfactorias (Nieto Arteta, 1962, pp. 326-328; García, 1955, p. 242).

En cambio, los grupos dominantes con su orientación hacia el exterior, seguían en plan de mayor enriquecimiento. Consi­guieron explotar la mano de obra disponible, oprimiendo a los obreros con actitudes señoriales y la imposición de fuerza. Esto produjo eventualmente una reacción obreril. Una primera huel­ga de trabajadores del petróleo empleados por la Tropical Oil Company en Barrancabermeja fue reprimida en 1927 y muertos sus promotores. Una masacre ocurrió a fines de 1928 en la zona bananera de Santa Marta, para sofocar una huelga de obreros de la United Fruit Company que querían mejores condiciones de tra­bajo. 1 Estos conflictos sirvieron para destacar el, punto crítico a que había llegado el orden social, y la naturaleza instrumental de la subversión que se estaba propiciando. Ni el gobierno ni la burguésía parecían estar listos a hacer frente a la subversión

^ii podían entenderla. /

Sin embargo, allí comienza el desarrollo socioeconómico del presente s ig lo / Los observadores “más autorizados han fijado el año de 1925 —o sus vecinos— como aquel en que se observa más claramente el proceso, lo que se demuestra con el aumento casi inmediato de las tasas de “ desarrollo económico” / (Mesa, 1965; Nieto Arteta, 1962, pp. 326; Ospina Vásquez, 1955, p. 420; García Cadena, 1943, pp. 126, 130). Entre 1925 y 1929, gracias al im­pulso provocado por la indemnización de Panamá, la rata anual de crecimiento del producto bruto per cápita fue de 5.2 por ciento (CEPAL, 1955, I, p. 27). En 1919 s& fundó la Sociedad Colombo- alemana de Transportes Aéreos (SCADTA), cuya subsecuente conversión a la AVIANCA tuvo grandes efectos en la economía así como en los procesos de la integración regional y nacional. Las líneas telefónicas subieron de 4.095 en 1913 a 34.680 en 1927.

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El volumen del correo se cuadruplicó en el mismo periodo (Flu-

I harty, 1957, pp. 16, 32; Currie, 1950, pp. 133 y sigs). Había ya 15.350 automóviles en 1929. Se fundaron 842 establecimientos en­tre 1930 y 1933, incluyendo todas las actuales industrias co-

i lombianas básicas, y los índices industriales volvieron a subir entre 1939 y 1948, de 100 a 243. Hasta 1953, eLjjroducto bruto de las actividades industriales, el transporte, la energía y los ser­vicios públicos, aumentó a ratas anuales que iban de 7.8 a 9.1 por ciento. En 1953, el número de obreros industriales ya subía a 200.000 y el valor del producto de la industria de transforma­ción era de 3.917 millones de pesos, comparado con 641 millones, como era en 1945 (Mesa, 1965, pp. 9, 14). Poco más tarde se fun­da la primera industria pesada en Colombia, la Siderúrgica de Paz de Río.

| La agricultura, mientras tanto, había quedado casi estaciona­ria porque la introducción de maquinaria fue reducida. Algunas haciendas se beneficiaron con las innovaciones. Sin embargo, en la década de 1920 a 1930 empezaron a adoptarse algunos ele­mentos nuevos de impacto más general, como los abonos quími­cos y las aspersoras (Deutschmann y Fals Borda, 1963, pp. 46-50). Fueron los hacendados quienes primero los adoptaron; luego les siguieron los agricultores medianos que facilitaron a su vez los elementos nuevos a sus vecinos minifundistas. Algunas fábricas de instrumentos agrícolas mecánicos, como la trilladora, se fun­daron con éxito (en Pasto). Los agricultores empezaron a acos­tumbrarse al paso de esas máquinas periódicamente, tiradas por yuntas de bueyes. Hacia 1950 ocurren otras innovaciones; her-

, bicidas químicos, nuevos líquidos de aspersión. Así, los campe­sinos fueron llegando, poco a poco, a una importante transfor­mación en las técnicas agrícolas, quizás la mayor desde cuando el arado fue introducido al orden americano en la época colonial.

Muy importante fue la rápida adopción del tractor agrícola, cuyo número sube de 3.821 en 1938 a 16.493 en 1956. El uso de este aparato se extendió de las haciendas a los minifundios a través de formas de arriendo, principalmente para la preparación de barbechos. Provoca también un reto a la fuerza de trabajo, es­pecialmente a la juvenil, cuyas aspiraciones se vuelven de la agricultura del azadón y el esfuerzo físico directo, a la mecánica y el manejo cómodo de los nuevos aparatos. Las consecuencias de este impacto en la agricultura (desaparición de yuntas de bueyes, por ejemplo) y en la conducta (creación de nuevas po­siciones y expectaciones) son de una importancia estratégica para estimular el cambio en el orden burgués (Fals Borda, 1959).

Esta tendencia pronunciada hacia la técnica en Colombia se demuestra también en otras formas: las ciencias modernas y

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Aunque la revolución Mexicana también les atraía, era la rusa la que inflamaba su imaginación. Los interesados empezaron a reunirse periódicamente en una nuava institución, “el café”, que había desplazado a las antiguas “botellerías” . Así, en el café Windsor de la calle 13 en Bogotá, se forma en 1922 el rebelde grupo de “ Los Nuevos” , al que ingresan entre otros Gabriel Tur- bay, Alberto Lleras Camargo, Juan y Carlos Lozano y Lozano, Germán Arciniegas, Moisés Prieto, Guillermo Hernández Rodrí­guez, Luis Tejada y, marginalmente, por razón de su origen so­cial, Jorge Eliécer Gaitán. Este se había distinguido por sus aren-

I gas durante el sangriento domingo del 16 de marzo de 1919; ade­más, su tésis doctoral era muy pertinente: versaba precisamente sobre “las ideas socialistas en Colombia” (Osorio Lizarazo, 1952, pp. 64-65, 210, 255; Fluharty, 1957, p. 29). El grupo se estimuló más tarde con la adhesión de importantes escritores y políticos como don Luis Cano, el antiguo radical don Antonio José Res- trepo, y los señores Gerardo Molina, Antonio García, Luis Carlos Pérez y Luis Rafael Robles. (El Partido Socialista Revoluciona­rio se formaliza en 1926).

En el café Windsor se oía “la voz de la futura Colombia” . Se discutían los objetivos de la revolución rusa, así como las mo­dernas tendencias literarias y artísticas, y se agitaba la ban­dera del cambio social, y la lucha contra el “pretérito reaccio­nario” . De allí surgieron ideas que luego se llevaron a la prác­tica, como la organización estudiantil y la organización sindical. Se crea así la primera Federación Nacional de Estudiantes, a finales de la década y con el estímulo del movimiento autono­mista de la Universidad de Córdoba (Argentina). Los primeros sindicatos quedan firmes al entrar a gobernar el partido liberal, en 1930.

Por la misma época llega a Bogotá un tintorero ruso, llamado Savinsky (Sawadsky, según otros), que se relaciona con “Los Nuevos” . A petición del grupo, expone Savinsky principios de economía marxista. Al fin, en 1924 se decide formar una célula comunista —la primera en Colombia— que procede a reunirse periódicamente y en secreto según parece, en el local de una iglesia (protestante o adventista) situada en el barrio de Las Nieves. Conforman esta célula: Lleras, Turbay, Prieto, Tejada y Hernández Rodríguez del grupo del WírTdsor y, además, A le­jandro Vallejo, José Mar, Diego Mejía y Luis Vidales (Rodríguez Garavito, 1965, p. 60; Osorio Lizarazo, 1952, pp. 78-90; Fluharty, 1957, p. 29). Pensaron estos jóvenes realizar algún terrorismo; pero el estímulo resultante de estas reuniones fue más bien in­telectual y espiritual. Así, por ejemplo, Tejada llegó a concluir que a Lenin y al comunismo les debía “mi adquisición de un

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'mi iv i - i m. ni y Frustración en el Siglo XX 123

mol Iva puro de lucha, mi razón de ser y de obrar, la visión fuer- l«> y optimista que tengo del porvenir, mi convicción sincera de 1111«* el mundo puede llegar a ser amable y más justo y de que «■I hombre adquirió sobre la tierra una actitud de ennoblecida «Utfnldad humana” (cit, por Rodríguez Garavito, 1965, p. 64). A furliíiy mismo le atraía “el mito de la fraternidad universal, de lit «bsoluta igualdad entre los hombres, el desarme de los agre­sores, el advenimiento de los bienes del mundo para los humi- IIikIoh y ofendidos” (p. 66). Era así un grupo de jóvenes visio-i ni iios, entusiastas y decididos a luchar por la transformación del pnls, según las pautas de la utopía que empezaban a descubrir y cuyos principios ansiaban adoptar y difundir. (El Partido Co­munista de Colombia se formaliza y reconoce internacionalmen- lr en 19301.

I’or las razones que estudiaremos más adelante, la antiélite.... ncionada se va desintegrando poco a poco. Pero sus miem-lii'os ejecutan una dispersión muy semejante a la de los ladinos v mestizos de la época colonial. Tal como' se difundió la seño­ría lldad y el cristianismo en esos días, ahora con la dispersión no buscaba saturar de socialismo a Tos organismos más impor­tantes de la transición: la antiélite se convierta en grupo de re- ferencia de sindicatos y grupos obreros entre 1927 y 1931, cuya organización es impulsada por Gaitán. Hacia 1929 los campesinos non estimulados por el grupo comunista para ocupar tierras de hacienda, en lo que tienen éxito parcial (Gutiérrez, 1962). La nntiélite despierta a los universitarios entre 1929 y 1936, cuya Fe­deración, con el doctor Carlos Lleras Restrepo como presidente, se inclina al socialismo, para llevar en 1940 al doctor Gerardo Molina a la rectoría de la Universidad Nacional. La antiélite da «■n esta forma una inyección de vitalidad al partido liberal, cu­yos cargos directivos eventualmente captan y asimilan a los rebeldes socialistas, sin que estos necesariamente claudiquen. La Influencia de este grupo, sea a través de su propio partido —queii 1 fin se articula con el doctor Antonio García a la cabeza—, sea por la dispersión, le convierte en grupo clave de la nueva subversión. De allí que se denomine esta, la “subversión socia­lista” . ,

Puede verse, en fin, cómo la antiélite socialista sembró su se­milla ideológica en momentos cuando el orden burgués llegaba al punto crítico: crecía' la población, se diferenciaba la sociedad por el desarrollo tecnológico, se perfilaban los conflictos de clase y se hacían más visibles las incongruencias de la sociedad. Co­mo tales, los grupos subversivos hicieron un efectivo trabajo de

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zapa, que dio fruto seis años más tarde con la caída del poder del partido conservador y la iniciación de la “revolución en mar­cha” del resucitado partido liberal.

Difusión de la Ideología Secular.

La introducción en Colombia de la secularidad instrumental como reto a la sociedad de castas debe diferenciarse de la ex­plotación que de ella hicieron los diversos grupos políticos. He­mos dicho que la secularidad instrumental fue resultado de una combinación de situaciones causadas por el contacto sociocul­tural, la acumulación tecnológica, el crecimiento de la población y el descubrimiento de la conciencia de clases, que destacaban las incongruencias de la sociedad burguesa.

Los primeros socialistas dieron dinámica a la situación social y la catalizaron para convertirla en subversión; por eso fueron gru­pos claves. Pero las ideas, los valores y las normas contenidas en el ethos de la secularidad instrumental no fueron propiedad exclu­siva de aquellos grupos socialistas, puesto que algunos de esos elementos les fueron anteriores, y otros, al difundirse, hallaron acogida en otros grupos que buscaban renovarse, especialmente en el partido liberal. La secularidad instrumental se extendió a los grupos burgueses que debían adaptarse al impulso subver- sor para sobrevivir el cambio, y aún el partido conservador im­plemento proyectos que respondían a la necesidad de incorporar aquellas ideas novedosas.

No es difícil destilar de los documentos contemporáneos los lineamientos generales de las metas que se proponían alcanzar —o los modelos que querían seguir— tanto los socialistas como los liberales renovados. El análisis demuestra, entre otras co­sas, lo adaptable que es el mensaje socialista a las necesidades de la acción política inmediata en diversas partes del mundo y en diferentes contextos culturales. Evidentemente, una cosa era la utopía absoluta transmitida por Uribe Uribe y por Savins- ky, y entendida en su aspecto existencial por Tejada y Turbay; y otra la traducción de la misma a las condiciones de la lucha diaria contra el statu quo.

Así, de la lectura de Marx, Engels, Lenin y los Fabianos, los políticos de avanzada derivaron fórmulas para las proclamacio­nes de plaza pública: se hablaba entonces de “revoluciones in­tegrales” , reformas agrarias y tributarias, del “anti-imperialis- mo” , de la necesidad de alcanzar una verdadera integración na­cional frente al mundo exterior, y del derecho de autodetermina-

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i lúii do los pueblos. Los pontífices universales de la revolución socialista fueron vertidos a la realidad americana a través de lnli'loctuales y políticos como José Carlos Mariátegui, José Vas­concelos, José Ingenieros, Víctor Raúl Haya de la Torre, Vicente Lombardo Toledano y Rómulo Betancourt. Más adelante, ade- r i A h del socialismo, tuvieron también su papel en la articulación do las nuevas metas instrumentales: la organización de la Repú- bllon Española, el New Deal de Franklin D. Roosevelt, las teorías Koynesianas y, postumamente, el descubrimiento del interés que l.i>ón XIII había tenido en la renovación sindical, a fines del siglo anterior.

l,os socialistas y sus congéneres, en ese momento histórico, representaban “el cambio” . Buscaban un cambio radical en la «oolodad colombiana, tan radical que su sola enunciación impli­caba el polo opuesto al del orden burgués en muchos aspectos. Sus antivalores tendían a demoler las costumbres de la colo­nia; sus contranormas derrumbaban las tradiciones del seño- mi y de la estructura económica tradicional. Así, si los grupos rebeldes hubieran mantenido el conflicto para imponer estos cambios, y si hubieran conseguido el control de la dirección so­bro el impulso del desarrollo por más de una generación, hubie­ran llevado al país hacia un orden social radicalmente diferente. Do todos modos, aunque el orden que surge no es .el que bus­caban los subversores, estos lograron producir una sociedad en la que se observan ya claras muestras de la batida en retiradailo las fuerzas señoriales y burguesas. Veamos el contenido ideo­lógico de este importante movimiento.

En primer lugar, la idea fundamental que parecía agitar a los grupos claves de este período subversor —en armonía con la corriente secular-»instrumental— envolvía el deseo de alcanzar la liberación física, mental y espiritual del hombre. Especial­mente se quería estimular al hombre del común, a la gente hu­milde, cuyos recursos y talentos no solo se habían desperdiciado, sino también sofocado y reprimido. Había que darle a este hom­bre un nuevo sentido de la dignidad. Este es el gran plan para la humanidad, la nueva grande meta que rompe la estructura tradicional de castas. No podía haber más “indios” ni siervos de la gleba, ni tampoco señores cuya prosperidad fuera una con­secuencia de las privaciones del campesino y del obrero (Gar­cía, 1953). La potencialidad humana había de hallar salida en todas sus formas constructivas, dejando atrás las cadenas que le habían sujetado al “subdesarrollo” , la injusticia, la pobreza, la ignorancia, el hambre y la enfermedad. ,

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Con tal finalidad había de estimularse la secularidad: se bus­caba una filosofía que legitimara los antivalores y las contra- normas emergentes. La nueva secularidad había de libertar al hombre de sus antiguas ideas metafísicas y de su desueta reli­gión, para permitirle vivir plenamente en el mundo y entender­lo como realmente es. Cae así el dogma y se abre la posibilidad de Ja escogencia entre alternativas, todas las cuales resultan ins­titucionalizadas. Así se acepta la posibilidad de la variación y se consagra la responsabilidad autónoma del hombre para tomar sus decisiones (De Vries, 1961, cap. 2).

El reconocimiento de estas metas llevó otra vez a pensar en los “ instrumente®” para alcanzarlas. Necesariamente, estos ins­trumentos iban a tener una esencia impersonal; no encajaban dentro del mundo provinciano del orden tradicional. La idea del instrumento complementa la de la secularidad, permitiendo con­cebir el ethos de la nueva sociedad como uno de secularidad ins­trumental. Esta instrumentalidad expresa el reconocimiento de la interdependencia entre medios y fines, especialmente la capa­cidad humana de modificar el medio ambiente mediante el au­to-control personal, la tecnología, la planificación y la invención social (Mannheim, 1941, pp. 336-347: Mannheim, 1958). Estos pa­recían ser entonces los instrumentos humanos de la mayor ca ­pacidad para provocar las transformaciones más profundas de la sociedad.

Las metas de este ethos y las necesidades que se debían sa­tisfacer exigían además, que se impusieran criterios de utilidad y eficiencia en las relaciones sociales y económicas, distintos de aquellos que imperaban en un sistema abierto de mercado; y buscaban también que se justificara la intervención del Esta­do. Esto se sentía como una necesidad fundamental, al cons­tatarse que la sociedad no se desarrolla armónicamente sino que permite que haya retrasos según la habilidad de las institucio­nes para responder al proceso del cambio, surgiendo de allí con­tradicciones y tensiones entre los componentes del orden social (cf. Ogburn, 1950; Hart, 1959). El apropiado funcionamiento del nuevo orden dependía, por lo mismo, de que se adoptara el ethos secular-instrumental para señalar cómo debe procederse en la planificación de los recursos y en la escogencia de las alterna­tivas para alcanzar los fines de la transformación social.

En fin, implicaba este ethos un nuevo tipo de acción social, una más impersonal y calculadora que suplantara la acción pres- criptiva del orden señorial: el tipo de la acción electiva. Con ella se podía institucionalizar la actitud positiva hacia el cambio,

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y se socializaba el tránsito del hábito a la elección deliberada (Germani, 1962, pp. 71-75; Costa Pinto, 1963, pp. 174-175, 180- 191).

El reto secular-*instrumental no se reduce al plano individual y a la sociedad nacional, sino que tiene dimensiones internacio­nales. Los subversores socialistas hablaban de la causa de los humildes de Colombia en común con la de los del resto de Amé­rica, Africa y Asia. Se proclamó la unión de los trabajadores de todas las naciones. Se destacó la similitud de los problemas so­ciales que afectaban a países donde los grupos indígenas aún son importantes. Se fabricó el mito de la “raza cósmica" de los mestizos (Vasconcelos, 1930). No se descartó el nacionalismo, por supuesto, sino que se consideró como una etapa transitoria para alcanzar una integración social y económica regional o supra- nacional, mediante las nuevas estructuras de la sociedad. El propósito de este supra-nacionalismo era evitar las absurdas guerras, los despilfarros y las debacles culturales y económicas experimentadas por Europa durante el efervescente período na­cionalista desde finales del siglo XVIII (cf. Toynbee, 1947, pp. 285-290). En esta forma, el Estado clásicamente concebido era un invento tradicionalista que permitía la perpetuación del or­den burgués y de sus grupos dominantes. Estos se beneficiaban con las tensiones entre los países y los tratados entre sus go­biernos. Por eso, las nuevas lealtades debían ser para con la raza humana en general, para con el hombre.

Semejante sistema de antivalores debía destruir la contrapar­te del orden burgués, que solo promovía un nacionalismo de éli­tes, basado en perpetuar valores señoriales. Por eso, el naciona­lismo burgués adquiere un reflejo irracional en el nuevo con­texto, quedando fuera de él (cf. Mendés, 1963).

El nuevo ethos debía modificar asimismo las actitudes de las gentes ante la naturaleza. Hasta entonces, salvo los cambios ini­ciales impuestos en el siglo XIX, los valores animistas habían buscado un acomodo con la madre natura, respetándola y admi­tiendo su yugo. Ahora, en cambio, surgían con mayor fuerza los antivalores de la técnica, por cuanto se debía aspirar a dominar y transformar con eficacia el medio ambiente natural (Cottrell, 1955).

De manera semejante, la idea del ultramundo de sumisión y el neomaniqueísmo sufrían el golpe de la secularidad instru­mental: en efecto, se ponía en entredicho la solución fácil de refugiarse en la opinión de los miembros de los grupos domi­nantes. Después de todo, estos eran los que habían inducido la

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pasividad en las gentes, unos corno gamonales, otros a través del confesionario. Ahora había de abrir la puerta para perfeccionar al hombre aquí mismo: para “romper las cadenas del control mo­nástico” y crear la “verdad, la belleza y la bondad” a que se re­ferían los estudiantes de la Universidad de Córdoba en su ma­nifiesto de 1918. De allí que surgieran los antivalores de un nue­vo humanismo, que reconociera el valor de la dignidad del hombre.

De] có"mponente respectivo del orden burgués solo parecían quedar en pie los valores de la familia, pero reinterpretados para armonizar con el nuevo contexto. Ahora se quería darles un sen­tido colectivista o de comunalidcd. No había necesidad de pen­sar en la familia nucleada como unidad del cambio, aunque ella se mantuviese; por el contrario, quizás era más necesario con­servar el sentido primario de la parentela y de la cooperación familiar y vecinal para promover las transformaciones. Parte de la atracción del APRA peruano residía, precisamente, en resca­tar del orden áylico los valores del grupo vecinal Incàico —que habla sido peculiarmente colectivista y socialista—~ para colo­carlos en el marco de la acción política moderna, con un sentido comunal.

Finalmente, en cuanto al marco normativo, se observó tam­bién una confrontación aguda. Derivadas del nuevo ethos, las contranormas de la subversión socialista buscaban eliminar las señoriales normas de rigidez prescriptiva y moralidad acritica, en forma similar a como ocurrió en 1850. Respaldadas en los an­tivalores ya descritos, las contranormas querían la disolución final de la estructura de castas con sus discriminaciones según raza, tenencia de la tierra, riqueza, ocupación, educación y po­sición social. Así volvieron incongruentes las antiguas normas sobre pureza de sangre, la propiedad individual absoluta, el “ dejar hacer” y el rechazo al trabajo manual.

Las viejas normas que se basaban en prescripciones, dogmas y creencias de las instituciones señoriales y burguesas —las mis­mas que habían servido para fomentar la resignación, la igno­rancia y la desigualdad— también se veían retadas. Los anti- valores de la técnica y de lo comunal impusieron modificacio­nes en las ideas tradicionales sobre la providencia y la estabi­lidad de la vida para producir una personalidad dispuesta a acep­tar innovaciones materiales y sociales. Así se modificó la con­cepción antigua de la riqueza, admitiendo, de buena voluntad, las implicaciones de la movilidad social, la igualdad, la comu­nicación y la apertura de la concepción del mundo.

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En conclusión, las contranormas del periodo de la subversión socialista pueden resumirse en el siguiente marco:

1. Movilidad: Contranormas que llevan a una amplia partici­pación social, económica y política, y a una forma de vida igua­litaria en La sociedad, cuyas estructuras deben tornarse más abiertas.

2. Moralidad telética: Contranormas que buscan la eficacia en la acción según las metas seculares e instrumentales propues­tas para el nuevo orden social, y que facilitan el progreso conce­bido como actividad planificada del hombre (cf. Ward, 1883, II, pp. 108-109; Spencer, 1911, pp. 153-197; Manheim, 1950; Moore,1963, p. 43).

3. Control técnico: contranormas que buscan transformar o controlar el medio ambiente natural, tales como las provenien­tes del conocimiento empírico, tecnológico y científico.

Con estos elementos ideológicos trabajaban los grupos claves subversores hacia 1925. Al difundirse en los diversos niveles, es­tas ideas crearon el ambiente necesario para una transformación profunda. Sus primeros efectos se registraron en las ciudades, entre obreros y estudiantes. En el campo el proceso fue más lento, avanzando solo en algunas partes de Cundinamarca y Tolima. Pero se suplieron ampliamente las bases para el juego de la compulsión y el ajuste de los años siguientes.

Evidentemente, las gentes rebeldes envueltas en esta trans­formación no podían legitimar su conducta dentro del orden burgués vigente, cuyas normas y valores rechazaban ideológi­ca y moralmente. Más bien actuaban como visionarios, mirando hacia el futuro, legitimando sus nuevas actitudes solo en el orden social emergente, y buscando justificación y estímulo, no en la tradición, sino en sus propios grupos rebeldes de referen­cia social.

Captación Positiva y Violencia,

Pocas veces se registra en la historia de América Latina una marcha tan impetuosa como la de la subversión socialista en Colombia. La labor pionera de Rafael Uribe Uribe, la constitu­ción de células socialistas, comunistas y neo-liberales como gru­pos de referencia para obreros, estudiantes y campesinos, la di­fusión de las nuevas ideas entre el proletariado, el campesina­do y el cuerpo estudiantil universitario, sumadas a la ineptitud

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de los gobiernos conservadores de la época: todos estos hechos fueron permitiendo la descomposición del orden.

Si a estos hechos se añaden los factores provenientes de la situación económica y política mundial que afectaban a', país (la hecatombe en las finanzas de 1929 a 1931, la consolidación socialista en Rusia y la nueva política revolucionaria en Méxi­co) , bien puede entenderse el monto del impacto.

