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-~._---~_._------ LUIS CARLOS RESTREPO R Médico psiquiatra - Magister en Filosofía CALEA L. C. zacatechichi Schlecht. Compositae Zonas tropicales del norte de Sudamérica y México 62 No. 4 AÑO MCMXCV U. NACIONAL DE COLOMBIA BOGOTA. D.C. DOSSIER [)~~OGAOICCION: PATOI~OGIA Ot;;LA LI8t;;RTAO I---! a problemática inherente al consumo de drogas no es posible abor- darla desde un biologicismo cerrado o un culturalismo gaseoso que niega la realidad del efecto de estas sustanciassobre la electroquímica cerebral. Desde los comienzos de la vida humana las sustancias psi- coactivas parecen actuar como mediadores privilegiados entre el ce- rebro y la cultura, no conociéndose hasta el presente ninguna etnia o grupo social que haya prescindido completamente de su uso. En las sociedades antiguas o extáticas, el psicoactivo cumple el papel de mediador de socialización y de reforzador del aprendizaje, pudiendo decirse que la experiencia derivada de su uso es tan im- portante para un miembro de estas culturas como lo puede ser para nosotros el paso por la escuela y el aprendizaje de la lectoescritura. Gracias a la riqueza étnica y cultural de nuestro país,no tenemos que ir muy lejos para comprobarlo. El uso de hoja de coca por parte de comunidades indígenas andinas y la utilización del yagé en los grupos de la amazonía, es prueba fehaciente de ello. Se sabe, hace mucho tiempo, que después de participar en el ritual de consumo, el individuo se muestra más solidario con los valores de su comu- nidad, obteniendo además una certeza sensorial sobre el contenido de sus mitos, con lo cual el conocimiento práxico y territorial trans- mitido por éstos es más fácilmente utilizable. Digámoslo de manera más sencilla. Si a través de la alucinación el sujeto logra percibir al jaguar ancestral y a la mítica anaconda, de cuya existencia se le ha hablado desde niño, sin lugar a duda el mito dejará de ser palabra para tornarse gesto, como si a través del efecto bioquímico del psicoactivo lograra lectoescribir en su cuer- po la tradición de la comunidad.

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LUIS CARLOS RESTREPO RMédico psiquiatra - Magister en Filosofía

CALEA L.C. zacatechichi Schlecht.CompositaeZonas tropicales del nortede Sudamérica y México

62 No. 4 AÑO MCMXCVU. NACIONAL DE COLOMBIABOGOTA. D.C.

DOSSIER

[)~~OGAOICCION:PATOI~OGIA Ot;;LA LI8t;;RTAO

I---!

a problemática inherente al consumo de drogas no es posible abor-darla desde un biologicismo cerrado o un culturalismo gaseoso queniega la realidad del efecto de estas sustanciassobre la electroquímicacerebral. Desde los comienzos de la vida humana las sustancias psi-coactivas parecen actuar como mediadores privilegiados entre el ce-rebro y la cultura, no conociéndose hasta el presente ninguna etniao grupo social que haya prescindido completamente de su uso.

En las sociedades antiguas o extáticas, el psicoactivo cumpleel papel de mediador de socialización y de reforzador del aprendizaje,pudiendo decirse que la experiencia derivada de su uso es tan im-portante para un miembro de estas culturas como lo puede ser paranosotros el paso por la escuela y el aprendizaje de la lectoescritura.

Gracias a la riqueza étnica y cultural de nuestro país, no tenemosque ir muy lejos para comprobarlo. El uso de hoja de coca por partede comunidades indígenas andinas y la utilización del yagé en losgrupos de la amazonía, es prueba fehaciente de ello. Se sabe, hacemucho tiempo, que después de participar en el ritual de consumo,el individuo se muestra más solidario con los valores de su comu-nidad, obteniendo además una certeza sensorial sobre el contenidode sus mitos, con lo cual el conocimiento práxico y territorial trans-mitido por éstos es más fácilmente utilizable.

Digámoslo de manera más sencilla. Si a través de la alucinaciónel sujeto logra percibir al jaguar ancestral y a la mítica anaconda,de cuya existencia se le ha hablado desde niño, sin lugar a dudael mito dejará de ser palabra para tornarse gesto, como si a travésdel efecto bioquímico del psicoactivo lograra lectoescribir en su cuer-po la tradición de la comunidad.