Una consecuencia casi inmediata fue la resurrección del par­tido liberal, cuyos jefes, con el general Benjamín Herrera a la cabeza, propiciaron el acercamiento a “las izquierdas” ideoló­gicas. Con ello se cumple un proceso de captación positiva de la antiélite de “Los Nuevos” . Esta captación se realiza mediante la entrega por parta de los grupos dominantes, de posiciones po­líticas a través de las cuales se puede mantener el ritmo ori­ginal de la subversión. Es la modalidad seguida en otros países en determinados períodos históricos, cuando se ha logrado ga­nar un nuevo orden social, sin causar una suplantación total de las antiguas oligarquías. Para ello los rebeldes mantienen el control de la compulsión, gracias al dominio de factores como la argumentación moral, la posibilidad real de la insurgencia, y la más eficiente organización. ¡

En efecto, la presión de “Las nuevos” del café Windsor y de otros grupos activistas empezó a surtir efecto de manera impre­vista. Gracias a esta presión ( y al llamamiento que había hecho mucho antes Uribe Uribe) vuelven a leer las encíclicas sociales del Papa León X n i y encuentran en ellas el lazo con qué atar la tradición católica del país a la corriente secular-instrumen­tal. El partido liberal convoca a una convención en Ibagué, en 1922, que adopta una plataforma de tendencias socialistas. Dos años más tarde, en Medellín, se observan con mayor claridad las ventajas de este movimiento y se confirma la nueva orien­tación socialista del partido (Morales Benítez, 1962, p. 167; Os- pina Vásquez, 1955, p. 360). Fue una jugada hábil. Con ella empezaron a volver a las “toldas gloriosas” del partido liberal, algunos “Nuevos” . x

Pero estos no regresaron en son de claudicación. Por el con­trario, siguieron convencidos de la bondad de sus ideas y de la justicia de su causa, tratando de imponerlas dentro de la maquinaria partidista regular. Herrera hubo de aceptar esta si­tuación (aunque por eso le llamaran “comunista” ), porque de­mostraba ampliamente sus ventajas. En efecto, así se incorpo­raba el movimiento estudiantil, cuya intervención en la caída del presidente Reyes en 1909 y en los sucesos de 1919 ya des-

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eritos ( y más tarde en los motines del 7 y 8 de junio de 1929) abña nuevas perspectivas de acción partidista. También se po­dían aprovechar los conflictos obrero-patrónales agudizados con las represiones sangrientas del ministro de guerra, don Ignacio Rengifo, para quien cualquier reclamación de salarios y la más mínima señal de descontento, era prueba de “subversión comu­nista” (Osorio Lizarazo, 1952, p. 103). Además comenzaban las invasiones de tierra con las nuevas comunas de Viotá, al su­deste de la capital.

Surgieron diferencias de criterio con los personeros burgueses del partido, especialmente con los de "la generación del Cente­nario” , o “Los Notables” . Entonces en la plenitud de su vida, estos estaban listos a mantener su dominio de la maquinaria partidista. Pero “Los Nuevos” y otros grupos activistas supieron aprovechar las coyunturas de la debilidad del gobierno, ante la depresión económica mundial que incidía sobre el país. El impulso de estos grupos fue tal que, por lo menos al principio lograron conservar su identidad como inconformes, imponién­dose en los primeros gobiernos liberales: los de Enrique Olaya Herrera (1930) y Alfonso López Pumarejo (1934). En esta coyun­tura jugó papel importante la identificación clasista de “Los Nuevos” , que pertenecían a la emergente clase media o se iden­tificaban con esta. Así pudieron encabezar los nuevos grupos proletarios de Bogotá, en su lucha contra los empresarios.

El conflicto interno del partido y la manera como ejercieron la compulsión “Los Nuevos” para inducir la transformación so­cial, quedaron bien descritos en una carta del joven Alberto Lle­ras dirigida al centenarista Armando Solano. “Somos inconfor­mes”, declaraba Lleras en aquel entonces. “La generación del centenario no tuvo ni tiene el sentido de lo contemporáneo comolo tiene la nuestra. En ideología hemos ido más allá de Rojas Garrido y de Aquileo Parra. No hemos sentado nuestros reales en los viejos partidos, tranquilos y a la sombra de las tradi­ciones, sin hacer ruido ni con calma. Hemos llegado impetuo­sos . . . No hemos temido desvinculamos con el pasado para al­zarnos a las nuevas corrientes” (cit. por Rodríguez Garavito,1965, pp. 175-176).

Con esta tónica activista, una vez que el partido liberal llegó al gobierno en 1930, los personeros cedieron ante los subverso- res, ofreciéndoles posiciones importantes sin exigir claudicacio­nes radicales. El grup,o socialista de Molina, García, Pérez y Robles avanzó a través de posiciones claves en instituciones del Estado y de la Universidad. Gaitán aceptó ministerios y alcal­

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días entre 1936 y 1942 y llegó a ser Segundo Designado a la Pre­sidencia. El doctor Lleras Restrepo, el antiguo presidente de la Federación N a tion a l Estudiantil, llegó a ser Contralor General; y luego Ministro de Hacienda en 1938. Alberto Lleras, Gabriel Turbay, Carlos Lozano, Jorge Zalamea, Moisés Prieto y otros compañeros de generación, se convirtieron también en ministros, embajadores, senadores y representantes. Entre todos montaron la impresionante “revolución en marcha” déí presidente Alfon­so López, “centenarista” él mismo, pero dispuesto a auspiciar la captación positiva de la antiélite del momento, a la que llamó cordialmente “audacias menores de treinta años” . '

La “revolución en marcha” constituye el clímax de la sub­versión socialista en el contexto del partido liberal de gobier­no. Con la hegemonía, se reformó un poco la Constitución “cle­rical y goda” que habían expedido Núñez y Caro en 1886. El reformador del momento fue el doctor Darío Echandía, quien encontró bases para su tarea en la Constitución de la nueva República Española. Las contranormas de la moralidad telética quedaron incorporadas a la Constitución a través de las refor­mas de 1936, cuando se aprobó la intervención estatal y se sen­taron las bases para el futuro ensayo de la planificación. Se establecieron los mecanismos para el Estado asistencial, verda­dero reto a las antiguas normas sobre la providencia, que per­mitían dejar los problemas de la vejez, la pobreza y la enfer­medad en manos del destino, al arbitrio de la naturaleza, o a cargo de las caridades de la iglesia. Se declaró que “la propie­dad es una función social que implica obligaciones” , con lo que se sentaron los fundamentos para reformar el régimen de la propiedad y las normas burguesas del laissez faire. Se planteó la separación de la Iglesia y el Estado. Además, se aprobaron nuevos sistemas tributarios, nuevas prestaciones sociales para obreros, y el salario mínimo. También se dio un vuelco en la educación nacional y universitaria, se reconoció el derecho de .huelga y se estimuló la agremiación de los trabajadores, con todo lo cual se aspiró a estimular la movilidad social.

La captación de la antiélite podía haber ido más lejos, qui­zás, si no hubiera sido por la terminación del período presiden­cial de López en 1938. La, posibilidad de detener el cambio ha­bía empezado a vislumbrarse por varios grupos: los de "dere­chas” del partido conservador, el “centenarista” del partido li­beral que quería hacerles el juego, y los burgueses y empresarios que volvían a prosperar y surgir gracias a las medidas proteccio­nistas implantadas por el gobierno. Los intereses de todos ellos se veían en peligro por algunas de las tesis "extremistas” de

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la subversión. Además, la pugna generacional empezó a socavar la obra de López, produciendo diferencias internas entre los li­berales. Así se separaron aquellas personas que fueron capta­das en la modalidad positiva —y cuyo impacto había sido pro­fundo en el gobierno y en el país— de aquellas otras que se sometieron a la captación reaccionaria: en efecto, el grupo pro- socialista, con Gaitán a la cabeza, levantó la frente en rebel­día y decidió mantener la compulsión inicial con una mayor participación del pueblo. Gaitán proclamó luego la consigna de la nueva acción subversiva: "Por la restauración moral de la República, a la carga!” Los otros grupos, que postularon al doctor Eduardo Santos para la primera magistratura, cedieron al empeño “centenarista” , burgués y patronal. Así se dejaron cap­tar reaccionariamente, como lo habían sido, por la élite seño­rial, los miembros de Ja Escuela Republicana en 1854. ,

Con la elección del doctor Santos se inició abiertamente el juego del ajuste entre las fuerzas enfrentadas del liberalismo socializante y la burguesía. No se detuvo del todo el impulso anterior, ya que por su ministro de hacienda, el doctor Carlos Lleras Restrepo, se adelantó una política de capitalismo de Es­tado, con la creación de varios institutos descentralizados. Sin embargo, poco a poco se fue haciendo más lento el desarrollo. Los frenos se fueron aplicando abierta o sutilmente por la po­derosa organización oligárquica montada para destruir o rega­tear las reformas del régimen anterior. Además, fue perjudicial para el cambio la polarización de fuerzas provocada en el país por la intensidad y características político-religiosas de la gue­rra civil española. Y la institucionalización de algunas innova­ciones realizadas en los años anteriores, como los sindicatos, les fue haciendo más y más inefectivos.

La reacción tuvo características muy parecidas a las del si­glo XIX. Comenzó con insurrecciones aisladas de campesinos conservadores en varias partes del país (algunos inducidos por (»partidarios interesados, otros por abusos de los liberales). Los grupos burgueses que defendían el orden existente al comienzo de la subversión se organizaron para buscar cómo repeler las leyes subversivas del tiempo del presidente López. Comenzaron creando la Asociación Patronal Económica Nacional (APEN), establecida en 1936 por latifundistas y empresarios. Allí se tra­zó la estrategia para la reacción, incluso el saboteo a la ley 200 de 1936 sobre régimen de tierras, que se volvió contra el campesinado. Siguieron luego: la Unión de Trabajadores Co­lombianos (UTC), encomendada a los Padres Jesuítas, para con­trarrestar a la “más izquierdista” Confederación de Trabajado­

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res Colombianos (CTC); la Asociación Nacional de Industriales (ANDI) y la Federación Nacional de Comerciantes (FENALCO), nuevas asociaciones de patronos. La venerable Sociedad de Agri­cultores de Colombia (SAC) también reveló su realidad lati­fundista.

La reacción burguesa avanzó considerablemente durante la se­gunda presidencia de López y en el año durante el cual le co­rrespondió presidir al doctor Alberto Lleras Camargo. Los son­deos de estos jefes para detener el impulso subversor permitieron descubrir que este ya no era peligroso: en efecto, se había ins­titucionalizado en parte, y había adquirido tendencias rutina­rias que debilitaban los movimientos anteriores. Por ejemplo, el movimiento obrero había perdido impulso y autonomía, y no alcanzó a arraigar firmemente en el pueblo. De allí que hubiese sido relativamente fácil al presidente Lleras Camargo hacer fra­casar una huelga de braceros en el río Magdalena. Este fracaso demostró que la CTC y,a no era una fuerza obrera organizada (cf. Fluharty, 1957). \

Alineados los grupos burgueses frente a aquellos que querían el cambio, se produjo entonces una complicación política en el partido liberal, al dividirse este en dos corrientes. El juego del ajuste permitió el triunfo del partido conservador en 1946, en la persona del acaudalado empresario doctor Mariano Ospina Pé­rez. Con la presidencia del doctor Ospina se mantuvo el dominio de la gran burguesía, y en efecto, se impulsaron las grandes empresas. Pero se frustraron los cambios seculares más profun­dos que querían las mayorías liberales apoyadas por Gaitán. Al dinamizarse la lucha de clases, los últimos restos de los sub- versores se agruparon alrededor de Gaitán, luego de haber cap­turado éste la maquinaria del partido liberal y confirmado su lucha contra “los grupos plutocráticos que en lo externo actúan como fuerzas imperialistas y en lo interno como oligarquías” (Osorio Lizarazo, 1952, pp. 281-285).

La confrontación final fue sangrienta. Ante la seria amenaza de un triunfo rotundo de Gaitán en la campaña presidencial si­guiente —lo que podía imponer al fin, desde el gobierno, la sub­versión que tanto temían los grupos burgueses de “derechas”—, la élite experimentó un vacío de poder que le hizo jugar su úl­tima carta: la violencia reaccionaria. Gaitán es asesinado el 9 de abril de 1948.

Este incidente actuó como precipitante del cambio, desenca­denando inmediatamente las fuerzas reprimidas del desarrollo. En ese momento vuelve a ocurrir la revolución en Colombia, fe ­

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nómeno que no se experimentaba desde 1854. Los gaitanistas, so­cialistas, liberales, comunistas y otros grupos esparcidos por todo el país, se levantaron espontáneamente para tomar el po­der y mantener así la compulsión del cambio. Con la .ayuda de la Policía Nacional que se puso de parte de los rebeldes, se lo ­gró ocupar los edificios públicos en muchas ciudades y pueblos. En algunas partes se proclamó la presidencia del nuevo direc­tor del liberalismo, el doctor Darío Echandía. El movimiento fue tan grande, que se dio por hecha la caída del gobierno cen­tral del doctor Ospina Pérez. En ese momento, ya el gobierno no tenía ni el respaldo de la mayoría del pueblo, ni contaba con la sanción moral que justifica la coerción estatal.

Pero la dirección liberal se acogió a las fórmulas de la lega­lidad constitucional (quizás afanosa de evitar el bochorno de un golpe ante la Conferencia de Ministros de Relaciones Exte­riores que se realizaba en Bogotá), y rodeó al presidente Ospina para evitar su caída. Desfallecientes y desilusionados, los rebel­des fueron aplacándose, desarmando la revolución a fines de Abril. La oportunidad de imponer la subversión socialista había pasado. Ahora seguía el anticlímax de la violencia, estimulado desde el mismo gobierno con el fin de acabar de frustrar el im ­pulso del cambio.

Sin embargo, los liberales, en un último esfuerzo de resisten­cia, se agruparon alrededor de un nuevo jefe, el doctor Lleras Restrepo. Trataron de hacer frente a la represión gubernamen­tal con la resistencia civil, desconociendo la elección impuesta del doctor Laureano Gómez como presidente de la República, y rechazando los actos de éste una vez en el gobierno. El desen­lace inevitable fue “la violencia” , que desangró al país desde 1949 hasta 1957.

Esta “Violencia” no es revolucionaria, porque no ayuda a al­canzar conscientemente las metas valoradas del cambio instru­mental. Por el contrario, es el monumento más dramático que se haya construido al esfuerzo para frustrar el impacto de la subversión socialista. Las amenazados capitanes de la tradición señorial-burguesa encontraron, desgraciadamente, quienes les hicieran el juego de la violencia reaccionaria al nivel de las co­munidades rurales. Encontraron ese grupo, naturalmente, en los antiguos gamonales y jefecillos de pueblo. Comienza el proceso como un expediente del partido conservador (en la modalidad falangista que había adoptado antes) para impedir que los li­berales saliesen a votar, en vista de sus mayorías (López de Mesa, 1962). El uso de la fuerza y la amenaza por parte del gobierno a través de la policía y de conservadores armados pron-

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to se escapó de todo control. Al destaparse la caja de Pandora de las pasiones y venganzas del mundo rural, se fomentó tam­bién la creación de bandas, guerrillas y contra-guerrillas. Diver­sas cuestiones se hallaban en juego: el goce del poder y del presupuesto nacional; el uso v e] control de la tierra; la de­fensa de gamonalias regionales; la tradicional supremacía de la Iglesia, que había recibido duro golpe el 9 de abril. En una palabra, intereses creados con profundas raíces en el pasado señorial.

Gran parta del pueblo, en vida de Gaitán había apoyado el cambio de estas instituciones sociales, en armonía con el ethos secular-instrumental. Pero desaparecido el Jefe, esas energías acumuladas y entonces frustradas de sus anhelos y esperanzas se tornaron .amargas y dementes, produciendo una oleada de destrucción. “La Violencia” es así un escape espontáneo y frus­trante del desarrollo revolucionario de 1948.

Como conflicto anturevolucionario, ciego y sin cabeza, “la vio­lencia” fue destruyendo no solo las costumbres añejas de la po­blación campesina sino también las ansias del cambio subversi­vo. Logró desorientar a las masas en su acción iracunda. No es probable que este fenómeno hubiera sido anticipado por los grupos dominantes, aún con todos los trucos a su disposición. Pero indudablemente, esta “violencia” sirvió para alejar aún más al pueblo de la meta de sus ideales anteriores. Aunque se hi­cieron esfuerzos para encauzar y racionalizar la violencia cam­pesina y darle una organización formal, ella se salió de todo molde para llegar a ser una confusa expresión de conflictos pre­dominantes personales, ejecutados por gentes de baja condición, perdidas en la búsqueda de lo inmediato, con solo una confusa visión de la gran transformación que hubiese podido realizarse. Se o lv id aron de bu scar ap oyo en n in gu n a id eo log ía — ni la so c ia ­lista, ni, la cristiana o señorial— y no hubo ningún dirigente na­cional, ni ninguna institución que les mostrase el camino y los rescatara de su honda tragedia.

Solo en los Llanos Orientales y en la parte sur del Tolima las guerrillas y sus gentes lograron ciertas estabilidades y discipli­nas formales alcanzando a dictar sus propias normas (contra­normas para la burguesía) y expediendo códigos extraordinarily por su autenticidad local, que recuerdan a los antiguos fueros hispanos.

Sin una ideología definida, los campesinos resucitaron su agre­sividad básica y volvieron a las estériles luchas familiares, re ligiosas y políticas del siglo XIX, cuando se enfrentaba el rojo

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líllm'isk'm y Frustración en el Siglo XX 137

Ni fcT'xlo, el hereje al fanático, y el ateo condenado al clericali.... Iiladrillo” . También se tornan en púgiles para arrebatar-

*1« mutuamente sus mujeres y girones de tierra, invadiendo ha- i'l«*ndas y usurpando mayordomías. Se expulsan de casas y ve- dudarlos para hacer que las regiones sean políticamente homo-

s. Por eso, con sus energías despilfarradas en venganzas y nlinenus sexuales y en trueque forzado de su pobreza, los cam- pivdnos no podían dar el paso siguiente hacia la revolución ver­dadera. Esta se frustra por el uso, el abuso y la final rutina de ln violencia bruta. En esta forma, la gente del común, desorien- I i iln, fue inducida a identificar sus enemigos entre sus propios vecinos y parientes y no entre los miembros de la élite y los tíi mpos dominantes que habían empezado toda la tragedia (Fals Borda, 1965b, pp. 197-198; Guzmán, et al, I, 1962, pp. 367-381, II, Pur l c I ) .

Bien puede imaginarse la situación espiritual de los colom­bianos durante este periodo de intenso conflicto. Se reconocía que habla una “crisis moral y religiosa” , peor aún que aquella de IK.il (Canal Ramírez y Posada, 1955). Este grado de crisis se mido por dos hechos aislados, pero elocuentes: uno de los gran­des Jefes liberales, iniciador de la subversión del período, el doc- lor Carlos Lozano y Lozano, se suicida; un jefe importante del partido conservador, el doctor Luis Ignacio Andrade, por razones < 1111 • guardó en su conciencia, ingresa a un convento.

NI siquiera fue alivio el corto período de tregua entre 1953 y 1057, facilitado por el golpe de Estado del General Gustavo Ro- Jan l’ lnilla. Este practicó una política bifronte que no dió cuarteliiI ii los liberales “izquierdistas” ni a los conservadores que se­guían al presidente depuesto, el doctor Laureano Gómez. Aun­que <>1 conservatismo se despojó de sus vestiduras falangistas y volvió al cauce republicano, bien resucitaron con Rojas los días del totalismo clerical, al adoptar el gobierno como sus patronosi i "Cristo y Bolívar” y desencadenarse persecusiones a liberales v protestantes. La influencia de Perón llevó luego al gobierno a adoptar posturas autocráticas que chocaron a la oligarquía tra­dicional. \

MI refrenamiento del cambio hizo destacar el papel que juga­ron las instituciones demostrando el fenómeno del “ retardo cul- lural" (Ogburn, 1950; Guzmán et al., 1962, I, cap. 13). Así, por ejemplo, puede verse que algunas instituciones económicas mar- ■ liaron adelante a pasar del freno de “la Violencia” , mientras ipie se constituyeron el rémoras las instituciones políticas y re­ligiosas. Hubo además, otros factores que ayudaron a detener e| enmbio subversivo y asegurar el advenimiento del orden: se

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de] elemento rural afectado por la “Violencia” (Torres, 1963). Es­tudios posteriores en Barrancabermeja (Havens y Romieux, 1966) y Candelaria (Parra, 1966), confirman las mismas tendencias. En muchas partes del país hay un nuevo campesinado descubriendo un país que se ha alejado bastante de las pautas de conducta del orden señorial y burgués1. Lo mismo puede decirse del elemento urbano, sea nativo o inmigrante.

Recapitulando, podemos advertir el sentido del proceso social que hemos estudiado.

1. Gracias a sus contactos desde 1950 con el vecindario rural de Saucío en el altiplano cundiboyacense, el autor ha tratado de establecer las tendencias de la señorialidad hacia la instrumentalidad, logrando me diría estadísticamente con base en escalas valorativas aplicadas en di versos años. El estudio preliminar titulado "Pautas conservadoras en el salto a propietario” presentado en el Seminario sobre Problemas Agrarios de América Latina bajo el auspicio del Centre National de la Recherche Scientifique (París, octubre ll a 17 de 1965), incluye los resultados de aquella medición, utilizando grupos tenenciales agrarios. Las doce variables empleadas para el análisis están concebidas den tro del marco normativo instrumental presentado en este libro.Según este estudio, el vecindario de Saucío era todavía predominante­mente señorial y burgués en 1950. Mostrando un índice de intrumen- talidad de 0.30 (lo que confirma el estudio antropológico y socioló­gico realizado entonces). El índice sube a 0.55 en 1961 y a 0.58 en 1964. El índice para 1950 nos dice cuán lentamente se producían en ese entonces las transformacioness en el campo colombiano, siendo que los primeros impactos claros de la instrumentalidad se regisran en el país desde principios de siglo. Esto parece demostrar una falla organizativa en la difusión subversora de 1925, ya que los movimientos políticos iniciados no pudieron llegar con toda efectividad al campe­sinado. Pero la tendencia está ya definida y la dirección es hacia una mayor instrumentalidad, como lo demuestran los índices más altos de 1961 y 1964. Esta tendencia queda aún más clara si se analiza el vecindario según sub-grupos tenenciales. En efecto, el subgrupo de propietarios jóvenes que empieza su ciclo empresarial, sea por heren­cia o compra, tiene un índice de instrumentalidad de 0.67, con difo rencias significativas con otros subgrupos, según las pruebas Q de asociación y Chi cuadrado. Esta última cifra es interesante porque representa las actitudes del subgrupo que está tomando o ha tomado las posiciones de comando en la localidad; demuestra ser un conjunto de personas que han dejado atrás las pautas del orden señorial bur gués, lo que se refleja en sus prácticas agrícolas mejoradas y en un nuevo tipo de sociabilidad.Otros estudios del autor, que documentan o describen la transición del campesinado hacia la secularidad instrumental, son los de 1956

(Pasividad), 1959a (Teoría y realidad), 1959b (Nariño) y 1960 (Refoi ma agraria).

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Eliminado o marginado totalmente el grupo inicial de la subversión —el de estampa socialista o comunista— , frustrada la antiélite liberal que había intentado, de buena fe, trabajar desde dentro de la maquinaria de su partido en la modalidad positiva de la captación, y arrepentidos y atribulados aquellos liberales que habían claudicado ante la reacción, se llega al pe­ríodo del acercamiento para producir la paz y reconstruir el or­den socfial. Se acerca el año de 3.957. Habían pasado treinta y cinco años desde aquellos días de misteriosas reuniones en la iglesia protestante, y el resultado del esfuerzo nacional era des­garrador. Ya.no era Colombia la primera democracia de la Amé­rica Latina, n i Tampoco su capital podía ostentar más el título de “Atenas de Sur América” .

Pretendiendo los grupos oligárquicos frenar violentamente _el cambio social, fueron ellos los principales engañados. Es cierto que no se ganó el nuevo orden que perseguía la subversión ni se adoptó completamente el ethos secular-instrumental. Pero resaltó imposible también volver al orden burgués con su vitalidad inicial. Ni el neo-liberalismo ni el conservatismo lograron todos los pro­pósitos que perseguían al aplicar los frenos al cambio. La vio­lencia resultó ser, de manera inesperada para las élites, un me­canismo singular qué partió el monolito del orden vigente, mos­trando sus grietas institucionales y demoliéndolo en buena par- ' te. De “la Violencia”, como anticlimax de la subversión, surge una Colombia muy distinta, con un pueblo que empieza a djjar definitivamente las tradiciones que lo encadenaban al pasado señorial (Torres, 1963, pp. 109-142).

Cansados de luchar durante toda una generación, agotadas anímica y físicamente, las facciones enfrentadas propician en­tonces el retomo al ajuste y al arreglo político. Se anhela llegar nuevamente a la estabilidad relativa, a lo más durable, a la to- / pía. De allí sale en 1957- la síntesis actual del Frente Nacional, que es la maquinaria política y gubernamental de un nuevo orden (el orden social-burgués) cuyas bases generales se estu­dian en el próximo capítulo).

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tecnológicas fueron desplazando a la abogacía, la teologia y la filosofía en las universidades del país; se empezaron a ensayar los servicios de extensión agrícola; las empresas comerciales de fomento prosperaron a la vez con los primeros institutos agríco­las especializados; y las profesiones de agrónomo y veterina­rio adquirieron prestigio. Se ensayaron también los primeros dis­tritos de irrigación en el Tolima y se construyeron las prime­ras represas grandes para controlar el rio Bogotá; se multipli­caron las líneas de buses, fomentando la creación de nuevos mer­cados y unidades económicas metropolitanas; y la medicina m o­derna empezó a entrar a los pequeños poblados y a los lejanos vecindarios con convincentes efectos de demostración.

/yTodas estas innovaciones debían afectar profundamente el or­

den burgués, así se hubieran estado haciendo esfuerzos para frustrar sus efectos. Al converger la tecnología y el cambio eco­nómico sobre la organización social —al tiempo que se atacaba, por otro lado, el sistema tradicional de valores— el resultado no podía ser otro que una inducción subversiva. Según Mesa, "en los primeros años de post-guerra, el desarrollo de las fuerzas productivas era de tal naturaleza que chocaba ya violentamente con todas las relaciones de propiedad establecidas, con todo el sistema jurídico, con todas las normas de la sociedad, con todos los planos de la cultura. La contradicción entre el país agrario y semicolonial y la nación moderna y predominantemente bur­guesa, empezaba a llegar al clímax” (Mesa, 1965, p. 8).,

Por supuesto, el clímax lleva a una frustración más adelante, porque la subversión del orden burgués no alcanza a culminar en el orden socialista a que lo llevaba el reto instrumental de los valores. Pero los esfuerzos para neutralizar el impacto de la tecnología moderna y de la naciente conciencia de clases no fueron suficientes. El solo paso de la etapa del arado de m a­dera a la mecanización agrícola implicaba una transformación profunda e inevitable en las actitudes y pautas de vida de las gentes del campo; y la más amplia difusión de la fábrica pro­vocó así mismo el cambio en las costumbres de los grupos pro­letarios de la ciudad, que eran capaces ahora de hacerles frente, con nueva conciencia, a los patronos tradicionales. Solo faltaba la ideología, para animar a las gentes a rebelarse en pos de un nuevo orden social, que se esperaba fuera más satisfactorio que el que empezaba a decaer.El Reto Socialista.

Aníbal Galindo estaba profundamente equivocado en cuanto a la velocidad a que venía andando la "revolución económica” :

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no cien, sino veinticuatro años más tarde de su profecía, uno de is amigos, el general Rafael Uribe Uribe, hizo el primer ataque ontal a los valores vigentes, dentro de una nueva ideología que

I>odía servir como acelerador del cambio social.

El propósito de la actitud crítica del general Uribe fue buscar bases que sirvieran para revitalizar el partido liberal, que aca­baba de salir exhausto y diezmado de la guerra civil entre 1899 y 1902. Uribe, uno de los jefes rebeldes de aquella guerra, se había convertido en el campeón de la paz, para reconstruir al país luego de la secesión de Panamá. Sus meditaciones filosófi­cas sumadas al ejemplo de algunos reformistas europeos, como Gladstone, le fueron llevando al socialismo como una ideología capaz de darle el vuelco que necesitaba la nación en esa nueva época (Santa, 1962, pp. 411-423).

\ Quería Uribe que el partido liberal fuera el campeón de las reivindicaciones populares y que tomara la bandera del sindi­calismo, de las prestaciones sociales, de la justicia distributiva, de la reforma agraria y tributaria, todo lo cual podía hacerse, en su opinión, a través de un estado intervencionista. Sus ideas fueron presentadas en una conferencia pública en 1904 que, co­mo era de esperarse, fue recibida con extrañeza por los jefes po-

I líticos y grupos dominantes de los dos partidos tradicionales (Uribe, 1904). Poco más tarde, Uribe salió en viaje por la Amé­rica del Sur y, años después de su regreso, insistiendo aún en sus tésis de renovación, cayó asesinado en las calles de Bogotá, el 15 de octubre de 1914.

Un pequeño grupo socialista llegó a formarse, y las oportuni­dades de difusión que se le presentaron, después, por las ten­siones que empezaba a experimentar el orden burgués, fueron elementos que aceleraron el cambio social. / Hacia 1925, que es el año cuando comienza claramente la subversión, ya habían quedado visibles aquellos grupos claves cuya filiación ideoló­gica les llevaría a retar el orden vigente. \

El primero de tales grupos era la célula socialista. Por el ori­gen de sus miembros, esta célula era una antiélite, porque esta­ba compuesta esencialmente por universitarios de familias dis­tinguidas de las clases alta y media, de edad entre los 20 y los 25 años. Estos jóvenes empezaban a entender el sentido de los nuevos tiempos. Como los de la Escuela Repúblicana de 1850, también ahora la juventud reaccionaba de manera crítica y re­volucionaria, en son de protesta por las desigualdades, incon­gruencias e inconsistencias que observaban en el orden burgués.

BIBLIOTECA ÜIS

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El orden del Frente Nacional

Al impulso de la transformación estimulada en todas las capas cié la población por la ideología secular, se añade el agotamien­to producido por “la Violencia” . Si en los tiempos coloniales se ganó la “paz del cementerio” , en la era posterior a “la Violen­cia” se imponía, además, la “paz dfel cuadrilátero” : los contrin­cantes, exánimes, no podían ya más que incluirse en sus respec­tivas esquinas. El resultado fue la creación del nuevo orden so- (•ial-burgués representado por el gobierno del Frente Nacional.

El agotamiento del espíritu, con efectos negativos en la per­sonalidad, fue naturalmente más visible en las gentes humildes que sufrieron el impacto directo de “ la Violencia” . Muchas de ellas acudieron al santuario de la ciudad en busca de asilo y recuperación. El único estudio empírico sobre este particular, realizado en Bogotá en 1962 bajo el auspicio de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional, concluye que entre mu­chos desplazados por “ la Violencia” había crecido una sensación derrotista: la vida había perdido sentido. “La víctima de la Vio­lencia no mira más hacia el futuro, sino que desea refugirase en el pasado, al tiempo de antes de la Violencia. El proceso le ha hecho incapaz de controlar la naturaleza, y el ambiente so­cial se: torna impredecible y amenazante. Además, todas las ins­tituciones antiguas a las que acudía antes en busca de guía (en especial) el gobierno y la Iglesia, parecen impotentes para detener la violencia o para brindarle a su víctima algún apoyo dentro del mundo del terror” (Lipman y Havens, 1965, p. 244).

El Nuevo Ajuste Político.

La anomia producida por este conflicto tan cruel y, hasta cierto punto, estéril, impide que progrese más la subversión, lle­vándola a la reconciliación y a la búsqueda de la tregua. Como se dijo antes, se necesitaba reconciliar a los contrincantes, acor­dar nuevas reglas del juego político y evitar la disolución de

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la nación. Habia peligros para la integridad y la soberanía de Colombia, y la rutina del caos y la arbitrariedad se consideraba por algunos como "caldo de cultivo” de la “subversión comunis­ta” . Así, al combinarse la compulsión transformadora popular con la anomia de “la Violencia” , se impone la síntesis que trata de protocolizar los cambios inevitables.

En el juego del ajuste que sigue, se defienden en lo posible los intereses creados. Los grupos burgueses logran imponerse políti­camente ante el general Bojas Pinilla. Pero deben rendirse al im­pacto de algunas normas y valores instrumentales, batiéndose en retirada en cuanto a las relaciones con grupos que antes les esta­ban plena y señorialmente subordinados. De allí que se adoptaran durante el gobierno conservador innovaciones instrumentales y seculares, tales como la seguridad social, las prestaciones, los ser. vicios de aprendizaje para operarios y obreros calificados, el de­recho de agremiación y el régimen sindical, la participación en ac­ciones, el control de precios e importaciones, etc., y se aceptara el “mal necesario” de la planificación.y la intervención estatal. Algu­nos capitalistas colombianos adoptaron la postura humanitaria que distingue a algunos de sus compañeros en países más adelan­tados. Seguramente todos estos elementos caen dentro del margen de dominación de los grupos burgueses en el poder; pero en el fon­do constituyen ajustes a la compulsión secular-instrumental que venía del período histórico anterior.

El sistema de gobierno del Frente Nacional es el mecanismo político que se concibe para alcanzar la estabilidad relativa del nuevo orden social-burgués. Sus metas, con las últimas reglas del juego político, se derivan de un pacto suscrito el 20 de marzo de 1957 por los representantes de los partidos liberal y conservador, en desarrollo de compromisos anteriores realizados en los pueblos

^españoles <ie Sitges y Benidorm por los doctores Lleras Camargo y Latlreano Gómez.

Este pacto no es ni puede ser un documento revolucionario ío busca adelantar la transformación social, sino en cuanto a

preservar algo del ritmo instrumental del desarrollo ya conocido. Quiere primordialmente plantear la necesidad de una “convale­cencia democrática”, para “restaurar” las instituciones anterio­res y “restablecer la Constitución” . Esto solo se puede buscar, según los autores, a través del “ entendimiento y conjunción de los dos partidos tradicionales para presentar una cívica resis­tencia a la destrucción sistemática del patrimonio moral, ins­titucional y jurídico de Colombia” . El procedimiento a seguir es el de “crear un gobierno civil que se ejerza a nombre de los dos

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El Orden del Frente Nacional 145

partidos, que los represente por igual, en el cual ambos colabo­ren y que esté sostenido por una sólida alianza que no permita su naufragio ni los deje inclinarse hacia la hegemoníá; (que haya) una ordenación de carácter permanente qué'provea go­biernos mixtos y permita la altemabilidad en la suprema direc­ción de los destinos nacionales; (y qu.e garantice) la equidad en la representación de los partidos” dentro del gobierno (Zala­mea, 1957). ---------- -

Estas reglas del ajuste político quedan protocolizadas en el ple­biscito del 1? de diciembre de 1957, cuyos artículos —que en par­te modificaban las enmiendas constitucionales liberales aproba­das en 1936— son clara evidencia de los compromisos entre los partidos. El liberal acepta la declaración clerical sobre el cato- - licismo como religión oficial; el conservatismo no se opone-a res- paldaFTásTIÓrmas sobre mayor participación política del pueblo y la {planificación estatal. En geríeralTTos acuerdos se van incli­nando hacia el lado conservador. El neo-liberalismo de los días de la subversión queda castrado por este compromiso y se produce la deserción de millares de liberales de todos los niveles socia-. les que no podían estar de acuerdo con la entrega ideológica im­plícita en los acuerdos. Aparentemente, vuelve a producirse el fenómeno peculiar de que los conservadores son los que compelen y los liberales los que se ajustan y ceden, como ocurrió en la época de Núñez y Caro.

El cumplimiento de estos ajustes políticos explica por qué los gobiernos de los presidentes Alberto Lleras Camargo y Guiller­mo León Valencia entre 1958 y 1966 no hubieran podido promover ninguna transformación social profunda, sino que se hubieran re­ducido a tranquilizar la nación con ajustes limitados. Es el prin­cipio de la “convalecencia democrática” en acción. Así se entien­de por qué movimientos sociales de potencialidad revolucionaria, como la acción comunal, y la reforma agraria, una ve7. auspicia- dos_por el Frente__Nacional, no .alcanzaran a íevantar vuelo. La acción comunal cayó eñ'mañtJs^e'políticos y de entidades inefi­caces que desvirtuaron süs metas de liberación popular. La re^l forma agraria fue desafiada impunemente por latifundistas y ga. I monales que han perpetuado las explotaciones del campesinado,. \ y hubo de convertirla en fomento agrícola. También así se en­tiende por qué la acción universitaria —y hasta la acción gue­rrillera y terrorista Urbana— pudiera tener efectos tan notables durante el período de la subversión (como ocurrió también entre 1852 y 1854), mientras que su efectividad al aplicar las mismas tácticas en los años de retorno al orden social no resultara tan grande.

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Con un mecanismo político como el del Frente Nacional, todo funcionario queda prisionero de las inflexibilidades y equilibrios del aparato en que le toca actuar. Por definición y por el pecado original de su concepción, con este aparato es sumamente difí­cil impulzar un verdadero cambio en el país. Aún en el caso de que hubiera verdadera decisión de cambio, seria una tarea de cíclopes alcanzar el desarrollo cuando la mitad de los servidores del gobierno (por la regla de la paridad, cuando menos) están comprometidos doctrinalmente a mantener el statu quo, o cuan­do más, a tolerar el cambio limitado que queda como restos de la subversión buscando que no afecte los intereses de los grupos do­minantes. En la práctica, todos en el gobierno se vuelven con-1 servadores.

Las Instituciones del Orden.

La homogeneidad económica y social de esta clase dirigente conservadora formalizada en el Frente Nacional, le parmite actuar con cierta coherencia para imponer los compromisos, asegurar que el orden se mantenga, y qua el cambio siga su curso contro­lado, por la “ dirección adecuadá” . Por eso se aplican los factores que estabilizan la situación: se promueve la socialización del de­sarrollo alcanzado previamente^se induce la legitimación de la csgrción-que ejerce el nuevo gobierno; sa estimula la justificación ideológica del orden de los personeros autorizados en la prensa y la radio; y se fomenta el apoya técnica al sistema de gobierno a través de prebendas y ventajas ofrecidas a industriales y empresa­rios. Se articula así una verdadera compulsión burguesa para mantener “el sistema” .

Evidentemente, sigue favoreciendo a los grupos dominantes la acumulación tecnológica. Al adelantar la importación y adopción de nuevos elementos de la ciencia moderna (superabonos, su- per-combinadas, ciudadelas de silos mecanizados," la electrotéc­nica y la automación) los grupos dominantes se hacen aún más poderosos y pudientes. Aumenta la concentración del ingreso y no se democratiza el desarrollo con la creación de nuevos em ­pleos (cf. Furtado, 1966, p. 389). A j a oligarquía no parece preo cuparle el efecto adverso que las innovaciones técnicas —útiles en otras circunstancias— pudieran tener en la masa del pueblo, por estar las radioemisoras más sintonizadas en manos de los ami gos del sistema. La única esperanza que queda es ver que estn acumulación técnica pudiera llegar a ser, a la larga, un elemen to positivo para ampliar el horizonte mental de la gente humilde, y acercarla a un nuevo punto critico para el orden social.

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EL Orden del Frente Nacional 147

Esta compulsión para el orden a través de la tecnología mo­derna encuentra sostén en la defensa nacional. Las armes fueron elementos positivos para imponer el orden señorial, y jugaron pa­pel fundamental en las dos últimas subversiones, especialmente en la revolución de 1854. En cambio, fueron ineficaces para do­minar las guerrillas de “la Violencia” , porque no puede exigirse- les que cumplan una función ideológica, educativa, económicao religiosa, como era el caso entonces. Allí se demostró lo que se viene aprendiendo y olvidando periódicamente desde tiempo 1 inmemorial: que las ideas son, a la larga, más fuertes que las I armas. Pero aT acelerarse en éstos la técnificación moderna en el J ihomento de buscarse el nuevo orden, las Fuerzas Armadas perdieron su antigua autonomía, entregaron la potencialidad sub- versora que históricamente habían tenido, y se tornaron en sopor­te de las oligarquías.

En consecuencia, se aburguesa la alta oficialidad, reduciéndola a defender el orden aún hasta el punto de ir en contra de las normas democráticas. Se ejecuta entonces la represión, creando incongruencias que no se compadecen con la tradición legal del país: es lo que el doctor Umaña Luna ha llamado “el desorden jurídico” (Anales del Congreso, Cámara, Año IX, N1? 86, agosto 30 de 1966). Además, se extiende a la jurisdicción penal militar una serie de tipos delictivos que llevan a las Fuerzas Armadas a to­mar partido político contra los subversores. Así se consigue, de paso, que los políticos “ganen gracias electorales con avemarias castrenses” (La Nueva Prensa, N? 134, julio 19 de 1965, pp. 22-23).

Por fortuna, las nuevas promociones de oficiales, suboficiales y soldados que crecieron y sufrieron durante “ la Violencia” , han adquirido actitudes abiertas a los problemas sociales. Entienden, por ejemplo, las implicaciones antipopulares de la represión.Un grupo trató de vincularse a la “transformación nacional” a

través de la acción cívica, para cambiar la imágen pública del ejército y hace de éste una más activa agencia de cambio social y económico. Aunque este esfuerzo no es sino un paliativo —como lo reconocen los investigadores norteamericanos Barber y Ronning (1966, pp. 223, 236) —no deja de ser sintomático de la preocupa­ción que sienten aquellos oficiales por la situación del pueblo. Sin embargo, debido al peso específico de la institución colocada en un solo platillo de la balanza, ^lefecto total de las armas hoy es servir de apoyo al orden social-burgués.

Al resucitar el concepto del siglo XVI sobre la tiranía absoluta como única justificación de la revolución, el señor Cardenal Pri­mado confirmó en la Iglesia Católica colombiana su papel de so-

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sentía por aquella época la influencia de la “ guerra fría” entre Oriente y Occidente, que llevaba a los dirigentes nacionales a unirse por temor al comunismo. La excusa de la defensa del he­misferio permitió el avance del imperialismo y el neocolonialis- mo, con la aprobación implícita de los dirigentes nacionales a- menazados por la subversión, en tal forma que los Estados Uni­dos de América se convirtieron en el principal apoyo de la reacción, /

Algunos Resultados del Cambio

De todos modos, aunque el costo social fuera elevado, hubo de­sarrollo socio-económico durante el periodo de la subversión so­cialista. No fue posible volver atrás el reloj de la historia, por varias razones. En primer lugar, porque los grupos burgueses (conservadores y liberales) habian propiciado una importante

acumulación en el componente tecnológico, auspiciando innovacio­nes instrumentales de gran potencialidad de cambio, como la in­dustria mediana y pesada y los seguros sociales. La dinámica de estas innovaciones no podía detenerse. En segundo lugar, no se pudieron poner más diques al cambio social porque los gru­pos subversores lograron aplicar, durante el climax de la subver­sión, los mecanismos compulsores de la domioacLoán.hegemóni- ca, la habilidad directiva y la difusión social, antes descritos. La revolución y eí refrenamiento cruento que siguieron giraban precisamente alrededor del control de esos mecanismos: se trata­ba de disminuir la marcha ya inevitable del desarrollo secular- instrumental implícito en la subversión.

La transformación de la sociedad colombiana se realizó mal que bien durante este período crucial. Se modificó la composición rural-urbana del país. Las migraciones hacia las ciudades, ini­ciadas en los años de desarrollo posteriores a 1925, se acelera­ron y multiplicaron con el establecimiento de nuevas industrias, el incremento del comercio, el crecimiento de las actividades estatales y la tecnificación de la agricultura, al que se añadió un nuevo factor expulsivo en el minifundio. Esta tendencia re­cibió estímulos adicional por los desplazamientos de la rural ía causados por “la Violencia” , y el aumento mismo de la pobla­ción, en tal forma que Colombia dejó de ser un país eminente­mente rural, para pasar a la categoría de los cuasi-urbanos. Las tasas de este desarrollo socioeconómico son de entidad, como se constata atrás.

Sabidas son las implicaciones sociales y económicas de esta transición: cambia el sentido de lealtad y la afiliación emotiva

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Subversión y Frustración en el Siglo XX 139

de las gentes, induciendo modificaciones en su personalidad y on la concepción del mundo; se descubren nuevas dimensiones de la vida, especialmente las que eran difíciles de concebir por la falta de justicia social; se refuerza la conciencia de clase. La tierra deja de ser un valor en sí mismo, y con la nueva ima­gen personal se derrumban las antiguas relaciones de subordi­nación con los patronos, gamonales y hacendados, con el cura y el alcalde, y con los partidos políticos. Se empieza a ganar así, en mínima parte, una de las metas de la subversión de este período: la liberación del hombre del campo para infundirle un nuevo sentido de dignidad.

La movilización urbana y el descubrimiento de las nuevas modalidades de La civilización modifican el significado de algu­nos elementos culturales. Sobresale la educación, a la que se da el valor que antes tenía la tierra dentro del marco natu­ralista. Se la destaca como un medio para alcanzar metas no se­ñoriales, en lo que también se acercan al campesino las contra- normas de la moralidad telética. El prestigio empieza a ganarse ahora por la participación en actos novedosos (como los conec­tados con la agricultura técnica), o por medio de ocupaciones extrañas: la dé motorista, tractorista, agente de venta o caje­ro de cooperativa. Ya el prestigio no se deriva tanto de las pautas tradicionales, como de aquellas impuestas por el rito de la chi­cha o la cerveza o por el machismo. Por lo mismo, surgen diri­gentes capaces de moverse por canales impersonales que los an. tiguos gamonales no dominan. Se facilita cada vez más la co­municación y el transporte a las clases bajas, lo que destruye su sensación de entes anclanados a la tierra.

Así por todos estos medios que surgen del impacto de la se- cularidad instrumental, el desarrollo económico y técnico y el aumento y redistribución de la población, se abren nuevas pers­pectivas sociales y económicas. Se tiende hacia la “moderniza­ción” de la conducta, y .aparecen inusitadas expectaciones para el mejoramiento del nivel de vida de las gentes.

Son muchos los estudios que documentan este desarrollo so­cio-económico, que es el paso del país de “quimba y cachumbo” al de “calzado y texto” , esta es la transición del humilde sier­vo de gleba, incapaz de mirarle la cara -a los patronos para con­vertirse en altivo ser de aspiraciones modernas. Solo cabe re­cordar los adelantados por el Departamento Técnico de la Segu­ridad Social Campesina (1956-1959); los de cultivadores de café (Guhl, 1953); los de la zona tabacalera santandereana (Pineda Giraldo, 1955); los del campesinado en general, (Pérez 1959); y los

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del elemento rural afectado por la “Violencia” (Torres, 1963). Es­tudios posteriores en Barrancabermeja (Havens y Romieux, 1966) y Candelaria (Parra, 1966), confirman las mismas tendencias. En muchas partes del país hay un nuevo campesinado descubriendo un país que se ha alejado bastante de las pautas de conducta del orden señorial y burgués1. Lo mismo puede decirse del elemento urbano, sea nativo o inmigrante.

Recapitulando, podemos advertir el sentido del proceso social que hemos estudiado.

1. Gracias a sus contactos desde 1950 con el vecindario rurai de Sauclo en el altiplano cundiboyacense, el autor ha tratado de establecer la tendencias de la señorialidad hacia la instrumentalidad, logrando m> diría estadísticamente con base en escalas valorativas aplicadas en di versos años. El estudio preliminar titulado “ Pautas conservadoras en el salto a propietario” presentado en el Seminario sobre Problemas Agrarios de América Latina bajo el auspicio del Centre National de la Recherche Scientifique (París, octubre 11 a 17 de 1965), incluye los resultados de aquella medición, utilizando grupos tenenciales agrarios Las doce variables empleadas para el análisis están concebidas den tro del marco normativo instrumental presentado en este libro.Según este estudio, el vecindario de Saucío era todavía predominante mente señorial y burgués en 1950. Mostrando un índice de intrumen- talidad de 0.30 (lo que confirma el estudio antropológico y sociolo gico realizado entonces). El índice sube a 0.55 en 1961 y a 0.53 en1964. El índice para 1950 nos dice cuán lentamente se producían en ese entonces las transformacioness en el campo colombiano, siendo que los primeros impactos claros de la instrumentalidad se regisran en el país desde principios de siglo. Esto parece demostrar una falla organizativa en la difusión subversora de 1925, ya que los movimientos políticos iniciados no pudieron llegar con toda efectividad al campe sinado. Pero la tendencia está ya definida y la dirección es hacia una mayor instrumentalidad, como lo demuestran los índices más altos de 1961 y 1964. Esta tendencia queda aún más clara si se analiza el vecindario según sub-grupos tenenciales. En efecto, el subgrupo ti propietarios jóvenes que empieza su ciclo empresarial, sea por heren­cia o compra, tiene un índice de instrumentalidad de 0.67, con dil< rencias significativas con otros subgrupos, según las pruebas Q de asociación y Chi cuadrado. Esta última cifra es interesante porque representa las actitudes del subgrupo que está tomando o ha tomad' • las posiciones de comando en la localidad; demuestra ser un conjunto de personas que han dejado atrás las pautas del orden señorial bui gués, lo que se refleja en sus prácticas agrícolas mejoradas y en un nuevo tipo de sociabilidad.Otros estudios del autor, que documentan o describen la transición del campesinado hacia la secularidad instrumental, son los de 195<'

(Pasividad), 1959a (Teoría y realidad), 1959b (Nariño) y 1960 (Reíoi ma agraria).

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Eliminado o marginado totalmente el grupo inicial de la subversión —el de estampa socialista o comunista—, frustrada ln antiélite liberal que había intentado, de buena fe, trabajar ilesde dentro de la maquinaria de su partido en la modalidad l>ositiva de la captación, y arrepentidos y atribulados aquellos liberales que habían claudicado ante la reacción, se llega al pe­riodo del acercamiento para producir la paz y reconstruir el or­den social. Se acerca el año de 1957.,'Habían pasado treinta y rinco años desde aquellos días de misteriosas reuniones en la Iglesia protestante, y el resultado del esfuerzo nacional era des. narrador. Ya.no era Colombia la primera democracia de la Amé­rica^ Latina, ni tampoco su capital podia ostentar más el título de “Atenas de Sur América” ...... 1 .SSíííifl*1»««*;'-

Pretendiendo los grupos oligárquicos frenar violentamente _el cambio social, fueron ellos los principales engañados. Es cierto que no se ganó el nuevo orden que perseguía la subversión ni se adoptó completamente el ethos secular-instrumental. Pero resultó Imposible también volver al orden burgués con su vitalidad inicial. Ni el neo-liberalismo ni el conservatismo lograron todos los pro­pósitos que perseguían al aplicar los frenos al cambio. La vio­lencia resultó ser, de manera inesperada para las élites, un me­canismo singular qué partió el monolito del orden vigente, mos-l rando sus grietas institucionales y demoliéndolo en buena par­te. De “ la Violencia”, como anticlimax de la subversión, surge una Colombia muy distinta, con un pueblo que empieza a dejar definitivamente las tradiciones que lo encadenaban al pasado señorial (Torres, 1963, pp. 109-142).

Cansados de luchar durante toda una generación, agatadas anímica y físicamente, las facciones enfrentadas propician en­tonces el retorno al ajuste y al arreglo político. Se anhela llegar nuevamente a la estabilidad relativa, a lo más durable, a la to- ]>ía. De allí sale en 1957 la síntesis actual del Frente Nacional, i|ue es la maquinaria política y gubernamental de un nuevo orden (el orden social-burgués) cuyas bases generales se estu­dian en el próximo capitulo).

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El orden del Frente Nacional

Al impulso de la transformación estimulada en todas las capas d<‘ la población por la ideología secular, se añade el agotamien­to producido por "la Violencia” . Si en los tiempos coloniales se i;nnó la “paz del cementerio” , en la era posterior a “ la Violen­cia” se imponía, además, la “paz dbl cuadrilátero” : los contrin­cantes, exánimes, no podían ya más que incluirse en sus respec­tivas esquinas. El resultado fue la creación del nuevo orden so- cial-burgués representado por el gobierno del Frente Nacional.