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LUIS CARLOS RESTREPO R DROGADICCION: PATOLOGIA DE LA LIBERTAD

¡VlICROCULTUPi'lC_~Db LAS DROGAS

Valga aclarar que, en principio, no nos hemos se-parado por completo de este tipo de experiencias. Enel caso de los psicoactivos legales -el alcohol y el tabaco,por ejemplo-, se generan situaciones similares a lasdescritas para las culturas no occidentales. El alcoholes un importante mediador de socialización, a tal puntoque su uso se convierte en una de las habilidades básicascotidianas de nuestra vida de relación. Desde brindarhasta empinarse unas copas en las fiestas, es una ac-tividad que compromete a la vez al cerebro y la cultura,pues entre trago y trago van apareciendo nuevos sím-bolos y estrategias de comunicación a medida que seproducen ciertos efectos químicos sobre el cerebro,reforzándose en el plano neuronal lo que se suscitaen el cultural, y viceversa.

Igual sucede con el cigarrillo. Las propagandas delas empresas tabacaleras saben manejar muy bien sím-bolos de libertad, plenitud, autonomía, dominio y coraje,que hacen parte capital de nuestra mitología cotidiana.Basta analizar semiológicamente las propagandas deMarlboro, Mustang o cualquier otra marca, para con-firmalo. Pero también es cierto que la nicotina, porsu específico efecto sobre el cerebro, refuerza con-ductas orientadas a la concentración en el trabajo, lamaximización de la atención y otras habilidades, ne-cesarias para ser productivos en medio de las exigenciaslaborales contemporáneas.

El caso del borrachito es todavía más revelador.Este se permite entrar en una situación de éxtasis -etimológicamente "fuera de sí"-, y antes de llegar ala pérdida de conciencia refuerza sus patrones de agre-sividad en un ritual que es legitimado culturalmentepor nuestra sociedad. De alguna manera, bebiendoaprende códigos que le sirven para su vida de negocianteo de político, para sus conquistas amorosas o sus re-laciones sociales. Compartir borrachera con alguien esun pacto más sólido que una simple promesa emitidasin la lubricación del licor.

Por último podemos hablar de microculturas delos psicoactivos, utilizando el término para señalar comoa través del consumo de las sustancias tanto legalescomo prohibidas se generan patrones de identidad, sen-timientos de pertenencia, códigos comunicativos y es-tructuras valorativas, que no podemos condenar ale-gremente al limbo de la anormalidad. Recordemos elcaso de lamarihuana y su papel como agente socializadoren los años sesenta y la cocaina, en la actual etapaneoliberal, con sus efectos de estimulación catecola-mínica que mejoran transitoriamente lavigilia y la agilidadmental, induciendo además una cierta megalomanía,

efectos deseables en la pujante microcultura de losejecutivos compulsivos del poder, la fama y el éxito.

PSICOPATOLOGIA D~ LAVOLUNll\D

Sin embargo, la enumeración de similitudes quepermiten estudiar el consumo de psicoactivos con cri-terios etnográficos y sociológicos similares a los quehan sido utilizados hasta ahora para las sociedades tra-dicionales, no puede negar el gran abismo que-se insinúaentre estas comunidades y nosotros, señalando algunasdiferencias significativas y tajantes que son importantesal momento de comprender la problemática del con-sumo compulsivo de psicoactivos en las actuales de-mocracias de masas.

En primer lugar, es bueno recordar que nuestracultura, desde sus comienzos judeocristianos, declaróuna guerra total a los rituales extáticos y en consecuenciaa los psicoactivos, demonizando las prácticas religiosasque recurrían a ellos para establecer comunicación conlas deidades. Este experimento novedoso, aunque jamásha logrado implantarse por completo, sigue siendo unmarcador cultural que nos diferencia de manera radicalde los pueblos no occidentales.