El agotamiento del espíritu, con efectos negativos en la per­sonalidad, fue naturalmente más visible en las gentes humildes que sufrieron el impacto directo de “la Violencia” . Muchas de días acudieron al santuario de la ciudad en busca de asilo y recuperación. El único estudio empírico sobre este particular, realizado en Bogotá en 1962 bajo el auspicio de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional, concluye que entre mu­chos desplazados por “ la Violencia” había crecido una sensación derrotista: la vida había perdido sentido. “La víctima de la Vio­lencia no mira más hacia el futuro, sino que desea refugirase (>n el pasado, al tiempo de antes de la Violencia. El proceso le lia hecho incapaz de controlar la naturaleza, y el ambiente so­cial se torna impredecible y amenazante. Además, todas las ins­tituciones antiguas a las que acudía antes en busca de guía (en especial) el gobierno y la Iglesia, parecen impotentes para detener la violencia o para brindarle a su víctima algún apoyo dentro del mundo del terror” (Lipman y Havens, 1965, p. 244).

El Nuevo Ajuste Político.

La anomia producida por este conflicto tan cruel y, hasta cierto punto, estéril, impide que progrese más la subversión, lle ­vándola a la reconciliación y a la búsqueda de la tregua. Como se dijo antes, se necesitaba reconciliar a los contrincantes, acor­dar nuevas reglas del juego político y evitar la disolución de

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la nación. Habla peligros para la integridad y la soberanía de Colombia, y la rutina del caos y la arbitrariedad se consideraba por algunos como “caldo de cultivo” de la “subversión comunis­ta” . Así, al combinarse la compulsión transformadora popular con la anomia de “ la Violencia” , se impone la síntesis que trata de protocolizar los cambios inevitables.

En el juego del ajuste que sigue, se defienden en lo posible los intereses creados. Los grupos burgueses logran imponerse políti­camente ante el general Rojas Pinilla. Pero deben rendirse al im­pacto de algunas normas y valores instrumentales, batiéndose en retirada en cuanto a las relaciones con grupos que antes les esta­ban plena y señorialmente subordinados. De allí que se adoptaran durante el gobierno conservador innovaciones instrumentales y seculares, tales como la seguridad social, las prestaciones, los ser­vicios de aprendizaje para operarios y obreros calificados, el de­recho de agremiación y el régimen sindical, la participación en ac­ciones, el control de precios e importaciones, etc., y se aceptara el “mal necesario” de la planificación y la intervención estatal. Algu­nos capitalistas colombianos adoptaron la postura humanitaria que distingue a algunos de sus compañeros en países más adelan­tados. Seguramente todos estos elementos caen dentro del margen de dominación de los grupos burgueses en el poder; pero en el fon­do constituyen ajustes a la compulsión secular-instrumental que venía del período histórico anterior.

El sistema de gobierno del Frente Nacional es el mecanismo político que se concibe para alcanzar la estabilidad relativa del nuevo orden social-burgués. Sus metas, con las últimas reglas del juego político, se derivan de un pacto suscrito el 20 de marzo de 1957 por los representantes de los partidos liberal y conservador, en desarrollo de compromisos anteriores realizados en los pueblos españoles de Sitges y Benidorm por los doctores Lleras Camargo y Laüreano Gómez.

Este pacto no es ni puede ser un documento revolucionario lo busca adelantar la transformación social, sino en cuanto a

preservar algo del ritmo instrumental del desarrollo ya conocido. Quiere primordialmente plantear la necesidad de una “convale­cencia democrática” , para “restaurar” las instituciones anterio­res y “restablecer la Constitución” . Esto solo se puede buscar, según los autores, a través del “entendimiento y conjunción de los dos partidos tradicionales para presentar una cívica resis­tencia a la destrucción sistemática del patrimonio moral, ins­titucional y jurídico de Colombia” . El procedimiento a seguir es el de “crear un gobierno civil que se ejerza a nombre de los dos

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I I Orden del Frente Nacional 145

partidos, que los represente por igual, en el cual ambos colabo­ren y que esté sostenido por una sólida alianza que no>. permita su naufragio ni los deje inclinarse hacia la hegemoníá; (que haya) una ordenación de carácFer'permanente que provea go­biernos mixtos y permita la altemabilidad en la suprema direc­ción de los destinos nacionales; (y que garantice) la equidad en la representación de los partidos” dentro del gobierno (Zala­mea, 1957). ---------- -

Estas reglas del ajuste político quedan protocolizadas en el ple­biscito del I? de diciembre de 1957, cuyos artículos —que en par­te modificaban las enmiendas constitucionales liberales aproba­das en 1936— son clara evidencia de los compromisos entre los partidos. El liberal acepta la declaración clerical sobre el cato- - licismo como religión oficial; el conservatismo no se opone. a res- paldar las Tiormas sobre mayor participación política del pueblo y la planificación- estatal. En general, los acuerdos se van incli­nando hacia el lado conservador. El neo-liberalismo de los días de*"1 la subversión queda castrado por este compromiso y se produce la deserción de millares de liberales de todos los niveles socia -. les que no podían estar de acuerdo con la entrega ideológica im­plícita en los acuerdos. Aparentemente, vuelve a producirse el fenómeno peculiar de que los conservadores son los que compelen y los liberales los que se ajustan y ceden, como ocurrió en la época de Núñez y Caro.

El cumplimiento de estos ajustes políticos explica por qué los gobiernos de los presidentes Alberto Lleras Camargo y Guiller­mo León Valencia entre 1958 y 1966 no hubieran podido promover ninguna transformación social profunda, sino que se hubieran re­ducido a tranquilizar la nación con ajustes limitados. Es el prin­cipio de la “ convalecencia democrática” en acción. Así se entien­de por qué movimientos sociales de potencialidad revolucionaria, como la acción comunal, y la reforma agraria^ una j¿£Z-„auspicia­dos por e í I^entg-Nacional, no alcanzaran a levantar, vuelo. La acción comunal ca y ó é n’ ma no sr 3 é p o l í t i eos y de entidades inefi^ caces que desvirtuaron sús metas de liberación popular. La re^l forma agraria fue desafiada impunemente por latifundistas y ga. 1 monales que han perpetuado las explotaciones del campesinado, \ y hubo de convertirla en fomento agrícola. También así se en­tiende por qué la acción universitaria —y hasta la acción gue­rrillera y terrorista Urbana— pudiera tener efectos tan notables durante el período de la subversión (como ocurrió también entre 1852 y 1854), mientras que su efectividad al aplicar las mismas tácticas en los años de retorno al orden social no resultara tan grande.

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146 Subversión y Cambio Social

Con un mecanismo político como el del Frente Nacional, todo funcionario queda prisionero de las inflexibilidades y equilibrios del aparato en que le toca, actuar. Por definición y por el pecado original de su concepción, con este aparato es sumamente difí­cil impulzar un verdadero cambio en el país. Aún en el caso de que hubiera verdadera decisión de cambio, sería una tarea de cíclopes alcanzar el desarrollo cuando la mitad de los servidores del gobierno (por la regla de la paridad, cuando menos) están comprometidos doctrinalmente a mantener el statu quo, o cuan­do más, a tolerar el cambio limitado que queda como restos de la subversión buscando que no afecte los intereses de los grupos do­minantes. En la práctica, todos en el gobierno se vuelven con-í servad ores. J

Las Instituciones del Orden.

La homogeneidad económica y social de esta clase dirigente conservadora formalizada en el Frente Nacional, le parmite actuar con cierta coherencia para imponer los compromisos, asegurar que el orden se mantenga, y que el cambio siga su curso contro­lado, por la “ dirección adecuada” . Por eso se aplican los factores que estabilizan la situación: se promueve la socialización del de­sarrollo alcanzado previamente^se induce la legitimación de la coerción que ejerce el nuevo gobierno; se estimula la justificación ideológica del orden de los personeros autorizados en la prensa y la radio; y se fomenta el apoyo técnico al sistema de gobierno a través de prebendas y ventajas ofrecidas a industriales y empresa­rios. Se articula así una verdadera compulsión burguesa para mantener “el sistema” .

Evidentemente, sigue favoreciendo a los grupos dominantes la acumulación tecnológica. Al adelantar la importación y adopción de nuevos elementos de la ciencia moderna (superabonos, su- per-combinadas, ciudadelas de silos mecanizados, la electrotéc­nica y la automación) los grupos dominantes se hacen aún más poderosos y pudientes. Aumenta la concentración del ingreso y no se democratiza el desarrollo con la creación de nuevos em­pleos (cf. Furtado, 1966, p. 389). A , la oligarquía no parece preo­cuparle el efecto adverso que las innovaciones técnicas —útiles en otras circunstancias— pudieran tener en la masa del pueblo, por estar las radioemisoras más sintonizadas en manos de los ami­gos del sistema. La única esperanza que queda es ver que esta acumulación técnica pudiera llegar a ser, a la larga, un elemen­to positivo para ampliar el horizonte mental de la gente humilde, y acercarla a un nuevo punto crítico para el orden social.

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/

Esta compulsión para el orden a través de la tecnología mo­derna encuentra sostén en la defensa nacional. Las armes fueron elementos positivos para imponer el orden señorial, y jugaron pa­pel fundamental en las dos últimas subversiones, especialmente en la revolución de 1854. En cambio, fueron ineficaces para do­minar las guerrillas de “la Violencia” , porque no puede exigírse- les que cumplan una función ideológica, educativa, económica o religiosa, como era el caso entonces. Allí se demostró lo que'*' se viene aprendiendo y olvidando periódicamente desde tiempo inmemorial: que las ideas son, a la larga, más fuertes que las armas. Pero aT acelerarse en éstos la téenificación moderna en el momento de buscarse el nuevo orden, las Fuerzas Armadas perdieron su antigua autonomía, entregaron la potencialidad sub- versora que históricamente habían tenido, y se tornaron en sopor­te de las oligarquías.

En consecuencia, se aburguesa la alta oficialidad, reduciéndola a defender el orden aún hasta el punto de ir en contra de las normas democráticas. Se ejecuta entonces la represión, creando incongruencias que no se compadecen con la tradición legal del país: es lo que el doctor Umaña Luna ha llamado “el desorden jurídico” (Anales del Congreso, Cámara, Año IX, N1? 86, agosto 30 de 1966). Además, se extiende a la jurisdicción penal militar una serie de tipos delictivos que llevan a las Fuerzas Armadas a to­mar partido político contra los subversores. Así se consigue, de paso, que los políticos “ganen gracias electorales con avemarias castrenses” (La Nueva Prensa, N? 134, julio 19 de 1965, pp. 22-23).

Por fortuna, las nuevas promociones de oficiales, suboficiales y soldados que crecieron y sufrieron durante “la Violencia” , han adquirido actitudes abiertas a los problemas sociales. Entienden, por ejemplo, las implicaciones antipopulares de la represión.Un grupo trató de vincularse! a la “ transformación nacional” a

través de la acción cívica, para cambiar la imágen pública del ejército y hace de éste una más activa agencia de cambio social y económico. Aunque este esfuerzo no es sino un paliativo— como lo reconocen los investigadores norteamericanos Barber y Ronning (1966, pp. 223, 236) —no deja de ser sintomático de la preocupa­ción que sienten aquellos oficiales por la situación del pueblo. Sin embargo, debido al peso específico de la institución colocada en un solo platillo de la balanza, el efecto total de las armas hoy es servir de apoyo al orden social-burgués.

Al resucitar el concepto del siglo XVI sobre la tiranía absoluta como única justificación de la revolución, el señor Cardenal Pri­mado confirmó en la Iglesia Católica colombiana su papel de so-

El Orden del Frente Nacional 147

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porte central del statu quo. En efecto, según él, la Iglesia debería rehuir el debate social y refugiarse en La “verdad eterna” (El Tiempo, mayo 12 de 1965). La Verdad1' es aquí una expresión encubierta que implica la defensa del orden vigente. Esta con­signa no es de sorprender si se evoca el papel histórico que la Iglesia ha jugado en Colombia como aliada del Estado, desde la época colonial. Si se recuerda, además, la composición social de la jerarquía eclesiástica, que es parte de la alta sociedad, sea por familia, por captación o por asimilación cultural (Torres, 1963, p. 129), tales actitudes son comprensibles ~5si71a paz burguesa es bendecida por la mano sacra del orden existente, y la Iglesia se recluye, con toda su potencialidad creadgra, a los conventos, ca­sas parroquiales, campanarios y palacios, para esperar la llegada del “ tirano absoluto” y resucitar entonces a la acción social.

La oligarquía actual también cuenta con otro apoyo importan­te en sus conexiones internacionales o imperialistas. Existe una j; alianza económica entre grupos nacionales y extranjeros que se benefician de la situación sin pensar en el pueblo ni en el país. | Su influencia es de vieja data. En Colombia, como se ha visto (Capítulo 6), las relaciones de dependencia con países dominan- tesi comienza en firme a raíz de la subversión liberal, cuando los nuevos ricos se alucinan con la explotación del tabaco, el añil, el índigo, el caucho y el café. Uno de ellos, don Florentino González, llegó a proponer en 1858, la anexión del^país cómo otro E sta d o de la Unión Americana (de la Vega, 1913, ppT214-2I5r.'T'Tá3a podía ser más entreguista y “herodiano” (cf. Toynbee, 1947, pp. 280- 290). La oligarquía actual no ticne necgsidad fie llegar a tales entremos fórmales, porque Ta moderna tecnología que maneja le permite llegar, por rutas más sutiles y efectivas, al mismo punto de entrega nacional y explotación local. Es también este grupo el que aprovecha de la “guerra fría” para hacerse más fuerte y autocràtico.

Naturalmente, en una situación tan favorable para el sistema, —con el apoyo de las instituciones políticas, militares, religio­sas y económicas— debe surgir la tendencia a mantener el Fren­te Nacional como gobierno de un partido único: el de los intere­ses burgueses. Además, debe aparecer la tentación de llevarlo mas allá del año 1974, cuando termina constitucionalmente. En efecto, se advierten estas tendencias en el ajuste de los partidos tradicionales. Ahora no hay diferencias muy radicales entre li-’l berales y conservadores: se turnan el gobierno, comparten el bo­tín del presupuesto, y abrigan las mismas intenciones de mantener al país en el cómodo período de “convalecencia” , detener los j restos de la subversión anterior y hacerse fuertes para resistir el

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I'l Orden del Freme Nacional 149

siguiente embate. Los síntomas, son claros: hay liberales que pien­san, escriben y actúan como conservadores (recuerdos de Núñez y su época); y hay conservadores que se han corrido hacia el li­beralismo clásico. Pero, desgraciadamente, casi ninguno se ha acer­cado realmente al pueblo, con el afán altruista de velar por los intereses de éste. Las urgencias de pueblo siguen allí, latentes y vivas, esperando solución.

Sentido de la Transición Actucl.

Aunque el orden social del Frente Nacional pueda durar mucho tiempo —como ocurrió con los tres órdenes anteriores—, lleva ya en sí mismo, por definición, los elementos potenciales para su eventual subversión.

Esto es así, porque sjjyjejTUStoando el arjsla mlaotiya de ganar el progreso y la justicia económica y social según las metas se­culares eTñsl?umeñfáles~<inE-lé'han presentado al pueblo y que no han sido alcanzadas. Porque aunque el pueblo ansia la pazT* no deniega por ellos su afán de conquistar un mundo mejor pa­ra sí y para sus hijos, por vías distintas de las que ha visto fra- cazar en años anteriores. Sabe cada vez más que estas vías no se las abre el orden del Frente Nacional.

WLa desilusión con el “sistema” , dentro del marco del agota­

miento espiritual, ha llevado a salidas nihilistas: la desbandada al general Rojas Pinilla, nuevo símbolo de protesta que tiene pro­babilidades de ir aumentando sus efectivos; el masoquismo que permite aguantar sucesivas devaluaciones monetarias; la búsque­da de cljivos expiatorios, como los grupos activistas universitarios y los perennes “comunistas” . Las gentes están perplejas. Pero ya empiezan a ver el “sistema” como una imposición que no tradu­ce sus urgencias y anhelos. Por eso se puede prever que el pue^l blo no va a estar pasivo por mucho tiempo, especialmente si se alimenta ideológicamente con “visiones transformistas”, como es el caso de hoy. Hasta ahora, debido a la difusión del ethos secu-^ lar, el pueblo ha logrado registrar su inconformidad con el “sis­tema” a través de la abstención electoral (que ha aumentado ca­da año desde 1958, cf. Weiss, 1968), y con la acción local a favor de grupos rebeldes en la ciudad y en el campo. Estos indicadores son elocuentes, porque demuestran una fisura interna importante en la sociedad colombiana actual.

Asi, las incongruencias dentro del orden, las inconsistencias normativas, las contradicciones morales, las diferencias crecien­tes entre los grupos económicos, la falta de equidad en el benefi­

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150 Subversión y Cambio Social

ció de la técnica moderna: todas estas fallas han quedado visi­bles. Su realidad hiriente hace plantear otra vez una nueva sub­versión. La velocidad a que se mueve el mundo moderno puede producir variaciones en los factores estabilizantes del orden so­cial —que, como se ha visto, ya están en plena actividad a favor del actual— para llevar a otra crisis de serias proporcio­nes.

En fin, el orden social-burgués del Frente Nacional puede des­componerse como los órdenes anteriores, y aún ser de corta vida, porque buena parte del pueblo colombiano no ha olvidado aún las metas a que le llevaba la pasada generación rebelde. Porque muchos de los antivalores fueron adoptados —y han empezado a ser valores— a través de la difusión de la secularidad instru­mental. Y porque hay claros síntomas de que reiteraciones de la utopía anterior, ahora con acento mucho más raizal, han he­cho su irrupción en los últimos días para desafiar otra vfez la tra­dición.

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Reiteración de la utopía

A diferencia de los procesos históricos anteriores, el comienzo del orden social-burgués se ha visto acompañado de varios hechos Importantes que presagian un desenlace inusitado. Sea por la continuada acumulación de elementos en el componente tecno­lógico, por el aumento en la participación popular, el avance se- cular-intrumental o la cambiante naturaleza del equilibrio inter­nacional en el hemisferio y fuera de él, no ha pasado mucho tiem­po desde la iniciación del nuevo orden cuando en 1965 cae sobre él el rayo de otra utopía.

Se articula en ese instante el grito de protesta de una genera­ción hasta entonces marginada por la del Centenario y por la que había sido captada en los años anteriores. Los miembros de estos grupos insurgentes, nacidos hacia 1925 o a partir de aquel año, no habían conocido otro grupo que el de la última subver­sión. Es la generación de “la Violencia” , que creció en su am­biente de terror observando sus deformidades y sufriendo sus intolerancias y miserias.1 Es la juventud victimada que puede fus- tigar moralmente a sus padres y a aquellos que propiciaron la hecatombe. Es la que pone en jaque .a los grupos oligárquicos y a las élites tradicionales, para enróstrales el crimen de esa pa­tria. Estos grupos rebeldes, sin compromisos con el origen de “la Violencia” , surgen ahora para dejar su impronta en la histo­ria. «■/

Al momento crítico de la campaña presidencial de 1965, la ge­neración de la “Violencia” encontró un dirigente en un sacerdote católico, sociólogo, influenciado por el ambiente ecuménico de

1. Como documentos típicos de las actitudes de esta generación entre el cuerpo estudiantil, que la hace rebelde y al mismo tiempo la impul­sa a luchar por una sociedad más justa, pueden verse los documen­tos suscritos en diversas oportunidades por los antiguos dirigentes estudiantiles universitarios: Jaime Arenas, Julio César Cortés, Ar­mando Correa y otros.

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la Europa occidental, y cuyo mensaje y ejemplo se harían más vibrantes cada día: el Padre Camilo Torres Restrepo, creador del Frente Unido. A través de un aparato político que él deno­minó “pluralista” , el Padre Torres logró articular una nueva uto­pía para el país. Esta utopía tenía ingredientes especiales, co­mo aquellos derivados de convicciones religiosas y del examen de la realidad de las revoluciones latinoamericanas contem- poráneas. especialmente la cubana. Pero en el fondo era una reite­ración de ideas socialistas, en respuesta al impulso del cambio secular-instrumental del pueblo y de la época.

Así entendida, la utopía pluralista de Camilo Torres ha tenido eco no solo nacional sino internacional. Al transcender la reali­dad y pasar al plano de la práctica, su planteamiento tiende a modificar profundamente el orden de cosás existentes, produ­ciendo crisis sociales y personales, induciendo al examen críti­co de la sociedad e impulsando el cambio subversivo. No dismi­nuye este impacto la persecución que le han hecho los persone- ros de las instituciones políticas y religiosas tradicionales, que quieren echar tierra a tales planteamientos, o los contestan a ba­la. El Padre Torres se convierte así en portavoz de la generación de “la Violencia” , inyectándole vigor a la confrontación ideológica y estimulando la iniciación de una cuarta subversión en Colom­bia. Por falta de otro término más adecuado1, esta nueva subver­sión puede denominarse, la “neo-socialista” .

En contraste con lo ocurrido a las subversiones raizales ante­riores, cuando el efecto de las utopías sobre sus campeones y so­bre la sociedad se siente después de varias décadas, en el pre­sente caso se registran consecuencias casi inmediatas. La utopía pluralista se decanta y desvirtúa casi inmediatamente; y el Pa­dre Torres es muerto once meses después. Pero la influencia y el arraigo de su generación rebelde, con el respaldo del pueblo, llevaron estímulo a grupos políticos diferentes, dieron pábulo a movimientos de protesta contra el “sistema” , permitieron articu­lar una antiélite en los medios universitarios, e impulsaron el re­fuerzo a las guerrillas y otros grupos similares. Existen ya, por lo tanto, los elementos ideológicos y de organización mínimos que puedan iniciar un nuevo ciclo subversivo en Colombia para llegar a otro orden, el quinto dentro de la serie histórica que he­mos estudiado.

Es posible que al cabo de un tiempo la interpretación aquí ofrecida deba ser revisada a la luz de nuevas evidencias. Se ha decidido hacer aquí una interpretación temprana, para presentar el pluralismo de Camilo Torres según lo que se sabe en la actua­lidad, porque el impacto de la vida y del pensamiento de este di-

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KfilciacLón de la Utopía 153

rigente en la historia da Colombia no va a pasar desapercibido, y menos puede ignorarse dentro del marco analítico que acoge este libro.

Introducción del Pluralismo Utópico.

En la "Plataforma para un movimiento de unidad popular (marzo 17 de 1965), que preparó de manera sencilla para llegar a las masas, el Padre Torres declaró que uno de los objetivos del movimiento del Frente Unido “es la estructuración de un apara­to político pluralista, no un nuevo partido capaz de tomar el poder” (Torres, 1966, pp. 24-25). Lo detalla en el punto octavo de la misma plataforma: “El aparato político que debe organizarse debe ser de carácter pluralista, aprovechando al máximo el apo­yo de los nuevos partidos, de los sectores inconformes de los par­tidos tradicionales, de las organizaciones no políticas y en ge­neral de las masas” (p. 18).

El pluralismo de Camilo Torres constituye el elemento esen­cialmente utópico de su pensamiento, y como tal debe ser estu­diado por los efectos que tuvo en los primeros pasos del movimien­to del Frente Unido. Para entenderlo, debe colocarse dentro del contexto político y religioso de donde los derivó el autor, de don­de también surgen diferencias con planteamientos similares con­temporáneos.

El objeto de este pluralismo no es protocolizar la tolerancia —el vivir y dejar vivir que ha caracterizado a otras sociedades— y cuyo resultado es reforzar el statu quo alrededor del cual gi­ran los diversos grupos, y en el que se acomodan y conviven. En efecto, un “pluralismo” tal podría discernirse en el sistema políti­co del Frente Nacional, porque allí se pretende respetar las diver­gencias entre liberales y conservadores; también se podría ob­servar en el sistema político actual de países como los Estados Unidos de América y Chile, donde hay tolerancia de puntos de vista divergentes. Allí se siguen las reglas del juego para pre­servar un orden social que se considera básicamente funcional. Esta es la ideología del consenso democrático que aparece en los círculos políticos y eclesiásticos: allí se define el “pluralismo social” como “un sistema en el que todas las clases sociales y grupos de intereses funcionales, más o menos a base de igual­dad de oportunidades, pueden competir por lo que la nación ofre­ce” , lo cual iría a-reemplazar el “consenso de la tradicionalidad” (D’Antonio y Pike, 1964, pp. 7, 260; cf. Freí Montalva, 1964;Silvá y Chonchol, 1965). No es éste el pluralismo del Padre Torres, aun­que tales ideas puedan llegar a ser parte de las normas, instru­mentales.

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1 5 4 Subversión y Cambio Social

La concepción utópica de Camilo Torres es más dinámica: el pluralismo no es un sistema dentro del orden, ni sigue las reglas del juego. Más que todo es una herramienta para unir grupos di­versos, y hacerlos mover hacia una misma dirección. Se presen­ta como una estrategia que busca cambiar las reglas del juego, y que al hacerlo quiere promover el cambio del orden social en que se desarrolla. Pero su meta final es el cambio socioeconómico profundo, al que se llega por la creación, resolución y superación de la subversión neo-socialista. Esta debería dar por resultado una sociedad superior.

Si se permite la analogía, podría concederse que algo semejan­te pudo haber ocurrido en la formación de los Estados Unidos, cuando las diversas sectas religiosas fundadoras aceptaron convi­vir y trabajar juntas en aras de las metas superiores que conci­bieron reconstruir la sociedad. La idea tuvo antecedentes inme­diatos en Colombia, cuando se trató de “unir las izquierdas” en organizaciones como el Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR) y el Movimiento Obrero-Estudiantil-Campesino (MOECL que ejecutaron una acción política revolucionaria en los últimos años.

Como en los otros casos, la utopía pluralista de Camilo Torres lleva una crítica implícita a la cultura y la civilización reinantes, tratando de descubrir las formas institucionales que faciliten el advenimiento de un nuevo orden. Pero no produce el tipo de con­cepción autoritaria, de disciplina monolítica, que Mumford ano­ta en la mayoría de las utopías clásicas (1962, p. 4). En estas se crea un orden social inflexible y dogmático, con un sistema de gobierno centralizado y absoluto. Como resultado del plura-"' lismo utópico, no aparece una sociedad cerrada, que frustre el li­bre desarrollo humano. Aparece más bien una sociedad en que se encuentran diversas tendencias, pero que tienen las mismas; metas valoradas. Con este fin se unen todas en un impulso co-J mún de creación que permite una amplia libertad de cruces ideo­lógicos, y que ofrece alternativas para escoger las vías de acción con base en una moderna racionalidad.

La utopía pluralista, con tan heterogéneo aparato político para impulsarla, se complica con el elemento religioso. El concepto mismo del pluralismo ha sido más corriente en círculos eclesiás­ticos, donde se ha reducido su sentido al valor de la convivencia de personas de distinta fe en una región. El Padre Torres derivó esta idea de su permanencia com,o estudiante en la Univérsidad de Lovaina, donde se halla una avanzada del pensamiento cató­lico renovador, y también de su contacto con la atmósfera secular y religiosa a la vez, que hizo posible organizar en Europa expe-

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riendas heterodoxas, como la de los sacerdotes obreros y la ado­ración conjunta de católicos y protestantes. Este pluralismo tiene un soporte importante en el movimiento ecuménico moderno (cf. Van Leeuwen, 1966, pp. 294-295). Encuentra campeones d-ssta cados como Richard Niebuhr en el baluarte protestante, y el Padre Francois Houtart en el campo católico, quien fue profesor y amigo de Camilo Torres 1

La concepción pluralista —cristiana y política a la vez— que fue fundamento inicial de la acción personal de Camilo Torres, se ■encuentra en el documento crucial de su carrera, la declaración del 24 de junio de 1965, cuando pidió su liberación de las obliga­ciones clericales. Sostiene allí que "la suprema medida de las decisiones humanas debe ser la caridad, debe ser el amor sobre­natural” y, en consecuencia, se entrega ,a una revolución justa “para poder dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo y realizar el bienestar de las mayorías de nues­tro pueblo. Estimo que la lucha revolucionaria es una lucha cristiana y sacerdotal. Solamente por ella, en las circunstancias concretas de nuestra patria podemos realizar el amor que los hombres deben tener a sus prójimos” (Inquietudes, 1961, p. 41). Como antes había sostenido que llegaba a esa decisión también como sociólogo (“al analizar la sociedad colombiana” ), se conju-

1. El concepto teológico en que se basa este pluralismo secular remonta sus orígenes al concepto más básico de koinonia ("comunidad” ), re­sultado de un "pacto divino-humano”, como el que surgió de la sub­versión de Moisés en Egipto. Una vez creada la idea de la "comuni­dad del pueblo de Dios” , el concepto sigue su curso hasta hacerlo abarcar a todas las razas, naciones y lenguas. Posteriormente, serán los apóstoles cristianos los que harán esta concepción de las "comu­nidad” original, llevándola a la práctica mediante la superación de barreras entre judío y gentil, hombre y mujer, griego y bárbaro, como anticipo de la reunión de todos los hombres (Castillo, 1967). Hoy la koinonia busca fomentar un sentido de ecumenismo o unidad uni­versal (cf. Visser’t Hooft, 1966), y para tal efecto la "comunidad plu­ralista” cuenta con tres principios: amor, libertad (justicia) y sabidu­ría, que se convierten en una "teofanía” o "templo de Dios” (Ver- ghese, 1966, pp. 373-381). Es una meta hacia la cual podrían moverse los cristianos, así como también los creyentes de otras confesiones Houtart, 1964). Es una meta que llevó al Padre Torres, indirectamente, a tomar una posición ideológica ante el país y la sociedad, como vere­mos enseguida; aunque él mismo, paradójicamente, hubiese estado derivado hacia a.ctitudes anti-pluralistas requeridas por la necesidad de tener un partido homogéneo ("no alineado” ), una vez que cayó en cuenta de lo irrealizable de su utopía, poco antes de ingresar a la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional en Santander, en Octu­bre de 1965.

w ,

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156 Subversión y Cambio Social

gan en él los tres principios del pluralismo que postula Verghese (véase la nota 1 ).

Una vez entendidas las fuentes utópicas del pensamiento de Ca­milo Torres, quedan en su apropiada perspectiva los dos con­ceptos sociológicos centrales sobre los cuales construye su ideolo­gía neo-socialista: el de la “dignidad” , basada en los valores exis. tenciales del humanismo contemporáneo; y el de la “ contravio­lencia” , o rebelión justa, que se apoya en la moralidad teletica.

El sentido de la dignidad en Torres, es esencialmente una re­capitulación del ethos secular: habla de ella con énfasis en su última proclama “desde las montañas” (Torres, 1966, p. 102), y la Plataforma de marzo se dirige casi exclusivamente a señalar los elementos que permiten darle su verdadero valor al pueblo, a las “mayorías populares” . Subraya los factores de movilidad social que van llevando a la liberación del hombre trabajador, así en el campo como en la ciudad (pp. 54,56, 97,98). Elabora el sen­tido moral que esta tarea tiene para la redención del pueblo y el progreso nacional.

Conectados con esta meta de la revaluación del hombre se mueven también, dentro de la concepción de Camilo Torres, los otros elementos del ethos secular instrumental. El supranaciona- lismo se expresa en la Plataforma al apoyar el ideal de la inte­gración latinoamericana (p. 21) y al proponer que Colombia ten­ga relaciones con todos los países del mundo (p. 23). Condiciona estos valores al fomento adecuado del nacionalismo, especialmen­te el económico, para lo cual el pueblo necesita “objetivos con­cretos de desarrollo” (p. 98). Además es indispensable declararla independencia de los intereses oligárquicos que mantienen al país subordinado a los Estados Unidos de América. Por eso, el plura­lismo es necesariamente “anti-intervencionista” , condenando las actitudes entreguistas de los grupos nacionales (pp. 38, 68, 102).

Los valores de la técnica son enfatizados por Camilo Torres en muchas formas, especialmente en su deseo de crear la unidad a través de la aplicación de las ciencias sociales y económicas tra­ducidas a la realidad colombiana. Esta tarea sería hecha por “ lí­deres capaces de abandonar todo elemento sentimental y tradi­cional que no esté justificado por la técnica, prescindiendo de es­quemas teóricos importados... para buscar los caminos colom­bianos” (pp. 98,99). Su plataforma propone, además, la planifL cación y la intervención estatal, con nacionalización de varias instituciones la educación pública gratuita y obligatoria, y la au­tonomía universitaria. -

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El esfuerzo comunal tuvo en Torres un defensor decidido. Las reformas agraria y urbana que propone en la Plataforma se ba­san en un tipo u otro de acción colectiva. Cita a la “ acción comu­nal1’ como “fundamento de la planeación democrática” , auspi­cia el cooperativismo y busca una mayor participación de los obre­ros en las empresas (pp. 18,21, 59,60).

Camilo Torres añade una dimensión decisiva a la revaluación del hombre con la idea de la justificación moral de la rebelión o la contraviolencia. Esto le lleva a postular la lucha del pueblo contra el “antipueblo” , es decir, la oligarquía tradicional. Su pen­samiento queda plasmado en cuatro de sus “Mensajes” : los diri­gidos a los cristianos, a los campesinos, a la oligarquía y a los presos políticos. Plantea en primer lugar que “ la oligarquía tie­ne una doble moral de la cual se vale, p,or ejemplo, para condenar la violencia revolucionaria mientras ella asesina y encarcela a los defensores y representantes de la clase popular” (pp. 80, 83, 86); o dividiendo al pueblo en grupos enfrentados artificialmen­te, combatiéndose entre sí por asuntos académicos como la in­mortalidad del alma y distrayéndolo de descubrir el verdadero sentido social de la idea de que “el hambre sí es mortal”. Dice luego, que como “tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar de las m ayorías... [que] no los van a buscar las mino­rías privilegiadas que tienen el poder... es necesario entonces quitarles el poder... para dárselo a las mayorías pobres. La reí" volución puede ser pacífica si las minorías no hacen resistencia violenta” (pp. 33,34). Y como esta revolución busca la justicia, ella es “no solamente permitida sino obligatoria para los cristianos” (p. 34).

No es posible entrar aquí a la polémica sobre la justificación del uso de la violencia, que lleva ya varios siglos, y en la qué'se empeñan hoy teólogos y filósofos ipuy distinguidos (cf. Shaull.1966, Wendland, 1966). Tampoco es necesario acudir a las clási­cas tesis de Santo Tomás de Aquino sobre la “guerra justa” , aun­que es sugestivo recordar la forma como esta idea fue resucitada en el siglo XVI para legitimar la conquista española y la sub­versión cristiana. Entonces se buscaba justificar el empleo de la violencia para subvertir el orden áylico: éste era un patrón de vi­da normativa y moralmente autónomo, que se quería suplantar por otro cristiano, considerado superior. Vertido a la situación ac­tual, aparece el mismo argumento para el empleo de la violencia. Obviamente, esta violencia no armoniza con el orden del Frente Nacional, sino que encuentra su justificación en el orden social emergente, el que habrá de venir, que se considera superior. Se basa en otras normas: las de la subversión positiva, y por eso es

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contraviolencia. Esta idea es semejante a la distinción que hace Lenin entre “violencia revolucionaria” y violencia reaccionaria” (“La revolución proletaria y el renegado kautsky” , 1934-1938, VII, p. 175). La primera es la del pueblo justamente rebelado; la se­gunda, la de la oligarquía que defiende sus intereses creados.

Evidentemente, como decía Ortega y Gasset, la violencia viene a ser como la “razón exasperada” ; para Marx, ella es la “par­tera. dé la historia'’ ' El problema no es tanto su justificación ab­soluta cuanto lo concerniente a las condiciones y limites de su empleo. La utilización de la violencia acarrea problemas de es­trategia, porque puede ser un catalizador tanto como un alienador de ellas, como hemos visto en páginas anteriores. La estrategia depende de las circunstancias históricas y sociales, según las metas inmediatas y de largo alcance que se proponen los grupos rebeldes (cf. Torres, 1966, p. 58). En todo caso, es una estrategia que se basa en el hecho de que existe una violencia real para mantener el statu quo y que se expresa en muchas formas de co­erción por el Estado reaccionario, (Míguez Bonino, 1966; M. Weber, 1922). Camilo Torres sostenía que esta violencia es inmoral cuando se dirige contra el pueblo, y que se torna tiránica cuando éste no respalda al gobierno (Torres, 1966, p. 34; cf. Johnson, 1966, p. 91). A esa violencia enfrenta la contraviolencia, en la medida y con la intensidad con que actuaran las minorías en el poder. Deja así a estas cosas con la grave responsabilidad moral de desencadenar la revolución sangrienta.

Finalmente, declara Torres que hay dos pruebas por las cua­les ss puede medir la eficacia de la mística revolucionaria: la pobreza y la persecución (pp. 65, 74, 81). La mística rebelde, por supuesto, la mantienen los grupos insurgentes. Además de la guerrilla, los más importantes son los conformados por obreros y estudiantes (pp. 53, 63-66), que fueron precisamente quienes más apoyaron el movimiento del Frente Unido.

Estos son los elementos principales de la utopía pluralista que Camilo Torres presentó al país como meta para adoptar “un sis­tema orientado por el amor al prójimo” (p. 35). Puede verse que sintetiza y simplifica algunas de las tendencias instrumentales del mundo moderno, reiterando anteriores ideales socialistas, vertiéndolos en moldes culturales propios, y buscando la auten­ticidad colombiana. No es una utopía clerical, porque el Padre Torres hubo de dejar precisamente la estructura de la Iglesia para divulgar y combatir por su ideal, aunque ninguna de sus’ tesis contradiga las enseñanzas de la Iglesia. No pueden ser ideas liberales ni conservadoras, porque la dinámica política ac­

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tual ha superado el marco ideológico en que funcionaban aque-j líos partidos, a los que nunca perteneció Camilo Torres. Ni tam­poco es copia servil de planteamientos ideológicos concebidos por filósofos europeos, ni traducción de constituciones o precep­tos de países más adelantados, como ha sido hábito entre polí­ticos e intelectuales colombianos. Presenta más bien, como se dijo antes la visión de una sociedad completamente abierta y justa, con amplias oportunidades para todos, en la que se res­petan las divergencias de opinión, creencia y actitud.

Decantación de la Utopia Pluralista.

Inevitablemente, se cumple con el pluralismo utópico el pro­ceso de decantación que afecta a las utopías absolutas, para convertirlas en relativas. Quizás una tan exigente como ésta ño podía ser seguida con fidelidad ni por los grupos activistas ni por los simples espectadores.

Uno de los primeros grupos en demostrar incomprensión, fue uno de sacerdotes de la Iglesia Católica colombiana, que empe­zaron a atacar al Padre Torres declarando que sus doctrinas eran “erróneas y perniciosas” (Inquietudes, 1965, p. 35). El “ca­so Camilo Torres” destacó algunos anacronismos e incongruen­cias que afectaban a la Iglesia Nacional. Esta revelación hirió a los prelados; pero dio la razón al cura rebelde. He aquí una Igle-“ sia cuyos grupos más representativos, ante el drama del sub- desarrollo humano y social del pueblo, prefieren cerrar los ojos y evitar la autocrítica para sostener un orden social que objeti­vamente es injusto (pp. 44-59). Para un sacerdote ilustrado como el Padre Torres no podía haber otra salida que separarse de la’ estructura clerical de aquella institución que, paradójicamente, le alejaba de Dios y de su obra en la historia. En el documento del 24 de junio no solo confirmó el ideal pluralista, sino que puso a prueba la sinceridad de sus hermanos y superiores en la fe. Aún así, después de la muerte en las montañas de Santander, otro sacerdote colombiano pretendió" excusar el hecho sostenien­do que el Padre Torres había sido víctima, no del orden social y religioso contra el cual batallaba, sino de las “taras” de su persona y de su falta de preparación intelectual (Andrade Val- derrama, 1966, pp. 177-181).

No ocurrió solo la deserción e incomprensión de muchos “her­manos en la fe” del Padre Torres. También se registraron difi­cultades de la aplicación de la utopía por el propio innovador. En los casos históricos anteriores de decantación de utopías, hu­bo un período prolongado de discusión y difusión, y hasta un de­

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terminado empeño para experimentar las innovaciones, como se hizo en La Española, Cumaná y Michoacán bajo la inspiración de Las Casas y Quiroga. Ahora todo se desvirtúa en ocho meses durante el año de 1965.

El estudio de este proceso merece atención por parte de so­ciólogos. Solo se sabe que el “aparato pluralista” no logró re­sultados en la práctica, y que al nivel comunal y vecinal los diversos comandos del movimiento (desde el demócrata cristia­no hasta el comunista), en vez de aplicar la tolerancia esperada, tornaron los grupos en una torre de Babel. Esto fue un error tác­tico que hizo dispersar el movimiento del Frente Unido, cuyo núcleo se fue reduciendo a miembros “no alineados” , es decir, personas activistas y de avanzada que no pertenecían formal­mente a ningún grupo político.

Hay indicaciones que muestran que Camilo Torres, poco antes de ingresarla la guerrilla, empezaba a reorganizar su movimien- to" con base en los “no alineados” . Esto le habría permitido ho- mogeneizar su grupo y crear en verdad otro partido. Sin embargo, asi se perdía el carácter pluralista del movimiento y se proto­colizaba la decantación de la utopía. Esta quedaba, en esencia, como una ideología afín a la introducida preliminarmente en la década de 1920, pero más diáfana y colombiana y más com­prometida que aquella con la acción revolucionaria.

Anticipando los hechos por el estudio de la historia que pre­cede, se puede esperar que la utopía pluralista logre refractar el orden del Frente Nacional y descomponerlo en forma seme­jante a como ha ocurrido en períodos anteriores de transición. Su impacto —como el de las otras utopías— puede tomar aún algún tiempo, para hacerse sentir más adelante con toda su re­novante fuerza subversora, aquella que llevaría al neo-socia- lismo revolucionario.

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Alternativas para la proyección

Al reiterarse la utopía corno hemos visto, se han vuelto a sen­tir las incongruencias del orden social actual y a descubrirse las Inconsistencias normativas, las contradicciones y las injusticias existentes. Según el marco que vamos siguiendo, se puede an­ticipar —en la teoría y en la práctica— una descomposición del orden del Frente Nacional, con la creación de grupos rebeldes apropiados en dispersión constante, llevando el nuevo mensaje " de antivalores v contranormas a todos/los. piyeles de la socie­dad. Tiste último reto vuelve a poner en jaque a los personeros de la tradición. A

El proceso de descomposición del orden ya debe estar claro. F.1 estudio de la historia colombiana y la conducta de los diri­gentes del pasado, nos lo han enseñado. Hay indicaciones sobre cuáles son los mecanismos que permiten darle dirección al cam­bio económico y social. Se han demostrado cuáles son los fac­tores que permiten que duren los nuevos valores. Se ha ilustra­do también sobre las maniobras de ajuste con que se frustrano promueven las subversiones, a través de la captación de la antiélite, el control de la tecnología y la utilización de la vio­lencia y la hegemonía política.

.Mal parecería ahora que con estas lecciones de la historia no se lograra preparar una verdadera subversión que permita ga­nar al final el desarrollo y alcanzar las metas valoradas que nuestra sociedad ha venido persiguiendo desde hace tanto tiem­po. Esta debería ser una preocupación no solo de todo buen co­lombiano sino de todos los científicos sociales contemporáneos i.

1. Al entrar a discutir las alternativas de proyección hacia el próximo orden social —el Quinto de la serie histórica,— es necesario recordar las limitaciones de la “autorealización profètica” a que se hace re­ferencia en el Apéndice C. Cuando el científico anticipa, procede con base en tendencias observadas y en la existencia de factores que tie-

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Debe recordarse que hay diferencias importantes entre el so-"1 cialismo clásico introducido en la década de 1920 y el neo-so­cialismo de hoy, cuyo temple es más local. La esencia de este "socialismo a la latina” es revolucionaría, es decir, no teme re­conocer la importancia de la rebelión justa, e incluye la con­traviolencia dentro de sus proyectos de acción, como parte de la estrategia politica. Por eso, el neo-socialismo actual, compro­metido con el cambio en profundidad, es distinto al socialismo' adoptado por grupos anteriores (en el fondo tradicionalistas) que tienden a una política reformista, evolutiva o meramente elec­toral. Por eso también los grupos claves del movimiento subver­sivo solo serán aquellos que armonicen con la estrategia de la revolución necesaria y el cambio social profundo.

Bases para la Proyección del Cambio.

Para entrar a considerar de manera general las alternativas de proyección a mediano y largo plazo de una posible subversión en Colombia, puede partirse de dos hechos que tienen obvias consecuencias sociajes, económicas y políticas. En primer lugar,

' al pasar a la categoría de semi-urbano por diversas causas, el país ha alcanzado un nivel mayor de integración regional. La ciudad como tal empieza a incidir sobre el comportamiento de los colombianos. Esta integración regional y urbana afecta la organización de los partidos y obliga a modificaciones radicales de tácticas para coordinar la acción en más densos y amplios territorios. En segundo lugar, el aumento de población ha pro­ducido una gran masa de gentes jóvenes que se han socializado en los antivalores de la secularidad instrumental. Estas son per­sonas que no se sienten fuertemente vinculadas a la tradición, que .actúan fríamente ante los dos partidos principales y que no votan por ellos porque esperan pautas nuevas de acción po­lítica (cf. Weiss, 1968).

nen probabilidades de registrarse en repetidas ocasiones. No tiene otro recurso del que pueda responder con seriedad.Esta práctica, tan común en las ciencias exactas, se complica en el campo de lo social por los efectos que la exposición pública de los resultados de una investigación social pueda tener en los hechos pos­teriores con ella relacionados. Este fenómeno puede ser inevitable en el presente caso, lo que debe llevar a anticipar igualmente sus con­secuencias, para hacer más adelante las distinciones empíricas nece­sarias. Habría que discriminar las divergencias entre la realidad y la proyección que aquí se hace, y también aquella porción del cambio, (o de su refrenamiento) condicionada por la exposición pública de este estudio.

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Sobre estos hechos de bulto juegan negativamente varios fac­imos sociológicos: 1 ) el aumento en la "escala social” —que in- fl(li‘ en las formas de interacción de las comunidades— no ha llevado oportunidades suficientemente amplias de avance so­cio .económico, y en cambio ha producido el estancamiento o eli les censo del nivel de vida en sectores mayoritarios de la po­blación; 2 ) la acumulación dispareja de la técnica en los gru­pos de la industria, la defensa, el transporte, la medicina, la /■iiricultura, etc., ha seguido produciendo incongruencias y ten­siones que dramatizan las injusticias, como ocurrió en la se- Kunda mitad del siglo XIX y comienzos del actual. Mientras tan­to, los grupos subversores de la generación de “ la Violencia” han cañado la ventaja de la compulsión moral frente a los mayores cuyos esfuerzos se frustraron, y las metas valoradas están ahora mucho más claras y delineadas contra los elementos que deben completar o suplantar.

Hay también otra definición que afecta la proyección del con­flicto: los grupos tradicionales enemigos del cambio, contra los cuales se dirigiría principalmente la subversión, han quedado más visibles. Son ellos: los terratenientes, gamonales e interme­diarios que explotan a los campesinos; los empresarios, indus­triales y banqueros que monopolizan los recursos de que dispo­nen, y que ignoran a la gente pobre más necesitada; los miem­bros que del alto clero siguen identificándose con los aristócra­tas, los ricos y los gobiernos; los militares, políticos, intelectua­les y periodistas sujetos a la influencia del neo-colonialismo, que se plegarían a los requerimientos de entidades extranjeras hoy incompatibles con las metas de desarrollo regional; y tam­bién otros sectores similares de la oligarquía tradicional.

Sobre estas bases generales actúan factores específicos que in­tervienen en la predicción a corto plazo: 1 ) el efecto de la “ gue­rra fría” entre Oriente y Occidente que ha llevado al país más y más a una relación de dependencia dentro de la esfera de influencia de los Estados Unidos de América, como nación do­minante, hasta el punto de convertir a una parte de las clases dirigentes colombianas en cónsules del “modo de vida america­no” y a los países latinos en satélites (Jaguaribe, 1966); 2) la conversión del Frente Nacional en uno de “Transformación Na­cional” , bajo la presidencia de uno de los “jefes natos” del par­tido liberal, el doctor Carlos Lleras Restrepo; 3) la aparición de posibles antiélites dentro o fuera de los partidos tradicionales; y 4) la intensificación de movimientos populares de resistencia y protesta en las ciudades y en los campos, que responden a las tensiones producidas por las incongruencias del “sistema” .

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Las relaciones de dependencia y dominación entre los países del hemisferio fueron discutidas atrás. Ahora es pertinente des­cribir lo relativo a los otros tres factores que restan.

La campaña presidencial del doctor Lleras Restrepo, bautizada como de la “Transformación Nacional” para aplacar el descon­tento nacional, hizo saber a los colombianos que el nuevo go­bierno iría a luchar por una sociedad más justa, ofreciendo igualdad de oportunidades para todos; abriendo la educación a la totalidad del pueblo; garantizando el acceso fácil de éste a los servicios médicos y hospitalarios; acelerando la reforma agraria e impulsando el cambio en la estructura de la sociedad campesina; adoptando nuevas formas de capitalización social que impliquen una modificación gradual del sistema capitalis­ta; modificando las instituciones que favorecen la concentración creciente de la riqueza y del ingreso; atendiendo especialmente a las clases marginales para incorporarlas plenamente a la v i­da de la comunidad; dándole participación al trabajo en el planeamiento del desarrollo económico y social y proponiendo reformas para el mejoramiento de la función del Estado (Ac­ción Liberal, 1966, p. 43).

Tan ambicioso plan necesita de una decisión para superarlas dificultades intrínsecas que le presenta el sistema político-eco­nómico del Frente Nacional, en el cual debe actuar el presiden­te: el sistema no le permite formar un equipo homogéneo de gobierno y el Congreso Nacional se traba frecuentemente. El presidente Lleras Restrepo, durante el período desde la toma de posesión (7 de agosto de 1966), ha demostrado que es hombre de empeñó, y que su gestión puede ser favorable a la transfor­mación en sectores importantes. No obstante, si el gobierno se orienta hacia un genuino cambio, no podría contar con el apo­yo de aquellas personas y grupos oligárquicos cuyos intereses- quedan afectados por la nueva política. No es probable que esto ocurra, simplemente porque el sistema constitucional impide realizar cambios significativos y profundos, así sean estos los que el país necesite. Así, el fracaso del Frente Nacional —aun con su mejor gobernante— no solo es previsible, sino que se torna en realidad.

Anticipando en forma realista este fracaso y reflejando la pre­sión popular del cambio, varias organizaciones de gentes preo­cupadas aparecieron en los últimos años que pudieron haberse convertido en antiélites ideológicas. Una de ellas fue el Movi­miento Revolucionario Liberal (MRL), encabezado por el doc­tor Alfonso López Michelsen. Cuando surgió este movimiento en 1959, representaba una verdadera protesta popular. Pero en vez

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do persistir en la línea de la oposición, el MRL perdió poco a poco su ímpetu revolucionario y sus jefes empezaron a dejarse captar. Las masas les fueron abandonando a medida que la cap­tación ocurría, hasta que no quedó otro camino a los antiguos dirigentes que asimilarse a las filas del partido liberal tradi­cional, a fines de 1967. El MRL perdió su ímpetu subversivo y descartó sus plataformas rebeldes para aceptar puestos en el gobierno del Frente Nacional y negociar la aprobación de leyes en el Congreso.