Técnicamente hablando, podemos decir que sa-limos de una cultura de la heteronomía -que reconocela existencia de fuerzas exteriores que nos dominan-a una cultura de la autonomía -donde la gran fuerzadirectora y reguladora se ubica en el interior del in-dividuo-o Si en la cultura heterónoma el uso del psi-coactivo encuentra sentido como facilitador para salirfuera de sí y convocar las fuerzas exteriores que nosdominan para aprender en nuestra relación con ellas-tal es el sentido del llamado "camino del yagé" -, enla cultura autónoma la pérdida del dominio de sí empiezaa ser visto como perversión moral, pues destruye lavoluntad, considerada condición de posibilidad indis-pensable para el autodominio y el ejercicio de la libertad.

Es por eso que el uso de psicoactivos puede serconsiderado como una psicopatología de la voluntad,hecho que queda claro cuando pasamos revista a lamayoría de métodos de rehabilitación de adictos queexisten en la actualidad, casi todos ellos orientados auna ortopedia de la voluntad, buscando que el individuoadquiera otra vez autodominio, sin importar en estecaso ni el tipo de psicoactivo utilizado ni sus efectossobre el cerebro.

Las terapias de rehabilitación de drogadictos sonen gran parte, díganlo explícitamente o no, terapiasmorales, teoterapias que buscan reinstaurar un ordendel deseo que lleve al individuo a controlar su com-

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portamiento y hacer predecibles sus acciones a fin deasumirse con responsabilidad como sujeto social.

Desde una ética pragmática, el gran problema delconsumo compulsivo de psicoactivos no reside tantoen la cantidad que se use, su frecuencia o variedad,si no en la pérdida del control que se genera comoconsecuencia de su ingestión. Diciéndolo coloquialmen-te: si un amigo consume grandes cantidades de licorpero sabe controlar sus tragos, al punto de dejar alos demás dormidos sobre la mesa mientras el marchaorondo a su casay reinicia muy temprano al día siguientesus labores productivas, nadie se atreverá a decirle quees alcohólico, así esté consumiendo cantidades de al-cohol que orgánicamente pueden representar ya unnivel tóxico.

Al contrario, si otro bebe unos cuantos tragosy rápidamente pierde el control, insinuando propuestasindecentes a la anfitriona o quedando extendido enla alfombra de una casa ajena, cancelando al día siguientesus compromisos a causa de un guayabo inhabilitador,nadie dudará en sugerirle, tarde o temprano, que seponga en tratamiento, considerándoselo como enfermo.

Igual sucede con los otros psicoactivos, situaciónque genera una actitud contradictoria en nuestra con-dena de las drogas, situación que algunos, de maneraligera, califican de doble moral. Lo cierto, en realidad,es que hay una sola moral, y esta es la del autocontrol,regla sagrada que nadie puede violar y que, de serrespetada, permite legitimar consumos que rápidamen-te son integrados a las rutinas de la sociedad.

L.A~XCUSAD~D~P¡;:::ND~NClA ORG¡~[\IICA

La nocion de dependencia, que tuvo su origenen el fenómeno de acostumbramiento orgánico quees posible detectar en las personas que consumen he-roina u otros derivados opiáceos, se ha extendido aun significado más amplio, usándose en la actualidadpara denotar precisamente la gran dificultad que tieneel adicto para abandonar el círculo vicioso del consumo,o sea, para decir No y elegir una alternativa diferente.No es pertinente reactivar aquí ese viejo debate sobrelas adicciones fisiológicas o psicológicas, porque en elfenomeno de la farmacodependencia, al igual que entodo fenómeno humano, estos dos factores se imbrican,

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siendo posible por tanto encontrar justificación desdecada uno de estos campos explicativos.

En el caso de la heroína, por ejemplo, tan im-portante es el acostumbramiento neuronal a la sustanciacomo el simbolismo que representa el pinchazo, el en-torno psicosocial que refuerza en el adicto la búsquedade un sustituto para sus carencias afectivas y la dinámicacultural que se asocia al comportamiento desviado. Laelección y la libertad son a la vez fenómenos neuro-biológicos y simbólicos, correspondiendo a los profe-sionales de la salud mental moverse con tacto y pasofino por esa bisagra que articula el cerebro y la culturaa fin de producir los finos compases de la concienciahumana.

Si existe alguna predisposición hereditaria a utilizarde manera abusiva algunos psicoactivos -como sucede,por ejemplo, en el caso del aícohol-, esta vulnerabilidadorgánica no es suficiente por sí misma para configurarel problema. Hace falta además un entorno culturalque la posibilite y refuerce, pues la genética no actúacomo mandato ciego, sino más bien como ocasión, comocondicionante, cuyo peso puede ser incluso contrarestadopor el aprendizaje humano. Pero, aún en el caso hipotéticode presentarse esta situación, el camino para alejar alindividuo de la sustancia psicoactiva no sería la penalizaciónsino la educación, como sucede con otras alteracionesorgánicas conocidas por la medicina.

COivlPULSION y cOr~SU¡V1ISMO

Pero existen otras diferencias que es necesarioresaltar. Mientras en las sociedades tradicionales el con-sumo de psicoactivos está ritual izado, controlándosesu producción y circulación por parte de los expertosde la comunidad, en la sociedad occidental los psicoac-tivos se han convertido en mercancía, entrando al ámbitodel fetichismo consumista. Cualquiera puede comprar,en el mercado negro o legal, según el caso, la cantidadde psicoactivo que prefiera y consumirlo para aplacaren privado sus ansiedades, de igual manera que lasaplaca también comprando productos de marca, o es-forzándose por conseguir dinero para ostentar un carrolujoso u otros objetos que le dan identidad y poder.

Esta diferencia es capital al momento de enfrentarla dinámica compulsiva, pues el consumo de drogasen la sociedad contemporánea se havuelto problemáticomucho más por el consumismo que lo rodea que porlas sustancias mismas.

Un ejemplo sencillo bastará para demostrarlo. Unindígena arhuaco o un nativo de las tribus indígenasdel Putumayo puede presentar tal acostumbramientoorgánico al uso de hoja de coca o yagé, que le haga

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LUIS CARLOS RESTREPO R. DROGADICCION: PATOLOGIA DE LA LIBERTAD

falta su consumo rutinario, presentándose síndrome deabstinencia y hasta pudiendo enfermar gravemente sisesuspendede manera brusca lasustancia.Sinembargo,nadie se atreve a decir que sea drogadicto. Lo sonlos consumidores occidentales que presentan síntomassimilares porque a diferencia de los primeros son con-sumistas, es decir, encuentran en la sustancia no sóloun efecto orgánico sino un efecto fetiche, que les per-mite buscar en estassingularesmercancíassentimientosde identidad y pertenencia que no encuentran en suvida cotidiana.

Lo que se torna sintomático en el consumo depsicoactivos no es la sustancia misma sino lo que através de ella se expresa. La sensación de desarraigo,de analfabetismo afectivo, de vacíos en la construcciónde indentidad y redes de reciprocidad, que el individuointenta modificar por una vía fallida, pues la sustanciapsicoactiva -al igual que podría hacerlo la compulsiónpor el dinero o el éxito- no logra ofrecerse comosustituto de la calidez que sólo puede encontrarse enunas relaciones interhumanas sanas y gratificantes.

La droga es problema en nuestra sociedad y noen las culturas tradicionales, porque sólo nosotros lausamos como sustituto a una red de relaciones inter-personales cálida, mientras en la sociedad tradicionalsucede todo lo contrario. Entre ellos la sustancia psi-coactiva entra a reforzar un proceso de reciprocidadcomunitaria que en ningún momento pretende ser cam-biado por un fetiche.

Los ciudadanos desarraigados de las grandes ciu-dades, con su típica ansiedad flotante que buscaafanosaun objeto de deseo, son terreno de cultivo propiciopara todas las psicopatologías consumistas, pues paraellos consumir se ha convertido en la única manerade obtener identidad, pertenecia y diferenciación social.El consumo compulsivo de psicoactivos no es más queuna de estas patologías del consumo, tan típicas dela sociedad actual.

Por eso decimos que el problema de la farma-codependencia es una típica psicopatología de la elec-ción y la libertad. Lo que se encuentra afectada eslacapacidaddel consumidor para distanciarsedel objetofetiche, a raíz de un analfabetismo a la vez afectivoy político que lo torna susceptible a todo tipo de ma-nipulaciones, propias de la psicología de las actualesdemocracias de masas.