Otro grupo con posibilidades similares de antiélite fus el or­ganizado por jóvenes políticos e intelectuales en el pueblo de La Ceja (Antioquia), en agosto de 1966. Los representantes de este grupo hablaron de metas socialistas y se inclinaron hacia el pluralismo, quizás impresionados por la respuesta popular al Frente Unido que habían constatado meses antes. Pero también en este caso no se trataba sino de una rebelión corta y verbal dentro del partido liberal. Luego de propiciar la captación del liderazgo del MRL, los de La Ceja también volvieron a filas, cuando los jefes del partido empezaron a reconvenirles y a im­pedirles realizar una acción más eficaz. Hoy sus miembros cap­tados están en el gobierno, y no parecen tener más los ímpetus de la posible antiélite que pudieron haber conformado.

No han aparecido nuevos grupos en Colombia que puedan considerarse como antiélites actuales o en potencia, es decir, con un verdadero compromiso con el cambio social revolucionario. Solo persisten algunas organizaciones clandestinas, las guerri­llas, grupos de universitarios y círculos intelectuales, que man­tienen vivas las brasas de la subversión. Esta situación podría continuar hasta cuando se creen condiciones objetivas para la insurgencia general.

El único jefe político que ha logrado últimamente acercarse a estas masas, especialmente las urbanas, ha sido el general Gustavo Rojas Pinilla, director de la Alianza Nacional Popular (ANAPO). Su estrategia ilustra la forma como se pueden utili­zar los temas del ethos secular en la actividad política. En efec­to, se advierte que el apoyo popular que la ANAPO ha alcan­zado proviene, no solo de su papel como protesta, sino de la adopción de metas seculares, adobadas con algo de lucha de clases. Los últimos discursos y escritos de los jefes de ese mo­vimiento van salpicados de consignas como las de la “revolu­ción nacional” y el nacionalismo, y la lucha contra la ignoran­cia, el latifundismo, la desigualdad económica, el fraude electoral, el imperialismo y el poder de los monopolios. Se busca que de

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la revolución nacional surja “un nuevo orden más justo, más humano, más cristiano” a través de un Estado técnico y planifi cador que impulse “el despegue de nuestro país hacia el des­arrollo". La meta inmediata es romper el molde del Frente Na cional, creando un tercer partido conformado por personas li berales y conservadoras de origen popular, que se imponga en los comicios y que pueda llevar a su jefe por segunda vez a la Presidencia de la República (Somatén, Bogotá, N? 2, Febrero de 1967).

Como hemos visto, el análisis social e histórico tiende a de­mostrar que solo los movimientos genuinamente populares pue­den garantizar cambios significativos en Colombia. Los que han aparecido últimamente demuestran que hay masas de jóvenes y adultos —hoy alejados de todos los partidos y absteniéndose de votar por ellos— que han declarado su independencia espi­ritual y política. Pero estas masas no se han movilizado, aunque hubieran podido responder a la corta e impresionante campaña de Camilo Torres en 1965. Evidentemente, les faltan dirigentes decididos. Las masas están ajlí a la espera de grupos claves que las motiven, para entrar a constituir organismos subversores.

El factor popular, dramatizado hoy por la ANAPO y sus tác­ticas, no puede ignorarse mientras exista el Frente Nacional y se identifique éste con las incongruencias, fallas e injusticias del orden social vigente. Algo inusitado podrá ocurrir: que a fal­ta de otro liderazgo, el pueblo mismo produzca espontáneamente sus propios dirigentes. La creación de esta “antiélite popular” sería uno de los actos más decisivos de la subversión neo-socia­lista.

Estrategia de la Subversión.

Bien se puede apreciar la potencialidad del movimiento de cambio que se dibuja hoy en el país y que debería llevar even­tualmente a la meta del Quinto Orden. Esta posibilidad invita a los grupos claves del período a considerar los mecanismos y factores estudiados, con el fin de adoptar una estrategia a corto y a largo plazo para adelantar la subversión neo-socialista, cons­truyéndola desde el principio como lo imponen las circunstan­cias actuales. El análisis anterior permite anticipar los siguien­tes aspectos, basados en los mecanismos del cambio definidos en el Capítulo 4.

1. Hegemonía Política. Obviamente, la meta de los grupos claves en períodos de subversión ha sido y es el control hege- mónico del poder. Ya se ha observado que el sistema actual de

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i¡i>lili‘rno compartido en el Frente Nacional produce “rigideces v limitaciones a la acción política para llevar a cabo la trans­form ación que el país requiere” (Agudelo Villa, 1966). Existe un plazo legal hasta 1974 para que el sistema termine; pero las in- mnKruencias del orden social-burgués, destacadas por la abs­tención electoral de origen secular y las repetidas crisis econó­micas y políticas, pueden irse acumulando a tal velocidad que exijan una revisión total de las reglas del juego político antes ilc ese año, como ha ocurrido periódicamente en Colombia (1886, 1910, 1936, 1957).

La aceleración del cambio, con la sensación de inseguridad !• indecisión que acompaña a toda subversión, puede llevar a la oligarquía a experimentar lo que Chalmers Johnson llama el “vacío del poder” . Este es uno de los síntomas que indican la cercanía de la revolución, es decir, la entrada del cambio social a su modalidad violenta (Johnson, 1966, p. 91). Para esta even­tualidad también pueden anticiparse las salidas. Al no quedarle otra esperanza a las clases dominantes que el apoyo de la fuer­za armada, se produce el enfrentamiento con el pueblo. El vacio del poder llevaría a las masas populares encabezadas por nue­vos líderes rebeldes a considerar ilegítimo el uso de la violen­cia por tal gobierno, proclamando la rebelión justa o contravio­lencia.

Este conflicto puede tener contornos de lucha de clases, por­que el orden del Frente Nacional ha debilitado a los dos par­tidos policlasistas, identificando en cambio, con mayor claridad, a la oligarquía. A este hecho se añade “La Violencia” , a la que vuelve a interpretarse en términos de conflicto clasista. El de­senlace de este conflicto puede ser un desplazamiento completo de las élites actuales y la caída de sus regímenes de fuerza. En efecto, no ayuda a los grupos dominantes ni la moralidad de su posición —cada vez más indefendible— ni sus actitudes caudi- llistas anticuadas. Si para frustrar la subversión anterior se in­molaron más de cien mil vidas campesinas en Colombia, sería criminal que los poderosos repitieran el hecho para frustrar el nuevo impulso del cambio, aún más sabiendo que las circuns­tancias históricas no le favorecen en este conflicto.

La posibilidad del conflicto violento para ganar el poder lleva a estudiar el papel de las operaciones revolucionarias que John­son identifica como “aceleradores” del conflicto (1966, pp. 98-99; cf. Smelser, 1962, p. 352; Maclver, 1942, pp. 163-164). Si se acep­ta la tesis de Camilo Torres de que el uso de la contraviolencia dependería de la represión que hiciera la élite para defender el

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orden social que se considera injusto, los grupos insurgentes bus earán contar con los elementos necesarios para responder en ca lidad. Estos elementos de la contraviolencia serían, en efecto, el equivalente de la coerción de que dispone el sistema y cuy.i utilización por el Estado se anticipa normalmente. Por eso se puede prever la multiplicación de grupos que exijan la entrega total a la causa del cambio para llevarlo al punto revoluciona­rio: guerrillas, cuadros urbanos y grupos obreros convencidos, intelectuales y estudiantes organizados, campesinos con con ciencia y células clandestinas, como ha ocurrido en los perío dos subversivos anteriores. Ya existen núcleos “aceleradores” de consideración en el Sinú, en Santander (Ejército de Liberación Nacional, ELN) y en el Huila (Fuerzas Armadas Revoluciona­rias de Colombia, FARC) con sus respectivos entronques urba­nos. N,o existe razón para que no se formen otros núcleos iden tificados también con la lucha contra el sistema.

2. Liderazgo. En todo caso, la estrategia que llevaría al po­der hegemónico implica una dirección adecuada de la subver­sión. Este segundo factor compulsor —la habilidad directiva— implica articular espontánea o conscientemente los cuadros ca­paces de superar los obstáculos de la lucha y conforma la “ge­neración decisiva” de que hablaba Ortega y Gasset (1933, pp. 51-52). Uno de los grupos claves históricos ha sido y sigue sien­do la posible antiélite universitaria, como la que jugó papel en las subversiones de 1848, 1925 y años posteriores. Los jóvenes tienen el derecho a conocer los detalles de la realidad nacional y su afán de incorporarse a la lucha para resolver los proble­mas colectivos es muy comprensible. Por eso esperan que la en­señanza corriente se complemente con una ideología decisiva de cambio, impartida por una universidad autónoma.

Recordando la significación que las antiélites han tenido en determinados momentos históricos (la Escuela Republicana de 1850, “Los Nuevos” de 1922) la aparición de grupos decididos de este tipo abre perspectivas de interés. Puede ser otro síntoma favorable de refractación del orden. No obstante, en estos casos se anticipa el doble curso que las antiélites podrían seguir en el futuro. Por una parte, pueden inducir la captación positiva rompiendo su propio molde ideológico en el momento adecuado, con lo que el país avanzaría hacia el nuevo orden social. O pue­den producir una captación reaccionaria, lo que sería elemento de una nueva frustración. Tales indecisiones serían menos pro­bables en grupos populares como las guerrillas, los grupos urba­nos comprometidos y las células clandestinas, cuyo liderazgo está más convencido de la necesidad del cambio revolucionario.

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Por último, puede verse que con el liderazgo subversor se neu- i ni liza el efecto estabilizante que tienen sobre la sociedad los personeros del orden. Estos, por regla general, cuentan con el , mtrol de los medios de comunicación, del confesionario y el pulpito para calmar las justas iras de] pueblo. Pero no les asis­te ■> los personeros del orden la fuerza de la convicción moral, y nna labor tesonera por parte de los subversores no puede dejar ile causar desasosiego y estragos entre ellos.

3. Difusión social. En cuanto al otro mecanismo de compul­sión —el de la difusión del cambio— se anticiparía una apro­piada aceleración para llegar a la comunidad, el vecindario y la familia. El objeto sería llevarles las consignas de la subver­sión mediante una organización social eficaz, como ocurrió en el exitoso caso de la conquista española. Siempre ha contado en esto el ejemplo personal, la imaginación creadora, la indoctri- nación práctica, el ideal y la mística de servicio, para estimular nuevas actitudes y formas de vida en la sociedad. Este es el campo real de la batalla con la tradición, que tiene allí a su favor la socialización del orden. De lo que allí ocurra depende­rá que el movimiento subversor se convierta o no en "populis­mo” o simple demagogia, y se frustre, como ha ocurrido antes en Colombia y otros países americanos.

En este campo puede proyectarse también la influencia reno­vadora de las Iglesias, con obispos, párrocos y ministros ilus­trados que apoyen activamente el devenir del nuevo orden y que trabajen hombro a hombro con los subversores. Ya se encuen­tran, por fortuna, sacerdotes y ministros capaces de enfrentarse a las injusticias de los sistemas imperantes. Estos curas y mi­nistros pueden llegar a ser voces proféticas, como Amos y Oseas, y salvar así, de paso, a la Iglesia colombiana.

4. Apoyo Tecnológico. Es vital el control de la tecnología, no solo para imponer la subversión, sino para mantener la di­rección de ella y estabilizar el orden subsecuente. En esto, la lección de la historia ha sido especialmente clara, al estudiar­se los períodos de la subversión cristiana y el ajuste del siglo XIX. Se cuenta hoy con medios más avanzados de comunica- cación e instrumentos perfeccionados para la producción indus­trial, la electrónica, la automación, la medicina, etc., que pue­den ponerse al servicio de la subversión. Se considera especial­mente importante el control de la defensa militar. En vista del aburguesamiento de la alta oficialidad parecería útil aprender de los casos anteriores de adoctrinamiento e infiltración en las fuerzas armadas por grupos progresistas. Sería difícil a la lar­

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ga para las fuerzas armadas no fraternizar con el pueblo en rebelión justa, porque son parte de él. Especialmente los oficia­les jóvenes, suboficiales y soldados que se han secularizado y adoptado una mentalidad abierta hacia los problemas socia. Ies no podrían quedar al margen del esfuerzo de sus propios ami­gos y parientes para ganar las metas colectivas. Tarde o tempra­no habrían de respetar la lucha que ello implica.

Además del esfuerzo indoctrinador en las fuerzas armadas, sobresale la utilización de todos los conocimientos que ofrece la ciencia moderna para adelantar una labor creadora. Un es­fuerzo tan gigantesco como es reconstruir una sociedad, requie­re de la mayor inventiva y de la más aguda ingeniosidad en sus miembros para producir los elementos técnicos necesarios para el desarrollo. La universidad vuelve a destacarse en este sentido; pero el pueblo mismo, con algún estímulo, también puede producir soluciones técnicas (cf. Fals Borda, 1958, pp. 39-

5. Apoyo internacional a la subversión. Finalmente, como parte de la estrategia más amplia que pueda proyectarse para el cambio social profundo en Colombia, se observa la necesidad de una alianza internacional de grupos subversivos1 que con­trarreste la antigua y poderosa conspiración internacional de los amigos del statu quo. Hasta ahora la ventaja ha sido para éstos, por estar apoyados en gobiernos y entidades privadas coordina­das por intereses imperialistas que no reconocen fronteras. Una de las últimas salidas de éste hábil grupo fue la captura de la “Alianza para el Progreso” , para convertirla en refuerzo de sis­temas políticos decadentes. Asimismo pueden organizarse los gru­pos rebeldes: como su enemigo es internacional, tienen que plantear la lucha en toda la región americana, buscando la uni­ficación de ésta en el plano subversivo y rebelde, y apelando si es el caso a aquellos grupos afines de allende el mar.

Evidentemente, hay grupos subversivos que piensan de m a­nera semejante a los rebeldes colombianos, en países avanzados que han estado históricamente vinculados con Colombia, como los Estados Unidos de América, Alemania, Francia, Bélgica, Ita­lia, Gran Bretaña y otros más en Europa. Estos grupos, hoy ata­cados o marginados en sus respectivos países, pueden catalizar allí movimientos sociales y políticos importantes que varíen los factores del poder, y que dejen sin piso, de rebote, a los grupos nacionales entreguistas de nuestros países dependientes. Son los obreros jóvenes que buscan una mayor participación en las de­cisiones de sus empresas y combaten la tradición capitalista; los

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Alii i nativas para la Proyección 171

'i' icros que luchan por su dignidad y por la justicia social; los lidiantes e intelectuales que resucitan la búsqueda de la crea­

tividad paa aplicarla a estructuras anticuadas y propiciar la renovación de toda la sociedad. La ayuda de estos grupos rebel­des de países avanzados no dejaría de ser importante. Pero tam­il lén ellos recibirán estímulo de sus compañeros insurgentes en los países menos desarrollados.

La asistencia internacional a la subversión está ya institucio­nalizada en la Organización Latinoamericana de la Solidaridad (OLAS), con sede en La Habana. Este es un hecho nuevo y sig­nificativo que reconoce las verdaderas dimensiones de la lucha revolucionaria en los países de América. ¿Será que la verda­dera integración latinoamericana —la que libere a la región de su antigua y pesada dependencia— se conseguirá más bien por la subversión que hermana a los rebeldes de todos nuestros paí­ses? Esta posibilidad existe. Por ser este ideal genulnamente propio, su realización sería inmensamente creadora y así m e­recería el resp'^o universal.

En conclusión, pueden verse los principales elementos utópi­cos, los mecanismos y los factores que entran al actual juego de la compulsión y el ajuste en Colombia. De su contrapunto de­penderá la descomposición del orden social-burgués del Fren­te Nacional.

Los años que siguen son cruciales. Al descomponerse el orden del Frente Nacional por la utopía, queda nuevamente revelado que las generaciones jóvenes han vuelto a recibir una heren­cia dudosa: sus mayores no han logrado resolver los viejos pro­blemas de identidad colombianista y de progreso colectivo, y han dejado en cambio que se acumulen incongruencias sociales unas sobre otrás. Las de hoy se componen del pesado aparataje bur­gués inflado con mitos democráticos que conviven en el molde decrépito de la señorialidad. La herencia de hoy es la acumu­lación de tres frustraciones: la cristiana, la liberal y la bur­guesa. Razón de más para tomar cuenta de la crisis que viene y tener conciencia de su verdadero y complejo significado.

La subversión neo-socialista puede crear en Colombia un mo­vimiento de envergadura que lleve a una sociedad superior a la que existe. El éxito de la subversión dependerá de la forma como sus actores controlen los mecanismos y factores del juego del ajuste y compulsión. Si la historia sirve de maestra, la llega­da del QUINTO ORDEN no deberá ser apocalíptica. Puede abrir un compás de esperanza, para que Colombia se encuentre al fin a si misma.

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Apéndice A

ALGUNAS TIPOLOGIAS DE SOCIEDADES EN

TRANSICION

El fenómeno del cambio social acelerado ha producido re­cientemente algunas clasificaciones y nuevos conceptos en la so­ciología, que merecen una corta reseña. Uno da tales intentos es el de Alvin Boskoff con su concepto de “ indecisión social” (1959), postulado en términos de “ disfunción” y de la necesidad de res­taurar la estabilidad anterior. Otro es el de Jacques Lambert, cuando se refiere a las “sociedades duales” (1960, pp. 27-50), en las que conviven formas de vida de diferentes “ tiempos” y “técnicas” , produciendo desajustes y “asincronías” (Germani, 1962).

El dualismo es en realidad una noción muy antigua (se en­cuentran referencias análogas en la literatura griega clásica), cuyos antecedentes inmediatos principales son la dicotomía de Tonnies y la distinción que sobre solidaridad social hace Durk- heim. Estas dicotomías abran la puerta a toda una serie de tipo­logías polares: la folk-urbana de Redfield (más de sus seguido­res, pues el autor no la concibió así), la sacra-secular de Becker, la de status-contrato de Maine, que son de difícil constatación en el terreno. Porque la realidad presenta características inter­medias o mezclas de los tipos polares, que hace difícil su recon­ciliación con la tipología (Moore, 1963, pp. 66-68). Además, lógi­camente una polaridad no puede trasladare a la realidad como jan continuum (Martindale, 1960, p. 93); por eso impide dar el segundo paso hacia el análisis de los elementos sociales de un período de transición, especialmente cuando esta tiene ingre­dientes ideológicos y utópicos.

.Ocurre algo similar con el concepto de sociedad pronomüess o “pro-anormativa” , de Howard Becker (1957, pp. 160-161, 171-174). Ella debe distinguirse de las subculturas variantes —como las del grupo delincuente— que se han estudiado con mayor pro-

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176 Subversión y Cambio Soci;il

piedad: en efecto, de sus análisis surgieron teorías como la de la tensión normativa y el conflicto de valores. Desafortunada­mente, con la documentación de Becker solo se puede genérali zar para situaciones contemporáneas, perdiendo así alguna fuer­za sus proposiciones sobre la causalidad del fenómeno y debili­tando las posibilidades comparativas y predictivas del concep­to. Específicamente, su modelo dé la “sociedad pronormless” tie­ne los siguientes aspectos que no se encuentran en el caso de la transición del siglo XVI que se estudia en este libro: 1) crista­lización estabilizada de normas previas; 2 ) formación de valores que producen una situación fluida, sin trabas; 3) movilidad so­cial y pérdida de diferencias entre las clases sociales; 4) tole­rancia y apertura mental; 5) sensibilidad a desarrollos científi­cos; y 6) futurismo.

Evidentemente, Becker estaba pensando más en hechos que ocurren hoy en países en desarrollo, que en procesos similares del pasado, cuando la transición contaba con elementos cultu­rales distintos. El concepto de la sociedad en transición debe, ser de aplicación más general y profunda. La diferencia con lo ocu­rrido en la segunda mitad del siglo XVI en la región andina de Colombia —que es un fenómeno análogo al actual de cambio social acelerada en muchos aspectos, y que procede a casi igua­les velocidades— la diferencia, decimos, radica por lo menos en tres factores cuya importancia teórica no puede desestimarse y que se estudian detenidamente en este libro: a) la naturaleza del contacto cultural, pues las sociedades cuyos valores y normas entraron en contacto en el siglo XVI llevaban hacia un orden con predominio de la acción social de tipo prescriptivo; b) la natu­raleza y el papel de los grupos claves que aparecieron en situa­ciones de contacto a nivel subcultural después de la conquista española, porque estimularon la adopción de una forma de vida distinta con una concepción señorial; y c) la función de la tec­nología en cada etapa histórica.

Los períodos de transición histórica en Colombia presentan otras sociedades pronormless distintas, por lo menos una en el movimiento revolucionario del siglo XIX, una en la postguerra del siglo XX y otra esbozándose en las actuales tendencias del cambio. Una explicación de las diferencias entre ellas puede ha­llarse en los factores mencionados. Por eso, en la búsqueda del concepto integrador de “subversión” pareció útil ampliar el mar­co conceptual de la sociedad proinormless de Becker, para tomar en cuenta con mayor ponderación la dirección del cambio, que solo sugiere este autor para este tipo de sociedad.

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Apéndice B

DEFINICION DE CONCEPTOS SOCIOLOGICOS

Componentes del Orden Social

Los componentes del orden social empleados en este libro .son: los valores, las normas, la organización social y las técnicas. Kilos se definen de la siguiente manera:

1. Los valores son creencias y concepciones generales, y ju i­cios existenciales, cognitivos y afectivos de las gentes. Tienen las consecuencias más saturantes y profundas en el orden so­cial. Los valores se conciben de dos maneras: a) según la orientación de la acción hacia problemas claves de la vida, como en lo concerniente a la naturaleza del hombre, sus relaciones con el universo y el medio ambiente, su idea del tiempo, su tipo preferente de actividad y sus formas de relación con otras per­sonas (Kluckhohn y Strodtbeck, 1961, pp. 4-12); y b) según las metas y principios que se fijan los grupos, para definir la legiti­midad de la acción (Smelser, 1962, p. 9). Los valores se integran analógicamente y forman rangos o prioridades, como los “cen­trales” (Thompson, 1956, p. 73). El ethos se encuentra identifi­cando los valores dominantes de la sociedad; es lo que Redfield llama world-view (1957, pp. 86-108) y algunos autores alemanes, Weltanschauung.

Por otra parte, los valores tienen como raíz a las “actitudes” , definidas como “predisposiciones hacia una respuesta evalua- tiva” (Osgood et al., 1957, pp. 189-191). Allí reside la parte indi­vidual de la acción social, basada en estados anímicos, en carac­terísticas de la personalidad básica y el temperamento, y en pre­disposiciones sociopsicológieas, que permiten a la persona reali­zar evaluaciones de su propia realidad y de la de los demás. Estas evaluaciones y actitudes se articulan en determinadas circuns­tancias y se apoyan mutuamente, para conformar los valores so-

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cíales, organizarlos analógicamente y establecer aquellos que son centrales o dominantes.

Para fines del presenta estudio, el componente valorativo se estudia en dos direcciones: 1 ) a través del ethos y de alguno» valores dominantes, que resumen características esenciales de la sociedad y cultura respectiva, según participantes u observa dores autorizados; y 2 ) a través de la expresión de ideas diver­gentes que surgen por la dinámica contradictoria del orden, o por contacto con ideas diferentes provenientes de otras socie­dades.

Por ser fenómeno esencialmente psíquico, existencial, o afecti­vo, los valores se expresan verbalmente y no necesariamente a través de actos. Los actos son más bien evidencias de normas que se relacionan con valores.

2. Las normas son las muchas reglas de conducta que se de­rivan de los valores y que deben aplicarse en determinados con­textos, variando según el grado de coerción y aceptación, o se­gún el sentido de la orientación valorativa (Parsons y Smelser, 1956, p. 102). Por lo tanto, las normas son directamente observa­bles en la realidad de la conducta. Al nivel individua], las nor­mas van de simples prácticas a hábitos, al nivel grupal, de las costumbres a las mores (Lee, 1945).1 En el presente libro, pa­ra facilitar el análisis, se reúnen por afinidad en grandes grupos, constituyendo lo que hemos dado en llamar el “marco norma­tivo” . N /

El marco normativo incluye también normas de carácter po­lítico o jurídico, como las leyes, las jurisprudencias y las doc­trinas, que reflejan hechos sociales y precedentes concretos de­rivados de los valores, las costumbres y las mores, como en la tradición anglosajona del derecho social. Sin embargo, el mar­co permite medir la distancia que se interpone entre los valores, las costumbres y las leyes, cuando estas se dictan como proposi­ciones ideales o como metas a alcanzar, como ocurre con fre­cuencia en la tradición latinoamericana (francesa) del derecho (cf. Umaña Luna, 1967). El marco normativo contempla igual­mente las reglas y mandamientos derivados de los valores que tienen que ver con el empleo del poder político y la legitima­ción de la coerción estatal, aparte de la organización social espe­cífica que activa tales normas.

1. Se ha eliminado el tercer nivel propuesto por Lee (el societal), por confundirse con el sistema de valores como aquí se define.

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Apéndice B 179

:i. La organización social expresa la formación de grupos, ins- illliciones y status-roles (las posiciones personales y los papeles Inherentes a ellas), como mecanismos que llevan en sí y tradu- ivn a la vida diaria los valores y las normas (Linton, 1936). Di* estos mecanismos, deben destacarse la institución, la comu­nidad y el aparato político. Las instituciones son manifesta=~‘■ Iones concretas, en una nueva dimensión, de normas relacio­nadas con una misma necesidad o propósito social determinado; m u vigencia depende de la manera como se organizan y orientan los grupos que activan tales normas. La organización institu­cional da margen a variaciones en el desempeño de los roles y rn las expectativas resultantes, para producir: a) tipos diversos de estratificación social; b) varias clases de grupos económicos; c) tipos de acción prescriptiva o electiva (Germani, 1962). Por otra parte, la unidad donde se crea, transmite o modifica ia cultura, se socializa la persona, y se satisfacen las necesidades primordiales de los individuos, es la comunidad, entendida co­mo un grupo social que se integra dentro de una región y a up nivel ecológico determinado (Emerson, 1956, p. 150; Arens- berg, 1961). La comunidad tiende a reorganizare.? en niveles de Integración cada vez más amplios y complejos que incorporan mayor número de personas en interacción (“densidad social” ) y mayor territorio (Sahlins y Service, 1960, Wilson y Wilson, 1945).