Generalmente acontece que el adicto ha sido edu-cado en un régimen autoritario y que, al enfrentar laelección -la posibilidad de decir si o no a un consumo-

se muestra incapaz de hacerlo, quedando atrapado enideologías y experiencias totalitarias. Es por eso quetambién para su tratamiento se utilizan generalmentemetodologías de inmersión total que lo infantilizan, losometen a una autoridad despótica y lo obligan a unaconversión, metodologías que funcionan en algunos ca-sos pues el individuo siente que vuelve a estar bajoel control de una autoridad suprema que decide porél que es el bien y que el mal, y se lo impone.

Sin embargo, el método tampoco es una panacea.Se sabe que la efectividad de los métodos terapeúticosen el caso de las adicciones es bastante imperfecta,oscilando entre un 7 a 12% de casos curados en elcasode utilización de terapias psiquiátricas tradicionalesa un 35% como máximo en caso de alcohólicos anó-nimos. Es decir, aplicando un criterio biológico y po-blacional, podríamos decir que los casosque respondenpositivamente se sitúan en una franja que coqueteacon el azar. El 65% restante, se rompe nuevamenteal volver a una sociedad abierta, que les exige comocompetencia básica elegir, actitud para la cual no estánpreparados.

Si el adicto está incapacitado para elegir porquese le ha educado de manera autoritaria, ningún sentidoterapeútico o preventivo tiene penalizar esta elección,pues es recurrir de nuevo a un modelo que le niegala posibilidad de apreneder o reaprender ese compor-tamiento. Es sabido, por los terapeutas de la conducta,que los modelos represivos y aversivos sólo muestranalguna efectividad cuando se mantiene de manera in-definida un ambiente que refuerza la actitud punitiva.Si aceptáramos la utilidad de la penalización a fin decontrolar adecuadamente a quienes no saben utilizarsu libertad, deberíamos en consecuencia reforzar conpatrones autoritarios todo el medio cultural para ob-tener el propósito esperado.

Por esta vía, claro está, negaríamos las basesmis-masde la democracia liberal, y terminaríamos creyendoque es mejor una teocracia o una tiranía ilustrada. Po-dríamos en consecuencia penalizar muchas otras al-teraciones perversas de la elección, como la de losciudadanos que eligen democráticamente a dictadoresferoces como sucedió con el nacionalsocialismo, o ciu-dadanos que consumen compulsivamente imágenes detelevisión, noticieros radiales o televisivos, jeans, armas,sexo, carros, ideologías, alimentos, música o religión.

La obesidad, sabemos, es producto en parte deun consumo compulsivo de cierto tipo de alimentosy a nadie se le ha ocurrido penalizarla. Como tampocoal consumo compulsivo de analgésicos,azúcares y hastaestimulantes y antidepresivos moderados como el ají,base de la dieta indoamericana.

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Pero concluyamos diciendo que al excluir las op-ciones autoritarias nos vemos en la obligación de em-pezar a dar la importancia académica, clínica y políticaque merecen estas psicopatología de la elección y delconsumo, asumiendo además con entereza los riesgosy posibilidades de una educación para la libertad.

No se trata de repetir la monserga que concedeal adicto la libertad para autodestruirse, desconociendoque en la vida cotidiana pide con insistencia un poderexterior que lo controle y le impida avanzar por elcamino de la aniquilación. El mismo adicto, como cosacuriosa, anhela las salidas de fuerza, configurándosecomo un terrorista de la intimidad, un microfascistaque anhela la limpieza y el orden ideal, motivo porel cual legitima frente a su problema metodologías detratamiento autoritarias.

Lo que debemos entender, al contrario, es el anal-fabetismo emocional y político de estos consumidorescompulsivos que cuestionan a fondo el resorte íntimode nuestras democracias. Y aceptar entonces que pocosabemos de la educación para la libertad, tarea sometidaal ensayo y al error que en nada depende de una ca-pacidad de elección que hayamos recibido como dotede la naturaleza y pueda por panto florecer en cualquiercultura. Tanto la libertad como sus patologías son cons-tructos sociales cuyo destino depende en gran partede los aprendizajes políticos, culturales, afectivos, fa-miliares y comunitares, necesarios para que la imagineríasocial se reproduzca y mantenga ljJ

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