El aparato político comprende aquellos grupos y entidades que establecen relaciones de dominación y dependencia basadas en valores y normas implicadas en el usufructo o en la búsque­da del poder estatal. (M. Weber, 1964). Estratégico es examinar el papel de grupos como la élite y sus relaciones con las masas, y el efecto de tales grupos en los procesos de participación, re­presentación e institucionalización que llevan a conformar enti­dades políticas regionales, nacionales e internacionales (cf. Ja- guaribe, 1966, p. 6) 2.

Estos tres componentes del orden social tienen una caracte­rística que los diferencia del tecnológico: su tendencia a confor­mar cambios que son multicausales, que una vez producidos son multidireccionales y que no necesariamente llevan a una acu­mulación de cultura o a cambios significativos en la conduc­ta. Aquellos presentan mayores posibilidades de regresión o re­

2. En estricto sentido, la organización social como aquí se define sería sinónima de "estructura social” . Sin embargo, muchos sociólogos extienden este concepto para incluir también sistemas valorativos y normativos, procedimiento confuso que no hemos adoptado aquí.

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ISO Subversión y Cambio Socinl

frenamiento que el componente tecnológico y permiten cambio» de forma sin afectar el contenido. Por lo mismo, parecen din frutar de ciertos atributos' palingenésicos por repetir, en mol­des distintos, la sustancia y rasgos de las entidades anteriora

4. En cambio, las técnicas ofrecen una serie de elementos . innovaciones que son acumulativos y unidireccionales, ganando cierta autonomía del resto del orden social. Así, pueden produ­cir cambios con o sin consecuencias significativas en las formnl de vida; o su desarrollo autónomo puede tener consecuencias ¡ic cesorias en la organización social, como el refuerzo de la es tructura del poder existente o su conversión en una tecnocra­cia. Expresado en otra forma, la tecnología puede producir avan ce económico sin inducir el desarrollo social (cf. Parra, 19(¡<¡, pp. 123-128). Incluye los elementos culturales, el conocimiru to, las habilidades y los instrumentos que permiten al hom. bre transformar el medio ambiente en que vive o fijar las con diciones en que ejecuta su actividad. De allí surgen las técni­cas agrícolas, las pautas en el uso de la tierra y la energía, y los complejos culturales relacionados con la medicina, la indun tria, el transporte, la defensa, la comunicación y actividades si. milares, que acompañan a los diversos órdenes sociales (T. I. Smith, 1953, pp. 332 y sig.; Cottrell, 1955; Erasmus, 1961).

Elementos de la Subversión.

Los elementos que se articulan dialécticamente en la con- dición de subversión, al refractarse el orden social, replican ne­cesariamente los cuatro componentes del orden que conforman la condición de tradición. Ellos son: los antivalores, las contra, normas, los disórganos y las innovaciones técnicas, que se de finen asi:

1. Al iniciarse el período de transición, aparecen ideas > n forma de planteamientos utópicos, como metas valoradas o pm pósitos colectivos nuevos. Las utopías se originan dentro o íuc ra de la sociedad, y se imponen por conquista o rebelión. No necesariamente se inician en una élite intelectual, porque hu habido casos en que deí pueblo mismo surgen metas o conslf. ñas (México, Bolivia). Estos valores se enfrentan a los de ln condición tradicional, tratando de sustituir los que son incom patibles o de adicionar y asimilar los que son compatibles. Pero mientras no se adoptan definitivamente por la mayoría de I» sociedad y por sus grupos dominantes, permanecen dentro <!■ i período de la subversión como antivalores del orden vigcnli Así conviven las dos situaciones en pugna, ajustándose proKi'e

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Apéndice B 181

divamente hasta que una de las dos se impone a través del com­ponente de la organización social. Mientras tanto, los valores de un grupo transformista, conquistador o rebelde serán los an- IIvalores de otro conservador o reaccionario que pretenda man- li'iier el statu quo. Tanto los unos como los otros tendrán reali- lUlad objetiva y moralidad alternativa.

Naturalmente, la legitimidad de los antivalores no se encuen- [ Ira en el orden social vigente, sino en el orden social emergen-

ic. Y la efectividad de] cambio puede irse midiendo al paso que I los insurgentes se van tomando en grupos de referencia dentro

del marco de] orden vigente, y finalmente en grupos dominan- l les. Porque los valores tradicionales empiezan entonces a ser I desplazados o asimilados por los nuevos antivalores, que se le­

g itim a n , ya no ante los grupos locales tradicionales, sino ante I los de referencia del cambio subversivo.

La existencia de antivalores puede derivarse lógicamente de la teoría del conflicto, pero algunos sociólogos no ven lo positi­vo sino lo negativo del fenómeno. Becker lo infiere, conectando el antivalor con las brechas entre las generaciones, con el con­flicto entre normas internas de la misma sociedad, y con la in- Irusión de innovaciones (1960, p. 808). Los antivalores son plan- leados más claramente por J. Milton Yinger como aquellos que "una persona tiene en oposición a los valores de la sociedad que la rodea” ; los denomina inverse o counter-values, y el sis­tema normativo que resulta se llama “contracultura” (1960, p. 627). Sin embargo, Yinger reduce este concepto a los grupos de mala conducta social, lo que no es aceptable en el marco del cambio social que estamos siguiendo. ,£axsqj)s lo plantea de ma­nera similar: para él, la cultura de un grupo de conducta diver­gente, como la pandilla, es una counter-culture (1951, p. 522); y se acerca al concepto de antivalor, llamándolo counter-ideo­logy, cuando define a ésta como “la oposición con el sistema de valores y la ideología de la sociedad mayor” (ibid., p. 355). Aunque viendo el fenómeno de manera inversa, Luis E. Nieto Arteta también se refiere al “antivalor del pensamiento socio­lógico en 1850” , para contraponerlo al de la Regeneración de 1886; la idea es básicamente la misma (1962, p. 224). El punto de referencia para los antivalores no es tanto el orden social vigente como el conjunto de ideas con las que se aspira confor­mar un nuevo modo colectivo.

Por otra parte, es esencial entender el papel que en este con­cepto (y en los de contranorma y disórgano/ juega el del grupo de referencia, definido generalmente como aquel grupo externo

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cuya influencia sirve para determinar la conducta, las evalua­ciones y las actitudes de una persona. En primer lugar, Robert K. Merton (1957a, pp. 357-368) hace la distinción entre “conduc­ta no-conformista” y “conducta divergente o desviada'’, para diferenciar, del simple criminal o delincuente, al tipo “rebelde’’ de adaptación individual. El rebelde no-conformista “busca una estructura social modificada’' (p. 155), en lo que actúa con abier ta decisión, rechazando la legitimidad de las normas y expec­taciones vigentes para crear o imponer otras nuevas con una base moral alternativa, de manera desinteresada, en todo lo cual contradice la conducta del criminal común, asi insista la sociedad en ver mal sus acciones.

Tanto el criminal como el rebelde tienen grupos de referen­cia que son factores determinantes de conducta. Pero el rebel­de, como el “radical” , se acoje a “valores, normas y prácticas que aún no se han institucionalizado, pero que se consideran como conformadores del sistema normativo de futuros grupos de referencia” (p. 360). Siendo que estos conceptos respaldan la interpretación dada atrás, no sobra destacar que el sentido fu­turista incluido por Merton en esta definición de “radicalismo” (y su tendencia a colocar la rebelión por fuera de la estructura social, p. 155) no parece reflejar la realidad, dentro de la situa­ción de subversión. Porque en ésta los grupos de referencia que determinan Ja conducta rebelde o iconoclasta de otras perso ñas, son actuales y ejercen su actividad dentro del contexto de la sociedad que combaten; no son “futuros” . En todo caso, si guiendo el marco de Merton, puede verse que el tipo de rebelde se refiere a la conducta individual o personal no-conformista dentro de la situación de subversión como aquí se ha concebido

Otra interpretación es situar el concepto de grupo de referen cia dentro de la teoría del conflicto de roles, como hace Parsons (1951, pp. 281-283): en este caso la salida es reconocer “altéis significativos” que apoyen las expectaciones conflictivas. Eisens tadt (1954 pp. 175-185) aplica el concepto de nivel de aspira­ción” para explicar la conducta del individuo en relación con su grupo de referencia, y postula orientaciones de “ grupos de referencia de conducta divergente” ; esto se aproxima al plan­teamiento que se hace aquí, aunque no se admita (conMerton) la tendencia a ver el asunto negativamente. Porque los antiva lores alcanzan su aplicación concreta en determinados niveles d integración (como la comunidad, el vecindario y la familia) a través de grupos de referencia colocados en otros niveles, q u e se identifican con la sociedad emergente y.que combaten la so­ciedad actual.

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Apéndice B 183

2. Los planteamientos teóricos que hemos seguido indican i|Ua los valores se traducen a normas concretas de conducta dia­ria o de índole jurídica y política. En efecto, cuando se descom­pone el orden social, los antivalores dan lugar entonces a con­tranormas del orden vigente, mientras este exista y no se gane el subsecuente. La contranorma es una pauta de conducta cuya sanción es negativa en un contexto dado, sea por tradición o por ley, o por cualquier otra razón de control derivada del or­den social vigente; pero que al mismo tiempo resulta sancio­nada positivamente cuando se observa en relación con un gru­po de referencia cuya conducta es divergente, rebelde o subver­siva, y que por regla general está colocado en un nivel de in­tegración distinto. Como el antivalor, la contranorma se legiti­ma solo ante estos grupos de referencia y no ante grupos ori­ginales de contacto primario o instituciones establecidas# Es una “pica en Flandes” que asegura la reconstrucción de for­mas de actuar, percibir y evaluar, y que modifica la imagen social propia en un ambiente determinado, hasta que poco a poco, por la socialización de un mayor número de personas, se va convirtiendo en la norma usual.

En la literatura sociológica hay una corta tradición que pos­tula la existencia da contranormas, pero como algo indeseable. Uarold D. Lasswell primero definió* las countermores como “pa­trones culturales que se apoyan principalmente en el id" y que se encuentran entre “revolucionarios, prostitutas, prisioneros, gen­te obscena y subversiva” ■ (1935, p. 64). Más tarde, el mismo au­tor las define como “rasgos culturales simbolizados por el gru­po como desviaciones de las mores y que aún así se espera que ocurran” (1950, p. 49), dando énfasis a la expectación norma­tiva y no dejando campo a la innovación, que es lo esencial de la teoría que estamos siguiendo. Las variant mores de Lee se refieren al mismo fenómeno (1945, p. 488). Becker reduce sus counter-norms a normas de grupos de personas que “no son humanas” , por su baja forma de vida, eliminando así la posi­bilidad de que las contranormas sean positivas o puedan con­vertirse en normas aceptables para la sociedad (1960, p. 806). El concepto de “contracultura” de Yinger, ya mencionado, in­cluye el elemento de la contranorma, a la que se llama emer- gent inorm (1960, p. 627). Esta clase de norma resulta en casos de frustración o conflicto entre un grupo y la sociedad mayor (el orden vigente). Ampliando estos conceptos, y eliminando de ellosi los prejuicios evidentes, queda clara la realidad objetiva de la contranorma ,y se entienden sus efectos en los procesos del cambio social.

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3. Los disórganos3 son el conjunto de grupos insurgentes, ins­tituciones desafiantes del orden y status-roles emergentes que sostienen una actividad heterodoxa, rebelde o iconoclasta, con el fin de producir, difundir o imponer antivalores y contranormas.

Los disórganos (especialmente los políticos) no presentan siem­pre una total homogeneidad interna. Los grupos subversores pue­den tener disenciones entre sí, causadas por ideologías divergen­tes que tratan de imponer independientemente, lo que natural­mente debilita su acción frente a las instituciones tradicionales. Sin embargo, los más efectivos son aquellos que, consistentes con sus metas valoradas, dirigen su actividad contra elementos cru­ciales de la tradición, sin dejar desorientarse por procesos de mimetismo político y captación social, o por celos y sabotajes internos de carácter táctico. De este componente organizativo parece depender la iniciación, la resolución exitosa o la frus­tración de las subversiones, vale decir, de los desarrollos, mo­vimientos y revoluciones que se inician o se refrenan en deter­minados períodos y circunstancias históricas. Solo cuando los disórganos alcanzan efectividad óptima de compulsión, cuando sg.. .articulan racional y homogéneamente e institucionalizan sus contactos con el resto de~l¿ . spcledá3T"Píl5flerr ganar las metas que se proponen.^

Estratégicos son los grupos de referencia, como la antiélite, que surgen de los grupos dominantes políticos, económicos y culturales (militares, intelectuales o universitarios), cuando mantienen el ritmo de acción refractado, y llegan con él a los niveles básicos de la sociedad. Los grupos económicos que ad­quieren conciencia como tales y buscan el cambio del orden, los partidos revolucionarios, las antiélites, las guerrillas, las bandas y agrupaciones rebeldes como juntas, sindicatos y fra­ternidades que reten los intereses creados, se constituyen en di­sórganos. Igualmente importantes son las instituciones que se imponen a raíz de una conquista, cuando se pretende modificar la forma de vida del pueblo conquistado. En este caso ocurren descomposiciones de instituciones enteras maniobradas por disór­ganos de diferente índole.

A raíz del proceso maestro de ajuste y compulsión, aparecen también status-roles nuevos, porque los antiguos resultan in­

3. Definición nominal (Bierstedt, 1959), como fórmula abreviada para referirse a los elementos descritos. El prefijo es del latín dis, que significa separado o contrario; y no del griego dys, que significa im­perfecto o malo. Otra alternativa, incómoda de usar, es “ contra­institución".

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Apéndice B 185

congruentes con la acción que requieren las nuevas circunstan­cias de la subversión y del orden que adviene; además, cam­bian las pautas de dominación y dependencia. Lastróles nuevos conviven en la personalidad con roles antiguos; de allí que en las regiones afectadas se encuentren personas que en determi­nados asuntos (como la religión) sean conservadoras, mientras que en otras (como en la ocupación) busquen y acepten el cam­bio.

La literatura sociológica sobre tensión, desorganización y con­flicto que incluye estos puntos de vista es tan extensa y cono­cida, que no vale la pena repetirla aquí ni en sus detalles gene­rales. Sin embargo, debe volver a leerse para corregir en ella los prejuicios que puede contener sobre grupos rebeldes, incon- formes o heterodoxos, cuando éstos le hacen frente a órdenes sociales vigentes, para alcanzar utopías o metas valoradas en períodos de transición (cf. Dahrendorf, 1958, p. 176). Evidente, mente, un “grupo extremista” no es necesariamente alienado y por eso “hostil al orden político” (Shils, 1956, p. 231), sino que es hostil al orden vigente porque quiere suplantarlo por otro que cree .superior. Esta interpretación positiva del cambio (por lo general ausente en estudios funcionalistas corrientes), es indis­pensable para entender la subversión en su contexto real.

4. En armonía con el marco general del orden social en lo que toca al componente tecnológico (su autonomía y unidirec- cionalidad), se propone para las innovaciones técnicas una sig­nificación especial. En primer lugar, se emplea el término “ in-

rííovación” en el sentido de "una concepción, conducta o cosa | que es nueva porque es cualitativamente diferente de las for­a ñ a s existentes” (Barnett, 1953, p. 7). Desarrollando la distin­

ción traída por Barnett del "inventario cultural” que se encuen­tra a disposición de los innovadores, puede apreciarse claramen­te que se innova tanto en el campo de las ideas de las cosas y de las técnicas, como en el de la conducta y la organización social. Muchos disórganos son innovaciones, como también lo son los ajustes y cambios que inducen en las instituciones tra­dicionales. Sin embargo, para el componente que estamos estu­diando, se estima conveniente circunscribir el sentido del con- ceptqf “ innovación técnica” a la parte material, aplicada o na­tural. Esto tiene por objeto dar cuenta de las relaciones y mu­tuas influencias que en los tres elementos anteriores de la sub­versión tienen los nuevos desarrollos técnicos como los agríco­las, las pautas del uso de la tierra y la energía;, y los complejos culturales y bienes relacionados con la medicina, la industria,

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186 Subversión y Cambio Social

el transporte, la defensa, la comunicación y actividades simi­lares.

Esto se debe aljreconocimiento de que el componente tecno­lógico pueda tener una dinámica propia. Sin embargo, la pro­gresión acumulativa de la técnica y la ciencia puede llegar a un punto critico tal que induzca y exija transformaciones im­portantes en los valores, las normas y la .organización social. Esta tesis, ampliada al campo económico, es análaga a-Xa-tn- terpretación materiaJista~áe-la historia,-. (Marx, 1859, versión de N. I. Stone, 1911a, pp. 11-12); en efecto, reconoce la importancia que tienen los factores materiales y la tendencia de estos a crear o mantener una superestructura ideológica. Sin embargo, reconoce las limitaciones que tiene la acumulación técnica en determinados períodos históricos, cuando lejos de provocar cam­bias, refuerza la estructura social y económica tradicional. De allí que este elemento' se considere como coadyuvante de los otros: puede ser positivo a la descomposición del orden, como tam­bién puede dificultar los movimientos transformadores y revo­lucionarios.

Tipos y Etcpas de la Captación de Antiélites.

En la literatura sociológica se han hecho pocos intentos de sistematización del concepto de “antiélite” y, en cuanto este autor lo ha podido verificar, no existe en la actualidad una des­cripción completa de este grupo social, a pesar de su induda­ble importancia política y socia l.. Las dificultades prácticas y aún los peligros de' estas tareas son también evidentes.

Sin embargo, el concepto mismo ha sido adoptado por trata­distas de reconocida competencia. Harold D. Lasswell, por ejem­plo, define la antiélite como un grupo de individuos “que pro­fesan una contra-ideología” (concepto aceptado por T. Parsons) y a quienes, sin embargo, “se reconoce como personas que ejer­cen una influencia significativa sobre decisiones importantes. . . [y además] que inhiben, o en alguna fc'rma ftiodifican a la élite establecida” (Lasswell y Lerner, 1965, pp. 16-17). S. N. Ei- senstadt afirma que las antiélites auspician “ la rebelión gene­racional” dentro de la sociedad con el fin de “interrumpir la conti­nuidad social y establecer un nuevo-orden social secular” , y ve en ellas un elemento de juventud (Eisenstadt, 1964, pp. 314-315). Chalmers Johnson se refiere a las antiélites como “personas que protestan contra el status (status-protesters) y para los cuales existen dos cursos de acción: o bien reconstruir la existente es-

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Apéndice B .187

rala de posiciones, o bien restaurar la antigua jerarquía (John- Hon, 1966, p. 106). Y en uno de los análisis pertinentes más re­cientes, las antiélites son identificadas como “élites desafian­tes” por Robert E. Scott, quien además subraya sus tendencias entreguistas o conservadoras (Scott, 1967, pp. 126-127).

Es evidente que hay un 'elemento de realidad en este con concepto, discernible para el observador que examina los hechos históricos dentro de un marco sociológico, y que aprecia el fe ­nómeno más ampliamente conocido como la “circulación” , pos­tulado por Pareto. Hasta cierto punto, el valor práctico del con­cepto de la “antiélite” está ligado al de la “élite”, definida co­mo el conjunto de personas que monopolizan el prestigio y el poder en una sociedad. Por lo mismo, está también sujeto a las ambigüedades que .han afectado a esta categoría general, espe­cialmente en lo relacionado con el origen y la composición so­cial de los grupos dominantes. Pero esto no debería ser así, y un esfuerzo investigativo mayor podría dar resultados positivos en este sentido (cf. Bottomore, 1964).

Así com o las “élites” se expresan bajo diferentes circunstan­cias históricas y sociales, también ocurre igual con los grupos que las retan. Cuando este reto proviene de un grupo de pares,o de sus iguales, con el propósito de variar las reglas del juego y la estructura de poder de la sociedad (especialmente en sus estratos más altos), se dan los requisitos más básicos y gene­rales para la aparición de la antiélite. Esencialmente, por lo

j.—tanto, una antiélite puede definirse como aquel grupo de-per--'"' sonas que, ocupando .posiciones, .de allo. prestigio, se enfrentan

[__a los grupos dominantes para arrebatarles el poder político.La productividad de esta definición depende de una varia­

ble independiente —“posiciones de alto prestigio”— así como de las características del conflicto entre la élite y la antiélite. Por “posiciones de alto prestigio” se entiende e l-«0nju»to-de-po­siciones que ocupan las persogas que han alcanzado símbolos valorado.«, o a quienes estos sé adscriben, especialmente 'en re­lación con el conocjjQiiento y la educación, el poder „político y eclesiástico, la riqueza, y las actividades administrativas o de explotación económica. Esta subdefinición permite inclujr en el análisis de antiélites a grupos claves o estratégicos de diferentes orígenes sociales, como los intelectuales, los estudiantes y pro­fesores universitarios, los líderes religiosos, militares y labora­les, y los políticos que en un momento dado puedan conformar la oposición a un régimen, aunque no pertenezcan a las clases altas o aristocráticas. ------- -

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Entender la verdadera naturaleza del conflicto entre la élite y la antiélite es tan importante como estar atert*r*ci±~afígen y la composición social de sus miembros. La acción política es de especial importancia en este sentido, porque la base del po­der social queda en entredicho, con todas sus consecuencias económicas e ideológicas. En tanto que los resultados de la in-

* vestigación jio s lo permitan, es posible afirmar que^fios clases de conflicto parecen importantes en este sentido: aquel que es principalmente generacional y el que es principalmente ideo­lógico.

f Las antiélites generacionales parecen ser una característica regular o permanente de la sociedad. Su origen radica en las desyia6ien£s_autóomnas que se producen por la socializa­ción y otros mecanismos de diferenciacióiLSoeial como Tá 'edad, el matrimonio, la familia, la edüCScion, etc., que no amenazan las bases valorativas del orden social, y los modos diferentes de compartir o distribuir los beneficios y los símbolos del presti­gio que-ptieden aparecer entre las generaciones, aquellas'de los mayores y la de los adultos jóvenes; dé igual manera, entre quie­nes están en el poder y los que esperan su turno. Tales pers­pectivas encastradas estimulan el conflicto interpersonal al ni­vel políticOj/Los conflictos pueden resultar tan graves, que la guerra civil se vuelve probable.

Pero estas divergencias, aunque potencialmente destructivas, no minan profundamente las reglas del juego. Por el contrario, la solución bélica a este tipo de conflicto generalmente no de­bilita el statu quo. En América Latina, las reglas del juego han incluido el derecho a la revuelta, pugs ésta ha sido sancionada desde las guerras de Independencia^ En esta forma ocurre una

^'circulación de las élites sin que cambie el orden social. Así,■ en tales circunstancias, las antiélites generacionales ejercen una función de preservar las estructuréis tradicionales de la so­ciedad y de servir como mecanismo de renovación para los gru­pos dominantes. Todo este proceso puede verse más como una simple adaptación social que como una sustitución definitiva de las instituciones.J

Las antiélites ideológicas surgen de las generacionales en al­gunos períodos históricos críticos. Esto ocurre cuando los miem­bros de una antiélite —generalmente algunos de los m ás-jóve­nes y los intelectuales— son capaces de articular una ideología basada en incongruencias e inconsistencias recién observadas en su sociedad, o en la necesidad sentida de redistribuir entre

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Apéndice B 189

) grupos desprovistos y marginales los símbolos de poder y de prestigio y los beneficios alcanzados. Cuando logran organi­zarse y extender su rebelión a otras colectividades con intere-

[/ ses enfocados hacia el cambio, las antiélites ideológicas produ- I cen un efecto inmenso en la transformación de la sociedad, y

se vuelven, de hecho, instrumentos para el logro de un nuevo („orden social. Se convierten entonces en elemento clave para ini­

ciar una subversión, es decir, se convierten en un tipo de “di­sórgano” . En estas circunstancias, las antiélites ideológicas pa-

L,recen tener las siguientes funciones:

1 . Iniciar la creación y difusión de antivalores y contranor­mas dentro del orden social establecido.

2. Servir como grupo de referencia a otras colectividades re­beldes ubicadas en los diferentes niveles o estratos de la so­ciedad.

3. Retar a los grupos dominantes desde dentro, utilizando sus propias armas y procedimientos.

Las antiélites son importantes para la iniciación de la sub­versión, aunque no son tan efectivas para mantener la presión de la compulsión subversiva! Para esta difícil tarea es necesario que aparezcan disórganos rrrás comprometidos y constantes. Es­to es así debido a que las antiélites, aún en los períodos sub­versivos, parece que sufren una metamorfosis en dos etapas, una de las cuales permite un proceso de captación que tiende a fre­nar el impulso revolucionario. Estas etapas son:

1. La etapa iconoclasta, durante la cual el cisma de la élite es real, estimulando la crítica y la protesta activa. Cuando las incongruencias e inconsistencias del orden social se observan con apoyo ideológico —y si al mismo tiempo se mantiene el compromiso con el cambio— esta etapa se convierte en subver­sión.

2. La etapa de asimilación, durante la cual la antiélite se institucionaliza y, o bien se cristaliza en una nueva élite una vez suplantada total o parcialmente la antigua, o sus miembros son captados sucesivamente por los grupos dominantes tradicio­nales a medida que éstos maniobran para asegurar su super­vivencia. Este proceso de captación toma dos formas: (a) una positiva, por medio de la cual la élite acepta compartir y redis­tribuir los símbolos del poder y del prestigio así como los be­

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190 Subversión y Cambio Social

neficios correspondientes, y abre nuevas posibilidades de acción social y política dos casos de Inglaterra, Suecia, México y Ja­pón) ; y b) una reaccionaria, por la cual son reducidos los rebeldes —o estos se dejan seducir— por el halago de posiciones o pre­rrogativas en el “sistema” , o con regalos, sanciones, y cosas si­milares, o son presos, desterrados o muertos cuando no se so­meten.

Los sociólogos citados anteriormente están de acuerdo en que el proceso de captación es una característica que afecta a to­da antiélite. Por lo tanto, podría concluirse que la antiélite es -nn grupo que tiene las mismas tendencias conservadoras de au­to-permanencia o institucionalización que son propias de otros

L grupos sociales/ Esto parece ser especialmente cierto en el tipo generacional de antiélite, así como en la del tipo ideológico des­pués de iniciarse la acción 'subvtrsiVEu'-, Sin embargo, la apari­ción, del tipo ideológico en ¡períocjbs recentes de subversión y el martirio que la rebeldía faa significado para algunos de sus miembros en varios países, quizá demuestra la gran poten­cialidad de esta antiélite como factor de cambio social.

En teoría, las antiélites pueden ser elementos poderosos para la revolución cuando no se dejan captar. El esfuerzo de impedir la captación o, a lo menos, de reconocer los peligros de ésta (especialmente la reaccionaria) parece ser de suma importan­cia para asegurar la eficacia de las antiélites en las socieda­des que se transforman. Esto queda más claro cuando se hacen estudios de casos históricos pertinentes.

En consecuencia, la eficacia del cambio del orden social va en relación directa con el grado de compromiso que se tenga con la subversión. Naturalmente, el resultado del conflicto no

^ depende solo de la antiélite (lo cual sería un explicación uni- causal errónea), sino de la combinación de muchos factores so­ciales y económicos durante el período de la subversión (anti­valores, contra normas, disórganos políticos y de otra índole, e innovaciones tecnológicas). Si la antiélite y o tros-grupos rebel­des permanecen fieles a los fines originales de la subversión (incluso a sus elementos utópiqgé) y si tienen éxito en compe­ler y apresurar el ritmó de la transformación y en crear las condiciones objetivas para la rebelión, se logra un nuevo orden social que puede ser revolucionariamente distinto al anterior.

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Apéndice C

BASES CONCEPTUALES DE LA INVESTIGACION PROYECTIVi i

Estudiar a Colombia y a la Amér¡ca Latina hoy día implica entrarse al orto de una sociedad sumamente dinámica, cuya espiral de cambio, a pesar de la teoría corriente, no se va ba­lanceando a medida que anda. Es ü(la sociedad fluida, contra­dictoria, difícil de entender y sistematizar. Quien desee sumer­girse en la baraúnda de esta clase sociedad y mantener la conciencia de sí mismo y de su role ije investigador, deberá des­cartar marcos reducidos y estar listo a manejar lo aparente­mente ilógico. Si no le sirven las herramientas conceptuales con que trabaja, que es lo probable, deberá entonces empezar a fa­bricar las que puedan responder a 1^ m4s elementales nece­sidades. Más aún, deberá adoptar actitudes y diseñar técnicas que en la superficie no parecerían muy ortodoxas.

En efecto, una manera de empezar podría ser la técnica Dil- theyana de la aprehensión dentro del entendimiento, que permita una inicial libertad de acción y pensamiento frente a los elu­sivos problemas observados. Esto es necesario, porque si se mantienen las reglas del trabajo de campo inmaculadas, si se pretende buscar la completa indep6n(jencja emocional o inte­lectual ante los procesos que se estudian, no se alcanzaría las más de las veces a entenderlos. Por ejemplo, no parece posible estudiar a fondo la violencia y sus efectos dentro de la socie­dad colombiana con guantes profilácticos y máscara facial; ni llegar a los sitios estratégicos del cambio, así en barriadas urbanas como en vecindarios campeSinos humildes, con la au­gusta distancia del científico que Solo piensa en la acumula­ción del conocimiento por las publicaciones que hará sobre el particular.

Y aunque quisiera mantenerse en esta actitud defensiva, la tensión del científico sería tal que tendría que pensar en nue­vas técnicas de estudio para llegar aj fondo de las cuestiones que percibe. Por una parte, halla difícil entender cabalmente

1. Un estudio más completo sobre el problema teórico de la proyección y el sentido del "compromiso" en |a ciencia fue publicado por el autor en la revista Aportes, de París, n? 8, abril de 1968, que puede consultarse.

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aquello que no ha vivido, si es que presta atención a las ense­ñanzas de Cooley sobre la “introspección simpática” (1909); y por otra, se obstruye su entendimiento cuando no desea aplicar ni siquiera la “captación comprensiva” , ni la empatia, en situa­ciones criticas de cambio social. De allí que se considere esen­cial comprometerse con el proceso de cambio de la sociedad, e identificarse con sus metas de superación económica, social y cultural. Así puede entenderse mejor la naturaleza y caracte­rísticas de los procesos sociales.

No se trata en ninguna forma, de una rebelión contra el método científico, porque se cumplen sus principios básicos de inferencia y se busca el control de factores y elementos. La ob­jetividad se mantiene también dentro de límites adecuados. Las divergencias con los puristas (y con algunos funcionalistas) son más de orientación, creando un diferente juego de prioridades en cuanto a la conexión entre la teoría y la práctica. Así, el marco personal de los valores del investigador comprometido se expresa mayormente en la escogencia de los temas de inves­tigación y en las hipótesis de trabajo que guían la encuesta en el terreno. Pueden tener estos temas y tales hipótesis méri­tos semejantes a aquellos que hubiese escogido, fríamente, un científico no comprometido, aunque la decisión de este vaya condicionada también por su propia escala de valores, la del equilibrio social. En este contexto, los investigadores del cam­bio ganan la ventaja de participar emfáticamente en los pro­cesos de transformación, porque la buscan con los demás y la desean como seres humanos. Logran conocer de primera ma­no y controlar en esta forma variables y atributos que son es­tratégicos y esenciales.

La razón primordial de esta posición de compromiso con la transformación social, y de identificación con los procesos de desarrollo socioeconómico de un país radica en la constatación

| de que estos procesos tienen una finalidad o talos, cuya tras­cendencia y sentido solo puede aprehenderse mediante la par­ticipación activa en ellos.

En consecuencia, se plantea lógicamente la practieabilidad de un método de investigación que podría llamarse “telético” , “proyectivo” o “ anticipante” . Por la investigación proyectiva se examina la función y naturaleza de instituciones sociales y ele­mentos culturales, relacionándolos con necesidades subsiguien­tes o futuras y con modelos y metas valoradas pero aún no al­canzadas por la sociedad. Se estudia el presente, pero ante el reflejo del futuro y con miras a conformarlo conscientemente. La ventaja de este método puede verse por su capacidad de an­

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Apéndice C 193

ticipar qué elementos del presente orden de cosas tienen la po­tencialidad de producir incongruencias en el nuevo, según las metas que se fijan las sociedades. Puede tener no solo mérito investigativo, para conocer mejor el presente relacionándolo con necesidades futuras, sino también un valor práctico para an­ticipar conflictos y dislocaciones mayores.

El método proyectivo armoniza con las actuales tendencias hacia la sociedad planificada, y puede contar con las ventajas del gran desarrollo de la estadística y de otros sistemas técnicos de acumulación y utilización de información. Tiene, además, el beneficio de la experiencia histórica. No se está en capacidad de deducir leyes de esa experiencia, como quería John Stuart Mili; pero sí se pueden derivar proposiciones generales que ayudan a anticipar situaciones y a determinar el grado de congruen­cia de diversos órdenes sociales.

En efecto, es relativamente fácil tomar nota de las institu­ciones que al hacer tránsito de un orden social .a otro, en el pasado, produjeron serios conflictos internos. Una, por ejem­plo, fue la esclavitud, una vez que las sociedades en que se practicaba adoptaron la ideología liberal-democrática como pau­ta a seguir. Evidentemente, el haber mantenido la institución es­clavista en el nuevo marco no podía producir sino graves ten­siones sociales. Su solución exigía un esfuerzo mucho más serio de acercarse a la utopía liberal y poner en práctica sus principios. De igual manera, no sería difícil determinar qué instituciones del actual orden social serían incongruentes si se completara la tran­sición a otro distinto. La historia y la experiencia podrían enseñar a ser más consistentes y más claros en las decisiones. En efecto, solo se necesitaría establecer modelos y propósitos colectivos de­finidos, metas hacia las cuales avanzaría la sociedad consciente y racionalmente.

Los científicos comprometidos con transiciones históricas de este tipo —hoy como en el pasado— tienden a preguntarse como muchos de sus antecesores, ¿para qué es el conocimiento que se adquiere? La respuesta no es; la Ciencia per se, sino su apli­cación concreta, aunque la misma ciencia, por regla general, se enriquezca también de paso, durante el proceso.

La tradición del “para qué” científico (además del clásico “por qué” ) tiene un origen muy respetable en la sociología: fue en esencia la misma actitud de pensadores y científicos a quienes mucho debemos hoy, hombres impulsados por altos propósitos, muchas veces “subversivos” , que se inspiraban en un ideal o que tenían un sentido misionero de la vida: Malthus, Marx, Comte, Ward, Ortega y tantos otros, como Durkheim, a quien se presen-

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ta en las academias como abanderado del estricto método socio­lógico. Porque aún este campeón de la ortodoxia termina su obra clásica sobre el suicidio con un capitulo sobre consecuencias prác­ticas. Tonnies se animó a estudiar los problemas de los brace­ros de Hamburgo después de una agitada huelga; el verstehen del mismo Max Weber abre similares posibilidades de proyec­ción; Marx aluda en una de sus Tesis scbre Feuerbach a la ne­cesidad de completar el conocimiento esotérico de la filosofía con el sentido de la urgencia de transformar el mundo; Freud es ante todo un clínico rebelde, con un alto sentido práctico de sus trascendentales teorías; Mannheim aboga por un nuevo sentido de objetividad ajustada a estas realidades y elabora así sus ideas sobre la planificación democrática; Cooley, Park, Myrdal, Wirth, Mills, Redfield, todos sentaron claros puntos da vista que refuerzan la actitud finalista y la investigación anticipante. To­dos se preguntaron, no solo el por qué sino también el para qué del conocimiento, y asi condicionaron la ciencia social. Además, un tipo similar de método proyectivo se usa en disciplinas como la economía agrícola y la psicología industrial, para anticipar resultados dentro de un sistema (el “quickening” de investiga­ción de sistemas).

No obstante, existe una limitación de este método que debe mencionarse para anticipar igualmente sus efectos. Es cierto que las proyecciones que se realizan se basan en los hechos es­tudiados y se documentan con las evidencias de los procesos so­ciales. Por eso, como en toda proyección científica, quedan li­mitadas a las condiciones de que parten y sujetas a factores repitentes y a otros que según el análisis anterior pueden ser imprevisibles; esto es común en toda investigación empírica. Sin embargo, como lo sostuvo Merton, las proyecciones que se deri­van del empleo de la investigación anticipante en la sociología pueden llegar a tener las caraterísticas de una “profecía” que condiciona o impulsa su propio cumplimiento. Este fenómeno de auto-realización no se experimenta sino en el m unío de social, y constituye un factor real que puede incidir er las previsiones efectuadas. Precisamente, el establecer más ade­lante por encuestas y trabajos especiales bien controlados las di­vergencias entre la proyección y su cumplimiento, además de aquella parte condicionada por su exposición pública, podría ser una tarea de gran interés científico en el campo sociológico.

De todos modos, el empleo de este método, aún con los peli­gros de su auto-determinación, reduciría a proporciones maneja­bles el monto de la imprevisión y abriría la posibilidad de llevar la acción colectiva de manera consciente a metas establecidas previamente.

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Indice Analítico

A

Acción comunal. 145, 147, 157 Agricultura. 38, 57-60, 118; tecni-

ficación 98, 99, 119-120 Ajuste. 18-19, 46; asimilación, 48;

sincretismo, 48; en España, 68- 69; liberal-burgués, 91-92, 106-110, 111, 133-134; socialista, 129, 141; social-burgués, 144-146, 148; con­temporáneo, 161, 171

ANAPO (Alianza Nacional Popu­lar). 165-166

Anomia. 136-137, 143-144 Antiélite. 55; Chibcha, 55-56; libe­

ral, 81-82, 87-88; socialista, 121- 124; "Los Nuevos” , 130-131, 141. 168; contemporáneas, 152, 163,165,' 166; universitaria, 152, 168

Antivalores. 16, 177-179; para chib- chas, 45-51; liberales, 78-79, 102, 104; mecánicos, 96; instrumen­tales, 125-128, 150-, 162, neo-so­cialistas, 161

APEN (Asociación Patronal Eco­nómica Nacional). 133

Artesanos. 114. Véase también So­ciedad Democrática

Azuero, Juan Nepomuceno. 83

BBerrío, Pedro Justo, 95 Bolívar, Simón. 67, 74, 75 Burguesía. 73, 89-92, 106, 109, 124;

pequeña, 92-96, 115-117; gran 96- 101, 118, 146

CCafé, 92, 94, 95Camacho Roldán, Salvador. 81,

85-86, 100, 107 Cambio Social.

Definido, 23-24; en el siglo XIX, 113-114, 121, 125, 138-141; contro­lado, 146-149, 164

Captación de antiélite, 168, 186- 190; liberal, 83-96, 87-88, 91, 141; de Núñez, 106-110; socialista, 129- 133; del MRL, 164-165; de "La Ceja” , 165

Caro, José Eusebio. 102 Caro, Miguel Antonio. 31, 92, 100,

109, 113, 132 Castas. 37, 46-47, 52, 54, 75, 96, 110,

116, 128Catolicismo. Véase Religión. Caudillismo. 72-73, 87, 102, 167 Clase Social. 24, 31, 73, 79, 92, 96,

101, 110, 116; lucha de clases, 84, 117, 120, 123, 139; clase inedia, 92-96, 117, 131; desplazamiento de aristocracia, 100-101, 128; mo­vilidad, 129, 132

Colonización. 94-95, 97 Comercio 77, 93-94, 96-97 100-101;

bancos, 99, 115 Compulsión. 18-19, 46, 169, 171; de

la .qonquista, 62-64; en España, 68-69; liberrl-burguesa, 88, 91-92; conservadora, 101, 106, 111, 147; secular-instrumental, 129, 144* gaitanista, 133 ■

Comuneros. 31, 50, 60-61, 67-68

Page 261: Orlando Fals Borda - Subversión y Cambio Social (Subversión en Colombia)

214 Subversión y Cambio Social

Comunidad. 34, 36-38, 51, 73, 76, 94; y política, 102, 103-104, 108

Comunismo. 122-123,124, 131, 141, 144, 149

Concertaje, 54, 61, 110 Conflicto Social. 84, 117, 143; huel­

gas, 118; invasiones de tierra, 123

Congruencia. 14-16, 45; incongruen­cia, 20-23, 57, 65, 68, 73, 78, 87, 114, 121, 124, 149-150, 161, 163, 167

Conservatismo. Véase también Partidos Políticos. 134-136, 137, 144-145

Contranormas. 16, 20, 29, 183; para chibchas, 51-53; liberales, 74-76, 104; instrumentales, 128-129, 132; neo socialistas, 161

Contraviolencia. 28, 156-158, 162, 167-168

Cuervo, Rufino. 85, 102-104, 107 Chiquinquirá, culto de Nuestra

Señora de. 44, 45D

Decantación de utopía. 8, 11, 41-42, 56, 65, 71, 159-160. Véase también Utopía

Desarrollo socioeconómico. Defi­nido, 24-26; en la conquista, 64; en siglo XIX, 92; en siglo XX, 115-119

Disórganos. 17, 184-185; chibchas, 55-57; liberales, 79-82; socialistas, 121-124, 130-131; pluralistas y otros, 152, 163-168 passim

Dominación. Véase Imperialismo

EEconomía: proteccionismo, 76-77;

capitalismo, 96, 116 Echandía, Darío. 132, 135 Educación: colonial, 52, 56; libe­

ral, 75, 82; católica. 107; secular, 139 *

Ejército y señorialidad. 56-60 y revolución, 83-86, 136-137, 163, 169, 170; y orden burgués, 147

ELN (Ejército de Liberación Na­cional). 155, 168

Empresarios. 133-134, 144, 146, 148, 163

Encomienda. 42, 54, 61, 93 Esclavitud. 68, 82, 93 Escuela Republicana. 79, 81-82, 85

121, 133, 168 Estudiantes. Véase Universidad Ezpeleta, José de 69, 71 Ethos. Véase Valores Etica empresarial. 73 , 94-96, 100,

113

F

Familia. 49, 51, 84, 128; herencia política, 100, 104

FARC (Fuerzas Armadas Revolu­cionarias de Colombia). 168

Frente Nacional. 141, 143-150, 153, 157, 163, 165, 166, 167, 170

Frente Unido. 153, 158, 160. Véa­se también Camilo Torres Res- trepo

Frustraciones. 171; cristiana, 39- 59; liberal, 83-89, 106-112; socia­lista, 133-138, 141, 163, 167

FUAR (Frente Unido de Acción Revolucionaria). 154

G

Gaitán, Jorge Eliécer. 122,. 123, 131-134 passim

Galán, José Antonio. 61, 67 Galindo, Aníbal. 80, 81, 85, 116, 117,

120Gamonalismo. 73, 85, 102, 128, 136,

139, 163 García, Antonio. 122, 123, 131 Generación. 45, 67, 88, 141, 168- del

Centenario, 131, 132, 133, 151; de "la Violencia” , 151-152, 163

Gómez, Laureano. 135, 137, 144 González, Florentino. 77, 78, 97,

148Guerras civiles. 80, 84, 85-86, 101-

107, 108-109, 112 Guerrilla. 80-81, 136, 152, 155, 158,

159-160, 165, 168

Page 262: Orlando Fals Borda - Subversión y Cambio Social (Subversión en Colombia)

Indice Analítico 215

HHacienda. 42, 54, 73, 83, 85, 93, 110,

119; latifundio, 95; plantación, 96-97, 115; invasiones, 123

Herrera, Benjamín. 130 Holguín, Carlos. 92, 100, 105, 109 Humanismo. 69-70, 125, 128, 139,

156I

Ideología. 8, 16, 41, 68, 76, 79, 81, 83-84, 88, 91, 102, 117, 120-121, 125, 129, 146, 147, 152, 156, 160; y so­ciología, 107-108; falta de 136- 137

Idiomas. 36, 44-45, 61 Imperialismo. 112, 124, 138, 148,

156, 163, 165; y subversión hemis­férica, 170-171

Industria. 60, 68, 77, 78, 98-99, 115, 118-119

Innovación técnica. 17, 57-60, 64, 78, 87-89, 97-99, 113-115, 119-120,127, 185,-186

Instrumentalidad. Véase Seculari- dad instrumental

JJesuítas. 71, 82, 133

LLa Ceja, grupo de, 165, Véase tam­

bién Captación de antiélite Ladinos. 53-57, 123 Liberalismo. Véase también Par­

tidos políticos. 130, 132, 144-146 López, José Hilario. 77, 81, 85 López de Mesa, Luis. 30-32 López Pumarejo, Alfonso. 131-134

passim Lozano, Carlos. 132, 137 Lozano, Jorge Tadeo. 72 Lleras, Lorenzo María. 79-80 Lleras Camargo, Alberto. 122, 131,

132, 134, 144-145Lleras Restrepo, Carlos. 123, 132,

133, 135, 163-164M

Machismo. 139 Mallarino, Manuel María. 86

Márquez, José Ignacio de. 80 Marroquín, José Manuel. 31 Masonería. 75-76, 105 Meló, José María. 31, 83, 85-86 Mestizaje. 56-57, 61 Migración (interna). 138, 162 Minería. 93, 94 Minifundio. 95-96, 119 Modernización. 25, 113, 139-141 MOEC (Movimiento Obrero-Estu-

diantil-Campesino). 154 Molina, Gerardo. 122, 123, 131 Mosquera, Tomás Cipriano de 77,

85, 87, 105 MRL (Movimiento Revolucionario

Liberal). 164-165. Véase también Captación de antiélites

Murillo Toro, Manuel. 81, 85, 100

NNacionalismo. 77-78, 96, 127, 156,

165Nariño, Antonio. 69, 71 Neo-socialismo. 160, 162, 166 Nivel de vida. 118 Normas. 14, 178; Chibchns, 36-37;

señoriales, 51-53, 84; liberales, 87, 92; burguesas, 94

Núñez, Rafael. 31, 92, 107-111, 113, 132, 149

OObaldía, José de 86 Obando, José María. 81, 83, 85-86,

107OLAS ( Organización Latinoameri­

cana de la Solidaridad). 171 Orden social. 11; su descomposi-

ción, 13, 19, 24-26, 28-32; defini- / ción y componentes, 13-15,; áyli- co, 34, 157; señorial, 42, 61-71; burgués, 92. 107, 110-112, 120, 123- 124, 127; social-burgués, 141, 143-150, 167; Quinto Orden, 152,161, 166, 171 t

Organización social. 14, 179-180; Chibcha; 37-38; burguesa, 76-86; instrumental, 124-129

Page 263: Orlando Fals Borda - Subversión y Cambio Social (Subversión en Colombia)

216 Subversión y Cambio Social

Ospina Pérez, Mariano. 100, 134- 135

Ospina Rodríguez, Mariano. 75, 8286- 100, 102

PParra, Aquileo. 75, 82, 99, 105-107,

131Partidos políticos. 79, 85-86, 91-92,

121, 123, 131; bipartidismo, 92, 97, 99, 101-107, 144-145; partido único, 148-149

Plata, José María. 79Pluralismo. 153-159Protestantismo. 75, 105

QQuiroga, Vasco de. 41

RReforma agraria. 145, 157, 164 Refractación del orden. 16, 43, 92,

114, 150, 160, 161, 168, 171 Religión. 50-51, 53, 75, 79, 92, 107,

132, 143; neo-maniqueísmo, 50, 78, 102, 127; anticlericalismo, 81 82, 107, 108, 136; cisma, 82-83; y bipartidismo, 101-106, 147-148;concordato, 109-110; y pluralis­mo, 154-155, 159; y revolución,157, 163, 169

Resguardos de tierras. 44, 51, 56,61, 67, 73-74, 76, 82, 97

Retardo cultural. 137 Revolución. 9, 10-11, 26-28, 69-71,

76, 77, 121-122- de Meló, 85-86; de 1948, 114, Í34-135; rusa, 130; mexicana, 130; "en marcha" 132; contemporánea, 154, 157, 158, 167; cubana, 171

Reyes Rafael. 115, 130 Rojas, Ezequiel. 102 Rojas Pinilla, Gustavo. 137, 144,

149, 165-166 Russi, José Raimundo. 80, 85

o S

Salgar, Eustorgio. 105

Samper, José María. 81, 85, 92, 100, 106

Santander, Francisco de Paula. 74, 79

Santos, Eduardo. 133 Secularidad instrumental, 113-114,

124-129, 138-141, 144, 149-150, 156,162, 170

Señorío, 42-43, 53-55, 89, 92-93, 110, 136, 140, 144.

Sindicalismo. 122, 123, 127, 133-134 Socialismo. 114, 116, 120-125, 127,

128, 131, 152, 162 Sociedad, tipos de. 175-176 Sociedad Democrática. 79-81, 84-

86, 105, 107.Soto, Foción. 100, 109 Soto, Francisco. 74, 100 Suárez, Marco Fidel. 100, 117 Subversión: nuevo sentido 1-6, 11;

definición sociológica, 15-17; ti­pos, 17; mecanismos, 18; facto­res, 18; clímax y anticlímax, 18,62, 67, 84, 86, 92, 120, 141; cristia­na, 43-45, 65, 157; liberal, 71, 76-86, 148; socialista, 129-133; neo- socialista, 152, 160, 162, 166-171

TTabaco, monopolio del. 77, 92, 97 Tecnología. 14, 180; Chibcha, 38;

señorial, 56, 57-60, 93; liberal, 78, 88-89; burguesa, 91, 97-98, 146, 148; y revolución, 109, 169-170; acumulación y punto crítico, 57,113, 114-120, 123, 138, 146, 151, 163; y secularidad, 127-129, 139; y pluralismo, 156

Teleología. Véase Telos Telos. 7, 10-11, 129, 191-194 Tiranía. 148, 158 Topía. 8-9, 19, 46, 91, 141 Torres, Camilo. 69, 71-72 Torres Restrepo, Camilo. 152-160,

166, 167 Tradición. 19, 22 Transporte. 77, 97-98, 115, 118 Trujillo, Julián. 92, 107 Turbay, Gabriel. 122, 123, 124, 132

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Indice Analítico 217

UUniversidad. 75, 80, 84, 119-120, 131,

170; Federación de Estudiantes,122, 123, 132; movimiento estu­diantil, 128, 130-131, 145, 148, 151, 165

Urbanismo de castas. 46-47, 113, 115

Uribe Uribe, Rafael. 121, 124, 129- 130

Utopía. 7-«, 11, 15-16, 21, 26, 29, 170; absoluta y relativa, 39-43, 158; misional, 40, 59; liberal, 68- 74, 77-78, 81, 110, 113; socialista, 114, 123; pluralista, 152-159

VValencia, Guillermo León. 145 Valores. 11, 14, 177-178; Chibchas,

34-36; señoriales, 45-51, 84- libe­rales, 87, 92, 102

Vecindario. 37-38, 76, 102, 103 Vestido. 44-45, 56, 84 Villa, Recaredo. 94, 106 Violencia. 6, 26-28, 83, 87, 112, 157-

158, 167; "la Violencia” , 31, 32,114, 134-143 passim, 147

ZZalamea, Jorge. 132 Zapata, Dámaso. 100, 105

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La segunda edición de “ Subversión ky Cambio Social", libro de Orlando ' Fals Borda, se terminó de imprimir en diciembre de 1968 en Antares - Ter­cer Mundo. Bogotá - Colombia, S. A.

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